Antropología Experimental
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2022. nº 22. Monográfico Pensar desde lo decolonial
Texto 09: 127-142
Universidad de Jaén (España)
ISSN: 1578-4282 Deposito legal: J-127-200
DOI: https://dx.doi.org/10.17561/rae.v22.6451
Recibido: 30-06-2021 Admitido: 02-01-2022
Calibanas.
Pensando la opresión desde la zona oscura
Larisa PÉREZ FLORES
Universidad de La Laguna, Islas Canarias
lperezfl@ull.edu.es
Calibanas. Thinking of opression from the dark zone
Resumen
En este artículo parto de Calibán y la Bruja, obra de la historiadora italiana Silvia Federici, para señalar una serie de
insuficiencias en los principales paradigmas teóricos en torno a la modernidad y la opresión. En primer lugar, abordo
la figura moderna de “la Bruja” en relación a la opresión de género y, a continuación, profundizo en la figura de “Calibán”
en relación a la opresión racial. Para ello me sirvo de la obra martiniqueño Frantz Fanon y de algunas reinterpretaciones
posteriores de la misma. Sostengo que el arquetipo caribeño de Calibán representa al colonizado al tiempo que oculta
a la colonizada. Reivindico la invisible figura de la “calibana” como puente a una teoría de la opresión más compleja y
descolonizada.
Abstract
In this article I start from “Caliban and the Witch”, the work of the Italian historian Silvia Federici, to point out a series
of insufficiencies in the main theoretical paradigms around modernity and oppression. First, I address the modern figure of "the Witch" in relation to gender oppression, and then I delve into the figure of "Caliban" in relation to racial
oppression. For this I use the work of the martinican author Frantz Fanon and some subsequent reinterpretations of it.
I claim the invisible figure of the “Calibana” as a bridge to a more complex and decolonized theory of oppression.
Palabras clave
Calibán. Colonialismo. Género. Raza. Federici. Fanon
Caliban. Colonialism. Gender. Race. Federici. Fanon
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1. Introducción
El cuerpo es para las mujeres lo que la fá brica es para los
trabajadores asalariados varones: el principal terreno de su
explotació n y resistencia (Silvia Federici, Calibán y la bruja).
Sucede que la sociedad argelina no es la sociedad sin mujeres que
se habı́a descrito tan minuciosamente en Europa (Frantz Fanon,
Argelia se quita el velo).
Escribo hoy desde mi cuerpo asignado como mujer, desde una isla en la costa norafricana. Un
dı́a crucé el atlá ntico y en las aguas del Caribe encontré todo tipo de discursos y, en esos discursos,
claves fundamentales para leer la opresió n y leerme a mı́ misma. En ese espejo insular,
archipielá gico, me encontré como canaria con mi lado má s Pró spero, y tambié n con mi propia
calibanidad.
Calibá n, como arquetipo literario, representa la bestialidad, el instinto, la ausencia de
espiritualidad y, al tiempo, ha sido resignificado como resistencia a la modernidad colonial y como
posibilidad de subversió n, pues habilita una alternativa má s allá de la ló gica del amo (Valdé s,
2017). Calibá n se vincula etimoló gicamente con el té rmino Canı́bal, que a su vez se vincula con
Caribe.
Los universos semá nticos que relacionan estos té rminos está n emparentados, y por eso pensar
la calibanidad nos aboca a las Antillas. Pues el Caribe es tierra salvaje, destinada a la asimilació n,
a la doma, a la civilizació n. El Caribe es una isla donde los cuerpos se devoran unos a otros, frente
a la tierra pró spera, donde la tradició n es explotar, violar y exterminar civilizadamente.
Por eso yo elijo hablar aquı́ de calibanas: por mi cuerpo, por mi isla, por mis coordenadas; por
una historia colonial que nos atraviesa y que no acaba. Mi intenció n en este artı́culo es discutir
situadamente en torno a la interrelacionalidad de las opresiones. Para ello propongo dirigir la
atenció n, primero, a los principales paradigmas en la teorizació n de la opresió n en Occidente.
Estas grandes lı́neas de pensamiento coinciden en gran medida con los principales paradigmas del
pensamiento filosó fico y polı́tico europeos.
La primera lı́nea es el llamado materialismo histó rico y pone el acento en la opresió n
econó mica, o sea, en el tradicional vector de clase o sus posibles actualizaciones. La segunda lı́nea
incluye una crı́tica a esta visió n progresiva de la historia y pone el acento en la opresió n identitaria,
amplificando la discusió n acerca de qué es el poder y có mo se ejerce. Las voces que se incluyen en
esta lı́nea a menudo son identificadas como posestructurales, y tienen en comú n al menos un
elemento fundamental con la crı́tica poscolonial, que es la tercera lı́nea de discusió n que abordaré
y que aquı́ conectaremos especı́ficamente con el Caribe. Este punto de encuentro es la crı́tica a la
Modernidad.
Me propongo aquı́ examinar a grandes rasgos estos tres modelos para llamar la atenció n sobre
sus patentes deficiencias. Para ello me serviré , en primer lugar, de la crı́tica que Silvia Federici
despliega en su obra Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria (2010), cuyo
tı́tulo nos conecta directamente con el tema del presente artı́culo. Calibá n hace referencia al sujeto
colonial reapropiando al personaje de la Tempestad shakesperiana, pero en el caso de Federici
tambié n al proletariado mundial como “terreno e instrumento de resistencia a la ló gica del
capitalismo” (Federici, 2010: 21). La bruja, por su parte, representa a los sujetos femeninos con
los que entra en conflicto el capitalismo moderno. En cuanto al subtı́tulo, “acumulació n originaria”
es una alusió n a la noció n marxiana de acumulació n capitalista, mientras que “cuerpo” se puede
tomar como una alusió n a la biopolı́tica de Foucault.
Federici toma como referentes de los dos primeros modelos citados (el estructural y el
posestructural, respectivamente) a Marx y Foucault, y los pone en cuestió n. Yo recojo la crı́tica de
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Federici a estos modelos y ademá s añ ado un tercer modelo, a saber, la crı́tica poscolonial1. De esta
corriente elijo al martiniqueñ o Frantz Fanon como representante, un teó rico que se mueve a
caballo entre lo estructural y lo posestructural. En este sentido, intento recoger, al tiempo que
superar, el aná lisis de la autora italiana.
Calibá n nos permite entender a la Bruja y viceversa, pues ambos forman parte del “cuerpo
rebelde” que precisa ser domesticado. Ası́ que hace falta entender bien a Calibá n, algo de lo que
no se ocuparon ni Marx ni Foucault, ni tampoco Federici, para hablar de la evolució n del
capitalismo y de la modernidad. Esta superació n fanoniana nos permitirá , de una parte, amplificar
y complejizar las nociones de opresió n que manejan las disciplinas sociales, poniendo el acento
en el peso del colonialismo. Por otra parte, y lo que es quizá má s importante, nos ayudará a dibujar
una alternativa que trascienda las figuras de Calibá n y la Bruja, pues ambas se revelará n como
portadoras de ciertas limitaciones.
2. La bruja
Lo que plantea de innovador Calibán y la bruja es presentar la caza de brujas como un fenó meno
tan importante para el capitalismo como la expropiació n de tierras al campesinado europeo, o
como el colonialismo. Todo surge pues con el cuestionamiento de un fenó meno no suficientemente
descrito ni mucho menos explicado. En palabras de la autora: “La pregunta histó rica má s
importante que aborda este libro es la de có mo explicar la ejecució n de cientos de miles de ‘brujas’
a comienzos de la era moderna y por qué el capitalismo surge mientras está en marcha esta guerra
contra las mujeres” (Federici, 2010: 26). Esta ú ltima noció n, la de “guerra contra las mujeres”, es
probablemente la que resulte má s ilustrativa para dar cuenta del peso que Federici da a diferentes
persecuciones de mujeres (no só lo la de brujas) que aparecen con la modernidad. Pero, ¿qué
conexió n ve entre estas persecuciones y el capitalismo?
