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La divinidad femenina en “El rubí” de Rubén Darío.

2021

La figura femenina dentro de la literatura modernista latinoamericana está sumergida dentro de un ideal contradictorio, producto de su propia transformación dentro de su tiempo: LaNiece Hill destaca dos principales vertientes dentro de la quebrada figura femenina: la mujer frágil (la esposa y madre) y la mujer fatal (la prostituta). Claramente, Rubén Darío se sumergió en la exploración de esta tambaleante esencia femenina y asciende un escalón más y fusiona, en repetidas ocasiones, la imagen de la mujer con sus inequívocas letras que apuntan a lo místico, a lo divino. En esta ocasión, me centraré en uno de sus más célebres cuentos de uno de sus más célebres libros, “El rubí” de su libro Azul…, una fuente inagotable de contenido del cual yo extraeré la representación de la divinidad femenina y su comportamiento dentro de “El rubí”, reflejo de la genialidad del autor y, al mismo tiempo, de la crisis social acerca del género de su época

Universidad Nacional Autónoma de México Facultad de Filosofía y Letras Colegio de Letras Hispánicas Literatura Iberoamericana 3 Profesora Alejandra López Guevara Tonalli Roa Álvarez La divinidad femenina en “El rubí” de Rubén Darío Por Tonalli Roa Álvarez Introducción La figura femenina dentro de la literatura modernista latinoamericana está sumergida dentro de un ideal contradictorio, producto de su propia transformación dentro de su tiempo. A través de la naciente problemática acerca de la posición femenina dentro de la sociedad del siglo XIX, LaNiece Hill destaca dos principales vertientes dentro de la quebrada figura femenina: la mujer frágil (la esposa y madre) y la mujer fatal (la prostituta) (LaNiece Hill: 3). Este retrato, gracias a su naturaleza discrepante, se volvió poco accesible —por no decir imposible— de encontrar en una realidad inmediata y, por consiguiente, se volvió adorada por el público masculino, incluyendo a los escritores modernistas que exploraban la esencia femenina y su transformación en su sociedad a través de sus irrepetibles obras. Uno de ellos es Rubén Darío, transcendental escritor dentro del modernismo que marcó un antes y un después en la literatura. Claramente, Darío se sumergió en la exploración de esta tambaleante esencia femenina. A lo largo de su obra, se destaca la figura femenina y la adoración alrededor de ésta. Pero, y es importante destacar, Darío asciende un escalón más y fusiona, en repetidas ocasiones, la imagen de la mujer con sus inequívocas letras que apuntan a lo místico, a lo divino. En esta ocasión, me centraré en uno de sus más célebres cuentos de uno de sus más célebres libros, “El rubí” de su libro Azul…, una fuente inagotable de contenido del cual yo extraeré la representación de la divinidad femenina y su comportamiento dentro de “El rubí”, reflejo de la genialidad del autor y, al mismo tiempo, de la crisis social acerca del género de su época. El análisis que llevaré a cabo consta principalmente de una serie de observaciones hacia los principales ejes de mi estudio: la mujer y la divinidad. Empezando con el primero, el género femenino, me centraré en el ideal de la sociedad modernista con el fin de tener un acercamiento hacia los razonamientos que dominaban acerca de este tema: ¿Cómo es percibida la mujer? ¿Qué es lo que se espera de ella? ¿Cuál es la reacción ante los cambios que se presentan conforme a su papel en la sociedad? Estas son algunas preguntas que busco responder en este apartado. Aquí, me apoyaré en la tesis de Aiesha LaNiece Hill, titulada La búsqueda del diamante-rubí: Una discusión sobre la emergencia de la mujer paradójicamente ideal en la literatura modernista, en la cual se ahonda en la dicotomía de la imagen femenina del siglo XIX desde una perspectiva social y literaria. Después de esto, pasaré al segundo punto: el análisis de la mítica y acto de culto, esta vez dentro del mundo de Darío en Azul…. Este punto lo considero importante tomando en cuenta al autor y el gran estudio acerca de la búsqueda de la universalidad religiosa que él perseguía. Así, reflexionar sobre la divinidad dentro de “El rubí” es analizar aspectos recurrentes a lo largo de los cuentos contenidos en Azul…. ¿Cómo es adecuado percibir y analizar la sacralidad en la obra de Darío? ¿Cómo este aspecto puede aplicarse en la figura femenina que aparece en sus cuentos? Para este apartado, utilizaré dos artículos: “Azul…de Darío: textualización del culto a la