LA REVOLUCIÓN ALEMANA 1918-1919
José Manuel Aranda Sarvisé
EL HUNDIMIENTO DEL II REICH,
LA REVOLUCIÓN ALEMANA 1918-1919
José Manuel Aranda Sarvisé
LA REVOLUCIÓN ALEMANA 1918-1919
ÍNDICE
1. Contexto internacional en 1918.
2. Fuerzas políticas y tendencias.
3. El estallido revolucionario.
4. La revolución de la violencia.
5. El levantamiento espartaquista de enero.
6. Conclusión.
7. Bibliografía.
José Manuel Aranda Sarvisé
LA REVOLUCIÓN ALEMANA 1918-1919
José Manuel Aranda Sarvisé
CONTEXTO INTERNACIONAL EN 1918
La situación de los aliados en 1918 era cuanto menos preocupante. Tras imponer la paz al
nuevo Estado soviético ruso y a Rumanía, las Potencias Centrales se van a asegurar el
control de los recursos del este de Europa mediante la instauración de nuevos estados
títeres. Rusia va a renunciar a Livonia, Curlandia, Lituania, Estonia, Polonia y reconoce
Finlandia y Ucrania como estados independientes, comprometiéndose al pago de
indemnizaciones. Perdiendo las principales zonas industriales y mineras, además de las
mejores tierras cultivables y una importante parte de la población. Esto va a asegurar los
campos petrolíferos de Rumanía y el trigo ucraniano para las Potencias Centrales, además
de poder concentrar ahora todas sus fuerzas en el Oeste.
El frente occidental se habían mantenido casi sin apenas cambios desde la fase
inicial de guerra de movimientos de 1914. La lucha había degenerado en una carnicería de
desgaste en las trincheras. Las potencias aliadas se hallaban en un estado de extenuación
y sus ejércitos debilitados y desmoralizados tras las desastrosas ofensivas de 1917 que
habían sido un fracaso tras otro. Y hacía poco que la ofensiva germano-austrohúngara en
Caporetto había resultado en un desastre para el ejército italiano que amenazó con la
ruptura del frente y la salida de la guerra de Italia. Sin embargo pudieron reagruparse y
formar una nueva línea en el río Piave, que se mantuvo estable hasta la última ofensiva
italiana de Vittorio-Véneto en 1918.
En el frente de Macedonia los aliados sufrían casi tantas bajas por las enfermedades
endémicas como la malaria y la disentería que por los desastrosos ataques montaña arriba
contra los búlgaros. Solo en el frente de Palestina el general Allenby y la revuelta árabe
acaudillada por el famoso Lawrence de Arabia lograba avances significativos contra los
turcos.
Pero si la situación para los aliados era preocupante para las potencias centrales era
desesperada. Los aliados de Alemania se tambaleaban, los imperios turco, austro-húngaro
y búlgaro eran más una carga que una ayuda para Alemania, porque tenía que enviar
equipamiento y tropas solo para mantenerlos en la guerra y evitar el colapso.
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Alemania estaba sometida al bloqueo naval aliado que provocó el hambre y la
desnutrición entre la población civil y el ejército causando la muerte de al menos 750.000
personas. La guerra había conducido a Alemania al endeudamiento astronómico
(150.000.000.000 Reichmarks), junto con el hambre, la miseria y al sacrificio de 2 millones
de jóvenes y el doble de heridos, que se conoció como la generación perdida. La economía
y la política estaban férreamente dirigidas por la dictadura militar del Jefe de Estado Mayor
Hindenburg y su adjunto el General Ludendorff. Marginando del poder al Reichstag y al
propio Káiser. Debido a la escasez de alimentos y a la generalización de la miseria
estallaron revueltas del pan en las principales ciudades de Alemania desde 1916 y 1917
que fueron sofocadas por la policía. Las corrientes políticas pacifistas no despertaron hasta
la segunda mitad de la guerra cuando la población desmoralizada tras el estancamiento de
la guerra va a provocar una crisis de gobierno. Serán sofocadas mediante el debilitamiento
de la autonomía gubernamental y el aumento de la influencia del Estado Mayor. Los líderes
de las manifestaciones pacifistas fueron encarcelados como Karl Liebknecht y Rosa
Luxemburgo fundadores del movimiento espartaquista.