2.1. Acumulación primitiva
La crı́tica de Federici a la noció n marxiana de acumulació n primitiva, entendida bá sicamente
como progresiva expropiació n de los productores directos, es en realidad una crı́tica a una visió n
progresista de la historia. Marx, partiendo de su enfoque dialé ctico, considera que esta fase
violenta de acumulació n coincidió con una liberació n: la abolició n del derecho feudal. Pero
Federici cree que si el pensador alemá n hubiera tenido en cuenta la historia de las mujeres habrı́a
cambiado de opinió n. El creciente conflicto de clases que acabó con el sistema servil no derivó en
una liberació n, sino en un pacto burguesı́a-nobleza que impidió los cambios que pedı́an la mayorı́a
de movimientos insurrectos. Estos movimientos estaban conectados con herejı́as y predicaban
modelos de sociedad incompatibles con el modelo de producció n capitalista.
La propiedad privada, la divisió n sexual del trabajo o la visió n mecanicista de la sociedad y del
cuerpo serı́an só lo algunos de los ingredientes esenciales del nuevo modelo econó mico y social.
La aniquilació n de lo comunitario y el patriarcado se impusieron segú n Federici con la misma
fuerza, formando parte de un mismo proyecto de capitalizació n de la vida. Y digo fuerza porque
para que se dieran las condiciones necesarias a la implementació n de estos cambios hubo que
emplear una gran cantidad de violencia, y muchos cuerpos perdieron sus ya reducidos recodos de
poder. El concepto de “transició n al capitalismo” resultarı́a ficticio en la medida en que se trató de
una ofensiva muy agresiva que duró tres siglos. No se trató solo del proceso revolucionario de
Europa, sino sobre todo de la caza de brujas y la expansió n colonial. Segú n Federici: “Nunca en
Europa la explotació n de la fuerza de trabajo alcanzó semejante proporció n genocida, con
excepció n del ré gimen nazi” (Federici, 2010: 97).
Si tenemos en cuenta la caza de brujas, la represió n de las insurrecciones, y sobre todo el
genocidio indı́gena y la trata trasatlá ntica, sin duda Federici se está quedando corta al proponer el
1 Entiendo “lo poscolonial” como todo discurso proveniente de las excolonias y sus diá sporas desde el que se cuestiona
el patró n eurocé ntrico, y por tanto como algo que va má s allá del á mbito anglo-acadé mico de los postcolonial studies.
Con el té rmino “descolonial”, pretendo aludir a una lucha contra el colonialismo en sus mú ltiples facetas (econó mica,
cultural, polı́tica), y al tiempo a un cuestionamiento de los fundamentales relatos anticoloniales, recogiendo las
acepciones principales del llamado “giro descolonial” (Grosfoguel y Castro-Gó mez, 2007).
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holocausto nazi como má xima expresió n. Pero no nos interesan tanto las cifras como el alcance de
estas ofensivas. El giro de tuerca fundamental que propone Federici consiste en mirar lo que eran
conflictos invisibles o de baja intensidad como guerras, y la conexió n de estas guerras con el
modelo econó mico que se implantaba.
La expropiació n de tierras es fundamental para entender por qué la caza de brujas se trató de
una ofensiva extremadamente violenta, pero Marx solo vio una de sus expresiones: el
colonialismo. El colonialismo, en realidad, no es una de las consecuencias de este proceso de
acumulació n, sino que está en sus orı́genes. De hecho, la clave fundamental para entender los
orı́genes del colonialismo moderno es atender a los modelos de explotació n econó mica que se
inauguran con é l. Si nos fijamos en el Caribe, espacio fetiche del pensamiento poscolonial para
pensar los orı́genes del colonialismo moderno, nos encontramos, en primer lugar, con la
plantació n, eje central de la economı́a y sociedad antillanas basado en la explotació n agrı́cola y en
la esclavitud.
Eric Williams (2011), teó rico y activista de la isla de Trinidad, no só lo considera que la
esclavitud es una pieza central de la plantació n, sino en la conformació n del capitalismo. El trabajo
esclavo aparecerı́a como motor de la primera economı́a masiva de exportació n (azú car, tabaco,
algodó n), estimulando el desarrollo de industrias de transformació n de materias primas y el
crecimiento de los puertos atlá nticos2. Este modelo, tı́pico del capitalismo comercial del siglo
XVIII, darı́a paso a un capitalismo industrial que modificó las relaciones intercontinentales.
Esta transició n es abordada en buena medida desde el aná lisis marxista. Lenin lo describió ası́:
“el capitalismo se transformó en un sistema universal de opresió n colonial y de estrangulamiento
financiero de la inmensa mayorı́a de la població n del planeta” (citado por Pierre-Charles, 1981:
15). Las colonias se vieron transformadas en plantaciones marcadas por la esclavitud, por la
monoproducció n de bienes tropicales para la exportació n y a su vez por la importació n de
productos manufacturados. La expropiació n europea que define los procesos de acumulació n
primitiva comienza pues en este momento, aunque no precisamente en el Caribe.
La expropiació n comienza en el siglo XVI, segú n Federici (2010: 98), en las Islas Canarias. Esto
quiere decir que este episodio, fundamental para entender la historia del capitalismo y el
colonialismo, no comenzó ni en Europa ni en Amé rica, sino en Af frica. En Canarias se dieron
asimismo los primeros entrenamientos para esas grandes guerras, aunque por supuesto las
razzias en el norte de Af frica y la guerra de Granada eran precedentes nada despreciables. A mi
juicio no tiene tanto sentido buscar ese momento fundacional como hablar de diná micas
fundacionales que se está n retroalimentando. De un lado a otro del Atlá ntico, se irı́an
perfeccionando los mé todos de guerra que derivarı́an en la conquista de grandes civilizaciones en
los actuales Mé xico o Perú (Espino, 2013).
Pero estas no fueron las ú nicas guerras. La privatizació n de las tierras comunales fue
acompañ ada de una persecució n de las formas de sociabilidad propias del á mbito comunitario
que afectaron directamente a las mujeres. Ante la pé rdida flagrante de derechos y vida, las mujeres
se unieron a herejı́as (participaron activamente en los motines) o se dedicaron masivamente a
nuevos nichos como la prostitució n. Fueron perseguidas de varias formas. A las condenadas por
brujas se les atribuı́a la misma lista de atrocidades (sodomı́a, infanticidio, adoració n a animales,
canibalismo, etc.) que se atribuı́a a las poblaciones aborı́genes en el Nuevo Mundo. En las hogueras
ardı́an toda la sexualidad y la espiritualidad no productivas, algo en lo que Marx no reparó .
2 Si bien la trata de personas y el latifundio no eran fenó menos nuevos, la magnitud que adquirieron durante este
perı́odo inauguró una nueva etapa que los convierte en capı́tulos inexcusables de la historia del colonialismo europeo,
y por tanto del capitalismo. La esclavitud fue eje central de lo que se ha dado en llamar comercio triangular, en principio
consistente en las siguientes relaciones intercontinentales: Europa llevaba a Ak frica la quincalla (objetos de metal de
poco valor) y productos americanos como el ron o el tabaco, ası́ como armas; Ak frica intercambiaba estas mercancı́as por
cuerpos; estos cuerpos eran llevados a Amé rica para transformar su fuerza de trabajo en productos primarios; y estos
productos eran llevados a Europa para su manufactura y venta.
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2.2. Sociedad disciplinaria
De algú n modo todos los cuerpos ya afectados por el feudalismo salieron malparados, y encima
se sumaron otros nuevos. El fin del sistema feudal no só lo no implicó una liberació n del sujeto
trabajador, sino que introdujo nuevas formas de esclavitud basadas en la naturalizació n del trabajo
tanto de mujeres como en general de una gran variedad de cuerpos colonizados. Cuerpos que
antes tenı́an reconocimiento social, como era el caso de brujas (de las curanderas a las parteras)
pasaron a ser un recurso natural no susceptible de remuneració n. Segun Federici, la divisió n
sexual del trabajo fue en Europa lo que la trata de esclavos en Amé rica: una solució n perfecta al
capitalismo en expansió n. E igual que el racismo se reguló a travé s de diversas instituciones,
incluida la mé dica, el sexismo tambié n. De hecho, no fue propiamente la Iglesia, sino un conjunto
compuesto por magistrados, juristas y demonó logos, quien má s contribuyó a la persecució n de
brujas, por cierto con apoyo de grandes intelectuales como Jean Bodin o Thomas Hobbes (Federici,
2010: 229).
