La revuelta chilena
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ISBN 978-956-16-0830-6
Primera edición de 300 ejemplares, enero 2021
Coordinación general
Marco Álvarez Vergara
Equipo de coordinación
Jaime Navarrete Vergara
Pedro Lovera Parmo
Rolando Durán Cavieres
Dibujo y diseño portada
Javier Rodríguez Pino
Florencia Simunović Sciolla
Edición al cuidado de
Equipo Pehuén
Diseño y diagramación
María José Garrido B.
Impreso en los talleres de
Spencer Gráfica
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IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE
La revuelta chilena
Estrategia, izquierdas y movimientos sociales
Marco Álvarez Vergara
J. Fabián Cabaluz Ducasse
Sergio Caniuqueo Huircapan
Víctor Hugo Bahamondes Brintrup
Geanina Zagal Ehrenfeld
Camila Musante Müller
Rolando Durán Cavieres
Juan Pablo Sanhueza Tortella
Camila Araya Guzmán
Marjorie Cuello Araya
Jaime Ramírez Fuentes
Javier Velasco Villegas
Jaime Navarrete Vergara
Fabián Puelma Müller
Tania Madriaga Flores
Camila Aguayo León
Pedro Lovera Parmo
Cristián Cuevas Zambrano
Tomás Torres López
Andrea Condemarín Fuentes
Dignidad: eje estratégico para un nuevo proyecto histórico
emancipatorio
J. Fabián Cabaluz D.
“Tiene dignidad el ser humano aunque nazca en cadenas.
Las cadenas son negación de algo, que es el ser humano.
Por tanto, son deshumanización.
Humanizar es liberar al ser humano de sus cadenas”.
Franz Hinkelammert.
En los siguientes apuntes nos detendremos en reflexionar en torno a
uno de los conceptos más recurrentes y relevantes nacidos de la revuelta
popular iniciada en octubre del 2019 en Chile: la dignidad. Desde nuestra perspectiva, la dignidad no ha sido una simple consigna o bandera de
lucha levantada espontáneamente en los territorios movilizados, ni mucho menos, un concepto de teoría política retomado por el movimiento
plural y abigarrado de quienes han atizado los fuegos de la rebelión, sino
más bien, la dignidad se ha ido constituyendo, al calor de la lucha, en
un eje estratégico relevante para seguir avanzando en el esbozo de un
proyecto histórico de carácter emancipatorio en el país.
Para sostener lo anterior, nos detendremos en cinco nudos de reflexión: primero, en la potencialidad articulatoria asociada a la noción de
dignidad; segundo, en la comprensión de la dignidad como fundamento
y principio de construcción de proyecto histórico; tercero, en la dignidad entendida como movimiento que se expresa en la lucha y la acción
política de los/as oprimidos/as y explotados/as; cuarto, en la vinculación
entre dignidad, democratización y soberanía; y finalmente, en la estrecha relación entre dignidad y utopía. Veamos a continuación cada uno
de estos nudos.
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I
Desde los primeros días de la revuelta popular iniciada el 18-O, numerosas señales nos permiten sostener que la dignidad se ha ido erigiendo
como una suerte de núcleo de buen sentido para aquellos sujetos, organizaciones y comunidades que han dado vida y forma a barricadas,
marchas, asambleas, jornadas de movilización, protestas, ollas comunes,
paralizaciones y un larguísimo etcétera. Quien se haya vinculado mínimamente con las largas e intensas jornadas de lucha, sabe que la dignidad ha sido un concepto que hace sentido a la calle, a las organizaciones
estudiantiles, feministas, sindicales y populares, a las izquierdas y, en
general, a quienes producen las riquezas del territorio. Por lo mismo,
creemos que la dignidad debemos comprenderla como un brote nutritivo y fecundo de la cultura popular, social y comunitaria, como una suerte
de punto de partida, que surge desde los/as oprimidos/as del campo y
la ciudad, para insumar la reconstrucción de un proyecto histórico de
carácter emancipatorio.
