Behavioral Psychology / Psicología Conductual, Vol. 19, Nº 1, 2011, pp. 223-236
ANSIEDAD SOCIAL Y ABUSO PSICOLÓGICO
1
Luis Joaquín García-López1, María Jesús Irurtia2,
Vicente E. Caballo3 y María del Mar Díaz-Castela1
Universidad de Jaén; 2Universidad de Valladolid; 3Universidad de Granada
1
Resumen
El abuso psicológico es una de las problemáticas que se encuentran desafortunadamente en vigencia y cuyas consecuencias negativas son nefastas para el
individuo en particular y la sociedad en general. Aunque existe una considerable
cantidad de información e investigación sobre este tema, aún se desconocen factores de riesgo a nivel de psicopatología. Como se ha observado en los artículos
que preceden a éste, existen algunos indicios acerca del papel que puede estar
jugando algunos trastornos de ansiedad y, más concretamente, el trastorno de
ansiedad social, en el origen, desarrollo y mantenimiento del abuso. Como resultado, en este trabajo revisaremos aquellos estudios que han mostrado la relación
entre presencia de ansiedad social y abuso sexual, abuso en la pareja, abuso escolar (bullying) y acoso laboral (mobbing), siguiendo, asimismo, el orden de los trabajos presentados en este monográfico. En general, los datos señalan que existe
un cuerpo de evidencia que señala una fuerte correlación positiva entre ansiedad
social y vulnerabilidad frente al abuso psicológico, en concreto con el abuso escolar y el acoso laboral.
PALABRAS CLAVE: Abuso, ansiedad social, abuso escolar, acoso laboral, pareja.
Abstract
Psychological abuse is receiving increased attention focusing on its severe
effects for the individual and for society as a whole. Despite the considerable
amount of research, there is a lack of information on the role that psychopathology
may play in the etiology, development and maintenance of the abuse. As can be
seen in other papers in this special issue, there is scattered information regarding
the potential role of anxiety disorders, and particularly the social anxiety disorder.
To fill this gap, this paper reviews the state-of-art including studies examining or
including the relationship between social anxiety and topics such as sexual abuse,
La elaboración de este artículo ha sido posible gracias a las ayudas del Ministerio de Ciencia e
Innovación de España (Proyectos PSI2009-13506 y PSI2009-12448).
Correspondencia: Luis Joaquín García-López, Universidad de Jaén, Campus de Las Lagunillas, 23071
Jaén (España). E-mail: ljgarlo@cop.es.
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GARCÍA-LÓPEZ, IRURTIA, CABALLO Y DÍAZ-CASTELA
couple abuse, bullying and mobbing, also covered in this special issue. Overall,
findings indicate a strong correlation between social anxiety and vulnerability to
psychological abuse, particularly to bullying and mobbing.
KEY WORDS: Abuse, social anxiety, bullying, mobbing, couple.
Introducción
Este artículo pretende cubrir el conocimiento sobre la relación existente entre
ansiedad social y diversos aspectos del abuso psicológico. El problema de la violencia interpersonal, aun cuando hay más información, continúa estando presente, aconteciendo en los diferentes contextos interpersonales y adaptándose
a las nuevas formas de relación. Su manifestación en los centros educativos y
laborales preocupa a los expertos y son causa de alarma en la sociedad. Somos
conscientes de que se trata de un problema que crece progresivamente y en
el que son imprescindibles estudios en profundidad, que analicen los distintos
factores y las múltiples causas que lo favorecen y mantienen. Se trata, no sólo
de poder actuar en los casos de violencia, sino de garantizar, por un lado, que
los centros escolares sean lugares adecuados para el aprendizaje y desarrollo de
la convivencia y, por otro, que los espacios laborales lo sean para fijar relaciones
interpersonales profesionales y no el asentamiento de conductas de intimidación
y acoso entre iguales.
Las relaciones personales en los diferentes contextos, educativo, laboral y ocio
resultan cruciales para la vida social de las personas, convirtiéndose en una fuerza
básica del desarrollo personal y emocional. Sin embargo, para algunas personas,
bien sean estudiantes o trabajadores, estas relaciones son conflictivas, siendo una
fuente de problemas y el origen de su infelicidad.
