Programa y apuntes de clase.
4º Curso de Historia.
Falcultad de Humanidades
Curso académico, 2020/2021.
Universidad de Huelva
HISTORIA DE GRECIA ANTIGUA
I. GRECIA EN LA EDAD DE BRONCE.
1. El Egeo Primitivo. La arqueología de la región.- 2. Creta minoica. Micenas.
Los Pueblos del Mar.- 3. Homero y los griegos. Los mitos. El poeta Homero,
datos biográficos. Significado y valor de los poemas homéricos. Recursos
literarios en los poemas.- 4. La épica oral. La guerra entre los griegos. Mundo y
valores homéricos.
II. LA EPOCA OBSCURA
1. El marco temporal. Hesiodo. La arqueología. Los nuevos asentamientos.- 2.
Grecia hacia el 800. Los jonios. Tribus, fratrías y clanes.- 3. El mundo del oikos.
La tierra. Oficios atestiguados. El rey. La ética homérica. Trueque y regalo.
III. LA TRANSICIÓN
1. Contexto temporal y definición. La polis. Definición, causas de aparición,
tamaños, tiempos. El gobierno de la polis.- 2. La aristocracia. Orígenes de las
oligarquías. Tipos e instituciones de las oligarquías.- 3. Las nuevas formas de
riqueza. Las tensiones sociales. Las migraciones coloniales. Causas y
consecuencias.- 4. Legisladores y tiranos.
IV. GRECIA ARCAICA. ESPARTA Y ATENAS
1. El Peloponeso, Laconia y Esparta. Las villas dorias. Las guerras mesenias.- 2.
La realeza espartana. La Gran Rethra de Licurgo. Los éforos. La gerusia. La
asamblea de los ciudadanos. La ocupación de la tierra. El papel del estado. Las
obligaciones de los ciudadanos. Educación. Costumbres.- 3. Atenas hasta el 600.
Solón. El nuevo censo. El problema de las deudas. El Consejo de los 400.
Pisístratos. Hipias e Hiparco. Las reformas de Clístenes.
V. LA DEMOCRACIA DE ATENAS
1. La época clásica. Las guerras médicas. La Primera Liga Délica. Temístocles y
Pericles.- 2. La Guerra del Peloponeso. Causas y consecuencias.- 2. Principios
del régimen democrático. El ciudadano ante la ley.- 3. La asamblea del pueblo.
El consejo y sus funciones. Las magistraturas. La justicia. Los tribunales.- 4
Extranjeros y ciudadanos.- 5. Las grandes ligas griegas. La alianza espartana. La
liga ateniense. Las federaciones de estados.
VI. EL SIGLO IV. EL MUNDO HELENISTICO
1. Cambios sociales, económicos y políticos. La población de Atenas. Las clases
sociales. Riqueza y pobreza.- 2. La evolución de la asamblea. La oratoria en el
siglo IV. 3. Crisis política e institucional. El theorikon. Las symmorias.- 3.
Macedonia hasta Alejandro. Las conquistas de Alejandro. El reparto del
Imperio. Atenas. Esparta. Seleucia. Egipto.- 4. El gobierno y las ciudades.
Economía y sociedad. Aspectos culturales.
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-oOoI. GRECIA EN LA EDAD DE BRONCE
1. El mundo Egeo Primitivo. La arqueología de la región
Para los griegos de la Época Clásica – aquellos que vivieron en los siglos V y
IV a. de C. -, su pasado estaba contenido en dos poemas que todos conocían, la
Iliada y la Odisea, que atribuían a un poeta llamado Homero. Restos de este
pasado podían contemplar además, en las ruinas de antiguas ciudades ya
destruidas, como eran Miocenas o Tirinto, en el Peloponeso, que eran reflejo de
una alta y compleja civilización, ya desaparecida. Se sumaban a aquellos
poemas y a estos restos arqueológicos, algunos mitos y leyendas que desde una
perspectiva fabulada, hablaban de aquellos tiempos casi olvidados.
Los educadores griegos admitían como válido todo ese material, que contenía
parte de hechos ciertos y veraces, y parte de fantasía, en proporciones una y otra
no desvelada. Con este material elaboraban y transmitían sus enseñanzas, para
que sus alumnos lo asumieran como la explicación de su pasado. Y esa herencia
era tomada con una mezcla de respeto, veneración, orgullo y curiosidad, sin
generar discusión sobre la naturaleza de aquellas narraciones.
Los poemas homéricos se convirtieron en el referente original del modo de
vida de los griegos, de su filosofía, de sus patrones de conducta, de la forma de
entender su pasado, y pasaron a ser fuente de inspiración del Arte, de la
Literatura y de otras manifestaciones culturales que consolidaban la identidad de
todo un pueblo.
En los siglos XVIII/XIX se profundizó en el estudio sistemático de la Grecia
legendaria. De hecho este interés por conocer y estudiar la civilización clásica ya
había surgido en el Renacimiento de Italia, siglos XIV y XV, probablemente
como fruto de la mera observación de las ruinas y demás restos arqueológicos
que eran visibles al viajero de Italia. Ruinas de antiguas ciudades, necrópolis,
hallazgos fortuitos de ajuares arqueológicos, puentes, calzadas, templos, teatros,
anfiteatros, monedas, cerámicas, etc., constataban el esplendor de la civilización
romana y aún la griega, en el Sur del país. A ello se unía el legado de
documentos en papiros y pergaminos, conservados en monasterios medievales y
en colecciones privadas de nobles italianos, que formaban parte de sus bienes
más preciados. En ellos figuraban las obras de los principales autores griegos y
romanos de la filosofía, la historia, la poesía, la ciencia, el derecho y la literatura
en general, el soporte humanístico y científico creado por griegos y romanos,
que Occidente usaría como base cultural del estado moderno.
El siglo XVIII volvió su mirada al pasado clásico, como fuente de creatividad
y de admiración hacia el mundo griego. Esa vuelta a Grecia, a las fuentes
iniciales de la cultura occidental, se conoció como el espíritu Neoclásico, el
regreso a la historia que aquellos vestigios arqueológicos visibles en la Hélade e
islas del Egeo debían reflejar una vez se descifraran sus textos y se estudiaran sus
inscripciones y restos arqueológicos.
Se pensaba que la historia del pueblo griego comenzaba en los tiempos más
antiguos de los que se tenía una referencia documental escrita, esto es, desde
Homero, que había vivido en el siglo VIII a. de C. En consecuencia, el espacio
temporal anterior a ese siglo, se consideraba el espacio del mito y las leyendas,
cuyos restos literarios eran obra de los poetas. Se conocía además una fecha
absoluta, utilizada por los antiguos griegos como dato para situar los sucesos en
el tiempo, y ésta era el comienzo de la celebración de los primeros juegos
panhelénicos, esto es, de todos los griegos, en Olimpia. La primera Olimpiada se
fechaba en el 776 a. de C., y a partir de ahí, cualquier evento se situaba
cronológicamente como ocurrido en la cuarta, séptima o catorce Olimpiada, por
lo que multiplicando por cuatro el número de olimpiada citado, nosotros
podíamos saber de que año se trataba. Esto resultaba enormemente útil, por
cuanto cada una de las ciudades griegas usaba su propio método para fechar los
sucesos de su historia, de modo que había tantas formas de fechar distintas como
ciudades había en la Hélade.
Eran por tanto, dataciones relativas, que hacía muy difícil señalar sucesos
contemporáneos compartidos por todos o al menos, más de un estado.
Normalmente, cada estado usaba para fechar su lista de sus principales
magistrados, elegidos cada año, de modo que una batalla, una hambruna, o la
firma de un tratado se fechaba indicando el nombre del magistrado que daba su
nombre al año por haber gobernado ese año. Así, una guerra podía haber
comenzado, por ejemplo en Argos, siendo Cleóbulo harmostes, ese año. Ete dato
era muy preciso e indicativo para Argos, pero en nada clarificador si el estado
con el que Argos había comenzado la guerra era por ejemplo, Leuctra, en Beocia,
que podía indicar ese año con el nombre de su magistrado de ese año, el arconte
Filípides, por ejemplo. La dificultad para el historiador actual venía de establecer
la relación correcta entre Cleóbulo y Filípides, y deducir que ambos eran
coetáneos. Los dos ejemplos son inventados pero creemos que pudieran ser
expresivos para conocer el mecanismo.
2. Creta minoica. Micenas. Los Pueblos del Mar.
El siglo XIX fue sobre todo de ampliación del conocimiento de las
civilizaciones griegas ya extinguidas. En ese siglo se pusieron al descubierto las
dos grandes civilizaciones del Egeo, la surgida y desarrollada en la isla de Creta,
al sur del Peloponeso, y la de Micenas, al norte de esa península citada. El
descubridor de la civilización cretense fue Sir Arthur Evans, en 1899. Puso al
descubierto la altura alcanzada por la que fue la principal ciudad de la isla,
Cnossos, en el centro de Creta, la excavó y estudió poniendo de manifiesto la
existencia de una civilización que se remontaba al menos hasta comienzos del
tercer milenio y que se había desarrollado como foco de civilización, de atracción
e influencia cultural, al menos hasta 1400 a. de C. El mito y la leyenda ya
hablaban de un pueblo que habitaba en la isla, que vivía en ciudades – la Creta de
las noventa ciudades, decía Homero –, y en Cnossos en concreto, en un recinto
de trazado anárquico que llamaban laberinto, vivía una bestia mitad toro mitad
hombre, un minotauro que se alimentaba de hombres y mujeres, y que mantenía
esclavizada a toda la población. Un héroe, futuro rey de Atenas, de nombre
Teseo lo mató y liberó a Cnossos de esa servidumbre.
A partir del mito, los historiadores dieron el nombre a la cultura desarrollada
en Creta de minoico, de Minos, el primer rey legendario que gobernaría en
Cnossos, estableciéndose hasta tres períodos cronológicos en la historia de la isla,
Minoico Primitivo, Minoico Medio y Minoico Reciente, y cada una de estas
fases, con otras tres fases distintas, cada una con las fechas que dio la
arqueología. Nosotros podemos indicar que el auge de la civilización cretense
comenzó hacia el dos mil, plena Edad del Bronce, y finalizaría hacia el 1400,
después de un breve renacimiento de medio siglo -1450/1400 a. de C. – llamado
Período de Cnossos, y que en ese tiempo Creta desarrolló unos niveles de
civilización muy superiores a los que en ese momento se tenían en la Hélade.
Volveremos más adelante a hablar de Creta.
El siglo XX fue una centuria de grandes expediciones arqueológicas. Se
iniciaron muchas excavaciones en muchos lugares de Grecia y por supuesto, en
Creta y Micenas. Uno de los problemas que los historiadores y arqueólogos se
planteaban era el de buscar los ancestros del pueblo griego, esto es, de donde
venían los griegos, y el método empleado fue el filológico, rastrear el origen a
través de los restos de las lenguas que hablaron, los dialectos, lo que sólo podía
intentarse a través de las muestras escritas que nos habían llegado de esos
dialectos o lenguas. Estas muestras se encontraban en el griego clásico, el que
hablaban y escribían en los siglos V y IV, que era una lengua formada por varios
dialectos, hablados cada uno por un pueblo, de los que sólo se conservaban los
principales, el jonio, de presencia mayoritaria en el griego, el dorio, y algunos
restos de dialectos que debieron hablarse en el NO de Grecia e islas eolias. En
suma, para buscar el origen de los griegos, era camino adecuado,. pensaban,
intentar seguir la trayectoria de llegada de los pueblos que hablaron el dorio y el
jonio, esto es el pueblo dorio y el pueblo jonio.
Lo primero que se constató era que tanto jonio como dorio en realidad
formaban parte de un conjunto de dialectos que en algún momento hablaron
otros pueblos. El conjunto de todos estos dialectos y los pueblos que los
hablaron, se les llamó pueblos indoeuropeos, porque los restos de esas lenguas se
han constatado desde la India – dialecto veda, brahmán – hasta Centroeuropa.
Según esa hipótesis, los pueblos indoeuropeos se pusieron en movimiento de este
a oeste desde el 3000 a-C., empujando a su paso a los pueblos que iban
encontrando hacia el Oeste. Fue un movimiento lento, muy largo en el tiempo,
que hizo desplazarse a otros pueblos. En Mesopotamía algunos de ellos
produjeron la invasión kasita en Babilonia, y luego la hurrita, que dio lugar al
estado Mitanni. Posteriormente, luvitas y palaitas entrarían en Anatolia y
formarían el estado hitita. En torno al dos mil estarían en los Balcanes, los
pueblos portadores del dialecto dorio, o simplemente, los dorios, que cruzarían y
lentamente se instalarían en las regiones donde se habló ese dialecto,
preferentemente el Peloponeso. En otro momento, quizás anterior, igual harían
los jonios, que se instalarían en el centro de Grecia y el Atica, al Este. De todo
esto seguiremos hablando más adelante.
Hacia el 2000 Creta era la región más civilizada del Egeo,. Los restos
arqueológicos indican que se trataba de una cultura urbana, de grandes palacios,
con centros de población importantes, entre los que destacaban Cnossos,
Phaistos, Mallia y Hagia triada. Del examen de sus restos materiales, de sus
palacios, sus estancias y habitaciones, bien decoradas con pinturas polícromas,
vemos que, por los tremas usados en la decoración mural, se trataba de un
pueblo pacífico, sin manifestaciones guerreras, que se enterraban en tumbas que
no tenían ajuares de armas. Un pueblo orientado al mar, al comercio e
intercambio, que llegó a trazar y dominar varias rutas marítimas que ocupaban el
Mar Egeo y buena parte del Mediterráneo Oriental, hasta el punto de hablarse
para referirse a él, de una thalassocracia, o clase dominadora del mar.
El centro de poder residía en el palacio, situado en un lugar central dentro del
ámbito urbano. Palacio que albergaba tanto al gobernante y sus colaboradores,
como a los archivos y depósitos de documentos que generaba una amplia
burocracia al servicio del monarca. Alrededor del palacio se iban construyendo
las casas de las clases altas, próximas a la élite dirigente, y a continuación,
siempre en abigarrada disposición, sin una estructura previa de crecimiento
urbano ordenado, las casas de los servidores del palacio, los burócratas que
llevaban el control de los archivos de documentos, y finalmente, los trabajadores
que explotaban los bienes de palacio. Estos bienes podían ser tierras, ganados,
talleres artesanales y otros servicios necesarios para la comunidad.
Las ciudades de Creta eran ciudades-estado, independientes, con reyes o
gobiernos propios, que mantenían estrechos lazos comerciales entre sí. El trazado
de las ciudades, desordenado y sin idea previa, una mera agregación sucesivas de
calles y casas, ha permitido a los historiadores a hablar de ciudades de planta
laberíntica, conectando con el mito del Minotauro. En los archivos y depósitos
de documentos, constituidos por tablillas rellenas con una escritura desconocida
que los descubridores nombraron como Lineal A, se conservaban inventarios de
oficios – artesanos, obreros, campesinos, orfebres, ceramistas, pintores,
fundidores, metalurgios -, y en otros documentos, catálogos de pagos de raciones,
comidas, ganado, frutos, vasos cerámicos, joyas, metales, etc.., probablemente
entregados por la administración de palacio a los ciudadanos en concepto de
deudas o pago de trabajos o servicios realizados al palacio. Así mismo, había
inventarios de entradas y pagos realizados por los ciudadanos al palacio, en
concepto probablemente de tasas, impuestos, deudas o alquileres y rentas por
servicios arrendados al palacio. Era por consiguiente una administración que
llevaba una meticulosa contabilidad de sus ingresos y gastos. No hay
constatación de recintos destacados del resto de las habitaciones de la ciudad,
que estuvieran dedicados a cultos religiosos, de tipo santuarios o templos, ni
tampoco por consiguiente huella de una administración paralela a la civil de un
supuesto patrimonio religiosos administrado por gente de un clero. Lo que no
quiere decir que no pudiera existir, pero, por lo que hasta ahora sabemos, no con
el nivel, potencia y rango de la administración laica del palacio.
La sociedad cretense era, al menos hasta 1400, una sociedad próspera y de
floreciente economía. Poseía un arte refinado que manifestaba en el arte con el
que decoraban sus mansiones. En los muros de los palacios figuraban pacíficas
escenas de la vida cotidiana, como escenas de recolección de flores, escenas de
cuidados de ganado, de juegos atléticos, escenas familiares, o fondos marinos,
todo ello con gran policromía y un buen sentido realista de la figura humana y de
los animales. Esta fue la tónica general hasta 1500 a.C. De todas maneras, hubo
interrupciones graves de este proceso civilizador que interrumpieron la
prosperidad durante algún tiempo. Entre 1700/1600 se produjeron desastrosos
temblores de tierra que destruyeron varias ciudades de Creta. De nuevo hacia
1500 otras explosiones volcánicas afectaron a todo el Egeo - incluida la isla de
Thera, hoy Santorini – y la isla además fue invadida por los reyes micénicos.
Estos micénicos venían comerciando y manteniendo todo tipo de relaciones con
Creta desde al menos un siglo antes, de manera que la presencia de micénicos en
Creta no era en absoluto desconocida en el siglo anterior a la invasión. Las tropas
micénicas llegaron a controlar toda la isla, a excepción de Cnossos y su territorio,
que se mantuvo independiente durante el resto del siglo (1450/1400 a. de C.). A
partir de 1400, Cnossos y el poderío micénico que dominaba en el resto de la isla,
comienza a debilitarse paulatinamente, y finalmente entra en crisis y se
derrumba, entrando en un largo período de decadencia en el que cae el poder
micénico y las ciudades cretenses quedan abandonadas a su suerte. Todo esto
debemos enmarcarlo en la crisis provocada en todas las orillas del Egeo y
Mediterráneo Oriental, Anatolia, Jonia, Hélade, Siria, Líbano, Palestina y Delta
del Nilo, por las invasiones de los llamados Pueblos de mar, usando de la
terminología que aparecía en los murales del Templo de Karnak, en el Alto
Egipto.
Pero nuestro siguiente capítulo va referido a Micenas. ¿Qué sabemos de
Micenas?. Micenas era una ciudad situada al NE. del Peloponeso. De ella hoy
sólo quedan los restos de su gran muralla, con las puertas que daban acceso a la
misma. Es famoso el dintel que coronaba esas puertas, decoradas con dos leones
enfrentados – Puerta de los Leones -. La ciudad estuvo habitada al menos desde
el 2000 en adelante. En su ciudadela, que era una fortaleza – acrópolis - que se
erigía en la parte más elevada del perímetro urbano, en la parte central, un
espacio despejado alrededor del cual se situaban las principales viviendas de
Micenas, se excavaron varias grupos de tumbas dispuestas en círculo, formando
dos unidades o círculos separados pero próximos. Eran las tumbas del Círculo A
y las del Círculo B, de unos 40 metros de diámetro. La forma de cada tumba
guardaba la disposición del túmulo-tholos, esto es, una tumba circular, con falsa
cúpula hecha por aproximación de hiladas, en cuyo interior se disponían varios
enterramientos alrededor del la pared interior, que estaba decorada con pinturas
murales, hoy perdidas, con sus ajuares respectivos, compuestos de armas
valiosas, del tipo espada, puñales, lanzas, casos, etc.., y cerámicas y vasos
metálicos y joyas y objetos de orfebrería bien trabajados. Los cadáveres eran
inhumados. Se accedía a la cámara circular por un largo pasillo o dromos, que
estaba construido por un número de dólmenes colocados uno junto a otro hasta
crear un corredor. La altura de la cámara sobrepasaba los veinte metros y el
diámetro del interior, llegaba a los 24 metros. El dromos, unos 60 metros. Todo el
conjunto de la tumba era a su vez recubierto por un túmulo de arena y piedras,
que con el tiempo venció el techo de la tumba, derrumbó la misma y acabó
despareciendo por efecto de la erosión y el viento. Tanto el ajuar, compuesto de
valiosas armas y joyas, con objetos de oro, como la propia majestuosidad de la
tumba, hicieron a sus descubridores evocar que acaso serían las tumbas de
personajes muy poderosos, acaso tumbas principescas, “tumbas dignas de un rey
como Agamenón”, el rey micénico citado en la Iliada. De que a una de ellas se la
conozca como el Tesoro de Agamenón, aludiendo el término tesoro a tesauros,
en griego, con significado de cofre, con contenido valioso, como era el caso.
Las tumbas se fechaban entre 1650/1500 a. de C. Sus ajuares eran los propios
que podían esperarse de un sociedad guerrera, patriarcal, agresiva. Pero de los
archivos documentales conservados en torno a los centros palaciegos de la
ciudad, que contenían inventarios de pagos e ingresos, compras y ventas de
productos, entregas de productos y recepción de los mismos, en forma similar al
que analizamos para Creta. De hecho su escritura era como la cretense, de tipo
silábico, con analogías, hasta el punto de que fue nombrada con escritura Lineal
B, para diferenciarla de la de Cnossos. Podemos igualmente deducir que el
micénico fue también un pueblo marinero, navegante, que comerció todos sus
productos a lo largo de todo el mediterráneo, desde Anatoli y el Egeo, hasta el
Algarve portugués, pasado por la Hélade, Sur de Italia, Sicilia y Cerdeña,
Baleares y litoral andaluz. Fueron grandes marineros y mejores fabricantes de
armas, dominando la metalurgia del bronce, un compuesto de cobre aleado con
otros metales, como el estaño. Sus armas fueron demandadas por todos los
pueblos ribereños, al ser excelentes, y sus prototipos de espadas fueron imitados y
copiados por los pueblos del NO peninsular, la Bretaña francesa, Irlanda e
Inglaterra, las llamadas Islas Kasitérides, por hasta allí llegaba una ruta de
navegantes – no necesariamente micénicos – en busca de la casiterita, piedra
minera que contenía estaño, necesario para fabricar bronce.
La hegemonía comercial micénica se mantuvo en Creta entre 1500 y 1200, en
el Egeo entre 1400/1200, siempre fechas aproximadas. Los micénicos
sustentaban una monarquía como sistema de poder, a cuyo rey llamaban wanax,
que en el griego clásico derivó en anax, que significó dirigente, líder, poder
supremo. Este wanax era el rey de Micenas, y cuando fueron conquistadas el
resto de las ciudades de Grecia, este rey puso al frente de cada una de ellas a un
basileus, rey de índole inferior, especie de gobernador o alcalde de la ciudad,
subordinado a las órdenes del wanax de Micenas.
El palacio del rey se hallaba en la ciudadela, rodeado de las viviendas de sus
nobles y cortesanos, y más allá, los almacenes, archivos y demás dependencias
administrativas que llevaban la contabilidad de los bienes del monarca. Luego se
agrupaban las viviendas de los servidores, los escribas, obreros, artesanos,
esclavo y demás personal al servicio del palacio. El resto de la población de la
ciudad se asentaba fuera de las murallas de la ciudad, y entraban en ella con
todas sus pertenencias, incluidos los ganados, sólo en caso de peligro.
Micenas tuvo una compleja burocracia que anotaba y archivaba, como en
Creta, inventarios de bienes, listas de personal, asientos de pagos en ingresos,
distribución y recepción de regalos, concesión de raciones y cuantas operaciones
se realizaban en la vida cotidiana. Toso esto cambió a partir de 1250, no sólo en
Micenas sino en todo el mediterráneo oriental. El sentido de los cambios viene
indicado por los restos arqueológicos. Los muros de la ciudad fueron reforzados,
hasta adquirir grosores de varios metros; se construyeron silos y cisternas para
almacenar comida y agua, y en general se hicieron obras y refuerzos que
hablaban de un sentimiento de miedo e inseguridad ante el futuro. hacia el 1100,
el poderío micénico sucumbe, desaparece y la mayor parte de lños pueblos y
estados de las orillas de esa parte de Mediterráneo padeció invasiones, crisis,
largas guerra, destrucciones y abandonos. En Egipto, reinando Mineptah-Siptah,
las cróncias de las guerras que mantuvo este faraón de la XIX dinastía, habla de
Pueblos que llegaron al Delta por el Mar, y aporta una lista de ellos: los massaua,
likku – licios? -, shardanos – sardos de Sardinia, Cerdeña? -, peleset – filisteos?, denyen – dánaos? -, akhaiwasa – aqueos? -, y otros. A todos los venció el faraón,
Toro Todopoderoso. Ugarit, en Libano, presenta niveles de incendio y
destrucción, igual que en Troya, al SO. de Anatolia, si la localización es cierta.
