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Dignidad. Eje estratégico para un proyecto emancipatorio

www.pehuen.cl Dignidad: eje estratégico para un nuevo proyecto histórico emancipatorio J. Fabián Cabaluz D. "Tiene dignidad el ser humano aunque nazca en cadenas. Las cadenas son negación de algo, que es el ser humano. Por tanto, son deshumanización. Humanizar es liberar al ser humano de sus cadenas".

La revuelta chilena © Grupo de Pensamiento Crítico y Memoria histórica (GPM) © Pehuén Editores S.A. Brown Norte 417, Ñuñoa, Santiago, Chile +56 2 2795 71 31 - 32 - 33 editorial@pehuen.cl www.pehuen.cl Inscripción en trámite ISBN 978-956-16-0830-6 Primera edición de 300 ejemplares, enero 2021 Coordinación general Marco Álvarez Vergara Equipo de coordinación Jaime Navarrete Vergara Pedro Lovera Parmo Rolando Durán Cavieres Dibujo y diseño portada Javier Rodríguez Pino Florencia Simunović Sciolla Edición al cuidado de Equipo Pehuén Diseño y diagramación María José Garrido B. Impreso en los talleres de Spencer Gráfica Derechos reservados para todos los países. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea por procedimientos mecánicos, ópticos, químicos, eléctricos, electrónicos, fotográficos, incluidas las fotocopias, sin autorización escrita de los editores. IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE La revuelta chilena Estrategia, izquierdas y movimientos sociales Marco Álvarez Vergara J. Fabián Cabaluz Ducasse Sergio Caniuqueo Huircapan Víctor Hugo Bahamondes Brintrup Geanina Zagal Ehrenfeld Camila Musante Müller Rolando Durán Cavieres Juan Pablo Sanhueza Tortella Camila Araya Guzmán Marjorie Cuello Araya Jaime Ramírez Fuentes Javier Velasco Villegas Jaime Navarrete Vergara Fabián Puelma Müller Tania Madriaga Flores Camila Aguayo León Pedro Lovera Parmo Cristián Cuevas Zambrano Tomás Torres López Andrea Condemarín Fuentes Dignidad: eje estratégico para un nuevo proyecto histórico emancipatorio J. Fabián Cabaluz D. “Tiene dignidad el ser humano aunque nazca en cadenas. Las cadenas son negación de algo, que es el ser humano. Por tanto, son deshumanización. Humanizar es liberar al ser humano de sus cadenas”. Franz Hinkelammert. En los siguientes apuntes nos detendremos en reflexionar en torno a uno de los conceptos más recurrentes y relevantes nacidos de la revuelta popular iniciada en octubre del 2019 en Chile: la dignidad. Desde nuestra perspectiva, la dignidad no ha sido una simple consigna o bandera de lucha levantada espontáneamente en los territorios movilizados, ni mucho menos, un concepto de teoría política retomado por el movimiento plural y abigarrado de quienes han atizado los fuegos de la rebelión, sino más bien, la dignidad se ha ido constituyendo, al calor de la lucha, en un eje estratégico relevante para seguir avanzando en el esbozo de un proyecto histórico de carácter emancipatorio en el país. Para sostener lo anterior, nos detendremos en cinco nudos de reflexión: primero, en la potencialidad articulatoria asociada a la noción de dignidad; segundo, en la comprensión de la dignidad como fundamento y principio de construcción de proyecto histórico; tercero, en la dignidad entendida como movimiento que se expresa en la lucha y la acción política de los/as oprimidos/as y explotados/as; cuarto, en la vinculación entre dignidad, democratización y soberanía; y finalmente, en la estrecha relación entre dignidad y utopía. Veamos a continuación cada uno de estos nudos. 58 la revuelta chilena I Desde los primeros días de la revuelta popular iniciada el 18-O, numerosas señales nos permiten sostener que la dignidad se ha ido erigiendo como una suerte de núcleo de buen sentido para aquellos sujetos, organizaciones y comunidades que han dado vida y forma a barricadas, marchas, asambleas, jornadas de movilización, protestas, ollas comunes, paralizaciones y un larguísimo etcétera. Quien se haya vinculado mínimamente con las largas e intensas jornadas de lucha, sabe que la dignidad ha sido un concepto que hace sentido a la calle, a las organizaciones estudiantiles, feministas, sindicales y populares, a las izquierdas y, en general, a quienes producen las riquezas del territorio. Por lo mismo, creemos que la dignidad debemos comprenderla como un brote nutritivo y fecundo de la cultura popular, social y comunitaria, como una suerte de punto de partida, que surge desde los/as oprimidos/as del campo y la ciudad, para insumar la