LUIS VIVES.
SU PATRIA YSU UNIVERSO
GREGORIO MARAÑóN*
(Ed. de Ma Teresa del Olmo)
U. LA LECCIÓN DE LA SOBRIEDAD
PROGRESO Y REVOLUCIÓN
Luis Vives representa en Espaíi.a, además de un puro valor filosófico, el
primer intento logrado de una actitud intelectual llena de sentido experimental -o, mejor, experimentalista-. Puede su influencia colocarse en la
*N. del Ed.: El problema del exilio es con frecuencia consustancial a la tradición humanística. Entre 1937 y 1942 Gregario Marañón, como Azorín, Menéndez Pida!, Pío Baroja,
Teófilo Hernando, Ortega y Gasset, Sebastián Miranda ... y tantos otros espaiioles durante ese
periodo condicionado por la guerra civil, residió en la capital de Francia, expatriado. Proseguía así una larga tradición española del exilio cumplida ya en Vives y muchos de sus contemporáneos. Marañón, biógrafo al fin de tradición humanística, expuso en "Luis Vives. Su patria
y su universo" (incluido en Españoles fuera de España, Madrid, Es pasa-Cal pe, 1968, texto que
reproducimos suprimiendo el primer epígrafe y evitando algunos fragmentos de reducido
valor general) la experiencia del humanista valenciano, así como el ambiente de la Universidad, su evolución en momentos relevantes para el desarrollo del humanismo y las grandes
transformaciones de la época. En el cruce de caminos de grandes personalidades, la Sorbo na
fue una vez más un centro de gran importancia. Azorín, en su obra Paris (Madiid, Biblioteca
Nueva, 1966, pp. 354-370), describe también el ambiente, las sensaciones que las distintas
salas de la Universidad paiisina provocan en él, y la actitud de Marañón hacia sus compañeros ele destierro: "Marañón asistía a cuantos españoles lo solicitasen; los asistía desinteresadamente" (p. 358), "Siempre encontrábamos al doctor dispuesto para que nos echara una
mano en nuestras desventuras" (p. 359). El libro Españoles fuera de España está significativamente dedicado "A Ramón Pérez ele Ayala, que está dentro de España aunque esté fuera".
Igualmente interesantes son las frecuentes citas sobre éste, Azorín (pp. 91 y 100), Ramón y
Caja! (p. 100) y Baroja (p. 85) y el que sean éstos algunos de los incluidos por Azorín en el capítulo LIV, "Compatiiotas", de París (pp. 354-370). El desarraigo es transformado en oportunidad de reflexión, toma de conciencia y aprendizaje; al tiempo que revisión de la patria y del
amor a ésta cribado por la distancia. Maraúón va estableciendo el análisis de la actitud ele
Vives al tiempo que un paralelismo con la universalidad del concepto ele intelectual. Desde el
prólogo, Maralión ofrece intensamente pensamientos y sentimientos del exiliado que es su
467
468
GREGORIO MARAÑÓN
línea de la que habían de ejercer Bacon y Descartes, aunque en categoría diferente. No es, por eso, un azar; el que el renombre de Vives, tras unos siglos
de penumbra, resu~a
en el XVIII, de la mano de dos hombres muy de lacenturia: traducido al romance por el presbítero don Cristóbal Coret y glorificado por el prestigio del gran erudito don Gregorio Mayans y Sisear.
La preocupación experimental de estos años llegó también, en efecto,
a nuestra España, y, ciertamente, por las vías de la más pura ortodoxia. Vives,
que arrostró sin grandes sospechas de contagio la tempestad de las conciencias de la Reforma e incluso la amistad -más que la amistad, la fraternidad
espiritual- con Erasmo, es una de las semillas experimentalistas que, al cabo
del tiempo, florecen en nuestro siglo XVIII en forma de anhelo de cotejar los
vanos prejuicios con la realidad a través de la fría razón. Yde ensalzar este aspecto experimentalista del pensamiento de Vives se encarga un fraile de ortodoxia inmaculada: el padre Feijoo, cuya obra, capital para comprender el
espíritu de este siglo, así como su real responsabilidad en los sucesos revolucionarios que le siguieron, está, en gran parte, inspirada en el pensador valenciano; mucho más todavía de lo que el propio Feijoo deja traslucir en sus
entusiastas citas.
autor: "Lo he perdido todo, me dirás tú o aquél, o el otro, desterrados como yo; pero todo eso
que hemos perdido, todo eso sin lo cual creíamos que no podríamos vivir, ahora vemos que
no era nada. Yel haber aprendido esa verdad, ¿no vale la pena el dolor que nos ha costado saberla? La patria no son los hombres que la pueblan ni los vanos afanes de cada día, sino la
unión del pasado y del futuro que se hace en cada hombre vivo, [... ). Esto es la patria y no lo
que quiere la violencia del destino, que se disfraza de tiranía; y eso que es en verdad, la patria,
¿quién nos lo puede quitar, estemos donde estemos? [... )Pero piénsalo bien, ¿no serás tú,
ahora sin responsabilidades, desgajado de la lucha humana, reducido a la vida elemental,
solo contigo; no serás más libre que nunca y más libre que ellos?" (p. 16).
Esa perspectiva del exilio y el concepto de intelectual serán los fundamentos del escrito sobre Vives y del reconocimiento de su experiencia en la del mismo Vives. La perspectiva exílica se desdobla en dos realidades, la del exilio voluntario de Vives frente al forzoso de
Marañón, contraste que emerge continuamente en el análisis del primero, en forma de las
meditaciones del segundo. Ypor su parte la condición de intelectual aparece como causa originaria del exilio y aquello que define la personalidad del desterrado, que lo es en cualquier
lugar. Situación que se resuelve mediante la sublimación del patriotismo, la propia aceptación y la renuncia voluntaria a las pasiones humanas. Las conclusiones son el reconocimiento
del amor como única fuente de paz y la frase con la que Marañón cierra el recorrido vital de
Vives, aunque lo que se adivina además es al autor mismo: "Y he aquí que, después de correr
tanto mundo, Vives, [... ),halló la paz, que no es regalo de Dios, sino un deber arduo que hay
que conquistar cada día a fuerza de gracia y de sobrehumano amor" (p. 145).
TEORÍA DEL HUMANISMO
469
Algún día volveré sobre este tema, ya iniciado en mi libro Las ideas biológicas del padre Feijoo. Mi tesis es que es inexacto atribuir, como quieren muchos, el movimiento intelectual, experimentalista, del siglo XVIII a influencias secretas, tenebrosas, antirreligiosas; emanadas de un gran complot
oscuro, gracias al que unos cuantos personajes, por lo común mediocres,
prepararon en todo el mundo la destrucción de la sociedad. Todo esto, más
que inexacto, es pueril. Esas maquinaciones tenebrosas y esos personajes oscuros existen, y yo no les regateo su eficacia antisocial. Pero es hacerles un
honor desaforado el suponer que sólo de sus inttigas, un tanto tidículas,
pueda depender la transformación que se opera en el alma colectiva en el
siglo XVIII y que engendra la inmensa revolución social del siglo XIX, no extinguida todavía.
Las fuerzas contrarias a los grandes principios de la moral y de la civilización son sólo fenómenos episódicos, que aparecen invariablemente a la
sombra de las profundas e inevitables ctisis de la humanidad. En estas ctisis
encuentran su ambiente propicio el malvado, el amoral, el insensato, el resentido y también el fanático de buena fe; mas el querer hacerlos responsables de estas crisis es como ignorar que la cizaií.a es sólo un accidente de la
opulencia de la mies. Cierto que puede hacer un mal a la cosecha; pero no
se debe confundir la mala hierba con la espiga, ni olvidar que aquélla no
nace nunca en los arenales estériles, sino en la misma tierra fecunda de
donde brota el fruto legitimo y opimo.
Ninguna prueba tan concluyente de esto, tan claro, pero perpetuamente enturbiado por la pasión, como el espectáculo de nuestro siglo XVIII,
en el que la preocupación experimentalista y el culto de la razón surgen por
brote espontáneo, casi a la vez que en Francia e Inglaterra, pero de fuentes
hispánicas purísimas. Vives es una de ellas. Y corren por cauces teológicos tan
impolutos como el pensamiento de Feijoo, sin asomos aparentes de heterodoxia. Hasta que unos arios después, a la sombra de este anhelo generoso y universal, empieza a crecer el escepticismo petulante, el rencor antioistiano y el
brote -a1istocrático y snobista mucho antes que popular.,.. de la masonería.
