La cuestión del canon en la didáctica de la teoría literaria
Graciela Mayet
Universidad Nacional del Comahue
graciela.mayet@yahoo.com.ar
Resumen
La crisis del lenguaje instaló la conflictividad en las disciplinas humanísticas al
cuestionar el significado de las palabras y la referencialidad del signo lingüístico. En la
teoría literaria esto implicó la apertura a otras disciplinas lo cual multiplicó las
significaciones de los textos. El problema del canon no es ajeno a estos cambios pues
la primera dificultad que se presenta es el de la autoridad pues, ¿quién o qué
institución decide lo que debe tenerse por más valioso? La mayoría de los críticos
considera que el canon carece de fijeza, aunque algunos de ellos manifiestan que
ciertas obras permanecen en el canon, al menos, por un tiempo. Esto no obsta a que
cada uno construya un canon personal de obras. De todos modos, hay autores, como
Kermode, que aseguran la permanencia en el canon si la obra tiene “modernidad
perpetua”. Una solución es adoptar el concepto de espacio transicional (Winnicott) y
aplicarlo a la cuestión del canon, con lo cual llevamos los extremos irreductibles de
obras consagradas y no consagradas a cierta elasticidad o fluctuación entre ellas.
Palabras clave
literatura - teoría literaria – lenguaje - crítica – canon - espacio transicional
Abstract
The crisis of language installed conflict in humanistic disciplines by questioning the
meaning of words and the referentiality of the linguistic sign. In literary theory this
implied openness to other disciplines which multiplied the meanings of the texts. The
problem of the canon is not alien to these changes since the first difficulty that arises is
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that of authority, because who or what institution decides what should be considered
most valuable? The majority of critics consider that the canon lacks fixity, although
some of them state that certain works remain in the canon, at least for a time. This
does not prevent everyone from building a personal works canon. Anyway, there are
authors, like Kermode, who ensure the permanence in the canon if the work has
"perpetual modernity". One solution is to adopt the concept of transitional space
(Winnicott) and apply it to the question of the canon, thereby bringing the irreducible
extremes of consecrated and non-consecrated works to a certain elasticity or
fluctuation between them.
Key words
literature – literary theory – language – criticism – canon – transitional space
Introducción: un poco de historia y algunos problemas teóricos
La crisis del lenguaje, que se inicia con las búsquedas estéticas de Rimbaud y Mallarmé
en la segunda mitad del siglo XIX y continúa con las primeras vanguardias, la poesía de
Beckett y el surrealismo, afecta a la teoría literaria, tal como esta se desarrolló en
Francia en la segunda mitad del siglo XX. Esta teoría tiene uno de sus fundamentos y
condiciones de posibilidad en dicha crisis del lenguaje. A partir de la década del
sesenta, los estudios de literatura se orientaron hacia reflexiones sobre el lenguaje, la
historia y otras disciplinas. De este modo, la teoría se constituyó en una serie de
escritos que abrevan en las disciplinas más diversas: filosofía, historia, psicoanálisis,
teoría marxista, antropología, lingüística y sociología.
Si abordamos una definición de teoría literaria, resultan pertinentes los aportes
de Jonathan Culler: “La teoría es un conjunto de reflexión y escritura de límites
extremadamente difíciles de definir” (2004, p. 13). No obstante, lo más interesante,
respecto de nuestro trabajo, es el señalamiento que hace este teórico acerca de que
los efectos que la teoría produce son más interesantes y exactos que un intento de
definición. Culler sostiene que esos efectos son el hecho de poner en duda “las ideas
que son de sentido común sobre el significado, la escritura, la literatura o la
experiencia” (p. 14). Esto implica negar que el significado de un texto es aquello que el
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autor quiere decir; que la escritura y la literatura son expresión de algo externo a ellas
mismas, y que la realidad es algo presente en algún momento y, entonces, es posible
captarla”. Estas ideas dan cuenta de que la teoría es “una forma práctica de
especulación” (p. 25) que pone en tela de juicio las presuposiciones, opiniones, lo que
se entiende por doxa, las cuales, en realidad, constituyen una construcción, un
producto histórico y cultural. Culler, pues, proporciona cuatro rasgos de la teoría: es
interdisciplinaria, es analítica y especulativa, es crítica del sentido común, es decir, de
conceptos considerados como naturales, y reflexiva y analítica respecto de las
categorías utilizadas para dar sentido en la práctica discursiva.
Resulta sumamente interesante que los estudiantes, tanto de nivel medio como
superior, al abocarse al estudio de la teoría literaria, tomen conciencia sobre la
ligereza con que se toma habitualmente el conocimiento empírico de las cosas, por lo
cual la crítica al sentido común y el análisis de las categorías son herramientas
formadoras del juicio crítico y del pensamiento analítico, enfrentándolos al
cuestionamiento de las ideas previas, de los preconceptos y prejuicios. Por eso dice
Culler: “…la tarea principal de la teoría más reciente (es) la crítica de todo lo que se
toma por natural, la demostración de que todo lo que se ha pensado o declarado como
“natural” es en realidad un producto histórico y cultural” (p. 25).