reconstrucción de un proyecto histórico de carácter emancipatorio. Dignidad rayada en muros; dignidad renombrando rincones urbanos; dignidad coreada en cantos; dignidad pintada en cuerpos, lienzos y murales; dignidad bautizando organizaciones; dignidad gritada con ira, rabia y esperanza; dignidad hermanando a las barras bravas de los/ as de abajo, garreros/as, caturros/as, cruzados/as; dignidad estampada en banderas y pañoletas; dignidad grabada en escudos de la primera línea; en fin, dignidad articulando, dotando de unidad, generando consenso de los/as explotados/as, marginados/as y oprimidos/as del Chile neoliberal. Evidentemente, de la mano de la revuelta de octubre, la dignidad se ha ido configurado como una hebra articulatoria de las fuerzas sociales y políticas del país, permitiendo avanzar —a paso lento, pero con firmeza e intensidad— en la superación de la atomización y fragmentación en que nos encontrábamos los sectores anticapitalistas y de izquierdas. Al respecto, nos parece importante reconocer explícitamente que toda articulación es eventual y contingente en el tiempo histórico, por lo que la dignidad comprendida como hebra articulatoria, debe ser cultivada con dialogo y reflexión política, con la construcción de consensos colectivos contrahegemónicos, con el fortalecimiento de relaciones de confianza y con el compromiso irrestricto con los/as que luchan y comprometen sus vidas por las transformaciones sociales, entre otros elementos. Desde nuestra perspectiva, la dignidad es un eje estratégico para la (re)construcción de un proyecto histórico de cuño emancipatorio, puesto que la misma, según hemos planteado, vive y late en prácticas Dignidad: eje estratégico para un nuevo proyecto histórico emancipatorio 59 organizativas y de lucha del tiempo presente; y a su vez, posibilita el avance en procesos de articulación entre los sujetos, organizaciones y comunidades comprometidas con la superación de las lógicas incorregibles del capital, el colonialismo (interno y externo) y el patriarcado. Reforzando este último planteamiento, y siguiendo al filósofo barbudo de Tréveris, creemos que la dignidad humana se encuentra estrechamente vinculada con las luchas por la emancipación, lo que implica en términos concretos, enfrentarse al proyecto histórico centrado en la propiedad privada, el trabajo alienado, la explotación, la pobreza, la exclusión y la dominación social. II Cuando hablamos de dignidad, tal como han señalado algunos referentes de la filosofía política latinoamericana, nos estamos refiriendo a una construcción histórica de la modernidad que remite a los fundamentos de la vida humana, es decir, debemos comprenderla como un cimiento o un componente básico de la vida de todos/as nosotros/as. Por lo mismo, la dignidad no se puede comprar, vender o intercambiar. O planteado de otra forma, la dignidad tenemos que entenderla como uno de los soportes de la vida humana, del trabajo, de la naturaleza, de la libertad, los cuales no tienen valor económico alguno (valor de cambio), puesto que son la fuente creadora de todo valor. De acuerdo con lo anterior, la dignidad deberíamos concebirla como una suerte de manantial que permite y alimenta la producción y reproducción de la vida humana y planetaria. Coherentemente, podemos afirmar que la dignidad no es privilegio de minúsculos grupos sociales ni patrimonio exclusivo de quienes tienen resueltas sus condiciones de vida, sino que más bien, aloja indiscriminadamente en todos/as y cada uno/a de nosotros/as. Por supuesto que, en la modernidad capitalista, dicho concepto contiene una clara contradicción ya que, por un lado, reconoce de manera nominal, formal y jurídica el carácter inalienable de la dignidad humana, pero por otro, la organización concreta y material de la vida cotidiana nos despoja sistemáticamente de ella. Esto último, resulta evidente en el Chile neoliberal, tendiente a mercantilizar y privatizar hasta el último rincón de la vida social y comunitaria, inclinado a desmantelar cualquier tipo derecho conquistado por la clase trabajadora, propenso a precarizar hasta el hastío las condiciones de vida del pueblo. En este marco, la dignidad levantada como bandera de lucha resulta incómoda, difícil de cooptar y deglutir por el mercado, y en alguna medida, se concibe como una 60 la revuelta chilena consigna radical, que atenta contra la lógica del capital, los privilegios de las elites y los grupos