Revista Antropologías del Sur
Año 7 N°13 2020
Págs. 001 - 025 |
PAÑILWE ÑI DUNGU: LAS VOCES DEL METAL
The Speech of Metals in Pre-hispanic Mapuche Culture
RODRIGO MOULIAN*, ELVIRA LATORRE**, JAQUELINE CANIGUAN***
& FRANCISCO BAHAMONDES****
Fecha de recepción 10 de julio de 2019 - Fecha de Aprobación 07 de octubre de 2019
Resumen
A partir del análisis de las voces del metal en mapudungun, este artículo se aproxima al trabajo en metales de la cultura mapuche durante el período prehispánico a partir del contraste entre los antecedentes lingüísticos y arqueológicos. El texto aborda los
datos disponibles para los términos de la lengua mapuche que designan el oro, la plata, el cobre, el plomo y el estaño. El método
de investigación empleado es el estudio de las constelaciones semióticas de las voces, es decir, de las series de relaciones de
significación que se articulan en torno a estas unidades de sentido, lo que permite su interpretación y uso. Ello considera un análisis metalingüístico, translingüístico y supralingüístico o contextual de los términos, que incluye sus usos sociales y la documentación desde la arqueología. Sobre la base de estos antecedentes se argumenta sobre la antigüedad, las relaciones transculturales
de las voces y la importancia de las distintas materialidades para el trabajo en metales en la cultura mapuche prehispánica.
Palabras clave: trabajo en metales; mapudungun; constelaciones semióticas; relaciones transculturales.
Abstract
From the analysis of words naming metals in Mapudungun, this paper approaches the work in metals of the Mapuche culture
during the Pre-Hispanic period, contrasting linguistic and archaeological backgrounds. The text deals with the data available
for the linguistic terms of Mapuche language that designate gold, silver, copper, lead and tin. The research method used is the
study of the semiotic constellations of words, that is, series of relationships of meaning that are articulated around these units of
sense-making, allowing their interpretation and use. This considers a metalinguistic, cross-linguistic and supralinguistic or contextual analysis of the terms, including the study of their social uses and the documentation from archaeology. On the basis of these
antecedents, it is argued about the antiquity, transcultural relations of the terms and the importance of the different materialness
for the work in metals in the Pre-Hispanic Mapuche culture.
Keywords: work in metals; Mapudungun; semiotic constellations; cross-cultural relationships.
* Dr. en Antropología, académico de la Universidad Austral de Chile, Valdivia, Chile. Artículo enmarcado en el proyecto Fondecyt
1160388: “Translingüística, supralingüística e interculturalidad: un estudio de casos de correlaciones en constelaciones
semióticas centro y sur andinas indicadoras de co-tradición” Correo-e: rmoulian@hotmail.com
** Arqueóloga, investigadora independiente, Santiago, Chile. Correo-e: elviralatorreb@gmail.com
*** Mtra. en Lingüística, académica de la Universidad de La Frontera, Temuco, Chile. Correo-e: jacqueline.caniguan@ufrontera.cl
**** Arqueólogo, investigador independiente, Santiago, Chile. Correo-e: arq.fbm@gmail.com
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Rodrigo Moulian et al. — Pañilwe ñi dungu: las voces del metal
El presente trabajo analiza las voces del metal
en mapudungun para mostrar lo que su composición léxica, disposición estructural y usos
lingüísticos nos dicen sobre el desarrollo del
trabajo prehispánico con metales en el espacio
centro y sur de Chile (Campbell & Latorre,
2003). Ello supone atender tanto a la explotación y la manufactura de metales nativos como
al desarrollo de la metalurgia1.
Los estudios sobre este campo cultural precolombino se han llevado a cabo fundamentalmente desde la arqueología (Campbell & Latorre,
2003; Campbell, 2004, 2005; Bahamondes,
Silva & Campbell, 2006; Munita, Mera, Figueroa
& Mille, 2009; Plaza, 2010; Mera, Mille, Munita
& Figueroa, 2015; Plaza y Martinón-Torres,
2015; Campbell, Carrión, Figueroa, Plaza &
Stern, 2018), con un énfasis en el análisis de
las propiedades químicas y físicas de las piezas
provenientes de sitios o colecciones, es decir,
con una perspectiva arqueométrica. Estos
trabajos se han preocupado también de la
caracterización de los diseños y de las técnicas
implicadas en la elaboración de piezas de metal
y han aportado antecedentes comparativos
respecto del área diaguita o pampeana.
Una aproximación desde las fuentes etnohistóricas y etnolingüísticas se encuentra en
Inostroza (2010), aunque con un planteamiento
que excede el ámbito del trabajo en metales. En
general, el recurso a fuentes etnohistóricas se
ha empleado de modo auxiliar para la contextualización cultural de los datos arqueológicos (ver,
por ejemplo, Campbell, 2004). En contraste, la
información que ofrece el sistema de categorías
lingüísticas del metal para el estudio de este
campo cultural en el período prehispánico ha
quedado relegado u omitido.
La atención sobre el campo léxico de la
metalurgia mapuche se desarrolla únicamente
en estudios del período histórico, marcado
por el auge de la platería, y se concentra en el
registro del repertorio de piezas (Inostroza &
Mora, 1986; Morris, 1997). Una excepción es el
trabajo de Mora (1986), que analiza el campo
léxico de la plata y sus componentes cosmovisionarios. También se encuentra en algunas
investigaciones de carácter etnográfico, que
ofrecen antecedentes sobre las concepciones
culturales asociadas al trabajo con metales
(Mora, 2006; Painecura, 2011). El registro
lexicográfico, por su parte, glosa, de modo
preferente, los etnónimos que designan los
objetos producidos por los artífices del metal.
Nuestra atención, en contraste, se dirige a las
voces que designan el metal, materia prima de
este trabajo.
El estudio de las voces del metal en la
lengua mapuche nos sitúa ante un corpus
léxico especializado que ha quedado parcialmente registrado en las fuentes lingüísticas
del mapudungun (Valdivia, 1887 [1606], 1684;
Febrés, 1765; Havestadt, 1883 [1777]; Augusta,
1916a, 1916b; Erize, 1960). Si bien los autores
de las mismas son recopiladores coloniales y
republicanos, su registro informa del sistema
lingüístico comunicado por hablantes mapuche,
cuya codificación queda en evidencia por la
estabilidad de los datos a través del tiempo. Al
respecto, por ejemplo, resulta elocuente el testimonio del longko Pascual Coña a Moesbach
(1936), el cual muestra la vigencia en la segunda
mitad del siglo XIX de los datos provistos por las
fuentes coloniales. El análisis de estas voces
desde la lingüística del mapudungun lo realiza
aquí una hablante nativa de esta lengua de
modo de asegurar la validez en la interpretación
de estos datos.
Revista Antropologías del Sur
Dado lo reducido del repertorio de términos
disponible no resulta productivo un abordaje
lexicográfico. Mucho más interesante es
el abordaje lexicológico y pragmático y el
contraste de estos datos lingüísticos con los
datos arqueológicos y etnohistóricos sobre las
prácticas mineras y metalúrgicas prehispánicas.
Una aproximación similar se encuentra en el
estudio de Money (2004) sobre la metalurgia
andina. En atención a la carencia de estudios
sistemáticos sobre el tema, nuestro enfoque
se concentra en el análisis de los términos
lingüísticos de la metalurgia mapuche. Debido
a nuestro interés en el desarrollo prehispánico
de esta industria cultural, los datos se correlacionan y contrastan con la información arqueológica disponible y, de forma secundaria, con
los antecedentes etnohistóricos y etnográficos
–cuando resultan pertinentes–, para mostrar lo
que las voces nos dicen sobre el desarrollo del
trabajo con metales en el área centro y sur del
Chile prehispánico.
En relación con lo mismo, cabe advertir que
el término mapuche empleado como autoidentificador de la población nativa de este espacio
se registra solo a partir de fines del siglo XVIII
(Boccara, 2007). Previamente, el etnónimo en
uso es reche. Pese a ello, empleamos el primer
término para referir a sus ocupantes prehispánicos como una forma de destacar la relación de
filiación cultural entre la población precolombina
y la contemporánea. Ello queda en evidencia
por la continuidad del uso del mapudungun
como sistema lingüístico, puesto que no se
dispone de antecedentes de la prexistencia de
otra habla en este territorio.
El método de investigación que empleamos
es el análisis de las constelaciones semióticas de las voces del metal. Por constela-
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ciones semióticas entendemos el conjunto de
relaciones de significación que se articulan
en torno a las unidades de sentido y que
permiten su funcionamiento e interpretación
(Moulian, Catrileo & Hasler, 2018; Moulian,
Hasler, Catrileo & Caniguan, 2018). Este
constructo lo hemos formalizado en el marco
de nuestro propio proyecto de estudio a partir
del principio de interpretancia de Peirce
(1965), que muestra el funcionamiento en red
de la semiosis. De acuerdo con este autor,
la posibilidad de interpretación, en la que
descansa la validez y las posibilidades de uso
de los signos, supone la remisión de un signo
a otros signos. Si bien este entrelazamiento
es teóricamente continuo, en la práctica de la
interpretación se restringe a un conjunto de
relaciones pertinentes y necesarias para la
lectura de las unidades de sentido (Eco, 1992).
Este carácter relacional del signo es, también,
un principio teórico básico de la lingüística
estructural (Saussure, 1986), en la que el valor
de las unidades se define en el sistema.