[ ... ]
LA CIENCIA HIGIÉNICA DE VIVES
Mas el tema es demasiado vasto para desarrollarlo ahora. Quiero ocuparme sólo de un aspecto de esa preocupación experimentalista de Vives,
470
ÜREGOR!O MARAÑÓN
cuyo eco no habría de oírse hasta algunos siglos después; aspecto poco tratado por sus comentadores. Me refiero a sus conocimientos higiénicos, verdaderamente interesantes, a veces sorprendentes para su época y aun para
las posteriores.
Esta preocupación surge aquí y allá en toda su obra pero adquiere un
sentido claro y una intención determinadamente pedagógica en sus Diálogos. Vives no habla en ellos de memoria. Cuando los escribió estaba muy enfermo, próximo ya a morir de gota y de mal de piedra. Es seguro que las costumbres de su familia en la sensual vida levantina, y las suyas propias,
durante sus viajes por la Europa renacentista y sus estancias larguísimas en el
medio abundancioso de Flandes, fueron un tanto pecadoras; de esos pecados veniales y explicables, a que conduce el amor jocundo del buen vivir y
que en los hombres de afanosa creación intelectual horros de otras distracciones y vicios, ayudan al ejercicio del entendimiento.
Demuestra el gran pensador, a través de sus escritos y en el reverso de
sus mismos sanísimos consejos, un conocimiento tan profundo de los desarreglos de la higiene en el vivir y, sobre todo, en el comer, que bastarían
para hacernos sospechar que los aprendió prácticamente si no nos lo asegurase el hecho de que los males que acortaron infelizmente su vida son siempre penitencia de esos pecados. Azmin hizo notar ya en una de sus admirables Lecturas españolas todo lo que tienen de autobiografía los Diálogos del
maestro. Nunca lo son tanto como cuando habla de la salud. Con sus consejos de sobriedad, amasados en su propio dolor, quisiera que los jóvenes que
le iban a leer, a la vez que se adiestraban en el ejercicio de la lengua latina,
evitaran el mismo camino que le había conducido a él al sufrimiento y a la
invalidez.
Hagamos un examen sucinto de estos impecables consejos. Veamos
cómo debe ser el día del joven virtuoso y del varón discreto, según las doctas
instrucciones del humanista espariol.
[ ... ]
III. MARGARITA
LA TENTACIÓN DE LA CÁTEDRA
Tenía Ludovico Vives treinta arios cuando, al morir Nebrija, el maestro
de Alcalá de Henares, le ofrecieron la gloriosa cátedra vacante. Hacia ya
TEORÍA DEL HUMANISMO
471
trece años que el filósofo vivía fuera de su patria, errando por tierras de
Francia, de Inglaterra y de Flandes, y apenas se había dado cuenta de la magnitud de su ausencia. El tiempo escapaba de sus manos, como un pájaro que
vuela, entre el calor de las polémicas, el interés de los viajes por las ciudades
desconocidas, el trato con amigos ilustres, la pasión del estudio y de la creación y la santa tarea de enseñar a los demás. ¡Trece años ya sin ver la llanura
castellana, ni la huerta florida de Valencia! Salió de su patria en plena mocedad, y ahora, de repente, se encontraba hecho un hombre, maduro antes de
tiempo por la meditación y la curiosidad insaciable de vivir; y también por el
dolor físico, que ya empezaba a atenazar sus noches.
En este tiempo de perpetuo afán, algunas mañanas, al levantarse para
estudiar, según su costumbre, a oscuras en la madrugada norteña, le venía al
corazón el recuerdo de las alboradas luminosas del Mediterráneo; y en algunas tardes, en esa otra hora en que el alma del hombre, esté donde esté, se
siente sobrecogida de nostalgia, volaba su deseo hacia la España remota.
Pero, cuando las canas empiezan a salir, el hombre no sabe exactamente si
su nostalgia es de su patria o de otra patria que no está en los libros de geografía. YVives, como lo presentía así, sacudía la tristeza y volvía de nuevo a su
afán de saber y de enseüar.
Mas esta vez el problema era distinto. Ya no se trataba del regusto de
volver a su ciudad, de respirar su aire y abrazar a los suyos, sino de ir a instalarse en la Universidad de Castilla la Nueva, la que quería renovar el saber
de la vetusta Salamanca; y en la cátedra misma donde acababa de extinguirse la voz de uno de sus más altos maestros, Nebrija, el andaluz, que convertía la fragancia universal del Renacimiento en puro espíritu espaüol. Muchas horas pasó Vives meditando la respuesta. Hubo un instante en que le
parecía claro su deber de dar a la patria la eficacia de su sabiduría. Tuvo ya
en la mano la pluma para decir que sí. Y, al fin, tras mucha meditación, decidió quedarse en Brujas, acaso con la conciencia de que era ya para siempre.
Vives -ya lo comentaré luego con mayor extensión- amaba tanto a Espaila que recelaba que su ideal se marchitase al tocar a la realidad. Desde
lejos, Espaüa era como un sueüo que no se atrevía a que dejara de ser sueüo.
Pero, además, no sentía la vocación del maestro ex-cathedra, del catedrático
oficial.
472
GREGORIO MARAÑÓN
SERVIDUMBRE DEL PROFESOR OFICIAL
Veía, con la imaginación, su vida de profesorado complutense; la preparación rutinaria de las lecciones; la lucha con la barbarie organizada de
los estudiantes, revestida de ese cinismo picaresco que ha sido siempre para
los españoles una previa y plenaria indulgencia para todas las fechorías; sentía en su piel, como un malestar físico, el roce diario con los pedantes del
claustro. Quizá sería, con el tiempo, la gran figura de la Universidad, florón
del espíritu español. Pero ¡a costa de cuántas horas perdidas, de cuánto esfuerzo inutilizado en lubricar de paciencia las mil rodajas del mecanismo
oficial de la enseñanza y de los contactos con la Corte y con la Iglesia y con el
monstruo invisible del ambiente, que poco a poco nos vence y que acaba por
atarnos, sin damos cuenta, a la tristeza de su carro plebeyo!
Enseñar por deber, según pautas fuas, ya para siempre; ensefíar cada
día sin libertad para sentarse en los bancos y aprender también de los
demás; esclavizado por el prestigio y el respeto de su propia categoría, sin
poder elegir el discípulo ni rehusarle cuando no nos une a él más que el
contrato funesto de la matrícula; abdicando de la gracia del pensamiento,
que está en el gusto de elegir el objeto de nuestro afán de saber y de cambiarlo cuando nos decepciona o nos cansa; y entonces, buscarlo de nuevo, libremente, por otros caminos.
ELOGIO DE LA LIBERTAD
No, no iría a la cátedra solemne. A pesar de las horas de nostalgia y de
angustia, prefería la vida errabunda y sin trabas del emigrado. Podría ir a
París y aprender de los maestros buenos y disputar con los pedantes y los teóricos, irreductibles ergotistas. Si se cansaba de la gran Universidad a la que
afluían gentes de todo el mundo, con las ventanas abiertas a la curiosidad en
todas las direcciones del planeta, se alejaría por los caminos, a pie o en su
mula, gustando, como Erasmo, su amigo, de la meditación mientras el paisaje huía ante sus ojos; transiéndose del comercio directo con la vida, en las
posadas del camino, ante la mesa repuesta de los manjares y de los vinos de
cada tierra, que descubren al fino observador los secretos del alma de sus habitantes.
Sobre todo, allí cerca, a unas jornadas de camino, estaba Bnuas. En
Bnuas tenía sus amigos dilectos: Astudillo, el comerciante humanista, y Martínez Población, el médico de Valencia, expatriado corno él; y el grupo bulli-
TEORÍA DEL HUMANISMO
473
cioso de sus discípulos, voluntarios, elegidos por el amor y no por la recluta
oficinesca.