De esta Troya, y de los poemas que nos transmitieron su recuerdo, la Iliada y la
Odisea, hablaremos a continuación.
3. Los poemas homéricos.
Para los griegos del siglo V, Homero ocupaba el primer puesto en su
literatura. Era considerado el autor más grande y su obra, la más insigne y mejor
conocida por todos. Para los griegos, Homero era el poeta por antonomasia. Un
símbolo de la nacionalidad, del modo de ser y concebir lo griego, Homero era
igual que decir, los helenos. Homero era la primera autoridad en narrar cómo
había sido desde el principio la historia de todo un pueblo.
Homero representaba la época arcaica, el pasado remoto. En el siglo IV
Platón escribía que los griegos de su tiempo creían que Homero había forjado
Grecia, por lo que si era el padre de todos los griegos, nada mejor que regirse por
los preceptos morales que figuraban en sus poemas, los poemas del héroe
fundador. Los poemas homéricos venían a ser una suerte de código de conducta
a seguir para ser un buen griego. Cualquier griego de mediana posición de la
Época Clásica tenía en su casa la obra de Homero, ya fuera entera, parcialmente,
o algunos cantos de ella, en rollos de papiro. Conocía largos extractos de sus
pasajes preferidos y los podía recitar de corrido. Por supuesto, conocía el
argumento principal de la obra y el de todos sus capítulos esenciales. El político
ateniense Nicias, siglo V, obligó a su hijo a aprenderse de memoria los dos
poemas, según Jenofonte, Symp. III.5, aunque acaso fuese una exageración,
válida como símbolo.
Para los griegos del siglo VIII, la épica literaria, como eran los poemas
homéricos, era una especie de Biblia de los cristianos, un instrumento de
expresión de un pasado remoto, el modo en que se narraban sucesos que habían
ocurrido supuestamente en tiempos olvidados por el pueblo. La épica se usaba
como medio de articulación del pasado con el presente, dando continuidad
histórica al tiempo que espléndidos contenidos éticos. A través de la épica, del
epos (=epopeya) se ofrecían modelos de conducta a todo un pueblo, un referente
moral de cara a las relaciones con otros pueblos.
La Iliada contaba los hechos acaecidos durante 51 días del décimo y último
año de la guerra, que supuestamente los griegos de la Hélade y los troyanos, de
Troya o Ilion. La Odysea narraba el regreso a sus patrias de todos los príncipes y
monarcas que participaron en esa guerra desde el lado heleno, y las vicisitudes y
aventuras que pasaron hasta finalizar sus viajes, personalizados en la figura de
uno de ellos, Ulises u Odyseo, rey de Ítaca, una isla frente a la costa del Epiro, en
el Adriático. En ambos poemas participaron dioses, héroes y humanos,
entremezclando sus actos e interviniendo indistintamente en los sucesos.
Pocos griegos dudaban de que su pasado hubiese sido escenarios en el que los
dioses y los hombres actuaron conjuntamente, tal como los contaba Homero, que
asumía el papel de narrador de los mismos. Para esos griegos, carecía de
importancia que el poema no situara con precisión cuando había ocurrido cada
uno de los hechos que contaba, la cronología de los eventos carecía de
importancia, algo accesorio. ¿Hasta qué punto asumían los griegos como ciertos
los sucesos que se contaban en los poemas?. Los griegos no meran tan salvajes o
incultos para asumir el relato sin pasarlo previamente por un tamiz, por una
crítica que depurara los hechos. Asumían el argumento principal, el contenido de
la mayoría de sus capítulos, pero procesaban de forma distinta algunos de los
hechos contados. por ejemplo, no creían que Poseidón fuese quien impedía que
Ulises regresara a Ítaca, poniéndole muchos obstáculos en el camino. Tampoco
admitían que la doncella Leda fuese preñada por Zeus convertido en cisne, ni
que hubiese hechiceras capaces de convertir en cerdos a los compañeros de
Odyseo, y otras situaciones similares que escapaban a la luz de la razón. Pero no
las consideraban falacias, meras mentiras, sino maneras de explicación, como
alegorías simbólicas, parábolas de situaciones y expresiones de la voluntad de los
dioses, siempre detrás de los actos de los hombres. Recordemos que el modo de
comprender y sentir de los pueblos en la Antigüedad era el que correspondía a
una masa iletrada e inculta, en la que un porcentaje muy pequeño alcanzaba los
niveles medios para la comprensión de cualquier mensaje o relato. En el Nuevo
Testamento, el profeta Jesús de Galilea exponía su doctrina a la masa de sus
seguidores mediante parábolas, como forma de hacer comprender el meollo de
los asuntos que relataba. La parábola, el símil, la alegoría por tanto, era
instrumento imprescindible para un narrador que quisiera que su relato llegara en
toda su intensidad a sus oyentes o lectores.
En ambientes paralelos tomados de culturas primitivas actuales, objetos del la
Etnografía, se observa que cuando preguntamos a individuos de distintas tribus o
pueblos sobre los mitos que vertebran los principales elementos de su pasado, el
antropólogo comprueba que los hechos que componen esos mitos son asumidos
como algo vivo, no ficticio, sino que debió suceder en algún tiempo pasado. No
se plantean dudas sobre su realidad o carácter cierto. Los filósofos Jenófanes
(siglo VI) y Platón (siglo IV) comprobaron que muchos de sus paisanos
aceptaban y creían en los relatos míticos sin crítica ni reservas, tal cual como se
conocían. Platón incluso pensaba que los sucesos históricos que los poemas
homéricos contaban habían sucedido alguna vez, eran ciertos, y lo único con lo
que estaba en fuerte oposición era con los valores morales y éticos, los patrones
de justicia que la conducta de los dioses y héroes mostraban y que en tiempos del
filósofo, muchos pretendían canonizar como modélicos. Para Platón eran
patrones morales indeseables, que iban en contra de los principios éticos que él
propugnaba en sus trabajos filosóficos. Modelos de conducta de un mundo
arcaico y salvaje, desprovisto de los componentes morales que debía tener y
seguir cualquier hombre de su tiempo.
Platón no era él único intelectual discordante con el contenido global de los
poemas. El historiador Heródoto, (II.45) siglo V, discrepaba con algunos pasajes
del mito griego, aunque no en la manera que nosotros pudiéramos esperar. Decía
textualmente: “los helenos – él era de Halicarnasos, en Jonia - cuentan muchas
cosas sin el examen debido, entre ellas el Mito de Herakles. Se dice en él que
Herakles fue a Egipto, donde Zeus estuvo Zeus a punto de sacrificarle, pero
finalmente escapó. Pero esto no es posible, porque todos sabemos que entre los
egipcios no existieron los sacrificios humanos”. O sea, para el historiador, tanto
Zeus como Herakles existieron, lo falso era que el primero hubiera querido
sacrificar al otro.
No podemos continuar sin decir algo sobre quien fuese Homero. De él apenas
sabemos nada o muy poco. Nuestros datos sobre su biografía son poco más de lo
que de él se escribió en la posteridad. Homero más que un poeta fue un narrador
de mitos y leyendas, alguien que convirtió en su modo de vida el contar un relato
de hechos heroicos, que despertaban el interés de los oyentes, porque contenían
los ingredientes necesarios para despertar y mantener el interés de una audiencia
deseosa de conocer gestas que tenían que ver con su pasado histórico. En los
relatos de Homero había aventuras, combates, guerras, inundaciones,
tempestades marinas, nacimientos, muertes, asesinatos, venganzas, pasiones,
odios, envidias, traiciones, en fin todas las formas y circunstancias de expresión
del alma y la conducta de los humanos. La audiencia de estos hechos vivía estas
experiencias ajenas como propias, y las asumía como reales, llenas de vívido
interés, dependiendo de la pericia y calidad del arte del narrador. Este debía
despertar el interés necesario, dar a los sucesos la credibilidad precisa y hacerlo
con la habilidad suficiente como para convencer al oyente de lo que se contaba.
Todas estas cualidades las tenía Homero, que fue así el primero, el mejor, el más
conocido y quien tuvo mayor repercusión, dentro de una pléyade de narradores
que se dedicaban y vivían de lo mismo.
4. La épica oral. La guerra entre los griegos. Mundo y valores homéricos.
El mito, los hechos, las gestas narradas en los poemas, se reforzaban en la
medida en que eran creídos y asumidos por los oyentes, que con su interés lo
transmitían a sus hijos. Si el relato no despertaba ese interés, el oyente pronto lo
olvidaba y se perdía en el tiempo, pues no olvidemos que cuando Homero vivió,
no existía escritura o ésta, simplemente, estaba recién introducida en Grecia y su
uso tardaría aún al menos dos siglos en expandir su uso. por tanto la una forma
de conservación y transmisión de un relato era la oral, el boca a boca. En suma,
Homero no escribió poema alguno sino que los narraba y conservaba en la
memoria, y de memoria los recitaba a una audiencia, que sólo podía conservarlos
si lo que había escuchado era de su interés, pues de no ser así, en menos de una
generación, (20/30 años) caía en el olvido.
Por lo tanto, los poemas homéricos debían tener los requisitos necesarios para
parecer verosímiles, hacerlos creíbles para la audiencia, lo que significaba que
debía introducir en ellos las modificaciones necesarias para darles esa categoría.
Homero por tanto9 inventaba algunas cosas, y las añadía al poema si con ello
hacía más comprensible el relato. Eran o debían ser pequeñas ficciones, las
necesarias para dar credibilidad a grandes pasajes o argumentos importantes del
poema. Porque no olvidemos que Homero contaba cosas que habían ocurrido
varios siglos antes del siglo VIII, su siglo, y lo contaba a hombres del siglo VIII,
por lo que podían surgir ciertas situaciones que eran necesarias modificar o
readaptar para hacerlas más comprensibles a los oyentes de su tiempo, Homero
ponía su invención al servicio del relato completo.
Homero no fue un narrador original, en el sentido de ser el creador del
argumento de los dos relatos que se le atribuyen. Los argumentos, los contenidos
de la Iliada y la Odysea no fueron idea suya. Homero lo que hizo fue recoger y
ordenar toda una tradición de relatos, leyendas, mitos y tradiciones orales que se
remontaban a tiempos no fechados, pero desde luego dentro de lo que los
arqueólogos y prehistoriadores catalogan como final de la Edad del Bronce,
valorarlos, relacionarlos y unirlos, hasta completar un relato coherente sobre
sucesos que supuestamente habían tenido lugar en tiempo inmemorial, y que
hablaban de una gran guerra que habían tenido unos griegos contra otros. En ese
conjunto de datos había elementos y noticias que correspondían no sólo a los
tiempos en que aquella gran guerra había tenido lugar, sino a los añadidos,
modificaciones, nuevas noticias, en fin, a todas las alteraciones de forma y
contenido que por los efectos de la transmisión oral, habían tenido lugar desde el
tiempo en que habían tenido lugar esa guerra, y los siglos que habían pasado
hasta llegar al siglo VIII, el del autor.
Homero vivió probablemente a mediados del siglo VIII, nacido acaso en
alguna ciudad de la costa jonia o isla del Egeo. Sus dos poemas alcanzaron tal
aceptación, que se conservaron en la posteridad, aunque desconocemos si tal
como los tenemos, están íntegros o falta alguna de sus partes. Sabemos que fue
en la segunda mitad del siglo VI, durante la tiranía de Pisístratos de Atenas,
cuando se recopilaron todas las versiones orales que se conservaban del mismo y
se pusieron por escrito, para preservarlos. A partir de esa puesta por escrito, es
lógico pensar que se multiplicarían las copias, de ambos poemas por entero, y de
sus partes más populares, que serían las que mayor circulación tendrían entre sus
ahora lectores.
Que debemos guardar cierta reserva sobre si lo que nos ha llegado fue el relato
íntegro de Homero, nos lo indica el alto nivel de pérdida que sufrieron en la
misma Antigüedad obras de grandes escritores clásicos. Sabemos que el trágico
Esquilo escribió 82 obras, de las que sólo nos han llegado 7.De las 92 que se
atribuyen a Eurípedes, sólo tenemos 18, y todas las que tenemos fueron copias de
copias sucesivas, con todos los defectos y errores de transmisión que ello supone,
como errores de copia, manipulación del texto, pérdidas de páginas, etc..,
Pongamos un ejemplo. En el siglo III a. de C., apenas algo más de un siglo de la
vida del propio autor, se conservaban en la Biblioteca de Alejandría ya sólo 78 de
las 92 obras de Eurípides.
En el siglo V los griegos podían leer y sobretodo escuchar las tragedias griegas
en sus representaciones escénicas, mientras que los griegos del siglo VIII sólo
podía escuchar del narrador el recitado de esos poemas. Es posible que tal como
los conocemos, ya hacia el 700 el contenido de ambos poemas estaría más o
menos fijado, y que con las alteraciones ya antes citadas, esa estructura formal
fue la que desde el 700 se transmitiría oralmente hasta Pisístratos, siglo y medio
después. Para los griegos del siglo V, la Iliada contenía la Guerra contra Troya,
que había sucedido en tiempos muy remotos. La arqueología parece que
encontró Troya, y fechó una nivel de destrucción de la ciudad en torno al 1176 a.
de C. En tiempos posteriores, los historiadores de Roma fecharon la Caída de
Troya en torno a 1180, lo que coincide con el relato arqueológico. Homero, y
luego el poeta Hesiodo, familiar suyo, autor de una Teogonia y un poema titulado
El trabajo y los Dias, que vivió una generación más tarde de Homero, son de la
segunda mitad del siglo VIII, y viven en el nacimiento de la llamada Edad del
Hierro, en una sociedad distinta a la del Bronce que la guerra narrada en la Iliada
representa.
Homero fue por tanto el continuador de una tradición épica oral. En su
composición hay elementos de los tiempos anteriores al autor y elementos de su
propio tiempo, Muchos anacronismos, por tanto. Homero introduce datos
linguísticos, artefactos, moradas y ambientes, que son los de su época, el siglo
VIII, pero no los del siglo XII a. de C., cuando ocurrió la guerra. Elementos de
Homero que no concuerdan con el contexto temporal de la guerra. Igualmente,
Homero conserva elementos de esa Edad del Bronce, y que el se limita a narrar,
aunque en muchos casos no los entiende, pues son elementos de una época
cuatro siglos anterior con la que no estaba familiarizado.
El mundo de Creta y Micenas tuvo su apogeo a partir de 1500. Hacia 1200 la
civilización micénica entró en crisis, y con Micenas, todas las ciudades de la
Hélade que estaban bajo su control. La arqueología detecta niveles de
destrucción, incendios, abandono de ciudades, movimientos de poblaciones, y la
propia Micenas es saltada y abandonada. Niveles de destrucción que aparecieron
en los principales enclaves del litoral y tierra próximas del mediterráneo Oriental.
Este era el marco temporal en el que supuestamente sucedió la Guerra de Troya
que narra la Iliada. La civilización que representaba Micenas se hundió y con
ella, los niveles de desarrollo económico y social que se habían alcanzado
hasta1250, por dar una fecha. Se perdió la complejidad social, el modelo de
gobierno, la estructura administrativa lograda, los sistemas de pagos y cobros, el
modelo de gobierno de la ciudad y de un imperio que incluía todo el Peloponeso
y Creta. Las rutas comerciales fueron abandonadas y con ellas, el tráfico
marítimo, las conexiones con otras regiones, se hundió la actividad económica, y
todo volvió a los niveles primitivos de otras épocas. Se perdió el arte, la cultura se
redujo al mínimo, se perdió la escritura y por supuesto, con ello, la capacidad de
elaborar y archivar por escrito cualquier transacción o texto. Las ciudades
desaparecieron, y en caso contrario, vieron muy reducidos sus perímetros y
niveles de población. El modelo de hábitat dejó de sser urbano, ya no hubo
grandes ciudades, ni siquiera en muchos casos ciudades, y el modelo poblacional
se redujo a los poblados. Surgían poblados no muy lejos unos de otros, de unos
pocos cientos de habitantes, que rara vez sobrepasaban los mil o dos mil
habitantes en total.
Los griegos no volverían a escribir hasta la llegada de los fenicios, de quienes
tomarían un modelo de alfabeto, y esto no ocurriría hasta que las guerras
comenzaron a finalizar, los combates a espaciarse y a regresar poco a poco la paz
a los lugares. No volvieron hasta que no se restableció un clima de seguridad
mínimo, volvió la paz y la seguridad a los habitantes de la Hélade y comenzó a
reactivarse los diferentes sectores de la economía. Cuando se dieron todas estas
premisas, fueron los fenicios, entre otros navegantes orientales, los que se
arriesgaron a llegar a las costas e islas griegas, a intercambiar sus productos, a
restaurar el comercio. Y con ello, llegaron sus ideas, sus dioses, sus modos de
vida, su concepción del arte, sus adelantos técnicos y por supuesto su
simplificado alfabeto. Del cual los griegos confeccionarían el suyo, algo que las
actuales cronologías conocidas no ocurriría antes del 750 a. de C. Homero no
sabía nada de ese mundo micénico, desconocía la escritura lineal B, y la sociedad
en la él vivió, del siglo VIII, era una sociedad sumamente sencilla, de
operaciones limitadas, sin burocracias y entramados administrativos amplios,
con una economía rudimentaria y muy básica, en la que los poemas apenas
citaban más de una docena de ocupaciones, por más de un centenar en las
tablillas del lineal B.
Homero no había visto nunca los palacios micénicos, ni sus fortalezas, o la
compleja burocracia o los niveles de refinamiento artísticos de aquellos reyes.
Todo esto despareció hacia 1200. Pero aunque la Iliada se desarrollaba en el
marco temporal del esplendor final de Micenas, Homero fue capaz de recrear ese
marco material, para él desconocido, a base de los restos de tradiciones que
hablaban de ello y que él no podía interpretar, limitándose a incluirlos en su
relato, y sus añadidos propios de su época. Así, el poeta reconstruyó las armas de
algunos de los héroes y personajes que aparecen, que son descritas como serían
las armas de la Edad del Hierro, las armas de su época. Imagina Homero templos
para los dioses que aparecen en los poemas, para que les sirva de morada,
cuando en Micenas no hubo templos. Los micénicos tenían y usaban carros de
guerra, y así figuraban en los poemas, pero Homero desconocía el uso militar de
esos carros, pues en su tiempo no los había. Por lo tanto, acomoda la tradición de
carros de combate heredada, y da a los carros una mera utilidad de transporte.
Así, cuando Aquiles se traslada al pie de las murallas de Troya para iniciar su
combate individual con Héctor, el hijo de Príamo, rey de Troya, lo hace en un
carro de combate. pero Homero no sabe nada de este uso, y una vez que llega al
lugar elegido, hace que el héroe se baje y se prepare para luchar a pie.
Todos estos detalles eran anacronismos obligados para el autor. Pero a veces
Homero usaba del anacronismo como un recurso literario para azuzar muestro
interés y curiosidad, como por ejemplo cuando se introducen elementos o datos
que el oyente o lector desconocía. El ingenio del poeta reside en saber conjugar la
verdad con lo ficticio, sin restar un ápice de credibilidad, al equilibrar todos los
ingredientes presentes en el relato.
Cuando el historiador tiene ante sí los poemas, puede plantearse algunas
preguntas. ¿Existió una Grecia tal como la que se describe en los poemas?.
¿Hubo una guerra como la descrita?. Respondiendo a la primera cuestión, lo que
nos queda del mundo anterior a Homero no es mucho, Unos cientos de tabillas
sobre temas contables y administrativos de significado limitado. Algunos restos
arqueológicos poco explícitos, de alcance limitado y bastante mudos en cuanto a
responder sobre las principales cuestiones que afectaron a aquella civilización.
Restos de vasos de cerámica de significado poco ilustrativo y algunos objetos de
metales preciosos, incluidas joyas y armas. Nuestro escepticismo podía incluso
alcanzar a todo ese mundo administrativo y burocrático que se ha venido
deduciendo del contenido de las tablillas del Lineal B, sería lícito plantearnos
hasta qué punto era real ese nivel de civilización esa sociedad compleja y
refinada que venimos predicando a partir de esos archivos de una escritura que
apenas servía más que para dejar constancia de toda una serie de transacciones.
Hay muchas opiniones en contra de considerar el Lineal B, como antes el Lineal
A, la plasmación del lenguaje que hablaron esas dos culturas desde mediados del
segundo milenio, siendo exclusivamente una escritura instrumental que no
reflejaría el modo de expresión cotidiano. Tomar la cultura palaciega de Micenas
como reflejo de la sociedad micénica sería tan equívoco como analizar la Francia
de finales del siglo XVIII a partir de los palacios de los Borbones. De hecho, los
palacios descritos en los poemas son edificios decorados y configurados como se
hacía en Grecia a partir del año 1000. El uso de oro, plata y marfil en sus
decoraciones no fueron más que recreaciones del poeta con los datos que tenía de
su propio tempo. No existieron en 1200, pero los griegos que primeros oyeron y
luego leyeron los poemas no podían saber si en aquel tiempo, los palacios
descritos eran así.
A fines del siglo XIX un comerciante alemán muy aficionado a la arqueología
e historia de civilizaciones perdidas, Heinrich Schliemann hizo prospecciones en
el suroeste de Turquía, buscando el emplazamiento de Troya. par lo cual se
sirvió de los textos griegos que hablaban de su ubicación y de los mismos
poemas. Finalmente identificó en la villa de Hisarlik, a unos cinco kilómetros del
Estrecho de los Dardanelos, el lugar donde estuvo la antigua Troya. El resultado
de la excavación que realizó fue el siguiente. Descubrió hasta doce niveles de
habitación distintos, que además pudo subdividir en fases, cada una con su
cronología correspondiente, a partir del análisis realizado de los restos vegetales
encontrados en cada nivel, que fueron sometidos a las pruebas del Carbono 14.
El nivel I era el más antiguo, que podía corresponder a comienzos de la Edad de
Bronce, mientras que el XII sería la fase de un poblado tardorromano. En el nivel
VIIA correspondía a un poblado minúsculo, sin elementos que pudieran
conectarse con la cultura micénica. No había restos nio de palacios ni de grandes
edificios. Una Troya indigna de ser la Troya de los poemas. En el nivel VIIB, el
alemán halló amplias fascies de material quemado y destruido, seguido de una
etapa de deshabitación. Schliemann interpretó que ese era el momento en que la
ciudad fue destruida por los griegos, el momento del poema, y fechó el dato en
1176 a. de C. El ajuar proporcionado tampoco reforzaba vínculos entre la
arqueología y el texto, como pretendía Schliemann. Se recogió un casco militar
con unos dientes de jabalí, una copa que por sus características y formas llamó la
Copa de Néstor, según se describía esa copa en la Iliada, como perteneciente al
anciano rey Néstor de Pilos, un escudo lujosamente decorado, que se calificó
como digno de haber pertenecido al héroe Ajax, cuyo escudo se describe en la
Iliada, y algunos restos de carros de guerra. Poca información que nos pudiera
ampliar la identificación con la Iliada.
Además, ni Troya ni los griegos que supuestamente la atacaron aparecen
nombrados alguna vez en los archivos del palacio de los reyes hititas en Hattusas,
centro de Anatolia. Una guerra de tal duración, que enfrento a media Hélade
contra la otra media, debía haber dejado constancia documental en alguno de los
reinos o principados neohititas de Anatolia. En Micenas apareció otra copa
similar a la descrita en la Iliada, y otra más con la leyenda que decía “soy la
Copa de Néstor, a quien beba de mí, Afrodita le envolverá con su amor”, en una
tumba infantil de la isla de Pitecusas, Ischia, en la bahía de Nápoles, lugar donde
se estableció la primera colonia griega de occidente, previa a la fundación en la
orilla de enfrente de la colonia de Cumas, que significó el abandono de Ischia.