En nuestro trabajo, el estudio de las constelaciones semióticas traza la posición de las voces
de la metalurgia en el sistema lingüístico y la
cultura mapuche. Esto incluye las relaciones
en el plano de la lengua, que consideran la
estructura morfológica de los términos y las
relaciones paradigmáticas o asociativas en
el interior del sistema. Cuando los términos
evidencian afinidad con voces de otras lenguas,
analizamos, igualmente, sus relaciones translingüísticas. En el plano de la cultura, registramos
las relaciones de significación supralingüísticas, que se expresan en los contextos de uso
de los términos, y la historia de los elementos
referidos. Las principales fuentes de información que empleamos son obras de metalingüística del mapudungun, trabajos de arqueología
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Rodrigo Moulian et al. — Pañilwe ñi dungu: las voces del metal
metalúrgica y la experiencia de campo de los
autores (i. e., una lingüista mapuche, para
quien el mapudungun es su primera lengua;
una arqueóloga especializada en el trabajo en
metales; un antropólogo con formación semiótica y un arqueólogo interesado en los procesos
de andinización). Si bien nuestro interés aquí se
focaliza en el trabajo con metales del período
prehispánico, empleamos fuentes de información lingüísticas y culturales de carácter
etnohistórico y etnográfico para el análisis del
uso y la contextualización de las voces. En este
punto, nuestro trabajo emplea los principios de
la historia regresiva, que retrotrae contextualmente datos etnográficos para la comprensión
del pasado prehispánico.
Este artículo es el resultado de un ejercicio
de investigación transdisciplinario en el que
convergen la antropología, la arqueología y
la lingüística. Ello se ha verificado a través
del análisis dialógico de los datos durante el
período de recolección de antecedentes que
se extendió por dos años. Le siguió un ejercicio
de escritura progresiva, que ha supuesto tres
momentos. El primero, de planteamiento y
elaboración del diseño textual para el estudio
de las voces del metal; el segundo, de cualificación del artículo desde el punto de vista de la
arqueología; y el tercero, de revisión y cualificación del mismo desde la perspectiva lingüística
y cultural mapuche.
Onomástica del oro
De las voces en mapudungun que nombran
el metal, la de uso más extenso es milla, que
designa el oro y, por derivación metafórica,
el color dorado. El padre Luis de Valdivia
registra una serie de cinco entradas con este
lexema en su Vocabulario de la lengua de Chile
(1887 [1606]), el primer repertorio léxico del
mapudungun. Su glosario incluye milla: ‘oro’
o ‘moneda en oro’; milla cáliz: ‘cáliz de oro’;
millahue: ‘mina de oro’; millayayma: ‘vena de
oro’; millatupeún: ‘mina de oro’; millatún: ‘dorar’.
Su trabajo lexicográfico tiene como finalidad
contribuir a la evangelización de los naturales,
pero opera con el trasfondo ideológico de la
agenda colonizadora, que emplea el oro como
medida de valor y medio de cambio. Al respecto,
resulta ilustrativo observar el uso recurrente
del término milla en los ejemplos que ofrece el
jesuita para explicar los principios gramaticales
del mapudungun, como en el siguiente caso:
“[…] para dezir los Indios con elegancia, saco
oro, interponen la palabra milIa, que es el oro
antes de la (n) vltima del verbo (entun) que
es sacar y dizen (entumillan)” (Valdivia, 1887
[1606], p. 40). Se ejemplifica aquí la formación de nuevos verbos en el mapudungun a
través de la combinación de una raíz verbal y
un sustantivo, procedimiento que muestra el
carácter aglutinante de esta lengua.
No obstante, el análisis de los datos lingüísticos muestra que el uso y la valoración del
término en la cultura mapuche es anterior
e independiente de la mercantilización y la
monetarización del oro en el régimen colonial.
Una evidencia de ello es que la voz “integra
multitud de toponimias y patronimias” (Grau,
2001, p. 138), algunas de las cuales ya se
encontraban vigentes al momento del contacto.
El autor referido identifica ciento cuarenta y
seis apellidos mapuche con el prefijo milla, lo
que hace de esta serie de antropónimos una
de las más extensas que consigna su obra. El
oro es el metal preferido en la configuración
de los nombres mapuche. Moesbach & Meyer
(1952) consignan cincuenta nombres williche
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con este lexema provenientes de los registros
parroquiales de Valdivia y Osorno. Al respecto,
Meyer advierte que muchos de ellos se han ido
perdiendo con el paso del tiempo. Lo interesante del caso es que su registro a partir de
finales del siglo XVIII no puede explicarse como
una herencia colonial. Se trata de un momento
lejano a la fiebre del oro propia del período
inicial de la conquista, en el caso de Osorno,
situado tras casi tres siglos de autonomía territorial williche. Debe recordarse que el territorio
de esta ciudad quedó fuera de la influencia
española desde la despoblación de la urbe en
1602, debido a un alzamiento indígena, hasta
su refundación en 1793.
De acuerdo a la pauta ancestral, los antropónimos mapuche se conforman por la conjunción
de dos voces. La primera designa el nombre
personal, la segunda, el del linaje o kupalme. Al
inscribirse en los libros parroquiales o registros
oficiales, estos onomásticos se consignaron
como apellidos, precedidos de nombres propios
de origen castellano. No obstante, el análisis de
la composición de los mismos es relevante para
comprender la función de sus componentes
léxicos. Augusta (1907) registra el ejemplo de
un kunpen üy o patronímico, es decir, nombre
de un tronco familiar patrilineal con el término
milla. Si lo traducimos al castellano, se trataría
de la familia de los ‘oro’, cuyos integrantes se
denominaban kallfümilla (oro azulado), kurimilla
(oro negro), longkomilla (oro principal). En este
caso, los términos variantes corresponden a los
nombres personales (kallfü, kuri, longko) y el
componente constante en posición pospuesta
(milla) a la denominación de la línea de ascendencia familiar.
El uso de la voz es mucho más frecuente para
la designación de los nombres propios. En esta
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situación, el lexema milla aparece como prefijo
y el sufijo variable corresponde al linaje. Es
decir, el lexema milla, al operar como prefijo,
funciona como un descriptor o adjetivador y,
como sufijo, constituye un nombre o sustantivo.
Véase, como ejemplos de la segunda función,
Millaray (Flor Dorada), Millatray (Cascada
Dorada), Millaman (Cóndor Dorado), Millaque
(Pedernal Dorado), Millaleo (Río Dorado). Las
listas de antropónimos que proveen tanto Grau
(2001) como Moesbach & Meyer (1952) corresponden a este patrón onomástico.
La prevalencia de la referencialidad del oro
en las denominaciones personales muestra el
prestigio de este metal. Sus atributos proyectados en el nombre constituyen valores
apreciados para asignar a las personas. El
oro es brillante, posee una coloración amarilla
que lo asimila al sol, es dúctil, maleable, resistente e incorrosible, lo que da durabilidad a las
piezas elaboradas con este metal. Estas particularidades pueden explicar el hecho de que
el referente se incorpore en la lengua a través
de una raíz léxica propia, a diferencia de lo que
ocurre con la plata, designada lien, cuyo nombre
se inscribe en el paradigma léxico del brillo.
El término milla se emplea, asimismo, en
el campo sagrado para connotar las ideas
de poder y valor. Como advierte Koessler-Ilg
(2006), el oro es considerado un metal de gran
fuerza, cuyo contacto solo Ngünechen, el dios
mapuche, puede resistir (Koessler-Ilg, 2006).
El epíteto ‘cabeza de oro’ se registra en las
invocaciones a esta divinidad (Koessler-Ilg,
2006) y su morada es calificada como millaruka, ‘casa dorada’ (Augusta & Franhæusl,
1910). Los ngillatuwe o ‘canchas de rogativa’
son nombradas, a menudo, como milla
lelfun, ‘pampas doradas’ (Bacigalupo, 2007).
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Los cuchillos ceremoniales que se emplean
para proteger a los chamanes mapuche o
machi durante su estado de trance espiritual son nominados también con el término
milla. ‘Cuchillo de oro’ es otra de las designaciones de la divinidad (Koessler-Ilg, 2006).
Mari epu milla wayki, ‘doce lanzas doradas’,
es la manera como una machi, informante
de Bacigalupo (2007), nombra a las varas de
coligue que instala frente a las casas de sus
pacientes a modo de rewe, instrumento de
mediación ritual. Los nombres espirituales
de los chamanes mapuche y de los espíritus
asociados con los que trabajan suelen incorporar también este término.
La toponimia constituye otro campo semántico donde abundan las voces del oro. El término
suele aparecer vinculado a elementos de la
naturaleza a los que se les asigna una especial
valoración y que pueden tener connotación
espiritual. Ejemplo de ello son: Millakoyam
(‘Roble Dorado’), Millanaw (‘Tigre Dorado’),
Millawin (‘Gato Montés Dorado’), Millapinda
(‘Picaflor Dorado’). Bacigalupo (2016) consigna
el caso de la comunidad de Millali (‘Reflejo
Dorado’), cuyo territorio es considerado un
espacio poderoso. Su uso en este dominio
también podría indicar la presencia de oro en
las proximidades para casos como Millantue
(‘Tierra Dorada’).