belleza” de Javier García Méndez y “Temas míticos en dos cuentos de Rubén Darío” de Marcos Ruiz Sánchez; ambos textos profundizan en diversos procesos de creación de imágenes divinas que son recurrentes dentro de los cuentos de Darío, que me servirán para la elaboración de un análisis pertinente y dentro de las propias reglas del mundo de Azul... Y, para finalizar, pasaré al caso particular de “El rubí”, donde, a partir de lo anterior, empezaré el análisis de varios aspectos importantes que van formando la imagen divina de la mujer. Lo que quiero destacar en este punto es, precisamente, cómo esta divinidad se desarrolla y se ejemplifica a través de lo estudiado acerca del género femenino y su propia misticidad. La mujer moderna El papel de la mujer en la época del movimiento modernista se caracteriza por ser un quebrantamiento que no llegó a curarse por completo. Esta transformación inicia a partir de una conciencia colectiva acerca de la mediocre situación social-familiar-laboral en la que se desarrollaban las mujeres, donde su línea de trabajo fuera del hogar era casi nula, con sueldos precarios que las obligaban a permanecer sin otra ocupación que no fuera la de ser ama de casa, además de que su voz, fuera de su rol de esposa y madre, era ignorada o silenciada. Sólo valía su presencia, su imagen tergiversada y su labor de enseñar los valores a sus hijos para el bien de la comunidad. Este desarrollo de conciencia empieza a inundar las mentes de las mujeres hasta terminar en un hecho de rebeldía muy importante que define toda una época: la “profesionalización” de la prostitución y, como consecuencia, el surgimiento de la imagen de la femme fatale (mujer fatal), referente de las mujeres aisladas de la sociedad, que utilizan su tan valorada imagen, bella y superior, para fines eróticos y sexuales. Esto, claramente, no era lo que una sociedad asexuada buscaba de las principales promotoras de sus valores y a pesar de que, tanto médicos como la misma Iglesia intentaron reprimir la proliferación de una sexualidad libre, las mujeres fatales ya eran un riesgo latente para la familia tradicional, sobre todo para los hombres: “la mujer fatal o fatídica, por ser completamente deseable pero totalmente inasequible, siempre representa una amenaza sexual para los hombres que la admiran” (LaNiece: 5). A causa de esto, la atención de los hombres se parte en dos: en la mujer fatal y la mujer frágil, la prostituta y la esposa. Ambas eran indispensables en su vida, no podía prescindir de su satisfacción sexual ni de su satisfacción social, lo que fue provocando una fusión en el imaginario masculino donde no era una ni otra, era una única mujer perfecta que llenaba todas sus expectativas, cosa que no conseguirían en su realidad tal como lo menciona LaNiece Hill: “Los varones no podían tener una mujer ideal (respetable y sensual, a diferencia de respetable y maternal) y ser aceptados por la sociedad y, por eso, intentaban vivir cogidos del brazo de sus esposas y del de sus prostitutas” (11). Naturalmente, estas tres imágenes de las mujeres llegaron al territorio de la literatura. LaNiece Hill destaca la utilización de diferentes símbolos dentro de la literatura modernista que dejan a relucir este quiebre de la figura femenina, favoreciendo a la mujer frágil, a la mujer fatal o uniendo ambas en búsqueda de la mujer ideal. Como lo mencioné anteriormente, esta brecha acerca del rol femenino fue explorada y desarrollada por muchos de los autores modernistas. El místico Darío Una de las cuestiones más destacables a la hora de estudiar la obra de Rubén Darío es el tema del misticismo y de lo divino. La cantidad de referencias y alusiones hacia conceptos, personajes e historias religiosas —no sólo de su religión, que es la cristiana, sino de un amplio número de religiones y concepciones místicas— es inagotable en toda la obra de Darío, hasta el punto en el que es razonable afirmar que todo este contenido religioso, gracias a la maestría del autor, se va mezclando y descomponiendo hasta formar una nueva y única concepción de lo divino, como lo señala García Méndez: Desde su título, imagen de un ámbito celeste en el que se confunden lo divino y lo estético, el sistema retórico de Azul… no cesa de proponer un más allá al que la escritura tiende como hacia un espacio ideal. Un más allá creado por infatigables referencias al arte que se alternan, se confunden y se funden como en la progresión de un anillo en Moebius (94). Incluso, gracias a esta constante búsqueda de lo