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A pesar de que pocos conceptos han sido utilizados con tanta profusión ni, con toda probabilidad, tan fructíferamente en el análisis de las sociedades actuales como el concepto de modo de
producción, lo cierto es que está muy lejos de ser
una categoría clara o de funcionar como un instrumento cómodo y no problemático. Aunque en
la obra de Marx son constantes las alusiones a
los modos «de producción», «de distribución»,
«de cambio», «de intercambio»
o «de circulación», los únicos intentos de definición, si es que
puede llamárseles así, de la categoría son, que yo
sepa, los que se encuentran en dos obras tempranas del autor, La ideología alemana y la Contribución a la crítica de la economía política. La primera
dice bien poco:
Modos de producción
en la sociedad actual
(...) El hombre mismo se diferencia de los animales
a partir del momento en que empieza a producir sus
medios de vida (...). Al producir sus medios de vida, el
hombre produce indirectamente su propia vida material.
El modo como los hombres producen sus medios de
vida depende, ante todo, de la naturaleza misma de los
medios de vida con que se encuentran y que se trata de
reproducir. Este modo de producción no debe considerarse exclusivamente en cuanto es la reproducción
de la existencia física de los individuos. Es ya, más
’ bien, un determinado modo de actividad de estos individuos, un determinado modo de manifestar su vida,
un determinado modo de vida de los mismos. Tal y
como los individuos manifiestan su vida, así son. Lo
que son, coincide, por consiguiente, con su producción, tanto con lo que producen como con el modo
como producen. Lo que los individúos son depende,
por tanto, de las condiciones materiales de su producción (Marx y Engels, 1972: 20-21).
Más que explicar lo que es un modo de producción, lo que Marx hace en la cita anterior es
argumentar su importancia.
La Contribución es
más explícita:
(...) En la producción social de su existencia, los
hombres entran en relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad; estas relaciones
de producción corresponden a un grado determinado
de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El
,conjunto de estas relaciones de producción constituye
la estructura económica de la sociedad, la base real,
sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y
política y a la que corresponden formas sociales determinadas de conciencia. El modo de producción de la
vida material condiciona el proceso de vida social,
política e intelectual en general (Marx, 1976: 37).
En resumen: el modo de producción está constituido por las relaciones de producción y las
condiciones materiales y técnicas de la misma, o
’
sea las fuerzas’productivas.
Hoy en día, la utilización acrítica de este concepto puede producir más ‘problemas de los que
Mariano
Fernández
Enguita,
Dpto.
de Sociología
III, Uni$ Complutense,
Madrid
(pp. 79-100)
F’o/ltica y Socredad 4 (1989).
Madrid
80
Mariano Fernández Enguita
resuelve, mientras la renuncia al mismo nos privade una categoría esencial para el análisis de la
sociedad actual. Y es que, si se acepta el concepto, o bien se admite a continuación que una
parte creciente de la sociedad escapa al modo de
producción o a la esfera de la producción propiamente dicha (el Estado, el trabajo improductivo, la familia, los «residuos-de-modos-de-produceción-anteriores»), con lo cual el concepto
pierde sus funciones explicativas, o bien se pasa
a considerarlo como una especie de poderoso
enano que, comprendiendo cuantitativamente
cada vez menos, significaría cualitativamente cada vez más (al desempeñar un papel «determinante» y, quizá, «dominante» en relación a
ellas).
En todo caso, la producción —y el «modo’> de
llevarla a cabo— parece representar cada vez menos en el conjunto de la vida social, por mucho
que se le siga asignando un papel predominante
o simplemente privilegiado. Se admite que es
producción aquello que sólo es producción, pero
no lo que se solapa con otras relaciones sociales,
como las del poder político o el parentesco. En
contra de este criterio restrictivo, aquí postularemos la existencia o, mejor, la coexistencia de distintos modos de producción: el capitalista, por
supuesto; el mercantil simple o mercantil a secas,
al que se suele considerar con demasiada frivolidad periclitado; el doméstico, que podemos indentificar de momento con la esfera del hogar familiar; y el burocrático, que comprende lo que
normalmente llamamos sector público —excluidas las empresas públicas, que son empresas
capitalistas de propiedad pública.
tor a sector con una dinámica general y, por idénticos motivos, lo que es un proceso permanente y
recurrente con un proceso a plazo fijo, con principio y fin. Según esto. la historía discurrida más
o menos del siguiente modo: una vez que la producción se (ibera de los lazos de dependencia
personales y se somete al único criterio del mercado. es decir, una vez que deja de ser producción familiar para la autosubsistencia y/o producción feudal, y una vez que se eliminan las
regias que obstaculizan el libre desarrollo de la
competencia —o sea, que se suprimen los gremios y sus reglamentaciones—> los pequeños
productores se ven forzados a competir entre si y
con los grandes capitales producto de la llamada
«acumulación primitiva’> —de la que Marx, como es sabido, tenía una visión muy poco bucólica—. Más tarde o más temprano, los pequeños
productores sucumben frente a la mayor productividad de los grandes, con lo que el modo de producción mercantil es progresiva e inexorablemente sustituido por el modo de producción capitalista sector a sector, mercado a mercado, país
a país, iniciándose una evolución que culminará
con el dominio indiscutido del capitalismo, salvo
que la revolución socialista se interponga en el
camino.
El surgimiento de muchos capitalistas —escribe
Marx— sólo es posible mediante una acumulación
multilateral, pues el capital, en general, sólo mediante
la acumulación surge. y la acumulación multilateral
se transforma necesariamente en acumulación unilateral. La acumulación, que bajo el dominio de la propiedad privada es co,tcenrraciórt del cap/ra! en pocas
manos> es una consecuencia necesaria cuando se deja
a los capitales seguir su curso natural (Marx. 1977:
7475).
En la secuencia que hizo clásica el marxismo
oficial, al modo de producción feudal (?) seguía
El legado de Marx
casi de inmediato el modo de producción capitalista. En medio apenas podía localizarse un efí~nstt*s*satg45ra»c5stsattv=tFtttatttt+1*t-vt=t$
mero modo de producción mercantil. En reali4
unque Marx nos legó un análisis inidad, Marx evitó incluso aplicarle el apelativo de
sss
gualado del modo de producción capi«modo de producción’>, aludiendo siempre a él
talista, su obra ha sido una rémora pacomo la producción mercantil simple o la pequeña
ra el análisis de los restantes modos de producproducción. Estaba llamado a desaparecer y, con
ción. En primer lugar, nos presenta una imagen
él, su clase social característica, la pequeña burdel modo de producción mercantil como un moguesia. La pequeña burguesía era considerada
ribundo al que le quedan pocas horas de vida
una clase de transición, condenada inexorableantes de ser definitivamente devorado por el Momente a desaparecer, cayendo sus miembros a las
loch capitalista, imagen a la que la realidad sólo
filas del proletariado o elevándose a las de la
ha respondido parcialmente. Marx, lo mismo
burguesía.
que posteriormente la mayoría de sus seguidores,
Peor suene todavía le estaba reservada, en los
cometió el error de confundir la dinámica de la
escritos de Marx, al modo de producción domésconcentración de los medios de producción sectico. «(,..) La gran industria había disuelto, junto
451v
~PM1Jfi.&
ó
al fundamento económico de la familia tradicional y al trabajo correspondiente a ésta, incluso
los antiguos vínculos familiares’> (Marx, 1975a:
1/2, 595). «(...) El sistema fabril (...) se encargó de
minar el último vestigio de los intereses comunes,
la comunidad familiar de bienes, que se halla ya
(...) en trance de liquidación’> (Engels, 1970: 124).
En ningún momento se le pasó por la cabeza al
critico del capitalismo que, de puertas adentro
del hogar familiar, pudiera haber algo susceptíble de ser calificado como un modo de producción o digno siquiera de análisis. No por casualidad escribía Marx a Kugelmann, en un alarde de
menosprecio de la problemática de la mujer:
¿Acaso su esposa participa en la gran campaña de
emancipación de las mujeres alemanas? Creo que las
mujeres alemanas deberían comenzar por impulsar a
sus maridos a emanciparse ellos mismos (Marx.
1975b: 119).
Desde la perspectiva de Marx, la familia pertenecía al campo de las superestructuras que se
levantan sobre la base de la producción material
y solamente pueden cambiar como efecto de lo
sucedido en ésta. En todo caso, hay que tener en
cuenta que, entonces, no parecía descabellada la
idea de una absorción creciente de las funciones
familiares por el capitalismo, tal como se apunta
indirectamente en el texto citado de Engels.
Por último, tres cuartos de lo mismo ocurriría
con el modo de producción burocrático. Entre la
concepción engelsiana del Estado como un grupo de hombres armados (Engels: 1977) y la marxíana que lo identificaba con una abstracción de
la sociedad civil (Man, 1970, 1975c), por distintas
y contrapuestas que fueran, no había lugar para
considerar la existencia de un modo de producción específico crecido al amparo del poder
político. El Man(fiesto Comunista era tremendamente explícito al respecto:
Hoy. el poder público viene a ser, pura y simplemente, el consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa (Marx y Engels.
1974: 74).
Va de suyo que esta omisión revestía menor
importancia entonces, cuando el Estado desempeñaba una función económica ínfima, los liberales querían reducirla a cero y la sociedad civil
parecía comerle el terreno de manera sustancial,
que ahora, cuando hemos conocido un crecimiento sin precedentes de las actividades económicas directas del Estado.
Puede verse que a Marx y Engels les resultaba
fácil reconocer la existencia de modos de pro-
ducción estrictamente económicos, como el capitalista y el mercantil simple, pero no supieron ver
aquellos otros que se confundían y se confunden
con instituciones no económicas, o no meramente económicas, como el modo de producción burocrático, que se superpone en parte a, o forma
parte del Estado, o el modo de producción doméstico, que se desenvuelve en la esfera de la
familia y se entrecruza con ella. Solamente desde
esta negación de la existencia de sendos modos
de producción burocrático y doméstico puede enviarse tanto a la familia coi~o al Estado, sin cargo de conciencia, a la esfera de las «superestructuras”. Tal como ha afirmado brillante y lapidariamente un sociólogo de la familia,
la teoría marxiana (>3 no es una teoría de tasfortnaciones sociales copitalis¡as, por indispensable que
pueda ser para su análisis. Para decirlo de otra
manera, el pensamiento social marxiano nos proporciona una teoría del modo de producción capitalista,
pero no nos brinda una sociología del capitalismo
(Han-is. 1986: 234).
(..)
No debe sorprendernos que el marxismo posterior a Marx no fuese capaz de superar estas
deficiencias, ni siquiera que las llevase al extremo, tal como ha sucedido salvo raras excepciones. La persistencia del modo de producción
mercantil es, cuando menos, molesta por diversas razones para el marxismo oficial. En primer
lugar, porque desmiente una profecía y expone a
la crítica a los díscipulos del profeta. En segundo
lugar, porque provoca la duda sobre la famosa
secuencia inevitable de los modos de producción
en la historia —que, por lo visto, parece exigir
que nunca haya más de uno en vigor—. En tercer
lugar, porque, si ese modo de producción persiste, tiene que ser aceptado, en cuyo caso parece
reducirse la esfera que está llamada a transformar la revolución socialista y cabe interrogarse,
por ejemplo, sobre para qué era necesaria la liquidación sistemática del campesinado independiente en la URSS; o bien tiene que ser suprimido, lo que no se puede anunciar, naturalmente, sin ganarse de inmediato un buen número de
enemigos (la incomodidad del marxismo ante los
pequeños campesinos no es cosa de hoy).