Contrario a lo que ocurre con la frecuencia
en el uso del término milla, los datos sobre
el empleo del oro en la cultura mapuche son
escasos. La presencia prehispánica de piezas
de oro se registra en materiales arqueológicos atribuibles al complejo El Vergel, correspondientes al período tardío (Bullock, 1970;
Campbell, 2004), pero se restringe a un par de
aros de la colección Tzschabran, inubicables
en el presente. El desarrollo de la metalurgia
del oro en el área central de nuestro país se
encuentra asociada a la entrada del inca,
estimada a través del estudio de termoluminiscencia de piezas cerámicas alrededor de 1390
d.C. (Cornejo, 2014). Como apuntan Campbell
& Latorre (2003), Plaza (2010), Plaza & Martinón-Torres (2015), la influencia inca en el área
implica una “revolución” en el trabajo metalúrgico respecto de los desarrollos culturales
precedentes, en términos de su intensidad,
complejidad y productividad.
Raffino, Gobbo, Lácona & Moralejo
(2012) identifican quince sitios de explotación minero-metalúrgica incaica en el área
central de Chile. Entre ellos, los lavaderos
de oro de Marga Marga y las minas auríferas
de Quillota, Lampa y Tiltil. En 1546, el juicio
entre Francisco de Ribero y Diego de Godoy
ante el cabildo de Santiago (en Sotomayor
& Stehberg, 2011-2012, p. 185) refiere al “rio
Malga Malga” como un lugar “donde sacaua el
oro en derechos de unos tambillos que eran de
los yngas”. Los datos etnohistóricos informan
de la importancia de la explotación minera en
esta región. Según Rosales (1877), el tributo
anual que rendían al inca los chilenos habría
sido de catorce quintales de oro de más de
veintidós quilates, en tejos de cincuenta pesos.
El tesoro transitaba por los caminos imperiales
sobre los hombros de cargadores en baúles de
cañas bravas, cuyas tapas llevaban inscritas
las armas del rey inca: un sol sostenido por dos
leones rampantes entre rayos. Le precedían
cuatrocientos flecheros. El inventario arqueológico también registra la presencia de láminas
de oro y un cintillo de este metal en repertorios
mortuorios atribuidos a miembros de la élite
incaica del valle del Mapocho (Mostny, 1947;
Stehberg & Sotomayor, 2012).
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Para los incas, los metales tenían un carácter
sagrado, especialmente el oro, vinculado al sol, y
la plata, a la luna. Estas entidades astronómicas
se consideraban divinidades y se asociaban al
emperador y su esposa, a los que se tenía por
hijos de estos astros. Por lo mismo, la búsqueda
de estos metales asume un carácter sagrado, lo
cual es considerado como una de las principales
motivaciones para la expansión del imperio.
Respecto de las creencias incaicas en torno al
oro, Cristóbal de Molina (2017 [1553], p. 115), el
chileno, testimonia:
[…] al oro asimismo decian que era lagrimas quel Sol
lloraba, y asi cuando hallaban algun grano grande de
oro en las minas sacrificabanle y henchianlo de sangre
y ponianlo en su adoratorio y decian que estando alli
aquella huaca o lagrima del Sol, todo el oro de la tierra
se venia a juntar con el, y que de aquella manera los
que lo buscaban lo hallarian mas fácilmente.
Por el carácter sagrado que se le atribuía,
el metal era utilizado para la confección de
piezas empleadas como ofrendas o destinadas a funciones rituales. El uso de objetos
elaborados con oro quedaba reservado a los
miembros del clan imperial o a personas con
poder. Joseph (2006) registra una memoria
de larga duración entre los mapuche respecto
a los emblemas del poder inca. Bibar (1966
[1558], p. 156) señala que los indígenas de
Concepción “traen brazaletes de oro y de plata
y una manera de corona y traen al pescuezo
una manera de diadema y de turquesas y de
tiritas de oro a manera de estampa”. A la luz de
los antecedentes sobre el grado de desarrollo
de la metalurgia mapuche en ese período,
estas piezas deben haber sido el fruto de un
botín de guerra, el resultado de intercambios
comerciales o dones recibidos como gestos de
reconocimiento político.
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No obstante, el temprano registro en las
crónicas y los documentos de la conquista
de antropónimos y topónimos con el lexema
milla indica el conocimiento, uso y valoración
de este metal en la sociedad mapuche desde
períodos prehispánicos. Entre los antropónimos se cuentan Loncomilla, que significa
‘cabeza de oro’, nombre del cacique del valle
del Maipo al momento de la llegada a este lugar
de Pedro de Valdivia en 1552 (Rosales, 1877);
Gualtemilla, cacique del mismo valle (véase
documentos de la Real Audiencia citados por
Stehberg & Sotomayor, 2012), cuyo antropónimo se puede traducir por ‘oro de lo alto’
(Wentemilla); Millacaza, cacique de una zona
del Maipo (véase documentos del cabildo de
Santiago en Stehberg & Sotomoyor, 2012),
cuya denominación probable es ‘vaso de oro’
(millachada); Millalemo (Góngora y Marmolejo, 1862 [1576]), famoso toqui mapuche
presente en la batalla de Andalién y en el
combate de Catiray alrededor de 1569, cuyo
nombre significa ‘bosque dorado’ (milla-lemu).
Entre los topónimos podemos consignar Millarapue (Bibar, 1952 [1558]), lugar ubicado a tres
leguas de Arauco, traducible como ‘camino
dorado’ (milla-rüpu-we), y Millapoa (Góngora
& Marmolejo, 1862 [1576]), situado en el valle
de Catiray cerca de Nacimiento, con el significado de ‘maíz dorado’ (milla-pu-wa) u ‘oro de
lo alto’ (milla-pura). Los datos muestran que,
al momento de la conquista, el término milla
se encontraba en pleno uso en los campos de
la toponimia y antroponimia de la región de
Arauco.
Un antecedente interesante respecto de la
explotación aurífera es el de Millahue (Valderrama, 1928), mina de oro del estero de Quilacoya que perteneció a Pedro de Valdivia y cuyo
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Rodrigo Moulian et al. — Pañilwe ñi dungu: las voces del metal
nombre significa ‘lugar de oro’. También se
debe considerar el de las minas de Ponzuelo,
de oro de altos quilates, en funcionamiento
hacia 1576 (Meyer & Moesbach, 1955), ubicada
a tres leguas al sur de Osorno en un paraje
que recibe el nombre de Millatue, topónimo
que denota ‘tierra dorada’ (milla-tuwe). Al igual
como sucede con las explotaciones mineras de
la zona central, su temprano descubrimiento y
explotación hace presuponer el reconocimiento
previo del lugar por parte de los naturales.
Campo léxico de lien, ‘plata’
La voz lien, que designa a la plata, tiene
filiación en una serie léxica correspondiente
al campo semántico de la luz y el brillo (Mora,
1986; Moulian, Hasler et al., 2018). En esto se
distingue de milla, raíz nominal particular incorporada al mapudungun para designar el oro, que
carece de antecedentes genealógicos reconocibles en la misma lengua. Lien, en cambio, es una
síncopa de ligngen, que significa ‘resplandor’,
‘tener claridad’, ‘luz’ (Febrés, 1765). La voz
expresa las propiedades reflectantes del metal
e inscribe a este en el campo semántico de la
luminosidad, que en la cultura mapuche connota
una forma de energía primordial.
El término lig designa al color blanco en
mapudungun. La voz ngen denota ‘tener’,
‘poseer’. Ambos morfemas se aglutinan para
constituir la expresión nominal lig-ngen, que
literalmente significa ‘ser blanco’. El término
lien, que designa a la plata, es una expresión
sincopada del anterior. Ello es resultado de
un proceso de desfonologización en el que
se fueron perdiendo los fonemas centrales. El
lexema lig, que constituye el radical de lien,
tiene como variante alofónica la forma liq [lik]
(Augusta, 1916a), donde se produce un desplazamiento desde el fonema velar fricativo /ɣ/,
correspondiente al grafema [g], al fonema velar
oclusivo /k/. Otra variante alofónica es lliq [ʎik]
(Meyer & Moesbach, 1955), que incluye un
movimiento desde el fonema alveolar lateral /l/
al palatal lateral /ʎ/, correspondiente al grafema
[ll]. Estas variantes en la enunciación del
término redundan en la variedad de formas en el
registro del mismo y de las voces derivadas de
él. Así, por ejemplo, Moesbach (1944) consigna
la voz liqen con la doble acepción de ‘blancura’
y ‘plata’.
Un punto importante para comprender el
simbolismo de la plata son las connotaciones
positivas que tiene el color blanco en la cultura
mapuche. Lig implica atributos como limpio (lif),
bueno (küme), de buena energía (küme newen),
vitalidad (mongelechi), salud (tremongen),
fertilidad (mon). Según Mege, el color blanco
“simboliza a la vida, a la existencia en su grado
más sublime, en oposición a la oscuridad de
la muerte” (1992, p. 66). De acuerdo con este
autor, lig es la materialización de la luz. Por lo
mismo, este color se emplea en banderas y en
prendas rituales en ceremonias de propiciación
de la fertilidad y la sanación. A la plata, en tanto,
se le atribuyen capacidades protectoras y se
la asocia al género femenino y su fecundidad
(Mora, 2006).
La relevancia del brillo en la cultura mapuche
queda de manifiesto al seguir las relaciones
lexemáticas del mapudungun. La voz lihue [liwe]
denota ‘vida’, ‘aliento’, ‘valor’, ‘espíritu’ (Febrés,
1765). De acuerdo con Erize (1960, p. 221): “es
el espíritu que se manifiesta, según la creencia
indígena, en el brillo de los ojos: su ausencia
deja opacas las pupilas e indica la muerte”.
