ASTRAGALO
CULTURA DE LA ARQUITECTURA Y LA CIUDAD
METAPOLIS
LA CIUDAD VIRTUAL
JULIO 1998
ASTRAGALO: REVISTA CUATRIMESTRAL IBEROAMERICANA
N. 0 9. Julio 1998
METAPOLIS: LA CIUDAD VIRTUAL
Consejo de dirección:
Antonio Fernández-Aiba, Roberto Fernández, Fernando R. de la Flor,
Roberto Goycoolea, Francisco León, Eduardo Subirats.
Consejo de administración:
Joaquín lbáñez. Manuel Mazo, M." Teresa Ocejo, Miguel Ángel San José.
Coordinación editorial:
Angelique Trachana.
Director:
Antonio Fernández-Aiba.
Diseiio:
ASTRAGALO.
Portada e ilustraciones:
lakov Tchernikhov.
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Con la colaboración de la
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Esta rcvi"ta c-.; miembro de ARCE.
Asociación de Revista-.; Culturales
de España.
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ASTRAGALO:
Moldura de sección semicircular convexa, cordón en forma de anillo que rodea el
fuste de la columna bajo el tambor del capitel (Arquitectura).
Hueso pequeño, corto, de superficies bastante lisas excepto las laterales, que son
rugosas, de excepcional importancia en los movimientos de la marcha (Anatomía).
Las plantas del género Astrágalus, flores algunas veces solitarias, pero casi siempre
en racimos, espigas o nubelas (Botánica).
SUMARIO
METAPOLIS. LA CIUDAD VIRTUAL
Valentín Fernández Polanco
El habitante ético entre la deconstrucción y el pensamiento único
Pág.9
Francisco León
Metüpolis. La ciudad deconstruida
Pág. 17
Carlos Muñoz Gutiérrez
De la habitabilidad. Relaciones entre ética y literatura en la Ciudad Espejo
Pág.43
Juan M. Fernaud
Las aporías de nuestra imagen de la realidad
Pág. 55
Alicia Olabuenaga
Berlín 1989: el ocaso de lo postmoderno
Pág.63
Roberto Fernández
La deconstrucción en la estética neobarroca
Pág. 73
FORO ABIERTO
Fernando R. de la Flor©
El discurso mural
Pág. SI
Federico García Lorca
La aurora
Pág.87
RESEÑAS DE LO PUBLICADO
R. F.
Hijos de Warhol o la normalización del escándalo
Pág.89
RELATOS DE LO YA VISTO
José Laborda Yneva
Hugo Alvar Henrik Aalto. 1898-1976.
El cülido viento del Norte
Pág.93
Antonio Fernández-Aiba
Tríptico velado.
Alvar Aalto. 1898- 1976
Pág.97
POST FOLIO
Antonio Miranda
Cascadas, manantiales y goteos
Pág.99
ENGLISH INDEX A;\/D SUMMARIES
Pág. 113
lakov Tchemikhov, del Ciclo ccArflitektumye Pejzal.i .. , finales de los años veinte, principios de los treinta.
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METAPOLIS. LA CIUDAD VIRTUAL
Los artículos que reúne este volumen presentan perspectivas diversas sobre un objeto
común: el fenómeno de la ciudad virtual; la esencia de la ciudad en la época de la deconstrucción, con la imposición del modelo textual; la posición aporética de la ciencia ante la pérdida del referente de la realidad común; el pensamiento que surge de las ruinas del muro de Berlín,
ciudad paradigmática del nuevo orden postideológico: el curso de la historia.
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Metápolis: la ciudad deconstruida es un intento de seguirle el rastro al Ser desde el punto de vista
de la estética. Así, si la antigüedad clásica fue la época de la estética de su aparición y la época moderna lo fue de su representación, en la actualidad viviríamos bajo la estética de su desaparición. Lo
mismo en arte que en metafísica, los antiguos esculpieron y cincelaron la materia para que dejase
aparecer lo que ocultaba en su interior, ya fuese esto una estatua en el caso del mármol, ya fuese el
ser mismo en el caso de la palabra. Los modernos, en cambio, a partir de san Agustín, se contentan
con su percepción, inaugurando la era de la representación.
Lo visual alcanza su mayor apogeo y se convierte en paradigma epistemológico. Pero al propio
tiempo que se enfatiza la visión, dos efectos ocurren inevitablemente: en primer lugar, la visión
lo es siempre de y para alguien, siendo ese alguien conciencia o sujeto, que a la fuerza asumirá
entonces todo el protagonismo; en segundo lugar, lo representado se convierte en problemático,
dado el carácter ficticio de toda representación.
Ha nacido el problema de la realidad. Ésta no es ya el suelo matriz que nos aloja sino una dudosa quimera del lado de allá de los límites de la conciencia del sujeto, convertido en único fundamento posible. Sólo queda, pues, disolver o deconstruir ese mismo sujeto para hacer nacer la
época del fragmento, la postmodernidad, como momento de la desaparición: naufragio del que
han de emerger como restos flotantes, los individuos frente a lo que era la ciudad, los textos
frente a lo que fue el saber y la palabra.
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V-
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De la habitabilidad, relaciones entre ética y literatura en la Ciudad del Espejo se pregunta qué es la
ciudad, o qué debería ser en la época de la deconstrucción, de las redes de información, partiendo de
planteamientos más éticos que estéticos. La ciudad, que había sido creada como un espacio para la
habitabilidad, ha dejado de ser el lugar para el desarrollo de la virtud a medida que los conceptos han
dejado de reflejar una realidad exterior a ellos para transformar lo real en texto.
¿Puede ser repensada la ciudad como lugar del habitar humano desde la literatura? Responder a
esta cuestión es uno de los objetos de este escrito, y con esa pretensión analiza la evolución del
lenguaje de la ética en relación a su uso metafórico, desde Parménides y la división de los géneros, -de la narración al discurso decisorio-, proponiendo nuevos caminos para la expresión y
constitución de formas de hablar en ética, pues ya sabemos que en ella sólo cabe inventar.
Las aporías de nuestra imagen de la realidad define la situación actual de la ciencia como aporética. A través de cinco acontecimientos científicos recientes, muestra cómo la ciencia ha llegado a
una situación de perplejidad ante su propio estatuto y ante su propia capacidad explicativa de las
apariencias. El teorema de Güdel, la teoría de la relatividad de Einstein, la biología molecular después de Watson y Crick, la mecánica cuántica y la máquina de Turing, mostrarían cómo la ciencia
ha llegado a topar contra lo que parecen ciertos límites no sólo internos, es decir, referidos a su propia formalidad, sino también externos, es decir, referidos a su capacidad heurística y explicativa.
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Berlín 1989: el ocaso de lo postmoderno busca concretar las reflexiones sobre ciudad y realidad en
el caso de una ciudad emblemática por los acontecimientos que supusieron la señal última del fin
de los procesos de ideologización que aún orientaban la condición postmoderna. La nueva ciudad
que nace de las ruinas del muro se identifica con el mundo unificado por los medios de información
y comunicación. Pero fundamentalmente, es la ciudad del pensamiento único, rúbrica bajo la que
se recogen fenómenos muy diversos, que van desde la imposición de lo políticamente correcto hasta
el predominio de una ética mundial postcapitalista.
Desde ese punto de vista profundiza en la descripción de la mundialización a la que estamos
asistiendo. Describe cómo en los últimos tiempos el poder económico ha ido tomando ya casi
por completo el terreno del poder político, configurando un mundo en el que las decisiones competen a las empresas y las grandes compañías mientras el poder político se desvanece ante ellas.
Muestra así cómo la mundialización ha tenido mucho de colonización, de abolición de las diferencias y de aniquilación del otro. Al hilo de los análisis de Alain Touraine, propone entonces
una redefinición del término ilustración, de modo que se posibilite el recuperar algunos de los
ideales políticos por la vía de la racionalidad. Distinguir entonces claramente entre el ámbito de
lo único y el de lo común sea quizá la única vía para plantear posibles alternativas.
La Deconstrucción en la estética neobarroca señala algunos de los procesos formales de la posmodernidad a través de los paradigmas arquitectónico y urbano que se verifican en el contexto
estético de la inhospitalidad, la incertidumbre, la abstracción y la deformación.
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Axiomas del crepúsculo
Como bien es conocido el discurso formal de la arquitectura occidental se construye sobre un parámetro lineal que es el tiempo, a dife rencia de las culturas occidentales, e l tiempo en occidente sigue operando sobre el espacio [El Monasterio de El
Escorial (>•ersus) Templo Japonés!.
El factor tiempo resulta un parámetro fundamental para el entendimiento de la crisis que sufre el espacio de la arquitectura
en occidente. La necesidad de brevedad temporal que imprime la sociedad al acelerar los tiempos del consumo, reclama cambios de imagen. La fugacidad en el diseño de los o bjetos viene marcada por la aceleración de tie mpos, circunstancia que
imprime un carácter de o bsolescencia prematura al objeto, de tal manera que apenas tocados o usados dejan de tener vigencia; sin duda esta nueva dimensión del tiempo alcanza al espacio de la arquitectura.
Las formalizaciones que propone el «epigonismo» más radical, responden tanto por lo que se refiere a sus materiales como
a sus fonnas arquitectónicas a una temporalidad muy concreta, que vienen ligadas a la familia de artefactos de l «Orden cons umista» y en estrecha relación con Jos restantes «repertorios simbólicos» que la acompañan: moda. música, literatura, diseño de mobiliario y o bje tos en general.
Por cuanto se refiere a la arquitectura se trata de organizar el proyecto y su construcción, tratando de encontrar las formas de
una arquitectura formalizada dentro de un repertorio de valores caracterizado por e l signo-imagen; su mensaje debe ser reconocido. no importa con qué materiales. La opacidad o transparencia de Jos materiales de su construcción se reducen a nada:
soporte de papel prensado, «mur-rideau» o plástico. Esta fragilidad de la materia con la que se simula el espacio. viene en
parle j ustificada porque el soporte material sobre el que se construye el espacio contemporáneo tiene una naturaleza lábil y
de constantes cambios. participa de lo que podríamos encuadrar en una «topología electrónica». La representación de la ciudad contemporánea ya no necesita de la fachada en piedra ni de los arcos de triunfo . La arquitectura urbana se abre a una
nueva dimensión espacio temporal. al espacio-tiempo tecnológico. La escenografía para los nuevos ritos de l «nómada telemático» de nuestras sociedades avanzadas, no requiere de soportes rígidos y de una larga durabilidad. La cronología de lo
que sucede se inscribe en tiempos que se manifiestan instantáneamente, de tal manera que el tiempo se transfonna en superficie. «Gracias al tubo catódico. al material imperceptible , las dimensiones de l espacio quedan ligadas a la "vitesse" de su
transmisión.» Los inmateriales se transforman en los elementos espaciales que configuran el monumento de nuestra época.
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VII -
No hay duda que la arquitectura del pos/modernismo, neo-moderno o la nueva abstracción, se presentan como términos indecisos y de «nomenclatura ambigua», se precisa de una espacialidad sometida a unos cambios radicales por la presencia de los
inmateriales en la sociedad telematizada. El ejercicio que realizan estos arquitectos postmodernos refleja con nitidez el cambio provocado por este penúltimo episodio de la revolución industrial acelerada. por eso. el proyecto que reflejan los dibujos
de estas arquitecturas, puede ser alterado en su imagen mediante yuxtaposiciones, analogías, contrastes, adulteraciones formales y distorsiones espaciales, porque todo es intercambiable en la nueva realidad espacio-temporal de la telemática; materiales, texturas y formas aleatorias.
Todo para la nada, por desconocer, como escribe el filósofo E. Lledó, «que junto al arco bien resuelto y pulcramente levantado se inicia el derrumbe de otro; para no oír las voces de quien tal vez pudiera avisamos de esta suprema ignorancia... Queda
eso sí la choza incrustada en el todavía brillante muro, el juego dorado del quehacer inmediato, de la cotidiana vanidad, el
regreso al voluntarismo inconsciente ... >>
«No es la ciudad que se extiende tras la torre. la que da cobijo a los hombres, sino esta enorme masa inútil. esta herida en el
espacio, que lo agrieta y corroe ... >>
Cómo entender que, «el destino humano, ocupa este conglomerado sin raíces, esta ciudad imposible. clavada en los hombros
de los que la construyen. No puede servir de cementerio flotante esta estructura en la que se suman todos nuestros errores y
claudicaciones>>. La arquitectura que postulaba la modernidad aspiraba a configurar un método que permitiera regular una
norma para el habitar desde los códigos de unas formas absolutas. El conjunto de epi fenómenos plásticos en tomo a estas
arquitecturas fin de siglo, resulta de la constatación explícita de que este método de dominación formal para construir los
espacios de hoy. se transforma en verdaderas construcciones de lo pintoresco, ingrediente formal que legitima el kitsch. La
arquitectura en un principio nunca se llegó a entender como un arte de representación, a diferencia de otras artes, tal vez por
eso la demanda de representación gráfica por la que discurre hoy el proyecto arquitectónico, señale con manifiesta evidencia
la dificultad de pensar en arquitectura, ligada siempre a los itinerarios del laberinto y también a expresarse por medio de la
materia, proceder, emparentado como se sabe, con la estirpe de los semitas, empeñados en seguir la aventura de alcanzar el
«Conocer» una vez concluidas las obras de la torre de Babel.
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El viejo oficio de la arquitectura, es la síntesis de una técnica que edifica el espacio y de un arte que pretende resolver el enigma de/lugar donde habita el hombre. En tal síntesis y en el modo racional de su respuesta. se decide si la arquitectura de
nuestro tiempo puede ser capaz de aspirar a construir el lugar ausente que llena los vacíos de nuestro entorno. una vez que
los epígonos han hecho evidentes los axiomas del crepúsculo.
Antonio Fernández-Alba
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VIII -
EL HABITANTE ETICO ENTRE LA DECONSTRUCCION
Y EL PENSAMIENTO UNICO
Valentín Fernández Polanco
La perplejidad del habitante actual de la ciudad, su desorientación en
ella y su incapacidad ante la acción, son vistas como la deconstrucción
ética del sujeto operada desde la modernidad.
Las tribulaciones del sujeto moral
La desaparición del Ser ha dejado tras de sí a su
conocimiento como perplejidad de la ciencia, a
su hábitat como fantasmagórico escenario de
frenética circulación de fragmentos, a su propia
conciencia desintegrada bajo la forma de individuo y a su decir, la palabra, desintegrada bajo la
forma de texto. Ésta es la situación presente.
Una situación que podríamos describir como de
gran homogeneidad y de creciente incertidumbre.
De gran homogeneidad porque es como si el
eclipse del Ser hubiese abolido todas las diferencias. Este rasgo, unido al proceso de predominio de la economía y la cultura occidentales que conocemos como mundialización, es
lo que nos autoriza a hablar de pensamiento
único, ampliando así el significado de un término procedente precisamente del ámbito de
la economía.
La incertidumbre parece ser cada vez mayor y
más preocupante, en cuanto que el naufragio
del ser no ha dejado de constituir un río
revuelto en el que pescadores mundiales y
locales buscan y hallan su ganancia sin la
molesta presencia del escrúpulo ético. De la
oscuridad de los tiempos se aprovechan los
embaucadores, feriantes y falsos profetas
tanto como los profesionales del ilusionismo y
la prestidigitación. Pero no sólo ellos. Pícaros,
trileros y traficantes de todas las raleas aprovechan la confusión para hacer su negocio
más o menos criminal.
Si es cierta la opinión de Ortega de que el
principal saber es saber a qué atenerse, entonces podemos comprender mejor la naturaleza
de la situación en la que nos hallamos inmersos. Una situación de incertidumbre y desorientación que no es un mero no saber qué
hacer abstracto, sino que tiene una dimensión
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9
práctica y vital ante las decisiones ordinarias
de la vida cotidiana. Y que no está exenta, por
cierto, de una cierta dosis de escéptica desesperanza a la hora de proyectarse más allá de
ese horizonte de la cotidianeidad.
Ante esta situación de no saber a qué atenernos en un contexto mundializado y deconstruido, resurge la pregunta ética. ¿Qué hacer
ante todo esto? Tratamos aquí de proponer
algunos elementos a partir de los cuales poder
reconstruir el sujeto moral de forma que se
posibilite el generar de nuevo lo común.
Intentaremos presentar algunas posibles vías
para aventurarse a salir del Hamo democraticus, sujeto moral individualista de la modernidad, y construir una subjetividad ética desde
la irresoluble presencia del otro, a quien no se
tratará entonces de asimilar sino de acoger.
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Empecemos por preguntarnos en qué consiste
verdaderamente ese pensamiento al que llamamos único, cuál ha sido su génesis histórica y cuáles son su estructura y sus presupuestos teóricos, para proponer, como respuesta a
ese legado de la deconstrucción, algunas vías
por las que aventurarnos en la reflexión ética.
El problema del pensamiento único
Desde los griegos sabemos que hay muchas
formas posibles de pensar, pero sólo una de no
pensar: el fanatismo y la barbarie. De modo
que cuando se nos habla de pensamiento único
sentimos una especie de estremecimiento ante
lo que presentimos ser una forma camuflada
de avecinarse el totalitarismo. En tanto que
único, se nos antoja difícil el que pueda tratarse, al mismo tiempo, de pensamiento.
Sin embargo, parece que la reciente preocupación en torno a este asunto está más motivada
por su contenido que por su excluyente formalidad. Al menos da la impresión de que en
otras épocas no surgió tan abiertamente la pregunta por la unicidad de formas de pensamiento que nacieron con una pretensión semejante de universalidad, como el cristianismo o
el marxismo. En todo caso, no podemos ocultar la sensación de que en este caso lo que nos
asusta es más el contenido deshumanizador o
reaccionario de cierta forma de pensar que se
mundializa, antes que el hecho de la mundialización misma.
Por otra parte, cabe inscribir esta preocupación como un elemento más de los que están
configurando un innegable resurgimiento de
la reflexión ética. El eclipse del ser bajo esa
forma de deconstrucción provoca una sensación de inquietud y desarraigo que nos impele
a saciar la necesidad de saber a qué atenernos.
Saludemos, pues, el presente apogeo de la
reflexión ética en cuanto que es sintomático
no ya sólo de la debilidad de la moral, sino de
una cierta confianza en la búsqueda de soluciones racionales a nuestra perplejidad, por
encima del fanatismo y la superstición.
El contenido del pensamiento único, al menos
en un porcentaje importante, no es otro que el
utilitarismo, que no sería, por otra parte, sino
la versión moral del modelo de racionalidad
ilustrado. Entendiendo la utilidad bajo la fórmula paradigmática de Beccaria -el mayor
bien para el mayor número-, descubrimos que
esta noción está subtendida por un abanico de
conceptos que remiten todos ellos a la noción
de individuo. Así, el utilitarismo no es ahora
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sino la versión mundializada del individualismo contemporáneo.
La noción de individuo, a su vez, procede
-como casi todo en nuestra tradición culturalde una síntesis entre elementos griegos y cristianos. El elemento griego es la noción de partícula racional o racionalidad personal, y procede de Epicuro y de las escuelas morales del
período postaristotélico. En ese contexto, origen histórico del concepto, el individuo no es
sino una partícula que se ha desgajado del
logos común y que es capaz de ejercer la
racionalidad de un modo pretendidamente
independiente. (De modo que desde un punto
de vista histórico podríamos atribuir a
Alejandro la responsabilidad de haber motivado este acontecimiento al acabar con la polis
y, por tanto, desalojar de su hábitat al logos
común.) En este sentido, el individuo griego
no es más que cáscara, oquedad en Ja que
resuenan Jos ecos del logos.
El elemento cristiano es la subjetividad, pulpa
que vino a rellenar esa cáscara, generando así
Jo que conocemos como individuo moderno:
partícula compuesta de razón y subjetividad.
En este caso el inventor es san Agustín, pues
es él quien vierte, sobre la tradición filosófica,
el concepto cristiano de conciencia, y da a luz
la individualidad moderna.
A partir de aquí, ya disponemos de Jos materiales para desarrollar todo el espectáculo de
la modernidad: desde el momento en que esa
conciencia o subjetividad individual pasa a ser
el escenario de la representación para un sujeto individual, la realidad se convierte en problema y Jo que se percibe no es más que vir-
tual. La realidad se nos ha escamoteado. El
propio sujeto, convertido en teatro en el que se
escenifica la representación, deja de ser real
para sí mismo, quedando relegando al grado
de representación, al mismo título que las
demás percepciones. Y no sólo esto, sino que
a falta de referentes que posibiliten la presencia de la realidad en el lenguaje, la comunicación con otros sujetos deviene imposible, quedando relegado al solipsismo. La máscara, la
ficción, el disfraz, el juego, el simulacro, la
ocultación, el desciframiento, son Jos términos en Jos que se expresarán el conocimiento
y la acción para el hombre moderno.
Conscientes de que irremisiblemente desterrados de la realidad están condenados a moverse en el plano virtual , Jos pensadores modernos se encargan de elaborar una teoría de las
ficciones. Al menos, conocerán las implicaciones y los resultados a los que cada uno de
los juegos puede acabar por conducir. En
ética, esto se traduce en un análisis pormenorizado de ficciones tales como la del espectador,
encargada de presidir la relación moral del
individuo consigo mismo, y la del contrato,
que fue la encargada de vehicular el estatuto y
fundamento de las relaciones entre individuos.
Como espectador de sí mismo, al individuo
moderno no le queda otra opción que basar su
juicio moral en algo observable y cuantificable en su propio interior: la sensación. Placer
y dolor convirtiéndose ipso Jacto en átomos
de la moralidad, acaba de nacer el consecuencialismo: no podremos juzgar la acción moral
más que por sus resultados. El nacimiento del
juicio moral basado en las consecuencias de la
acción en términos de placer y dolor provoca
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una redistribución de las funciones del sujeto
a la hora de actuar. Los sentimientos, elevados
a la categoría de guía de nuestra conducta,
dictaminarán cuál es la acción deseable, mientras que la razón se verá relegar a un mero
estatuto de instrumento de cálculo a su servicio, su cometido siendo el de estimar las cantidades de placer y dolor de cada una de las
opciones.
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Acaba, pues, de nacer el individuo maquiavélico. No ya porque Maquiavelo fuese uno de
los primeros en enfatizar la importancia de
juzgar las acciones por sus resultados, sino en
el sentido más coloquial del individuo que
interpone una reflexión calculadora entre su
deseo y su acción. Más aún, aparece toda una
tipología maquiavélica, desde el momento en
que la acción no sólo produce efectos sobre
mí sino también sobre otros. Así, si el efecto
ha sido beneficioso para ambos, yo seré inteligente; si lo ha sido para mí pero no para
otros, malvado; si el beneficio ajeno lo ha sido
a costa del mío, incauto; y si me perjudico al
tiempo que perjudico a otros, estúpido. No
hay pues bondad, sino inteligencia; no hay
maldad, sino estupidez.
Por lo que se refiere a la ficción del contrato,
el resultado no es muy diferente: en tanto que
fundamentador de las relaciones entre individuos, éstos quedan, por una parte, reducidos al
rol de partícula inteligente dotada de voluntad
abstracta, y por otra, privados de libertad, pues
ya sabemos que los contratos no se han hecho
para ser leídos sino meramente acatados. De la
noción del contrato se desprende por tanto una
concepción del individuo reducida a la expresión escueta y ficticia de lo que el contrato
-
requiere: una mínima inteligencia, -capaz de
comprender el propio contrato-, sometida al
deseo esperanzado de obtener por su aceptación algún beneficio; y una voluntad abstracta,
capaz de otorgar un asentimiento que no puede
expresarse sino bajo la forma de sumisión.
He aquí entonces qué es lo que en el fondo se
nos está proponiendo como contenido de ese
pensamiento único, especie de ética mundializada procedente de los restos del modelo de racionalidad ilustrado y de su correlato histórico, la
colonización: una nueva edición del individualismo, con su dosis de solipsismo, aislamiento,
inteligencia calculante, deseo y sumisión, todo
ello bajo la apariencia y la pretensión de dominación racional y autonomía de la libertad.
Nueva edición que se diferencia de la precedente en que ésta ha sido deconstruida.
Quedan pues fragmentos que se recomponen
y recombinan a gusto del cliente en el supermercado de los valores morales, donde todos
están expuestos al mismo nivel para que el
consumidor elija. La banalización de los contenidos acompaña a la primacía de la velocidad de los flujos informativos. Por eso a veces
se le estimula con ofertas, aunque de algún
modo no deje de prevalecer en él la sensación
de que detrás de la seductora imaginería
publicitaria sólo hay vacío.
Algunas vías para aventurarse
Como respuesta frente a la deconstrucción y
al pensamiento único, he aquí algunas vías
que nos permitan reconstruir un espacio ético.
Tal espacio sólo podrá reaparecer de la mano
del ser mismo bajo su forma de lagos. Lo
esencial será entonces un intento de superar
XII -
tanto el ontologismo como el individualismo,
en la medida en que atribuimos a estos dos
rasgos la mayor parte de la responsabilidad en
el proceso de deconstrucción al que nos estamos refiriendo.
Entenderemos por ontologismo, para estos
efectos, una concepción del ser que lo considera dado, acabado y completo, imponiendo
su inquebrantable ley al hacer y al conocer.
Superar el ontologismo quiere decir aquí volver a una concepción del ser no cosificada,
una concepción del ser como hacerse, y
-desde un punto de vista ético- como posibilidad de hacerse. Hay, pues, que hacer el ser,
quizá rehacerlo, y esto de la única forma bajo
la cual el ser admite manifestarse políticamente: como lagos. Una concepción ontologista, aplicada al sujeto, hace de éste una cosa
más, cosa pensante, si se quiere, pero cosa al
fin y al cabo, siendo su relación con el mundo
y los objetos una relación entre cosas. Superar
al sujeto ontologista significa proponer las
condiciones para una poiesis del sujeto moral.
Significa considerar la subjetividad como un
hacerse, y -desde el punto de vista éticocomo posibilidad de hacerse. Significa también comprender que el sujeto no es agente,
sino resultado de la acción, y esto del mismo
modo que no es hablante sino lo expuesto en
el relato. Lo cual exigirá de él que sea capaz
de pensar (y pensarse) de otro modo como
medio de permitir que el ser se manifieste de
otra forma.
Ahora bien, es evidente que un intento de este
tipo es perfectamente incompatible con un
sujeto individualista, y que sólo puede ser llevado a cabo por otro tipo de sujeto. Por ello,
-
pensar en un sujeto moral no ontologista
implica al mismo tiempo la exigencia de superar el individualismo tanto moderno como
postmoderno a través de una distinta redefinición de la identidad moral. Esta redefinición
habrá de ir en el sentido de explorar los mecanismos lingüísticos a través de los cuales la
identidad se va constituyendo. Pero no sólo.
También habrá de exponer la forma de constitución de esa identidad a través de su relación
con el otro, y por tanto, el rol constituyente de
la diferencia. Una adecuada comprensión de
las formas de relación con el otro quiere decir
superar la ficción moderna del contrato tanto
como la postmoderna del consenso, pues
ambas son abstracciones de relaciones entre
individuos. Quiere decir abandonar la pretensión de asimilar al otro, -lo que no es sino una
forma de abolir la diferencia-, y comprender
que sólo la diferencia puede tener un valor
ontológicamente constitutivo de la identidad
moral, y por ende, de la libertad.
Si comprendemos que la libertad significa diferencia, tanto como la esclavitud indiferencia,
comprenderemos que ésta, - la libertad-, sólo
puede generarse como resultado de la constitución de una identidad moral que cuente con la
diferencia, esto es, que sólo puede generarse en
el espacio de lo común, que es el espacio ético
que se trata de crear. Es pues imprescindible
superar las estrecheces del Homo democraticus, y la disolución del sujeto individualista se
nos presenta ahora como un paso necesario
para reconstruir lo común, entendido en tanto
que único hábitat posible dellogos. Este pensar
de otro modo en un sujeto moral no ontologista, capaz de sentar otras bases de su identidad
XIII -
13
14
moral y de albergar lo común, acarrea consigo
la redefinición de algunos valores y posibilita
la reconstrucción de otros.
recer y de constituir a un sujeto tras ella, proporcionándole una vía más a través de la que
reconstruir su identidad y reconocerse en ella.
Ya desde Wittgenstein sabemos que al no ser
posible decir nada sobre qué sea lo ético, -y
que incluso cualquier cosa que pudiese ser dicha quedaría ipso Jacto desvalorizada-, el único uso del lenguaje al que podemos calificar de
tal es al que hace el sujeto cuando se pone a sí
mismo en primera persona. No hay pues ninguna otra cosa a través de la cual lo ético se
manifieste de algún modo sino la acción del
sujeto que al ponerse a sí mismo en primera
persona se expone en su hablar, se muestra y se
evidencia en un decir que lo está diciendo a él
mismo, y que al decirlo, lo está constituyendo.
Un sujeto capaz de hablar así, capaz de un
hablar autoconstitutivo, nos ayuda a redefinir
la noción de autenticidad. Un sujeto así es un
sujeto que corre el riesgo de lo que dice y en
quien se está construyendo una coherencia
entre pensamiento, acción y voluntad, que es
lo que entendemos por autenticidad. Y esa
misma coherencia o armonía está, al mismo
tiempo y por su propia naturaleza, contribuyendo al establecimiento de la identidad
moral del propio sujeto.
Todas las consideraciones precedentes implican el otorgar una importancia ética fundamental al hablar. Tal importancia se puede
resumir en dos de las consideraciones ya mencionadas. En primer lugar, el reconocimiento
del rol constitutivo del discurso, en la medida
en que el hablar contribuye a la constitución
del sujeto moral en cuanto tal, lo que implica
reconocer que uno se hace hablando y que la
conciencia aparecerá como algo generado en
el discurso. Y en segundo lugar, la valoración
de la importancia ética del hablar(se), como
forma de hacer entrar la relación con el otro
bajo la forma de relación dialógica. Esto significa dar cabida a la diferencia y a lo diferente admitiendo lo imprescindible de su presencia para la constitución del diálogo, y por
tanto, su carácter esencial en cuanto diferente
para posibilitar la aparición de la libertad y la
génesis de lo común.
Por otra parte, un sujeto que hable en primera
persona será un sujeto que responda de sus
actos, particularmente de sus actos de habla,
aquellos que tienen un valor ético fundamental. Será pues un sujeto responsable en su sentido más literal de ser capaz de hacer acto de
presencia -de responder- al ser interpelado
ante lo que dice o hace. Y éste será el valor
ontológico de la responsabilidad, en la medida en que ésta tiene la propiedad de hacer apa-
Así pues, una propuesta ética de este tipo
habrá de considerarse como inevitablemente
orientada hacia la acción. No ya sólo porque
la acción -especialmente la acción lingüística- sea generadora del propio espacio ético,
sino porque sólo en ella se podrá dar esa síntesis coherente de lo que se dice, lo que se
desea y lo que se hace, a la que llamábamos
autenticidad.
Términos como la alteridad, el mestizaje, la
solidaridad o la comunicación, se verán entonces posibilitados desde una óptica diferente: la
de su valor fundamental para superar la inca-
-XIV-
cender, mediante la acción, las barreras del
individuo. Dado que en ética sólo cabe inventar, el sujeto que proponemos expresará
mediante esa cualidad su voluntad de inventarse a sí mismo de un modo ético, extendiendo su subjetividad hasta la acción.
pacidad del individuo -moderno o postmoderno- frente a su soledad. Ese mismo individuo
que al mismo tiempo que exige airado su independencia y la autonomía de su voluntad, es
incapaz de soportar su soledad tanto como de
gestionar su vida, por lo que necesita -y al
mismo tiempo exige- ser tutelado por los
medios de comunicación, que le tranquilizan,
le protegen, le cobijan y -sobre todo- le alejan
de la soledad mediante la distracción. Si bien
el Hamo democraticus, incapaz ante la soledad, queda abocado y reducido a sus dos instintos esenciales: el miedo y la pereza, espera
que los medios de comunicación asuman la
tarea de librarle de esos fantasmas, sin darse
cuenta de que no hacen sino alimentarlos más.
A modo de conclusión, dos imágenes que pretenden sintetizar lo dicho sobre algunas posibles vías de superación ética del individualismo: la geología y la natación.
La noción moderna de representación, vacía
de realidad, al poner la conciencia sólo en el
sujeto, despojó de vida a la naturaleza convirtiéndola en mecanismo. Pues bien, frente a esa
concepción inerte de la naturaleza y del ser
mismo, la imagen geológica del ser pretende
restituirle su estatuto de principio, de cosa
animada y viva, móvil y activa. Pensar en las
rocas como actividad que es un hacer y un
hacerse, -como la vida granítica de los glaciares- , significa proponer una tectónica del ser
que lo conciba de modo hilozoísta.
El resultado social de esas pasiones individuales es el alejamiento de lo que Pascal consideró un requisito imprescindible para cultivar la
sensibilidad: la atención. En su lugar, se trata
de alejar de sí al individuo mediante una
gigantesca industria de la distracción para que
no sufra al ver su incapacidad ante la soledad.
Al mismo tiempo, se alimenta su pereza por
todas las vías, y se hace bandera de un discurso que considera todo esfuerzo como ridículo.
La desvalorización del esfuerzo y la ubicuidad
de la distracción expresan, desde este punto de
vista, la culminación social de esas dos pasiones últimas del individuo maquiavélico que
son la pereza y el miedo.
Ciertamente, el miedo y la ignorancia están a
la base de una parte importantísima de nuestros errores. Por ello, la superación del miedo
requerirá no sólo atención sino también la
redefinición de una cualidad -quizá el arrojoque permita pensar en un sujeto capaz de tras-
-
La imagen postmodema del naufragio, con
toda su retórica de la fragmentación, sigue
formando parte de esa ficción más general que
representa la existencia como navegación.
Pues bien, frente a esa ficción que finalmente
termina por dividir el mundo en dos, el navegante y el barco, que pone la conciencia sólo
en el navegante, que reduce esa misma conciencia a una función decisional y solipsista,
que considera al barco como mediador en su
relación con lo otro, frente a esta ficción, la
imagen mucho más modesta de la natación
pretende acentuar la ausencia de mediación
entre el sujeto el medio, más aún, su naturaleza común y su afinidad, al tiempo que define
XV -
15
al sujeto desde sus funciones más corpóreas
de supervivencia. Un sujeto así, desde la absoluta conciencia de la casi insignificante realidad de sus movimientos, está mucho más
cerca de posibilitar la eticidad que el navegante en su barco, aunque para e llo haya tenido que renunciar a la pretensión de controlar
el mundo, es decir, a la vanidad.
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16
-XVI-
METAPOLIS: LA CIUDAD DECONSTRUIDA
Francisco León
La profecía postmoderna parece haber acabado por cumplirse, pues el
fin de la historia, del sujeto, del relato representan el alumbramiento
de una nueva vida en una nueva ciudad. Pensar esta situación implica
buscar las raíces desde las cuales pueden explicarse la desaparición
de los individuos, de los muros de las construcciones donde habitan,
de los espacios que transitan, de los mensajes por medio de los que se
comunican.
L
os habitantes de metápolis ya no
siguen en sus desplazamientos las
líneas geométricas, que marcaban trayectorias ideales pero definidas, caracterizando el espacio matematizado moderno. El telón
de realidad sobre el que tenía lugar el movimiento vital humano se ha desvanecido. El
territorio, el suelo natural donde se elevaba la
ciudad antigua, ya había sido allanado, igualados sus bordes, preparado para levantar sobre
él estructuras materiales indiferentes al entorno, siguiendo los proyectos ideales de una
mente humana liberada de las cadenas del
pasado. Pero, en la ciudad de la transmisión
instantánea de información, sencillamente, el
territorio ya no existe en su materialidad, en la
medida en que los desplazamientos sobre él se
efectúan a una velocidad incompatible con la
resistencia que ofrece la materia. Es más, también se han desvanecido los cuerpos de los
ciudadanos de metápolis, proceso inevitable-
mente ligado a la desaparición de las trayectorias, pues, lo que hizo la modernidad fue aclarar el camino, despejándolo de intromisiones
cualitativas, de montes, de ríos, de bosques,
de pantanos, a fin de que la movilidad generalizada en nuestro mundo sublunar se hiciera
acorde con las órbitas planetarias, que responden exactamente a las leyes de la física mecánica. Después comenzaron a extraerse las
consecuencias: si era posible desmaterializar
el espacio objetivo, ¿por qué no también el
espacio subjetivo? La cualidad, una vez arrojada fuera del mundo, se había refugiado en el
sujeto, símbolo de la divinidad a través de la
dignidad que se le había concedido en el
Renacimiento: el ser humano actúa, despliega
sus potencialidades camaleónicas en un espacio indiferente, vacío, que no puede oponer ya
resistencia, pues es él mismo quien lo crea al
actuar. La reflexión traslada entonces el problema al interior de la subjetividad. Si la
-XVII-
17
18
modernidad había comenzado al hacer de lo
subjetivo el principio indubitable, sobre el que
no se debía ni se podía preguntar, sobre el que
había que levantar el edificio del saber, el
pensamiento posterior tendió a cuestionar ese
reducto misterioso, y se puso manos a la obra
en la tarea de deconstruir también al sujeto,
como había hecho antes con el mundo. El
método analítico es el instrumento perfecto
para llevar a cabo la doble tarea: deconstruirreconstruir. El cuerpo es entonces disgregado
miembro a miembro, órgano a órgano, tejido a
tejido; todo se nombra, todo se ordena en cuadros sinópticos. El ser humano aparece sobre
la mesa de disección como una suma de partes mecánicas, que encajan perfectamente,
demasiado perfectamente quizá, pues no parecen poder estar tan exactamente adaptadas a
los movimientos que han de realizar de no
mediar alguna inteligencia, algún hábil mecánico universal, que ha decidido cuántas y cuáles piezas deben ser utilizadas en la composición del autómata humano. No obstante, el
mecánico humano puede arrogarse un poder
aún mayor, y mejorar las imperfecciones del
autómata: hacerle vivir más tiempo, realizar
mejor las tareas de dominio del mundo, incluso
pensar mejor. Para ello basta con reconstruirlo
con ligeros cambios, aprovechando los materiales, pero alterando aquella parte del proyecto que aún no es suficientemente racional.