El reconocimiento del modo de producción
doméstico, por otra parte, habría traído también
consecuencias no deseadas. En primer ténnino,
hablar de modo de producción doméstico hace
inevitable hablar de opresores y oprimidos. y los
opresores son los varones y las oprimidas las mujeres, cosa que no resulta fácil de reconocer desde
el movimiento obrero organizado, predominan-
~PAEifiOsn
Mariano Fernández Enguita
82
temente masculino. Además, si lo que ocurre en
la esfera doméstica merece el calificativo de
modo de producción, ¿por qué no solucionar primero o al mismo tiempo lo que haya que solucionar en ella, en vez de esperar a que se haya resuelto la «contradicción fundamental>’ en la esfera del capitalismo? ¿Por qué deberían las mujeres «impulsar a sus maridos a emanciparse ellos
mismos>’, y no al contrario, sobre todo teniendo
en cuenta que esto último puede ser más fácil, ya
que en los hogares no suele haber ejército ni policia?
Por último, el reconocimiento de la existencia
de un modo de producción burocrático es imposible si no se desea admitir a continuación que
ese modo es precisamente el que domina la economía en los países del Este, empezando por la
URSS, y que uno pertenece a la clase —o algo
parecido a una clase— dominante y opresora, o
sea a la burocracia, trátese de la burocracia en el
poder en coexistencia con la clase capitalista (la
socialdemocracia en muchos países occidentales) o en espera de acceder al mismo en exclusiva
(los partidos comunistas oficiales). Por lo demás,
semejante postulado complica mucho el problema de la estrategia y plantea al historicismo marx¡sta cuestiones incómodas como si se trata de un
estadio inevitable, si debe ser apoyado como
escalón «progresivo’> previo al socialismo, etcétera.
Una tradición teórica
fragmentaria
~»
5
o obstante, en los márgenes de la teoría
marxista o en la tierra de nadie entre
ésta y otras corrientes sí han tenido lugar desarrollos notables o, al menos, toques de
atención sobre la inconveniencia de subsumir toda sociedad en la lógica del modo de producción
capitalista o, en general, del modo de producción
«dominante».
La existencia de un modo de producción burocrático ha sido apuntada, usando o no la misma
expresión, principalmente por varios autores de
tradición trotskista, algunos de los cuales evolucionaron después hacia teorías de la convergencía entre los sistemas, y por opositores de los
paises del Este.
Trotsky se mantuvo tercamente, por razones
más políticas que teóricas, en su definición de la
lss>.
555)
55555
5
URSS staliniana como un «Estado obrero» (caracterizado por la propiedad colectiva de los medios de producción, la planificación económica y
el monopolio exterior) «burocráticamente degenerado», y el trotskismo ortodoxo posterior extendería esta definición a los países del Este nacidos al amparo del Ejército Rojo, sólo que configurando la nueva categoría de «Estados obreros burocráticamente deformados» (veánse, por
ejemplo, Trotsky, 1978, y Germain, 1971). Curiosa definición, si se tiene en cuenta que lo menos
«obrero» de estos países es precisamente el Estado: que el problema radica en buena parte en
que la presunta propiedad colectiva deja de serlo.
o pasa a ser puramente nominal, y la planificación económica se aleja de las necesidades de la
población precisamente por las características de
la organización política.
El primer autor que puso el dedo en la llaga de
la existencia de un modo de producción específico en la URSS fue Emno Rizzi. Para éste, la
burocracia es un clase que monopoliza el poder y
explota al proletariado a través de la fijación política de precios y salarios. Rizzi niega tanto la
idea del «Estado obrero» como la de «capitalismo de Estado», que había sido avanzada por
un Lenin desilusionado y alarmado por la marcha de la revolución, para postular la existencia de un nuevo «colectivismo burocrático» (Rizzi, 1980) que cree se está implantando también
en los países occidentales <es la época del
nazismo, el fascismo y el «New Deal», así como
de las «economías de guerra”, que supusieron un
salto cualitativo en la intervención económica
del Estado en los países capitalistas). Burnham
(1941), Schachtman (1962) y Jacoby (1973) no
hicieron sino dar vueltas sobre la tesis original de
Rizzí.
Entre los opositores de los países del Este podemos destacar los análisis de Djilas (s/f.). que
incidió en la aparición de una «nueva clase»
aunque sin caracterizar el sistema y, sobre todo.
en el de Kuron y Modzelewski y el de Konrad y
Szelenyi. Para Konrad y Szelenyi (1981) las sociedades llamadas socialistas son el resultado de la
ascensión de los intelectuales, a quienes consideran una clase social, al poder Los países del Este
son caracterizados como sociedades de
«redistribución racional burocrática».
Kuron y Modzelewski (1976), sin aludir directamente a la existencia de un modo de producción específico en su país, Polonia> y otros del
Este (pero si indirectamente> a través de la com-
~PbEt~Oaó
53
Modos de producción en la sociedad actual
paración con el asiático) se refieren a la burocracia como una clase y le atribuyen la misión histónca, para ellos ya periclitada. de desarrollar los
medios de producción, es decir, de industrializar
la sociedad a costa de la clase obrera (en el marx¡smo, atribuir una «misión histórica» a una clase social es lo mismo que calificar una forma social como modo de producción históricamente
necesario). Una tesis similar, la de la «vía no capitalista a la industrialización’>, ha sido sostenida también por Giddens (1979) y Bahro (1979).
Lo importante no es discutir aquí cada una de
estas interpretaciones, divergentes entre si y con
la nuestra, sino señalar cómo todas ellas atribuyen a los llamados países socialistas una naturaleza ni capitalista ni socialista, pero tampoco de
transición, sino caracterizada por una lógica propia. En definitiva, cómo las caracterizan como
organizadas en torno a un modo de producción
especifico.
El modo de producción doméstico, por su parte, tampoco ha dejado de tener defensores, singularmente en el feminismo, la antropología y el
estudio del campesinado. En el primer caso, el
análisis de la posición estructural de los hogares
y las amas de casa en el capitalismo, mezclado
con la discusión sobre la naturaleza del trabajo
doméstico, su carácter «productivo» o «improductivo”, la posibilidad o no de caracterizar a las
mujeres como una clase> etc., ha llevado a diversos autores a postular la existencia de un modo
de producción doméstico, distinto del capitalista
aunque sometido a él. Entre los partidarios de la
idea de la existencia de un especifico modo de
producción doméstico podemos destacar los trabajos de Delphy (1976) y Harrison (1976) (opuestos a la tesis son, por ejemplo, los de Molyneux,
1979, y Seccombe, 1974).
La antropología y los estudios sobre el campesinado se han encontrado con el mismo problema al examinar las relaciones entre la economía
capitalista y el llamado «sector de subsistencia»,
de «autoconsumo» o de «economía natural», es
decir, la producción para el uso, en las sociedades en que ésta no queda limitada a las mujeres
—partiendo la línea divisoria entre economía
monetaria y no monetaria a las unidades familiares mismas—> sino que, por el contrario, el acceso
a la economía monetaria y la venta de trabajo
tienen un carácter secundario o excepcional. El
análisis clásico de la «unidad de explotación doméstica» sigue siendo, sin duda, el de Chayanov
(1985), referido al campesinado ruso de finales
del siglo pasado y principios de éste y retomado
por Sahlins (1977) y por Meillassoux (1977) en el
estudio de los pueblos primitivos (y. por el segundo autor citado, de la acumulación primitiva
y colonial).
Por otra parte, el modo de producción mercantil ha sido objeto de estudio por parte de autores
interesados en la problemática del campesinado,
especialmente en los países del Tercer Mundo.
En esta línea hay que destacar el prolongado debate que ha tenido por escenario las páginas de
Theiournal of Peasant Studies y, en particular, los
trabajos de Shanin (1973/74) y Chevalier (1983).
Finalmente, a partir sobre todo de la polémica
sobre las sociedades «subdesarrolladas», en particular las de «economía dual» (sector de mercado y sector de subsistencia), y, secundariamente, del debate feminista, se ha producido una cierta cantidad de literatura, altamente sofisticada
pero no siempre interesante, sobre la llamada
«articulación» de los modos de producción
(véanse, por ejemplo: Rey, 1973; Taylor, 1979;
Wolpe, ¡979; Banaji, 1977; Hindess y Hirst, 1975,
1977).
La literatura citada sobre los países del Este
trataba de identificar la existencia de un modo de
producción, ni capitalista ni socialista, que constituiría una desviación indeseada, tal vez evitable, o una fase necesaria de la transición. Por
consiguiente, compartía con el marxismo ortodoxo la idea de que la sociedad se agota en un
solo modo de producción o en torno a él. Hay
que tener en cuenta, en todo caso, que tal pretensión no es descabellada en su ámbito de análisis,
pues otras formas de producción (excepto, con
limitaciones, la doméstica) sólo pueden subsistir
en los paises del Este en la medida en que el
Estado lo tolere. La literatura sobre el trabajo
doméstico en los países occidentales, por su parte, se limitaba a señalar la existencia de un modo
de producción, el doméstico, en coexistencia con
el capitalismo mientras, al mismo tiempo, no suscitaba preocupación alguna la persistencia de la
producción mercantil, por no hablar ya del evenmal desarrollo de un modo de producción burocrático en esas mismas sociedades. Este último,
que correspondería al ámbito del Estado como
productor, distribuidor y redisíribuidor, el llamado Estado del Bienestar, ni siquiera se planteaba como posibilidad en una época en que su
análisis estaba dominado por la idea de su plena
funcionalidad en relación a la acumulación del
capital y la legitimación de su dominio (O’Connor, 1981: Gough> 1982). En cuanto al modo de
producción mercantil, ha sido estudiado casi
~PM1J=5.Osñ
Mariano Fernández Enguita
84
exclusivamente para las sociedades campesinas
o para islas de campesinado dominadas por el
capitalismo comercial, sin ningún propósito de
extender las conclusiones a un análisis más general de las formaciones sociales actuales. Por
consiguiente, contamos con una importante literatura sobre cada uno de los modos de producción que aquí se propone distinguir como coetáneos del capitalismo, pero con ninguna sobre
todos ellos en conjunto.
Modos de producción
y distribución
s555*.**:t:**55*45**54
<5555555 5.555
55455
54545
iguiendo a Marx, entiendo que un modo de producción viene definido en
primer término por qué, cómo y por
quién se produce. La pregunta sobre qué se produce no concierne a las características materiales
del producto —alimento, vestido, etc.—, sino a su
estatuto social —mercancía, simple valor de
uso...—; se refiere, además, a quién determina
qué producir. La pregunta sobre cómo se produce concierne a quién aporta los factores de la
producción —materiales, instrumentos, trabajo— y cómo se organiza socialmente ésta —cooperación, división manufacturera, trabajo autónomo—. La pregunta sobre quién, en fin, se refiere, como la primera, al estatuto social de los
productores.
Por otra parte, todo modo de producción es a
la vez un modo de distribución. Por distribución
hay que entender la forma en que se distribuye el
producto tanto dentro de la unidad productiva
como entre las distintas unidades productivas.
