SPAL MONOGRAFÍAS ARQUEOLOGÍA
XLII
Sacra artificialia
Liturgia y parafernalia en las religiones antiguas
Álvaro Pereira Delgado
Pablo Díez Herrera (coords.)
SACRA ARTIFICIALIA
Colección SPAL Monografías Arqueología
Director de la Colección
Ferrer Albelda, Eduardo
Consejo de Redación
Álvarez Martí-Aguilar, Manuel. Universidad de Málaga
Álvarez-Ossorio Rivas, Alfonso. Universidad de Sevilla
Belén Deamos, María. Universidad de Sevilla
Beltrán Fortes, José. Universidad de Sevilla
Ferrer Albelda, Eduardo. Universidad de Sevilla
Garriguet Mata, José Antonio. Universidad de Córdoba
Gavilán Ceballos, Beatriz. Universidad de Huelva
Oria Segura, Mercedes. Universidad de Sevilla
Pereira Delgado, Álvaro. Facultad de Teología San Isidoro. Archidiócesis de Sevilla
Vaquerizo Gil, Desiderio. Universidad de Córdoba
Comité Científico
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Chapa Brunet, Teresa. Universidad Complutense de Madrid
Díez de Velasco Abellán, Francisco. Universidad de la Laguna
Domínguez Monedero, Adolfo J. Universidad Autónoma de Madrid
Garbati, Giuseppe. CNR, Italia
Marco Simón, Francisco. Universidad de Zaragoza
Montero Herrero, Santiago C. Universidad Complutense de Madrid
Mora Rodríguez, Gloria. Universidad Autónoma de Madrid
Tortosa Rocamora, Trinidad. Instituto de Arqueología de Mérida, CSIC
Álvaro Pereira Delgado
Pablo Díez Herrera
(coordinadores)
Sacra Artificialia
Liturgia y parafernalia
en las religiones antiguas
SPAL MONOGRAFÍAS ARQUEOLOGÍA
Nº XLII
eus
Editorial Universidad de Sevilla
Sevilla 2022
Colección: Spal Monografías Arqueología
Núm.: XLII
Comité editorial:
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(Directora de la Editorial Universidad de Sevilla)
Elena Leal Abad
(Subdirectora)
Concepción Barrero Rodríguez
Rafael Fernández Chacón
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Ana Ilundáin Larrañeta
Emilio José Luque Azcona
María del Pópulo Pablo-Romero Gil-Delgado
Manuel Padilla Cruz
Marta Palenque Sánchez
José Leonardo Ruiz Sánchez
Antonio Tejedor Cabrera
Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o trasmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo
fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación, sin permiso escrito de la Editorial Universidad de Sevilla.
La edición de este libro ha contado con la colaboración económica de la
Facultad de Teología San Isidoro de Sevilla.
Motivo de cubierta: Patena paleocristiana de Cástulo, mediados s. IV.
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© Álvaro Pereira Delgado
Pablo Díez Herrera (coords.) 2022
© De los textos, los autores 2022
Impreso en España-Printed in Spain
Impreso en papel ecológico
ISBN: 978-84-472-3095-2
Depósito Legal: SE 164-2022
Maquetación: Reverté-Aguilar
Impresión: Podiprint
ÍNDICE
Presentación
Eduardo Ferrer Albelda ......................................................................................
11
Introducción
Álvaro Pereira Delgado ......................................................................................
13
Figuritas y rituales en Egipto en el tránsito del III al II milenio a. C.:
las «paddle dolls», función y contexto histórico
Juan Carlos Moreno García ................................................................................
17
Sobre corderos, ázimos y vasos: la fiesta de la Pascua en Israel
Pablo Díez Herrera .............................................................................................
37
Il volto sovrumano: le maschere fenicie e puniche tra demoni e antenati
Adriano Orsingher ..............................................................................................
65
Navegando con los dioses. Barcas sagradas en la Iberia protohistórica
José Luis Escacena Carrasco y Álvaro Gómez Peña .........................................
89
El mitema de la flor revigorizante en la protohistoria de la península ibérica
Álvaro Gómez Peña ...........................................................................................
119
Prácticas litúrgicas en la religión ibérica: una perspectiva arqueológica
Teresa Chapa Brunet ..........................................................................................
153
Del turibulum de Chartres a la «mesa» de Pérgamo: los objetos del mago
Francisco Marco Simón .....................................................................................
183
La sal y sus instrumenta sacra en la religión romana
Santiago Montero ...............................................................................................
201
Supellectilia sacra. Los enseres litúrgicos en la Antigüedad cristiana
Francisco Juan Martínez Rojas ..........................................................................
233
María Cruz Marín Ceballos
Navegando con los dioses. Barcas sagradas en
la Iberia protohistórica
José Luis Escacena Carrasco
Álvaro Gómez Peña
Universidad de Sevilla
1. UNAS DIVINIDADES MUY MARINERAS
En el mundo antiguo, el concepto geocéntrico y geoestático del cosmos constituía un
legado ancestral. En la Iberia prehistórica esta visión de la Tierra y de los cielos había
sido común, en sus rasgos básicos, a muchas culturas y a momentos distintos. Pero, una
vez llegado el I milenio a. C. algunas tradiciones fueron reforzadas. Paralelamente, en
algunos ámbitos geográficos despoblados dichas creencias fueron introducidas de nuevo
por los dos principales grupos colonizadores del momento: fenicios y griegos. En algunas partes, la herencia cultural prehistórica se había perdido casi del todo a causa de
diversos hiatos en la ocupación humana, muy característicos del II milenio a. C. a consecuencia del evento climático 4.2 ka cal BP. Por eso es difícil encontrar en determinadas sociedades hispanas de la época rasgos híbridos entre el componente religioso
aportado por los colonos orientales y los que hubieran existido antes en cada sitio, simplemente porque sin gente no pueden subsistir las mentalidades. Fue lo ocurrido, por
ejemplo, en el mundo tartésico, donde la aridez del II milenio a. C., acentuada a partir
de sus siglos centrales, dejó en el territorio una situación demográfica paupérrima (Escacena y Gómez Peña 2021). Pero, a pesar de que las circunstancias históricas fueron distintas en cada caso, el resultado final fue muy parecido. Es decir, la cosmología de cada
región, que aquí identificaremos básicamente a partir de su huella arqueológica, muestra
un pensamiento común. Este hecho revela que, allí donde griegos y fenicios encontraron
un importante sustrato indígena, la población autóctona poseía posiblemente una forma
de ver las cosas del cielo muy parecida a la que el mundo colonial transportaba desde el
Mediterráneo este. Desde el punto de vista evolutivo, dada la semejanza existente entre
numerosos pueblos antiguos sobre este tema, es más probable afirmar que estamos ante
rasgos homólogos, que se asemejan por tener un antepasado compartido. No se trataría,
por tanto, de una confluencia analógica.
90
José Luis Escacena Carrasco / Álvaro Gómez Peña
Para las culturas hispanas protohistóricas, casi todos los cuerpos celestes giraban en
torno a la Tierra, pero esos objetos eran concebidos de forma muy distinta de la actual.
Cuando analizaban el firmamento, los especialistas de entonces hacían en realidad teología, no astronomía. Es imposible que en esos tiempos se concibiera el Sol como un
gigantesco reactor nuclear de hidrógeno y helio, la mejor definición para lo que hoy
sabemos de él. De hecho, hasta Anaxágoras –circa 500-428 a. C.– no se lo describió
como un simple cuerpo físico, en concreto como una roca incandescente (Schneider
y Sagan 2005: 29). En Egipto se le llamó divino ojo de fuego (Lull 2004: 170), con el
significado de deidad ardiente que lo ve todo. Su carácter divino debe entenderse aquí
como su propia esencia ontológica, y no como un calificativo que sólo lo aproxima a lo
que fueran los dioses. En este sentido, el Sol era la divinidad y la divinidad era el Sol.
Si hoy sostenemos que esa mentalidad arcaica veía en ambos seres lo mismo, erraríamos si la voz «ambos» la aplicamos a dos entes distintos que participan de la misma sustancia. En sus orígenes, esta dicotomía no estaba en la equivalencia monista entre Sol y
Dios, o Dios y Sol.
