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Paisajes ibarrenses

2019, El espacio que habitamos. Transformación del paisaje natural, urbano y social en Arandas, Jalisco

Recuperación de archivos fotográficos del segundo tercio del siglo XX de Arandas, Jalisco

El espacio que habitamos Transformación del paisaje natural, urbano y social en Arandas, Jalisco. Archivo Fotográfico Ibarra Investigadores: Arnulfo Salazar Aguirre Daniel Gutiérrez Gómez Bertha Ibarra Orozco Laura Cristina Córdova Córdova José de Jesús Hernández López Gabriela Zamorano Villarreal Diseño y coordinación editorial: Arnulfo Salazar Aguirre Derechos Reservados Por esta edición 2019: los investigadores. Por los textos: cada autor. Por las fotografías: Bertha Ibarra Orozco El espacio que habitamos Transformación del paisaje natural, urbano y social en Arandas, Jalisco. “Este producto es en beneficio de la comunidad y fue realizado con recursos del Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias, del Gobierno del Estado de Jalisco” PACMYC. Se prohíbe la reproducción, el registro o la transmisión parcial o total de esta obra por cualquier sistema de recuperación, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro.óptico, por fotocopiado o cualquier otro, existente o por existir, sin el permiso previo por escrito de los propietarios de los derechos reservados. ISBN Impreso y hecho en México. Archivo Fotográfico Ibarra Índice Archivo Fotográfico Ibarra: memoria y patrimonio alteño Arnulfo Salazar Aguirre La consciencia de conservar un acervo, tributo de amor y gratitud Laura Cristina Córdova Córdova El Arandas que fue Daniel Gutiérrez Gómez Paisajes I Paisajes Ibarrenses José de Jesús Hernández López Paisajes II ¿Qué emerge al excavar un archivo? Encuentro, memoria y paisaje en las fotografías de Pablo Ibarra Gabriela Zamorano Villarreal Paisajes III Agradecimientos 7 11 15 16 41 50 103 108 139 5 Archivo Fotográfico Ibarra: memoria y patrimonio alteño Arnulfo Salazar Aguirre E l punto de partida para la publicación de este libro fue el Archivo fotográfico legado por Pablo Ibarra (Arandas, Jal. 1901-1973), fotógrafo arandense que registró múltiples acontecimientos y cambios en la sociedad alteña en la primera mitad del siglo XX y cuyas fotografías permiten identificar algunas formas en que operaban los discursos tanto nacional, regional y local. En el siglo XXI se han resignificado muchos de aquellos discursos y prácticas sociales, políticas y religiosas de los Altos de Jalisco, buscando reconocer el valor patrimonial de algunas de las personas, sucesos y lugares que quedaron registrados en las fotografías de Pablo Ibarra. En las últimas décadas, las imágenes del Archivo Ibarra han sido una herramienta de gran valor para diversos actores sociales, instituciones civiles, religiosas y de gobierno, que están desarrollando proyectos de investigación histórica, para guiones museográficos, para ilustrar los casos de postulación para canonización de mártires cristeros, para obtener fondos y terminar de construir el templo neogótico de Arandas, para decorar restaurantes, para ponerle rostro a los discursos sociales sobre la identidad de los alteños. Para reconocerlo como patrimonio que revitaliza la herencia histórica que hasta la fecha alimenta los imaginarios colectivos de la sociedad alteña. Calle Colón y el mercado al fondo. Vista desde el Foto Estudio Ibarra. 6 La región de los Altos de Jalisco constituye un ejemplo muy particular de las múltiples regiones que integran el país. Durante varias décadas del siglo XX, esta región se convirtió en uno de los principales referentes del discurso nacionalista en lo que significaba “ser mexicano”, muestra de ello es que varias de las expresiones culturales que presumiblemente se originaron o consolidaron en los Altos, se reconocieron como patrimonio cultural de México: el mariachi, la charrería, el tequila, el perfil del hombre y la mujer mexicanos. “La región de los Altos de Jalisco y las particularidades de su cultura, han influido en la formación de la identidad nacional (…) La cultura alteña ha ejercido tal atractivo en la sociedad mexicana, que muchos de sus elementos más significativos han sido adoptados como elementos de la identidad nacional, especialmente el machismo” (López, 2002:5). Con el inicio del siglo XX, muchos alteños comenzaron a emigrar a Estados Unidos, puesto que la actividad agrícola y ganadera no era óptima. Los migrantes de finales del s. XIX se fueron a “bajar” el ferrocarril, cuyas líneas ya estaban en la frontera norte de nuestro país. Las precarias condiciones económicas, baja productividad del campo y los conflictos armados de la Revolución Mexicana fueron causas de oleadas migratorias. Entre 1926 y 1929 que se desarrolló la Cristiada, familias completas abandonaron la región para no verse en medio de un conflicto del que no querían tomar partido o que los situaba en alto riesgo. Entre 1930 y 1950 se gestaron diversas prácticas y discursos sociales que posteriormente servirían como la base de una configuración identitaria de los alteños. Por una parte, en los años que siguieron a la Cristiada se fortaleció la religiosidad ya característica de la región. La sociedad alteña generó simbolismos de heroicidad entre los cristeros. Esta tierra se asumió de mártires, cuyo sacrificio significaba el triunfo de sus creencias sobre las imposiciones del gobierno. Por otro lado, aumentó el carisma de valentía de sus hombres, el arraigo a la tierra y a las costumbres, la superioridad étnica, el respeto por la propiedad ajena (manifiesto en sus actitudes antiagraristas). De igual relevancia resulta mencionar que muchos migrantes que habían dejado la región en las dos décadas anteriores, decidieron regresar para invertir sus capitales acumulados en la tecnificación del campo, en nuevos proyectos industriales, en modernizar la región. “En el cardenismo se observa muy claramente el programa social y político de los gobiernos revolucionarios. 7 Este periodo fue significativo por el reparto agrario, por la instauración de la educación laica y por la corporativización de los obreros, los campesinos y la sociedad civil, dando paso a la construcción de los pilares del sistema político mexicano del siglo XX” (López, 2013:17). Los discursos nacionalistas difundidos por el Estado nacional, permearon con dificultad a través de los programas educativos en esta región, pero encontraron una veta en el cine nacionalista que se proyectaba en las salas de todo el país, mismo cine que tomó frecuentemente como tema y escenario la vida ranchera de los hacendados de los Altos de Jalisco. En estas dos décadas (1930-1950), el fotógrafo Pablo Ibarra registró miles de imágenes de la vida cotidiana de los alteños, que daba cuenta de sus prácticas religiosas, políticas, económicas, educativas, familiares, de ocio, de la vida y de la muerte. Entre dichas prácticas, quedaron manifiestos diversos discursos implícitos y explícitos sobre el significado de ser alteño. “En relación con la serie de atributos idiosincrásicos o relacionales que componen los rasgos distintivos propios de la región alteña, hemos encontrado que sus integrantes se definen a sí mismos a través de ciertos elementos comunes ligados al imaginario colectivo, entre los que se destacan dos principalmente: la creencia en un origen étnico común, vinculado con una ferviente religiosidad católica, y lo que se entiende como la personalidad ranchera. Las comunidades que se autodefinen como rancheras son comunidades conceptualizadas como actores sociales con una identidad específica, desprendidas de una anterior categoría genérica que las subsumía en el mundo campesino general” (Palomar, 2001:50 -54). Por su parte, Patricia Arias sintetiza en cuatro rasgos distintivos centrales a la vida y la organización ranchera: a) la familia, y no las obligaciones comunitarias, es el elemento central para la organización individual y colectiva; b) la endogamia es el principal sistema para establecer y mantener alianzas; c) el individualismo, es decir, la prevalencia de una escala de valores en la que es 8 más importante la propiedad y los compromisos privados que la vida colectiva; y d) el respeto de los miembros de la comunidad a la autoridad eclesial y su apego a los preceptos morales de la iglesia, como piezas fundamentales de su organización social (Citada en Palomar, 2001:55). El archivo fotográfico de Pablo Ibarra da cuenta de la transformación de esta región alteña que era principalmente agrícola-ganadera, de rancheros hacendados, a convertirse en una región industrial, comercial y emprendedora. Las fotografías realizadas por Ibarra constituyen una fuente imprescindible para conocer quiénes eran, qué hacían y qué les importaba. Ante la magnitud del archivo, en tanto forma y fondo, podemos aventurarnos en proyectos que respondan preguntas como: ¿Qué legado dejaron aquellos alteños, que en la actualidad brinda posibilidades de reconocimiento? ¿Cómo opera aquel pasado en este presente? El Archivo Fotográfico de Pablo Ibarra, situado en la calle Colón #20 de Arandas, Jalisco, contiene más de 70 mil placas negativas que abarcan un periodo de 80 años (1928 – 2008) muchos de estos negativos nunca fueron positivados; sus múltiples temas engloban gran parte de la vida social alteña, en su cotidianidad, en sus múltiples formas de verse y representarse. Es lógico pensar que por el periodo que abarca el archivo, las imágenes que se produjeron sobre todo en sus primeras décadas de trabajo estén altamente influenciadas por los movimientos nacionalistas que se originan en la posrevolución. Conservando sus álbumes familiares y los archivos históricos, la sociedad de los Altos de Jalisco ha logrado conformar un vasto patrimonio visual que, podría pensarse, sirve para reafirmar sus expresiones identitarias, al argumentar que muchos de sus patrones de vida son heredados por generaciones anteriores, dando prueba material de ello las fotografías que guardan como legado histórico. Visto de esa manera, la fotografía ayuda en la configuración de identidades, las replica, las reproduce, las transforma, las mantiene vigentes y al paso del tiempo, quizá, las legitima. Hay en las fotografías de la vida cotidiana un registro detallado y continuo de la gente, sus procesos y sus relaciones interpersonales, su cultura y sus formas de auto representarse. Los archivos fotográficos como el de Pablo Ibarra (Arandas 1901-1973) se convierten entonces en piezas fundamentales para conocer, entender y relacionar épocas pasadas e intentar dar respuesta a interrogantes del presente. “Muchos archivos son destruidos de modo arbitrario por considerarlos no importantes o poco importantes, mientras unos cuantos pasan a ser sacralizados por su relación con los orígenes (Kingman, 2012:125)”. Gracias al trabajo de conservación de la Sra. Bertha Ibarra, los registros del Foto Estudio Ibarra por 8 décadas, han transitado en