Lihuen [liwen] designa a la mañana, un período
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del día marcado por el ascenso de la luz,
considerado propicio y dominado por buenas
energías, y en el que se desarrollan las principales actividades sociales. Lican ~ llican [likan ~
llikan] es el nombre que reciben unas pequeñas
piedras cristalinas o bien de pedernal brillante
que emplean las y los machi, consideradas
provistas de poder y agencia espiritual. Con el
término llihua [lliwa] se designa a las personas
visionarias, intuitivas, con capacidad de prever
el futuro. Es posible que la serie tenga su
origen en el lexema lli, que significa “principio,
comienzo, origen, iniciación, embrión, génesis”
(Erize, 1960).
Los antecedentes expuestos describen la
luz como una forma de energía primordial, que
anima la vida. El color blanco corresponde a
una materialización de la misma, por lo que se
cubre de los valores simbólicos atribuidos a
esta. A su vez, la plata constituye un operador
de la luz. Cabe destacar que en las principales
lenguas andinas se encuentran series léxicas
con la partícula lli- en posición inicial, al igual
que en el mapudungun, y concepciones compartidas respecto de la luz (Moulian, Hasler et al.,
2018). Si bien esta partícula no es analizable,
en cuanto no constituye un morfema de las
lenguas andinas, su recurrencia en las series
lingüísticas de la luz permite postularla como un
posible morfema de las respectivas protolenguas
o de un eventual ancestro idiomático común. A
modo de ejemplo, en quechua lliphi designa
‘brillo’, ‘lustre’, ‘resplandor’ (Grájeda, 2013); lliph
es ‘diáfano’, ‘limpio’ (Rosat, 2009 [1989]); lliphij
kay, ‘lucidez’, ‘calidad de lúcido’, ‘clarividencia’,
‘perspicacia’, ‘claridad’, ‘inteligencia’ (Grájeda,
2013); llikha, ‘material delgado, vaporoso’ tanto
como ‘ánimo o espíritu susceptible de actividad’
(Grájeda, 2013); lliwlli, ‘luz’ (Rosat, 2009 [1989]).
En aymara lliphi, significa ‘brillo’, ‘luz que refleja’
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(Callo, 2009 [2007], p. 168); lliphipiña, ‘brillar’,
‘relucir’ (Cotari, Mejía & Carrasco, 1978); liphipiri,
‘brillante’, ‘reluciente’, ‘resplandeciente’ (Cotari et
al., 1978); liphiri qala, ‘piedra’ o ‘gema preciosa’
(Bertonio, 1879b [1612]), y llijuri, ‘luminoso’
(Layme, 2004 [1991]).
Las series léxicas de las lenguas andinas
referidas muestran formas lingüísticas afines y
concepciones concordantes en torno al brillo
como significante de poder, lo que deja entrever
un sustrato ideológico compartido sobre el
simbolismo de la luz. La interacción cultural
también es visible en la circulación de los relatos
míticos sobre el origen de los metales. De
acuerdo al testimonio de la “paisana Kuminiao”,
una de las informantes mapuche de Koessler-Ilg
(2006, p. 188): “El oro es el sudor del sol. La
plata es lágrimas de la luna, porque el marido la
maltrataba”. Respecto a la precedencia de los
metales, la misma autora registra:
La plata es más antigua, según sabían decir los viejos.
Cuando una vez el padre Sol pegó a su domo, la
madre Luna; cuando la hizo caer, lloró ella lágrimas tan
ardientes que se convirtieron en plata. Después se fue
y lo dejó solo al marido. Cuando él se quedó solo y
comprendió su maldad, lloró también lágrimas calientes que se convirtieron en oro. Así es que la plata es
más antigua (Koessler-Ilg, 2006, pp. 187-188).
Los textos de Koessler-Ilg muestran la circulación ampliada y la apropiación mapuche
del mito inca recogido por De Molina (2017
[1553]), vigente hasta nuestros días. Lara
(1980, p. 44) registra su presencia en la
poesía quechua: inti qori paran, killa qolqe
para´n (‘el sol llueve oro, la luna llueve plata’).
Means (1921, p. 520) provee el testimonio
de un curaca de Sicuani, quien expone su
presencia en la memoria oral cusqueña:
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Rodrigo Moulian et al. — Pañilwe ñi dungu: las voces del metal
[…] cuando Inti, el Sol, y Mamá Quilla la Luna estaban
haciendo la tierra, trabajaron muy duro y ambos transpiraron profusamente. El sudor corrió por sus frentes
hasta la tierra donde endureció. El sudor del sol se
convirtió en oro y el de la luna se convirtió en plata. Por
ello estos metales son considerados indiscutiblemente
sagrados y nadie jamás soñaría en robarlos.
Los testimonios que compila Koessler-Ilg
registran, igualmente, las reglas de uso del
metal entre los mapuche. Según una de sus
informantes, estos estiman más la plata que
el oro: “La plata, según ellos, trae fuerza; el
oro debilita. Sólo Nguenechen puede resistir,
indemne, el contacto del oro” (2006). Si bien la
figura de Nguenechen2, como entidad divina,
emerge en el registro etnohistórico del siglo XIX
(Bacigalupo, 1995-1996), lo relevante de la cita
es que repite la regla de exclusión prevaleciente
entre los incas. Estos reservan el oro para la
elaboración de objetos rituales y restringen su
uso al linaje de los orejones, la casta imperial,
y los grupos dirigentes locales con los que
mantienen relaciones de alianza política.
Marggraf (1951 [1648]) consigna la preferencia
en el uso de la plata entre los mapuche. Los
datos arqueológicos ratifican esta observación
(Campbell, 2004).
La incorporación de la plata en el registro
arqueológico de la zona centro-sur de Chile se
asocia a la presencia inca (Campbell & Latorre,
2003; Plaza, 2010), estimada entre 1390 y 1436
(Cornejo, 2014). El hallazgo de piezas elaboradas con este metal o aleaciones del mismo se
registra en cinco sitios de este período: cerro La
Cruz, cerro El Plomo, cerro Aconcagua, cementerio La Reina, cementerio San Agustín de
Tango (Plaza, 2010; Plaza & Martinón-Torres,
2015). El repertorio se compone de diecisiete
piezas e incluye figuras antropomorfas, figuras
zoomorfas, un tupu (alfiler), un brazalete, una
media luna y láminas. La mayor parte de estas
piezas presentan una aleación de plata, oro y
cobre, registrada en otros sitios del Tawantinsuyo (Angiorama, 2004).
En tanto, el uso de piezas de plata en la
población mapuche se registra en sitios y
colecciones asignados al complejo El Vergel
(Bullock, 1970; Campbell, 2004, 2005, 2015;
Campbell et al., 2018). Campbell (2004) ofrece
un catastro de cincuenta y cuatro piezas de
este metal disponibles en museos o informadas en publicaciones. Según este autor, la
plata se perfila, tras el cobre, como el segundo
mineral con mayor representatividad en el
universo de piezas atribuido a este complejo
cultural, con una frecuencia relativa de 24%. El
repertorio incluye aros cuadrangulares, discoidales, circulares y prendedores denominados
tupu, conformados por un alfiler alargado con
cabeza plana de forma predominantemente
circular o semicircular. Se trata, en este último
caso, de un tipo de pieza característico del
mundo andino, que se incorpora al acervo
instrumental mapuche a partir del contacto con
el incario. En cuanto a la temporalidad del uso
de la plata, el sitio con piezas argentíferas más
temprano data de 1455 ± 80 y corresponde a
un entierro múltiple de Isla Mocha.
Los datos que provee el registro arqueológico
sobre la importancia en el uso de la plata son
consistentes con antecedentes etnohistóricos
(Marggraf, 1951 [1648]) y etnográficos (Koessler-Ilg, 2006). Entre los siglos XVII y XIX, la plata
devendrá en la principal materia prima de la
metalurgia y la orfebrería mapuche, las cuales
se nutren de la fundición de monedas hispanas
y republicanas. A ellas se accede a través del
control del comercio de animales vacunos prove-
Revista Antropologías del Sur
niente de las pampas. La orfebrería mapuche
alcanzará, al final de este período, un alto grado
de elaboración y producirá un extenso repertorio de piezas destinadas a los aparejos ecuestres y la joyería femenina. La posesión de estas
piezas es indicadora de estatus socioeconómico; su uso permite administrar el simbolismo
del brillo. Un ejemplo de ello son los lluvlluv,
término que significa ‘resplandor’ y que designa
a los redondeles de plata enfilados que adornan
las cintas y los collares, fuente de reflejos.
En contraste con los antecedentes sobre
el manejo de la plata, los datos lingüísticos
muestran una relativa baja frecuencia de la
voz lien en el campo de la antroponimia y la
toponimia. Si bien encontramos algunos patronímicos, como Lienlaf (‘Mar Plateado’) o Lientur
(‘Remolino Plateado’), el empleo del lexema no
abunda en estos dominios. Al respecto, advertimos un principio de inversión entre los usos
materiales de la plata y del oro y sus usos
lingüísticos. La restricción en el acceso material
a piezas de oro se expresa en un amplio uso
nominativo de su significante verbal. La mención
sustituye a la ostensión. Al contrario, la extensión en las posibilidades de acceso a piezas
de plata, se expresa en una disminución en el
interés en el uso simbólico de su significante
lingüístico. La ostensión material reduce la
función sustitutiva nominal. Cuando la materia
opera con eficacia simbólica, se puede eludir la
performatividad verbal.