Las concepciones primitivas del cosmos producen hoy en gran parte de la población
un atractivo especial. Pero ese sentimiento es directamente proporcional a un error bastante frecuente también en el mundo académico: la idea de que el clero antiguo encargado de la observación del cielo era consciente de que estaba estudiando astronomía.
Por el contrario, si los astros y los dioses eran lo mismo, quienes anotaban y explicaban
sus movimientos sólo pretendían analizar y comprender la conducta divina. Por eso esta
tarea nació en los templos. Hemos visto que el nombre egipcio del Sol contenía la noción
de fuego, el mismo concepto también presente en su denominación cananea: fuego del
cielo (Aubet 1994: 140). En estas dos tradiciones teológicas se destaca su poder calorífico y lumínico como esencias de su propio ser. Dichas voces contienen, pues, referencias
directas a la capacidad del Sol para producir las energías que más interesaron a la gente
de la época. Por otra parte, al referirse a la divinidad solar como el Altísimo o el Excelso,
se destacaba su posición física en los cielos, y subsidiariamente su situación jerárquica
en el panteón. Evidentemente, no es que el Sol/dios se creyera un cuerpo especialmente
alto o grande, gigante si se quiere, sino que estaba en las alturas, situado sobre todos los
demás cuerpos y fenómenos celestes móviles según los cálculos de entonces. Así que la
primera conclusión que podemos asumir para comprender correctamente estas cuestiones es que las sociedades arcaicas que ahora nos interesan estaban preocupadas en realidad por hacer teología más que astronomía. Desde la antropología cultural, podríamos
admitir, en todo caso, que el enfoque cosmológico actual del tema es la perspectiva etic
del asunto, mientras que la mirada religiosa supondría la emic. Este análisis dual permite
acceder con cierta facilidad a muchas interpretaciones concretas referidas a la forma en
que se plasmó la iconografía de tipo astral/divino en las culturas protohistóricas hispanas. A su vez, suministra una buena herramienta a la hora de proponer y contrastar hipótesis con las que avanzar en el conocimiento del tema. En este contexto, y según sabemos por la literatura coetánea, podemos sostener que también se creyeron dioses algunos
fenómenos celestes que no constituyen cuerpos físicos propiamente dichos, por ejemplo
la aurora y el crepúsculo. Más que un proceso voluntario y consciente por parte de aquellas culturas de divinizar a los astros, las sociedades posteriores habríamos convertido en
simples astros a unos entes celestiales que antes se creyeron sólo dioses. Evidentemente,
Navegando con los dioses. Barcas sagradas en la Iberia protohistórica
91
no es casual que parte del panteón romano coincida literalmente con los nombres que
hasta hoy hemos aplicado a los planetas del sistema solar.
Como las divinidades se tenían por realidades vivientes, y como uno de los rasgos más extendidos en la naturaleza conocida entonces es que los organismos vivos se
mueven, los mejores candidatos a formar parte del olimpo principal fueron los planetas, concepto que no incluía la Tierra pero sí el Sol y la Luna. Por eso los planetarios
antiguos se concibieron en muchas ocasiones como conjuntos de siete cuerpos celestes. Además de nuestra estrella y de nuestro satélite, pertenecían al grupo sólo nuestros cinco planetas conocidos antes de que Galileo aumentara su número al inventar el
telescopio: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. No es gratuito, entonces, ni tampoco una metáfora, que la palabra «dios» contenga en muchas escrituras orientales la
representación de un asterisco, o incluso que sea sólo este signo (Azara 2010: 47-54), y
que por eso las invocaciones a las divinidades se concretaran a veces con iconos astrales (Kragh 2008: fig. 1.2).
El mundo mediterráneo participaba entonces de unas ideas comunes sobre el cosmos que hacían partir la realidad ordenada de la naturaleza de un caos prístino colocado al principio del tiempo. En dicho comienzo habrían abundado las aguas primordiales, mezcladas de forma caótica y estéril con lo sólido. De esta forma imaginaron la cosa
las distintas tradiciones sacerdotales egipcias (Lull 2004: 19-38), pero también los textos
hebreos (Génesis 1,6-7). Por tanto, la tarea inicial del demiurgo consistió en poner ley en
esta situación incierta y aleatoria, separando la humedad que impregnaba la totalidad del
mundo en dos bloques independientes: las aguas celestes y las terrestres. En la tradición
judía, el creador habría apartado también estas últimas de la tierra seca. Se daba lugar así
a un escenario elemental que proporcionaba la estructura para ir colocando ordenada y
progresivamente el resto de las cosas. La creación era en esencia el acto de dar sentido al
desbarajuste primordial carente de norma alguna, originando así, por múltiples caminos,
los seres que poblarían el mundo y las leyes que regirían sus relaciones.
Sobre la Tierra, discoidal y plana, muchas culturas colocaron un cielo en forma de
cúpula semiesférica por la que se desplazaban los dioses/astros. El mundo egipcio personalizó dicha bóveda como Nut, también diosa (Allen 2015: 1474). Su propio diseño
encontraba la razón de ser en su función de soporte físico de todos los demás cuerpos
celestes, cada uno de los cuales se movía por la superficie interna por su ruta y a su ritmo
y velocidad. En esta arquitectura urania, la simple experiencia humana había deducido
que el azul del cielo diurno es producto de la existencia de humedad en dicho ambiente:
las aguas celestes. Que eso era cierto lo demostraba de vez en cuando la propia lluvia,
casi siempre deseada por unos grupos humanos necesitados de ella para el sustento propio, así como el de sus ganados y cultivos. La simple contemplación del firmamento mostraba, además, que los cuerpos celestes se deslizaban cada jornada por esa media esfera
invertida. Al contar con muchos derroteros distintos, los cursos de las estrellas y de los
planetas generaban una maraña de senderos que conformaba un techo abovedado, un
hemisferio sideral colocado boca abajo. Lo que hoy concebimos como simples astros se
trasladaban de forma cíclica por este techo del mundo, que disponía de una faz acuosa
para hacer de lubricante a los distintos cuencos superpuestos y embutidos que conformaban los planos de desplazamiento, una idea que desde el Mediterráneo se extendía hasta
China e India (Kragh 2008: 26; Maza 2000: 185).
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José Luis Escacena Carrasco / Álvaro Gómez Peña
Al proyectar sobre los entes celestiales los rasgos de sus fieles, es decir, al antropomorfizar la conducta de los dioses, estos habrían requerido de sus propios barcos. Era la
misma necesidad que mostraría cualquier persona que tuviese que viajar por las aguas
terrestres. En este sentido, las imágenes sobre el tema son rotundas en muchas y variadas ocasiones, mostrando una clara coincidencia con lo afirmado por los textos escritos coetáneos. Desde el Indo hasta el litoral atlántico euroafricano, y desde Escandinavia
hasta el Sahara, las manifestaciones artísticas prehistóricas y antiguas narraron infinitas veces estas ideas cosmológicas. Por ello, tan elementales planteamientos sobre los
cielos y la Tierra son suficientes para explicar muchas de las expresiones plásticas que
los representaban. Para el tema que ahora nos ocupa, las imágenes de la barca sagrada
son especialmente abundantes en Egipto, donde su característico clima seco ha permitido la conservación de muchos ejemplares elaborados en madera además de los figurados en pinturas y relieves. Sin embargo, la barca cósmica y su plasmación material fue
un tema tan extendido que puede considerarse creencia común a casi todas las culturas.
En el Próximo y Medio Oriente lo conocemos a través de la literatura y de las artes plásticas. Pero también cuentan con muchos testimonios de este último tipo las culturas ágrafas de la Prehistoria occidental (Escacena et al. 2009). Las fuentes iconográficas sobre
esta temática en la Península Ibérica podrían acrecentarse enormemente si algunos signos de la pintura rupestre esquemática y de la cerámica simbólica neolítica y calcolítica
se desencriptan, pasando de simples trazos geométricos a representaciones de barcas cósmicas (figura 1). Si el camino iniciado con esta identificación sigue dando frutos positivos, la pintura rupestre de muchos abrigos prehistóricos, repleta de antropomorfos con
atuendos y rasgos que se repiten con insistencia, podrá algún día revelar detalles todavía inesperados. Tenemos la sospecha de que esta información contiene detalles relativamente precisos de las divinidades aludidas e incluso de posibles sirvientes que las asistían en sus singladuras uranias.