dominantes, sentando bases para la construcción de proyectos políticos, económicos, culturales, sociales, educativos, ecológicos, de carácter revolucionario. Ahora bien, para quienes apelamos por la construcción de este proyecto histórico, la dignidad también debemos concebirla como un principio regulador de la reproducción material y simbólica de los seres humanos, lo que implica ponerle límites y ganarle espacios al mundo de las cosas, las cuales se han configurado como un principio organizador de la vida moderna y capitalista. A su vez, la dignidad comprendida como principio regulador de la vida social, nos empuja a oponernos a las políticas de acumulación por despojo, a las dinámicas perversas y destructivas del extractivismo, a las múltiples prácticas que producen y reproducen el capitalismo, el patriarcado y el colonialismo. Planteado en los términos clásicos del pensamiento revolucionario, podríamos sostener que un proyecto societal centrado en la dignidad humana es claramente antagónico a un proyecto centrado en el mundo de las mercancías, lo que implica vincular estrechamente el compromiso con la dignidad humana con las luchas, las disidencias, el desacato y la resistencia de los pueblos. A lo anterior, nos interesa agregar que la dignidad humana, entendida como fundamento y/o como principio de un proyecto histórico emancipatorio, necesariamente condiciona a las fuerzas sociales y políticas a ceñirse a ciertos límites morales y ético-políticos; en este sentido, la dignidad establece y fija marcos a las luchas emancipatorias, instala interrogantes incómodas con respecto a la coherencia entre los medios y los fines de una política revolucionaria, todo lo cual, permite distanciarse y diferenciarse de formas espurias del ejercicio del poder político, propias del fascismo, del conservadurismo y del autoritarismo neoliberal, corrientes preocupantemente vigentes en la actualidad de Chile y nuestra América. III Llegados hasta aquí, resulta central señalar que la dignidad, inscrita en un proyecto emancipatorio, debe avanzar en el desplazamiento de su comprensión como fundamento y/o principio, a una dimensión empírica, concreta, práctica, y ello sólo puede lograrse a partir de la acción política colectiva, la lucha de clases, la construcción y el desarrollo de organizaciones, experiencias y prácticas que colaboren con procesos de politización, que movilicen contra la explotación, la exclusión, la Dignidad: eje estratégico para un nuevo proyecto histórico emancipatorio 61 desigualdad. Con lo anterior, nos parece importante enfatizar en que la dignidad requiere engarzarse en el movimiento histórico de la praxis emancipatoria, en la acción política antagónica, en las luchas populares. Es decir, la dignidad se va conquistando históricamente, en procesos sistemáticos y contingentes de disputa de las diferentes esferas de la vida social. En términos histórico-concretos, lo que existe son luchas por la dignidad, en las cuales se movilizan repertorios de resistencia que expresan la solidaridad, la creatividad, el coraje y la valentía de los pueblos. Adicionalmente, podemos agregar que, esta dimensión conflictual de la dignidad, se asocia directamente con acciones que se oponen a la negación de necesidades y derechos, con prácticas de oposición y resistencia ante la negación de alguna dimensión de la vida humana (o de la vida misma), y en este sentido, la dignidad emerge también como un impulso vital, como pulsión política de justicia. En coherencia con lo anterior, sostenemos que la dignidad emerge cuando los sujetos, las comunidades y los pueblos, resentimos que alguna dimensión de nuestra existencia es negada, cuando desde nuestras experiencias y desde nuestra comprensión de la realidad, reconocemos que somos tratados como cosas, objetos, mercancías, clientes, números; cuando reconocemos, de manera experiencial, racional, afectiva, etc., la vivencia de procesos sistemáticos de deshumanización. Cuando esto ocurre, la dignidad negada emerge como grito, indignación, bronca, rabia, y en este sentido, se configura como fuerza movilizadora, que exige destitución (y revocabilidad) de los/as responsables de producir y reproducir las condiciones indignas de vivir; y que exige, la constitución de un nuevo estado de las cosas. La digna-rabia, como señaló el zapatismo desde Chiapas, exige legítimamente transformaciones radicales, destrucción del orden hegemónico y