Composición nominal de kumpañilwe,
‘cobre’
El cobre es considerado la materia prima
‘madre’ del trabajo en metales en los Andes
(Lechtman, 2003a), puesto que es la base de
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las distintas tradiciones metalúrgicas en esta
región. En la zona central de Chile se registra su
uso desde el período alfarero temprano (PAT),
con rango temporal estimado entre el 300 a.C a
1000-1200 d.C. El catastro de piezas para este
período incluye un anzuelo de Punta Curaumilla 1, con fechas de 860 ± 100 a.C. (Ramírez,
Hermosilla, Jerardino & Castilla, 1991); dos
aros circulares simples del sitio El Mercurio con
fechas de 120 ± 180 d.C. (Falabella, 2001); un
par de brazaletes que forman parte de un repertorio fúnebre adyacente al sitio Arévalo 2 con
una primera ocupación fechada en 320 a.C y
150 d.C; un colgante laminar del sitio ENAP 3;
los restos de un brazalete y una lámina triangular del sitio Chacayes, fechado en 430 ± 90
d.C (Stehberg, 1978). En general, la presencia
de objetos metálicos se muestra escasa en
este período. En el repertorio predominan
formas manufacturadas en láminas pequeñas,
a excepción del anzuelo. Respecto a la producción de las piezas, solo se dispone de análisis
de composición química para dos ejemplares
de Chacayes, que informan del uso de cobre sin
alear, probablemente nativo (Stehberg, 1978).
Mientras, las evidencias más tempranas de
metalurgia del cobre corresponden al sitio Los
Panales, del Cajón del Maipo, con fechados 645
± 100 d.C. y 765 ± 100 d.C. (Cornejo, Miranda
& Saavedra, 1997), que se ha asignado al
complejo Llolleo (Latorre, 2006). En él se encontraron trece fragmentos de escoria que ponen
en evidencia el proceso de reducción del metal
a través de la fundición del mineral.
De modo coincidente, el cobre también es el
primer metal trabajado en la Araucanía. El sitio con
metales más temprano en el área corresponde
a la villa José Miguel Carrera de Labranza, que
incluye en su repertorio piezas tanto martilladas
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Rodrigo Moulian et al. — Pañilwe ñi dungu: las voces del metal
como fundidas. El sitio ha sido adscrito al complejo
cerámico Pitrén y fechado con radiocarbono en
1060 ± 40 a.p. (Munita et al., 2009), es decir,
alrededor de 949 ± 40 d.C. El repertorio de piezas
se compone de diez aros, que incluyen dos piezas
campanuliformes, dos aros con espiral simple,
dos aros circulares simples y cuatro argollas de
alambre. Las piezas fueron sometidas a análisis
técnicos que indican que los aros basados en
alambres fueron fabricados por medio del martillado de cobre, probablemente nativo, en tanto las
piezas campanuliformes habrían sido elaboradas
por medio del vertido del metal fundido en moldes
y su arco martillado posteriormente. Igualmente,
todos fueron confeccionados en cobre sin alear.
Cabe destacar, asimismo, que aros campanuliformes se han encontrado en el sitio Chenque, en
la provincia de la Pampa, Argentina, que presenta
una ocupación a partir de 1030 a.p. (Berón &
González, 2006).
Del mismo modo, el cobre es también la
principal materia prima del trabajo en metales
en el contexto del complejo El Vergel (Campbell,
2004), del período alfarero tardío. Al respecto
pueden verse los resultados de investigación de
Bullock (1970), Campbell (2005) y Bahamondes
et al. (2006), que muestran cómo la metalurgia
de este mineral se encontraba bien establecida
al momento de la llegada de los españoles.
Las fuentes etnohistóricas tempranas registran
la presencia de artefactos de cobre en la vida
cotidiana de los habitantes del área centro y
sur de Chile al momento de la conquista. Bibar
(1966 [1558], p. 190), por ejemplo, informa sobre
la costumbre de usar aros de cobre entre los
habitantes de Valdivia, los que, según el autor,
“traen en cada oreja ocho o diez” y no muestran
interés por otro metal, “aunque lo tienen”. El
cronista describe la presencia de lanzas, hachas
y cuchillos de la misma materia prima.
En este contexto, llama la atención que el
mapudungun no registre una voz para designar
a este mineral en estado nativo. También resulta
curioso que no se disponga de una raíz léxica
específica para nombrar a la materia primaria
fuente del trabajo en metales y, en contraste, se
emplee para ello una forma nominal compuesta.
Los términos kumpañilwe y kelupañilwe, que
denotan ‘cobre’ en mapudungun (Valdivia, 1887
[1606]; Febrés, 1765; Erize, 1960), informan de
la reducción del mineral a metal a través de la
fundición. Los lexemas kum y kelü significan
‘rojizo’, ‘colorado’; la voz pañi denota ‘calor’;
la letra ‘l’ pospuesta a pañi corresponde al
morfema benefactivo, que expresa ‘lo que da
calor’; el término we en posposición nombra
‘lugar’ o ‘instrumento’.
El punto de articulación central de la composición nominal que denota ‘cobre’ es el lexema
pañi. Este término designa el lugar donde
se toma el sol (Febrés, 1765; Erize, 1960), o
resolana (Monart, 2005), por lo tanto, un lugar
temperado o caldeado por la acción de la radiación solar. De allí deriva la palabra pañilwe, con
que se nombra el fierro o hierro (Valdivia, 1887
[1606]; Febrés, 1765), metal introducido por
los españoles. Esta voz se emplea también en
mapudungun como denominador genérico del
metal (Augusta, 1916a; Erize, 1960). Su significado literal es ‘objeto caldeado’. Esta expresión
sirve de base en la generación léxica de términos
para designar a los metales producidos por la
fundición de mineral. Entre ellos se encuentran
el cobre, designado kumpañilwe o kelüpañilwe
(‘material rojo caldeado’); el bronce, denominado
chodpañilwe (‘material amarillo caldeado’), y la
escoria o residuo de la fundición, denominada
pañilwe ñi me o mepañilwe, que significa literalmente ‘excremento de material caldeado’.
Revista Antropologías del Sur
Un punto relevante es que la voz pañi presenta
afinidades lingüísticas de forma y contenido con
el término pari de las lenguas aymara y quechua,
que significa ‘caldeado’, ‘caliente’, ‘candente’
(Büttner & Condori, 1984; Callo, 2009 [2007];
Rosat, 2009 [1989]; Grájeda, 2013). Su uso
origina una amplia serie léxica sobre el calor,
que se extiende al campo de la metalurgia. El
registro más temprano de la misma se encuentra
en Bertonio (1879a [1612]), quien, además de
la forma adjetiva pari (‘caldeado’), consigna
el verbo paritha (‘caldear el hierro o calentar
piedras’). En aymara, el término pari se aplica
en particular al calor concentrado en los objetos
(Cotari et al., 1978; Condori, 2016; De Lucca,
1983), como las piedras que se emplean para
cocinar y el metal para la elaboración de instrumentos. A modo de ejemplo, Tarifa (1990) define
pari como el ‘calor concentrado en un objeto de
hierro o cobre y que quema’. De acuerdo con
él, paritaña es ‘caldear un objeto de hierro para
golpearlo’; pariña, ‘calentar en fuego un metal’;
pariptayaña, ‘hacer caldear al rojo vivo un hierro
para hacer una estaca’.
La voz se registra, igualmente, en el quechua
sureño o Quechua II (Torero, 1964), pero se
encuentra ausente en el Quechua I (Parker &
Chávez, 1976; Weber, Cayco, Cayco, & Ballena,
1998), considerado la matriz de origen de esta
lengua (Torero, 1964). Tampoco se consigna
en las fuentes metalingüísticas tempranas de
la misma (Santo Thomas, 1560; González de
Holguín, 1608).
El diccionario de la Academia Mayor de la
Lengua Quechua (2005) registra su presencia
en el área del Cusco. El término pari se define en
esta fuente como ‘termógeno, lo que engendra
calor’ y ‘térmico, fenómenos manifestados por
aumento o disminución calórica’. Grájeda (2013)
Año 7 N°13 2020
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documenta su uso en el área de Cochabamba
a través de una serie léxica extensa. Entre los
términos que anota el autor se encuentran:
pari kay, que significa ‘candencia, cualidad
candente en que un cuerpo metálico enrojece
o emblanquece por acción del calor’; pari y
parisqa, ‘caldeado, caliente o muy caliente,
ígneo, quemante; candente, que tiene o producirá calor’; parichi, ‘calda, acción o efecto de
caldear’; parichiy, ‘caldear el carbón de la
fragua; calentar una pieza metálica hasta un
temple para trabajarla’; pariña ~ parina, ‘volcán’;
parisuña, ‘calimba, hierro con el que se marca
a los animales’; y pariy, parichiy, ‘caldear, hacer
que algo frío antes aumente perceptiblemente
de temperatura; hacer ascua al hierro para
labrarlo o soldarlo a otro’.
El término también se encuentra en la
toponimia ancestral del área circun-titicaca.