Habida cuenta, pues, de la amplitud de la teoría literaria y de su incesante
crecimiento que impiden dominarla, los estudiantes verán en ella el cuestionamiento
de los supuestos en que basamos nuestras presunciones. La solución es limitar las
áreas, los campos de estudio, concentrando los esfuerzos en problemas puntuales
como: ¿qué es la literatura?, ¿qué es una teoría? ¿qué es autor, lector, texto y cuáles
son las teorías correspondientes a esas categorías? Estas reflexiones siempre han de
estar acompañadas por trabajos prácticos sobre textos literarios y críticos, de modo
que permitan reconocer diferentes problemáticas sobre dichas categorías. Todo esto
en el caso de la Teoría literaria I pues en la Teoría literaria II se refinará la reflexión en
torno a problemas más específicos como ficción, cuerpo y violencia, sujeto, estética y
política, masas y modernidad, entre otros.
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Quizá sería adecuado presentar a Teoría literaria como una asignatura en que,
como lo hace Foucault, el paradigma sea el modelo que impone la constitución de una
ciencia. Y también, sobre todo, como menciona Agamben, el exemplum que permite
reunir enunciados y prácticas discursivas en un nuevo conjunto inteligible y en un
nuevo contexto problemático (2010, p. 9). De este modo, Teoría literaria, como
disciplina que abreva en diversos campos de estudio, está abierta a los paradigmas en
que cada corriente teórica construyó su discurso.
Luego de que los formalistas rusos iniciaran el estudio científico de la literatura,
sentando las bases de la moderna teoría literaria, posteriormente, en las décadas del
sesenta y setenta, con las propuestas de Barthes, Foucault, Derrida, Deleuze, Kristeva,
Bourdieu, se puede considerar que se inicia la teoría como disciplina académica.
A cierta distancia de estos pensadores, Antoine Compagnon en su “Pour quoi
faire?”, Lección inaugural pronunciada en 2006 en el Collège de France, sitúa a la
literatura en un espacio donde discutir los valores que puede crear y transmitir, donde
reflexionar sobre su lugar en la vida, en especial, en el ámbito educativo y sobre su
poder, destacando así la vinculación entre lugar público y literatura. Compagnon parte
de las preguntas: “¿Qué puede la literatura? ¿Qué valor le atribuye la sociedad hoy?”
(p. 10).En el desarrollo de dicho discurso, se propone reunir la dicotomía entre teoría e
historia:
Théorie ne voudra dire ni doctrine ni système, mais attention aux notions
élémentaires de la discipline, élucidation des préjugés de toute recherche, ou
encore perplexité méthodologique; et histoire signifiera moins chronologie ou
tableau de la littérature que préocupation du contexte, souci de l’autre, et donc
prudence déonthologique. [Teoría no querrá decir ni doctrina ni sistema, sino
atención a las nociones elementales de la disciplina, aclaración de prejuicios en
toda investigación o aun, perplejidad metodológica. Historia significará menos
cronología o cuadro de la literatura que preocupación por el contexto ,
preocupación por el otro y, entonces, prudencia deontológica]. (p. 21).
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En consecuencia, el objetivo de Compagnon es atravesar, perforar la
contradicción subyacente entre la literatura y la modernidad. En esta dupla, la crítica
ha de ser su razón de ser y estos tres componentes, la teoría, la historia y la crítica, son
esenciales para anudar el estudio de la literatura. También Ítalo Calvino, citado por
Compagnon, ha señalado la importancia de la literatura: “Si tengo confianza en el
futuro de la literatura es porque hay cosas que solo la literatura puede ofrecer por sus
propios medios” (2003, p. 11).
Por su parte, la teoría, a partir del formalismo ruso, como se dijo, hizo los
primeros aportes para constituir a la literatura en una ciencia. En este sentido, la
reflexión teórica se proyecta sobre la estructura y mecanismos, sobre las leyes que
subyacen al texto literario, sobre los aspectos específicos de ese texto, en una
reflexión propia de este primer tramo de la evolución de la teoría literaria. El
formalismo tuvo el mérito de señalar y especificar su objeto de estudio: el lenguaje
literario y explicar su comportamiento.
Posteriormente, el estructuralismo considera al texto literario como una
estructura formada por niveles jerárquicos e integrativos, según el modelo lingüístico
aportado por Émile Benveniste. A estas dos corrientes teóricas inmanentistas
centradas en el estudio de la obra o texto, continúan los estudios socio-críticos de
Mijaíl Bajtín para quien la literatura es un diálogo intertextual participativo entre
distintas voces, textos, sujetos, inscriptos en el diálogo general de la cultura.
No vamos a detenernos en más corrientes teóricas porque ese no es el objetivo
de este trabajo, pero sí hemos mencionado los momentos iniciales y fundantes de las
reflexiones teóricas posteriores. Respecto de los problemas de la teoría literaria, es
relevante el de la especificidad literaria según si las teorías literarias reconocen dicha
especificidad dentro del texto y según rasgos específicos de este: teorías inmanentes o
fuera del texto, las que describen normas, convenciones, propias del mismo: teorías
institucionales. También atañen a las reflexiones teóricas los problemas del sentido y
de la representación; cómo lee cada teoría la literatura, pues al leer nos situamos en
un paradigma interpretativo el cual es social, histórico y, por lo mismo, inestable. En
efecto, las teorías surgen de prácticas literarias; así el formalismo, del futurismo ruso;
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el post-estructuralismo, del nouveau roman, y de la revista y grupo Tel Quel (19601982); además, Lukacs hizo una importante lectura de Balzac; Benjamin, un estudio
sobre Baudelaire.