Ambas cosas pueden ser la misma o no serlo. En
la esfera doméstica, por ejemplo, puede hablarse
de distribución en su interior, pero no en el exteflor, ya que esto significaría una contradicho in
senninis si pensamos sólo en las figuras puras de
los cuatro modos enunciados. Una unidad doméstica que produce para el exterior es, hoy, una
empresa familiar, o sea una unidad del modo de
producción mercantil. No obstante, no debe olvidarse que el trueque y el don han jugado un importante papel social en otras épocas históricas y
todavía desempeñan alguno. En la esfera mercantil, por el contrario —al menos en su forma
ideal—, hay distribución externa, que es el intercambio a través del mercado, pero no interna,
puesto que no hay interior alguno en el que dis555,
454
Ss
tribuir. Cuando la unidad mercantil se compone
de más de una persona es porque se sitúa en las
fronteras con la esfera familiar o con la capitalista. Los modos de producción capitalista y burocrático, por el contrario, presentan dos momentos claramente diferenciados en la distribución del producto. En un primer momento, se
distribuye entre los agentes de la producción la
parte del producto que no es destinada a la reproducción de los elementos inmateriales del proceso. Podríamos denominar también, a este momento, apropiación. En el modo de producción
capitalista, esta distribución toma la forma de reparto entre salarios, beneficios, interés y renta de
la tierra, cualesquiera que sean las figuras aparentes de cada uno de éstos. En el modo de producción burocrático, los beneficios se funden en
los salarios, pues la apropiación de plustrabajo
puede beneficiar indistintamente al público o a
un sector privilegiado de asalariados —generalmente los cuadros.
Pero en ambos casos hay un segundo momento, el que corresponde a la distribución de los
productos entre el público o, más en general, entre las distintas unidades de producción y consumo. En el modo capitalista, esta distribución,
como en el caso de la pequeña producción mercantil, depende de las pautas de la demanda efectiva y tiene lugar a través del mercado. A esta
forma de distribución podemos llamarla circulación. Aquí cabria incluir los intercambios no monetarios entre las unidades domésticas, pero, fuera de esto, podemos considerar que, en nuestras
sociedades, la circulación no es otra cosa que el
mercado.
En el modo burocrático, como en la esfera doméstica, hay otras formas de distribución que depende de decisiones tomadas por quienes monopolizan la autoridad. En el caso del modo de producción burocrático, la autoridad es la de la burocracia, y la distribución tiene lugar a través de
la estructura de los servicios públicos y las redes
asistenciales. En el caso del modo de producción
doméstico, la autoridad es la patriarcal y la distribución tiene lugar a través de las relaciones de
parentesco. A esta tercera forma de distribución
podemos darle el nombre de redistrihución.
Por consiguiente, aunque para no cargar mas
una terminología ya espesa seguiremos hablando
a menudo de modos de producción sin otro añadido, debe tenerse en cuenta que se trata de modos de producción y distribución o. para ser exhaustivos, modos de producción, apropiación, circulación y redistribución.
Dicho esto, debe tenerse en cuenta que, para
un mismo modo, no tienen por qué coincidir el
ámbito o el alcance de la producción y el de la
distribución; para ser exactos, no coinciden en
ningún caso, al menos si entendemos la distribución en un sentido amplio. Así, los modos capitalista y mercantil distribuyen menos de lo que
producen, mientras los modos burocráticos y domésticos distribuyen más. Esto se debe al hecho
de que los dos primeros relacionan entre sí solamente a poseedores de mercancías —incluida entre éstas la fuerza de trabajo—, mientras los otros
dos alcanzan a toda la población. En realidad,
deberíamos decir que los modos burocrático y
doméstico distribuyen lo que ellos mismos producen y redistribuyen parte de lo producido por los
otros dos. Así, el modo burocrático distribuye,
además de su propio producto, todo lo que extrae
de los modos capitalista y mercantil por vía de
los impuestos y del doméstico por medio de
prestaciones de trabajo obligatorias. Por su parte,
el modo doméstico redistribuye entre los miembros de cada unidad familiar todo lo que afluye a
éstas, sea en forma de salarios, beneficios, rentas,
transferencias, etc., y siempre que no se trate de
servicios personales; esto significa que redistribuye todo lo que no se dedica en la distribución o
apropiación inicial —dentro de las unidades productivas— a la reposición de los elementos inanimados de la producción ni es redistribuido direclamente por el modo burocrático hasta el nivel de
los individuos.
Las distintas características de cada uno de estos cuatro modos de producción y distribución
aparecen resumidas en el cuadro 1. Las comentaremos brevemente.
Todos ellos producen valores de uso que van al
encuentro de necesidades existentes, cualquiera
que sea la naturaleza de éstas. Sin embargo>
mientras que los productos de los modos doméstico y burocrático van directamente a su encuentro, los de los modos mercantil y capitalista solamente lo hacen a través de la existencia de una
demanda solvente> o sea a cambio de dinero. Eslo es lo mismo que decir que todos ellos producen valores de uso pero dos, el mercantil y el
capitalista, producen valores de cambio asociados a ellos, o producen para el mercado. También podríamos decir que, en los modos doméstico y burocrático, lo determinante son las necesidades, mientras en los modos mercantil y capitalista lo es la demanda solvente, o sea la capacidad de compra.
Por manipulación de las necesidades entendemos la capacidad de un modo de producción para llevar a la gente a desear lo que, de otro modo,
probablemente no desearía. Esta capacidad es
privativa de las grandes organizaciones capaces
de influir de forma decisiva sobre la realidad socialmente construida. El Estado, por ejemplo,
crea la demanda de educación por el solo hecho
de ofrecerla y sancionaría, pues hace que nadie
pueda pasar sin ella salvo al precio de caer al
fondo de la escala social. El capital, por su parte,
es capaz de manipular las necesidades a través
de la propaganda, de la eliminación de las formas de satisfacerlas que no le proporcionan beneficios, etc. Por sobredeterminación de las necesidades entiendo el poder de enunciarías en lugar
de los sujetos a los que se supone portadores de
ellas. Esta capacidad sólo existe, naturalmente,
en aquellas esferas en las que éstos se ven someti-
Cuadro 1
CARACTERISTICAS DE LOS MODOS DE PRODUCCION
Produce valores de uso
Producé valores de cambio
e. produce para el mercado
Demanda predomina sobre necesidades
Manipula las necesidades
Sobrederermina las necesidades
Supone organización compleja
El Irabajadorcontrola el proceso
Condiciones de trabajo reguladas ....
Elevada composición técnica
Productividad comparativamenle alta
Elasticidad esfuerzo (autoexplotación)
Produce trabajo excedente
Hay explotación del trabajo
Reproducción fuerza de trabajo
Predominan bienes sobre servicios ...
---
-.
...
.
MPC
MPM
MPD
Sí
Sí
Sí
Si
Si
No
Si
Sí
Sí
No
Si
Si
No
Si
No
No
No
No
No
No
Si
No
Si
Si
Si
Si
No
Si
No
No
Sí
No
No
No
No
No
Sí
Sí
Si
No
Si
No
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Si
MPS
Sí
No
No
No
Sí
Si
Si
No
Si
Sí
Sí
No
Si
Si
Si
Si
No
Si
Si
No
86
dos a estructuras de poder en el ámbito del consumo, como es el caso de la familia y el Estado:
así, los padres pueden decidir que los niños necesitan comer mucha sopa y el Estado que los ciudadanos deben cursar estudios de religión o ética
en las escuelas, no importa cuáles sean los verdaderos deseos individuales de unos y otros. Detrás
de esto hay, en realidad, otra diferencia: si bien
los modos mercantil y capitalista son «económicamente puros>’ (en sentido estricto, el capitalista
tampoco lo es, pues conlíeva una estmctura política interna a la organización productiva), los modos doméstico y burocrático no existen de manera tal, sino indisolublemente asociados a estructuras extraeconómicas —la familia y el Estado.
Otro grupo de diferencias se relaciona con la
organización interna del proceso productivo.
Dos de los modos de producción, el capitalista y
el burocrático, suponen organizaciones productivas complejas, mientras los otros, el mercantil y
el doméstico, no. Sin entrar en mayores detalles
que nos exigirían mucho espacio, podemos decir
que a este hecho se asocia otro: en los dos primeros, el trabajador —la mayoría de los trabajadores— ha perdido el control sobre su proceso de
trabajo, mientras en los dos últimos disfruta de
una autonomía comparativamente amplia. En
contrapartida, en los dos primeros existe una regulación relativamente estricta de las condiciones de trabajo —baja por enfermedad, jubilación, jornada, salario, vacaciones, etc.—, mientras en los otros son extremadamente flexibles y,
en su caso, arbitrarias.
En los dos primeros se da una elevada concentración de medios técnicos por trabajador, mientras en los dos últimos no, de manera que su
posesión está más cerca del alcance de los recursos obtenibles mediante el trabajo personal. En
consecuencta, la productividad del trabajo es
mucho más elevada en unos sectores que en
otros, concretamente en el capitalista y el burocrático que en el mercantil y el doméstico, al menos en lo que depende de la composición técnica.
(La productividad depende también de la organización del trabajo y, por supuesto, de la voluntad
del trabajador, y esto puede convertir, en condictones técnicas constantes, a los sectores mercantil y doméstico en más productivos que sus competidores capitalista y burocrático. Lo que ocurre
es que las condiciones técnicas raramente son
iguales: no lo son casi nunca en la producción de bienes y tampoco, muchas veces, en la de
servicios).
El único modo de producción que no produce
Mariano Fernández Enguita
trabajo excedente es el mercantil. Silo produce sí
entendemos por tal el que va más allá de lo estrictamente necesario para la reproducción del
trabajador, pero no si consideramos que para
que exista debe sobrepasar la retribución del
mismo, o sea, ser trabajo no pagado —dejando
de lado, tanto en un caso como en otro, la reposictón de los medios de producción—. Las características del plustrabajo en el sector capitalista
son bien conocidas, por lo que no hace falta detenerse en él. Grosso modo, resultan similares en el
sector burocrático debido a la existencia de un
mercado único de fuerza de trabajo, aunque tal
igualdad no es plena dada la segmentación de
dicho mercado y las especiales condiciones contractuales de los funcionarios. En cuanto al sector doméstico, basta comparar la jornada limitada de los varones fuera del mismo con la «jornada interminable» (Berch, 1982) de las mujeres
en su interior para comprender que hay trabajo
excedente, o sea que las mujeres producen más
de lo que consumen si ambos montantes se miden en horas de trabajo. Pero quizá la diferencia
esencial aquí venga constituida por el hecho de
que en los modos capitalista y burocrático pocas
personas controlan el excedente de muchas y tienen el poder necesario para regularlo y, con frecuencia, aumentarlo. Esta es la base de la acumulación de capital —en el modo de producción
capitalista— o, simplemente, de medios de producción —en el modo de producción burocrático—. Y esto es lo que, probablemente, ha convertido a ambos, históricamente, en las formas
sociales necesarias de la industrialización (véanse Giddens, 1979; Kuron y Modzelewsky, 1976, y,
por supuesto, cualquiera de los pasajes de Marx
sobre el papel progresivo del capitalismo).
