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Fe bíblica y filosofía*
Jorge Aurelio Díaz**
Universidad Católica de Colombia
Colombia
El destino del Cristianismo desde sus comienzos fue haber
tenido a la filosofía griega a la vez como aliada y como enemiga1
Para citar este artículo: Díaz, Jorge Aurelio. «Fe bíblica y filosofía».
Franciscanum 169, Vol. lx (2018): 143-168.
Resumen
Se examina la interpretación del pensamiento de Paul Ricoeur
propuesta por María Belén Tell, según la cual en la antropología
filosófica del pensador francés se hallan elementos que permiten
conectarla de manera original con la antropología proveniente de la
hermenéutica bíblica. Con ello intenta mostrar una manera novedosa
de relacionar la fe bíblica con la filosofía. Se evalúa la propuesta como
una forma de «filosofía cristiana», y se propone entenderla como una
apologética de la seducción perteneciente al campo de la teología.
*
**
1
El artículo ha sido elaborado en el año 2016 como parte del Proyecto de Investigación Philosophia
Personae, auspiciado por la Universidad Católica de Colombia y reconocido por Colciencias con el
código COL0091564.
Doctor en Filosofía por la Université Catholique de Louvain (Bélgica), Licenciado en Teología por la
Theologische Hochschule Sankt Georgen, Frankfurt am Main (Alemania) y Licenciado en Filosofía
por la Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá; Profesor de la Universidad Católica de Colombia
y Profesor emérito de la Universidad Nacional de Colombia; Director de la revista Ideas y Valores.
Contacto: jadiaza37@ucatolica.edu.co.
R. Kroner, Von Kant bis Hegel (Tübingen: J. C. B. Mohr, 1977), ii, 255.
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Jorge Aurelio DíAz
Palabras clave
P. Ricoeur, M.-B. Tell, filosofía, teología, apologética.
Biblical faith and philosophy
This article examines the interpretation of Paul Ricoeur’s thought
proposed by María Belén Tell, according to which, throughout the
French thinker’s philosophical anthropology, some elements can be
found which allow to connect it in an original way to the anthropology
that comes from biblical hermeneutics. With this, she tries to show a
new way of relating biblical faith to philosophy. The article values the
proposal as a form of «Christian philosophy» and tries to understand
it as an «apologetic of seduction» which belongs to theology.
Keywords
P. Ricoeur, M.-B. Tell, philosophy, theology, apologetics.
Introducción
Las relaciones entre la fe bíblica y la filosofía han sido objeto
de muy variadas y complejas interpretaciones a todo lo largo de la
historia tanto del judaísmo como del cristianismo. Ya el pensador
judío Filón de Alejandría (siglo i) se había propuesto conciliar el
pensamiento griego con la doctrina de las Escrituras, mientras
que, entre los cristianos, los llamados apologetas griegos (siglos
ii y iii) dividieron sus opiniones; algunos, como el mártir Justino o
Atenágoras, utilizaron la filosofía para defender su fe, pero otros,
como Tertuliano, mostraron una clara desconfianza ante la misma.
Este último, en particular, llegó a afirmar que las herejías «son
doctrinas de los hombres y de los demonios, que agradan a los oídos
y provienen de la agudeza de la sabiduría secular, a la que el Señor
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llamó necedad, y eligió a los necios del mundo para confusión de esa
misma filosofía»2. Y pocas líneas más adelante señala que, mientras
unas provienen del platonismo, del estoicismo o del epicureísmo,
otras tienen por padres a Zenón de Elea y a Heráclito; y exclama:
«¡Mísero Aristóteles! Él fue quien les enseñó la dialéctica, ese
arte de construir y destruir, versátil para conjeturar, fuerte en la
argumentación, productor de controversias, molesto para sí mismo,
que se retracta de todo y en realidad no trata de nada»3. Y es entonces
cuando enuncia su bien conocida pregunta: «¿Qué tiene entonces
que ver Atenas con Jerusalén, la Academia con la Iglesia, los herejes
con los cristianos? Porque nuestra institución proviene del pórtico de
Salomón, quien enseñó que había que buscar al Señor en la sencillez
del corazón»4.
Sin embargo, con el desarrollo de la reflexión teológica elaborada
por los grandes Padres de la Iglesia, tanto griegos como latinos
(siglos iv a vi), lo que se buscó fue un aprovechamiento de los
avances logrados por el ejercicio de la razón en la filosofía griega,
ya no solo para defender, sino para tratar de comprender el sentido
de las doctrinas reveladas. Bien puede decirse que la máxima que
orientó las reflexiones de estos primeros pensadores cristianos fue
aquella atribuida a Anselmo de Canterbury (1033-1109), considerado
el iniciador de la llamada «filosofía escolástica»: fides quaerens
intellectum (la fe en búsqueda de intelección). Ahora bien, con la
difusión del cristianismo y la elaboración, a lo largo del Medioevo,
de una teología como «ciencia» con carácter propio5, fue esta última
la que vino a desempeñar la tarea que había buscado cumplir la
2
3
4
5
Tertuliano, Florilegium Patristicum. Fasciculus iv. De Preaescriptione haereticorum vii, 6: www.uff.br/
helenismo/sites/default/files/tertuliado%20latim.pdf, consultada en octubre 15, 2016. La traducción
del latín es mía.
Tertuliano, Florilegium Patristicum. Fasciculus iv. De Preaescriptione haereticorum vii.
Tertuliano, Florilegium Patristicum. Fasciculus iv. De Preaescriptione haereticorum vii, 9.
En el Medioevo se discutió si la teología era una ciencia y cuál sería su carácter. Un ejemplo de
tales controversias puede verse en Tomás de Aquino y en Juan Duns Escoto. Cf. Suma de Teología
(Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2009), i, q. 1, ¿Qué es y qué comprende la doctrina
sagrada?; Juan Duns Escoto, Filosofía y teología. Dios y el hombre (Madrid: Biblioteca de Autores
Cristianos, 2011), Ordinatio i, 89 ss. De la Teología en cuanto ciencia.
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filosofía griega, a saber, la de ofrecer a sus cultivadores una «forma
de vida» o unos «ejercicios espirituales», para emplear la fórmula
de Pierre Hadot6. Al haber sido relevada de su función de servir de
orientadora de la conducta humana, ya que la religión cristiana había
asumido dicha tarea, la filosofía encontró su lugar en la Facultad de
Artes, donde que se adquirían los fundamentos para las Facultades
superiores, a saber, las de Teología, Jurisprudencia y Medicina.
Con ello la filosofía pasó de ser «sierva de la sabiduría», como la
había considerado Filón de Alejandría, a convertirse en «sierva de la
teología» (ancilla theologiae), como será llamada por los escolásticos7.