su naturaleza, cumpliendo una responsabilidad social, primero de registrar la vida cotidiana de múltiples actores, escenarios y acciones sociales, luego de ser un mecanismo para mantener viva la memoria, entendida como “una posibilidad de redención, de regreso al pasado para provocar un cuestionamiento, en términos políticos y éticos, pero también para reconciliarnos con el pasado, devolverle el rostro”. (P. 129 flacso 42). El archivo es producto de una rutina paralela al acto mismo de hacer las fotografías. Una rutina de ordenar, clasificar y guardar una parte del trabajo del estudio. Es importante dimensionar el valor de un archivo, en tanto que “no es simplemente una fuente de información: es un agente histórico de construcción del patrimonio” (Corona, 2011:126). Cuando la evidencia material del pasado comienza a hablar, se convierte en memoria viva, capaz de reproducir otros tiempos, otras formas, pero capaz también de generar nuevos diálogos, nuevas interrogantes, de darle nuevos rostros al presente. Para el ejercicio visual que este libro aborda, hablamos de dos sociedades en un mismo espacio, pero diferidos en tiempo. Una sociedad que produjo en su cotidianidad estas imágenes. Otra sociedad que heredó los espacios y algunas expresiones culturales. En este ejercicio diacrónico podemos formularnos preguntas a partir del archivo mismo, tales como ¿Qué valor tenían las fotografías en los años que se produjeron? ¿Qué función u objetivo cumplían? ¿Cómo transitan en el tiempo esas fotografías y se resignifican? Actualmente “hay una fuerte tendencia a convertir la memoria social en patrimonio” (Kingman, 2012:129)”, y en cierto modo, los trabajos realizados durante los últimos 5 años en el Archivo Ibarra, van encaminados a ello, a reconocer su valor histórico, estético, cultural y social, pero no con la intención de “sacralizarlo” como se mencionaba previamente, sino con el firme propósito de articular acciones diversas que permitan descubrir los procesos de transformación de la sociedad alteña. El reto que presenta actualmente el Archivo Ibarra es enorme, en tanto que se deben considerar acciones de conservación, catalogación, protección, difusión y su consolidación como Patrimonio Cultural no únicamente regional, sino nacional. Corona Berkin, Sarah. (2011) La fotografía de indígenas como patrimonio nacional. Artículo incluido en: De la Peña, Guillermo (coord.) (2011). La antropología y el patrimonio cultural de México. Tomo III. CONACULTA. México. Kingman, Eduardo. (2012). Los usos ambiguos del archivo, la Historia y la memoria. ÍCONOS 42, Revista de Ciencias sociales, FLACSO Ecuador. López Ulloa, José Luis (2002). Tierra, Familia y Religiosidad en los Altos de Jalisco: La Construcción de una Identidad, 1880-1940. Tesis. México, DF. - (2013). Entre aromas de incienso y pólvora: Los Altos de Jalisco, 1917-1940 (Primera edición). El pasado del presente. Ciudad Juárez Chihuahua, México D.F., Ciudad Juárez Chihuahua: El Colegio de Chihuahua; Universidad Iberoamericana; Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Palomar Verea, Cristina Guadalupe. (2001). El orden discursivo de género en los Altos de Jalisco. Tesis de doctorado en Ciencias Sociales, especialidad en Antropología Social. CIESAS Occidente. Salazar, Arnulfo; Ángel, Lucía; Gutiérrez, Daniel. (2015). Pablo Ibarra, fotógrafo alteño. Secretaría de Cultura del Estado de Jalisco. México. 9 La consciencia de conservar un acervo, tributo de amor y gratitud Laura Cristina Córdova Córdova Todo acervo corre el riesgo de perderse, toda vez que deja de ser resguardado por su creador. Su conservación depende del amor de quienes lo reciben como herencia material, cultural y emocional. E l acervo fotográfico Ibarra, pudo haberse perdido una vez fallecido Don Pablo Ibarra Aldana (1901-1973), si no hubiese sido resguardado y conservado por su hija la Sra. Bertha Ibarra Orozco, como un tributo de amor y gratitud a la memoria de su padre. “Mi padre, fue todo en mi vida” nos dice la Sra. Bertha con lágrimas en los ojos y el dolor más profundo por la añoranza de su presencia, pero con el corazón pleno de orgullo por su grandeza. Don Pablo, hombre visionario, consciente de lo necesario del registro fotográfico para la memoria colectiva como fiel documento, sembró en su hija con dedicación y esmero, el amor por su oficio y la enorme responsabilidad de la conservación del acervo en la más fructífera de las libertades, pues ella lo aprendió por amor no por obligación, él, le donó para sí misma un legado que le dio sentido a su vida y ahora ella nos lo comparte con la misma encomienda y fruto. Sra. Bertha Ibarra. 10 Foto Ibarra trabajó arduamente desde 1927 hasta 1973 con don Pablo al frente, luego de su fallecimiento, continuaron con el servicio sus hijas Bertha y Celestina hasta el año 2008. Ambas generaciones cumplieron su labor con fidelidad por 81 años. Cabe mencionar que el acervo; placas y negativos se encuentran en perfectas condiciones y ordenado cronológicamente, mención importantísima si consideramos que el archivo contiene más de 70 mil placas. La Sra. Bertha, no sólo ha resguardado los registros fotográficos, también los espacios: el laboratorio, el cuarto oscuro, el estudio; los muebles, las herramientas; los instrumentos, sobre todo las cámaras y los libros, con el mismo celo y fidelidad. En esta casa, impregnada de anhelos, se advierte en cada rincón la intención de congelar el tiempo, tal como en una fotografía se captura un tiempo y un espacio que aunque en la realidad ya no exista, la imagen permanecerá intacta por siempre. Este conocimiento que don Pablo les transmitiera a sus hijas de manera oral, con la demostración y la práctica, se desarrolló paulatinamente, principalmente en su hija Bertha desde que tuvo conciencia de sí, pues siendo ella muy pequeña, en su curiosidad y juegos infantiles, entraba y salía del laboratorio, veía a su padre realizar las fotografías, los registros, la preparación de sustancias, la seriedad y responsabilidad con que desempeñaba su oficio. Un conocimiento casi natural, cotidiano, que con el paso del tiempo, se convirtió en una forma de vida y adquirió en su consciencia un cariz de seriedad, al evidenciarse en su labor ésos vínculos entre fotografía y memoria, documento y arte (Valdez, 2015:9) que hicieron que el quehacer fotográfico de Pablo Ibarra, Bertha y Celestina, destacara por sus cualidades estéticas y documentales en una síntesis de poesía visual (Valdez, 2015:9) en que se recrea el momento histórico de cada fotografía. La Sra. Bertha nos ha compartido en entrevista, notas de su vida que dan cuenta de este proceso fascinante: Me crié viendo como trabajaba mi papá, entre el cuarto oscuro, las sustancias y todo lo que había, porque ésa piecita (señala con su dedo el cuarto frente al patio) diario ha sido el laboratorio, decía mi papá, y yo me acuerdo de ahí desde que yo nací, ya estaba allí el laboratorio, ya con las amplificadoras… todo. Tendría como unos 12 o 13 años al terminar la primaria, cuando mi papá nos dijo “ya váyanse enseñando”. Celestina vino aquí a la casa cundo yo tendría como siete u ocho años, ella era un poquito mayor que yo, se vino con la intención de estudiar la primaria y para que 11 me acompañara. A mi padre le preocupaba que una mujer no se preparara y un día le dijo al papá de Celestina que era su sobrino carnal “son muchos en tu casa, deja que se vaya con nosotros para que pueda estudiar y luego que siquiera los enseñe a leer y a escribir en el rancho”. Se quedó aquí terminó la primaria, pero Celestina ya no quiso regresar al rancho, había conocido otra clase de vida, entonces se quedó aquí hasta que murió y siempre nos vimos como hermanas. Y a raíz de eso, lo primero que nos enseñó mi papá a revelar, fueron los rollitos de las camaritas de cajoncito, que eran rollos de 126, 127 y 620 mm, de los aficionados. Pero no fue como una obligación, lo hacíamos el día que queríamos, y el día que no, lo hacía él. Nos decía -a ver me van a revelar esta cantidad de rollos- digamos unos cuatro, una vez una y luego otra vez otra, porque las dos no podíamos en el cuarto oscuro. Tenía que ser una sola, cuando nos poníamos a imprimir el papel o sea la fotografía, entonces sí lo hacíamos entre las dos. Al ampliar, cuando hacíamos las fotografías más grandes de 8x10, 11 x 14 pulgadas, éramos los tres en el laboratorio. Le ayudábamos a mi papá, poníamos los negativos en la amplificadora, pautábamos, como era papel más grande, cubetas más grandes, era otra la técnica. Como a los 15 o 17 años, ya empecé a agarrar el trabajo más de compromiso, un día mi papá nos dijo: “Bueno, pues tienen qué enseñarse a trabajar, porque no hay de otra, para que mañana o pasado no anden causando lástimas”. Mi papá toda la vida tuvo la idea de que todo mundo debía de superarse, fuera hombre, fuera mujer. La mujer, con más razón; en una ocasión oí un comentario de un amigo diciendo en relación a sus hijas, que para qué se instruían, que luego se casaban que para lidiar con el marido y con los hijos no necesitaban estudios. Mi papá le dijo: “pues mira, es cuando más deben de estar preparadas, para que se sepan defender, porque no sabes la clase de hombre que les toque, puede ser un marido que les dé todo lo que ocupen o un marido muy flojo que no les dé ni para comer, entonces la mujer debe estar preparada, no nomás el hombre; para que se sepa defender 12 y sepa salir adelante y no esté atenida nomás a lo que le dé el marido”. Nunca fue de la idea “no estudies”, si había aquí en Arandas, porque tampoco mi madre me hubiera dejado ir lejos sola, pero si había algo que yo o Celestina quisiéramos aprender o podíamos estudiar él nunca nos puso peros, al contrario. Así era no sólo en el trabajo, también en todas las cosas, siempre decía… “enséñense a hacer esto, porque no diario va a haber quién les ayude, simplemente, si iba a cambiar un fusible, lo que fuera… nos hablaba “vengan, se hace así de este modo, de este otro, enséñense porque no toda la vida va a haber quién se los haga, tengan o no tengan para pagar, no diario les van a hacer las cosas cuando ustedes quieran”, la frase que más nos repetía era: “enséñense, porque no toda la vida les voy a durar”. Así aprendí mucho de mi padre, siempre andaba con él, desde la edad de cuatro o cinco años, en la carpintería, en el cuarto oscuro, comprando el material fotográfico en Guadalajara, probando todo lo que al paso se me antojaba o lo que él quería que probara, yendo al cine domingo, lunes y martes, en la plaza comprando cacahuates o dulces para la función, cenando todas las noches con don Quillo… Yo fui feliz en mi infancia, en mi adolescencia, siempre al lado de mi padre, fui muy apegada, nunca anduve fuera de mi casa sin él. Me acostumbré a andar siempre con don Pablo, hasta el último día. Ahora, ya de grande me doy cuenta de que me gustaba tanto andar con él, por la ternura y la paciencia con que me trataba. Recuerdo el día que lo acompañé a Guadalajara a buscar a la persona que le hizo el logotipo y el troquel del estudio para las fotos y para la impresión en los sobres… íbamos por la calle Javier Mina u Obregón, una de ésas dos calles, caminando; cuando mi papá agarraba su paso caminaba muy aprisa, yo chiquilla de 5 o 6 años, nomás le estiraba la chamarra y le decía -acuérdese que lleva muchacha- y él sonriendo decía -¡Ay! Sí, ahora traigo muchacha- y ya caminaba más despacio y yo pues quería seguir el ritmo de él, por eso me acostumbré a andar muy aprisa. Ahora ya no puedo, pero esto lo digo como un ejemplo que muestra que mi gran amor por mi padre nació y creció porque él mostraba respeto a mi opinión, siempre me dejó libre para expresarme, me tomaba en cuenta, me escuchaba y respetaba mi forma de pensar. Cuando hacíamos las fotografías nos insistía sobre el tiempo de exposición -tienes qué ver si le faltó exposición según el negativo. Si está muy oscuro, tienes que darle menos exposición, si está más claro tienes que darle más y lo mismo ver en el revelado -que no se te vaya a pasar, porque si se te pasa queda más oscuro el sujeto-, cuando eso pasaba nos decía -¡Este ya se pasó de tueste!