INFIDELIDAD SEGÚN PERFILES PSICOLÓGICOS
@ Inmaculada Jauregui Balenciaga
Email: inmajauregui@gmail.com
«SE HABÍA ENAMORADO DE UNA MENTIRA QUE AL MISMO TIEMPO ERA
LO ÚNICO REAL QUE TENÍA EN SU VIDA» (LARRY STYLINSON).
PERFILES PSICOLÓGICOS EN LA INFIDELIDAD
La experiencia clínica nos habla fundamentalmente de dos maneras de ser infiel:
aquellas con o sin implicación emocional, pudiendo ser, éstas, ocasionales o habituales.
Lo diferencial parece ser la implicación emocional. No se otorga el mismo significado a
una infidelidad con implicación emocional que a una sin ella, aunque en ambas haya
habido sexo.
La fenomenología de la infidelidad también nos desvela ciertos patrones de
comportamiento caracterizados por una serie de actitudes y aptitudes, desvelando así
que la infidelidad está más correlacionada con cuestiones de personalidad y culturales
que con problemas de pareja. Así, las pautas de comportamiento en la infidelidad
parecen repetirse de una determinada manera según ciertas características de
personalidad, definiendo no solo la forma en que la infidelidad se manifiesta, sino
también de cara a predecirla.
TRIADA OSCURA
A pesar de que hay personas que cometen alguna que otra infidelidad durante una
relación estable y duradera, otras en cambio, cometen infidelidad de manera sistemática,
es decir, que la infidelidad se perfila como norma y no como excepción. En este sentido
tenemos tres perfiles o rasgos de personalidad que pertenecen a la tríada oscura de la
personalidad, TRIOPE (Paulhus y Williams, 2002), a saber: el maquiavelismo, el
narcisismo y la psicopatía, estos dos últimos tildados a nivel subclínico. Se les llama
tríada oscura porque «los sujetos con estos rasgos comparten una tendencia a ser
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insensibles, egoístas y maliciosos en sus relaciones interpersonales» (Jones y Paulhus,
2009, p. 100).
Las personas con rasgos maquiavélicos parecen caracterizarse por el cinismo, la astucia
y la manipulación, y tienen pocas normas éticas (Christie y Geis, 1970; Fehr, Samson y
Paulhus, 1992).
Las personas con rasgos narcisistas o narcisistas subclínicos, se caracterizan por un
sentido grandioso de sí mismas y un marcado egocentrismo (Paulhus y John 1998).
Un caso particular de narcisismo lo componen las personas perversas narcisistas, así
diagnosticadas en el ámbito psicoanalítico (Bouchoux, 2009), dominadas por la
necesidad de defenderse de los conflictos internos, en particular del duelo, haciéndose
valer en detrimento del objeto manipulado. La perversión narcisista constituye así un
medio para evitar el delirio, proyectarlo hacia el exterior para que la otra persona lo
porte por ella. Toda una serie de desviaciones asociadas a síntomas ya descritos por
Paul-Claude Racamier (1992) conforman esta organización de personalidad estable, a
caballo entre la psicosis y la perversión, destacando la incapacidad de hacer frente a los
conflictos internos. Admiran todo aquello que les vuelve admirables; buscan un espejo
humano. En estas personas la infidelidad está muy presente, la cual tendrá una razón
lógica para justificarla y será siempre la culpa de la persona infidelizada. La tendencia
de estas personas es ser infiel y con varias personas al mismo tiempo.
Por último, las personas psicópatas, muchas de ellas en apariencia socialmente bien
integradas, caracterizadas por una falta de empatía, mitomanía, ausencia de culpa y falta
de miedo. Destaca en ellas el engaño, la mentira, la manipulación y la falta de
remordimientos (Garrido, 2000). Son conocidos por las personas estudiosas del tema la
promiscuidad sexual, la triangulación y el encabalgamiento en las relaciones amorosas
(Piñuel, 2015). Al respecto, Egan y Angus (2004) encontraron que los rasgos
psicopáticos se asocian entre otras variables con la infidelidad. Jonason, Luevano y
Adams (2012) hallaron que estos mismos rasgos se asocian con relaciones sexuales
casuales y a corto plazo. Hugo Marietán (2008) define la psicopatía como «una
variedad de individuos con necesidades especiales y formas atípicas para satisfacerlas.
La psicopatía es una manera de ser, y como tal, inmodificable. Es considerada una
anormalidad, en el sentido estadístico del término, y no una enfermedad» (Marietán,
2008, p. 327). Para este autor, de una persona psicópata no se puede esperar fidelidad.
Esta manera de ser está basada fundamentalmente en satisfacción de necesidades
«distintas» y la cosificación de otras personas. Las personas psicópatas subclínicas o
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integradas —diferenciadas de la tipología criminal— tienden a involucrarse en
conductas sexuales de riesgo, empleando tácticas manipuladoras e incluso coercitivas
como son el uso de drogas o la intimidación, generando así miedo. De esta manera
satisfacen sus necesidades “especiales” de poder, dominio y control, en particular sobre
sus parejas. La constante búsqueda de novedad hace que tengan más parejas sexuales y
que su estilo de apego sea menos restrictivo, siendo fácilmente infieles. En definitiva,
las relaciones de pareja en las personas psicópatas subclínicas —más predominantes en
personas con alto estatus social, económico y profesional— parecen estar «centradas
básicamente en mentiras, infidelidades, manipulaciones y patrones de interacción
coactiva de diversa índole, todo lo cual hace pensar que las relaciones íntimas con
psicópatas integrados […] se caracterizan por un tipo de violencia mayormente de
carácter psicológico» (Romero, Moreno, Blázquez, García-Baamonde., 2013, p. 2).