2. PASEMOS REVISTA A LA FLOTA
Por la extensión necesariamente breve de este artículo es imposible recoger en él todos los
testimonios arqueológicos que la Protohistoria ibérica ha suministrado ya sobre la barca
sagrada o astral, casi siempre representada en elementos plásticos muy expresivos tanto
por los detalles que revelan en sí mismos como, en caso de que se conozcan, por los contextos de procedencia. Por consiguiente, recabaremos aquí sólo unos cuantos ejemplos que
servirán de hilo conductor para entrar en la problemática que presentan y en la información que suministran. Paralelamente, su análisis nos facilitará adentrarnos en el estudio de
otros casos que completan la comprensión de los estudiados y el propio corpus documental.
2.1. Rumbo a Oriente: el híppos del Carambolo
El santuario del Carambolo empezó como un sencillo edificio compartimentado en tres
espacios: una zona de entrada al aire libre y dos capillas al fondo. En una segunda fase
se amplió enormemente, adquiriendo una planta más compleja que se conservaría en sus
Navegando con los dioses. Barcas sagradas en la Iberia protohistórica
93
Figura 1. Cuenco calcolítico procedente de
Los Millares (Almería), según Martín y
Cámalich (1982: 292).
Podemos estar ante
dos divinidades con
sus respectivas barcas
celestes, pero también
ante las singladuras
nocturna y diurna de
un mismo dios, quizás
el Sol.
rasgos principales hasta su destrucción hacia el año 570 a. C. En todas las fases, su vector axial siempre miró al orto solar del solsticio de junio, fecha en la que posiblemente se
reproducía la muerte y resurrección de Baal (Escacena 2009).
El barco hallado en este templo se elaboró en cerámica tosca, del mismo aspecto
externo que los vasos a mano coetáneos empleados para guardar y cocinar los alimentos. Pero conservaba restos de un posible engobe blancuzco y residuos de pintura roja
(figura 2). Se halló en el Carambolo IV, que corresponde a la primera ampliación del
complejo y que se fecha en el siglo VIII a. C. No se conoce el emplazamiento original de
esta pieza en las dependencias sagradas, porque, una vez rota, se arrojó a una fosa que
recogía restos de las ofrendas y objetos inservibles previamente utilizados en la liturgia
(Escacena et al. 2007).
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José Luis Escacena Carrasco / Álvaro Gómez Peña
Figura 2. Híppos del
Carambolo.
Siglo VIII a. C.
Navegando con los dioses. Barcas sagradas en la Iberia protohistórica
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Figura 3. Sección transversal del barco del Carambolo.
Al consistir en un híppos ritual, no imitaría necesariamente la realidad exacta de los
barcos fenicios. De hecho, su diseño permite plantear que se fabricó pensando en su colocación en alguna parte del santuario y en contemplarlo desde una de sus bordas. La embarcación se conserva en una tercera parte aproximadamente, y se elaboró al parecer deformando una vasija fabricada previamente con planta circular, estirando sus flancos hasta
que adquirió forma algo alargada en vista cenital. En uno de los lados conserva un asa soldada verticalmente sobre el labio del recipiente original, a modo de las llamadas asas de
espuerta. Como este apéndice está desplazado hacia uno de los lados de la nave, podemos
suponer que contaba con otro asidero similar en la parte contraria de la misma borda para
dotarla de simetría. De esta forma, dichos apéndices habrían cumplido el papel de orificios de suspensión para colgarla en alguna pared del templo; o más bien de elementos de
sujeción para darle estabilidad si se apoyaba en su propio pie sobre un pedestal o repisa.
De hecho, actuaba como peana de la vasija un cordón de cerámica soldado en su base
(figura 3). En la borda opuesta aparecen cuatro orificios completos y el inicio de un quinto,
que se realizaron por encima de una línea de carenación que separa la borda propiamente
dicha, de tendencia vertical, del resto de la obra muerta del navío, esta segunda lógicamente de tendencia curva. Es factible que por estos orificios, que se realizaron mediante
perforaciones postcocción de la pieza, salieran en su día pequeños remos hechos a escala,
que se han perdido. Pero es posible que no constituyan representaciones de gateras genuinas, ya que algunos especialistas han negado que los barcos mercantes fenicios las tuvieran (Guerrero 1998: 78). En cualquier caso, y dado que el mismo hallazgo proporcionó
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José Luis Escacena Carrasco / Álvaro Gómez Peña
dos cabezas equinas de igual tamaño y similar composición cerámica (Escacena et al.
2007: 11-12), parece que el barco del Carambolo imitó claramente las naves de carga
cananeas con cabezas de caballo tanto en la proa como en la popa. Este modelo se representó relativamente bien en diversos bajorrelieves egipcios y asirios (figura 4). Por este
detalle dicho tipo naval se conoció en el mundo antiguo con el nombre griego de híppos.
Si estuviéramos ante un simple exvoto ofrecido como imitación de una nave comercial podría esperarse una copia más fiel de la realidad del barco aludido, ya que los exvotos han tendido a ser tradicionalmente una reproducción cercana del objeto representado
para no confundir a la divinidad sobre el favor concreto que se le pide. Por este motivo,
la pieza del Carambolo es más fácil de interpretar como barca sagrada, en cuyo caso sí
podría ser un exvoto inspirado en la nave de la divinidad correspondiente. De ser acertada esta interpretación, es posible defender que se trata de una elaboración a escala de la
barca sagrada de Astarté que existiera en el santuario. Las razones de esta precisa adjudicación a la diosa fenicia residen en las pocas trazas de color que la embarcación aún
retiene, que muestran una clara combinación de rojo y blanco. Aunque mal conservada
en el barco, esta asociación de colores caracteriza en el templo del Carambolo exclusivamente a la capilla de Astarté, porque la de Baal estuvo decorada con un ajedrezado en
rojo, negro y beis, pintando unas casillas con óxido de hierro, otras con carbón vegetal
y dejando las terceras en reserva para mostrar el tono pajizo del enlucido de fondo. En
el barco, que suponemos de la diosa, el blanco se obtuvo mediante un engobe calizo, y
sobre él aparecen los restos de rojo.
La relación de Astarté con una nave que cuenta con sendos prótomos en forma de
cabezas de caballo sobre los codastes de proa y de popa recuerda sin duda varias piezas
que saldrán a relucir como paralelos a lo largo de nuestro análisis, y no deja de levantar
sospechas sobre una iconografía muy posterior que relaciona a una divinidad femenina
con dos caballos que se representan respectivamente a su izquierda y a su derecha. Igual
que el famoso Caballo de Troya pudo ser en realidad un barco de este tipo, que mucho
más tarde la tradición clásica habría confundido con un verdadero caballo de madera
(Torr 1964: 114), la advocación protohistórica tardía de la diosa protectora de los caballos
podría haber tenido este mismo origen. En época prerromana esta divinidad contó con una
amplia devoción entre los íberos (Marín 2013: 564-567). Además, se sabe que en algunos
casos fue tan alta la identidad entre el prótomo con cabeza de animal y el propio barco,
que cada tipo de embarcación podía denominarse «toro», «león», «tigre», «caballo», etc.,
siempre en función del mascarón que luciera en su proa (Luzón y Coín 1986: 67).
En el mundo fenicio del primer milenio a. C. Astarté era la patrona de la navegación, por lo que es posible que el barco del Carambolo, o más bien el original al que
este modelo en cerámica quería recordar, tuviera un significado especial en las festividades que se celebraban en el templo a lo largo del calendario litúrgico. Hay que tener en
cuenta que el complejo sacro del Carambolo estaba situado en la desembocadura antigua del Guadalquivir, un punto que, junto con la ciudad portuaria de Sevilla (Spal o Hispal), ubicada en la orilla opuesta, controlaba la salida al Atlántico de este gran río. No
sería nada extraño tampoco que, con la función concreta de lámpara, esta réplica de la
barca astral de la diosa interviniera en la principal de estas celebraciones relacionadas
con la navegación, la que se hacía en primavera y que conocemos en las versiones finales del Navigium Isidis o Ploiaphesia (Ruiz de Arbulo 2006: 206-207).