Esta colonia se fecha hacia el 770 a.C., lo que sólo significa que en la primera
mitad del siglo VIII ya circulaban retazos, capítulos y personajes de los poemas
por todo el Mediterráneo, aportando numerosos motivos al arte, como mera el
caso que nos ocupa. El los versos 632/637 del canto XI de la Iliada se recoge la
leyenda de la que es una parodia o reflejo la inscripción de la llamada Copa de
Néstor.
La iliada y la Odisea fueron muestra de una épica oral, obra de bardos. los
poemas estaban compuestos para ser recitados o cantados ante un auditorio.
Frases, versos, grupos de verso, fórmulas, se repiten una y otra vez a lo largo del
texto. Esas repeticiones sirven a su vez como recursos mnemotécnicos, para unir
unos bloques de versos con otros. La tercera parte de los versos se repite más de
una vez a lo largo de los poemas. El bardo va componiendo directamente cuando
va recitando ante su auditorio. Este auditorio solía ser una parte de la
aristocracia, nobles que deseaban amenizar sus veladas de banquetes, con juegos,
cantos, danzas o el recitado de algunos relatos sobre asuntos que despertaran el
interés del comensal. Por ejemplo, enfrentamientos entre guerreros, combates
singulares, discursos de reyes o héroes, batallas navales, etc.., El bardo complacía
la petición recitando lo solicitado, y al final recibía el pago por su servicio. Es
muy probable que éste fuera el modo de vida de los bardos de la época, entre los
que se contaría Homero, probablemente el mejor o el que alcanzó mayor fama de
todos ellos.
El bardo compone mientras recita, a diferencia del rapsodo, que recita de
memoria un poema, sin componer sobre la marcha. Para comprobar si realmente
un bardo podía memorizar y componer obras de la extensión de la Iliada y
Odisea, con veinticuatro cantos cada una, con unos doce mil versos por poema,
se hizo un experimento con modelos actuales. En 1934, el filólogo
norteamericano Milman Parry encontró en Serbia, Yugoeslavia, un poeta
regional que practicaba un arte como era el recitado de obras poéticas, de manera
muy similar a como lo pudieran haber hecho los antiguos bardos como Homero.
Este bardo serbio, de unos sesenta años, era analfabeto, no leía ni escribía, pero
era capaz de recitar de memoria un poema tan largo como la Odisea. Parte de su
recitado lo iba construyendo sobre la marcha, inventándose sobre la marcha el
argumento, sin fallar en el metro y las rimas del verso. El resultado es que el
bardo tardó dos semanas , a razón de dos horas por la mañana y otras dos por la
tarde cada dia, en recitar una obra de las que él memorizaba, sobre asuntos
tradicionales serbios. Demostró que recitar un poema largo, como era la Iliada o
la Odisea, podía ser recitado sin problema.
Homero se valía, hemos dicho antes, de muchas fórmulas y frases hechas que
usaba continuamente, para nombrar asuntos concretos. Por ejemplo, usaba de las
mismas fórmulas para expresar el amanecer, el anochecer, los rasgos
sobresalientes de los personajes, los combates, los banquetes, los funerales, el
dormir, comer, la descripción de los palacios, de las armas, de los tesoros, el mar
la tempestad, etc.., todo esto le facilitaba el recitado, al evocarle los asuntos que a
continuación debía tratar.
Tratamos ahora un último punto, que es el de la autoría de los poemas, pues
aunque el consenso general es que son de un solo autor, cuyo nombre era
Homero, hay algunos puntos que suscitan ciertamente contradicciones. Desde
antiguo, hubo estudiosos que subrayaron las diferencias existentes entre el
contenido, redacción, argumentos, etc.., de ambos poemas, como para poder
sugerir la posibilidad de dos autores distintos. Estas diferencias eran por ejemplo,
la presencia de más magia en la Odisea, casi ausente en la Iliada, algo que
señalaba Plinio el Viejo. La presencia en la Iliada de muchos héroes
independientes, frente a sólo uno, Odiseo, en la Odisea. El primer poema se
desarrolla en el Mediterráneo Oriental, y el segundo, en el Occidental. El mundo
que se describe en la Odisea no es ni el del final del Bronce, el mundo micénico,
ni tampoco en de Homero, la sociedad del siglo VIII. En la Odisea, en efecto, no
se habla de la Jonia, donde estuvo Troya, no hay dorios, ni armas de hierro, ni
caballería en las batallas. No hay comercio ni colonización – que comenzó en el
siglo VIII – y la polis, la ciudad, no supone el concepto que engloba los
contenidos de ideas, principios y compromisos ciudadanos que los griegos dieron
a ese concepto a partir del siglo VII. La polis, en la Odisea, es una ciudad, en el
sentido urbano, el caso urbano, el lugar donde se asientan los ciudadanos, con su
trazado, calles, pavimentos,. etc., algo puramente material.
En la Odisea sigue existiendo la dignidad real, pero ahora se describe como
una institución muy debilitada, fiscalizada y contestada por la nobleza. Ésta es
cada vez mas fuerte, pero no está suficientemente organizada como para sustituir
a los reyes. La sociedad de la Odisea refleja un mundo posterior al de Micenas.
No es el mundo del Broce Final, el mundo en que se desarrolló la Guerra de
Troya, el mundo de Agamenón de Micenas, Menelao de Esparta o Priamo de
Troya. El mundo de la Odisea es un mundo fechado entre el 1000 y el 800. En
realidad, debemos decir que ni la Iliada refleja sólo el mundo del momento
anterior al final de Micenas, ni la Odisea es la sociedad posterior a la invasión de
los Pueblos del mar; no se refleja en ninguno de los dos poemas, una sociedad
concreta, sino que recoge elementos de las sociedades por las que se
transmitieron los sucesos que dieron luar a los poemas, a lo largo del tiempo, esto
es, desde 1200 hasta el 750 aproximadamente para la Iliada, y desde el 1000 al
750, para la Odisea. Como con acierto señalaba el arqueólogo A. Snodgrass,
ambos poemas son las imágenes destiladas de muchas sociedades a un tiempo.
De la misma forma, la Guerra que se describe en la Iliada probablemente no
fue una guerra en concreto, sino la guerra, como fenómeno atemporal, no
imputable a ningún ámbito geográfico en particular, en un marco como el de la
Antigüedad, en el que la guerra fue un hecho cotidiano en todas las sociedades.
Queremos decir que probablemente en tiempos micénicos hubo alguna guerra en
la que Troya participó, de la misma forma que hubo al mismo tiempo otras
guerras en el Egeo, en la edad del Bronce, y en la del Hierro, porque la guerra
formaba parte de las actividades corrientes de la sociedad antigua. Se hacía la
guerra para saldar rencillas, ejecutar venganzas, ampliar dominios, capturar
botón, mejorar la economía, revalidar prestigios y mandos, etc… La guerra era
un medio y un fin en las actuaciones del hombre en la Grecia Antigua.
Pero en la Antigüedad una guerra cuyo fin pudiera ser la venganza o el botín
no duraba diez años. En este tipo de guerra, la duración es lo que se tarda en
llegar al territorio enemigo, al que se ataca por sorpresa, tomar la ciudad,
exterminar a sus habitantes, cargar con el botón y regresar al territorio propio.
Eran guerras que no duraban más allá de tres o cuatro días, e incluso menos. Así,
los diez años de la Guerra de Troya son genéricos, esto es, simbólicos, en
realidad, inverosímiles, pues no se describen las operaciones habituales en las
guerras. No hay relevos de soldados, nadie sustituye a los caídos, nadie se ocupa
de los suministros. Ninguna guerra duraba diez años, o mejor dicho, ningún
combate continuado podía durar diez años. Recordemos que no fue sino en el
395 a. de C. cuando por primera vez se planteó una guerra de larga duración,
co0mo fue el asedio de la ciudad etrusca de Veyes por Roma. Duró varios meses
y obligó a crear pagas para los soldados, pues era excesivo el tiempo que tuvieron
que pasar fuerza de sus casas. Otras guerras, como las de Esparta contra
Mesenia, o las llamadas Guerras Púnicas, de Roma contra Cartago, en realidad
fue un enfrentamiento entre estados, muy dilatadas en el tiempo, sin combates
continuados, períodos de paz y periodos de hostilidades. No fueron la guerra sin
interrupción descrita en la Iliada, que mantuvo la lucha durante diez años.
En consecuencia podemos pensar que la Iliada reflejaba una guerra
idealizada, la Guerra, en sentido abstracto, como lo que reflejaba otras epopeyas
o poemas épicos de tiempos muy posteriores. La Canción de Rolando, que
databa del siglo XI, hablaba de una gran batalla entre sarracenos y cristianos en
la que doce generales y 400.000 sarracenos fueron vencidos. El realidad el poema
glorificaba la escaramuza militar que supuso la detención de una columna guiada
por el rey Carlomagno por una corta banda de montañeses vascos, en el año 778.
Todo en ese poema era ficticio, incluido el propio Rolando o Roldán.
En el mundo homérico no hay polis, ésta surge al final de la llamada Edad
Obscura, que es como se ha venido en llamar a la época posterior a la caída de
Micenas, en la que desapareció la escritura y con ello, todos los documentos,
haciéndola muy inaccesible al historiador, Hasta su aparición con el contenido
institucional que le dieron luego los griegos, la polis era un lugar habitado y
situado en un lugar escarpado y bien protegido y poco accesible para el enemigo.
Solía estar amurallado y a veces, estaba rodeado de fosos. En esa polis vivían los
nobles, el gobierno y sus servidores. Fuera de la misma, vivía el resto del pueblo,
junto a sus tierras y sus ganados, con los que se refugiaba tras los muros de la
ciudad en caso de peligro.
Para la sociedad descrita en los poemas homéricos, el comercio fue una
actividad mal vista, algo reprobable. Era ejercido por extranjeros, lo que durante
esa época era decir sinónimo de enemigos. Los comerciantes eran vistos con
cautela y recelo, y sus transacciones, una posible fuente de conflicto y perjuicios.
Al final de la Época Obscura, tras siglos de autarquía y aislamiento de los grupos
griegos, en los que el comercio o desapareció o se limitó al trueque e intercambio
entre vecinos, siempre recelosos y llenos de prevención, comenzaron a
restaurarse las relaciones con el exterior, al empezar a llegar a las islas y costas de
la Hélade los primeros comerciantes, de origen asiatico, fenicios y sirios. De los
fenicios, decían que eran ilustres marineros, pero falaces. Sus tareas eran tan
necesarias, para proveerse de los objetos de los que carecían, como odiadas. El
comercio de intercambio era el último recurso cuando otras vías de suministro
habían fallado. Entre estas vías estaba la guerra, en sus variantes de invasión de
territorios ajenos, incursiones bandoleras o piratería.
Otra fórmula era el intercambio de regalos entre comunidades. El regalo era
siempre bienvenido en cualquier grupo, se consideraba una muestra de las
intenciones del que lo hacía, una manifestación de paz y amistad, aunque
también eran unas muestra del poder económico y prestigio, y en último término,
una manera de obligar a corresponder en la misma o mayor medida al que lo
recibía, para el que se convertía en una especie de deuda u obligación, a veces
excesiva. En su primera intención, el regalo disipaba hostilidades y alejaba
recelos. Se consideraba tan honroso y digno el dar como el recibir, por lo que no
se intentaban nuevos contactos entre comunidades, reyes, o grupos vecinos o
incluso antagónicos, si no iban precedidos de una intercambio de regalos. Los
regalos tenían genealogías, su valor aumentaba en función de la historia que
llevaban, a quién habían pertenecido antes, su origen, las vicisitudes de su uso,
etc.., Todos los pueblos aspiraban a la reciprocidad en el intercambio de regalos y
a que los de uno y otro fueran equilibrados, que nadie se sintiera en deuda con el
otro, o que el regalo del otro fuera inferior al recibido antes por el uno.
Finalmente, el regalo podia ser atesorado por el que lo recibía, o a su vez,
empleado como regalo para otros compromisos. Veamos algún ejemplo.
Cuando Aquiles, enfadado, comunicó su intención de no seguir en la guerra,
Agamenón le ofreció regalos para hacerle cambiar de decisión. Su regalo
ofertado eran siete ciudades, doce caballo ganadores de premios, siete mujeres de
Lesbos, hábiles artesanas, veinte troyanas que daría cuando tomaran la ciudad, y
su hija Briseida. Aquiles rechazó el regalo, por lo que Agamenón mejoró la
oferta. Ahora le ofreció siete trípodes no puestos al fuego, diez talentos de oro,
veinte calderos brillantes y tanto oro como pudiera llevarse en su barco. Aquiles
aceptó y volvió a la guerra.
En el intercambio tanto de regalos como de cualquier clase de objetos no
debía haber ganancia para ninguno de los intervinientes. Se pensaba que el
intercambio justo estaba en que los participantes salieran de la transacción
plenamente satisfechos. La ganancia de una de las partes se consideraba tabú, la
igualdad y el beneficio debían ser mutuos. La ganancia sólo podía derivarse de
una acción guerrera, como resultado de la guerra. Se consideraba que lo justo era
lo que venía sancionando la costumbre, y ésta decía que nadie debía salir
ganando de una transacción. Con relación a la guerra, se consideraba una
empresa colectiva pues solía implicar a varios clanes, que aportaban sus
miembros como soldados al ejército concreto. Odiseo, en su regreso a Itaca,
realizó dos o tres expediciones cuyo fin era tomar botín. Era algo normalizado en
la costumbre, digna forma de adquirir bienes y deseable para todos cuantos
participaban en las expediciones. Por el contrario, el robo se consideraba
indigno, por su carácter oculto y furtivo, era rechazado y sus autores,
considerados como ladrones y enemigos.
El mundo homérico mantenía por tanto unos patrones morales que no pocos,
sobre todo los filósofos, consideraron algo turbios. “No hay que dejarse engañar
por los poetas o por cualquier narrador de mitos”, decía Platón.
II. LA ÉPOCA OBSCURA
1. El marco temporal. Hesiodo. La arqueología. Los nuevos asentamientos.
Lo más destacado y perceptible del período que llamamos Época Obscura son
los bajos niveles de civilización. La ausencia de documentos, tanto literarios
como, en menor medida, arqueológicos, hace muy difícil su penetración al
historiador. El final de ese período será en el siglo VIII. Este final se caracteriza
por la apertura al exterior de las comunidades, el reinicio de los contactos con
Siria y Egipto. Comienza con ellos a aumentar los materiales arqueológicos. El
marco temporal de esta Época Obscura iría del 1100 al 750, cuando empieza a
haber los primeros documentos escritos.
Las únicas fuentes escritas sobre ese período es el proporcionado por Homero,
en cuyos poemas describe las condiciones de vida de su tiempo, el siglo VIII,
proyectándolo hacia el pasado, al tiempo de los héroes y los dioses, pero todo
ello referido a las clases altas. Junto a Homero, está Hesiodo, algo posterior, del
que ya nos ocupamos, con su obra El Trabajo y los Días, donde se describen las
precarias y duras condiciones de vida de un campesino de la época en Beocia.
Tenemos admás fuentes posteriores en el tiempo que van referidas a esta época,
como algunos fragmentos encontrados en la obra de Pausanias, del siglo II d. C.,
o Estrabón, del siglo I d. C. y junto a ellos, la obra de los llamados logógrafos,
anteriores al siglo V, que narran historias de viajes con descripción de las tierras
que los viajeros visitaban, y restos de historias locales.
La arqueología cuenta con un número no muy amplio de yacimientos
referidos a esta época. Destaca la existencia de tantos estilos cerámicos como
poblados la producían, todos ellos distintos, en contraposición al estilo unitario y
uniforme extendido por cerámica micénica. Unica excepción se producía en el
Atica, al este, donde proliferaron desde el 950 una serie de talleres cerámicos que
fabricaban un estilo propio que se manifestaba en grandes vasos, de tipo ánfora,
decorada con figuras y motivos de tipo geométrico, muy esquemático y
simbólica, con motivos sacados de la Iliada y la Odisea. Los estudiosos hablaron
de varias fases de desarrollo, desde un Protogeométrico, dividido en varias fases,
hasta el Geométrico, igualmente en varis fases, abarcando un período temporal
entre el 950 y el 750 aproximadamente. Este florecimiento independiente delo
talleres áticos es manifestación de un desarrollo más elevado y completo de las
comunidades que habitaron esa región, que se mantuvo apartada de todas las
convulsiones y calamidades que sobrevinieron al resto de los griegos desde la
caída de Micenas. A partir del 750 comenzaron a llegar al Atica las corrientes
orientales desde Anatolia y Siria, y ello se manifestó en los estilos decorativos de
sus cerámicos, donde junto a los ornamentos florales y animales, incluidos los
fondos marinos, entró la tendencia hacia un mayor naturalismo en la expresión
de las figuras humanas, cada vez más lejos del anterior esquematismo dl
geométrico.
En la Época Obscura el mundo griego estaba organizado en tribus, siendo las
dorias del Peloponesos y las jonias en torno al Atica, las más fuertes y mejor
estructuradas. Estas tribus se distribuían en aldeas, cada una con su territorio,
separadas o aisladas y sin contacto unas con otras. Carecían de cualquier atisbo
de unidad política. Es paradigmático como caso de desorganización el de los
locrios. Llegaron los focios y se establecieron en medio del territorio de los
locrios, que nada hicieron para impedirlo. Los locrios quedaron por tanto
divididos, en locrios occidentales y locrios orientales.
2. Grecia hacia el 800. Los jonios. Tribus, fratrías y clanes.
Hacia el 800 empezaron a terminar las guerras que habían tenido lugar con
motivo de la llegada, búsqueda de territorios y estabilización de las nuevas tribus,
en su contacto con las comunidades ya asentadas. Como resultado de esas
llegadas de tribus algunas de las comunidades autóctonas pasaron a la
servidumbre de los invasores, constituyendo una clase inferior en la sociedad de
los recién llegados. Otra parte de la población se asimiló a los invasores, otros se
retiraron a zonas no atractivas y reconstituyeron sus antiguas comunidades en
estas zonas inaccesibles, como en Arcadia, centro de Grecia. Finalmente, otras
poblaciones emigraron a otras regiones, como hicieron los jonios del Atica, que
se trasladaron a la costa de Anatolia, donde fundaron nuevas ciudades,
renombrando ese litoral que pasó a llamarse Jonia.
Estas nuevas ciudades de Jonia, situadas en un territorio adverso, bajo el
dominio de estados neohititas, luego sujetos a la expansión de los reyes asirios y
finalmente, subordinados al mandato del sátrapa persa correspondiente, como
gran provincia dependiente del Gran Rey de Reyes de Susa, estas nuevas
ciudades-estado griegas tuvieron que confederarse desde muy pronto para poder
hacer frente a los peligros de estar bajo la órbita de un enemigo tan poderoso
como Persia. Así, las ciudades griegas de Jonia formaron ligas o alianzas, al
principio con motivos religiosos, en torno al culto de un dios común. Estas ligas
celebraban reuniones periódicas donde se trataban de asuntos religiosos y
también asuntos políticos y de interés común a todos los aliados. Al principio,
esta liga o anfictionía agrupaban a doce ciudades, más tarde serian todas.
¿Cómo interpretaron los griegos estos movimientos de asentamientos de
pueblos? En principio, los griegos clásicos carecían de datos para interpretar esos
fenómenos, por lo que sumieron lo que de ellos decía el mito y la fábula.
Según el mito, la familia de los neleidas, con Neleo al frente, fueron
expulsados de Pilos, en Mesenia, Peloponeso, marchando al Ática. Y dos
generaciones conducidos por su líder, un tal Ion, navegaron hasta el litoral
anatólico, donde se asentaron. Sus seguidores pasaron a llamarse jonios,
fundando ciudades como Efeso o Mileto. Igualmente, una tribu conducida por
un tal Dorieus pasó al Peloponeso asentándose en la región oriental. Todo esto
ocurrió como resultado de los choques, guerras, y conflictos que en general hubo
en casi todas las ciudades griegas con motivo del regreso de los dinastas,
príncipes y reyes, a sus gobiernos tras la caída de Troya.
Los griegos que estaban asentados en Grecia tras la caída de Troya estaban
organizados en tribus y linajes reales o ficticios. La unidad de organización
suoerior era la tribu, pero ésta paso a ser poco operativa, cayendo en el olvido,
cuando el grupo dejó de moverse de un territorio a otro, y asentarse de manera
definitiva. La comunidad dejó de estar en movimiento y pasó a ser sedentaria,
ubicándose en un territorio concreto. De todas formas la tribu siguió siendo el
distintivo de sus miembros, y se mantuvo para identificar a los m.as más antiguos
de los más modernos miembros de la comunidad. La tribu pasó a nombrar el
territorio donde se asentaron sus miembros. Las tribus estaban organizadas en
linajes o fratrías, y éstas en gene – genos, en singular - o clanes, que eran la unidad
que realmente funcionó y tuvo operatividad en esta Grecia del final de la Epoca
Obscura y comienzos de la Epoca Arcaica. La fratría, o hermandad, era una
unidad que agrupaba colectivos de griegos vinculados por motivos religiosos, por
ejemplo de culto a un mismo dios, o militares, las fraternidades militares, o
grupos de camaradas. Así mismo, los miembros de una misma fratría tenían
espacios propios en las necrópolis, a modo de grandes panteones. De las fratrías
quedaban pocos vestigios en los tiempos posteriores a la Época Obscura. Todas
estas carencias fueron suplidos por la dinamicidad de los clase o gene, la
auténtica unidad gentilicia que vertebró a los griegos hasta la aparición de la polis.
De manera sucinta, el clan era el conjunto de familias unidos por el
reconocimiento de un antepasado común, vivo o no, ficticio o no. Suponía la
unión de varias familias, a las que se sumaban los esclavos, los clientes y cuantos
bienes pertenecían al conjunto, como tierras, ganados, áperos de labranza, casas,
almacenes, etc..,
Veamos algunos ejemplos de todo esto. Esparta fue constituida por las tres
primitivas tribus dorias que la habitaron, los pánfilos, dímanes y hylleis.
Naturalmente, el nombre de las mismas era derivado del nombre de sus líderes.
Estas tres tribus se encuentran en todas las villas de origen dorio, no sólo en
Esparta. Los jonios organizaron todas sus villas bajo la idea de cuatro primitivas
tribus jonias, que están `presentes en todas las ciudades de origen jonio, incluida
Atenas. La tribu por tanto, y sus subdivisiones en fratrías y clanes, eran una
organización basada en los vínculos de sangre de todos sus miembros. El clan se
asentaba en un territorio que pasaba a ser de su propiedad. Este territorio,
formado por terreno de cultivos, ganados, pastos y bosques, además de las
viviendas que se levantaron en él, constituía el oikos, la patria familiar, los bienes
de la familia. En la Época Obscura había pocos esclavos, porque en las guerras
no se solía hacer prisioneros. De modo que al principio los esclavos solían ser
mujeres, que se ponían al servicio de la casa. Los clientes o pelatai, se citan ya en
la Iliada-. Patroclo era compañero, amigo y asistente de Aquiles. Era su cliente,
que le limpiaba y cuidaba las armas, le ayudaba a ponerse la armadura, cuidaba
de su caballo o le servía en la mesa y cuidaba de sus heridas, si las tenía. El
cliente era un servidor voluntario que hacía su trabajo a cambio de protección
por parte de su patrono.
3. El mundo del oikos. La tierra. Oficios atestiguados. El rey. La ética
homérica. Trueque y regalo.
El mundo del siglo VIII era el de una economía rural, de cultivos y ganados,
sobre todo estos últimos, que tendía a la autosuficiencia y autarquía. No había tal
suficiencia en metales, que había que adquirir allá donde los hubiera. Oro, plata,
bronce o hierro eran comprados, intercambiados o robados a quienes los poseían.
