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Extremadura, territorio de osos

2019, La Gaceta Independiente

Breves apuntes y antiguas referencias sobre la distribución histórica del oso pardo en Extremadura

Extremadura, territorio de osos. Breves apuntes y antiguas referencias sobre la distribución histórica del oso pardo en Extremadura Manuel García González Grabado medieval con montería de osos Cuando pensamos en el hábitat del mayor de los carnívoros salvajes de la Península Ibérica, el oso, nuestra mente evoca agrestes paisajes cantábricos y pirenaicos, cubiertos por densos e inalterados bosques caducifolios y de coníferas. Pocos paisajes imaginamos tan distintos como las abiertas campiñas adehesadas, los campos de cultivo o las serranías cubiertas de monte mediterráneo que conforman nuestros paisajes meridionales. No obstante, hubo una época en la que los dominios del oso pardo se extendían por prácticamente toda Europa, incluyendo la práctica totalidad de la península ibérica. Hoy su distribución en nuestro país se limita a un puñado de enclaves norteños, pero vestigios como las antiguas crónicas y la toponimia nos permiten seguir las huellas de aquellos osos que un día habitaron en nuestros campos. Uno de los rastros del oso más antiguos que encontramos en nuestra tierra, está en el nombre de Usagre. El topónimo deriva de la voz prerromana ursaria (de ursus, oso), para referirse a la hoy conocida como ribera de Usagre, que sería Ribera osera. Muchos siglos después, una de las fuentes que con mayor profusión atestiguan la presencia de osos en Extremadura, es el Libro de la montería, de Alfonso XI. El oso era considerado como una pieza de caza reservada a los nobles y su distribución está bien documentada en esta obra del siglo XIV. Se le menciona el valle del Viejas (Et la primera vez que corrimos este monte fallamos hí diez osos, et soltamos a los seis, et murieron los cuatro), la Sierra de Montánchez (es buen monte de oso en verano et en tiempo de oseras), la Sierra de Pela (muy real monte de oso en invierno et algunas veces en verano) y otros lugares de la geografía extremeña. Según esta obra, los osos solían refugiarse en invierno en lugares como Fuenlabrada de los Montes, Garlitos, Tamurejo, Zarza Capilla, la Sierra del Manzano, la Sierra de la Viñuela y el Arroyo del Castaño. También se menciona al plantígrado en Oliva e la Forntera, en Azuaga y las sierras centrales de Badajoz, más concretamente en Sierra de Pinos, Hornachos. Las llanuras que, desde estas sierras se extienden al este, también eran lugares por los que campeaba el oso. Y, más al sur, ya casi en Sierra Morena, los términos de Fuentes de León, Cabeza la Vaca, Calera de León, Monesterio, Montemolín, Trasierra y Reina, también eran territorios oseros. En el siglo XVI Felipe II ordena la remisión de varios cuestionarios a todos los municipios. Estos nos sirven para conocer la que entonces era la distribución de los osos extremeños. Según estos datos, existían osos en Béjar, Alía, Castañar de Ibor, Carrascalejo y Navalvillar de Ibor. El animal también es citado, aunque como muy escaso, en Peraleda de la Mata y Zarza de Granadilla. Por aquellos años, la existencia del animal solo es constatada en tres municipios pacenses: Helechosa, Herrera del Duque y Villarta de los Montes. Los datos de esa época indican que, aunque aún mantenía su presencia en las zonas más agrestes, ya estaba sufriendo una regresión con respecto a siglos anteriores. La deforestación de grandes zonas que se dio en este siglo y el retroceso de los bosques poco alterados, con abundancia de madroños y otros frutales silvestres, sin duda jugó un papel fundamental en este hecho. No es hasta el siglo XVIII cuando las fuentes nos vuelven a ofrecer gran cantidad de información fidedigna y exhaustiva para seguir los rastros del oso – o, en este caso, la ausencia de rastros-. Dos de esas fuentes documentales, auténticas fotos fijas de la época, son el Catastro del Marqués de la Ensenada y el Interrogatorio de la Real Audiencia, en los que se plasman, pueblo por pueblo, multitud de datos. Gracias a estos cuestionarios sabemos que, a mediados del siglo XVIII el oso estaba prácticamente extinto en Extremadura, pues no existe ninguna referencia a él. No obstante, en 1778 el hispanista y viajero inglés John Talbot Dillon escribe de su viaje a Extremadura que la zona de las Hurdes es el refugio de aves de presa, y ofrece cobijo a osos, lobos, gatos salvajes, y comadrejas, que aniquilan todos los conejos y liebres, incluyendo culebras, sierpes y muchos infectos reptiles. Esta cita es la última del oso antes de su desaparición en tierras extremeñas. Aún, muchos siglos después de su desaparición, es posible observar en algunas comarcas vestigios como los Cortines, antiguos cercados para proteger a las colmenas de los osos. Pero donde la huella de este magnífico animal quedaría impresa para siempre fue en la toponimia, lo que denota la importancia que debieron de darle las gentes que convivieron con él. Solo en la Sierra de Hornachos nos encontramos con cuatro de estos topónimos: Cancho del Oso, Dehesa de la Osa, La Osa y Arroyo del Oso. Otras referencias oseras en tierras pacenses las encontramos en Benquerencia de la Serena (Puerto de la Osa), Burguillos del Cerro (Sierra de la Osa), Cabeza del Buey (Sierra de la Osa), Oliva de Mérida (Cancho del Oso y Dehesa de la Osa), Peraleda del Zaucejo (Arroyo del Oso y Valle del oso), Retamal (Arroyo del Oso y La Osa), Siruela (Venero del Oso) y Valencia de las Torres (Cerro de la Osa).