En correspondencia con esto, los modos capitalista, burocrático y doméstico presentan una
fractura social, mientras el mercantil no. En los
primeros existen grupos sociales distintos, uno de
los cuales oprime al otro y explota su capacidad
de trabajo, por muchas matizaciones que puedan
añadirse a esto —incluidos el amor y otras compensaciones en la esfera doméstica—, mientras
en el último no hay más que una relación de
competencia interindividual que se desenvuelve
en el mercado, ajena al proceso productivo mismo. (Como puede verse, aunque evitando el término «clase social» por el momento, nos referimos a grupos que se constituyen en tomo a las
relaciones de producción y de distribución dentro de las unidades productivas).
Aunque todo lo que la sociedad produce, ex-
87
Modos de producción en la suciedad actual
cepto los bienes de lujo, se integra de un modo u
otro en la reproducción de la fuerza de trabajo o
de los otros factores de la producción, no todos
los modos de producción ocupan la misma posición relativa dentro de ésta. Concretamente, dos
de ellos, el burocrático y el doméstico, juegan un
papel esencial en la reproducción de la fuerza de
trabajo. Los bienes y servicios que produce el sector doméstico se destinan casi exclusivamente a
la reproducción de la fuerza de trabajo> no importa que ésta esté destinada a un modo de producción u otro. Los del sector burocrático se destinan en su mayor parte a lo mismo o a la creación y mantenimiento de las condiciones generales de la producción. Los bienes y servicios encomendados a los sectores capitalista y mercantil.
en cambio, no presentan ninguna inclinación común hacia un uso u otro.
Otra diferencia notable reside en el predominio de la producción de bienes o la de servicios:
los modos doméstico y burocrático producen sobre todo y en primer lugar servicios, aunque también pueden producir y producen bienes en pequeñas proporciones. Los modos mercantil y capitalista, por el contrario, producen en primer lugar bienes y en segundo lugar servicios; si bien,
por la mayor facilidad, en general, de elevar la
productividad a través de la composición técnica
en la producción de bienes, estamos asistiendo a
un progresivo desplazamiento de la fuerza de trabajo, en estos modos, hacia la producción de
servicios, a pesar de ello, o precisamente por ello,
siguen produciendo la inmensa mayoría de los
bienes.
Dentro de cada par, los servicios predominan
más en el modo doméstico que en el burocrático>
mieníras los bienes son más característicos hoy
del modo capitalista que del mercantil. Lo primero se debe a la productividad especialmente
baja del modo doméstico frente a cualquier otro;
lo segundo, a la dificultad del modo mercantil
para alcanzar una composición técnica del capital elevada.
Tal reparto de tareas tiene su base en la voracidad con que los sectores de mercado en general, y
el capitalista en particular, tratan de hacerse con
la producción de bienes, en la cual el trabajo es
más productivo que en la de servicios, y en la
amabilidad y generosidad con que el sector público lo permite, haciéndose cargo siempre de las
actividades no rentables. Estas diferencias deben
entenderse, en todo caso, no de una manera absoluta sino relativa.
Por último, y como ya se indicó con anteriori-
dad, los modos capitalista y mercantil distribuyen entre los agentes productivos de cada unidad
tan sólo aquello que en ellos mismos producen, o
una parte de lo producido dada la incursión sobre ellos del burocrático, pero los modos burocrático y doméstico redistribuyen hacia el consumo final mucho más de lo que producen por si
mismos, pues emplean la doble vía de la apropiación y la redistribución. Para todos los modos
coinciden los ámbitos de la producción y la apropiación, pero mientras los modos mercantil y capitalista sólo traspasan ese ámbito a través de la
circulación de lo en ellos producido, los modos
burocrático y doméstico lo hacen mediante la redistribución de lo producido en ellos y fuera de
ellos. Como modos de producción y apropiación.
se integra en cualquiera de ellos sólo quien incorpora a sus procesos productivos su trabajo o su
fuerza de trabajo; pero, mientras en la distribución a través de la circulación sólo se puede participar en cuanto sujeto de demanda efectiva y
solvente, en la redistribución se hace, para bien o
para mal, en cuanto miembro de la sociedad (ciudadano) o de un hogar, que es tanto como decir
por el hecho de haber nacido.
Una sociedad
no unidimensional
555
.4.5.5*
.+j5 545*
5555555555
~
5
sSS
555
55
unque resulte difícil hacerlo sin cierto
rubor, a veces es necesario volver sobre
cosas que son verdaderas perogrulladas. Y, así como frente al discurso ideológico liberal es necesario de vez en cuando repetir que la
economía no está ni ha estado nunca formada
por robinsones que intercambian carne por pescado dentro de la más absoluta libertad y las más
exquisitas reglas de urbanidad —o sea, que no
vivimos en el modo de producción mercantil, y
menos todavía en su idealización—, también hay
que recordar, frente al discurso marxista habitual. que no todo lo que reluce es oro ni todo lo
que produce es capitalismo.
En primer lugar, no debe escapársenos que.
aunque a duras penas sepamos hoy por hoy ir
más allá de la cuantificación de la economía monetaria. fuera del ámbito de la circulación monetaria queda todo un mundo, el del trabajo doméstico. Puesto que el trabajo doméstico no figura en
ningún libro de cuentas, no se refleja en contratos y no está retribuido, tenemos que movernos
55i~
~i.
~PbI3LW¡ó
58
Mariano Fernández Enguita
Cuadro II
HORAS EMPLEADAS EN EL TRABAJO DOMESTICO:
MEDIA DIARIA
País
Reino Unido
Bélgica
Bulgaria
Francia
Hungrta
Polonia
RFA
Checoslovaquia
URSS
Estados Unidos
Yugoslavia
Maridos
Amas
deca¶a
Mujeres
ocupadas
¡.4
0.8
¡.9
¡.6
¡.9
¡.6
1.3
2.0
1.6
¡.1
2,1
6>5
7>2
7.9
8.0
9.3
8.5
7.8
7»
7.9
6.9
10,4
4.3
3,9
3.6
4.7
5.3
4>7
5.5
5.4
4.6
4.1
5,5
(Los datos del Reino Unido se refieren sólo al grao Londres: los de Estados Unidos, a las ciudades. y los de Yugoslavia. a Maribor, Corresponden a 1965-66. hombres y mujeres
casados con edades comprendidas entre los dieciocho y los
sesenta y cuatro años —entre los treinta y los cuarenta y nueve para el Reino Unido—.)
Cuadro Iii
TRABAJO DOMESTICO Y EXTRADOMESTICO
EN ESPAÑA
Población activa ocupada
Media de horas trabajadas/semana
Trabajo cxirado,n¿st/ca:
— Población
—
Horas/semana
Inactivos:
Mujeres
Media
-
sus labores
con
horas
trabajadas/semana
Trabajo do,n¿srico:
— Población
—
(amas
dobiejornada
Horas/semana
de casa)
10,779.1
40
¡0,779.1
431.164
7.22 ¡.8
1.919.1
63
79% del total (Durán. 1986), junto a las cuales
habria que computar otro 21% que trabajan dentro y fuera de casa y que, presumiblemente, figuran como población activa. Esos casi dos millones, por consiguiente, están contadas simultáneamente entre la población «activa ocupada» y entre la dedicada al trabajo doméstico, para su desdicha. Los datos sobre las horas trabajadas provienen de la Encuesra de salarios, para la población activa ocupada, y de la ya citada M. A. Durán para el trabajo doméstico —se trata de la media para todas las amas de casa.
Téngase en cuenta que todo esto es solamente
una indicación que no agota ni mucho menos el
alcance del trabajo doméstico. Para empezar, carece de sentido detener la comparación en el pe¡lodo semanal, puesto que el trabajo doméstico.
al contrario que el extradoméstico, no sabe de
fiestas ni vacaciones. Además, aunque las mujeres realizan la inmensa mayor parte del trabajo
doméstico, no lo realizan todo: hay que considerar también como tal el realizado por los varones
adultos y los niños y jóvenes de ambos sexos,
que, tomado en su conjunto, no es una cantidad
despreciable. Aunque estas cifras hay que cogerlas con pinzas, pues, a menudo, las respuestas a
entrevistas en que se basan son más el reflejo de
desiderata que realidades (Harris, 1986) una encuesta relativamente reciente (Del Campo. 1982:
113) indica una cierta participación de los maridos en las tareas domésticas. El cuadro IV recoge
parcialmente los datos.
9,141.5
-
575.915
Fuente,- INE> 1986a y 1986W Durán. 1986, y elaboración propia.
con estimaciones aproximadas. Un estudio internacional realizado a mediados de los sesenta
arrojaba jornadas semanales entre 45,5 y 72,8 horas de trabajo doméstico para las mujeres sin un
trabajo remunerado fuera del hogar, entre 25,2 y
38,5 horas para las mujeres ocupadas fuera del
hogar y entre 5,6 y 14 horas para los maridos. Los
resultados generales pueden verse en el cuadro fI
(Young y Willmott, 1973).
El cuadro III incluye un cálculo rudimentario
para España. Las cifras de población activa ocupada y amas de casa que declaran dedicarse a
«sus labores» están sacadas de la Encuesla de Población Activa. Los casi dos millones de amas de
casa adicionales se han calculado sobre la base
de que las amas de casa declaradas constituyen el
Cuadro IV
DISTRIBUCION DE LAS TAREAS DEL HOGAR (%)
Tarea
Marido
Ambos
Mujer
Desayuno los días de trabajo - Fregar platos, recoger cocina - Reparar cosas que se rompen Dar de comer a los niños
Pagarlosrecibos
Limpiar la casa
4
17
¡0
25
14
31
8
75
1
38
¡
17
¡
86
31
66
46
88
Por otra parte, dentro del apanado del trabajo
extradoméstico, o de la economía monetaria> el
trabajo asalariado para el capital, aunque mayoritario, representa tan sólo una parte del total que
no debe ocultarnos la existencia de otras, el trabajo asalariado para el sector público y el trabajo
autónomo. Por lo demás, la participación de los
asalariados del sector privado no parece haber
aumentado en los últimos años, sino al contrario.
Así lo indica la distribución de la población ac-
~RhI3Jfi&b
tiva ocupada para tres años diferentes que se recoge en el cuadro V
Cuadro Y
DISTRIBUCION DE LA POBLACION ACTIVA OCUPADA
0’)
Empleadores
Asalariados sector privado
SECTOR CAPITALISTA
Asalariados sector público...>>>
SECTOR PUBLICO ...........
Empresas sin asalariados y
trabajadores independientes - Ayudas familiares
SECTOR MERCANTIL
Otros y no clasificables
1976
1982
1986
3.4
58.9
62.3
¡¡.0
¡1.0
3.4
55.0
58.4
15.3
¡5.3
3.2
52.9
56.1
¡7.6
¡7.6
¡7»
7.7
25.6
¡8.3
8.4
26.7
0.3
19.4
6.6
26>0
0.4
0.4
Fuente: De Miguel. 1985: INE. i986a. y elaboración propia.
Por un lado disminuye la proporción de asalariados del sector privado; por otro, aumentan los
asalariados del sector público y los trabajadores
autónomos. En otras palabras, se retrae en términos de población ocupada el modo de producción capitalista y se expanden los modos mercantil y burocrático. El crecimiento de la economía oculta (o «sumergida») requiere tomar con
prudencia estas cifras, pero debe tenerse en cuenta que, si bien el sector menos susceptible de ser
sumergido es el burocrático, el más susceptible es
el mercantil, quedando el capitalista en el medio.