Allí, tal vez, se encargaría de la gobernación de discípulos insignes,
como Guillermo de Croy, en Lovaina, el que había de alcanzar la silla primada de Toledo; o como la princesa María, hija de los reyes de Inglaterra.
Podría ser, por un tiempo, maestro en Oxford. O bien, educador y confidente de la marquesa de Cenete, doi1a María de Mendoza, la mujer de Enrique de Nassau, picada de humanista, en su gran palacio de Breda. En su ir y
venir por el mundo, encontraría los altos espíritus de Europa: Erasmo, el
grande y atrabiliario pensador; Budeo, el sabio amigo del rey de Francia; Ignacio de Loyola, el santo reformador de hierro. Y cada vez que la fatiga de
las grandes curiosidades satisfechas le embargase el espíritu, volvería a su
Brujas predilecta, a casa de los Valdaura, donde hallaba siempre la paz y un
grupo de mozos espai1oles, un tanto demasiado alegres, maestros en trucos y
picardías, buenos estudiantes a ratos, con el espÍlitu meridional propicio lo
mismo a la jarana que al saber.
MARGARITA
Entre ellos había una mtuer: Margarita Valdaura, la hija de los duei1os.
Margarita le escuchaba con mayor atención que todos; y apenas terminaba
la lección su belleza recatada desaparecía para acudir a la comida, sobria y
gustosa, o para ordenar con incansable minucia hasta el último rincón del
hogar.
A la vuelta de unos de sus viajes a Inglaterra, Vives llegó a la casa de Valdaura con el corazón angustiado. En la corte inglesa había visto de cerca la
tremenda batalla de las pasiones, hirviendo en el alma de los príncipes con
violencia mayor que en la de los soldados ebrios o en la de los rufianes de los
caminos. Habían pedido al maestro espai1ol su parec!~
en un pleito patético de sus conciencias, y él no quiso dar razón ni al rey ni a la reina, porque
ninguno de los dos la tenía por completo. Entonces, como ahora, el pecado
mayor, cuando la violencia se ha encendido, era ser ecuánime. El rey y la
reina se disgustaron con Vives y éste tuvo que abandonar Oxford y Londres.
Cruzó el mar encrespado y tenaz que separa a Europa de Inglaterra, y
llegó a Bnuas una tarde de lluvia. La ciudad, encharcada y hosca, parecía
abandonada. Vives entró en la casa de sus amigos como un soldado en derrota. Nadie le esperaba. Los hombres aún no habían vuelto de su labor.
474
ÜREGORIO MARAÑÓN
Sólo Margarita iba y venía, llenándolo todo con su silencioso afán. Cuando
vio al maestro, apenas pudo hablar de alegría. Él le cogió las manos, y comprendió que no se separarían más.
"LAs TARDES MÁS ALEGRES ... "
Cuando fueron llegando los amigos, a la voz de su regreso, le encontraron radiante. Estuvieron cenando y discutiendo hasta muy entrada la
noche. Sus preceptos de sobriedad aquella noche se olvidaron. Margarita
servía a todos con las mejillas encendidas, fulgurando los ojos negros sobre
su rostro blanco y mate de valenciana. Los comensales comentaron que su
gracia ligera y su belleza eran mayores que nunca, pero que no parecía estar
en sí. No advirtieron que sus miradas, al pasar, se prendían en las del recién
llegado.
Vives, como siempre, escribió unas líneas antes de acostarse. Las de
esta noche decían: "A veces, las tardes más alegres vienen después de las maíianas triste".
LA MUJER-PATRIA
Vivió el gran espaíiol diecisiete aíios de matrimonio con Margarita de
Valdaura, hasta la muerte de él. Fue Margarita la que con la gravedad de los
dolores insondables, cerró sus ojos, arrodillada junto al lecho común. Margarita había sido algo más que la compaíiera de su vida, porque fue la compaíiera de su vida de emigrado, que es una vida de patética profundidad.
A su lado, Ludovico no sufrió más la angustia de la patria remota, pues
Espaíia y Valencia estaban vivas en el amor celoso de la esposa. El mar azul y
el aire perfumado que viene, por la tarde, de la Vega; el guiso evocador; el
dulce dialecto que da fervor infinito a la intimidad, al rezo y al arrullo, los
encontraba noche y día en ese universo de fantasmas sugestivos, que pone
en torno del hombre amado la vida callada de una mtyer. Ella realizó el milagro de hacer de la ciudad nueva, elegida para su creación, un trasunto de
la ciudad de su sangre. Y así pudo escribir, cuando su vida se acercaba al
final: "Tengo a Brujas la misma inclinación que a mi Valencia; y no la nombro con otra voz que la de patria mía, como a la otra patria, porque hace catorce aíios que habito en ella; y cuando en este tiempo he tenido, a veces,
que dejarla, he vuelto siempre a ella como si volviese a la tierra en que nací".
TEORÍA DEL HUMANISMO
475
La mujer está tan cerca de la profundidad del mundo, que es, ella
misma, patria: donde esté, es, a la vez, parte de la patria remota y creación de
una patria nueva y el hombre unido a esa profundidad por el amor alivia en
ella la nostalgia y descubre la razón de la vida inédita.
Esto encontraba Vives -es decir, Brujas y Valencia- cuando volvía de
sus paseos por el mundo al hogar de Margarita.
[ ... ]
EL SUPREMO PUENTE
Margarita Valdaura es el modelo de la mujer perfecta que escribió Ludovico Vives. Esta mujer perfecta, en parte humana, en parte ideal, quiso
Vives que fuera, también, a su vez el modelo para Margarita: que no era perfecta porque era mujer, y por eso era adorable. Con su belleza y con su gracia, con su granito de humana locura, acompañó al gran filósofo espaiiol,
uno de los maestros del pensamiento de su siglo, en su existencia de emigrado: emigrado voluntario, en Brujas, por amor de su Espaiia.
En uno de sus libros advierte que Brujas, su patria adoptiva, quiere
decir «puente>>. Y lo advierte para que sepamos que para él, para Vives, el
sentido de la vida no era la gloria oficial y sedentaria de la cátedra de Alcalá
de Henares, sino la fruición de pasar, sobre el tiempo fugitivo, el puente que
nos lleva a la eternidad.
Él lo pasó, soñando, de la mano de Margarita.
IV. PATRIA Y UNIVERSO DEL INTELECTUAL
EL DEBER DEL INTELECTUAL
Un intelectual es una parte de la conciencia de su patria durante los
años de su vida mortal. Hay otros hombres -todos, no hay que decirlo, igualmente dignos- que representan las manos con que se edifica lo material de
su país, o los pies con que avanza, o el corazón con que siente, o los sentidos
con que goza, o los músculos con que ejercita su fuerza, o el estómago con
que digiere, o el hígado con que produce y exhala sus humores biliares y
atrabiliares. El intelectual, repito, es como su conciencia. Hablo, desde
luego, del intelectual verdadero, del representativo -uno, dos, poco más en
cada generación-; del que es intelectual, a pesar suyo, por servidumbre, no
476
GREGOR!O MARAÑÓN
pedida, de un destino histórico; no de aquel otro que se proclama a sí
mismo intelectual, que habla o escribe porque no tiene otra cosa mejor que
hacer, o porque es este de hablar o escribir el único oficio que puede ejercerse sin preparación, casi sin aptitudes y sin reválida.
Uno de esos intelectuales puros, conciencia viva de su patria, fue Luis
Vives en su tiempo. Vives es, en efecto, parte esencial de la gran España tradicional; y no lo es por otra cosa que por intelectual, por intelectual máximo.
En Vives honran, pues, los buenos españoles de hoy a un intelectual representativo que poseía en grado supremo no sólo las virtudes, sino esas otras
cualidades desconcertantes, inherentes a 'la jerarquía intelectual', que tanto
suelen irritar a los enemigos sistemáticos del alto y asendereado gremio.
LA SANTA CRÍTICA
Una de esas cualidades es la crítica de la patria.