Navegando con los dioses. Barcas sagradas en la Iberia protohistórica
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Figura 4. Arriba, barcos
fenicios. Palacio de
Sargón II en Khorsabad. Museo del Louvre,
según Bondì (1988:
40). Abajo, fragmento
de una escena naval en
un relieve del templo
de millones de años
de Tutmosis III, según
Martínez Babón (2015:
fig. 8).
2.2. Astarté astral. Desencriptando el Bronce Carriazo
La pieza metálica conocida como «Bronce Carriazo» ha sido una de las representaciones
posibles de Astarté procedentes del mundo tartésico más estudiadas (figura 5). Por tanto,
evitaremos insistir aquí en cuantos detalles se conocen bien de esta singular imagen de la
diosa, salvo que haya algo nuevo que añadir a lo ya dicho sobre estos aspectos. Un trabajo de hace una década aproximadamente, firmado por María Cruz Marín y Eduardo
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José Luis Escacena Carrasco / Álvaro Gómez Peña
Ferrer (2011), ha recopilado algunos detalles interesantes sobre su primer conocimiento
para la ciencia, que todavía permanece dentro de una cierta nebulosa. Dicho artículo
también actualiza los datos y las opiniones sobre la función que tuvo como cama de un
bocado de caballo. No entraremos en estas cuestiones porque lo que aquí puede interesar tiene que ver sobre todo con el análisis de su iconografía. Pero sí señalaremos que en
ese mismo estudio recién citado se dan a conocer otras piezas muy similares adquiridas
por el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, encontradas al parecer en Israel, que
disponen de algunos rasgos complementarios de nuestra lectura como barca celeste de
Astarté. Estas otras piezas podrían haber sido fabricadas en talleres fenicios occidentales
(Jiménez Ávila y Mederos 2020).
Aunque en dicho trabajo Marín y Ferrer no entran de lleno en el problema de identificar el yacimiento de procedencia de esta pieza, sí conviene recordar que el profesor
Pellicer anotó en una de sus muchas publicaciones sobre el mundo tartésico que se había
hallado en el municipio sevillano de Villamanrique de la Condesa. Cita como lugar concreto el cortijo de Chillas (Pellicer 1989: 155). De este sitio procede también una inscripción sobre roca arenisca en escritura del suroeste o tartésica, fechada en el siglo VI
a. C. (Correa 1978). El sondeo estratigráfico realizado allí tras el descubrimiento de este
epígrafe confirmó una ocupación del Hierro Antiguo sobre un estrato prehistórico de la
Edad del Cobre, sin continuidad lógicamente entre ambos contextos (Pellicer 1983: 833834). Son interesantes estos detalles porque la propia presencia de este texto sobre piedra podría sugerir la existencia en ese punto de un santuario, sobre todo si se tiene en
cuenta que los templos de la época eran casi los únicos lugares donde se dominaba la lectura y la escritura. Vincular al Bronce Carriazo con ese enclave podría reforzar que estamos ante un lugar de culto. En este sentido, su ubicación en la orilla oeste de la antigua
desembocadura del Guadiamar en el Golfo Tartésico se corresponde bien con el modelo
de implantación poblacional fenicio que caracteriza a los estuarios atlánticos del suroeste
ibérico. Según este patrón, las embocaduras de las principales vías fluviales estarían controladas de forma efectiva y simbólica mediante la fundación de una colonia en la orilla
oriental y de un santuario en la occidental (Escacena 2018a). En el caso del Guadiamar,
el yacimiento de Chillas podría ser un buen candidato para albergar el área sagrada. Sin
embargo, al contrario de lo que ocurre en el Guadalquivir con el Carambolo y Sevilla o
en el Guadiana con Castro Marim y Ayamonte, aquí se desconoce aún un asentamiento
«profano» en la margen oriental más allá de las hipotéticas posibilidades que siempre ha
suscitado en la investigación el estratégico sitio de Aznalcázar.
El Bronce Carriazo tiene los rasgos básicos suficientes como para que todos sus estudiosos hayan captado su diseño barquiforme. En este sentido, es fácil ver su silueta cóncava, a la que se añaden dos prótomos de aves en ambos extremos como remates de proa
y de popa respectivamente. Del centro de la nave surge además la imagen de una diosa,
representada con la mitad superior de su cuerpo en versión antropomorfa. Las aves de
proa y popa, que despliegan sus alas para alzar el vuelo, son anátidas que evocan un
ambiente nilótico, muy apreciado por el arte sirio y fenicio de la época en que se fecha la
obra, los siglos VII o VI a. C. Este contexto egiptizante no es contradictorio, en cualquier
caso, con la herencia prehistórica de considerar a los patos y a los cisnes, o a otras anátidas, animales psicopompos usados con profusión en el mundo funerario. Se trata de una
tradición de fuertes raíces en la Edad del Bronce europea (Andrés 2007-2008: 883). La
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Figura 5. Bronce Carriazo. Foto y dibujo publicados en Carriazo (1973).
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moda egiptizante se refuerza en este caso con el rasgo iconográfico seguido en la representación de las orejas de la divinidad, muy abiertas para escuchar bien los ruegos de sus
fieles (García-Bellido 2002-2003: 231-233). La cenefa de flores de loto que remata su
vestido en torno al cuello y los objetos que porta en cada mano también traslucen claramente su inspiración egipcia. Estos últimos se han interpretado a veces como instrumentos musicales relacionados con el culto a Isis, sistros en concreto; pero recientemente hay
tendencia a interpretarlos como flores muy estilizadas que, debido a que tenían que cumplir la función de pasadores de las correas de la cabezada del caballo, se limitan sólo al
contorno. Esta segunda lectura parece la más correcta si se tienen en cuenta los múltiples
paralelos artísticos en los que Astarté y otras diosas orientales emparentadas con ella portan flores de loto o de papiro en sus manos.
Aunque se conocen imágenes de barcos orientales que llevan pájaros en sus extremos, el hecho de que los ánades del Bronce Carriazo se muestren con las alas desplegadas puede ser una señal del carácter uranio de la representación. A este respecto, podemos
recordar el sinfín de veces que, para divinizar a un toro, a un león o al propio disco solar,
cuando no a un personaje antropomorfo, en el Medio y Cercano Oriente o en Egipto se
dotaba de alas a sus figuras porque estos miembros representan el recurso idóneo para
indicar que habitan en los cielos. Esta solución iconográfica era útil para transmitir ese
preciso mensaje al sector más culto de la población, pero sobre todo a la mayoría iletrada
de entonces. Su aplicación a los extremos de esta imagen es garantía más que suficiente
para admitir, por tanto, que estamos ante una barca celeste y sagrada, y no ante cualquier
otro tipo de nave.
A pesar de carecer de orejas de vaca, el rostro de la diosa recuerda muy de cerca la
imagen hathórica de Astarté, tan popular entre los cananeos del I milenio a. C. por las
influencias de Egipto en su arte. El carácter divino de la representación aparece acrecentado por el ya mencionado ribete de flores y capullos de loto que rodean su cuello. Interpretadas normalmente como una simple decoración de su vestimenta, no conviene olvidar el carácter apotropaico de esta secuencia vegetal. El hecho de que la flor
de loto aparezca con asiduidad pintada sobre algunas vasijas como un friso continuo y
cerrado, sin principio ni fin, puede revelar que los fabricantes de la pieza y/o sus usuarios conocían de alguna forma este rasgo somático de la planta, que en su hábitat fluvial
prolonga su maraña de tallos bajo la superficie del agua y ofrece sus flores abiertas y sus
capullos en su parte aérea siendo todo un único organismo. Además, el loto disponía en
la época de un mensaje aún más profundo, también fraguado en el Oriente antiguo y en
Egipto. El blanco de sus pétalos simbolizaba el carácter inmaculado de Isis y de Astarté
al ser para esas divinidades el emblema cromático de la ausencia de faltas o pecados. Es
el color del loto sagrado, cuyo nombre científico actual (Nelumbo lucifera) ha recogido
precisamente este rasgo luminoso de su flor, cuya limpieza siempre está garantizada por
su peculiar carácter hidrófobo y por su textura resbaladiza, similar a una superficie encerada que repele cualquier suciedad. Esta cualidad, denominada por algunos especialistas
justamente «efecto loto», le garantiza la autolimpieza y la correspondiente ausencia de
manchas (Von Baeyer 2000). Tal simbolismo, propio de una diosa inmaculada, es el que
transmiten también algunos vasos à chardon de cerámica a mano localizados en Tartessos, muchos de los cuales muestran el cuerpo rugoso para imitar el cáliz áspero de esta
flor y el cuello bruñido como correspondería a la suavidad aterciopelada de sus pétalos.