Pariti es el nombre de una de las islas del lago
Titicaca, famosa por las ofrendas de cerámica
tiwanakota. Paria es una de las denominaciones
que el lago Poopo registra en las crónicas. Ello
podría indicar una posible filiación del término
en la lengua puquina, considerada la lengua de
Tiwanaku, hoy extinta, a la que se le atribuye
una posible filiación arawak (Créqui-Montfort &
Rivet, 1927; Torero, 1990). Al respecto resulta
sugerente señalar la existencia de voces afines
en algunas lenguas de esta familia, localizadas
en la Amazonía peruana. En la lengua piro,
el término pawchi designa ‘fuego’ (Nies, 2008
[1986]); en asháninka, paanari es ‘candela’ y
‘fuego’ (Kindberg, 2008 [1980]); en ashéninca,
paamari y paampari denotan ‘fuego’, papaani,
‘ceniza y carbón’ (Payne, 2008 [1980]); en
nomatsigenga (Shaver, 2008 [1996]), pamari
significa, igualmente, ‘candela y fuego’. En
resígaro, pa(h)ki –y sus alófonos pali, pari– es
‘ceniza’ (Rivet & Warvin, 1951).
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Rodrigo Moulian et al. — Pañilwe ñi dungu: las voces del metal
Respecto a la voz pañi del mapudungun
que, en primera instancia, designa la energía
calórica del sol y se incorpora al campo de la
metalurgia, no se puede plantear que constituya un préstamo del aymara. Si bien las voces
pari y pañi presentan evidentes afinidades, no
se puede explicar el cambio fonémico de /r/ a
/ñ/, porque el mapudungun posee el fonema
alveolar fricativo /r/ en su sistema fonológico,
con la variante alofónica sorda, que se debiera
haber conservado en la expresión. Los datos
que exponemos sugieren que se trata de un
cognado de la matriz arawak a la que se ha
vinculado al mapudungun (Payne, 2008 [1980];
Payne & Croese, 1988).
La lengua mapuche dispone de diversas voces
para designar la cualidad del calor como alim,
adun, covun (Erize, 1960) o are (Erize, 1960).
Por lo mismo, la selección de la voz pañi para
constituir el campo semántico del trabajo en
metales se puede explicar producto de un calco
semántico andino, donde esta actividad tiene
un desarrollo precedente. Al respecto se debe
destacar que la fabricación de cualquier objeto
de metal, en especial a base de cobre, implica
necesariamente calentar periódicamente el
objeto al fuego, a una temperatura suficiente
como para ponerlo al rojo, pero no tan alta como
para fundirlo. Esto porque el martillado afecta
la estructura cristalina del metal al romper los
granos (cristales) que la componen, que se van
haciendo cada vez más pequeños, de manera
que el metal se vuelve duro y frágil. Calentar la
pieza hace que los granos se reconstituyan y
pueda seguir el proceso de martillado. Si no se
hace este proceso, denominado “recocido”, la
pieza se rompe (González, 2004a).
Los términos del mapudungun pañilwe, kumpañilwe, chodpañilwe, mepañilwe indican el uso del
calor en el trabajo en metales, que es lo que abre
las puertas a la metalurgia. En el Chile central
los procesos de fundición de metales se encuentran datados en el año 600 d.C. En la Araucanía,
las evidencias del modelado de piezas a la cera
perdida se sitúan en el año 1000 d.C. La disponibilidad de esta técnica permite la producción en serie
de piezas que se incorporan en la vida cotidiana
de la gente. La introducción de las mismas en los
procesos productivos en el Chile central ha sido
explicada como resultado de la difusión de conocimientos desde el área meridional andina (Latorre,
2006). Respecto del desarrollo de los lexemas,
se advierte un proceso de generatividad lingüística, que puede tener aún mayor profundidad si se
consideran las voces puelche payen (que designa
al cobre) y padinca (que designa al bronce) en
esta variedad dialectal del mapudungun.
No obstante, se debe tener en cuenta que
los términos pañilwe y sus derivados no son
los únicos lexemas con afinidades andinas.
La voz mayal, que indica en mapudungun el
mineral en piedra (Erize, 1960), tiene como
afines las voces quechua y aymara mama,
que designan al mineral en roca, considerado
madre del metal. El término mepañilwe, que
denota ‘escoria’ (Febrés, 1765), se compone
con el término me, que significa ‘excremento’.
La serie léxica donde se inscribe incluye los
términos mekawe, ‘estiercolero’; mekal, ‘cascarria de ovejas’; mekan, ‘defecar’ (Erize, 1960).
Todos ellos están relacionados con el quechua
meq’a, que denota ‘excremento’ (Rosat, 2009
[1989]). La expresión nominal callapañilwue
(Erize, 1960) implica ‘barreta metálica’, instrumento de trabajo minero cuyo nombre deriva
del aymara callapu (Llanos, 2009 [1611]), ‘palo
o instrumento para deshacer terrones’.
Revista Antropologías del Sur
Algo similar sucede con la voz millayayma,
consignada por Valdivia (1887 [1606]), con el
sentido de ‘vena de oro’. En aymara, llajma indica
un río poco profundo (Tarifa, 1990), lo que implica
la idea de cauce contenida entre las acepciones
de la voz mapuche yayma ~ llaima, que designa
igualmente ‘zanja’ y ‘vena’ (Febrés, 1765). Un
caso singular, que analizaremos a continuación,
es el de la voz titi, que en mapudungun designa
tanto al plomo como al estaño, y que se encuentra
con el mismo significado en las lenguas quechua
y aymara.
Relaciones translingüísticas de titi
La voz titi, que en mapudungun designa,
como dijimos, tanto al estaño como al plomo,
es un término panandino, cuya contextualización resulta compleja. En el territorio ancestral mapuche no se encuentran yacimientos
del primero de estos minerales, el cual debió
circular procedente del norte. Del segundo
se tienen pocos antecedentes en el registro
arqueológico prehispánico, no obstante, la
lengua mapuche dispone del término laquir para
denotar al mismo (Valdivia, 1887 [1606]).
El estaño se encuentra como componente
principal del mineral denominado “casiterita”,
óxido de estaño (SnO2), cuyas menas solo se
encuentran en el altiplano boliviano y el noroeste
de Argentina (Petersen, 2011; Lechtman,
1996). Hasta el presente no se han encontrado evidencias del uso del estaño metálico
como materia prima en el período prehispánico. No obstante, este elemento se emplea
como aleación del cobre para producir bronce
estañífero, un metal con mayor resistencia y
tenacidad y mejor ductilidad que el cobre puro.
Otros tipos de bronces prehispánicos son el
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arsenical, compuesto de cobre y arsénico, y
el terciario, conformado por una aleación de
cobre, arsénico y níquel. Cabe destacar que la
asociación de cobre y arsénico se encuentra
en estado natural, en cambio, la combinación
entre estaño y cobre es siempre intencionada.
En el registro arqueológico, Campbell et al.
(2018) identificaron, en materiales recuperados
en Isla Mocha, tres piezas de cobre arsenical,
probablemente de aleación natural, y cuatro de
bronce estañífero, que debieron ser transportadas hasta este espacio.
En comparación con el cobre sin alear, los
distintos tipos de bronces tienen una mayor
dureza, además de un punto de fusión más
bajo, lo que los hace más adecuados para la
manufactura de objetos por colada en moldes.
Otra característica relevante es el color, que
en los bronces adquiere distintos matices de
dorado. Lechtman (1978) propone que el color
de los metales tendría gran importancia para las
poblaciones prehispánicas, hasta el punto de
que muchas innovaciones tecnológicas están
orientadas a obtener determinados colores a
partir tanto del manejo de aleaciones como de
tratamientos de superficie. El término mapuche
chodpañilwe, que literalmente significa ‘objeto
caldeado amarillo’ y designa al bronce, expresa
este interés por el color.
La aleación cobre-estaño aparece por primera
vez en objetos del formativo tardío (500 a.C.-300
d.C), tanto en el altiplano boliviano, como en el
noroeste argentino. Hasta el presente no se ha
resuelto si se trata de innovaciones independientes o de desarrollos interrelacionados
(Lechtman, 2003b; González, 2004a).
En el altiplano boliviano, la aleación cobre-estaño surge de modo coetáneo a la aleación
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Rodrigo Moulian et al. — Pañilwe ñi dungu: las voces del metal
cobre-arsénico-níquel (bronce ternario). Esta
última es la materia prima predominante hasta
finales del período medio en las culturas Wari
y Tiwanaku. Luego es reemplazada por la
aleación cobre-estaño, que será predominante
en el período tardío de Tiwanaku (Lechtman,
2003b; Lechtman & Macfarlane, 2005).
En el noroeste argentino, las piezas con
presencia de estaño más tempranas se encuentran en el sitio Condorhuasi (200 a.C.-200 d.C.),
y coexisten con la aleación cobre-arsénico. Lo
mismo sucede durante la hegemonía Aguada
(500 d.C-1000 d.C.), en la que se utiliza tanto
la aleación cobre-arsénico como la cobre-estaño. No obstante, debe destacarse que las
placas con iconografía compleja características
de este período están fabricadas de manera
predominante en cobre-estaño (González,
2004a). Posteriormente, a partir de los Desarrollos Regionales, surge en el noroeste argentino
una tecnología compleja centrada en el manejo
del bronce estañífero, que continua durante el
período del Tawantinsuyo (González, 2004a).