Ha sido ésta, achaque de todos los grandes intelectuales, en todos los
tiempos. Naturalmente, ninguno o casi ninguno de ellos ha dedicado la actividad de su pluma a hacer resaltar los defectos de sus compatriotas y de su
país. Esto ya no sería crítica, sino inaceptable denigración. La crítica es la
de su país, y en ella caben
consideración, imparcial o apasionada, de la \~da
tanto los juicios favorables como los adversos. Ahora bien; esta crítica es más
que otra cosa un deber auténtico del intelectual; porque si representa la
conciencia de su país, el deber de la conciencia es acusarle tal como es, con
su anverso y su reverso, con lo bueno y lo malo, cual el espejo reproduce la
belleza y las arrugas; sin limitaciones adulatorias ni artificiosos prejuicios.
Conocemos los vicios y los defectos de los pueblos y de las civilizaciones por sus grandes intelectuales; y éste es uno de los motivos de nuestra gratitud hacia ellos, porque el progreso futuro se gesta, en gran parte, en el conocimiento del error pasado. Desde Tácito a Bernard Shaw, pasando por
Maquiavelo y por Cervantes y Quevedo, ¿quiénes sino ellos nos han hecho
saber lo que había de turbio, de malo, en los grandes impetios de la tierra?
Pero no los condenemos por ello. Porque estos mismos intelectuales son
también los que nos han mostrado, con la autoridad que emana de la severa
justicia, las excelencias de sus naciones respectivas. Además, el hecho de la
propia obra del escritor y de su glmia, que se incorpora a la gloria nacional,
compensa sobradamente la posible eficacia negativa de sus críticas, aun suponiendo que éstas fueran exageradas e injustas.
TEORÍA DEL HUMANISMO
477
Con este criterio comprensivo se juzga, por lo común, en los distintos
pueblos, a sus intelectuales. Es evidente que algunos de los contemporáneos, y aun muchos de los que vienen después, en las generaciones posteliores, se sienten heridos en su susceptibilidad patriótica por esas críticas que,
si a mano viene, son las mismas que se oyen en todas partes, pero que en las
bocas ungidas por la gloria resuenan con escándalo particular. Mas, en el
fondo, el ciudadano medio comprende que ésa es la misión del intelectual.
La conciencia que el intelectual representa no es una conciencia actual, sino
histórica; y la historia tiene el deber de ser justa, por encima de las consideraciones más sagradas, como son las que impone la santa pasión nacional.
Cuando Tácito decía crudamente la verdad de lo que pasaba en Roma,
sin omitir lo pésimo, sabía ciertamente que irlitaba a los patriotas de su
tiempo; pero claro está que él no escribía para contentar a estos patriotas,
sino para servir a la posteridad, ante cuyos ojos es solo un episodio más este
género de patriotismo; y acaso adivinaba también que su obra, con todo lo
que tiene de crítica severa, aun con la parte que tiene de injusta, sería, a la
larga, más eficaz para la glmia romana que el puritanismo conformista y estéril de los patriotas que se escandalizaron ante su osada franqueza.
El intelectual sabe o presiente que sólo de la crítica estlicta puede partir el camino de la perfección. El halago adulatorio no sólo embota a los
hombres, sino a las colectividades; a éstas en mayor medida aún que a aquéllos. Los hombres que sólo huelen el humo del incienso están irremediablemente perdidos; y también los pueblos, que están formados de hombres.
He aquí el sino, duro y a veces trágico, del intelectual: afrontar, por
deber, el servicio de la verdad desagradable y sufrir las injmias de los mismos
que, a la larga, saldrán ganando con su actitud.
LA ACUSACIÓN DE ANTIPATRIOTISMO
En España, tierra de pasiones, la sanción de los extremistas ha sido, en
los últimos decenios, implacable contra los que por deliberado amor a España o por impulso inconsciente de este mismo amor, han pretendido decir
la verdad. Inmediatamente se les ha calificado de antiespañoles, ya por los
bandos tradicionalistas, si la voz leal era más bien avanzada, ya por el gremio
de los avanzados, si la crítica salía de bocas moderadas. Cuando el crítico es
ecuánime, cuando es, en su noble sentido, liberal, las pedradas le llueven
por igual desde los dos extremos. A la larga, la gran gloria de Espatl.a, sin e m-
478
ÜREGORIO MARAÑÓN
bargo, está amasada con la obra de todos estos sedicentes y perseguidos antiespañoles.
Por este trance hubo de pasar para ciertos patriotas irreductibles, hasta
don Miguel de Cervantes, cuya eficacia en la construcción de la nacionalidad
espiritual de España es harto mayor que la de todos los reyes, la de todos los
políticos y la de todos los agitadores populares. La historia de estas incomprensiones y de estas violencias equivaldría a revisar la historia entera del pensamiento español. Recordaremos sólo, por ser la más reciente, la reiterada
acusación de antipatriotas de que han sido víctimas los intelectuales de la llamada generación del 98, porque, como conciencia que fueron de España en
un momento grave de su historia, pusieron en su crítica no sólo su apología y
su amor, sino también la áspera, pertinente y eficaz censura. Si en esta censura
se propasaron, el rastro luminoso que ha dejado su paso compensa con largueza el inconveniente. El más duro en sus juicios fue Caja!, figura la más representativa, aunque no citada, cuando se habla de esta generación; y nadie
puede dudar de la magnitud de su aportación a la gloria de la patria.
EL MISTERIO DE LA EMIGRACIÓN DE VIVES
Vives fue, ante todo, un gran español, aun en los tiempos suyos, en los
que el sentimiento de la patria no tenía el sentido trascendente y entrariable
que tiene para nosotros. No lo empezó a tener hasta el siglo XVIII. Pero, intelectual integral, conciencia de su tiempo, Vives sentía con el amor de Esparia, con el afán de su progreso, la dimensión exacta de los defectos nacionales. Por eso fue un desterrado voluntario y un crítico acerbo de sus
compatriotas.
Esto nos plantea ya el problema más atrayente de la vida de Luis Vives;
a saber, el porqué de su expatriación.
En primer lugar, porque sentía la inquietud viajera de todos los grandes espÍlitus representativos de su época. Esta inquietud renacentista no
sólo sacudía las almas en la lucha fanática de las ideas, sino que no dejaba
que los pies de los europeos excelsos se mancharan con el barro de ningún
país, y sí sólo con el de los caminos. Erasmo, hombre arquetípico de su siglo,
nos cuenta que aprendió a discurrir cabalgando a lomos de su mula, y en
esta frase, perdida en su obra, está uno de los rasgos más significativos de la
psicología renacentista, hecha de sobresaltos de ruta, de aspiración a un
puerto que nunca llegará; de la juventud briosa y de la irremediable imper'"
TEORÍA DEL HUMANISMO
479
fección de las almas que están perpetuamente en camino. La inquietud espititual de Vives trasluce también, como la de Erasmo, el vaivén del caballero
errante, aunque su mula siguiera tigurosamente -¿siempre?- los senderos
de la ortodoxia.
Mas no era sólo anhelo renacentista lo que le hizo expattiarse; era también rebeldía de intelectual, conciencia dolorosa de su Espaii.a que se irritaba por la misma profundidad de su amor. Como a ciertos creyentes el celo
excesivo por la pureza de las normas externas de la religión les ha llevado a
la pasión heterodoxa, a otros hombres la pasión desmesurada de su patria
les ha conducido a la crítica acre y al voluntatio alejamiento de lo que se
ama más: del suelo y de los cielos vernáculos. Por esto Vives no volvió.
ANSIA DE MUNDO
Tenía diecisiete aii.os el mozo valenciano cuando llegó a París. Su alma
se rebelaba contra la rigidez de los maestros espaii.oles y contra su falta de
sentido de la realidad. El porvenir del mundo civilizado -el de su pattia y el
de todas las pattias-lo concebía el mancebo como una comprensión generosa de la naturaleza, hecha por Dios para gozarla, sin ofenderle, con un espíritu de dilatada hermandad. Su ilusión, al contemplar ante sí los mundos
nuevos, era infinita. Mas en París topó, al primer encuentro, con idéntica estrechez.
Cierto que los más rígidos de los polemistas de la Sorbona eran precisamente espaii.oles. Mas los había de todas las nacionalidades. Los maestros
pedantes crecen en todos los climas. Pero no, no: allí en los pueblos de la
Europa de allende el Pirineo, corrían los libros libremente de mano en
mano, permitiendo formarse a la conciencia de los jóvenes al margen de las
disputas engoladas de los catedráticos. Vives suspiraba pensando en Espaii.a.