Ahora bien, como lo hace notar el Pontífice Juan Pablo II (con la
influencia de Joseph Ratzinger) en la Encíclica Fides et Ratio, aunque
«el título no fue aplicado para indicar una sumisión servil o un papel
puramente funcional de la filosofía con relación a la teología, […]
la expresión (es) hoy difícilmente utilizable debido a los principios
de autonomía»8, a los que se había hecho referencia anteriormente.
Porque, con la Modernidad, la razón vino a reivindicar una autonomía
que terminó por descartar la revelación divina como fundamento de
sus desarrollos conceptuales. O, para ser más precisos, podemos decir
que con la Ilustración se abrieron dos caminos: uno que rechazaba
la revelación como fundamento para el conocimiento, y otro que
buscó reducir las doctrinas reveladas a las estrictas exigencias de la
razón; ello, sin descartar algunas posiciones intermedias. Pero ambos
compartían la idea de mantenerse «dentro de los límites de la mera
razón», para utilizar la expresión kantiana.9
6
7
8
9
La idea de la filosofía como forma de vida, en el sentido en que Pierre Hadot comprendió las escuelas
filosóficas griegas, ha sido desarrollada recientemente en: Andrea Lozano et alii, eds. Convertir
la vida en arte: una introducción histórica a la filosofía como forma de vida (Bogotá: Universidad
Nacional de Colombia, 2016), donde se recogen diversas colaboraciones sobre el tema.
Un interesante estudio sobre los orígenes y la historia de este adagio puede verse en: José Luis
Illanes, «Philosophia ancilla theologiae. Límites y avatares de un adagio», Scripta Theologica 36
(2004/1): 13-35.
Juan Pablo II, Fides et Ratio. Sobre las relaciones entre fe y razón (Bogotá: Ediciones Paulinas, 1999),
§ 77.
Me refiero al título de la obra de Kant, La religión dentro de los límites de la mera razón (Madrid:
Alianza, 2007).
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En el siglo xix, esa crítica de la Ilustración a la religión se
vio reforzada, como lo ha señalado Enrique Romerales, «por el
marxismo, el positivismo, Nietzsche y, en otro sentido, pero muy
especialmente, por Darwin»10; a lo que se añadirá, en el siglo xx, la
influencia de Sigmund Freud. De modo que, «bajo la influencia de
todas estas poderosas figuras o corrientes, la filosofía del siglo xx
había de ser mayoritariamente atea o, más bien, agnóstica»11. Sin
embargo, hacia mediados del siglo xx, en primer término dentro del
ámbito anglosajón marcado por la filosofía analítica, y luego también
dentro de la así llamada «filosofía continental», el tema de la religión
comenzó a recuperar la atención de los académicos.
En este contexto se dieron a conocer en Francia figuras como
las de Emmanuel Levinas (1905-1995), Michel Henry (1922-2002),
Jean-Luc Marion (1946) y Jean-Louis Chrétien (1952), quienes
tomaron como objeto de sus análisis fenomenológicos elementos que
procedían de la revelación bíblica, y dieron pie para que Dominique
Janicaud acuñara, en 1990, el término crítico de «giro teológico
de la fenomenología francesa», con el cual se proponía criticarles
a estos pensadores el haber puesto la filosofía al servicio de sus
creencias y tergiversar con ello el verdadero sentido del método
fenomenológico12.
Cabría preguntar, entonces, si una figura como la del
fenomenólogo y hermeneuta francés Paul Ricoeur (1913-2005)
podría ser catalogada entre los miembros de ese «giro teológico», tal
como lo ha propuesto el filósofo francés Emmanuel Falque13. Porque
Ricoeur mismo evitó siempre mezclar en sus reflexiones filosóficas
elementos que no pudieran ser sustentados a la luz de la mera razón;
aunque, como creyente, no dudara en elaborar cuidadosos ensayos
10
11
12
13
Enrique Romerales, ed. Creencia y Racionalidad. Lecturas de filosofía de la religión (Barcelona:
Anthropos, 1992), 12.
Enrique Romerales, ed. Creencia y Racionalidad.
Cf. Dominique Janicaud, La phénoménologie dans tous ses états (Paris: Éditions Gallimard, 2009),
399 ss.
Cf. Emmanuel Falque, Dios la carne y el otro. De Ireneo a Duns Escoto: reflexiones fenomenológicas
(Bogotá: Siglo del Hombre Editores – Universidad Católica de Colombia, 2012), passim.
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de hermenéutica bíblica14. Para responder esta pregunta, nada mejor
que examinar la interpretación del pensamiento de Ricoeur que nos
ofrece la filósofa argentina María Belén Tell en su libro publicado
recientemente por la Universidad de Salamanca, cuyo título reza:
Tras las huellas del testimonio. Estudio filosófico sobre los silenciosos
alcances de la antropología hermenéutica de Paul Ricoeur15. Sin
embargo, debo dejar en claro que mi propósito no consiste en evaluar
la fidelidad o la corrección de dicha interpretación con respecto al
pensamiento del fenomenólogo francés; fidelidad que, en aras de
la discusión, doy por sentada. Mi interés se orienta a examinar la
propuesta misma que nos presenta la autora del estudio, quien dice
haber encontrado en la obra de Ricoeur una antropología que da
pie a una nueva forma de comprender las relaciones entre fe bíblica
y filosofía. Por ello el artículo constará de dos partes: en la primera
se esboza, en sus líneas más generales, la interpretación elaborada
por Tell, así como la nueva forma de concebir las relaciones entre fe
bíblica y filosofía, y en la segunda expondré mi apreciación sobre
esa novedosa propuesta.
1. La interpretación de María Belén Tell
No es una tarea fácil resumir en unas pocas líneas el contenido
de este denso libro, porque ha sido elaborado por la autora como una
verdadera filigrana conceptual, en la que nos deja ver no solamente
su amplio conocimiento de la compleja y rica obra del fenomenólogo
francés, sino también un manejo muy cuidadoso de sus conceptos y
de la articulación entre los mismos. Al elaborar un resumen, se corre
el peligro no solamente de desvirtuar su contenido, sino de echar
a perder su verdadero propósito. De ahí que, al intentar hacerlo,
debo confesar que me embarga la impresión de comportarme, como
14
15
Una muy completa bibliografía de las obras de Paul Ricoeur puede encontrarse en el libro de María
Belén Tell que se analiza en este artículo (ver Bibliografía).
María Belén Tell, Tras las huellas del testimonio. Estudio filosófico sobre los silenciosos alcances de
la antropología hermenéutica de Paul Ricoeur (Salamanca: Universidad Pontificia de Salamanca,
2015).