Estos tres perfiles, cada uno con su particular connotación, parecen tener como objetivo
la destrucción del otro, para lo cual inducen, a modo de trance hipnótico, a la
dependencia, siguiendo una pauta marcada por tres fases: seducción, invasión y
destrucción (Chapaux-Morelli y Couderc, 2010). Con excepciones, el tema central
alrededor del cual estas personas tejen la telaraña es la sexualidad. Una sexualidad digna
de un actor. Una sexualidad que intentará traspasar los límites. La hiperactividad en lo
sexual les llevará a la infidelidad, la cual tomará como mínimo la forma de flirteo o
coqueteo en presencia de la pareja hasta la triangulación y encabalgamiento (Piñuel,
2015), pasando por tríos, orgías, sexo en grupo, pederastia o violaciones (más o menos
encubiertas).
A pesar de haber muchas menos investigaciones que han estudiado el maquiavelismo en
las relaciones íntimas, lo hallado hasta la fecha revela que este rasgo se asocia con la
promiscuidad y con actitudes sexuales hostiles, así como con diversas tácticas sexuales
egoístas y engañosas tales como la estafa, la divulgación de secretos sexuales íntimos a
terceras personas, el fingir amor, la inducción a la intoxicación para obtener y
asegurarse sexo y una aprobación del uso de la fuerza sexual (McHoskey, 2001;
Jonason, Li, Webster y Schmitt, 2009).
Patologías fundamentalmente morales todas ellas, para las cuales la infidelidad se
perfila como un modus operandi. Es decir, que su particular concepción utilitarista y
parasitaria del «amor» les lleva a concebirlo fundamentalmente como una debilidad. Al
narcisista todo le está permitido y para el psicópata el amor es un juego (de poder). En
ambos casos, las reglas y normas están para saltárselas. La infidelidad en este tipo de
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personas es, por así decirlo, endémica y no tiene solución. Cuando estas personas son
descubiertas, minimizan, niegan, mienten y tergiversan, haciendo ver a la pareja que es
celosa y que está loca. En este contexto, en las personas víctimas de infidelidad se
acentúa la sintomatología traumática, así como las actividades detectivescas. En estos
casos la salida a la situación es únicamente la separación. No es posible la terapia con
personas con estos perfiles (Hare, 2009).
Ahora bien, independientemente de perfiles psicopatológicos, existen factores
predisponentes a la infidelidad. Factores como el poder y el riesgo correlacionan
altamente con la infidelidad. Desde luego, son dos características fundamentales de la
tríada oscura, particularmente de la psicopatía, pero no solo. Las personas con
posiciones de poder parecen ser propensas a la infidelidad. En muchas de ellas la
infidelidad está banalizada; parece ir incluida en el puesto o el trabajo. En estos
contextos también hemos observado el proceso de cosificación, es decir, convertir a las
personas amantes en mercancía, perdiendo de vista «el reconocimiento previo de su ser
persona» (Honnet, 2005, p. 94). «En sus primeros años de trabajo, Alexandra había
vivido una experiencia como testigo de algunos empresarios y ejecutivos de “infieles
temporales”, como ellos solían llamarse […]. Eran hombres influyentes: empresarios,
constructores, ejecutivos, políticos de renombre y el gerente general […]. Me
impresionaba… Hoy todavía me impresiona […]. Cuando una esposa pillaba a alguno
de ellos o sospechaba algo, inmediatamente le enviaban una joya, un anillo […], era
como un juego. Estaban muy seguros de su poder. Sabían que podían hacer cualquier
cosa […]. La empresa pagaba las parrandas con los productos que producía […]. Era
un pacto de sangre sagrado, un gran secreto entre todos ellos. Uno de los dichos que
repetían era: “Lo que pasa en la casa de juntas se queda en la casa de juntas”. Y se
reían […]. Casi todos, además de la actividad especial, tenían […] una amante oficial
[…]. Con algunas de ellas duraban meses, e incluso años» (Jaramillo, 2014, pp. 64-66).
En estos casos se observa que la infidelidad correlaciona con una confianza en uno
mismo, excesiva o ególatra, derivada del ejercicio del poder. Al respecto, Joris
Lammers y colaboradores (2011) concluyen en su investigación que el poder
correlaciona altamente con la infidelidad porque aumenta la confianza en la habilidad
para atraer personas. Esta asociación fue encontrada tanto para la infidelidad en curso
como para la intención de ser infiel en el futuro y ello, tanto en mujeres como en
hombres. Una de las razones por las cuales el poder puede estar asociado al incremento
de la infidelidad es que la experiencia psicológica del poder tiene efectos de
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transformación en el estado psicológico de las personas (Keltner, Gruenfeld y
Anderson, 2003). La persona poderosa ve y actúa con el mundo, consigo misma y las
demás personas de una forma diferente que con respecto a las personas que no tienen
poder: «Al mismo tiempo pienso que, en su experiencia, ellos se sentían dueños del
mundo. Y también nosotros, sus empleados, los veíamos como dueños. Más que como
jefes, los veíamos como reyes, tal vez dioses. Poderosos» (Jaramillo, 2014, p. 69). Estas
personas generalmente parecen más seguras, asertivas e impulsivas. Algunas
investigaciones recientes muestran que los efectos del poder en la seguridad en uno
mismo se traducen en comportamiento romántico. Las personas así empoderadas
focalizan su atención en el atractivo físico de las otras personas y aumentan los
comportamientos de acercamiento románticos (Wilkey, 2011). En la investigación de
Lammers y colaboradores (2011.) los autores presentan otra línea alternativa que
explicaría la mayor probabilidad de infidelidad en las personas poderosas, y es que la
posesión del poder puede incrementar la distancia psicológica con la pareja (Lee y
Tiedens, 2001). Dado que la cercanía psicológica es fundamental para una buena
relación, el aumento de la distancia puede directamente aumentar la infidelidad (Allen,
Atkins, Baucom, Snyder, Gordon, y Glass, 2005; DeMaris, 2009).
