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LOS BAÑALES (UNCASTILLO). EL TIEMPO AUSENTE DEL ESPACIO VIGENTE
BAÑOS ROMANOS
Esperanza ORTIZ PALOMAR
«Baño, vino y Venus desgastan el cuerpo,
pero son la verdadera vida.» (Proverbio romano)
U
NA reconstrucción histórica integral sobre el ambiente termal del yacimiento arqueológico de Los Bañales (Uncastillo, Zaragoza) a través de la arquitectura, restos muebles y
referencias extrapolables de los textos romanos, ayudarán a definir con más nitidez el
ambiente y los hallazgos exhumados que permanecen parcialmente inéditos.
EMPLAZAMIENTO
El espacio arqueológico –que conserva, mayoritariamente, el edificio termal y acueducto– se integra en la comarca aragonesa de las Cinco Villas, en el término municipal de Uncastillo (Zaragoza),
aunque está más próximo de Sádaba y Layana. El yacimiento ocupa la Val de Bañales, desde
Sádaba a Puy Foradado.
Debió ser clave en esta zona intensamente romanizada, núcleo centralizador y difusor de la economía de su entorno, a juzgar por la abundancia de villae que constituyen en el Alto Imperio el
foco de producción agrícola básico.
La superficie alterna entre los 400 y 500 metros sobre la cota del nivel del mar. Los cultivos propios del terreno son mayoritariamente cereales.
RESTOS
INMUEBLES
La ciudad, en origen, constaba de un poblado de tipo indígena romanizado en el cerro de «El
Pueyo» y un conjunto monumental, en el llano, con arco honorífico –desaparecido, pero que fue
visto por Labaña en el siglo XVII–, foro, templo, acrópolis –en parte excavada en la roca–, necrópolis, acueducto, baños públicos y otras construcciones, además de calles regulares pavimentadas.
El establecimiento se data en la segunda mitad del siglo I d.C. y su abandono en el siglo III.
El arco honorífico, dibujado por Labaña en 1610, sigue los modelos de época de Augusto.
Posiblemente tuvo columnas corintias en los ángulos externos y columnas jónicas para sujetar la
archivolta interior. Verosímilmente se erigió a la entrada de la ciudad, fechándose seguramente en
la primera mitad del siglo I d.C.
El foro está emplazado a unos cien metros al norte de las termas. Sobre un terreno llano se localizan unas ruinas presididas por dos columnas de orden toscano.
El edificio identificado como un templo se erige a la izquierda de la calzada que sube al Pueyo, a
media ladera. Fue excavado en los años 40 del siglo XX.
Para aprovisionar de agua a la ciudad se construyó una presa, hoy colmatada, y un acueducto del
que se conservan 32 pilastras en pie, repartidas en cuatro tramos, que discurren describiendo una
curva para salvar la depresión de «Los Pilarones». El agua se cogía del río Arba de Luesia, junto a
la población de Malpica, en un lugar llamado «Puente del Diablo». En el monte de Biota, un
dique almacenaba y regulaba la distribución del agua. Varios tramos del acueducto fueron excavados en la roca.
Restos de la necrópolis yacían en la partida de Val de Bañales. En el Museo de Zaragoza se conserva una estela funeraria, en arenisca oscura, con la dedicación: «Lucrecia, hija de Crispino, de
11 años. Lucrecio Crispino, aquí están enterrados.»
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Este destacado enclave parece que estuvo en función del hábitat disperso en forma de villas romanas que había en los alrededores, sirviendo a la oligarquía terrateniente, entre ellos la familia de
los Atilios. Sus baños valieron para la expansión y el confort colectivo, basado en la higiene, uno
de los rasgos principales de la civilización romana, además de facilitar el desarrollo de las funciones comerciales desenvueltas en torno al foro.
CONSTRUCCIONES TERMALES: CARACTERÍSTICAS Y PATRONES
Los baños públicos se conocen en Grecia al menos desde el siglo
V
a.C.
En la Península se reconoce un origen local, indígena, a determinados monumentos adaptados al
servicio de una tradición ancestral en donde destacan los baños de sudor documentados por
Estrabón (III, 3, 6).
No hay un modelo estándar cuya arquitectura se repita invariablemente en las termas. Las excavaciones de Olimpia permiten seguir la evolución de estos establecimientos a lo largo de más de
siete siglos. Al principio, modestos edificios funcionales en los que había una piscina fría, bañeras
de madera con agua caliente, y un baño de vapor, las «termas» acabaron siendo lugares para el
placer. Lo que derivó en que, junto con los anfiteatros, se considerasen las «catedrales del paganismo».
A partir de época helenística, su función no fue solamente la de permitir la limpieza sino el materializar un modo de vida deseable para todos.