Pero el comercio era actividad indigna, propio de fenicios, gente falaz y peligros,
por lo que el modo más habitual de adquirirlos era mediante el pillaje, la guerra,
el bandolerismo, como botín de incursiones a este efecto. En la Odisea, Odiseo
era insultado por un feacio que le criticaba que se dedicara a mercaderías. El
oikos atesoraba riquezas, que daban a su líder poder, seguridad y prestigio. Estas
riquezas eran jarrones decorados, vinos, aceite, telas, metales preciosos, armas y
joyas.
Con el afianzamiento de la paz el extranjero dejó de ser sinónimo de enemigo.
Poco a poco los grupos rebajaron su tensión y hostilidad, sus recelos por el
extraño y comenzaron a relacionarse de manera asidua. Se restablecieron los
pactos de hospitalidad, a lo cual contribuyó el intercambio de regalos entre las
partes. La hospitalidad fue camino abierto a los lazos de amistad, y de la amistad
se pasó con frecuencia a reforzar los vínculos con uniones matrimoniales, que
sirvieron para consolidad alianzas entre las ciudades.
Hacia el 800 el oikos estaba constituido por tierras arables, que se completaban
con tierras de huerta y viñedos, junto a ganados que si eran grandes, pastaban en
pastos comunales. El propietario era el clan, del que su líder, el jefe o rey del
clan, debía administrarlo, cuidarlo, aumentarlo y pasarlo a su sucesor, En
realidad era como un mero usufructuario, pues no podía venderlo no repartirlo,
pues en tal caso quedaba expuesta la seguridad económica del clan, y con ella, la
viabilidad del mismo. La tierra es trabajada por los miembros de las familias y
por los clientes, además de jornaleros libres que son estacionalmente contratados
para las labores de las cosechas.
Junto a los campesinos, en la Odisea se distinguen otras profesiones de la
época. Se citan a los demiourgoi, que eran los obreros, profesionales artesanos,
trabajadores en general. Los poetas o bardoi, que viven de ofrecer sus habilidades
corales al público que les paga cuando reclaman sus servicios, Suelen entonar sus
poemas o cantos, acompañándose de algún instrumento musical, de cuerda, por
ejemplo, o acaso de un bastón, con el que golpean el suelo, para marcar el ritmo,
como se ha sugerido para el caso de Homero, por alguna de sus representaciones
escultóricas. Heraldos, los mensajeros de los dioses, guardan el orden en las
asambleas, imponen silencio, ceden la palabra, abren negociaciones de paz o
solicitan armisticios al enemigo. Portan el cetro, como distintivo de so poder y
símbolo de paz, que les hace intocables. Son el embrión del futuro ius gentium, o
derecho de gentes, futuro derecho internacional o diplomacia. Los medico, que
no ejercen esa profesión de manera específica. Suelen ser mujeres o clientes, que
conocen las hierbas y sus propiedades, saben preparar pócimas. A veces
simplemente tienen práctica en tratar heridas de guerra. Sus conocimientos son
transmitidos a los hijos o hijas.
Finalmente, los thetes. Es la clase social más baja. Son los descendientes de los
nativos, ahora desposeídos, y los emigrantes que han llegado al nuevo estado.
Les une a todos que están completamente desposeídos de derechos, carecen
absolutamente de protección, no tienen vínculos ni nadie que les proteja. Su vida
es muy precaria. Son esclavos huidos, fugitivos de la justicia de algún clan,
delincuentes, gente arruinada por una guerra, empobrecida por alguna mal hado.
Pueden ser objeto de cualquier injusticia, sin poder reclamar a nadie. Un
campesino que les emplee, puede no pagarles su salario sin que proceda
reclamación alguna de parte de la víctima. En la Iliada, Aquiles comparaba la
vida del thes con el vivir en los infiernos, en el subsuelo.
En la Época Obscura no existían los poderosos reyes micénicos. Odiseo
trabajaba la tierra, curtía sus propias pieles y se hacía la cama. Poco que ver con
los grandes señores que habitaban los palacios micénicos y dirigían una
burocracia que usaba la escritural Lineal B. Los dirigentes del siglo VIII debieron
ser más parecidos, estar más cerca de la imagen que nos ha llegado sobre los
basilei micénicos, los reyes micénicos que gobernaban las ciudades sometidas en
toda Grecia a la autoridad del wanax de Micenas. Eran reyes que conquistaban
tierras, construían sus fortalezas o acrópolis y señoreaban entre los clanes en que
se organizaba la población que le obedecía. El mismo era el jefe o rey de un clan
concreto, al que sus iguales, el resto de los jefes o reyes de clanes, habían elegido,
por sus dotes militares, por encima de otras cualidades, para que dirigiera al
conjunto de la población que vivían alrededor de la acrópolis, extra muros.
Este basileus o líder del poblado, recibe por su tarea de gobierno, un lote de
tierras y ganados adicionales, reunido entre todos los clanes, para que lo
administre y recoja sus frutos. Este patrimonio recibe el nombre de témenos. Vive
en su palacio, ene l lugar más sobresaliente y mejor protegido de la acrópolis,
rodeado de las viviendas de los colaboradores y nobles que componen su corte.
Allí también se pueden alzar los primeros santuarios y recintos consagrados a
dioses, relacionados con la protección que recibe la comunidad y el origen de la
misma. En áreas próximas se van situando las viviendas de los trabajadores al
servicio de palacio, servidores o colaboradores de menor rango, y fuera de la
muralla que rodea a ésta acrópolis, como ya dijimos, las viviendas del pueblo, los
thetes y demiourgoi, y más dispersas, las aldeas que forman las viviendas de
quienes permaneces conectados a sus tierras y ganados.
El poder real tiene su origen en el poder militar, son reyes aquellos en los que
la comunidad confía por sus dotes militares y su capacidad efectiva de defender a
la comunidad de los peligros. Los caudillos militares, que solían ser elegidos
exclusivamente para dirigir las guerras en las que el grupo se viera envuelto,
pasaron a ser cada vez más, nombrados permanentemente, y de ahí, cuando la
comunidad se hizo sedentaria, se estabilizó y se ampliaron las actividades
económicas, con una mejor agricultura, gestión de los ganados, inicio de los
intercambios y comercio y finalmente, la necesidad de gestionar el excedente y
las carencias de productos, entonces se hizo patente la necesidad de gobernantes
que pudieran organizar todas estas necesidades, las propias de una sociedad que
se iba haciendo más compleja, y se fueron delimitando el área de las cuestiones
militares y defensiva, del área de las cuestiones sociales y económicas. El rey,
caudillo militar, se hizo permanente y el cargo, hereditario, aunque con la
necesidad de que el sucesor recibiera el refrendo o aprobación de los clanes. En
consecuencia, la sucesión al trono no era automática, pero estaba asegurada si en
el tiempo anterior a suceder al padre, el heredero había demostrado estar a la
altura del padre, en materia de conquistas, victorias y logro de botín. En
definitiva, la sucesión estaba asegurada si la comunidad consideraba que su
poder y prestigio estaban garantizados con el nuevo monarca.
El poder y prestigio del rey se consolida y aumenta con sus victorias. A más
victorias, más botín, más riquezas que podrán ser distribuidas entre sus soldados
– al fin y al cabo, miembros de la comunidad -, y más individuos de esa
comunidad querrán ser clientes de ese rey patrono, aplaudido por sus éxitos. Y
cuanta más larga sea su nómina de clientes, cuanto más numeroso sea el séquito
de sus incondicionales, más prestigio, autoridad y respeto gozará entre otros
reyes vecinos. Su poder podrá aumentar aún más mediante la concertación de
uniones matrimoniales entre miembros de su familia y los de otros clanes
gobernantes. El rey dispone y gobierna de un poder absoluto, sus decisiones no
son revisables, más allá de su propia voluntad, pero se sigue asesorando de los
demás jefes de clanes, sus pares o iguales, pero sus consejos no son vinculantes,
esto es, el rey les escucha y luego decide, sin que el parecer de sus nobles le fuerce
a seguir el mismo respecto de la cuestión que plantee. Las reuniones de ese
Consejo no son regulares, ni están sometidas a ley ninguna, más allá de la
costumbre, siendo el monarca quien decide cuándo, cómo y dónde convocarlas,
así como el orden del día de los asuntos a tratar. La costumbre indica que pueden
tener lugar con ocasión de algún banquete, al que son invitados los principales
jefes de clanes. Transcurridas las horas del banquete, al final, el rey puede
plantear a los reunidos asuntos que le preocupan o planes que desea llevar a
cabo, pidiendo la opinión a quien le apetezca. Al final, la decisión siempre será el
parecer del monarca, sin ninguna otra obligación.
El papel político del pueblo en las comunidades de la Época Obscura es
desconocido, si bien la ausencia de noticias sobre ello parece indicar que era nulo
o carente de la menor relevancia. No decidía nada y su parecer no contaba en
ninguna de las decisiones que sobre las cosas que le atañían tomaban los
monarcas. Todo lo más, el pueblo era convocado por el rey para que éste le
hiciera partícipe de alguna decisión tomada y que le afectaba directamente, como
ir a la guerra. Se trataba, más que de una información política, de la arenga que
se lanzaba a una multitud en armas, a los soldados que estaban a punto de ir a al
combate. Allí el pueblo, que en realidad era el pueblo como los varones en edad
militar, sólo podía expresar su conformidad con la noticia, aclamando al líder
con gritos, o expresar su disgusto, golpeando el suelo o haciendo ruido con las
armas o con cualquier cosa que hubieran llevado a esa asamblea. La asamblea de
este tiempo, en realidad no debió diferenciarse mucho de la asamblea militar, la
asamblea homérica.
III. LA TRANSICIÓN.
1. Contexto temporal y definición. La polis. Causas de aparición, tamaños,
tiempos. El gobierno de la polis.
¿Cuándo aparece la polis?. Esta institución no surgió de manera simultánea en
todos los lugares, pues además depende de qué factores debe tener una
comunidad para que consideremos que es una polis, factores sobre os que no
hayn unanimidad, pero que en cualquier caso se nombra la existencia de un
órgano de Justicia, un Estado, en definitiva, un sistema organizado de
funcionamiento de actividades dirigidas para resolver y mejorar los problemas de
la comunidad, independiente de los mecanismos que lo hacían hasta ahora en el
plano privado.
Hacia el 900 algunas comunidades griegas, como las que se instalaron en
Jonia, evolucionaban de manera que cada vez se hacía más necesaria la
búsqueda de una mayor eficacia, una mejor defensa y una mejor organización de
las actividades económicas. Otras, como por ejemplo Elis, que no sería polis hasta
comienzos del siglo V, tardarían en estar en estas condiciones varios siglos más,
continuando con las organizaciones políticas, sociales y económicas de la Época
Obscura. ¿Cuáles eran los elementos que definían las comunidades que podían
considerarse poleis (en plural)?. Estas comunidades tenían una población
moderada, en función del territorio que ocupaban y las disponibilidades de
aprovechamientos económicos del mismo. La adecuación entre población
territorio facilitaba en primer lugar, el sostenimiento de la comunidad, su
viabilidad, y su mejor defensa de cara a un posible enemigo. Para Aristóteles
(Politica, I.1.6.11) la polis surgía cuando los habitantes de un núcleo de población
acuerdan la necesidad de un liderazgo distinto al que hasta ahora venía dando un
monarca. Acordaban la necesidad de ser más eficientes en la explotación de los
recursos económicos, del tipo pastos, bosques, minas, etc.., los bienes comunes,
haciendo un reparto eficaz de las obligaciones y deberes de los miembros de la
comunidad. Finalmente, asegura regularmente la mejor defensa y protección de
la villa, sus habitantes y sus bienes.
Las poleis iniciales tenían un tamaño pequeño o mediano, con relación a
nuestros estándares actuales. laconia y Mesenia, al Oeste, alcanzaban los 8.300
kms. cuadrados (la provincia de Huelva sobrepasa los diez mil), el Ática, con
Atenas, tenía unos 2.800 kms., bastante menos que Rhode Island, en el estado de
New York, con 3.250 kms. La media de tamaño iba de los 80 a los 1.300 kms., y
la población era proporcional a esas superficies. Atenas a fines del siglo V
alcanzaba los 40/50.000 ciudadanos, lo que suponía una población real de entre
160/200.000 individuos, con una media de 180.000, a la que había que añadir los
esclavos y los extranjeros - metecos -, lo que suponía llegar a un total de 360.000.
Pero Atenas, como Siracusa – unos 50.000 - o Argos – más de 20.000 -, eran una
excepción. La población media de las poleis que comenzaron a surgir desde el
800, estaba entre los 2.000 y 10.000 habitantes, incluidos los ciudadanos. En su
tratado sobre Las Leyes, Platón aseguraba que, tras una sería de consideraciones
numéricas con relación a los clanes, familias y las nuevas instituciones, la
población ideal de una polis era de 5.114 individuos. Número que permite que
los ciudadanos se conozcan entre si y puedan votar a sus gobernantes, sabiendo
cómo era cada uno de ellos y a quien le daban su voto.
¿Por qué eran tan pequeñas?. En primer lugar, el modelo territorial vino en
cierta medida impuesto por la orografía griega. Grecia era un país en su 90%
ocupado por montañas, no muy altas, pero sí escarpadas y de difícil
comunicación entre sus diversas partes. Este relieve condujo siempre al
aislamiento de las comunidades, a las relaciones difíciles, y a aprovechar los
escasos valles habitables, las mesetas accesibles, para instalas las poblaciones y
poner en rendimiento los territorios vecinos. De modo que las montañas, los ríos,
las numerosas islas, el propio mar, fue muy influyente a la hora de justificar el
modelo de polis que surgieron desde el 900, en Jonia, y del 800, en la Hélade.
Los aislamientos entre comunidades favorecieron los sentimientos
individualistas, y de ahí, a nivel de grupo, los nacionalismos y los patriotismos
locales. Ese patriotismo, que se reforzaba frente o en oposición de los
patriotismos de los estados vecinos, garantizaba la preservación de las señas de
identidad del grupo, con las tradiciones locales, las leyendas, la veneración de los
antepasados pioneros, los dioses locales, las tumbas de sus antepasados, todo
aquello que daba cohesión a los habitantes de esa ciudad-estado que era la polis.
Los patriotismos locales, sustentados en la identificación de la pertenencia a una
patria, ésta a su vez señalada como el territorio delimitado por una montañas,
valles, bosques, rios, etc.., que todos identifican como los propios, estos
patriotismos solían alentar unas relaciones tensas y semihostiles con los vecinos,
que todos tienen en sus planes a la hora de ampliar los territorios propios. Por
todo ello, es lógico que las guerras del período fueran guerras de instalación de
configuración de fronteras, guerras por conflictos con los vecinos, por la posesión
de unos metros de bosque, de la orilla de un río, de un monte o un paraje
concreto, guerras por motivos que a nosotros nos parecerían irrelevantes, pero
que a los griegos de final de la Época Obscura y los primeros tiempos de la Época
Arcaica (700/500), a partir del 700, mantuvieron muchos estados entre sí durante
generaciones.
¿Qué otros elementos dieron además cohesión al grupo? El reconocimiento de
un parentesco real o ficticio, la conciencia de pertenencia a una familia, el
reconocimiento del paisaje como propio, el lugar donde uno había nacido, la
identificación del terruño, el rio, el monte, el bosque, sentir como algo propio
esos elementos naturales. Además, el culto a los propios muertos, la veneración
de los dioses en sus santuarios, en asumir o aceptar sus obligaciones y deberes,
pero también sus derechos como individuo perteneciente a la misma comunidad.
Todos estos elementos y sentimientos no existieron en la comunidad micénica.
La polis era por tanto, algo que concernía a los ciudadanos, con independencia
de los edificios, las calles, el perímetro de la ciudad donde habitan. Si los
ciudadanos abandonaban su ciudad, con ellos iba la polis, porque esa noción no
era más que una forma nueva y más eficiente de organizar la vida en común,
ajena al plano material de la arquitectura de la ciudad donde se instalaran. La
polis además coincidió con la desaparición de la monarquía, porque esa
institución carecía ya de sentido en las nuevas formas de organización de las
comunidades. La polis abrió el tiempo de los gobiernos de la aristocracia, de la
nobleza. Las monarquías desaparecieron algunas, violentamente, otras, de
manera más pacífica por expulsión de los reyes, con un período de transición. El
la Odisea, Alcinoo, rey de los míticos feacios, tenía un consejo formado por doce
consejeros a los que llamaba basileis, reyes, siendo él, Alcinoo, el rey número 13,
delegado por los otros doce para gobernar a tu pueblo,. Se destronaba a los reyes
cuando se hacían impopulares, desaparecía la institución, sustituida por nobles,
pero quedaban en los nuevos gobiernos vestigios de aquella monarquía, con
magistraturas que asumían los antiguos poderes religiosos de los monarcas, o sus
atribuciones como representantes del estado, si bien las funciones de gobierno de
la comunidad eran asumidas por los nuevos gobernantes.
2. La aristocracia. Orígenes de las oligarquías. Tipos e instituciones de las
oligarquías.
Los nobles tomaron en un momento dado, conciencia de su poder,
coincidiendo con la impopularidad del monarca, y se sintieron legitimados para
sustituir a los reyes y a sus herederos. La aristocracia reforzaba sus árboles
genealógicos, sus conexiones ancestrales con héroes y dioses, lo necesario para
sentir justificadas sus aspiraciones a asumir el poder. Los nobles se adjudican
títulos para afianzar sus derechos al gobierno de la polis, y así, los aristócratas
eran hippeis o caballeros, porque son la caballería que decide la suerte en las
guerras, son agazoi, los buenos, eugeneis, los de buena estirpe, y eupátridas, los de
la mejor cuna, además de aristoi, los mejores de la comunidad, los poderosos. “El
primer gobierno de los griegos que sucedió a los reyes estaba formado por
guerreros que iban a caballo, auténtica fuerza de aquellos ejércitos y garantía de
triunfo”, decía Aristóteles, Politica, VI.10.10.
Los gobiernos aristocráticos fueron distintos en cada polis, pues a veces
gobiernan todos los clanes y a veces sólo algunos. En Corinto, tras la monarquía
gobernó el clan de los bacchiadas, herederos del rey Bacchis. En Mileto gobernó
el clan de los Neleidas, del rey Neleo, en Mitilene de Lesbos, los pentílidas, del
rey Pentilo y en Éfeso, los Basílidas, acaso de un rey de nombre Basilus. En
suma, tras la caída del último rey, subieron al poder los miembros de su familia.
Las aristocracias crearon magistraturas, algunas para asumir funciones de los
antiguos reyes, como ya dijimos, y otras, para las nuevas, como era el gobierno
de la ciudad. Entre las nuevas magistraturas estaba el aisimnetes, mediador o
árbitro entre clases o grupos en conflicto, elegido para resolver con el
asentimiento de los grupos enfrentados. Parecen tiranos electos por los poderes
que asumen, aunque siempre dependientes de la aristocracia que los nombra. Las
fuentes escritas les llamaban “conservadores de las costumbres”.
En Atenas, las magistraturas que la aristocracia creó fueron el arconte basileus,
con funciones representativas y religiosas de los antiguos reyes, el arconte
polemarco, que dirigía loa asuntos exteriores de la comunidad, el arconte
epónimo, así llamado porque daba nombre al año, como forma de fechar los
sucesos en esa polis, que administraba los asuntos de la ciudad, el verdadera
gobernante de la villa, los seis arcontes thesmothetai o elaboradores de las leyes, y
el arconte epistates, o secretario y archivero de cuantos asuntos se gestionaba en la
ciudad, además de tomar velar por los acuerdos que se tomaban en las
asambleas. Un total de diez, existiendo estructuras de gobierno similares en otras
villa, aunque con nombres distintos.
Los ciudadanos tenían su asamblea, ecclesia, synodo, apella, synedrion, etc..,
según la villa. Pero no reunían al conjunto total de los ciudadanos, sino sólo a
una parte mayor o menor, según el censo exigido en cada caso. De modo que
eran asambleas de ciudadanos ricos, o al menos con posiciones económicas
desahogadas. Por tanto se podía hablar de asambleas restringidas o asambleas
oligárquicas, dentro de comunidades con gobiernos oligárquicos. A estas
asambleas se le someten propuestas, que aprueban o rechazan con sus votos.
Ariostóteles identificaba hasta cinco tipo de asambleas aristocráticas, según el
número de sus miembros. 1) La de Tesalia era propia de una oligarquía extrema.
El gobierno consistía en un magistrado supremo, perteneciente a una dinastía y
de puesto hereditario, prácticamente un rey. La asamblea reunía a los mayores
terratenientes y propietarios de ganados de Tesalia. Campesinos, artesanos y
comerciantes quedaban fuera y no tenían derechos. Los antiguos nativos eran
ahora los siervos de los tesalios, cuyas tierras trabajaban.
2) Corinto carecía de grandes territorios, por lo que su nobleza era
básicamente mercantil, formada por la clase de los grandes comerciantes.
Gobernaban allí los bacchiadas, con un gobierno de oligarquía moderada en la
que los bacchiadas daban participación en el poder a otros clanes. 3) en Elis se
habían establecido tres tribus descendientes de Heracles. Cada una de las tribus
aportaba treinta miembros o gerontes a la asamblea, en total noventa gerontes
vitalicios y hereditarios. Con el tiempo se sumaron los que iban llegando después
de aquella primitiva distribución de puestos, y para darle cabida a los noventa
iniciales se sumaron otros noventa gerontes, totalizando 180. Esta ampliación era
por un lado, positiva para el régimen, al darle más estabilidad, pero por otro
lado, contribuía a la disolución del poder de la oligarquía inicial. “Una oligarquía
está perdida cuando en su seno surge otra oligarquía”, decía Aristóteles, Política,
VIII.5.7-8. En efecto, al ampliar la base del poder, éste se diluye y los
gobernantes pierden autoridad, ahora más repartida.
4) Masalia era una colonia focea fundada en el Golfo de León hacía el 600.
Tenía una asamblea o synedrion formada por seiscientos miembros, que agrupaba
a los más ricos de la colonia. Un total de quince magistrados llamados timouchoi
despachaba os asuntos corrientes cada dia, de los cuales tres eran magistrados
con poderes ejecutivos, y de los tres, ujno era el jefe. Finalmente, en 5) lugar
estaba la propia Atenas, en el 410 a. de C. Gobernaba la ciudad una comisión de
treinta nobles, el gobierno de los treinta tiranos, como se la conoció, que tenía el
poder ejecutivo, con una asamblea o ecclesia formadas con limitaciones de censo,
lo que suponía un total de cinco mil ciudadanos, los más ricos de Atenas,
quedando fuera al menos otros veinte mil, que carecían de todo tipo de derechos.
En suma, las asambleas aristocráticas eran asambleas de los ciudadanos más
ricos, y eran conocidas por el número de su miembros, como la Asamblea de los
Mil Quinientos de Orcómenos, los Tres Mil de Tebas, los Mil de Cumas y
Colofón, las Cien Casas de Opus, en los locrios, etc..,
Las asambleas oligárquicas, dado su número, funcionaban por turnos, de
modo que en la Tebas de los Tres Mil había cuatro turnos de 750 cada uno, en la
Atenas de los Cinco Mil, cuatro turnos de 1.250 cada uno y así sucesivamente.
Además de la asamblea, existieron ahora otros órganos políticos como el
Consejo, o boulé, órgano asesor y previo a la asamblea general, que preparaba los
asuntos que se iban a llevar para su votación en la asamblea general. Sólo podían
formar parte de ella los ciudadanos mayores de treinta años, lo que suponía un
número limitado por tribu. En Atenas la boulé era el llamado Consejo de los
Cuatrocientos, y en Esparta, un consejo de treinta miembros, la gerusia,
veintiocho más los dos reyes, agrupaba a los jefes de los clanes, de más de sesenta
años, con carácter vitalicio, hacía cumplir las leyes y dirigía las principales
directrices de gobierno del estado espartano, dando órdenes a los reyes. La
Justicia estuvo en manos de las asambleas de edad y de prestigio, como el
Areópago de Atenas. Posteriormente este órgano iría perdiendo competencias,
que pasarían a las asmbleas populares que se fueron creando y que fueron
admitiendo competencias como tribunales.