En estos casos es preciso, por un lado, diferenciar poder de empoderamiento y, por otro,
poder en tanto que abuso del mismo; como un falso poder: «Hoy en día creo que
cuando se ejerce esa clase de falso poder, lo que hay debajo es miedo» (Jaramillo,
2014, p. 69). Si entendemos el abuso de poder como una serie de prácticas de
intercambio social en las cuales los comportamientos o conductas están basadas en una
relación jerarquizada y desigual (Azaola y Ruiz, 2010), podemos ver que lo que
correlaciona con la infidelidad es más bien el abuso de poder o maldad moral
(Hirigoyen, 1996), que a su vez genera la inflación del ego, un espejismo en la
autoestima, por otro lado muy propio y característico del espectro de la tríada oscura,
del maquiavelismo concretamente. Antonio Marina (2016) considera la maldad como
ese gran fracaso de la inteligencia que genera un daño injusto.
Respecto al poder y la consecuente despersonalización sobre los otros, Pittman (2003)
hablará del conquistador. Un perfil caracterizado por «su amplio campo de acción
sexual y su preocupación por el género» (ibíd., p. 155). Esta tipología es fomentada en
sociedades donde «rinden culto a la masculinidad» (ibíd.). Este tipo de sociedades no
estimulan ni la monogamia ni la igualdad entre los géneros. Bajo este manto de
hipermasculinidad —macho alfa— se vislumbra el miedo a lo femenino. Este miedo se
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gestiona a través de creencias irracionales tales como que la mujer, no solo es lo opuesto
del hombre, sino que, además, es considerada inferior, por lo que la existencia de esta se
reduce a servirlos de muy variadas formas, entre las que destaca la sexual. Una de las
formas de alcanzar y definir la masculinidad en este tipo de sociedades es a través del
dominio sexual. La agresividad expresada a través del dominio afirma la masculinidad.
Y en este sentido, las infidelidades —particularmente las sistemáticas— son un tipo de
conquista compulsiva: «Las conquistas amorosas son una conducta adictiva» (ibíd., p.
181). Las parejas en este tipo de relaciones son el enemigo del cual deben escapar. Este
tipo de personas piensa que debe escapar de lo amoroso, pues ello supone una pérdida
de control y de poder; una limitación seria a su libre albedrío. Este tipo de personas no
cambian con facilidad, excepto cuando pasan por una crisis profunda. El trabajo
terapéutico pasa no solo por el cese de las relaciones sexuales extramaritales, sino por
desarrollar un nivel de sinceridad y de igualdad hasta entonces no desarrollado, por
modificar profundamente la percepción del género y de las relaciones humanas, así
como por un trabajo identitario basado fundamentalmente en la deconstrucción sociocultural del género, del amor, de las relaciones y de los roles.
En cuanto al poder y el género, en este aspecto no parece haber diferencias, es decir,
que la relación entre poder e infidelidad ha afectado a lo largo de la historia tanto a
hombres como mujeres (Sánchez, 2016). Quizás porque el poder puede ser afrodisiaco
(Glass, 2002).
En cuanto a la conducta de riesgo, asociada a la búsqueda de sensaciones (fuertes) y la
impulsividad (Horvath y Zuckerman, 1996), correlaciona positivamente con actividades
sexuales variadas con diferentes compañeros sexuales y se concibe como variable
predictora de la infidelidad (González, Martínez-Taboas y Martínez, 2009). La
búsqueda de aventuras está relacionada con la (baja) autoestima, la necesidad de
afirmación, de valoración y reconocimiento. En un intento por llenar una sensación de
vacío interior, las conductas de riesgo producen un cambio neuronal, particularmente en
la corteza prefrontal, las más tardías en la evolución filogenética que, por un proceso de
habituación, suelen desembocar en conductas adictivas. La inmadurez de estos cerebros
no tiene una connotación moral, sino en lo que respecta al desarrollo. Por ello muchos
comportamientos de personas adultas con estas características se parecen al
comportamiento adolescente. La infidelidad en personas con estas características tiende
a ser compulsiva, adictiva. Y define fundamentalmente un perfil de persona insegura,
autocentrada, egocéntrica, inmadura, adolescente. Frank Farley (1986) habló del tipo T
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de personalidad como una dimensión de la personalidad, refiriéndose a diferencias
individuales en cuanto a la búsqueda de estimulación, excitación, emoción y riesgo.
Estas personas son definidas como extrovertidas, optimistas, carismáticas y confiadas.