La gran novedad, hacia el año 100 a.C. la incluyó Olimpia (y antes aún en Gortys de Arcadia): el
calentamiento del subsuelo e incluso de las paredes. No bastaba con calentar el agua de las bañeras y de una piscina; se proporcionaba al público un espacio cerrado donde hacía calor. En aquella época cuando, fuera cual fuese el frío, apenas se disponía en casa de un brasero y, en invierno,
las gentes se quedaban en casa abrigadas de ropa igual que en la calle, los baños eran el sitio al
que se iba en busca de bienestar.
Las termas de Caracalla (198-217), en Roma, son ejemplo de un espacio «climatizado» mediante
la circulación de aire.
Otro avance lo marca el paso del edificio funcional al palacio de ensueño. Esculturas, mosaicos,
decoración mural y arquitectura suntuosa ofrecen el esplendor de una mansión regia.
Imaginamos cómo eran los baños en Roma a través del cordobés Séneca, quien compara dos épocas y dos tipos de baños públicos (Epistulae Morales ad Lucilium, LXXXVI, 4-13). En una carta a
Lucilio, Séneca le hace una descripción de las termas en tiempos de Escipión el Africano, y de
las contemporáneas. Habían pasado más de dos siglos entre los dos tipos de construcciones.
Viendo los restos exhumados de las termas romanas antiguas, como las de Trajano o Caracalla,
podemos hacernos una idea del lujo que derrochaban en su construcción y decoración. No
podemos decir que Séneca exagerara al referirlas, quien venía a expresar lo siguiente:
«… Llevaba unos días en la finca de Escipión el Africano, el vencedor de los Cartagineses en la
batalla de Zama, que dio fin a la segunda guerra Púnica. Me entretuve en contemplar todo su
esplendor, que te voy a describir. La casa era grande, de piedra de sillería bien escuadrada, y
tenía alrededor hasta un bosque rodeado por una tapia; también, levantadas por todas partes,
se veían torres en todo el entorno delante del muro de la gran casa. Tenía una cisterna excavada por debajo de los edificios y de la zona verde de un tamaño tal que podía bastar para el uso
hasta de un ejército entero.
Me llamó la atención el contraste con el local destinado a los baños. Era pequeño, estrecho,
oscuro, según la costumbre antigua: tenía que ser un local oscuro; si no, a nuestros antepasados no les parecía que era suficientemente caliente.
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Se me ocurrió pensar en la gran diferencia de costumbres que existe entre las nuestras y las
de la época de Escipión. Al compararlas me embargó una gran emoción. Sigue leyendo y comprenderás por qué. Aquél gran general, «horror de Cartago» a quien Roma debe el que sólo
se la haya conquistado una vez, lavaba su cuerpo cansado de las labores del campo en este
cuchitril. Pues ya sabes que se dedicaba a la agricultura, y él mismo labraba la tierra como fue
la costumbre de nuestros antepasados. Aquél personaje estuvo bajo este techo tan sucio, este
pavimento tan vil lo soportó: sin embargo ahora, ¿quién es capaz de aguantar lavarse en un
sitio así?
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A la gente las termas les parecen pobres y destartaladas si no brillan sus paredes con grandes
y espléndidos espejos; pretenden que las paredes estén decoradas con mármoles de
Alejandría y que tengan incrustaciones de piedras de Numidia; por todas partes ha de aparecer un trabajado y variado entretejido de barnices a modo de pintura; toda la cámara ha de
estar recubierta de vidrio; nuestras piscinas tienen que tener una rica decoración en toda su
extensión con piedras preciosas de Thasio. Ya sabes que son unas piedras muy costosas y muy
raras de ver. Tal vez en algún templo. Y eso en unos lugares, como las piscinas, en las que dejamos todos los malos humores de nuestro cuerpo después de haber sudado mucho. Otro de
los caprichos en la decoración es el que el agua se derrame encima de la gente desde jarrones de plata.
Hasta ahora no he hablado más que de las instalaciones de los plebeyos: ¿qué podré decir
cuando tenga que comparar aquellos baños con los de los libertos? ¡Cuántas estatuas, cuántas
columnas que no sostienen nada, sino que están puestas sólo como decoración, sólo para que
la gente sepa lo ricos que son! ¡Cuánta agua cae ruidosamente como en cascada de escalón
en escalón! Nos estamos acostumbrando a una serie de lujos y derroches y ya no nos conformamos con cualquier cosa. Necesitamos el estímulo de las piedras preciosas.
En este baño de Escipión apenas hay huecos en las paredes. Sólo unas pequeñas ventanas que
están recortadas en el muro de piedra de manera que admiten la luz sin ningún problema ni
protección. Los baños actuales tienen que tener grandes ventanales por los que pueda entrar
la luz del sol durante todo el día; de esa forma, la gente hará dos cosas al mismo tiempo:
bañarse y broncearse. También se podrán dedicar a otros placeres, como son el admirar el paisaje. Desde el sitio donde estén sentados, verán a la vez los campos y el mar. Según la gente,
si no cumplen estos requisitos, son baños más propios de cucarachas que de personas.