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dice del adagio, «a la manera de un elefante en una cristalería». Sin
embargo, cuento en esta ocasión con una invaluable ayuda para la
presentación de la obra, a saber, con la reseña del libro realizada por
Patricio Merino, que ha sido publicada en la edición de diciembre
de 2015 en la revista Ideas y Valores16. Esta reseña me habrá de
servir entonces como verdadero hilo conductor para la elaboración
del presente resumen.
Y lo primero será enfatizar en los «tres rasgos más relevantes»
–como los denomina Merino17– que caracterizan el escrito. En primer
lugar, se trata de realizar un cuidadoso análisis de la relación que
cabe establecer, en la obra de Paul Ricoeur, entre fe bíblica y filosofía;
problemática que se desenvuelve en el entre de las dos dimensiones
de su antropología hermenéutica, a saber, la dimensión filosófica y
la dimensión bíblica. En segundo lugar, la autora reconoce que el
propio dinamismo de la antropología del filósofo francés –y como
ámbito privilegiado de encuentro entre razón, reflexión, religiosidad
y fe– la lectura de los textos se va viendo orientada hacia la necesidad
de reformular, en una renovada expresión, el recorrido mismo del
pensamiento ricoeuriano, para llegar de ese modo a esbozar de
manera final y decisiva una expresión inédita tanto en su sentido
mismo, como en sus alcances. Y el tercer rasgo relevante consiste
en la posibilidad de redefinir esa hermenéutica antropológica en
cuanto a su significación, lo que le permite a la autora postularla
«sagazmente», dice Merino, como un puente posible entre filosofía
y fe bíblica, y abrir así la posibilidad de una antropología de la paz18.
Aclaremos esto un poco más. El libro busca situar la nueva
relación entre fe bíblica y filosofía en un «lugar» intermedio entre la
visión antropológica derivada de una hermenéutica filosófica y esa
misma visión en tanto que proviene de la palabra bíblica, y lograr de
16
17
18
Patricio Merino, «Tell, María Belén. Tras la huella del testimonio. Estudio filosófico sobre los
silenciosos alcances de la antropología hermenéutica», Reseña. Ideas y Valores 159, Vol. lxvi (2015):
285-288.
Patricio Merino, «Tell, María Belén. Tras la huella del testimonio…», 286.
Patricio Merino, «Tell, María Belén. Tras la huella del testimonio…».
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ese modo que ambas se complementen y se enriquezcan mutuamente
hasta conformar una verdadera unidad; la cual, sin embargo, debe
mantenerse respetuosa de la diversidad innegable entre ambas
antropologías. La autora considera, además, que los textos de Ricoeur
permiten detectar un progresivo avance que va de la hermenéutica
filosófica al encuentro de la bíblica; pero tal progreso debe ser leído
entre líneas, ya que el filósofo francés se rehusó expresamente a
establecer, desde la filosofía, cualquier nexo directo con la teología.
De esa forma, Tell considera posible elaborar una nueva antropología
que, a la manera de un «puente», permita transitar pacíficamente
del campo de la antropología filosófica al de la revelación bíblica, o
del campo de la filosofía al de la teología, pero respetando siempre
sus respectivas autonomías. Lo que esta nueva antropología nos
permite comprender, dice Merino, es que «la exégesis bíblica le dona
generosamente a la actividad filosófica, y sin perder su autonomía
ni autenticidad, una serie de vocablos y expresiones que dan curso
a un nuevo tipo de “pensar”; uno que se gesta en el cruce, en la
amistad entre filosofía y fe bíblica respectivamente»19.
Cabe notar que Merino, como teólogo, contempla el proceso
desde su perspectiva, y lo ve como una donación y enriquecimiento
por parte de la exégesis bíblica al quehacer de la filosofía. La autora,
en cambio, que busca realizar una reflexión estrictamente filosófica,
considera que de esa manera la hermenéutica filosófica logra abrirse,
en el pensamiento de Ricoeur, a un más allá de ella misma, a una
«supra-filosofía» que viene a enriquecer la antropología, al buscar
comprender la conciencia humana en una triple relación: en primer
lugar en su relación consigo misma, luego en su relación con las
otras conciencias y finalmente con el Otro en mayúscula, es decir,
abierta a la escucha de la voz que proviene de la revelación cristiana.
Para cumplir con ese propósito, el texto lleva a cabo su tarea en
seis pasos o capítulos. En el primero se establece el marco teórico
19
Patricio Merino, «Tell, María Belén. Tras la huella del testimonio…».
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y se perfila el tema, al precisar el estado de la cuestión, justificar
la problemática y describirla. La autora es consciente de que «el
problema a investigar no ha sido trabajado sistemáticamente por el
propio autor, y pareciera, a veces, perderse en medio de su vasta,
densa y compleja obra»20. Los dos capítulos siguientes buscan mostrar
–dice Merino– «que la palabra humana no constituye ni la última ni
la primera palabra»21, y para ello comienza por examinar los análisis
ricoeurianos en torno a la voluntad. Sin detenerse, sin embargo, en
el tópico del pecado, la autora resalta las profundas ambivalencias
que caracterizan a la acción humana, para examinar luego, en el
tercer capítulo, la tensión que existe entre la identidad personal y
su apertura hacia el otro, en la denominada «identidad narrativa»:
La identidad humana radica en este ser capaz de responsabilidad, en
mantenerse en una palabra o en un acto, en tanto que el otro puede
contar con el sí-mismo, y este ser responsable de aquel. El carácter y el
poder mantenerse éticamente frente a otro como corresponsable definen
el núcleo central de la existencia humana en cuanto que identidad
narrativa.22
Se hace ver con ello el carácter radicalmente relacional del
sí-mismo como «ipseidad», y diferente, por consiguiente, de la
«mismidad». Porque, mientras que la mismidad hace referencia
al carácter, es decir, a la sedimentación que proviene de la cultura
y de las instancias valorativas; la ipseidad, en cambio, señala la
permanencia del sí mismo frente a las variaciones que se derivan
de su otredad. Salen a relucir entonces conceptos tan cruciales para
el análisis del sí-mismo como los de «atestación», «economía del
don», «gracia», «origen y sentido de la conminación», entre otros;
conceptos que son analizados de manera minuciosa por la autora,
pero en los cuales no considero necesario detenerme. Baste señalar
que en esos análisis, a mi parecer, se encuentran algunos de los
mejores pasajes de la obra.
20
21
22
María Belén. «Tras la huella del testimonio», 53.
Patricio Merino, «Tell, María Belén. Tras la huella del testimonio…», 287.
María Belén. «Tras la huella del testimonio», 114.