construcción de nuevos mundos. Las luchas por la dignidad son formas de negar la negación, de oponerse y confrontar las condiciones sociales que degradan y envilecen nuestras condiciones de existencia; o planteado en términos afirmativos, son luchas comprometidas con reafirmar las condiciones básicas e integrales con que merecemos vivir como humanidad. Evidentemente, en estas luchas por dignificar nuestra existencia, la clase trabajadora, el pueblo y/o el bloque de los oprimidos/as y excluidos, nos vamos autoafirmando, vamos ganando fuerza y vitalidad, vamos conquistando y recuperando porciones de nuestras vidas, vamos restándole poder a las destructivas lógicas dominantes y vamos prefigurando, en el aquí y ahora, el proyecto de sociedad porvenir. 62 la revuelta chilena Adicionalmente, queremos señalar que, la dignidad comprendida como lucha y acción política emancipatoria, implica necesariamente confrontar el fetichismo del poder queinvierte la realidad, que le da vida a las mercancías y mercantiliza la vida; que enaltece el poder de quienes gobiernan y humilla a los/as gobernados; que vanagloria el poder del estado y ningunea el poder de las comunidades, los pueblos y naciones. El fetichismo del poder es dominación y explotación del pueblo, de los/as trabajadores/as, de los/as pobres del campo y la ciudad, y, para poder perpetuarse, requiere debilitar y erosionar de manera sistemática y permanente el poder de los/as oprimidos/as. Por lo anterior, creemos que necesariamente el avanzar en procesos de dignificación de nuestras vidas, requiere enfrentar las múltiples formas en que se expresa la fetichización del poder en el país. Llevando lo anterior a un terreno concreto, y retomando las múltiples denuncias desplegadas desde el comienzo de la revuelta popular, resulta incuestionable el sostener que en la historia reciente de Chile, y particularmente desde la dictadura cívico-militar se ha negado sistemáticamente la dignidad humana, lo que se ha expresado en la brutal privatización y aniquilamiento de derechos sociales (salud, educación, vivienda), servicios básicos y bienes comunes (transporte, agua, electricidad, comunicaciones); en las pensiones de hambre que reciben los/ as jubilados/as y en los bajísimos sueldos que desencadenan el endeudamiento asfixiante de los/as trabajadores/as quienes para costear alimentos, vestimenta, estudios, medicamentos, vivienda, etc., deben usar el dinero plástico para poder vivir todo el mes; en la destrucción y el saqueo de las riquezas de nuestra naturaleza para favorecer el negocio de pesqueras, hidroeléctricas, mineras, industrias agropecuarias, forestales, entre otras; en el despojo continuo y sistemático de tierras comunitarias y comunales a naciones y pueblos indígenas; y en la represión y criminalización a todos los grupos sociales que resisten a las políticas de mercantilización, precarización y aniquilación de la vida social. Las más de cuatro décadas de neoliberalismo salvaje en el país, han negado y pisoteado nuestra dignidad, por tanto, rebelarnos y luchar con todas las fuerzas de la historia, no sólo es comprensible, sino que un ejercicio necesario, urgente y vital. Desde la revuelta de octubre, la dignidad ha poblado las calles, se ha manifestado en las barricadas, en los caceroleos, en las asambleas territoriales, populares, autoconvocadas, en las marchas, en la primera línea, en las brigadas de médicos/as y enfermeros/as que atienden a todos/ as los/as heridos por la represión, en los reporteros populares que exponen la integridad de sus vidas para denunciar al mundo la brutalidad del Dignidad: eje estratégico para un nuevo proyecto histórico emancipatorio 63 autoritarismo neoliberal, en las ollas comunes que colaboran con sostener lo más básico de nuestras vidas, en los foros, talleres y los múltiples espacios de educación popular, en los cuales se van esbozando ideas para constituir una nueva sociedad, entre muchas otras expresiones. Desde nuestra perspectiva, en el conjunto de luchas que confluyen en la revuelta popular, Chile está pariendo dignidad, tal vez estamos viviendo los primeros dolores, las primeras contracciones, aún no sabemos de dilataciones, pero el trabajo de parto está dando algunas señales… IV La dignidad, entendida en su dimensión práctica, es decir, como lucha y acción política emancipatoria, instala dos grandes desafíos al tiempo presente: la preocupación por jalonar procesos radicales