Navegando con los dioses. Barcas sagradas en la Iberia protohistórica
101
Entre ambas partes, estos recipientes llevan a veces unas incisiones en zigzag como
representación del borde dentado del conjunto de sépalos. Las peculiares características
del loto hicieron de esta flor un verdadero emblema de la diosa, y dieron lugar a su uso
apotropaico en vasijas pintadas, donde el tema aparece como franjas de «decoración»
(Belén et al. 1997: 161), o preservando la santidad de los altarcillos funerarios de marfil (Escacena y Coto 2010: 167-168). No es entonces gratuito que en el Bronce Carriazo
una secuencia apotropaica de lotos enlazados rodee la cabeza de la divinidad, la principal
parte desnuda de su cuerpo y su imagen más identificativa. Por lo demás, Astarté lleva en
este caso sobre su frente una diadema o corona que cae desde la línea frontal de su peluca
hathórica en forma de guirnaldas colgantes. Veremos que la figura femenina representada
en una joya extremeña de Serradilla también está tocada con alhajas sobre su pelo, posiblemente como atributo identificativo de la misma diosa.
Al describir el barco del Carambolo hemos avanzado que su artífice no olvidó realizar en la borda varias perforaciones para salida de los remos. Este dato es fundamental para poder otorgarle una función precisa a los siete orificios que el Bronce Carriazo
muestra en su parte inferior. Aunque no es este el lugar correcto para ubicar los remos en
la realidad de una nave genuina, en la representación simbólica de esta embarcación de
Astarté el diseño artístico se impone sobre la versión práctica, pauta por cierto tan frecuente en el arte universal. Por eso la mejor interpretación para esos siete ojales podría
ser la de soportes para otros tantos elementos que representarían los remos de la barca
venusina. En relación con este asunto, debemos recordar que una de las piezas referidas
del Metropolitan Museum of Art similares al Bronce Carriazo conserva el arranque de
unas cadenillas que cuelgan de estas perforaciones. Esas cadenillas, o soluciones parecidas, se conocen también en ejemplares donde van rematadas en su parte inferior por
placas circulares o trapezoidales que, en este contexto, pueden interpretarse fácilmente
como las palas de los remos. De hecho, en los ambientes orientales donde pudo fabricarse o inspirarse el Bronce Carriazo se conocen representaciones de remos cuyos extremos distales acaban en palas de alguna de estas dos formas. Los vemos por ejemplo en
algunos barcos del II milenio a. C. pintados en los frescos de los palacios de Tera, pero
también en pequeñas maquetas de barcas funerarias egipcias. A este respecto, diversos
estudios dedicados al Bronce Carriazo no han olvidado señalar como paralelos estrechos
algunas piezas metálicas que cuentan con estos elementos colgantes, que en su papel
de camas de bocados de caballos o en otras funciones podían proporcionar un ambiente
sonoro por el tintineo que producirían al chocar unos con otros. No es contradictorio, por
tanto, interpretar estas prolongaciones a la vez como caireles acústicos y como remos de
la barca celeste de la divinidad (figura 6).
Que sean siete los remos de la embarcación de Astarté representada en el Bronce
Carriazo tampoco parece producto del azar, ya que esta misma cantidad se repite en las
piezas orientales conservadas en el citado museo americano. El número siete pudo tener
entre los fenicios bastante predicamento religioso. De hecho, siete eran los astros más
móviles conocidos en la época, entonces considerados todos planetas/dioses y que recordamos de nuevo: el Sol, la Luna, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Así que de
este dato pudo nacer el carácter de totalidad y perfección que el siete tuvo en diversas culturas del Próximo Oriente antiguo. En la Iberia protohistórica este número está relacionado siempre con la presencia fenicia o con sus influjos culturales. Siete eran las conchas
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José Luis Escacena Carrasco / Álvaro Gómez Peña
Figura 6. Paralelos recabados por Carriazo (1973: 42) para el Bronce Carriazo. En la nave de la
fíbula, a la izquierda, los trece remos son de palas trapezoidales. Pertenecen a una barca sagrada
aplicable a cualquiera de los cuerpos celestes/dioses del planetario antiguo, que se materializan en
los siete pequeños círculos concéntricos. Esas divinidades/astros se ciernen sobre el océano primordial, representado con una red de ondulaciones. En el tesoro de Egina, a la derecha, la embarcación
dispone de cinco remos con palas circulares.
marinas que se colocaron a la entrada de una construcción del Hierro Antiguo localizada
en la población sevillana de Las Cabezas de San Juan (Beltrán et al. 2007: 81-85), y siete
filas de estas mismas conchas forraban el escalón de una estancia del asentamiento bajo
del Carambolo (Carriazo 1970: 78). Se trata en ambos casos de acciones apotropaicas
para la protección de la puerta ante las amenazas del diablo (Escacena y Vázquez 2009),
preocupación tan extendida en el mundo antiguo (Michel 2018), sobre todo ante la infinidad de influencias maléficas que se le atribuían (Couto-Ferreira 2016). Siete sellos pendían del collar del tesoro del Carambolo (Escacena y Amores 2011: 116-127); y siete eran
también los botones de oro que formaban parte de la prenda que se ocultó en la acrópolis
del asentamiento portugués de Castro dos Ratinhos, tal vez un atuendo litúrgico (Berrocal-Rangel y Silva 2007: 172-173). Aunque existen más elementos en Tartessos y su periferia agrupados en lotes de siete, estos pocos ejemplos sirven sin duda para levantar la
sospecha de que no estamos ante una cuestión casual en la cantidad de orificios para los
remos del Bronce Carriazo. A ello podemos añadir la conocida relación de Hathor, cuya
iconografía y ambiente nilótico se usan aquí para Astarté, con este número a través de la
creencia egipcia de las siete Hathores, advocaciones o hijas de la diosa vaca que dispusieron de gran predicamento en la religiosidad popular de origen oriental difundida por
los fenicios (Marín 1978), con vínculos muy estrechos con el mundo funerario (Padró
1993: 402-403). No se conoce ninguna tradición prehistórica hispana en la que esta cifra
tenga algún protagonismo mágico o religioso, por lo que podemos usar este hecho para
Navegando con los dioses. Barcas sagradas en la Iberia protohistórica
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Figura 7. Una de las piezas similares al Bronce Carriazo. Foto Metropolitan Museum of Art.
reforzar la idea de encontrarnos ante una pieza cuyos mensajes son puramente orientales,
y no ante una hibridación de creencias del este y del oeste del Mediterráneo.