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Mirado en su conjunto, el libro se despliega en dos grandes etapas,
la primera de las cuales corresponde a los tres primeros capítulos,
mientras que la segunda abarca los dos capítulos finales. En la
primera se establece el marco conceptual, se examinan las estructuras
fundamentales de la persona y se perfila lo que la autora considera «el
problema central de la antropología ricoeuriana, a saber: la identidad
personal-narrativa»23; en pocas palabras, se trata de comprender el
modo de permanencia del sujeto agente como αescritor y lector de su
propia vida»24. En la segunda etapa se toma como base lo alcanzado
en la etapa anterior, para examinar esa identidad personal a la luz de
dos expresiones cuyo análisis constituye «la propuesta fundamental
de esta obra», como lo hace notar en el Prólogo Francisco Javier
Herrero. En primer lugar la expresión «Heme aquí», de origen
bíblico, que permite des-encubrir la identidad narrativa del sí-mismo
como «ser capaz de responsabilidad, de mantenerse en una palabra
o en un acto, en tanto el otro puede contar con el sí-mismo y este
ser responsable de aquel»25. Y, en segundo lugar, la expresión «¡Tú,
ámame!», tomada del filósofo judío Franz Rosenzweig, cuyo análisis
deja entrever un acercamiento entre la razón y la fe; acercamiento que
configura la base del capítulo final, donde la autora nos presenta su
novedosa e interesante propuesta de conectar las dos antropologías,
la filosófica y la bíblica.
De esa manera, en el capítulo cuarto, que Merino considera
«medular» porque en él se lleva a cabo el análisis de la conciencia como
«órgano en relación», se pone de manifiesto la continuidad que cabe
establecer entre la hermenéutica filosófica y la hermenéutica bíblica,
otorgándole así una verdadera unidad a la obra de Ricoeur; unidad
que él mismo no supo o no quiso desarrollar debido a su intención de
mantener el carácter metodológicamente «agnóstico» de su filosofar.
Sin embargo, es en el capítulo quinto donde encontramos «la clave
23
24
25
María Belén. «Tras la huella del testimonio», 105-016.
María Belén. «Tras la huella del testimonio», 107.
María Belén. «Tras la huella del testimonio», 114.
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de comprensión» –según las propias palabras de la autora– que nos
permite visualizar la hondura del problema que va del vínculo entre
filosofía y fe, hasta la dialéctica entre amor y justicia respectivamente.
Tal como lo da a entender el título del capítulo, en él se analizan
los «acercamientos entre la razón y la fe», lo que da pie, como bien
puntualiza Merino, a una «dialéctica entre una lógica racional
propiamente dicha, y otra sobreabundante y amorosa, en la que cada
una no se des-configura en absoluto de su propia identidad»26.
Como puede verse, la obra de María Belén Tell presenta una muy
rica y compleja variedad de análisis conceptuales, de precisiones
metodológicas y de argumentaciones que no pueden ser recogidas
en este resumen. Por eso, a manera de visión panorámica, me voy a
permitir retomar un denso párrafo que ofrece lo que bien podemos
considerar una mirada retrospectiva sobre el camino recorrido, y que
nos indica claramente esa pretendida necesidad de avanzar desde la
filosofía propiamente tal hacia una forma de «supra-filosofía», como
la llama la autora:
En suma, el itinerario antropológico-filosófico del soi-même [sí-mismo]
arribó a una orilla en la cual la respuesta conceptual estricta no es
suficiente, dado que las nociones de don y de gracia no son precisamente
conceptos filosóficos puros. Así mismo, la certeza última de existir queda
situada en una «receptividad originaria relacional» que se debe acoger
y escuchar. La atestación en cuanto afirmación, por tanto, se convierte
en espera, en recepción y escucha de la voz […] En este sentido, la
afirmación ontológica del ser humano no se reduce a la atestación de
sí, sino que queda expectante y oyente de la relación con esa voz que
le adviene27.
Tell se propone perfilar de esa manera la insuficiencia de la
visión filosófica y, por consiguiente, la necesidad que tendría
la misma de avanzar hacia una «supra-filosofía» para poder
comprender a cabalidad la constitución propia del ser humano tal
como esta es traída a la luz por una hermenéutica bíblica adobada
26
27
Patricio Merino, «Tell, María Belén. Tras la huella del testimonio…», 287.
María Belén. «Tras la huella del testimonio», 132-133.
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con elementos fenomenológicos. La razón de esa «necesidad»
proviene de que «la respuesta conceptual» no se muestra suficiente
para la comprensión antropológica, ya que las nociones de «don» y
de «gracia» «no son precisamente conceptos filosóficos», nos dice la
autora, es decir, señalan de esa manera su proveniencia bíblica, de
modo que, si bien es cierto que permiten enriquecer la comprensión
filosófica del ser humano, lo hacen apuntando más allá, o al menos
abren la posibilidad de apuntar más allá, para que puedan develar
todo su sentido. De ahí que la autora nos diga que «el centro de
su cometido» resida «en develar y vincular las fuentes suprafilosóficas […] en cuanto claves para comprender renovadamente la
antropología hermenéutica de Paul Ricoeur, y así poner en evidencia
sus silenciosos alcances»28. La riqueza del método desarrollado
por Ricoeur, asociado a la agudeza de las lecturas de María Belén
Tell, permiten así detectar «puertas abiertas», o tal vez «rendijas»,
podríamos decir, que la reflexión filosófica no está en condiciones
de poder clausurar, y que, en y desde la misma razón, se abren a
horizontes situados más allá de ella misma.
Al haber llegado hasta aquí, el capítulo sexto viene a ser como una
especie de colofón, donde se exponen «las claves para una renovada
formulación de la antropología hermenéutica ricoeuriana»29. La
autora, nos dice Merino, nos ofrece, «con harta perspicacia y cautela,
aquella novedad sigilosa perseguida en la antropología filosófica
ricoeuriana»30, a saber, la nueva forma de comprender las relaciones
entre fe bíblica y filosofía. Utilizando un término complejo, cuyos
elementos han sido analizados de manera pormenorizada a lo
largo de la obra, Tell nos explica que se trata de una «antropología
hermenéutica-existencial fundamental relacional»31; antropología
que, según ella, permite una comprensión novedosa de las relaciones
entre fe bíblica y filosofía.
28
29
30
31
María Belén. «Tras la huella del testimonio», 27.
María Belén. «Tras la huella del testimonio», 214.
Patricio Merino, «Tell, María Belén. Tras la huella del testimonio…», 287.
María Belén. «Tras la huella del testimonio», 228.
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Ahora bien, lo interesante de la propuesta consiste en que se
presenta como una reflexión filosófica que, a la vez que mantiene
el rigor y la autonomía de la disciplina, se muestra dispuesta a
dialogar –nos dice Merino– con «las inspiraciones, las mociones y
los horizontes que puedan venir de otras fuentes. Y, en este caso,
de la palabra originaria que tanto para el judaísmo como para el
cristianismo ha dado y sigue dando tantos frutos y tantas luces»32.