El modelo de hombre que nace de esta reconstrucción es el que se plantea como objetivo
dominar el territorio, colonizar la tierra, controlar su propia historia. Ya es inatacable desde
el exterior, y no puede ser detenido apenas por
obstáculos, pues los cuerpos geométricos son
extensos, pero penetrables, y el propio cuerpo
humano ha adoptado la mejor forma para el
deslizamiento, la figura de la esfera atómica,
hecha para atravesar, para eludir los choques,
para utilizarlos sabiamente, incluso. La ciencia
moderna ha quedado prendada en el ideal prometeico de la fabricación del hombre, razón
por la cual se alía fácilmente con el impulso
tecnológico que caracteriza la evolución del
saber occidental. Y ese mismo impulso es el
que asoma tras el deseo de reconstrucción
actual por medio de la imagen. Así, el ser
humano trata de construirse un doble que
refleje todo el saber acumulado por siglos de
progreso científico coherente. Un reflejo que
no es el de la imagen representativa, sino la
información digitalizada extendiéndose sobre
la pantalla del ordenador. La velocidad de la
transmisión de la información, conforme se
acerca a la velocidad de la luz, hace cada vez
más imposible su representación, su fijación
en la mente, para hacer uso de ella, manipulándola en la memoria, y su presentación se
limita a la presencia instantánea sobre la pantalla. El atravesar va unido a la velocidad,
como se ha hecho patente a partir de las consecuencias de la teoría de la relatividad, que
había advertido que la reducción en la magnitud del cuerpo a medida que se hace mayor su
velocidad. En el límite, el cuerpo llegaría a
desaparecer junto con el tiempo en una especie
de absurdo ontológico, al que, no obstante,
trata de aproximarse la técnica humana por
medio de la comunicación en tiempo real. La
ciudad y los cuerpos se desmaterializarían si se
lograra la comunicación instantánea, si la presencia fuera sustituida por la «telepresencia».
Esto no es una fantasía científica, sino una rea-
-XVIII-
lidad en nuestras ciudades cibernéticas.
¿Significa esto que la realidad se ha diluido en
metápolis? Si así fuera la profecía posmoderna
habría acabado por cumplirse, pues el fin de la
historia, del sujeto, del relato, habrían sido las
consecuencias inevitables del desvanecimiento de lo real, y nuestro tiempo alumbraría el
nacimiento de una nueva época, de una nueva
vida en una nueva ciudad. Pensar esta situación implica buscar las raíces desde las cuales
pueden explicarse la desaparición de los individuos, de los muros de las construcciones
donde habitan, de los espacios que transitan,
de los mensajes por medio de los que se comunican. Volver a pensar, pues, la realidad, la
materia y la forma, y los cambios que han sufrido, quizá para encontrar las modificaciones
en la conciencia de un sujeto que se ha visto
desbordado por su creación: la metaciudad.
De polis a metápolis
Hasta la revolución industrial la ciudad era el
espacio de la visibilidad de Jos conflictos y
acontecimientos sociales, pues las desigualdades sociales se hacían manifiestas en el alejamiento de las clases obreras a los márgenes, a
los suburbios, mientras el centro era ocupado
por la burguesía. Esta estucturación de los
lugares en la ciudad moderna fue lo que permitió, durante mucho tiempo, la persistencia
de los viejos vínculos comunitarios como contrafenómeno de la tendencia a la individualización y la fragmentación sociales (Barcelona, 1992). Pero, en la época de la absolutización de la mercancía ya no hay otra forma
de socialización que el consumo, pues el lenguaje común, y los lugares de encuentro están
determinados por él.
Desde el momento en que es la megalópolis el
modelo conforme al cual se reordenan las ciudades antiguas y se levantan las nuevas, la
situación ha cambiado, y la universalización
de este modelo ha puesto en crisis el concepto mismo de diseño urbano. Un ejemplo característico es el plan oficial para la reconstrucción de Rotterdam después de la Segunda
Guerra Mundial. Hasta mediados de los setenta existía un plano maestro que era revisado
regularmente teniendo en cuenta las nuevas
construcciones aparecidas en el intervalo,
pero a partir de esa fecha desaparece del plan
cualquier referencia al contenido físico del
espacio, quedando reducida la planificación a
un plan de infraestructura no físico concebido
a escala regional, que se interesa casi exclusivamente en los cambios de uso de la tierra y el
aumento de los sistemas de distribución existentes (K. Frampton, 1985, p. 49). Por otro
lado, ya Le Corbusier había anunciado las
grandes modificaciones que se estaban produciendo en la ciudad por el vehículo a motor;
cambios que, a través del progresivo aumento
de la velocidad, llevan en la actualidad a una
radicalización de los efectos percibidos en el
modelo metropolitano, llegando a la práctica
abolición del espacio y el tiempo por efecto de
los medios de comunicación a distancia. Tal
ha sido la consecuencia de la penetración
masiva en la ciudad de los mass-media, que
han acabado por producir el advenimiento de
la ciudad electrónica y telemática.
La ciudad actual es una concentración de
movimientos, dinero e información, que circulan con creciente velocidad. Las corrientes
inmateriales de bits de información tienen la
-XIX-
19
20
virtud de socavar el espacio físico de la ciudad
sustituyéndolo por un espacio de geometría
variable, donde lo local no tiene la referencia
de la historia, la cultura o las instituciones,
que son sustituidas por las redes de información, estrategias y decisiones. Mientras que la
ciudad del XIX desubstancializó el espacio
natural, la ciudad del final del xx ha hecho
desaparecer el espacio geográfico, por lo que
puede decirse que no es ésta la época del fin
de la historia como anunció Fukuyama, sino
la del fin de la geografía, pues la ciudad postmoderna ha contemplado la eliminación de
los últimos vestigios de las funciones sociales,
que aún conservaban las huellas de los lugares
naturales de la polis. Las formas estables previas a la materia individual se han roto, y
ahora los átomos individuales vagan sin
rumbo por el espacio vacío e indiferente,
constituyendo un nuevo paisaje urbano hiperrealista configurado por los supermercados,
los rascacielos de vidrio y las grandes autopistas, donde el movimiento ha perdido su
referencia a un origen y un fin, refiriéndose
sólo a sí mismo. Algunas de las construcciones que ilustran este proceso hacen que el
recorrido del viejo relato a través de la ciudad
y sus edificaciones, que permanecían como
símbolos para la memoria, se vea ahora reificado y sustituido por el transporte mecánicomediático, que se convierte así en su equivalente alegórico. La pérdida de substancialidad
del espacio vital ciudadano supone que tiende
a confundirse el proyecto con la realidad proyectada, acabando el proyecto por referirse a
sí mismo, y por designar como contenido
suyo su propia producción de funciones y de
significados. Una vez desarticulado el viejo
espacio racional, ahora se establecen límites
siempre cambiantes, confines siempre provisionales, en que han desaparecido los centros
de referencia, que puedan ofrecer una seguridad duradera. Si la tortuosidad de los viejos
lugares había desaparecido tras el borrado de
las huellas impuesto por la linealidad geométrica en el proyecto racionalista, la ciudad
postmoderna elimina cualquier determinación
espacial, abriendo el camino a la fantasía y la
contingencia azarosa. La necesidad de dar respuesta a esta nueva situación ha llevado a la
creación de una red sistémica de soluciones
posibles a las espectativas del individuo indeterminado. La principal virtud que ha tenido
la introducción de la teoría de sistemas en el
esquema comprensivo de la vida urbana contemporánea ha sido eliminar la angustia de la
complejidad, generando confianza mediante
la imposición previa del haz de posibilidades
en que se puede dar cualquier movimiento.
Logrando un efecto de seguridad y confianza
similar al que se proponía el proyecto moderno, las trayectorias sociales quedan así definidas a priori, y señaladas por la planificación
del espacio urbano.
Esto explica el papel preponderante de la
arquitectura, convertida en el arte del espectáculo imaginario, frente a otras artes que pertenecen a la época de la literatura, por lo que la
«materialidad» arquitectónica tiende a desmaterializarse para cumplir la función equivalente al significante de la lingüística. Los últimos
vestigios del racionalismo, aún presentes en la
ciudad medieval y el retículo racionalista, se
están disolviendo: la ciudad se deslocaliza,
pierde identidad, se diluye la posibilidad de
-XX-
orientarse, y el acceso al espacio tiene lugar a
través de las tecnologías de la información y
del libre flujo de la información. Las metrópolis actuales son ciudades sin orientación,
que sólo podrían reorientarse desde la intersección de lo político, lo estético y lo puramente arquitectónico. En ellas las formas
arquitectónicas son mónadas sin ventanas que
sólo reflejan al observador, en las cuales la
distancia entre el interior y el exterior desaparece, y la ilusión hace que el espacio externo
se perciba como decorado interior. Como afirma Fernández Alba ( 1997, p. 91 ), «la pasión
por la geometría y sus múltiples discursos
constructivos en los que operaba tradicionalmente la arquitectura, se ha visto desplazada
por el dominio, primero de los principios productivistas, después por las técnicas mediáticas de simulación; y todos estos principios y
técnicas mediáticas, no operando en la totalidad del proyecto, sino en torno al fragmento,
como si se tratara de acontecimientos del
espacio independientes de la realidad global,
como recurso frente a la incapacidad para
poder abordar la totalidad del proyecto que
controlaba el arquitectO>>. En metápolis se
niega la noción heideggeriana del habitar,
pues la multiplicidad de puntos de perspectiva
rompe la relación al ojo o al cuerpo humano.
En el formalismo antiintuitivo, igual que en la
deconstrucción, no importan los grandes conceptos, sino el detalle que puede hacer cambiar una interpretación. En las construcciones
de metápolis los materiales y la estructura son
efímeros, provisionales. Ya no hay síntesis
materia/forma, dentro/fuera, núcleo/dependencias, esencia/accidentes. Estos pares se
deconstruyen tendiendo a la unificación. La
deconstrucción del espacio urbano es algo
más que una metáfora para expresar los fenómenos sociales de nuestro tiempo, que tienen
su traducción en una arquitectura que no
toma en consideración el entorno, ni el paisaje, ni la historia, que se cita a sí misma como
lo hace el texto derridiano que no tiene en
cuenta lo que está más allá del margen.
Cuando se aniquila la memoria, y el texto se
pone en lugar de la naturaleza, lo que se cuestiona, finalmente, es la significación de lo que
entendemos hoy por realidad.
La nueva ciudad es metápolis, que representa
un estrato superior, una realidad constituida en
la mirada que sobrevuela la polis, el modelo
tradicional de la ciudad, que fue creado en la
Grecia clásica. Los filósofos griegos defendían
una visión idealizada de la ciudad, donde la
comunidad no es un elemento extraño, negador
de la individualidad emergente y represor de
los deseos de los individuos, como nos la representamos en las circunstancias modernas, lo
que se debe, entre otras razones, a que la
noción plena de individuo tardará aún varios
siglos en desarrollarse, a través del nacimiento
de la vida interior que la conCiencia religiosa
exige. Podríamos decir con Aristóteles (Física
II, 193 a) que la polis griega es naturaleza,
según la naturaleza y por naturaleza, lo que
explica que la definición del ser humano como
animal político -esto es, como animal que
habita en la polis- es una creencia tan firmemente asentada en el mundo griego que apenas
es preciso que se mencione explícitamente. El
individuo no es nada sin la ciudad, como la
parte no lo es sin el todo, más que equívocamente. La ciudad posee un principio interno de
-XXI-
21
22
desarrollo que permite que pueda ser comparada con un ser vivo, pues su finalidad es la autarquía, la conservación de la vida por sus propios
medios, de modo que los ciudadanos son como
elementos de un todo organizado, debiendo
cumplir cada cual la función propia a fin de que
el conjunto sea autosubsistente. Platón lo evidencia en muchos lugares; por ejemplo, cuando, en Menan (72 a), busca una definición de la
virtud el propio Menon, discípulo de los sofistas, aventura una según la cual la virtud sería el
cumplimiento de la función propia de cada uno
de los ciudadanos. Eso demuestra que la concepción de una ciudad constituida naturalmente como un todo organizado era una noción
comúnmente aceptada por todos, incluso por
los sofistas, que, al menos en teoría, estaban
cuestionando los fundamentos de la polis tradicional. En Fedro, Sócrates afirma que nada ha
aprendido de los campos y los árboles, sino del
contacto con sus conciudadanos, lo que no significa que se anuncie la separación naturalezasociedad, ya que nuestros ojos modernos perciben una clara oposición entre la cultura de la
naturaleza y la cultura urbana, que no podemos
suponer en los griegos. En primer lugar, por
meros motivos físicos , puesto que la separación
entre los muros de la ciudad y el exterior era
tan tenue que podemos considerarla prácticamente inexistente, y en segundo lugar, y más
importante, por la propia división que se operaba en el seno de la naturaleza, entre una naturaleza de lo físico y una naturaleza intelectual,
lo que constituye, en realidad, el gran descubrímiento platónico.
Aún hoy, la polis sigue ofreciendo el modelo
de lo que significan los límites en relación a
las posibilidades de convivencia de los habitantes de la ciudad, que vienen a ser el elemento material imprescindible para constituir una barrera que pudiera oponerse al permanente fluir del tráfico de información en
que han derivado las actuales megalópolis,
fenómeno tras el que se esconde la causa
principal de la desaparición del ámbito de lo
público en las las ciudades actuales. Es esta
misma utopía del espacio indiferenciado,
cuya única función es presentar una vaciedad
libre para dejar transitar los flujos de información , la que se encuentra a la base de la
célebre afirmación de Robert Venturi según
la cual los norteamericanos no necesitaban
plazas para el encuentro, dado que deberían
estar en sus casas viendo la televisión. Para
enfrentarse a esta situación, tendencias como
la del regionalismo crítico se pronuncia en
favor de una «arquitectura de resistencia»,
que recobre la cualificación del espacio,
abriendo con ello el abanico de la diversidad
de experiencias a los pobladores de la ciudad. Las fijaciones concretas que adquieren
estos lugares-forma de la recuperación del
espacio cualificado podrían ser la galería, el
atrio, el antepatio y el laberinto, aunque estos
tipos han tendido a convertirse en coartadas
carentes de toda significación en muchas
megaestructuras actuales, edificios, hoteles o
centros de compras.
Metápolis es, por tanto, la ciudad sin comunidad, el resultado de la deconstrucción de la
realidad, un proceso que no es más que una
última fase en el desvanecimiento progresivo
del mundo natural que ha caracterizado la teorización en torno a la polis, la vida ciudadana,
-XXII-
y la propia razón en occidente, a partir de la
disgregación del ideal unitario griego.
La perfección desrealizadora
Podríamos, siguiendo esta línea de interpretación, proponer una interpretación de la intención que ha guiado al pensamiento europeo, y
con él a sus derivaciones contemporáneas en
casi la totalidad del mundo, al compás de la
mundialización del sistema occidental, como
una búsqueda de la perfección, que sólo se ha
podido encontrar a costa de una progresiva
desrealización. La historia del pensamiento
europeo no muestra una continuidad claramente definida en la búsqueda de algún objetivo, ya sea éste la libertad, la aplicabilidad
técnica o la salvación religiosa o política; más
bien parece persistir tan sólo la búsqueda de
una perfección de los productos de la razón,
considerados como adquisiciones de cada
época. Así podemos interpretar que, lo que en
el mundo antiguo era aparición de la razón en
función del uso libre de la palabra, bien por la
creación de un espacio de libertad en la asamblea ateniense, bien a través de la institucionalización de los mecanismos del diálogo en
las instituciones de la república romana, pasa
a solidificarse en una figura que recogería
todos los atributos racionales en su máximo
grado. Tal representación de lo más excelso de
la razón es el Dios racional de los filósofos
cristianos, un Dios que no puede ser ya el
Jehová judío, cargado de pasiones humanas,
como un profundo espíritu de venganza y
cierta vanidad. Este nuevo ser divino se dota
con todo el contenido conceptual que la reflexión griega había atribuido al ser, el objeto
fundamental de investigación de la ciencia
más universal, la filosofía. Dios se define
entonces como el ser supremo, que posee en
su máximo grado todas las cualidades que
otros seres, incluido el ser humano, sólo tienen en un grado ínfimo, como son el poder, el
conocimiento, o la bondad. Naturalmente, los
debates sobre esta figura divina racionalizada
cubren un espectro tan amplio de posibilidades como dilatada en el tiempo es la filosofía
medieval, lo cual hace prácticamente imposible, y sobre todo inútil, su simplificación, más
aún por el deliberado abandono actual de las
investigaciones sobre un pensamiento altamente tecnificado que cubre más de mil quinientos años, y del que en gran medida, aun
inconscientemente, seguimos siendo deudores. Sucede, entonces, que, en su evolución, el
pensamiento europeo parece encontrar en la
figura de Dios el punto inicial y final del recorrido de la razón, que alcanza en ella la expresión de la máxima perfección inalcanzable por
un conocimiento humano siempre atado a los
límites de sus órganos sensitivos corporales.
El caso del Dios concebido como perfección
de la razón construida griega es uno de los
momentos de búsqueda de perfección que
caracterizan la evolución del pensamiento
occidental, pero, junto a estos períodos, hay
otros en que tienen lugar lo que podríamos
denominar saltos catastróficos de la razón
(Woodcock y Davis, 1994), momentos que
significan la ruptura en el enlace de determinados conceptos básicos a los que se atribuyen nuevos significados y a los que se otorga
nuevo valor. Uno de estos momentos es el
período que comprende el final del Renacimiento y el comienzo de la modernidad en
-XXIII-
23
24
el siglo xvn, cuando la figura paradigmática
de Descartes impone una nueva forma de
abordar los problemas del pensamiento, ya no
desde el respeto reverencial a la tradición,
considerada, como lo había sido desde los
tiempos del predominio de la cultura oral,
como la fuente de la verdad que sólo podía
sufrir la decadencia con el paso del tiempo,
sino desde el gusto por lo nuevo, enlazado con
el desprecio por el saber tradicional. Cierto es
que la desconfianza respecto a la tradición se
explica en parte porque la ciencia europea
estaba asistiendo al derrumbamiento de una
de las convicciones más sólidamente arraigadas desde la antigüedad, el geocentrismo
como imagen del universo, lo que podía llevar
a poner en duda todo el edificio del saber
anterior, pero lo que significa la modernidad
es mucho más un cambio absoluto de orientación con causas intrínsecamente filosóficas,
pues sus orígenes se encuentran ya en los
debates tardomedievales de los nominalistas
escolásticos, a quienes los partidarios del
tomismo denominaban moderni, que habían
comenzado a buscar la verdad en el propio
acto cognoscitivo humano, y no en la realidad
imperfecta de la naturaleza o perfecta de Dios.
Lo que asoma ya en los pensadores críticos de
la escolástica, y se convierte en una bandera
de los nuevos tiempos en Descartes, es la anulación de la realidad frente a la persistencia
reforzada del sujeto, del individuo frente al
mundo. Esta tendencia subjetivista, que acompaña a todas las formas modernas de pensamiento sitúa por vez primera al ser humano en
el centro de la reflexión. De nuevo, la tendencia hacia el perfeccionamiento hará nacer en
-
Europa un movimiento de exaltación de Jo
humano hipostasiado en las figuras del género humano y su libertad. Las consecuencias de
este movimiento, la revolución popular liberal
y la exaltación de la Ilustración son muy cercanas, pues de algún modo se encuentran
detrás de doctrinas como las de los derechos
humanos o la igualdad de todos los pueblos,
que persisten hoy como vestigios de un pasado ilustrado. En el momento en que todas las
fuerzas de la modernidad parecían haberse
concitado para hacer realidad el ideal de la
razón en el movimiento revolucionario de
1789, tiene lugar una nueva ruptura en la línea
del pensamiento, con la crítica al concepto de
sujeto, que culmina con la desvalorización del
otro polo de la relación sujeto-mundo. Si el
mundo (Dios o la Naturaleza) ya había sido
tachado, ahora le toca el turno al sujeto, lo que
significa la desaparición del ideal del hombre,
dejando el espacio del pensar ocupado únicamente por la relación del sujeto cognoscitivo
con el mundo como objeto del conocimiento.
Esta vinculación se denomina lenguaje. En el
lenguaje se sintetizan sujeto y objeto en una
realidad única más «real» que la naturaleza
física, cuya esencia en sí se escapaba al conocimiento científico, y más real también que un
ser humano, bajo cuya superficie racional se
estaba descubriendo todo un submundo de
motivaciones irracionales.
El lenguaje, que surge en un primer momento
como una neorrealidad construida penosamente por el esfuerzo científico, tiende a buscar de nuevo la perfección, a erigirse en un
ideal independiente de las motivaciones
humanas, que parecen albergar en sí el ger-
XXIV -
men destructivo de lo irracional. Por ello, el
lenguaje se hace lógica, normativa epistemológica, guía para la actividad científica. Esta
realidad lógica perfecta es capaz de sustituir, o
más bien «crea» tanto al sujeto como al
mundo, cual un nuevo Dios, cuyo papel
estructural, en definitiva, viene a ocupar. La
nueva divinidad no es ya la Razón humana,
cuya debilidad psicológica había sido puesta
al descubierto por Nietzsche, Freud, o el propio Marx, los tres filósofos de la sospecha,
sino el modelo lógico científico, que parece
poder solventar todos los problemas humanos
en su relación con el mundo. Sin embargo, el
profeta Nietzsche había anunciado ya la
«segunda muerte de Dios», pues la ciencia no
logra ahuyentar el misterio, ni anular la potencia de la vida. Quizá sea ése el punto de
enganche del último salto catastrófico del
pensamiento europeo, cuyas consecuencias
estamos viviendo, en que el lenguaje profundiza en su solipsismo, se aleja cada vez más
de las necesidades humanas de vinculación
con la realidad natural, y se transforma finalmente en texto, una secuencia lingüística que
ya no significa nada, que ya no presenta una
jerarquía cognoscitiva para manifestar ostenosamente quién tiene el mando. En la época de
la deconstrucción textual, la ciencia, la filosofía o la teorización política no son más que
géneros literarios diversos, sin posible comunicación entre sí, sin un criterio establecido
para dirimir sus conflictos. Podría ser, entonces, el deconstructivismo la última fase de lo
que se ha dado en llamar «postmodernismo».
En esta época del pensamiento occidental el
espacio de lo social (igual que el de lo teóri-
-
co, lo ético o lo artístico) se abre a un vacío
superficial, que puede ser ocupado por cualquier forma de pensamiento, con tal que sea
textual, es decir, que no pretenda tener un significado que pueda ponerse en relación valorativa con otros textos significativos entre los
que quepa efectuar una elección racional. La
deconstrucción produce un espacio de vacío
valorativo, en el cual no cabe relacionar un
enunciado de cualquier tipo (científico, ético,
estético o político) con un significado previo
al propio enunciado, que pudiera ser el referente para su legitimación, y, por tanto, para
su valoración. En consecuencia, los enunciados lingüísticos se transforman en meros textos, que, al no admitir la existencia de una
realidad que esté situada más allá de sus márgenes, sólo puede relacionarse con otros textos también superficiales, de los cuales ninguno puede arrogarse una superioridad científica, ética o de cualquier tipo, que pudieran
establecer una jerarquía de los urios en relación a los otros.
Este desvanecimiento progresivo de la realidad, que se expresa en la deconstrucción,
configura una estética de la desaparición, que
nace de la radicalización de las consecuencias
de la fragmentación postmoderna: fragmentación del espacio de la ciudad, de la teorización
artística, del discurso, del saber.
La primera fase de la desaparición de la realidad se ha ejecutado con la eliminación de los
últimos rastros de la realidad material, cuando
el lenguaje es sustituido por el texto. No hay un
margen del texto, pues la deconstrucción hace
patente que ahora un texto ya sólo se refiere a
otro texto. Y si no hay objeto, tampoco corre
XXV -
25
26
mejor suerte el sujeto, ya hecho desaparecer
por los postestructuralistas, que lo consideraban tan sólo el punto de intersección de redes
lingüísticas de saber y poder. La segunda fase
conduce de la deconstrucción al desvanecímiento substancial, que en el espacio urbano
significa el nacimiento de la metápolis, la ciudad virtual, cuya realidad es el resultado de la
conjunción relativista de espacio y tiempo. La
presencia (no presente) del texto aún podía
abrir la posibilidad a la permanencia de la
memoria, pero ahora el propio texto desaparece sustituido por el concepto de información
binaria, en que imágenes y textos se confunden
en su calidad de bits de información en un código binario, simplificador, pero efectivo, performativo. El espacio se desvanece cuando las tecnologías de la comunicación permiten el controJ de los movimientos urbanos en tiempo real,
cuando la interacción de los cuerpos es sustituida por la telepresencia de la imagen digitalizada. La vieja ciudad territorializada deja su
lugar a la ciudad virtual la metápolis desterritorializada, en la que la velocidad de las ondas
crea el tiempo real, las distancias se extinguen
y el mundo es un punto en el objetivo de un
satélite televisivo. El espacio de metápolis es
un ambiente de atmósferas, pues las relaciones
entre la luz y la sombra crean la atmósfera en la
ciudad neomaquínica. La arquitectura no es ya
un tipo de escritura, sino una tecnología artística que ha de tener en cuenta los fenómenos de
aceleración y desaparición, por lo que la estrategia de la mirada puede entrar a formar parte
de la operación del acto de construcción.
La no permanencia de las imágenes tiene un
sorprendente efecto sobre las respuestas
arquitectónicas: cambios en la política de propiedad y rejustes económicos, remociones y
reemplazos se conjugan para reescribir el
texto de la ciudad como una escena de estrategias de transformación, donde el recuerdo
del pasado se preserva a través del desplazamiento sobre el resbaladizo terreno de la
memoria.
El postestructuralismo cuestionó la noción de
lo interno como enclaustramiento del sujeto
en su conciencia, lo que conllevó la desaparición del sujeto, y ahora la estética de la desaparición cuestiona la realidad del espacio interior definido por la obra arquitectónica, pues
es la noción misma de límite la que se ha
puesto en crisis, al menos en su versión racionalista, que considera el límite como una
barrera rígida, geométrica. Por el contrario, el
límite de la metápolis es una membrana osmóti ca, más semejante a la envoltura natural que
implica tanto a la cosa como al medio. La
membrana en la célula representa un papel
mucho más rico y diverso que una simple
línea de demarcación especial para una colección de transformaciones químicas, porque
participa en la vida de la propia célula como
los otros componentes celulares (Maturana,
1990). El interior celular tiene una rica arquitectura de grandes bloques moleculares, a través de la cual transitan múltiples especies
orgánicas en continuo cambio, y la membrana, operacionalmente, es parte de ese interior,
lo cual es cierto tanto para las membranas que
limitan los espacios celulares que colindan
con el medio exterior, como para aquellas que
limitan cada uno de los variados espacios
internos de la célula. Análogamente, la ciudad
-XXVI-
del límite rígido es monumental, estática; el
plano es la imagen de esta ciudad monumental, en una representación sincrónica de la disposición de los elementos de la ciudad en el
espacio. En la metaciudad ya no hay entidades
discretas en el espacio, sino trayectorias relacionales de circuitos y frecuencia de ondas,
que conforman una inmensa red virtual. Es
por ello que el espacio, que es el dominio de
la arquitectura ha sido sustituido por la temporalidad como resultado de la tecnología de
la comunicación, que por su carácter inmaterial hace que los límites ya no sean capaces de
determinar espacios discretos, sino que su haz
atraviesa todas las membranas ciudadanas. Ya
no se dan límites que crean unidades discretas
en el espacio, con distintas demarcaciones
espaciales, sino límites membranosos semipermeables, que crean conjunciones de espacios que son atravesados por mareas de información. La diferencia espacial del límite ha
sido superada parcialmente por las diferencias
temporales de las frecuencias que utiliza la
información para atravesar las membranas
ciudadanas, puesto que los muros de los edificios, los límites trazados por las calles en la
ciudad son cruzados por la llamada en el teléfono inalámbrico o por las comunicaciones de
dos bases de datos situadas en lugares opuestos de la ciudad. Lo arquitectónico ha sido
invadido por el tiempo tecnológico, dándose
una contradicción entre la tradicional definición de la arquitectura geométrica como la
capacidad para definir una unidad de tiempo y
lugar para las actividades, con las capacidades
de los medios de comunicación de masas. Las
tecnologías arquitectónicas del espacio son
sustituidas por nuevas técnicas del tiempo
medial e informático. La transmisión de información en tiempo real atraviesa los límites de
las formas en el espacio, lo que supone una
crítica radical no sólo de la moderna arquitectura, sino también del postmodernismo.
El recurso postmoderno a la historia pretende,
en el fondo, sostener aún el tiempo clásico
frente a los embates del tiempo tecnológico
sobre la ciudad. Pero ha sido Virilio (1997)
quien ha generalizado la «visión política de la
velocidad» definiendo las técnicas de la ciudad como técnicas que emplean vectores de
poder sobre lo social. El espacio se recorre
mediante vectores, término de la geometría,
que significa una línea de longitud y dirección
fijas, pero que no tiene una posición determinada, ya que los vectores atraviesan el espacio
real, en una trayectoria que es virtual, cuyas
cualidades son la velocidad, la aceleración, la
exactitud. Mientras que el territorio es esencialmente el espacio que es defendido, cerrado, y que en consecuencia actúa como una
muralla hostil al movimiento, el vector, en
cambio, es más bien un potencial para atravesar un espacio-territorio, sin seguir necesariamente ninguna trayectoria particular a través
del espacio.
La teoría de los vectores parte de la afirmación
de que tanto los individuos como los grupos
estamos hechos de líneas. Según Deleuze
(1977, pp. 151 y ss.), las hay de tres tipos: la
primera clase se caracteriza por su segmentaridad dura, que encierra lo social dentro de límites prefijados, donde reside la esencia de lo
social (la familia, los deberes de cada edad). El
segundo tipo es de una segmentaridad mucho
más débil, que puede calificarse de «molecu-
-XXVII-
27
28
lar», que atraviesan a los individuos, las sociedades y los grupos, por medio de las cuales
pueden esquivarse las líneas duras trazadas de
antemano en lo social. La tercera línea es la
línea de fuga, que llega hasta un destino desconocido, imprevisible y no preexistente, una
línea que se identifica con lo cartográfico, lo
diagramático o el rizoma. Puede hablarse de
una segmentaridad dulcificada, que se corresponde con las sociedades primitivas, mientras
que la más dura define la situación moderna,
en la cual tiene lugar siempre una componente
binaria, pues la segmentaridad dura es el resultado de la necesidad continua de elección entre
dos términos, ya que estamos clasificados, por
ejemplo, en dos clases, dos sexos o dos edades.
Desde este punto de vista de la segmentaridad
lineal, en su modo moderno, se produce una
codificación de los segmentos, que constituye
la creación de un espacio homogéneo, una
territorialización en la que los segmentos pierden movilidad y cuadriculan el espacio donde
están sometidos el individuo y la cultura,
dando lugar a una cartografía del territorio
desterritorializado, en la que que coexisten
líneas de segmentaridad duras con otras más
flexibles. Por ultimo, encontramos aún un tercer tipo de línea sobre el espacio postmoderno,
la línea de fuga, un vector que atraviesa los
otros vectores, movilizándolos, haciendo
entrar en variación continua sus puntos,
ampliando su intensidad.
Sobre el territorio de las líneas de fuga se han
perdido los contornos históricos, en un movimiento puramente decodificador, en que ya
carecen de sentido las figuras históricas, los
monumentos y los objetos dentro del paisaje
-
urbano. Se define, entonces, metápolis como
un proceso cinematográfico, donde la distinción entre lo interno y lo externo ha quedado
obsoleta, pues el flujo de información trasciende el espacio, del mismo modo que los
pares tradicionales: forma-contenido y formaexpresión se disuelven a medida que las barreras entre ciudad y texto se evaporan. La relación convencional entre monumento, memoria e historia se borra en los espacios virtuales,
pues la duración y la intensidad se disuelven
en la nada. Las líneas de fuga y los vectores se
dibujan constantemente en nuestra metrópolis, pero con la misma celeridad desaparecen,
pues son trazos que ya no siguen el modelo
del panóptico con su sentido jerárquico, sino
que se trazan en flujos y turbulencias, que
definen el mapa de las metrópolis nómadas.
Las trayectorias lineales, las tendencias de las
líneas en movimiento vertiginoso, los vacíos y
borraduras son herramientas arquitectónicas y
epistemológicas Y, aunque la permanencia de
los edificios del pasado da lugar a situaciones
estáticas transitorias, el espacio estático y con
límites prefijados ha de rendirse ante el espacio virtual de la tecnología.
Así pues, la estética de la desaparición (Virilio
1988) se deriva de la inestabilidad de las imágenes, espacios y objetos, que se corresponde
con una geometría fundada en duraciones y
secciones no permanentes ni absolutas. La
presencia ahora es una presencia a distancia,
es la telepresencia en la era de la mundialización, en que se producen separaciones, que no
se dan en la realidad física, sino en la realidad
metageofísica de los telecontinentes, cuya
realidad se basa en la actividad económica
XXVIII -
volátil de las comunicaciones en tiempo real,
y no en las raíces culturales del tiempo substantivado. Pero al desaparecer el movimiento
homologable con el acaecer humano, desaparece también el ámbito de la subjetividad, el
tiempo en la conciencia, pues el tiempo no es
sino el ritmo del movimiento que crea la subjetividad. En efecto, es el tiempo mismo el
que sufre también transformaciones sin precedentes, que afectan a nuestra propia conciencia en cuanto sujetos, siendo el tiempo lo que
define el sentido interno, la identidad substancial a través de la sucesión de instantes. El
punto temporal, como el punto geométrico no
son nada, si no entran en relación con lo anterior y lo posterior, con el pasado y el futuro. El
tiempo, por tanto está vinculado al movimiento, que permite la sucesión de los instantes, el
paso fugaz a través de instantes-nada, que se
hacen algo cuando son recorridos. Por ello, el
tiempo está ligado, a su vez con la conciencia,
que lleva a cuenta de los instantes y se reconoce a sí misma al contar. Es por esto que la
desaparición del movimiento real y su sustitución por el transporte virtual de cuantos de
información parece traer como consecuencia
la desaparición de la conciencia en cuanto
percepción directa de los fenómenos que nos
informan sobre nuestra propia existencia.
La percepción subjetiva de la realidad y del
espacio de la ciudad, los dos constituyentes
más significativos del ámbito humano, se desvanecen al mismo tiempo que el mundo en la
estética postvanguardista. La telepresencia
significa un cambio en la trascendentalidad
del conocimiento, que ya no es la representación en un espíritu (Gemüt), sino la imagen
sobre una pantalla, de modo que nuestra percepción se ajusta a este modelo. Ésta es la
«realidad virtual», en la que se substancializa
la imagen óptica del mundo real, con lo que se
compensa la desaparición del espacio por obra
de las telecomunicaciones instantáneas. La
creación de la nueva realidad ha llevado a la
subjetividad contemporánea a la perplejidad
respecto de la objetividad, en continuidad con
la desaparición del sujeto en la escena del
movimiento acelerado, del tráfico de cosas y
personas. La desubstancialización del sujeto
recibe así un notable empujón, pues se promueve el encuentro de átomos de individuales, que sólo se presentan unos a otros una fría
y reflectante superficie en que cada uno se ve
sólo a sí mismo, pero no el mundo de intenciones, deseos y proyectos que constituyen lo
humano, igual que en los edificios espejeantes
que aparentan desaparecer al reflejar el entorno, negando su funcionalidad interna. En tal
mundo todo es movimiento, y todo es accidente, pues ya no es preciso que el movimiento sea el movimiento de algo, de modo que la
categoría de lo corpóreo material deja de ser
primaria respecto del movimiento mismo. La
técnica anuncia nuevas señales en la desaparición de la substancia corpórea, en la medida
en que las rutas físicas van siendo sustituidas
por rayos ópticos, como en los ordenadores
que eliminan casi totalmente el soporte físico,
fuente de retrasos y molestias para el transporte de información. El ideal de una ciudad
de individuos que trabajan, compran y se relacionan conectados a un terminal acabaría por
hacer innecesaria no sólo la existencia de una
vinculación de sujeto a sujeto, ya que las relaciones estarían estereotipadas por los menús
-XXIX-
29
informáticos, sino incluso del desplazamiento
mismo. Se habría conseguido entonces la
reducción de la dimensión espacio a la dimensión tiempo, pues todas las posiblidades desplegadas en el espacio serían disponibles como
si estuvieran concentradas en un punto, siendo
sólo preciso esperar la sucesión de bits de
información siempre actuales, e indiferentes al
emplazamiento de su origen o de su destino.
La forma de la materia:
la deconstrucción de la realidad
30
La reflexión sobre los fenómenos de desaparición característicos de la ciudad actual ponen
de manifiesto que aquéllos son consecuencias
lejanas o inmediatas de la reducción del
mundo físico al espacio geométrico, que tuvo
lugar durante la revolución científica racionalista, y la reducción del espacio al tiempo que
se inicia con la teoría de la relatividad. Se abre
así el problema del cuestionamiento de la
noción misma de realidad, que toca las raíces
filosóficas de la naturaleza de metápolis.