Para el filó sofo francé s Michel Foucault, el paso a estas nuevas formas de control endé micas a
la modernidad, formas de control precisamente ancladas en el cuerpo (biopoder), constituye un
paso transitivo. El biopoder no es sino nueva expresió n del poder estatal que se expresa por una
serie de té cnicas disciplinarias que normativizan estrechamente la vida social. “Foucault designa
el pasaje de una sociedad soberana a una sociedad disciplinaria como el desplazamiento de una
forma de poder que decide y ritualiza la muerte, a una nueva forma de poder que calcula la vida
en té rminos té cnicos de població n, salud e interé s nacional” (Preciado, 2007: 2).
Claro que Foucault no ve una guerra, porque ni siquiera menciona la caza de brujas. De hecho,
su Historia de la Sexualidad tiene un enfoque indiferenciado de los sexos, donde no se distingue el
peso que pudo tener la Modernidad en las espaldas de los cuerpos asignados como mujeres. En
“We other Victorians”, Foucault propone que en Europa hasta el siglo XVII predomina una cierta
“franqueza” en torno al sexo que se ve devorada por “las monó tonas noches de la burguesı́a
victoriana”, que confinaron la sexualidad al hogar (1984: 292). Aquı́ aparece, entre otras cosas, la
vigilancia medicojurı́dica como forma de control bá sica de lo que Foucault llamara “sociedad
disciplinar”. Pero Foucault pasa por alto que fue en las hogueras donde se forjó el ideal burgué s de
la feminidad y la domesticidad, mucho antes del ré gimen disciplinar victoriano. No supo ver, como
Federici (2004), que en la formació n del estado moderno (y por tanto en la expropiació n y cercado
de tierras, la conquista de Amé rica y la esclavitud), hay tambié n una guerra contra las formas de
vida populares (incluida la sexualidad) que afectó principalmente al cuerpo de las mujeres.
Marx y Foucault llevan a cabo una crı́tica del capitalismo moderno, y ambos tienen el mismo
problema: no reconocen suficientemente el peso histó rico de la opresió n de gé nero, ni mucho
menos la imposició n de ese sistema en las colonias. Detectan la explotació n o la represió n de las
mujeres, pero como parte de un programa general de reproducció n del capitalismo que las sitú a
en posició n antagó nica, compartida con los cuerpos asignados como hombres, para con el patró n
o el mé dico. No teorizan esta explotació n y represió n como parte de un programa especı́fico de
opresió n que ha incluido en buena medida el exterminio y que las sitú a en posició n antagó nica
para con los hombres, independientemente de su papel en la sociedad burguesa o disciplinaria.
Focault estaba lejos de percibir una “guerra contra las mujeres” en la divisió n sexual del trabajo
pero, y esto es algo que Federici pasa por alto, Foucault sı́ considera que la divisió n racial del
trabajo es una especie de guerra. Esto, que no deja de ser simbó lico, queda plasmado en sus
conferencias en el Collège de France, publicadas postumamente, y en concreto en aquellas reunidas
bajo el tı́tulo La sociedad debe ser defendida. En este compendio Foucault (1997) hace una reflexió n
sobre la guerra como modelo para entender determinados procesos histó ricos. Para el historiador
de la sexualidad, el racismo es la expresió n que toma la guerra en ciertos Estados europeos en el
siglo XIX. Esta genealogı́a que é l propone tiene la cualidad de desligar al racismo de la expansió n
colonial, al menos en un sentido nuclear, lo cual explica unos orı́genes tan tardı́os (Grosfoguel,
2012). Ası́ que para Foucault “la guerra de razas”, entendida como antecedente del racismo en el
sentido de redefinir el cuerpo social en té rminos antagó nicos y violentos, es un fenó meno
definitorio de la modernidad europea. Un fenó meno que no tuvo que ver con la Bruja, ni tampoco,
especı́ficamente, con Calibá n.
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3. Calibán
La marca de Fanon, como representante literal de Calibá n (pues es un cuerpo caribeñ o
rebelde), má s que la inauguració n de un nuevo tema3, es la creació n de nexos nuevos entre la
opresió n racial y el resto de opresiones. Esto quiere decir que trata al racismo como algo sisté mico,
vinculado a las prá cticas econó micas y culturales, imborrable a base de humanismo y buena
voluntad, erradicable só lo a partir de la superació n de una suerte de dialé ctica histó rica. En esta
dialé ctica, ademá s, entendió que la divisió n sexual jugaba un papel especı́fico, que intersectaba
con la cuestió n racial. El filó sofo cubano Fé lix Valdé s piensa precisamente que: “Fue a travé s de la
experiencia del antillano negro que Fanon se elevó a la situació n de todo colonizado, hombre y
mujer, vı́ctima de esas trampas” (Valdé s 2016: 31). Pero, ¿se puso Fanon realmente en la piel de la
mujer?
3.1. Racismo y colonialismo
Para intentar responder a esta pregunta propongo señ alar por qué Fanon es fundamental para
reflexionar en torno a la interrelacionalidad de las opresiones y palia algunas de las insuficiencias
de Marx y de Foucault. Segú n el soció logo boricua Ramó n Grosfoguel, el problema de la
geneaologı́a del racismo que lleva a cabo Foucault es que “su mirada eurocé ntrica asume una
concepció n intra-europea acerca de có mo el racismo se moviliza como discurso contra
poblaciones internas de Europa y accidentalmente a poblaciones coloniales” (2012: 81). Para el
autor francé s, no existe tal cosa como un “racismo de estado” hasta el siglo XIX, momento en el que
el cuerpo social debe ser defendido de la contaminació n por quienes está n má s abajo en la escala
racial.
Resulta cuanto menos curiosa esta afirmació n si tenemos en cuenta, siguiendo a Grosfoguel,
que en la penı́nsula ibé rica en el siglo XV se estaba dando un proceso de conquista bajo la premisa
de unificar religiosamente el territorio. Es cierto que lo que se perseguı́a era preservar una “pureza
de sangre” que, si bien no coincide exactamente con una racializació n de los cuerpos, sienta las
bases para su desarrollo. Este desarrollo se completará , segú n el autor portorriqueñ o, en el Caribe,
donde la conquista se confronta a cuerpos “sin religió n”, lo cual permite ubicarlos en la animalidad,
monstruosidad o infrahumanidad. Lo interesante es que este imaginario viajará de vuelta a la
penı́nsula ibé rica, habilitando la transició n a un racismo de estado donde conversos y conversas
será n racializadas. “El racismo anti-morisco se va a intensificar durante todo el siglo XVI
terminando con la expulsió n en masa definitiva de los moriscos en 1609” (Grosfoguel, 2012: 15).
En este punto me gustarı́a volver a señ alar que entre Al Andalus y las Antillas existe un escaló n
muy significativo, un escaló n africano: las Islas Canarias. Si los reyes cató licos esperan a culminar
la conquista de todos los sultanatos para emprender la aventura en Amé rica, no esperan sin
embargo a emprender la conquista del archipié lago. Despué s de diversas incursiones extranjeras
y concesiones señ oriales, la Corona decide tomar parte oficialmente en 1478, culminá ndose la
conquista cuatro añ os despué s de la llegada de Coló n a Amé rica. Lo interesante de este proceso de
conquista es que la població n con la que se confrontan los europeos es desconocida, y no comparte
tampoco los cultos conocidos. Estos “otros” son idó latras.