En tanto que Hathor, la Astarté del Bronce Carriazo es madre y esposa del dios Sol. Su
propio nombre egipcio, que puede traducirse como «La Casa de Horus», revela sus lazos
con el orto solar. Por eso a Astarté, nuestro planeta Venus, se alude en algunos pasajes bíblicos con la consideración de «Reina de los Cielos» (Jeremías 7,18 y 44,17-18). Como para
otros muchos de sus vecinos, para los cananeos el firmamento era un piélago cósmico
en el que la diosa se desplazaba cada jornada con su correspondiente barca, como también hacía el Sol. Por eso los bronces del museo neoyorquino llevan una roseta colocada
sobre el pecho de la diosa (Marín y Ferrer 2011: 636). Este símbolo tiene formalmente
aspecto de flor en vista cenital; sin embargo, se trata en realidad de un emblema astral
de Astarté en tanto que Lucero de la mañana y de la tarde (figura 7). Veremos un icono
parecido en la parte inferior de la tercera barca de nuestra flota, la de Serradilla analizada a continuación. Pero donde aparece con mayor claridad para aludir a un contexto
uranio es en un fragmento de vasija del enclave púnico de Cartagena. En este testimonio
la diosa se manifiesta también sólo con la mitad superior de su cuerpo. Sobre su frente
parece intuirse un adorno en forma de diadema que asoma ligeramente bajo sus cabellos,
en composición parecida a la del Bronce Carriazo y que puede aludir a las guirnaldas propias de la Hathor egipcia como señora de la belleza (figura 8).
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José Luis Escacena Carrasco / Álvaro Gómez Peña
Figura 8. Divinidad
femenina navegando
en su barca celeste,
pintada sobre cerámica
(según Maestro 1989:
fig. 117a).
2.3. Oro para la diosa. La barca astral de Serradilla
Aunque no está del todo claro el lugar concreto de su hallazgo, es posible que el tesoro
de Serradilla, hoy en el Museo Provincial de Cáceres, proceda de la Cueva del Fraile, en
el Parque Nacional de Monfragüe (Celestino y Blanco 2006: 146). El conjunto está formado por 24 piezas de oro con un peso total de 105 g. Su homogeneidad técnica y estilística revela la sincronía de los distintos elementos que lo componen, principalmente colgantes, placas, arracadas, cadenillas y un pasador. Estos autores fechan el conjunto a fines
del siglo VI a. C., si bien M. Almagro-Gorbea (1977: 230) considera que podría alargarse
su datación hasta el siguiente.
La imagen que ahora nos interesa de estas joyas está representada sobre una placa
a la que, por estar incompleta, no es fácil atribuirle una función determinada (figura 9).
Según nuestra lectura iconográfica, se trata de una barca astral con sendas cabezas de animales en la proa y en la popa. La nave reposa sobre dos apéndices inferiores que recuerdan la base del híppos del Carambolo, un detalle que podría indicar que se ha querido
representar no la realidad de una embarcación sino más bien el objeto que en un santuario podía hacer de barca sagrada. Es decir, aquí se habría querido aludir a los navíos de
madera o de cualquier otra materia prima que existían en los templos y que funcionaban
Navegando con los dioses. Barcas sagradas en la Iberia protohistórica
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Figura 9. Barca astral de Serradilla. Foto S. Celestino y J.L. Blanco.
a veces como peanas de las imágenes divinas y como andas o tronos procesionales, según
revelan algunas escenas egipcias (figura 10). Precisamente estos dos apéndices basales,
que pueden recordar indudablemente las patas de un sillón, han suscitado la interpretación de esta escena de Serradilla como un trono (Celestino y Blanco 2006: 76), que ahora
podemos releer de otra forma gracias precisamente al pie soldado bajo el barco de cerámica del Carambolo. Es más, la aceptación de que fuera un trono choca con la imagen
de la cabeza femenina que aparece sobre la composición. De hecho, si es cierto que no
extraña una cara de frente representada sobre un barco visto de perfil –así acabamos de
comprobarlo en el Bronce Carriazo–, sí choca bastante un rostro colocado de perfil sobre
un trono en vista frontal, como ocurre en este caso.
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José Luis Escacena Carrasco / Álvaro Gómez Peña
Figura 10. Procesión con la barca sagrada de una divinidad en el Egipto antiguo.
En la pieza de Serradilla, el casco de la nave tiene forma ligeramente trapezoidal y
su contorno se prolonga a izquierda y derecha por la popa y la proa hasta cada akrotérion1. Toda la escena está delimitada por una doble cuerda con posible valor apotropaico,
pues este papel defensivo de las cuerdas se conoce para otras piezas fenicias o influidas
por tradiciones religiosas orientales (Escacena y Coto 2010: 174-175). Además, podemos admitir sin problema que las cabezas de animales que rematan cada extremo serían
de anátidas, similares por tanto a las que acabamos de ver en el Bronce Carriazo. De ser
caballos esperaríamos la presencia de apéndices alusivos a las orejas, sobre todo porque
sí se atiende a indicar detalles menores como los ojos. Aunque con unas leves insinuaciones, las orejas no se olvidan en cambio en el híppos del Carambolo.
En el casco de la nave aparece claramente marcada la línea de flotación. Es una
franja en zigzag que muestra en diseño esquemático y geométrico, mediante la ausencia de granulado, la ondulación del agua donde flotaría la embarcación. Se trata en este
1. J.M. Luzón (1988) emplea para estos emblemas dos términos griegos: akrostólion y akrotérion. Sin
embargo, otros autores dan por acrostolio el espolón de una nave, mientras V.M. Guerrero (1998: 86) lo asimila
simplemente a la roda. Al ser el más acorde con su etimología, preferimos la voz akrotérion para el mascarón
con forma de cabeza de animal.
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Figura 11. Arriba, barco de Siros (según Guerrero 2006), sin escala en el original. III milenio a. C.
En la parte inferior, barcas solares en una placa ebúrnea del Turuñuelo (según Rodríguez González
y Celestino 2017: fig. 10). En ambos casos el zigzag se utiliza para indicar la línea de flotación.
caso de un recurso estilístico muy frecuente en múltiples representaciones náuticas de la
época y que no ofrece dudas al respecto, pues en el mundo antiguo aparece en imágenes de navíos sobre cerámica u otras materias primas, así como en la numismática. Así
se representó ya, en una época mucho más vieja, en algunos de los barcos incisos sobre
las «sartenes» calcolíticas cicládicas, pero son mucho más cercanas en tiempo y espacio
las líneas de flotación zigzagueantes de las barcas representadas sobre una caja de marfil procedente del Turuñuelo, en la provincia de Badajoz (figura 11). Para apreciar este
motivo en la embarcación de Serradilla es necesario fijarse precisamente en la ausencia
de granulado; de lo contrario interpretaríamos lo que siempre se ha visto: dos series de
triángulos rellenos de granulado y enfrentados, a modo de dientes de sierra engranados.
El granulado –en este caso concreto la disposición de tipo 3 de Perea (1991: fig. 12)–
constituye un recurso técnico que, aunque muy usado en la orfebrería protohistórica, casi
siempre está desprovisto de significado. Pero aquí podría contener un importante mensaje simbólico añadido. De hecho, conocemos imágenes egipcias de Nut, precisamente
fechadas en el primer milenio a. C., en las que el agua cósmica se concreta en un mar de
pequeñas gotas porque así cae el agua del cielo cuando llueve. Esta misma solución se
habría aplicado a representaciones muy esquemáticas de barcas astrales durante el Calcolítico occidental (figura 12). Por eso sospechamos que el campo granulado de la pieza
de Serradilla, atravesado horizontalmente por una línea quebrada donde este falta, está
representando el océano sideral. Más abajo, ya en la parte que podría considerarse obra
viva de la barca, se disponen ocho medias esferas contenidas en un hilo torcido y que
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José Luis Escacena Carrasco / Álvaro Gómez Peña
Figura 12. A la izquierda, vista cenital abstracta de una nave urania. Imagen incisa sobre placa
de cerámica procedente de Vilanova de São Pedro (Portugal). Edad del Cobre. Dibujo tomado de
Almagro Gorbea (1973: fig. 55.7). A la derecha, la bóveda celeste en un papiro funerario de la princesa Nesitanebtenhu, sacerdotisa de Amón-Ra, de hacia el año 1000 a.C. Según Budge (1904, vol.