-. Él nos enseñó a retocar, a iluminar; que en eso Celestina era más hábil que yo porque era más paciente… nos enseñó todo: a que le preparáramos las sustancias, porque entonces no venían como ahora líquidas, ni mucho menos, tenían qué prepararse en báscula, una basculita así chiquita que tengo por ahí todavía, porque era de gramos, todas las sustancias venían en polvo y teníamos que diluirlas y hasta que se diluía una, ya que estaba bien diluida, se echaba la otra, en cierta cantidad de agua, cierta cantidad de sustancias, todo, tanto como para el revelado de película, como para el revelado de papel y el fijador que eran sustancias distintas. Ya después nos enseñó a revelar las placas, que era el negativo de profesional, lo mismo el revelado de papel para fotografías de profesional. Y también a conocer el término de todas las sustancias: el revelado, cuando ya habíamos revelado mucho, se empezaba a poner café, entonces ése había qué tirarlo y para seguir trabajando, teníamos que volver a poner sustancias nuevas, el fijador lo mismo. El fijador duraba más tiempo, pero ya cuando se empezaba a poner medio blanquiocito, había que cambiarlo. Lo mismo el agua para lavar las fotos, si cambiábamos revelado también el agua para lavarlas. Cuando no había luz eléctrica, imprimíamos con una vela. Eso eran las credenciales, cuando las pedían urgentes de un día para otro y que cuando íbamos a imprimirlas se nos iba la luz. Antes se iba la luz con mucha frecuencia, sobre todo en tiempo de lluvias. Era difícil y pues por lo menos eran seis fotografías, seis retratitos, si sólo era un pedido, pero había ocasiones en que venían dos o tres personas a solicitar ése trabajo como urgente. Entonces, pues a hacerlos con una vela, ni modo, el trabajo no podía esperar. En el cuarto oscuro no podíamos poner la prensa ni la luz porque no había, pues entonces, nos arrimábamos una vela junto al revelado, poníamos en una prensa de mano chiquita el negativo y le dábamos exposición con la luz solar. Para darle exposición al negativo o para imprimir en el papel, salíamos a la puerta ésa (señala la entrada al laboratorio que da al patio central de la casa) a darle exposición al sol y luego lo tapábamos con una toalla para que no le diera más luz, porque si no se nos velaba, y córrele al cuarto oscuro a revelar, una y otra vez, hasta que terminábamos un pedido o los pedidos que hubiera. Pero eso era, sólo con el trabajo urgente, nada más de credencial, porque siendo particulares de estudio o de sociales no. Ésas podían esperar hasta que hubiera luz, sobre todo por cuidar la calidad y evitar el desperdicio de materiales. Todas las fotografías panorámicas o de eventos particulares que hay en el archivo fueron tomadas por mi padre, a veces lo acompañábamos, no podíamos ir siempre por la escuela. Después de que él ya no pudo salir a trabajar, nunca quiso que nosotras saliéramos a trabajar fuera, decía -si se quieren retratar que vengan aquí. Todavía en 1965 salía a domicilio, aunque poco, después ya no. Entonces, lo que hay en el archivo de panorámicas, vida cotidiana y sociales fuera del estudio son anteriores a ésa fecha. Cuando salía a tomar fotos las dos íbamos con él, nos tocaba ser sus chalanes, le ayudábamos con el tripié, la cámara y cuando empezó a usar los focos de magnesio como flash, que entonces se ponían en un aparatito que te lo colgabas y prendía, pero como servían sólo para una toma tenías que tener listo para apretar el interruptor a tiempo y el foco para la toma siguiente, así que también éramos las encargadas de ir cambiando los focos para cada toma. Entonces, siempre que iba a usar los focos teníamos que ir con él para ayudarle, porque a veces se le olvidaba activar el flash. También lo acompañábamos cuando lo ocupaban para retratar “muertitos” pero nunca nos dejaba entrar a donde estaba el difunto, fuera un “angelito” o un adulto. 13 Nos gustaba salir con él a tomar las fotos porque nos divertíamos y aprendíamos mucho. Nos ponía a ver, nos decía –miren vean en la cámara, qué ángulo están tomando, hasta dónde alcanza, hasta dónde se ve, pues ya se retiran, se acercan, según se necesite con lo que quieran tomar y lo que ven-, así era el asunto, por eso nos gustaba acompañarlo. Las fotografías fuera del estudio, de panorámicas, vida cotidiana o de sociales las tomaba con diferentes cámaras de fuelle portátiles, más pequeñas que las del estudio pero también con tripié. Ya en 1958 más o menos, compró una camarita CONTAFLEX portátil que él se colgaba, y ésa fue la que usó desde entonces por lo práctico que le resultaba transportarla, la velocidad y calidad de las tomas… por eficiente. Para hacer estas fotos aprovechaba la luz natural y la composición la decidía según lo que tenía pensado, íbamos por ejemplo al Puente de Guadalupe, el día de campo, etcétera. Cuando mi papá quería usar de fondo un panorama en el estudio, le pedía a su amigo Francisco Martínez que se lo hiciera. Muchos años este señor tuvo su taller de pintura aquí en la casa, pintaba también las cabeceras y los adornos de los muebles que se hacían en el taller de carpintería que hubo también aquí. Don Francisco era compadre de mi papá, muy buen pintor y escultor, talló muchas imágenes de bulto y pintó a pincel varias fotos de personas, paisajes y todo, muy buen pintor que era. Los materiales fotográficos los comprábamos en Guadalajara, siempre compramos todo en Laboratorios Julio, de don Julio García, en la matriz por la calle Colón número 125 o en la sucursal de Av. Juárez, ambas en el centro. La seriedad, la atención, el apoyo y confianza de esta empresa fue muy importante para que nosotros pudiéramos realizar nuestro trabajo sin dificultades. En la matriz, trabajaba un señor que se llamaba Alejandro, lamentablemente no recuerdo el apeído, él se encargaba de los fotógrafos foráneos; de dar crédito, pedir materiales que se necesitaban y que no los había, de ayudarnos a resolver alguna dificultad. La sucursal de Juárez ya la cerraron, pero la matriz que fue la primer tienda de productos fotográficos en Guadalajara todavía está abierta. Cuando faltó mi padre en 1973, fue muy duro para 14 nosotras seguir trabajando porque no había cosa que no nos lo recordara o lugar al que no hubiéramos ido con él, pero había que seguir, la vida no se detiene. En el 2008, decidí cerrar el estudio porque los materiales se escasearon y encarecieron, ya había muchos más estudios fotográficos, casi todo mundo tenía una cámara, entonces ya no había mucho trabajo para nosotras, cuando Celestina falleció pues con mayor razón opté por cerrarlo. Todavía algunas personas vienen a buscar fotos de sus antepasados, porque quieran copias o porque se les haya destruido la que tenían, lamentablemente si no traen la fecha o el año en que se tomó es muy difícil encontrarla, pero aun así lo intento si me dan referencias que me sirvan, algunas personas se van molestas pensando en que no quise ayudarles, pero la verdad, buscar una foto entre tantísimas placas sin una referencia es casi imposible encontrarla. Después de cerrar el estudio, sólo había una idea en mi cabeza: conservar todo lo mejor posible para honrar su trabajo y su memoria. Porque en su trabajo hay tantas fotografías históricas importantes que pensar en que se destruyan, me parece un gran error y una injusticia. Ha sido muy difícil continuar porque los recursos se van acabando y con la vejez se vienen muchos gastos médicos pero Dios me ayuda. Me han pedido que les venda algunas placas, las cámaras o alguna otra cosa, pero no he querido por no desmembrarlo, yo tengo esperanzas de que se conserve completo, tal y como está en algún museo o alguna institución cultural, donde lo valoren y de verdad lo resguarden, lo cuiden y se dé a conocer su trabajo. Gracias a Dios que nos dio un padre lleno de virtudes, con el amor más profundo y preocupado por nuestro porvenir, que nos enseñó a ser tan independientes. Yo, qué hubiera hecho si no me hubiera enseñado a ser así, sola sin hermanos, sin hermanas ni nada… es muy duro. Así fue mi niñez y toda mi vida; don Pablo, siempre con su muchacha caminando a su lado. Valdez Marín, Juan Carlos. (2015). en Pablo Ibarrra. Fotógrafo Alteño. Foto Estudio Ibarra. El Arandas que fue Daniel Gutiérrez Gómez E l Arandas que fue, aquel que hemos dejado ir, que paulatinamente desaparece de nuestra memoria y que quizá pronto dejará de existir. Aún en la memoria de algunos queda el bello recuerdo de aquel Arandas apacible, con calles empedradas donde los portales que rodeaban la plaza principal eran escenario de festejos y actos religiosos, sociales o de simple convivencia, aún queda ese recuerdo de aquellos que bajaban al pueblo a los avíos y se encontraban con un pueblo de calles angostas, con escenarios dignos de postal o escenas de película, donde se continuaba la construcción de uno de los templos mas altos de México y que en todo el pueblo no había casa de más de dos pisos, con una gasolinera emblemática como lo fue la de la familia López, ubicada atrás del templo de San José. La gente de ranchos y haciendas vecinas llegaban principalmente los domingos primeramente a misa y después compraban las cosas necesarias para trabajar o comer hasta la siguiente semana en distintas tiendas o tlapalerías como las ubicadas en las esquinas de la plaza principal, donde con sus fachadas sencillas pero muchas de ellas con al menos tres puertas daban la bienvenida a todo aquel que quisiera pasar, en esas fachadas también se recuerdan los anuncios de aquellos productos de emprendedores arandenses, como medicamentos o refrescos que ahí mismo se vendían. Cómo dejar que el olvido borre aquella plaza de toros tan hermosa que se encontraba a unas cuadras de la parroquia, donde