La lectura que se hace de esta nueva població n dependerá de una mirada de conquista o de
“anticonquista”, como dirı́a el soció logo canario Roberto Gil Herná ndez (2019) siguiendo a Mary
Louis Pratt (2010). Las cró nicas de la conquista defienden que la idolatrı́a es culpa, animalidad,
endemoniamiento, y justifican en ella su “guerra” contra los cuerpos colonizados. Las de la
“anticonquista” defienden que la idolatrı́a es inocencia, e incluso una suerte de cristianismo
encubierto que facilitarı́a la tarea sincretizadora.
En cualquier caso, todos tienen en comú n justificar la empresa civilizadora (evangelizadora) y
participar de un debate constatable acerca de la mayor o menor humanidad de los cuerpos
3 Fanon nace en un momento en que “lo negro” ya existe como discurso desde hace tres dé cadas a ese lado del Atlá ntico:
en Estados Unidos (Harlem Renaissence y Du Bois) y en las Antillas (Antenor Firmin, Jean Pris-Mars, Aimé Cesaire,
Nicolá s Guillé n, Fernando Ortiz, CLR James, Eric Williams y ası́ una larga lista que aquı́ no cabe hacer).
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conquistados. Este debate se abre a principios del siglo XV, con cró nicas francesas como Le
Canarien, donde la població n indı́gena es animalizada, y se desarrolla plenamente durante el siglo
XVI, con autores como Fray Bartolomé de las Casas, esta població n es “humanizada” junto con la
negra”, en una denuncia de la “destrucció n de Af frica”4. Muchas veces, esta operació n de
humanizació n o deshumanizació n de “los guanches” (nombre con el que a menudo se designa a la
població n nativa hasta dı́a de hoy) se hace por comparació n respecto de “el indio” o el “negro”
(Pé rez Flores, 2019).
En este sentido, si los inicios del racismo no está n en el siglo XIX, tal y como señ aló Foucault, no
es menos cierto que anteceden a 1492. El modelo foucaltiano se acerca má s que el de Marx al
planteamiento descolonial de la raza como vector de opresió n clave para entender la Modernidad,
pero desligá ndola del colonialismo moderno. Marx, por su parte, a pesar de colocar la esclavitud
como categorı́a de aná lisis de primer orden (cosa que está lejos de hacer Foucault), no la considera
un fenó meno estrictamente colonial, o má s bien considera que la versió n asalariada del trabajo
era el mismo perro con distinto collar: “Los pueblos modernos só lo han sabido disfrazar la
esclavitud en sus propios paı́ses y exportarla al Nuevo Mundo” (Marx, 1966: 452). En este sentido,
no es capaz de distinguir un vector de opresió n especı́fico del colonialismo moderno, y por tanto
del capitalismo: la raza.
Claro que esto es una cuestió n casi generacional, pues Foucault escribe es un momento en que
las preguntas giran en torno a la identidad. De hecho, serı́a un error, a mi juicio, ver sus propuestas
como antité ticas siguiendo la tradicional clasificació n estructural/posestructural. Foucault
necesita de Marx. Sus aná lisis parten de la convicció n de que el capitalismo, con sus renovadas
formas de explotació n laboral, precisa controlar todas las esferas de la vida, incluida la sexualidad.
Marx reconoce el rol clave de las mujeres y los cuerpos colonizados en la reproducció n del sistema,
pero pone el foco en la estructura. Ası́, su propuesta no cuenta con una teorı́a de la constitució n
del sujeto. Su proyecto revolucionario propone que el cambio estructural derivará en un cambio
personal, algo que ha puesto en entredicho la efectiva experiencia histó rica de los socialismos.
Foucault, por su parte, pone el acento en un sujeto que no está má s allá de la ideologı́a o
superestructura, sino que recrea esa ideologı́a en forma de normatividad5. Desde este punto de
vista, la posibilidad de cambio está encarnada en los sujetos anormales y deja escasas esperanzas
para un cambio estructural. Parece que, del mismo modo que la excepció n hace la norma, la
disidencia no tiene sentido sin hegemonı́a cultural, por expresarlo en té rminos gramscianos. Se
trata del cı́rculo sin salida foucaultiano, que es el cı́rculo sin salida al que parece confrontarnos la
posmodernidad.
Pero hay una tercera vı́a, de la que podrı́amos nombrar a Frantz Fanon como ejemplo.
Su propuesta, ni moderna ni posmoderna, intenta combinar una teorı́a del sujeto con una
propuesta polı́tica de descolonizació n. Silvia Federici no discute con é l, pero yo creo que ese
diá logo es un paso obligatorio. No se puede abordar la reflexió n sobre las brujas siguiendo a Marx
y a Foucault, pero tampoco se puede abordar la reflexió n sobre los sujetos colonizados. Calibá n no
puede ser un sı́mbolo del proletariado mundial, contra lo que Federici pretende, porque hace
referencia a un vector especı́fico de opresió n que ella, de alguna manera, tambié n invisibiliza.
Fanon nace en la isla de Martinica y al llegar a Europa descubre que no es un francé s: es un negro.
Entonces inicia una operació n intelectual (plasmada en su obra de juventud Piel Negra, Máscaras
Blancas) que tiene que ver con examinar otra dialé ctica: la que guı́a la construcció n de nuestras
identidades. Y encuentra que el colonialismo, como fenó meno histó rico que afecta a la mayor parte
del planeta, es imprescindible para analizar esta dialé ctica. “Lo negro” aparece como anverso de
lo blanco, como su defecto o su exceso, y ası́ sucede tambié n con otras identidades asociadas a
4 Es muy conocida su “Brevı́ssima relació n de la destrucció n de las Indias” pero no tanto su “Brevı́sima relació n de la
destrucció n de Ak frica”. Las Casas (1989) define desde el tı́tulo literalmente esta destrucció n como un “preludio de la
destrucció n de Indias” y se reconoce a sı́ mismo como haciendo una “primera defensa de los guanches y negros contra
su esclavizació n”.
5 Sobre el funcionamiento de la norma y los lı́mites de la normatividad ver reflexiones de Judith Butler (2005) en torno
a Foucault.
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espacios coloniales. Esta construcció n genera una suerte de alienació n que Fanon expresó con la
metá fora de la má scara y el concepto de “mistificació n”.
El autor antillano ejemplifica esta enajenació n má s tarde, en su obra de madurez Los condenados
de la tierra, con el caso del argelino, condenado a mirarse a sı́ mismo a travé s de los ojos del colono
francé s. Los condenados son aquellos que han sufrido la explotació n, la violació n, el asesinato, de
manera literal pero tambié n en un plano simbó lico. Los condenados son aquellos cuerpos
confinados a transitar una esté ril zona del no-ser donde no pueden ser sujetos del discurso ni de
la historia.
El “giro fanoniano” consiste en mostrar que el aparataje socieconó mico colonial es indisociable
del mental, y que si tenemos en cuenta só lo una parte la emancipació n no puede ser completa.
Considera que es la mı́mesis, como capacidad de negarse a sı́ mismo, la que produce patologı́a en
forma de enajenació n. Esta enajenació n habilita una actitud paternalista por parte de sujeto
colonizador, mistificador, pero tambié n mistificado, de forma que son complementarias. Ambos,
tanto el amo Pró spero como el esclavo Calibá n, está n enfermos. En una postura que antecede a
Foucault (no en vano era un autor conocido por la intelectualidad francesa de los añ os sesenta) el
autor martiniqueñ o piensa que la “cura” tiene que ver con las relaciones sociales, y no con un
internamiento o una relació n exclusiva con el terapeuta. Fanon, tambié n en una postura que
antecede a Foucault, cree que el problema está en la reproducció n cultural de los significados.