Ese intento del Imperio Alemán de intentar un nuevo reparto colonial mediante la
victoria en el campo de batalla había sido frustrado por la alianza de las restantes potencias
imperialistas. Y con la Revolución Rusa había surgido un modelo social alternativo que era
contemplado por las clases dominantes como un peligro y como un faro de esperanza para
las clases populares.
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FUERZAS POLÍTICAS Y TENDENCIAS
El antiguo sistema imperial se asentaba en una coalición entre las fuerzas
feudal-aristocráticas que estaban incrustadas en el aparato militar y estatal, junto con las
fuerzas de la industria y la banca. Que gracias a su creciente poder económico consiguieron
integrarse en la política fundando partidos liberales burgueses con representación en el
Reichstag y que apoyaron y determinaron el proceso expansionista que llevaría a 1914.
Debido a que el mundo ya estaba repartido cuando el capitalismo alemán llegó a su fase
expansionista, ese intento de forzar un nuevo reparto llevó a la carrera armamentística y
aumentar el gasto militar. Unido a la militarización de la economía, la política y la cultura
acabaría terminando en una ideología nacionalista basada en la exaltación del yo colectivo
frente al otro. Esta ideología fue difundida por la prensa burguesa y la propaganda imperial
como medio de diluir las tensiones sociales derivadas del avance del movimiento obrero. De
modo que se puede ver en la política alemana una continuidad ininterrumpida del Estado
absolutista autoritario desde las guerras napoleónicas hasta casi la II Guerra Mundial.
La clase obrera había aumentado en número y organización, incluso con un nivel
técnico solo inferior a EE.UU. El movimiento obrero crece y sale reforzado tras la represión
que sufrió desde 1878 hasta 1890 con las leyes antisocialistas. Existía el Reichstag que
permitiría cierta representación pero el poder radicaba en el Káiser Guillermo II y sus
ministros. En vísperas de la Guerra Mundial el SPD (socialdemócratas) logran el 35% de los
votos en las últimas elecciones federales de 1912 y tenía 1.1 millones de afiliados. Mientras
que en los sindicatos socialistas tenían 2.5 millones de afiliados. Superando a los sindicatos
comunistas y católicos. En parte debido a que los comunistas eran despedidos por los
patronos y apenas tenían presencia en las fábricas.
Existían diversas tendencias dentro del movimiento obrero. La más izquierdista de
tendencia marxista, en la que destacaban figuras como Kautsky, Rosa Luxemburgo y Karl
Liebknecht, eran contrarios a la guerra. Conforme a las tesis de Lenin anteriores al estallido
de la guerra defendían el uso de la huelga general para parar la guerra que se consideraba
burguesa y ajena a los intereses del proletariado. Y pretendían aprovecharla para tomar el
poder, tal como se llevó a cabo en Rusia en la revolución de octubre (noviembre de 1917).
La tendencia de centro apostaba por el reformismo dentro del sistema y conseguir
poco a poco mejorar las condiciones de la clase obrera. Junto a la tendencia de derecha
que apostaban por la integración dentro del Estado para avanzar hacia una sociedad
socialista, sin revolución armada. Ambas tendencias acabaron apoyando la política agresiva
del Káiser. Debido a que se habían identificado con la ideología nacionalista de las clases
dominantes y pensaban que la hegemonía mundial capitalista alemana sería buena para los
trabajadores alemanes.
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En el movimiento de masas de las grandes huelgas de 1917 tuvo el protagonismo el
USPD (pacifista) fruto de la escisión del SPD que había apoyado la guerra, bascularon a las
desmoralizadas masas a la tendencia de izquierda contraria a continuar el conflicto.
Las terribles consecuencias de la guerra provocaron la miseria de las masas y
millones de muertos y heridos. Con la inspiración que supuso la Revolución Rusa para las
clases populares, que puso de manifiesto que el sistema de propiedad burguesa podía ser
derrocado, van a impulsar el movimiento por la paz y van a buscar un cambio radical de las
relaciones sociales. Pero la guerra también tuvo un efecto brutalizador al convertirse la
violencia y la muerte en experiencia cotidiana. Las fuerzas sociales e ideológicas de
Alemania se polarizaron y radicalizaron durante estos terribles años de guerra.