Teoría literaria y su didáctica
El primer y básico punto de partida para reflexionar sobre la didáctica de la teoría
literaria es que no debemos partir de la teoría para aplicarla mecánicamente a un texto
literario, sino que debe tenérsela en cuenta para un uso crítico; tampoco aplicarla de
manera ecléctica pues el eclecticismo separa a las teorías de su fundamento ideológico
y las usa con fines meramente metodológicos.
Respecto de cómo leer la teoría, hay que tener en cuenta que esta genera una
praxis crítica y que esta, a su vez, genera teoría. En nuestra lectura del texto literario se
plantean problemas teóricos. Así pues, un autor suscita una serie de trabajos críticos
por lo cual luego observamos a qué concepciones de la literatura responden esas
lecturas críticas; qué lugar tienen en ellas el autor y el lector, la obra y la realidad de la
época. Entonces la reflexión sobre la teoría literaria nos lleva, en primer lugar, a
considerar que, así como no hay una definición precisa de qué es literatura, tampoco la
teoría es definible. Dijimos antes que las distintas teorías postulan una especificidad
literaria, han construido diferentes objetos teóricos y han hecho variadas lecturas
sobre los textos literarios. Las teorías literarias tendrían por función analizar, describir
y reflexionar sobre las teorías literarias particulares; analizarían el juego de debates
entre las teorías y no se identificaría con ninguna de ellas. La teoría lee y examina a las
teorías particulares, analiza y describe a los modelos, a la crítica y a las concepciones
de la literatura. Todas esas teorías particulares leen la literatura, pero la teoría general
analiza y describe esos modos de leer, por lo tanto, constituye un análisis metateórico
de dichas teorías particulares. En este sentido, cabe citar a Walter Mignolo:
Toda teoría literaria es una teoría específica (teoría de una especie de objetos)
incluida en un marco de referencia (paradigma) y en teorías genéricas (teoría
de un género de objetos) (…) Las teorías específicas dependen de teorías
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generales, como las teorías del lenguaje y las teorías del texto, por ejemplo
(Mignolo, 1986, pp. 49-50).
La perspectiva semiótica en que se inscribe el trabajo de Mignolo instala a la
teoría en un terreno neutro, aislado de las luchas que se producen en las teorías
particulares en los contextos políticos, sociales, históricos, en que surgieron, de modo
que el semiólogo se sustrae al debate ideológico.
Al enfocar la didáctica de la teoría, es necesario deslindar claramente las
distinciones entre teoría y crítica como prácticas diferenciales, algo fácil de confundir
por parte de los estudiantes de los niveles medio y superior. Mignolo dice que la crítica
en el sentido de “descripción, interpretación y evaluación de obras literarias, se
corresponde más con la comprensión hermenéutica que con la comprensión teórica”.
(1986, p. 31) Así es como la crítica lee, describe, evalúa e interpreta un corpus
concreto, no obstante, no lo problematiza. A la teoría literaria le compete hacer una
lectura de la crítica, una crítica de la crítica o metacrítica. Silvia Barei nos dice que “la
crítica es conflictiva, en tanto batalla con un texto; es productiva y creadora, pues se
piensa a sí misma como texto original; es relativa ya que como práctica no agota al
texto, sino que lo reformula provisoria y parcialmente” (1998, p. 33). Asimismo, tiene
un carácter individual y tiende a ser selectiva respecto del texto y de la teoría desde
donde se lo lee.
Por su parte, Terry Eagleton sostiene que la crítica moderna surgió durante la
lucha contra el absolutismo y la sociedad jerarquizada. Señala también: “La voz de la
crítica solo ha adquirido atención generalizada cuando, en el acto de hablar sobre la
literatura, ha emitido un mensaje lateral sobre la forma y el destino de toda una
cultura”, sin embargo, en la actualidad ha desviado el rumbo presionada por la
especialización y la división del trabajo propias del desarrollo del capitalismo, por la
esfera pública liberal y burguesa y entonces, ya no se ocupa de temas de interés social
(1999, p. 122).
Para Roland Barthes, la crítica desdobla los sentidos, hace flotar un segundo
lenguaje por encima del primer lenguaje de la obra. El sentido del texto se halla a
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través de sujeciones que el crítico ha de tener en cuenta ya que ese sentido se
constituye en cadenas de símbolos que conforman la obra. La crítica es un
metalenguaje y por ello busca lo válido y no verdades, pues el lenguaje no es ni
verdadero ni falso, por constituir un sistema de signos (1983, p. 304).
Respecto de los aportes de Foucault, este filósofo dice que una de las preguntas
que la teoría se hace es qué es la literatura; además, plantearla significa fundirla en el
acto de escribir. Es una pregunta que “en cierto modo es un hueco que se abre en la
literatura, hueco donde tendría que alojarse y que recoger probablemente todo su
ser” (1996, p. 63). El lenguaje de la literatura -para Foucault- es ausencia, simulacro.