Ahora bien, no se trata de una visió n tı́picamente foucaultiana de la locura como liberació n de las
ataduras sociales. Al contrario, como dice Fanon en su Carta al Ministro residente: “La locura es
uno de los medios que tiene el hombre de perder su libertad” (Valdé s, 2016: 125). En este sentido,
Fanon es un autor revolucionario que cree en la transformació n de las estructuras. Su visió n
profunda del sujeto de la revolució n, enajenado en un sentido que no deja de ser marxiano, y que
ademá s participa de una dialé ctica histó rica, se distancia no obstante del enfoque de Marx. Los
condenados de la tierra constituye una crı́tica a la visió n eurocé ntrica del marxismo, una crı́tica en
la que se empleará en buena medida el pensamiento poscolonial. Como teó rico polı́tico, Fanon
piensa que no es posible importar las definiciones de opresió n europeas y aplicarlas, pues ni el
“obrero” ni el “partido” eran nociones muy operativas en el contexto colonial. De hecho, el
“proletario” es un privilegiado y el “partido revolucionario” a menudo un ó rgano colonial, pues
recrea el imaginario metropolitano en sus propuestas de descolonizació n.
El autor martiniqueñ o pone ası́ sobre la mesa una dialé ctica histó rica compleja donde la
opresió n no es só lo econó mica. Donde, para hablar claramente, la violencia hacia los condenados
y las condenadas está racializada. Pero, ¿qué ocurre entonces con la opresió n de gé nero? Fanon la
teoriza y lo hace ademá s en relació n a la opresió n colonial. En este sentido, nos dota de elementos
para una visió n mucho má s compleja de la opresió n que la que pudieran aportar Marx o má s tarde
Foucault, poniendo sobre una misma mesa opresió n de clase, opresió n de gé nero y opresió n racial.
3.2. Calibán y el velo
Bob Dylan empieza una de sus canciones má s conocidas con la siguiente frase: “¿Cuá ntos
caminos debe un hombre recorrer antes de que lo llamen hombre?”6. Siguiendo a Fanon
podrı́amos decir que si se nace en el zona del no ser, esos caminos pueden ser infinitos, y un
hombre puede morir sin haber llegado a ser hombre primero. La interpretació n má s difundida
sobre Fanon coincide en que este devenir hombre se lleva a cabo en té rminos, en primera
instancia, de racializació n. Esto no quiere decir que no haya otros requisitos para ser hombre, sino
que la raza es como una nota de corte: si está s en la zona del no ser no puedes entrar a la carrera.
Sin embargo, aquı́ pensamos que existe un requisito no menos inicial, en el que probablemente no
estaban pensando ni Dylan ni los inté rpretes de Fanon. Y ese requisito es, en ú ltima instancia, el
pene.
No es que los genitales sean el ú nico requisito para llegar a ser hombre, pero constituyen desde
luego una nota de corte no menos imprescindible que la raza. A partir de ahı́, los caminos será n
duros, pues no basta efectivamente con portar un pene: la masculinidad es una performance de
6 “How many roads must a man walk down / Before you call him a man?”, Blowing in the wind, 1963
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largo alcance, una funció n que no acaba. Fanon era muy consciente, no obstante, del papel
fundamental del pene en la cultura colonial. Entendı́a que la construcció n sexual de los individuos
era crucial para su identidad (como má s tarde dirı́a Foucault). Como Marx (y sobre todo como
Engels) entendı́a que la mujer sufrı́a un tipo especı́fico de alienació n7, y pensaba que podı́a
liberarse de la mistificació n identitaria que la oprimı́a. Por eso sienta en su divá n a hombres y
mujeres de diferentes “razas”, en aras a elaborar una teorı́a sobre la construcció n de la identidad.
Y reconoce que el deseo de blanquearse va acompañ ado de un deseo de virilidad, como sı́mbolo
de poder, pero tambié n que el deseo de ennegrecerse o argelinizarse va acompañ ado de una
reconstrucció n antinó mica de la identidad que tiene que ver con la virilidad. Esta reconstrucció n
“por oposició n” que opera en los discursos anticoloniales recupera de hecho una supuesta
autenticidad en muchos casos má s viril que la virilidad blanca. En el contexto antiimperialista, si
la religió n verdadera no es la europea, sino la propia, o la cultura verdadera no es la europea, sino
la propia, es normal pensar que el verdadero hombre no es el europeo, sino el colonizado. Pero,
obviamente, se trata de una mera mistificació n por reacció n. La pregunta es: ¿qué ocurre con la
mujer colonizada?
Fanon escribe un texto especı́fico sobre la mujer racializada que nos puede resultar ú til en este
punto. El psiquiatra antillano no parte exactamente de la piel ni tampoco de una má scara para
teorizar la identidad, sino de un revestimiento má s concreto: el velo. En su olvidado texto “Argelia
se quita el velo” desarrolla una tesis acerca de la mistificació n, aú n má s acuciante, de “la otra”. El
punto de partida es la defensa acé rrima del uso del velo, un asunto de escandalosa vigencia hoy
en el á mbito metropolitano. Dice:
“Cada vez que el velo cae, cada cuerpo que se libera de la sumisió n tradicional
al haik, cada rostro que se ofrece a la mirada audaz e impaciente del ocupante,
expresa negativamente que Argelia comienza a renegar de sı́ misma y acepta la
violació n del colonizador” (Fanon, 2016: 143).
El autor mariniqueñ o parece estar considerando ú nicamente la dimensió n opresiva de este
acto (quitarse el velo), y no una posible versió n liberadora. Aunque declara que el pañ uelo es una
“sumisió n tradicional”, está convencido de que rebelarse es una abdicació n. Es bien consciente de
que se trata, tambié n, de una mistificació n por reacció n. Siguiendo el modelo de Piel negra,
máscaras blancas, afirma: “El blanco crea el negro. Pero es el negro quien crea la negritud. A la
defensiva colonialista sobre el velo, el colonizado opone el culto al velo” (Fanon, 2016: 146).
La historia se repite. Mujeres iranı́es que usaban el velo quisieron quitá rselo cuando la
revolució n lo impuso, mujeres musulmanas quieren hoy poné rselo cuando la ley francesa lo
prohibe. Fanon anticipa que los enfoques estrechos, segú n el cual el velo es una identidad
emancipadora o una prá ctica opresora, son insuficientes y pueden ser utilizados de forma
perversa. “El velo ayuda a la argelina a responder a las nuevas interrogantes planteadas por la
lucha” dice Fanon (2016: 154). No interrogantes planteados desde fuera, sino que surgen en el
propio camino hacia la emancipació n.
Ası́, la mujer argelina se concentra en “dar la impresió n de tener las manos libres, que no hay
nada bajo el haik sino una pobre mujer o una joven insignificante” (Fanon, 1976: 43), en “adoptar
un tal «aire de Fatma» que tranquilice al soldado”. Al tiempo, se sitú a en el corazó n del combate,
utilizando el velo como arma de la que pueda decidir liberarse posteriormente, pues las
instituciones sociales se movilizan “tras las huellas de la joven” (Fanon, 1976: 42).
Fanon no duda en equiparar la empresa colonial a una violació n, donde tanto el territorio como
el cuerpo de las mujeres son apropiados por la fuerza. Nos previene de que existe una opresió n
doble para las mujeres en la sociedad argelina, y sueñ a con que la mujer se libera de ambas por
7 Marx y Engels en su Manifiesto presentan a la familia como una construcció n cultural al servicio del capitalismo, y el
papel de la mujer en la reproducció n del sistema como enajenante. El comunismo permitirı́a de hecho a la mujer librarse
de la prostitució n pú blica y privada (el matrimonio burgué s) a la que está sometida (Kinnen, 1969).
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medio de la lucha anticolonial. Ni su rol domé stico ni su rostro oculto constituyen pues “una
limitació n del universo” (Fanon, 1976: 47), sino la respuesta a determinadas opresiones culturales
y determinadas fases de la lucha.
4. Entre Calibán y la Bruja
Fanon habilita un enfoque de la modernidad colonial donde la opresió n de gé nero juega un rol
central. Entiende que la descolonizació n implica destruir “viejas mitificaciones”, y que la mujer
colonizada es foco de resistencias, má s o menos sigilosas, en la medida en que no responde al
estereotipo occidental de la mujer racializada. Lo importante de esto es que Fanon detecta que el
ré gimen colonial impone un ré gimen de opresió n especı́fico para la colonizada, donde esta es o
bien defecto o exceso del patró n de feminidad occidental.