Dignidad rayada en muros; dignidad renombrando rincones urbanos; dignidad coreada en cantos; dignidad pintada en cuerpos, lienzos
y murales; dignidad bautizando organizaciones; dignidad gritada con
ira, rabia y esperanza; dignidad hermanando a las barras bravas de los/
as de abajo, garreros/as, caturros/as, cruzados/as; dignidad estampada en
banderas y pañoletas; dignidad grabada en escudos de la primera línea;
en fin, dignidad articulando, dotando de unidad, generando consenso de
los/as explotados/as, marginados/as y oprimidos/as del Chile neoliberal.
Evidentemente, de la mano de la revuelta de octubre, la dignidad se ha
ido configurado como una hebra articulatoria de las fuerzas sociales y
políticas del país, permitiendo avanzar —a paso lento, pero con firmeza
e intensidad— en la superación de la atomización y fragmentación en
que nos encontrábamos los sectores anticapitalistas y de izquierdas.
Al respecto, nos parece importante reconocer explícitamente que
toda articulación es eventual y contingente en el tiempo histórico, por
lo que la dignidad comprendida como hebra articulatoria, debe ser cultivada con dialogo y reflexión política, con la construcción de consensos colectivos contrahegemónicos, con el fortalecimiento de relaciones
de confianza y con el compromiso irrestricto con los/as que luchan y
comprometen sus vidas por las transformaciones sociales, entre otros
elementos.
Desde nuestra perspectiva, la dignidad es un eje estratégico para
la (re)construcción de un proyecto histórico de cuño emancipatorio,
puesto que la misma, según hemos planteado, vive y late en prácticas
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organizativas y de lucha del tiempo presente; y a su vez, posibilita el
avance en procesos de articulación entre los sujetos, organizaciones y
comunidades comprometidas con la superación de las lógicas incorregibles del capital, el colonialismo (interno y externo) y el patriarcado.
Reforzando este último planteamiento, y siguiendo al filósofo barbudo
de Tréveris, creemos que la dignidad humana se encuentra estrechamente vinculada con las luchas por la emancipación, lo que implica en
términos concretos, enfrentarse al proyecto histórico centrado en la propiedad privada, el trabajo alienado, la explotación, la pobreza, la exclusión y la dominación social.
II
Cuando hablamos de dignidad, tal como han señalado algunos referentes de la filosofía política latinoamericana, nos estamos refiriendo a una
construcción histórica de la modernidad que remite a los fundamentos
de la vida humana, es decir, debemos comprenderla como un cimiento o
un componente básico de la vida de todos/as nosotros/as. Por lo mismo,
la dignidad no se puede comprar, vender o intercambiar. O planteado
de otra forma, la dignidad tenemos que entenderla como uno de los soportes de la vida humana, del trabajo, de la naturaleza, de la libertad, los
cuales no tienen valor económico alguno (valor de cambio), puesto que
son la fuente creadora de todo valor. De acuerdo con lo anterior, la dignidad deberíamos concebirla como una suerte de manantial que permite
y alimenta la producción y reproducción de la vida humana y planetaria.
Coherentemente, podemos afirmar que la dignidad no es privilegio de minúsculos grupos sociales ni patrimonio exclusivo de quienes
tienen resueltas sus condiciones de vida, sino que más bien, aloja indiscriminadamente en todos/as y cada uno/a de nosotros/as. Por supuesto
que, en la modernidad capitalista, dicho concepto contiene una clara
contradicción ya que, por un lado, reconoce de manera nominal, formal y jurídica el carácter inalienable de la dignidad humana, pero por
otro, la organización concreta y material de la vida cotidiana nos despoja
sistemáticamente de ella. Esto último, resulta evidente en el Chile neoliberal, tendiente a mercantilizar y privatizar hasta el último rincón de
la vida social y comunitaria, inclinado a desmantelar cualquier tipo derecho conquistado por la clase trabajadora, propenso a precarizar hasta
el hastío las condiciones de vida del pueblo. En este marco, la dignidad
levantada como bandera de lucha resulta incómoda, difícil de cooptar
y deglutir por el mercado, y en alguna medida, se concibe como una
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consigna radical, que atenta contra la lógica del capital, los privilegios
de las elites y los grupos dominantes, sentando bases para la construcción de proyectos políticos, económicos, culturales, sociales, educativos,
ecológicos, de carácter revolucionario.