Tan confiadas que, en ocasiones, no miden las consecuencias de los riesgos. Personas
que cimientan sus vidas en las aventuras, los retos, la creatividad, la incertidumbre,
simbolizando una vida vivida al máximo. A este tipo de personas les gusta la novedad,
la variedad sexual. Hay autores que han hallado que debajo de esta excitante superficie
se encuentra la alexitimia (Glass, 2002), una incapacidad (o dificultad) para identificar
las emociones, para corresponderlas con las acciones. Se trata de una entidad
nosográfica, una patología que describe rasgos de personalidad con dificultades para
expresar (además de sentir) sentimientos. Esta falta de sensibilidad en estas personas les
vuelve algo impermeables a la satisfacción de una relación estable (ibíd.). La intensidad
por encima de la intimidad.
Todas estas variables construyen perfiles que, desde la perspectiva de la psicopatología,
encajan en trastornos de personalidad, particularmente los de tipo B, conocidos o
agrupados bajo la rúbrica dramáticos, emotivos e inestables. Las personas con estos
perfiles desarrollan toda una gama de síntomas de los que, además de repercutir en los
demás, son plenamente conscientes y aceptados. El yo, la expresión del ser, parece
haber desaparecido y sustituido por el ego, un falso yo, imaginado e inflacionado. Son
personas que, por lo regular, no acuden a terapia voluntariamente o por propia iniciativa
sino presionados por el entorno, el cual se ve seriamente perjudicado y dañado. Tienden
a proyectar y externalizar sus conflictos y tienden a emerger en el contexto de las
relaciones interpersonales. Perfiles donde predominan apegos deficientes, ansiosos,
evitantes o desorganizados que evitan continuidad en las relaciones afectivas,
manteniendo niveles de bajo compromiso e intimidad.
LUCAS1
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Relato de un paciente.
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Primera sesión: presentación
Casado. 53 años. Negocio propio relacionado con el turismo. Lleva 26 años de
casado y 6 de noviazgo. Ha sido infiel muchas veces. Tenía una doble vida. Él se
autojustificaba. Pensaba que no le afectaba. Tiene dos hijos ya mayores. Floreaba siempre
que podía. Se plantea si tiene adicción al sexo. Siempre estuvo muy enfocado al sexo. Él era
frío y distante en la pareja. Sus amigos son infieles. Todas las infidelidades han sido
superficiales, excepto la última, que duró dos meses y él estaba “colgado”. Él fue cobarde;
pensaba egoístamente. Su mujer le dio un ultimátum. De cara a los clientes, es encantador.
Su mundo laboral está ligado a la prostitución. En el matrimonio tienen un rol tradicional.
Se convirtió en un gruñón. Siempre fue infiel. Era más fuerte el deseo de satisfacerse y ser
apreciado, admirado. Sus padres eran muy exigentes. Su padre era un hombre hecho a sí
mismo. Falleció con los sentimientos castrados. Su padre era muy machista. Él se buscó la
vida joven. Viajó mucho para aprender idiomas. Echó en falta el reconocimiento por parte
de su padre. No le reconoció nunca sus éxitos […]. No acabó sus estudios. Depende de la
aprobación de los demás. Su madre era una ama de casa […]. Entre él y su mujer se solían
cabrear por las intromisiones familiares. Él no cortó el cordón umbilical con su familia. Él
no la defendía. Su madre era celosa. Su padre también fue infiel. Generó casi una
separación. A él le cuesta reconocer sus emociones y sentimientos. Es pesimista. No habla
de sí mismo. Es igual que su padre.
Segunda sesión: resumen de sus infidelidades de más reciente a la más antigua
Maruxa (extranjera afincada en España)
Conocí a Maruxa durante una cena con clientes en un restaurante. Nos vimos
posteriormente en un bar de copas y le di mi tarjeta. Me escribió un email haciendo
referencia a que otra conocida suya le había hablado de mí, lo cual me animó a iniciar la
cacería. Quedamos a cenar unas semanas más tarde, hicimos manitas y nos besamos por
primera vez cuando me despedí en el portal de su casa. A continuación, nos cruzamos
varios emails y llamadas en lo que íbamos subiendo el tono de apetencia y deseo. La
siguiente ocasión que nos encontramos fue directamente en su apartamento, donde
tuvimos nuestra primera relación sexual, para la que utilicé Viagra […]. Continuaron los
encuentros sexuales durante las semanas posteriores en su apartamento, con toda la
complicidad para evitar que se enterara mi mujer […]. Reconozco que estuve enganchado
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emocionalmente con esta señora, con la impresión de enamoramiento y deseando verla en
todo momento.
Cuando mi mujer descubrió […] todo el conjunto de infidelidades esta relación me
llevó a dudar sobre si quería recuperar a mi mujer o si me quedaba con la extranjera. En
esos días tumultuosos, mi mujer le envío un email diciendo que había descubierto la
infidelidad. Finalmente, llamé a Maruxa y le dije que nunca más nos volveríamos a ver ni a
hablar porque había decidido continuar con mi vida familiar y recuperar a mi mujer. Ella
me dijo que era una pena, porque yo era el tipo de hombre con quien ella también
compartiría su vida […].
Contexto: Durante este período, el negocio estaba en plena expansión, consolidando el
nivel de calidad y el gran prestigio y admiración que había conseguido en poco tiempo […].