Aparentemente el término realidad no plantea
problema alguno, de modo que siempre creemos saber lo que significa. De hecho vivimos
en la realidad y si en algún momento nos planteáramos que no entendemos qué es, nuestra
vida sería imposible. Por ello pensamos conocer casi inconscientemente lo que define a la
realidad frente a otros modos de ser «irreales». En esta distinción se ha basado en gran
medida el avance científico que se ha impuesto en occidente como la seña de identidad del
progreso que le ha permitido dominar el
mundo, desde que Newton formuló las leyes
racionales conforme a las cuales funciona el
universo. Sin embargo, ya desde el mismo
momento en que la ciencia comienza a hacerse ilusiones sobre un futuro de absoluto poder
sobre Jos cuerpos y las fuerzas del cosmos, la
filosofía, representada por el criticismo kantiano, traza los límites de la ilusión al determinar que la realidad no es sino una categoría
a priori, paralela a los juicios afirmativos, es
decir, un concepto que usamos para encontrar
un correlato a nuestras afirmaciones sobre
hechos y cosas, que, aunque nacen de nosotros mismos no podríamos comprender sin
suponer que también existen fuera de nosotros. Ya antes de Kant, Hume había introducido el desasosiego en el pensamiento racional
al afirmar que todo lo que está al alcance
inmediato de nuestro conocimiento son las
impresiones, es decir los efectos que aparecen, y que al aparecer crean la mente misma
que los intuye, como en un teatro sin actores
ni escenario. Pero es a la filosofía crítica a la
que debemos, en primer lugar, el haber puesto
en cuestión el concepto de lo real, al que se
dota de un estatuto evanescente que no hará
sino agudizarse en el futuro.
Por su peculiar posición ontológica, la realidad es mucho más que un simple concepto en
relación con otros del sistema, pues puede
considerarse como el medio conceptual en el
que vivimos, y así lo entendieron los primeros
filósofos que lo utilizaron. Puede decirse que
la realidad (realitas) es un descubrimiento
medieval, ya que no aparece como tal concepto sino hasta los últimos momentos de la Edad
Media, en el pensamiento postescolástico,
justo en los albores de la modernidad, con
Duns Scoto, quien lo usó para distinguir lo
-XXX-
que constituía la serie de formalidades
mediante las cuales el ser esencial se va individualizando, de la última formalidad individualizadora que hace a la cosa ser «realmente» existente. En ese momento, la realidad
pasa a ser un trascendental, en lucha abierta
con el ens griego, la entidad de lo que es como
existente. Los trascendentales tienen un
importante papel en la reflexión, pues constituyen el medio más inmediato de aproximación al ser, el objeto de la pregunta filosófica
por excelencia. Puesto que conocer el ser es
imposible para el conocimiento humano, sólo
siendo admisible tal saber para la divinidad,
hay que definir qué otros conceptos nos pueden aproximar a ese ser inalcanzable. La existencia, la unidad, la verdad y el bien se constituyen en tales medios de aproximación,
auténticos «superconceptos» que reciben el
nombre de trascendentales , para significar su
cercanía al ser trascendente, la menor distancia a la que un concepto humano puede acercarse al ser suprahumano.
Así pues, la realidad aparece en un momento
determinado de la historia del pensamiento y
esto ya nos indica el sentido de su devenir,
hasta llegar a la deconstrucción o desvanecímiento de la realidad en que vivimos.
Podemos tratar de explicar este devenir utilizando un esquema con tres posibilidades conceptuales -aparición, recepción, desaparición- que son núcleos en torno a los que se
articulan doctrinas, que no son simples monumentos en el camino del desarrollo histórico,
sino que podemos considerarlas aún hoy presentes, como lo estuvieron en el pasado y lo
estarán en el futuro. En cada etapa histórica el
pensamiento se ha decantado por una opción o
por otra, y adquiriendo este proceso la forma
de una génesis histórica, que ha comenzado
por las primeras reflexiones sobre la materia.
Los primeros filósofos griegos habían nombrado de un modo concreto el fondo originario
material, atribuyéndole las cualidades de uno
de los elementos ya conocidos, al tratar de distanciarse de las imágenes del Caos, de la
Noche, que habían perturbado las visiones
míticas del comienzo del mundo. Estos mitólogos, forjadores de narraciones sobre el origen del cosmos no parecen haber experimentado la menor extrañeza ante el hecho de que, a
partir del caos primigenio, hubiera podido surgir un mundo formado, del mismo modo que
no se preguntaban qué había antes del tiempo
o del espacio. Habrá que esperar a Aristóteles
para que esas cuestiones se formulen explícitamente, pues es él quien elabora la crítica histórica del pensamiento anterior, considerado
como los primeros balbuceos de un sistema
que, finalmente, podía presentarse como altamente tecnificado. Así es como el mundo
occidental abandona definitivamente el mito y
se introduce en el reino del logos, tránsito que
se ha convertido en uno de los mayores tópicos
sobre el nacimiento del saber racional, aunque
su culminación se produce en el momento en
que se otorga a la materia un estatuto ontológico de tal calibre que permite a Aristóteles
superar la inconsciencia con que se había tratado el problema de lo corpóreo, tanto en los
presocráticos como en la obra de su maestro.
La materia debe causar extrañeza, admiración
que incite a pensar. No es una realidad trans-
-XXXI-
31
32
parente para el conocimiento, algo que pudiera ser nombrado o identificado sin más con
una de las materias concretas existentes, ni
siquiera con alguno de los cuatro elementos
simples, que, sin embargo, seguirían poseyendo durante mucho tiempo un papel relevante.
La materia se niega a plegarse a las condiciones del pensamiento, y es preciso indagar las
causas de tal rebeldía. Evidentemente, la solución al problema de la materia no se debe buscar utilizando el expediente de negarle absolutamente el ser, o, al menos, un grado de ser
equivalente al de la forma, como hace Platón,
para quien el pensamiento se caracterizaría
por su caracter formal, y, por tanto, por ser
una realidad incapaz de aprehender los últimos residuos de esa otra realidad material
definida por su ausencia de forma, siendo tan
sólo una resistencia puesta enfrente de la
forma. La presencia de la materia sería, entonces, una especie de condena, de la que sólo es
posible encontrar expiación mediante la vía
religiosa de la purificación, aunque también
pueda darse el camino de la sabiduría racional
que se esfuerza por lograr la separación absoluta del espíritu, posibilidad ésta que anida
sólo en el alma del sabio. Este anhelo de separación extiende su influencia a todas las variedades del pensamiento místico de los siglos
posteriores, y parecerá adaptarse de una
manera completamente natural a la religión
cristiana, de modo que, cuando los primeros
filósofos cristianos intenten conciliar la nueva
religión surgida de la doctrina de Jesús con el
antiguo saber griego, tomarán como modelo
incuestionable el pensamiento platónico, y
sólo cuando se haga sentir la fuerza del aristotelismo, se promoverá la realización de una
gran síntesis en la que el concepto de materia
ocupará un importante lugar.
En una fase más tecnificada del pensamiento,
Aristóteles define la materia como el tercer
gran principio de la realidad natural, el más
importante de los recursos para superar la
escisión de los contrarios, que condenaba al
devenir natural a un eterno retorno de un contrario a otro. Tres, en efecto, han de ser los
principios de la naturaleza. No uno: puesto
que ello impediría el movimiento natural,
como sucede, de hecho, en Parménides, quien
dedujo acertadamente que la unidad del ser
obligaba a aceptar su inmutabilidad, pues
¿desde dónde y hacia dónde se movería el
ente natural si no hay extremos del movimiento? No dos: si así fuera, no sólo tendría
lugar, como algunos habían afirmado, un
movimiento de ida y vuelta, un ciclo sin fin,
sino que, en realidad, la admisión de sólo dos
principios nos colocaría en la misma situación parmenídea del principio único. Si nadie
había reparado en ello -se afirma en la Física
(188 a 20-192 b 5)- se debe a que no se ha
profundizado lógicamente en la noción de
principio. Un principio, por su misma definición, exige independencia respecto de cualquier otro principio con el que pudiera coexistir, y subordinación causal de todas aquellas causas que se encuentren bajo su dominio. La existencia de dos principios supondría, por tanto, la imposibilidad de una mutua
comunicación o de cualquier tránsito entre
ellos, ya que la cadena causal que inauguran
es opaca a cualquier interferencia desde el
exterior, generando mundos cerrados sobre sí
mismos. Si hubiera dos principios, ¿cuál de
-XXXII-
ellos debería ser el que iniciara el movimiento hacia el otro? Aunque dicho movimiento
se produjera, nos encontraríamos en realidad
ante un único principio, el que inicia el movimiento, que engloba causalmente al segundo,
como causa subordinada. Mas, esto es también contradictorio, pues un solo principio se
vería impedido para iniciar cualquier movimiento, como se había afirmado anteriormente. Así pues, dos principios independientes
funcionarían, cada uno de ellos, como un sólo
principio aislado, dado que, si se intercomunicaran, uno de ellos no sería verdadero principio, y retornaríamos, de nuevo, al principio
único. En cualquier caso, uno o dos principios no explican el devenir natural. Necesitamos un tercer principio, cuya misión
consistirá, exclusivamente, en poner en comunicación a los otros dos; un tercer principio funcionalmente pasivo que sirva de lecho
a los dos principios activos. En definitiva,
sólo hay una manera de resolver el dilema: un
principio daría origen a un mundo lógico,
racional, no a la naturaleza en perpetuo cambio que habitamos, pero añadir un segundo
principio no soluciona nada, como demuestra
el análisis de la noción de principio. Por
tanto, la única solución consiste en partir de
tres principios, el último de los cuales, la
substancia como substrato. la potencia energética, es, quizá, el gran descubrimiento griego, el origen de la materia en su formulación
conceptual.
Lo que caracteriza esencialmente a la materia
es estar en potencia de recibir diversas formas.
Sin embargo, en el mundo real -al margen de
ese ente de razón que es la materia prima, la
-
materia que carece absolutamente de formano podemos distinguir entre una materia pura
y la materia ya informada, pues el movimiento continuo exige la aparición también continua de nuevas formas a partir de la privación
de otras formas existentes previamente. El
axioma básico de la inseparabilidad de materia y forma es fuente de paradojas que obligan
a tratar al ente natural, al compuesto originario de materia y forma, desde dos puntos de
vista: dinámico y estático. Cada cosa es un
todo indiscernible de materia y forma, conceptos que son sólo separables mediante el
análisis lingüístico. Las cosas naturales se
caracterizan por el movimiento, que ha de ser
analizado intelectualmente como la combinación de dos elementos y dos funciones, otorgando a la materia la cualidad de la pasividad,
la substancialidad subyacente, mientras que a
la forma se la considera como actividad, substancialidad actual; y entre ellas, como es obligado, un tercer principio, la privación, que
expresa la necesidad de suponer el cambio de
formas sobre la misma materia. Así, lo que
desde un punto de vista estático, es el cambio
de formas sobre un compuesto dado, desde el
punto de vista dinámico es el paso de la potencia al acto, a través de la privación. Este movimiento es irreversible, ya que de la potencia se
puede pasar a la privación de una forma anterior, pero desde el acto no se puede retroceder,
mediante privación de la forma adquirida,
hacia la forma anterior potencial, sino sólo
hacia una nueva privación que facilite la
adquisición de una nueva forma. De ahí la
afirmación de que el tiempo es siempre
corruptor. La flecha del tiempo es irreversible
(Prigogine 1983, pp. 226 y ss.).
XXXIII -
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34
La materia, por tanto, se identifica entre los
griegos con lo potencial, no en el sentido
carencial que este término adquirirá posteriormente, sino por contener en sí la energía
necesaria para efectuar por sí misma el devenir hacia su perfeccionamiento formal. Es por
ello que no se distingue de la propia naturaleza, que puede identificarse con esa energía
interna natural, por lo cual no hay materia que
no sea natural, mientras que las formas podrían
ser artificiales. Quizá sea éste precisamente el
punto en que el pensamiento de antiguo
puede considerarse definitivamente superado,
ya que nuestro mundo tecnificado es capaz de
producir nuevas materias no naturales. Para
el pensamiento griego, en cambio, no es concebible una materia que el hombre no se haya
encontrado «ya ahí>> ante él, siendo justamente el componente material el que está dotado
de la energía interna no susceptible de fabricación humana, que se identifica con la naturaleza en un cierto sentido. Es, en efecto, la
consideración de la naturaleza como principio interno de movimiento, lo que permite
distinguir a los seres naturales de los que son
producto de la técnica humana, y lo que parece exigir que el concepto de naturaleza sea
referido necesariamente al de materia, aunque siempre formando parte de un compuesto.
Precisamente la capacidad interna para el
automovimiento de la materia plantea una
dificultad, pues todo movimiento exige la
presencia de un agente externo que lo inicie,
que en el caso del mundo sublunar que habitamos, no es otro que el alma y, en el mundo
supralunar, las inteligencias interastrales. El
propio Aristóteles alienta la ambigüedad res-
pecto del movimiento: por un lado, es una
cualidad interna de la naturaleza, por otro
requiere en su inicio la presencia de un motor.
La segunda de las alternativas ha encontrado
más eco por influencia del pensamiento
medieval en su pretensión de despojar a la
materia de actividad interna. Pero, en
Aristóteles, no hay contradicción entre
ambas, pues la unidad del ente, su substancialidad, garantiza que no se da exterioridad
real sino sólo analítica entre motor y movido,
entre agente formal y paciente material. Así,
se exige al alma, a fin de poder actuar como
motor, el encontrarse unida a un cuerpo natural organizado, e incluso la materia prima no
podría ser considerada nunca como inerte,
puesto que eso supondría la necesidad de
alguna entidad superior que hubiera puesto en
contacto esa materia preexistente con la
nueva forma adquirida, para dar origen a las
materias concretas. De modo que, aun reconociendo la necesidad de un tercer principio
exterior a la materia originaria y a las formas,
éste sólo puede ser la naturaleza misma bajo
el nombre de substancia.
El naturalismo -sea lo que fuere lo que se
sitúe bajo tal rótulo- parece suponer como
condición necesaria el establecimiento de la
unidad básica de todos los componentes del
mundo, aun del artificial construido por la
acción técnica humana. La cuestión de la
unidad del ser parece seguirse inmediatamente de otra pregunta aún más primitiva, la
pregunta por el ser del ser. A fin de superar
la multiplicidad inherente al decir, es preciso
poner como fundamento básico del sistema
la unidad primitiva, en el origen, de todo lo
-XXXIV-
real: la unidad de la existencia, del acto, del
ser, de la naturaleza. Aristóteles ya distingue
en las cosas unos elementos homeómeros,
que poseen la uniformidad cualitativa característica de la continuidad de la vida que se
caracterizan por el hecho de que la parte
lleva el mismo nombre que el todo, como en
el caso del agua que está formada por partes
de agua, y unos elementos anhomeómeros,
saltos catastróficos en el seno de la naturaleza, paso de la potencia al acto, en que la parte
se nombra de un modo distinto al todo, como
es el caso de los órganos corporales, cuyas
partes son los tejidos. Esta oposición plantea
problemas de difícil elucidación, puesto que
se trataría de iluminar el modo en que materia y forma llegan a la unidad en el instante
mismo de constitución de las cosas. Unión
que puede calificarse como trascendental en
el sentido de que ambos términos son inseparables, son «esencialmente relativos» uno a
otro, y también en cuanto que tal unión, por
ser diferente para cada cosa singular, queda
fuera de la esfera de lo cognoscible para
nuestra inteligencia, situada siempre más allá
de sus límites como un supuesto básico pero
inalcanzable, pero que hace posible cualquier conocimiento de lo que es la realidad
en sí misma.
No será sino hasta la primera mitad del siglo
cuando esta primitiva unidad de lo real,
en definitiva la unidad de materia y forma,
se rompa definitivamente. La distinción formal scotista representa el paso más importante dado por la escolástica para avanzar
hacia el pensamiento moderno con el predominio de la teoría del conocimiento, y su
XIV
-
consideración de lo humano como separado
de lo natural. La materia ha perdido ya ese
carácter misterioso de sus orígenes, que aún
estaba presente en el pensamiento aristotélico, donde la materia prima era el único verdadero trascendental, pues sólo este elemento del sistema metafísico permanecía innombrado, y ni siquiera podía accederse a él
desde el conocimiento del ser, ya que en ese
momento nos encontraríamos ya ante la
materia segunda. Así, por influencia aristotélica, hasta bien entrado el medievo, pervivían en ciertas concepciones de la materia
los rasgos del Caos mítico, lo que existía
antes del ser, mientras que con la interpretación scotista la materia ha perdido su misterio; es una materia informada, que es justamente la que necesita el concepto moderno
de realidad.
Haciendo uso de la crítica de los moderni al
concepto de realidad de la escolástica tradicional, es Descartes quien mejor expresa el
enorme cambio que tiene lugar en el pensamiento moderno, por lo que suele ser considerado como el principal responsable del inicio la tecnificación del mundo occidental. El
filósofo francés levanta el acta de defunción
de la materia como entidad independiente,
aunque el óbito había tenido lugar, no obstante, dos siglos antes. El cartesianismo afirma que la realidad substancial es el Yo, el
pensamiento, cuya materia es la intuición;
pero no se trata de una intuición del ser real
exterior al sujeto, sino de la pura subjetividad de lo cierto de la certeza misma. La
intuición cartesiana no consiste sino en el
acto subjetivo por el que la mente se aperci-
XXXV -
35
36
be de su estado de indubitabilidad, cuyos signos son la claridad y distinción. Con ello, la
realidad física como extremo de un acto
intencional de la naturaleza mental ha sido
sustituido por el objeto dado en el acto formal de la mente de un sujeto. El ser racionalen-y-del-mundo se ha trocado en el sujetoante-su-objeto. El mundo, la naturaleza exterior al sujeto pensante, forma ya parte del
mismo acto del pensamiento. Siguiendo la
misma tendencia, la doctrina kantiana de la
cosa-en-sí se presenta como el último eslabón en el proceso que estamos esbozando. La
realidad física, para Kant, se encuentra siempre más allá de los límites del sujeto, como
una incógnita virtualmente supuesta por el
fenómeno , un algo a lo que los propios empiristas denominaron substancia, recogiendo
una venerable terminología medieval. Por lo
demás, Kant lleva hasta sus últimas consecuencias el ideal de la ciencia moderna consistente en eliminar la materia mediante el
expediente de su progresiva formalización,
hasta que de ella no queda sino un residuo
inutilizable, pero tercamente presente, que ha
de apartarse hacia los márgenes del sistema.
La realidad substancial moderna es algo
muerto, pasivo, un simple concepto metafísico del que se han tratado de eliminar todas
las cualidades vitales, potenciales, a fin de
hacerla manipulable. Sin embargo, el hecho
de que, una y otra vez, el concepto de materia retorne al núcleo mismo de los sistemas
prueba la futilidad de tal intento.
Sobre este tercamente presente sentido griego tradicional de la materia nace la estética
de la aparición, como forma más primitiva
de teorización sobre el arte, no en el sentido
de su antigüedad histórica, sino en otro más
profundo, en cuanto se refiere a la realidad
fundamental como materia, una realidad que
no ofrece dificultades, que no se piensa, ni se
nombra porque se vive en ella. El ejemplo
estético más significativo de la aparición se
da en el arte de la escultura, en que la única
actividad del escultor consiste en hacer desaparecer lo que sobra de la materia. En el
trozo de mármol está ya la figura, pero
sobran pedazos de materia que el escultor,
como buen artesano, elimina, apareciendo
entonces la verdadera naturaleza de lo que ya
estaba virtualmente en el bloque de mármol.
Ése es el sentido de la realidad física, de la
realidad de la estética de la aparición: Jo que
aparece, aparece desde la materia. Tal es el
modo en que lo entendieron los primeros
filósofos, los físicos del materialismo primitivo. Para ellos, lo más real son las cosas, el
suelo, porque en las rocas y en el suelo es
donde se ve más fácilmente cómo lo que aparece, aparece desde la materia, desde Jo más
sólido en que habitamos, desde la tierra. Lo
que existe, lo que se mueve sobre la tierra
aparece según las leyes básicas de la semejanza y la desemejanza. Lo semejante, lo
pesado, por ejemplo, tiende a unirse con lo
semejante, y por ello los elementos terrestres
más pesados se reúnen en el centro, mientras
que Jo desemejante tiende a a separarse. Así
es como de hecho se han formado las rocas a
partir del magma, Jo que les da la apariencia
de pequeños nódulos formados por la agrupación de los materiales más pesados, mientaras que los materiales más ligeros se quedan alrededor. Para un pensamiento de la
-XXXVI-
aparición, ese movimiento tan simple de lo
semejante y lo desemejante que explica
cómo se forma la tierra, se puede aplicar después a toda realidad física, incluido el ser
humano.
El hombre no es más que un caso particular
más complejo del mismo funcionamiento de
la materia según leyes muy básicas. Con lo
semejante y lo desemejante, uniéndose cada
vez de una forma más compleja se constituyen los cuatro componentes fundamentales
de la materia: lo caliente, lo frío, lo húmedo
y lo seco. La mezcla de esos cuatro componentes, que «desean» unirse, o que se separan, forman los elementos más básicos materiales, que en el caso de los seres vivos serían
los tejidos homogéneos. Y, según la analogía,
puede decirse que también hay tejidos en las
rocas y en las plantas, como en los animales
o en el ser humano, ya que la materia se define por equivalencias funcionales. A partir de
los tejidos, por aumento de complejidad, se
forman los órganos, que sólo aparecen en los
seres superiores, aunque también hay equivalentes funcionales a los órganos en las
rocas, los nódulos que son los órganos que ya
separan unas partes de otras, que realizan
funciones distintas, según relaciones de
mayor complejidad. La última fase de lo
complejo es el establecimiento de relaciones
entre los órganos, o lo que funcionalmente
actúa como tal , y a esta relación supercompleja es a lo que se llama «Vida» o «alma».
También hay vida en todos los seres, lo que
significa que hay continuidad en la naturaleza entre los seres vivos, incluido el ser humano, y los seres «inanimados>>, como las
rocas: hay vida en las rocas, hay alma en las
rocas, pues en ellas encontramos un movimiento propio característico. El ser humano
hunde sus raíces en el suelo nutriente, como
lo hace el árbol, como lo hace la hierba de la
que se alimentan los animales. El hombre
griego no se considera como algo esencialmente distinto de la roca sobre la que habita,
y por eso no se pregunta por la realidad, vive
en ella. La complejidad máxima que puede
alcanzar lo humano, naciendo de la roca es la
ciudad, pues es en ella donde aparece lo
específicamente humano; no hay hombre sin
ciudad, sin polis, es decir, no hay ser humano fuera de Atenas, porque Atenas es la
única ciudad. Es la concepción de la realidad
física, natural, y ciudadana del ateniense, la
que ha constituido el único modelo que ha
permanecido y permanecerá de la estética de
la aparición, de una realidad vivida físicamente que aún no se ha transformado en
fuente de aporías.
En los fundamentos sobre los que se asienta la
estética de la recepción se aprecian los grandes cambios en el peso respectivo del sujeto y
el mundo, que una vez separados, ya nunca
más volverán a unirse. Tiene lugar un fenómeno de psicologización progresivamente
más radical, que se inicia en el siglo v, cuando san Agustín escribe sus Confesiones, obra
en la que aparece por primera vez en la historia el ámbito de la intimidad. San Agustín
encuentra a Dios dentro de sí, mirando en su
interior, pues la realidad no hay que buscarla
en el exterior, ya que el ser humano se ha
separado del suelo que lo ha producido, y
ahora el ser único aristotélico se ha dividido
-XXXVII-
37
en un mundo físico y un ser interior, una conciencia donde tiene su sede una realidad más
fuerte que la de la naturaleza, Dios, el ens realissimum, el ser superreal.
38
La subjetivización de la realidad no dejará de
tener efectos en la teoría del arte, que, a partir
de ella, ya no consistirá, como en la estética de
la aparición, en una serie de normas para hacer
que la materia haga descubrir sus formas ocultas, por medio de las cuales el filósofo le presentaba al artista una poética para ayudarle a
capaz de seguir las vetas de la materia. En la
estética de la recepción, las poéticas son preceptivas formales, que establecen normas para
someter a la materia a las condiciones del pensamiento humano, pues el arte se ha psicologizado, al igual que toda la realidad. Las explicaciones subjetivizadas hacen que la realidad
aparezca desde una nueva perspectiva, ya no
es una realidad física, material, ya no es la roca
de la que nacen todos los seres, porque la realidad, dentro de nuestra conciencia sólo puede
adoptar la forma de imagen, que es la representación, la forma de la recepción interna del
mundo exterior
El nacimiento de la ciudad moderna está ligado a la creación de esta nueva realidad de la
imagen, siendo Hobbes quien traza la línea de
separación de una imagen natural y una imagen humana, representación de la vida ciudadana. Hobbes distingue entre un estado en el
que somos animales, seres naturales, un estado de naturaleza, y el estado social en que
aparece la ciudad. El ser humano sólo puede
vivir en la ciudad, mientras tanto es un lobo.
Las imágenes-signo son las que utiliza el lobo
antes de alcanzar la humanidad, las mismas
que utilizan los animales para sobrevivir, para
mostrar su jerarquía en la manada o mantener
alejados a los enemigos. Pero, cuando el animal humano trata de subir en la jerarquía de la
naturaleza y alcanzar el estado racional, ya no
le basta con las imágenes-signo, sino que ha
de crear unas nuevas imágenes-lenguaje, ya
no inmediatas, sino mediadas por el conocimiento racional. Y es entonces cuando nace el
Contrato ciudadano.
El Contrato es un escrito que no se lee, porque el fundamento del escrito no puede ser la
lectura, no puede ser la razón, sino sólo su
mostrarse como signo ante los otros lobos
para manifestar la buena voluntad, la dejación de cualquier derecho en aras de la paz.
Así se dicen los lobos humanos los unos a los
otros: «YO te muestro este escrito, pero no lo
leas, sino que tan sólo limítate a firmarlo
como haremos todos». La ciudad nace cuando todos firmamos ese contrato originario, o
cuando esos representantes paradigmáticos
de la situación de estado de la naturaleza, que
quizá no existieron nunca, firmaron ese contrato sin leerlo, y, desde ese momento perdieron todo poder y todo derecho. En este instante crítico, el papel escrito apareció como el
sustituto del signo de mostrar el cuello a la
dentellada del jefe de la manada con que el
lobo manifestaba su sumisión al poder del
jefe. Así nació la Ciudad, el Leviathan, el
nuevo Dios mortal. Por ello, desde entonces
nadie tiene el derecho a rebelarse contra el
Soberano, porque eso sería tanto como luchar
contra Dios y contra nuestra propia supervivencia natural, marcada por las inmutables
leyes de la naturaleza.
-XXXVIII-
El modelo de la recepción tiene en Kant una
vertiente más humanista. Kant rechaza el radicalismo hobbesiano -en definitiva racionalista-, y trata de refundar el derecho sobre la
posibilidad de una convivencia, si no racional,
sí al menos racionalizada. Para Kant, no
menos que para Hobbes, la naturaleza es intocable, pero lo importante es que la naturaleza
no es idéntica a lo humano, sino que el fin que
tiene señalada la humanidad es precisamente
superar su naturaleza. Para comprender la realidad natural humana, es necesario comprender, o, más bien, imponer, primeramente una
idea, no de lo que es, sino de lo que debe ser,
la humanidad. Ésta es una aplicación del principio gnoseológico básico según el cual sólo
se puede conocer racionalmente la imagen
desde la idea, y no al contrario, como habían
supuesto los empiristas. Contra los racionalistas, Kant supone que la idea está situada sobre
un espacio común con la imagen, lo que permite buscar intermediarios, papel que cumplirá la universal comunicabilidad en la Crítica
del Juicio, la obra cumbre de la estética de la
recepción. En lo que respecta a la aplicación
de esta doctrina a la vida ciudadana, la imagen
está asociada todavía a lo natural que hay en
nosotros, a nuestra realidad natural, y esa realidad es imperfecta, pues en ella seguimos
funcionando como lobos, que exigen el ojo
por ojo y el diente por diente. La sociedad
postcontractual sigue siendo una manada de
lobos con piel de cordero, civilizados en la
superficie, pero conservando los más bajos
instintos en lo profundo. Por ello, según Kant,
si tuviéramos que constituir, como pretendía
el racionalismo, la realidad humana a partir de
la naturaleza lobuna humana, no podríamos
nunca alcanzar la perfección completa de la
humanidad, el gran ideal ilustrado. Hay que
plantear, entonces, un comienzo desde el otro
lado, desde la posición del estado ciudadano:
empecemos a pensar desde el contrato, como
si el contrato lo hubiéramos leído todos y lo
hubiéramos aceptado, como si tuviéramos
capacidad racional de leer, como si el contrato no fuera un simple un signo. Es ésta la
única posibilidad de que aparezca la idea del
hombre, que es representada sensiblemente
por el ideal del ser humano que es capaz, tanto
en lo individual como en lo social, de vencer
su naturaleza y crear una naturaleza nueva.
Para vencer su naturaleza individual, cada
hombre tiene que luchar contra sus inclinaciones, contra lo que hay de tendencia física en
su conducta, contra sus instintos. De ahí que
la humanidad sólo pueda alcanzarse individualmente a partir del logro de la libertad
negativa, que consiste sólo en oponerse a las
inclinaciones, sin que exista precepto positivo
alguno, que sólo concluiría en la heteronomía
moral, en la búsqueda del placer.
La situación es paralela en lo que respecta a la
Ciudad. En la vida común, los dones de la
naturaleza son la cobardía y la pereza, que son
lo que impiden que lleguemos a constituirnos
como humanidad. La razón no es un don de la
naturaleza, no es un «buen sentido», o sentido
común, universalmente repartido, sino el
resultado de una dura lucha de la humanidad
contra su pereza y su cobardía, un esfuerzo
únicamente negativo que Kant denomina disciplina, y que es el reverso imprescindible de
la ilustración. Sólo una sociedad en que cada
individuo ha vencido sobre sus imágenes,
-XXXIX -
39
40
imponiéndose sobre sus instintos mediante el
estricto cumplimiento del deber, y que colectivamente realiza el esfuerzo disciplinado de
la ilustración, puede aspirar a constituir una
Ciudad Racional, una sociedad de seres absolutamente racionales, inalcanzable, pero que
es el modelo ideal hacia el que ha de tender el
esfuerzo humano. Tal es el modelo de realidad
humana que se crea en la estética de la recepción y que después tiene su continuidad en la
teoría estética kantiana. Su doctrina del juicio
estético consiste básicamente en el intento por
lograr que las ideas universales que configuran lo bello se hagan comunes en lo sensible,
mediante la universal comunicabilidad de las
imágenes. Una condición que sólo puede ser
pensada como posible porque la naturaleza
humana tiene en común la facultad de la imaginación, que debidamente educada conforme
a las normas del gusto, puede y debe llegar a
concordar en el juicio de lo que es bello.
Con la última fase de nuestro recorrido, la
estética de la desaparición, enlazamos con la
imagen de metápolis, tal como la hemos trazado al principio. Es la fase final de la deconstrucción de la realidad. Un proceso que es
coherente con tendencias seguidas por nuestra
civilización, eminentemente representadas en
la evolución de su pensamiento. La desubstancialización física de la realidad no ha cesado de agudizarse: primero fue la interiorización del espacio natural, transformado en ima-
gen mental, autopercepción del yo, a partir de
la cual era preciso reconstruir el mundo, después sólo se conservó la relación mutua entre
el pensamiento y el objeto pensado, relación
que ha adquirido la forma del lenguaje, que
aún en la época de la razón se suponía que
podía constituir un ideal de vida común en la
ciudad. Pero, el lenguaje ha sido sustituido
por el texto, y la ciudad se ha transformado en
un espacio vacío en que la velocidad ha llegado al límite más allá del cual es imposible la
percepción humana. Con ello las relaciones
comunitarias han tocado a su fin, pues cuando
la capacidad perceptiva ya no puede formar
imágenes, el último vestigio de corporalidad
se ha desvanecido. La presencia, eliminada ya
del texto como un residuo marginal de la
época del habla, ahora se limita a la telepresencia instantánea de las imágenes en la pantalla. Cuando los sujetos ya no pueden formar
un mundo de imágenes, porque se ha perdido
la posibilidad de que la conciencia conserve
en su memoria el enlace entre ellas, sólo
queda la presencia discreta, instantánea en la
pantalla de la información plana, digital, cuya
substancia se limita a la serie indefinida digital en forma de código binario. Aquel proceso
que se inició en las primeras dudas griegas
sobre el papel correlativo de materia y forma
parece llegar a su conclusión en la deconstrucción de la realidad que caracteriza a la
fase de tecnificación evanescente que vivimos.
-XL-
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41
-
XLI -
lakov Tchernikhov, composición del Ciclo «Arhitekturnye Miniatjury .. , fin de los años veinte.
-
XLII -
DE LA HABITABILIDAD
Relaciones entre ética y literatura en la Ciudad Espejo
Carlos Muñoz Gutiérrez
El autor se pregunta qué es la ciudad, o qué debería ser en la época de
la deconstrucción, de las redes de información, partiendo de planteamientos más éticos que estéticos. La ciudad, que había sido creada
como un espacio para la habitabilidad, ha dejado de ser el lugar para
el desarrollo de la virtud a medida que los conceptos han dejado de
reflejar una realidad exterior a ellos para transformar lo real en texto.
Permítanme, para empezar, una extensa cita
de Janet Frame de gran belleza.
E
s el Mensajero quien me urge a hacer-
lo, e incluso ahora, mientras escnbo, el
Mensajero de la Ciudad Espejo espera
ante mi puerta y mira ávidamente mientras sigo
recogiendo los datos de mi vida. Y me someto a
los deseos del Mensajero. Sé que la continua
existencia de la Ciudad Espejo depende de las
sustancias transportadas hasta allí, y que el
expectante Mensajero pregunta: <<¿Quieres que
crezca la Ciudad Espejo? ¿Recuerdas tu visita,
esa maravillosa visión por encima del tiempo y
del espacio, la transformación de los hechos e
ideas corrientes en un reluciente palacio de espejos? ¿Qué importancia tiene que cuando hayas
partido de la Ciudad Espejo con tus tesoros nuevos e imaginados éstos se hayan desvanecido a la
luz de este mundo, que en su instrumento de lenguaje hayan adquirido imperfecciones que tú
nunca quisiste para ellos, que hayan perdido el
significado que alguna vez parecieron irradiar
haciendo que tu corazón se agitara con la alegría
de descubrir la frase o la cadencia que correspondía, la total penetración? Ten cuidado. Tu
pasado reciente te rodea, aún no ha sido transformado. No quites aún lo que pueden ser los
cimientos de un palacio en la Ciudad Espejo». '
La pregunta es: ¿qué es o qué debería ser la
ciudad? ¿Qué queda de la ciudad en la época
de la deconstrucción, del postcapitalismo, de
la era de Internet? En este sentido la discusión
es, como casi siempre, no tanto estética, sino
ética; y, sin embargo, resultará al final que tal
distinción de los saberes es confusa y traspasable con facilidad. Resultará que la historia de
las ideas ha emprendido una sistemática destrucción de los géneros que estaba ya en su inicio. Resultará que tratados de arquitectura o de
urbanismo, políticas municipales o asentamientos marginales no logran modificar el
espacio de habitabilidad de la ciudad. Al final,
-XLIII-
43
una vez recorrida esta senda encontraremos que
el deber ser y el ser extrañamente coinciden en
algún nivel del concepto de ciudad, en ese concepto que hemos creado para poder confiar en
esa supuesta condición humana que es su sociabilidad, que hemos creado para lograr nuestra
supervivencia más allá de la mera biología.
44
La ciudad es el nombre que damos al objeto
de nuestra habitabilidad. Pero, en rigor, bien
mirado, la habitabilidad es, sobre todo, un
concepto ético que solamente puede ejemplificarse, como la ética, fuera del mundo. Sin
embargo, lo necesitamos con nosotros en todo
momento, como otros conceptos éticos, la
felicidad, el bien o la virtud. ¿Cómo conseguimos solucionar esta paradoja aprovechando la enseñanza de los tiempos? De estos
tiempos que nos han convencido de que los
conceptos no reflejan ninguna realidad exterior a ellos, e incluso de que ellos mismos han
perdido el significado al que alguna vez confiamos. Estos tiempos que han convertido
todo en texto, que han lanzado las redes del
lenguaje para atrapar el lenguaje que la constituye. Pero, lejos del pesimismo, esa red
omnívora me ha servido de mapa y he trazado una ruta que al menos me deja tranquilo.
Espero que esa tranquilidad pueda difundirse
por las palabras.
La Ciudad, sí, la ciudad pensada y repensada,
la ciudad querida y buscada. ¿Qué Ciudad?
Miro con atención la ciudad fmjada por mi
mente. Y vaya, es la Ciudad Espejo, no es Dunedin, ni Londres, ni Ibiza ni Auckland, ni ninguna
otra conocida. Es la Ciudad Espejo la que se alza
ante mis ojos. Y el Mensajero aguarda '
-
Deconstrucción
La posibilidad del discurso y de su deconstrucción aparece ya en la antigua Grecia con la
figura de Parménides, quien en un poema -lo
que resulta singular- refiere la existencia de
dos caminos. Uno, el de la Verdad, otro el de la
opinión. Con el camino de la Verdad
Parménides inaugura el sueño de la Filosofía.
El sueño que podríamos cifrar en la esperanza
de encontrar un lenguaje que no quepa interpretar, que no consienta paráfrasis, que sea
imposible de abandonar por las generaciones
posteriores. Para ello, bien una realidad que
esconde su verdad, bien unas condiciones de
posibilidad de dicha realidad, o bien una literalidad inmutable, debe existir para que ese
sueño que tuvieron Parménides, Platón o Kant
pudiera convertirse en realidad de la mano de la
Filosofía.