Cuando nos referimos al acoso escolar (bullying), acoso laboral (mobbing) y
acoso a través de Internet (ciberbullying), hablamos de una forma de violencia
interpersonal que se ha convertido en la actualidad en un importante problema de
salud pública.
Son múltiples las características de personalidad y factores individuales que
pueden actuar como moderadores de esta relación (Einarsen, 2000). En un estudio realizado por Moreno-Jiménez, Rodríguez-Muñoz, Moreno y Garrosa (2006),
encontraron que la asertividad moderaba la relación entre el antecedente organizacional, inequidad laboral y el acoso psicológico. En un segundo estudio realizado
por los mismos autores con 183 víctimas de acoso, los resultados mostraron que la
ansiedad social y la asertividad moderaban la relación entre el acoso y sus efectos
sobre la salud.
Nos interesa conocer cómo el constructo “conflicto de rol“, bien sea de género,
de vulnerabilidad (personas con ansiedad social, baja auto estima, inseguridad, etc.)
o de autoridad, capacidad, etc. puede mediatizar el uso de la agresión dentro de las
relaciones entre iguales, derivando así en formas de intimidación en los diferentes
contextos.
Ansiedad social y abuso psicológico
225
Ansiedad social y acoso laboral (mobbing)
Aunque existe una escasez de estudios sobre las relaciones entre estos dos constructos, los datos apuntan a la existencia de una relación entre ambas problemáticas. A este respecto, la publicación de trabajos sobre este tema se ha limitado
a estudios llevados a cabo en países escandinavos y en España. A continuación
presentamos dichos estudios, en función del contexto geográfico, y cuando haya
más de un trabajo, se seguirá un orden cronológico, si ello no dificulta la lectura o
la contextualización de la frase.
En primer lugar, y atendiendo a los trabajos llevados a cabo en Escandinavia,
y concretamente en Finlandia, Björkqvist, Österman y Hjelt-Bäck (1994) encontraron que los trabajadores que padecían mobbing informaban presentar puntuaciones elevadas de ansiedad social. En Noruega, Einarsen, Raknes, Matthiesen y
Hellesøy (1994) hallaron que las víctimas de mobbing presentaban alta ansiedad
social, encontrando datos preliminares en el sentido de que esta psicopatología
estaba relacionada con un incremento en la probabilidad de sufrir acoso laboral.
Posteriormente, estos mismos autores constataron que los niveles moderados de
ansiedad social correlacionaban con la ocurrencia de mobbing (Einarsen, Raknes,
Matthiesen y Hellesøy, 1996). Asimismo, hallaron que la ansiedad social moderaba
la relación entre mobbing y la presencia de respuestas psicofisiológicas y quejas
somáticas. Así, las víctimas de mobbing, que además presentaban ansiedad social,
informaban de niveles significativamente más altos de quejas somáticas que aquellas que presentaban niveles bajos de ansiedad social. Siete años más tarde, Zapf y
Einarsen (2003) pusieron de manifiesto que las personas con mobbing tenían tanto
niveles altos de ansiedad social como una baja competencia social. En cuanto al
sentido de esta relación, estos autores apuntan a que las personas con puntuaciones altas en ansiedad social presentan una mayor probabilidad de sufrir mobbing,
siendo además un factor de riesgo como consecuencia de presentar más dificultades para defenderse cuando se hallan en situaciones que implican agresiones físicas
o verbales por parte de otras personas.
En España, Moreno-Jiménez et al. (2006) encontraron que la ansiedad social
correlacionaba positivamente con acoso laboral en una muestra compuesta por latinoamericanos residentes en Madrid. En un segundo estudio publicado en el mismo
artículo por estos autores, pero con una muestra compuesta por personas que habían
sufrido mobbing en 10 comunidades de España, los resultados confirmaron el mismo
resultado: el mobbing estaba relacionado positivamente con ansiedad social. Junto
a esto, los resultados revelaron que la presencia de ansiedad social, además, moderó
la relación tanto entre acoso laboral y disfunción social como entre acoso laboral y
depresión, lo que es consistente con lo hallado por Einarsen et al. (1996).