Así todas aquellas construcciones que en el momento de su inauguración recibieron todos los
plácemes y gran concurrencia de gente, ahora dan vergüenza, y se las ha llegado a catalogar
como impropias de la modernidad; todos las rechazan como antiguallas cuando se inventan
algún nuevo lugar adonde dirigirse para llenarse de placeres.
Antiguamente los baños públicos eran pocos y no tenían ninguna decoración: ¿por qué
habría de decorarse un lugar en el que apenas costaba un real la entrada y que se dedicaba al
uso necesario y no a la diversión? No se derramaba el agua por debajo ni corría siempre renovada como si saliera de una fuente caliente, ni creían que tenían que preocuparse por la transparencia de un agua que iban a ensuciar.
Pero, oh dioses, ¿cuánto ayudaría entrar en aquellos baños oscuros, decorados con estucos
vulgares, si supieras que te había calentado el agua con su propia mano Catón, o Fabio
Máximo, o alguno de los Cornelios cuando eran ediles? Pues estos nobilísimos ediles cumplían con su obligación de entrar en estos lugares que acogían al pueblo, y exigían limpieza
y una temperatura del agua y del ambiente útil y saludable, no como la de ahora que es semejante a un incendio, de tal forma que parece la más apropiada para lavar vivo a un esclavo
convicto de algún delito. Me parece que ya no se ve la diferencia entre un baño ardiente o
caliente.
Ahora algunos achacan a Escipión que era un aldeano porque no había admitido en su habitación de agua caliente anchos espejos, porque no se cocía a la luz del día y esperaba que en
el baño terminaría de hacer la digestión. ¡Oh hombre dañino y funesto! Él supo vivir. No se
lavaba con agua colada, sino que a veces estaba turbia, e incluso casi fangosa si es que había
llovido mucho. No le importaba demasiado con tal de que sirviera para lavarse, porque venía
a los baños a limpiarse el sudor, no a perfumarse.
¿Cuáles crees que han de ser las voces que se han de levantar ahora? Hay algunos que dicen:
«No envidio a Escipión, porque si se lavaba así, es como si viviera en el destierro»? Pues qué
será si sabes que además, no se bañaban todos los días: según lo que nos han legado las antiguas costumbres de la ciudad, cada día se lavaban los brazos y las piernas, que se habían manchado y habían cogido mucha suciedad en el trabajo del campo; el baño completo lo hacían
los días de mercado. Después de haber oído esto a alguien se le ocurrirá decir: «Me parece
que eran unos guarros». Pero, ¿a qué piensas que olían? Su olor era el propio de los soldados,
de los trabajos del campo, de los hombres. Después de que se han conseguido unos baños limpios y espléndidos, la gente es más sucia…
Horacio Flaco tenía que describir a una persona desvergonzada y conocida en toda Roma por
dedicarse demasiado a los placeres. ¿Qué dice de él? «Pastillus Bucillus está perfumado». Sin
embargo, ahora dirías de Bucillus: ciertamente, su olor es como el de un macho cabrío.
Estaría en este momento en el lugar que ocupa Gargonio en el verso de Horacio, pues comparaba con Bucillus, diciendo de él que olía a macho cabrío. Para que te dure el perfume a
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lo largo de todo el día y no se desvanezca de tu cuerpo, tendrás que estar dándotelo continuamente; si no, es inútil que te lo des. ¿Qué me dices de los que se vanaglorian de este olor,
como si fuera el suyo propio?»
LOS BAÑALES
Desde un punto de vista más técnico corresponderían al «angular row type» o tipo de corredor
angular, según la clasificación de Krencker. Es un patrón hallado en todas las provincias, pero aparentemente característico de Mauretania Tingitana. En Hispania estos baños son antiguos. El modelo arquitectónico de Los Bañales, de recorrido lineal-angular, resulta mayoritario para estos edificios. Se distingue porque las plantas son de tendencia cuadrada y la circulación en su interior describe giros de 90°, adaptándose mejor a la topografía urbana, y permitiendo, su planta sencilla,
que se inserten perfectamente dentro de una insula. En los edificios termales públicos hispanos
predominan los esquemas lineales. Independientemente de sus variantes, todos se caracterizan
por desarrollar una circulación interior retrógrada, es decir que implica un recorrido de ida y
vuelta. Es el proyecto más sencillo, fácil de ejecutar, barato, práctico y funcional; además de ser el
que requiere menor superficie y se adapta mejor a la trama urbana.