II: 96-97). En ambos casos el agua cósmica se representa mediante un mar de puntos.
dibujan también una franja horizontal. Aunque puede asaltar la tentación de interpretarlas de forma parecida a los siete orificios del Bronce Carriazo, es decir, como referencias ópticas a los huecos de salida de los remos, este rol no es aquí defendible por no ser
el único sitio de la pieza donde se plasma el mismo tema. De hecho, también aparece en
la parte superior de la composición, en este caso con once semiesferas conservadas dispuestas en cenefa corrida al margen por completo de la escena náutica. Su diseño técnico
se corresponde en realidad con un simple tipo de filigrana de la orfebrería protohistórica,
la modalidad 8 de Perea (1991: fig. 11).
Tal vez los detalles más interesantes de esta joya extremeña radiquen en los elementos situados sobre la embarcación propiamente dicha y bajo ella, posiblemente
dos imágenes distintas de una misma divinidad. Como pasajera de la nave, la figura de
la diosa dispone de un diseño antropomorfo limitado a la cabeza, que se adorna con
ciertas alhajas. La composición recuerda en este caso el motivo que recogen nueve
pequeñas láminas de oro procedentes de la tumba 8 de la necrópolis de Amatrice,
en Saletta (Lazio occidental). En este ajuar, que se fecha también en los siglos VI-V
a. C., las plaquitas se troquelaron con una misma matriz (Alvino 2004: fig. 7). En ellas
la cara de la divinidad, que mira de frente, dispone de un peinado simétrico cuyos
mechones laterales se trenzan y se prolongan a cada lado para formar el cuello de los
animales que rematan la barca por proa y popa. Bajo la barca de Serradilla se representa a la misma diosa en su más pura esencia celeste, es decir, como astro luminoso materializado en un emblema circular radiante. Al ser la superior una representación femenina –¿Astarté?–, podemos asumir que, si la inferior se refiere también a
esa deidad, correspondería al planeta Venus. En diversas culturas antiguas este astro
se identifica con una entidad femenina que hacía de compañera matrimonial del Sol/
Navegando con los dioses. Barcas sagradas en la Iberia protohistórica
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Figura 13. Divinidad navegando en su barca celeste. Tesoro de Aliseda. Foto Almagro-Gorbea
(1977: lám. XXX).
dios (Escacena 2017: 57). Es Astarté para el mundo fenicio arcaico y Tanit para sus
descendientes de la Cartago púnica (Marlasca 2004). La elección de dicho planeta
como esposa del Sol tenía detrás unas razones singulares, que hoy podemos calificar
de astronómicas: su elongación nunca supera los 44º (Kragh 2008: 56). Esta distancia
corresponde a la separación máxima que el planeta muestra en relación con el Sol en
una circunferencia teórica de 360º. Este hecho hace que lo veamos siempre cerca de
él y siguiendo sus pasos, como se esperaría entonces de una esposa fiel y modélica.
Venus es el planeta más cercano al Sol después de Mercurio, pero este no fue digno de
la referida categoría nupcial por su menor brillo.
La composición iconográfica de Serradilla pudo tener bastante éxito en la Iberia prerromana, porque se parece mucho a la pintada en el vaso de cerámica de estilo ibérico ya
aludido, en la que la mitad superior de un personaje femenino –la diosa– navega entre
rosetas (figura 8). A pesar de su nombre arqueológico, que induce a clasificarla como elemento decorativo vegetal, la roseta es claramente emblema uranio de Astarté en su condición de Lucero (Escacena 2018b: 81). Este icono se convirtió en uno de los blasones
más emblemáticos de la Señora de los fenicios (Kukahn 1962: 80), y posteriormente de la
Tanit púnica (Aubet 1982: 37; Blázquez 1997: 80 y 85; Rindelaub y Schmidt 1996: 50),
de donde pasó a la diosa íbera alada (Olmos 1992: 41).
Especial significado puede tener también el hecho de que el rostro antropomorfo de
la divinidad de Serradilla mire hacia la derecha. Si se compara este rasgo con la barca
astral representada en una sortija de Aliseda (figura 13), podemos concluir que esta disposición está determinando el sentido de navegación, en este caso definido de izquierda
a derecha. Esta misma dirección caracteriza al personaje femenino y de cuerpo entero, ya
citado, de la barca astral de Egina (figura 6). Todas estas características evidencian unas
profundas relaciones de la iconografía contenida en esta joya de Serradilla con el Mediterráneo oriental, que en esta parte de la Península Ibérica se deben a la colonización
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José Luis Escacena Carrasco / Álvaro Gómez Peña
fenicia. De ahí que sea factible insistir aún más en el simbolismo de esta pieza a través de
imágenes orientales sobre dicha cuestión.
Como se sabe, el mundo fenicio escribía y leía de derecha a izquierda. En consecuencia, la mirada de la diosa de Serradilla y el sentido de marcha de su nave cósmica
no reflejan la dirección fenicia de escritura y lectura. Descartada esta posibilidad, es
ahora mucho más fácil encontrar el mensaje que se esconde detrás de esta característica. Para un observador terrestre con pensamiento geoestático y geocéntrico, todos los
astros salen por el este y se ponen por el oeste, y por tanto puede ser esa la singladura
plasmada en la composición de Serradilla. En la cartografía occidental de hoy el norte
siempre se coloca en la parte superior del mapa, y por tanto el este queda a la derecha y
el oeste a la izquierda. Esto es un gran impedimento para que se cumpla la hipótesis que
proponemos, pues las barcas de Serradilla y de Aliseda navegarían en sentido contrario
a las órbitas planetarias. Sin embargo, sabemos que el mundo egipcio colocaba el norte
abajo y el sur arriba, justo al contrario de la costumbre actual, con lo que el este quedaba
a la izquierda y el oeste a la derecha. Como consecuencia, lo que sostenemos en realidad
es que los autores de la joya extremeña y sus usuarios potenciales participaban de unos
conceptos cartográficos similares a los del Egipto faraónico, y que los fenicios también
usarían esos mismos parámetros para poderse entender con los egipcios, con los que tan
abundantes y profundos contactos mantuvieron durante el I milenio a. C. Así que, si queremos entrar de lleno en esta mentalidad, deberíamos hacer frecuentes ejercicios de lectura cartográfica con los mapas volteados en vertical y horizontal respecto a la posición
que aprendimos en la escuela. Si de paso miramos al horizonte meridional terrestre desde
la latitud del Mediterráneo, comprenderemos la razón de esta visión contraria a la nuestra. Mientras el cielo esté despejado, desde esta perspectiva ningún día del año perderemos de vista la posición solar, cosa que no lograríamos con facilidad mirando hacia el
norte. Y si tuviéramos la destreza ya perdida de aquellas culturas sobre el cómputo temporal de cada jornada, estaríamos en condiciones de saber la hora en cada instante del día.
Por eso, es lo más lógico que quienes miran a diario más al sur que al norte para calcular la hora representen el sur en la parte distal del mapa –la más alejada del observador–
y el norte en la proximal, y por tanto el este a la izquierda y el oeste a la derecha. Quien
diseñara la pieza de Serradilla tenía desde luego la misma representación mental sobre el
cosmos que el autor de la imagen de Nut antes citada. Porque en ella la divinidad solar
–Ra– navega en su barca sagrada desde su orto, a la izquierda, hacia su ocaso, a la derecha. Por eso también la expresión «rezo del amanecer» se plasmó a veces en la escritura
jeroglífica con un grafismo en el que un personaje dirige su plegaria a un astro luminoso
que se levanta por la izquierda del lector (figura 14).