Tal como se ha indicado en un comienzo, en este artículo no me
he propuesto evaluar si la interpretación del pensamiento ricoeuriano
que nos ofrece Tell es fiel al pensamiento del fenomenólogo francés,
ni tampoco si la propuesta de completar su visión con esa manera
de comprender su antropología hermenéutica, que abre un puente
nuevo para conectar razón y fe, resulta compatible o no con su forma
de pensar. Es claro que en esa fidelidad y en esa compatibilidad con
el pensamiento de Ricoeur viene a consistir la verdadera originalidad
del libro, al ofrecer una forma novedosa de leer la obra ricoeuriana,
y de entender, en particular, su antropología fenomenológicohermenéutica. Pero realizar la evaluación de tal análisis hermenéutico
desde la obra misma de Ricoeur sería una tarea diferente a la que me
he propuesto aquí. Como espero poder desarrollarlo en la segunda
parte, mi intención es muy otra, a saber, evaluar el sentido que cabe
atribuirle a esa nueva forma de concebir las relaciones entre fe bíblica
y filosofía, y hacerlo desde una perspectiva estrictamente filosófica
como la que dice la autora que asume en su escrito.
2. Evaluación de la propuesta
Ante todo es importante señalar que la interpretación del
pensamiento de Ricoeur que nos ofrece el libro –interpretación
que, en beneficio del análisis, tengo que suponer acertada– vendría
a responder de manera afirmativa la pregunta que nos hicimos
anteriormente, a saber, si el pensamiento del fenomenólogo y
32
Patricio Merino, «Tell, María Belén. Tras la huella del testimonio…», 288.
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hermeneuta francés permitía catalogarlo entre los miembros del
llamado «giro teológico de la fenomenología»; de modo que esta
catalogación sería correcta a pesar de la cautela que tuvo Ricoeur para
no introducir en sus reflexiones filosóficas elementos provenientes
de la revelación bíblica.
La idea básica que orienta a esa corriente de pensamiento es
que el filósofo, sobre todo mediante la reflexión fenomenológica
combinada con la hermenéutica, puede tomar a su cargo elementos
fundamentales de la revelación cristiana para ser elaborados
filosóficamente, de tal manera que esa misma reflexión se vea con
ello enriquecida. La lectura del libro de María Belén Tell me lleva a
entender que uno de sus propósitos centrales consiste precisamente
en mostrar cómo, en el pensamiento de Ricoeur, incluso en contra de
su expresa voluntad, se pueden descubrir elementos que, al mostrar
la insuficiencia de los conceptos filosóficos, se abren o pueden abrirse
para ser fecundados por la revelación bíblica. Es lícito pensar que un
cristiano creyente como él pueda haber dejado indicios de que los
conceptos de su antropología filosófica no lograban expresar toda la
riqueza de la antropología bíblica, y esto daría pie para orientarlos en
dirección a esa «meta-filosofía» de la que nos habla María Belén Tell.
Considero que la idea en sí misma no es nueva, aunque su forma
de aplicación en este caso concreto se muestre realmente novedosa.
Porque, ya en sus estudios sobre El espíritu de la filosofía medieval,
Étienne Gilson 33 había mostrado, a mi parecer con muy buen
criterio, que si bien es cierto que la teología cristiana no puede ser
comprendida sin el aporte conceptual y metodológico de la filosofía
griega, tampoco se puede negar que esa misma filosofía se vio muy
fecundada, tanto en sus temas como en sus métodos, gracias a los
aportes de la reflexión teológica en su esfuerzo por comprender y
profundizar el mensaje bíblico. Es cierto que el término de «filosofía
cristiana», empleado ya en la antigüedad, dio pie a enconadas
33
Étienne Gilson, El espíritu de la filosofía medieval (Madrid: Rialp, 2009).
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controversias, como la que tuvo lugar en el seno de la Sociedad
Francesa de Filosofía, en el año 1931, entre Émile Bréhier y Léon
Brunschvicg, por una parte, y Étienne Gilson y Jacques Maritain,
por la otra; y que el término como tal ha terminado por perder
vigencia. A mi parecer, sin embargo, la idea central de la propuesta
de Gilson, de que la filosofía antigua se vio enriquecida tanto en sus
conceptos como en sus métodos con los aportes provenientes de la
teología, sigue siendo válida34. De modo que la lectura «entre líneas»
de la antropología de Paul Ricoeur, que nos presenta Tell, puede ser
entendida como una demostración más del enriquecimiento que
llega a tener la reflexión filosófica cuando acepta ser fecundada por
los aportes conceptuales que provienen de la fe cristiana; lo que
vendría a confirmar una vez más la idea que tuvo Gilson acerca de
la existencia de una «filosofía cristiana».
El problema de esta forma de entender ese enriquecimiento es
que tiende a difuminar los claros límites que, desde la perspectiva
de la filosofía, deben trazarse con respecto a la fe; porque dichos
límites no pueden apreciarse de igual manera cuando se los considera
desde la perspectiva del filósofo, que cuando son examinados
desde el punto de vista del teólogo o del creyente. De modo que,
cuando la autora nos dice que, «sin darse cuenta y en orden a su
nuevo método y proyecto, Ricoeur fue instaurando un puente entre
la filosofía y la fe, constituyendo una antropología hermenéuticaexistencial fundamental relacional, atravesada por una particularidad
novedosa»35 así como cuando Emmanuel Falque, desde la perspectiva
del «giro teológico», nos invita a «pasar el Rubicón»36, es decir, a
atrevernos, desde la filosofía, a franquear la frontera entre la razón
y la fe, tales propuestas deben ser evaluadas con particular atención.
Porque no es lo mismo cruzar dicho puente o atravesar la frontera
34
35
36
Para una interesante exposición de la controversia en torno a la idea de una «filosofía cristiana»,
puede verse: Adolfo León Gómez, ¿Qué es la Historia de la Filosofía? (Cali: Alego, 2009), capítulos
iv y v.
María Belén. «Tras la huella del testimonio», 233.
Se hace referencia al título de su libro: Passer le Rubicon. Philosophie et théologie: Essai sur les
frontières (Bruxelles: Éditions Lessius, 2013).
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si la acción es considerada desde la perspectiva del creyente, que
si se la examina desde la perspectiva del no-creyente, o del filósofo
metodológicamente a-teo.