De Los Bañales se resalta la existencia de hornacinas en el apodyterium y en el tepidarium. Los otros
baños de este periodo antiguo no están suficientemente bien preservados como para saber si tenían hornacinas en las habitaciones calientes o frías. Es interesante que estos nichos en las habitaciones calientes se conservaran en los baños provinciales incluso después de que hubieran sido
abandonados en Italia, donde a menudo fueron cerrados con ladrillos cuando se instaló el entubado, y con la introducción del sistema de hipocausto no tuvieron utilidad práctica.
Los romanos fueron ejemplares en el sistema de baños, del aprovisionamiento del agua y de las
canalizaciones. La ingeniería y arquitectura aplicadas en beneficio de las instalaciones se aprovecharon conjuntamente con los servicios ofertados, dando lugar a centros de encuentro e intercambio de relaciones y actividades culturales, de ocio y deportivas con el agua como eje directriz.
Las tuberías conectadas a las letrinas se limpiaban con agua que, normalmente, procedía de la
casa de baño. En Los Bañales, el acueducto trae el agua del río Arba de Luesia, atravesando los
términos de Malpica y Biota. La estructura de las columnas es de bloques de arenisca superpuestos y encajados en piedra. Las lajas superiores tienen un orificio que las atraviesa y en la parte superior un canal por donde correría el specus, probablemente de madera para salvar el recorrido
entre los apoyos del acueducto y quizás asegurado mediante las perforaciones mencionadas.
El uso del vapor requería de una cámara (laconicum) cubierta con una cúpula provista de un óculo
regulable de modo que el vapor pudiera ser controlado y no desperdiciado según las instrucciones
dadas por Vitrubio:
«La sala de baños de vapor y la sala para sudar –saunas– quedarán contiguas a la sala de baño
de agua templada; su anchura será igual que su altura hasta el borde inferior, donde descansa la bóveda. En medio de la bóveda, en su parte central, déjese una abertura de luz, de la que
colgará un escudo de bronce, mediante unas cadenas; al subirlo o al bajarlo se irá ajustando
la temperatura de la sala de baños de vapor. Conviene que la sala de baños de vapor sea circular con el fin de que, desde el centro, se difunda por igual la fuerza de las llamas y la del
vapor, por toda la rotonda de la sala circular.» (Vitrubio, Los diez libros de Arquitectura, X).
En las termas aragonesas de Labitolosa (La Puebla de Castro, Huesca), Tarraca (Los Bañales,
Uncastillo, Zaragoza) y Leonica (La Loma, Fuentes Claras, Teruel) situamos claraboyas (oculus
lumen) de vidrio que dejaban atravesar los rayos del sol y ventanas ortogonales de vidrio.
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RECORRIENDO
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EL EDIFICIO TERMAL
Termas de Los Bañales en su zona excavada
Los pasos de los clientes por las salas les llevarían a:
1. Entrada desde el
exterior, a través de
un pórtico de tres
arcos, hasta un vestíbulo a cielo abierto.
2. Descenso mediante
tres escalones a una
sala que, como la
anterior, estaba provista de bancos,
donde podían esperar los servidores y
esclavos.
Estaba
decorada con pintura mural de colores
vivos, en rojo, amarillo y verde.
3. Este espacio de
transición comunica con el apodyterium. Se conser va
la cubierta abovedada.
4. Apodyterium con loculi (hornacinas) para
la disposición de
ropas, seguramente
con bancos adosados a las paredes y
con posibilidad de
que esta sala sirviera además como lugar de contratación, espera y conversación. Es la
estancia mejor conservada, tiene las cuatro paredes hasta el arranque de la cubierta; ha
sido cubierta para su conservación.
5. Por este corredor, comunicado por un arco de medio punto, se podía llegar directamente a los espacios 6 y 7, destinados a la práctica de ejercicios físicos.
6 y 7. Gimnasios.
8. Del apodyterium se podía pasar directamente a una sala que pudo tener el papel de elaeothesium o destrictorium destinada a las unctiones o tractaciones, masajes con aceites aromatizados o para las depilaciones.
9. Tepidarium (baños templados). Entre el espacio 8 y 9 debía de existir una comunicación
mediante una escalera para subir hasta un suelo a una elevación de 1,20 metros sobre el
actual (suspensura).
10. Frigidarium (piscina de agua fría). La profundidad de 1,20 metros indica que no fue utilizada para nadar sino para abluciones. El suelo y las paredes están recubiertas con cemento hidráulico, tiene una grada de descenso y un desagüe al exterior por un tubo de plomo
(fue extraído y se conserva en el Museo de Zaragoza).
11. Caldarium (baños calientes).
12. Laconicum o concamerata sudatio, para la transpiración.
Exteriores al edificio había conductos para agua (13) con orificios de entrada por tubuli a las
estancias 3 y 4: un canal de desagüe (14) corre a lo largo de los muros de las estancias 4 y 9 y debía
de recoger las aguas residuales.