Los diversos intentos para salvar al Antiguo Régimen, mediante algunas
concesiones al movimiento popular ante la inminente derrota, no tuvieron éxito. La
apresurada parcial parlamentarización del sistema decidida por la cúpula imperial y
aprobada por la Corona el 21 de septiembre con la inclusión de dos socialdemócratas en el
gobierno no pudieron detener la oleada revolucionaria en noviembre de 1918. Los desastres
militares no pudieron ser escondidos mucho tiempo de la opinión pública que hasta el último
momento sólo recibía noticias de que sus tropas estaban ganando en todas partes. La
población se moría de hambre y estaba harta de la guerra y de la crisis económica derivada.
El Estado Mayor desde las derrotas de septiembre van a pedir buscar un armisticio
inmediato. En una reunión con el Káiser el 14 de agosto de 1918 va a reconocer la inutilidad
de proseguir la guerra. Pero va a haber un desacuerdo entre el emperador austro-húngaro
Carlos II y los mandos alemanes sobre las condiciones para un armisticio. El 3-4 de octubre
ese nuevo gobierno presidido por el príncipe Max von Baden va a pedir el armisticio al
presidente americano W. Wilson. Como respuesta va a exigir el fin de la guerra submarina
de forma inmediata, la evacuación de los territorios ocupados desde 1914, incluyendo
Alsacia-Lorena y la abdicación del Káiser para poder negociar.
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EL ESTALLIDO REVOLUCIONARIO
La revolución estalla el 29 de octubre de 1918. Cuando más de 600 marineros se amotinan
en el puerto de Kiel para impedir el ataque, tan desesperado como suicida, que sus
almirantes querían lanzar. Sin tener el permiso del poder central y por el único motivo de
salvar el honor de la marina. Los marineros asumieron el control de los barcos y las
ciudades y exigieron el fin de la guerra. El motín se extendió por todas las ciudades del
norte que carecían de soldados de guardia y se organizaron Consejos Revolucionarios de
obreros y soldados en Hamburgo, Hannover, Munich y otras ciudades. Tomando el ejemplo
de los soviets en Rusia. El marcado cariz bolchevique quedó patente con la creación el 7 de
noviembre del Estado Libre de Baviera bajo el mando del socialista independiente Karl
Eisner. Lo que provocó una espantada de la nobleza bávara al temer una revolución
bolchevique inminente que el ejército no estaba en posición de sofocar. Se va a extender la
revolución por las principales ciudades y hasta en las calles de la propia Berlín.
El 9 de noviembre el ejército ahora bajo el general Groener (porque Ludendorff tras
dimitir huyó a Suecia para evitar ser juzgado por su responsabilidad en la guerra) fuerza al
Káiser a abdicar y éste huye a Holanda. El viejo régimen nombra a F. Ebert del SPD
canciller del Reich. La revolución ya había triunfado en las grandes ciudades. Ese mismo
día en Berlín otro importante socialdemócrata Philipp Scheidemann proclama la República
Alemana. Mientras que apenas unos kilómetros al este, en el Palacio Real, Karl Liebknecht
del movimiento espartaquista que había sido liberado apenas dos semanas antes, proclamó
la República Socialista Alemana añadiendo que la revolución alemana seguiría el camino
que había seguido la revolución rusa. Esto provoca el miedo entre socialistas y
conservadores que temen una insurrección comunista como había pasado en Rusia, que
hacía poco que los bolcheviques habían derrocado al Gobierno Provisional de Kerenski.
El nuevo canciller Ebert va a pedir que acaben los disturbios y vuelvan al trabajo
para evitar el hundimiento económico y el colapso del sistema de suministro de alimentos lo
cual desencadenaría a una guerra civil como en Rusia. El sentido del deber de Ebert se
sobrepuso al llamamiento de Liebknecht de continua movilización revolucionaria y a pesar
de pequeñas manifestaciones se disolvieron las grandes multitudes de las calles.
Ya desde el 10 de noviembre se va a dar la primera Asamblea Revolucionaria que
se celebró en el Circus Busch en Berlín central. Este mitin fue organizado por delegados
sindicales de algunas de las mayores fábricas de Berlín cuyo objetivo era conducir la
revolución hacia la izquierda. Pero para consternación de Karl Liebknecht la mayoría que
era socialdemócrata apoyó el giro conservador, apoyando al gobierno del SPD, rechazando
la insurrección armada que propugnaba el espartaquismo más radical.