Sin duda durante esta etapa me sentía satisfecho profesionalmente porque finalmente
estaba triunfando […]. También me sentía eufórico personalmente porque llamaba la
atención de chicas y señoras, tenía libertad de movimientos, viajes, apartamento […]. Así
que obviaba mi situación familiar, no pensaba en mi mujer y buscaba cualquier ocasión
para lograr conquistas.
Chica calle Embajadores
Contexto: Prácticamente el mismo contexto que el caso anterior, pues coincidió en el
mismo tiempo. Creo que con esta aventura me encontré en la cresta de la ola, pues fue una
conquista fácil con resultado de sexo completo en pleno éxito del proyecto.
Chica joven
Conocí a esta chica joven de origen brasileño durante la cena en el hotel donde me
alojé con mi socio […].
Contexto: Coincide con los comienzos del proyecto de negocio y con una mayor
autoconfianza en mi capacidad profesional y admiración por parte de otros.
Señora
Conocí a esta señora en una discoteca en el extranjero, donde hablamos y nos
besamos; me quedé con su teléfono y la llamé en mi siguiente viaje, en el que organicé una
escala allí para poder encontrarme con ella […].
Contexto: Esta aventura coincide con la decadencia de mi negoció allí y del
agravamiento del conflicto con mi socio, con quien discutía cada vez que hablábamos. Me
encontraba bastante desanimado […].
Chica (hija de un cliente)
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Contexto: Coincide con una fase de expansión de mi negocio en el extranjero y todavía
manteniendo otro aquí. El final de esta relación coincide con el fallecimiento de mi suegro.
Chica Camarera
Chica Servicio doméstico
Chica avión
Guía turística
Señora 10 años mayor que yo
Chica extranjera
Chica (durante el servicio militar)
Chica extranjera durante un viaje
Prostitutas en todo momento y lugar
Además de todos los episodios mencionados anteriormente, he practicado el sexo
[…] con prostitutas en diferentes países y lugares en España […]. Siempre he estado solo,
excepto en mis últimos años, cuando fui con mi amigo […] a un par de prostíbulos.
Muchos intentos fallidos con otras chicas.
He tenido otras ocasiones en las que he perseguido tener sexo con otras
chicas/señoras sin éxito.
Pornografía a través de revistas especializadas e internet
Dice que sus relaciones sexuales con su mujer son geniales. Impulsivo. Cierto
aislamiento. No comparte con su mujer.
Explica que su padre es un hombre hecho a sí mismo, triunfador. Se cultivó bastante.
Él le inculcaba no quejarse y ser macho: aguantar sin quejarse. Su padre no fue capaz de
expresar sentimientos. Él sigue el mismo modelo que su padre. Gestiona la ansiedad a
través del sexo/adicción. Ha recaído tres veces con la pornografía […]. Tenía dos vidas
paralelas. No desconecta del trabajo. Trabaja más en casa que en la oficina […]. Se define
como adicto a la adrenalina. Le encanta leer varias horas y tiende a ser compulsivo. Lee
muchas horas cuando la novela le engancha.
Tercera sesión
Ha leído unas cartas de su mujer y ha llorado de emoción. Ve su ceguera y se siente
triste, frustrado. Es (era) coqueteo. Siente amargura, pena. Siente rabia e impotencia. Le
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importaba todo un pito. No le importaban los demás. Su mujer le pedía atención y él no se
la daba. No se sensibilizaba. No lo entendía […]. Ve que el problema es más profundo
[…]. Quiere cambiar […]. Ha reconocido que le ha maltratado. Llora. No (se) ha trabajado
seriamente2. Desplazó el problema hacia su mujer. Teme perderla. Ha actuado por
conveniencia […]. Ha sido un niño grande. La adrenalina de los proyectos le embargaba.
Su mujer es la madre de sus hijos. Él intentaba agradar a su (propia) madre y era un
buen hijo; estaba pendiente de ella. Su madre era intrusiva y abusiva. Tenía dificultades con
los límites. Él intentaba templar paños. No defendió a su mujer. Él no rompió el cordón
umbilical con sus padres. No se independizó. Tenía dependencia emocional (de estos) y
esperaba (su) reconocimiento. Tuvo una educación machista. Su madre era cómplice […].
Su primera experiencia sexual fue con 13 o 14 años, con manoseos con una chica del
servicio. Se sentía fuerte y con adrenalina. Ellas se lo facilitaban […]. La conquista le daba
subidón…, un poder…, le subía la autoestima. Hasta los 40 años no fue consciente de sus
flaquezas emocionales. Se veía grande, valioso, aventurero, con empuje. No obtenía su
reconocimiento […]. Ha sido mal marido y ha malquerido a su mujer.
Cuarta sesión
[…] Se siente depre, frustrado, vacío. Si mira atrás le entra bajona. Ha vivido una farsa
[…]. Sentía ansiedad y tristeza en la garganta por lo que se ha perdido…, una relación
sincera. El balance es negativo […]. Ve lo que ha dejado de aportar. Su mujer se ha
desarrollado y siente que su mujer le quiere […]. Ha entendido cómo de mal lo ha pasado
su mujer con su (propia) familia. Ahora entiende mucho mejor a su mujer.
Quinta sesión
Ayer tuvo una conversación con su amigo —compañero de infidelidades— y le dijo
dónde estaba él. Se fue generando una separación. Han puesto punto y final a la relación.