Parménides nos advirtió que existe un lenguaje de la verdad y otro del error, un lenguaje
literal y otro metafórico, una vía transitable, la
otra infructuosa. Como digo, muchos creyeron en esa posibilidad y el discurso se dividió
en géneros. Por una parte estarían los géneros
que usan las palabras como significados inmediatamente asimilables, es decir, que refieren
a una realidad o a su condición de posibilidad;
por otra, los géneros que usan las palabras en
cuanto que palabras, que meramente figuran
palabras, incluso sonidos '. En los primeros
sólo cabe un uso literal del lenguaje, en los
segundos, podemos hacer un uso metafórico.
La Filosofía o la ciencia forman parte del primer tipo de género, la literatura, la poesía, la
pintura e incluso la política del segundo. La
XLIV -
filosofía o la Ciencia sólo tienen un camino, la
vía de la Verdad, la literatura o la política
caminan confusos por la vía de la opinión.
A lo largo de la Historia muchos pensadores
han querido deconstruir esta división de los
géneros, que no es sino una división de los
valores. Pero lo han querido hacer manteniendo la división. Muchos han querido destruir el
edificio de la ciencia, el conjunto de creencias
que se tenían por verdaderas, para edificar
sobre sus ruinas nuevas creencias, nuevas verdades. De alguna manera todos los grandes
pensadores responden a esta práctica, pero, a
la vez, han querido impedir que otros más
tarde pudieran derribar sus edificios.
Quisieron constituir sus verdades como Las
Verdades, más allá de las cuales sólo queda el
disfrute de haber hecho realidad el sueño
nuclear de la filosofía. Kant, Hegel, Nietzsche,
el Wittgenstein del Tractatus o Heidegger ereyeron haber finalizado con el sueño de la filosofía, con ellos -pensaron- se cerraba la necesidad de la investigación filosófica.
Lo que se ha llamado Deconstrucción en estos
tiempos de posmodemidad no es más que reconocer que esta interpretación de la Historia de
las ideas, como consecuencia de la división de
los géneros que inauguró Parménides y que
Platón convirtió en canónica, no tiene ya ninguna posibilidad, y, en consecuencia, tampoco
la tiene la esperanza de desvelar la verdad del
universo. De esta manera quedó en entredicho
la división de los géneros.
Pero, ¿significa esto que todo es texto? Si
tenemos en cuenta el intento de Derrida
trasladar el terreno de construcción en vez
construir sobre las ruinas de los edificios
no
de
de
de
Heidegger o Nietzsche, es decir, el intento de
inventar un nuevo género que no transcienda
más allá de las palabras •. La respuesta que
debemos dar es, como la filosofía terapéutica
wittgensteiniana nos indicó, que la pregunta
no es una verdadera pregunta, no revela un
verdadero problema. Fundamentalmente, porque cualquier respuesta que formuláramos ,
excepto quizá aquella de corte derridiano, no
respondería a la pregunta.
¿Cómo entonces podremos reformular la
cuestión?
Creo que mantener la distinción genenca
entre lo literal y lo metafórico, entre lo filosófico y lo literario es aún de interés, pero ya no
como consecuencia de una división constante
del tipo de lenguaje a emplear, sino, a lo
sumo, como una distinción de cómo usamos
el lenguaje en determinados momentos 5•
En Filosofía o en Ciencia, en determinados
momentos, nuestras verdades empiezan a
estorbarnos, a dificultar nuestro camino por la
vía de la Verdad, comenzamos a dudar de su
literalidad, se manifiestan cada vez con más
intensidad como apariencias, entonces necesitamos usos metafóricos de las palabras para
edificar nuevas creencias, para forzar los significados o sus referencias. Creamos lenguaje.
Podemos generar creencias de tres maneras
distintas: mediante la percepción, la inferencia y la metáfora.
La percepción permite introducir una creencia
nueva en la red que constituyen las antiguas.
Tal vez exijamos una coherencia global al sistema y tengamos que sustituir una o algunas
-XLV-
45
antiguas por la nueva, pero en cualquier caso
deja intacto nuestro lenguaje.
La inferencia nos permite generar nuevas creencias a partir de las que ya poseemos que
habían pasado desapercibidas y que posiblemente la actualización de la creencia derivada
pueda igualmente alterar la coherencia del sistema de creencias, por lo que deberemos
modificarlo, pero de nuevo deja intacto nuestro lenguaje, es decir nuestra forma de descomponer el ámbito de la posibilidad; modifica el valor de verdad de las oraciones, pero
no nuestro repertorio de oraciones 6 •
46
Considerar únicamente estas dos formas de generación de creencias conviene al contenido husserliana de la intencionalidad, entendiendo que a
lo que nos remiten nuestros contenidos proposicionales, logrados por ese acto noético sobre una
materia dada a través de los sentidos, es el ámbito de lo posible, implícito, quizá oculto, pero
dado y fijo, constituido como algo objetivo a lo
que remiten nuestros actos proposicionales.
Ahora bien, considerar la posibilidad de la
metáfora como otra fuente de construcción de
creencias, permite considerar al lenguaje, el
espacio lógico y el ámbito de la posibilidad
como algo abierto. Una metáfora permite
alterar las significaciones del lenguaje, construyendo una redescripción diferente del espacio lógico de lo posible en el que nos encontramos, cambiar la vida, cambiar el lenguaje.
Rechazar esta posibilidad, que se escapa en
muchos casos a la regularidad que impone el
supuesto de racionalidad latente, supone tratar
con un mundo completamente dado y con un lenguaje que lo representa, igualmente dado. Pero
esta posición esencialista, que se correspondía
con el sueño nuclear de la filosofía, será difícil de
mantener en los tiempos de la deconstrucción.
En ese momento, en que ampliamos nuestro
lenguaje necesariamente, hacemos lecturas
literarias de las obras filosóficas o científicas,
en ese momento ante la necesidad de la interpretación, deconstruimos un discurso, aunque
no cambiemos de género.
Ética
¿Qué pasó con la ética en todo este tiempo, a
qué género perteneció?
La ética, en la medida que en su origen era la
cruz de la ciencia, procuró crear un lenguaje que
no tuviera interpretación posible, que refiriera la
única vida buena verdadera, que rescatara del
pecado la virtud. Naturalmente, aquí no había un
mundo que determinara el significado, pero estaba Dios que corregía nuestros errores lingüísticos.
También, muchos en este proceso comprendieron que la referencialidad de nuestros conceptos éticos surgían de la interpretación de
algunas conductas. Por ejemplo, Aristóteles
nos advirtió que en ética no bastaba la mera
razón sino que teníamos que modelizar como
referencia al hombre prudente. Aristóteles
comprendió que en ética la referencia de nuestras palabras se obtiene por ejemplificación,
que no es sino un uso metafórico invertido.
Del mismo modo, la filosofía helenista buscaba un ideal de Sabio, un estilo de vida que sirviera como modelo.
Pero pronto, con la llegada del pensamiento
cristiano quedaron en el olvido estas adverten-
-XLVI-
cias. La filosofía cristiana reintrodujo el intento platónico de fundamentar una moral que sirviera como criterio de salvación o condena.
El último esfuerzo por integrar el discurso
ético en la vía de la Verdad fue por parte de
Kant. A quien, no sin razón, Nietzsche calificaba de cristiano alevoso. Kant, no sólo pretendió consolidar el discurso ético en el género de lo literal, sino que lo convirtió en el
único discurso verdadero. Era natural, pues,
perdido el mundo, sólo quedaba Dios para
validar nuestros significados.
Sin embargo la constatación de que la ética no
puede pertenecer a este género la realizó precisamente alguien que siempre tuvo presente
que la ética no forma parte del mundo.
Wittgenstein, quien en algún momento soñó el
sueño nuclear de la filosofía, con una sencilla
reflexión nos hizo comprender aquello que ni
siquiera Nietzsche logró, a saber que en ética
sólo cabe inventar.
Dice Wittgenstein, en una de las pocas ocasiones en que se ocupa de la ética como tema:
si un hombre pudiera escribir un libro de ética
que realmente fuera un libro de ética, este libro
destruiría, como una explosión, todos los
demás libros del mundo.
No hace falta una reflexión muy profunda
para percibir la oportunidad de estas palabras,
pero entonces, si no se ha escrito hasta la
fecha ni un libro de ética, si aún no han explotado todos los demás libros, si aún continuamos escribiendo, ¿de dónde hemos aprendido
los valores y las normas que alumbran nuestra
conducta? ¿De dónde hemos obtenido los criterios para constituirnos en humanidad? ¿De
dónde surge la posibilidad de perseguir lo
posible y lo importante?
Supongo que del hombre prudente, como ya
viera Aristóteles. Pero, ¿nos hemos cruzado
con él, le hemos conocido, nos lo han presentado? ¿Quién es el hombre prudente?
La Ética, al menos en la dimensión personal
en la que está siendo abordada en estas páginas, tiene que ver fundamentalmente con la
posibilidad de construir el mejor yo que podamos. Pero la construcción del yo es una suerte de elaboración narrativa, de incluir los
acontecimientos que nos rodean en una trama
que pueda ofrecerse como una vida, una trama
que dote de sentido nuestros encuentros con el
mundo, una elaboración que nos coloque en
un mundo habitable. Que ese yo creado sea el
mejor exige una constante redescripción hasta
el punto que no formemos parte de una narración no querida, hasta el punto que no nos
conviertan en personajes de otra historia. Que
de nuestra descripción de nosotros mismos no
quepa una nueva interpretación. Si logramos
dejar nuestra historia bien acabada, de tal
manera que ninguna otra que pretenda incluirla sea mejor, entonces tendremos el sentimiento de que hemos llevado a cabo lo posible y lo importante, hemos hecho de nosotros
mismos el mejor yo que podíamos y nadie
después podrá alterarlo.
Esto, que como decía Wittgenstein 7 no pertenece el mundo, no deja de ser una irresistible
tentación de transcendencia que permite
afrontar el futuro como una voluntad, precisamente porque vemos un pasado que dibuja
lentamente una historia. Si somos cada uno de
-XLVII-
47
nosotros el que consigue escribirla conforme
un diseño de argumento, entonces la vida
parecerá sonreímos, si no, seremos personajes
de un destino que el azar habrá urdido sin
nuestro consentimiento.
Esta idea es la que queda reflejada en el
comentario que hace Rorty sobre un narrador
como Proust:
48
Para quien como Proust, no es un teórico, ese
problema no existe. Al narrador de En busca
del tiempo perdido la pregunta: «¿Quién va a
redescribirme?, no le inquietaría. Porque su
tarea está concluida una vez que ha ordenado
los hechos de su vida de acuerdo con su propia
manera de hacerlo, una vez que ha construido
una estructura a partir de las pequeñas cosas:
Gilberte entre los espinos, el color de las ventanas de la capilla de Guermantes, el sonido del
nombre «Guermantes», los dos caminos, las
cúpulas cambiantes. Sabe que esa estructura
habría sido distinta de haber muerto él antes o
después, porque las pequeñas cosas por incluir
en ella habrían sido más o menos numerosas.
Pero eso no importa. Para Proust no existe el
problema de cómo evitar ser aufgelwben. La
belleza, por depender como depende, de que se
le dé forma a una multiplicidad, es manifiestamente transitoria, porque es probable que se la
destruya cuando a esa multiplicidad se añadan
nuevos e lementos. La belleza requiere un
marco y la muerte lo proporciona. '
Éste es el eje principal de la actividad mental
del hombre, también su obligación ética, construir nuevas y mejores narraciones, alrededor
del cual se articula cualquier otra tarea cognitiva. Un entorno contiguo que permite en cada
momento iniciar el relato que rodee la experiencia concreta, sea para su comprensión, su
-
explicación o su justificación. Aquel que no
pueda iniciar un relato ante cualquier interpelación que se le plantee sobre un episodio de su
vida quedará en la permanente ignorancia que
conlleva no poder localizarse, no poder contextualizarse. Y esto es aplicable no sólo a episodios de la biografía individual, sino también
al uso de ciertas palabras y no otras, de ciertos
colores o vestidos, de elecciones ante alternativas, de decisiones, de planes para el futuro.
Una explicación de cualquiera de estas cosas,
y de otras muchas, es inevitablemente iniciar
una narración que le dote de sentido.
Esto mismo es igualmente válido para nuestro
deseo de comprensión de los otros, sólo cuando participamos de su pasado, de sus recuerdos, es cuando nos creemos en disposición de
predecir sus futuras conductas. Sólo cuando
hemos escuchado su relato nos convertimos
en personas bien informadas. En ese momento no nos es un desconocido, ahora podemos
compartir sus emociones, sus deseos y proyectos, sentirlos cercanos, incluirlos en nuestro nosotros.
Si pensáramos que los ojos de una muchacha no
son más que brillantes redondeles de micas, no
sentiríamos la misma avidez por conocer su vida
y penetrar en ella. Pero nos damos cuenta de que
lo que 1uce en esos discos de reflexión no proviene exclusivamente de su composición material ; hay allí muchas cosas para nosotros desconocidas, negras sombras de la idea que tiene esa
persona de los seres y lugares que conoce ... "
O también
Y juntos los dos podríamos recorrer aquella
isla, para mí tan llena de encanto porque había
XLVIII -
encerrado la vida habitual de la señorita
Stermaria y descansaba en la memoria de su
mirada. Porque se me figuraba que no la poseería realmente sino después de haber atravesado aquellos lugares que la rodeaban de recuerdos, velo que mi deseo ansiaba arrancar, velo
de esos que la Naturaleza interpone entre la
mujer y algunos seres. "'
Si la actividad cognitiva del ser humano, si la
manera de construir un mundo habitable, si la
posibilidad de construir el mejor yo que podamos o la búsqueda de lo posible y Jo importante pasa por la elaboración de relatos, ¿no
ocurrirá Jo mismo con el razonamiento ético?
¿No estaremos obligados a hacer interpretaciones literarias de nuestros valores y de
nuestros semejantes?
La Tesis que se propone es la siguiente:
Hemos aprendido a vivir y hemos buscado la
vida buena, no a través de un discurso referencial, no a través de la vía de la Verdad, sino
en el ámbito de lo posible, de Jo metafórico,
de lo literario. El hombre prudente se halla en
alguna de las novelas que hemos leído y nos
han gustado, en alguno de sus personajes.
Tal vez el arte, como manifestación cultural
de todas las épocas, tiene la fuerza de convocatoria y admiración que posee, aparte del
confuso sentimiento estético, bien puede ser
porque quizá es el camino más directo hacia
esa tendencia transcendental del hombre de
colocar su narración entre las inmejorables,
esa manera de construir un mundo que nos
convierte en creadores. A la vez, la complicidad del mundo habitable que nos ofrecen los
relatos y las obras de arte, nos enseñan caminos hacia la virtud, la bondad o la felicidad.
-
Literatura
En ética no caben lecturas literales, filosóficas,
sólo literarias, porque la ética no está comprometida con la verdad, sino con lo mejor. Está
obligada a la búsqueda constante de alternativas, a la revisión de conceptos y de fundamentos, a valorar individuos. Y ése es precisamente el territorio de la Literatura, donde tanto
Anna como Karenina; donde tanto la Regenta
como Ana Ozores de Quintanar, donde tanto el
Quijote como Alonso Quijano tienen derecho
a ser entendidos.
La Literatura, y en especial la Novela, mantiene una equilibrada relación entre lo concreto y lo general, entre lo local y lo global. Entre
las aspiraciones generales de los seres humanos y formas particulares de vida que permiten alcanzar o desechar dichas aspiraciones.
Además en el proceso la novela apela a un
lector que de algún modo es capaz de compartir con los personajes esperanzas, deseos,
temores y preocupaciones que proyectan lazos
de indentificación y de simpatía o rechazo.
La novela es un género que permite un razonamiento ético relativo al contexto, encarnado
en vidas concretas que son arquetipos de las
vidas humanas, pero no cae en el relativismo
precisamente porque, a través de la imaginación, somos capaces de presenciar una idea
general de la realización humana en una situación concreta.
Aceptar la existencia de una vida humana
exige proyectar nuestros sentimientos y emociones sobre las formas que percibimos a
nuestro alrededor, necesitamos crear ficciones
y metáforas que nos hagan creer que nuestros
XLIX -
49
semejantes no son autómatas o máquinas programadas, esto que ha constituido y constituirá un problema filosófico irresoluble, lo logra
la novela con suma facilidad . Porque una
buena novela no nos solicita rigor sino imaginación, no busca la verdad, sino la habitabilidad de las vidas que muestra.
¿Acaso no leemos para saber? Para saber más
sobre la mecánica de las pasiones, sobre el
odio y el amor, los celos y la venganza, la
seducción; para descubrir cómo se juzga a las
personas y cómo se justifican las acciones.
Las novelas, por estar fuera del mundo, pueden confirmar la realidad de nuestra vida, la
distancia que media entre el mundo del deber,
de aquello que nos gustaría, y lo que queda
sometido al tiempo y a la muerte.
50
¿Acaso no están las novelas que hemos leído
en nosotros? ¿No han modelado nuestros pensamientos, no nos han cedido las acciones que
sus personajes necesitaban a través de las cuales han revivido conforme vivíamos nosotros?
Pero, ¿por qué la Novela? Porque la vida real
es fragmentaria, discontinua, porque nadie
puede captar en ella el nexo causal que une los
acontecimientos. Para ello necesitamos construir una narración. Toda vida es una narración que se hace retrospectivamente según los
intereses que nos marca el futuro. Piensen qué
será de nosotros mañana, cuán poco sabemos
de lo que nos reserva el azar y, sin embargo,
podemos al contarnos construir la continuidad
y la causalidad que construya nuestros estados
en el mundo en una vida. Y, lo que es mejor,
podemos construirnos tantas vidas como tantos relatos hagamos de ellas.
Por esta peculiaridad, la novela contiene el
mejor paradigma de razonamiento ético, porque contiene vidas contextualizadas, porque
dispone de una trama que va más allá de los
acontecimientos que la constituyen y que
muestra todo el repertorio de lo humano, y lo
hace para que podamos elegir qué tipo de vida
queremos contar a los otros y contarnos a
nosotros mismos.
La Novela no requiere una valoración veritativa, al contrario valoramos las historias en la
medida en que proponen un mundo en el que
podamos vivir y proyectar nuestros poderes
más propios. ¿Pero no es eso precisamente el
objetivo de la ética?
La Filosofía ha querido determinar un tipo de
vida como verdadera, también lo ha querido la
Política o el Derecho, ha querido producir
leyes universales y necesarias de aplicación
general y se ha esforzado por dotar a esas
leyes de fundamento. Pero, mientras no apelemos a la imaginación no encontraremos tal
fundamento. La posición emotivista de Hume
resulta cada vez más sólida conforme comprendemos los mecanismos cognitivos del ser
humano, conforme descubrimos que las emociones y los sentimientos son elementos indispensables en el razonamiento y en la toma de
decisiones 11 • El error de Descartes consistió
en querer reservar un espacio propio del hombre que se ajustara al sueño nuclear de la filosofía, desterrando a las pasiones a una descripción mecánica y desalmada que no comprometiera la dignidad humana. Sin embargo
a la hora de producir una ética, no pudo por
menos que declararla provisional. Pero es que
la ética siempre será provisional, forzada a
-L-
una constante reinvención, que pueda incluir
cada vez más personajes y territorios conforme descubramos que los otros son como nosotros, pero eso no podrá hacerse desde la conciencia cartesiana que no puede escapar a su
solipsismo, tendrá que apelar al oído, a la
escucha atenta de otras narraciones, a la imaginación para reconstruir vidas que resultarán
como las nuestras. Desde siempre hemos
aprendido leyendo a poetas y novelistas y
desde siempre también hemos sentido la fuerza de las leyes que nos obligan. Si el movi miento deconstructivo sirve para advertir que
hay también un pensamiento público que
recoger haciendo un uso literario de los discursos, algún beneficio habremos alcanzado.
Habitabilidad
Ya hemos subrayado un concepto, el concepto
de lo habitable como aquel que puede poner en
relación los distintos géneros, como criterio de
valoración ético de las vidas humanas que no
forman parte del mundo. Desde que Aristóteles
afirmara la sociabilidad del ser humano, lo
habitable ha sido el reducto de la ciudad. La
Ciudad se ha convertido en el lugar de residencia de los hombres, donde edifican sus hogares,
donde desarrollan sus vidas, donde habitan.
En origen, cuando la ciudad era Polis, cuando
la Polis era la comunidad social, política y
humana de los ciudadanos, este concepto de
lo habitable podía caracterizar precisamente el
medio urbano distinguiéndolo del medio natural, de la selva, de la jungla.
Pero hoy, la ciudad hace mucho que ha dejado
de ser Polis y en consecuencia debemos preguntarnos si aún nuestras ciudades resultan
habitables, si son el espacio en el que desarrollamos nuestras vidas, si son el lugar de
encuentro con nuestros vecinos, si es el foro
de nuestras actuaciones políticas.
Denominábamos habitable al resultado de escapar al azar conforme éramos capaces de dotar
de continuidad y causalidad los acontecimientos del mundo, conforme éramos capaces de
elaborar tramas narrativas que fueran insuperables. ¿Ocurre esto en el ámbito de la Ciudad?
La Ciudad es un Archipiélago. Los archipiélagos se caracterizan por quedar unidos por
aquello que los separa, lo fragmentario de
nuestros sitios, lo distribuido de ellos imposibilita la continuidad y la causalidad que exige
nuestro concepto de lo habitable. Las Ciudades posmodernas no pueden ni siquiera
localizarse en los mapas, no son transitables
físicamente , requieren de elaboraciones virtuales, pues virtuales son sus sitios, requieren
simulaciones, pues irreales son sus instituciones y sus gentes. Nuestra presencia en las ciudades se reduce a apariciones apresuradas que
cubren un trayecto entre fines. No son sino un
mero medio, a menudo hostil, para nuestras
intenciones. Es más cada vez estas apariciones tienden a reducirse, a limitarse en tiempo,
a protegerse en vehículos o transportes que las
agilicen. Estos movimientos, a diferencia del
viaje clásico, no pueden aportar la continuidad y la causalidad que requerimos para construir vidas, al contrario parecen imponer una
desmembración sólo aliviada por el mundo
que nos ofrecen los medios de comunicación.
Son los media los que dotan de unidad a nuestros movimientos, pero en ellos evidentemente no participamos ni tan siquiera como perso-
-LI-
51
najes. Los medios de comunicación imponen
juicios y verdades, mantienen la esencialidad
de un mundo que, sabemos, ya no posee. La
Sociedad de la Imagen resulta irresistible.
Pero lo irresistible requiere siempre una aceptación o un engaño o una indiferencia. No,
tampoco habitamos entre las imágenes. Las
imágenes imponen sus colores y sus formas,
no dejan ningún espacio de posibilidad, no
alimentan la imaginación.
52
Wittgenstein decía que el trabajo del filósofo
consiste en concatenar recuerdos para una
finalidad determinada ". Cabría preguntarse
con qué finalidad. ¿Podrá aproximar una respuesta quien provocó la pregunta?
... Había aprendido a ser ciudadana de la
Ciudad Espejo. Lo único que me capacitaba
para continuar esta autobiografía es que aunque
he utilizado, inventado, mezclado, remodelado,
cambiado, añadido y quitado algo de todas mis
experiencias, nunca he escrito directamente de
mi propia vida y mis propios sentimientos.
Hay, pues, un eterno conflicto en la sociedad
de los hombres, un conflicto incrementado
cuando se dispone de un discurso que se presenta con la autoridad de la razón y que produce verdad. Este conflicto estaba en la
Filosofía, está en la Ciencia y hoy fundamentalmente en los medios de comunicación, en las imágenes inmediatas de un
mundo inexistente. El conflicto de hacer
habitable un mundo ajeno al valor, un
mundo de hechos fragmentarios. Un archipiélago siempre resultará un Gulag. Sin
embargo no podemos sobrevivir en el medio
salvaje de los hechos, no podemos actuar sin
deseo, no podemos convivir sin participar en
algo del extraño. ¿Dónde ocurre entonces
todo esto?
En la memoria. La Memoria es nuestra ciudad, nuestro espacio habitable, nuestra corte
suprema en donde el mundo del deber se
construye de hechos recordados, inventados,
oídos, recreados. La Memoria es el mapa
donde trazamos nuestras creencias, nuestros
conocimientos, nuestros relatos. Por eso las
lecturas literarias de los discursos, cualquiera
que sean, transforman a algunos en historias
habitables.
-
Sin duda, me he mezclado con otros personajes
que son en sí mismos un producto de lo conocido y lo desconocido, de Jo real y lo imaginario; he creado <<YO», pero nunca he escrito
sobre <<mÍ». ¿Por qué? Porque si hago ese aventurado viaje a la Ciudad Espejo donde todo lo
que he conocido o visto o soñado está bañado
con la luz de otro mundo, ¿qué sentido tiene
que regrese sólo con un reflejo de mí misma?
¿o de otros que existen bajo la luz del día? El
yo debe ser el recipiente de los tesoros de la
Ciudad Espejo, el Mensajero, por así decirlo, y
cuando llega el momento de ordenar y enumerar esos tesoros para transformarlos en palabras, el yo debe ser el trabajador, el que lleva la
carga, el que escoge, el que coloca y el que
pule. "
La finalidad ya ha sido anunciada anteriormente, es la obligación de construirnos un yo,
de hacer el mejor de los posibles, de mezclarlo con otros personajes, de acomodarlo a la
luz de otro mundo, de elaborar la vida que
queremos vivir, de comprender la de los otros
con interés, la de descubrir aquello que resulta importante para nosotros.
Nuestras ciudades, por mucho que cambien de
su origen, por mucho que se conviertan en
LII -
metrópolis o metápolis o telépolis o mediápolis, estarán siempre con nosotros son la Ciudad
Espejo que no pertenece al mundo, bañada con
otra luz, adonde acudimos como mensajeros
para ordenar y enumerar los tesoros que hallamos en ella, para convertirlos en palabras, en
relatos, invenciones que permitirán reformar el
mundo de los hechos, que permitirán un discurso ético, pero también científico o filosófico. Porque el mundo no es de ninguna manera,
estaremos eternamente obligados a inventarlo.
La sabiduría consiste en producir la narración
más habitable, y esa -sospecho- es aquella que
no me incluye como personaje, aquella que
ningún añadido pueda mejorarla.
Nuestro mundo se aleja cada vez más, si
alguna vez estuvo próximo, de esta finalidad; nos han seducido con la posibilidad de
una Verdad, de una Virtud, de una Felicidad,
con un mundo prefabricado compuesto de
ciudades como nodos de caminos, nos han
dotado de un lenguaje en el que quedaba
limitada su ampliación y han desterrado a la
fantasía y a la imaginación a su linde externo. Hay una lectura positiva ante el terror
que nos puede producir el resquebrajamiento de estas entidades ficticias, la hostilidad
de nuestras ciudades, la presencia mediática
inmediata de los hechos; la lectura es que
sólo somos turistas de esa realidad, mensajeros enviados para seleccionar aquello que
podremos utilizar para edificar nuestro verdadero mundo habitable, nuestro mejor yo,
nuestra ciudad espejo. Pero para ello debemos convencernos de que el esfuerzo es
nuestro. El esfuerzo por destilar de la memoria los mejores recuerdos.
53
NOTAS
' Janet Frame. Un Án[iel en mi Mesa. Seix Barra!,
Barcelona, 1991 , pág. 468
' lbíd. Pág. 469.
' Cfr. La distinción de los géneros que hace Geoffrey H.
Hartman en Savin8 the Text: literature. Derrida. phylo·
sophy. Baltimore, 1981 , pág. XXI:
¿No es <<lenguaje literario» el nombre que damos a una
dicción cuyo marco de referencia es tal que las palabras
figuran en cuanto palabras (incluso en cuanto sonidos) en
vez de ser. de inmediato, significados asimilables?
' Derrida se ha empeñado en mostrar que cuando un
filósofo configura un sistema cerrado, redondo como la
esfera de Parménides, siempre hay algo que se queda
fuera o que sale . Siempre hay un margen. un espac io en
el que se escribe el texto de filosofía , que forma las
condiciones de posibilidad e inteligibilidad de la filosofía . <<Más allá del texto filosófico no hay un margen en
bl anco, virgen, vacío , sino otro texto , una urdimbre de
diferencias de fuerzas sin un centro de referencia. » Es
ese espacio el que interesa a Derrida, desde donde
podemos «pensar una escritura sin presencia y sin
ausencia, sin historia, sin causa. sin archia, sin te/os.
una escritura que subvierte absolutamente toda dialéctica, toda teología, toda teleología, toda ontología.>>
(Márgenes de la Filo sofía, págs. XXlll , 67)
-
' Lo que está en el fondo de esta idea es por supuesto
la distinción Kuhniana entre ciencia normal y revolución cient ífica. Tal vez en ciertos ambientes filosóficos no se ha captado la importancia de la obra de
Kuhn . The Stru cture of Scientific Revolutions. The
University of Chicago Press , Chicago, 1962 , que me
parece un trabajo clave de lo que se ha llamado postmodernidad .
'Cfr. R. Rorty. «La filosofía como ciencia, como metáfora y como política» en Escritos Filosóficos 2. Paidos,
Barcelona , 1993, pág. 29.
' Cfr. L. Wittgenstein. Tractatus-Logico-Philosophicus.
§§ 6.4-6.4312
' Richard Rorty. Contingencia. Ironía y Solidaridad.
Paidós. Barcelona. 1991. pág. 124.
' M. Proust. En busca del tiempo perdido. «A la sombra
de las muchachas en flor>> . pág. 421.
'" lbíd. pág. 299.
" Cfr. Antonio R. Damasio. El error de Descartes.
Crítica. Barcelona, 1994.
" Cfr. L. Wittgenstein. Investigaciones Filosóficas. § 127
u Janet Frame. Un Ángel en mi mesa. Seix Barra!, Barcelona. 1991 , pág. 436-437
LIII-
lakov Tchernikhov, composición del Ciclo «Arhitekturnye Miniatjury" , fin de los años veinte.
-
LIV -
LAS APORIAS DE NUESTRA IMAGEN
DE LA REALIDAD
Juan M. Fernaud
Se define la situación actual de la ciencia como aporética. A través de
cinco acontecimientos científicos recientes, muestra cómo la ciencia ha
llegado a una situación de perplejidad ante su propio estatuto y ante su
propia capacidad explicativa de las apariencias. El teorema de Godel,
la teoría de la relatividad de Einstein, la Biología molecular después de
Watson y Crick, la Mecánica cuántica y la máquina de Turing
T
rataré de exponer algunos aspectos de
la Ciencia actual que inciden, de una
u otra forma, en nuestro acercamiento a la realidad. O, si se quiere, con una
expresión más comprometida, en nuestro
conocimiento de la realidad. Compromiso
que presupone una toma de postura acerca del
valor epistemológico de la propia Ciencia,
cosa que, por supuesto, no sólo no es unánime, sino que se cuestiona en su propio fundamento: es admisible, en efecto, considerar
que la Ciencia no posee valor epistemológico
alguno.
Parece conveniente, al menos, esquematizar
las posibles posturas en esta cuestión.
a) La Ciencia es un juego. (Postura lúdica)
b) La Ciencia es un conjunto de recetas.
(Postura pragmática)
e) La Ciencia es un conjunto de normas que
permiten transformar la naturaleza. (Postura
técnica)
d) La Ciencia es un conjunto de conocimientos
acerca de la realidad (Postura racional/realista)
e) La Ciencia es la única forma válida de conocimiento. (Postura dogmática/reduccionista)
Ni que decir tiene que entre cada una de estas
proposiciones se pueden introducir todos los
matices que se quiera.
Este es el problema de qué cosa es la
Ciencia. Problema que tiene su propia disci-
Advertencia preliminar: En todo lo que sigue se utiliza el término <<Ciencia>> en lugar de <<Ciencias Formales y de la
Naturaleza>>, valga el abuso del lenguaje en favor de la simplicidad.
-LV-
55
plina: la Teoría de la Ciencia, la cual cae
fuera de lo que aquí pretendemos, pero que
no obstante, no conviene perder de vista.
Es evidente la incidencia de la Ciencia en
cualquier ámbito de nuestra vida, en la medida en que se considere que la técnica actual
deriva del aspecto transformador de aquélla.
Pero el asunto deja de estar tan claro en cuanto lo que está en juego no es su capacidad
transformadora, sino su valor epistemológico.
Respecto a este último sentido, conviene hacer
una distinción más antes de seguir adelante:
56
Una cosa es el método científco, se lo considere
o no como paradigma de otros métodos de acceso a la realidad, y otra, muy distinta, los resultados que la Ciencia aporta. Aquí estamos interesados en lo segundo. Es decir, aportaciones de la
Ciencia que, debido a su índole fundamental
-en el sentido estricto del ténllino-, deberían
modular cualquier forma de pensanúento que se
aproxime a la realidad. Lo cual no presupone
primacía alguna de una cosa sobre la otra.
Como ejemplo, voy a enumerar cinco hechos
que, por sus características, ponen de manifiesto esa capacidad moduladora a la que antes me
refería. Por supuesto que la elección es discutible y que incluso, la disparidad entre sus ámbitos las hacen difícilmente comparables. Y sin
embargo, todas presentan dos rasgos comunes:
1°) Afectan a los elementos constitutivos de
sus correspondientes disciplinas.
Relación de hechos
a) Teorema de Gi:idel: 1931, Límite de los formalismos. Axiomática
b) Unificación del espacio-tiempo-masa-energía: 1905-1915, Teoría de la Relatividad. Universo.
e) Fundamentos de la Mecánica Cuántica.
1925, Mundo subatómico. Constituyentes,
medida.
d) Bases moleculares de la Biología. 1953.
Constituyentes del ser vivo.
e) Máquina Universal de Turing. 1936 Teoría
de la Computación. Inteligencia Artificial.
El Teorema de Godel
La ciencia necesita una estructura formal y la
Física es el ejemplo más claro. Sea cual sea la
opinión que se tenga del origen y desarrollo de
esta formalización el hecho es que existe. Todo
formalismo, toda estructura formal, consta de
elementos, axiomas, que son proposiciones
escritas en el lenguaje del formalismo, reglas
de deducción y algunos otros componentes,
principalmente si lo formalizado es una
Ciencia de la Naturaleza: Leyes en forma de
axiomas y, lo más problemático, relaciones
entre los elementos de la teoría y los de la propia Naturaleza. Esto último suele ser el aspecto
más polémico de la formalización; la conexión
entre la estructura formal y la experimentación.
2°) Nos llevan al límite de la propia discipli-
na y en ciencia llegar al límite es estar al borde
de la aporía.
Sólo plantear este problema con rigor exige ya
ser un especialista en Teoría de la Ciencia.
Justamente, ese carácter limitan te les confiere
el máximo interés.
Lo· cierto es que la Física, y en menor medida
otras disciplinas, exige una estructura formal
-LVI-
En pocas palabras; la quintaesencia de la
razón deductiva, que es una teoría formalizada, tiene un límite. Y en la medida que los formalismos sean paradigmas de otras formas de
pensamiento, hay que saber que el propio formalismo ha encontrado un punto final; en
cierto sentido, una aporía. Y lo que es más
la cual sirve como garantía del trayecto de ida
y vuelta entre el papel y el experimento. Lo
que se deduce, siguiendo las normas de la teoría, sobre el papel, predice lo que va a dar el
experimento y lo que da el experimento tiene
que ser explicado en el papel.
Pues bien, lo que viene a decir el Teorema de
Godel es que el propio formalismo garante del
proceso, sea cual sea el mismo, tiene un límite, un límite interno, en el sentido siguiente:
importante, esto es demostrable.
La Teoría de la Relatividad
- Un conjunto de axiomas es consistente si
de ellos no se puede deducir una proposición
y la negación de la misma, a la vez.
- Un conjunto de axiomas es completo, (técnicamente, «completo en negación>>), si, dada
una proposición cualquiera es siempre demostrable o ella misma o su negación.
El teorema de Godel establece que cualquier
conjunto de axiomas, que contenga, al menos,
los números naturales, no puede ser a la vez
consistente y completo.
A partir de una cierta complejidad -los
números naturales, la aritmética-, los formalismos no están, en cierto sentido, garantizados. No hay que entender mal el teorema: no
quiere decir que vayamos a e ncontrarnos
aquí y allá con contradicciones en las matemáticas, entendiendo por ellas las estructuras algebraicas, topológicas, geométricas ...
Lo que nos asegura es lo vano que resulta
tratar de construir una teoría fo rmal medianamente compleja tal que, si no tiene contradicciones, nos permita en principio decir
de cualquier proposición si es demostrable o
no lo es.
-
Si hay una teoría física cuya estructura matemática es envidiable es la Teoría de la
Relatividad. Simplificando un tanto las cosas,
nos dice que el Universo: espacio, tiempo,
energía, materia es geometría. Aunque no se
debe jugar a profeta, no es arriesgado suponer
que en tan buen tiempo no se va a elaborar una
estructura semejante. Habla de los constituyentes más básicos de cualquier otra teoría y
sus consecuencias condicionan hipótesis y
resultados. Lo de menos es que algunas de sus
conclusiones vayan contra el sentido común,
- por ejemplo la relatividad del tiempo-, eso
sucede en otras muchas teorías; casi podría
decirse que si, de alguna manera una teoría
física no va contra el sentido común, es innecesaria. Lo más importante es que su referente es el todo, el Universo, lo que hay, y que
éste responde a una estructura geométrica
bien definida: la Geometría Riemanniana.
Pero, si bien está afirmando que el espacio, el
tiempo, la masa, son relativos al sistema de
referencia de medida, -de ahí el nombre de
relatividad-, no es menos cierto que asegura
que en cualquier sistema de referencia las
leyes de la Física son las mismas. Por eso en
algún momento se ha dicho que la Relatividad
LVII -
57
es una de las teorías más absolutas. Esta idea
de invarianza, de Simetría, ha resultado luego
ser una de las generales y fructíferas en el desarrollo de la disciplina a lo largo del siglo xx.