Ansiedad social y abuso sexual
Los estudios que específicamente han examinado la relación entre abuso sexual
y ansiedad social se han centrado en población estadounidense. Siguiendo un orden
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GARCÍA-LÓPEZ, IRURTIA, CABALLO Y DÍAZ-CASTELA
cronológico, el primero de ellos fue el llevado a cabo por David, Giron y Mellman
(1995), quienes descubrieron que el 63% de los sujetos con trastorno de ansiedad
social informaba haber sufrido una historia de abuso físico o sexual en la infancia.
A final de esa década, Magee (1999) halló que haber sido abusado sexualmente
por un miembro de la familia o haber visualizado agresión verbal entre los padres
tenía un efecto en el inicio de la fobia social. Asimismo, el estudio llevado a cabo
por Davis y Siegel (2000) reveló que haber sufrido abuso sexual podía actuar como
una variable relevante dentro de la historia de aprendizaje del sujeto, pudiendo
ocasionar un sesgo cognitivo al percibir las situaciones de interacción social como
ansiógenas y, por ende, contribuir al desarrollo del trastorno de ansiedad social. En
esta misma línea, Chartier, Walker y Stein (2001) encontraron que aquellos adultos
que en la niñez sufrieron abuso sexual mostraban niveles altos de ansiedad social.
Por otra parte, Feerick y Snow (2005) observaron que las mujeres que habían sido
víctimas de abuso sexual, o relataban haber sufrido un intento de abuso sexual, presentaban puntuaciones más elevadas en ansiedad social frente a las que no había
sufrido abuso (o las que habían sufrido otro tipo de abuso como exhibicionismo
o contactos inapropiados). Cabe destacar la falta de estudios publicados sobre la
posible relación entre abuso sexual en hombres y trastorno de ansiedad social.
Ansiedad social y abuso en la pareja
Se han publicado sólo tres estudios que hayan examinado específicamente esta
relación. A principios de siglo, Storch, Brassard y Masia-Warner (2003), así como
La Greca y Harrison (2005) encontraron una relación entre la presencia de fobia
social en adolescentes y la co-ocurrencia de abuso en la pareja, aunque sin examinar si la fobia social era un factor que jugaba un papel relevante en la presencia de
maltrato en la pareja. En un intento de aclarar esta cuestión, Culotta y Goldsteins
(2008) hallaron que la presencia de ansiedad social no predijo la agresión física ni
el abuso de pareja sino que los sujetos con puntuaciones altas en ansiedad social
mostraban más conductas prosociales en un deseo de conseguir la aceptación de
los demás.
Ansiedad social y acoso escolar (bullying)
El objetivo de este apartado es resumir y dar claridad al estado actual de la
literatura científica sobre estas áreas de estudio. Los trabajos pueden agruparse en
dos categorías atendiendo a la metodología empleada. Para ello, presentaremos
los datos disponibles acerca de los estudios realizados a través de estudios retrospectivos, por una parte, y, por la otra, los estudios que se han llevado a cabo en
tiempo presente, es decir, evaluando si las personas que están sufriendo bullying o
fobia social a la vez muestran una coocurrencia del otro trastorno como comórbido
(sujetos que presentan fobia social y además padecen bullying). Finalmente, se desgranarán aquellos estudios que han examinado la relación entre estas entidades.
Ansiedad social y abuso psicológico
227
No es hasta la década de los 90 cuando empezó a investigarse de forma más
sistemática el papel que el trastorno de ansiedad social, o fobia social, podía estar
jugando en el desarrollo o mantenimiento del acoso escolar. Desde entonces,
aunque diversos estudios que revisaremos han establecido la correlación entre
ambas problemáticas, los datos son poco concluyentes y, en parte, arrojan conclusiones confusas debido a las distintas metodologías (por ejemplo, estudios
retrospectivos vs. información del paciente obtenida en el momento presente).