Los gobiernos aristocráticos fueron viables en cuanto fueron eficaces.
Defendieron a las poleis al asumir el principal instrumento de los ejércitos, como
fue la caballería. Los nobles eran hippeis, caballeros, bien armados, en tanto la
infantería era formada por las clases más bajas, peor armadas, ya que el
armamento era asunto particular de cada familia. Pero la política nobiliar
seguida fue la de estar al frente de la comunidad, pero sólo para defender sus
intereses privados, que eran los de los clanes a los que representaban. La Justicia
existente era la Justicia de los clanes, que se basaba en la interpretación particular
de sus fueros, normas, hábitos y costumbres, en conexión con los mandatos
divinos. La estabilidad social y económica de los tiempos propiciaron cambios,
algo que comenzaría a ser visible desde finales del siglo VIII, al final de la Época
Obscura.
3. Las nuevas formas de riqueza. Las tensiones sociales. Las migraciones
coloniales. Causas y consecuencias.
A finales del siglo VIII desaparecieron las monarquía y emergieron los
primeros gobiernos aristocráticos. Aliviado el panorama de la poleis por la
ausencia cada vez mayor de guerras de importancia, volvió a renacer la
economía y poco a poco se comenzó a disfrutar de ciertos niveles de prosperidad
económica en las ciudades. La riqueza se identificó con la posesión de grandes
extensiones de tierras, que se dedicaban al cultivo y también a pastos, para
muchas cabezas de ganado. Junto a este modelo de riqueza tradicional, ahora
comenzaron a aparecer otras fuentes de riqueza, como eran las derivadas del
comercio, de los negocios, de la producción artesanal, del intercambio de metales
preciosos, del préstamo, transporte marítimo y actividades mercantiles en
general. En definitiva, surgió un capital mueble, a diferencia del capital inmueble
tradicional, que era hasta ahora el distintivo de la fuerza y poder económico de la
nobleza gentilicia que gobernaba en la mayoría de las poleis.
Los nuevos ricos del capital mueble seguían estando registrados en sus tribus
dentro de la categoría de los demiourgoi, lo que limitaba sus derechos políticos a
los de esa clase general de trabajadores, muy distante de tener una participación
importante en el gobierno de la ciudad. Estos nuevos ciudadanos acaudalados
tenían cada vez más fuerza económica, más riqueza, pero este empuje no se
correspondía a un papel similar en las instituciones políticas de su comunidad,
seguían relegados al papel de participación de las clases medias o bajas. Además,
su aparición había supuesto una auténtica revolución en el plano militar. Bien
capaces de sufragarse armamento eficaz para ir a la guerra, comenzaron a
constituir una infantería bien armada, eficiente, que portaba grandes escudos
circulares, casco con cimeras, petos, refuerzos de cuero, corazas, etcc, además de
largas picas o lanzas de hasta cinco metros, que suponían una auténtica fuerza de
choque contra cualquier potencial enemigo. Finalmente, bien entrenadas y
distribuidas en escuadrones que llamaron falanges, fueron sustituyendo a la
infantería tradicional, desorganizada y peor armada, y compitieron en eficacia
con la caballería. Lo que era lo mismo que decir que, al final del periodo, la
nobleza había perdido el control decisivo sobre los resultados de las guerras, ya
no era el cuerpo militar que inclinaba al lado de la victoria el resultado del
combate, sino que este resultado dependió cada vez más de esa nueva infantería,
de las falanges, lo que es decir, de las nuevas formas del capital mueble. El
proceso de aparición, y sustitución fue progresivo y de pasos distintos en cada
ciudad, no fue un hecho que sucediera en un momento, pero por las
representaciones escénicas que se han testimoniado en algunos importantes vasos
cerámicos, como el llamado Vaso Chigi, cuya panza fue decorada con una
representación de esa nueva infantería, podemos decir que a mediados del siglo
VII, la nueva situación militar era una realidad en muchas ciudades.
Las nuevas formas de capital, en demanda de más representación en las
instituciones políticas, chocaron con la negativa de las oligarquías aristocráticas
en el poder, el capital tradicional, que rechazaba ampliar esa mayor
representación, por ser a costa de la pérdida de sus privilegios. Esta situación de
demandas no atendidas crearon fuertes tensiones en las ciudades, que sólo
necesitaban cualquier incidente para estallar. Por su part6e, la prosperidad
económica había creado nuevos ricos, pero también había empobrecido a
muchos ciudadanos, por un sistema económico con mecanismos aún muy
rudimentarios, que permitían los préstamos, pero con unos intereses y unos
plazos de amortización que hacían casi imposible la devolución. En estos casos,
la costumbre convertía al deudor en esclavo del acreedor hasta que saldara su
deuda, además de perder todas sus propiedades. La sociedad se llenó de
campesinos arruinados y deudores esclavizados, lo que constituyó otra causa de
tensión al reclamar los afectados el fin de sus penalidades y la devolución de sus
tierras. Una parte importante de las clases bajas, mantenía fuertes tensiones con
los gobiernos aristocráticos en demanda de soluciones a sus problemas.
Finalmente, en el seno de la propia nobleza surgieron discrepancias en el modo
de administrar los asuntos de la ciudad, unos clanes compitieron con otros para
tomar el poder y quedó patente la ruptura de la unidad mantenida hasta ese
momento. Cuando todas esas tensiones – capital mueble, campesinos arruinados,
esclavos por deudas, nobles disidentes – estallaron, las consecuencias se
manifestaron en tres direcciones.
A medio plazo, el resultado de la crisis civil fue por un lado, la apertura de un
gran proceso de colonización, que se inició a comienzos del mismo siglo VIII,
para las colonias más tempranas, y duró has el 500, para el resto. Afectó a casi
todas las ciudades y su ámbito de extensión abarcó todo el Mediterráneo y Mar
Negro, y territorios aledaños. Otra consecuencia de las tensiones, fue la aparición
de las tiranías, fundamentalmente desde el 700 en adelante, que afectaron a casi
todas las poleis, y finalmente, de modo paralelo en el tiempo, se abrió lo que la
historiografía moderna denominó la Época de los legisladores. Surgieron en las
ciudades individuos a los que los estados les encargaron de la recopilación de su
normas, tradiciones, hábitos y costumbres, no escritas, para que las recopilaran,
organizaran y pusieran por escrito – no lo estaban hasta la fecha, y su
conocimiento e interpretación se dejaba al arbitrio de los clanes más influyentes -,
de modo que los ciudadanos pudieran conocer el marco legal que lera era
aplicable.
La colonización, o sea, la navegación, para búsqueda de nuevas regiones
donde asentarse, era una actividad de gran tradición en el mundo helénico, antes
del siglo VIII. Hubo viajes por los mares conocidos desde al menos comienzos
del segundo milenio, explorándose regiones desconocidas y llegándose a
territorios tan remostos como la orilla ucraniana del mar Negro, el Cáucaso y
probablemente las Columnas de Heracles, por la parte más occidental del
Mediterráneo. De esos viajes, protagonizados por los que los griegos conocieron
como nostoi, marineros o navegantes, sólo queda recuerdo en el mito y la
leyenda, como fue El Viaje de los Argonautas, por el Mar Negro, en busca del
vellocino de oro que daba la inmortalidad, la misma Odisea, con el viaje de
regreso del rey Odiseo a su patria Itaca, que le llevó hasta el reino fenicio de
Dido, en el norte de Túnez, o los viajes de Herakles, desde la parte más
occidental, desde el reino de Geryón, en la Peninsula Ibérica, hasta Grecia, por
citar alguno. Fueron relatos fabulados que probablemente recogieron los datos
que transmitieron los viajeros a su regreso de aquellas regiones que por primera
vez exploraba un griego.
Con este bagaje anterior, el proceso colonizador, la Gran Colonización que se
iniciaba en el siglo VIII contaba con la experiencia necesaria para iniciar el
proceso con éxito. Las causas de este proceso fueron económicas, políticas y
sociales. La bonanza económica provocó un aumento de la población, que se
encontró con una limitación de las tierras disponibles, por lo que creció la
población sin medios de vida. A su vez, las disensiones y choques entre
adversarios políticos, ya fuese entre los mismos miembros de la nobleza, o entre
los dirigentes de las clases mercantiles y la nobleza en el poder, provocaron
adversarios derrotados, que debían exiliarse para evitar ser víctima de los
triunfadores. Comenzó a formarse un excedente de población formado por
campesinos arruinados, otros sin tierras, disidentes políticos, artesanos sin
trabajo, desheredados de la fortuna, clientes sin patrono y toda clase de
marginados.
Las poleis, ante la perspectiva de verse invadidas de desórdenes públicos y
luchas entre las partes, fomentaron la emigración como salida a los problemas,
una salida que por otra parte no era novedosa, contaba con tradición en la
historia antigua y reciente de los helenos. Los mismos gobiernos locales
promovieron los viajes, proporcionando los barcos - normalmente entre uno y
tres – y financiaron los gastos de la expedición. Nombraron a un líder de la
expedición, de entre los miembros de la expedición, un oikistes, habitualmente
algún miembro de la nobleza que se exiliaba. La expedición planeaba navegar a
regiones y parajes de los que tenía noticia, por navegantes anteriores, de la
existencia de tierras, clima y condiciones geográficas similares a los de las
regiones de la Hélade. Se trataba de encontrar los medios de vida de los que
carecían en sus patrias de origen. Este era el objetivo de los colonos campesinos,
pero también se buscaron lugares estratégicos de paso, en pasajes o estrechos
entre islas, en posiciones de encrucijada, para vivir del cobro de peajes a los
barcos que pasaran, o de la piratería sobre los mismos. Igualmente, fueron
importantes los emplazamientos cercanos a yacimientos minerales, que
permitieran la explotación y trabajo de los mismos.
Los colonos fundaron colonias en toda la costa del Mar Negro, en conexión
con las ricas tierras loéssicas o tierras negras de Ucrania, muy fértiles en trigo.
Colonias a lo largo de los estrecho de los Dardanelos, Bósforo, Mar de Mármara
y Bizancio, que comunicaba aquel citado mar, con el Egeo, ruta de paso de los
barcos que navegaban con ida y vuelta a por el trigo de aquellas tierras. Hubo
procesos coloniales en Tracia y otras regiones del Norte de Grecia, tierras
salvajes excluidas del ámbito de la civilización helénica; sólo dos colonias en la
costa africana, la de Cirene, en Libia, en conexión con el monopolio del
comercio del silfium, y Naucratis, en el delta oriental del Nilo, a modo de
emporion de todo el comercio que entraba desde el Egeo a Egipto y el que salía de
Egipto hacia el Egeo y el Mediterráneo en general. En el Mediterráneo, hubo
procesos coloniales griegos en la mitad oriental de Sicilia – la mitad occidental
estaba ocupada por colonias cartaginesas -, y una colonia, de corta duración en
Córcega, campo del comercio y colonización de la cercana costa etrusca. El sur
de Italia acogió tal número de empresas coloniales que en la Antigüedad esa
región fue conocida como la Magna Grecia. Finalmente, se colonizó todo el
Golfo de León, actual Costa Azul, y se llegó al norte de Girona, con una última
colonia, Emporion o Ampurias, hijuela o extensión de Masalia, Marsella, en el
Golfo de León. Las fundaciones fueron centenares, y prácticamente casi todas las
poleis helenas promovieron expediciones, tanto del mundo jonio como del dorio,
y hubo metrópolis, como Mileto, de la que se estima que promovió más de un
centenal de colonias o apoikias. Fue un proceso que se prolongó desde el 775 –
Pitecusas, luego Cumas – hasta mediados del siglo VI.
El proceso fundacional guardaba muchas semejanzas en todos los caso. Una
vez llegado al lugar elegido, los expedicionarios buscan un lugar adecuado, bien
protegido o defendido, para hacer un asentamiento provisional, preventivo para
conocer las intenciones hostiles o pacíficas de los nativos. En esa primera
ubicación, que suele ser una isla próxima a la costa, los expedicionarios se
mantienen durante una o dos generaciones, hasta que obtienen las garantías
suficientes de parte de las poblaciones indígenas para poder pasar a tierra firme.
Allí procederán a las ceremonias religiosas correspondientes, y a fundar la
ciudad, con todos los presagios favorables. Seguirán manteniendo relaciones con
la ciudad de la que partieron, la metrópolis, para poder seguir recibiendo
suministros, hasta que la colonia resulte autosuficiente. A partir de ese momento
seguirán manteniendo relaciones comerciales y sobre todo, sentimentales con la
ciudad cuna, hasta el punto de que darán ayuda miliar cuando la metrópolis se lo
solicite, y acudirán a los juegos olímpicos bajo la bandera de su patria de origen.
En las colonias de origen dorio, los lazos serán de subordinación, de obediencia a
la polis de origen, que podrá enviar inspectores a la colonia para verificar el
cumplimiento del mandato de la metrópolis. Massalia aún en el siglo II a.de C.
recibía desde Focea un episcopos – supervisor - para inspeccionar el gobierno de la
colonia cada año. En no pocas ocasiones, pasada una o dos generaciones de la
fundación, la colonia podía afrontar el hecho de que no era viable, y desparecía,
como el caso de la colonia de Síbaris, destruida en una guerra. En el caso
contrario, una colonia con éxito podía dar lugar a otras iniciativas coloniales, a
modo de hijuelas, como era el caso de Emporion, respecto de Massalia.
4. Legisladores y tiranos.
Otra manifestación de las tensiones fueron las leyes. No existían leyes como
tales, entendidas como normas puestas por escrito y exhibidas en lugares
públicos a la vista de todos. El Derecho existente era el comprendido en una
recopilación de normas ancestrales, costumbres, hábitos, tradiciones, prácticas y
conductas particulares relativas exclusivamente al ámbito de los clanes. Obraban
como reguladores de los comportamientos, como normas de cumplimiento
obligado, el conjunto de normas particulares de los clanes más influyentes.
Normas que al no estar escritas sólo conocían los miembros de esos clanes y eran
ellos los que las interpretaban. Ante esta situación, una de las principales
reivindicaciones, sobre todo de las clases del capital mobiliario, que ese derecho
rudimentario se publicara, que su contenido se pusiera por escrito, para que
todos pudieran conocer a qué estaban obligados. La tradición literaria asigna a
individuos destacados en sus comunidades, con carisma especial y dotes por
encima de la media ciudadana, a los que sus gobiernos encargaron la
recopilación de todo ese material de normas y costumbres, lo ordenaran y
clasificaran y una vez aprobado por las respectivas asambleas, lo publicaran para
que todos lo pudieran ver.
En Esparta fue el mítico Licurgo, Onomácrito en Creta, Zaleuco en Locrii, o
Carondas en Catania. A todos ellos se les atribuyó la recopilación de las normas
que dieron lugar a las leyes que fueron la base de sus respectivos estados. En
realidad la codificación del derecho, la puesta por escrito en leyes todos los
hábitos y costumbres por las que se regían las poleis en los tiempos más antiguos,
fue una labor de muchos años y probablemente obra de muchos legisladores. La
tradición literaria lo que hizo fue condensar toda esa labor colectiva en un sólo
personaje, acaso uno de los legisladores, el último del que se tuvo noticia, o el
más popular o importante, al que se le atribuyó la labor conjunta de todo el
colectivo. Era igualmente una forma de explicar y hacer comprensible un proceso
de muchos protagonistas y actuaciones, que el paso del tiempo hubiera acabado
por hacer desaparecer, de no haber procedido a su individualización y asignación
a una sola personalidad, que pasaba así a ser el auténtico fundador o líder del
nuevo estado aristocrático. Los legisladores se convertían en héroes de sus
respectivas poleis, de la misma forma que el tiempo convertía en héroes al oikistes
de la expedición colonial correspondiente.
Finalmente, debemos hablar de la tiranía. En casi todos los lugares en donde
hubo revueltas sociales, y el poder aristocrático fue expulsado del poder, el
régimen que los sustituyó fue la tiranía. El tirano surge allí donde los nobles se
enfrentaron entre sí, o los nobles se enfrentaron a los líderes de los nuevos ricos,
que reivindicaban más poder en las instituciones de la polis. El papel del pueblo
es aquí el de apoyar o no a un bando u otro, en función de las promesas que
reciba de cada uno de las clases enfrentadas. El pueblo es sujeto paciente sin
nada que perder y expectativas de ganancias alimentadas por los candidatos, que
ven el control de la calle una paso importante para ponerse al frente del estado.
Expulsada la facción aristocrática gobernante, se erige al frente del poder el
dirigente de la facción victoriosa. Es el tyrannos, llamado así en los textos por su
semejanza a los autócratas orientales, los reyes y sátrapas persas, cualquier
dinasta oriental, que gobiernan al margen de las leyes, sin consultar a nadie, con
sus propias normas, ajeno a las asambleas, de manera despótica. Condenan y
mandan al exilio a sus oponentes, confiscando sus bienes. Eliminan toda
oposición política y se protegen con ejércitos mercenarios, al desconfiar de la
lealtad de unas milicias ciudadanas.
Los tiranos inauguran gobiernos dinásticos familiares, en los que los hijos
suceden al padre, procurando fortalecer su régimen político concertando alianzas
matrimoniales con otras tiranías. Suelen beneficiar a los más necesitados, para
atraerse el apoyo del pueblo, creando mucho empleo, para lo que hacen muchas
inversiones públicas. Amplían y embellecen la ciudad, dotándolas de jardines,
suministros de aguas mejores, avenidas, grandes jardines, construyen desagües,
templos, teatros, puertos, flotas, calzadas, puentes, y toda clase de obras públicas.
En esas inversiones parece igualmente subyacer un interés en ser recordados por
la posteridad por el engrandecimiento de la ciudad durante su gobierno. Los
tiranos suelen impulsar y proteger la cultura, y su ciudad, incluso su corte se
convierte en lugar de encuentro de poetas, filósofos, pintores, escultores y
arquitectos, que disfrutan de tiempos de mecenazgo propicios para la creatividad
intelectual y el arte. Pero esas tiranías raramente resisten al tercer sucesor, al
nieto, pues los sucesores no suelen alcanzar las dotes de gobierno que
indudablemente manifestaron sus iniciadores. De modo que, tras el primer
tirano, el heredero suele ser objeto de las primeras intentonas por parte de las
aristocracias de recuperar el poder, lo que provoca un efecto de represión por
parte del tirano, que a su vez exacerba el deseo de nobles, comerciantes y pueblo
de expulsar al tirano y volver al viejo régimen. Finalmente, los tiranos fueron
expulsados y sus gobiernos sustituidos por oligarquías no aristocráticas, de la
nobleza de sangre, la anterior y tradicional, sino por oligarquías plutocráticas o
timocráticas, en donde los criterios para gobernar no era la nobleza de sangre,
sino el censo superior de los individuos, la riqueza, fuese este la inmobiliaria
tradicional, la de la nobleza de siempre, o la del capital mobiliario. Se amplía así
la base ciudadana de los nuevos regímenes que sucedieron a las tiranías.
IV. GRECIA ARCAICA. ESPARTA Y ATENAS
1. El Peloponeso, Laconia y Esparta. Las villas dorias. Las guerras mesenias.
Esparta pasó siempre por sr el símbolo de la oligarquía, el modelo de gobierno
conservador y reaccionario, frente a la democrática y abierta Atenas, símbolo del
progresismo y la participación. Los dorios, que eran los habitantes que se
asentaron en Laconia, al sureste del Peloponeso, llegaron al rio Eurotas, frente al
Monte Taijeto, en tres tribus, según la tradición – hylleis, dimanes y pamphili -, en
una fecha en torno al 900, si bien en la región existían comunidades ya asentadas
de las que la arqueología ha encontrado huella desde 1200 a. de C. La foma de
asentamiento fue en cuatro poblados cerca uno de otro, en principio autónomos,
hasta que pronto se unieron – sinecismo – para formar la villa o polis de Esparta.
Entre el 800/750 Esparta anexionó una quinta villa, Amyclas, a unos siete
kilómetros al Sur, que dio por concluida la configuración de la ciudad.
Hacia el 750 Esparta ha sometido a todos los dorios que se habían asentado
en Laconia, pasando a ser periecos, “los habitantes de alrededor”, y a la
servidumbre los nativos descendentes de los micénicos, que pasaron a llamarse
ilotas. Los períecos se agrupaban en un centenar de villas, eran como los
espartanos, de origen dorio, pero pasaron a esta bajo la autoridad de Esparta
cuando ésta sometió a Laconia y Mesenia. Mantuvieron su autonomía política,
de modo que se gobernaban con sus propias instituciones, y su única pérdida de
soberanía iba referida a la política exterior: los enemigos de Esparta eran
igualmente los enemigos de las villas periecas, al igual que los aliados, y todas
ellas debían enviar tropas a Esparta como aliados que eran cuando ésta se las
reclamaba para iniciar alguna guerra. Estas tropas eran muy superiores en
número al contingente espartano, de modo que en las fuentes literarias, nunca se
habla del ejército espartano, sino del ejército de los lacedemonios, esto es los
soldados dorios de Laconia o Lacedaemon, más los soldados de Esparta. Su
economía además de la agricultura se complementaba con industria artesanal y el
comercio, de modo que era una fuente de obtención de productos exóticos para
los espartanos.
Igualmente Esparta inició una expansión hacia el Oeste, para apoderarse de
las fértiles llanuras de Mesenia. Fue la primera de res guerras ue los dorios
mantuvieron con Mesenia hasta conquistarla definitivamente. La Primera
Guerra Mesenia ocupó la segunda mitad del siglo VIII y de ellas nos dejó el
poeta ateniense Tirteo recuerdo en algunos de sus versos, en los que arengaba a
la caballería espartana a no doblegarse hasta la derrota del enemigo. Durante esta
larga ausencia del ejército espartano, se produjo en Esparta el escándalo de las
llamadas partheniai, que eran las esposas de los soldados espartanos, que en su
ausencia dieron a luz hijos ilegítimos, que fueron expulsados de la polis mediante
la una expedición colonizadora. Esos hijos fueron enviados a Italia, donde
fundarían la colonia doria de Taras, actual Tarento. A la Segunda Guerra
Mesenia, 670/650 a. d C., fueron los nietos de los que fueron a la primera, con la
diferencia de que ahora era la infantería bien armada y organizada quien
sobrellevaba el peso de las batallas. La Tercera Guerra Mesenia fue secuela de
una revuelta de los ilotas, toda la población mesenia, a causa de un terremoto
que asoló Esparta. Duró entre el 470/450.
La tradición literaria – los poetas Tirteo, Alcman, Terpander de Lesbos, los
historiadores Heródoto, Tucidides y Jenofonte, los filósofos Platón y Aristóteles,
Pausanias y Plutarco – atribuye a un tal Licurgo la elaboración de las leyes de
Esparta. De ella nos da cuenta Plutarco, en su biografía sobre este Licurgo, muy
influenciada por las biografias de los reyes Agis IV y Cleomenes III, siglo III, del
mismo autor. Veamos los elementos de la constitución espartana.
Según la tradición literaria, el dios Apolo emitió un oráculo en su santuario de
Delfos, que entregó para su conocimiento a Licurgo, en el que se recogían las
normas básicas en las que debía basarse la construcción del estado espartano.
Este documento era la llamada rethra, de la que Plutarco daba una versión
corrupta y poco inteligible. Decía así: “habiendo erigido un templo a Zeus
Syllanios y Athenea Syllania, habiendo distinguido entre tribus y obai, habiendo
establecido un consejo de ancianos o gerusia, de treinta miembros, mantuvo
asambleas de estación en estación, que hacían propuestas y tomaban decisiones
finales, --- y el poder pertenecía al pueblo” (añadido corrupto). Obai eran las
tribus territoriales, la gerusia era de veintiocho miembros más los dos reyes; el
pueblo, a través de la apella, sólo podía conocer y ratificar las leyes que le
presentaban. Hacia el 669, reinando Teopompo y Polidoro, se añadió a la rethra
lo siguiente: “si el pueblo adopta decisiones incorrectas la gerusía tomará la
decisión final”.