En efecto, mirada con los ojos del creyente, la idea de integrar
las dos antropologías, la filosófica y la bíblica, cumple muy bien la
tarea de confirmarle su convicción de que aceptar las doctrinas de la
revelación cristiana significa para él un enriquecimiento significativo
en lo que respecta a la comprensión integral del ser humano. Gracias
a esas doctrinas, el creyente está en condiciones de ver al hombre
como un ser abierto a una verdadera trascendencia tanto horizontal
(hacia los otros) como vertical (hacia el Otro, es decir, hacia Dios),
atento a la escucha de una Palabra que lo convoca, y capaz de recibir
una gracia que se le ofrece como un don. Porque la revelación bíblica
significa, para el creyente, una ampliación muy significativa de sus
conocimientos, sustentada precisamente en un acto de confianza en
la Palabra de aquel que en ella se revela.
Por otra parte, desde la perspectiva filosófica no se puede
considerar esa visión antropológica cristiana como inaceptable,
aunque ello no signifique que, a la luz de la mera razón, tenga que
ser aceptada; porque el hecho de que esa visión antropológica se
presente enriquecida, no significa para el filósofo que sea por ello
más verdadera, ya que su fundamento no se halla en la razón sino
en la fe. En otras palabras, ante la antropología bíblica, el filósofo
no puede más que callar; pero el teólogo, por su parte, no puede
pretender que, con la idea de esa mayor riqueza conceptual, tenga
en sus manos un argumento para convencer al filósofo de aceptarla.
Sin embargo, es cierto que, además de confirmar al creyente en
su fe al permitirle comprender la riqueza inherente a la antropología
bíblica, el teólogo está en todo su derecho de dar a conocer al no
creyente esos aportes, en un ejercicio que yo calificaría de «apologética
de la seducción»; con la condición, eso sí, de que tomemos el término
«seducir», no en el sentido negativo de «persuadir a alguien con
argucias o halagos para algo, frecuentemente malo», como reza su
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159
primera acepción en el Diccionario de la Lengua Española, sino en
su sentido positivo de «embargar o cautivar el ánimo de alguien». De
esa manera el teólogo, convertido en el nuevo apologeta cristiano,
estaría buscando dar a conocer las ventajas cognoscitivas que ofrece
la fe, al mostrar cómo, gracias a los aportes de la hermenéutica
bíblica, la comprensión que podemos tener del ser humano se muestra
significativamente más profunda y enriquecedora.
Con todo, mirada con los ojos del filósofo, la idea de integrar las
dos antropologías, la filosófica y la bíblica, de establecer un «puente»
entre ellas o de cruzar la frontera que las divide, se presenta de
manera muy diferente. Porque, al no tomar como punto de partida
la fe en los contenidos de la revelación bíblica, el filósofo puede
muy bien considerar que el ejercicio conceptual de seducción que
se está llevando a cabo, más que enriquecer su visión antropológica,
lo que está en realidad es introduciendo en ella, de manera un
tanto subrepticia, elementos conceptuales que la razón humana
no está en condiciones de aceptar. Con ello, lejos de enriquecer
la antropología filosófica, lo que se logra es «contaminarla». El
filósofo que tiene como guía la «mera razón», tiene todo el derecho
a considerar tales «riquezas» como «cantos de sirena», es decir, como
elementos seductores para llevarlo a aceptar lo que su razón no está
en condiciones de fundamentar.
Por consiguiente, si entendemos la interpretación del pensamiento
ricoeuriano que nos ofrece María Belén Tell en el sentido de una
«apologética de la seducción», ello da pie para dos importantes
observaciones en lo que respecta a su evaluación. La primera tiene
un carácter estratégico, y se refiere a la manera de presentar dicha
apologética ante los ojos del filósofo metodológica o efectivamente
a-teo; la segunda, en cambio, apunta directamente a la relación entre
fe bíblica y filosofía.
En primer lugar, es importante tener en cuenta que una
«apologética de la seducción» conlleva de manera inevitable un riesgo
que es inherente al proceso seductor como tal; riesgo que se debe a
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que la seducción tiene, en su ejecución, unos límites que el seductor
no puede determinar a priori, ya que provienen de la persona a quien
se pretende seducir, y cuya transgresión produce el efecto contrario al
pretendido, es decir, el rechazo. La seducción es en realidad un acto
complejo en el que entran en juego no solamente las capacidades
del seductor, sino que está radicalmente condicionado por las
características de aquel a quien se pretende seducir; características que
el seductor deberá tener muy en cuenta si pretende que su accionar
tenga éxito, pero que no puede conocer a priori. De no tenerlas en
cuenta, la operación se verá condenada al fracaso.
Ante la invitación del creyente para abrir la mente a las ofertas
cognoscitivas de la revelación, el no creyente, o el simple filósofo
metodológicamente a-teo, puede muy bien considerar que, bajo la
apariencia de una reflexión filosófica se está tratando de introducir,
sin la debida justificación, convicciones religiosas cuyo fundamento
no puede ser otro que la fe. Y esta actitud desconfiada por parte del
filósofo no puede ser considerada por el apologeta como un mero
prejuicio. Ya la tradición cristiana lo había comprendido muy bien,
porque sabía y tenía muy en cuenta que las doctrinas estrictamente
reveladas, es decir, aquellas a las que no tiene acceso la razón humana
por sus propias fuerzas, no pueden ser fundamentadas racionalmente.
Ello no significa, por supuesto, que sean por ello irracionales; tales
doctrinas deben ser consideradas más bien como a-racionales, es
decir, como inalcanzables por la mera razón.
Por eso, si alguien examina la situación desde una perspectiva
estrictamente filosófica, la pretensión de impulsarlo a «pasar el
límite» o «atravesar el puente» puede muy bien resentirse como una
propuesta inaceptable. De ahí que la teología haya sido considerada
como un esfuerzo del creyente para esclarecer sus creencias, y no
como un instrumento para convencer a los no creyentes o a los
filósofos de la verdad de la revelación. Fides quaerens intellectum,
vimos que decía Anselmo de Canterbury y, en Cur Deus homo,
encontramos la sabia sentencia que el santo pone en labios de su
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interlocutor Boso, pero que corresponde a su propia manera de
comprender la situación:
Así como el orden correcto exige que creamos las profundidades de
la fe cristiana antes de que nos atrevamos a discutirlas con la razón;
así también me parce negligencia que, después de que hemos sido
confirmados en la fe, no nos preocupemos por entender lo que creemos37.
De acuerdo con esta conocida sentencia, el orden correcto para
elaborar una teología exige comenzar por creer, para proceder luego
a reflexionar sobre los contenidos de dicha fe. Para ello es necesario
que el creyente busque apoyo en los conceptos y en los métodos
elaborados por los filósofos, pero examinando si tales conceptos y tales
métodos se muestran adecuados para la tarea que se propone realizar.
Amonestación que solo tiene validez para los creyentes, pero no cabe
extenderla a los filósofos, quienes toman como fundamento de sus
reflexiones la evidencia natural y la capacidad de la razón natural.