3. APUNTES FINALES SOBRE UNA CREENCIA ANCESTRAL
A pesar de los fuertes vínculos directos con el mundo fenicio que tienen todos los testimonios estudiados anteriormente, la Península Ibérica participó durante gran parte de
su Prehistoria de unas ideas sobre el firmamento muy parecidas a las que se constatan
en tiempos protohistóricos. Este hecho no debe tomarse como el resultado de una evolución local independiente y directa entre ambas etapas cronológicas, sino más bien como
Navegando con los dioses. Barcas sagradas en la Iberia protohistórica
111
Figura 14. Si en la escritura egipcia el orto solar se representa a la izquierda es porque en esa parte
se coloca el este (imagen inferior derecha). En la figura de arriba, el Sol navega por Nut de izquierda
–el este– a derecha –el oeste–, por lo que el norte está abajo y el sur arriba. El mismo sistema cartográfico puede reflejar la joya de Serradilla, en la imagen inferior izquierda.
la constatación de que casi todo el Mediterráneo poseyó durante milenios una visión
similar del cosmos. Tal parecido se manifestaba aquí y allá con particularidades regionales que no llegaban a desfigurar la línea medular compartida; y ello a pesar de los posibles hiatos y aislamientos registrados en determinados ámbitos geográficos durante la
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José Luis Escacena Carrasco / Álvaro Gómez Peña
secuencia cronológica total. Ese sustrato basal tenía como núcleo común la idea de un
universo geocéntrico dispuesto en forma de media esfera sobre el mundo habitado, y que,
para encajar bajo esa bóveda celeste, la propia Tierra debía ser necesariamente un disco
plano. En dicha estructura, los siete dioses principales –nuestros planetas más el Sol y la
Luna– se desplazaban a través de un medio acuoso, para lo cual estaban necesitados de
sus correspondientes navíos. Habitaban en las alturas de ese techo, que se concebía igualmente como destino humano tras la muerte. Esto último explica, de hecho, la presencia
de barcos en las sepulturas, ya que son indispensables también para los fallecidos que
alcanzan el paraíso o para transitar hacia él. Desde este punto de vista, podemos comenzar a interpretar como barcas del más allá algunas vasijas prehistóricas descritas a veces
en la bibliografía especializada como simples cuencos naviformes, por ejemplo una pieza
hallada en los enterramientos calcolíticos de la Cueva de los Cuarenta (figura 15).
Lo que más sorprende de esta creencia primitiva es la extensión casi mundial de
su estructura raíz y de muchos de sus detalles más nimios, que denotarían la existencia
Figura 15. Navecilla de
cerámica usada como
ajuar funerario en el
Conjunto 11 de la Cueva
de los Cuarenta, en la
provincia de Córdoba.
Dibujo de Vera (2014:
109).
Navegando con los dioses. Barcas sagradas en la Iberia protohistórica
113
Figura 16. En el mundo maya, la barca sagrada estaba asistida por dos dioses remeros. Pintura sobre
cerámica. Imagen tomada de Rivera (2009: fig. 2).
de un sustrato común ancestral que dio origen a múltiples manifestaciones regionales
extremadamente parecidas en sus presupuestos básicos. Así, en la América precolombina varios dioses disponen también de su barca cósmica para deambular por los cielos,
representada allí normalmente como una canoa asistida por personajes bien definidos que
actúan como remeros (figura 16). Y por eso el viaje de ultratumba que hacen los muertos también se realiza en una embarcación funeraria que atraviesa ríos y mares primordiales (Rivera 2008: 13-14). Se trata de un modelo bien conocido en Egipto por ejemplo,
y que pudo ser muy común en diversos ámbitos de la Prehistoria reciente mediterránea.
De ahí la frecuencia con que se repiten diversas asociaciones de ciertas figuras estereotipadas en algunas imágenes de la época, por ejemplo en la pintura rupestre esquemática
de la Península Ibérica.
La falta de sincronía entre muchas de estas representaciones del Nuevo Mundo y
las de Eurasia demuestra que la razón de los parecidos constatados entre ellas no puede
deberse a una influencia directa entre estos dos ámbitos, ni en una dirección ni en la
opuesta. Pero resulta aún más difícil explicar las semejanzas mediante procesos de convergencia analógica que, partiendo de situaciones distintas, acabaran por llegar a metas
comunes a veces tan similares. Estas cuestiones sólo se transmiten por vía cultural, no
van en nuestros genes. El hecho de que en varias regiones del mundo se haya evolucionado hacia sistemas agrícolas prístinos puede ser el resultado independiente de unas mismas presiones selectivas que condujeron desde el forrajeo y la caza hacia las relaciones
de simbiosis mutualista que conocemos como domesticación (Rindos 1990). Pero formar
parte de una sociedad agrícola no lleva necesariamente a la heliolatría, y mucho menos
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José Luis Escacena Carrasco / Álvaro Gómez Peña
Figura 17. Posibles barcas cósmicas paleolíticas representadas en el arte rupestre de la Cueva del
Castillo, Santander.
a creer en todos los casos que los dioses y las almas de los humanos difuntos necesiten
barcos para desenvolverse por los cielos, y que estas naves estén gobernadas por una tripulación que las asiste y que muchas veces la componen personajes sagrados o divinos
(Benito 2009: 43; Rivera 2009: 9).
Desde la arqueología evolutiva, nuestra solución a este tema se inspira en el análisis
filogenético, aplicado ya al origen y a la dispersión de algunas creencias humanas (d’Huy
2013). La hipótesis sostiene la posible existencia de un parecido homológico basado en la
idea de que las comunidades superopaleolíticas del Viejo Mundo poseían ya esta visión
de los cielos y de la Tierra, y que fueron ellas las que la llevaron por todos los rincones que ocuparon en nuestro planeta. Las semejanzas de muchas cosmologías mundiales se deberían, pues, a la existencia de un pensamiento ancestral común sobre el tema,
alojado en la mente de Homo sapiens antes ya de su paso al continente americano por
Beringia. De ser correcta, esta explicación predice la posible existencia en el arte de los
últimos cazadores-recolectores del Viejo Mundo de representaciones concretas de dicha
Navegando con los dioses. Barcas sagradas en la Iberia protohistórica
115
mentalidad. Y ya tenemos algunas imágenes que levantan serias sospechas como buenas
candidatas. Así, y para limitarnos ahora al tema que nos ocupa en este artículo, proponemos la posibilidad de que los motivos pintados conocidos como «tectiformes» puedan ser
representaciones de botes muy primitivos de tipo canoa que, fabricados con pieles cosidas y/o con otros materiales perecederos, aludirían a la barca astral. En la Cueva del Castillo, ese tema concreto se plasmó sobre una corriente alusiva a un posible mar o a un río
cuyas aguas, por estar representadas mediante largas secuencia de puntos, parecen uranias más que terrestres (figura 17).
Agradecimientos
Artículo elaborado en el marco del Grupo Tellus (HUM-949 del PAIDI -Plan Andaluz de
Investigación, Desarrollo e Innovación-), radicado en el Departamento de Prehistoria y
Arqueología de la Universidad de Sevilla, y del Proyecto Colonia Aelia Augusta Italica.
Arqueología del Sector NE de la Vetus Urbs de Italica en el Marco del Proceso de Romanización en el Guadalquivir Inferior. Dicho proyecto (HAR2017-89004-P) corresponde
al Plan Estatal 2013-2016 (Excelencia - Proyectos I+D) del Ministerio Español de Ciencia, Innovación y Universidades, con ayuda de Fondos Feder.
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Colección Spal Monografías Arqueología
Editorial Universidad de Sevilla
Los estudios sobre historia de las religiones han distinguido tradicionalmente entre la
materia y el espíritu, entre el objeto y el sujeto, entre el rito exterior (y primitivo) y la
fe personal (interior y supuestamente más evolucionada). Esta diferenciación, desarrollada por los estudiosos centroeuropeos en el siglo XIX, no hace justicia a la mayor
parte de expresiones religiosas de la Antigüedad, en las que lo material y lo ritual eran
absolutamente centrales. Esta obra presenta varios estudios sobre las prácticas rituales
y los objetos litúrgicos de egipcios, hebreos, fenicios, íberos, griegos y romanos, entre
otros pueblos. El lector podrá encontrar en el libro la descripción y análisis de una
apasionante constelación de objetos que poseían vida propia: desde barcas sagradas
que servían de medio de transporte a los dioses-astros, a amuletos y otros curiosos
objetos de los magos antiguos; desde el sacrificio de los corderos en la pascua de
Israel, a las mil utilidades rituales de la sal en Roma. El libro no solo es interesante por
su objeto de estudio, sino también por los nuevos enfoques metodológicos empleados
por sus autores, todos ellos de primer nivel. Se trata, así pues, de una magnífica obra
para cualquier lector interesado en la historia de las religiones en la Antigüedad.
eus
Editorial Universidad de Sevilla
ISBN 978-84-472-3095-2
9 788447 230952