se realizaban desde corridas de toros, eventos políticos, religiosos o hasta exhibiciones de coches, aquella plaza de donde cuenta la historia se escaparon los toros un 12 de enero y recorrieron la plaza principal por un buen rato hasta que algunos valientes tomaron cartas en el asunto. Algunos cuentan cómo los portales de la plaza principal fueron perdiéndose para dar paso a ampliaciones de calles, para dar paso a la modernidad que venía acompañada de la inversión y creación de empresas, esos portales que adornaban las serenatas románticas, llenas de música y serpentinas cada domingo. Pero también en esos portales hay historias como cuando un señor ya algo mayor que recién aprendía a manejar buscaba estacionarse afuera de lo que era la gasolinera Pierce que después fue y sigue siendo el Café Peñita y al poner reversa no controló su camioneta y se estrelló contra los portales de tal manera que se fueron cayendo y fue imposible mantenerlos en pie, uno de los portales apagaba su historia. Arandas fue una joya dentro de la belleza que es en su conjunto Los Altos de Jalisco, tal así que la época de oro del cine mexicano no dejó pasar la oportunidad de inmortalizar esta región en una película y canción que muchos recordaremos. En este pueblo el gran compositor Manuel Esperón encontró la inspiración para escribir una hermosa melodía que deja ver entre sus líneas como ese pueblito bonito se metía en el alma y en los corazones de quienes lo conocieron en su mayor esplendor. La memoria está sujeta a las experiencias de cada persona, a lo significativo de cada momento, de los entornos, de la gente con que teje historias. Pero todo arandense guarda bellos recuerdos de este pueblo cuya tierra tiene el color de la sangre y del amor. No dejemos en el olvido ni tiremos la poca belleza histórica arquitectónica que aún da cierta identidad a esta tierra de la que sus habitantes somos más que orgullosos por el simple hecho de haber nacido aquí, recordemos, demos vida a esa memoria mediante estas imágenes que nos enseñan el Arandas que fue, pero también nos da la oportunidad de dignificar ese pasado con el reconocimiento a nuestro patrimonio. 15 El fotógrafo Pablo Ibarra en “El Salto del Gachupín”, ca. 1930. 16 “El Salto del Gachupín”, ca. 1930. 17 El potrero nuevo del Mezcalillo “El Refugio”. Jal. Agosto, 1o. - 1933. (Nota del autor). 18 El potrero Grande del mezcalillo. (Nota del autor). 19 El potrero de la presa. “El Refugio”. Jal. 8, 1o. - 1933. (Nota del autor). 20 El potrero de la Bolsa, y el de la presa. (Nota del autor). 21 Casa materna. “El Refugio”. Jal. 8, 1o. - 1933. (Nota del autor). 22 Huerta de duraznos. (Nota del autor). 23 24 25 Vista panorámica desde el libramiento sur. 26 Villa Sofía. Casa de la Sra. Sofía Camarena, en el Cerro de los Timones. 27 Convención Municipal del PNR a las 12 horas en la Plaza de Toros. Arandas, Jal. Agosto, 6 de 1933. (Nota del autor). 28 Conchita Cintrón, primera mujer torera en Arandas. ca. 1945. 29 El boliche estaba en el mismo edificio de la fábrica de hielo, fábrica de sombreros y los laboratorios de medicina del Dr. Álvarez. 30 Sentado, a la derecha, el pintor y escultor Francisco Martínez. Al centro la niña Bertha Ibarra. ca. 1943. 31 Esquina de la calle Pablo Jiménez, donde había una llave de agua potable proveniente del pozo del Gallito. 32 Recolección de agua que venía del Gallito. Calles Juárez y Pablo Jiménez. ca. 1945. 33 Colegio Manuel Martínez Valadéz. Edificio donde actualmente es la Unidad Deportiva. 34 Profesor Ángel Flores. ca. 1950. 35 El Club de Leones donó equipamiento al Hospital del Sagrado Corazón. ca. 1955. 36 De izquierda a derecha: Ma. Elena López Arias, Ma. de la Luz González Hernández, Alicia Camarena, Rosario López Arias, Marina López Arias y el Dr. Penilla. ca. 1955. 37 La linera, ubicada por la salida a Guadalajara, donde actualmente se construye la Casa de Pastoral. 38 Hornos de la linera. Ubicada en la salida a Guadalajara. 39 Paisajes Ibarrenses José de Jesús Hernández López El Colegio de Michoacán na de las fascinaciones de los fotógrafos extranjeros como el alemán Hugo Brehme (1882-1954), o los norteamericanos Winfield Scott (1863-1942) y Charles B. Waite (1861-1929) fue la vida cotidiana contextualizada en peculiares paisajes. Estos distinguidos personajes, conocidos como “fotógrafos viajeros”, recorrieron México a principios del siglo XX, con un pesado equipo fotográfico, hasta donde el ferrocarril se los permitió. En sus fotografías, indígenas y campesinos aparecían en situaciones ordinarias y por lo tanto sin posturas ensayadas; en ocasiones sí se les pedía cierta pose para que se registrara la actividad que se estaba llevando a cabo; no obstante por el hecho de efectuarse en contextos que no podían ser alterados, el ingenio y habilidad de los fotógrafos eran muy importantes para tener control de la luz del sol, de las nubes, la bruma o el sereno. U Fortino Cossyleón, tenía su propia fábrica de aceite de linaza. ca. 1940. 40 Haber sido testigos de los últimos años de la revolución mexicana y principios de un México que comenzaba a modernizarse les valió un merecido reconocimiento, sobre todo recientemente, con los festejos del Centenario de la Revolución Mexicana. En sus viajes para retratar la realidad nacional y plasmarla en postales, lograron capturar la esencia de los muchos méxicos que somos, dejándonos un valioso testimonio. Esto es así porque con sus fotografías dieron cuenta de cómo cada región tenía su ritmo, su estilo de vida, bien adaptado a los recursos y condiciones del entorno; además de dejar constancia de los rituales, ceremonias y eventos como el día de tianguis o las maneras en que se realizaban las celebraciones religiosas, y de su importante función en la formación del tejido social. En esa misma línea debemos ubicar a don Pablo Ibarra, quien además de retratos y fotografías de interiores, registró la vida cotidiana de la pequeña localidad rural alteña de Arandas, Jalisco. Ello lo hizo con un equipo más liviano que los utilizados por los anteriores personajes, y por lo tanto menos difícil de ser transportado más allá de los caminos, como se aprecia en su obra. Gracias a esas imágenes panorámicas pero también de las que fueron capturadas en una escala menor, es posible reconstruir costumbres y otras expresiones características del modo de vida de las sociedades rancheras mexicanas. Distintas analogías pueden hacerse a raíz de las estampas, pues con el pasar de las páginas pareciera como si fuéramos acompañando el desarrollo y la formación de la personalidad de Arandas, y por extensión de muchos otros pueblos. Entre las reproducciones seleccionadas para este libro, destacan las que evidencian el cercano contacto que los pobladores tienen con la naturaleza, pero también se observa el fundamental papel que juegan la religiosidad y sus espacios. Como notará el lector, la religión es central en muchas fotografías, pero aun cuando en otras tantas no parezca ser el motivo principal, de todas formas queda la impresión que alcanza a salpicarlas, pues por ejemplo, aunque se trate de eventos no vinculados con la iglesia, son los espacios públicos ligados a ese tipo de recintos los que convocan y atraen a la gente, cuestión que no sucede alrededor de oficinas de gobierno, como se puede observar en la página 78, que si bien es el jardín dedicado al prócer de la patria don Miguel Hidalgo, el castillo que se prepara y el telón de fondo, refieren a las festividades religiosas, celebradas en explanadas que forman parte de los recintos para el culto católico. De la misma manera el horizonte o skyline del paisaje urbano, según las imágenes de las páginas 136 y 137, muestra con claridad cómo la fe, representada en sus 41 edificaciones materiales, no tiene competidores, es lo más sobresaliente. Ese par de fotografías fue tomado, probablemente, desde el techo del Santuario del Sagrado Corazón de Jesús, otro espacio religioso, el cual en su momento cumplía su función porque marcaba el ingreso a Arandas por el lado oriente, una vez que se cruzaba el río Colorado. Por otra parte, la memoria visual aquí recuperada nos permite ubicar los avances técnicos y tecnológicos en su contexto histórico, así como tomar conciencia de la importancia de personajes como los sacerdotes, los maestros, las autoridades civiles y los benefactores, sea en lo que se refiere al progreso moral-espiritual como al físico, al civil y al socioeconómico de los arandenses. A más de medio siglo de que don Pablo “sacara” sus últimas fotografías -como también se decía-, por cierto todas ellas con diferentes finalidades, hoy son un patrimonio cultural que, incubado y protegido en Arandas, tiene una relevancia mayor, esto es, su valor rebasa con mucho la región en donde aquéllas se ambientan. Quiero centrarme en tres tipos de paisajes destacables en la selección que hace Arnulfo, quien ha participado en el rescate, organización, curado y visibilización de las imágenes que nos presenta en este magnífico libro. Me ocuparé menos por analizar dónde se ubica don Pablo para tomar las fotografías, y pondré mi atención en lo que posiciona frente al objetivo de su cámara. Para ello organizaré las imágenes en tres tipos de paisajes: El rural, el urbano y el social; en este último quiero poner en valor cómo indistintamente de que se trate del campo o la ciudad, la intención que se tiene es la de capturar vivencias, situaciones excepcionales y cotidianas de los lugareños, que como pieza de rompecabezas complementan las narrativas de acontecimientos históricos que han quedado registrados en obras escritas de la crónica local. 