Tampoco existen datos claros que señalen cuál es el signo de dicha interacción.
Respecto al primer grupo de investigaciones (estudios retrospectivos), diversos
estudios han apuntado a una correlación positiva entre experimentar rechazo por
sus compañeros durante la adolescencia temprana y tener psicopatología referida
a ansiedad social y depresión (Inderbitzen, Walters y Bukowski, 1997; La Greca et
al., 1988; La Greca y Stone, 1993; Vernberg, 1990; Vernberg, Abwender, Ewell
y Beery, 1992). Según otros autores, un aspecto del acoso escolar, como son las
burlas, correlaciona no sólo con la ansiedad social y la depresión, sino también
con la soledad, la baja autoestima o los bajos niveles de aceptación y competencia social (Callaghan y Joseph, 1995; Craig, 1998; Neary y Joseph, 1994; Storch,
Masia-Warner y Brassard, 2003; Storch, Nock, Masia-Warner y Barlas, 2003;
Storch, Zelman, Sweeney, Danner y Dove, 2002; Walter e Inderbitzen, 1998).
En relación con los diferentes tipos de bullying encontrados, planteamos unas
categorizaciones:
Acoso manifiesto
a) Acoso físico: Empujones, patadas, zancadillas, golpes, tirones de pelo, etc.
b) Acoso verbal: Motes, insultos, amenazas, llamadas, mensajes telefónicos o
por Internet ofensivos, lenguaje sexual obsceno, propagación de rumores
falsos, etc.
c) Daños materiales: Romper objetos personales como ropa, libros, fotos, robar
sus pertenencias, etc.
Acoso encubierto
d) Acoso directo: Anónimos, amenazas, acusaciones falsas, gestos agresivos,
despreciativos, humillantes y groseros, llamadas insistentes sin identificación
por teléfono, al timbre, grabaciones personales y exposición de las mismas,
ciberacoso, etc.
e) Acoso indirecto: conspiraciones, provocaciones, confusiones, ironías, dobles
sentidos, estrategias dirigidas a ignorar, excluir, humillar y aislar.
Diversos estudios han puesto de manifiesto la existencia de una correlación positiva entre ansiedad social y acoso escolar encubierto (difundir rumores, exclusión
social) y abierto (abuso físico o verbal) (Juvonen, Graham y Schuster, 2003; La Greca
y Harrison, 2005; Storch y Masia-Warner, 2004), así como entre acoso manifiesto
y relacional con depresión, ansiedad social y soledad (Craig, 1998; Crick y Bigbee,
1998; Crick y Grotpeter, 1996; Storch y Masia, 2001; Storch, Masia-Warner, Crisp
228
GARCÍA-LÓPEZ, IRURTIA, CABALLO Y DÍAZ-CASTELA
y Klein, 2005). Seguidamente, se revisan los estudios en adultos a los que se les ha
pedido que retrospectivamente informen de si habían sufrido acoso escolar.
El primer estudio fue el realizado por Olweus (1993b), quien llevó a cabo un
seguimiento de 17 personas adultas que en la adolescencia sufrieron bullying, el
cual reveló que había diferencias con respecto a personas que no lo habían sufrido.
Así, estas personas manifestaban ansiedad social así como otros problemas que
estos autores conceptualizan como agresión/asertividad, agresión/inhibición, y rasgos de personalidad como neuroticismo. Ya en la primera década de este siglo,
McCabe et al. (2000) quisieron comprobar si haber sufrido acoso escolar o burlas
en la niñez estaba relacionado con presentar ansiedad social en la edad adulta.