En una carta a Vergara, su amigo, que algún tiempo después la Inquisición
habría de procesar, le decía que todos los defectos de los espatl.oles se remediarían a fuerza de leer. "Yo no estaré contento -a!l.adía- hasta saber que hay
en Espaii.a una docena de imprentas que editen y propaguen los mejores autores; sólo así los demás países se van limpiando de la barbatie". Mas, Dios
mío, ¿es que todo se arregla con leer?
La Sorbona, con sus lectores insoportables, le aburrió. Pero de París
partían los caminos reales que conducían a todas las aventuras del pensamiento.
480
GREGORIO MARAÑÓN
Vives apuró la ancha copa de la vida europea. Vivió en Brujas, en Lovaina, en Breda, otra vez en París. Fue estudiante y polemista, educador de
futuros cardenales, director espiritual de grandes señoras, abogado de reyes,
amigo de los hombres más influyentes de su época; y, sobre todo, amigo de
Eras mo.
ERASMO YVIVES
La relación de los dos grandes pensadores se prestaría a una larga meditación. En los dos late el mismo sentimiento paradójico de inquietud por
una meta, que es, precisamente, la paz. Los dos querían el equilibrio entre
las fuerzas que luchaban y dividían el mundo europeo; y este afán no les dejaba reposar ni vivir. En Erasmo, el sino fue aún más acerbo, porque su lucha
por la convivencia entre los hombres encendió más la guerra entre ellos. A
Vives le salvó su ortodoxia de espaíiol incontaminable. Y si alguna vez, allá,
en las cámaras recónditas de su conciencia, dudó, le salvó también una
cierta cautela de labriego cazurro, que sabe no comprometerse demasiado.
Pero no escapó a la tragedia del ecuánime, es decir, al embate de los dos extremos, que le arrollaron en su torbellino. Cuando ya tenía cuarenta y dos
aíios, y acaso presentía su próximo fin, lo dijo amargamente, en una de sus
cartas a Erasmo: "Pasamos tiempos difíciles, en los que no se puede hablar ni
callarse sin peligrar".
El sueilo del intelectual conciliador se venía abajo. Las persecuciones a
las ideas, en todas partes redoblaban. En Espaila gemían en el calabozo sus
amigos Vergara y Tovar. Pero no era sólo en Espaiia. En Inglaterra, la más tenible saña partidista hería a los obispos de Rochester y Londres; hería hasta
a Tomás Moro, el varón dulce, amado de los mejores, mártir, más que de su
religión, de su destino de intelectual.
El mundo ha sido siempre así. El vivir para la vida del espíritu ha sido y
será un servicio heroico. Algunos hombres privilegiados en ciertos países, en
ciertas épocas, creerán que son éstas historias terribles que se cuentan en los
libros. El seilor Wells, por ejemplo, mientras fuma su pipa, no entenderá
esto bien. Mas es verdad, y está bien que sea así; porque sólo los que hayan
sufrido persecución por la gloria de ser soldados de la inteligencia dejarán
una huella de su paso por el mundo.
TEORÍA DEL HUMANISMO
481
EL PROFETA Y EL MONAGUILLO
No puede decirse que España fuera sorda a la gloria de su hijo viajero.
Las ediciones de los libros de Vives se multiplicaban por toda Europa y también en la Península. Acaso no era él enteramente justo cuando se quejaba
de no sentirse comprendido en su patria. Sobre todo su libro de la Mujer cristiana alcanzó copiosa difusión entre los doctos y aun entre el gran público
español. Pero no era bastante; a Vives, no se lo parecía nunca. El anhelo de
ver a su patria a la vanguardia del pensamiento le incitaba a persistir en la seved dad. Desde Breda escribía, poco antes de motir: <<El español es frígido
para el estudio. Allí seré leído por pocos; comprendido por menos». Y en
otra carta a Erasmo, con una claridad de esperanza, añadía: "Espero que en
España se acostumbren a estas lecturas [la de los libros de su maestro] y a
otras parecidas. Así se suavizarán, así se despojarán de ciertas concepciones
mdas de la vida, de las que están imbuidos sus espíritus, tan penetrantes,
pero, ¡ay!, tan poco versados en humanidades".
Nadie dudó en España, a pesar de su actitud iracunda, del patriotismo
de Vives. Nadie lo llamó antiespañol. Y esto, sencillamente, porque España
era una nación fuerte. El español de entonces comprendía que todo lo que
su crítica pudiera restar de prestigio al país, aunque fuera excesivamente pesimista, era de sobra compensado por la gloria que añadía a España la virtud
y la ciencia del gran filósofo errante.
A veces he pensado que nada nos da idea de la debilidad del espíritu
nacional, en un Estado, como esa enfermiza susceptibilidad que producen
en él las críticas de sus hombres representativos. Mientras España tuvo conciencia de su grandeza pudieron sus ingenios decirla la verdad, seguros de
que en ésta encontraría acicate para su perfección y no motivos de depresión y congoja, y menos de iracundia. Les pasa a los pueblos como a los enfermos: mientras su instinto les dice que pueden curar, prefieren la verdad
desnuda a la mentira piadosa. Las muchedumbres, cuando se sienten eficaces, prefieren al profeta terrible, al que lanza las mdas y despiadadas verdades. Los pueblos decaídos sólo toleran, en cambio, al monaguillo que maneja el incensado.
LA NOSTALGIA VOLUNTARIA
Vives cumplió rudamente su papel de agrio profeta de un pueblo enérgico, abierto entonces a todas las posibilidades y a todas las aventuras. Esta
482
GREGORIO MARAÑÓN
sana crudeza era expresión de su infinito amor a España. Y en él tomó, además, la forma más alta y más fina del amor, la más viril, que es la renunciación. Cuando se está a la fuerza desterrado puede sentirse como nunca la
llama viva del patriotismo. Mas el que voluntariamente se exilia por exceso
de amor, es porque ha convertido en ilusión intangible la idea del país lejano; porque le adora no como es, sino como quisiera que fuese. En sus críticas se destila y ennoblece, todavía más, su ideal; y sobre su afán de volverlo a
ver se alza el santo miedo de que la realidad lo defraude. La nostalgia no impuesta, sino querida, es la forma más pura del patriotismo.
[ ... ]
EL SUEÑO DE ESPAÑA
Conforme pasaba el tiempo, la imagen de Valencia luminosa, de la
huerta bienoliente, de España entera, renacía en lo profundo de su corazón
y de su deseo. Quisiera enviar a los buenos pero hoscos españoles su templanza humanística. ¡Qué gran pueblo si se empapara de la gran lección de
que «los solos bienes del hombre -¡acuérdate bien de esto, por tu vida!- son
la sabiduría, la religión, la patria, los padres, los amigos, la justicia, la templanza, la liberalidad»! Todo lo demás, el poder, la vanagloria, el fanatismo,
no son sino frágiles y engañosas vanidades.
Quisiera ver a España llena de Universidades, muchas más de las que
ya por entonces florecían; Universidades como la de París, compuesta "de
treinta escuelas llenas de todo género de erudición y ciencia; de maestros
doctos y de juventud aplicada y de muy buenas costumbres". Todo vendrá,
decía suspirando. Su fe en la patria remota -tan amada que temía volver a
verla- crecía conforme se acercaba su fin.
A veces le asaltaba la tentación de hacer el último, el supremo viaje
hacia el Sur; de reposar sus últimos días bajo el sol de la costa luminosa de
Levante. Pero, ¡ay!, estaba casi impedido. Además, ¿a qué emprender la fatigosa jornada? Cuando las campanas de Brujas cantaban la oración del atardecer, cerraba los ojos, y, soñando, volaba hacia allá. A fuerza de soñar en España, su sueño tenía la realidad de lo tangible. Y al despertar, murmuraba:
"¿Cómo alabar a Dios, que nos dio el caballo ligero de la imaginación, en el
que se va a todas partes?"
TEORÍA DEL HUMANISMO
483
PASEO POR VALENCIA.