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Las últimas excavaciones han puesto al descubierto nuevas estancias pendientes de estudio para
determinar su función.
EMPLEADOS Y PERSONAS QUE PRESTABAN SERVICIOS
Entre el personal con cierta especialización se encontraba la figura del curator o conductor que sería
como el gestor de la terma, el indicador de los tratamientos, asistido por el balneator, jefe responsable del baño, y el fornacator que controlaría la temperatura de los hornos para el calentamiento
del agua. Había tractatores para los masajes corporales, alipili para la depilación, unctores para aplicar aceites y perfumes, destrictarii que lavarían y frotarían a los clientes, exercitatores de la palestra o
«entrenadores», etcétera, e incluso medici asistiendo a accidentados o enfermos. El capsarius custodiaba las ropas en el interior de las termas, al precio de dos denarios (según el Edicto de
Diocleciano). En el entorno había prostíbulos que ofrecían servicios aprovechando la confluencia de gente durante este momento de descanso.
VIDA EN LAS TERMAS
Higiene, hidroterapia, belleza, placer, ocio, ejercicio, espectáculo ..., Exceso
Si las piedras de estos baños nos contaran de qué fueron testigo sin duda nos hablarían de: horas
de higiene, momentos de placer, tiempos de ocio, entrenamientos con ejercicios físicos, ocasiones
de espectáculo, escenas de intrigas, encuentros y desencuentros..., oportunidades de excesos.
Capaces de albergar en torno a sesenta personas, de ambos sexos, a juzgar por las agujas de hueso
para recoger el pelo perdidas por el elaeotesium. Estuvieron al servicio de decuriones –oligarquía
triguera, esclavos, plebs–; todos vivirían en las villae, excepto los últimos que lo harían en la urbe
(población de clase económica media, integrada por comerciantes, artesanos que desarrollarían
su labor en función del foro, funcionarios relacionados con el aprovisionamiento militar de trigo,
personal de servicios, etcétera).
El hedonismo se sublimaba en los baños públicos, verdaderos institutos de belleza, cuidado del
cuerpo y de la mente; allí el agua y el aceite fueron condenados a entenderse.
El baño no era una práctica estrictamente higiénica sino un placer complejo. Nadie se baña en el
mismo río pero todos se bañaban en las mismas termas. Por supuesto la cosmética, la higiene, el
culto al cuerpo, el ocio y el poder que ejercía la belleza y el lujo fueron conocidos y cultivados
especialmente en las termas.
El ambiente en estas instalaciones proporcionaba tal variedad de ruidos que imposibilitaban un
mínimo de tranquilidad para concentrarse en el estudio: el salpicar del agua cuando alguien saltaba a la piscina, los ruidos de los masajistas, los jugadores de pelota, los vendedores de baratijas
o de comida gritando sus mercancías. Marcial se quejaba de las voces que daba un maestro que
vivía en el bajo de su vivienda y no le dejaba dormir por las noches. Séneca en otra carta a Lucilio
se lamentaba del ruido producido en unas termas, encima de las que vivía, describía el vocerío y
la algarabía que hería sus oídos (Séneca, Epistulae Morales ad Lucilium, LVI, 1-3):
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«… ¡Que me muera, si es que el silencio es tan necesario, como parece, para el que se dedica al estudio! ¡Tengo tantos ruidos a mi alrededor! Es que vivo encima mismo de unas termas.
Imagínate todo tipo de voces que pueden llevar a los oídos y a la mente a la exasperación: el
ruido que meten los forzudos cuando entrenan y arrojan sus pesas de plomo de las manos al
suelo; cuando se fatigan, o hacen que se fatigan, oigo sus gemidos; todas las veces que dejan
salir con estrépito el aire retenido en sus pulmones, oigo todos sus silbidos y sus respiraciones. También hay personas que sólo quieren la unción plebeya, y dirás que eso no mete ruido.
Pues te equivocas, porque oigo el chasquido de la mano al golpear sobre los hombros, y noto,
por la diferencia de sonido, cuándo el masajista da los golpes con la mano plana o ahuecada.
Pero si el que viene es un jugador de pelota y se pone a contar cómo hizo sus tantos, se acabó.
Añade a todos estos ruidos el del que busca jaleo, el del ladrón que es cogido con las manos
en la masa, el del que encuentra su voz agradable al bañarse y canta a voz en grito. Añade también los ruidos de los que se tiran a la piscina de un salto, con el consiguiente estrépito del
agua que se sale con el golpe. Además la algarabía de la gente cuyas voces, por lo menos, son
normales. Pero piensa en el débil depilador y su voz estridente para hacerse notar, que habla
continuamente y que no calla en ningún momento, a no ser mientras depila a algún otro las
axilas y entonces el que grita por él es el otro. También oirías las diferentes exclamaciones del
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vendedor de bebidas, del salchichero, del vendedor de golosinas y a todos los vendedores de
cosas de comer que pregonan su mercancía cada uno con su propia y adecuada manera.