42 Paisajes rurales La escala adoptada por Pablo Ibarra en algunas de las imágenes, tal vez limitada por el equipo, pero tal vez debido más bien al interés de registrar la relación entre personas y espacio o naturaleza, es la del escenario. Es decir, el encuadre es mayor al de la escala humana, pero no la minimiza demasiado, permitiendo así entender cómo cada elemento visible tiene relación con los demás que están presentes en el recuadro. En las fotografías de las páginas 20 y 21, una de ellas tomada en “El potrero de la preza” y la otra al virar la cámara en “El potrero de la Bolsa, y el de la preza”, nos muestra un ejemplo de las múltiples unidades familiares que le dieron identidad, esto es, un estilo de vida y un ritmo peculiar a la región alteña. Es uno de los escenarios más característicos: la relación con el campo y con los animales, y voy a explicarlo. El grupo de 13 personas podría corresponder a una sola familia compuesta por tres generaciones al menos, y lo digo así porque además de abuelos, padres e hijos, en muchos casos tanto el ganado como los animales domésticos, a saber los de traspatio y los afectivos como perros y gatos, también forman parte de la familia. Dentro del potrero cuyos lienzos de piedra están bien delimitados, aparecen mujeres en el primer plano de la fotografía de la izquierda, dos de ellas sostienen sobre su brazo izquierdo a una niña y un niño respectivamente, es decir cerca del corazón y a ejemplo de la madre de Jesucristo -sabemos que es una práctica cultural porque en la imagen de la página 24 otra mujer carga de la misma manera a un niño-; en el mismo frente de la escena está un perro. En el plano medio aparecen más hombres que mujeres. Llama la atención que los hombres se hayan retirado el sombrero y que lo sostengan con la mano derecha, posiblemente para hacer visible sus caras y con ello distinguirse al imprimir la placa fotográfica. Las camisas de manta y los pantalones “de pechera” como se les conocía, caracterizan la vestimenta de los hombres. Las mujeres por cierto tienen la cabeza cubierta con rebozo -una además con sombrero-; esto era una señal de respeto con orígenes bíblicos, además durante mucho tiempo ese gesto también fue expresión de relación matrimonial, por eso una de ellas, menor de edad, no cubre su cabeza. La excepción es cuando se va al templo, ahí todas deben cubrir la cabeza con rebozo, o con “sevillana”. Pero la fotografía de esta familia extensa tiene un escenario. Éste nos ayuda a entender el modo de vida tan conectado con el “campo”, como le decimos los alteños: la homogeneidad de cultivos en el fondo de ambas imágenes da cuenta de la agricultura, las vacas rumiando en el perímetro del potrero evidencian la ganadería, y el mismo potrero se convierte al principio del verano en un espacio para recolectar hongos comestibles y flores para la cocción de tés, como la aceitilla. Esas fotografías junto con las de las páginas 22 y 23, muestran sustantivamente quién es el ranchero alteño, a saber, el que es capaz de arreglárselas con lo que tiene a su alcance para hacer una vida más que decorosa. Y si bien la naturaleza pudiera resultar áspera, escasa en sus bondades, yerma y flaca, contar con muchas manos para volverla productiva a fuerza de mucho trabajarla, es una manera de arreglárselas. La “Casa materna. El Refugio” complementada con la “Uerta de durasnos” son un espléndido ejemplo de la vivienda vernácula, no sólo de la alteña, aunque sí con sus particularidades, pues por ejemplo el durazno es una fruta introducida por los europeos que se adaptó sobre todo en zonas con climas templados, con temporadas secas, veranos calurosos, otoños fríos, y de preferencia con lluvias durante el invierno como son las cabañuelas. Para describir la vivienda tradicional lo primero que hay que decir es que era construida por los propios habitantes, organizados, y siguiendo los patrones heredados como parte de la tradición. Su carácter vernáculo se debe a que aprovecha como materiales de construcción los elementos que hay a su alrededor: La arcilla y el polvo para hacer barro, las piedras, la madera, la paja, los quiotes de los magueyes, las plantas y cactos utilizados como setos, linderos y mojoneras; todos estos elementos permiten además que las edificaciones hagan juego con el paisaje, es decir, como que armonizan al incrustarse en medio de la vegetación, o rodeándose de la misma. Un dato más es que suelen estar adaptadas a las condiciones climáticas: Durante épocas de calor suelen ser frescas, se mantienen secas durante las lluvias y en temporada de frío “guardan” el calor. Son una fabulosa estrategia adaptativa. La vivienda vernácula tiene un interior y un exterior, o dicho de otra manera, una parte construida para estar adentro y otra “al aire libre”, ya que no requieren de techo o de paredes, según sea el caso. En su conjunto las viviendas, sobre todo en zonas rurales o las que no eran cercanas al centro poblacional, se componen de habitaciones, que en algún momento se llamaron trojes, de cocina, baño, pozo, zaguán o corredor, umbral, patio y corral. Por ello no es común que dos casas estén pegadas como sucede en las ciudades. Las casas solían ser de piso de tierra, con muros de adobe o bardas de piedra cubiertas de barro, y por último el techo tenía una estructura de travesaños de madera o de quiote, formando una especie de triángulo que se cubría con tejas de barro cocido en forma de cuñas, unas con la cara hacia arriba y otras “acostadas” o al revés. Bajo el techo de dos aguas, para que el sol no pegara directamente, se construía un tapanco para guardar el maíz, el frijol, las calabazas y las pacas de trigo, que se cosechaban según la temporada; los primeros eran del tiempo de lluvias mientras que el último de invierno, cultivado sólo con la humedad de las cabañuelas. A veces alguno de los miembros de la familia dormía en el tapanco, entre la paja, y ello permitía el control de roedores. 43 Cuando los cuartos o habitaciones estaban separados solía llamárseles trojes porque también servían para almacenar los instrumentos necesarios para cultivar la tierra como el azadón y el talache, pero en la fotografía de la página 22, parece que la o las habitaciones están en un solo cuerpo, al fondo de los cuatro arcos. En las habitaciones sólo estaban los catres para dormir, acaso alguna silla y una petaquilla, y muchas alcayatas, clavos o estacas en las paredes, que servían para colgar la ropa, y las “sacas” o bolsas de ixtle utilizadas para el transporte de ropa, alimentos o herramientas. No faltaba alguna imagen religiosa, entre las más populares la Virgen de Guadalupe. Lo mismo había habitaciones con pequeños huecos que hacían las veces de ventanas, que otras totalmente oscuras, de ahí que las velas, veladoras y quinqués cuyos mecheros se humedecían en aceite o petróleo, solían estar a la mano, a veces en unas repisas en la pared, cerca de la entrada y a la altura de los ojos. En un extremo, y repegada en una de las bardas lateras de la casa, solía estar la cocina como un espacio aparte. En ocasiones el número de miembros de la familia o el clima determinaban si se comía adentro, cerca del comal, o afuera. Es decir, el comedor como un espacio contiguo a la cocina no existía. El fogón, como símbolo del calor materno, siempre encendido, aunque a veces abrigado bajo las brasas, era el centro de reunión. Ahí alrededor se ponían unos pequeños bancos de madera.Entre los cuartos y los arcos estaba el zaguán, lugar para tender la ropa, para que las habitaciones se ventilaran sin que pegara el sol directamente, y también era un espacio para comer en ocasiones, para desgranar las mazorcas de maíz, para tejer o bordar, para reparar las redes para pescar, las herramientas de trabajo o las sillas que se tejían con fibras extraídas de las pencas de los magueyes; era un espacio de convivencia o para jugar con las mascotas, éstas siempre importantes para dar aviso con ladridos sea de la presencia de desconocidos como de animales no habituales, entre los cuales se encontraban los alacranes, víboras o coyotes. 44 El baño solía estar por lo general alejado de la vivienda, en la parte trasera y cerca del corral o del huerto, y consistía en una letrina. Por el contrario la ducha se realizaba cerca de la pila de agua, que a su vez estaba ubicada estratégicamente cerca del lavadero. Éste era un espacio multifuncional: Ahí se lavaba la ropa, se fregaban los trastes, se preparaban la comida y los remedios. De lo anterior se desprende que, a diferencia de lo que hoy sucede, mucha de la convivencia y socialización de las familias no ocurría adentro de la casa sino en el zaguán, en el patio o jardín delantero, en la huerta o en el corral; era afuera de los cuartos donde se pasaba buena parte de la vida. Por ello voy ahora a hablar de los espacios afuera de la casa. En la fotografía de la página 22, el umbral es ese pequeño lugar que se encuentra entre el lindero de la propiedad y la parte construida, tiempo después en muchas casas ese espacio se transformó en el pasillo; sobre todo en fincas que quedaron dentro de las actuales ciudades. Esa distancia era importante cuando había visitas o desconocidos frente a la puerta de entrada, es decir, cumplía una función estratégica al impedir esa sensación de sentirse invadido; pasar a la casa era una verdadera expresión de apertura, confianza y hospitalidad. A los lados estaba el prado, jardín o patio, un espacio eminentemente femenino porque ahí se cultivaban plantas y flores con diferentes intenciones: La primera era la de adornar la casa, un asunto importante para el prestigio de las mujeres; pero además ahí había espacio para plantas medicinales, necesarias para cocinar, para ciertos rituales religiosos, y para ahuyentar insectos, por ejemplo. No faltaban el orégano, la hierbabuena, el té de limón (zacate de limón), ni la ruda. En términos ecológicos esos espacios eran estratégicos porque atraían a muchos polinizadores: colibríes, abejas, mariposas y por las noches murciélagos y otros insectos. Nótese en la misma fotografía que hay un lindero para la vivienda vernácula doblemente indicado: Primero por plantas en forma de seto, que crecen como enredaderas probablemente sobre una cerca de piedras, y un organal, o lindero de órganos, que al crecer impedían que la vivienda pudiera verse totalmente desde afuera, pero además servían como una especie de gran corral para las gallinas y guajolotes imposibilitados para saltar la cerca durante el día; por la noche esos cercados protegían a las aves de sus depredadores. Cada elemento cumplía una función muy concreta. En la parte posterior estaba el corral, a veces con un pequeño tejaban donde se amarraba el caballo o el burro, y se resguardaba la yunta para arar la tierra. Ahí convivían reses, chivos, cerdos, guajolotes, gallinas y conejos. Alimentados con desperdicios de cocina, maíz, hierbas y hojas verdes se criaban los animales. Lo mismo que el maíz y el frijol, el huevo y la leche eran alimentos cotidianos. A veces había una división para la huerta, pero en otros casos mientras los árboles crecían se les ponía alguna protección para evitar que los animales del corral se los comieran. Mientras el jardín es un espacio más femenino, la huerta es dominio masculino, como se aprecia en la página 23. Característicos también de las viviendas vernáculas son los árboles de gran porte cuya función era la de proporcionar sombra y refrescar en temporada de calor. Un fresno, un capulín, un zapote o un gigante, sobre todo en las zonas distantes de los arroyos y riachuelos, eran buenos aliados para guarecerse bajo su manto. La ubicación de la casa solía responder tanto a la salida del sol como al momento en que aquélla quedaba de frente a los rayos, en ocasiones también se consideraban las corrientes de aire frío, así que de ser posible, las casas solían tener la entrada de cara al sur o al este, tal como sucede con la parroquia de Santa María de Guadalupe o del Templo del Señor San José. Los lienzos de piedra que aparecen en varias fotografías y que protagonizan la escena de la página 25 son característicos de las zonas ganaderas alteñas. Donde la agricultura es la actividad preponderante son otras las estrategias para delimitar