Para ello, preguntaron a clientes con trastorno de ansiedad social si en su infancia
habían sufrido bullying. Los resultados revelaron que el 85% de los adultos con
dicho trastorno respondieron afirmativamente. Con el fin de indagar si el recuerdo
de haber sufrido acoso escolar en la infancia era algo específico del trastorno de
ansiedad social o bien común a los trastornos de ansiedad, McCabe et al. (2003)
llevaron a cabo un estudio en el que examinó si los pacientes adultos con fobia
social, trastorno de pánico o trastorno obsesivo-compulsivo tenían recuerdos de
que en la infancia habían sufrido burlas por parte de compañeros. Los resultados
indicaron que haber padecido burlas en la infancia estaba más vinculado a desarrollar fobia social en la edad adulta frente al resto de los otros trastornos. En concreto,
el 92,3% de los pacientes adultos con fobia social relataban haber sufrido acoso
escolar o burlas importantes, frente al 50% de aquellos con un trastorno obsesivocompulsivo o el 34,6% de los pacientes con trastorno de pánico. En relación con
estos datos, los autores propusieron que aunque la correlación no implica causalidad, este hallazgo sugería que la experiencia de haber sufrido burlas en la infancia
tiene un fuerte impacto negativo en el funcionamiento social cuando las personas
llegan a la edad adulta. Con un tamaño muestral más elevado que en el estudio de
2003, y un instrumento de evaluación de bullying que los autores consideran más
adecuado, McCabe, Miller, Laugesen, Antony y Young (2010) han hallado que, por
encima de otras variables examinadas como edad, raza, nivel de estrés o depresión,
haber sufrido acoso escolar era la variable que más contribuía (14,4% sobre el 42%
de todas las variables) a la varianza explicada de la puntuación en el “Inventario de
fobia social” (Social Phobia Inventory, SPIN; Connor et al., 2000), un instrumento de
evaluación de la fobia social. En este estudio, los pacientes adultos con fobia social
informaron haber padecido bullying en un número estadísticamente significativamente superior a aquellos con trastorno obsesivo-compulsivo o trastorno de pánico.
Estos datos también son consistentes con los hallados por Gladstone, Parker y Malhi
(2006), quienes en una muestra clínica de sujetos con trastorno depresivo mayor e
historia de acoso escolar observaron que el trastorno comórbido más frecuente era
el trastorno de ansiedad social, por encima de la agorafobia.
Nuevamente en población adulta, pero con una muestra universitaria, se han llevado a cabo tres estudios utilizando la metodología retrospectiva. En el primero de
ellos, Roth, Coles y Heimberg (2002) hallaron que el haber sufrido bullying o burlas
(una forma de específica de intimidación) en la preadolescencia correlacionaba con
sufrir ansiedad social en la edad adulta. También encontraron que haber sufrido
Ansiedad social y abuso psicológico
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burlas en la niñez fue un predictor para presentar ansiedad social en la edad adulta
de forma más relevante que haber padecido ansiedad social en la niñez. Como consecuencia, estos autores sostuvieron que los niños que han padecido acoso escolar
están en riesgo de presentar ansiedad social. Un segundo estudio fue el llevado a
cabo por Storch, Roth, Coles, Heimberg, Bravata y Moser (2004), quienes encontraron que haber sufrido bullying en la niñez estaba moderadamente relacionado con
la presencia de psicopatología actual. Finalmente, Jantzer, Hoover y Narloch (2006)
recopilaron datos que de nuevo señalaron a una correlación positiva entre haber
sufrido acoso escolar en la infancia y la presencia de niveles de ansiedad social en
la edad adulta, a la vez que una relación inversa entre informar haber padecido
victimización en el pasado y exhibir interferencia en las relaciones interpersonales,
concretamente una menor calidad en las relaciones de amistad y en la confianza
con otras personas.
En segundo lugar, y con una población en la que se le solicitaba información
sobre el momento presente, disponemos de datos en población infanto-juvenil.
Con una muestra de adolescentes entre 13 y 17 años, Storch y Masia-Warner
(2004) observaron que únicamente el bullying relacional o encubierto (p. ej., crear
rumores) era predictor de ansiedad social y soledad actual. Estos autores apuntaron
a que la visión negativa que puedan tener las chicas con ansiedad social respecto
a la relación de amistad con sus compañeras puede tener un efecto en que éstas
informen de niveles más altos de victimización. Otro resultado que hallaron es que
las chicas que informaban padecer tanto acoso escolar manifiesto como encubierto
mostraban un mayor grado de ansiedad social que las que relataban sufrir una
única forma de acoso escolar. No obstante, ha de tenerse en cuenta que las chicas
que informaban únicamente padecer bullying (bien encubierto o bien relacional)
mostraban dificultades de adaptación parecidas a las que sufrían bullying de los
dos tipos. Finalmente, los resultados revelaron que las conductas prosociales de los
compañeros de clases mitigaba la relación entre soledad y acoso escolar encubierto,
a excepción de que la adolescente fuera víctima de acoso escolar manifiesto.