Se saludaron cordialmente. Se sintió por un lado con pena y tristeza, pero también con una
cierta descarga de un peso de encima. Lo tendría que haber hecho antes. Formaba parte del
grupo. Era una amistad superflua. Prolongando la adolescencia […]. No se sintió
comprendido por su amigo […]. Cuando era infiel suplantaba identidad y representaba un
papel. Era inconsciente…, se mentía a sí mismo. A casi todas les decía que estaba casado.
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Han estado en terapia de pareja anteriormente.
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Libertino. La conquista le daba seguridad en sí mismo. Se parecía al enamoramiento. Se
sentía satisfecho. No tenía remordimientos…, ni se lo planteaba. Tenía dos vidas. No
sentía ninguna culpabilidad […]. Coraza. Era adicto a una imagen de perfecto. Necesitaba
cariño porque era muy frágil. Máscara: «No necesito a nadie». Ha dado lo que se suponía
que querían de él. Le dan ganas de llorar. Es una sobreadaptación […]. Su madre ha
querido manejarles mucho. Él la intentaba complacer. La infidelidad era su espacio privado
donde se complacía a sí mismo.
Sexta sesión
[…] Tenía ganas de agradar a su madre. Sus padres se inmiscuían en su relación. No
la defendía (a su mujer). No formaba equipo con su mujer. La menospreciaban por no
tener estatus. Para sus padres su mujer no era suficiente. Él tragaba. No puso freno. Quería
complacer a todos. Complacer era su solución para evitar defraudar, ser menospreciado
[…]. Su forma de estar en el mundo ha sido dependiente de la opinión de los demás. Su
actuación ha girado en torno a complacer y a confirmar la aceptación del grupo. Ha estado
actuando de cara a la galería […].
La sensación de volar. Era un entorno nuevo y diferente. Durante esa época no fue
infiel. Estaba centrado […]. Sus padres agredían verbalmente a su mujer […]. Sobre ella ha
volcado su agresividad por hacerle ver la realidad que no estaba dispuesto a ver. Recuerda
cómo castigaba a su mujer con un muro de silencio.
Él era camaleónico para evitar el sufrimiento. No sabía ser él mismo. No podía tener
una relación. El amor le vuelve a la realidad.
Novena sesión
[…] Está teniendo demasiados sueños. Sueña con mujeres que le solicitan y él se
aparta. O las aparta. Con algunas tiene tentaciones de conquistarlas. Se levanta no muy
descansado; con ansiedad […].
Está trabajando el autocontrol. Es impulsivo. Le cabrean chorradas. Es toda una
cuestión de ego. Pero está escondido. Es malísimo aceptando críticas. Para él son ataques
frontales […]. Le van temas relacionados con la filosofía, la poesía y la salud […]. Le gusta
el contacto con la naturaleza, la música clásica, la ópera y se emociona. Le gusta tocar y
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sentir. La música le emociona. Le encanta viajar con su mujer y sus hijos. Le gusta hacer
deporte. Le gusta relajarse. Se da cuenta de que ha perdido tiempo y capacidad de conexión
con sus hijos. Le falta conexión con ellos…, complicidad. Ahora está hablando más con
ellos. Ahora se está mostrando. Antes estaba en la exigencia.
Onceava sesión
[…] Gestiona mal. Baja tolerancia a la frustración. Se deja llevar por el impulso. Se lo
toma muy personal. Tiene prontos. A veces sobrerreacciona. Es autoexigente, tiene que
salir perfecto. Están en un sector muy competitivo. Tiene mucha rabia acumulada. Ha
sufrido humillaciones. Su padre tenía cambios de humor. Empezó su vida laboral a los 16
años. Él admiró durante mucho tiempo a su padre […]. Él ha exigido mucho tiempo a su
mujer. Esta ha funcionado (ha sido tratada) como (su) empleada. Paga con sus perros su
cabreo. Los ha maltratado psicológicamente. Ha exigido a todo el mundo. No se ha exigido
a sí mismo. Se creía casi perfecto. Pensaba que lo suyo era correcto. Se hizo un yo ficticio.
Se consideraba en la posesión de la verdad. Nunca ha formado equipo con su familia […].
Es distante emocionalmente.
Treceava sesión
Vio una entrevista en la tele. Semana difícil. Fue duro el golpe. La entrevista lo
iluminó. Entiende que va a ser diferente la relación. Él pretendía borrar (hacer borrón y
cuenta nueva). Le resulta duro. Su mujer busca algo más. Tiene dudas sobre su fidelidad en
estos últimos años. Él siente rabia por volver a las andadas. Él se está replanteando su
trabajo. Nunca su mujer había tenido una reacción así tan fuerte. (Él) está asumiendo. Es
duro enfrentarse.
PERFILES NEURÓTICOS
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La neurosis es un término diagnóstico difícil de definir puesto que refiere a la
desviación de la normalidad, concepción imposible de desligar de las condiciones
culturales (Horney, 1984). No obstante, esta autora habla de dos criterios fundamentales
en el estilo neurótico: «Primero, una cierta rigidez en las reacciones, y segundo, una
estimable discrepancia entre las capacidades del individuo y sus realizaciones» (ibíd.,
p. 23). La rigidez es entendida como «la ausencia de flexibilidad que nos permite
reaccionar de diversa manera frente a diferentes situaciones» (ibíd.). El sentimiento
que caracteriza a la neurosis es la angustia o un pavoroso temor. En definitiva, la
neurosis se entiende como «un trastorno psíquico producido por temores, por defensas
contra los mismos y por intentos de establecer soluciones de compromiso entre las
tendencias en conflicto» (ibíd., p. 29). En otras palabras, la neurosis constituye una
formación de compromiso ante la imposibilidad del sujeto a expresar directamente su
deseo, el cual debe permanecer inconsciente. Una formación compuesta de síntomas
que a la vez que expresan niegan el deseo. Lo que queda reprimido en el inconsciente
puede hacer referencia a un tabú, es decir, a algo que se considere socialmente ilegítimo
o a un objeto que genera dolor, como es el hecho de desear a alguien que lastima y
abandona repetidamente (Illouz, 2014).