De ahí la necesidad de una segunda observación, que viene a
servir de sustento a la primera, y cuya formulación clara podemos
encontrarla precisamente en los escritos de un gran teólogo medieval,
a saber, el franciscano Juan Duns Escoto. Al reflexionar como teólogo,
se pregunta «si es necesario revelar sobrenaturalmente al hombre en
el estado actual una doctrina especial inaccesible a la luz natural de
la inteligencia»38 y, para responder, comienza por señalar que, en el
sentir de los filósofos, «el hombre, en el estado actual, no ha menester
ningún conocimiento sobrenatural; antes, por el contrario, puede
adquirir, en virtud de las causas naturales, todos los conocimientos
37
Anselmo de Canterbury, Obras completas. Tomo i (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1952),
cap. 2.
Juan Duns Escoto, Filosofía y teología. Dios y el hombre (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos,
2011), Prol. q. única, § 12. Como lo señala Cruz González en la Introducción a: Juan Duns Escoto,
Naturaleza y Voluntad. Quaestiones super Libros Metaphysicorum Aristotelis, ix, quaestio 15
(Pamplona: Universidad de Navarra, 2007), 8. El nombre de Ordinatio corresponde a «un texto
preparado por el autor para su publicación; es decir, para ser copiado por los copistas oficiales de la
Universidad»; existe además la Reportatio o «transcripción escrita hecha por un discípulo, de una
lección oral», y las Abbreviationes o compendia, que «son extractos del texto más amplio a modo de
guiones o esquemas». Se da la indicación de la Ordinatio y el número del párrafo de la edición en
español [§].
i,
38
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que le son necesarios»39; y para sustentar su opinión acuden los
filósofos a las razones de Aristóteles.
Así, luego de presentar «la opinión de los filósofos» y exponer
en forma detallada los argumentos que aducen al respecto, procede
a desaprobarla; para lo cual, dice, «se arguye de tres maneras», que
desarrolla por extenso, presentando cada una de ellas y las respectivas
objeciones que se les pueden hacer. Pero lo que aquí nos interesa es la
«Advertencia» que hace el franciscano antes de proceder a desarrollar
su argumentación; porque en ella podemos leer lo siguiente:
Has de notar que nada sobrenatural se puede demostrar por la razón
natural como inherente al hombre viandante (homo viator), ni como
requerimiento necesario para su perfección; ni tampoco, cuando lo
tiene, puede conocer que le es inherente. Por consiguiente, es imposible
utilizar aquí la razón natural en contra de Aristóteles: si se argumenta
a partir de lo que se cree, no es razón en contra del filósofo, porque no
concede la premisa creída. De ahí que las razones que se elaboran aquí
en su contra tienen una segunda premisa creída o probada a partir de
algo creído; y así no son más que persuasiones teológicas que van de lo
que se cree a los que se cree40.
El teólogo franciscano comienza por dejar muy en claro que no
considera posible demostrar que en el ser humano haya algo que
tenga carácter sobrenatural, ni tampoco que algo de esa índole le
resulte necesario para su perfeccionamiento. En otras palabras, para
la razón natural, es decir, para el filósofo que piensa únicamente
como filósofo, el ser humano es por completo un ser natural y no
tiene necesidad alguna de algo más para su perfeccionamiento.
Incluso, señala Duns Escoto, si el ser humano tuviera en sí algo
sobrenatural, la razón humana no podría saber de ello. De modo que
39
40
Juan Duns Escoto, «Ordinatio», en Filosofía y teología. Dios y el hombre, Prol. i, q. única, § 7.
He cambiado de manera significativa la traducción para ceñirla mejor al original en latín, y permitir
que las tesis del teólogo franciscano resulten más claras. He aquí el texto original: Nota, nullum
supernaturale potest ratione naturali ostendi inesse viatori, nec necessario requiri ad perfectionem
eius; nec etiam habens potest cognoscere illud sibi inesse. Igitur impossibile est hic contra Aristotelem
uti ratione naturali: si arguatur ex creditis, non est ratio contra philosophum, quia praemissam creditam
non concedet. Unde istae rationes hic factae contra ipsum alteram praemissam habent creditam vel
probatam ex credito; ideo non sunt nisi persuasiones theologicae, ex creditis ad creditum. Juan Duns
Escoto, «Ordinatio», en Filosofía y teología. Dios y el hombre, Prol. i, q. única, § 7).
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con tales premisas la conclusión viene a ser contundente: en contra
de Aristóteles, es decir, en contra del filósofo no es posible utilizar la
mera razón natural para refutar su manera de pensar.
Habiendo llegado hasta ahí, el texto saca una segunda conclusión no
menos clara, esta vez dirigida a las razones que se podrían esgrimir en
una controversia de ese género: tales razones no pasarían de ser meras
persuasiones theologicae, en otras palabras, convicciones del creyente
que, aunque son muy respetables, no tienen valor argumental alguno.
Lo cual se debe a que la articulación argumentativa parte de algo que
se cree, y la conclusión, por consiguiente, termina en algo del mismo
carácter, es decir, en una doctrina de fe. Pretender que una conclusión
así tenga carácter filosófico viene a constituir una falacia argumentativa.
Ahora bien, no contento con la tesis y su argumento, el texto pasa
a refrendar lo dicho, al señalar que un argumento que se fundamenta
en algo que se cree no resulta aceptable en filosofía porque falla en al
menos una de sus premisas. Ante un argumento de esa índole el filósofo
puede muy bien responder como se hacía en las disputas escolásticas
para desvirtuar un argumento: nego consequens et consequentiam, es
decir, niego la conclusión y también el nexo entre las premisas.
De modo que si la primera observación a una «apologética de la
seducción» apuntaba a señalar el peligro que conlleva el procedimiento seductor debido a la posibilidad de suscitar en el seducido una
reacción de rechazo, la segunda observación recoge la advertencia
del teólogo franciscano y ofrece la razón para ese peligro: el filósofo
no puede aceptar conclusiones cuyas premisas contienen elementos
sobrenaturales, es decir, doctrinas que provienen de la fe bíblica.
Vemos entonces que si la advertencia de Duns Escoto es válida para
el teólogo que pretende refutar al filósofo, lo es igualmente cuando
trata de convencerlo para que atraviese el «puente» o para que cruce
la línea que distingue la filosofía de la fe bíblica.
Sin embargo, ello no es óbice para que el creyente, que acepta
el valor de verdad de las doctrinas reveladas, reciba con beneplácito
los argumentos que le ofrece el teólogo, y que le hacen ver cómo su
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comprensión del ser humano se ve ensanchada y enriquecida con
los aporte de las doctrinas procedentes de la Biblia. Y tampoco se le
puede negar al apologeta cristiano que dé a conocer sus reflexiones
antropológicas al no creyente, para invitarlo a dar el paso que lo lleve
a creer en tales doctrinas.