Las clases dominantes del sistema imperial, es decir, la gran burguesía, los
terratenientes y el ejército van a trazar una estrategia de emergencia para capear la
tormenta revolucionaria. En primer lugar van a dar algunas concesiones de mejoras sociales
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y políticas tangibles para las masas trabajadoras pero que no ponían en peligro las
estructuras de poder existentes. El 15 de noviembre se van a dar los acuerdos
Stinnes-Legien entre la patronal y las Centrales Obreras. Con medidas como horarios de 8
horas, protección contra el desempleo, renunciar a las asociaciones patronales, reconocen
a los sindicatos y aceptan el voto por sufragio universal incluyendo a las mujeres.
La jefatura militar personificada en el general Groener y la gran industria que se
había enriquecido con la guerra se acercaron al ala derecha del movimiento obrero. Con el
objetivo de mantener la paz, el orden y la legalidad se van a aliar con los socialdemócratas
del Consejo de Delegados del Pueblo, dirigidos por el SPD de F. Ebert. Lo van a hacer
obligados por las circunstancias y solo de forma temporal. El SPD mantenía una visión
bastante ingenua de que mediante este compromiso interclasista se llegaría a una
democracia parlamentaria y a la sociedad socialista. De esta forma la antigua jefatura
imperial mantuvo sus puestos clave en la Administración, la Justicia y el Ejército.
Los socialdemócratas ya habían participado en el gobierno imperial en octubre de
1918 con el objetivo de ayudar a la transformación pacífica del régimen autoritario a uno
parlamentarista. Presionaban por reformas sociales y libertades políticas tratando de evitar
una revolución comunista. Defendían mantener el orden hasta que se pudieran celebrar
elecciones a una Asamblea Nacional Constituyente.
La naturaleza conservadora del movimiento revolucionario se puede observar a
través de las instituciones políticas que crearon los propios soldados y obreros por toda
Alemania. Los consejos (Räte) aunque utilizaron la misma terminología que los Soviets
rusos fueron mucho más conservadores que aquellos. Como se demostró en una serie de
estudios entre los 60 y 70. Como podemos ver a mediados de diciembre se celebró el
primer Congreso Nacional de Consejos de Soldados y Obreros en Berlín. Los 512
delegados presentes rechazaron explícitamente los intentos de la extrema izquierda de Karl
Liebknecht y Rosa Luxemburgo de liderar una revolución comunista, siendo excluidos del
Congreso. Votaron a favor de una política revolucionaria pero conservadora ofrecida por el
SPD de Ebert. Esta misma asamblea asumió la tarea de confeccionar una nueva
constitución alemana y concluir los tratados de paz que pondrían fin oficial a la guerra. Para
evitar la presión política que tenían los espartaquistas en las calles de Berlín se trasladaron
a la histórica ciudad de Weimar.
Esta victoria socialdemócrata en las nuevas instituciones revolucionarias fue
bienvenida por todos aquellos que se oponían a mayores transformaciones revolucionarias.
Y en las elecciones a la Asamblea Nacional Constituyente en enero de 1919 aunque la
mayor parte de los votos no fueron a partidos socialistas, el mayor partido en el Reichstag
siguió siendo el SPD, como lo había sido en las últimas elecciones anteriores a la guerra. El
partido más radical, el USPD (Partido Socialista Independiente) solo obtuvo el 7-8% de los
votos, aunque en Berlín alcanzase hasta el 27-28%.
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LA REVOLUCIÓN DE LA VIOLENCIA
En este periodo de giro conservador también hubo un aceleramiento y un aumento de la
violencia política. El gobierno provisional de Ebert se va a aliar desde muy pronto con los
restos del ejército imperial de Groener. Para derrotar mediante la utilización de la violencia a
sus enemigos políticos y mostrar su determinación a gobernar con firmeza. En la primera
mitad de 1919 van a arrebatar el poder en las calles a los comunistas. Esta violencia bélica
va a ser también justificada para asegurarse el poder y el orden, evitando más
transformaciones revolucionarias. Se van formar los que los contemporáneos llamaban los
“soldados del gobierno” o freikorps, milicias de veteranos de extrema derecha que utilizaban
el armamento y tácticas de la Gran Guerra contra el llamado enemigo interno (véase el mito
de la puñalada por la espalda) es decir comunistas bolcheviques, judíos y políticos de
izquierda o pacifistas. Van a ser utilizados para reocupar militarmente los espacios urbanos
clave. El Estado según Mark Jones no solo utilizó la violencia para derrotar a sus enemigos
sino que envió un mensaje muy claro de autoridad. Mostrando su capacidad de ejercer una
fuerza despiadada contra los que querían continuar el cambio revolucionario comenzado en
noviembre de 1918. El papel de la violencia institucionalizada tuvo un papel fundamental en
la formación de la nueva república. Mientras se preparaban las sesiones de la Asamblea
Nacional Constituyente el movimiento obrero fue bárbaramente reprimido y sus líderes van
a ser asesinados.