Ahora bien, para quienes apelamos por la construcción de este
proyecto histórico, la dignidad también debemos concebirla como un
principio regulador de la reproducción material y simbólica de los seres
humanos, lo que implica ponerle límites y ganarle espacios al mundo de
las cosas, las cuales se han configurado como un principio organizador
de la vida moderna y capitalista. A su vez, la dignidad comprendida
como principio regulador de la vida social, nos empuja a oponernos a
las políticas de acumulación por despojo, a las dinámicas perversas y
destructivas del extractivismo, a las múltiples prácticas que producen y
reproducen el capitalismo, el patriarcado y el colonialismo. Planteado
en los términos clásicos del pensamiento revolucionario, podríamos
sostener que un proyecto societal centrado en la dignidad humana es
claramente antagónico a un proyecto centrado en el mundo de las mercancías, lo que implica vincular estrechamente el compromiso con la
dignidad humana con las luchas, las disidencias, el desacato y la resistencia de los pueblos.
A lo anterior, nos interesa agregar que la dignidad humana, entendida como fundamento y/o como principio de un proyecto histórico
emancipatorio, necesariamente condiciona a las fuerzas sociales y políticas a ceñirse a ciertos límites morales y ético-políticos; en este sentido,
la dignidad establece y fija marcos a las luchas emancipatorias, instala
interrogantes incómodas con respecto a la coherencia entre los medios
y los fines de una política revolucionaria, todo lo cual, permite distanciarse y diferenciarse de formas espurias del ejercicio del poder político,
propias del fascismo, del conservadurismo y del autoritarismo neoliberal, corrientes preocupantemente vigentes en la actualidad de Chile y
nuestra América.
III
Llegados hasta aquí, resulta central señalar que la dignidad, inscrita en
un proyecto emancipatorio, debe avanzar en el desplazamiento de su
comprensión como fundamento y/o principio, a una dimensión empírica, concreta, práctica, y ello sólo puede lograrse a partir de la acción
política colectiva, la lucha de clases, la construcción y el desarrollo de
organizaciones, experiencias y prácticas que colaboren con procesos
de politización, que movilicen contra la explotación, la exclusión, la
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desigualdad. Con lo anterior, nos parece importante enfatizar en que
la dignidad requiere engarzarse en el movimiento histórico de la praxis
emancipatoria, en la acción política antagónica, en las luchas populares.
Es decir, la dignidad se va conquistando históricamente, en procesos
sistemáticos y contingentes de disputa de las diferentes esferas de la
vida social. En términos histórico-concretos, lo que existe son luchas
por la dignidad, en las cuales se movilizan repertorios de resistencia
que expresan la solidaridad, la creatividad, el coraje y la valentía de los
pueblos.
Adicionalmente, podemos agregar que, esta dimensión conflictual
de la dignidad, se asocia directamente con acciones que se oponen a la
negación de necesidades y derechos, con prácticas de oposición y resistencia ante la negación de alguna dimensión de la vida humana (o de
la vida misma), y en este sentido, la dignidad emerge también como un
impulso vital, como pulsión política de justicia.
En coherencia con lo anterior, sostenemos que la dignidad
emerge cuando los sujetos, las comunidades y los pueblos, resentimos
que alguna dimensión de nuestra existencia es negada, cuando desde
nuestras experiencias y desde nuestra comprensión de la realidad, reconocemos que somos tratados como cosas, objetos, mercancías, clientes, números; cuando reconocemos, de manera experiencial, racional,
afectiva, etc., la vivencia de procesos sistemáticos de deshumanización.
Cuando esto ocurre, la dignidad negada emerge como grito, indignación, bronca, rabia, y en este sentido, se configura como fuerza movilizadora, que exige destitución (y revocabilidad) de los/as responsables
de producir y reproducir las condiciones indignas de vivir; y que exige,
la constitución de un nuevo estado de las cosas. La digna-rabia, como
señaló el zapatismo desde Chiapas, exige legítimamente transformaciones radicales, destrucción del orden hegemónico y construcción de
nuevos mundos.