de democratización social y la urgencia de reivindicar estratégicamente la soberanía de los pueblos. Nos detendremos mínimamente en cada uno de ellos. Cuando invocamos la dignidad en clave emancipatoria, nos estamos refiriendo a luchas que permiten avanzar en procesos amplios de democratización social, lo que refiere a cuestiones materiales, enfrentando las lógicas destructivas de las relaciones sociales y planetarias propias del capitalismo y avanzando en la construcción de políticas que bregan por la justicia y la igualdad; y también a cuestiones formales, construyendo procesos organizativos y de politización sustentados en el diálogo, el consenso comunitario y contrahegemónico (que no niega u omite disensos), la deliberación política a partir de lógicas racionales (no impositivas), la participación simétrica, entre otras. Así entonces, la vinculación entre dignidad y procesos radicales de democratización contiene una arista material y una formal, pero lo que nos interesa remarcar es que, ambas aristas entendidas en clave emancipatoria, implican el desafío de superar —por izquierda— los estrechos y caducos límites de la democracia liberal representativa. En el marco de la revuelta popular, la relación entre dignidad y democratización social se ha expresado con claridad en los intensos debates, formuladas desde organizaciones políticas, movimientos sociales, asambleas territoriales, en torno al proceso constituyente, y particularmente, alrededor de la demanda por una asamblea constituyente que sea soberana, democrática, paritaria y plurinacional. A todas luces, la revuelta iniciada en octubre abrió un proceso constituyente que, al menos, ha perfilado dos derroteros: uno social, territorial, comunitario, y otro, institucional. Sin entrar en este complejo eje de debate, pues ello correría completamente el hilo argumental de este apartado, nos interesa 64 la revuelta chilena enfatizar en que el proceso constituyente inaugurado en octubre, posibilita avances concretos en procesos de democratización material, por ejemplo, sentando bases para des-mercantilizar y garantizar derechos sociales; y en procesos de democratización formal, robusteciendo espacios de autoeducación y deliberación de asambleas territoriales y cabildos, que permitan desbordar los escuetos y mezquinos espacios de participación de la institucionalidad neoliberal. A lo anterior, nos interesa agregar que la invocación de la dignidad en la historia reciente de Chile, se encuentra estrechamente vinculada con las luchas por robustecer la soberanía popular, avanzando en políticas de recuperación de bienes comunes y recursos estratégicos para la economía nacional. Por lo mismo, la nacionalización del cobre aprobada en el gobierno de la Unidad Popular, el 11 de julio de 1971, fue llamado por Salvador Allende como el “Día de la Dignidad Nacional”. La dignidad asociada a la soberanía ha implicado avanzar en procesos de nacionalización y/o estatización de la minería, los recursos hídricos, pesqueros, petrolíferos, entre otros, los cuales han sido históricamente despojados, saqueados y privatizados, generalmente, por el capital extranjero y el imperialismo, pero con la avenencia de las elites dominantes. En este sentido, la lucha por la dignidad se ha articulado a proyectos con una clara impronta antiimperialistas y anticolonial. En la actualidad, las reflexiones sobre la soberanía han sido enriquecidas por los planteamientos de movimientos campesinos e indígenas que han reivindicado la soberanía alimentaria y por el poderoso movimiento feminista que ha reivindicado la relevancia de la soberanía de los cuerpos. En fin, como podemos dimensionar, la vinculación entre dignidad y soberanía para un proyecto histórico emancipatorio, abre numerosos y complejos desafíos, los cuales deberemos ir resolviendo en la medida en que avanzamos en la acumulación de poder y fuerzas revolucionarias. V Finalmente, nos interesa sostener que la dignidad se encuentra estrechamente entrelazada con la utopía, es decir, con aquellos anhelos y sueños que se encuentra más allá de los estrechos márgenes de la sociedad dominante, y en este sentido, la dignidad remite a un horizonte porvenir, el cual opera como espacio de posibilidades, como criterio de orientación, como camino por recorrer. La utopía, entendida como futuro posible, nos remite a deseos y convicciones asociados con la construcción de un nuevo orden social, a la