Sin embargo, Fanon recrea de diversas formas un imaginario colonial en sus aná lisis
psicoanalı́ticos y no acaba por desarrollar una teorı́a sobre la interrelacionalidad de las opresiones
(Pé rez Flores, 2018). Los herederos de Fanon, a quienes correspondı́a la coyuntura histó rica del
é nfasis identitario en el aná lisis de las opresiones, se encontraron con el reto de hacer acopio de
esta interrelacionalidad y su vı́nculo con el colonialismo. Pero, ¿lo consiguieron realmente?
4.1. La herencia de Fanon
Mi opinió n es que, en general, los herederos de Fanon no profundizaron demasiado en el papel
de esta imposició n, sino que acabaron por teorizar la opresió n de gé nero como secundaria
respecto de la racial. Esto no se expresa só lo en las diferentes luchas anticoloniales a partir de una
suerte de “anticolonialismo viril” (Pé rez Flores, 2018), sino en particular en los teó ricos
descoloniales, en los que voy a centrar mi atenció n.
Tomemos por caso a quien popularizó el té rmino “colonialidad del poder” como cara oculta y
obligada de la modernidad: Anı́bal Quijano. Este soció logo peruano critica precisamente al
concepto de clase de eurocé ntrico porque deja de lado la relació n fundamental del trabajo con
otros á mbitos de dominio como la raza o el gé nero. Señ ala, como Fanon, que la mitologizació n de
la identidad es fundamental para ejercer dominio, y entiende que la raza es una mistificació n que
no remite a realidad bioló gica alguna. Considera, en cambio, que el gé nero remite al sexo, que sı́ es
una realidad bioló gica. En este sentido, da un papel fundamental a la opresió n de gé nero,
considerá ndola la má s ancestral, pero pone el peso de la colonialidad en lo racial, que es al fin y al
cabo una mistificació n genuina de la modernidad europea:
“Mientras la producció n social de la categorı́a “gé nero”, a partir del sexo, es sin
duda la má s antigua en la historia social, la producció n de la categorı́a “raza”, a
partir del fenotipo, es relativamente reciente, y su plena incorporació n a la clasificació n de las gentes en las relaciones de poder tiene apenas 500 añ os” (Quijano, 2007: 119).
Sin embargo, el gé nero sı́ es una mistificació n colonial que viene a imponerse sobre diversas
formas de organizar la diversidad de los cuerpos. No en vano es en el seno de la propia teorı́a
descolonial, pero desde voces de mujeres, dó nde se pone de relieve este cará cter modernocolonial del gé nero. Marı́a Lugones (2008) llega a afirmar que el gé nero como tal es un artefacto
colonial, pues presupone un binarismo jerá rquico, el sexual, que no existı́a en las sociedades
precoloniales. Rita Laura Segato (2010), por su parte, matiza que sı́ existı́a el gé nero, pero que no
se formulaba en té rminos dicotó micos, como en el caso colonial, sino como un dualismo que
habilitaba un patriarcado de baja intensidad.
Sea como sea, la colonialidad del poder no só lo añ ade algo a una divisió n sexual preexistente,
sino que produce la propia divisió n entendida en té rminos dicotó micos. El sexo no es, pues, un
“atributo bioló gico” (Quijano, 2007: 124) sino cultural, de la misma manera que lo es la raza. Aú n
má s: el sexo no antecede al gé nero, es su producto. Tanto la raza como el sexo remiten a cuestiones
fenotı́picas e incluso genotı́picas, pero no tienen un correlato natural. Esto quiere decir que la
colonialidad imponen un canon cultural que racializa y engeneriza (y por tanto, sexualiza, en el
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sentido de naturalizar el binarismo sexual) por igual.
Hay otros autores que, no obstante, han asumido la colonialidad del gé nero como una
dimensió n nuclear de la colonialidad. Tomemos como ejemplo la propuesta Grosfoguel, que
tambié n parte de una crı́tica al marxismo por su visió n predominantemente econó mica del
sistema-mundo. Propone una alternativa, dicho en sus propias palabras, interseccionaldecolonial-fanoniana (Grosfoguel, 2013). ¿Qué quiere decir esta ecuació n?
Hay muchos tipos de opresió n en intersecció n y por tanto de cuerpos oprimidos, ese es el
primer reconocimiento8. Pero algunos de estos cuerpos está n por encima de la lı́nea de lo humano
y otros por debajo. La lı́nea del Ser y el No Ser que describirı́a Fanon no es otra cosa que la divisió n
racializada como eje fundamental. En la zona del ser, un conflicto Yo-Otro no es racial. En la zona
del ser, la violencia se vive como excepció n. En la del no-ser, la violencia se vive como norma. Pero,
¿por qué la lı́nea divisoria es racial, y no sexual? ¿se trata realmente de un enfoque interseccional?
Para responder propongo volver a Silvia Federici y los momentos fundacionales de la
modernidad colonial. Al mismo tiempo que se produce la expansió n, la explotació n y el genocidio
de los cuerpos indı́genas, se produce la masacre de los cuerpos de las brujas. Estos cuerpos son
resignificados en la lı́nea del no ser para justificar el exterminio, siguiendo un patró n unı́voco que
ya está en expansió n. Pero, ¿son estos cuerpos racializados?
Grosfoguel define los procesos de racializació n como procesos de “inferiorizació n” que “puede
marcarse a travé s de lı́neas religiosas, é tnicas, culturales o de color”. ¿Las brujas fueron
inferiorizadas por estos motivos? Sus prá cticas colapsaban con el patró n religioso, pero tambié n
con el econó mico, y en este sentido su persecució n encuentra efectivamente un correlato en la
persecució n de cuerpos herejes coetá nea o la persecució n de cuerpos musulmanes y judı́os que la
precedió .
Claro que las brujas tenı́an algo especı́fico: eran mujeres. Esto indica que el fenó meno de la caza
de brujas no puede explicarse en los té rminos de una persecució n religiosa, al menos no
exclusivamente. La racializació n, tal y como es definida por Ramó n Grosfoguel, no es capaz de
explicar este tipo de persecució n, que ademá s es coetá nea a otro tipo de persecuciones de mujeres.
Para intentar explicarlo lo ló gico serı́a fijar la atenció n pues en otro patró n que se impone
simultá neamente con la expansió n colonial: el gé nero. Los cuerpos asignados como mujeres son
inferiorizados por no encajar en una nueva norma que no es exclusivamente religiosa o cultural,
sino sexual. Estos cuerpos son “engenerizados”, en el sentido de pasar a formar parte de una
dicotomı́a que, ya sea intensificando una jeraquı́a previa o inaugurá ndola, las coloca en una
posició n de dudosa humanidad. El trabajo de las mujeres, como el de los cuerpos colonizados, pasa
a ser naturalizado, lo que habilita su esclavizació n, explotació n y exterminio. Las Brujas son el
botó n de muestra de una resignificació n de los cuerpos asignados como mujeres donde estos son
relegados a una periferia epistemoló gica y ontoló gica.
El hecho de que dudemos si definir esta operació n ontoló gica en té rminos de engenerizació n o
racializació n es una prueba de la imposibilidad de disociar ambos conceptos: uno no se tiene sin
el otro. El indio es feminizado (Ochoa, 2014) de la misma forma en que la bruja es africanizada
(Federici, 2010: 315). Ambos procesos implican, ademá s, infantilizació n y bestializació n, dos
elementos aú n insuficientemente abordados de la colonialidad que revelan la dimensió n especista
y adultocé ntrica de este patró n de poder.