¡“Oh, tú”, dirás, “hombre de hierro o sordo, a quien no hacen mella en su espíritu tantos griteríos tan diferentes y tan estridentes, y sin embargo a Crysipo, nuestro amigo, el simple saludo diario le conduce a la muerte”! Pero, por Hércules, yo oigo todo este lamento no de otra
manera que como quien oye llover o el oleaje del mar, aunque he oído a ciertas personas que
ésta ha sido suficiente causa para mudarse de ciudad: el no poder soportar un estrépito semejante al de las cataratas del Nilo…»
Si pensamos que las termas ofrecían esparcimiento y diversión, no tiene que extrañarnos que resultaran unos sitios ruidosos. Asistían a ellos todo tipo de personas, y se desarrollaban multitud de actividades. Como había mucha gente en ellos, los comerciantes y vendedores ambulantes esperaban
sacar unos cuartos vendiendo su mercancía. Todo ello hacía que el lugar fuera ruidoso de verdad.
En una vida como aquella de playa estival artificial –fueron populares mosaicos con motivos marinos, muy efectistas bajo el agua agitada– el mayor disfrute seguía siendo el de sumergirse en la
multitud, gritar, encontrarse con unos y con otros, escuchar conversaciones, intervenir en hechos
pintorescos que se convertían en anécdota y ser espectáculo de todos.
«Bañarse, jugar, no hacer nada, ¡eso es vida!» reza un grafito, datado en época de Trajano, del foro
de Timgad (Argelia). Pensamiento robado de la mano de alguien a quien le gustaba la vida ociosa pero que, generosamente, no reparó en el esfuerzo de escribir tal reivindicación o exaltación
de júbilo. Testimonio popular que podría resumir el interés para una mayoría de la sociedad
romana por los baños.
ACCESO
Los baños eran de pago, al menos en Roma, pero el precio de entrada seguía siendo módico.
Hombres libres, esclavos, mujeres y niños, todo el mundo tenía acceso a ellos, incluidos los extranjeros. El precio de los establecimientos públicos no era rígido.
Por regla general, los dos sexos se hallaban separados, ya fuera a través de instalaciones u horarios
independientes.
En invierno el horario para los hombres podía ser de VII a XII y para las mujeres de V a VII. En
verano a partir de las VII para los hombres y de IV a VII para las mujeres.
Horario diurno equivalente:
Solsticio de invierno
Solsticio de verano
Hora quarta (IV) ................................................................................
9,46 a 10,31
8,13 a 9,29
Hora quinta (V)..................................................................................
10,31 a 11,15
9,29 a 10,44
Hora sexta (VI)...................................................................................
11,15 a 12
10,44 a 12
Hora séptima (VII).............................................................................
12 a 12,44
12 a 13,15
Hora octava (VIII)..............................................................................
12,44 a 13,29
13,15 a 14,31
Hora nona (IX) ..................................................................................
13,29 a 14,13
14,31 a 15,46
Hora décima (X)................................................................................
14,13 a 14,58
15,46 a 17,20
Hora undécima (XI) ..........................................................................
14,58 a 15,42
17,20 a 18,17
Hora duodécima (XII) ......................................................................
15,40 a 16,27
18,17 a 19,33
El gong (discus) que anunciaba la apertura de los baños públicos cada día era, dice Cicerón, más
grato de escuchar que la voz de los filósofos de su escuela.
Otras referencias indican que la señal de apertura y cierre se hacía al sonido de una campanilla.
«Campanilla.
Devuelve la pelota. Retiñe la campana de los baños. ¿Sigues jugando? Quieres marchar a casa
bañado únicamente en el agua virgen.» (Marcial, Epigramas, XIV, 163).
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Los horarios variaron durante el Imperio. Juvenal atestigua la frecuencia de baños públicos a la
hora V (Juvenal, Saturae XI, 204-6). Al menos en época de Adriano (117-138), en Roma se abrían
a la VIII hora hasta la caída del sol.
«¿Cuándo tengo tiempo para escribir?
…Después de la hora décima, ya cansado, me voy a los baños y a pedir mis cien cuadrantes…»
(Marcial, Epigramas, X, 70).
Con Adriano el acceso a los baños era regulado por una ordenanza imperial. En el siglo precedente tal permiso no se concedía antes de la IX. Para Marcial la mejor hora para el baño era la VIII:
«Menú del convite de Marcial.