místico y universal, Darío logra sacralizar conceptos que no contienen algún referente divino directo. Lo profano se vuelve sagrado, formando así nuevas imágenes divinas: “si un personaje percibe a una madre con un niño en brazos, su sensibilidad le hará ver en esos personajes a la virgen y a su vástago, tal como los conoce a través de la pintura de tema religioso” (94). Esto, trasladado a la representación de la mujer dentro de Azul…, está presente en cuerpo e imagen, puesta en un nivel divino y sacral; sin embargo, su acción individual e incluso su voz es prácticamente nula. Tal es el caso de “El velo de la reina Mab”: a pesar de que la reina Mab es el eje de donde gira todo el cuento, de ella sólo conocemos su belleza, poder y generosidad. Nunca dice palabra, pero tiene acto de presencia; es silenciada, pero es intocable. Funge como efigie sagrada de los hombres que piden su ayuda para solucionar su infelicidad. Esta mudez está presente de igual manera en “El rubí”, donde sólo se conoce a la divinidad por voz masculina, pero esto se desarrollará más adelante. Esta presencia exclusivamente física de las mujeres en los cuentos de Azul… dice mucho acerca de la concepción de la esencia femenina: “el amante no ama, sino que adora: adora en la mujer la eterna hermosura, con una elevada dosis de misticismo […] la [imagen] de la mujer, transmutada en objeto estético, resulta completamente anulada” (García Méndez: 96). “La muerte de la emperatriz de China” es un ejemplo destacable para este aspecto de la mujer vista como objeto: a lo largo del cuento, la figura de la mujer bella es tallada y formada por los ojos del amado. Son constantes las comparaciones con medallones, con esculturas de porcelana; el amante era escultor y veía en Suzzette, su amada, su más preciada reliquia. El caso de “El rubí” Finalmente, en el cuento “El rubí”, identifiqué aspectos destacables que vincula toda la información antes desarrollada. La trama del cuento, de forma muy general, es sobre el disgusto que causa entre un grupo de gnomos mineros la presencia de un rubí falso, producto del hombre; este revuelo llama la atención del gnomo más viejo de la cueva, quien les narra la historia de cómo se hizo el rubí, producto de su adoración hacia una mujer enamorada de otro hombre y su fatídica muerte. El cuento comienza dentro de la cueva, descrita como ancha y con “una claridad extraña y blanca” (Darío: 37) provocada por las piedras preciosas. A pesar de que la luminosidad sea causa del propio brillo de las piedras preciosas, me parece interesante que la cueva, desde un inicio, sea descrita como blanca y luminosa. En el Diccionario de los símbolos de Jean Chevalier, en su definición de “blanco” destaca el valor virginal y de pureza, donde todo es neutro y nada ha comenzado: “Es el color de la pureza, que no es originalmente un color positivo que manifieste la asunción de algo, sino un color neutro, pasivo, que muestra que nada aún se ha cumplido; tal es precisamente el sentido inicial de la blancura virginal y la razón por la cual los niños, en el ritual cristiano, se entierran con un sudario blanco adornado con flores blancas” (286). La cueva es un lugar sagrado de la tierra donde los gnomos son los encargados de extraer las piedras preciosas, regalos de la Naturaleza. Tal pareciera que esta cueva y la representación de la Naturaleza en forma de madre es la “mujer frágil”, en palabras de LaNiece Hill; en ella encontramos la reproducción —en forma de piedras preciosas—, la apacibilidad y belleza virginal. Esto, por supuesto, con la carga tan importante de divinidad que trae consigo hablar de la Madre Naturaleza como la fecundidad divina que da el nacimiento de todo lo que se conoce en la tierra. Ahora pasaré a su contraparte: la mujer. En su juventud, a causa de una huelga que empujó a los gnomos a salir de las cuevas, el gnomo viejo encuentra un nuevo objeto de adoración entre los montes: Brazos, espaldas, senos desnudos, azucenas, rosas, panecillos de marfil coronados de cerezas, ecos de risas áureas, festivas; y allá entre las espumas, entre las linfas rotas, bajo las verdes llamas… —¿Ninfas? —No, mujeres (Darío: 39). Ruiz Sánchez apunta que este diálogo establece un paralelismo entre las ninfas y las mujeres: “En El rubí la pausa, la pregunta y la respuesta reflejan formalmente la expectación, al tiempo que establecen la equivalencia simbólica entre ninfa y mujer” (34); pero yo creo que va más allá de colocar a ambas imágenes femeninas en un mismo nivel: al contrario, las