Las personas con este tipo de perfil son las que consultan por propia iniciativa —es
decir, de manera espontánea— cuando se sienten mal. Los síntomas que destacan en
este tipo de personas y que les diferencian de los demás perfiles, al punto de constituir
criterios diferenciales para su diagnóstico, son la culpabilidad y la angustia.
No obstante, llamaremos la atención sobre algunos criterios que nos aclararán el estilo
neurótico que lleva a la infidelidad, entendiendo como estilo una pauta de
comportamiento, es decir, una forma de funcionar (Shapiro, 1999). El primero y quizás
más destacable es el de la «estimable discrepancia entre las capacidades del individuo y
sus realizaciones» (Horney, 1984, p. 23). Este factor está presente en aquellas
infidelidades en las que la persona infiel dice no sentirse feliz en su matrimonio, pero
del cual tampoco quiere salir. Es decir, hay una discordancia entre lo que la persona
dice y hace. La persona percibe un malestar, pero no hace nada hasta que una tercera
persona aparece. El miedo a la soledad y la angustia de separación parecen ser variables
que impiden a esta persona resolver su situación. Karen Horney (ibíd.) nos dirá que la
angustia es el factor que desencadena la neurosis. Otros factores de tipo neurótico que
suelen llevar a la infidelidad son constituidos por el miedo a la intimidad relacional o
fobia al compromiso, el sentimiento de fracaso, la necesidad de sentirse especial, el
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sentimiento de sentirse desplazado o pasar a un segundo plano, en particular, tras el
nacimiento de un retoño.
Otra de las características del estilo de estas personas es el conflicto fóbico; esto es, un
conflicto interior entre lo que desean y lo que se permiten, pero que evitan resolver al
precio que sea. A partir de esta situación conflictiva no asumida, la persona adquiere
soluciones de compromiso entre sus tendencias opuestas, en pugna. En estos perfiles, el
conflicto interior se proyecta al exterior en la infidelidad y lo (mal) resuelven buscando
una tercera persona que soporte esa disociación. Una serie de mecanismos de defensa se
ponen en marcha para poder mantener esta contradicción sin que genere muchos
problemas. La infidelidad puede bien constituir una “solución de compromiso”.
Otra variable que parece atravesar los procesos de infidelidad en general y en estos
perfiles parece ser el vacío: «En las conversaciones que tuve con algunas personas que
dieron sus testimonios, se mencionaron las diferentes carencias que veían en sus
parejas. La referencia al vacío estuvo presente en casi todos los testimonios»
(Jaramillo, 2014, p. 74). La búsqueda de la infidelidad parece destinada a llenar esa
extraña y a veces vaga sensación de que falta algo, ese vacío: «Nos sentimos vacíos, y se
emprende la búsqueda por tratar de completarnos utilizando la infidelidad como
camino» (ibíd.). La compulsión a la repetición freudiana en esta búsqueda se hace
patente. Para llenar el vacío se busca una pareja. Y al no conseguir llenarlo se busca otra
pareja, y así se va reforzando un círculo vicioso: «En la búsqueda permanente de llenar
el vacío, utilizamos la relación de pareja. Al no lograr llenarlo, se busca otra pareja
alterna que aparentemente sí» (Jaramillo, 2014, p. 74). La pareja —tanto oficial como
extraoficial— en este sentido, se utiliza para llenar carencias afectivas infantiles, a veces
ni percibidas ni sentidas ni expresadas, sino inconscientemente proyectadas (Jaramillo,
2014). Dicha búsqueda culmina finalmente siempre en la insatisfacción. Hasta no
afrontar la imposibilidad de llenar el vacío con algo externo y dejar de proyectar hacia
fuera en búsqueda de ese paraíso perdido, no entenderemos que el amor —tal y como lo
entendemos en su connotación romántica— es ausencia de amor o amor narcisista o
amor de prótesis que dice Walter Risso; que el sentimiento de incompletud es inherente
a la condición humana. Renunciar a la idealización de llenar un vacío se impone, si se
quieren relaciones realmente amorosas. Y es que este aspecto neurótico puede
fácilmente llevar a la adicción al amor —o al sexo—, evitando así la depresión y todo
un malestar difuso que emergería sin estas conductas compulsivas: «Las aventuras
románticas se pueden usar como un peligroso remedio popular contra la depresión»
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(Pittman, 2003, p. 193). Efectivamente, el romanticismo amoroso funciona a modo de
droga socialmente bien admitida, por la cual el vacío existencial, queda solapado hasta
que algún acontecimiento lo hace emerger como puede ser la infidelidad. «El
enamoramiento poca relación tiene con el amor […]. Es un fenómeno que suele ocurrir
en los momentos de transición de la vida humana, quizá para distraer nuestra atención
de la necesidad de cambiar y adaptarnos a nuevas circunstancias o a una nueva etapa
de desarrollo» (Pittman, 1994, p. 182). Quizás podamos entender por qué muchas de las
infidelidades “casuales” o esporádicas se producen en etapas críticas de la vida. Crisis
de mediana edad, donde las personas se cuestionan la manera de vivir en el futuro tras
hacer una evaluación, más o menos consciente, de su vida hasta ese momento. La
infidelidad les “sorprende”, emergiendo formas de estar en el mundo, adormiladas o
simplemente no desarrolladas. Personas que, en ese tipo de situaciones acomodadas o
enquistadas, se ven impelidas a vivir la vida hasta entonces no vivida, según ellas, por
temor. Muchas veces, las infidelidades en estos casos, representan un retorno a la
adolescencia: «El romance del estado de enamoramiento es una revivificación de la
adolescencia» (ibíd., p. 184). Una forma de escapar del tedio que constituye el mundo
adulto.