La turba de sus sacerdotes anuncia a la ternera egipcia y la hora octava, y se retira una cohorte armada de dardos y otra la substituye. Esta hora templa las termas, la anterior exhala vapores demasiado ardorosos, y en la hora sexta es excesivo el calor en las termas de Nerón…»
(Marcial, Epigramas, X, 48).
«BALNEA» Y «THERMAE»
Se dividían en públicos y privados; en higiénicos (termae) y terapéuticos (balneae). El yacimiento
de Los Bañales prestaría un servicio público en el ámbito de lo higiénico.
Los vocablos balnea y thermae vienen siendo usados como términos genéricos para aludir indistintamente a los «baños», dejando que sus contextos revelen exactamente las especificidades en cada
caso. La falta de consenso y la consideración de múltiples criterios en su definición, o las apreciaciones semánticas y etimológicas, siendo de gran interés, nos desvían de esta exposición. Mientras
se define la terminología, podemos distinguir entre baños terapéuticos-medicinales y baños higiénicos, públicos y privados (urbanos y rurales). En ambos casos existe un beneficio común que
tenía como objetivo el cuidado del cuerpo. En los últimos primaría, generalmente o de forma
exclusiva, la aplicación del agua como parte de un tratamiento o terapia beneficiosa para algún
desorden orgánico. También podrían llamarse balnearios, a pesar de que en un principio el nombre englobaba todo edificio dedicado a baños (balneus era un edificio de baños a escala pequeña,
mientras que el nombre therma se utilizaba para instalaciones grandes). La razón de ser de los balnearios romanos se aproximaría a la de los actuales: curar mediante la aplicación del agua termal
medicinal. Por tanto, la distribución del espacio en unos baños medicinales está condicionada por
las diferentes prácticas terapéuticas que se desarrollaban en ellos.
SALUD Y ENFERMEDAD – TERAPÉUTICA Y CONTAGIO, CONTRAPRESTACIONES DE LOS BAÑOS
EN EL MUNDO ANTIGUO
Una interrelación de factores y prestaciones convertían en «centros de salud» a los baños.
Citaremos algunas de las más evidentes:
– Relajación.
– Hidroterapia con gradación de temperaturas del agua (sauna, piscina caliente, templada
y fría) y diferentes clases de baño (piscinas de distintas capacidades, bañeras, fuentes,
etcétera; para inmersión, aspersión, natación, asiento, abluciones, etcétera).
– Higiene.
– Cuidados del cuerpo asociados: masajes, aromaterapia, helioterapia, depilación, exfoliación, etcétera.
– Ejercicio físico.
– Ocio
– Consultas médicas en instalaciones anexas a los edificios termales.
La limpieza, belleza corporal, relajación de cuerpo y espíritu, eran facetas de un mismo ideal:
«Mens sana in corpore sano». Desde tiempos de Augusto la medicina romana consideraba el agua y
el baño como terapia para el bienestar, pieza importante en beneficio de la salud pública, para el
equilibrio entre mente y cuerpo, así como para la curación de algunas enfermedades.
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La literatura médica de la época y diversas fuentes escritas son precisas en la información sobre
indicaciones, propiedades, etcétera de los baños.
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En el caso de los baños terapéuticos-medicinales las virtudes salutíferas se basaban en las propiedades termales y mineromedicinales de aguas específicas y además por una gran dosis de sugestión y efecto placebo que desprendían las prácticas de culto asociadas a ellos.
Los baños higiénicos también contaban con un reconocido componente saludable. Los tratamientos se clasificaban fundamentalmente en inmersión, contacto mediante aplicaciones o abluciones, exposición al vapor e ingestión de agua.
Una interferencia de causas determinó su evolución y devenir. Entre las contrapartidas negativas
se considera la transmisión de enfermedades contagiosas y el cultivo en un medio húmedo y cálido de patologías diversas; sin olvidar los accidentes que ocurren normalmente ligados al agua. Los
prostíbulos acampaban en las inmediaciones, a la vista de clientes potenciales.
«No quieres aguas contaminadas.
No quieres que nadie se lave antes que tú en la pila del agua caliente, Cotilo, ¿cuál es el motivo,
sino que no quieres calentarte en un agua llena de poluciones? Pero aunque seas el primero en
entrar, tienes que meter el bajo vientre antes que la cabeza.» (Marcial, Epigramas, II, 70).
En otra línea, los balnea, verdaderos centros de peregrinación de enfermos y acompañantes, harían
peligrar las garantías de salubridad por razones de otra naturaleza. Sin embargo, el uso de agua
corriente que rebasaba los depósitos garantizaba de alguna manera la asepsia. El contagio de
muchas enfermedades a través de ellos hizo que proliferara el número de establecimientos privados y que el uso de baños públicos sufriera una regresión a partir de la segunda mitad del siglo IV,
llegando en bastantes casos al abandono y casi desaparición de muchas de estas instalaciones. A
propósito de su detractores, Seleuco, uno de los personajes del Satiricón comenta:
«Yo me baño a diario, pues el baño consume como el batán; el agua tiene dientes y nuestro
corazón se disuelve un poco cada día bajo sus efectos.» (Petronio, Satir., 42).