La Relatividad, que permite deducir el
Universo finito, dinámico, con un origen temporal, tiene también su propio límite. Y éste
además es doble:
Por una parte nos encontramos con el noUniverso, derivado directamente de la finitud.
Por otra, en las propias ecuaciones de la teoría
aparecen como posibles las singularidades.
58
Resolver estas ecuaciones, enormemente simples en su formulación, de forma general es,
en estos momentos, tarea imposible. Su dificultad escondida desborda toda capacidad
actual de cálculo, pero de ellas se obtienen
puntos en los que la física se atasca. Son los
negros.
Hoy por hoy, cualquier forma de pensamiento
que se refiera al espacio, al tiempo a la materia, tiene que saber lo que la Relatividad propone. Esto no quiere decir, en absoluto, que
estemos ante una teoría definitiva; eso no
existe, pero es tal la envergadura de su propuesta que resulta ineludible contar con ella
para hablar del Universo desde el punto de
vista que se quiera.
La Mecánica Cuántica
El atomismo tiene, como es sabido, una larga
tradición con alguna obra de arte por medio;
De Rerum Natura, pero siempre ha conducido
a cierto tipo de paradojas; las paradojas de lo
divisible.
-
No es fácil pensar algo que no podemos seguir
desmenuzando. Es obligado dar un salto cualitativo para aceptar lo indivisible. De hecho,
costó tiempo el conseguir que la idea de
átomo se introdujera en la Física y no fue ella
la primera disciplina en aceptarlo. Era previsible que trajera problemas serios. Pero lo que a
finales del siglo pasado no era ya previsible es
que la propia Física se iba a encontrar con una
disciplina que se separaba de ella en sus convicciones más fundamentales: una nueva
Física, la de la Mecánica Cuántica.
Hay, incluso, quien viene a sostener que las
hipótesis más arriesgadas de la misma surgen
- 1920: 1930- gracias a una cierta prevalencia
en el pensamiento europeo, de lo irracional.
Lo cierto es que el casi siglo que lleva de vida,
(considerando como origen la propuesta de
M. Planck en 1900) no ha servido para llegar
a un mínimo acuerdo respecto a su interpretación: Qué es lo que hacemos cuando la utilizamos. Si hay una disciplina en la que predomine la postura pragmática (la ciencia es un
conjunto de recetas: si se hace esto, se obtendrá esto otro) es dentro de la Mecánica
Cuántica en su estado actual.
Enumeremos unos cuantos aspectos desconcertantes:
1) La Mecánica Cuántica contiene postulados
probabilísticos. No todo en Mecánica Cuántica
es probabilístico, ni muchísimo menos, pero lo
que es, lo es radicalmente. No es la ignorancia
acerca de parámetros fuera de nuestro control
lo que provoca que, aun repitiendo las condiciones iniciales, obtengamos resultados distin-
L VIII -
las distintos de los que constituyen las piedras.
tos. Es que, se mire como se mire, situaciones
en las que los experimentos, respaldados por la
teoría, nos tienen que dar distribuciones de
probabilidad, en vez de valores no variables.
La vida celular es un conjunto de procesos de
una complejidad enorme entre moléculas del
que aún se ignora buena parte
2) Un sistema puede estar en una combinación
de estados.
Los organismos llevan, en buena medida,
escritos en sus genes, cuya base molecular son
ácidos nucleicos, lo que son y lo que serán. La
ley básica -una simplificación de los hechos,
pero elocuente- enuncia: «Un gen: una proteína», las cuales son los constituyentes básicos
de la célula, y por lo tanto, de los tejidos de los
órganos.
3) No todo lo que medimos debe hacer referencia a una propiedad.
4) No sabemos interpretar completamente qué
sucede en un proceso de medida.
5) En el estado actual de la disciplina, y a falta
de nuevos datos, parece violarse el principio
de localidad. (Si dos puntos están suficientemente lejos no pueden afectarse en un lapso
de tiempo suficientemente corto.)
En pocas palabras; la disciplina que nos viene
a contar cómo es el mundo de los constituyentes del Universo, es, en sus propios fundamentos, tan desconcertante, que aún hoy no existe
una interpretación aceptada de la misma. Y
sobre ese mundo subatómico esta construido
Jo que materialmente somos y lo que nos
rodea. No es sólo un problema de lo infinitamente pequeño, de lo no «visible». Tenemos
efectos cuánticos a otros niveles. El láser, el
microscopio túnel, y en poco tiempo el ordenador, son o serán consecuencia directa del
comportamiento cuántico de la naturaleza.
La Biología Molecular
La base de la materia son las partículas que se
agrupan en átomos y éstos en moléculas. La
Biología viene a decirnos que en las células,
los componentes mínimos de los organismos
vivientes, no hay energías, campos o partícu-
-
Las células se comunican entre sí. Emiten
señales y gracias a ellas «saben» quiénes son
sus vecinos, cuando tienen que iniciar algún
mecanismo, cuando han de reproducirse y, por
lo que ahora sabemos, cuando tienen que
morir. Entre estas señales que se envían
importan y mucho, en los organismos superiores, las nerviosas; señales de potencial y neurotransmisores que viajan de emisores a
receptores disparando nuevos procesos o
modulándolos.
La actividad cerebral parece ser pues, un
flujo de moléculas y pulsos eléctricos. Así
deben producirse las sensaciones, los razonamientos la memoria y, al menos, algunas voliciones. No sabemos qué sucede para que sea
posible la creación, la voluntad los sentimientos superiores, pero ahora no es difícil
provocar agresividad, pasividad alucinaciones o recuerdos.
La Biología molecular nos lleva al límite de la
vida y allí se encuentra el problema de la conciencia, del yo, del ser uno. Es una aporía.
LIX-
59
La segunda aporía es el propio sentido. Así
como en Mecánica Cuántica era fácil encontrar posturas pragmáticas, aquí lo es hallarlas
reduccionistas y sin embargo, cuando se introducen principios explicativos como el azar, la
necesidad o la teleonomía, es el yo, que la
Biología aún no puede explicar, quien introduce a los dioses en la materia.
La Máquina de Turing
La Biología Molecular, la Fisiología, o la
Anatomía nos llevan al cerebro. No es fácil
desde cualquiera de estas disciplinas responder
a la pregunta: ¿qué es pensar? Pero aún hay otra
vía de aproximación, la que estableció Turing
hacia 1936, cuando los ordenadores todavía
estaban por aparecer, que tenemos que reseñar.
60
La máquina de Turing, como es sabido, tiene
poco que ver con los aparatos; es un formalismo. Que se pueda tener una imagen gráfica de
ella, o que se puede construir un mecanismo
que la aproxime, sólo sirve para hacer más
atractivo un razonamiento bien sorprendente.
Su teoría versa sobre lo computable, procedimientos efectivos, programas, funciones
recursivas y cosas por el estilo. Ni siquiera, en
rigor, la máquina es construible; necesita una
cinta de papel indefinida.
izquierda y a derecha. Un alfabeto, y la capacidad de estar en cada momento en un estado bien
definido, incluyendo en ello el estar parada.
Turing formuló una tesis: «Para cualquier procedimiento efectivo existe una máquina capaz
de procesarlo y obtener el resultado>>.
Aparentemente los procedimientos efectivos
no deberían cubrir muchas necesidades, pero
de hecho no es así. Muy al contrario la pregunta que tenemos que hacernos es: ¿hay procedimientos que no sean efectivos? Y lo más
interesante es que la respuesta es afirmativa.
Hay procedimientos para los que la máquina
Turing no nos da respuesta.
Incluso se formula otra cuestión: ¿lo que realiza nuestro cerebro son procedimientos efectivos, nada más, o realiza otro tipo de procesos?
Turing formuló una pregunta inversa, posiblemente, de discusión más nítida; al comienzo
de su trabajo de 1950 dice: «Propongo que se
considere la cuestión: "¿Pueden pensar las
máquinas?">>.
Sea cual sea la pregunta, todas apuntan al problema de la mente y la máquina, sobre el que,
en estos momentos, hay tan abundante bibliografía que excusa cualquier añadido.
Su idea principal es el «procedimiento efectiVO>>, el cual consiste en una serie de órdenes
tales que, cumplida una, queda perfectamente
determinada la siguiente a ejecutar.
¿Cual es el límite en Teoría de la Computación? Aquí se cierra el círculo de nuestro
recorrido.
La máquina, en sí, es un mecanismo de una
simplicidad increíble: Una cabeza de
lectura/escritura sobre una cinta de papel cuadriculada, capaz de recorrerla, casilla a casilla, a
Hemos empezado hablando de las máquinas
de Turing y nos hemos deslizado a la máquina de Turing. No es una figura retórica. Una
de las cosas importantes que puede hacer una
-
LX -
máquina de Turing es <<leer» el funcionamiento de otra máquina y comportarse como ella.
De aquí se desprende el sorprendente resultado : Es posible -y no complicado, ademásconstruir una máquina de Turing universal
que interprete todas las otras máquinas y se
comporte como ellas.
Ahora bien, si una máquina de Turing se lee a
sí misma entra, lógicamente, en un bucle infinito, pues lo único que es capaz de hacer es
repetirse indefinidamente. No se para. El oráculo no contesta ni sí, ni no.
Y resulta además, que la pregunta más importante que le podíamos hacer a una máquina de
Turing es de este tipo. Es un indecidible; no
hay respuesta, ni sí, ni no. La pregunta es ésta:
Dado un procedimiento cualquiera, antes de
ejecutarlo, ¿es posible saber si la máquina de
Turing que lo procese, se parará, o no? La respuesta es: no es posible construir una máquina de Turing que responda en todos los casos.
No es posible saber de antemano si un problema planteado en los términos formales descritos
tendrá o no tendrá solución. Si recordamos el
teorema de Godel de la sección A) comprobaremos que la situación es muy semejante. Allí se
hablaba de proposiciones demostrables, aquí de
procedimientos efectivos, pero la conexión se
intuye. Es la aporía de la Teoría de la Computación, su límite; no hay camino más allá.
61
-LXI-
lakor Tchernikhov, «Arhitekturnye Fantazii», 1933.
-
LXII -
BERLIN 1989:
EL OCASO DE LO POSTMODERNO
Alicia Olabuenaga
Berlín es una ciudad emblemática por los acontecimientos que supusieron
la señal última del fin de los procesos de ideologización que aún orientaban la condición postmoderna. La nueva ciudad que nace de las ruinas del
muro se identifica con el mundo unificado por los medios de información y
comunicación.
N
o parece necesario que aparezca
Tiresias, el viejo adivino, para que,
como a Creonte, nos desvele las claves del mundo en el que vivimos. Tampoco se
necesita una mirada perspicaz, ni un buen
ingenio para constatar la especificidad de la
época que habitamos, por ahora como huéspedes, pero que será el mundo de nuestros hijos.
No sé si debido a la proximidad del nuevo
milenio, fuente siempre de fantasmas y de
sueños monstruosos, o a los acontecimientos
históricos, políticos y sociales que se dibujan
en nuestro horizonte cotidiano, la conciencia
de que algo nuevo está pasando y de que no
podemos asistir como espectadores pasivos al
mundo que nos rodea, han impulsado, en estos
últimos años, una reflexión sobre los paradigmas, modelos explicativos, categorías que
permiten describir lo que es, lo que hay, lo que
se nos impone como una nueva realidad.
En las décadas de los 60-70, un término invadió todos los debates y todos los discursos de
los intelectuales protagonistas de Mayo; el
término postmoderno, acuñado en el marco
teórico de la arquitectura unos años antes, sirvió para dar cuenta de lo que en esos momentos se vivió como la crisis de los modelos culturales, políticos y sociales heredados de la
ilustración y constitutivos de la modernidad.
Es cierto que fue un término poco afortunado,
ya que se utilizó de forma desmesurada en la
medida que sirvió para definir un bar, el trabajo de un diseñador de moda o una obra de
arte. Pero a pesar de la frivolidad de su uso en
determinados contextos, su incorporación a la
jerga filosófica se debió a J. F. Lyotard', y con
él se pretendió describir una nueva situación
de nuestro mundo. Bien es cierto que esa descripción se hizo de forma negativa: designaba
ese momento de la cultura occidental marca-
-LXIII-
63
da por la crisis de los relatos de legitimación,
por la quiebra de las categorías que habían
sustentado y explicado nuestra visión de lo
real, en la medida en que se mostraban inoperantes para dar cuenta de la experiencia de un
hombre que paulatinamente dejaba de ser
moderno. Un hombre que no se reconocía
como conciencia idéntica a sí misma, sin
fracturas ni fisuras, ni como sujeto de representación; un hombre que leía la historia
como genealogía, que invocaba una razón, no
ya especulativa, sino instrumental y pragmática; que no vivía en un territorio ligado a una
sociedad y a una cultura determinada, sino
que veía surgir a su alrededor más naciones
que estados o simplemente cómo los Estados
nacionales se disolvían en otro tipo de instituciones no definibles en términos políticos,
territoriales, jurídicos o culturales.
64
De esta incertidumbre, de esta pérdida de los
referentes de la modernidad pretendió dar
cuenta el término postmoderno. Hoy, alejado
ya del vocabulario de los intelectuales,
ausente de todos los discursos, nos sigue
poniendo sobre la pista de que algo estaba
pasando y de que había que inventar estrategias teóricas y prácticas que nos permitieran
enfrentarnos a ese futuro que ya es nuestro
presente.
Una de las categorías pulverizada fue el concepto de Estado Nación, ese modelo -definido
por Hegel- de organización de la convivencia
entre individuos y en el que se resolvían las
tensiones entre lo individual y lo social.
Modelo ligado a un territorio, cohesionado
por una cultura y por el Derecho. Pues bien,
parece que este modelo de organización del
espacio de lo político está llegando a su fin de
la misma manera que se agotó y desapareció
la ciudad-estado clásica.
Si tuviéramos que señalar, por emblemático,
un acontecimiento histórico que exprese la
disolución de la eficacia del Estado-Nación,
nos remitiríamos, sin duda a la caída del Muro
de Berlín como símbolo del hundimiento del
modelo comunista.
Tres factores coinciden en este hecho:
En primer lugar, el hundimiento de los Estados
comunistas con la Unión Soviética a la cabeza.
Este acontecimiento se puede explicar de
diversas maneras: para unos es el fracaso de la
última forma de despotismo ilustrado y de su
incapacidad para imponer, por métodos autoritarios, la modernización ; para otros tiene que
ver con la incapacidad de la URSS de generar
los recursos necesarios capaces de neutralizar
el desafío del bloque occidental capitaneado
por USA . En cualquier caso parece que la
Unión Soviética perdió la tercera guerra mundial, la guerra fría. En términos puramente economicistas, este fracaso pone de manifiesto la
incapacidad del Estado para ser el impulsor de
la economía, el gestor absoluto de los recursos
y en este sentido se puso de manifiesto la crisis
del liderazgo estatal en el terreno económico y
por lo tanto se abrieron las puertas al neoliberalismo más rampante, en el cual el Estado se
ve privado de cualquier iniciativa económica,
quedando su papel reducido a ser el garante de
la propiedad privada y de la estabilidad.
La caída de los Estados comunistas ha producido un efecto de <<balcanización», con el cual se
designa la emergencia incontenible de nuevos
-LXIV-
nacionalismos, así como el renacuruento de
sueños ancestrales de identidad nacional. Este
proceso de pluralización de los Estados, o si se
prefiere de fragmentación del Estado nacional,
pueden tener efectos claramente positivos en
cuanto proveer de una identidad cultural en la
que reconocerse y porque tienen efectos articuladores, legitimadores y modernizadores en
sociedades poco estructuradas o en las que no
existe una sociedad civil bien definida, con
mercados insuficientemente desarrollados. Pero
el problema y los conflictos surgen, ya que
«esta avidez nacionalista» por revestirse de la
forma de un Estado, no supondría mayor problema si hubiera tantos Estados como naciones
potenciales, lo cual frustra de antemano la vocación estatal de la mayor parte de los nacionalismos produciendo los efectos desestabilizadores de todos conocidos.
Pero, en definitiva, lo que se pone de manifiesto con la derrumbe del Muro es la desaparición de ese «otro», otro modelo, es decir, de
un sistema de relaciones internacionales basado en el equilibrio entre el Este y el Oeste.
Bastaría con visitar actualmente Berlín para
comprobar que un mar de grúas apuntan un
nuevo orden, socavado por los cimientos de
los grandes edificios de las multinacionales
que ahora ocupan, desafiantes y pretenciosos,
esa tierra de nadie que fue, hace sólo pocos
años, la plaza de Potsdamer, mientras que los
restos del pasado se conservan en un pequeño
museo marginal, gestionado voluntaristamente por una especie de O. N. G dedicada a que
no desaparezca la memoria histórica.
Así pues, la desaparición del modelo del
Estado nación, no sólo tiene que ver con el
fracaso y olvido del modelo comunista, sino
también con la implantación de un nuevo
orden que se define con el término de
Globalización.
De lo universal a lo global
J. Estefanía2 definía la globalización como
«aquella etapa del capitalismo en la cual las
economías nacionales se integran de un modo
progresivo en el marco de la economía internacional, de modo que su evolución depende,
cada vez más de los mercados internacionales
y menos de las políticas económicas de los
gobiernos». Efectivamente, agotada la forma
del Estado nación, en su doble concepción
burguesía y marxista, un nuevo sistema de
relaciones económicas, políticas, culturales y
sociales se impone, un sistema que se define
fundamentalmente por la sustitución del ideal
de universalidad por el de mundialización.
Una mundialización que, como señala Ramonet, funciona en torno a tres ejes que en
ningún momento forman espacios o instituciones independientes, sino que por el contrario configuran una misma realidad sistémica.
Este sistema global se define fundamentalmente, como una mundialización de la economía. Instigada por el Fondo Monetario
Internacional y el Banco Mundial, supone la
implantación de un modelo económico que
gira en torno a una nueva realidad: el Mercado
internacional. Nuevo Dios que acapara todos
sus atributos, es expresión del abandono de la
metáfora mecanicista en favor de la financiera.
El mercado no es ya el espacio del intercambio
de la producción, sino una tierra de nadie en el
que se realizan los grandes movimientos del
-LXV-
65
capital financiero que ahora se presentan como
modelo de toda actividad humana. Las leyes
del mercado sustituyen a las de la historia y de
la naturaleza, generando nuevos valores que
fomentan la competencia, el beneficio o la
ganancia como absolutos en sí mismos y con
los que se pretende explicar un nuevo sistema
que ya no aparece definido en términos sociales, sino que por el contrario aparece como el
sistema del mercado. Sistema monetario, permanente, inmediato e inmaterial que genera
nuevas prácticas y también un nuevo saber que
se concreta en ciencias que tienen que ver con
el cálculo de probabilidades, la teoría de juegos, del caos o la lógica borrosa.
66
Los efectos de este proceso de mundialización
económica no se han hecho esperar. En primer
lugar, se ha traducido en una pérdida del
poder económico de los Estados nacionales;
datos como que el total de las transacciones en
los mercados financieros es 50 veces mayor
que el valor de los intercambios comerciales
entre los Estados, o el hecho de que entre los
50 hombres más influyentes del planeta no
haya ningún jefe de Estado, ni presidente de
Gobierno, incluso que los administradores de
los fondos de inversión poseen un poder que
no tiene ningún ministro de economía, muestran la disminución del control que los
Estados pueden ejercer sobre la economía.
Pero no sólo se constata la pérdida de poder
real de los Estados en materia económica,
sino que ésta va acompañada de una pérdida
de su propio poder político, lo cual supone
un cuestionamiento del concepto de democracia o simplemente su neutralización. El
señor Soros, desde un pragmatismo tan
escandaloso como realista afirmaba: «Los
mercados votan todos los días, ellos fuerzan
a los gobiernos a adoptar medidas impopulares, sin duda, pero imprescindibles. Son los
mercados los que tienen sentido de Estado».
Es evidente que se perfila otro orden y otra
forma de entender lo social y lo político en el
que los esfuerzos de una sociedad por mantener unas estructuras democráticas y unas instituciones que defiendan el «imperio de la
ley» serían como mínimo ingenuos a la vez
que inoperantes por carecer de sentido. Es el
mercado el que vota y decide. La ley de la
gravitación económica, se convierte en la
nueva mecánica celeste.
Esta mundialización de los mercados financieros, de la economía, no podría efectuarse
sin conllevar aparejada la mundialización de
la información, que introduce otro paradigma
semejante al mercado, sólo que en este caso
tiene que ver con algo mucho más asequible
desde lo cotidiano: la comunicación. La primera vez que fuimos conscientes de ello
remonta a las retrasmisiones que la CNN hizo
de la Guerra del Golfo. Durante esos días
comprobamos que se había operado una novedad en el sistema de la Información: una guerra en directo en la que sin interrupción se
emitían mensajes, de forma simultánea a todo
el conjunto del planeta. Comprobamos que
una imagen resultaba mucho más poderosa
que un ejército. El poder económico y político que la comunicación encierra resulta
obvio; la lucha por controlar la información
desencadena batallas homéricas y se forman
grupos de control ligados a los grandes grupos
financieros . En este proceso de comunicación
-LXVI-
global, la radio, la televisión, la cibernética,
Internet etc., muestran una oferta informativa
desbordante, imposible de procesar, pero no
suministran ni un solo criterio que nos permita seleccionar la información, que en cualquier caso ya no está controlada por los
Estados nacionales.
No obstante, todo poder real, o todo ejercicio
de poder, para que sea realmente eficaz, necesita un discurso de legitimación, un discurso
ideológico - por usar la vieja terminología
marxista- que de alguna manera produzca una
imagen complaciente de la propia realidad. La
nueva estructura de poder, el nuevo status
fuera del cual no parece posible acceder a la
normalización exigida si se quiere gozar de
las ventajas del sistema, necesita un proceso
de legitimación que debe poseer la característica evidente de la globalización. Este proceso
que pretende reducir todos los discursos a uno
solo, es lo que conocemos con el paradójico
nombre de Pensamiento Único.
Lo denominado Pensamiento Único no es otra
cosa que el modelo teórico de legitimación de
la nueva estructura de globalización que pretende justificar los intereses de un conjunto de
fuerzas económicas y que pretende también
justificar una cierta concepción de lo social. El
punto de partida no es otro que la aplicación de
un viejo lema marxista: lo económico predomina sobre lo político. En nombre del realismo
y del pragmatismo, la economía borra otros
aspectos de la realidad, en concreto el concepto de lo social y el papel del individuo quedan
absolutamente modificados. Independientemente de opciones políticas concretas, tanto
desde posturas puramente liberales o comuni-
-
tarias, el discurso legitimador utiliza un mismo
bagaje conceptual: eficacia de los mercados
financieros, competencia que estimula y dinamiza la producción y la colocación de los productos en los mercados internacionales, neutralidad de la sociedad, disolución de lo político, reducción formal del sistema democrático,
desaparición del papel del individuo, indiferencia frente al coste ecológico... Ni pensamiento, en cuanto que no posee una estructura
conceptual fuerte en la que se articulen las
categorías que pueden dar cuenta de lo real, ni
único, pues en su seno acoge una pluralidad de
teorías, así como agrupa una multiplicidad de
teóricos, desde los viejos conservadores a los
comunitarios pasando por los progresistas
ortodoxos. Pero como señala P. Bourdieu,3
entronca con una vieja tradición en la medida
que supone la puesta en práctica de la utopía
neoliberal convertida en programa político y
presentada como una descripción científica de
lo real. Apoyándose en las ciencias matemáticas y en la economía, se presenta como «un
discurso fuerte» que posee los mecanismos
para hacerse empíricamente verificable.
Institución práctica de un mundo darwiniano
de lucha de todos contra todos, su fundamento
último es una «violencia estructural», al servicio de un trabajo político que cree las condiciones de realización de la teoría y que no es
otra cosa que un programa de destrucción
metódica de lo común, de lo colectivo.
Pero en los márgenes de este nuevo orden,
fuera de los procesos de legitimación nos
encontramos con otra realidad: 22.000.000 de
parados, aumento de las desigualdades, abandono de África, desastres ecológicos, precari-
LXVII -
67
zación de las condiciones de vida, racismos,
fundamentalismos, luchas tribales ... globalización sí, pero como afirma Estefanía, globalización mutilada.
Multiculturalismo:
el problema de la diferencia
68
El orden político de la modernidad estructuraba el espacio de lo social y lo individual en
torno a una oposición entre el territorio de lo
público, gobernado por la razón y por leyes
que regulaban las relaciones sociales, y la vida
privada, ámbito de la tradición o de la pasión.
De esta manera, el pensamiento político clásico subordinaba la sociedad civil, la economía
y la cultura a la sociedad política, al espacio de
racionalidad pública. Sus esfuerzos iban orientados a construir un orden racional, el imperio
de la ley, al que se subordinaban las diferencias individuales y culturales. Pero los procesos de globalización han disuelto tanto este
modelo de organización de lo individual y lo
social, como el universalismo de la ley y del
derecho que se ha visto sustituido por el racionalismo instrumental de la economía. Este
hecho, ha producido una tensión permanente
entre «el desarrollo de las nuevas técnicas,
mercados y consumo que ha destruido la capacidad del orden político de mediar entre el
orden natural regido por las leyes descubiertas
por la ciencia y la diversidad de culturas». 4
La separación entre el orden económico, regido por la razón instrumental que globaliza la
producción y los intercambios financieros y
por otro lado, la diversidad cultural que no ha
dejado de aumentar, ha propiciado una disyuntiva tanto política como teórica: el neoli-
beralismo de los expertos del GAIT y de los
operadores del sistema financiero, embarcados en una defensa de lo económico como el
único espacio de relaciones posibles, o bien,
la defensa de las diferencias culturales, sin
ninguna referencia a un modelo de unidad y
universalidad social y política. Así aparece el
multiculturalismo como opción ética, política
y social, como una defensa de las minorías
culturales, de las diferencias frente a los cánones impuestos por la cultura dominante. En
este sentido, se opone tanto a una cierta concepción del Estado, en la cual la racionalidad
política, en nombre de lo común, ponía en
marcha mecanismos de exclusión de las diferencias, como a los modelos de legitimación
neoliberales, a la vez que expresa los problemas desencadenados por el surgimiento de los
nacionalismos (los primeros tras el proceso de
descolonización a raíz de la Segunda Guerra
Mundial, los más recientes tras la disolución
de los Estados comunistas).
No obstante, esta disyuntiva tiene que ver con
la posibilidad misma de hacer compatibles la
pluralidad de culturas con la unidad de la
sociedad civil, o como asegura R. Bodei,
cómo elaborar «un esquema de inteligibilidad,
dentro del cual articular el sistema de relaciones entre las partes y el todo, hasta el punto de
hacer progresivamente mesurable, lo que inicialmente no lo es» . 5
El multiculturalismo sería pues, una reacción
ante el etnocentrismo de la cultura occidental
que ha reducido todas las diferencias a un solo
canon: reacción, también, de resistencia de las
culturas minoritarias, grupos de emigrantes
con otras culturas que corren el riesgo de per-
-LXVIII-
der su identidad, pero que supone la negación
de cualquier valor universal o, dicho simplemente, de la universalización de los derechos
para todos.
Esta opción multiculturalista, no obstante, cae
en los mismos riesgos que pretende conjugar.
El primero de ellos es que la renuncia a la
existencia de un sustrato cultural común, produce un relativismo cultural típico de la sociología más vulgar. O por el contrario, corremos
el riesgo de ir al polo opuesto, el del comunitarismo cerrado sobre sí mismo y hostil frente
a otras culturas y que intenta imponer una
homogeneización cultural dentro de la propia
minoría, cayendo así en un monoculturalismo
desmesurado, uno de cuyos síntomas más
ridículos es la ideología de lo «políticamente
correcto» que está generando situaciones
absurdas ya denunciadas en muchas universidades americanas y de lo cual nosotros tenemos algún ejemplo. Parece que el multiculturalismo no sólo no aleja el fantasma de la discriminación de lo diferente, sino que fomenta
formas de racismo y fundamentalismo -a
veces, simplemente de estupidez- que acechan las culturas minoritarias.
Por ello, en estos últimos años han surgido
teorías que corregían los fracasos de esta
forma de entender las diferencias y que pretenden hacerlas posibles dentro de un marco
de valores universales. Apuntaremos algunas
de ellas.
El Interculturalismo pretende combinar, y
hacer posible la convivencia, el respeto a la
diversidad cultural con una unidad legislativa
que permita la universalidad de los derechos.
El profesor de Filosofía política canadiense,
Ch. Taylor es uno de los defensores de este
planteamiento. Para él, en el mundo moderno
se consiguió el reconocimiento de la universalidad de los derechos humanos y de la igualdad
entre los hombres, en el momento actual sería
necesario luchar por el establecimiento de una
legislación que reconozca para siempre el derecho a las diferencias, y que el respeto a la identidad del individuo y a su cultura pasen a formar parte de la lista de derechos universales.
El punto de partida es que de la misma manera
que la identidad de un sujeto se configura a partir del reconocimiento del otro, la identidad cultural de un pueblo debe construirse a través de
políticas del reconocimiento que deben compaginarse con legislaciones que promuevan valores comunes, pero advirtiendo que las leyes
nunca son neutrales y que afectan siempre al
espacio de lo privado y que, por tanto, una legislación que pretenda unificar, sin excluir lo diferente o lo diverso, debe proteger los valores de
la diferencia como un fin colectivo de la sociedad, en definitiva debe reconocerse el derecho a
la diferencia como uno de los derechos universales para evitar que la sociedad se convierta en
un mosaico de vidas paralelas.
No obstante, Habermas matizará las políticas
del reconocimiento propuestas por Taylor, en
la medida en que no se puede tratar de la
misma manera fenómenos diferentes, como el
feminismo , las luchas de las minorías culturales, los nacionalismos, el eurocentrismo cultural o las medidas de acción positiva.
Para Habermas, todos los derechos deben reconocerse, pero siempre en el contexto de una
-LXIX-
69
democracia institucional, «debe haber un
sometimiento a una Constitución común que
dé cohesión a esa diversidad cultural de personas que viven en un mismo territorio», 6 entre
otras razones, porque la adscripción de un individuo a un territorio o Estado-nación se debe a
razones contingentes y por ello debe existir una
legislación común que los unifique. Por ello, en
contra de Taylor cree que la opción de mantener ciertas diferencias de forma permanente, en
la medida en que se les ha concedido rango de
derecho universal, va en contra de la libertad de
los pueblos y de los individuos que en un
momento dado deciden transformarlas o romper con ellas. En cualquier caso, para
Habermas es posible construir un modelo de
convivencia en el que sea factible ser comunes
en lo universal y plurales en la diversidad.
70
El pluralismo cultural defendido por A.
Touraine, pretende ser otra forma de escapar al
dilema entre la racionalidad instrumental y la
diversidad cultural. Descompuesto el espacio
político, la libertad del sujeto sería el único
espacio de mediación posible, pues entre los
dos «se sitúa el mundo de los derechos fundamentales, el mundo del derecho de cada individuo a actuar como Sujeto y, en consecuencia, el derecho al pluralismo cuya contrapartida es el deber de cada uno a reconocer el derecho del otro a ser aceptado como Sujeto» 7 • En
el fondo, la propuesta de Touraine consiste en
sacar las consecuencias de los principios del
laicismo: la ley debe garantizar tanto las prácticas privadas como las públicas, incluyendo
la posibilidad de impedir que incluso las privadas no contradigan los derechos fundamentales de la mayoría. Estamos lejos de las pro-
puestas multiculturalistas que desembocan
tanto en políticas de la indiferencia como en
fundamentalismo. Es la experiencia del sujeto
la que debe reconstruir el espacio de la convivencia. No se trata sólo de pensar la tolerancia, sino de recomponer el mundo a partir de
la reinserción «de todo lo que había sido marginalizado o prohibido por el progresismo
racionalista amante de la disciplina, de la integración, de la previsibilidad del cálculo» 8 • No
parece que la propuesta «ilustrada» de A.
Touraine sea la única, parece que, más que
nunca, resulta necesario reconstruir una conciencia colectiva centrada en la idea de
Estado, pues parece que sólo esta «creencia
colectiva razonable» puede oponerse a la barbarie de la mundialización.
Cada cultura es el esfuerzo por universalizar la
experiencia individual, no es algo anclado en
el pasado que pueda ser reivindicado desde un
negativismo adolescente o simplemente por
oposición a un otro, es más bien algo a construir, siempre en diálogo frente a otras culturas, aceptando realmente la diversidad y reclamando el respeto de las diferencias no sólo
para sí mismo. Elaborar y apostar por una cultura del mestizaje, por la construcción de un
sujeto siempre extranjero, por una lengua que
es siempre una «lengua menor», por utilizar la
expresión de G. Deleuze, y todo ello dentro del
único sistema multicultural: el Estado laico
secularizado al que denominamos democracia.
Cierto es que el universalismo clásico funcionó como modelo de organización de la convivencia a base de excluir, marginar o explotar
todo lo diferente, todo aquello que se apartaba
de su canon de Cultura Occidental; como reac-
-LXX-
ción, como revancha, el multiculturalismo
reaccionó contra esta homogeneización del
mundo, asistimos hoy a la revindicación de
todo lo diferente, pero no se puede admitir que
la única opción sea elegir entre el universalis-
mo republicano y el integrismo cultural. Hay
una frontera que no se puede transpasar, dice
Touraine, «la que separa el reconocimiento del
Otro de la obsesión por la identidad» ya que la
identidad y la alteridad son inseparables.
NOTAS
' J. F. Lyotard: La condition postmoderne, Ed. Minuit,
Paris,I979.
' J. Estefanía: <<La globalización mutilada>>, en Foro de
los 90, Caja Murcia,I997.
' P. Bourdieu: <<L' essence du néoliberalisme>> en Le Monde
Dip/omatique, marzo 1998.
' A. Beel: <<Las guerras culturales en U.S.A.>> en Claves,
n. 0 33, Junio 1993.
' R. Bodei: <<Pensar la época>>, Valladolid, 1996.
• M. Elosegui: <<Asimilacionismo, Multiculturalismo, Interculturalismo>> en Claves, n. 0 74, Julio 1997.
' A. Touraine: <<¿Qué es una sociedad multicultural?» en
Claves, n. 0 56, Octubre 1995.
' Ibídem.
71
-LXXI-
nsambl
rnikhov, «A
lakov Tche
-LXX
942.
i», 1939-1
II-
LA DECONSTRUCCION EN LA ESTETICA
NEO BARROCA
Roberto Fernández
En la estética de la tardomodernidad, en que predomina la significación de los procesos de la forma, el autor señala algunos paradigmas
arquitectónicos y urbanos como formalismos posibles de proyectar
sólo en una estética acogida en la inhospitalidad, la incertidumbre, la
abstracción y la deformación.
E
n primer lugar interesa comentar aquí
un escrito de Derrida que viene a
correlacionar lo estético con lo formal, con lo cual reformula la preponderancia
contemporánea de las relaciones entre estética
conceptualista y producción de cosas artísticas, dominantemente formalistas . Dice
Derrida' en un escrito de los pocos específicamente dedicados a la arquitectura: Lo estético es lo que es sensible, lo que hace sensible
cierta sensación. Lo estético reside en la esfera de la forma en la medida que pone de
manifiesto cierta sensación; el valor estético
es el tributo pagado a la distinción entre
forma y significado, entre lo que se siente y lo
que se intuye. El párrafo es sugerente, primero porque, dedicado a la arquitectura, consagra, de alguna manera, en los propios términos de Derrida, su frivolidad, que éste define
como la manipulación pura de los significantes formales, sin relación con los significados,
o sea rompiendo el estrecho corsé semiótico
saussuriano. Segundo, porque, retomando la
preceptiva kantiana, aseguraría cierta capacidad de dotación estética únicamente a las
cosas que proveen sensaciones, es decir, apelando puramente a una generación de efectos
de sensibilidad. Tercero porque remite a la
posibilidad de la relación sensible entre productor/receptor, a la existencia de un vehículo
formal, esto es, en cierto modo, reivindicando
cierta existencia gestáltica de los vehículos de
sentido. Cuarto, en cuanto que piensa a la
forma no como en sí sino como un instrumento portador/mediador de sensaciones y por lo
tanto, de un sentido dependiente de la clase e
intensidad de las sensaciones. Quinto, porque
hinca lo estético en una entidad o diferencia
entre significante y significado, entre forma y
contenido, dialéctica en la que, empero, sólo
hay portación de sensaciones en el vehículo o
cosa formal.
-LXXIII-
73
Este pasaje formalista de Derrida no suspende
su deconstruccionismo diseminativo implícito
en su noción de escritura omnicomprehensiva
e infinita, pero explica, por así decirlo, una de
las mecánicas poéticas de la lógica formalista,
en tanto su reduccionismo o ensimismamiento frívolo en el campo de los significantes y en
cuanto a la posibilidad de producir sentido, a
través de ese material frívolo, como verdadero contenedor de sensaciones visivas, antropomórficas, táctiles, etc ...
Con O. Calabrese 2, podríamos ahora discutir
las figuras o procedimientos neobarrocos.