El bronce estañífero es, asimismo, una de las
marcas de identidad de la metalurgia inca que
se difunde a través del imperio (Lechtman, 1978;
González, 2004b). En los Andes centrales, la
expansión incaica se expresa en un desplazamiento en el uso de los bronces arsenicales por
los bronces estañíferos. En el noroeste argentino, donde esta aleación tiene una larga historia
precedente, la llegada del incario se expresa en
la renovación de las técnicas productivas y la
incorporación de nuevos tipos de piezas en el
repertorio metalúrgico.
El catastro de piezas metalúrgicas incas del
Chile central incluye al menos tres piezas de
esta aleación, identificada a través de análisis
microscópico y químico (Plaza & Martinón-Torres, 2015), y de otras adscritas a través de
sus rasgos formales (Ewbank, 1915 [1885];
Stehberg, 1980). No es claro que estos objetos
hayan sido elaborados en el área central de
Chile, puesto que se pueden haber trasladado
hasta aquí ya manufacturados. No obstante,
la evidencia del sitio Los Nogales muestra un
contexto de producción metalúrgica donde las
poblaciones locales podrían haber adoptado
tecnologías del noroeste argentino difundidas
por el inca, incluyendo el uso de la aleación
cobre-estaño (Plaza & Martinón-Torres, 2015).
Es posible proponer una producción local a
partir del movimiento de estaño a través de
redes de intercambio a larga distancia, tal
como se ha planteado para los Andes centro
sur (Núñez, 1987; Lechtman & Macfarlane,
2005). La disponibilidad en el mapudungun de
las voces chodpañilwe y titi es consistente con
esta idea.
Por su parte, el plomo es el componente
principal de la “galena”, un compuesto rico
igualmente en plata, del que se extrae a través
de procedimientos metalúrgicos. Menas importantes de este mineral se encuentran en Ovalle
y Aysén (Flores, 1944). En el área andina, el
metal se ha empleado desde tiempos prehispánicos como aleación de la plata y como
elemento de soldadura (Petersen, 2011).
El plomo también juega un papel relevante
en la producción de plata por el proceso de
“copelación”, mediante el cual, en el momento
de la fundición, se añade plomo al mineral
de plata para facilitar su separación de otros
elementos, de lo que se obtiene una combinación de plomo y plata que es purificada en una
segunda parte del proceso. Esta técnica era
conocida por las poblaciones prehispánicas, al
menos en el período tardío, y en Chile existen
Revista Antropologías del Sur
evidencias de su implementación en Tarapacá
(Zori & Tropper, 2010). En contraste, el registro
arqueológico de piezas de este material de la
zona centro sur de Chile es exiguo. Solo se
encuentra documentado el hallazgo de cruces
de plomo en un sitio inca al nororiente de
Colchahua (Stehberg, 1975).
La doble acepción del término titi, con el
sentido de plomo y estaño, presente en el
mapudungun, deriva probablemente del
quechua (Santo Thomas, 1560; González de
Holguín, 1608). Como expone Guaman Poma
de Ayala (1980 [1615]), estos metales se suelen
distinguir como yanak titi o titi ‘negro’ (el plomo)
y yurak titi o titi ‘blanco’ (el estaño). No obstante,
la acepción principal del término en esta lengua
es plomo, que en Santo Thomas (1560) y
González de Holguín (1608) se consigna como
titi, mientras la derivada es estaño, identificada
por los autores como yurak titi.
La voz presenta un registro panandino, pero
con distintas marcas semánticas predominantes. En aymara, titi es plomo (Bertonio,
1879b [1612]; Torres Rubio, 1616) y tiene
también el significado de ‘gato montés’ (equivalente en quechua al osqollo), animal mítico en
los Andes, asociado a los cometas o las estrellas fugaces. Con la misma acepción aparece en
el kallawaya donde, según Oblitas (1968), significa ‘plomo’, mientras que para Aguiló (1991) es
tanto ‘plomo’ como ‘gato montés’. En el chipaya
es ‘estaño’ (Cerrón-Palomino & Ballón, 2011).
En lule toconoté, titi designa ‘estaño’, mientras
que la forma compuesta titi ymp denota ‘plomo’
(Machoni, 1877 [1732]).
Al examen de estos datos lingüísticos y
arqueológicos, lo más probable es que la incorporación de la voz titi al mapudungun constituya un préstamo del quechua en el período de
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expansión del Tawantinsuyo. Indicios de ello
son la doble acepción que asume el término en
la lengua mapuche, con el sentido de estaño y
plomo (Valdivia, 1887 [1606]); el que no haya
evidencias de gramatización del término; el que
en la Araucanía no se disponga de reservas
de estos metales y solo exiguas evidencias del
uso del segundo y, en contraste, el que ambos
metales presenten importancia dentro de la
metalurgia inca (Petersen, 2011).
Discusión
El trabajo en metales debe analizarse como
un sistema expresivo. El valor de cada uno de
los materiales se especifica en las relaciones
de equivalencia y contraste con los demás
elementos del sistema. Ello se hace evidente
al comparar los antecedentes lingüísticos y
arqueológicos del oro y la plata. La voz milla
significa oro a través de una raíz léxica que le es
propia, incorporada a la lengua para especificar
y distinguir esta materialidad. El término lien,
que denota plata, es una síncopa de ligngen,
que literalmente significa tener blancura o luz.
Esta se compone de las voces lig, que implica
el color blanco, considerado una de las formas
básicas de materialización de la luz (Mege,
1992), y la voz ngen, que alude a la posesión
de elementos o cualidades. Los términos
contrastan nítidamente en sus mecanismos de
inscripción lingüística. El término milla funda
una serie léxica que refiere al oro y sus cualidades. El sustantivo lien se inscribe en una serie
léxica preconstituida, correspondiente a la luz y
el brillo, en la que se encuentran lexemas como
lif, ‘limpio’, considerado uno de los principales
atributos de la luz y asociado al color blanco; la
voz lican, que designa a una piedra de cuarzo o
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Rodrigo Moulian et al. — Pañilwe ñi dungu: las voces del metal
pedernal brillante, dotada de energía espiritual
y poder; el término liwe, una voz arcaica que
denota el espíritu animante que se manifiesta
en el brillo de los ojos; la voz liwen, que significa ‘amanecer’, momento considerado propicio
y marcado por la energía positiva de la luz
matinal. Las relaciones translingüísticas de esta
serie evidencian, además, que el término lien
participa del paradigma cosmovisionario andino
de la luz y el brillo como manifestaciones de la
energía primordial.
El simbolismo de la plata integra los rasgos
semánticos de la serie léxica en la que se
inscribe. La voz lien expresa la capacidad de
la plata para contener, reflectar y proyectar la
luz. El simbolismo del oro se revela en los usos
del término milla en los campos del lenguaje
ritual, donde expresa poder, y en la onomástica,
donde se manifiesta como una voz de prestigio.
A tal punto llega este, que su lexema es uno
de los componentes más frecuentes de la antroponimia mapuche. En contraste, las evidencias
materiales en el registro arqueológico prehispánico de esta cultura son casi inexistentes. Nos
encontramos aquí con un principio de inversión simbólica, donde la abundancia en los
ejemplares lingüísticos está correlacionada con
exiguos antecedentes materiales.
La escasez de piezas de oro mapuche prehispánicas podría invitar a pensar que el prestigio
de este metal se origina en el período de la
conquista, cuando pasa a constituirse en un
medio de capitalización y cambio. Sin embargo,
el análisis de las voces del metal muestra
lo contrario. La presencia, en las crónicas
tempranas de la conquista, de la voz milla
contenida en la antroponimia y la toponimia
mapuche indican la precedencia del conocimiento del metal a la llegada de los españoles.
La localización de topónimos con este término
en el área de Arauco señala la ubicación de
vetas mineras, que quedan consignadas en los
nombres y relevadas como hitos significativos
en el paisaje. Su uso en la onomástica mapuche
del período de contacto, en los denominativos
de los ‘hombres fuertes’ (Silva, 1995), indican
que el oro era un referente simbólico importante
en la sociedad mapuche prehispánica.
La ausencia del oro en el registro material
prehispánico mapuche no se debe a la carencia
de este material ni al desconocimiento de su
localización por parte de la población local. Ello
se puede explicar por la existencia de normas y
representaciones que restringen su uso, considerado tabuado. Koessler-Ilg ha recogido en
el área pampeana variantes de un mito andino
que atribuye el origen del oro al sudor del sol
y el de la plata a las lágrimas de la luna. La
misma autora informa que el oro era considerado un material fuerte, que producía daños en
sus usuarios, por lo que su acceso se encontraba restringido. La prohibición de su uso
material estimula la enunciación de sus significantes lingüísticos de modo simbólico. Lo
contrario ocurre con la plata, cuyo uso material
era valorado y permitido. La disponibilidad y
las posibilidades de empleo de piezas de este
último metal reduce la motivación para los usos
retóricos-verbales del término.
Lo mismo sucede con el cobre, que es el primer
material trabajado en la cultura mapuche y, por
lejos, el de más amplio uso en el período prehispánico, según se muestra en el registro arqueológico. Los datos etnohistóricos describen el uso
extendido de aretes de este metal, que aparece
incorporado a la vida cotidiana en el momento
de la conquista. En contraste con esta preminencia en la expresión material, la composición
Revista Antropologías del Sur
nominal del término que lo designa muestra el
carácter derivado de su manifestación lingüística. El mapudungun no dispone de una voz
para designar al cobre en estado mineral. Si
bien la variante dialectal puelche contiene para
cobre la voz payan, este término no es parte del
repertorio léxico general del mapudungun. Las
voces kumpañilwe y kelupañilwe, que designan
al metal en esta lengua, implican, en su estructura semántica, el uso del calor, expresado en
el morfema pañi. La serie léxica al que este da
lugar incluye las voces chodpañilwe (bronce)
y mecapañilwe (escoria), que informan el
desarrollo de las industrias metalúrgicas.