2. La realeza espartana. La Gran Rethra de Licurgo. Los éforos. La gerusia.
La asamblea de los ciudadanos. La ocupación de la tierra. El papel del estado.
Las obligaciones de los ciudadanos. Educación. Costumbres.
La realeza. Era la forma de gobierno de Esparta desde los tiempos más
antiguos. Eran dos los reyes, una diarquía, cuyo origen ha provocado todo tipo
de hipótesis y teorías. Se pensó que eran dos porque cada uno de los dos clanes
más influyentes de Esparta aportó una candidato. Así, uno sería de los Agiada y
otro de los Eurypántidas. El mito explicaba el origen de estos clanes. El
descendiente de Herakles, Aristodemos, tuvo dos hijos, Eurysthenes y Procles.
De Eurysthenes sería hijo Agis, y de Procles, Euripon. Ellos serían los cabezas de
sus respectivos clanes. Nos ha llegao la lista de los supuestos reyes que
gobernaron como miembros del clan de los Agiadas, bastante coherente y
antigua, y la lista de los Euripóntidas, más moderna y menos consistente. Otra
hipótesis sobre la diarquía, la vincula a las tres tribus. Dos tribus suprimirían a la
tercera y cada una de ellas proporcionaría un rey. Pero esto no es posible, porque
ambos clanes, Agiadas y Euripóntidas pertenecían ambos la tribu de los Hylleis.
Cuando Amyclas fue incorporada los Euripóntidas de Esparta gobernaron a
partir de este momento con los Agiadas de Amyclas. Pero entonces debemos
admitir que un dorio, como era el rey de Esparta, compartió el poder con una rey
pre-dorio, como era el de Amyclas, y además después de que Amyclas fuera
incorporada a la fuerza. Algo que era notoriamente improbable para el resto de
los pueblos no dorios sometido, pues había significado pasar a la condición de
esclavos, ilotas. La raíz del término significaba capturar, de modo que los ilotas
eran los capturados. Eran los nativos habitantes y propietarios de las tierras hasta
que fueron despojadas de ellas y sometidos por los espartanos. Acogían a una
familia espartana a la que dan la mitad de la cosecha.
Carecían de cualquier clase de derechos y cada año los éforos les declaraban
formalmente la guerra por parte de los espartanos. De esta forma podían ser
potencialmente asesinados. Los ilotas, que eran mucho más numerosos que los
dorios y espartanos, suponían un peligro para Esparta, y de hecho, cuando los
espartanos pasaban malos momentos y acusaban debilidad como estado, a causa
por ejemplo e cataclismos naturales – terremotos – o desastres militares, los
mesenios se rebelaban. Finalmente, otra tesis indica que por los nombres de los
reyes que conservamos de los Euripóntidas, éstos serían líderes de la aristocracia,
en tanto que los agiadas lo serían de los nobles que aspiraban a conservar la
realeza, como fórmula de gobierno. Así, la diarquía sería el resultado de un
compromiso entre los que apoyaban la realeza y los que apoyaban a la
aristocracia. Lo deducen de nombres tan sugerentes en las listas de los
Euripóntidas como Eunomos, “la buena ley”, o Prytanis, “la asamblea o l
magistratura”. Tesis muy rocambolesca y poco seria.
En definitiva, la diarquía fue el sistema de gobierno de Esparta, algo por otro
lado no extraño a otros pueblos, como vemos en las dobles jefaturas entre los
galos o los pueblos celtas e ibéricos de la Península Ibérica. Los reyes tenían
podres sobre todo militares, eran los que dirigían los ejércitos en campaña y
estaban inspeccionados e intervenidos por la gerusía y por otra institución civil,
los éforos. Desde el 500 ya sólo iba un rey a la guerra, mientras el otro quedaba
en Esparta.
¿Quiénes eran los éforos?. Desde los tiempos más antiguos, dos éforos
acompañaban a los reyes a la guerra, en calidad de ayudantes y colaboradores.
Por otro lado, su función de observación de los cielos, les conecta con la
actividad religiosa, como los augures romanos, y quizás ellos eran los restos de
una antiguo sacerdocio que con el tiempo se hizo seglar, conservando estas
funciones de observación como muestra de poder político. No se citaban éforos
en la Rethra, y Plutarco parece justificar su existencia como administradores
necesarios para la ciudad, por la ausencia prolongada de los reyes. Según
Jenofonte, todos los meses los éforos tomaban auspicios para comprobar si los
reyes estaban gobernando correctamente, y cada nueve años, observaban el cielo
en la noche para estudiar si uno o los dos reyes debían de continuar en el cargo.
Esto significaba que el poder de fiscalizacíón de los éforos les hacía estar por
encima, en casos extremos, del poder real. La noticia dice así: (Plut. Agis, 11):
“cada nueve años los éforos eligen una noche de luna llena y observan el cielo en
silencio. Si de repente surca el cielo una estrella, se asume que los reyes han
transgredido su pacto con los dioses y entonces quedan suspendidos de sus
funciones, hasta que el oráculo sde Olimpia o de Delfos decida sobre su
culpabilidad o no”.
Desconocemos la efectividad de esta medida, pero parece que la inspección
mensual era cierta, por lo que no es extremo decir que la monarquía estaba bajo
el poder del eforado. La institución creció de dos a cinco, uno por cada una de
las obai de Esparta. Eran los auténticos jefes de la administración del estado
espartano, eran elegidos por los ciudadanos espartanos o espartiates. Uno de ellos
aba nombre al año, de modo que se fechaban los sucesos citando el éforo
correspondiente de ese año. Movilizan al ejército y deciden el número de los
soldados que deberán ir a la guerra. Reciben embajadas, y pueden convocar a la
apella y a la gerusía. Entienden de la mayoría de los casos civiles, y pocos aspectos
de la vida política, económica y social de Esparta escapa a su supervisión.
Para algunos, el eforado fue el aspecto más democrático del estado espartano,
tanto por su poder de control sobre la diarquía, como por su carácter electivo. En
realidad sus funciones no favorecieron al pueblo sino a la aristocracia, a la que
hizo más poderosa. Aristóteles decía que los éforos debían pertenecer a los
nobles, pues si se elegía un éforo pobre o modesto, era más susceptible de caer en
la corrupción.
Nada se podía aprobar en Esparta sin haber previamente sido discutido y
aprobado en la gerusía. Esta asamblea de nobles ancianos tenía competencias
sobre asuntos de cualquier clase y jurisdicción criminal como tribunal, que
compartía con los éforos. Sus dictámenes no podían ser apelados y no respondían
de sus actos ante ningún órgano superior. Los gerontes eran seleccionados de una
forma ciertamente peculiar, que recoge Plutarco, en su biografía de Licurgo, 26:
“Reunido el pueblo en asamblea, unos hombres seleccionados son encerrados en
una estancia desde la que no se puede ver nada, sólo los gritos y manifestaciones
que puedan producir los reunidos en la asamblea. En un momento dado, desfilan
los candidatos a ocupar vacantes de la gerusía ante la asamblea, y ésta, a la vista
de los mismos, manifiesta su aprobación o rechazo con sus gritos y protestas, de
modo que los que están encerrados van anotando la intensidad de cada muestra
de parecer de los reunidos, indicando si tal o cual intensidad de aprobación o
rechazo fue para el uno, para el dos, y así sucesivamente. Saldrán los más
arropados por la aprobación de los reunidos”. Como puede verse, el sistema
estaba sujeto a ua fácil manipulación. De lo que podemos estar seguro es de que
la gerusía siguió siendo el órgano de poder de la aristocracia, por lo que es
probable que los candidatos a ese órgano procedían de los sectores más ricos de
los clanes aristocráticos, lo que rompe la idea de igualitarismo con que describía
a los espartiates. Había ciudadanos ricos y ciudadanos pobres.
De nuevo es Plutarco quien informa sobre el modo de propiedad de la tierra
en Esparta. “Fue Licurgo quien distribuyó la tierra. Había una gran desigualdad
social y la ciudad estaba llena de indigentes y necesitados, pues la riqueza se
concentraba en manos de unos pocos. Se resolvió acabar con la insolencia el
crimen y el lujo despilfarrador, para lo cual s tomó al país como si estuviera vacio
y se volvió a repartir la tierra entre los ciudadanos, sobre la base de la igualdad y
la justicia. Después, distribuyó el sobrante de la tierra entre los periecos, de
manera que a éstos les tocó 30.000 parcelas o kleroi , y a los espartiates, 9.000.
Algunos dicen que en realidad Licurgo sólo repartió 4.500 o 6.000, añadiendo
más tarde el rey Polidoro las 4.500 o 3.000 restantes. Cada parcela producía lo
suficiente para dar de comer a una familia espartana, a razón de 2.500 litros de
cebada para el hombre y 432 para la mujer – unos tres mil en total -, y cantidades
proporcionales de vino y aceite”(Plut. Lic. 8).
Hoy se acepta que probablemente Plutarco estuvo influenciado a la hora de
escribir sobre este reparto de Licurgo, por la reforma del rey Agis, del siglo III.
Este rey dividió Laconia en 4.500 parcelas que dio a los espartiates y en otras
15.000 para los periecos, y parece que esta distribución sí fue cierta, siendo la de
Licurgo mítica. En realidad la tierra de Laconia estuvo sometida a sucesivas
distribuciones desde el 900, al igual que la de Mesenia, tras su conquista. Los
nobles recibieron varias parcelas tras la conquista de Mesenia. El estado
espartano garantizaba el sostenimiento de sus ciudadanos, al otorgar a cada uno
el kleros correspondiente. Esto ocurría a partir de los treinta años, cuando el
varón había concluido su educación física e intelectual a cargo del estado. Al
nacee los niños se quedaban en el hogar familiar hasta los seis años. Desde esa
edad hasta los treinta años, se pasaba a estar en instituciones del estado,
recibiendo educación en tramos de seis años cada uno, en los que se aprendía a
leer, a escribir, gimnasia y ejercicios de combate. Durante esos veinticuatro años,
la manutención corría a cargo del estado, que a su vez obtenía los necesario con
un impuesto que gravaba las cosechas d huerta de las parcelas. Este impuesto en
alimentos y especie, se llamaba el sissytion o pheiditia, e incluía cebada, vino,
queso, higos y un poco de dinero para comprar carne (diez óbolos, según Ateneo,
IV. 19). Las mujeres recibían una educación similar.
A partir de los treinta años, el espartiate recibía una parcela y podía crear una
familia. La parcela era trabajada por un ilota, que vivía en la misma parcela, y
que obtenía el 50% de la producción para el mantenimiento de su propia familia.
En realidad este ilota era el primitivo propietario de la tierra en la que ahora vivía
con la familia espartana, pues le fue despojada cuando su ciudad fue conquistada
y todas las propiedades pasaron al vencedor. Aunque no tenemos datos directos
sobre el tema, era el hijo mayor el que heredaba el usufructo del espartiate, pues la
propiedad de la parcela era del estado. En caso de existir más de un hijo varón,
estos recibían igualmente su kleros, de aquellos lotes que habían quedado
vacantes, bien por muerte de su titula, o por haber sido expulsado de la
ciudadanía el espartiate que lo explotaba. Se podía perder la ciudadanía, por
muchas causas, pero eran las más habituales, el no haber demostrado el valor
necesario en la guerra, el no pagar el sissytion, o por no cumplir con otras
obligaciones fiscales. Pese a la fiscalización con que el estado administraba la
vida de sus ciudadanos, para que todos tuvieran los medios de vida necesarios, la
realidad era que la riqueza y la pobreza existían en Esparta, había ricos y pobres,
como demuestran además los ajuares funerario que la arqueología a exhumado
para los siglos VII y VI a. de C.
Fechados en esos siglos tenemos ajuares de objetos de marfil, escarabeos
egipcios, oro de Lidia, vestidos, ungüentos traídos de lugares del Mediterráneo
Oriental, de la misma forma que la cerámica laconia aparece en Efeso,
Naucratis, Massalia, Ertruria, Cartago y Cirene. Pero hacia el 550 todas estas
actividades declinaron y Esparta cortó las relaciones de intercambio con el
exterior y se sumió en la autarquía, mostrando esa imagen de una Esparta
austera y sobria, que transmiten las fuentes escritas. Algunas hipótesis justifican
este cambio económico por la imposibilidad de Esparta de competir en los
mercados de Hélade a raíz de la adopción de los nuevos patrones de intercambio
basados en el oro y la plata, en tanto que hasta ese momento Esparta
intercambiaba con hierro, de un valor muy inferior en los intercambios. Al
mismo tiempo esto coincide con una progresiva militarización del estado
espartano, en orden a controlar cada mejor a los ilotas y periecos.
Volviendo a la cuestión anterior, el acceso a los bienes manufacturados,
distintos a los bienes de primera necesidad, era un hecho aún en este estado
supuestamente austero y autárquico. Un ciudadano podía aspirar a adquirir
bienes pidiendo prestado dinero, con garantía de su cosecha. Si la cosecha no era
la esperada, entonces no podía pagar su préstamo, perdía la cosecha y él y su
familia pasaban a ser pobres. Pero lo pero era que ese ciudadno no podía hacer
frente al pago mensual del sissytion, por lo que finalmente, perdía su condición de
ciudadano, y con ello, la parcela, pasando a engrosar la clase de los apátridas, un
conjunto que desde el siglo V fue cada vez más numeroso en Esparta, constituido
por los antiguos ciudadanos ahora desposeídos, que reclamaban continuamente
la recuperación de su derechos civiles. Eran llamados los inferiores y wn el siglo
IV alimentaban revueltas populares, hasta que Agis IV asumió la búsqueda de
una solución al problema.
El principal problema de Esparta a lo largo de su historia fue el de su
población. El número de ciudadanos era bajo, y sus políticas imperialistas,
propias de un estado muy militarizado, iban en contra de mantener un número
suficiente de ciudadanos. Tras la Segunda Guerra Mesenia, en pleno apogeo, el
número de kleroi estaba entre 9 y 10.000, lo que corresponde al número total de
ciudadanos. Hacia el 480 Heródoto nos dice que eran 8.000, (Herod. VII.234), y
al comienzo de la Guerra del Peloponeso, año 425, el gobierno desplegó
numerosas actividades diplomáticas ante Atnas para recuperar a los 120
espartanos apresados en la Batalla de Esphactería, (Tucid. IV. 38), lo que habla
de la importancia que para Esparta suponía tomar como bajas esa número de
cautivos Tras la Batalla de Leuctra, año 371, los espartiates eran 1.500 y a
mediados del siglo III, apenas quedaban 700.
Hubo medidas para consolidar el número de ciudadanos. Tras la Guerra del
Peloponeso, de la que Esparta salió vencedora, el éforo Epitadeo ordenó que a
partir de ese momento, quien tuviera una parcela del estado podía darlo o
testarlo a quien quisiera, poniendo fin a la propiedad del estado. (Plut. Agis, 5).
Debemos finalmente tratar de una última institución, que llamaron krypteia.
Plu. Lic. 28, habla de ella; “de vez en cuando los éforos distribuyen por todo el
país a jóvenes aguerridos, equipados con los necesario, para que se oculten en los
caminos por la noche, y maten a cualquier ilota que transite por allí”. Con las
reservas de su significado completo, parece que se trataba de una costumbre que
conecta con lo que entendemos como ritos de paso o tránsito. No hay cultura
primitiva o moderna, antigua o vigente, que no celebre el paso de una etapa a
otra de la vida del individuo, desde el nacimiento a la muerte, pasando por la
infancia, la adolescencia, la pubertad, el matrimonio, el nacimiento de un hijo, y
la vejez. En la krypteia pudiera tratarse dl paso del joven al estado adulto, cuando
ya se le considera ya un guerrero completo, lo que podría revalidarse matando
acaso a un ilota (de la misma forma que entre los watusi del Centro de Africa
Oriental ese reconocimiento se obtenía tras matar a un león).
Nos queda hablar sobre Licurgo y sobre el mito de la austeridad de la
sociedad espartana. Hoy no se admite la figura de Licurgo como personaje
histórico, al menos en el modo en que su biografía ha sido transmitida en la
antigüedad, como un héroe. Es posible que se tratara de un legislador más, acaso
el último o aquel que alcanzó mayor fama, atribuyéndole luego la posteridad
toda la base de construcción del estado espartano. Respecto de la austeridad, ya
antes dijimos que la arqueología ha matizado la imagen transmitida por la
tradición.
3. Atenas hasta el 600. Solón. El nuevo censo. El problema de las deudas. El
Consejo de los 400. Pisístratos. Hipias e Hiparco. Las reformas de Clístenes.
Atenas fue uno de los estados de los que conocemos su evolución desde los
orígenes casi por completo. Al menos desde los tiempos aristocráticos hasta la
democracia plena. El Atica estuvo habitada durante la época micénica y estuvo
al margen de la invasión doria que afectó al centro y sur de la Hélade. En ese
tiempo las villas del Atica florecieron individualmente, llegando a alcanzar cierta
prosperidad mientras el resto de la Hélade pasaba por los duros tiempos de la
Época Obscura. De esta bonanza económica fue muestra el desarrollo de estilos
cerámicos propios que ya hemos citado anteriormente, con un período
protogeométrico y un período geométrico, de excelente factura, como
manifiestan las ánforas encontradas en Dípilon. Pero en Atica no estuvo incluida
en la corriente de la Gran Colonización, pues aunque la población debió crecer
con la estabilidad de las condiciones económicas, no debió hacerlo en la forma
que obligara a dar salida a posibles excedentes demográficos. En la Época
Obscura, la monarquía desapareció de Atenas, .la principal villa del Ática, siendo
sustituida por un gobierno de aristócratas que elegía todos los años primero tres y
luego siete arcontes más, hasta completar diez, a lo largo del siglo VII. Estos
cargos eean ocupados por nobles eupátridas, cabezas de los mejores clases de la
ciudad. Mantenían reuniones periódicas en la Colina del dios Ares, el llamado
areópago (pagos = distrito). Esta asamblea mantenía muchas atribuciones de los
antiguos reyes.
Con el paso del tiempo la ciudad fue evolucionando hacia más estabilidad y
crecimiento económico, por lo que vio incrementar su oferta económica con las
cada vez más abundantes y prósperas actividades mercantiles y mobiliarias.
Banca, comercio, préstamos, armadores de barcos, industrias artesanales, etc..,
aumentaron su peso económico y llevaron a Atenas al mismo desequilibrio social
y político, que ya antes había llevado a la confrontación y a la aparición de las
tiranías. Aristóteles informa que hacia el 630 un noble de nombre Cilón falló en
su intento de alzarse con la tiranía, al no contar con el apoyo del pueblo. Diez
años después un tal Dracón realizó una reforma legal en la que distinguió entre
unos y otros delitos, poniendo orden el marasmo de leyes, normas y costumbres
que regían en Atenas, de esta reforma sólo nos han llegado fragmentos copiados
del siglo IV, en los que se hablaba del delito de homicidio, que ahora distinguía
como diferente al de masacre, estableciendo castigos severos para los infractores.
Dracón fue considerado como uno de aquello codificadores del Derecho, que ya
mencionamos anteriormente.
Pero los conflictos entre los diferentes grupos de la ciudad, nobles, mercaderes
y pueblo, no amainaron sino que se acentuaron, por lo que para evitar la
explosión social del conflicto, nobles y ricos decidieron nombra un mediador, un
aisimnetes, especie de tirano electo, que recayó en la figura de Solón, un rico
comerciante y armador, muy popular por su participación en recientes guerras,
como la conquista de la isla de Salamina en el 600, que contaba con el apoyo de
las partes. Solón fue nombrado arconte para el 594, para que intentara solucionar
los conflictos entre nobles y nuevos ricos y de dar salida a las necesidades de las
clases populares más necesitadas. Los nuevos ricos demandaban más poder en
los órganos de gobierno, los campesinos endeudados y cuyas tierras habían
perdido, pedían la cancelación de esas deudas y la recuperación de sus tierras.
Solón reorganizó a toda la ciudadanía, haciendo el primer censo de los
ciudadanos. Se trataba de distribuir a los ciudadanos en tramos o clases, según
sus niveles de riqueza, acreditada en un período de tiempo, el que se tardaba en
pasar hasta la actualización de ese censo. En función del lugar o clase en que
cada ciudadano estuviera inscrito, o sea, en función del nivel de riqueza de cada
uno, así sería su nivel de participación en las magistraturas y las asambleas de la
ciudad. De esta forma, el poder ya no lo ostentarían los nobles por linajes de
sangre, sino por estos nobles sumados a los ricos del capital mueble. Se pasó así,
de una sociedad de gobierno aristocrático, a una sociedad de gobierno
plutocrático. Pero veamos las clases del nuevo censo de Solón.
Fueron cuatro clases. La 1º, la llamó las de los pentakosioimedimnoi, o
ciudadanos que ingresaban más, sin límite, de 500 medidas o medimnoi de trigo.
A unos 52 liros por medida, suponía ingresos por un total de valor en el mercado
de 41.000 litros. La 2º clase serían los hippeis, los caballeros, porque en la milicia
de la ciudad en caso de guerra irían en la caballería, con ingresos entre 300 y los
500 medimnoi de trigo, entre los 24.600 y los 41.000 litros. La 3º clase eran los
zeugitai, “los que llevan la yunta de dos bueyes”, campesinos de medianos
ingresos y gente de otras profesiones, con ingresos entre los 300 medimnoi, 24.600
litros, y los 200, 16.400 litros, y la 4º clase, los thetes, las clases más bajas de los
trabajadores, con ingresos hasta los 200 medimnoi o 16.400 litros de trigo. El resto
de la sociedad ateniense la componían los metecos o extranjeros residentes, sin
derechos de ciudadanía, y los esclavos.
Al arcontado sólo podían acceder candidatos extraídos de la primera clase. Se
creaba una Asamblea restringida de ciudadanos que representaban a las cuatro
tribus que la tradición decía que se habían asentado en el Ática. Cada una de esas
tribus elegía cien miembros, de entre ciudadanos de las tres primeras clases, de
manera que la asamblea estaba formada por cuatrocientos miembros, el Consejo
de los Cuatrocientos. Finalmente, a la asamblea general del pueblo, la ecclesia,
podía asistir cualquier ciudadano de cualquier clase del nuevo censo.
Con relación a las clases humildes, sobre todo los campesinos endeudados,
Solón dice “haber removido los óroi o piedras negras” de las parcela. Debemos
decir que Solón dejó restos de escritos poéticos en los que hablaba de sus
decisio0nmes políticas, Los oroi eran unas piedras pintadas de negro que eran
hincadas en las tierras hipotecadas por las deudas no pagadas, para indicar la
condición legal de las mismas a cualquier interesado en su compra. Remover esas
piedras de las fincas suponía cancelar esas deudas o dar medidas para aliviar las
mismas, permitiendo el regreso a sus antiguas propiedades. A esta medida el
poeta Solón la llamó Seisachtheia, “remoción de marcas”. Esa remoción de
deudas, supuso a su vez la liberación de cuantos campesinos habían caído en la
esclavitud por impagos a sus acreedores.
Solón asumió el problema del suministro de alimento suficiente para la
ciudad, cada vez más problemático por el crecimiento demográfico de la misma.