En todo caso, del cuadro puede desprenderse
cualquier cosa menos ideas como que la sociedad se reduce al modo de producción capitalista,
que el modo de producción mercantil ha desaparecido o que el modo de producción burocrático
es meramente marginal.
Cuadro VI
LA PEQUEÑA BURGUESIA EN OCHO PAISES
País
Año
%PA.
España
Japón
Italia
Francia
Gran Bretaña
Estados Unidos - . Argentina
Chile
¡970
¡975
1971
1968
¡966
1969
34.3
36.3
29.1
22.2
6.4
9.0
¡960
21.6
1971
25.5
El tema de la persistencia de la pequeña burguesía es ya viejo y ha sido abordado para otros
países. El cuadro VI recoge los porcentajes calcu-
lados para el sector de la pequeña producción
mercantil en ocho países relativamente desarrolIados, incluyendo la pequeña burguesía agrícola, industrial y artesanal y los llamados «ayudas» o «trabajadores familiares» (Labini, 1981:
146), expresada en porcentaje respecto de la población activa, ocupada o no.
Cuadro
VII
PROPORCION DE EMPLEOS PUBLICOS
EN EL SECTOR NO AGRICOLA
País
Año
Bélgica
Dinamarca
R FdeAiemania Japón
Italia
Holanda
Suecia
Reino Unido
Estados Unidos - -.
¡980
1981
1980
1980
1980
¡980
1979
1980
1981
32,82
27,97
¡9.96
10>37
¡9>80
18,99
33.84
30>80
19,55
Tampoco la importancia del sector público como empleador es un fenómeno local. El cuadro VII (Heller y Tait, 1985: 106) muestra el porcentaje de los empleos no agrícolas que representan los empleos públicos en una serie de países
de la OCDE. Aunque tal porcentaje disminuiría
al añadir los empleos agrícolas, no debe olvidarse que éstos son una pequeña minoría, precisamente la única parte del sector de la pequeña
producción mercantil que disminuye de manera
regular, siendo compensada esta disminución por
el crecimiento de la pequeña burguesía comercial.
Ahora bien, la importancia relativa de algunos
modos de producción como tales palidece ante
su peso como modos de distribución o redistribuclon. El modo de producción burocrático, o sea el
sector público, distribuye o redistribuye un volumen de riqueza muy superior al que crea por sí
mismo, ya que se apropia de parte de lo producido por otros modos de producción, concretamente el mercantil y el capitalista, por la vía de
los impuestos directos e indirectos. Una manera
de evaluar la importancia de esta función distribuidora es calcular el porcentaje que representa
el gasto público en relación al producto interior
bruto de un país. Una idea de sus dimensiones, y
de su crecimiento en los últimos años, quizá pueda darla el hecho de que este porcentaje pasó del
26,3
en el año 1960 al 47 en el año 1982, para el
conjunto de los países de la OCDE (OCDE.
1986). Según otras fuentes, como el Instituto de
~PM3IMLI,
MarIano Fernández Engulta
GO
Cuadro VIII
GASTO PUBLICO TOTAL COMO PORCENTAJE DEL P.I.B.
País
Estados Unidos . . .
Japón
R.F,de Alemania .
Francia
Reino Unido
Italia
Canadá
Dinamarca
Grecia
España
Suecia
Total CEE
Total OCDE
1960
1968
/9%?
1976
1979
1982
27,5
31.3
31.3
22.1
41,5
38,5
40.7
37.8
36.0
42,1
21.1
23.0
44.7
38.9
33.2
34.5
27>8
47.9
44.0
45,6
422
39.4
47,8
27.4
26>0
51.7
44.4
37.9
32.9
312
47,6
45.5
42,9
45.5
39.3
53.2
29.7
30.5
60,7
45.3
38.5
37,7
33,6
49.4
51.1
47.3
54.8
46.0
61.2
36.9
36.6
66,6
50.2
42.1
32.4
34.6
32,4
30.1
28.9
24.8
17.4
—
31,0
32.0
28.9
39.1
40.3
39.2
34.7
33.0
36.3
23.5
21.3
42,8
37,4
33.5
Estudios Económicos (1985), el salto habría alcanzado desde el 26,3% en 1960 hasta el 47% en
1982 (en España, del 13,7% en 1960 al 38% en
1983). Dejando de lado estas pequeñas diferencias de estimación —no demostradamente insalvables, dado el distinto origen de los datos— el
cuadro VIII ofrece una idea general de la evolución del gasto público (OCDE, 1986: 64).
Cuadro IX
PARTICIPACION DE LAS FAMILIAS EN LA R.N.B.
<¡978)
País
R. E de Alemania
Francia Ingíaterr
Italia ...
España -
70.4
81,5
77>0
90,3
75.5
Una idea, en fin, del potencial del sector doméstico como modo de distribución nos la da la
ímportancia relativa de las familias en el reparto
de la renta nacional bruta. El cuadro IX (Yábar,
1982) presenta la participación de las familias en
cinco países.
Escisiones y dinámicas
internas
__
555SS
SS
~s5
‘“
ada uno de estos modos de producción
posee su propia estructura de relaciones internas, que da lugar a la formación de grupos sociales y a la generación de con¾
1984
3
33,1
48.2
52.6
48.0
57.4
47.5
60.7
38,9
—
63.7
51,3
44.9
fictos de diverso tipo. Sin duda el caso mejor
conocido y más estudiado es el del modo de producción capitalista. Como tal modo de producción produce una esctsión entre quienes poseen
los medios de producción y quienes solamente
poseen su fuerza de trabajo y se ven obligados a
vendérsela a los primeros, es decir, entre burguesía y proletariado, o entre capital y trabajo asalanado. Nótese que esta fisura separa de un lado a
todos los propietarios del capital y, del otro, a
todos los asalariados, careciendo de sentido a
estos efectos, la distinción entre trabajo «productivo» o «improductivo», industrial, comercial, de
servicios o financiero, y lo mismo es si aplica
correlativamente a los capitales (Fernández Enguita, 1985). En suma, el modo de producción capitalista divide a los en él implicados en
dos clases sociales antagónicas, entendiendo por
tales los grupos formados por agregados de individuos que comparten una mtsma posición en
las relaciones de producción. Para lo que aquí
perseguimos, no es necesario entrar en el debate
sobre las clases o grupos sociales intermedios en
el modo de producción capitalista (véase Wright,
1983), ni sobre las diferencias entre clase «en sí»
y «para sí», simple agregado, con concíencta de
sí o con concíencía revolucionaria, como posición o como proceso, etc. (véase Giddens, 1979).
El panorama no es muy distinto, como modo
de producción, en el sector burocrático. La pos’ción del trabajador que vende su fuerza de trabajo, en principio, es idéntica, pues es indiferente
al hecho de que quien la compra y gestiona lo
haga como propiedad individual o como representante de la propiedad pública. Sin embargo,
los que ejercen la posesión de los medios de producción no son sus propietarios jurídicos, lo que
~PbEMa6
implica que no pueden disponer plenamente de
ellos y que no pueden transmitir su posición por
vía hereditaria ni por medio de transacciones patrimoniales ni enlaces matrimoniales. Como
consecuencia, no puede hablarse de burguesía, ni
siquiera de una burguesía de Estado, lo mismo
que, al no haber producción para el mercado, no
puede hablarse de capitalismo y tampoco de capitalismo de Estado. A partir de aquí, tiene mucho de cuestión semántica el problema de si la
burocracia —entendiendo por tal, de acuerdo
con la raíz griega kra¡, el grupo de quienes detentan poder de decisión sobre otros— es o no una
clase. Lo es si nos limitamos a exigir una posición común en las relaciones de producción y
deja de serlo si añadimos exigencias como que
ésta se deba a la propiedad o que sea hereditaria.
La existencia o no de clases sociales en el modo
de producción burocrático ha supuesto una interminable polémica en lo que concierne a las
llamadas sociedades socialistas, dominadas por
Más complicado resulta analizar con estas categotias el modo de producción doméstico. Una
vez más, parece que si el concepto de clase se
limita a una posición común en las relaciones de
producción no hay razón para no afirmar que las
mujeres son una clase —en realidad, habría que
decir los trabajadores domésticos, pues hay bastantes mujeres no dedicadas al modo de producción doméstico y tal vez haya algunos hombres
dedicados a él—. Sin embargo, precisamente este
concepto limitado de clase social excluye a los
grupos en los que la relación económica se funde
con otras. Por eso, cuando hablamos de sociedades anteriores como la feudal, o de algunas sociedades teocráticas, designamos a los grupos sociales con el nombre de estamentos o castas: un
estamento implica, además de una posición económica, una posición en el orden político general, y una casta es un grupo social vinculado
estrictamente a la sangre, o sea al nacimiento, e
impedido de mezcíarse con otros. Lo que tenemos en el modo de producción doméstico es una
relación económica, la que rodea al trabajo doméstico, indisolublemente asociada a una relación no económica perteneciente a la esfera de la
familia, del parentesco o, más exactamente, a la
del patriarcado, concretamente la dominación de
los hombres sobre las mujeres —el patriarcado es
esto y la dominación de los adultos sobre los jóvenes—. En este sentido, parece prudente no emplear la palabra clase y bastante apropiado acudir al término género, que designa el constructo
social creado alrededor del sexo, o sea de las diferencías entre los sexos. El género aparece así
como la síntesis entre una posición en las relaciones de producción domésticas y la pertenencia a
un sexo, cuando existe división sexual del trabajo
(lo que no excluye que pueda adoptar otro contenido en otra época histórica).
El modo de producción doméstico presenta en
su interior dos géneros, uno de los cuales oprime
al otro y se beneficia de su excedente de trabajo.
Hay, además> otra diferencia entre los trabajadores asalariados y las mujeres como trabajadoras
domésticas, esencial si llevásemos el análisis social, más allá de la fotografía estática de los grupos, hasta la dinámica de sus conflictos: mientras
los trabajadores asalariados se reúnen en grandes cantidades en cada lugar de trabajo y cambian con frecuencia de un lugar a otro y de un
patrón a otro, el modo de producción doméstico
fija a las mujeres a un solo marido y un solo
hogar casi de por vida. En este aspecto, su situación se aproxima mucho más a la impotencia
atomizada de los campesinos siervos de la gleba
que a la concentración favorecedora de la acción
colectiva del proletariado moderno. Por eso la
movilización de las mujeres contra su opresión
tiene su epicentro en la esfera política, no en la
familiar.
Finalmente, el modo de producción mercantil
es el único que, por sí mismo, no presenta una
fractura, quizá porque presenta tantas como individuos lo componen. A diferencia de los otros
tres, no hay escisión posible en el proceso productivo porque, en puridad, la unidad productiva
es el individuo mismo. Por consiguiente, lo menos que puede decirse de este modo de producción es que, en sí, no es explotador, que no se
basa en ninguna forma de explotación del trabajo, lo que tampoco quiere decir que sea necesanamente igualitario —ni lo contrario.
Si bien este modelo interpretativo, basado en el
reconocimiento de cuatro modos de producción,
es mucho más comprensivo que el tradicional
análisis de las formaciones sociales modernas
desde el exclusivo punto de vista del modo de
producción capitalista, no por ello debe pensarse
que agota el análisis económico. Ante todo, como
es obvio, se trata de un modelo, es decir, de un
marco conceptual que solamente constituye el
primer paso al proceder al análisis de sociedades
concretas o parcelas de las mismas. Además de
una estructura, las sociedades tienen una historia
que introduce variantes en los modelos —o, más
bien, los modelos son una abstracción a partir de
realidades con rasgos comunes.