Las luchas por la dignidad son formas de negar la negación, de
oponerse y confrontar las condiciones sociales que degradan y envilecen
nuestras condiciones de existencia; o planteado en términos afirmativos, son luchas comprometidas con reafirmar las condiciones básicas e
integrales con que merecemos vivir como humanidad. Evidentemente,
en estas luchas por dignificar nuestra existencia, la clase trabajadora, el
pueblo y/o el bloque de los oprimidos/as y excluidos, nos vamos autoafirmando, vamos ganando fuerza y vitalidad, vamos conquistando y
recuperando porciones de nuestras vidas, vamos restándole poder a las
destructivas lógicas dominantes y vamos prefigurando, en el aquí y ahora, el proyecto de sociedad porvenir.
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Adicionalmente, queremos señalar que, la dignidad comprendida como lucha y acción política emancipatoria, implica necesariamente
confrontar el fetichismo del poder queinvierte la realidad, que le da vida
a las mercancías y mercantiliza la vida; que enaltece el poder de quienes
gobiernan y humilla a los/as gobernados; que vanagloria el poder del
estado y ningunea el poder de las comunidades, los pueblos y naciones. El fetichismo del poder es dominación y explotación del pueblo,
de los/as trabajadores/as, de los/as pobres del campo y la ciudad, y, para
poder perpetuarse, requiere debilitar y erosionar de manera sistemática
y permanente el poder de los/as oprimidos/as. Por lo anterior, creemos
que necesariamente el avanzar en procesos de dignificación de nuestras
vidas, requiere enfrentar las múltiples formas en que se expresa la fetichización del poder en el país.
Llevando lo anterior a un terreno concreto, y retomando las múltiples denuncias desplegadas desde el comienzo de la revuelta popular,
resulta incuestionable el sostener que en la historia reciente de Chile,
y particularmente desde la dictadura cívico-militar se ha negado sistemáticamente la dignidad humana, lo que se ha expresado en la brutal
privatización y aniquilamiento de derechos sociales (salud, educación,
vivienda), servicios básicos y bienes comunes (transporte, agua, electricidad, comunicaciones); en las pensiones de hambre que reciben los/
as jubilados/as y en los bajísimos sueldos que desencadenan el endeudamiento asfixiante de los/as trabajadores/as quienes para costear alimentos, vestimenta, estudios, medicamentos, vivienda, etc., deben usar
el dinero plástico para poder vivir todo el mes; en la destrucción y el
saqueo de las riquezas de nuestra naturaleza para favorecer el negocio de
pesqueras, hidroeléctricas, mineras, industrias agropecuarias, forestales,
entre otras; en el despojo continuo y sistemático de tierras comunitarias y comunales a naciones y pueblos indígenas; y en la represión y
criminalización a todos los grupos sociales que resisten a las políticas
de mercantilización, precarización y aniquilación de la vida social. Las
más de cuatro décadas de neoliberalismo salvaje en el país, han negado
y pisoteado nuestra dignidad, por tanto, rebelarnos y luchar con todas
las fuerzas de la historia, no sólo es comprensible, sino que un ejercicio
necesario, urgente y vital.
Desde la revuelta de octubre, la dignidad ha poblado las calles,
se ha manifestado en las barricadas, en los caceroleos, en las asambleas
territoriales, populares, autoconvocadas, en las marchas, en la primera línea, en las brigadas de médicos/as y enfermeros/as que atienden a todos/
as los/as heridos por la represión, en los reporteros populares que exponen la integridad de sus vidas para denunciar al mundo la brutalidad del
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autoritarismo neoliberal, en las ollas comunes que colaboran con sostener lo más básico de nuestras vidas, en los foros, talleres y los múltiples
espacios de educación popular, en los cuales se van esbozando ideas para
constituir una nueva sociedad, entre muchas otras expresiones. Desde
nuestra perspectiva, en el conjunto de luchas que confluyen en la revuelta popular, Chile está pariendo dignidad, tal vez estamos viviendo los
primeros dolores, las primeras contracciones, aún no sabemos de dilataciones, pero el trabajo de parto está dando algunas señales…
IV
La dignidad, entendida en su dimensión práctica, es decir, como lucha
y acción política emancipatoria, instala dos grandes desafíos al tiempo
presente: la preocupación por jalonar procesos radicales de democratización social y la urgencia de reivindicar estratégicamente la soberanía
de los pueblos. Nos detendremos mínimamente en cada uno de ellos.