mujeres son superiores a las ninfas, quienes son divinidades menores que se encargan de engendrar y criar a héroes: “divinidades del nacimiento y particularmente del nacimiento al heroísmo, suscitan necesariamente veneración mezclada con miedo” (Chevalier: 1160). Las mujeres y, sobre todo, la mujer que cae entre las manos del gnomo, son superiores a las ninfas, son las divinidades superiores. Como refuerzo a esta idea, al inicio de su historia, el gnomo viejo refiere que él ya ha tenido encuentros con ninfas, en los cuales ha abusado de una de ellas: “que he dado un día un puñetazo a un muro de piedra y caía a un lado donde violé a una ninfa” (Darío: 38). Caso contrario a la mujer raptada que la coloca en un pedestal. Esta mujer raptada es bella, “rosa de carne […], espléndida como una diosa” (39) a la cual, como ya se mencionó, adora: la coloca en un lecho hecho de cristal, rodeado de oro, zafir y demás ornamenta que enaltece su belleza. Pero la mujer, a pesar de ser divinizada, está enamorada de otro hombre que la hacía convulsionar de deseo. Algo destacable de esta mujer es la presencia constante del color rojo en su imagen: su piel rosada —combinación de blanco y rojo—, sus labios de centifolia, las rosas por las cuales ella sentía los besos de su amado… LaNiece Hill destaca un recurso constante acerca de los colores en la literatura modernista y su simbología de lo erótico: En cuanto a los colores, destaca la interacción entre el rojo y el blanco […]. Aunque la blancura de la piel de la mujer, posiblemente, tiene un tinte sonrosado, se hace más roja (por ejemplo, en las mejillas y en los labios) debido al rubor, cuando la mujer se pone emocionada o excitada sexualmente. Así, el color rojo nace de la pasión o del deseo y, por eso, suele estar asociado con lo erótico (15). Con esto, puedo entender que esta mujer raptada es la mujer fatal que hace perder el control a los hombres —en este caso, el gnomo— pero, a pesar de estar limitada, su corazón y alma es libre y atiende a los deseos y pasiones de su cuerpo. Además, la ornamenta que el gnomo, perdido en su adoración, le proporciona, la eleva al plano divino. Este, en mi opinión, se encuentra alejado de algún posible paralelismo con alguna imagen divina femenina; más bien, es producto del proceso de sacralización recurrente en la obra de Darío: una mujer desnuda, a través de la ornamentación y la veneración, se convierte en una imagen divina: “esa adoración supone una mutua estetización del hombre y la mujer […] adoración que es de orden sagrado […] y que se confunde con el misticismo religioso” (García Méndez: 96). Teniendo identificadas estas dos grandes imágenes de la mujer, me gustaría pasar a las comparaciones y similitudes que encontré en varios momentos del cuento entre ambas que, al final, convergen en una epifanía. La primera señal de comparación entre la Madre Naturaleza y la Mujer comienza de forma evidente con este diálogo de Puck, el gnomo que llevó a sus compañeros el rubí falso: “—¡Oh tierra! ¡Oh mujer! Desde el tiempo en que veía a Titania [diosa de las hadas dentro del mundo de Shakespeare] no he sido sino un esclavo de la una, un adorador casi místico de la otra” (Darío: 38). Aquí, la figura masculina acepta su condición de adorador no sólo de la mujer (mujer fatal), sino también de la tierra (mujer frágil); una le aporta el motivo y la adoración de su vida, las piedras preciosas, y la otra es un deleite para los ojos y, me atrevo a decir, le genera placer. Más adelante, las comparaciones van tornándose menos polarizadas entre ambas imágenes, como en este breve ejemplo. La mujer, anhelante de su amado, siente los besos de él a través de las rosas: “y ella, enamorada, tenía —yo lo notaba— convulsiones súbitas en que estiraba sus labios rosados y frescos como pétalos de centifolia. ¿Cómo ambos así se sentían?” (40); y, seguido de esta imagen de los labios de la mujer fatal, se encuentran los labios de la mujer frágil: “la tierra abría sus grietas de granito como los labios con sed, esperando el brillante despedazamiento del rico cristal” (40). De nuevo, encontramos una distinción entre ambas: una anhela el placer de los besos de su amado y otra los productos de su propia engendración, pero ambas se encuentran cada vez más juntas, con un mismo sentimiento de sed y de necesidad que sólo una figura masculina —el gnomo y el hombre— pueden saciar. Por último, hay una comparación donde, por fin, ambas imágenes se unen, poniendo a la mujer y a la Madre Naturaleza en las mismas