Entre los grandes modelos y la casuística individual, además, existen realidades intermedias.
Hay, por ejemplo, formas de producción que no
responden exactamente a ninguno de los modos
descritos, pero que pueden ser analizadas a partir
de ellos. Así, las profesiones liberales pueden ser
consideradas como un espacio intermedio entre
el modo de producción mercantil —trabajan para el mercado y no son asalariados— y el burocrático —el Estado protege su monopolio—. Las
empresas públicas, que pertenecen al Estado, actúan según los principios del mercado, mientras
las empresas capitalistas privadas que trabajan
mediante contratas para el Estado, que pertenecen a particulares, actúan según principios de racionalidad y gestión propios del modo de producción burocrático. Las empresas familiares se
sitúan a medio camino entre los modos de producción mercantil y doméstico —o entre el primero y la familia, si se prefiere—, mientras las
llamadas pequeñas empresas comparten rasgos
de los modos mercantil y capitalista. Las cooperativas, por último, presentan una mezcla de rasgos sacados del sector capitalista y de un presunto modo de producción socialista, al menos
en el caso de que la propiedad cooperativa se
refleja en el régimen de producción.
Por otra parte, los modos de producción, por
importantes que sean, no agotan la vida social.
La esfera del consumo, más allá de la distribución, está bajo su influencia pero otorga una considerable autonomía a los individuos —de ahí
que se identifique tan fácilmente con la libertad o
que se busquen en ella las imágenes de sí mismo—. La familia comprende más relaciones que
las de la producción doméstica, algo tan elemental que no vale la pena detenerse en ello. El Estado, en fin, es también mucho más que el modo
de producción y distribución burocrático: es una
esfera relativamente autónoma, de la que todos
formamos parte con independencia de dónde desarrollemos nuestra actividad productiva, y que
se rige de manera general por los derechos de la
persona (aunque a veces no lo parezca) y por
mecanismos de poder que oscilan entre la participación democrática y la autocracia.
La conflictiva coexistencia
de los modos de producción
n un texto clásico, la introducción a la
Contribución a la crítica de la economía
política, que luego serviría como pequeña biblia del materialismo histórico, Marx escnbió:
Durante el curso de su desarrollo, las fuerzas productivas de la sociedad entran en contradicción con
las relaciones de producción existentes, o. lo cual no es
más que su expresión juridica. con las relaciones de
propiedad en cuyo interior se habian movido hasta
entonces. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas que eran, estas relaciones se convierten en
trabas de esas fuerzas, Entonces se abre una era de
revolución social (.4. Esbozados a grandes rasgos, los
modos de producción asiáticos. antiguos, feudales y
burgueses modernos pueden ser designados como
otras tantas épocas progresivas de la formación social
económica (Man, ¡976: 37-38>.
Pasajes como éste han servido de fundamento
para una consideración unilateralmente diacrónica de las relaciones entre los modos de producción. Se supone que cada uno perece más o
menos víctima de un cambio catastrófico y es
sucedido por el siguiente, que desempeña un papel «progresivo» durante un tiempo para después, tarde o temprano, convertírse en un nuevo
obstáculo a superar. Al margen de esa discutible
atribución de medallas al progresismo, semejante concepción lleva a considerar que, junto al
modo de producción propio de cada época, no
debe quedar nada del pasado, o sólo pueden quedar «pervivencias», «reminiscencias» y otros resíduos no importantes plenamente subordinados
al modo dominante. De ahí la incomodidad con
que se trata a semejantes restos, actitud que sólo
ha tenido que rendirse ante la evidencia al enfrentarse al problema del dualismo económico y
social en los países de la periferia económica
mundial.
Frente a esta concepción autosatisfecha, es
preciso analizar las relaciones sincrónicas, además de las diacrónicas, entre los distintos modos
de producción. Es cierto que la relación entre los
modos de producción tiene una historia. Más
aún, esta historia es bastante más compleja, rica
y zigzagueante que la pretendida sucesión de
fechas ilustres en las que se supone que una nueva época reemplazó a la vieja. Por supuesto que
estos momentos estelares han existido, pero no
dividieron la historia en un antes y un después
como quien corta una hoja en dos. La condena
moral de la usura dificultaba el desarrollo del ca-
~PM3LWIb
Modos de producción en la sociedad actual
pitalismo, pero su asunción por la reforma protestante no dividió a la sociedad en prestamistas
y prestatarios, de la misma forma que las desamortizaciones españolas no dejaron a la nobleza sin tierras ni la revolución bolchevique dinamitó los pequeños comercios. De un modo u
otro, los modos de producción que han hecho
aparición en la historia se han visto obligados a
convivir por algún tiempo o indefinidamente con
aquellos a los que, presuntamente, sustituyeron.
El modo de producción doméstico es, obviamente, el primero en la historia, la matriz de los
demás, puesto que en un principio se confunden
familia y unidad de producción, sin que quepa
producción alguna fuera de aquélla. En gran medida, los modos de producción anteriores al capitalismo —salvo, quizá, los imperios fluviales basados en la realización centralizada de grandiosas obras públicas—, no son sino variantes del
modo de producción doméstico o, por decirlo de
otro modo. el resultado de la combinación entre
éste y diversas superestructuras de parentesco y
políticas. Si se prefiere, puede expresarse también
de otra forma: lo que separa a estas estructuras
productivas o estos modos de producción uno de
otro son justamente las modalidades del parentesco y/o de la organización del poder político
(Godelier, 1979; Anderson, 1979). Todos los grupos de necesidades que hoy son satisfechas por
otros modos de producción lo han sido en algún
momento pretérito por el modo doméstico en exclusiva. Por consiguiente, puede afirmarse que el
modo de producción doméstico ha ido perdiendo
progresivamente espacio y funciones en favor de
los demás. Sin embargo, más que de pérdida de
funciones en sentido estricto habría que hablar
de pérdida de importancia en cada una de esas
funciones. Por ejemplo, los niños se educan en
las escuelas pero también en el hogar; la inmensa
mayoria de la población compra sus alimentos,
pero termina de elaborarlos en casa, etcétera.
El modo de producción mercantil surge directainente como una derivación del doméstico. El
proceso que lleva del trueque de los escasos productos que exceden de las necesidades de autoconsumo a la producción especializada para el
mercado es bien conocido, y el proceso de producción del modo mercantil apenas es distinto
del que tiene lugar en el modo doméstico. El
modo capitalista, a su vez> surge del desarrollo
del modo mercantil y de la descomposición del
doméstico, cuando la fuerza de trabajo se convierte en una mercancía. El modo burocrático, en
93
fin, se genera también. en lo fundamental. a partir de la sustitución total o parcial del doméstico
en distintas funciones de la reproducción de la
fuerza de trabajo, así como de la sustitución y
subrogación de los modos de mercado en la producción de bienes y servicios no rentables.
Pero lo que interesa aquí no son ya tanto los
orígenes primeros como las relaciones entre modos de producción y distribución establecidos.
Estas relaciones son conflictivas y discurren por
dos vías: por un lado, circulan entre los ámbitos
de los distintos modos de producción bienes, servictos y fuerza de trabajo en lo que no siempre, o
raramente, es un intercambio de equivalentes
reales; por otro, los distintos modos pugnan de
una manera u otra por sustituirse en la oferta de
bienes y servicios, sea en el mercado o al margen
del mismo. De manera muy sumaria podemos
hablar de tres grandes conflictos.
En primer lugar, entre los modos que producen para el mercado y los que no. La restricción
del ámbito del modo de producción doméstico
ha sido en gran parte el resultado de su sustitución por los modos mercantil y capitalista en la
satisfacción de numerosas necesidades (o, indirectamente, a través de la modificación de las
necesidades mismas y/o de la forma de satisfacerlas). Puesto que, en buena medida, esta sustitución fue operada en favoT del sectoT capitalista
gracias a su mayor productividad, la respuesta a
ello no podía venir del propio modo de producción doméstico, cuya productividad es bastante
inelástica. Por ello vino, en su lugar, del modo de
producción burocrático, que en gran parte se hace cargo de tareas que el sector doméstico no
puede ya cubrir pero que, por una razón u otra,
no se puede o no se desea confiar a la producción
capitalista o mercantil.
La contrarrespuesta a esto, de la que hoy tenemos excelentes muestras, es la privatización de
los servicios públicos. El móvil de las privatizaciones no está, como suele aducirse. en la baja
productividad> la escasa rentabilidad, la ineficacia o la carestía de las empresas y los servicios
públicos, sino en que para el capital éstos representan espacios vedados al negocio, como en su
día lo fue la propiedad vinculada a la corona, a la
nobleza, a la iglesia, a los municipios o a los mismos siervos. Lo que se busca son mercados donde poder poner en funcionamiento los capitales
excedentes. Además, la privatización de los servicios públicos significa la apropiación de mercados ya construidos, para los que no es necesario
generar nuevas necesidades ni esperar a que surjan por si mismas, porque ya están ahí y la sociedad no sabría perscindir de ellas.
Dentro del sector de producción para el mercado, existe una constante pugna entre los modos
capitalista y mercantil. El capitalismo elimina
sistemáticamente a la pequeña producción de un
mercado tras otro apoyándose en su mayor productividad —salvo en aquellos sectores en los
que no es posible el aumento de la composición
técnica y orgánica del capital, por ejemplo en
numerosos servicios, para un estadio dado de la
ciencia y la técnica o por cualesquiera otras razones—, pero ésta resurge en sectores nuevos y en
servicios auxiliares asociados a los viejos. Este es
el proceso que comúnmente conocemos como
concentración del capital, aunque en sentido estricto solamente comienza a haber capital después de iniciada la concentración. En los países
avanzados ha consistido, a grandes rasgos, en
una disminución radical de la pequeña producción hasta alcanzar una especie de suelo estable.
Sin embargo, una mirada al interior del sector
mercantil revela que, mientras la pequeña producción agrícola ha caído en picado —en términos de trabajo y de valor—, la artesanal se ha
mantenido más o menos en cifras pero cambiando enormemente su contenido —desapareciendo
los oficios tradicionales y apareciendo otros nuevos— y la comercial ha aumentado. El cuadro X
(tabini, 1981: 136, 144) ofrece algunos ejemplos
de la disminución global.