Un año más tarde, este equipo de investigadores (Storch, Masia-Warner et al.,
2005) hizo un seguimiento de los casos, hallando que el bullying relacional predijo
los síntomas de ansiedad social un año después, con ausencia de diferencias de
género. Sin embargo, el acoso escolar manifiesto no predijo ansiedad social un
año más tarde, ni por otra parte, los niveles de ansiedad social predecían bullying
a largo plazo. Ante estos resultados, expusieron que: a) o bien el camino entre el
acoso escolar y la ansiedad social puede ser unidireccional con el acoso relacional,
causando una mayor sintomatología en la ansiedad social, pero no al contrario, b) o
bien el hecho de que los adolescentes con ansiedad social eviten situaciones sociales conlleva una pérdida de oportunidades para experimentar experiencias sociales
importantes con gente en general y, en concreto, disminuye la probabilidad de establecer relaciones positivas con los compañeros y, así, reducir al mínimo la exposición
a la agresión, consistente también por lo expuesto por Vernberg et al. (1992).
Sin embargo, en contra de lo observado por Storch y Masia-Warner (2004) en
relación a las relaciones de amistad, los resultados de La Greca y Harrison (2005)
pusieron de manifiesto que tener amigos íntimos/cercanos y relaciones románticas
230
GARCÍA-LÓPEZ, IRURTIA, CABALLO Y DÍAZ-CASTELA
no amortiguaba el impacto negativo del acoso escolar, aunque desde hace mucho
tiempo se había creído que jugaban un papel causal las experiencias negativas y el
rechazo de los compañeros en la fobia social (La Greca, 2001; La Greca y Lopez,
1998). Finalmente, estos autores encontraron que el bullying relacional correlacionaba con la presencia de ansiedad social y depresión, no habiendo diferencias de
género. A pesar de los datos que informan sobre la ausencia del papel de la amistad
como protector o minimizador en el bullying y la ansiedad social, Erath, Flanagan,
Bierman y Tu (2010) recientemente han aplicado un protocolo de intervención,
basándose en la asunción de que una estrecha amistad puede proteger a los adolescentes con fobia social contra los riesgos psicosociales, por ejemplo, sufrir acoso
escolar, soledad o tener bajos niveles de eficacia social. Los resultados apoyaron el
papel moderador de la amistad mutua. En concreto, la correlación entre ansiedad
social y la soledad y la victimización fueron atenuados cuando los adolescentes
establecían amistades íntimas, en comparación con adolescentes con menos amigos íntimos. Asimismo, la asociación entre la ansiedad social y la baja autoeficacia
social fue atenuada entre los adolescentes en función de la variable amistad. Según
dichos autores, estos resultados apuntan a los beneficios potenciales de la inclusión
de módulos de establecimiento de amistades en los tratamientos.
Con una muestra de preadolescentes y adolescentes estadounidenses (10-14
años), Loukas, Paulos y Robinson (2005) hallaron que la ansiedad social estaba asociada a bullying social o encubierto en el caso de las chicas, mientras que en chicos
correlacionaba con el bullying manifiesto. Además se encontró que la sobreprotección emocional materna estaba asociada positivamente con la presencia de acoso
escolar manifiesto para todos los chicos, pero también estaba relacionado con el
acoso relacional en el caso de chicos latinos. Aunque en chicas tambien se encontró
está correlación, ésta fue más fuerte en aquellas chicas que tenían mayor edad. La
relación entre el control de la madre y el bullying manifiesto de las niñas resultó
estar mediada por la presencia de ansiedad social.