los predios, pero en estas rancherías como medida preventiva del posible desperdigamiento de los animales, lo más efectivo es levantar lienzos de piedra. Éstos solían tener una estructura peculiar para garantizar su fortaleza: además de empezar de las piedras más grandes y pesadas a las de menor tamaño, solían tener las piedras anudadas o incrustadas, es decir, la de la fila inmediata superior se entreveraba en las dos inferiores, haciendo cuña, para evitar el corrimiento o desarme de toda la cortina. Y las pequeñas piedras daban nivel y soporte. Un dato que igualmente conviene destacar es que en un contexto donde los documentos eran de difícil acceso, y en el cual la palabra tenía tanto o más valor que el papel, la delimitación de los predios con ese tipo de linderos, era una huella en el paisaje, y una manifestación de titularidad. Si se me permite hacer una paráfrasis podríamos decir que en estas sociedades “por sus cercas los conoceréis”, esto quiere decir que al ver una cerca derecha y fuerte se podía imaginar al propietario y su talante, lo mismo que cuando se cruzaba un portillo o se levantaba un falsete se sabía en la propiedad de quién se estaba ingresando. Estos elementos eran representaciones de los dueños. Con un dejo de nostalgia, las fotografías de las páginas 16, 17, 24 y 25, deberían provocarnos un cuestionamiento con respecto a en qué momento nos desencontramos con los ríos que, de un lado a otro, recorrían las miradas y refrescaban el cuerpo, la mente, el corazón y el espíritu de nuestros padres y abuelos. ¿Cómo fue que los dejamos escapar o que permitimos su ausencia? El descuido de arroyos y ríos a los cuales se acudía para nadar, socializar, pescar, comer, jugar, descansar, ha comprometido una de las dimensiones básicas de la identidad alteña: la de volver productiva y renovable una naturaleza que parecía incapaz de lograrlo por cuenta propia, como si del “a ver cómo nos las arreglamos”, tan distintivo de la identidad alteña, hubiéramos transitado al “a ver cómo se las ingenia la naturaleza”. 45 Paisaje urbano La lente de Ibarra registra cómo, a la par de la construcción el templo de San José Obrero, se iba levantando uno de los monumentos identitarios más importantes de los últimos 80 años de Arandas. La modernización se va extendiendo horizontalmente, va trazando sus líneas en carreteras y ensanchándose sobre suelos rojos para dejar paso a carretas, carruajes y vehículos motorizados de mayores dimensiones; en ocasiones hay que construirles puentes para que las nuevas vías carreteras sigan su camino interconectando Arandas con León o con Guadalajara, pero la edificación de un símbolo en el cual se condensa la religiosidad popular local se va levantando sobre el plano vertical. La cámara relata el proceso: Arandas está germinando, no será más un punto de paso en el horizonte, sino un referente en el paisaje, visible por su templo a leguas de distancia, desde cualquier punto cardinal. Es como una suerte de juego entre inversión estatal y concentración de la fe: Por una parte las carreteras son arterias abiertas hacia el exterior, por otra las edificaciones religiosas purifican otras arterias que comunican con el interior para materializarlo en obras igual de grandes. Todo ello sucede en un contexto específico: La Cristera había roto los caminos con el Estado, y arrinconado las expresiones de fe lejos de las iglesias. Ambas instituciones buscan reivindicarse dejando su huella en el territorio. Pero el paisaje urbano, que marca distancia de lo rural con sus recursos, tiene un prolongado crecimiento de casi cuatro décadas, según el relato visual de Ibarra. A la par del templo de la fe, se van erigiendo el templo del saber, ejemplificado en las fotografías 34 y 35, y el templo del deporte inaugurado con olimpiadas, que se ilustran de las páginas 92 a la 96. Culminará este desarrollo con la formación de una clase obrera, que beneficia las materias primas, es decir, que aprovecha insumos de la naturaleza para transformarlos 46 en tacones, sombreros, medicamento, dulces de leche o aceite de linaza. Las nuevas fuentes de empleo eran sobre todo masculinas, pero dejaban espacio para la aparición de las mujeres, quienes durante mucho tiempo enredadas en ese rebozo de cuatro paredes que era la casa, veían a través de rendijas cuán estrechas oportunidades tenían de andar por las anchas y empedradas calles. En ese sentido es por demás interesante la comparación y el contraste entre las fotografías de las páginas 40 y 41 con las de 56 y 57. En éstas últimas queda constancia inobjetable del papel de las mujeres como cimientos sólidos de la fe, de cuando en cuando visibles en el exterior, y casi siempre manifiestas en el ornato interno de las iglesias. Pero si en ese testimonio es la vestimenta opaca la que sugiere el recato y el bajo perfil de las mujeres, en las de la página 59, la aparición de señoritas con uniformes color blanco, pasan a ser una señal de higiene y limpieza, así como de otro tipo de pureza: de la que se obtiene mediante procedimientos químicos realizados en los laboratorios para obtener medicamentos. Sobre esto volveré a hablar más adelante. Paisaje social Los paisajes sociales refieren a las fotografías donde colectivos humanos aparecen compartiendo un espacio con un objetivo común. Se trata lo mismo de celebraciones religiosas, que de festividades civiles, conmemoraciones, eventos políticos o encuentros deportivos. También se consideran en el mismo apartado a grupos de personas realizando alguna actividad laboral. En la selección destacan una convención municipal, una corrida de toros, una procesión de cristeros, un congreso nacional guadalupano, reunión de la orden tercera de San Francisco de Asís, la olimpíada de los Altos, el día de campo en los alrededores del Puente de Guadalupe o en La Alfalfa, la manifestación pro-Cárdenas, visita del gobernador del Estado, y del Presidente de la República, muchos de ellos fueron sucesos que se presentaron sólo una vez en la localidad. En cambio, otros representan circunstancias cotidianas pero que igualmente deben ser considerados como paisajes sociales, por ejemplo el juego de boliche, el mercado municipal, la fábrica de sombreros “Azteca”, los laboratorios Nordín, la fábrica de chiclosas “La Vaquita”, el jardín Hidalgo, las fotografías del Regimiento, la introducción de drenaje y alcantarillado o el empedrado de calles. En todas ellas ubicamos el escenario, el tipo de acontecimiento, la forma de celebrarlo, inclusive si hay un orden preciso, es decir, la organización que existe, además del motivo y el papel que cumple en la formación o mantenimiento del tejido social. Vemos cómo entre 1928 y 1940 los arandenses participan en la Cristera teniendo como líderes morales a algunos sacerdotes, para defender la fe, y algunas de las cosas que estaban asociadas a la Iglesia como eran, por ejemplo, la manera de organizar el territorio, de repartir la tierra, y la educación que debía ser impartida. Pero en pocos años se celebran las Olimpiadas de los Altos, se recibe a políticos estatales y federales, y van apareciendo actividades económicas que conectan al pueblo con mercados nacionales como es el caso de la fabricación de aceite de linaza. En las páginas 28 y 29 se ilustra cómo la plaza de toros era un escenario para congregar a los parroquianos por diferentes circunstancias. Como se sabe, ese tipo de espacios, de influencia española, calaron mucho más en sociedades rancheras, mestizas, que en las indígenas. Primero se trata de una “Convención municipal a las 12 horas en la Plaza de Toros”, celebrada en agosto de 1933. Los parroquianos casi abarrotan la gradería de la bella edificación con una arquería que rodea toda la plaza. Los sombreros, una estrategia adaptativa para “taparse del sol”, nos ayudan a pensar en una sociedad agroganadera; no debe dejarse de lado que así como cumplen una función frente a la radiación solar, los sombreros también son elementos para caracterizar la personalidad de quienes los portan, es decir son importantes distintivos sociales. En la imagen predomina un tipo de sombrero, sin embargo contando de arriba hacia abajo, en la segunda grada, más o menos en dirección de la tercera columna de izquierda a derecha, un personaje viste con un traje más urbano y porta un sombrero diferente. Lo mismo sucede con algunos personajes que se ubican bajo la arquería o andanada. La convención, cualquiera sea el asunto, resulta ser prácticamente masculina. La excepción es una mujer ubicada en la parte baja, en el pasillo de una de las puertas; su presencia no es relevante, y para muchos pudo pasar desapercibida. En la imagen siguiente, doce años más tarde, Conchita Cintrón, se presenta en la misma plaza, y el paisaje es semejante, el escenario está abarrotado, pero ahora se trata de una corrida de toros. Es 1945, y ella es la primera mujer torera en Arandas, y es el centro de referencia. El paisaje es predominantemente masculino, sin embargo tras la barrera y en las primeras filas del tendido hay muchas mujeres, sobre todo a la izquierda de la imagen. Esto es, queda la impresión de que había una sección reservada para ellas. Por el contrario, la iglesia, el hospital y trabajos delicados como la elaboración y empaque de medicamentos, a los cuales ya me referí antes, son espacios femeninos. De hecho así podrían leerse e interpretarse casi todas las fotografías que forman este libro: desde una división espacial por géneros, bastante marcada. En la página 59 se da cuenta de cómo antes del ingreso de las mujeres a trabajar en la taconera de Manuel Anguiano o en “La chiclosa” de los Bañuelos, los productos farmacéuticos -cuya publicidad dicho sea de paso aparece en 47 diferentes fotografías-, por ejemplo los Rojtier de don David Ramírez Jiménez, su esposa Bertha Fruchier Michel y del señor David López, pueden ser considerados como los pioneros en la formación de una clase obrera femenina en el contexto local. Las tomas se realizaron en 1947 año en que nació el laboratorio Nordín, pero entre esas mujeres y la generación que le antecede en edad, la cual aparece en las páginas 70 y 71, ya hay una distancia ideológica; ello no obstante que las fotografías de las mujeres adultas fueron tomadas tres y once años más tarde. Las jóvenes que trabajan en hospitales y en los laboratorios tienen una expectativa de vida diferente, sus trayectorias laborales y biografías han comenzado a transitar en otras direcciones. Tal vez ello explicaría un vocacionamiento femenino hacia la enfermería, y más tarde que el propio CONALEP ofertara la carrera de profesional técnico en enfermería. Ciertos espacios habían sido designados para las mujeres a partir de actividades muy concretas, siempre ligadas a la crianza de los hijos y a consolidar la fe. Aunque podría decirse que la fe se mantiene en tiempo de paz por las mujeres piadosas, recatadas, prácticamente cubiertas desde la cabeza hasta