También Mallarmé hablaba de esa ausencia, esa distancia que abre la palabra
literatura, como dice en su poema-manifiesto:
Toute l’âme résumée/quand lente nous l’expirons/dans plusieurs ronds de
fumée/abolis en d’autres ronds/atteste quelque cigare/brûlant savamment
pour peu/que la cendre se sépare/de ce beau baiser de feu./ Aussi le choeur
des romances/à la lève vole-t-il exclus-en si tu commences/le réel parce que
vil/le sens trop marque nature/ ta vague littérature. (1998, p. 164) [Toda el
alma resumida/ cuando lenta la expiramos/ en varios círculos de humo/
abolidos en otros círculos/ atestigua algún cigarrillo/ ardiendo sabiamente por
poco/ que la ceniza se separe/ de ese hermoso beso de fuego. / Así el coro de
las romanzas/ cuando te levantas, vuela excluido de ellas si tú comienzas/ lo
real porque vil. / El demasiado sentido muestra naturaleza tu vaga literatura].()
Siguiendo con la línea de presentación del problema de la teoría y la literatura y
sus relaciones, acudimos a lo que Josefina Ludmer dice: “La teoría literaria no es la
aplicación de modelos sino el análisis y la reflexión sobre las concepciones de la
literatura que conllevan toda una serie de preguntas o problemas, tanto desde sus
definiciones internas como a partir de las externas o institucionales” (1985, p. 2).
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Ludmer señala que los textos literarios deben llevar a la teoría y no al revés porque es
en las prácticas literarias donde se funda la teoría y sus problemas. Por ejemplo, el rol
del autor conviene analizarlo desde el punto de vista de varias teorías y,
paralelamente, ir mostrándolo en textos literarios. Primero se abordan los problemas y
luego se ven las teorías que los atraviesan. En cada problema hay que detenerse a
explicar la corriente teórica del momento, es decir, contextualizar las teorías y no
confundirlas con modelos. Se parte de un texto literario y se ven los problemas que
plantea, según el sentido y las posibilidades de interpretación. Esto permite el
recorrido histórico de lecturas críticas. Otra modalidad es abrir el desarrollo de
distintos temas, a partir de un texto crítico, por ejemplo, “Mallarmé” de Derrida y
trabajar el post-estructuralismo, la relación entre teoría, literatura y filosofía, la
legalidad, la deconstrucción del sistema saussureano de oposiciones binarias y
simétricas y los rasgos del discurso literario seleccionado.
Una reflexión más reciente sobre literatura y teoría es la de Antoine
Compagnon en su discurso mencionado antes. En esta disertación dice que la
literatura nos permite ampliar la visión del mundo:
Nous lisons parce que, même si lire n’est pas indispensable pour vivre, la vie
est plus aisée, plus claire, plus ample pour ceux qui lisent que pour ceux qui ne
lisent pas. Le propre de la littérature étant l’analyse des relations toujours
particulières qui joignent les croyances, les émotions, l’imagination et l’action,
elle renferme un savoir irremplaçable, circonstancié et non résumable, sur la
nature humaine, un savoir des singularités. La littérature est un exercice de
pensée; la lecture, une experimentation des possibles” [Nosotros leemos
porque, incluso si leer no es indispensable para vivir, la vida es más llevadera,
más clara, más amplia para aquellos que leen que para los que no leen. Siendo
propio de la literatura el análisis de las relaciones siempre particulares que
reúnen las creencias, las emociones, la imaginación y la acción, ella encierra un
saber irreemplazable, circunstancial y no escueto sobre la naturaleza humana,
un saber de singularidades. La literatura es un ejercicio del pensamiento; la
lectura, una experimentación de los posibles] (2007, p. 39).
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El problema del canon
Sin duda, al hablar del canon es necesario comenzar por el célebre y discutido
libro de Harold Bloom, El canon occidental (1ª. edición 1994) en el cual señala que los
autores canónicos constituyen “autoridades para nuestra cultura” (2011, p. 11). Al
referirse a la nostalgia con que ha trabajado a los veintiséis autores, Bloom manifiesta
que el libro es el resultado de lecturas, elegidas según sus preferencias, que dejaron
una fuerte influencia en su vida. Según este crítico, la originalidad y el asombro
convierten a obras y autores en canónicos. No obstante, disiente con la consideración
de obras y autores eternos. Su concepción del canon literario occidental es restringida
pues sostiene que su ampliación implica su destrucción (2011, p. 17). Aferrado a
categorías superadas, Bloom habla de la influencia de autores entre sí en la
conformación del canon en un proceso signado por una errónea interpretación de
autores y obras. Estas dialogan entre sí y, a partir de allí, el escritor crea una nueva
obra, la cual es el producto de una lectura o interpretación que el crítico
norteamericano considera equivocada.
La defensa del canon que hace Bloom se apoya en la postulación de la
autonomía de la literatura respecto de otras disciplinas y en la negación del lector
como un ser social, relegándolo a la soledad. De esos dos aspectos, para Bloom surgen
las nuevas creaciones. Coincide con Derrida en la categoría de huella cuando dice que
“los originales no son originales” (2011, p. 21). Además Bloom no niega la reescritura
pues, al hablar de “influencias” no es posible precisar la originalidad de un texto.
Asimismo, contradiciendo a Bajtín, desea librar a la literatura de toda ideología. Por lo
tanto, sostiene que la elección estética en la formación del canon ha sido obstaculizada
por los ataques a esta opinión por parte de la extrema politización; de ahí su
afirmación: “Leer al servicio de cualquier ideología es lo mismo que no leer nada”
(2011, p. 40). Acertadamente nos dice que la única prueba que puede pasar un texto
que quiera considerarse canónico es la relectura, por eso, el canon permanece abierto.
Señalemos que el canon no está formado solo por la lista presentada por Bloom sino
que nos dice que es un modo “de recordar y ordenar las lecturas de toda una
vida”(2011, p. 49).