Atenas necesitaba de más trigo, pues no se producía suficiente en el Ätica para
toda la población, o mejor dicho, a los mercados de la ciudad no llegaba el trigo
suficiente como para abastecer las necesidades de su población, Esto no era tanto
por falta de trigo como por su almacenamiento por parte de muchos grandes
productores, que buscaban mantener al mercado con oferta baja, para que el trigo
a la venta subiera de precio. En otro caso, esos mismos grandes terratenientes
preferían exportar su trigo para mantener los precios del mercado interior en
niveles altos. Solón reguló con leyes estos asuntos. Prohibió el almacenamiento
de trigo y obligó a que al menos dos tercios de la producción fuera a los
mercados de Atenas. Al mismo tiempo, impulsó el cultivo masivo de olivos, para
la producción de aceite. Al cosechar más de lo necesario para el consumo
interno, Solón destinó lo sobrante del aceite al comercio, impulsando conexiones
por todo el mediterráneo. Para ello se impulsó la creación de talleres cerámicos
por toda el Ática, para la fabricación de encases, y a su vez, la construcción de
barcos adecuados para transportar este tipo de carga por todo el Mediterráneo.
Todas estas medidas generaron mucho trabajo que ocupó a una buena parte de
los thetes.
Solón sustituyó la legislación de Dracón por otra más suave y creó los
primeros tribunales de justicia popular o Heliaea, que eran renovados cada año
en sus seis mil miembros. Estos seis mil actuaban por secciones mensuales de 501
miembros máximo – no significaba que los 501 asistieran todos a las sesiones,
sino que ese era el máximo que podía asistir y se renovaba cada mes -, de modo
que al menos cada uno de los seis mil había podido actuar al menos una vez en
su año de elección. Después de Solón, la ciudad siguió estando gobernada por la
aristocracia, pero ahora compartiendo poder con otras fuerzas ciudadanas. Sus
medidas en realidad no fueron tan radicales, pero la posteridad le consideró el
primer paso para llegar a la democracia posterior, algo que sin duda fue cierto.
De todas formas, una vez que dejó el poder, las clases siguieron en conflicto y la
tensión subió hasta que maduraron las condiciones para que el el 561, treinta y
tres años después de Solón, apareciera un tirano. Este fue Pisístratos.
Pisístratos era un rico propietario de minas de oro en Tracia. No podemos por
tanto decir que formara parte de la nobleza tradicional. De hecho, con apoyo de
un ejército privado d un golpe de estado y expulsa a los nobles del poder.
Asentado ya como tirano, no derogó las leyes de Solón, sino que simplemente
gobernó al margen de ellas. Suya fue la creación de los jueces ambulantes que
impartían justicia en los diferentes distritos del Ática. Se deshizo de sus enemigos
políticos, condenando a sus adversarios de la nobleza y mandándoles al exilio,
tras confiscar todos sus bienes. Hizo algunos repartos de tierras confiscadas entre
los campesinos desposeídos, y llevó a cabo un gran programa de obras públicas,
que incluía la construcción de barcos y la mejora de los puertos de Atenas en el
Ática, lo que dio ocupación a los ciudadanos más necesitados. Promovió loa
cultos y ceremonias religiosas propias de la ciudad de Atenas, como las
dedicadas a la diosa Athena y al dios Dionisos. En general, podemos decir que su
tiempo fue de prosperidad económica y paz extendida a lo largo de todo su
gobierno, que concluyó a su muerte en el 527, después de haber gobernado en
tres períodos intermitentes, 561, 559/556 y 546/528 a. de C.
Le sucedieron sus hijos Hipias e Hiparco, éste último muerto en el 514 tras ser
asesinado durante la procesión de las panateneas, por Aristógiton y Harmodios,
que pasaron a la posteridad como los liberadores de la ciudad, por haber
eliminado al tirano, llegando a ser esculpidas sus figuras en dos esculturas que
fueron expuestas en un lugar importante de la ciudad y que todos los atenienses
veneraban en calidad de héroes. Quedó añ mando su hermano Hipias, que no
tenía las cualidades como hombre de estado de su padre, y pronto comenzó a
sufrir los ataques de la nobleza, que vio en su debilidad la oportunidad de
recobrar el poder. A esta situación Hipias respondió con una mayor represión y
castigo de los disidentes, lo que hizo renovar esfuerzos a los nobles para
expulsarle del poder. Finalmente, la nobleza pidió apoyo militar a Esparta y con
la ayuda del ejército lacedemón Hipias fue expulsado de Atenas, refugiándose
junto al sátrapa de Anatolia de Persia.
En el 508, con una Atenas en conflicto entre aristócratas y plutócratas, llega al
arcontado epónimo Clístenes. Su gestión va a suponer un paso adelante en la
ampliación de la participación del ciudadano en el gobierno de la ciudad. En
definitiva, un paso adelante en el camino hacia la democracia plena. Para ello,
Clístenes reforma la estructura demográfica de Atenas y el Ática, tomando como
unidad de población el demos. El demos era similar a lo que conocemos como un
distrito, esto es, una comunidad o centro de población menor, equivalente a un
poblado o aldea, que incluía el territorio de alrededor que le pertenecía. En
realidad era dar una configuración administrativa al sistema natural y original de
asentamiento que habían realizado los jonios cuando ocuparon el Ática. A su
vez, todos los demoi – en plural - del Ática estaban distribuidos en las cuatro
tribus primitivas, en realidad cuatro tribus territoriales – las obai espartanas -, que
Clístenes sustituyó por diez. El Ática pasó por tanto a estar conformada por diez
tribus territoriales. Cada una de estas tribus estaba formada por tres fratrías, cada
una de las cuales comprendía un tercio del territorio de la tribu. Clístenes no
trabajó con las funciones que se atribuían a la antigua fratría, esto no lo tocó,
sino que modificó su esencia añadiendo nuevos contenidos. Así, cada uno de los
tercios o fratrías de cada tribu, ocupaba un tercio del territorio de la tribu, por los
que las llamó trytis o tercio – tryties, en plural -, a la que asignó nuevos
contenidos.
Hasta ese momento por tanto, con Clístenes cada ciudadano pasaba a ser
censado en su demos o aldea correspondiente, donde había nacido, en la trytis
donde se situara ese demos y en la tribu que le correspondiera. Estos ciudadanos
vivían de su actividad económica, cualquiera que ella fuese, el campo, la
industria, la ganadería, el comercio o cualquier otra. Era un hecho que la
economía estaba completamente diversificada y que cualquier demos y trytis podía
albergar cualquier clase de economía. Pero también era cierto que por la misma
morfología del Atica, había actividades económicas que eran típicas, cuando no
las única, de una región, y que donde se practicaba un tipo de economía, no se
podía dar otra. Así, en la costa se daban la economía de la navegación, esto es el
comercio, la construcción de barcos, los intercambios y actividades conectadas
con ellos. Algo que no era propio de las colinas, al norte del Ática. En éstas se
daban las peores tierras de cultivo, con parcelas no muy grandes, propiedad de
una campesino medio o bajo, además de haber allí mucha población que vivía de
emplearse en talleres artesanales y trabajos por cuenta propia y ajena.
Finalmente, las llanuras del Ática eran las mejores tierras de cultivo, y éstas
desde mucho tiempo atrás conformaban latifundios que tradicionalmente habían
pertenecido a la nobleza. Pero naturalmente no había un territorio en el Atica
que en realidad, aunque tuviese un tipo de economía predominante, no
participase igualmente de las otras opciones económicas. En definitiva, las
formas económicas se hallaban dispersas por todas las tribus a la llegada de
Clístenes al poder.
Clístenes lo que hace es unificar todas las actividades económicas en tres
grandes grupos. La agricultura de los latifundios, la de las mejores tierras del
interior, en manos de la nobleza, las tierras de las llanuras del Ática, pedión –
pedia, en plural -, a cuyos propietarios les llamó pedioi. Era una población
básicamente constituida por nobles ricos terratenientes, con finas en el Oeste del
Ática, en las llanuras, pero también aunque en menor media, en otras zonas del
Ática. En el segundo grupo reunió a cuantos tenían empleos en la ciudad, pero
también n las aldeas, en talleres artesanales distribuidos por todo el Astica,
incluida Atenas, además de los campesinos que tenían pequeñas parcelas en las
colinas. A quienes tenían estas actividades económicas los llamó diacrioi,
habitantes de las colinas, en realidad, como el grupo primero, actividades que
podían darse en cualquier parte del Ática. Finalmente, a quienes realizaban
actividades relacionadas con el mar, los puertos, los barcos, el comercio, la
banca, etc.., distribuidas por la costa pero también en el interior de Atenas, a
estos los agrupó en tercer sector, a cuyos ciudadanos llamó paraloi.
Como era un hecho que pese a esas tres agrupaciones todas las actividades
económicas podían darse en cualquier distrito del Ática, Clistenes lo que hizo es
darlas una plena realidad en su nueva organización de Ática. Cada tribu ten dría
una representación de los tres modos principales de economía, la representada
por los pedioi, los diakrioi y lo paraloi. Pero como esas actividades en realidad
podían darse en cualquier región, lo que Clistenes hizo fue romper la unidad de
conjunto de la tribu, esto es, una tribu no tenía porque tener agrupados todos sus
territorios. Por ejemplo, el tercio o trytis de los pedioi podía tenerlo distribuido por
todo el Atica, allí donde hubiera pedioi, e igual dispersión podían tener sus tryties
de diakrioi y de paraloi. De manera que Clístenes conseguía que cada una de las
diez nuevas tribus agrupara a ciudadanos que practicaban los tres modelos de
economía, logrando esa igualdad a costa de no mantener la unidad interna de los
territorios de cada tribu. Territorios que podían estar dispersos por todo en Ática.
A partir de esta nueva organización, así sería la participación del ciudadano
en la política. El Consejo de los Cuatrocientos d Solón, basado en las cuatro
tribus originales, fue sustituido por el Consejo de los Quinientos de Clístenes, en
el que cada una de las diez nuevas tribus aportaba cincuenta miembros. El demos
se organizó internamente como una Atenas en miniatura, respecto a sus órganos
de gobierno. Cada tribu aportó un estratega o general para el ejército,
magistratura que tendrá un papel político muy destacado en el futuro
democrático de la ciudad. Solón supuso un indudable paso adelante en la
consolidación de los derechos ciudadanos a la participación en el gobierno de la
ciudad, mejorando sin duda la representación proporcional de los sectores de la
economía en los órgano de gobierno de la misma.
V. LA DEMOCRACIA DE ATENAS
1. La época clásica. Las guerras médicas. La Primera Liga Délica. Temístocles
y Pericles.
El período se inició con un importante suceso militar que afectó a la mayor
parte de los griegos. Se trata de la guerra que sostuvieron una confederación de
pueblos griegos – liga panhelénica – contra los persas – o medos -. Esta liga que
aunaba a todos los griegos fue la primera que logró cristalizar en un acuerdo.
Hasta ese momento, la hostilidad y el distanciamiento entre las poleis griegas fue
característica presente a lo largo de la historia de Grecia. Los griegos no se unían
más que por causas que implicaran un peligro inmediato para la propia
supervivencia de las ciudades, como fue la amenaza de Persia. En la Grecia
Arcaica, siglo VII, las únicas alianzas existentes eran las generadas por motivos
religiosos. Se trataba de las anfictionías en torno al culto de un dios, localizado
en una polis concreta (Olimpia, Delfos). Todos los estados miembros de esa liga
religiosa aportaban fondos y tomaban decisiones en sus reuniones periódicas en
ese lugar de culto, donde se erigía un templo o santuario, a cuyo mantenimiento
participaban. Pero en esas reuniones los estados miembros aprovechaban para
tratar de otros asuntos, políticos o económicos, o de rivalidad vecinal,
sometiendo a veces sus litigios a la decisión del dios, expresada a través del
correspondiente oráculo.
En algunos casos, las consecuencias de estos conflictos, y las decisiones
asumidas podían calificarse de severidad extrema. Tal fue el caso de la llamada
guerra religiosa mantenida entre las villas de Crisa y Cirrha, cerca del santuario
de Delfos, en Etolia. Crisa se quejaba de que Cirrha controlaba y gravaba el paso
de peregrinos por mar por su costa, cuando se dirigían a Delfos. Se pidió la
intervención del santuario, y se sometió el asunto al oráculo del dios, y éste
dictaminó que Cirrha debía ser destruida y su población, aniquilada. Se encargó
de tal misión a Clístenes, - nada que ver con el ateniense del 508 - tirano de la
vecina ciudad de Syción, que cumplió el mandato. Cirrha fue arrasada y toda su
población, exterminada. Ocurría este suceso a finales del siglo VII a. de C.
Volviendo a la guerra que a comienzos del siglo V amenazaba a todos los
griegos, tuvo unos antecedentes claros y estalló en Jonia. Gobernaban allí las
poleis griegas una serie de tiranos locales que habían alcanzado el poder con
ayuda militar de los persas. En el 499 los antiguos gobiernos de las ciudades
jonias promovieron insurrecciones contra esas tiranías, y sus apoyos obtenidos
del sátrapa occidental, dependiente del Gran Rey de Reyes de Susa. La
insurrección fracasó y los tiranos, en colaboración con los persas, se dispusieron
a reprimir a los insurrectos, Hubo severos castigos a las poblaciones que se
rebelaron, prolongándose esos castigos hasta el 494. En 490 el rey Dario I se
dispuso a castigar a los griegos del continente ue habían ayudado a las ciudades
griegas de Jonia durante la revuelta. Entre los objetivos de Dario estaba Atenas.
Pero una flota persa fue derrotada frente a las costas jonias, y Dario se planteó
entonces cambiar de estrategia, e invadir recia por tierra. Pero mientras
preparaba el ejército, estalló una conspiración en Susa y el rey fue asesinado,
quedando en suspenso la invasión.
En 480 el rey Jerjes retomó el proyecto de Dario. Un ejército – dos millones
de soldados, dice Heródoto, lo que no es posible – atravesó por Estambul el
estrecho e inició su marcha hacia Grecia. Mientras, Atenas reunió a todos los
estados griegos bajo el lema de salvar la libertad de los griegos ante la invasión
del déspota oriental. Acudieron la mayoría, destacando Esparta, líder militar `por
tierra, que complementaba el poderío de Atenas por mar. Todos los estados se
comprometieron a dar soldados, barcos y dinero, para formar el gran ejército de
la llamada liga panhelénica. Esparta se enfrentaría por tierra a los persas, y
Atenas se ocuparía de controlar el mar. Los acontecimientos y sucesos militares
que tuvieron lugar son bien narrados por Heródoto. Los persas llegaron al Ática
y los atenienses abandonaron la ciudad al pillaje. Finalmente, en 479 los persas
regresaron a Jonia, obteniendo varias derrotas navales ante la flota helénica.
Maratón, Platea, Salamina y Micala son algunos de los lugares donde se
produjeron los enfrentamientos. La guerra concluyó con la retirada del ejército
persa al interior de Persia.
Una consecuencia de la guerra fue la polarización de las ciudades griegas en
torno a las dos principales potencias del momento, Atenas y Esparta. Las poleis se
alinearon en torno a ambas formas de estado, una vez desaparecidas las causas
que les habían llevado a adscribirse al liderazgo de Atenas o Esparta. Se
formaron por tanto dos bloques, que se fueron ampliando a nuevos socios y se
fueron consolidando, contribuyendo a alimentar los recelos y cautelas de uno
hacia el otro, durante los casi cincuenta años que siguieron – pentecontencia - ,
desde el 477 al 431, momento en que se produjo el estallido de la mutua
animosidad y comenzó la llamada Guerra del Peloponeso (431/404 a de C.).
Por parte de Atenas, se ofreció a los aliados de la liga panhelénica que pasaran
a ser miembros de una nueva liga, esta vez liderada sólo por Atenas, en la que
habría dos bloques, el de los miembros que se adhirieran, que entregaría un pago
anual, en metálico, en proporción a sus habitantes, para construir la gran flota
con la que la liga invadiría Persia. Todos los años serían convocados para tomar
acuerdos relativos a esa futura invasión y recoger los pagos, y cada uno de los
estados estaría representado por dos delegados en las votaciones. El segundo
bloque estaría formado sólo por Atenas, que tomaría sus decisiones por
separados y éstas serían de cumplimiento obligado por todos los estados de la
liga. La sede de la liga y de su tesoro estaría en la isla de Delos, más cerca de
Jonia que de Atenas, por lo que la liga pasó a ser conocida como la liga áticodélica.
Dentro de los principios simbólicos que animaron al principio a sus miembros
era liberar las estatuas de los tiranicidas, que habían sido llevadas a Susa, tras la
invasión de Atenas. Al mismo tiempo, la liga se proponía reparar los daños y
destrucciones provocadas por la invasión persa, que se centralizaban
prácticamente en el Ática y Atenas, por lo que la realidad era que los aliados iban
a costear los daños provocados en Atenas por los persas. Por lo demás, la
vinculación del voto ateniense en las decisiones de la liga, dejaban poco margen
a llegar a acuerdos que beneficiaran a todos los miembros de la liga. La liga
ático-délica tenía todos los ingredientes para convertirse en el aparato financiero
del estado y de la democracia ateniense. Y así fue en efecto, con el paso del
tiempo.
Los primeros estados miembros que manifestaron su rechazo a seguir
perteneciendo a la liga, recibieron una respuesta inequívoca y contundente, de
parte de Atenas. Fueron invadidos por tropas ateniense, sus gobiernos derribados
y sustituidos por gobiernos afines. Para garantizarse la fidelidad futura, Atenas
asentó tropas en sus territorios a modo de colonos, que pasaron a ser así
propietarios de su parcela al tiempo que vigilaban la obligada lealtad de los
gobiernos locales hacia Atenas. Esas colonias de soldados en tierras ajenas se
llamaron cleruquías los soldados campesinos, clerucos, y su nacionalidad siguió
siendo la ateniense, ahora como una extensión de la misma fuera de Atenas.
Quedaban bien asentadas las bases del imperialismo ateniense.
En el 487 llega al poder Temístocles, en cuyo arcontado se producirán nuevos
avances en la democracia de la ciudad. Los arcontes, que hasta ese momento
eran elegidos de entre los candidatos salidos de las dos primeras clases, ahora lo
serán por sorteo de entre esos candidatos. La consecuencia inmediata será el
desprestigio de la institución al no poder salir elegidos aquellos que reunían la
confianza de los nobles. Ahora podía salir cualquier candidato de las dos
primeras clases, pero no el mejor, según las preferencias de la mayoría. A partir
de ese hecho, la influencia y prestigio en las instituciones de Atenas pasó a los
estrategas, que eran elegidos de entre los nobles con más prestigio y popularidad,
cuyo mandato podía ser objeto de reelección sin límite de años, año tras año, lo
que les permitía consolidar su popularidad y ascendiente ante el pueblo. Podían
tomar la palabra en la ecclesia, y al tratarse de buenos oradores y contar de una
continuidad asegurada, de la que no disponían los arconte, a lo largo del siglo V
los estrategas tuvieron el liderazgo casi garantizado.
Pericles comienza a gobernar en Atenas en 461, y lo hará intermitentemente
hasta su muerte en el 429, en la peste que se declaró en la ciudad a los dos años
de comienzos de la Guerra del Peloponeso. Un año antes, el Areópago quedaba
ya reducido a ser sólo un tribunal de última instancia para los delitos capitales,
perdiendo su influencia política. Pericles instituye las pagas de medio jornal para
permitir que todos los ciudadanos pudieran participar, en principio para el
tribunal de Justicia de la Heliaea, y desde el 399, después de Pericles, para la
asistencia a la ecclesia. Del 460 al 431, la ecclesia gobernó Atenas. Celebraba
cuarenta sesiones al año, en la cercana colina de Pnyx, donde cabían hasta unos
dieciocho mil ciudadanos sentados, y hasta veinticinco mil de pie. Asistía a esa
asamblea cualquier miembros de la población, pero sustancialmente era el pueblo
bajo, marineros, remeros, clases humildes. En el 415, en plena guerra con
Esparta, ocurrió el desastre de la expedición a Sicilia, que comenzó con la
mutilación de los Hermes la noche anterior a su salida de Atenas, y de lo que se
acusó al joven Alcibíades y sus compañeros. Esto llevó al poder a los
conservadores que gobernarían Atenas hasta el 411.
La Época de Pericles fue el tiempo de la máxima expresión de la democracia,
pero ello no significó que Atenas siguiera teniendo gobiernos de talante
aristocrático. Por que pese al mayor papel de los ciudadanos en el poder, a la
hora de elegir estrategas, arcontes y oros representantes institucionales, el pueblo
prefería votar a los nobles más populares. Tras la Guerra del Peloponeso, la
asamblea fue controlada por los mejores oradores, fuesen estrategas o miembros
de los estratos más bajos de la población, como el peletero Cleón, 429/422.
Heliaea y ecclesia contralaron todos los cargos. Los metecos alcanzaron más
derechos. Mejores niveles de tolerancia y de respeto a sus actividades. Junto al
salario o miszos, para posibilitar su asistencia la Heliaea, la democracia de
Pericles empleó mucha mano de obra en construir una gran flota y proporcionó
parcelas a través de las cleruquías.
En la Atenas e Pericles hubo pocas persecuciones políticas, y en consecuencia,
pocas confiscaciones de bienes de los adversarios políticos. En principio, todos
los ciudadanos eran iguales ante la ley, pero el peso o coste de las reformas y de
esa mayor participación de los más humildes en las tareas de gobierno de la
ciudad recaía en los aliados y en los sectores más ricos de la población. Con el
control de la eklessia en manos del sector más bajo del pueblo, la nobleza era
continuamente criticada por su falta de apoyo económico y a su vez, ésta
denunciaba que las decisiones estaban en manos de la chusma, a su vez
manipulada por demagogos irresponsable. Con relación al exterior, el gobierno
ateniense fue cambiando progresivamente sus relaciones con Esparta, pasando de
un recelo excesivo hacia cualquier decisión que el estado dorio tomara con
relación a su propia defensa, a una abierta hostilidad en la que la guerra parecía
cada vez más inminente. Igualmente, adoptó una clara política imperialista con
relación a los aliados, dando un paso adelante en este sentido cuando decidió
trasladar el tesoro de la liga de Delos a Atenas, para darle aquí más seguridad.
2. La Guerra del Peloponeso. Causas y consecuencias.
En el siglo V la guerra seguía manteniendo muchas de las características de las
guerras arcaicas. El extranjero, el ciudadano de otra polis, era considerado o
enemigo o huésped. La guerra la declaraban los heraldos y los vencedores
seguían teniendo derecho a tomar todos los bienes del vencido, incluidos los
prisioneros que luego podían ser usados como rehenes o como esclavos. Se
erigían trofeos conmemorativos de las victorias, que solían ser poco duraderos
para evitara la creación de odios perpetuos, trofeos que sirvieran para adelantara
el tiempo de olvidar las diferencias y no alimentar los recelos. A diferencia de los
tiempos más antiguos ahora en las guerras se firmaban armistcios, para que las
partes pudieran enterrar a sus muertos, y los prisioneros no eran ejecutados, sino
que resultaban una parte económica del botón generadora de riqueza. Unas
pautas reconocidas por todos consideraban que templos y santuarios debía ser
respetados por las partes en combate, calificando de bestialidad inasumible sus
destrucción, como se daba en algunos casos. Se trataba de una cierta
“humanización” de la guerra, si esto es posible.
En los años previos al comienzo de los combates, Atenas había alcanzado una
bonanza económica que se manifestaba en las disponibilidades económicas
saneadas de la ciudad. Atenas ingresaba y gastaba como fondos propios los
dineros pagados por los aliados al tesoro de la liga, y el resto de sus ingresos los
obtenía de los impuestos indirectos. Los principales eran los que gravaban las
transacciones comerciales, de importación y exportación de productos, y de
compra venta en los mercados. Obtenía excelentes rendimientos de las minas de
plata del Monte Laurion, al sur del Ática, propiedad del estado, y de las tasas que
pagaban los metecos, extranjeros residentes en la ciudad (comerciantes
orientales, banqueros, cambistas, artistas, intelectuales, etc.., ). Los metecos
estaban bajo la jurisdicción del arconte polemarcos, y sus bienes eran inviolables,
como garantía necesaria para sus transacciones. No imponía tributos directos,
salvo la eisphora, que sólo se recaudaba en situaciones de necesidades
extraordinarias y afectaba sólo a la primera clase del censo. Las fuentes escritas
indican que al comienzo de la guerra, la ciudad disponía de un fondo de unos
seis mil talentos de plata, una cantidad que se consideraba enorme como
presupuesto de una polis de la época.