La clave reside en que ambos té rminos, racializació n y engenerizació n, son ú tiles al mismo
tiempo por separado, y en mi opinió n no se deben fusionar. Los procesos de racializació n nos
permiten entender por qué la violencia contra los cuerpos asignados como mujeres en el “Nuevo
Mundo” se intensifica con respecto a las del “Viejo Mundo", añ adié ndose capas de infrahumanidad. Lugones habla de estos cuerpos como “hembras”, pues les está vetada
ontoló gicamente la humanidad. Las brujas de Federici, fundamentalmente mujeres pobres, eran
8 Grosfoguel hace alusió n aquı́ a la noció n de interseccionalidad de las opresiones, acuñ ada en el seno del feminismo
afroestadounidense, en particular por Kimberlé W. Crenshaw (1991), y reapropiada en mú ltiples contextos para aludir
a las mú ltiples opresiones y las relaciones entre ellas.
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mujeres, aunque no personas plenamente. Las colonizadas no podı́an llegar a ser ni personas, ni
mujeres.
4.2. La línea de lo humano
Grosfoguel expresa ası́ el peso de la racializació n, retomando a Fanon y comentando la noció n
de “lı́nea abisal” del soció logo portugué s Boaventura de Sousa Santos: “en la zona del ser tenemos
formas de administrar los conflictos de paz perpetua con momentos excepcionales de guerra,
mientras que en la zona del no-ser tenemos la guerra perpetua con momentos excepcionales de
paz” (Grosfoguel, 2012: 19). Esta distinció n permite entender por qué las mujeres no conforman
una hermandad de por sı́, ni tampoco otros colectivos identitarios, porque la marca de la racialidad
define privilegios intragé nero de una violencia inconmensurable:
“Como los conflictos con las clases y las é lites dominantes en la zona del ser son
de naturaleza no-racial, tenemos que en los conflictos de clase, gé nero y sexualidad el «Ser Otro» (Otro oprimido no-racialmente dentro de la zona del ser)
comparte los privilegios del orden de derechos imperiales, los discursos emancipadores de la Ilustració n y los procesos de negociació n y resolució n de conflictos. Por el contrario, como en la zona del no-ser los conflictos de clase, gé nero
y sexualidad son al mismo tiempo articulados por la opresió n racial, los conflictos son gestionados y administrados con mé todos violentos y de apropiació n
continua (Grosfoguel, 2012: 19)”.
Esta propuesta tiene el peligro, no obstante, de ocultar una vez má s el peso no reconocido de
otras dimensiones del patró n de poder moderno colonial, como la colonialidad del gé nero. Ası́,
una mujer pobre y trans que proviene de un lugar pequeñ o de un paı́s con trayectoria en reconocimiento de derechos puede vivir una situació n ontoló gicamente tan o má s devaluada (exclusió n
social, exposició n a la violencia sexual y al asesinato) a la de un hombre cis9 pudiente en un paı́s
colonizado, donde la mayorı́a de derechos sociales no está n garantizados y donde la violencia es
norma.
La lı́nea de lo humano como lı́nea racializada es ú til para desvelar como, ante dos pertenencias
identitarias idé nticas (mujer, gay, obrero, etc), la racializació n convierte a los pares idé nticos en
opresores y privilegiados respectivamente. La lı́nea de lo humano como lı́nea racializada es ú til
tambié n para mostrar có mo ante la misma pertenencia racial (ya sea esta cultural, religiosa, lingü ı́stica o fenotı́pica) dos pares idé nticos pueden devenir opresores y privilegiados, pues contempla la multiplicidad de las opresiones al interior de cada regió n. La lı́nea de lo humano como lı́nea
racializada no es ú til, no obstante, para mostrar las combinaciones de dos adscripciones identitarias distintas, pues la interrelacionalidad de las opresiones aquı́ reviste mayor complejidad.
El feminismo introdujo la idea de que la opresió n de gé nero era una de las opresiones fundamentales, si no la má s fundamental. Sin embargo, careció de herramientas para teorizar esta opresió n en conjunto con las econó micas o las raciales, en particular estas ú ltimas. Sin duda, el feminismo no se preocupó mucho por esta formulació n porque quienes teorizaban poseı́an un estatus
racial privilegiado. Del mismo modo, creo que los autores posmodernos y poscoloniales no se
preocuparon mucho por el estatus de gé nero porque, al fin y al cabo, eran hombres.
De una parte, la restitució n de poder que propusieron a partir de la idea de descolonizació n
estuvo mediada por una visió n acrı́tica, naturalizada, de la divisió n sexual. En realidad, tanto quienes deseaban “reformar” el ré gimen colonial (creando naciones independientes clasistas y racistas) como quienes deseaban subvertirlo (ya sea inspirados por la religió n, ya sea por el marxismo
o el psicoaná lisis) parecieron dejar intacta la condició n de privilegio que les reservaba el sistema
de gé nero. Es cierto que colocar la raza como eje central, má s que un “requerimiento episté mico”,
se convierte en muchos casos en un “requerimiento polı́tico” en un contexto donde los grandes
marcos teó ricos han obviado su peso, y donde particularmente los feminismos han contribuido a
9 Cisgé nero: persona cuyo gé nero coincide con el sexo asignado.
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su invisivilizació n. En este sentido, la reivindicació n de su centralidad no responderı́a simplemente a una mera preservació n de privilegios, sino a una respuesta polı́tica urgida por circunstancias sangrientas. No pocos cuerpos racializados, incluyendo voces dentro del espectro LGTBQ,
han elegido declarase negrx anter que queer (Piñ a Narvá ez, 2017) o se han negado a reconocerse
como feministas (Sirin Sibali, 2019), denunciando ası́ la dimensió n racista de los movimientos de
emancipació n de raigambre occidental.
Resultarı́a peligroso, e incluso perverso, utilizar nociones como la de “interseccionalidad”
(1991) tal y como está sucediendo, para volver a relegar a un lugar secundario la cuestió n racial.
Al mismo tiempo, resultarı́a inadecuado situar el gé nero en una posició n que no fuera el corazó n
mismo de la colonialidad. Esto obliga a reformular la lectura de la opresió n racial como lı́nea divisoria de los cuerpos, y a confrontar la interrelacionalidad e inextricable dependencia de todas las
opresiones. El patró n colonial es racista y sexista, pero tambié n clasista, heterocentrado, cis, especista, capacitista y ası́ un largo etc., y no lo es escalonadamente sino simultá nea e inevitablemente.
Yo propongo, como punto de partida mı́nimo, que la zona del ser y del no ser se lea, no como
una zona exclusivamente racializada, sino tambié n engenerizada. Esto quiere decir que la lı́nea
divisoria del mundo, lo que va a marcar un ré gimen de violencia episté mica y ontoló gica permanente, está definida por un patró n de opresiones simultá neas. De este modo, un cuerpo racializado
podrá acercarse a la zona del ser en la medida en que no só lo su sexo y su raza, sino su estatus,
capacidad, religió n, edad y un largo etcé tera coincidan con el patró n colonial. Un cuerpo no racializado se adentrará en la zona del no ser en la medida en que se aleje de este patró n. Lo mismo
ocurre con un cuerpo engenerizado.
Ninguno de los dos podrá alcanzar del todo la zona del ser, porque la zona del ser está reservada para quien representa ese patró n y por ello tiene garantizados todos los reconocimientos
jurı́dicos y sociales. Lo importante no serı́a tanto ver si está en uno u otro lado, en una continuació n de un pensar “dicotó mico”, sino la intensidad de la violencia, el nivel de anulació n ontoló gica,
instituida en dobles, triples o cuá druples opresiones.
Esta visió n gradual permite explicar por qué el genocidio de las mujeres en Europa es simultá neo al genocidio de los cuerpos originarios en Af frica y Amé rica. Esta visió n permite explicar por
qué yo, como mujer canaria, soy una euroblanca africana pero latina, y este texto está condenado
a oscilar entre el diá logo sur-sur y el extractivismo epistemoló gico (Grosfoguel, 2016). Esta visió n
permite superar enfoques maniqueos y simplificadores de un patró n de poder que “condena”, por
recuperar la terminologı́a de Fanon, en la medida en que despliega má s o menos facetas de la colonialidad. Esta visió n habilita, sobre todo, un enfoque donde a ningú n cuerpo le sea negado el
reconocimiento de sus opresiones especı́ficas.