los pies, y que en tiempos de guerra la misma fe se defiende por la vía de los cristeros, hoy sabemos que el acicate para volverse cristero también provino de las mujeres, no obstante, las calles tardarían en ser escenario para ellas pues no quedan registradas, véase las páginas 52, 112, 113, 114 a 117. Tal vez donde más sea visible la posibilidad de contacto entre géneros, porque la presencia de las mujeres es tan importante como la de los hombres, es en el día de campo, una celebración compartida por otros pueblos alteños como Jesús María y Ayotlán; es un bello festejo para mostrar la reinterpretación local de acontecimientos nacionales: tras la conmemoración de la Independencia 48 de México, que acabó con la esclavitud, las distinciones raciales y la opresión, el día 17 de septiembre se realiza este día de campo sin distingos de clase y género. Esto es, si bien es cierto en la inauguración y clausura de eventos deportivos, suele invitarse a madrinas para acompañar la comitiva y darle un toque de elegancia y distinción al acto, en el anual paseo del 17 de septiembre se presenta la posibilidad de ser mujer sin ocupar un rígido papel en un ritual, véase las fotografías a propósito en páginas 118, 120 y 121. Por último, uno de los paisajes de la vida cotidiana más significativos podría ser el que simboliza a los barrileros, personajes encargados de recolectar el agua de los nacimientos ubicados en El Gallito. Inolvidables los botes cuadrados de “hojadelata”, así como los baldes o cubetas del mismo material. El uso de este tipo de recipientes tenía su complemento en el oficio de “hojalatero” a quienes todavía en la década de los ochenta se les podía encontrar. Las familias que vivían en casas donde no se contaba con pozo, debían estar pendientes de la pasada del barrilero quien en un improvisado carro movido por un caballo transportaba un barril con agua. El acomodo de los envases es interesante porque indica el turno en el que se formaron, importante por si se llegaba a acabar el agua en la primera pasada. La relación entre el aguador y los vecinos se volvía tan ordinaria que el barrilero llegaba a conocer a los dueños de cada uno de los botes, así como sus respectivas personalidades. Era pues un Arandas donde todos se conocían, y en el cual los objetos asimismo eran una especie de extensión de la personalidad. Imaginando paisajes Al reflexionar sobre los paisajes capturados por don Pablo Ibarra, uno de los pioneros de la fotografía alteña, caigo en la cuenta de que en menos de un siglo Arandas ha pasado de unos cuantos miles de habitantes a casi cien mil. Muchos escenarios, oficios y celebraciones han desaparecido o dejado su lugar para que sean ocupados por otros más modernos o acorde a las nuevas generaciones, empero sería interesante que a raíz de la recuperación de este patrimonio se promovieran diferentes eventos culturales. Uno de los primeros tendría que ser, así lo creo, un homenaje a don Pablo Ibarra y a las hermanas Hernández, pioneras de la fotografía arandense. Dado que todavía hay familiares, amigos y personas quienes los conocieron valdría la pena videograbar relatos y narraciones con las cuales enriquecer las fotografías. Otro ejercicio, con este libro en mano o con las fotografías en tamaño panorámico podría ser el de invitar a adultos mayores a que describan qué ven en las fotografías, que narren los sucesos que en cada uno de esos escenarios tenían lugar, es decir, que los llenen de sentido, y que éste pueda ser reproducido en los nuevos formatos accesibles a través de las redes sociales. Desde esta sensibilización, pienso, podría ser posible la recuperación de algunos espacios, pero más importante, el destinar muchos otros nuevos espacios para las nuevas generaciones, apoyados en la cultura de nuestros abuelos y bisabuelos, donde se pueda entrar en contacto con la naturaleza, fomentar el tejido social sin distingos, y fortalecer la identidad arandense. 49 Mercado municipal. A la izquierda de camisa cuadrada: Alfonso Hernández Gutiérrez, al centro de sombrero Trino Alatorre y a la derecha de camisa blanca: Cleofas Hernández. 50 Mercado Municipal. 51 Casa de huéspedes en la esquina de Hidalgo y Francisco Mora. Frente a la Plaza Principal, donde posteriormente fueron oficinas de Camiones de los Altos. ca. 1945. 52 Dulces Familia Ortega. Portales calle Marcelino Álvarez. 53 Departamento de maquinaria y personal de la fábrica de sombreros la “Azteca”. Juan Moreno e hijo. Independencia 27, Arandas, Jal. (Nota del autor). Al centro el niño Leopoldo Rivas. 54 55 Montaje e instalación. G. Martínez Carrillo. Enero 1o. - 31 octubre 1942. (Nota del autor). 56 “Armador” (Nota del autor). 57 Laboratorios propiedad de David Ramírez y David López, ubicados por la calle Francisco Mora, a un costado del mercado municipal. Abajo se ubicaba la Farmacia Central. 58 59 Fábrica “La Vaquita”. En calle Corona, entre calles Moctezuma y Bocanegra. 60 Fábrica de chiclosas “La Vaquita”, ubicada en la calle Corona, entre Moctezuma y Bocanegra. 61 “Cristeros”, ca. 1928. 62 63 Celebración del jueves primero. Arandas, Jal. Octubre 5 de 1933. (Nota del autor). 64 Diciembre 3 de 1942. Arandas, Jal. (Nota del autor). 65 Santuario del Sagrado Corazón. 66 Celebración del 15 de diciembre de 1941. (Nota del autor). 67 Congreso nacional Guadalupano. Parque Hidalgo. ca. 1956. 68 Asociación nacional de trabajadores Guadalupanos. ca. 1958. 69 Fiesta de Intronización del Sagrado Corazón de Jesús. Aparece el Sr. Cura Ramos y de acólito Jesús Sainz Martínez. ca. 1958. 70 Venerable Orden Tercera de San Francisco de Asís. ca. 1950. 71 Fachada del Templo San José Obrero, ca. 1930. 72 73 74 75 Taller de canteros a un costado del Templo San José Obrero. 76 77 Jardín Hidalgo. Vista desde Obregón y Moctezuma. ca. 1957. 78 Jardín Hidalgo. ca. 1950. 79 Jardín Hidalgo. ca. 1940. 80 Jardín Hidalgo. ca. 1965. 81 Gasolinera Nucho, de la Familia López. Esquina de 16 de septiembre y Obregón. ca. 1957. 82 Parque Hidalgo, vista hacia calle 16 de septiembre. 83 Regimiento en el patio del Cuartel, ca. 1934. 84 85 Cuartel construído por miembros del 3er. Escuadrón del 54 Rto. de Caballería. Arandas, Jal. Julio 1o. de 1932. (Nota del autor). 86 87 Patio del Cuartel. ca. 1932. 88 89 Patio del Cuartel (abandonado). ca. 1950. 90 91 Olimpiada de los Altos. Esperando desfile. Arandas, Jal., Mayo 5 de 1932. (Nota del autor). 92 Olimpiada de los Altos. Desfile de campesinos. Arandas, Jal., mayo 5 de 1932. (Nota del autor). 93 “Campo de aviación”, ubicado en Rancho Santa Bárbara. ca. 1930. 94 Olimpiada de los Altos. Contingentes deportivos y musicales. Mayo 4 de 1932. 95 Olimpiada de los Altos. 1932. 96 Visita del General Juan Zoto Lara Jefe de la 15a. Zona militar. Arandas, Jal. Julio 9 de 1936. (Nota del autor). Segundo de izquierda a derecha con bufanda: Presidente Mpal. José Torres Vargas; tercero de derecha a izquierda con bastón: Dr. Morales. 97 Remodelación del Palacio Municipal, siendo Presidente el Sr. Bruno Orozco. 98 99 100 101 ¿Qué emerge al excavar un archivo? Encuentro, memoria y paisaje en las fotografías de Pablo Ibarra Dra. Gabriela Zamorano Villarreal Centro de Estudios Antropológicos El Colegio de Michoacán uando vi por primera vez las imágenes que componen este libro me punzó una inesperada familiaridad. Sin haber visitado o estudiado nunca la región de los Altos de Jalisco, había detalles en los que mi mirada se detenía de forma involuntaria, como intentando escarbar entre recuerdos escurridizos. En los paisajes de agave, caballos, estanquillos bordeados por muros de piedra, cascos de haciendas, plazas de toros, calles empedradas, plazas y casonas de adobe, ubiqué recorridos que solíamos hacer en visitas al pueblo donde creció mi madre, que se localiza en otro extremo de lo que llaman región del Bajío, en la frontera de Querétaro con Guanajuato. C Intenté enfocar mi atención en datos más objetivos para dialogar con las imágenes, pero el retrato de Conchita Citrón, la primera mujer torera, tomado en la Plaza de Toros de Arandas en 1945, junto con los vestidos y peinados de un grupo de mujeres representantes del Club de Leones en el Hospital del Sagrado Corazón, me llevaron insistentemente a ese campo íntimo del recuerdo y el anhelo familiar. Varias veces mi madre nos contó con orgullo sus deseos y primeras prácticas para convertirse en torera; y, podría sobreponer sin dificultad el rostro de mi madre y sus hermanas a los vestidos y peinados de las jóvenes que posaban de pie en la imagen del hospital. Recepción al C. Gobernador Lic. Sebastián Allende, Gobernador electo C. Everardo Topete, Divisionario A. Mange, Diputados y demás acompañantes. Arandas, Jal. 10 de enero de 1935. 102 Decidí entonces navegar las fotos más libremente en esa primera vez, dejar fluir mi mirada por esos recuerdos equívocos y por esa extraña sensación familiar con respecto a un lugar y tiempos totalmente ajenos. Las fotos de cristeros se vinculaban con los interminables relatos de mi madre sobre cómo su familia vivió esa guerra; y las de las escuelas me llevaban a completar los escenarios muchas veces narrados de mi madre sobre el trabajo de mi abuelo como maestro rural, y sobre momentos de su niñez en el salón de clases, maestras y desfiles que de muchas formas moldearían su futuro como maestra de primaria en la Ciudad de México. Aunque pude haberme deslindado de la evocación familiar para escribir este ensayo sobre las impactantes imágenes del archivo de Pablo Ibarra, decido más bien partir de esta aproximación a los aspectos afectivamente “punzantes”, en palabras de Roland Barthes, que vinculan las imágenes ahora históricas del cotidiano de una región. Se dice comúnmente que las fotografías son detonadores de memoria, y muchas veces se habla de su potencia para fortalecer, proyectar, o “refractar” identidades1. Mediante la presente aproximación a la historia y contenido del archivo fotográfico de Pablo Ibarra, exploro las maneras en que el grupo de imágenes que constituyen este libro se vincula con memorias e imaginarios compartidos en torno a una región que, a su vez, se ha consolidado como icónica de la nación mexicana. 1 Karen Strassler (2010) plantea la noción de “visión refractada” para complejizar la asociación común de que la fotografía refleja o representa lo retratado en Refracted Visions: Popular Photography and National Modernity in Java. North Carolina: Duke University Press. 