En la primera fase de expansión revolucionaria murieron entre 50 y 75 personas en
su mayor parte debido a tiroteos confusos y desorganizados. Pero desde mediados de
diciembre en adelante la violencia va a aumentar. El uso desproporcionado de fuerza va a
sembrar el terror de una guerra civil. Como el suceso del 6 de diciembre en el que soldados
regulares abrieron fuego con ametralladoras a una manifestación espartaquista. La llegada
de las ametralladoras a la política callejera fue solo el principio. Se utilizaran granadas,
artillería y tácticas de asalto en el centro de Berlín. Los principales protagonistas de los
combates van a ser los principales opositores al gobierno, la División Popular Naval.
Integrada por marineros que habían llegado el 9 de noviembre a Berlín para proteger los
avances de la revolución y que se acuartelaron en el palacio y los establos reales. Los
socialdemócratas intentaron que abandonaran el palacio acusándolos de ladrones y de
apoyar a los espartaquistas, incluso intentando sobornarlos. Cuando recibieron disparos
desde la Unter der Linden muriendo uno de ellos respondieron apresando al gobierno y
tomando rehenes. Parece ser que en esta noche del 23 al 24 de diciembre el canciller Ebert
va a pasar de la retórica de evitar el derramamiento de sangre a pedir al ejército que
expulsase a los marineros.
"A resultas de los eventos del 23 y 24 de diciembre de 1918, cuando Ebert se
convenció de que su propia seguridad y la de su familia estaban amenazadas, su retórica
dió un giro hacia una posición más beligerante que eludía el compromiso.”1
1. Mark Jones (2016) ‘Germany 1918-1819: A Revolution in Violence | Alemania
1918-1919: la revolución de la violencia’, Pasado y Memoria, pág 59.
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El asalto protagonizado por la guardia montada una de las más prestigiosas
divisiones del ejército, va a resultar en fracaso. Los oficiales culparán a los soldados que se
habían negado a disparar contra mujeres y niños que a la cabeza de una multitud
revolucionaria desarmó a los soldados. Este hecho provocó una oleada de miedo entre los
que habían confiado en el ejército imperial para restablecer el orden en la capital y evitar
que Karl Liebknecht y los espartaquistas llevaran a Alemania a la “situación rusa”. Este
hecho sirvió de detonante para la formación de los Freikorps, debido a que el ejército dejó
de existir en cuestión de meses. Alcanzaron un número de 50.000 miembros a finales de
enero de 1919 y al final llegarían a los 250.000 y 400.000. Van a estar formadas
principalmente por soldados embrutecidos por la guerra pero también muchos estudiantes y
universitarios que odiaban a la izquierda por décadas propaganda de represión del
movimiento obrero.
Va a haber una serie de explosiones violentas, la primera con el levantamiento
espartaquista de enero en Berlín y una segunda entre el 3 y 12 de marzo de 1919. Con
motivo de la huelga general estallarán combates en las calles entre revolucionarios y
contrarrevolucionarios que se van a saldar con más de 1200 muertes, solo 75 eran soldados
del gobierno. En Múnich entre el 29 de abril y el 7 de mayo de 1919 más de 1000 personas
murieron como resultado de la ofensiva gubernamental contra la efímera República
Socialista de Baviera, que se había declarado el 7 de Noviembre de 1918 por el socialista
judío independiente Kurt Eisner. Solo 58 de los muertos eran soldados mientras que el
ejército rojo tuvo 93 miembros muertos y al menos otros 42 fueron ejecutados. El
socialdemócrata Gustav Noske llegó en una declaración el 9 de marzo de 1919 a afirmar
que
“los excesos y la bestialidad de los espartaquistas que luchan contra nosotros me
obliga a emitir la siguiente orden: toda persona que sea encontrada con un arma en la mano
luchando contra las tropas del gobierno será inmediatamente fusilada.”
Según la prensa de entonces entre 177 y 200 civiles fueron ejecutados por los
soldados gubernamentales sobre la base de la orden de Noske, sin ningún tipo de juicio.