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aleación es considerado un indicador de un
origen alóctono de las mismas (Campbell et al.,
2018). Por lo mismo, la voz titi, que presenta la
doble acepción de ‘plomo’ y ‘estaño’, obliga a
extender nuestra mirada más allá de los límites
regionales. El término designa a un mineral que
no se encuentra en la Araucanía y a otro cuya
representatividad no resulta significativa en el
registro arqueológico. El lexema titi, además, se
inscribe en el repertorio de las lenguas andinas.
Dado que el término pañilwe, que designa
‘metal’, se emplea además para nombrar el
hierro, que introducen los españoles, podría
pensarse que el término es una incorporación colonial. La larga precedencia del trabajo
del cobre nos lleva a descartar esta hipótesis,
puesto que resulta inverosímil la desaparición
de las voces que refieren a esta industria, bien
asentada en el momento de la conquista. Por lo
mismo, planteamos que las voces kumpañilwe
y kelüpañilwe testimonian la incorporación del
fuego al trabajo en metales y el desarrollo de
la industria metalúrgica. En el área central de
Chile esta última se encuentra datada alrededor
del año 600 d.C.
Las afinidades translingüísticas de voces
correspondientes al trabajo en metales
mapuche constituyen un punto relevante en
esta discusión. Es el caso de la voz pañi, afín
al aymara pari, con posibles cognados en las
voces paamari, panari y pawchi de las lenguas
arawak meridionales. Estas correlaciones
informan de vínculos culturales de larga data.
Lo mismo sucede, en el plano ideológico, con
las correlaciones translingüísticas del brillo en
las lenguas andinas, en las que se inscribe la
voz lien. En contraste, la falta de gramaticalización del término titi, es decir, la ausencia de
modificación de elementos morfológicos propios
del mapudungun, es un indicador de un ingreso
tardío en esta lengua. También lo es la doble
acepción del término, que reproduce la distinción quechua entre yanan y yurak titi, atribuible
a una influencia incaica.
Los lexemas kum y kelü, que denotan ‘rojizo’
en la composición nominal del cobre, expresan
la atención a las cualidades cromáticas de los
metales. Lo mismo sucede en la expresión
chodpañilwe, que designa al bronce estañífero,
donde chod indica el color amarillo del metal,
que se logra a través de la aleación metalúrgica del cobre con el estaño. Dado que este
mineral no se encuentra en el territorio centro
sur de Chile, el registro de piezas con dicha
Los datos referidos muestran la circulación
en el mundo andino de conocimientos tecnológicos, de narrativas míticas sobre los metales
(en el caso del oro y la plata) y de representaciones simbólicas de estas, incluso de referencias a materias primas inexistentes en el territorio mapuche, como es el caso del estaño.
Al respecto, se debe destacar que los antecedentes contextuales, tanto de origen arqueológico como lingüístico, muestran que los
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Rodrigo Moulian et al. — Pañilwe ñi dungu: las voces del metal
mapuche prehispánicos vivían en un espacio
marcado por relaciones interculturales cargadas
de profundidad histórica y desarrollo continuo,
lo que los hace partícipes de los desarrollos
culturales del área.
La condición intercultural es el resultado
de relaciones sociales entre comunidades
humanas históricamente situadas, que emplean
diversos sistemas de modelización semióticos
organizadores de su universo cognitivo, configuradores de sus instituciones y reguladores
de sus prácticas. Si bien el contacto se produce
entre sujetos sociales, su interacción opera a
través de sistemas simbólicos, que modelan
la comunicación entre ellos. Las huellas del
encuentro se plasman en estos sistemas.
Quedan en la información codificada en los
lenguajes expresivos, en los conocimientos y
los patrones de comportamiento que expresan
las prácticas informadas por el registro arqueológico. La condición intercultural es este dominio
de recursos diseñados socialmente para la
vida, compartidos por diversas comunidades
humanas, que se instituye como resultado del
contacto entre ellas.
Conclusiones
El análisis de las voces del metal en
mapudungun entrega datos relevantes para la
reconstrucción de la historia cultural del trabajo
con esta materialidad. Los antecedentes sobre
la voz milla informan inequívocamente que los
mapuche prehispánicos conocían los yacimientos
auríferos de su territorio y valoraban simbólicamente este mineral. La información encontrada
sobre la frecuencia del uso de este lexema en los
campos de la onomástica y el lenguaje religioso
evidencian que las poblaciones locales le daban
una alta valoración a este metal y le atribuían
un poder sobrenatural. La narrativa mítica y
la memoria oral muestran, consistentemente,
que era un metal tabuado, de uso restringido a
personas de alto rango social. El oro se asocia
al sol, entidad numinosa masculina superior en
la cosmovisión mapuche y andina, provista de
una energía lumínica fertilizadora, pero a la vez
quemante. En contraposición, la plata se asocia
a la luna, entidad numinosa femenina superior en
la visión de mundo mapuche, que, como advierte
Mora (2006), es proveedora de una luz fría,
que no resulta peligrosa. Ello permite explicar
la ausencia del oro en el registro arqueológico,
pese a la disponibilidad de este mineral en el
territorio mapuche, y la preferencia por el uso de
la plata.
El análisis del término lien muestra que la
plata, por su capacidad de reflexión, se inscribe
conceptualmente en el campo semántico de
la luz y el brillo. Es valorada, por lo mismo,
como una materialidad con capacidad de
captar, contener y proyectar la luz. Las piezas
compuestas por ella pueden ser empleadas
como mecanismo de protección o poder.
Semánticamente, se la vincula con los términos
lig, ‘blanco’, considerado como la materialización de la luz; lif, que denota ‘limpieza’; liwen,
que designa ‘el amanecer’, momento de luz
matinal, fría, como la de la luna. El paradigma
mapuche al respecto está relacionado, en
términos lingüísticos y culturales, con las
concepciones andinas de la luz como forma de
energía primordial. Esto informa de relaciones
cosmovisionarias compartidas de larga data en
los Andes centro y sur.
Estas afinidades culturales se expresan,
Revista Antropologías del Sur
de igual manera, en las relaciones entre los
términos pañi, del mapundungun, y pari, del
aymara y quechua, que designan a los espacios
que concentran calor y que pasan al lenguaje
de la metalurgia para denominar a los cuerpos
termógenos. Ellos tienen como posibles
cognados las voces paamari, paanari y pawchi,
que denotan fuego en las lenguas arawak
meridionales, ashéninca, nomatsigenga y piro.
Sobre la base de estas relaciones lingüísticas
ancestrales, pensamos que el desplazamiento
de estas voces al campo semántico del trabajo
en metales puede haber ocurrido por calco
desde el aymara al mapudungun. Lo interesante
del caso es que el lexema pañi, que informa
de la emergencia de la metalurgia mapuche,
denota el trabajo con el calor que permite el
modelado de los metales.
Las voces analizadas dan cuenta de un
continuo en la circulación regional de elementos
culturales en el área andina. Ejemplo de ello es el
término mecapañilwe, que designa a la escoria
metalúrgica y que incorpora en su composición
la voz quechua meca. El quechuismo debe
haberse adoptado con el avance del Tawantin-
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suyo en el espacio meridional, que constituye
un momento de consolidación de la industria metalúrgica, en el período prehispánico
tardío. Otro ejemplo es la voz titi, que pasa al
mapudungun con la doble acepción de plomo
y estaño, aunque reteniendo una distinción que
se hace en quechua entre yurak titi y yanan titi.
Si bien el lexema es antiguo y se encuentra
registrado en diversas lenguas amerindias
meridionales, el modo de recepción en la cultura
mapuche indica una influencia incaica.
Así, las voces del metal nos hablan no solo
de un enraizamiento del trabajo en metales en
la cultura mapuche, sino de su inscripción en
un espacio intercultural donde circulan voces,
representaciones simbólicas, narrativas míticas
y conocimientos tecnológicos, develando con
ello el carácter políglota de algunas de ellas. El
análisis metalingüístico permite distinguir entre
correlatos culturales preincaicos e influencias
atribuibles al desarrollo del Tawantinsuyo, lo
que describe un continuum en los procesos de
interacción intercultural en el área.
Notas
Por “metales nativos” se entiende a aquellos que se encuentran
un panteón múltiple compuesto por familias divinas, constituidas por
en estado metálico en la naturaleza; por “metalurgia”, el procedimiento
cuatro integrantes, con figuras masculinas y femeninas, ancianas
de reducción a metal a través del proceso de fusión.
y jóvenes, que se asocian a diversos elementos de la naturaleza.
1
El estudio de las concepciones de la divinidad mapuche
En contraste, la figura de Nguenechen, cuyo culto se ha extendido
es complejo, porque estas presentan una serie de variantes y
en la actualidad, aparece como una divinidad unitaria y superior, lo
transformaciones. En la concepción ancestral mapuche se registra
que parece indicar una influencia cristiana.
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Rodrigo Moulian et al. — Pañilwe ñi dungu: las voces del metal
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