Cuando invocamos la dignidad en clave emancipatoria, nos estamos refiriendo a luchas que permiten avanzar en procesos amplios de
democratización social, lo que refiere a cuestiones materiales, enfrentando
las lógicas destructivas de las relaciones sociales y planetarias propias del
capitalismo y avanzando en la construcción de políticas que bregan por
la justicia y la igualdad; y también a cuestiones formales, construyendo
procesos organizativos y de politización sustentados en el diálogo, el consenso comunitario y contrahegemónico (que no niega u omite disensos),
la deliberación política a partir de lógicas racionales (no impositivas), la
participación simétrica, entre otras. Así entonces, la vinculación entre
dignidad y procesos radicales de democratización contiene una arista
material y una formal, pero lo que nos interesa remarcar es que, ambas
aristas entendidas en clave emancipatoria, implican el desafío de superar —por izquierda— los estrechos y caducos límites de la democracia
liberal representativa.
En el marco de la revuelta popular, la relación entre dignidad y
democratización social se ha expresado con claridad en los intensos
debates, formuladas desde organizaciones políticas, movimientos sociales, asambleas territoriales, en torno al proceso constituyente, y particularmente, alrededor de la demanda por una asamblea constituyente
que sea soberana, democrática, paritaria y plurinacional. A todas luces,
la revuelta iniciada en octubre abrió un proceso constituyente que, al
menos, ha perfilado dos derroteros: uno social, territorial, comunitario,
y otro, institucional. Sin entrar en este complejo eje de debate, pues ello
correría completamente el hilo argumental de este apartado, nos interesa
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enfatizar en que el proceso constituyente inaugurado en octubre, posibilita
avances concretos en procesos de democratización material, por ejemplo,
sentando bases para des-mercantilizar y garantizar derechos sociales;
y en procesos de democratización formal, robusteciendo espacios de
autoeducación y deliberación de asambleas territoriales y cabildos, que
permitan desbordar los escuetos y mezquinos espacios de participación
de la institucionalidad neoliberal.
A lo anterior, nos interesa agregar que la invocación de la dignidad
en la historia reciente de Chile, se encuentra estrechamente vinculada con
las luchas por robustecer la soberanía popular, avanzando en políticas de
recuperación de bienes comunes y recursos estratégicos para la economía
nacional. Por lo mismo, la nacionalización del cobre aprobada en el gobierno
de la Unidad Popular, el 11 de julio de 1971, fue llamado por Salvador
Allende como el “Día de la Dignidad Nacional”. La dignidad asociada
a la soberanía ha implicado avanzar en procesos de nacionalización y/o
estatización de la minería, los recursos hídricos, pesqueros, petrolíferos,
entre otros, los cuales han sido históricamente despojados, saqueados y
privatizados, generalmente, por el capital extranjero y el imperialismo,
pero con la avenencia de las elites dominantes. En este sentido, la lucha
por la dignidad se ha articulado a proyectos con una clara impronta
antiimperialistas y anticolonial. En la actualidad, las reflexiones sobre la
soberanía han sido enriquecidas por los planteamientos de movimientos
campesinos e indígenas que han reivindicado la soberanía alimentaria y
por el poderoso movimiento feminista que ha reivindicado la relevancia
de la soberanía de los cuerpos. En fin, como podemos dimensionar, la
vinculación entre dignidad y soberanía para un proyecto histórico emancipatorio, abre numerosos y complejos desafíos, los cuales deberemos ir
resolviendo en la medida en que avanzamos en la acumulación de poder
y fuerzas revolucionarias.
V
Finalmente, nos interesa sostener que la dignidad se encuentra estrechamente entrelazada con la utopía, es decir, con aquellos anhelos y sueños
que se encuentra más allá de los estrechos márgenes de la sociedad dominante, y en este sentido, la dignidad remite a un horizonte porvenir, el
cual opera como espacio de posibilidades, como criterio de orientación,
como camino por recorrer. La utopía, entendida como futuro posible,
nos remite a deseos y convicciones asociados con la construcción de un
nuevo orden social, a la posibilidad histórica, real y concreta de avanzar
en la construcción de sociedades igualitarias, justas, democráticas, dignas.