Calabrese distingue las siguientes características de lo que denomina era neobrarroca:
Ritmo y repetición
74
Los mass-media han instalado la estética de la
repetición, cuyas características parecen oponerse al valor clásico de la irrepetibilidad de la
obra de arte. En extremo, se trata de una derivación estético-productiva de la llegada a la
era de la reproductibilidad técnica que ya
anunciaba Benjamin como conformante de la
muerte del aura, o sea, de la irrepetibilidad, de
la cosa artística. De esta condición técnicocultural podría inferirse la positivización de
una estética anclada en lo repetitivo a través
de tres elementos: la variación organizada, el
policentrismo y la irregularidad regularizada
y el ritmo rapidísimo. Esta repetibilidad y
serialidad, mediáticamente consagrada, afirma una suerte de fatiga creativa, de recurrencia a depósitos formalizados de sentido: todo
se ha dicho y se ha escrito ya y si ello es así,
una posibilidad de moderada diferencia respecto de la saturación receptiva del público
-
mediático quedará expresada en las variaciones mínimas, en el gusto por el ritmo o en el
cambio en la organización interna de los productos. La estética del atiborramiento de citas
y del inmenso fresco de fragmentos superpuestos por una combinatoria se expresaría en
películas como En busca del arca perdida o
novelas como El Nombre de la Rosa. El placer impuesto por una variabilidad sutil, impresa sobre metadiscursos repetibles, identifica
contemporáneamente el tradicional principio
barroco del virtuosismo. Un ejemplo de esta
exasperación de repetición veloz y multiplicación minimalista de citas, fragmentos y
pequeñas diferencias de performance podría
quedar ejemplificada de un producto típico de
esta era neobrarroca: el videoclip.
Límite y exceso
Considerando -con Lotman- a la cultura
como organizacwn de sistemas culturales
-dice Calabrase- también es posible entenderla como una organización espacial, con
una geometría y sus específicos límites. Esta
territorialidad cultural, que es así y por ello
también una objetividad, posee en su espacialidad fronteras y centro, y una capacidad,
tanto organizativa como semántica, de desplegarse y ser leída, tanto desde una posición
centrada como des-centrada, que viene a significar, poli-centralidad, periferismo, etc ...
Desde esta perspectiva, las producciones culturales pueden entenderse como mantenidas
en una fuerte tensión ( 'hasta el límite') o desbordando la frontera ('tienden al exceso ').
Buscar el límite y/o el exceso no son actitudes
sistemáticas en la historia artístico-cultural;
más bien pertenecen, como modalidad, según
LXXIV -
nuestro autor, a los momentos barrocos y por
ello emergen, en esta condición de era neobarroca que es presentada por Calabrase como
paradigma contemporáneo dominante, como
rasgos característicos de esta época. El límite,
tanto en la investigación/experimentación
científica como en los procederes artísticos, se
presenta así como una clara tensión de época,
que nosotros creemos verificar en el campo
proyectual, como uno de los motivos dominantes de la lógica formalista: búsqueda de
tensión de los límites formales, desbordamiento de los modelos antropomórficos de
equilibrio, desafíos tecnológico-estructurales,
etc. El exceso, en tanto que desbordamiento
de un límite y de un confín, es más desestabilizador. Además, toda acción, obra o individuo que sean excesivos, quieren discutir un
cierto orden y por otra parte, toda sociedad o
sistema tacha de excesivo lo que no puede o
no quiere absorber. Sin embargo, la figura de
un exceso exógeno -la presencia del bárbarono es la característica barroca, y particularmente, neobarroca o dominantemente contemporánea según Calabrese, sino la existencia de un movimiento entendible como exceso endógeno: En las épocas barrocas sucede
a la inversa (de la presión exógena del bárbaro): en el interior de los sistemas surgen fuerzas centrífugas que se proyectan fuera del sistema. Nuestra cultura vive fenómenos de
exceso endógeno que son cada vez más numerosos y que se dan en todos los niveles (el
exceso representado en los textos, el exceso
como representación, el exceso como fruición
de una representación). Un ejemplo de esta
tensión endógena en el plano barroco, podría
advertirse en el seno de una producción tan
tipológicamente controlada como la serie de
los templos contrarreformistas jesuíticos, que
va desde el cánon del tipo de Vignola a la búsqueda de excesos en las propuestas de Andrea
Pozzo y su idea del receptáculo/espectáculo
del templo barroco como sub-specie theatralis
y la enfatización discursiva virtual, el trompe
d 'oeil, etc. Algunos contenidos culturales
excesivos que presenta nuestra realidad cultural dominante son, según Calabrase, los motivos del monstruo o exceso antropológico, la
sexualidad o exceso erótico y la violencia y el
horror o exceso social. Estos motivos, que
aparecen en productos como la película Mad
Max, pueden caer, perdiendo su vigor de contenido, en figuras de pastiche, y entonces, en
una figura de exceso de fruición, como en la
conocida película Rocky Horror Picture Show,
con el engendramiento de una estética. La
positivización fruitiva del exceso podría
advertirse en movimientos de aparente negatividad, como el bad art en general o el cineteatro-música de la crueldad en particular, ya
despojado del contenido de crítica socio-cultural de propuestas modernas como las de
Artaud o Beckett. Es posible que algunos productos dentro de la lógica formalista (por
ejemplo, proyectos de Gehry, Coates o Testa)
podrían estar caracterizados por cualidades de
estas figuras de exceso. No estamos seguros
de la unicidad del exceso endógeno en la cultura contemporánea; en realidad ése pareciera
ser un rasgo, en cualquier caso, dominado por
la homogeneidad de la globalidad masmediática. Es posible asumir la existencia simultánea, como rasgo dramáticamente característico de la situación contemporánea, de excesos
exógenos, dados en la emergencia de fenóme-
-LXXV-
75
nos antropológico-culturales como el mestizaje, la hibridación y la fusión, que no son
meros hechos culturales sino expresión de
tensiones sociales y reaparición protagónica
de nuevos bárbaros: emigrantes marginales o
des-centrados, minorías étnico-culturales-productivas, etc. O como lo que empieza a expresar la vigencia de las guerras culturales nacionales, religiosas, etc.
Detalle y fragmento
76
El detalle y el fragmento son dos maneras de
producir o de analizar un objeto de conocimiento pero representan dos estilos gnoseológicos diferentes: el detalle presupone un sujeto que 'corta' un objeto siguiendo un programa de acción, resaltando la parte respecto al
todo del que procede con la finalidad de 'ver
más' en este último; el fragmento, en cambio,
implica el hallazgo casual, sin intervención de
un sujeto, de un objeto y de su forma inacabada, que también es casual. Estos estilos o
métodos son bastante diferentes, uno de dominante racional y otro irracional, sobre o transracional: expresan sin embargo, parte del
debate suscitado en la modernidad con la
emergencia de los conceptos de montaje y
collage, analizados por Adorno y Bürger y
reelaborados por Benjamín, en su comparación con el trabajo alegórico en el drama
barroco del siglo xvm. Lo que Calabrase propone con estos conceptos no es su novedad
sino el caso de su conversión de instrumentos
de análisis o de conocimiento en formas estéticas, en cierta manera, despojados de su programática y reconducidos a la banalidad de su
operatividad formal. La obsesión por el detalle, en lugar de su apoyatura al despliegue de
la acción, está visible en películas como Blow
Up o Blade Runner, ejemplos propuestos por
Calabrase, para ilustrar esta vía formal. Los
fragmentos, en cambio, se convierten en una
poética cuando se renuncia a la voluntad de
reconstruir el todo al que pertenecen y se producen y se gozan en función de su carácter
fragmentario. Estaríamos aquí, perdida la
voluntad de forma, en la bisagra entre la lógica formalista a la lógica deconstruccionista.
Inestabilidad y metamorfosis
Calabrese, en tomo a ejemplos dados en películas como Alien o La Mosca, cree posible
ampliar la discusión en tomo de los monstruos
al concepto de forma informe, según denominación del matemático francés René Thom.
Las formas informes son a la vez formas que,
sin embargo, no han logrado una estabilidad
estructural y no-formas que, sin embargo,
ocupan un espacio-tiempo o una dimensión.
Se alude así, a un campo, en cierto sentido
límite de lo formal en que sus términos de
inestabilidad, mutabilidad o transformación
no se pueden localizar con una geometría
euclídea sino que necesitan una geometría adhoc. En La Casa, la película de Carpenter, se
ilustra el proceso degenerativo que deviene en
la transformación de una estructura celular
normal en una monstruosa, a partir de conceptos que, como en Thom, se refieren a una teoría de las catástrofes, en tanto lo catastrófico,
como transformación brusca y no regulada, se
opone a lo anastrófico, como transformación
regulada. Estamos en este rasgo estético, identificando asimismo como el borde que separa
la lógica formalista de la deconstruccionista,
sobre todo si reconocemos en los procedí-
-LXXVI-
mientos proyectuales de Eisenman, un interés
dominante en explorar las geometrías alternativas y en declinar una finalidad en lo formal
en pro de un mayor interés procesual por lo
degenerativo. Para el caso de la metamorfosis,
que Calabrese ilustra con la película Zelig, se
alude, no tanto a momentos definidos o estables de la forma, sino a los procesos continuos
de cambio de la misma, incluyendo las figuras
de trasvestismo o simulación de la forma.
Desorden y caos
Si, según Calabrase, este binomio históricamente alude a aspectos gnoseológicos negativos, irracionales o casuales, también es cierto
el advenimiento, sobre todo en el pensamiento de la física, a una revaloración conceptual
de la noción de caos, como, en todo caso, retenedor de una concepción ultra-lógica de la
complejidad de la vida y del cosmos o, por así
llamarlo, el orden del desorden . Desde el punto
de vista objetivo o geométrico, esta noción se
expresa en la teoría de los fractales, de B.
Mandelbrot, que busca una nueva geometría
-'cosmética de la metemática '- que permita
el cálculo de determinados objetos irregulares como las costas, los cráteres de la Luna,
los agujeros del queso gruyere, los pe1f¡les de
los copos de nieve y que sea bella por sí
misma. En The Beauty of Fractals, físicos
como Peitgen y Ritcher han producido obras
de arte, como las imágenes televisivas del físico norteamericano P. Oppenheimer o las imágenes fílmicas de la compañía Pixar para la
segunda versión de La Guerra de las Galaxias. La estética de la irregularidad no es
nueva (quedó, por ejemplo, presentada bajo la
denominación de arte fragmentario en la pre-
sentación del crítico M. Calvesi en la Bienal
de Venecia de 1984 ), pero en todo caso expresa un rasgo también dominante de la estética
epoca], que nosotros creemos atribuible esencialmente a los contenidos proyectuales, exarcerbadamente instrumentales y por ello, antiformalistas propios de la lógica deconstruccionista. La geometríajluxante o anexacta que
presenta S. Perrella en su ensayo Topología de
Hipersuperficies y en las ilustraciones experimentales que lo acompañan 21 , es otro ejemplo
de aplicabilidad de estas geometrías alternativas ligadas al desorden y el caos, a cuestiones
proyectuales, diríamos, deconstruccionistas:
la exploración de la diseminación compleja de
la forma separa así, las lógicas del formalismo
y la deconstrucción.
Nodo y laberinto
El nodo y el laberinto son otras dos figuras de
la estética neobarroca que hoy aparecen con
frecuencia en forma de figuras o de estructuras, y se ejemplifican películas como El
Nombre de la Rosa, Laberinto o Shinning. El
nodo y el laberinto -por fuera de una exitosa
aplicabilidad estética histórica y contemporánea, apunta adicionalmente Calabrese- son
también dos estructuras de pensamiento,
constituyen el principio de dos matemáticas
específicas: los algoritmos 'laberínticos' de
Rosenstiehl y las varias 'teorías de nodos',
que resultan verificables en construcciones
epistemológicas como la estructura nodolaberíntica de la Enciclopedia Einaudi o en el concepto de árbol laberíntico de rizoma propuesto por Deleuze y Guattari. Con estas figuras
casi retóricas, también estamos a caballo,
según su voluntad más o menos controladora
-LXXVII-
77
de la entidad formal, entre la lógica formalista y deconstruccionista.
Complejidad y disipación
78
A la complejidad objetiva de las nuevas geometrías, por ejemplo, de los fractales, se
opone o superpone, la complejidad energética
derivada de las leyes de la termodinámica y
su concepto de entropía. En realidad, las teorías del físico I. Prigogine y su concepto de
estructuras disipativas, relativiza el concepto
absoluto de las pérdidas entrópicas, ya que
existen estructuras o sistemas -glosa Calabrese al físico ruso-belga- que al consumir energía en vez de desaparecer se transforman (y)
a pesar de que derrochan energía siguen siendo estructuras, es decir, producen orden y no
entropía, noción que puede extenderse a los
sistemas sociales y a las artes y mass-media.
Esta conducta disipativa se liga a un posible
permanente re-consumo o consumo productivo de productos, estructuras o sistemas preexistentes, ejemplificables en casos como las
operaciones dadaístas, el shit art o arte de
desechos o el arte de la re-publicidad, como el
caso en las obras de B. Kruger. El discurso de
re-elaboración, con contenidos de choque cultural, parece consistir en una de las vías proyectuales posibles de la lógica formalista, por
ejemplo en los trabajos de Frank Gehry.
Poco más o menos y no sé qué
Estas ideas remiten al verdadero barroco y a
su pasión por lo infinito y por lo indefinido. El
casi nada, hoy matiz de una filosofía mínimalista o leve, desde Guilbaut a Jankelevitch e
incluso, Vattimo y su pensamiento débil, con
sus efectos de vaguedad, imprecisión o atmós-
-
fera indefinida también quedarían sutilmente
manifiestos en expresiones como el minimalismo literario -desde Barth a Carver-, el
dump art -Borofsky, Schnabel- e incluso, la
pintura mala. Este efecto estético en alguna
forma, quizá menor, se puede advertir en atisbos proyectuales dados en obras de Gehry,
Testa o el grupo Amereida.
Distorsión y pervesión
Más que características devenidas del mundo
científico, la distorsión y perversión parecen
ser tipos generales de gusto, ligados a la estética transgresiva del orden vigente. Dado que
el universo, según la mayoría de las novedades de la ciencia, se ha convertido en una multiplicidad fragmentaria cuyos fenómenos participan de la inestabilidad estructural, es posible exacerbar o generalizar, productivamente,
esa conciencia de inestabilidad, derivándose a
prácticas artísticas del orden de las llamadas
creation vagobonde. Similarmente, esa fluidez hacia lo fragmentado ha influido en términos proyectuales que, como el de terrain
vague, hoy define una especie de territorio
ambiguo, desfuncionalizado y desformalizado
de las ciudades, en las que es posible imaginar
una estética que se acoja a dicha inhospitalidad, incertidumbre y abstracción informe e insigne. Por ello, por esta reducción de Jos datos
de estímulo o significabilidad sobre todo, de
los territorios inhóspitos de las ciudades,
emerge un gusto contemporáneo que, cercano
a esa situación de bad art surgido de la mímesis desencantada de los terrains vagues, asuman como placenteras la distorsión y perversión. Se puede hablar así, con Calabrese, de
una ruptura epistemológica que implica - por
LXXVIII -
la distorsión y perversión del sentido del tiempo- el fin de la historia tal y como la conocía-
mas y la absoluta contemporaneidad de todos
los acontecimientos.
NOTAS
' J. Derrida, <<Maintenant l'architecture>>, intervención
contenida en las Actas del Congreso de Trento, Trento.
1988.
' O. Calabrese, Neobarroco, E. L. Yerba- COAATM,
colección Otra Mirada sobre la Época, dirigida por F.
Jarauta. Murcia, 1994.
79
lakov Tchernikhov, «Arhitekturnye Fantazz¡¡,, 1933.
-LXXIX-
lakov Tchernikov, Palacio del Comunismo, 1939.
-LXXX-
FORO ABIERTO
EL DISCURSO MURAL
Fernando R. de la Flor
La ciudad se convierte en texto, dominio de los inmateriales, espacio
hipercomunicativo de los nuevos modos de sociabilidad encauzada
persuasivamente hacia la masificación y el totalitarismo.
Más que ver el mundo, lo leemos
G.
E
DELEUZE
ntonces el libro está ya en todas partes y la representación de la letra vemos que triunfa por doquier, sin que sea posible girar los ojos 180 grados sin encontrar su presencia
ubicua. La escritura hace tiempo que ha logrado conquistar su independencia con respecto a las formas de impaginación que de antiguo la constreñían. Una experiencia común para
el habitante de la megápolis moderna impone a su sistema de percepción una travesía por escenarios y fragmentos de un orden que se da sólo bajo la forma de un espejismo tipográfico, de un
mirage babélico, barroco por excelencia. Ello nos dice que la ciudad es libro, álbum de dedicatorias que me son secretamente destinadas, pero que burlan al tiempo cualquier deseo de coherencia y desciframiento.
Un discurso - un texto fragmentario y roto-, disperso por la urbe, promete y posterga simultáneamente la reconstrucción final de un sentido en aras de un relato, de una mitología (no importa si personal o colectiva), de una leyenda, casi. La ciudad es el hiperespacio del texto, un lugar
que se revela como privilegiado para la inserción de la señal lingüística.
El ojo registra en el espeso marco de una locación, el acaecer del innúmero desorden con que
las cosas se manifiestan. En su aspecto más memorable, la visión hace presa en un mundo de
presencias poblado de estatuas y monolitos, donde lo volumétrico ensaya su peculiar persuasión.
Los templos -no importa si lo son ahora del comercio- y los lugares públicos, enfatizan las
dimensiones, rompen con las secuencias establecidas por las masas grises, sobre las que esa
misma mirada resbala (hay arquitecturas del olvido, como las hay, en otro sentido para el recuer-
-
LXXXI -
81
do), creando así el hito, el unicum. Tejido (urbano) y texto se aproximan hoy en la experiencia
cotidiana de la travesía .
Y eso es porque la ciudad se va reconstruyendo como itinerario de una memoria activa -en realidad, se trata de un «teatro>> de esa misma memoria, al modo de los construidos en el
Renacimiento-. Memoria locativa, que opera por la selección y jerarquía de cuanto se nombra,
se reconoce, se impone o llama finalmente sobre sí el fluido conexo (la doxa o líquido amiótico en que somos bañados), que es el espíritu de los habitantes, y de cuantos llegan también atraídos por las miríadas de referencias que quedan inscritas en una historia progresivamente acumulativa.
Depósito, museo, yacimiento, son algunas de las metáforas que han servido tradicionalmente
para situar al hombre en relación de significación con un entorno que se ofrece como texto; que
es él mismo «textura», marco para una legibilidad a la que todo parece abocado (y en la que
también todo es evocado) .
82
Junto al recorte inexpreso que el espacio nombrado de la urbe genera en los dominios de la
memoria, la señal lingüística emerge, hace centellear su potente faro, marcándolo todo con su
presencia. La escritura viene así en auxilio de la selva urbana para caracterizarla, colonizándola: la letra es pentecostés para la materia hasta entonces muda, llegando a herirla de sentido, en
un súbito cortacircuito, que la caracteriza como monumentum (sobre todo) typographicum. Pues
es al fin la escritura (en su variante monumental) la que hace del territorio el vasto folium sobre
el que un mensaje queda tatuado. Ciudad y escritura unen sus destinos. La ciudad, en adelante
podrá ser leída. Será ciudad letrada.
La escritura se hace así visible en el foro de la urbe. Esto es, en las plazas donde se ensaya la
sociabilidad agorática, pero también en los canales rápidos que encauzan las velocidades y ciernen las potencias comunicativas de todo orden. Allí siempre está presente un fragmento de grafito, proyectado sin distinción contra los muros arruinados de unas periferias que los poderes
abandonan, o sobre la nobleza material de las construcciones ordenadas que forman la city de la
urbe. La lengua, entontes, marca, y antes forja y acompaña, el establecimiento de un imperium,
de una civilidad, sin la cual no puede aspirar a la existencia. Por eso, el obispo de Hipona, san
Agustín, dirigiéndose a su comunidad (Sermones), relanzaba la idea de la necesidad de una
apropiación cristiana del hecho tipográfico. En adelante, la ciudad misma debía ser el objeto
prioritario de una nueva política discursiva : non opus est ut quaereatur codex: camera illa
codex vester sit («no hay necesidad de recurrir al libro: que ese espacio sea vuestro libro») (J.
A. González Iglesias; 1995).
La ciudad resulta resulta escrita por mano invisible, en un proceso incrementado, imparable.
Cubrir con el signo que representa a la cosa; evocarla cuando está ausente; marcar el orden con-
-LXXXII-
fuso de lo establecido, he ahí las leyes internas que desenvuelven el tapiz de un discurso descentrado, polifónico, disperso, en el que hoy la mirada permanece bañada, tal vez sin conciencia de lo que ello viene a significar para un ciudadano condenado para siempre a ser un lector
(in fabula) .
Las calidades de esa, l!amémosle con los antiguos, «escritura expuesta», «de aparatO>> o monumental , de esa lengua tout court pública -cuando no publicitaria-, son infinitas, sus posibilidades innúmeras, pues en su paranoia el discurso tiende a decir cuanto puede ser dicho (y en las
formas diversas en que ese todo pueda ser dicho) .
Pintadas, tatuadas, atarazeadas, logradas a spray, noblemente talladas, torpemente superpuestas;
en infinitos sistemas: fijadas, incisas, aéreas, pasajeras incluso de la arquitectura de la luz, del
neón. Ellas se extienden en vertical y horizontal, aspiran a lo alto y vienen también de lo bajo,
caen del cielo o ascienden -aerostáticas- hacia él. Se trata de una escritura ad vivum. Su proliferación misma produce un efecto en superficie perverso: las anula para el sentido. Es su existencia misma, lo que llamaríamos su vida independizada de la recepción de un vidente singularizado al que apelaran, aquello que constituye su destino, cumpliendo así la máxima central del
sistema bajo el que verdaderamente ha nacido esta pasión por la letra: que todo aquello que
pueda ser dicho, deba entonces ser dicho. Y aún más, la letra ciudadana -lectura de nadie bajo
tantos párpados, dicho celanianamente-, tratará, en su forzmiento y su tensión extrema, más que
de expresar lo inexpresable, de inexpresar lo expresable: la capital legible romana evoluciona
en grafito, en caco-grafía, en trazo sin código posible. Decir, entonces, lo que no va a ser leído;
lograr entonces, también, otro orden de significancia para lo que es mero ruido visual.
Trazadas sobre la piel de la ciudad, las escrituras no sólo son infinitas, sino que sirven a una infinita variedad de motivaciones, propiamente políticas algunas, otras fúnebres, rememorativas
muchas, publicitarias (en sentido lato, lo son todas); en el ámbito de lo privado o moviéndose
en el de lo público. Se tratará de escrituras apologéticas o denigratorias; textos que tienen la factura de lo conminatorio o que orientan, retórica, persuasivamente, los flujos, encauzándolos en
ejes de transitabilidad, por donde lo masificado y totalitario se desplaza.
El texto jeroglífico, y la criptografía en que finalmente todo para, desalientan, por su parte, una
lectura urbana indiscriminada, por cuanto disuelven la idea de comunidad compacta (que otras
escrituras, en otras posiciones alientan), y tienden a restablecer una nueva ligadura basada en el
pequeño grupo, quizá en el individuo solo, al que apelan desde todas las posiciones pensables y
con todo tipo de reclamos.
Algunas grafías se dirigen entonces a borrar por saturación de ruidos el espacio donde otras en
su día se asentaron, con voluntad inútil de durar y permanecer en la metamórfica epidermis de
la ciudad. Damnatio memoriae, borrado de la memoria escrita de los otros, ciertamente, que se
-LXXXIII-
83
postula como para burlar la convencional idea de que la lengua sea el soporte de la estructura
de esa misma memoria. Las hierografías, en estrategias más sutiles, manipulan imperceptiblemente el desarrollo sintáctico de una propuesta, o censuran y suprimen aquí y allá fragmentos
lexemáticos, con cuya operación el compuesto lingüístico se tiñe de valores distintos, en ocasiones contrapuestos. He aquí, en ello, una muestra de un poder político de la lengua pública.
Poder que contradice y enmienda otras lenguas de poder.
Grafías también, finalmente, que ciñen su existencia al desenvolvimiento viscoso -bubell letters- de un trazo autorreferencial: aquí lo que significa es sólo la presencia, ese deseo expreso
de superponer a la naturaleza de las cosas del mundo la espesa capa de su puesta en representación por una mano, por un autor, aun cuando éste se presente siempre envuelto en un anonimato que le sirve de protección. Que todo sea medio para la constitución de un sujeto, y que para
él sólo la escritura ofrezca una vía de acceso a la propia existencia, he aquí un modo paradójico de realización humana en que el grafitista se reconoce. El escenario lo es, pues, de un yo quimérico, improbable; de un fantasma -Estado, Individuo-, que en la ciudad (Gotham city) viene
a hablar a otros fantasmas .
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El crecimiento expansivo de la letra en la ciudad moderna, y, en realidad, el recubrimiento todo
de la superficie del planeta por estos productos de una inudstria alada (pues que produce de
Mercurio), caracteriza nuestro momento. Esta novedad vela u oscurece la realidad de un origen
común compartido en la agrafía de un mundo -antaño- silente a Jos ojos, no entrenado todavía
en la sofisticada maquinaria de la lectura. Se trata, es claro, de un fenómeno relativamente
moderno y, como tal, lleva contenida la huella de Jo que anuncia el fin de régimen para ese
mismo prestigio escriturista, que ahora todo Jo sobresatura.
Las otras ciudades, antes de la ciudad «moderna», no se hacen legibles precisamente a través
de la escritura. Los paradigmas en que se mueve su «cultura», no son todavía de una exclusiva base textual, como en cierto modo ha llegado a ser la urbe de nuestro tiempo. Conservan,
eso sí, la ciudad medieval, la ciudad renacentista y hasta la barroca, las huellas dáctilas de las
epigrafías clásicas, de las antiguas letras monumentales que signan el prestigio añejo, hablando de lo ciudadano en cuanto fundado: son los fragmentos del orden arcaico, que son leídos
como monumentos de un tiempo arrasado pero todavía operante, pues la forma de lo escrito
es la marca más explícita para inducir una supervivencia de lo histórico, de lo definitivamente pasado (pues que es una forma de pasado en el presente). Esta conservación es, sin embargo, en la ciudad del alto Antiguo Régimen, un mero depósito de su pasado clasicista: se han
perdido, incluso, las tradiciones técnico-productivas; han caído en desuso las fórmulas que
hicieron posible la existencia de una incisión triangular o de cualquier otra muestra de tecnologías gráficas. Sólo una corta memoria oral rescata del olvido los fragmentos de la
historia común.
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Fuera de ello, no existe en el espacio interno ni exterior del burgo antiguo una resonancia pública de la escritura. Falta enteramente en ese espacio la elite de los comunicadores gráficos, y
falta, sobre todo, la masa pasiva de lectores. El hamo tipographicus no ha sido, todavía, abortado, y hay entonces una ciudad locuaz, que aún pregona y canta -o reza y se desgarra en onomatopeyas y gritos salvajes, pronunciados en un dominio aéreo, inmaterial-. Es el tiempo de la
voz, que se extiende infinitamente, colmatando el silencio con que se manifiesta una naturaleza
rechazada a sus mismas puertas. Sobreviene entonces el tiempo de las mitologías y de los ensueños, que arrastra todavía hoy su existencia en los parques arqueológicos de la oralidad, en los
zocos de África del Norte (Xema 'a-el-Fna), y allá donde un grupo analfabetizado se comunique
abiertamente.
En este ámbito y dominio de una ciudad antigua, que llega hasta las orillas de la Edad Moderna,
sólo el espacio sagrado del templum se revela como un potente foco de exposición del mensaje
ideológico, sirviéndose para ello, no sólo, como es notorio, del icono, sino patentemente de la
escritura (de las Escrituras del aura que éstas exhalan).
Allí en ese sacro custodio del verbo en cuanto escritura; en ese espacio (sobre) saturado, (hiper)
comunicativo, (ínter) relacionado por códigos diversos, se ensaya lo que será el nuevo espacio
agorático moderno; el lugar alumbrado por las nuevas formas de sociabilidad, que el nacimiento y expansión de las imprentas crean definitivamente, a modo de nueva grafosfera.
85
-
LXXXV -
lakov Tchernikhov, uArhitekturnye fantaz¡¡ , . 1933
-LXXXVI-
LA AURORA
Federico García Lorca
En el centenario de Federico García Larca recordamos este poema de
Poeta en Nueva York que refleja la crisis del poeta unida a la crisis
colectiva de la ciudad, en una visión lúcida de la modernidad.
La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.
La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.
La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible:
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.
Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraíso ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto .
La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.
-LXXXVII-
87
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Mstislav Doboujinski, »Imágenes de Ciudades ... 1909
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LXXXVIII -
RESEÑAS DE LO PUBLICADO
HIJOS DE WARHOL O LA NORMALIZACION
DEL ESCANDALO
F
ulvio Carmagnola, pensador y diseñador
italiano se pregunta: ¿Adónde van los
objetos? '. Los objetos de la cultura
material se han ido produciendo y consumiendo
en relativa correlación a ciertas lógicas: de ellas,
en este discurso, tratamos de aludir a las lógicas
proyectuales, o sea, las que remiten o explican
aspectos del proyecto de una parte de los objetos
(los que forman parte, genéricamente, de la clase
objetos de arte, los que forman parte de la
clase objetos de la arquitectura de la ciudad y
la posible intersección de ambas clases). Algunas
grandes características históricas han determinado la cualidad de parte de los objetos y por lo
tanto, de sus lógicas proyectuales (o de producción): por ejemplo, el concepto de mercancía
-en relación a la determinación del valor de los
objetos- o el concepto de obra de arte inorgánica -en relación al desarrollo vanguardístico de
ciertos objetos artísticos que niegan de la condición y apariencia de totalidad mercantil-.
Una de las expresiones de la evolución histórica ha sido la complejización creciente de
las relaciones entre tales características
culturales y las formas o métodos de producción de objetos, no sólo entendida como la
complejización de su producción (el paso del
artesana ro al maquinismo) sino también de
sus lógicas proyectuales (complejo de formalización, significación y representación). Por
esto, algunos procesos suponen confrontación de lógicas (como los de la obra de arte
orgánica 1 alegórica-obra de arte inorgánica
1 montada, en los albores del desarrollo del
vanguardismo moderno) o bien, superposición (como en el desarrollo del pastiche historicista postmoderno). Y en cualquier caso,
una creciente autonomía de cada objeto respecto de una supuesta homogeneidad lógica
en su proyectista. Este eclecticismo de un
sólo autor que exaspera la autonomía de cada
objeto respecto de una lógica, en todo caso,
no parece expresar más que la renovadas exigencias de homogeneidad/diferencia que
estas épocas imponen a la condición de mercancía de todos y cada uno de los objetos del
entorno actual.
-LXXXIX-
89
De allí que la intención de Carmagnola de reexaminar la homogeneidad relativa de los objetos
contemporáneos, en lugar de su adscripción a
supuestos englobamientos lógicos, nos parece
un acceso complementario para dilucidar las
condiciones del proyecto contemporáneo.
E. Panofsky instituyó una primaria condición de
los objetos cuando definió que todos los objetos
-tanto naturales o artificiales- son susceptibles de ser experimentados estéticamente, por
cierto, en diferentes condiciones socio-culturales
de recepción; es decir, complicando las pretensiones universalistas kantianas y la estipulación
genérica de un juicio '. Sin embargo, el razonamiento de Panofsky apunta a una condición histórico-evolutiva por la cuál cabría imaginar una
estetización evolutiva o difundida, que hoy
90
recae, como otra de la características de la condición postmodema, en una cierta generalizada
estetización de lo cotidiano: habría que relativizar en seguida esta reflexión, al campo de las
sociedades desarrolladas urbanas, más precisamente, occidentales.
Circunscrito pués a tales ámbitos, Carmagnola cree
advertir dos acontecimientos en la transformación
de la entidad de los objetos, en el contexto de la
actual condición de sensibilidad postmodema. En
primer lugar, en el plano del desarrollo tecnológico, se ha operado el paso de las estructuras productivas industriales de control a las estructuras productivas industriales de calidad. En segundo lugar,
y unido a la derivación precedente, en el plano de
la evolución formal se ha sustanciado un progresivo distanciamiento del condicionamiento funcionalista de los objetos y una creciente autodetenninación de lafonna de los mismos, que Barilli iden-
tifica como el fenómeno de llegada a un cierto
dadaísmo nonnalizado. Quizá las obras de diseño
de P. Starck o las arquitecturas de F. Gehry, ilustren
acerca de este movimiento de la evolución formal .
Estos cambios, diríamos en la producción y en
los productores 1 proyectistas, también se estarían verificando en los consumidores que
podrían caracterizarse como que han cambiado
de un modelo industrial (o consumidor de productos ligado a la utilidad) a un modelo de
ciudadano postindustríal (o consumidor de
formas, en las que la calidad formal implica
una suerte de competencia abierta por encima
de la cobertura de un umbral funcional).
Si G. Dorfles podía hablar de una especie de cansancio o aburrimiento, que deriva en una crisis
del design, lo cierto es que tal stress cultural parece ligado al tope de la calidad funcional y que
ahora, según Carmagnola, se estaría en camino
de una cada vez más relevante atención a la
semántica de los objetos y a una evolución de
sobreestetización de los mismos. Superada la
fase de la denotación funcionalista, esta etapa
postmodema presencia el avance de una cierta
autorreferencialidad de los objetos, incluso del
riesgo que suponen los efectos de redundancia
semántica.
Es interesante acotar, en este punto de redundancia, que en el psicoanálisis se suele decir que la
posibilidad misma del análisis (en cuanto a la producción de nuevas interpretaciones de las figura<;
de conflicto) concluye cuando se entra en redundancia, es decir, cuando concluye la posibilidad,
(teóricamente interminable) de la interpretación.
Prevalece pues, una condición de la sensibilidad
postmodema por la cuál el objeto de uso deriva
-XC-
hacia un juego simbólico y lingüístico, situación que en rigor no debería confundirse con el
retomo a un estado pre-mercantil, sino que al
contrario, expresa la expansión y complejización de un estado hiper-mercantil.
La densidad perceptiva que parece explicar la
llegada a una condición de objetos transfuncionales, equivale al intento de maximizar la artistización de lo cotidiano, alcanzar una objetualidad que consume el ideal moderno como
emblema estético, al decir de M. Maffesoli 3 e
incluso, llegar al estado histórico que L. Ferry 4
identifica como del Horno aestheticus.
Carrnagnola encuentra en este estado de maximización estética un principio de superación de
la racionalidad weberiana: «La investigación
formal actual trasciende la simple finalidad del
proyecto que sigue el modelo de la "zweckrationalitat" sistematizada por el pensamiento
weberiano ... al potenciar, al mismo tiempo, la
capacidad autónoma de la forma».
Estos hechos, que quizá no son objeto de crítica
socio-productiva en el discurso de Carmagnola
(a pesar de que, objetivamente, se explican en la
expansión de la noción de mercancía al plano
simbólico y comunicacional y que, precisamente, el fin de las teleologías funcionales discrimina definitivamente los grupos sociales, redeterminadas por la necesidad socialmente restringida y conectada al placer), suponen, sin embargo, la posibilidad de ofrecer algunas explicaciones a fenómenos estéticos contemporáneos.
Por ejemplo, en primer lugar, la caducidad de
una teleología moderna de unos productos tecnológicos sublimados por la funcionalidad, lo
que conlleva a situar en una especie de condi-
-
ción arcaica respecto de la postmodernidad al
pensamiento funcionalista.
En segundo lugar, también se podría reconocer
la crisis de la dualidad entre el elemento formal
y el elemento decorativo, o lo que es lo mismo,
la crisis del concepto loosiano de ornamento. En
rigor, esta caducidad se puede explicar únicamente con la victoria del ornamento, o sea, con
la prevalencia del componente ultrasignificante
en esta redefinición estetizada del objeto. «El
funcionalismo decae - subraya Carmagnolacuando la relación utilidad 1 inutilidad, estructura 1 sobrestructura, forma 1 función cambia históricamente de aspecto>>.
En tercer lugar, el efecto de sobreestetización no
sólo pone de manifiesto la crisis de la estructuralidad de lo funcional (con lo que entra en crisis todo el paradigma estructuralista) sino que
afirma la disponibilidad casi infinita que presenta el nuevo material tecnológico, ahora definitivamente lanzado a obtener también prestaciones ligadas a las exigencias estéticas.
En cuarto lugar, el avance de la estetización como
figura de goce, significa la superación de su histórica condición efímera y no necesaria, «para
adquirir -dice Carmagnola- una condición
estructural del consumo y de la interacción
social>>. Aquí habría que reafirmar, en primer término, la ~ condiciones geopolíticas sesgadas que
aluden a las caracterizaciones de nuestro autor: la
estabilidad del goce estético como condición de
vida postrnodema parece estar reservada a determinados niveles consumidores, diría, casi exclusivamente compuestos por élites urbanas europeas .
En segundo término, hay que apuntar el rechazo
que Carmagnola hace del argumento (a nuestro
XCI -
91
entender, justo) de P. Bürger, quién sostiene que el
avance de la estetización en el consumo de productos no sería una derivación específica de la cultura, sino un mero efecto perverso del marketing.
La oposición entre sensibilidades (casi diríamos,
lógicas) dominadas por lo funcional y lo estéticoformal, no significa, para Carmagnola, aducir una
condición no-poética - D de ausencia de signospara el momento funcionalista, sino más bien, el
desemboque del movimiento de la modernidad en
ciertas reconceptualizaciones de los objetos que
pueden, así, explicar un estado postmodemo.
92
Una de tales características consistiría en el
desarrollo de una creatividad no efímera que se
orienta socio-culturalmente hacia el forjado de
una sensibilidad estética de masa. Esto supondría sin más, el reconocimiento de una nueva
vigencia de lo estético en el contexto de la condición postmodema, hecho que sin valorar las
calidades y generalidades de tal estetización
podría en principio compartirse.
Otra característica es la renovada vigencia -según Carrnagnola- del subsistema-Arte (respecto del sistema-Sociedad), explicable en varios
hechos:
La condición conceptualista que prevalece en
los discursos artísticos contemporáneos.
La reflexividad creciente de los artefactos artísla pérdida del efecticos (o sea, en otro ~entido,
to de representación).