Este cambio en el SPD que antes de la guerra había defendido la abolición de la pena de
muerte va a marcar un punto de inflexión. La orden se volvió a utilizar en la operación militar
contra Múnich para justificar la ejecución de prisioneros por parte del gobierno. En la
primera mitad de 1919 el movimiento revolucionario había sido aplastado con unos métodos
y una ideología que puede ser considerada una temprana forma de fascismo.
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EL LEVANTAMIENTO ESPARTAQUISTA DE ENERO
La liga espartaquista, junto con otros grupos procedieron a crear el Partido Comunista de
Alemania, el KPD para presentar un frente unido contra el gobierno del SPD. El Congreso
fundacional tuvo lugar en el Ayuntamiento de Berlín entre el 30 de diciembre de 1918 y el 1
de enero de 1919. En su seno van a destacar dos tendencias, la dirigida por Karl Liebknecht
partidario de aprovechar la ocasión para la insurrección armada haciéndose con el liderazgo
de las masas descontentas y la de Rosa Luxemburgo que pensaba que la precipitación
revolucionaria sería contraproducente. Que no tenían la suficiente fuerza para derrotar al
ejército y a los freikorps y que el proletariado aún no estaba preparada para tomar el poder.
Ese clima de miedo llegó a su clímax tras el comienzo del levantamiento de la noche
del 5 al 6 de enero de 1919. De nuevo desatada por otra manifestación inesperadamente
numerosa en la Siegesallee en el centro de Berlín. Se habían organizado para protestar
contra el despido por parte del gobierno del SPD del jefe de policía Emil Eichhorn, un
socialista independiente (USPD) que había tomado el control de la central de policía durante
la revolución de noviembre. Se le acusó de corrupción y de entregar armas a los
espartaquistas
La sección berlinesa del USPD en Berlín organizó una manifestación de protesta a la
que se unieron los sindicatos y el recién creado KPD. Fue tan numerosa porque los obreros
pensaron que si perdían el control de la policía volvería la represión institucional contra la
clase obrera. Animados por el repentino apoyo callejero los líderes de la manifestación
decidieron que era el momento de tomar el poder y derrocar al gobierno de Ebert. Aunque
desde noviembre los líderes del KPD y USPD habían reconocido que su llamamiento a la
revolución no había tenido mucho apoyo entre los soldados y trabajadores, al ver decenas
de miles de manifestantes congregándose en el centro en torno a la central de policía de
Berlín abandonaron toda cautela y anunciaron que había llegado la hora de tomar el poder.
Ocuparon las sedes de los periódicos y al día siguiente hubo más manifestaciones. Mientras
que los que apoyaban al gobierno formaron un cordón de seguridad en torno al Reichstag
para evitar un golpe de estado.
Los discursos políticos de ambos bandos se radicalizaron y el 6 de enero
comenzaron los tiroteos. La División Popular Naval ocupó la sede del periódico Vörwarts del
SPD, y trató de avanzar hacia el Reichstag y la sede del gobierno. El bando gubernamental
fortificó con ametralladoras el Reichstag y la puerta de Brandemburgo. Además los rebeldes
no consiguieron tomar los ferrocarriles que pudieron traer refuerzos y material de fuera de
Berlín. En cuanto comenzaron los combates la mayor parte de los manifestantes huyó. Los
periódicos a favor y en contra de los espartaquistas se radicalizaron con un lenguaje
agresivo y de confrontación abierta. Mediante el uso desproporcionado de la violencia bélica
los soldados gubernamentales asaltaron las barricadas y fusilaban in situ a los que se
rendían. El gobierno no condenó estos crímenes sino que defendió a los soldados y les
agradeció haber salvado berlín de la amenaza de la rebelión armada. Para el 15 de enero la
prensa a favor del gobierno proclamaba que el orden se había restablecido en Berlín.
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En el último artículo que escribió Rosa Luxemburgo en el periódico Rote Fahne
(Bandera Roja) titulado <<El orden reina en Berlín>> criticó el liderazgo del partido por la
derrota pero insistió en que de esta derrota vendría la victoria del comunismo en el futuro.
Esta represión se convirtió en una fuente de movilización política y cultural para la izquierda
radical que en adelante vería a los socialdemócratas como enemigos a muerte, el
sentimiento era mutuo. Durante la noche del 15 al 16 de Enero Rosa Luxemburgo y Karl
Liebknecht fueron asesinados vilmente por soldados del gobierno junto con cientos de
comunistas capturados. La acusación de que el gobierno autorizó sus muertes aún sigue
envuelta en controversias.