Alfred Adler decía que «el proyecto del neurótico exige categóricamente que si fracasa
ha de ser por culpa de otro, quedando él libre de responsabilidad personal» (Adler,
1958, p. 235). Es esta actitud la que nos encontramos a menudo, no solo en los
discursos de muchas personas infieles, sino en el discurso popular. «En la convivencia,
la tentación de desembarazarse un tanto de la propia sombra depositándola en el
compañero es grande. Tú eres la persona negativa, tú debes cambiar. Tú eres la mala
persona, en cambio, mi amante es la persona adecuada» (Salomón, 2005, p. 86).
Las narrativas que cuentan las personas infieles con perfil neurótico en contexto
terapéutico, poco o nada tienen que ver con la monogamia, la poligamia o el poliamor.
Y sí tienen que ver, en cambio, con fallas narcisistas, baja autoestima, depresión,
trastornos de personalidad, demandas y expectativas desmesuradas, sentimiento de
fracaso, demanda de atención y de ser alguien o especia. Tienen que ver con
sentimientos como la vergüenza y la culpa. Tienen que ver con personas que basan su
vida en la apariencia, en justificaciones, en autoengaños. Tienen que ver con formas de
vida cimentadas en la evasión y el refugio a través de la imaginación. Tienen que ver
con mecanismos de defensa como la negación de la realidad, la disociación, la
desconexión, la desrealización. Tienen que ver con una doble vida oculta, así como con
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una lucha llena de conflictos internos, fallas en la comunicación y en habilidades
sociales. Tienen que ver con una cierta pérdida de contacto con una realidad a todas
luces dolorosa y dificultades en la resolución de problemas. De todo esto trata la
infidelidad: la punta de un iceberg.
Lo que observamos a menudo en la clínica es cómo los silencios y las ocultaciones
acerca de lo que este perfil de personas infieles, viven en su interior, levantando muros
que las separan de las parejas respectivas. Muros construidos en algunos casos a partir
del fingimiento de ser alguien que no se es; de jugar roles que realmente no se
corresponden, ocultando (se) —a veces inconscientemente— un profundo malestar
psicológico hecho a base de sentimientos de fracaso, de no sentirse a la altura; de
necesidad de sentirse importante, reconocido; de decepción de sí mismo por no haber
cumplido expectativas, ya sean familiares o culturales... Como consecuencia, muchas de
estas personas se refugian en la fantasía, en mundos ideales e idealizados, estableciendo
relaciones románticas, melancólicas, idílicas, adrenalínicas, por identificación con otras
personas, las amantes, con las cuales a veces se sinceran más que con sus propias
parejas oficiales, que han sido puestas en un pedestal para así mantenerlas a distancia y
relacionarse con ellas desde esta lejanía. Personas infieles que en ocasiones entran en
bucles extraños de acercamiento y alejamiento, provocando rupturas y reconciliaciones
que desgastan la relación, o sentimientos de extrañeza en la pareja infidelizada, sobre
quien se creía conocer, pero de quien se conocía solamente la parte que esta dejaba ver
o creer.
Poco o nada tiene que ver toda esta problemática con la pareja o los problemas de pareja
—como el sexo, el aburrimiento, la monotonía, la progenitura, y otros malestares que
popular y falsamente se achacan a la infidelidad—, constituyendo así una cortina de
humo que aleja del verdadero meollo.
Sin embargo, lo que se ha observado en la práctica clínica y a través de relatos de
personas infieles y que parecen tener en común las diferentes formas de infidelidad es
que la persona infiel muestra un desapego con respecto a la pareja “oficial”. Que ese
desapego sea caracterial o cultural, permanente o transitorio, innato o adquirido, este
parece ser un factor decisivo en el paso al acto en la infidelidad. Ello nos llevaría a
interrogarnos sobre si la infidelidad es más una consecuencia de un alejamiento previo
que su causa. Esto mismo confirma Pittman (1994), quien afirma que: «No obstante, la
gente cree que, si alguien tiene una aventura, y no es claro que fue un “accidente”,
debe ser por un problema conyugal. Hay muchas personas desdichadas en su
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matrimonio que tienen aventuras, pero el matrimonio desdichado no es causa de la
aventura. Más bien es al revés. En efecto, las aventuras amorosas de la gente hacen
desdichado al matrimonio […]. Si la gente decide que quiere tener aventuras […],
primero debe hacer desdichado a este» (ibíd., p. 203).
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