La pérdida de límites entre la forma de la obra
y la forma de lo cotidiano.
La artistización autónoma de lo cotidiano.
Por último, en el comentario a Carrnagnola, convendrá resumir su caracterización de los cambios
habidos, de la modernidad a la postmodemidad,
tanto en los objetos-obras de vanguardia como
en los objetos cotidianos. La obra de vanguardia
pasó de ser «una provocación contra la banalidad
de lo cotidiano» un objeto que busca su «Conversión en banal». Como dice L. Ferry, se ha operado la «normalización del escándalo». El objeto
cotidiano ha pasado de ser un elemento portador
de signos y funciones, hacia «la adquisición de
creciente densidad semántica hasta los límites
experimentales de la intransitividad>>. «Todos
somos hijos de Andy Warhol>>, comenta
Carmagnola en este aspecto. Esta «adquisición
estable de riqueza y sensualidad>> que, según
nuestro autor, supone la sobreestetización postmoderna impone sin embargo, la «necesidad de
reflexionar sobre la eticidad de la forma, que ya
no puede ser el retomo al mito funcionalista>> .
Según nuestra opinión, esa ética no puede construirse al margen de la crítica al concepto de mercancía, ni como consecuencia, de la crítica al
consumo elitista y diferencial. R.F.
• FULYlO CARMAGNOLA. ¿Adánde 1·unlos ohjetos:Ed. Arteleku, San Sebastián. 1')92. B
NOTAS
' F. Carrnagnola. ¿Adónde \'tl/1 los ohjetos:-. ensayo incluido
en la colección dirigida por E Jarauta. Tensiones del une y fu
culturu en el fin de siglo. Ed. Arteleku, San Sebastián. 19')2.
' M. Maffesoli , «El paradigma de lo estético (La sociología como Arte)» , artículo en Rel'ista de Estética 8. Buenos
Aires. 1991 .
' E. Panofsky, El significado de las artes l'isuules, Ed.
Alianza. Madrid, l')S4.
' L. Ferry. Horno Aestheticus. E. Costa & Nolan, Génova,
1990.
-XCII-
RELATOS DE LO YA VISTO
HUGO ALVAR HENRIK AALTO, 1898-1976
El cálido viento del Norte
José Laborda Yneva
A propósito de la conmemoración del centenario del arquitecto Hugo
Alvar Henrik Aalto.
S
in duda, no es frecuente en la arquitectura un destello como el que supuso la trayectoria de
Aalto. Un magnífico episodio cuajado de hermosas muestras edificadas cuya descripción no
deseamos acometer ahora, seguros de que ocasiones habrá habido de que hayan podido ser
abundantemente conocidas. Tampoco haremos cronología, ni catálogo, ni relación de obras principales. Recordaremos, en cambio, lo que entendemos esencial de su arquitectura: esa postura intelectual que supuso la renovación del concepto de relación entre lugar y edificio, siempre añorada
por la arquitectura y completamente diferente en sus resultados desde que Aalto la supo proponer
y demostrar a través de sus obras. Una actitud anhelantemente deseada por muchos de los buenos
arquitectos contemporáneos que en ámbitos geográficos distintos y a veces contrapuestos a los del
Norte, buscan en el arquitecto finlandés pautas externas e internas para componer sus edificios.
Ése será nuestro recuerdo a Aalto en el centenario de su nacimiento. Un recorrido por la esencia de
su pensamiento, origen y argumento de cuanto dio lugar a su obra construida. Comprenderemos así
que su figura no resulta en absoluto clasificable en lo que ha dado en llamarse movimiento moder-
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XCIII -
93
no. Ni su cálida valoración del entorno, ni su respeto por la tradición, ni su expresión plástica permiten en modo alguno encontrar motivos para incluir la arquitectura de Aalto entre las pautas descontextualizadas de la arquitectura internacional, pese a los esfuerzos de muchos por captar su talento para ennoblecer tendencias racionalistas desprovistas de sentimiento. De igual forma resulta vano
tratar de internacionalizar su arquitectura. La arquitectura de Aalto -aunque no quepa ser limitada
a un ámbito meramente nacionalista- es, ante todo, nórdica y finlandesa y fue Finlandia el sustrato
cultural y orgánico donde tuvo lugar el cúmulo de las circunstancias que permitieron madurar su
genial comprensión del espacio edificado.
94
En Finlandia, y en los restantes países del Norte, es donde aparece nítido el esmero secular por el
oficio, por la valoración del interior de las cosas; donde la aceptación de las circunstacias geográficas y climáticas origina toda una cultura reservada al detalle, a la calidad de lo habitable, fruto de
la necesidad de encontrar ambientes que mitiguen el rigor extremo de un exterior impracticable
durante gran parte del año. El gusto por el encuentro con lo humano, el desarrollo íntimo de la relación entre las gentes, la necesidad de encontrar privacidad y abrigo en la arquitectura es lo que
potencia en el Norte las actitudes basadas en el desarrollo de la pericia, en el diseño introspectivo
de lo necesario, en la reflexión sobre la forma, lejos de las propuestas de otras culturas más cálidas
y agrícolas -como lo es la nuestra- que encuentran en la relación exterior su también admirable
forma natural de expresión. Por eso, la arquitectura de Aalto, íntima, enraizada en su medio, respuesta genial a las condiciones de su entorno, no resulta en absoluto extrapolable a otras latitudes
pese a que su manifiesto atractivo la convierta en tan deseable por muchos espíritus sensibles que
buscan y no encuentran en su propia geografía referencias válidas para sus propósitos.
Además, el hecho de que Aalto pertenezca por edad al ámbito temporal de los discípulos de los primeros maestros del Movimiento Moderno, permite establecer una primera gran diferencia entre su
formación y la de quienes necesitaron adoptar la ruptura como forma de rechazo a los precedentes
decimonónicos. Aalto no precisó ser militante para renovar la arquitectura, ni experimentó las circunstancias que otros arquitectos alemanes y centroeuropeos debieron afrontar para superar la Gran
Guerra. Fueron Loos, Taut, Dudok, Gropius quienes se enfrentaron con la necesidad de señalar los
cauces de la arquitectura del siglo XX. A Aalto le cupo la suerte de avanzar sobre ellos, de ejercer
una vez más esa actitud elaborada que caracteriza la esencia finlandesa. Sus resultados, por eso,
poco tienen que ver con el primer racionalismo, tan utilitario, tan ajeno a su entorno, tan extrapolable artificialmente por ello a cualquier lugar.
La de Aalto, en cambio, es un arquitectura basada en la razón de las cosas, y contrapuesta en su
esencia al ejercicio racionalista militante. Una arquitectura fundada también en el sentimiento -se
diría que eso la vuelve también partidaria del Sur- imposible de compaginar con la linealidad a
ultranza. Arquitectura infrecuente, repleta de anomalías, de sabias adaptaciones al uso, de esmero,
de respeto por la tradición visual y ambiental. Una organicidad necesaria para encontrar respuesta
-XCIV-
a la necesidad orgánica del desarrollo de la actividad humana. Por eso su arquitectura aparece tan
vinculada con la valoración de la escala, con el entendimiento del hombre como motivo final de la
creación del espacio.
Aalto permanecerá fiel a las raíces atávicas del diseño, y en su deseo de adaptarse a las circunstancias del paisaje, establecerá en su arquitectura una continua relación con las referencias visuales de
cada lugar. Su arquitectura aparece plena de matices, sujeta a los estímulos señalados por el detalle
en la calidad material y, al mismo tiempo, definida por el entronque entre la forma y su implantación. Es la unión entre arquitectura, entorno, oficio y función: una relación que produce un resultado permanentemente en pos del hombre y su circunstacia. Un estilo, irrepetible, fmjado en la revisión de las propuestas ortodoxas de la modernidad que habían supeditado a la técnica y a la serie el
resultado de la arquitectura. En Aalto, en cambio, la serie no tiene lugar y la técnica aparece como
un factor constructivo, sin condicionar con su fría eficacia la razón de ser de la arquitectura.
Una opción poética, diversa en su resultado y en su capacidad evocadora, provista de todo el indescriptible atractivo que traduce una esencia interior susceptible de ser interpretada de manera siempre distinta. Es la libertad compositiva, la propuesta de lo orgánico, el rechazo de la rigidez, el método matizado por la intención, la intiución que sólo pueda lograrse mediante el largo desarrollo de la
reflexión; la búsqueda, en fin, de una idea capaz de reunir mediante la forma las variables intelectuales y funcionales que convienen a cada propuesta.
La arquitectura de Aalto surge entonces como un conjunto de la evaluación de factores subjetivos
en busca del ritmo y la sugerencia que dimana del ejercicio de la sensibilidad. Una influencia espiritual que todo lo comprende. Es la reunión entre razón y sentimiento perseguida desde el tiempo
de la Ilustración como paradigma del concepto último del arte. A ello cabe añadir el esfuerzo por la
transformación del medio, la busqueda de la armonía entre el hombre, la arquitectura y la naturaleza, aprendida a través de una capacidad de percepción infrecuente, dispuesta a relacionar lo subjetivo con lo material.
Desde esa opción de sensibilidad permanente, la arquitectura se convierte en un vínculo de relación
con la realidad natural. Un sistema diverso y sugerente, matizado por el efecto siempre cambiante
de una luz que permite diferenciar el espacio, asumir el paso de las horas, introducir variedad en la
percepción de la sombra, de la penumbra, de la claridad natural y del afecto artificial de la iluminación nocturna. Luz que resbala sobre la textura, que ordena y diferencia ambientes y promueve
sensaciones apoyadas por el color, entendido en sí mismo como una nueva fuerza argumental de la
expresión poética.
Aalto recupera el valor de lo natural en toda su múltiple expresión, síntesis del encuentro con la
riqueza secular que proviene de las pautas visuales del paisaje que el hombre ha tratado siempre de
interpretar. Una percepción diferente de la que propuso un Movimiento Moderno alejado interesadamente de su entorno, ignorante del perverso efecto de contraste entre lo lineal y lo orgánico.
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XCV -
95
Aalto, por el contrario, propone en su arquitectura una fluencia espiritual y espacial infrecuente,
plena de una modernidad sin estereotipos, sin soluciones de repertorio; una moderna manera equiparable a la poética que Bramante fue capaz de sugerir a través de sus espacios transgesores, en el
lejano tiempo de la vanguardia antigua.
La arquitectura de Aalto se sustenta sobre todo en la libertad, en su arbitrariedad aparente, en la sorpresa de sus ritmos. Un conjunto de sensaciones visuales que participa de la expresión de los contornos, allá donde la abstracción de la forma orgánica se hace reconocible a través de las imágenes
y enraizada en la memoria de las cosas, capaz de relacionar la estricta linealidad con la sensualidad
ondulante del espacio interior. Un espacio repleto de sensaciones diferentes, dispuesto siempre a
relatar una relación entre función y habitabilidad plena de ese carácter abstracto y admirable que
evoca el recuerdo.
Estamos en el centenario de Aalto y acaso debamos ahora ser capaces de interpretar el sentido último de su arquitectura más que asumir directamente su literalidad construida. Por eso es tan importante difundir la teoría como factor intelectual, generador de posibilidades en un tiempo tan necesitado de respuestas coherentes a la relación entre el hombre y la arquitectura.
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XCVI -
ALVAR AALTO 1898-1976
Tríptico velado
Antonio Fernández-Aiba
« ... VAGOS CANTOS QUE COMPONGO MIENTRAS ESPERO»
1898 Kuortame
Me siento a la puerta y embeleso mis ojos en los colores y en los sonidos del paisaje, y canto lento para mí solo vagos cantos que compongo mientras espero. (Pessoa)
Ante el páramo blanco o bordeando los helechos helados, el paisaje se transforma en metáfora y
la metáfora plástica adquiere el rango de poder sublimar las diferentes simientes que alberga el
pensamiento. Componer, para un arquitecto viene a ser, poner en orden las imágenes de lo ensoñado. Contemplar, mirar y admirar los espacios desconocidos. Construir, edificar los lugares del
recinto que se comparte en común. Componer, contemplar y construir, tres viáticos comunes para
todo viajero empecinado en la configuración del lugar. A la llegada, el bosque, la montaña, la
nieve cuajada, el ruiseñor en vuelo, la rama desolada; son los paisajes escondidos en la percepción del olvido, las formas descubiertas por soles inclinados, bocetos al fin de una infancia, que
permitirán ordenar las múltiples siluetas ancladas en todas las posibles memorias populares.
« ... COMO
MOTIVO DE TENER ALMA. .. »
1929-1933 Paimio
No teniendo fe en la abstracción del hombre, ni sabiendo siquiera qué
hacer de ella ante nosotros, nos quedaba, como motivo de tener alma,
la contemplación estética de la vida. (Pessoa)
Contemplar de nuevo, cuando llegan las primeras gotas de agua que caen de Jos glaciares y los salmones ponen sus huevos en los manatiales incipientes del deshielo y se intercambian atrios de esbeltas columnas por siluetas rasgadas para alcanzar los horizontes de luz, maderas marcadas por la presión de la nueva forma, blancos espacios para la lectura, el dolor o el trabajo embrumados, entre horizontales auroras y tangentes crepúsculos. Verdes que igualen la doble fisonomía del espacio (interiorexterior), cobres que anulan el sentir dividido de la razón estética (forma-función), grises profundos
que amplifican las inciertas fronteras del tiempo, consumido en tantos retrasos. Contemplar aprendiendo ha sido siempre patrimonio de la mirada interior hacia las cosas, reencuentro del tiempo y el
yo, incertidumbre creadora al fin, en épocas de progreso técnico y aceleradas evoluciones sociales.
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XCVII -
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En la recreación de las formas ya construidas, en la mirada de los espacios que ya se sucedieron, es
donde se diluye la orfandad de la «duda creadora». La arquitectura bella, siempre se sumerge en los
mismos espacios de los sueños.
« ... NOS QUEDABA LA CONTEMPLACIÓN ESTÉTICA DE LA VIDA»
1950-1952 Saynatsalo
Considero la vida como un posada en la que tengo que quedarme,
hasta que llegue la diligencia del abismo. (Pessoa)
Para permanecer en la morada proyectada desde la mirada interior, lo decisivo es la vivencia del tiempo,
por eso cada proyecto debe concebir su propia filosofía; su dificultad reside en cómo reconocer en tan
arqueológico inventario, los «parecidos» de las «diferencias», el «original» de lo «derivado», advertidos
como estamos que proyectar en arquitectura es materia de esencia soñadora. Proyectar y descubrir el
98
nuevo paisaje del lugar imaginado, fue para Aalto un contraste de alusiones: nuevo-tradicional, romántico-nacional, naturaleza-artificio, no es otra cosa que confrontar el clima del acontecer poético en el campamento de las miradas en tránsito. También una cosmogonía de símbolos transcendidos por las formas
de la arquitectura, hoy, asteroides que recorren isobaras ideales, geometrías de «encanto», jardines en
cuyos vértices maduran frutos de Hespérides en nuestros días desconocidos. Cánticos y preludios, tal vez,
del adiós. Fiesta en los pedestales de una arquitectura que pretendió descubrir los espacios del secreto y
las formas del olvido para hacer vivir a los hombres en la belleza armónica de lo construido.
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XCVIII -
POSTFOLIO
CASCADAS, MANANTIALES Y GOTEOS
Antonio Miranda
Una crítica ácida que el autor lanza a la colonización ideológica que
lleva a cabo el cine americano y sus efectos de confusión y oscurantismo. En una sociedad que se torna espectacular, acrítica y apolítica,
el cine, el periodismo, la televisión y la arquitectura cumplen con una
función emancipatoria que sintetiza el esteticismo, la falsificación y la
vulgaridad.
E
1 tipo en cuestión, un eterno universitario, además de cinéfilo despistado, era un crítico
aficionado y un teórico diletante; pero había leído en serio a Baudelaire, a Pound y a
Benjamín. Confundía las películas de Coppola, Scorssese y Cimino, simplemente por
la común fonética italianizante de sus apellidos; pero había conseguido publicar una página
memorable de extremada irritación tras haber ido a ver, estimulado por la crítica orgánica, La
Bella y la Bestia de Disney. El Disney precongelado había sido un eficaz ideólogo, con enorme
poder sobre los niños del Imperio, a lo largo de varias generaciones; un verdadero corruptor de
menores, según palabras de algunos sabios con pocos modales; pero al menos sus obras tenían
un cierto valor plástico (Donald, Tío Gilito, Gooffi, ... ) con sus colores planos radicales, su abstracta imperfección y su adecuada movilidad. Las producciones de los herederos y sucesores,
postmodernos y rococós, con sus difuminados kitsch y con aquellas heroínas de uñas largas al
gusto vulgar, eran doblemente ideológicas por cuanto más atractivas. El ternurismo cómplice de
Disney, ya explícito en Bambi y Dumbo, no era mas que el lubricante lúbrico y conformista de
la ideología del gendarme imperial que más tarde justificaría las acciones de todas las guerras
de agresión de origen económico. En rigor, nuestro diletante, como los fabricantes de esos disneys de segunda congelación, parecía no saber nada sobre cine. Pero ello no le impedía opinar.
Desdeñaba los valores plásticos y cinéticos ensimismados, el montaje de plano y contraplano,
la puesta en escena espectacular, la ambientación mimética, el ritmo mareante de los clips y,
cualquier vestigio retórico del arte cinematográfico. Lo politizaba todo y era incapaz de ver en
el cine algo que no fuera cultura de combate, o sea, Kulturkampf Lo/ita era un magistral ensa-
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XCIX -
99
yo sobre la frivolidad encarnada por Peter Sellers, de la misma manera que Pargo abordaba un
estupendo estudio sobre la estupidez en la sociedad de consumo. «Adoraba» el cine de Arthur
Penn.
Más tarde escribió otra página lega pero igualmente interesante a la que tituló «Nueve horteradas
y media». Allí denunciaba el mal menor, el error, la simple comercialidad de la historia del yuppy
reaganiano, sus modales, su vida, su ambiente postmoderno -es decir antimoderno-- y toda la
miseria irttelectual y estética que encerraba aquel film de título parecido al de su escrito.
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Se quedó sin escribir una ácida crónica sobre la bienintencionada obra de S tone: Nacido el 4 de
Julio. No podía atacar una película que, a fin de cuentas, denunciaba el agresivo nacionalismo
norteamericano nutrido por el individualismo, la inyección ideológica familiar y ambiental, o la
falacia permanente de los gobernantes, más al servicio de El Poder que en el poder. Toda la obra
se reducía a la periferia sicológica del asunto -conversión pacifista incluida- recorrida por un
soldadito ingenuo y engañado, también, por los medios de comunicación. Pero había cierta verdad en todo aquello: la conversación con el enfermero negro que considera que la de Vietnam
no es la guerra de los negros (por más que murieran en ella, en proporción, muchos más que
blancos) o la certera pintura de la lucha estudiantil plena de cobardía, snobismo y fácil pacifismo. El conformismo acrítico estaba patente en el grito repetido: «¡uno, dos, tres, cuatro, esta
guerra es un fracaso!». Obviamente, los universitarios estaban contra la guerra no por auténtico
pacifismo -sentimiento, casi siempre sospechoso de complicidad- sino por oportunismo: si la
guerra no hubiera sido un fracaso -el calvinismo no perdona- tal vez no se hubieran amotinado. Se dieron cuenta demasiado tarde de que la enorme rentabilidad de la guerra para media
docena de compatriotas, era, en cambio, muy baja para ellos. Aun así, hoy sabemos que la contabilidad final arrojó un buen saldo: por cada norteamericano muerto, cincuenta norvietnamitas
muertos. El final de la película representaba la oportunidad perdida. El antiguo triunfador en
béisbol, estudios y lucha libre, tras el fracaso militar, volvía a resplandecer bajo las cámaras, los
focos y el éxito de público: «Voy a hablar ante el Congreso, voy a decir toda la verdad» . Pero,
¡oh dolor!, en ese momento tan deseado aparece censurante y castrador el rótulo fatídico: FIN ....
Ni una palabra de la VERDAD, esa verdad que nos revela que los malos, o sea, los gobernantes y militares no son sino los chicos de los recados de los verdaderos responsables, los poderes
económicos y financieros, la gran máquina industrial de armamentos y sus dueños engominados y enjoyados, los consejos de administración de las grandes compañías del acero, el petróleo, el carbón y el caucho. Para ese Poder, el único poder, las guerras nunca son un fracaso. El
pobre J. F. K., como el aprendiz de brujo, había puesto -gallito universitario-- en marcha toda la
maquinaria letal que, una vez desatada, intentó volver a sujetar, a controlar, cuando ya era tarde
y el negocio estaba en marcha. Las Mafias oficiales y las montaraces no lo permitirían y enviarían a otros chicos de recados con unas balas de pequeño calibre y gran poder de destrucción
craneal.
-C-
Aquel aficionado al cine lo politizaba todo y en la sensiblería de las bajas emociones de
Hollywood sólo era capaz de ver sustancias ideológicas estupefacientes encubridoras y servidoras de un capitalismo feroz. Le obsesionaba el oscurantismo, tan español desde Góngora,
Fernando VII o D'Ors, esa oposición sistemática a permitir que la mera instrucción -no ya el
Iluminismo librepensador- que la simple educación llegara a las clases populares. Las ilusiones
deportivas, la divulgación periodística, los folletines de T.V., la arquitectura figurativa y la simbólica, no eran más que simple oscurantismo disfrazado de arte. El error era un mal menor por
detectable y corregible; pero la confusión era un mal mayor, embaucador y peligroso. Tras la
síntesis «artística» se escondía todo género de ausencias analíticas: la no distinción del producto «Creativo» se traducía en mera confusión mental para las masas, tan útiles. El bodrio artístico, la mélange, el pastiche y la gran pretensión plástica, permitían ocultar la, tan comercial
como culpable incapacidad del artista inyectada al insaciable consumidor. El cine, la literatura
o la arquitectura postmodemistas, eran buena prueba de ello. En su mayor parte eran basura
comercial y como tal, una vez hecho el daño pasaban al olvido merecido y confuso. Volvía a
repetirse nuestro amigo, que el error era un mal menor y la confusión inducida era un mal
mayor: el del oscurantismo destilado, insidioso, invisible de la falsificación formal. Tal fraude
era y contenía, como sustancia plebeya, al MAL en estado puro, ese mal no exigido por la subsistencia y la supervivencia. No en vano el fascismo odia por igual a la belleza y a la verdadera aristocracia, hermanadas desde siempre en la razón crítica. El odio grupal más irracional nace
y vive en ese inmenso fraude inductor de ignorancias y miedos. Es el mismo fraude que consigue hacer pasar millones de mediocridades adocenadas - pero agradables y llamativas- por
OBRAS MAESTRAS. No se trataba de un género aislado. En algún libro que decía recoger las
cien mejores películas de la historia, había visto citadas, además de El manantial, La rodilla de
Claire, Lawrence de Arabia, Lo que el viento se llevó, y 2001, una odisea en el espacio. Pero,
en la supuesta antología no aparecían, por citar algunos ejemplos, ni Senderos de Gloria
(Kubrick), ni M. El Vampiro de Dusseldoif(Lang), ni La noche del cazador (Laughton), ni Sólo
ante el peligro (Zinneman), ni El apartamento (Wilder), ni Diario de una camarera (Buñuel),
ni Last Picture Show (Bogdanovich). Algo suficiente como para confirmar la pérdida de toda fe
en la crítica «democrática» obtenida como epítome de los más publicados, y mundialmente
famosos, críticos profesionales y orgánicos o seudocríticos.
Aun así, le pasaba con el cine americano como con el tabaco, la pastelería industrial y los coches
ingleses. Su torpe gusto gastronómico se imponía sobre la evidencia, y le hacía incapaz de
renunciar a aquello que, sabía con absoluta certeza, era mediocridad, baja calidad y peligro estúpido. Se había tragado sin pestañear aquella infamia de Jesucristo Superstar y en general las
estúpidas comedias musicales, tan degradadas en casi su totalidad. Sabía que prácticamente todo
el cine comercial en color estaba cargado de infantilismo deliberado: parecía pensado para que
cada analfabeto perseverase en su carencia. Lo veía como a las religiones oficiales: algo que
-
CI-
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suplía a la inquietante nada. Cuando alguien no puede pensar (o no debe) por sí mismo, más vale
que el estatus paternalista le dé un sistema de creencias facilonas, por infecto que sea. Pero
dudaba: ¿no sería preferible dejar tranquilo al buen salvaje que indoctrinarle, en semejantes cantidades, deyección mental y oligofrénica? Sus relaciones consumistas con Hollywood eran ciertamente paradójicas, tal vez masoquistas, ya que, además de todo aquello, sentía la más honda
repugnancia por aquellas características típicas tanto de los mejores productos como de todos
aquellos de relleno y clase B, C, D, E, F, que hasta se podría llegar al final del abecedario sin
dejar nunca de decaer en la calidad.
Enumeró algunas de tales características:
- La patriotería omnipresente, a veces oculta, pero especialmente visible - barras y estrellas- al
fondo de la imagen.
- El paternalismo a la vez perdonavidas, pegajoso y despectivo hacia negros, mejicanos etc.
-La pasión y simpatía por lo cateto, lo ordinario y lo plebeyo, a lo Mae West, como podía notarse en los diálogos progresivamente más tabernarios y salaces desde hacía años.
- La enorme superioridad de lo yanqui en sus héroes, sus pompas y sus obras, correlativa con
la bajeza física y moral del camarero gordezuelo, feo y servil de reciente inmigración.
102
- El sentimentalismo lacrimógeno y la empalagosa cursilería de las historias de amor.
- Los interiores bien suntuosos y espantosamente rococós, bien simplones de puro pop convertido en pleb.
- El grasiento y sudoroso exhibicionismo de pechos y muslos por parte de los viriles héroes.
- El machismo y belicismo infamante, tal vez, para Freud, relacionados con el punto anterior.
- La fuerte inhibición sexual velada por la moderna falsa apariencia de liberalidad verbal.
- El efectismo, la superficialidad y el facilismo propios del gusto vulgar, en toda aquella espectacularidad pueril y deslumbrante.
- El optimismo socio-político insultante y pletórico de moralina insoslayable, rematada con un
final feliz ideológico, o sea, encubridor de la realidad.
Sabía, por letra de Camus,' que a causa de los errores nacionalistas y racistas de una Europa provinciana - instigados por nuestros autores de manuales de Historia, los cuales con una incomparable bajeza de alma nos enseñan a admirar a los crueles conquistadores- se podía justificar el
hecho de que pueblos niños, herederos de nuestras locuras, tengan que conducir hoy en día nuestra historia. Lo reconocía todo y mucho más, pero toda aquella abominación «le gustaba» quizá
por haber leído en exceso los viejos, acomodaticios y llenos de lenidad, Cahiers de Cinéma.
- en -
Ahora tenía bajo el portaobjetos del magnetoscopio una «Obra maestra» de King Vidor que también había «gustado» mucho, sobre todo por su profundidad -se trataba de un producto en blanco y negro- supersticiosa y superficial: El Manantial. Había asistido por casualidad, acompañando a unos compañeros bisoños, a una exhibición laudatoria del film, en el Aula Magna de la
Facultad de Arquitectura en que cursaban, y le había sorprendido que se pudieran utilizar las
aulas de la universidad para ese tipo de proyecciones cinematográficas cercanas, en su eticidad,
al cine pornográfico alemán. Notó que los jóvenes e indefensos alumnos recibieron con recatada unción, el espectáculo triplemente ideológico, ya que además del propio contenido de clase
única que la película destilaba, les había sido «proyectada>> -más que ofrecida- por sus propios
profesores y futuros jueces, en una versión falsificada por el colorido superpuesto y espurio. Era
pues el momento para obtener alguna oportunidad de separar y analizar alguna pequeña verdad
sobre aquella inyección en vena inoculada en el tierno relativismo de sus jóvenes amigos. Si ya
imposible como vacuna, al menos su labor podría servir como antibiótico para unos alumnos sin
duda afectados.
Tenía recuerdos vagos e inconexos de una vez anterior en que había visto, hacía algunos años,
la película. Un tufo fuerte de testosterona con su consiguiente idealismo pueril de cowboy,
acompañaba aquella obra fingidamente intelectual o ciertamente cultural, que se disolvía en
escenas de amor sudorosas e irresueltas, en reprimidos abismos de pasión y en una casta virilidad de machismo, histeria y visceralidad. El protagonista, arquitecto con mayúsculas, no podía
ser un amanerado sino, por una vez, muy hombre, un verdadero taladrador del granito; muy íntegro en todas sus partes como podía verse en su trabajo excavador de la cantera faraónica. El
antagonista era como debía ser: antitético y crítico de arquitectura; contradictorio frente al
héroe, representaba a un tipejo despreciable: snob, arrogante, filocomunista, afectado, intelectual, decadente y, desde luego, mucho menos hombre. El tópico era la ley del film: el malo era
malísimo, el bueno era buenísimo y la chica era guapísima.
Ésta (Ella) a pesar de los supuestos estudios de «cultura general propios de la señorita culta>> era
sabia, es decir distinguidora de gustos y sabores además de muy sensible. Pero eso no era todo:
había sido capaz de hacer, dentro del periódico más amarillo y orgánico, una crítica libre o inorgánica de las Bellas Artes y -¿como no?- entre ellas de la Arquitectura como una más, si no la
primera. El amor de una chica tan fina sólo podía ser platónico o fetichista hacia las estatuas
-kitsch de escayola de bazar- que representaban nada menos que a los dioses clásicos. En consecuencia llevaba una existencia sofisticada -snob en lo social y dandy en lo estético- con un
toque francés en su propio nombre de pila y una absurda personalidad que se sustanciaba en
reacciones emocionales neuróticas, histéricas, pero muy «originales>>, es decir, tan pretenciosas
y vulgares como los vestidos que exhibía. Todo en aquel bodrio cinematográfico que recordaba, era fantasioso e inverosímil, pero Ella cristalizaba la inverosimilitud más necia.
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CIII-
103
Encendió el video y tuvo la obra reducida a pequeño objeto controlable, sin la prepotencia omnímoda y avasalladora de la gran pantalla. Sus recuerdos, a pesar del paso del tiempo, le parecieron correctos, pero ahora notó desde el principio, un tufillo del panfleto ideológico para formar
masas paranoicas, propio de la Guerra Fría: nacionalismo (necionalismo), individualismo (gregario, naturalmente), y liberalismo ultramontano (la codicia es inocente). Como todas las guerras postneolíticas de agresión exterior, la Guerra Fría tenía como fin primordial el encubrir las
formas crueles de opresión y explotación económicas y políticas del interior. Por ello también
asomaban, en ciertos alegatos solemnes, además de la misantropía más reaccionaria, algunos
toques de clásica moral chovinista que no dejaban lugar a dudas: casi todos los seres humanos
son corruptos, prostituidos e ignorantes dentro de la sociedad norteamericana; por ello, y en consecuencia, son infinitamente mas corruptos, prostituidos e ignorantes, los seres humanos de
cualquier otra sociedad. De ahí a deducir -como en la película criptonazi Léolo- que vivimos
entre infrahombres prescindibles, no hay más que un paso. El servil y monárquico Hobbes volvía de nuevo: todos los hombres necesitan un tratamiento de mano dura ya que buscan el dinero y son mediocres ... todos, claro está, menos uno: el Rey, el Noble, el Hombre, el Héroe, el
Arquitecto Puro, que es además una especie de supermán nietzschiano.
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El pretexto moral o costumbrista (que de ambas maneras puede decirse) era la arquitectura, y
el texto -subtexto subyacente adecuado al subconsciente colectivo, es decir, al objeto a indoctrinar- era lo de menos. El trabajo sobre el inconsciente no requería mayor esfuerzo; sería tanto
más fácil cuanto más irracional, y tanto más irracional cuanto más fácil. El esfuerzo debía aplicarse a la digestibilidad del barato discurso sobre Teoría Arquitectónica y al soporte «artístico» que esa cabal teoría debía contener. En principio y visto someramente, el mensaje era positivo, honesto y dentro del alcance de las masas ignaras. Así pues, había que mantener esa
superficialidad a toda costa por medio de un par de cosas que, aunque obvias, debieran quedar
muy claras:
Si el edificio tenía frontón clásico era un edificio malo.
Bastaba pues con que no tuviera frontón griego para que fuera noble y progresista.
Nuestro diletante de la crítica quiso completar aquel mensaje con un decálogo inherente a la
modernidad arquitectónica de Vidor, decálogo que por su laconismo simplista -no incompatible
con la mayor confusión- se prestaría a las más torcidas interpretaciones por legítimo que hubiera sido su origen. A cambio, siempre podría servir como método para los famosos cursos
«¡Hágase arquitecto en veinte días!», impartido en las universidades privadas, imprescindibles,
por lo demás, para que los selfmade men pudieran hacer sus benéficas fundaciones. Las condiciones sociales y económicas de la arquitectura, como las del self made man -quedaba claro en
la película- eran un dato cósmico pero sin mayor importancia, eran una realidad meteorológica
muy variable y relativa, un pequeño y llevadero capricho divino, pero inamovible y sin culpables. Por ello el discurso eludiría en todo momento el espinoso asunto de la condicion humana,
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CIV -
para enfangarse en las más baratas y digestibles metafísicas de la «naturaleza humana». El decálogo segregado y vertido, esta vez, por el manantial sería, pues, tanto más pregnante y doctrinal
cuanto más abstracto:
- La forma artística debe adaptarse a la función utilitaria, pero buscando la originalidad, tan
difícil en esta sociedad materialista y sindical.
- La gente tiende a masificarse y, dado que la experiencia viene determinada por la conciencia,
el ser humano, de modo innato, inherente y genético, gusta de la vulgaridad, la trivialidad y la
espectacularidad.
- En esta sociedad, siempre hobbesiana, el genio, la belleza y la grandeza no tienen ninguna
oportunidad: son aplastados por el resentimiento y la envidia propios de la naturaleza humana.
- A novedosos materiales (pasividad y bajeza), novedosas formas (acción espiritual) para moldearlos y sublimarlos en aromas artísticos.
- No hay edificios insignificantes por su tamaño, pero los más grandes arquitectos son los que
hacen edificios muy costosos. Y esos genios, cuanto más ingeniosos, más respetables.
- Las formas industriales son despreciables comparadas con la ternura manual, humilde y meritoria de aquellas otras, artesanales y propias del organicismo romántico.
- El Poder lo detentan y ostentan merecidamente, desde siempre y para siempre jamás, los
financieros del complejo militar-industrial y los grandes periódicos.
- El Estado debe ser cada día menor, como desean esos chicos tan modernos, simpáticos y anarquistas, pero deberá estar al servicio del verdadero Poder como pensamos los liberales.
- La vida es una continua fluctuación de ideas, estilos y modas de los que unos suben y otros
bajan, movidos por las cotizaciones de bolsa. Todo ello viene a llenar de sentido nuestra vida.
- La arquitectura no tiene calidad porque los arquitectos son unos oportunistas en exceso tecnificados o mecánicos, y por ello indignos de su divina profesión liberal y artística.
En la película se utilizaba, con el mayor cinismo, este improvisado decálogo para hacer un simulacro de crítica hacia el sistema de dominación exigido por el Gran Dinero. Cualquiera desprevenido pensaría que se trataba de un discurso, como poco, socialdemócrata. Pero, obviamente
no era así. El enmascaramiento, escamoteo y olvido de la estructura económica y del antagonismo entre clases con rentas desmesuradamente distintas, a lo largo de la cinta, resultaba, más
que patente, obsceno. Aquel decálogo o catecismo de ideología arquitectónica filofascista, se
utilizaba a lo largo de la película como arma en manos de unos valores propios de una derecha
jefersoniana, ayer conservadora y hoy reaccionaria.
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CV -
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A pesar de sus fáciles músicas e iluminaciones (innecesariamente dramáticas y suntuosas), su
enfatismo ostentoso y ordinario, y su tono permanentemente heroico «lucharé por ti aunque
pierda todo lo que poseo», la película le pareció ingeniosa en sus astutos diálogos y técnicamente buena. En comparación con la baja calidad general de la producción al uso, la película
debía ser, cuando menos, aceptable como cine ... quizá buena, y cuanto mejor, técnicamente
hablando, más peligrosa, más fácilmente ocultadora de sus miserias y, en resumen: más falsa.
Tal vez la médula de la película, o al menos de su guión, era el individualismo asocial como base
benéfica del sistema o estatus de subordinación económica. En un contexto internacional de inútil y costosa Guerra Fría contra los bolcheviques -a sabiendas de que desde el año 1945 no quedaba ni uno sólo vivo- siempre podría argumentarse que el peligroso comunismo, aunque dormido o narcotizado, seguiría estando vivo mientras una sola persona luchase por él.
A lo largo de la sesión se sufría un continuo machaqueo de meninges con el más preciado y ridículo de los mitos norteamericanos: el selfmade man . Ese sueño yanqui (tan campechano) seguía
siendo para nuestro eterno universitario, la pesadilla de los países pobres (tan campesinos). La
película era un canto latente y fijo, un ditirambo de ese individuo tallado a sí mismo, depredador nato y sin escrúpulos, al que la sociedad calvinista le perdona sus pillajes por el simple
hecho de haber llegado a ser poderoso, es decir, multimillonario.'
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Nuestro amigo se repetía, una y otra vez, que el colectivismo debía por entonces estar dando
buenos resultados económicos en la URSS. No se entendía si no fuese así, la desaforada presión
ideológica del film. No había una sola nota dialéctica en medio de tamaño dogmatismo; ni
siquiera entre el individuo y la sociedad. Todo en el discurso era excluyente y de facilismo binario, maniqueo, y ultraliberal hasta alcanzar el criptofascismo: la vida es competición darwiniana; la cooperación y la colaboración no tienen sentido práctico y, a veces, son tan peligrosas
como en el ejemplo, allí mostrado, de «firmonismo» entre el arquitecto genial y el mediocre.