Dignidad: eje estratégico para un nuevo proyecto histórico emancipatorio
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En las calles y muros de las ciudades del país, la revuelta popular
ha pintado algunos de estos sentidos anhelos, los cuales con los colores
de la wenüfoye y la wipala han reivindicado la autodeterminaciones de
las naciones y pueblos indígenas, la relevancia de la plurinacionalidad y el
reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas, las posibilidades
de avanzar en una sociedad anti-colonial; con gruesos trazos negros han
exigido una sociedad con memoria, justicia y verdad, una sociedad que
termine con la impunidad de quienes han perpetuado violaciones a los
derechos humanos; con banderas y lienzos verdes, morados y negros, han
denunciado todas las violencias del patriarcado, han abogado por una
sociedad sin privilegios basados en criterios sexo-genéricos, han puesto
hasta en el más recóndito rinconcito del país el grito del ni una menos,
han difundido por el planeta la denuncia a la cultura machista de la violación; con las múltiples tonalidades del mundo futbolero, han cantado
con fuerza exigiendo la renuncia del principal responsable político de
asesinatos, mutilaciones, detenciones, abusos, violaciones y un vasto prontuario, que asemeja su gobierno al de la última dictadura cívico-militar en
el país, expresiones que remiten al fin al ejercicio del poder destituyente
que reside en el pueblo soberano; con colores amarillos se ha apelado
por un sistema de seguridad social que garantice los derechos de la clase
trabajadora; con gamas rojas y negras, las organizaciones de pobladores/as
han abogado por el derecho a la ciudad. En fin, lo que queremos señalar
con todas estas imágenes es que, en las luchas por la dignidad expresadas
en la revuelta, podemos reconocer que laten con intensidad los anhelos
y sueños de las grandes mayorías del país.
Ahora bien, creemos relevante señalar que la construcción de
utopías requiere superar las concepciones ingenuas y pueriles, y para
ello, debemos preocuparnos de desarrollar prácticas y acciones que sean
rigurosas, racionales y factibles, deteniéndose en comprender y actuar en
coherencia con las condiciones materiales, las relaciones de fuerza, los
recursos disponibles, la existencia de elementos técnicos e instrumentales
que permitan concretizar proyectos y programas rebeldes. Planteado en
otros términos, lo que nos interesa sostener es que la construcción de un
proyecto histórico y societal preocupado de la dignidad humana, debe
ser capaz de superar la falsa dicotomía entre utopía y ciencia, poniendo
al servicio de un proyecto emancipatorio, lo más avanzado del desarrollo
científico, tecnológico y técnico de nuestras sociedades.
La dignidad entrelazada con la utopía, debemos rastrearla en los
vericuetos del tiempo histórico: en las luchas pasadas de los/as explotados/
as y oprimidos/as por transformar sus condiciones de vida; en el tiempo
presente a partir de la crítica por superar el estado actual de las cosas
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la revuelta chilena
donde la indignidad es parte de la vida cotidiana, y de la construcción
de experiencias organizativas y de lucha que van anticipando un nuevo
orden social; y, como ya hemos señalado, en el tiempo futuro como criterio de orientación u horizonte de construcción. En suma, la dignidad
y la utopía viven en las luchas de los grupos subalternos, desarrolladas
en diferentes momentos y capas del tiempo histórico, en la búsqueda de
la ruptura del tiempo histórico, en la construcción de crisis, coyunturas
y momentos que permitan emergencia de un nuevo proyecto societal y
la superación de la realidad presente.
Para ir cerrando este conjunto de apuntes, nos interesa solamente
subrayar que todo debate político de carácter estratégico requiere ser dotado
de centralidad por parte de las fuerzas de izquierda y las organizaciones
populares, lo que, a su vez, exige vinculaciones sólidas y concretas con las
luchas del tiempo presente. En esta dirección, el concepto de dignidad
no puede reducirse a una bella consigna de la revuelta popular, sino que,
entendido como núcleo de buen sentido de la cultura subalterna, exige
ser rigurosamente desarrollado en términos ético-políticos, para de esta
manera, insumar en términos concretos a quienes comprometen sus vidas
con la construcción de una nueva sociedad.