Entonces, ¿cómo evaluar el «puente» que María Belén Tell
considera haber encontrado en la antropología de Ricoeur y por el
cual sería posible transitar pacíficamente de la filosofía a la fe bíblica,
así como la invitación que hace Emmanuel Falque para franquear
el límite que se interpone entre ellas? En primer término, desde la
perspectiva del creyente, la propuesta resulta muy prometedora,
porque le ofrece la oportunidad de evaluar en toda su riqueza los
aportes de la revelación bíblica para una mejor comprensión del ser
humano. No puede negarse que la visión que ofrece la antropología
bíblica no solamente no niega la visión que se obtiene desde la mera
razón, sino que la amplía y enriquece de manera significativa.
Pero, desde la perspectiva del filósofo las cosas se muestran muy
diferentes. Es cierto que esa ampliación podría moverlo a interesarse
por la misma y a valorar sus beneficios, es decir, a dejarse «seducir»
por la oferta que le hace la teología. Pero no tiene por qué ser así. Él
puede muy bien rechazar dicha oferta y considerarla una transgresión
inaceptable de los límites que establece el adecuado ejercicio de la
razón, y el teólogo no podrá reprochárselo. Porque hemos visto que los
argumentos que el teólogo puede esgrimir en su favor no pasan de ser
«persuasiones teológicas que van de lo que se cree a lo que se cree»41.
De ahí que mi propuesta de lectura, que no vale únicamente
para la interpretación que ha elaborado María Belén Tell de la
antropología de Paul Ricoeur, sino también para buena parte del
llamado «giro teológico de la fenomenología», es que entendamos esa
novedosa «apologética de la seducción» tal como ha sido considerada
tradicionalmente toda verdadera apologética, es decir, como una rama
41
Juan Duns Escoto, «Ordinatio», en Filosofía y teología. Dios y el hombre, Prol. i, q. única, § 7.
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de la teología. Es cierto que no cabría identificarla sin más con la
llamada teología natural, por razones obvias; pero resulta claro que
ella pretende jugar un papel semejante, a saber, servir al creyente
como una forma de «preámbulos de la fe» (praeambula fidei), que
le ayuden además a confirmarlo en su creencia, así como ofrecerle
al no-creyente motivos para apreciar los beneficios que conlleva esa
misma fe. Al considerarla como una rama de la teología y no pretender
hacerla pasar como filosofía, se evita el peligro de verla rechazada
por los filósofos; peligro que explica, a mi parecer, el hecho de que
el mismo Paul Ricoeur se hubiera preocupado por no introducir en
sus reflexiones filosóficas elementos provenientes de la revelación
bíblica. Preocupación que ha llevado a que María Belén Tell califique
la filosofía ricoeuriana como «pretendidamente agnóstica»42, cuando
el agnosticismo metodológico debe ser considerado como un
justificado procedimiento para elaborar una sana reflexión filosófica
aceptable para los no creyentes.
De modo que si para el creyente la propuesta de «pasar el
Rubicón», a la que lo invita Falque, o de atravesar el «puente», que
propone Tell en su interpretación de Ricoeur, puede resultar muy
atractiva, ya que en realidad está recorriendo el camino que va de
la fe a la razón y no a la inversa; no ocurre lo mismo con el filósofo
al que se invita a recorrer el camino en dirección contraria, es decir,
a pasar de la razón a la fe; porque, en este segundo caso, puede
parecerle que se trata de «cantos de sirena» a los que no puede
condescender sin ser infiel a sus compromisos con la razón natural.
En realidad, el único puente para pasar de la filosofía a la teología
o a la antropología bíblica es la fe.
Por otra parte, si Duns Escoto le advierte al teólogo que debe ser
humilde en la formulación de sus argumentos porque los mismos
no pueden ser considerados más que como meras «persuasiones
teológicas», ello es no es óbice para que, por su parte, el teólogo, o
el creyente, no deba aceptar que el filósofo pretenda saber más de
42
María Belén. «Tras la huella del testimonio», 48.
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lo que su razón le permite conocer. Hablando con propiedad, no se
trata de entablar un conflicto entre la teología y la filosofía, sino de
diferenciar con claridad las tareas y funciones del filósofo y del teólogo.
Y esa fue, como bien lo ha señalado Etienne Gilson en su estudio
sobre el pensamiento de Juan Duns Escoto, la intención del teólogo
franciscano. Porque la teología puede considerarse desde dos puntos
de vista diferentes: uno que la mira con los ojos de Tomás de Aquino
y pone la atención en su forma, de modo que la considera como la
ciencia que toma como fundamento de sus reflexiones las verdades
procedentes de la fe bíblica; y otro que la considera con respecto a
su contenido, de modo que se llamará teología toda reflexión que
tenga como objeto a Dios, ya sea que tal reflexión se lleve a cabo
a la luz de mera razón o a la luz de la revelación. En esta segunda
perspectiva, que es la de Duns Escoto, lo que debe diferenciarse ante
todo son las funciones de los teólogos y de los filósofos, ya que, más
que de una cuestión doctrinal, se trata de una diferencia de actitudes:
«Duns Escoto –dice Gilson– piensa menos en términos de “filosofía”
y “teología”, que en términos de “filósofos” y “teólogos”»43.
De ahí su aguda observación, con la cual doy fin a mis reflexiones,
y que espero sirva para aclarar mejor mi punto de vista:
Un cristiano que especula sobre el universo, aun cuando utilice la
filosofía, ya no lo hace como filósofo, sino como teólogo. Por ello, por
otra parte, Duns Escoto controla tan de cerca a Avicena cuando este
se jacta de demostrar como filósofo conclusiones inaccesibles a la
filosofía como tal. Para Averroes, todo lo que se mezcla de teología
en la filosofía se queda en retórica; para Duns Escoto, lo que Avicena
había mezclado en la suya podría en ocasiones ser verdadero, pero él
abusaba y corría el riesgo de abusar de los otros haciéndola pasar por
filosofía. Un verdadero teólogo no tolera que un filósofo pretenda haber
descubierto por sí solo lo que siempre hubiera ignorado si no lo hubiera
aprendido de la religión44.
43
44
Étienne Gilson, Juan Duns Escoto. Introducción a sus posiciones fundamentales (Pamplona: Universidad de Navarra, 2007), 31.
Étienne Gilson, Juan Duns Escoto. Introducción a sus posiciones fundamentales, 637-638. Resaltado mío.
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Enviado: 3 de abril de 2017
Aceptado: 28 de abril de 2017
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