posibilidad histórica, real y concreta de avanzar en la construcción de sociedades igualitarias, justas, democráticas, dignas. Dignidad: eje estratégico para un nuevo proyecto histórico emancipatorio 65 En las calles y muros de las ciudades del país, la revuelta popular ha pintado algunos de estos sentidos anhelos, los cuales con los colores de la wenüfoye y la wipala han reivindicado la autodeterminaciones de las naciones y pueblos indígenas, la relevancia de la plurinacionalidad y el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas, las posibilidades de avanzar en una sociedad anti-colonial; con gruesos trazos negros han exigido una sociedad con memoria, justicia y verdad, una sociedad que termine con la impunidad de quienes han perpetuado violaciones a los derechos humanos; con banderas y lienzos verdes, morados y negros, han denunciado todas las violencias del patriarcado, han abogado por una sociedad sin privilegios basados en criterios sexo-genéricos, han puesto hasta en el más recóndito rinconcito del país el grito del ni una menos, han difundido por el planeta la denuncia a la cultura machista de la violación; con las múltiples tonalidades del mundo futbolero, han cantado con fuerza exigiendo la renuncia del principal responsable político de asesinatos, mutilaciones, detenciones, abusos, violaciones y un vasto prontuario, que asemeja su gobierno al de la última dictadura cívico-militar en el país, expresiones que remiten al fin al ejercicio del poder destituyente que reside en el pueblo soberano; con colores amarillos se ha apelado por un sistema de seguridad social que garantice los derechos de la clase trabajadora; con gamas rojas y negras, las organizaciones de pobladores/as han abogado por el derecho a la ciudad. En fin, lo que queremos señalar con todas estas imágenes es que, en las luchas por la dignidad expresadas en la revuelta, podemos reconocer que laten con intensidad los anhelos y sueños de las grandes mayorías del país. Ahora bien, creemos relevante señalar que la construcción de utopías requiere superar las concepciones ingenuas y pueriles, y para ello, debemos preocuparnos de desarrollar prácticas y acciones que sean rigurosas, racionales y factibles, deteniéndose en comprender y actuar en coherencia con las condiciones materiales, las relaciones de fuerza, los recursos disponibles, la existencia de elementos técnicos e instrumentales que permitan concretizar proyectos y programas rebeldes. Planteado en otros términos, lo que nos interesa sostener es que la construcción de un proyecto histórico y societal preocupado de la dignidad humana, debe ser capaz de superar la falsa dicotomía entre utopía y ciencia, poniendo al servicio de un proyecto emancipatorio, lo más avanzado del desarrollo científico, tecnológico y técnico de nuestras sociedades. La dignidad entrelazada con la utopía, debemos rastrearla en los vericuetos del tiempo histórico: en las luchas pasadas de los/as explotados/ as y oprimidos/as por transformar sus condiciones de vida; en el tiempo presente a partir de la crítica por superar el estado actual de las cosas 66 la revuelta chilena donde la indignidad es parte de la vida cotidiana, y de la construcción de experiencias organizativas y de lucha que van anticipando un nuevo orden social; y, como ya hemos señalado, en el tiempo futuro como criterio de orientación u horizonte de construcción. En suma, la dignidad y la utopía viven en las luchas de los grupos subalternos, desarrolladas en diferentes momentos y capas del tiempo histórico, en la búsqueda de la ruptura del tiempo histórico, en la construcción de crisis, coyunturas y momentos que permitan emergencia de un nuevo proyecto societal y la superación de la realidad presente. Para ir cerrando este conjunto de apuntes, nos interesa solamente subrayar que todo debate político de carácter estratégico requiere ser dotado de centralidad por parte de las fuerzas de izquierda y las organizaciones populares, lo que, a su vez, exige vinculaciones sólidas y concretas con las luchas del tiempo presente. En esta dirección, el concepto de dignidad no puede reducirse a una bella consigna de la revuelta popular, sino que, entendido como núcleo de buen sentido de la cultura subalterna, exige ser rigurosamente desarrollado en términos ético-políticos, para de esta manera, insumar en términos concretos a quienes comprometen sus vidas con la construcción de una nueva sociedad.