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La mayor crítica a esta obra es haber cerrado el círculo en torno a las propias
lecturas de su autor. “Un libro provocador, arbitrario y apresurado”, dice María Teresa
Gramuglio (1996, p. 45). Agrega que la necesidad de defender a los clásicos por parte
de Bloom no tiene nada que ver con la lista de obras que este autor pone al final de su
libro. Podemos señalar también que entre los veintidós autores que eligió Bloom no
hay ninguno latinoamericano. Una idea fuerte y recurrente en todos los escritos de
este crítico es la que dio título a otro libro de 1973, “la angustia de las influencias”. No
responde solo a una obsesión, sino que también es “una reflexión sobre la prioridad y
sobre la originalidad” (Gramuglio, 1996, p. 52). Esto explica una preocupación de
Bloom por las relaciones que devienen en la lectura de los textos y esa es la clave de la
selección que él hace en su obra sobre el canon en Occidente. Gramuglio destaca que,
en dicho libro, Bloom presenta una serie de lecturas personales en sus relaciones
intrínsecas y también muestra el apasionamiento por sostener la autonomía de lo
estético, por eso él rechaza toda función de la literatura que no sea la actividad de leer
en soledad. Así pues, en dicho crítico se da “la defensa de la poesía” (Shelley) por
medio de la defensa del canon que es también una consideración de la poesía que
lucha por la canonización pues la pulsión poética busca destruir los límites, abolir el
tiempo, la muerte.
Muchas veces se ha dicho que los autores clásicos forman parte del canon por
derecho propio. Otros han pensado que estos escritores y poetas resultan anticuados,
perimidos para las nuevas generaciones. Sin embargo, Ítalo Calvino dice algo
semejante a Bloom en su defensa de estas obras: los clásicos son los libros que vuelven
a leerse pues la lectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la
primera (1999, p. 15). Los textos clásicos son apreciados porque producen nuevas
significaciones pues están atravesados por las voces de muchos textos que resuenan
en ellos a través del tiempo. El argumento fuerte de Calvino es que la escuela debe dar
a leer clásicos de toda época porque son la base de las elecciones que los niños y los
jóvenes harán más tarde: “La escuela está obligada a dar instrumentos para efectuar
una elección, pero las elecciones que cuentan son las que ocurren fuera o después de
cualquier escuela” (1999, p. 16).
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Para Foucault, la obra clásica se caracteriza por trasladar, a través de sus figuras
retóricas, el lenguaje opaco al transparente, los signos a la representación (1996, p.
79). Antes de Foucault, Rimbaud, Mallarmé, Lautréamont y las vanguardias históricas,
reconocieron que el lenguaje literario no da cuenta de nada, no es transparente sino
equívoco, ambiguo, pura apariencia. Como dice Roland Barthes (1985, p. 59), la
literatura clásica se caracteriza por la claridad e instrumentalidad, pero luego de la
revolución de 1848, la ideología burguesa pierde su condición de universal. Es así como
el lenguaje literario se vuelve ambiguo, multiplicándose las escrituras. Luego de esto,
el canon se diversifica cuando entran en él obras que rompen con la tradición de la
transparencia, la referencialidad, el orden secuencial en el relato, la metáfora
extrañificada de Rimbaud, entre otros rasgos. Así, Ulises de Joyce y los poemas de
Beckett producen una revolución copernicana en el canon tradicional, convirtiéndose,
estas y otras obras, en los faros que iluminan la literatura del siglo XX.
El campo teórico implica una elección que está vinculada con aceptaciones y
rechazos relacionados con distintos planos de la existencia, particularmente los
pertenecientes al contexto histórico-social-político y de la propia visión del mundo.
Ahora bien, la elección de los textos surgirá del lugar en que se sitúa el punto de vista
de cada uno y esa elección dependerá también de una lectura crítica. Al respecto, dice
Noé Jitrik: “Si hay textos, y estos ejercen cierto poder de irradiación, necesariamente
debe existir una instancia que permita reconducirlos, apoyarlos o disfrazarlos” (1982,
p. 271). Y agrega: “No deberíamos seguir sosteniendo una idea de la literatura como
recinto de “valores”, en obras o en autores porque una concepción semejante acarrea
compromisos estrechos y coherentes con lo que ocurre en muchos otros campos”
(1982, p. 263). Estas apreciaciones de Jitrik nos instalan directamente en la cuestión
del canon literario y de la importancia que implica la elección de los textos pues para el
crítico argentino esta se relaciona con las posibilidades riesgosas del dominio
hegemónico de una clase social. Agrega Jitrik:
La lectura crítica asume una pluralidad de niveles, tanto en la comprensión del
objeto legible como en la conciencia acerca de su propia actividad (…) no sería
una lectura privilegiada, o peor aún, de privilegiados sino una lectura deseable
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a la que se debería tender e impulsar socialmente un objetivo digno y una
responsabilidad política: la lectura crítica debería generalizarse y ser la lectura
de todos, única posibilidad de neutralizar, en el hecho y en el momento mismo
de leer, no la riqueza de la espontaneidad de otras lecturas sino los
permanentes riesgos de una dominación social a través de la lectura(Jitrik
1982, p. 48).
Si la elección del canon depende del punto de vista o visión del mundo o
ideología, será mucho más amplio el criterio de selección de los textos. De modo que
lo que propone Noé Jitrik se vuelve práctica constante: una lectura deseable,
responsable, encaminada a que los estudiantes lean críticamente.