El levantamiento de enero aunque resultó en desastre no supuso el final de las
oleadas de huelgas que en 1921 y 1923 volvieron a ser aplastadas. Una vez sofocadas, las
clases dominantes van a pasar a la ofensiva. Intentando tan pronto como 1920 un golpe
contra el gobierno, organizado por sectores del ejército y apoyado por la industria pesada y
burgueses de derecha. Trataron de volver a imponer una dictadura militar y dar marcha
atrás al proceso. Pero una inesperada resistencia obrera va a paralizar el país con una
huelga general y abortará este Putsch de Kapp. Lo que contrasta con la actitud del gobierno
de Ebert que va a intentar pactar con los golpistas. Estos sectores van a aprender la lección
y no volverán a intentar un golpe sin el apoyo de un movimiento de masas, por lo que
incrementarán la financiación de partidos liberales y de extrema derecha para tal fin.
Las nuevas oleadas de huelgas del 23 serán protagonizadas por gobiernos obreros
de Sajonia y Turingia con una base parlamentaria y constitucional del propio SPD y el KPD.
Por este motivo y para aplastar los últimos levantamientos comunistas en Hamburgo Ebert
va a aprobar con mayoría parlamentaria la puesta en vigor de las leyes de excepción que
permitirán delegar el ejecutivo al Ministerio de Guerra y acabar con esos gobiernos
democráticos por la fuerza. A finales del 23 tanto el poder ejecutivo como el orden burgués
habían quedado definitivamente consolidados.
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CONCLUSIÓN
La república de Weimar no fue una excepción en este uso del terrorismo, en este caso por
la extrema derecha profascista. En el contexto internacional de desintegración de los
imperios se cometieron lo que Tombs denomina “masacres fundacionales”. Se darán
episodios de terror rojo y contrarrevolucionario por todo el este de europa. La efímera
República Soviética de Hungría había sido aplastada con ayuda del ejército rumano y se
instaló una dictadura profascista del Almirante Miklós Horthy. En Italia el movimiento obrero
durante el Bienio Rosso fue aplastado por el terrorismo fascista al cual se le otorgaría el
poder ejecutivo en el 22. Polonia, Rumanía, Bulgaria y Yugoslavia se convirtieron en un
cordon sanitaire de dictaduras para la represión sistemática de la izquierda. Los
movimientos revolucionarios surgidos al final de la guerra mundial fueron sin excepción
aplastados y el orden social restablecido. Solo en Checoslovaquia y Finlandia se consiguió
estabilizar un gobierno parlamentario. Y solo en Rusia triunfaría la Revolución tras tres años
de guerra civil contra los contrarrevolucionarios y las fuerzas de catorce países que
intervinieron intervinieron.
Las clases dominantes habían demostrado una clara superioridad estratégica sobre
las clases trabajadoras y sus organizaciones. Entre 1918 y 1919 tomaron las medidas y
alianzas necesarias de modo provisional y aplastaron una revolución que amenazaba su
hegemonía social y política y conservaron sus fundamentos de poder. Las clases
dominantes se esforzaron por hacer recaer la responsabilidad de la firma del tratado de
Versalles de cara a la opinión pública sobre los nuevos representantes de la República
democrática y así fue cómo utilizaron demagógicamente su propia derrota.
Desde diciembre de 1918 se desarrolló un plan por fases destinado a instaurar un
“poder ejecutivo” fuerte “capaz de imponerse” y de conseguir el saneamiento económico y la
recuperación del prestigio internacional. Este plan del Estado Mayor fue diseñado por el
amyor Von Schleicher, que tras una serie de cargos en el Ministerio de Defensa llegó a ser
elegido Canciller en 1932. Todos los sectores influyentes de la gran industria, de la banca,
los terratenientes, el ejército y el alto funcionariado coincidían en estos planteamientos.
Apoyaron la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente únicamente para acabar
con el Gobierno Provisional y el poder de los Consejos Obreros y poder proceder a la
represión sistemática de forma “legal”.