En uno de los pocos estudios longitudinales, London, Downey, Cheryl y Paltin
(2007) hallaron que las respuestas de ansiedad social eran predichas por el miedo a
ser rechazado por otros, aunque ha de tenerse en cuenta que este miedo es, por sí
solo, un factor central en el desarrollo y/o mantenimiento del trastorno de ansiedad
social. Otro estudio longitudinal ha sido el llevado a cabo por Devine et al. (2008),
quienes llevaron a cabo un seguimiento de un año y medio de un estudio anterior
con niños con problemas endocrinos que sufrían bullying. Los resultados mostraron que aquellos niños que en el estudio previo sufrían acoso escolar continuaban
sufriéndolo un año más tarde. Además, los trastornos comórbidos también se perpetuaban en el tiempo, como eran los trastornos del estado del ánimo, el trastorno
de ansiedad social, así como otros problemas interiorizados y exteriorizados. Como
resultado, los autores acentúan el hecho de que no sólo el acoso escolar se mantiene, sino que también persisten los trastornos comórbidos como resultado de la
falta de aprendizaje de estrategias de afrontamiento y, por el contrario, del empleo
de respuestas de evitación, así como de la interferencia que estos problemas les
generan. Finalmente, y mediante un diseño de dos meses de investigación prospectiva para examinar la interacción bidireccional entre la victimización entre iguales
Ansiedad social y abuso psicológico
231
y la ansiedad social entre los adolescentes, Siegel, La Greca y Harrison (2009) han
examinado tres tipos de maltrato entre iguales: manifiesto (agresiones físicas o
amenazas verbales), relacional (la manipulación maliciosa de una relación, como
por la exclusión social) y de reputación (dañar relaciones con los compañeros del
otro, como la propagación a través del rumor). Los adolescentes que informaron
padecer ansiedad social y experiencias de victimización por los compañeros fueron
evaluados en dos momentos temporales: en noviembre y enero del mismo año
escolar. Los resultados han demostrado que el maltrato entre iguales estaba fuertemente relacionado con la ansiedad social de los adolescentes y la victimización
relacional. Por otra parte, la victimización por parte de los compañeros resultó ser
un factor predictor de ansiedad social a largo plazo, especialmente en el caso de la
victimización relacional.
Finalmente, en uno de los pocos estudios controlados, Ranta, Kaltiala-Heino,
Pelkonen y Marttunen (2009) dividieron a los adolescentes en cuatro grupos: 1)
adolescentes con depresión y sin fobia social; 2) con fobia social pero sin depresión;
3) con fobia social y depresión como trastorno comórbido y 4) un grupo control.
Los resultados mostraron que el grupo que se componía por adolescentes con fobia
social y depresión informaban poseer tasas más elevadas de victimización (tanto
manifiesta como encubierta) que los restantes grupos. Pero en el grupo 1, las niñas
mostraron más victimización encubierta que en el resto de grupos 2 y 3. Además
también encontraron que la fobia social parece correlacionar más con acoso escolar
que la depresión.
En tercer y último lugar, y con el objetivo de analizar el sentido de esta relación,
diversos trabajos han analizado esta cuestión. Así, se ha hallado que uno de los
factores de riesgo para sufrir acoso escolar es el estilo de crianza sobreprotector,
existiendo estudios que muestran una correlación entre los niños que tienen ansiedad social y padres sobreprotectores (entre otros, Garcia-Lopez, Muela, EspinosaFernandez y Diaz-Castela, 2009; Hudson y Rapee, 2001). En cuanto a la influencia
del bullying en el desarrollo o mantenimiento de la ansiedad social, se ha encontrado que el perfil de la victima de bullying incluye características que son propias
de personas con ansiedad social, es decir, personas solitarias, que están socialmente aisladas y que tienen pocas habilidades sociales (Olweus, 1978, 1991, 1992).