Por su parte, Terry Eagleton en Una introducción a la literatura (1994) nos da
una pista en la cuestión del canon al referirse a qué es y qué no es literatura. Al igual
que los juicios de valor, la idea sobre qué es literatura varía a través del tiempo puesto
que los valores no son constantes; estos cambian y varían también las apreciaciones
con el transcurrir del tiempo. Si siguiéramos los razonamientos de Eagleton respeto de
la literatura, deberíamos pensar en la transitoriedad de todo canon literario o artístico.
En efecto, el teórico inglés señala:
…la gloriosa tradición de la literatura nacional es una construcción cuya
conformación estuvo a cargo de ciertas personas movidas por ciertas razones
en cierta época. No hay ni obras no tradiciones valederas por sí mismas,
independientemente de lo que sobre ellas se haya dicho o se vaya a decir
(1994, p. 23).
Podemos concluir estas reflexiones originadas en la obra de Eagleton
aplicándolas al canon diciendo que, si este es una construcción elaborada por algunas
personas en determinado momento y que depende de apreciaciones, entonces el
canon ha de ser algo que cambia con el tiempo, como los valores y las lecturas de las
obras literarias.
Una forma de estudiar críticamente la literatura es no reconocerle ningún tipo
de especificidad. En este caso, el concepto de literatura resulta diluido en el campo de
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los diferentes usos del lenguaje, no reconociéndose el fenómeno como una realidad
objetiva. En la evolución del término “literatura” se produjo un desplazamiento desde
el concepto que englobaba todo lo escrito al significado moderno de obra ficcional con
vocación estética. Este deslizamiento ha implicado el paso de una significación
descriptiva a una valorativa (Álvarez Amorós, 2004, p. 20). Los partidarios de la no
especificidad en la literatura suponen que la teoría crea el objeto, esto es, que la teoría
crea la literatura. De este modo, la teoría literaria sería el instrumento que pone
límites a un continuum indiferenciado de textos: “La construcción de la idea de
literatura es un proceso social fuertemente condicionado por el sistema ideológico,
político y económico de una determinada comunidad” ( p. 41). Así, por ejemplo, una
determinada sociedad, la Argentina de los años veinte y treinta, estableció un
concepto de la literatura acorde con el sistema ideológico de la misma. Por esto, “la
literatura es “una especie de receptáculo vacío pero muy bien promocionado ante la
sociedad en que cada época o cultura coloca y distribuye una serie de textos que, de
un modo u otro, sirven a sus intereses” (p. 42).
Al igual que el problema de la concepción de la literatura, la cuestión del canon
también se halla en la dualidad de aceptarlo, basándose en el sentido común y una
confianza en él poco criteriosa, apoyada en la convicción que es cambiante, u otra
posición basada en la deconstrucción y crítica del canon consagrado. Álvarez Amorós
propone un criterio transicional entre las oposiciones literatura/ no literatura,
especificidad/ no especificidad, desarticulando el tratamiento binario habitualmente
dado. Entonces, siguiendo la idea de este autor, podríamos adoptar el concepto
transicional para solucionar la cuestión del canon y de la elección de las obras incluidas
y las no incluidas en él. De este modo, los textos literarios no serían diferentes de los
no literarios, sino que se incrementarían las cualidades que no son ajenas a otros usos
lingüísticos. Habría, pues, un continuum transicional, un espacio en el cual desplazarse
de uno a otro extremo, permitiendo cierta arbitrariedad en la elección de los textos
por parte del lector, de la institución educativa, del grupo cultural o del período o
contexto de la época. Esto supone un cambio de mentalidad pues los textos dejan de
ser literarios o no literarios, canónicos o no canónicos, para volverse más o menos
literarios, para ubicarse en el continuum transicional entre dos extremos que solo son
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“referencias convencionales” (p. 48). Un modelo transicional de canon debería basarse
en la presencia de una serie de características combinadas e intensificadas. La
selección de obras literarias supone la capacidad que tienen en sí mismas de llamar la
atención del lector común y de interesar al especializado. En este sentido, una obra
literaria canónica sería “un fenómeno lingüístico textual capaz de llamar la atención
sobre sí mismo, independientemente del mundo al que hace referencia. Esto se
desprende del consenso social que se apoya en motivos semánticos (creación de un
mundo ficcional), sintácticos, (lenguaje devenido opaco básicamente estético) y
pragmáticos (anulación de la fuerza ilocutiva del acto de habla literario) (p. 57).
Entonces, la literariedad de un discurso dependería de esos motivos, los cuales
admiten graduaciones y combinaciones dando lugar así a textos transicionales y
permitiendo una oscilación entre el discurso literario y el no literario. Podríamos
trasladar esta posibilidad de lo transicional al texto canónico y al no canónico porque si
las obras se inclinan hacia la periferia, carecen de las características señaladas antes. La
confluencia en distinta magnitud de los componentes semántico, sintáctico y
pragmático, indicaría la posición central o periférica de una obra en el canon de la
literatura, de acuerdo con criterios de literariedad y no de calidad. Estos ejes permiten
una reflexión que justifique el porqué del espacio que una obra ocupa en el canon. Por
ejemplo, los sonetos de Shakespeare ocupan un lugar en el canon por la combinación
de los tres componentes señalados y también, por una tradición de lectores idóneos
en la materia que así lo admite. Entonces, esa opinión se derrama en la sociedad que
concluye aceptando al texto como literario, ya sea en forma transitoria o definitiva.