Por todo ello, el arquitecto protagonista, debía ser heróico, autodidacto, sin orígenes y cimarrón.
Había sido expulsado de la Universidad «por no someterse a nada ni a nadie»: ni al dictado del
dogma y el cliché clasicista del reviva! palladiano, ni al refrito pintoresco y figurativo, ya que
ninguno de los dos admitía la originalidad del genio ... como si ambas seudoarquitecturas no
tuvieran la misma estructura irracional, y sirvieran, por lo tanto, al mismo amo.
Así pues, frente a la siempre retrógada academia el individualismo ultraliberal más paranoico y
falocrático expone su ideario demencial como bandera parda de Progreso:
- «Todas las ideas nacen de un hombre particular. »
-«Es solamente asunto mío.» (2 veces)
-«No doy ni pido ayuda.»
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- «Sé valerme por mí mismo.»
-«Yo me rijo por mis propios patrones.»
-«No quiero estar unido a nada.»
-«No quiero depender de nadie.»
- «Es un magnate que empezó como minero.»
- «Eres la imagen del hombre que he admirado siempre.»
- «Los que me aceptan son los que mueven el mundo.»
- «No se disculpe por su pasado.»
- «El único arquitecto genial que he conocido.»
-«No acepto la generosidad de nadie.»
- «Tienes que ser la clase de hombre que se espera.»
-«No importa lo que piense la gente.»
- «Mi recompensa es mi trabajo hecho a mi manera.»
- «Mis ideas son mías y llevan mis condiciones.»
- «El YO no puede ser sacrificado y el YO está en el hombre.»
- «No hay cerebro colectivo.»
- «Mis ideas son propiedad mía.»
-«Yo lo diseñé, yo lo hice posible, ... yo lo destruí.»
-«Nadie tiene derecho (sin pagar, naturalmente) a usar un minuto de mi tiempo.»
- «Pensar en los débiles es secundario ante el trabajo propio.»
- «Salió de los suburbios para formar un Imperio.»
- «Soy millonario, esto es mío, aquí me siento seguro.»
- «Salí de este barrio que hoy me pertenece en su totalidad.»
- «En él construiré el edificio más alto del mundo.»
- «Ser honrado es extremadamente cruel.»
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CVII-
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-«La opinión pública la debo hacer Yo.»
-«No agradezco nada a nadie.»
- «Soy egoísta porque mi periódico me da el poder.»
- «No sirvió a nadie, ni a nada.» ....Etc.
Si nuestro diletante hubiera sido un teórico, un intelectual con buena artillería dialéctica, hubiera escrito todo un tratado sobre semejante, e increíble por su tamaño, colección de perlas propias del mismísimo Vargas Llosa. Este conjunto de frases en su extremada cantidad para lo que
admiten los noventa minutos de proyección, daban una idea de la vocación ideológica, cretinizadora y falsaria, que, como instrumento hegemónico de clase, el film contenía. Hollywood
fabricaba «arte» pero en cantidades tan insignificantes en comparación con la cantidad de
ganga, superstición y mitología falaz y estupefaciente, que la película, a todos los efectos, no
era en absoluto diferente al Banner. Ése era el nombre del amarillo periódico sensacionalista del
que, con hipócrita admiración, se abomina a lo largo de los noventa minutos de proyección.
Proyección freudiana, pensó nuestro aficionado, sobre las pobres mentes embobadas.
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La película pues, tras el discurso «honesto» del decálogo, escondía toneladas de ideología, de
droga consoladora y adormecedora dirigida a demoler la conciencia popular y sustituirla por
prejuicios plebeyos. Le parecieron toneladas de basura y mendacidad clasista en formato intelectual. «El mundo, que Nosotros (U.S.A) vigilamos, deberá elegir entre Ellos, los colectivistas
despiadados que someten las libertades individuales en nombre de la historia, es decir, entre un
bolchevismo sangriento, y Nosotros (no a los otros), que representamos un dulce liberalismo en
cuyo seno, únicamente pueden nacer los genios y prohombres cuyos inventos nos harán más
felices y sobre todo más consumidores con lo que eso conlleva de incremento del capital, para
todos.» Ni términos medios, ni exclusión de ambos términos, ni la evidencia de que el fascismo
capitalista de Estado era el otro filo que la misma espada capitalista contrapone, en caso necesario, al liberalismo salvaje no menos capitalista. La contradicción estaba ya enunciada claramente: era obligatorio elegir entre la peste y el cólera. La liberal «libertad para elegir» oculta
siempre que tal falsa libertad debe limitarse a lo que el Poder exhibe en su escenográfico escaparate. Y a nada más. La imaginación crítica debía ser desterrada, ya que si el estatus establecido por el capital había optado por la fantasía espectacular, acrítica y apolítica, todo lo cultural
debía ser sustituido por lo recreativo. «Los colectivistas destruyen las ideas ... esa pandilla de
enanos intelectuales, bolcheviques y traidores -tal vez también homosexuales- que critican a
nuestro país - «el más noble del mundo» (sic)- son parásitos que sólo buscan el poder. Los intelectuales y sus disolventes ideas nos invaden y toman el poder insidiosamente.» Éste podría ser
uno de los discursos propios de la paranoia fascista o liberal, connotados y obviamente denotados a lo largo de la película. El intelectual afeminado y colectivista es además un CRÍTICO.
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CVIII -
Pero nada más peligroso para el estatus de clase que el espíritu crítico, ese pensamiento crítico
que conduce a la negación y la resistencia simultánea frente a lo obvio y Jo «natural» de esa injusta realidad hostil que galopa sobre un único monstruo de dos cabezas: la autoritaria y la liberal.
A Jo largo de la película, salvo perforando virilmente la femenina cantera, el arquitecto protagonista no trabajaba en nada, salvo en gestiones clientelistas. En eso al menos, el guión tenía cierta veracidad. Tampoco vemos un solo albañil a lo largo del trance: ¿Qué cultura podía aportar la
albañilería a una obra verdaderamente arquitectónica? Hubiera sido una ordinariez. Ni una sola
vez se ve al «genio» trabajando en esa arquitectura que tanto le interesa como TRABAJO. El
arquitecto, además de hombre de negocios, debía ser una especie de superescultor: un hombre de
ideas plásticas. Y las ideas, ya se sabe, no vienen trabajando sino gracias a la inspiración preternatural que recibe el genio cuando se encuentra en ese estado de libertad liberal o asocial, una
libertad que se supone sin empleados o colaboradores indignos, que puedan filtrar las ideas geniales a una competencia corrupta. En la película el trabajo arquitectónico aparece como mitad mercadotécnico, mitad artístico: láminas de visiones para la exposición de un visionario que pinta
unas perspectivas infames -croquis hinchados- sobre un surtido de arquitecturas peor que medianas. Ni siquiera las peores obras del Wright senil e incluso la juvenil del Hotel en Tokio, llegan
tan abajo como para alcanzar los niveles de su vicario o representante en la pantalla.
Los tópicos de la pequeña burguesía arribista e inculta que se alimenta mutuamente con el fascismo, insistían: un arquitecto íntegro no debía transigir ante nada, como en cambio suelen hacer
los vulgares arquitectos de la producción industrial. En ningún momento de la película se declara la verdad de los mejores arquitectos, a saber: el verdadero arquitecto, como un yudoka alquimista aprovecha las más bajas apetencias ambientales en su contra, para convertirlas dialécticamente en nuevos datos del proyecto, que lejos de limitarlo, Jo llevan a una arquitectura más verdadera, más compleja y más hermosa. En sentido contrario, en la película, Cooper debía ser presentado como un héroe inflexible, imbuido del más necio idealismo hegeliano. Nunca como un
esclavo: había nacido para vencer o morir, no para sobrevivir a cualquier precio. Ésas eran también las limitadas y maniqueas alternativas dirigidas a infantilizar al público. Debía ser original,
incluso demasiado original... aunque fuese a costa de su propia vida. Pero, nuestro crítico en
ciernes volvía a dudar, ¿no es cierto que el pueblo intoxicado y maleado, es decir, convenientemente trasformado en vulgo plebeyo, aplica la «originalidad» a la arquitectura como se suele
aplicar a la peluquería o la pastelería? ¿No era más cierto, si cabe, que las grandes vedettes de
la arquitectura propagandística de la Show Business Architecture intentan, a toda costa, ser más
«originales» que el último astrólogo? En cierta medida, pensó nuestro aficionado, Jos execrados
maestros académicos tenían razón: no hay originalidad sin radicalidad, sin orígenes, sin raíces,
sin tradición arquitectónica. También pensó que la originalidad en arquitectura no existe, y que
cuando aparece en la arquitectura espontánea o artística del nuevo rico ayudado por su lacayo
arquitecto autodidacta -cual era el caso del film- sólo produce payasadas y tartas kitsch. 3 Sin
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CIX-
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raíces, sabía, no hay arquitectura. Pero la buena arquitectura (no tanto Jos buenos arquitectos)
es, además, doblemente radical -no radicular, tubercular o rizomática- es radical, acérrima, y
recalcitrante porque usa las raíces de la crítica y de la razón práctica, que se remontan más allá
del hombre de la antigüedad. Es radical por su determinación intransigente en el terreno poético es decir, antiartístico, material y constructivo; es radical porque no suaviza la obra con
«toques de dignidad clásica» ni con ningún tipo de toques que sean ajenos a la dialéctica necesaria -tertium datur- entre las tremendas exigencias mutuas entre la Construcción (Secciones),
la Función (Plantas) y la Imagen (Alzados). La buena arquitectura o arquitectura auténtica
nunca buscaba la ayuda meretriz de la emoción figurativa, no codiciaba el aplauso masivo de la
opinión, de la doxa, o del público, por su parte, siempre y oportunamente, tan mal educado en
Jos tópicos vulgares de la clase dominante.
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Aquel cinéfilo sabía que el concepto del genio creador es un simple mito comercial, un bluf
fabricado por el marchito idealismo tardo romántico, y sabía igualmente que algunos artistas alimentaban eón sus extravagancias espectaculares la gran falacia exitosa de su producción mercantil. En consecuencia, y si de él dependiera, cambiaría cien cuadros del genio creador Dalí por
uno solo del humilde pintor Juan Gris. Sólo los ingenuos y supersticiosos, se decía, creen que
pueda crearse algo ... extraerlo de la nada. Sabía que el verdadero arquitecto no puede ser un
«artista», como no puede ser un bohemio. Hasta Kant y el propio Schiller se dieron cuenta a
pesar de su idealismo esteticista. Pero menos aún el arquitecto puede ser el artista que proponía
El manantial, es decir, alguien para quien la verdad de la arquitectura es exclusivamente la
Verdad o la Integridad onfaloscópica del «creador». Obviamente la película era una minúscula
parte del aparato ideológico, o sea, del gran sistema de enmascaramiento y ocultación de la realidad política, económica y social de la propia obra de arquitectura y de la Humanidad en su conjunto. En efecto, nuestro deficiente universitario sabía desde hacía años que la ideología cinematográfica, como la arquitectónica, es pura falsificación de la teoría, manipulación dolosa de
la realidad para encubrir el colosal atropello del sistema. El te los o destino de la arquitectura no
era para el ideólogo guionista, la emancipación de los hombres, el incremento intelectual, el
control de la entropía, la construcción de la ciudad, el servicio a la colectividad. Ni siquiera la
arquitectura en sí, desde, por y para sí misma como templo de la inteligencia y la sensibilidad.
No: el destino de la arquitectura es el ombligo de su autor y el de su cliente. Onfaloscopia llama
Ferlosio a la obsesión ilusa, narcisista, centrípeta y neurótica de adorar el propio ombligo. No
tendría la cosa mayor importancia si no fuese porque cualquier obra nacida de la onfaloscopia
es - arquitectónica, ética, estética o intelectualmente- puro detritus. Y pura falsedad es la que
manaba a sucios raudales de aquel mendaz manantial.
Había oído nuestro hombre un viejo aserto que le había hecho pensar: «El que sabe de sobra,
puede hablar de la obra; pero el embaucador sólo habla del autor». En efecto, la crítica orgánica o sumisa, clasificaba las obras por la fama de sus autores y por la firma, como exige el mer-
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CX -
cadeo. La calidad estructural y sintética de la obra era desdeñada, lo que contaba era el autor
porque el autor cotiza. Por otro lado, una crítica seria sobre la calidad de la arquitectura no era
algo que pudiera estar al alcance de la seudocrítica ancilar. La arquitectura de autor es la única
que se considera como tal arquitectura, desde El Manantial hasta nuestros días ... Incluso ¡EL
PROBLEMA DE LA VIVIENDA! puede resolverse -según tal ideología gracias al ingenio
talentoso del genio-. De todo ello se podría deducir que el «problema» (teorema) de la vivienda en el mundo está sin resolver por causas arquitectónicas. El idealismo memo del joven reformador calvinista, Le Corbusier, había sido superado.
En rigor el film en su conjunto, estaba seguro, era un centón grotesco. La arquitectura dibujada
que aparecía en pantalla como buena arquitectura moderna valiosa y de vanguardia -a pesar de
la velocidad con que púdicamente pasaban los fotogramas- se distinguía por su bajeza, su pretenciosidad, su figurativismo y simbolismo ... una parte de todo aquello que degrada o falsea una
obra llenándola de una seudomodernidad sin el menor atisbo de actualidad activa. Todo el «problema» se traducía y reducía a cosa de «estilos artísticos». Pero las pesadas y pétreas imágenes
«creadas» por ese siempre vivo -aunque enfermizo- sector Arquitectónico de las Bellas Artes,
no parecían tener como destino la sufrida sociedad peatonal. Las fachadas de semejantes arquitecturas artísticas, pensó, debieran de ser recónditas y privadas de toda publicidad para que no
pudieran abrir directamente a las públicas calles, concebidas para salvar la dignidad colectiva.
A cambio les debiera ser permitido abrir sobre el estrecho patio egolátrico de la gloria irracional de su autor-propietario, en cuya oscuridad deslumbra más, e ilumina menos, la obra (como
la sardina) cuanto más podrida está.
Se sorprendió nuestro hombre de no haber reído durante la visión de la película .. . ¿cómo es posible que un producto tan cómico y risible del principio al fin, no arranque una sola carcajada del
espectador? Eso ya debía ser mérito de la cámara o la música o de la anuencia ante la «obra de
arte» y, por tanto, debía ser objeto de estudios más serios, pensó. Él no era más que un simple
diletante, un crítico de cine libre e inorgánico, poco mejor que Cabrera. Aun así, sabía que el
idealismo, sea espiritualista o patriotero, no es sino el desdoblamiento de una misma cosa que,
en unos casos aparece como racionalismo demagógico, autoritario, abstracto y «científico»
(Goebels), y en otro como irracionalismo «artístico>> y comercial (Dalí). Dos caras de la misma
hoja esteticista, falsificadora y vulgar; dos hermanos siameses y gemelos con distinta ropa.
Aquel Manantial, enfangaba y arrastraba de la arquitectura sus valores fundamentales, los valores colectivos e inseparables de necesidad, libertad y belleza, para que fuesen usurpados por el
ombligo de un solo individuo: el arquitecto. Quien a su vez, no debiera ser otra cosa que el sabio
lugarteniente de un futuro colectivo, inmediato y remoto, y de un saber colectivo, cósmico y
antiquísimo, cuando no cumple ese papel de servicio, y en el mejor de los casos, ridiculiza a la
arquitectura en su propia persona. Sí, estaba citando libremente a T. Adorno. El Manantial debía
haber sido el único libro de cabecera y texto, para los alumnos tendenciosos de R. Venturi y toda
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CXI-
111
su plétora de secuaces postmodemistas. Sin duda, para todos ellos debió de ser la catarsis en el
camino de Damasco (Las Vegas), un camino que les llevaría a convertirse en vulgares arquitectos del siglo XIX. Los resultados estaban a la vista: Stirling en Berlín, Gehry en París, Venturi en
Londres, y millones de casos menos publicados. El Wright del Guggenheim, o el Kahn del
Kimbell -tan decimonónico el primero como dieciochesco el segundo- no salían inocentes de
todo aquel proceso: ambos habían jaleado y auspiciado el triunfo de la falsía, de la pornoarquitectura al «gusto de la gente», como Goebels exigía.
El gran capital norteamericano -y la defensa jurídica final del film era una prueba- intentaba,
con éxito variable y desde hacía años, convencernos para que aceptáramos, como cierta, la falsa
contradicción entre fascismo y ultraliberalismo. Para conseguirlo del todo, necesitaba convertirse en el gendarme universal; en consecuencia debía tener su propio genio de la arquitectura
en el centro de la pasarela del escaparate de cada época, y si no se tenía... se pintaba ... se inventaba... se «creaba».
Nuestro aficionado escribió sus conclusiones y las repartió entre aquellos estudiantes ejemplares que suponía habían sido infectados al beber del Manantial, es decir, sus recientes amigos ...
aquellos mismos que, en poco tiempo y sin mayores explicaciones, dejarían de serlo.
FIN
ll2
Por el fruto se conoce el árbol. Unos meses después de la doméstica publicación de este relato,
el autor supo por boca del protagonista, un lamentable y tardío descubrimiento: que la autora de
la famosa novela El Manantial -también de éxito en los años cincuenta entre la pía burguesía
franquista- se había distinguido como una de las más viscerales y feroces representantes del fascismo norteamericano de su época. El autor, al oírlo, asumió el dolor de su incultura, pero no
pestañeó. La gran noticia no le hizo experimentar la menor sorpresa... era lo esperable. Cuando
se raspa a un nacionalista rara vez encuentras a un patriota libre y leal, lo normal es encontrar a
un pobre fascista cargado de deudas y con alma de capataz. A fin de cuentas, el fascismo yanquee siempre había estado bien alimentado por el comadreo y el cotilleo inguinal y nacionalista --es decir, provinciano- y especialmente durante la Caza de Brujas de 1950, promovida por
aquel obediente senador criptonazi de infame recuerdo.
NOTAS
'El exilio de Helena.
' Véase Weber, véase Veblen.
·' Incluso Wittgenstein necesitó un arquitecto a su lado para hacer la casa de su hermana.
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CXII -
ENGLISH INDEX AND SUMMARIES
METAPOLIS. THE VIRTUAL CITY
THE ETHICAL INHABITANT BETWEEN THE DECONSTRUCTION
AND THE UNIQUE THINKING
Valentín Fernández Polanco
The perplexity of the actual inhabitant of the city, his disorientation in this and his disability before the action are considered as the ethical deconstruction of the individual since the modemity.
METAPOLIS. THE DECONSTRUCTED CITY
Francisco León
The posmodern prophecy seems to ha ve finally come true. The end of the History, of the individual and the story represent the birth of a new life in a new city. To think about this situation
involves to search the roots which explain the disappearance of the individuals, of the walls of
the constructions where they dwell, of the spaces where they walk and the messages that they
communicate through.
ABOUT THE HABITABILITY AND THE RELATIONSHIP BETWEEN ETHICS
AND LITERATURE IN THE CITY OF THE MIRROR
Carlos Muñoz Gutiérrez
The author wonders what is the city or what it would be in the era of the deconstruction and the
information nets begining with more ethics principies than aesthetics ones. The city, which had
been created as a space for dwelling, it is not already the place for the development of the virtue as the concepts are not reflecting the exterior reality becoming the real text.
THE APORIAS IN OUR IMAGE OF THE REALITY
Juan M. Fernaud
The actual situation of the science is defined as aporetic. The author demostrates through five
recent scientific events how the science has arrive to a situation of perplexity before its own
statute and before its own capacity to explain the appearances: Godel's Theorem, Einstein's
theory of the relativity, the Molecular Biology after Watson and Crick, the Quantum Mecanics
and Turing's Machine.
-
CXIII-
113
BERLIN 1989: THE DECLINE OF THE POSMODERNISM
Alicia Olabuenaga
Berlin is an emblematic city becouse of the events that meant the last sign of the end of the ideology processes that directed still the posmodern condition. The new city that is born out of the
ruins of the wall is idendified with the unified world by the media.
THE DECONSTRUCTION IN THE NEOBARROC AESTHETICS
Roberto Fernández
In the context of an aesthetics that extolls the formal postmodern processes, the author points
out sorne architectural and urban paradigms that are just possible to project by an aesthetics that
is founded in the inhospitality, the uncertainty, the abstraction and the distortion.
OPENFORUM
THE MURAL DISCOURSE
Fernando R. de la Flor
114
The city becomes text; field of the inmaterial, hipercommunicative space of the new way of
sociability chaneled towards the mass society and the totalitarianism.
LA AURORA
Federico García Lorca
In the centenary of Federico García Lorca, we remember this poem that belong to The poet in
New York retlecting the poet's crisis united to the colective crisis of the city by his lucid vision
of the modernity.
REVIEW OF PUBLICATIONS
WARHOL'S SONS OR THE NORMALIZATION OF SCANDAL
R.F.
Fulvio Carmagnola, Where the objects go? essay published in the collection Tensions of the art
and the culture in the end of the century, directed by F. Jarauta, Arteleku Ed., San Sebastian, 1992.
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CXIV-
REPORT OF EVENTS
HUGO ALVAR HENRIK AALTO, 1898-1976
The warm Northern wind
José Laborda Yneva
In conmemoration of the centenary of the architect Alvar Aalto.
ALVAR AALTO, 1898-1976
Veiled triptych
Antonio Fernández-Aiba
In conmemoration of the centenary of the architect Alvar Aalto
POST-CRIPTUM
WATERFALLS, SPRINGS AND DRIPINGS
Antonio Miranda
The author throws an acid criticism to the ideological colonization, that is made by the american cinema, and its efects of confusion and obscurantism. In a society that becomes spectacualr,
acrítica! and apolitical, the cinema, the journalism, the televisión and the architecture fulfill the
function of the emancipation that synthesizes the aestheticism, the forgery and the vulgarity.
- cxv-
ll5
ASTRAGALO
CULTURA DE LA ARQUITECTURA Y LA CIUDAD
HA PUBLICADO LOS TEMAS
N.o l. CIUDAD-UNIVERSIDAD. JUNIO 1994
Locus Universitas. Antonio F.-Alba. La ciudad del saber como utopía. Augusto Roa Bastos. La falta de espíritu en las universidades de hoy. Klaus Keinrich. Entre orden y desorden. Jean-Pierre Estrampres.
Metáforas del universo. Modelos de universidad: Institución y espacio. Roberto Fernández. Simulacros urbanos en América Latina. Las ciudades del CIAM. Alberto Sato. Fragmento e interrupción: el arcaico torso de
la arquitectura. Claudio Vekstein. Locus Eremus. Fernando R. de la Flor. Vanguardia, Media, Metrópoli.
Eduardo Subirats.
N.o 2. TERRITORIOS Y SIGNOS DE LA METRÓPOLI. MARZO 1995
Metrópolis de oasis oxidados. Antonio F.-Alba. Hacia un nuevo estatuto de los signos de la ciudad. Fram;oise
Choay. Estrategias metropolitanas. Angelique Trachana. Nihilismo y comunidad en el espacio urbano.
Francisco León Florido. La ciudad escrita. Fragmento sobre una arqueología de la lectura urbana. Fernando R.
de la Flor. Geografía y lenguaje de las cosas. «La superficie y lo invisible>>. Giuseppe Dematteis. El hombre y
la tierra. Eric Dardel. La novedad arcaica. Roberto Fernández.
N. o 3. HISTORIA Y PROYECTO. SEPTIEMBRE 1995
116
Monumento y proyecto moderno. Roberto Fernández. La metopa y el triglifo. Antonio Monesteroli.
Patrimonio arquitectónico y proyecto de arquitectura. Antonio F.-Alba. El sentido del proyecto en la cultura
moderna. Manuel J. Martín Hernández. Investigación histórica y proyecto de restauración. Antoni González.
Conservación de la ciudad y de la arquitectura del Movimiento Moderno. Javier Rivera. La túnica de Venus.
Para una reconsideración del tiempo en la arquitectura contemporánea. Pancho Liernur. Otras lecturas de las
arquitecturas recientes en España. José M.' Lozano Velasco.
N.o 4. PAISAJE ARTIFICIAL. MAYO 1996
La ciudad fractal. Eduardo Subirats. Construyendo el mundo de mañana. La Exposición Mundi al de Nueva
York de 1939. Daniel Canogar. Transmodernidad e hiperrnodernidad. Apuntes sobre la vida arcaica en Japón.
Roberto Fernández. Técnica y nihilismo para una teoría urbana. Angelique Trachana. El paisaje artificial
en Japón. Félix Ruiz de la Puerta. Liberación por ansia e ignorancia. Kisho Kurokawa. Velocidad, guerra y
vídeo. Paul Virilio. El diseño arquitectónico como medida de calidad. Tomás Maldonado.
N.o 5. ESPACIO Y GÉNERO. NOVIEMBRE 1996
El espacio del género y el género del espacio. José Luis Ramírez González. La construcción cultural de los
dominios masculino y femenino. Espacios habitados, lugares no ocupados. Nuria Fernández Moreno.
Elementos para una historia de las relaciones entre género y praxis ambiental. Itinerarios al paraíso. Anna Vila
y Nardi y Vicente Casals Costa. Estereotipos femeninos en la pintura. Pálidas y esquirolas. Carmen Pena
López. Zonificación y diferencias de género. Constanza Tobío. Si las mujeres hicieran las casas ... Carmen
Gavira. El carácter femenino de la arquitectura. Poesía y seducción. Angelique Trachana. Progreso técnico,
cambio de sociedad y desarrollo de los grandes sistemas técnicos. Renate Mayntz.
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CXVI-
N.o 6. GEOMETRÍAS DE LO ARTIFICIAL. ABRIL 1997
Las pasiones furtivas en la arquitectura de hoy. Antonio Fernández-Aiba. En nuestros cielos faltos de ideas.
Vittorio Gregotti. El pájaro australiano. Un mapa de las lógicas proyectuales de la modernidad. Roberto
Fernández. La teoría del diseño y el diseño de la teoría. José Luis Ramírez. Teoría y práctica arquitectónica
y sus implicaciones semióticas. Francisco Javier Sánchez Merina. Las metamorfosis. Juan Luis Trillo de
Leyva. Proyecto-ruina: utopía-antiutopía. Luis Fores. Lo efímero. Proyecto, materia y tiempo. Ezio Manzini.
Fabrica de expertos. Eduardo Subirats.
N.o 7. CIUDAD PÚBLICA-CIUDAD PRIVADA. SEPTIEMBRE 1997
Enseñanzas de la ciudad. Angelique Trachana. La ciudad circular como modelo teórico. Roberto Goycoolea
Prado. Cuadrícula y señas de identidad del patrimonio urbano iberoamericano. Fernando de Terán. Ciudad
y mercado. Deslocalización frente a dispersión. José Miguel Prada Poole. El futuro de la ciudad en la tierra
de oro. Javier Sánchez Merina. Planos, grados, niveles. Juan Ramón Jiménez. Los espacios otros. Michel
Foucault. Madrid: la transfiguración de la aldea. Antonio Fernández Alba. Sinfonía urbana: Madrid 19401990. Ensayo sobre el ritmo literario del <<Movimiento» a <<La Movida». Carmen Gavira. El Patrimonio en
el tiempo. Marina Waisman
N.o 8. LA PARÁBOLA DE LA CIUDAD DESTRUIDA. MARZO 1998
La parábola de la ciudad destruida. Renacimiento, tradición y modernidad. Francisco León. Los malos días
pasarán. Eduardo Subirats. La herencia moderna. Roberto Goycoolea. Los nuevos paisajes. La gestión sensible y creativa del caos. Germán Adell . La destrucción del concepto de ciudad. Pragmatismo y el discurso
del futuro. Angelique Trachana. Irrespirable. Mario Benedetti. Utopía del fin de la utopía. Adolfo Sánchez
Vázquez. Mariposa en cenizas desatada. El Espacio de Museo en la ciudad. Antonio Fernández-Alba. La
sublimación de la arquitectura. Comentarios a la IV Bienal de Arquitectura Española. R. G. Puro presente.
Imágenes de los tiempos nazis. Éric Michaud
-
CXVII-
117
Publicaciones y libros recibidos
Burileti deis Museus D 'Art de Barcelona, n.o 3, 4, 5, 6, 7.
Junta de Museus de Barcelona, 1931.
La habitación y la ciudad modernas:
rupturas y continuidades, 1925-65
Actas del Primer Seminario DOCOMOMO. Ibérico,
Zaragoza, noviembre, 1997.
Do.co.mo.mo. Ibérico
Fundación Mies van der Rohe-Barcelona
Publicaciones periódicas
Luis Fernando Molina Logroño,
Agustín Gooverts y la arquitectura colombiana
en los años veinte.
Banco de la República/El Áncora Editores, Bogotá, 1998
Carlos Terrés, el artista verdadero, en Residencia.
Sergio López Mena, prólogo de Arturo Azuela.
Gobierno del Estado de Guanajuato, 1994.
Rafael Lafuente, pinturas /990-97
Diputación Foral de Álava,
Departamento de Cultura de Euskera, 1998.
Arqueo Mediterránia 2/1997
Contextos cerámics d'epoca romana tardana i
De /'alta edat mitjana (segles IV-X).
Actes Taula Rodonda, Barcelona, noviembre 1996.
Area D' Arqueología-Universitat de Barcelona.
Ciudad y Territorio
a+t
Hispania Nostra
2010. Mediterranean Free Trade Zone Magazine
Reden
Magazine Europa Nostra
Estilo
Revista de Libros
Revista de la Academia Nacional de Ciencias de Bolivia
REVSA, Salamanca, Revista de Estudios
Libros uno por uno
118
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CXVIII -
INSTITUT O ESPAÑOL DE ARQUITEC TURA
Univers i dade s de Al c alá y V alladolid
XV CURSOS DE VERANO
La gestión y el disfrute del Patrimonio Histórico Español. Una visión institucional.
Del 30 de junio al 3 de julio de 1998.
Dirigido por:
Enrique Baquedano y Lauro Olmo
Organiza:
Vicerrectorado de Extensión Universitaria
Patrocina:
Dirección General de Bellas Artes, Ministerio de Educación y Cultura,
Banco Santander,
IBERIA
Coordina:
Instituto Español de Arquitectura
11 Encuentro de Mujeres en Arquitectura
Del 6 al 1O de julio de 1998
Dirigido por:
Cristina García-Rosales González Fierro y Ana Estirado Gorría
Organiza:
Vicerrectorado de Extensión Universitaria
Patrocina:
Banco Santander, IBERIA
Con la colaboración especial de la
Consejería de Sanidad y Servicios Sociales, Comunidad de Madrid
Coordina:
Instituto Español de Arquitectura
VIVIR LAS CIUDADES HISTÓRICAS
Universidad y ciudad Histórica. La Gestión del Patrimonio
Del 28 al 30 de septiembre de 1998
Dirigido por:
Instituto Español de Arquitectura
Organiza:
Unesco
Fundación La Caixa
Fundación General de la Universidad de Alcalá
Colabora:
Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid
Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Madrid
Ayuntamiento de Alcalá de Henares
Comunidad de Madrid
Dirección General de Arquitectura, Urbanismo y Vivienda. Ministerio de Fomento
-
CXIX -
AR&PA
CONGRESO INTERNACIONAL DE RESTAURACIÓN "RESTAURAR LA MEMORIA"
Métodos, técnicas y criterios en la Conservación del Patrimonio mueble e inmueble
Valladolid, del16 al18 de octubre
Dirección: Instituto Español de Arquitectura (Universidades de Alcalá y Valladolid)
Organiza:
Diputación Provincial de Valladolid
Con la colaboración:
Dirección General del Patrimonio y Promoción Cultural de la Consejería de Educación y Cultura
de la Junta de Castilla y León. Servicio del Patrimonio Arquitectónico Local de la Diputación de
Barcelona. Caja España. Consejo de los Colegios Oficiales de Arquitectos de Castilla y León.
Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España. Revista R+R. Academia del Partal.
AR& PA
FERIA NACIONAL DE LA RESTAURACIÓN DEL ARTE Y EL PATRIMONIO
Organiza: Diputación Provincial de Valladolid
Con la colaboración:
Instituto del Patrimonio Histórico Español. Junta de Castilla y León. Instituto Español de
Arquitectura (Universidades de Alcalá y Valladolid). Cámara de Contratistas de Castilla y León.
«ARQUITECTURA DEL MOVIMIENTO MODERNO:
REGISTRO DOCOMOMO IBERICO 1925-1965»
EXPOSICIÓN
Celebrada en:
Sede del Instituto Español de Arquitectura
Colegio Trinitarios, Trinidad, 1, Alcalá de Henares
julio 1998
Organiza:
do.co.mo.mo
Fundación Cultural COAM
Instituto Español de Arquitectura
«LA PLAZA EN ESPAÑA E IBEROAMÉRICA. EL ESCENARIO DE LA CIUDAD»
EXPOSICIÓN
MUSEO MUNICIPAL DE MADRID
julio 1998
Organiza: Ayuntamiento de Madrid
Colabora: Instituto Español de Arquitectura
IV BIENAL DE ARQUITECTURA ESPAÑOLA
CD-ROM
Ministerio de Fomento. Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España
Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Universidad de Alcalá
Fundación Mies van der Rohe de Barcelona. NEWMEDIA
-
CXX -
jORNADAS TÉCNICAS DE LOS
CONSERVADORES DE LAS CATEDRALES
LAS CATEDRALES EN ESPAÑA
ÁNGEL SÁNCHEZ CAMPO
DIRECTORE. SECRETARIO DE LA COMISIÓN EPISCOPAL PARA EL PATRIMONIO
MRRP - GESTIÓN DEL PATRIMONIO
COLEGIO MAYOR SAN ILDEFONSO, UNIVERSIDAD DE ALCALÁ
6 Y 7 DE NOVIEMBRE DE 1998
COORDINACIÓN CIENTiFICA: jAVIER RIVERA, AUREA DE LA MORENA
til
UNIVt ll'SIDADDE
ALCALA
INSTITUTO ESPANOL DE ARQUITEC TURA
COLEGIO OFICIAL DE APA REJADORES V ARQUITECTOS TÉCNICOS DE MADRID
-
CXXI-
N. 0 208
Septiembre 1998
MITOS DE LA ACTUAL
CULTURA DE MASAS
Artículos de
Arcadi Espada, Michael lgnatieff,
Fernando Jiménez, Wayne Koestenbaum,
Jorge Lozano, Elizabeth Wilson
ASTRAGALO
CUTL'RA DE LA ARQCITECTL'RA Y LA CIUDAD
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HAN COLABORADO EN ESTE NUMERO 9 DE ASTRAGALO
Valentín Fernández Polanco, catedrático de Filosofía en lES, se ha especializado en la estética de los sentimentalistas ingleses.
Francisco León Florido, doctor en Filosofía, actualmente trabaja en el problema de las estéticas postvanguardistas.
Carlos Muñoz, experto en Ingeniería del conocimiento. Ha trabajado en proyectos de desarrollo de
Inteligencia Artificial.
Juan Fernaud, profesor de Matemáticas. Su trabajo se centra en problemas de lógica y teorías físicas contemporáneas.
Alicia Olabuenaga, doctora en Filosofía, ha trabajado en temas de la filosofía de la diferencia en la obra
de Guilles Deleuze.
Roberto Frenández, profesor-arquitecto y crítico de arquitectura. Enseña en las universidades de Mar de
Plata y Buenos Aires.
Fernando R. de la Flor, profesor de Literatura Española en la Universidad de Salamanca. Es doctor en
Ciencias de Información y, entre otros, es Premio María Zambrano de Ensayo.
Antonio Fernández-Aiba, profesor-arquitecto, Universidad Politécnica de Madrid, donde dirige el estudio de arquitectura Antonio F. Alba y Asociados.
José Laborda Y neva, arquitecto, crítico de arquitectura y editor, director de la Cátedra de Arquitectura de
la Institución Fernando el Católico, CSlC .
Antonio Miranda, profesor-arquitecto, Universidad Politécnica de Madrid.
D
La REVISTA ASTRÁGALO no mantiene correspondencia que no sea la solicitada. Su información
puede ser difundida citando su procedencia, a excepción de los trabajos señalados con el copyright
© del autor.
REVISTA
B E R O
CUATRIMESTRAL
AMERICANA
CONSEJO DE DIRECCION:
ANTONIO F.-ALBA/ROBERTO FERNANDEZ/FERNANDO R. DE LA FLOR/
ROBERTO GOYCOOLEA/FRANCISCO LEÓN/ EDUARDO SUBIRATS
METAPOLIS. LA CIUDAD VIRTUAL
Valentín Fernández Polanco
El habitante ético entre la deconstrucción y el pensamiento único
Francisco León
Metápolis. La ciudad deconstruida
Carlos Muñoz Gutiérrez
De la habitabilidad. Relaciones entre ética y literatura en la Ciudad Espejo
Juan M. Fernaud
Las aporias de nuestra imagen de la realidad
Alicia Olabuenaga
Berlín 1989: el ocaso postmodemo
Roberto Fernández
La deconstrucción en la estéti ca neobarroca
FORO ABIERTO
Fernando R. de la Flor
El discurso mural
Federico García Lorca
La aurora
RESEÑAS DE LO PUBLICADO
R. F.
Ol!!!!!!!!!!!!
o
Hijos de Warhol o la normalización del escándalo
RELATOS DE LO YA VISTO
José La borda Yneva
Hugo Alvar Henrik Aalto, 1898- 1976.
El cálido viento del Norte
Antonio Fernández-Aiba
Tríptico velado.
Alvar Aalto. 1898- 1976
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POSTFOLIO
Antonio Miranda
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Cascadas. manantiales y goteos
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ENGLISH INDEX AND SUMMARIES
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LNVERSIOAD DE AKAlA
I.IOO Ptas.
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CELESTE
EDICIONES