Los motivos profilácticos junto con las dificultades en su manejo, al requerirse grandes cantidades
de combustible y agua, así como un continuo mantenimiento, fueron realmente las causas prácticas de su declive. El buen funcionamiento de estos servicios presuponía una ciudad con una considerable actividad y una sociedad próspera. El gradual deterioro de la vida urbana se manifestó
rápidamente en los baños, lo que se observa antes en Occidente que en Oriente. La ciudad que
descuidaba sus baños públicos es que tenía problemas reales con su economía.
Causas adicionales serían los cambios en las costumbres y una reafirmación de la privacidad, que
como se apunta anteriormente, incitó a un distanciamiento social y una preferencia por los baños
privados o de uso restringido.
El comentado, por algunos autores, predicamento de la castidad y decencia parece que pudieron
contribuir a la ausencia casi total de referencias escritas y por supuesto de obras monográficas que
trataran de baños y termas, desde la Antigüedad tardía hasta prácticamente el Renacimiento. Sin
embargo, como en muchos otros casos parece haber ciertas singularidades que no corroboran
una prohibición de los baños por parte de los Padres de la Iglesia. El ascetismo tampoco influyó
en la actitud general.
RESULTADOS
DE LAS INVESTIGACIONES
HASTA EL PRESENTE
La noticia más antigua se remonta a 1610 y la dio el cosmógrafo Juan Bautista Labaña durante un
viaje por el Reino de Aragón al describir las ruinas que él identificó con la ciudad de Clarina.
En los años 1942-1943 y 1946-1947 se realizaron las primeras excavaciones arqueológicas por José
Galiay Sarañana.
Entre 1972-1978, Antonio Beltrán Martínez retomó los trabajos de exhumación del yacimiento.
Las últimas intervenciones arqueológicas se han llevado a cabo entre los años 1997 y 2002.
Son varios los estudios que se han generado en torno a Los Bañales. Los aspectos hidráulicos y
arquitectónicos fueron abordados por Antonio Beltrán Martínez. El planteamiento urbano por
Francisco Beltrán Lloris. Algunos materiales muebles han sido objeto de estudios independientes.
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Los vidrios y entre éstos, con atención especial los utilizados para cubrir vanos, por Esperanza
Ortiz Palomar y Juan Á. Paz Peralta.
Recientes investigaciones han identificado los restos de Val de Bañales con la civitas de Tarraca o
Terracha, citada por Plinio y Ptolomeo en el itinerario de la vía que unía Caesar Augusta (Zaragoza)
con Pompaelo (Pamplona) pasando por Segia (Ejea de los Caballeros).
Múltiples publicaciones recogen referencias al yacimiento. Los datos publicados son óptimos
aunque no concluyentes, por todo lo que queda pendiente de ser estudiado.
El material arqueológico mueble se encuentra depositado en el Museo de Zaragoza formando
parte de sus fondos. Gracias a la actividad protagonizada a comienzos de los años 40 y posteriormente a las sistemáticas excavaciones arqueológicas, producto de una minuciosa labor de campo,
dirigidas por Antonio Beltrán Martínez, en la década de los años 70, podemos disponer actualmente de los mencionados vestigios.
EN EL FUTURO
Las investigaciones esperan retomarse nuevamente con una mayor disponibilidad de medios y
avances en los conocimientos desarrollados en el campo de la arqueología. Nuestro objetivo es dar
lectura a las piezas arqueológicas para completar, aclarar o matizar el panorama histórico que presenció este lugar. Una revisión de carácter científico puede ayudar indirectamente a revalorizar el
valor monumental e interés estimado para el mismo.
El yacimiento tiene la suficiente entidad arqueológico-histórica no sólo en lo concerniente a la
Comarca de las Cinco Villas sino en lo que respecta a la romanización de un espacio geográfico
más amplio. La revisión arqueológica de los materiales es clave para desentrañar la historia de las
Cinco Villas en un monumento tan emblemático de la comarca, herencia del mundo romano.
2. Encastrado en el muro. Termas femeninas. Herculano (Italia)
3. Ventana completa. Pecio de Embiez (Francia)
1. Ubicación en estancia termal. Pompeya (Italia)
Vidrio romano de ventana circular. 1, 2 y 3:
modelos para la comprensión del vidrio circular,
n.º 4, de Los Bañales (Uncastillo), recuperado en el
ambiente 12, identificado como el laconicum o
concamerata sudatio, para la transpiración.
Diámetro: 45 cm. Museo de Zaragoza.
4. Restos de ventana. Los Bañales, Uncastillo
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