Otra propuesta acerca del problema del canon es la de Alastair Fowler quien
señala que “la literatura sobre la que ejercemos la crítica y sobre la que teorizamos “no
es una totalidad. El recorte que hacemos de esa multiplicidad que es la literatura es el
canon (2009, p. 95). El canon carece de fijeza pues varía de época en época y de lector
en lector. Fowler acepta que, en parte, estos cambios se deben a la moda, a la
variación de los gustos respecto de los géneros: “De hecho, los cambios en el canon
literario se pueden referir, a menudo, a la revalorización o devaluación de los géneros
que representan las obras canónicas” (p. 96). En este sentido, reconoce cierta
estabilidad en el canon oficial, como colección de obras contenidas dentro de él en
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exclusividad, al menos, por un tiempo. Asimismo, reconoce un canon personal,
formado por un grupo de obras valoradas por el individuo. Canon oficial y canon
personal no se corresponden, no coinciden, en general.
Una limitación del canon es la publicación y la censura restrictiva. No obstante,
a pesar de las exclusiones y las limitaciones, el canon ejerce una influencia positiva
debido a su variedad e integridad, gracias a la interacción de muchos lectores a través
del tiempo. La determinación del canon literario dada por el género es, para Fowler,
una de las más decisivas. Hay géneros más canónicos que otros. La relación jerárquica
es una de las más activas pues, por ejemplo, en el neoclasicismo, el género épico era
considerado más elevado que el pastoral. Por el contrario, en el siglo XVII, la poesía
amorosa era consideraba como un género bajo. No obstante, existía una inclusión de
géneros menores en los superiores: el epigrama en la sátira y en la épica; la oda en la
épica; el soneto en el drama, siendo la épica el más inclusivo de los géneros. Esto
demuestra la variación en la valoración de los géneros lo que implica también
deslizamientos del lugar central a la periferia y viceversa de las obras del canon.
Debido a sus limitaciones y cambios, el repertorio de los géneros influye de
manera crucial en el canon crítico. Un ejemplo que da Fowler es el de Walter Scott y
Jane Austen: uno consagrado, otra desconocida. El motivo puede ser que Scott cultivó
géneros existentes y populares entonces como la novela regional y la novela histórica,
los cuales fueron desestimados por Austen. Además, las novelas de esta escritora se
asociaban, inevitablemente, a elementos “inferiores”, como se consideraba a los
componentes domésticos y femeninos. (Fowler, 2009, p. 119). Esta preocupación
temática impidió, en esa época, el reconocimiento de los verdaderos aciertos en la
técnica y en la estructura de las novelas de Jane Austen. Evidentemente, los cambios
genéricos contribuyen a delimitar los cánones según el gusto y, también, a descubrir
los prejuicios respecto de ciertos géneros, propios del siglo XIX. Esta situación llevó al
desconocimiento de los méritos de otras obras. Así, Kermode considera como
verdadero clásico a Wuthering Hights (Cumbres borrascosas) de Emily Brontë, apenas
mencionada por George Saintsbury en su literatura inglesa. Kermode se pregunta por
qué medios damos valor a las obras de arte y cómo nuestras evaluaciones afectan la
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mirada sobre aquellas. Investiga entonces, de qué modo se consagraron artistas que
en mucho tiempo pasaron inadvertidos, como el pintor Botticelli cuyos trabajos
resultaban anticuados a sus contemporáneos. Kermode sostiene que “un desarrollo
extraordinario en la historia del gusto” (1988. p. 20) sacó a ese pintor del total olvido.
Hacia 1870, Walter Pater publicó un libro sobre el Renacimiento que puso de moda la
obra de Bottticelli. Por eso dice Kermode: “Botticelli no se volvió canónico a través del
esfuerzo erudito sino por casualidad o, más bien, gracias a la opinión” (p. 58). No
obstante, fue “la opinión ignorante que cuestionó por primera vez a Botticelli entre los
eruditos” (p.59). Con Hamlet ocurrió algo semejante; en efecto, Voltaire realizó una
larga campaña en contra de Shakespeare a cuya obra consideró “grossière et barbare”.
Otra opinión prejuiciosa era la de Tolstoi para quien Hamlet es una obra adecuada solo
para campesinos (p. 61) y decía también que el héroe homónimo carecía de carácter.
Creía que la sobreestimación del genial dramaturgo inglés era producto de la
Ilustración alemana. Kermode analiza ciertos rasgos de la obra y da la siguiente opinión
sobre el canon:
Las suposiciones de este tipo se hacen característicamente sobre textos
canónicos, textos que compartan con lo sagrado por lo menos esta cualidad: a
pesar de que una época o una comunidad en particular definan un modo
correcto de atención o un campo de interés lícito, siempre habrá algo más y
algo diferente que decir” (p. 99).
No obstante, de una obra artística no puede decirse la última palabra y
difícilmente habrá un acuerdo siempre ya que se trata de opiniones y de
interpretaciones. Debido a la variedad de estas, Kermode asegura que para que una
obra sea considerada canónica ha de ser un trabajo que tenga el status “de valor
permanente, de modernidad perpetua” (p. 100).