Considerando la otra cara de la moneda, es decir, la posible vulnerabilidad que presentar ansiedad social puede conllevar de cara a sufrir acoso escolar, algunos autores señalan que las personas con ansiedad social pueden mostrar comportamientos
de temor y aislamiento social que podrían ser considerados por potenciales acosadores (bulliers) como una invitación a la agresión, es decir, que los adolescentes
con ansiedad social pueden ser vistos por el resto de compañeros como personas
más vulnerables y que no van a tomar represalias (Hodges y Perry, 1999; Olweus,
1993a). A ello se suma el hecho de que los adolescentes con ansiedad social suelen tener una menor red de amigos, lo que conlleva una menor probabilidad de
que otras personas puedan protegerles física o emocionalmente de los abusadores
(Storch y Masia, 2001). Junto a esto, las interacciones que pueden tener las personas con ansiedad social pueden reforzar las autoevaluaciones negativas y dar lugar
a la evitación de las situaciones sociales. Algunos autores sugieren que los adoles-
232
GARCÍA-LÓPEZ, IRURTIA, CABALLO Y DÍAZ-CASTELA
centes con ansiedad social y que además sufren acoso escolar, pueden interiorizar
los comentarios negativos que reciben, lo que es un bucle de retroalimentación
que provoca un incremento de los niveles de ansiedad social (Crick y Bigbee, 1998;
Olweus, 1993b; Storch, Masia-Warner et al., 2005).
Conclusiones
1. Ansiedad social y acoso laboral (mobbing). Existe un cuerpo de evidencia que
señala la correlación positiva entre ansiedad social y mobbing. En cuanto al
papel que la ansiedad social puede jugar, los datos señalan que ésta actúa
como un factor moderador entre mobbing y quejas somáticas y depresión.
2. Ansiedad social y abuso sexual. Todos los datos disponibles apuntan a una
relación entre ambas problemáticas, siendo la misma unidireccional. De este
modo, haber sufrido abuso sexual en la infancia parece actuar como un
factor que incrementa la probabilidad de padecer fobia social. No obstante,
cabe señalar que los estudios se han circunscrito a mujeres.
3. Ansiedad social y abuso en la pareja. Al igual que en los otros abusos, los
estudios apuestan por una correlación entre ambos, pero no está claro el
sentido de la relación. Esta conclusión viene limitada por la escasez de estudios, por lo que es necesario que se realicen una mayor cantidad de investigación sobre este tema a fin de aclarar esta cuestión.
4. Ansiedad social y acoso escolar (bullying). La relación entre ansiedad social y
este tipo de abuso es la que más se ha estudiado. Clasificando los estudios
entre los que retrospectivamente analizan esta cuestión (adultos con ansiedad social que en la infancia sufrieron acoso escolar), todas las investigaciones señalan la co-ocurrencia entre ansiedad social en el momento actual
y acoso escolar en el pasado. Además, algunos estudios han probado que
haber sufrido bulling es un factor específico para el desarrollo del trastorno
de ansiedad social, pero no de otros trastornos de ansiedad. En cuanto a los
estudios en los que se analizó en el momento actual la presencia comórbida
de ansiedad social y bulling, los datos apoyan la alta relación entre estas
problemáticas. Concretamente, algunos estudios apuntan a que específicamente el bulling relacional es una variable predictora para el inicio de la
fobia social. En cuanto a la variable género, varios trabajos revelan que en
las chicas, la ansiedad social está asociada con el acoso escolar social o encubierto, mientras que en los chicos, lo está con el acoso escolar manifiesto.
Por último, y relativo a la dirección de la relación entre ansiedad social y
bulling, los resultados de las investigaciones han revelado la bidireccionalidad de esta interacción. Así, la presencia de ansiedad social parece jugar un
factor de vulnerabilidad para que los compañeros perciban al sujeto como
vulnerable y con pocas redes de apoyo y, por otro lado, haber sufrido acoso
escolar conlleva tales consecuencias negativas en el ámbito interpersonal que
lleva al sujeto a considerar las situaciones sociales como ansiógenas, propiciando el desarrollo del trastorno de ansiedad social.
Ansiedad social y abuso psicológico
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Referencias
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RECIBIDO: 16 de septiembre de 2010
ACEPTADO: 15 de febrero de 2011