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La pronta consolidación de las antiguas estructuras de poder les permitieron
recuperar el terreno perdido. En la economía derogando derechos de protección social y
libertades mediante el terror y en el exterior forzando una revisión del tratado de Versalles,
mientras se procedía al rearme. Usaron el cargo de Presidente de la República que con
competencias reforzadas podía suspender ciertos derechos fundamentales y recurrir a la
fuerza militar. Con la elección de Hindenburg en 1925 se abrieron las posibilidades para
modificar la Constitución. Actuando con independencia sin contar con el pueblo ni con el
parlamento Las fuerzas dominantes del ejército, la economía y la administración no estaban
dispuestas a aceptar las consecuencias de 1918, estas eran la Constitución democrática y
el tratado de Versalles. Cuando la mayoría parlamentaria del SPD dejó de ser tolerable lo
presionaron para claudicar ante los poderes financieros si quería mantener el poder y
cuando dejó de serles útil lo dinamitaron con la salida de los ministros de los partidos
burgueses en 1930.
En este denso clima reaccionario se va a gestar un proceso de fascistización. Las
clases dominantes estaban acostumbradas a dominar con una propaganda imperialista y
racista que se legitimaba en base a las teorías de la superioridad alemana. Promoviendo el
expansionismo colonial primero y en el este Europeo después de la pérdida de las colonias.
Glorificaban un estado monárquico autoritario y despreciaban la cultura democrática liberal
surgida de la revolución Francesa. Tras los fracasados intentos de imponer una dictadura
militar debido a la incapacidad de atraerse una masa social interclasista estos grupos vieron
en el NSDAP como un movimiento de masas capaz de contrarrestar la del proletariado
industrial y alcanzar sus objetivos. Estos eran en última instancia la desarticulación del
movimiento obrero, la suspensión del Estado democrático parlamentario y la implantación
de un nuevo Tercer Reich expansionista y militar. Lo que se ha podido constatar mediante
documentos en los que plasman sus objetivos y estrategias.
El movimiento obrero resistió hasta el final pero no pudo ofrecer una resistencia
organizada debido a las visiones antagónicas del KPD y el SPD. Por lo que no pudieron o
más bien no quisieron crear un frente antifascista. Ya que la tesis que los líderes
comunistas extrajeron de la represión del levantamiento espartaquista fue que la
socialdemocracia era aliada de los fascistas y enemigos del proletariado. Mientras que para
los socialdemócratas los comunistas eran los más peligrosos enemigos de la democracia.
Solo cuando se vieron juntos en los campos de concentración se dieron cuenta de que
tendrían que haberse unido. Creando un frente popular antifascista como pasó en Francia
tras el motín fascista del 34. Muchos miles de alemanes socialistas y comunistas se
exiliaron y lucharán en las Brigadas Internacionales en nuestra guerra civil.
El SPD hizo un juicio equivocado sobre los intereses y objetivos de las clases
dominantes. Y hasta el 33 puso toda su confianza en este aparato y en sus instituciones. Se
acomodó a ellas y les siguió en su camino a la derecha, incluso se les unió tratando de
influir en él. Apoyó el régimen presidencialista de Brüning, que tenía como objetivo el
tránsito a la dictadura y apoyaron la reelección de Hindenburg pensando que así pararían a
Hitler.
LA REVOLUCIÓN ALEMANA 1918-1919
José Manuel Aranda Sarvisé
En 1934 el SPD en el exilio va a hacer su propia autocrítica en el Manifiesto de
Praga.
“Que en 1918 el SPD aceptara casi intacto el viejo aparato del Estado constituyó un
gravísimo error histórico, que había comenzado en la desorientada actuación del
movimiento obrero durante la guerra.”
Manifiesto de Praga 1934
Tras unos meses de ser reelegido Hindenburg dió paso al régimen autoritario de
Franz von Papen que liquidó mediante un golpe de estado el gobierno del SPD en Prusia.
Unos meses más tarde Hindenburg nombraría a Hitler canciller en sustitución de Papen.
Tras lo cual se procedió a destruir mediante la violencia y el terror las instituciones y los
últimos vestigios de derechos sociales y políticos que quedaban. El poder fue entregado por
el gran capital y los grupos dominantes al fascismo, no hubo una toma del poder por la
fuerza. Esta tesis de centrar la culpa y las responsabilidades en Hitler fue ideada a
posteriori, con el objetivo de librarse de la responsabilidad que tuvieron estas personas en el
ascenso del fascismo, en los juicios de Nuremberg de 1945.
LA REVOLUCIÓN ALEMANA 1918-1919
José Manuel Aranda Sarvisé
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