Asimismo, interesa saber cómo el canon se preserva a través de las opiniones,
conocimientos y por qué se mantiene y si esto debe ocurrir. Existe una dualidad
respecto de la opinión sobre los artistas pues puede ser “conservadora o destructiva”
(p.104). Así hay artistas y poetas, como Botticelli y Donne, los cuales siguen siendo
apreciados pese a las primeras críticas negativas que ambos recibieron. El motivo de
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esta supervivencia es que ciertos trabajos de ellos tienen una constante actualidad o
modernidad. Muchos libros y objetos de arte han sufrido el olvido y el desprecio, sin
embargo, siglos después recibieron un reconocimiento. No obstante, en muchos casos,
no coincide la opinión con el mérito que posee la obra. Además, ocurre que mientras
algunas obras son destinadas a permanecer, otras caen en el total olvido. En este
sentido, Kermode es claro: “La opinión es una gran formadora de cánones y no se
puede tener privilegiados dentro sin dejar otros fuera” (p. 114). En esta selección,
obran la suerte y la opinión y la tradición permite la permanencia de la obra a través
del tiempo. El proceso de selección canónica puede extenderse en el tiempo, pero,
una vez concluido, las obras que queden dentro serán interpretadas de modo que
mantengan la modernidad. Luego de la opinión revalorizadora, viene el conocimiento
adecuado, como ocurrió con la obra de Botticelli y Donne. Los cánones que
permanecen a lo largo del tiempo son los que admiten la distinción entre
conocimiento y opinión. Además, la permanencia se debe a que en la defensa de la
preservación de las obras como canónicas operan varias voces y esto hace a su
reconocimiento como tales. Por eso dice Kermode:
Estar dentro del canon significa estar protegido del desgaste natural, contar con
un número infinito de posibles relaciones internas y secretos, ser tratado como
un heterocosmos, una Torá en miniatura. Es adquirir propiedades mágicas y
ocultas que son de hecho antiquísimas” (p. 137).
Consecuentemente, la producción de un trabajo que resulte canónico, es decir,
en condiciones de una continua modernidad, es una difícil e inacabable tarea.
Asimismo, resulta arduo entrar en el canon que permanece abierto.
Finalmente, hay que aclarar que, en la lectura de las obras, todas las
interpretaciones son erróneas, excepto algunas que son buenas respecto del propósito
final y lo son porque dijeron lo que no quisieron decir o más de lo que quisieron decir,
venciendo así al tiempo. La posibilidad de que algo valioso no sea destruido por el
tiempo justifica continuar con las interpretaciones. No obstante, estas implican cierto
cuidado: no es bueno destruir lo valioso de por sí o valorado. Las centralidades son
precarias pues ellas pueden pasar al margen y centralizar lo marginal: “La creencia de
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que las creencias no cambian no significa que ya no sea posible tener ninguna
creencia” (p.142). Juri Tinianov y Pierre Bourdieu lo señalaron cada uno en su
momento. Tinianov sostiene que las series literarias y las series vecinas están en
constante correlación por medio de la vida social, a través del lenguaje. Esta
correlación hace posible el estudio de la evolución literaria. En la serie literaria se
producen el desgaste, la automatización de elementos literarios, mientras otros se
vuelven dominantes lo cual implica un dinamismo en la aparición y desaparición de
componentes, recursos, procedimientos. Si bien Tinianov no se refiere específicamente
a la cuestión del canon, sí advierte acerca de la inestabilidad constante del sistema
literario y de otros sistemas que hace evolucionar a las obras. Por eso, ¿por qué no
evolucionarían las opiniones acerca de las mismas lo cual produciría una variabilidad
en el lugar que ocupan en el sistema literario?
Por su parte, Bourdieu (2003) establece que la literatura funciona dentro del
campo intelectual regido por diversas fuerzas, lo cual implica que la obra se encuentra
afectada por el sistema de relaciones sociales en las cuales se produce, debido a la
posición que ocupa el creador dentro de la estructura del campo intelectual. Esas
fuerzas condicionan el lugar de los creadores en el campo intelectual, sujetos, además,
a instancias de selección y consagración. Esto significa que entre artistas, escritores e
intelectuales se entabla una lucha por ocupar los espacios centrales dentro del campo
intelectual. Obras y autores, entonces, pueden desplazarse hacia el centro o hacia la
periferia, de acuerdo con las instancias de consagración que modifican su posición
dentro del campo intelectual.
Conclusión
La enseñanza de la teoría literaria ha de apuntar a un uso no instrumental, es decir, a
una aplicación no mecánica de los textos, en pos de un uso creativo. Asimismo, debería
ser un motivo de cuestionamiento de los preconceptos, prejuicios y sentido común.
Esta situación ante la teoría literaria favorece una apertura del canon a nuevas
incorporaciones de obras relegadas o no valoradas lo que supone una elección no
prejuiciosa de estas. En este sentido es valioso el concepto transicional aplicado al
canon literario, al llevar los extremos a cierta oscilación en la elección de las obras.
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El problema del canon ha dado lugar a controversias acerca de si es aceptable o no un
número de obras selectas y de autoridad. En esta discusión es difícil saber qué obras y
autores superarán los distintos períodos de la cultura y cuáles caerán en el olvido. La
clave podría estar en ver si las obras consideradas como canónicas dan respuesta a los
problemas e inquietudes humanos de todos los tiempos: si son capaces de provocar la
relectura. Esto no se opone a la realidad que hay obras que siguen concitando la
atención y otras, en cambio, no son tenidas en cuenta en la valoración de la
comunidad lectora especializada o no.
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