condiciones: cuando la mujer intenta huir de la cueva, se destroza el cuerpo con el filo de los diamantes rotos alrededor del agujero por el cual ella pretendía escapar. Esta es la explicación de cómo se formaron los rubíes: gracias a la sangre de esta mujer, los cristales se tiñeron de rojo. “Destrozó su cuerpo blanco y suave como de azahar y mármol y rosa, en los filos de diamantes rotos […] la sangre corría inundando el recinto y la gran masa diamantina se teñía de grana” (40). La mujer murió por su amado, dejando como evidencia esta piedra preciosa. Se convierte en una mártir: La definición de Chevalier acerca del rubí, además de que homeopáticamente es bueno para la salud—sobre todo, la sangre y el corazón—, era la gema de los enamorados, “que embriaga sin contacto” (1381). Seguido de esto, cuando el gnomo terminó su historia, los gnomos comenzaron una fiesta de conmemoración en honor a los verdaderos rubíes, arrancándolos de los muros: “rubíes grandes como una naranja, rojos y chispeantes como un diamante hecho sangre; y decían: —He aquí los nuestro, ¡oh, madre Tierra” (40), como si hicieran sangrar también a la Madre Naturaleza y así, a través de una ceremonia, la destrucción del diamante falso y la adoración de todas las piedras preciosas, incluyendo el rubí, veneran tanto a la mujer muerta como a la Madre Naturaleza. Conclusiones. Tal pareciera que la conclusión, después de este análisis, se encuentra dentro del mismo cuento. En los últimos párrafos, mientras la fiesta de los gnomos seguía dentro de la cueva, Puck se aparta del festejo hacia un lugar solitario, sonriente, con una aparente resolución ante todo lo que escuchó, y murmura el siguiente monólogo: “—Tierra…Mujer…” (Darío 41). Estas palabras son sumamente importantes: constituyen su propia epifanía. La Tierra y la Mujer —ambas con mayúsculas— se encuentran en un mismo nivel, y este es, por supuesto, un nivel divino y sacro. Esto se clarifica ya en el último párrafo del cuento: “Porque tú, ¡oh, madre Tierra!, eres grande, fecunda, de seno inextinguible y sacro, y de tu vientre moreno brota la savia de los troncos robustos, y el oro y el agua diamantina, y la casta flor de lis. ¡Lo puro, lo fuerte, lo infalsificable! ¡Y tú, Mujer, eres espíritu y carne, toda amor” (41). Con esto, concluyo que la divinidad femenina dentro del cuento “El rubí” es representado dentro de estas dos imágenes: la mujer y la tierra. La primera, sacralizada a pesar de ser profana, gracias a su belleza y su sacrificio; y, la segunda, por ser la primera Madre que provee al hombre armonía y seguridad. Y, además, estas imágenes, por su comportamiento y simbología dentro del cuento, corresponden con la coyuntura del género femenino de su época: la Tierra es madre, procreadora, apacible y generosa como la mujer frágil, que es el eje por el cual gira toda la vida social —en este caso, la vida en sí misma—; en cambio, la Mujer es bella, libre de corazón, pasional y libre, correspondiente a la mujer fatal, que seduce a los hombres y los orillan a cometer actos de locura, tal como lo es un secuestro. A pesar de que, al final, estas dos imágenes se paralelizan, no existe una fusión entre ellas. No se busca la “mujer perfecta”, la tercera imagen utópica de la que hablé en un inicio, sino que se mantienen cada una con su propia magnificencia. En este cuento no serán una, pero ambas siguen siendo necesarias para una vida equilibrada e ideal. …:: ♀ ::… U.N.A.M. F.F. y L. Bibliografía Darío, Rubén. “El rubí”, Azul…, editado por Antonio Oliver Belmás, sexta edición, Porrúa, 1975, 31-33. Chevalier, Jean; Gheerbrant, Alain. Diccionario de los símbolos, Herder Editorial, 2016, Lectulandia, https://lectulandia.me/book/diccionario-de-los-simbolos, consultado el 29 de diciembre del 2020. García Méndez, Javier. “Azul…de Darío: textualización del culto a la belleza”, Carevelle, núm. 64, 1995, pp. 91-100, JSTOR, www.jstor.org/stable/40853250, consultado el 29 de diciembre del 2020. Hill, Aiesha L. La búsqueda del diamante-rubí: Una discusión sobre la emergencia de la mujer paradójicamente ideal en la literatura modernista, tesis, CUREJ: College Undergraduate Research Electronic Journal, Universidad de Pensilvania, 2006, www.repository.upenn.edu/curej/2, consultado el 29 de diciembre del 2020. Ruiz Sánchez, Marcos. “Temas míticos en dos cuentos de Rubén Darío”, Epos, núm. 15, 1999, pp. 29-50, e-spacio, www.e-spacio.uned.es/fez37/public/view/bibliuned:Epos-CEDC73FC-D9B5-182A-A9F5-FFA09B68A54B, consultado el 29 de diciembre del 2020. 1