Una de las últimas páginas que dictó -porque ya no podía escribir- a
Didymo, su secretario, es un viaje en su "caballo ligero" a Valencia. El pretexto es hablar de las Leyes del juego. Pero el objeto real es referir éste su último y entrañable viaje a la ciudad del mar azul. Los personajes de este Diálogo ya no son entes supuestos, con nombres griegos o latinos; ya no se
llaman Tyro, ni Spudeos, ni Simónides, ni Palemón. Tienen tres recios nombres españoles: Cabanillas, Bo~a
y Centellas: Centellas, como el capitán
amigo de donjuan Tenodo.
Con ellos, soñando -es decir, más que nunca viviendo-, pasea por las
calles a pie. Y no a caballo, porque "el tiempo está apacible y sereno y el aire
sopla fresco". Marchan los tres por la calle del Mar, "donde, de fuo, verán
hermosos rostros", esos rostros hechos de seda viva de las mtueres valencianas. Recorren otras calles. Ven la casa de Ángela Zabata, con la que se puede
hablar de literatura, ya que no puedan hacerla con la docta marquesa de Cenete, que está fuera de España, en Breda. Entran un rato en el juego de pelota de Barcia, Saludan a Honorato Juan, el teólogo, que pasa caballero en
su mula. Suben hacia San Martín. Bajan después hacia la plaza de Villarrosa.
No se cansan de vagar. El afán les mantiene ingrávidos por las calles empedradas.
Y llegan, al fin, a lo más hermoso de Valencia al Mercado de Frutas:
"¡Qué plaza tan capaz! ¡Qué distdbución y orden de vendedoras y de cosas
vendibles! ¡Qué olor de las frutas! ¡Qué grandiosa vatiedad, limpieza y hermosura! No se pueden imaginar huertos que igualen a esta plaza". No, en
verdad; nada en el mundo se le puede parecer.
"A LO ÚLTIMO DE lA CALLE, AL\ IZQUIERDA"
"Ludovico Vives, el maestro sapientísimo -según decía Feijoo-, sin
comparación más discreto que Avicena y Averroes y aunque se les agregaran
otros diez como ellos", parecía, cuando caía aquella tarde, dormido. Margalita, la buena esposa, modelo vivo de la mujer cristiana, hizo señas a Valdaura y a Astudillo para que le dejasen reposar. Luego, por la noche, la gota
muchas veces no le dejaba dormir. Pero Vives no dormía. Seguía soñando.
Le faltaba lo más importante de su maravilloso viaje a Valencia: tenía que
pasar aún "por la calle de la Taberna del Gallo, porque allí estaba la casa
484
GREGORIO MARAÑÓN
donde nació mi amigo Vives; está al baj1~
a lo último de la calle, a la izquierda; y con una misma diligencia visitaremos a sus hermanas".
Se dice que Erasmo, su amigo, y como él critico severo de, su patria
-como su conciencia viva- pero transido de su amor, al morir volvió a rezar
en su lengua materna las mismas oraciones que aprendió de niño. Así también Vives, al terminar su peregrinación voluntaria por todo el ancho
mundo, quiso pasar por la callecita solitaria de la Taberna del Gallo para entrar en la Eternidad.
V. EL DOCTOR MELIFLUO
LAs ABEJAS DE LA PAZ
Cuando Vives era mozo los días que le hastiaban las pláticas del dómine Amiguet, en la Universidad de Valencia, escapaba de la ciudad a la
huerta y allí vagaba libremente, lejos del trajín escolar, sordo a las noticias de
España y del mundo. Estas noticias eran todas de guerra: campañas en Italia,
en Francia; moriscos rebelados; judíos arrojados del país; nobles indómitos;
herejes perseguidos. Los escolares de su edad soñaban con las armas y con
las conquistas. Europa entera renacía a una vida fresca y distinta, llena de
ímpetu renovador y generoso; y entre Europa y África y el mar, España estallaba como una granada de vida; y sus pedazos, semilla fecunda, traspasaban
el misterio de lo desconocido y se sembraban por los mundos nuevos.
Mas Luis Vives amaba la paz. Sentía, sí, como los otros, el orgullo de su
hora y de su patria; pero su corazón se estremecía ante el espectáculo de la
violencia. Por eso amaba sobre todas las cosas su deambular solitario por el
manso paisaje levantino, junto a las acequias fecundas o en la playa rizada y
rumorosa.
Una vez, él mismo nos lo cuenta, duró su fuga varios días. Como no
nos dice dónde estuvo, podemos imaginar que se perdió entre los huertos
floridos, por los nar1~les
cercados de setos de ciprés; y que en una ocasión
se quedó dormido con su Virgilio en la mano, y al despertar vio un enjambre
de esas abejas de Espaüa que, segun Plinio, sacan del esparto sabor dulcísimo para su miel. "Parecían una nube oscura sobre el azul sutil del cielo, enloquecidas de no sé qué especie de embriaguez de libertad". Acaso una le
picó en los labios, como a Platón, presagiando la dulce suavidad de su elocuencia.
TEORÍA DEL HUMANISMO
485
ESPAÑA EN LA SORBO NA
Ese afán de paz le sacó de su España agitada y le lanzó por los caminos
del mundo. Fue primero a París, cuya Universidad estaba llena de españoles
y, sobre todo, de valencianos. "Colonia de Valencia" la llamó un autor. Pero
los había de la Península entera.
Allí estudiaron o enseñaron Juan de Celaya, el que fue maestro de dos
de las más puras glorias de la España de su siglo, el padre Vitoria yJuan Martínez Silíceo; yJuan Martínez Población, maestro de matemáticas en el Colegio de Francia y médico de la reina; y el erasmista Pedro Juan de Oliver, el
amigo de Alonso Valdés; yJuan Gélida, uno de los fervientes de Vives, futuro
rector de Burdeos; y los médicos Pedro Jaime Esteve y Francisco de Escobar,
y tantos más.
Y con ellos Sancho Carranza de Miranda, probablemente tío del arzobispo de Toledo, Carranza, el que murió en Roma cumpliendo su injusta penitencia; Pedro de Lerma, prior de la Sorbona; Fernando Ruiz de Villegas,
humanista y poeta; Pedro Maluenda, que fue después teólogo del Emperador; y Francisco de Astudillo, Antonio Manrique yJuan de Mendoza, los cuatro nombrados, con tierno amor, por el filósofo de Valencia en sus Diálogos; y
los segovianos Luis y Antonio Núñez Coronel, publicistas incansables; uno
de ellos, Antonio, muerto antes de tiempo por la fatiga de tanto escribir contra los herejes; y Andrés Laguna, el insigne médico y viajero; y Melchor de
Vozmediano, patiente sin duda de los Vozmedianos que fueron por aquel
tiempo capitanes de los ejércitos de Carlos V contra las Comunidades, autores del saqueo y sacrilegio de la iglesia de Peñaflor; y ellegendatio maestro
Ciruelo; y Gaspar Lax de Sariñena, ptimer maestro de Vives en París, y más
tarde, en Zaragoza, de San Francisco de Bo~a,
hombre "de ingenio acértimo y memotia tenacísima", al decir de su inmortal discípulo. La lista sería
interminable.
Pero sobre todo, entonces y en los afios que se sucedieron, conoció y
trató en París a tres hombres sobre toda ponderación insignes, dos de ellos
nombrados ya: el padre Vitoria, el lustre de cuya fama se había de acrecentar
con los siglos; Martínez Guijo, que por consejo de Celaya cambió este nombre por el más pulido de Silíceo, el que había de ser cardenal de Toledo, inmortal por sus obras: el cardenal inflexible del Estatuto de Limpieza de Sangre, el fundador del Colegio de las Doncellas nobles; y, en fin, Ignacio de
Loyola, que f01jaba allí, entre dialécticas inútiles, su gran cruzada ardiente y
realista por la Fe de Jesús.