Cuadro X
EVOLUCION GLOBAL DE LA PEQUEÑA BURGUESIA
País
Estados Unidos
Francia
Italia
Año
%
Año
%
1890
33.0
1969
9,20
1886
1881
36.52
41.20
1968
1971
22,20
29>10
Una pequeña reacción contra este proceso tiene lugar hoy ante la aparente incapacidad del
sector capitalista para crear empleo: individuos
que, en otras condiciones, hubieran buscado un
trabajo asalariado, tratan ahora de hacerse un lugar como trabajadores independientes en el modo de producción mercantil, cosa que apoyan los
poderes públicos de muchos países bajo la consigna de promover el «autoempleo». Este movimiento puede interpretarse también como efecto
de un rechazo creciente del trabajo asalariado, i.
e. de la opción por intentar ser uno su propio pa-
trón. Esto parece estar traduciéndose, sobre todo
en otros países —quizá porque van por delante
nuestro, quizá porque tienen mejores estadísticas—, en un ligero aumento relativo del sector
mercantil. Sin embargo, es dificil saber en qué
medida se trata realmente de creación de nuevos
empleos, de sustitución de empleos asalariados
por relaciones contractuales entre grandes empresas y pequeños productores —la llamada descentralización productiva— o del simple efecto
de la no creación de empleos asalariados. En el
último caso estaríamos ante una simple ilusión
estadística, y en el segundo ante algo producido
por las peculiaridades de la otra vía de relación
entre sectores a que aludíamos: sustituyendo la
relación laboral con parte de sus trabajadores
por una relación comercial, las empresas capitalistas pueden beneficiarse de las relaciones desiguales de intercambio entre el sector capitalista
y el mercantil, acudiendo simplemente a otra forma de explotación (volveremos sobre esto).
Una pugna en torno a la distribución de responsabilidades existe entre los sectores domésticos y burocrático, aunque aquí es difícil decir
quién busca qué. En general, hay una sustitución
progresiva del trabajo doméstico por la producción burocrática en tareas que forman parte de la
reproducción de la fuerza de trabajo, pero con
frecuencia sucede que un fenómeno puede ser
resultado tanto de las tendencias expansivas del
sector burocrático como de una retracción voluntaria del sector doméstico, de ambas cosas o, simplemente. de la imposibilidad para éste de desempeñar funciones viejas en unas condiciones
nuevas. La expansión de la escuela, por ejemplo,
es simultáneamente el efecto del deseo de los padres de librarse por unas horas de los hijos, de la
voluntad del poder politico de controlar y socializar a la juventud, de la demanda de más puestos
de trabajo por los titulados superiores —como
profesores— y de la imposibilidad práctica de
estar todo el día tras los hijos o dejarlos solos en
una sociedad urbana y de familia nuclear.
La explotación
a través del mercado
4
ero las relaciones entre los modos de
producción no se limitan a la pugna
por el espacio económico. Tienen lugar. también, a través del intercambio de distin-
Modos de producción en la sociedad actual
tos activos entre ellos, es decir, a través del mercado. Más exactamente, a través de tres mercados
que, aunque en la realidad a veces se confunden>
podemos distinguir limpiamente a efectos analíticos: de capital, de bienes y servicios (mercancías para el consumo productivo o improductivo)
y de fuerza de trabajo. Lo que es más importante,
estas relaciones pueden convertirse y se convierten a menudo, aunque no tienen necesariamente
que hacerlo, en relaciones de explotación.
En las sociedades capitalistas, el trabajo asalariado no es el único trabajo explotado (en sentido
estricto, éste tampoco lo es necesariamente, pues
el salario puede superar al valor-trabajo aportado por el trabajador o cualquier otra medida
que utilicemos para marcar la frontera entre explotación y no explotación, o entre explotadores
y explotados, pero no necesitamos detenernos en
esto). Una forma de hacerlo, bien conocida en la
historia, es el préstamo de capital (capital financiero). Como ha explicado muy bien Roemer
(1982, 1984), el productor que posee más bienes
de los que necesita para poner en acto su propio
trabajo y los alquila, manteniendo o no su trabajo con sus propios medios, a otro que, a su vez,
no posee ninguno o no posee los suficientes, explota el trabajo de éste gracias a la distribución
desigual de la propiedad privada y la existencia
de un mercado competitivo.
Si el primero no trabaja y el segundo lo hace
enteramente con capital en préstamo, entonces
estamos ante la figura perfecta de la explotación
a través del capital financiero, pero no es necesario que sea así para que haya explotación. (El
capitalista productor —empresario— que trabaja
con capital en préstamo también es «explotado»
por el prestamista, pero suele compensar con creces esta explotación con la que él mismo ejerce
sobre otros, sea a través del proceso productivo
mismo —sus asalariados— o del mercado —con
lo que, al final de la cadena, volverán a aparecer
los pequeños productores o los asalariados de
otros—. El sentido del radicalismo paretiano
—«productores» vs. «especuladores»—, o de la
agresividad inicial del fascismo contra el capital
financiero es precisamente librarse de una forma
de explotación para hacer más rentables las
otras: por eso concita el apoyo de la pequeña
burguesía, también y más gravemente explotada
a través del mercado, y tiene como objetivo la
destrucción del movimiento obrero, principal obstáculo de la explotación en el proceso productivo
que, a su vez, resulta indiferente para los pequeños productores).
95
Otra forma es la que tiene lugar a través del
mercado de bienes y servicios. La pequeña producción mercantil, presuntamente tan libre como
inocente de la explotación, puede ser simplemente una vía de explotación del trabajo de los pequeños productores sin necesidad de que éstos
vendan su fuerza de trabajo en el mercado. En su
forma acabada, esto ocurre cuando alguien, digamos el capital comercial, goza de una posición
monopolista en el mercado en que los pequeños
productores adquieren sus medios de consumo
(productivos, o medios de producción, e improductivos, o medios de vida) y monopsonista en el
mercado en que venden sus productos. Entonces.
imponiendo los precios de venta y de compra (de
compra y de venta desde el punto de vista del
productor), convierte el coste de la fuerza de trabajo en un elemento calculable y fijable, que
puede ser determinado de acuerdo con las necesidades de subsistencia (aunque éstas no son naturales, sino históricas) del trabajador independiente de la misma forma que se haría en el caso
del trabajador asalariado, pero sin necesidad de
que su fuerza de trabajo se cambie directamente
por dinero, es decir, sin necesidad de proletarizarlo. Para que esto ocurra no es necesario que el
monopolio de venta alcance siquiera a todos los
medios de consumo: el pequeño productor puede
mantenerse como propietario de la tierra, si es un
campesino, y o de otros medios de producción en
cualquier caso. Esta es la forma en que se explota
el trabajo de masas enteras de campesinos presuntamente independientes no sólo en los paises
del Tercer Mundo, donde las colonizaciones de
tierras virgenes y los mercados poco desarrollados los vuelven especialmente vulnerables a los
monopolios y monopsonios (Chevalier, 1983). sino también en las metrópolis (Mollard. 1977).
Por supuesto, la fórmula es también aplicable a
los pequeños productores de bienes industriales
y servicios en la medida en que el capital pueda
controlar, aunque en este caso es más dificil, los
mercados con los que se relacionan (por ejemplo.
en las subcontratas y trabajos auxiliares).
En tercer lugar, queda el mercado de la fuerza
de trabajo. Aquí, la unidad económica que vende
la mercancía no es ya un pequeño —ni medio ni
gran— productor mercantil, sino una unidad doméstica, o una infinidad de ellas. La explotación
capitalista en el proceso productivo tiene lugar
en la medida en que el precio que se paga por la
fuerza de trabajo es inferior al que se obtiene por
la venta de sus productos; si se prefiere en términos de valor (no necesitamos complicamos aho-
Mariano Fernández Enguita
96
ra la vida con el paso del valor al precio, ni viceversa), en la medida en que el valor producido
por la fuerza de trabajo es superior a su valor
como mercancía, es decir, al valor de las mercancías necesarias para su reproducción; o, todavía, si se prefiere en términos de tiempo, si el
tiempo de trabajo es superior al tiempo necesario, es decir, si el tiempo que el trabajador asalariado incorpora a la mercancía que produce es
mayor que el incorporado a las mercancías que
necesita consumir para producir su fuerza de trabajo.
Pero el tiempo necesario para reproducir (cotidiana y generacionalmente) la fuerza de trabajo
no está sólo en las mercancías que su propietario
consume, sino también en el trabajo no mercantilizado que se produce en la esfera doméstica, en
especial el trabajo del ama de casa. Si suponemos, para no complicar innecesariamente el argumento, que no interviene la reproducción generacional (ni los niños, futuros asalariados, ni
los ancianos, antiguos asalariados), con lo que la
capacidad de trabajo a reproducir es ya la de dos
personas y no la de una, y que cada una de éstas
consume para ello el mismo valor en mercancías
(la mitad de las que se puede adquirir con el salario), habrá explotación del trabajo doméstico en
la medida en que éste aporte más horas que el
equivalente de las de trabajo extradoméstico retribuidas por el salario (para ello debemos suponer igual la intensidad del trabajo, podemos suponer también igual la cualificación, y no cuentan para nada las diferencias de productividad
debidas a la distinta tecnología), y, como hemos
visto en un apartado anterior, esto es lo habitual.
Quien explota aquí es el capital industrial (y de
servicios, es decir, el «productivo»), pero no lo
hace ya en el proceso de producción, al que reducía Marx su función explotadora, sino en el
acto de intercambio.
Aquí tenemos, pues, a las tres formas del capital (financiero, comercial y productivo) explotando el trabajo de unos o de otros a través del mercado. Explotando el trabajo que se mantiene en
otros modos de producción con independencia
de que éstos, a su vez, contengan o no sus propios
mecanismos de explotación. La base que posibilita esto es la distribución desigual de un recurso
escaso, que toma entonces la forma de capital:
escasez de medios de financiación, de medios de
producción o de puestos de trabajo. El efecto, la
transferencia de excedente de trabajo, sin ninguna coerción directa, a través de la relación de
mercado.
Para que estas formas de explotación se den no
es necesario que el capital cobre una figura enteramente diferenciada. Son también posibles sí
quien presta dinero, vende medios de consumo y
compra productos, o compra fuerza de trabajo
emplea a su vez su capacidad de trabajo en el
mismo proceso productivo que sus prestatanos,
compradores-proveedores o asalariados. Entonces, sencillamente, estaríamos ante pequeños o
medios empresarios financieros, comerciales o
industriales y de servicios. Lo único que sucede
es que, en la sociedad capitalista, donde no existen límites a la concentración ni a la desposesión
de la propiedad, los poíos pueden diferenciarse
al máximo y lo hacen.
Aunque en los tres casos hemos hablado del
capital, de la relación entre el modo de producción capitalista y los modos mercantil y doméstico, es fácil comprender que las relaciones de
explotación descritas no requieren. en sentido estricto, la existencia del capital como propiedad
privada. El sector público o burocrático puede
hacer lo mismo, o más, en la medida en que actúe
como prestamista, vendedor-comprador o empIcador. En las sociedades de dominante capitalista lo puede hacer actuando como un capitalista más, como primer empleador o a través de
su parte de león en la propiedad de medios de
financiación o de su presencia determinante —y
única en muchos casos— en el mercado. En las
sociedades en las que es el modo burocrático el
que domina —es decir, el que monopoliza los
recursos escasos— como son las sociedades del
Este, mediante el simple establecimiento de precios (del dinero, de las mercancías o del trabajo)
políticos.