103 Parto de la premisa de que los primeros acercamientos a una imagen de archivo nos llevan a buscar reposo en los detalles que nos resultan familiares, cercanos o afines. Éstos materializan, encarnan, completan o anclan recuerdos y deseos específicos, que al ser compartidos contribuyen a generar y reformular imaginarios colectivos. A su vez, se trata de construcciones marcadas por afectos y subjetividades comunes en torno a una comunidad o región. Lo que abre un archivo En 2011, Arnulfo Salazar junto con un equipo de jóvenes de la región de los Altos --algunos de los cuales son colaboradores de esta publicación--, llevó a cabo un proyecto para conocer y difundir los archivos fotográficos locales. Uno de los hallazgos más significativos fue el encuentro con el archivo de Pablo Ibarra, que implicó el inicio de una fructífera colaboración y relación con Bertha Ibarra, hija del fotógrafo y heredera del oficio y archivo. Arnulfo relata que cuando visitó Arandas para localizar el Estudio Ibarra fue difícil encontrar la dirección exacta porque justo Doña Bertha había decidido retirar el anuncio del negocio hacía unos días, debido a que ya no podía seguir atendiendo a la clientela que la seguía buscando para retratarse. Este detalle es significativo porque el archivo pudo, como sucede con muchos otros, quedarse en el ámbito familiar, en un relativo anonimato, y con el riesgo de eventual deterioro a pesar del cuidadoso resguardo que Doña Bertha hace de ésta y todas las pertenencias que conserva del oficio de su padre. Este momento en que el Estudio Ibarra dejó de producir fotografías y se volcó a organizar, preservar y difundir las imágenes que fueron tomadas desde 104 inicios del Siglo XX, fue también una forma de declarar al archivo como tal y, consecuentemente, de abrirlo al presente. Durante los siete años que han transcurrido desde este encuentro, Arnulfo y Bertha Ibarra, con el apoyo de colaboradores, se han encargado de limpiar, resguardar, digitalizar y catalogar el archivo, además de editar en 2016 una publicación de muy buena calidad sobre una selección de fotografías principalmente de estudio2, y de organizar varias exposiciones con material del archivo en la región. ¿Qué emerge cuando se abre un archivo? Un aspecto muy significativo de este proyecto es que las imágenes fueron producidas a lo largo de casi todo un siglo en una misma región por un fotógrafo que nació y vivió en ella; y que su actual circulación se concentra, en primera instancia, en diálogo con esta misma región. Una primera pregunta que surge en torno a este proceso es cómo dialogan los habitantes alteños con estas imágenes. Volviendo a las reflexiones iniciales de este ensayo, ¿qué detalles en las imágenes resultan familiares, detonan afectos personales? ¿Qué aspectos en estas imágenes completan o encarnan algún recuerdo? ¿Qué en ellas reitera coincidencias o elementos compartidos? ¿De qué formas estos encuentros con el archivo contribuyen a campos o formas comunes de mirar o de recordar? Y, ¿de qué manera estas redundancias se relacionan con la compleja noción de identidad? 2 Arnulfo Salazar, Lucía Ángel y Daniel Gutiérrez, 2016. Pablo Ibarra. Fotógrafo alteño. Foto Estudio Ibarra. Cotidiano y localidad Bertha Ibarra nos recibe en un acogedor espacio en el patio de su casa, ubicada en pleno centro de Arandas. Se trata de una hermosa casona antigua con patio central amplio y el característico piso de mosaico blanco y negro que aparece en muchos de los retratos del estudio. Cada rincón de la casa parece un pequeño escenario que ha sido creado cuidadosamente. En este lugar el estudio permaneció la mayor parte del tiempo, diseñado con mecanismos especiales para iluminar con luz natural. Una de las habitaciones que rodean el patio funcionó como laboratorio y ahora alberga al archivo. Fue en este espacio, habitado por la misma familia casi por todo un siglo, donde Pablo Ibarra generó la mayoría de sus imágenes y donde enseñó el oficio a sus dos hijas. Es aquí donde Bertha relata que su padre era originario de una ranchería cercana y que de joven, al salir a trabajar en una hacienda, comenzó a interesarse en la fotografía y a estudiar el oficio por correspondencia. Pablo Ibarra vivió su vida entera en la región, y sus fotografías atestiguan un transcurrir cotidiano cercano con frescura y empatía poco comunes. Las imágenes que este libro presenta se enfocan justamente en ese cotidiano exterior, fuera del estudio pero muy cercano a casa. Fueron seleccionadas por su formato apaisado. Este registro del acontecer del día a día incluye igualmente el ocio de días de campo y modernos salones de juegos como el boliche; escenas de trabajo en el campo, y eventos colectivos religiosos, políticos y deportivos. El día a día incluye espacios de la ciudad: el mercado, comercios, calles e iglesias. Pablo Ibarra documenta además las pujantes industrias locales: una gasolinera, una farmacéutica y una famosa fábrica de dulces de leche que muchos de nosotros consumíamos de niños. Hay además elementos que atestiguan la modernidad como el “campo de aviación” y la construcción de edificios y obras públicas como puentes y calles empedradas. A pesar de su relevancia histórica, algo que distingue a estas imágenes de un registro documental convencional es la complicidad o cercanía que se revela, por ejemplo, con detalles tan mínimos pero tan significativos como los pies de foto con nombre y apellidos de muchos de los retratados, incluyendo los de familias propietarias de empresas locales. ¿Se haría este tipo de registro por encargo, o por amistad, o por una simple compulsión por documentar? La pose es un elemento que destaca en las imágenes. El hecho de que muchas de las personas que aparecen en las fotografías hacen una pausa explícita de sus actividades para mirar a la cámara crea un peculiar efecto dramático o cinematográfico acentuado por el formato apaisado. En las imágenes del mercado, del boliche, y en particular la de “El potrero de la presa ‘El Refugio’ tomada en 1933, conmueve la suspensión temporal que sólo consigue la fotografía en los gestos expectantes de las personas retratadas, e incluso en el tenue movimiento de las ropas ocasionado por un soplo de aire. Por su impecable composición, por el formato, por su confección en blanco y negro y por los insistentes elementos que hemos aprendido como característicos de un México rural --rebozo, sombrero, magueyes, burros y cactus; desde sus peculiaridades locales este tipo de imágenes dialogan con lugares ya establecidos por la cinematografía de Gabriel Figueroa, la literatura y fotografía de Juan Rulfo, o la fotografía de Manuel Álvarez Bravo3. ¿Hay un diálogo activo de Ibarra con estas referencias; es un observador contemporáneo quien establece estas conexiones; o qué vehículos estéticos configuran esta similitud de miradas y de imágenes? 3 Para una discusión más amplia sobre imágenes de lo mexicano y sobre estos autores entre 1930 y 1950 ver John Mraz (2013). México en sus imágenes. Ciudad de México: Educal. 105 El espacio que habitamos Varios autores han interrogado sobre cómo la región de los Altos de Jalisco se ha convertido en una referencia de lo mexicano a través de elementos como el paisaje, el mariachi y el tequila4. Si bien es relevante preguntarse cómo estos elementos son reapropiados a nivel local en términos de patrimonio y marcas de origen con respecto a productos locales tan cotizados como el tequila5, en este ensayo me interesa explorar cómo un amplio cuerpo de imágenes producidas a nivel local durante un largo periodo de tiempo, dialoga o materializa recuerdos y memorias anclados en un espacio específico. Con la presente publicación y con las exposiciones fotográficas que la han precedido y que la seguirán basadas en la colección de Pablo Ibarra, habitantes de la región de los Altos y de muchas otras regiones del país tendrán acceso a este archivo. Para quienes somos ajenos a la región, el archivo nos aportará elementos para visualizar más en detalle referencias generales e históricas sobre aspectos religiosos, económicos y sociales de la zona; nos ayudará a explorar los vínculos entre nuestras azarosas comprensiones de lo nacional y, eventualmente, las imágenes movilizarán recuerdos y nostalgias más personales, tal como lo relaté al inicio de este ensayo. Para los habitantes de Arandas y de la región de los Altos de Jalisco, es muy probable que la aproximación a estas imágenes busque, en primera instancia, formas tangibles de reconocimiento que les vinculen de otras maneras a un espacio recorrido o habitado cotidianamente en momentos de entretenimiento, trabajo, fiesta o consumo; y a rostros y apellidos que resulten familiares. Dialogar desde el actual cotidiano con estos registros del pasado constituye una enorme posibilidad para ampliar, profundizar texturas y compartir memorias; para dejar que las preguntas broten. Para anclar relatos y para aproximarse a la historia no desde las grandes narrativas, sino desde los fragmentos y afectos que confeccionan el día a día a lo largo del tiempo. Reorganizada bajo el título “El espacio que habitamos”, esta colección de imágenes nos muestra que el habitar de un espacio sucede en diferentes momentos, desde cotidianos comunes. Y que un espacio está impregnado de múltiples recuerdos, afectos, deseos, miradas, poses e incluso soplos de viento que, con sensibilidad y humildad, pueden suspenderse extraordinariamente en la superficie de una imagen. 4 Ver por ejemplo: Álvaro Ochoa Serrano (2001). De occidente es el mariache y de México--: revista de una tradición. Zamora: El Colegio de Michoacán. 5 Al respecto ver: José de Jesús Hernández (2014). La jornalerización en el paisaje agavero. Actividades simples, organización compleja. Ciudad de México: CIESAS; y el proyecto de investigación doctoral en curso de Daniel Ramírez sobre turismo cultural en Tequila, en el Colegio de Michoacán. 106 Laboratorio y Archivo en Foto Estudio Ibarra. 107 Empedrados por el H. Ayuntamiento 1932. Calle Matamoros e Ignacio Mariscal. Arandas, Jal. Oct. 15 de 1932. (Nota del autor). 108 109 Calle Juárez, hacia el sur. ca. 1963. 110 Calle Juárez, hacia el norte. ca. 1970. 111 Calle Dr. Marcelino Álvarez. Se aprecian las casas de Flavio Ramírez, Don Goyo Orozco y Dr. Marcelino Álvarez. ca. 1945. 112 Calle Dr. Marcelino Álvarez. ca. 1960. 113 Calle Obregón, hacia Templo de San José Obrero. ca. 1970. 114 Calle Obregón, hacia el Santuario. ca. 1965. 115 Portal Escobedo., ca. 1958. 116 Portal Escobedo. Aquí estuvo el Cine Lux, ca. 1963. 117 Día de campo en la Alfalfa. Al centro, de traje: Sr. Cura Ramos; a la derecha con guitarra: Sr. Miguel Neri. ca. 1950. 118 119 120 121 “Puente Río Colorado” en construcción, por el H. Ayuntamiento. Arandas, Jal. Mayo, 8 de 1936. (Nota del autor). 122 123 Puente del Santuario, vista hacia salida León, Gto. 124 125 Puente Río Colorado, actualmente esquina de las calles La Presa y Madero. 126 Carretera a León, Gto. Km. 2. 127 Carretera a Guadalajara. 128 129 Carretera a Guadalajara, a la izquierda La Linera. 130 Camino - Carretera a San Ignacio Cerro Gordo. 131 Vista de portales y Jardín Principal. ca. 1934. 132 Vista de la Parroquia de Guadalupe y Jardín Principal. ca. 1955. 133 Panorámica con vista a la Parroquia de Guadalupe y salida León, Gto. ca. 1950. 134 135 Panorámica con vista a San José Obrero, desde el Santurario del Sagrado Corazón. ca. 1961. 136 137 AGRADECIMIENTOS