486
GREGORIO MARAÑÓN
LAs EMIGRACIONES INTELECTUALES
Esta verdadera invasión de españoles en París constituye la primera de
las tres grandes emigraciones intel~cuas
que tanta trascendencia han tenido en el pensamiento nacional. Esta, la inicial, cuyo centro de atracción
fue la Sorbona, influyó poderosamente en los grandes teólogos, jurisconsultos, moralistas y hombres de ciencia españoles en el siglo XVI y todavía en
el XVII. Como todo progreso, llevaba escondida en el seno su heterodoxia,
elemento esencial de ese progreso; porque es la disidencia, lo que da temple
a las ideas, aunque los contemporáneos la juzguen siempre con dureza y la
atribuyan sinnúmero de males; esta heterodoxia fue, en aquel tiempo, exclusivamente religiosa: todos los movimientos reformistas, y especialmente
el erasmismo.
La segunda ola emigratoria acaeció en el siglo XVIII a favor del Pacto
de Familia que hizo entrar a España en la órbita del espíritu francés. Su centro de atracción fue también París; pero ya no su Universidad, sino el pensamiento vivo que rodaba por las calles, por los salones y por los libros y preparaba la era de las ciencias técnicas y naturales bajo el signo de lo que después
se llamó liberalismo. La influencia de estos emigrados, principalmente aristócratas, escritores, matemáticos y naturalistas, en la vida del pensamiento
español fue inmensa; pero mayor aún en la vida política, que hasta ahora se
ha nutrido de aquella sustancia. Su heterodoxia fue el jacobinismo, que se
suele confundir con el liberalismo y es la heterodoxia de éste; a saber, la
vena de demagogia antiliberal con que la Revolución francesa desvirtuó por
mucho tiempo y acaso quebró para siempre el noble anhelo de progreso del
siglo XVIII.
La tercera emigración se inicia a poco de mediar el siglo XIX y se dirige
hacia Alemania. La inauguran Sanz del Río y los krausistas; luego se amplía a
filósofos sin filiación de escuela, a naturalistas, biólogos, médicos, sociólogos. El literato, esta vez, queda al margen; es más, está más que nunca vuelto
hacia España. Dejó también esta emigración profundo surco en el alma hispánica, y, por de contado, lleva adjuntas sus reacciones heterodoxas. Pero
está todo ello tan cerca de nosotros que es aventurado el quererlo juzgar sin
pasión.
De la emigración sorbónica fue Vives, con las otras grandes figuras ya
nombradas -Vitoria, Loyola, Silíceo-, representante excelso, aun cuando,
como ocurre muchas veces en esta clase de influencias, la suya había de tardar mucho tiempo en madurar en el espíritu español.
TEORÍA DEL HUMANISMO
487
TODO MUERE, TODO NACE
¿Qué encontró Vives en París? A juzgar por los escritos en que alude a
su vida universitaria, una desilusión. Pululaban los claustros de teorizantes, a
los que el virtuosismo de la técnica de la dialéctica había llevado a la anulación del pensamiento. Hoy nos reímos de aquel grotesco callejón sin salida
de la escolástica del final de la Edad Media, tan donosamente vapuleada por
Vives; pero es un fenómeno normal en la evolución de la ciencia, análogo al
que ahora contemplamos de la esterilización del pensamiento por el virtuosismo de las técnicas en la investigación y en la industria. Los hombres cerriles que discutían horas y horas en la Sorbona de los comienzos del siglo XVI,
en bárbaro latín, sobre problemas jeroglíficos, ajenos por completo a la explosión vital del mundo que renacía, son exactamente comparables a las pobres gentes que hoy pretenden resolver la inmensa crisis humana con máquinas y con estadísticas.
Vives -como Vitoria- tenía ya el alma orientada hacia los tiempos nuevos, y su protesta contra la vacuidad agonizante nos redime a los españoles,
como ha dicho el padre Villoslada; pues en la defensa de la absurda escolástica los campeones eran en gran parte como patriotas nuestros: Lax, Cela ya,
Martínez Población, Juan Dolz y muchos más. Vives escribió su famoso opúsculo contra los seudodialécticos, que se ha comparado, con razón, a la Derrota de los pedantes, que más de dos siglos después, y en una crisis parecida,
compuso otro español, emigrado también por exceso de amor a España,
don Leandro Fernández de Moratín.
Sin embargo, Vives no se daba cuenta de que cuando se asiste a la
ruina de los sistemas se asiste también, sin saberlo, al nacimiento de los nuevos sistemas que van a sustituir a aquéllos, a los que se desploman; al doble
espectáculo ejemplar del hombre que se ahoga por no abandonar el navío
que se hunde, y del hombre perspicaz que se salva agarrado a la única tabla
que flota de las doctrinas muertas. Hizo, pues, mal en desesperarse y en no
poner en su crítica un grano de comprensión; porque la comprensión del
error pasado es esencial para construir la verdad futura.
HUIDA DE PARÍS
Mas no eran sólo los pedantes los que le irritaban. En París, centro de
Europa, tampoco encontró Vives la paz. Le hería la inmoralidad de la vida
estudiantil, vestida con los harapos de la pobreza y del cinismo, como la de
488
ÜREGORIO MARAÑÓN
España. Además -era el año 1511- estalló la guerra general: el Papa se unió
en Santa Liga, con Venecia y con Fernando el Católico para arrojar a los
franceses de Italia. Un filósofo no podía soportar el espectáculo y Vives decidió partir. Pero ¿adónde?
En París había muchos estudiantes y maestros que conocían las ciudades flamencas, llenas de bienestar y de calma, y por ellos las conoció Vives.
Le hablaron, sobre todo, de Brujas, en la que había mercaderes valencianos,
algunos, tal vez, sus parientes. Y se fue de París a Brujas en busca de la paz.
CRISTO FRENTE AL CÉSAR
A los tres años sintió la nostalgia de la ciudad universitaria y una mañana de 1514llegó de nuevo a París. Era la madrugada de un domingo de
Pascua, y todo radiaba de primavera y de luz. No quiso avisar a los maestros.
Sólo quería ver las calles y los rincones amados. Supieron tan sólo su venida
dos condiscípulos íntimos: Juan Fort, contubernalis meus, y Pedro Iborra, philosophi sani acuti. Asistieron los tres a los Santos Oficios, y luego se lanzaron
por el banio latino a vagar, a recordar y a soíi.ar.
Pasaron por el Colegio de Monteagudo, y después por el de Navarra,
de fundación egregia, donde había siempre, como en el de Santa Bárbara,
muchos peninsulares. A la puerta estaba Gaspar Lax. Vives le abrazó con
emoción. Su antiguo maestro le invitó, con sus amigos, a comer, y esta comida fue, en la historia del espíritu, memorable. Asistieron también a ella
Miguel San Ángel, aragonés de Fraga, y Francisco Cristóbal, del mismo
reino, discípulo de Dolz, los dos consumados teólogos y oradores. Traían un
Libro de horas, en cuya portada estaba representado el Triunfo del César Dictador. Lax dijo: "Mejor sería el Triunfo de Cristo". Sobre este tema se arguyó
por lo largo. ¡Siempre el eterno tema, alrededor del cual giran la guerra y la
paz: Cristo frente al César! Los discursos de los comensales, con los detalles
de la erudita cena, se han conservado en uno de los libros de Vives ( Ch1isti
Jesu Triunphus, 1514). Para él fue un día inolvidable. Luego se fueron, bajo la
luna, a pasear de nuevo por las callejuelas equívocas y por las plazas, remansos de furtiva claridad.
En la mente de Vives seguía encendida la preocupación de la paz, avivada por la discusión de sobremesa. Cristo frente al César. Él no había querido hablar aquella noche de sus poetas gentiles: ni de Ovidio ni de Virgilio,
ni de Valerio Flaco; pero se acordaba de las abejas de Valencia, y le venía a la
TEORÍA DEL HUMANISMO
489
memoria un pasaje de Plínío: "La reina de las abejas no tiene aguijón, y sí lo
tiene no lo usa; porque reina no por la fuerza, sino por la majestad".
Cuando se recogió, al dormirse, murmuraba: "¡No por la fuerza, sino
por la majestad!".
LOS SOFISTAS ARREPENTIDOS
Ya no volvió a París hasta el año 1519. En el intermedio, en Flandes,
había sido preceptor de Guillermo de Croy, el sobrino de Chievres -"el
capro", como le llamaba con desdén agresivo Pedro Mártir-, el que fue poco
después arzobispo de Toledo, y su silla, a su muerte, arrebatada, aunque sólo
unas horas, por el primer guerrillero español de la Edad Moderna: el obispo
Acuria, el comunero, precursor de Merino y de Santa Cmz. Croy tuvo que ir
a Francia, y quiso que le acompañase su maestro. Para Vives, París era siempre una tentación, y, gustoso, accedió.