5. Calibanas
Siguiendo a Silvia Federici, esta investigació n ha rescatado a Marx, como representante de una
primera corriente má s estructural, y a Foucault, como representante de un enfoque
posestructural, para debatir en torno a la constitució n de la opresió n. Ambos se mostraron
insuficientes para dar cuenta de la complejidad del poder y entonces se recurrió a Fanon. Este
autor tiene la cualidad no só lo de escribir desde cierta exterioridad de lo europeo que podrı́amos
dar en llamar, con Enrique Dussel (2005), transmoderna.
Los tres autores tienen en comú n hablar del capitalismo como un sistema complejo,
indisociable del colonialismo europeo y de los valores de la modernidad. Aunque Fanon no hable
especı́ficamente de los orı́genes del sistema econó mico, sı́ teoriza sobre la construcció n de la
sociedad colonial y de la identidad como procesos entroncados en el mismo. Al hacerlo pone el
acento en el sujeto, en una visió n que combina opresió n econó mica e identitaria. Ademá s reconoce
que el gé nero intersecta de manera particular con la opresió n colonial, abriendo las puertas a una
visió n interrelacional de las opresiones.
Si bien Fanon inspiró a toda una plé yade de autores descoloniales que reconocen el papel del
gé nero como vector de opresió n clave, este no deja de ser secundario en sus lecturas sobre los
orı́genes y el alcance de la colonialidad. Las “feministas descoloniales”, sin embargo, se valieron de
enfoques donde la colonialidad se asume en su multidimensionalidad. No me refiero ú nicamente
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a quienes está n explı́citamente conectadas con el pensamiento descolonial (Marı́a Lugones, Rita
Laura Segato, Karina Ochoa, Sirin Adlbi Sibali, etc.), sino a quienes traen propuestas afines o
crı́ticas con é l, e incluso aquellas en las que el propio pensamiento descolonial se ha inspirado (a
veces sin el debido reconocimiento), y cuya lista serı́a interminable10. Feminismos negros,
indı́genas, comunitarios, islá micos, poscoloniales, etc., se encuentran en un cuestionamiento
epistemoló gico, é tico, esté tico y polı́tico del patró n colonial.
Las figuras de Calibá n y la Bruja nos colocan ante un trinomio, “colonialismo-raza-sexo”, nada
fá cil de conjugar. Para abordarlo es necesaria una tercera figura, la de la “Calibana”, que evoca lo
colonial al tiempo que su indisociabilidad de la opresió n de gé nero. Creo que esta figura constituye
un conveniente punto de partida hoy para cualquier reflexió n en torno a la opresió n porque
habilita un enfoque diná mico y complejo de la opresió n, sin privilegiar una categorı́a sobre otra,
inscribié ndolas todas en el seno de la colonialidad. Al mismo tiempo, no dejan ser só lo un punto
de partida, que oculta no só lo a “les calibanes” (en referencia a identidades no binarias), sino otras
tantas formas de calibanidad.
En mi opinió n, han sido las calibanas quienes han tomado fundamentalmente el relevo del
aná lisis complejo de la opresió n (algunas intentando hacer acopio precisamente de los bagajes
marxiano, foucaultiano y fanoniano,) para dar a luz a esta forma de entender la interacció n de las
opresiones. Sus principales voceras vinieron a poner sobre la mesa que es necesario un enfoque
no jerá rquico de las opresiones, y la existencia de privilegios en los cuerpos oprimidos. El alcance
del binomio raza-sexo no se puso de relieve hasta que estos cuerpos, muchos de ellos presentas
en las luchas anticoloniales o por derechos sociales, denunciaron que las independencias y los
derechos adquiridos dejaban intacta gran parte de la violencia estatal, comunitaria y domé stica
que recibı́an diariamente.
Ademá s, las coaliciones marcan la lucha de las calibanas desde el principio. En buena medida
cuentan con alianzas intersexo, pues la colaboració n con los hombres racializados se vuelve
imprescindible, de la Plantació n a la Universidad. Tambié n cuentan con coaliciones interraciales,
pues a menudo se hermanan con otros colectivos racializados en luchas conjuntas. Tambié n son
pioneras en colaboraciones interclase, pues las mujeres racializadas pudientes excluidas de luchas
como el sufragismo o de determinados á mbitos intelectuales creaban nexos con mujeres de la
clase trabajadora. Se trata de un escenario favorable a la comprensió n de que la lucha tiene menos
que ver con una esencia que con una necesidad, esto es, a una comprensió n de la opresió n mucho
má s elá stica y compleja.
La calibana es una figura poderosa porque apunta a una visió n multidimensional de la
opresió n, y lleva en ú ltima instancia a una reflexió n epistemoló gica inestimable para el proyecto
descolonial. La clave reside en buena medida a que las resistencias de las que bebe tienen un
origen muy distinto al del “feminismo blanco”, inspirado en la Ilustració n y por tanto reproductor
de colonialidad. Resistencias que emanan de las plantaciones, la marginalidad episté mica y el
sincretismo representan no só lo otra manera de luchar contra el colonialismo, sino una forma
distinta de interpretarlo.
6. Conclusiones
Siguiendo a Federici, hemos atendido a dos figuras clave de la modernidad colonial: Calibá n y
la Bruja. Hemos examinado có mo la Bruja fue excluida de dos de las propuestas teó ricas má s
representativas del pensamiento contemporá neo europeo. A continuació n, nos detuvimos en
quienes pusieron el acento en Calibá n, o sea, en los cuerpos colonizados, retomando a Fanon. Nos
preguntamos en qué medida tuvieron en cuenta a las mujeres colonizadas, y respondimos que sus
principales teó ricos estuvieron ciegos en gran medida al peso de la opresió n de gé nero.
10 En este apartado me enfrentaba al dilema o no de nombrar a las “calibanas”. Por una parte, querı́a compensar el
histó rico anonimato de las mujeres, má s aú n de las racializadas, y má s aú n en el contexto de un artı́culo consagrado a
discutir principalmente con voces de hombres. Por otra, el artı́culo se extendı́a demasiado y una enumeració n estaba
abocada a ser tan parcial e incompleta, que quizá fuese mejor preservar el anonimato, disolviendo quizá s la diná mica
colonial de los grandes nombres de hombres bajo un seudó nimo gené rico, “calibanas”, donde cupieran muchos cuerpos.
Al final opté por renombrar a algunas de las autoras previamente citadas y evitar la enumeració n descontextualizada.
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Existe pues una zona oscura a la que ni Marx ni Foucault, pero tampoco Federici, dieron la
suficiente importancia. Se trata de la intersecció n entre Calibá n y la Bruja, a la que las tradicionales
categorı́as de opresió n impedı́an nombrar. Esta figura es la Calibana, y en ella encontramos claves
para una reflexió n efectiva sobre sexo, raza y colonizació n.
Calibá n no puede llegar a ser hombre, pero Calibana no puede llegar a ser ni Calibá n ni
propiamente mujer, y en este sentido se enfrenta al reto de teorizarse desde un lugar
especialmente “abisal”. Desde una identidad doblemente negada, el punto de partida es tambié n
el de todo lo negado. La descolonizació n, desde el punto de vista de la calibana, no implicarı́a “el
fin del racismo”, o “el fin del patriacado”, sino algo má s integral. Obligarı́a a otra forma de relació n
con todo lo que no es un hombre, esto es, un hombre de verdad: blanco, con pene, con aversió n
por el resto de penes, capacitado para “todo”, separado ontoló gicamente del resto de especies, etc.
Antes que con está ticas regiones del Ser y el No Ser, las calibanas dibujan un mapa con
intersecciones particulares, y resistencias particulares, en contextos marcados por violencias
coloniales que comparten raı́z. Sus discursos no ofrecen recetas universales, ni hablan de
categorı́as ú nicas, pues las resistencias só lo son practicables desde un marco propio (desde el
propio cuerpo, la cultura propia, las necesidades propias), salvaguardá ndonos ası́ de la violencia
episté mica que comporta la herencia moderna.
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