Todos estos procesos tienen lugar a través de la
vía distributiva entre las distintas unidades económicas que es el mercado. No vale la pena detenerse en la otra vía de distribución entre éstas, la
redistribución burocrática. Es obvio que, según
ordene el Estado sus ingresos y sus gastos (sin
hablar ya de las prestaciones forzosas), tal redistribución se constituirá o no en una Corma de
explotación en sí misma y, añadida a las otras,
podrá reforzarlas o compensarías. Si el Estado
toma de unos en mayor pmporción y les entrega
en menor, y con otros hace lo opuesto, los primeros resultan, en esa relación, explotados en favor
de los segundos. La otra parte obligada consiste
en saber si tal explotación toma la misma dirección que otras o. por el contrario, anula o mitiga
sus efectos,
6
Por una estrategia múltiple
de cambio social
olviendo a los cuatro modelos de modo
de producción propuestos, parece claro
que una consecuencia de esta pluralidad es la necesidad de una estrategia igualmente
plural. Un proyecto de cambio que se base exclusivamente en dar respuesta a las formas de opresión y explotación correspondientes al modo de
producción capitalista ha de resultar necesanamente parcial e insuficiente, por mucha importancia relativa que concedamos al capitalismo
dentro de la sociedad global y, por consiguiente,
a su transformación dentro de una estrategia de
conjunto. En todo caso, de momento no ha formulado nadie otra estrategia lógicamente sostenible que la ya bien conocida estrategia socialista
consistente en colectivizar los medios de producción. Hay que añadir, sin embargo, que experiencias como la de la empresa pública o los países
del Este fuerzan, cuando menos, a añadir otra
condición: la gestión democrática de esos medios, sin la cual su colectivización representa
muy poco, o representa lo contrario de lo que
promete.
Esto nos lleva de cabeza al problema de qué
estrategia de cambio es necesaria frente al modo
de producción burocrático, y no cabe imaginar
otra que la de su democratización, llámese autogestión, cogestión, participación, democracia de
base o lo que sea. No quiem entrar aquí en la discusión sobre el lugar relativo en la gestión de
unos medios de producción que son propiedad
social de quienes trabajan con ellos, los trabajadores del sector público, y quienes se supone son
sus propietarios, la sociedad en general. Esto se
puede dejar para mejor ocasión. Lo que quiero
señalar es, simplemente, que en el modo de producción burocrático no existe un problema de
propiedad, sino un problema de autoridad> de
participación, de gestión: en una palabra, de democratización.
En cuanto al sector doméstico, tampoco hay
que inventar demasiado. Si nos atenemos a su dinámica interna, y así lo haremos por el momento, no cabe otro objetivo que el reparto igual de
las tareas entre hombres y mujeres o, al menos,
oportunidades iguales de concentrarse en el trabajo doméstico o el extradoméstico y, en su caso,
un intercambio justo entre servicios domésticos y
renta monetaria extradoméstica. Esto se expresa
mucho más concisa y precisamente en una palabra: igualdad, y es el objetivo, salvo algún folklore marginal, de la estrategia feminista.
Por último, puesto que el modo de producción
mercantil no presenta contradicciones entre grupos sociales, no parece que quepa hablar a su respecto de estrategias transformadoras, al menos
no en los términos en que lo hacemos al referirnos a los otros modos de pmducción.
Si pensamos en lo que ha sido la trayectoria
estratégica de la izquierda, la novedad de este
replanteamiento es bastante fácil de entender.
Por un lado> ya no sirve la vieja prioridad del
movimiento obrero: arreglar primero lo concerniente a la explotación capitalista porque, siendo
el capitalismo el modo de producción, y por tanto
la estructura, lo demás, epifenómenos superestructurales, podría y debería esperar turno o incluso confiar en una solución automática derivada de la solución del gran problema. Si reconocemos el estatuto de modos de producción al doméstico y al burocrático, si son igualmente parte
de la estructura económica en todos los sentidos
de la expresión, ya no hay razón apriorística alguna para que nadie espere a nadie ni para estrategias de varios pisos que prioricen unas formas
de explotación y opresión sobre otras. Por otra
parte, no hay necesidad de obsesionarse con buscar alternativas donde no son necesarias; no hace falta, por ejemplo, seguir especulando sobre si
el modo de producción mercantil debe ser sustituido por empresas estatales, cooperativas> etc.
Incluso en una sociedad postcapitalista bastaria
con ponerle límites tales que no permitieran la
transformación de sus unidades productivas en
unidades capitalistas, dejándolo, por lo demás a
su aire.
De hecho, la realidad ha forzado a la izquierda. a pesar de planteamientos iniciales notoriamente dogmáticos, a hacer suyas las banderas de la democratización del sector público y del
feminismo y a contemporizar con la pequeña
burguesía. Estos cambios se presentan con frecuencia en un mismo saco con la defensa del
medio ambiente o la lucha contra la carrera armamentista para argumentar que se trata de una
respuesta nueva a una cnsís nueva —la «crisis de
civilización» o cualquier otra fórmula—. Sin embargo, no hay tal. En términos económicos —o
sea, de modos de producción y relaciones de explotación— no puede decirse que haya realidades esencialmente nuevas; lo que hay es errores
lamentablemente viejos. Lo nuevo se reduce a
que algunos sectores sociales, por ejemplo las
Mariano Fernández Enguita
98
mujeres, han dejado ya de negar su propia existencia en aras del problema supuestamente único
de la clase explotada supuestamente única en el
modo de producción supuestamente único; es decir, han decidido impulsar su propia emancipación cualquiera que sea la suerte de la de sus
maridos. No hay más mujeres que antes: simplemente han tomado la palabra. Precisiones de alcance similar habría que hacer en cuanto a los
otros sectores, pero no son urgentes y exigirían
demasiado espacio. Sí conviene, en cambio, y
aunque tampoco podemos detenernos en ello,
volver sobre una cautela ya antes apuntada: la
sociedad no se reduce a la producción, de manera que las estrategias de cambio global deben
atender también a sus otras consecuencias dentro del campo económico, tales como el deterioro
del medio ambiente, la acumulación de armamento u otras, y fuera de él, como la democratización de la vida pública en general y la transformación de la familia y las relaciones entre —y
dentro de— los sexos.
Las formas de explotación a través del mercado. a su vez, plantean necesidades adicionales.
Puesto que se basan en la escasez de recursos
necesarios, el poder político puede plantearse alternativa o complementariamente la actuación
en tres frentes, que enumeramos sucesivamente
sin que ello implique una opción ni un orden de
prioridades. En primer lugar, sobre la escasez
misma, aportando medios de financiación o de
consumo productivo e improductivo y creando
empleos. En segundo lugar, sobre los precios,
sean del capital (interés), de las mercancías o de
la fuerza de trabajo (salados). En tercer lugar,
transfiriendo recursos a las unidades familiares,
sea en forma de dinero, mercancías o trabajo (en
cierto sentido, algunos servicios públicos son una
forma indirecta de transferencia de trabajo). Estas posibles actuaciones no solamente conciernen al Estado en las sociedades de dominante
capitalista sino, con mayor razón —dado que en
ellas es el propio Estado el que puede constituirse
en explotador— a las de dominante burocrática.
Puesto que el pensamiento de izquierda —en
particular su variante más potente, el marxismo— se ha basado normalmente en la presunción de que solamente había un modo de producción y que estaba a punto de estallar> siendo
lo demás puros residuos o derivaciones secundanas y subordinadas, raramente se ha planteado
teóricamente el problema de qué actitud adoptar
ante los conflictos entre los distintos sectores,
PPA53M
aunque, en la práctica, sus organizaciones se hayan visto obligadas a tomar postura de manera
casuística y bajo la presión de la opinión pública
o de sectores de la misma —reclamando, por
ejemplo, más servicios públicos o seguridad social para los trabajadores autónomos—. Sin embargo, hay razones para pensar que no está justificada una actitud de neutralidad, ni sometida al
albur de las presiones ocasionales ejercidas por
distintos grupos.
Parece sensato pensar, por ejemplo, que, en
contra de la ola de neoliberalismo económico
que nos invade, conviene apoyar la expansión
del modo de producción burocrático a costa del
capitalista y, sobre todo, resistir la ofensiva privatizadora de este último, al menos por dos razones. La primera consiste en que el sector burocrático es infinitamente más justo, como modo de
distribución (apropiación y redistribución), que
el sector capitalista, puesto que, en principio, suministra bienes y servicios a quien los necesita y
no a quien puede pagarlos. Esto es así porque,
como parte de la esfera del Estado, se basa en los
derechos de la persona y no en los de la propiedad. Sin embargo, esta afirmación debe ser matizada en varios aspectos. Por una parte, el sector
burocrático parece ser un modo de distribución
y redistribución relativamente justo solamente
allá donde existe un cierto control democrático
sobre él, pues, de lo contrario, tiende a convertirse en un mero mecanismo arbitrario de distribución de favores, como sucede en las dictaduras
capitalistas y, de manera menos escandalosa pero con efectos más masivos, en los países del Este
(sobre estos últimos veáse Konrad y Szelenyi,
1981). Por otra, no todas las actuaciones del sector público tienen los mismos efectos redistributivos. Así, la parte de los gastos sociales dedicada a
subsidio de desempleo o a sanidad produce una
cierta compensación de las desigualdades de renta. mientras los dedicados a educación producen
el efecto contrario, según algunos estudios
(OCDE. 1985).
La segunda razón concierne al sector burocrático como modo de producción y apropiación.
Debido a su imbricación con el Estado democrático y su discurso igualitario y al estatuto especial
de sus trabajadores asalariados, el modo de producción burocrático es notablemente más justo,
más igualitario y menos discriminatorio que el
capitalista. Así, los procesos de trabajo del sector
público son normalmente más benignos y sus salarios generalmente más altos que los del sector
privado (Heller y Tait, 1985), cosa que la derecha
ti
Modos de producción en la sociedad actual
económica y política suele considerar una malversación de fondos públicos, pero que parece
más sensato atribuir a la ausencia del móvil crematístico en el empleador. La atribución de los
puestos de trabajo es notoriamente más justa, de
manera que en el sector burocrático encuentran
las mujeres y las minorías un espacio que el sector capitalista les niega (Thurow, 1985).
Igualmente, pueden apuntarse múltiples razones para apoyar la expansión del sector burocrático a costa del sector doméstico. Puesto que la
renta está desigualmente distribuida, cualquier
bien o servicio necesario estará más injustamente
distribuido si depende de los desiguales recursos
de las familias que si es ofrecido con carácter
general por el sector público, siempre que esta
oferta en si no sea discriminatoria —por eso la
sanidad pública tiene un efecto redistributivo,
mientras que la escuela pública produce una discrimínación acumulativa—. Además, desde el
punto de vista del conjunto de la sociedad, la
producción de ciertos bienes y servicios por el
sector público es mucho más rentable que su producción por el sector doméstico, ya que aquél se
beneficia de economías de escala y puede lograr
una composición técnica que haga aumentar la
productividad del trabajo. Por último, la transferencia de tareas del modo de producción doméstico al burocrático es un requisito indispensable para la emancipación de la mujer en la
esfera del primero.
En cuanto a la pugna entre los dos sectores de
mercado, el capitalista y el mercantil simple, el
primero tiene a su favor la mayor productividad
del trabajo y el segundo no ser un sistema explotador. De cualquier manera, carece de sentido
pensar que el curso de la historia puede ser orientado y reorientado de la manera que se nos antoje, pero hay que relativizar tanto la idea de que
el capitalismo es siempre el progreso —su presunta productividad más elevada es algo por demostrar en muchos casos (Piore y Sabel, 1984;
Fernández Enguita, 1986)— como la de que la
pequeña producción es una especie de Arcadia
—los trabajadores autónomos se autoexprimen a
veces hasta límites que un asalariado no aceptana—. Lo que sí parece seguro, es que el modo
de producción mercantil, por sí mismo, no hace
demasiado daño a nadie.
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