Ahora iba, no furtivamente, sino por unos meses y para reanudar sus
viejas relaciones con los maestros y no lo hacía sin temor, porque le habían
llegado noticias de la ínitacíón que suscitara su opúsculo sobre los falsos dialécticos. Se hizo por ello anunciar de antemano por criados. Grande fue su
alivio cuando supo que muchos de los antiguos sofistas estaban ya arrepentídos, entre ellos su dilecto Juan Martínez Población. Y más aún cuando vio
que hasta los remisos le recibían con los brazos y el corazón abiertos. La contienda intelectual sólo deja rencores en las almas irreparablemente mezquinas; para el alma generosa, una objeción es también semilla útil, que fmctíficará mañana, aunque nos hiera de momento. La sed de amor del valenciano
se abrevó en esta corriente cordial. "Hay un mundo entre los hombres -pensaba- en el que sí es posible la paz".
[ ... ]
RENCOR YSANGRE DE ESPAt~
En España sufrió con las entrañas al ver el estado del reino y de su ciudad natal. Acababa de terminar la guerra de las Comunidades y las Germanías, la primera en la serie inacabada en nuestras contiendas civiles. No se
ha juzgado aún con serenidad y con exactitud, porque la pasión política lo
ha impedido, el verdadero sentido de esta lucha. El emperador Carlos V,
que no tenía razón cuando comenzó la guerra, acabó teniéndola, porque
490
GREGOR!O MARAÑÓN
supo rectificar sus errores, que es la señal más excelsa del poder en los príncipes. El pueblo, que tenía al principio razón, la perdió del todo, porque la
envileció con la barbarie. Además -y es achaque eterno de los movimientos
populares-, aunque se quejaba con razón, no sabía la razón de quejarse.
Sólo hubo un héroe indiscutible en aquellas horrorosas jornadas; y no fue el
noble Padilla, que lavó con su dignidad sus yerros; ni Carlos V, que venció
por derecho y por sagacidad; sino aquel almirante de Castilla, olvidado de
los historiadores, que supo servir a la jerarquía por la jerarquía, sabiendo
que con ello salvaba a España, aunque sabía también que no toda la razón
estaba de parte de los que debían vencer y vencieron; el que supo, además,
hacer compatible su lealtad y sus triunfos con esa generosidad inagotable
que es precisa para liquidar las peleas entre hermanos.
Que así pensaba Vives es seguro. Cuando se acercó a su pat1ia goteaba
todavía la sangre en los cadalsos, y en las almas el rencor. Las abejas, <<ejército industrioso de la paz», <<no colgaban sus ei-uambres de las, ramas como
racimos en la vid porque la guerra lo había aniquilado todo>>. Y entristecido
volvió a su emigración.
EL DOCTOR MELIFLUO
En Inglaterra le esperaban los máximos honores. Fue confidente de
los reyes, de Emique VIII y de la infeliz doúa Catalina de Aragón, y preceptor de su hija, María Tudor, la que más tarde reinaría, teóricamente, en España. Sin duda, hablaría a su augusto marido, el grande y severo Felipe 11, de
aquel espaúol que le enseúó tantas cosas; menos una que no supo aprender:
el ser generoso para quien pensaba de modo distinto. Conoció la gloria de
ser maestro en Oxford y de tener oyentes egregios. Mas halló la pasión desatada en los palacios y su corazón se angustió otra vez.
¿Dónde estaría, Dios mío, la paz? De todas partes llegaban nuevas de delaciones, de persecuciones. Los hombres con saña infernal, combatían entre
sí. Un matiz en el pensamiento bastaba para que cabezas insignes fueran encarceladas o separadas de los hombros. El mismo perdió la gracia de los poderosos cuando su conciencia le impidió darles la razón. En una de sus cartas,
desde la Corte inglesa, contaba con aceda ironía su miserable alojamiento en
un helado mechina!, compartido con servidores ignaros, que no le dejaban
meditar ni escribir. "Estoy seguro -decía- de que si muero, arrojarán mi
cuerpo a un muladar". Entonces decidió volver a su puerto tranquilo, a Bn~as.
491
TEORÍA DEL HUMANISMO
Los maestros de Oxford le vieron partir con dolor, y cuando, al día siguiente, entraron en su celda vieron que un enjambre de abejas habían anidado en el alero, bajo el techo donde Vives pensó y sufrió. Le llamaron por
eso el doctor Melifluo; y durante muchos años cuidaron de que no se extinguiese el dulce y laborioso ejército, para recordarle mejor.
EL SECRETO DE LA PAZ
En Brujas intimó más que nunca con la familia de Valdaura, que había
de ser pronto la suya. Valdaura, el padre, envejecido por una enfermedad terrible, con el cuerpo llagado, yacía en su lecho desahuciado por los médicos.
Un olor nauseabundo impedía acercarse a él. "La carnecilla que hay dentro
de las narices" se le había ulcerado y se desprendía en colgajos, saniosos y
sanguinolentos. Era necesario soplarle unos polvos con un canuto y lavar varias veces cada día las heridas infectas de sus piernas y sus brazos.
Y he aquí que, después de correr tanto mundo, Vives, aliado de este
miserable moribundo, halló la paz, que no es regalo de Dios, sino un deber
arduo que hay que conquistar cada día a fuerza de gracia y de sobrehumano
amor. Junto al enfermo estaba Clara Cervent, la esposa, mucho más joven
que su marido y en plena madurez de su belleza. Su asiduidad y su alegría
eran sublimes. Hacía muchos meses que no se acostaba, y sólo se desnudaba
para cambiar de ropa. No consentía que otras manos que las suyas tocaran
las heridas atroces, y cuando algunos, cuando el mismo Vives, se quejaban
del espantoso olor, respondía sonriendo que le extrañaba lo que le decían,
porque a ella le parecía un perfume maravilloso. El maestro español recordó a sus abejas y los versos de Virgilio:
El dulce enjambre puede brotar
ele las entrañas impuras.
AsCENSIÓN
Margarita, la hija de los Valdaura, tenía diecinueve años; y ayudaba a su
madre con la misma heroica naturalidad. Vives se unió a ella, y fue, corno en
los cuentos de hadas, absolutamente feliz.
Pero ya he contado esta su doméstica ventura, así como la suave
muerte de Vives, rodeado de muchos de sus amigos de su época de estudiante y del recuerdo de los que habían desaparecido ya.
492
ÜREGORIO MARAÑÓN
Murió sabiendo dónde y cuándo se puede encontrar la paz, la frágil
paz de este mundo y seguro de hallar en el otro la que no se acaba. Y acaso
sus ojos, iluminados por la luz del más allá, vieron otra vez, antes de morir, el
e~ambr
alado ascender, rodeando a su alma, "por el azul sutil del cielo",
hasta el seno de Dios.
(Para escribir estas páginas sobre Vives he utilizado principalmente la
emoción que dejaron en mí las lecturas pasadas, algunas remotas; y sólo he releído los Diálogos, en la edición de Valencia de 1732, y la Institución de la mujer cristiana, en la de Madrid de 1792. Me he servido, además, de las obras siguientes:
Allen: Erassrnus. Lectures and wayfaring Sketcltes, Oxford, 1934. Bonilla de San
Martín: Luis Vives y lafllosofia del Renacimiento, Madrid, 1903. Delaruelle: Études
Sur l' ltumanisrne jranfais. Guillaume Budé, París, 1907. Estelrich: Luis Vives, conferencia en la Biblioteca Nacional de París, 1941. Estelrich: Vives, París, 1941.
FosterWatson: Luis Vives, el gran valenciano, Oxford, 1922. Van den Bussche:]ean
Lmús Vives. Éclaircissements et rectifcations biograjJhiques, Bnues, 1871. Varios: Vives;
humanista espa1iol, Collection Occident, París, 1941. P. Villoslada: La Universidad
de París durante los estudios de Francisco Vitoria, Roma, 1938).