La guerra fue narrada por el más importante de nuestros historiadores griegos,
Tucídides, un ateniense que en buena parte fue espectador de los hechos. La
guerra se extendió desde el 431 al 404, veintisiete años de contienda pausada por
varios períodos de paz o armisticio, que configuraron claramente dos fases. DElk
431 al 421, a lo que siguió un armisticio que duró siete años, y la segunda parte,
del 414 al 404, que finalizó con la rendición de Atenas ante Esparta y sus aliados.
Durante la contienda, Atenas demostró ser la dueña del mar, al disponer de la
flota más numerosa y mejor dirigida, mientras que por tierra Esparta tuvo el
control absoluto de las operaciones. Pero las disponibilidades económicas eran
distintas en cada caso. Con un presupuesto holgado, Atenas se podía permitir
una guerra larga, de desgaste del enemigo, mientras que Esparta, más austera,
necesitaba una victoria rápida, pues no contaba con fondos suficientes que
pudieran garantizar largo tiempo su superioridad militar. De modo que la
primera gran ofensiva militar fue a cargo de Esparta, y se dirigió contra Atenas
misma, a la que puso en asedio. Durante este asedio en Atenas se declaró una
epidemia de peste que acabó con un tercio de la población y acabó extendiéndose
a los campamentos dorios que la asediaba. Fue un desastre en el que mrió el
propio Pericles, obligando en el 429 a levantar el asedio y regresar los espartanos
a su patria.
En la segunda parte de la guerra, Atenas soportó más derrotas, mientras qu la
posición de Esparta mejoraba gracias a la ayuda económica que recibió de
Persia. Finalmente en el 404 Atenas claudica y pide negociaciones de paz. La
ciudad había pasado de tener un censo de unos 35.000 ciudadanos a 21.000.
Esparta impuso un gobierno aristocrático sometido a sus directrices, y las
asambleas democráticas fueron reformadas, de manera que sus miembros
representaran a los ciudadanos de los censos más ricos (la Asamblea de los Cinco
Mil). El poder ejecutivo lo tuvo una comisión de treinta miembros, que la
oposición democrática calificó como el gobierno de los treinta tiranos. Se
derribaron los muros que protegía la conexión entre la ciudad y sus puertos de
Phaleron y El Pireo, así como las murallas que rodeaban la ciudad, reconstruidas
tras el asalto de los persas, y que habían sido uno de los motivos de recelo de
Esparta hacia Atenas.
El período siguiente, hasta el ascenso de Filipo II de Macedonia al poder,
puede calificarse de época de cambio, que dejó atrás el siglo de los poderes
hegemónicos – Atenas, Esparta – para dar paso al equilibrio y reparto de poderes
entre estados, a su vez configurados con miembros que conservaban su soberanía
e independencia dentro del estado. Será el siglo de los federalismos, cuyo
ejemplo más claro será Beocia.
Pese ser la gran vencedora de la guerra, Esparta salió de la misma con graves
problemas. Su censo de ciudadanos, los espartiates, había descendido a niveles
extremadamente críticos, pues en el 371 sólo quedaban unos dos mil, frente a un
mínimo de 20.000 ilotas, siempre dispuestos a la rebelión. Persia tuvo un papel
destacado en el juego de relaciones diplomáticas, apoyando al débil frente al
fuerte, y evitar así la formación de poderes muy fuertes. De hecho, la llamada
paz de Antálcidas – del nombre de uno de los embajadores más activos en su
firma – fue también llamada la Paz del Rey, porque en la mediación entre
Esparta y Atenas, Persia tuvo un muy destacado papel, hasta el punto de que fue
la potencia más beneficiada de las tres, pues recuperó el controlñ de la costa
Jonia.
3. Principios del régimen democrático. El ciudadano ante la ley
La Atenas de Pericles garantizaba a los ciudadanos su libertad desde el
momento de que ninguno podía ser esclavizado. Los delitos dejaron de tener una
responsabilidad colectiva y pasaron a ser individuales. Esto es, la familia no era
responsable de los crímenes que pudiera cometer uno de sus miembros, sino que
cada individuo era responsable de sus propios delitos. Todos los exilados
políticos pudieron regresar sin peligro alguno, y se garantizaba la isonomía o
igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, aunque esa igualdad no debía
entenderse bajo nuestros parámetros actuales. La igualdad se entendía para el
ciudadano, pero cada uno dentro de su segmento social o de su clase. Asi,
cualquier ciudadano podía pedir la palabra y votar en la ecclesia, podía ser juez
en la Heliaea, presentarse como candidato a la boulé o Consejo de los Quinientos
e incluso a cualquier magistratura. El estado velaba porque esta participación se
hiciera imposible por motivos económicos, instaurando las pagas de asistencia a
la Heliaea y la ecclesia, impulsando las cleruquías y ofreciendo trabajo en la
ampliación de la flota, en los puertos o en las sucesivas obras públicas de la
ciudad.
Hubo pagas para las viudas y educción y mantenimiento para los huérfanos
de soldaos muertos en combate. Los mutilados igualmente recibieron asistencia
por parte del estado, y un cuerpo de sitofílakes, o vigilantes del trigo, se encargó
de que los mercados estuvieran abastecidos de grano a un precio justo, para que
todos los ciudadanos pudieran comprarlo. El botín en especie capturado en las
guerras se repartía entre los más necesitados, para asegurarles alimento, mediante
repartos de regalos y sacrificios masivos de bóvidos, hecatombes – cien bueyes,
en sentido genérico -. La asistencia a las representaciones escénicas, era gratuita y
los gastos de su celebración corría a cargo de grupos de ciudadanos elegidos de
entre los más ricos, que lo asumían como una liturgia u obligación, distribuyendo
el gasto entre todos. Era el impuesto de la choregía, porque financiaba sobre todo
el coste de los coros, necesarios en cada obra a representar.
En el siglo IV el sentir democrático había trastocado los principios del
sistema. Los lideres demagogos proclamaban que la democracia consistía en que
el pueblo hiciera lo que quisiera, cuando un siglo antes Heródoto VII.104, nos
recordaba que siendo libre el pueblo ateniense, no podía obrar a su santa
voluntad, carecía de libertad absoluta pues por encima de los ciudadanos aún
estaba la ley. Poco antes del fin del la Guerra contra Esparta, año 406, se produjo
un lamentable suceso que ponía de manifiesto lo que suponía hacer caso omiso
de ese principio. En la Batallas de las Islas Arginusas entre las flotas de Esparta y
Atenas, salió vencedora la flota ateniense. De regreso a la patria, tras las
celebraciones, en la ecclesia surgió una acusación contra el cuerpo de generales
atenienses que mandaban aquella flota, por no haber supuestamente auxiliado
suficientemente a los marineros atenienses que durante el combate habían caído
al agua, produciéndose numerosas bajas por este motivo. Se protestó ante lo que
se consideraba una acusación monstruosa, que pedía además la pena capital para
los acusados, pero no se hizo caso y el proceso continuó hasta el final, bajo la
creencia sostenida de que la voluntad del pueblo era inapelable. Los generales
atenienses fueron ejecutados, y no pasó mucho tiempo antes de que la asamblea
que los condenaron reconociera su error y pidiera perdón. Los principales
instigadores de aquellas muertes fueron a su vez condenados, Jenof. Hell. I.7.1214.
En Atenas había dos clases de leyes, las divinas y las humanas. Las divinas
eran todas aquellas normas que se englobaban en la Themis, la representación de
la diosa de la Justicia, una hermosa joven que portaba en sus manos la balanza
de los actos justos e injustos, aquellos que ofendían o agradaban a los dioses.
Estas normas, conectadas con la divinidad, existían desde la época del dominio
del clan, el genos, cuyos líderes eran los únicos que las conocían y podían
interpretar. Se transmitían oralmente de generación en generación a los largo de
siglos. Suponía una suerte de legislación sagrada, por lo que era inmutable,
imposible de derogar o dejar a un lado, que resistía al paso dl tiempo, aunque
llegaran a estar anticuadas e incluso su misma antigüedad las hubiera hecho
incongruentes.
Junto a la Themis, estaba las leyes humanas, escritas por los hombres, con las
que la ciudad gobernaba en el día a día. Todos los ciudadanos podían conocer las
nomoi, las leyes aprobadas por las asambleas, que eran incompletas e imperfectas,
sin vocación de ser eternas, sino pensadas para tiempos y situaciones concretas.
Eran las leyes con la se gobernaba la polis. Junto a la Themis y las nomoi, la ciudad
contaba igualmente con la costumbre, algo vigente en el ámbito privado, en una
distribución de espacios que permitía a esas tres fuentes de derecho en una
convivencia bien articulada. De hecho nadie dudaba de que la ciudad era el
reflejo de sus leyes. Platón, Critón, 50A/51A, definía cuál debía ser a su juicio la
posición del ciudadano ante la ley: “el que viola la ley, está destruyendo la
ciudad; el estado no puede subsistir cuando las sentencias no se cumplen o los
particulares pueden neutralizar sus efectos. Aunque sean injustas, hemos de
aceptar y obedecer las leyes, pues la patria es más que una madre y el ciudadano
debe soportar cualquier agravio en su persona si con ello defiende a su país.
Todos somos libres de renunciar a nuestra ciudadanía y salir del país, pero si nos
quedamos debemos obedecer las leyes en todo momento”.
4. La asamblea del pueblo. El consejo y sus funciones. Las magistraturas. La
justicia. Los tribunales. Los extranjeros.
Para poder asistir a la ecclesia el ciudadano tenía que ser hijo de ciudadano y
ciudadana ateniense, haber estado al menos dos años en la milicia y tener más de
20 años. El número más alto se alcanzo en el 431, con un censo de 42.000, con
derecho a asistir a la asamblea y votar. Antes del 300 asistían sobre todo los más
humilde, desocupados, llevando su exiguo almuerzo, de algunas aceitunas,
cebollas, un poco de pan y algo de vino, como iban los asistentes en las comedias
de Aristófanes. Desde esa ficha recibían igualmente el miszos, una ficha de
asistencia que luego intercambiaban por treo o cuatro óbolos, el equivalente a
medio jornal de la época. En la Colina de Pnyx comenzaban las sesiones al alba,
para disponer de toda la luz del día, con la asistencia d los diez arcontes de los
que uno era presidente, el epístates, que era sorteado para que ejerciera el cargo de
entre los diez arcontes. Unos arqueros escitas, distribuidos por las partes más
altas de la colina se encargaban de velar por el orden público durante la sesión.
Antes de iniciar la misma se sacrificaba un cerdo a Zeus Agoraios y si no
sucedía algo imprevisto, como tormenta súbita, rayo o eclipse, se procedía a
celebrar la sesión con todos los presagios favorables. A esta asamblea se le
sometían para su discusión, aprobación o rechazo, los siguientes asuntos: el voto
de confianza a los magistrados, al que se sometían todos los meses, asuntos de la
defensa y suministros para la ciudad, calumnia o psicofantia, y delitos de alta
traición o eisangelia. Asuntos diplomáticos, relaciones exteriores, temas religiosos
y administrativos. En cada sesión había un orden del día, que se anunciaba con
al menos cuatro días de antelación. Pero no era rígido, la asamblea podía tratar
de cualquier asunto que se planteara. Las convocatorias eran a fecha fija, y las
que se convocaban de manera extraordinaria se anunciaban con trompetas por
las calles, y con hogueras en lugares sabidos, para las aldeas del Ática.
La apertura de la sesión la hacía el heraldo, tras lo cual comenzaba haciendo
la lectura del proboulema, que era el dictamen que sobre un asunto concreto había
realizado previamente el Consejo de los Quinientos o Boule. Esto abre la
discusión del mismo por quienes pidan la palabra y le sea otorgada por el
heraldo, que cede su cetro a quien va a hablar en cada momento. Cualquiera
puede presentar decisiones alternativas al proboulema, que finalmente será votado
cuando todos los que quisieron hubieran hablado. No se admite ninguna
propuesta que vaya contra las leyes, el voto es a mano alzada y el que va referido
a personas concretas, es un voto secreto. Si hay que aprobar normas que pueden
ir contra leyes antiguas, sagradas, leyes de la Themis, entonces se usan artificios
legales, como hacer los que se necesita mediante un decreto o psefisma, no
mediante una ley, lo que permitía obtener el mismo resultado que con una ley
pero sin contravenir a la Themis. Por ejemplo, una situación crítica en la ciudad
podía hacer necesaria una cancelación o minoración de las deudas. Pero esto lo
prohibía expresamente la Themis. Entonces lo que se hacía era promover una ley
que permitiera la cancelación de deudas, pero asegurando a su ciudadano
promotor su impunidad ante el castigo que la Themis destinaba a los infractores,
otorgándole previamente la adeia, garantía o seguridad. En otro caso, la Themis
prohibía que nadie usara del dinero acumulado en los templos para fines distintos
a los sagrados. Pero cuando el estado necesitaba dinero, la adeia volvía a permitir
utilizar ese dinero sin contravenir la voluntad de los dioses.
La ecclessia puede enviar al exilio a cualquier persona que se sometía a la
votación de los ciudadanos. Solía éste ser el sistema empleado por el gobierno de
la polis para librarse de sus adversarios políticos. La penas solían ser limitada en
el tiempo, diez, quince o veinte años, durante los cuales el exilado perdía todos
sus derechos como ciudadano y sus bienes pasaban a mano del estado. Sufrieron
ostracismo hombres de estado de la importancia de Temístocles, Arístides o
Hipias. Se denominaba ostracismo, porque algunas tablillas de voto eran ostraca o
cáscaras de almejas de buen tamaño, en las que grababa una incisión, que
indicaba el voto positivo o negativo al envío al exterior de los nombres que se
proponían. El ciudadano tomaba un ostrakon o tejuelo de un depósito que había
junto a las urnas, según fuese su posición a favor o en contra, en la urna que
había junto al nombre de su tribu. Por consiguiente, había diez urnas,
correspondientes a las diez tribus.
El asunto no era objeto de discusión en el asamblea, simplemente se
presentaba a los reunidos y se procedía a la votación. Junto a las conchas,
también se utilizaban pequeñas porciones de tejas para votar este tipo de asuntos.
Las fuentes hablas de un mínimo de asistentes, un quórum por tanto, de seis mil
ciudadanos, aunque más bien parece que se pedían seis mil votos a favor del
exilio, para que este fuera efectivo. Fuesen seis mil asistentes o seis mil votos
afirmativos, parece que se pretendía buscar con ello una cierta unanimidad en la
orientación del votante, partiendo de la idea de que seis mil simbolizaban al
conjunto, y este conjunto, votando todos lo mismo, suponía una deseable
unanimidad, aspiración contemplada en la tradición del derecho del genos. Algo
que conectaba con la Themis, ya que en asuntos de esa importancia era
imprescindible que todos los miembros de la comunidad estuviesen de acuerdo,
pues la oposición de un solo miembro, rompía esa unanimidad y hacía fracasar la
voluntad del conjunto.
En la ecclessia hablaban los mejores orados, y lo que se votaba no era siempre
la mejor idea, o la decisión más adecuada para la ciudad, sino lo que la mejor
retórica hubiese sabido convencer al votante de que era lo mejor en ese
momento. De manera que quienes en realidad gobernaban eran los líderes de
opinión, los demagogos y los estrategas, aquellos que demostraban la mayor
capacidad de persuadir al pueblo de cuáles eran sus intereses, con independencia
de la bondad de los mismos. La votaciones, que se realizaban al final del día,
eran contabilizadas por nueve individuos que debían evaluar el sentido del voto
emitido, observando el número de manos alzadas o bajadas, en el sector de la
asamblea que tenían designado para su control. Eran los proedroi. La suma de las
secciones proporcionaba el voto general.
Todos los asuntos que iban a la ecclesia pasaban antes por la boulé para ser
estudiados e informados, de manera que los ciudadanos tuvieran una in
formación suficiente sobre el alcance de las medidas que se querían aprobar. La
boule de Clístenes estaba formada por cincuenta consejeros por tribu, más otros
cincuenta suplentes. Debían tener más de cincuenta años, sólo podían ser
reelegidos una vez y recibían fichas por asistencia, que eran recambiables luego
por dinero. Se reunía todos los días, menos los festivos y aquellos días que se
consideraban no propicios. Erran convocados por el heraldo o las trompetas,
según se tratase de sesión ordinaria o extraordinaria. Podían ser sesiones públicas
o cerradas, y disponía de una estructura interna de funcionamiento como sigue.
El consejo estaba organizado en diez secciones, que funcionaba en su prytanía
o mes correspondiente. De modo que los consejeros en realidad sólo actuaban
durante un mes, el mes que le correspondiera según la tribu a la que se
perteneciera y la pritanía o mes – de entre 36 y 39 días - que le hubiese tocado por
sorteo. El año se estructuraba en esas diez pritanías. Cada pritanía tenía su
presidente o prítano, y su secretario o epístates. El consejo creaba comisiones
formadas con 10, 15 o 30 miembros, a la que encargaba de la administración de
asuntos concretos, de los que tenía que dar cuenta al pleno del consejo. Se
ocupaban de tareas como el control d entrada a la ecclesia, la vigilancia de las
obras del puerto, la administración del mismo, el control de todas las fiestas y
ceremonias de la ciudad, la contabilidad de las cuentas públicas, etc., Eran
asuntos tratados en la bolé las normas para facilita el cumplimiento de los
acuerdos de la ecclessia, las audiencias a las embajadas, la fijación de los
impuestos a recaudar, la vigilancia de la flota y la caballería, la explotación de los
bienes del estado, la construcción y reparación de los edificios públicos, la
supervisión de todas las magistraturas y la imposición de multas.
Desde Solón, la Heliaea fue el tribunal de apelación de las sentencias emitidas
por los magistrados, y el Areópago, el tribunal último contra las sentencias
capitales. A partir de Pericles, la Heliaea se convirtió el el máximo tribunal del
pueblo. Pero tenemos huellas de cómo era la Justicia en los tiempos arcaicos a
partir de la vigencia de antiguos tribunales, que en la Época Clásica ya no se
utilizaban, pero que daban muestra de su funcionamiento en las fases más
antiguas de la ciudad. La Justicia del genos, vigente al menos hasta Solón,
consideraba delitos como el homicidio algo privado, a resolver entre los clases
del autor y la víctima. Cuando los implicados pertenecían a clanes influyentes,
podían pedir el arbitraje del Areópago, tribunal muy prestigioso y constituido por
exarcontes. La condena podía ser a muerte o exilio.
La Justicia de la polis, la Dike, apoyaba igualmente las decisiones tomadas de
manera unánime, pero era consciente de la dificultad de obtener ese tipo de
acuerdo, y se conformaba con dar por válida cualquier decisión tomada por
mayoría. La mayoría suponía la conciliación de fuerzas opuestas, el sí y el no,
dando la razón a los más numerosos. Desde Dracón, fines del siglo VII,
funcionaban al menos siete tipos de tribunales especializados en delitos
concretos. El Paladion, compuesto por 51 jueces o ephetai, investigaba el
homicidio involuntario y el voluntario o asesinato. El Delphinion, con 51 jueces,
investigaba el homicidio justificado, como el cometido en delito in fraganti –
robo, adulterio -, o accidental, por caza, deporte o situación no intencionada.
Desconocemos las diferencias con el homicidio involuntario del Paladión. El
Freatis juzgaba los delitos cometidos por ciudadanos exiliados, que no podían
tocar suelo patrio. De modo que el juicio se celebraba con el tribunal en tierra, en
la playa, por ejemplo, estando el acusado en una barca, junto a la orilla. El
llamado Pritáneo estaba presidido por los reys de las cuatro tribus primitivas y
entendía de los delitos cometidos con piedra, madera, hierro y animal. En todos
ellos, si la víctima o su familia perdonaba, no había acción judicial. Eran muy
frecuentes los acuerdos monetarios entre las partes, que igualmente resolvían el
litigio. En el tribunal, si los jueces empataban al emitir su sentencia, se
consideraba que intervenía el voto de la diosa Athena, que siempre resolvía a
favor del reo. Con Pisistratos, hubo un juez por demos, que entendía de delitos
hasta diez dracmas, una especie de jueces de primera instancia, y desde Pericles,
se crearon tribunales de treinta jueces, uno por trytis. Los diaithetes eran uno por
tribu, con más de sesenta años, que entendían de delitos de más de diez dracmas.
Y finalmente, la Heliaea, cuyos miembros, de más de treinta años, cuyo
juramento era el siguiente:
“Votaré según las leyes y los decretos del pueblo ateniense y del Consejo de
los Quinientos, y si se ataca al pueblo ateniense, y si se habla o se vota contra él,
no lo consentiré. No estaré de acuerdo con la abolición de las deudas particulares
ni con la división de las tierras nio de las casas de lo atenienses. No perdonaré a
los desterrados ni a los condenados a muerte, ni me pronunciaré contra los que
viven en el país un destierro contrario a las leyes establecidas ni a los decretos del
pueblo ateniense ni del Consejo. No lo haré e impediré que otros lo hagan. Por
ser heliasta no recibiré regalos ni yo mismo ni nadie `por mí, hombre o mujer, de
entre mis amistades, sin ninguna simulación no engaño. Escucharé al acusador y
al acusado con toda imparcialidad, y daré mi voto con arreglo al fondo preciso
de la causa. Si soy perjuro, que perezca yo y mi familia, y si soy fiel a mi
juramento, que ambos sean prósperos”.
La Heliaea estaba formada por 600 miembros por tribu, seis mil en total,
actuando cada sección durante el mes que le correspondiese, salvo en algunos
delitos concretos, que requería la actuación conjunta de más de una sección.
Funcionaba 300 días al año y desde el 425 los asistentes recibían una ficha que
luego cambiaban por tres óbolos. Las sesiones estaban presididas por un arconte.
La capacidad penal de la asamblea abarcaba las multas, confiscaciones,
inscripción ignominiosa en estela, privación de sepultura, cárcel, flagelación,
atimia o privación de los derechos de ciudadanía, destierro y muerte. Si
tuviéramos que enumerar los elementos que caracterizaron la justicia ateniense,
tendríamos que hablar de su afán litigante, su espíritu leguleyo, la tendencia a
judicializarlo todo, lo cual, aun con la carga nde perversidad y vicio que suponía
en la reparación del daño a cualquier víctima, era mejor que la venganza privada,
como fórmula de resolución de los conflictos. Pese a todo, pesó más la imagen
cierta de unos jueces, los ciudadanos, que más que para impartir justicia, iban a
conseguir la ficha, y que por encima de los testimonios y la fuerza de los hechos
probados, se dejaban impresionar y llevar por los buenos discursos de los
oradores de turno. Pesaba la imagen de una justicia parcial y muy politizada.
En Atenas, en principio cualquier ciudadano podía ser magistrado. Decía
Platón que nadie estaba obligado a obedecer si a su vez no podía llegar a
gobernar. El resultado ideal para una comunidad como la ateniense era que la
ciudad fuera gobernada por los aristócratas, la clase mejor preparada para ello
por experiencia y preparación de base.
Las magistraturas de la ciudad eran elegidas cada año, con un máximo de dos
años en alguna de ellas, por reelección, Los estrategas podían ser reelegidos cada
año sin límite, de modo que por ejemplo Pericles logró serlo durante quince años
consecutivos. Junto a los estrategas, como comandantes en jefe de los ejércitos,
más abajo estaban los taxiarcas, de rango inferior, especie de coroneles, y los
filarcas, especie de coroneles de la caballería, probablemente a razón de uno por
tribu. Todos eran cargos sin salario y su número estaba en relación con las diez
tribus – diez, cinco, treinta -, donde eran elegidos. De modo que había diez
estrategas, taxiarxas, filarcas, hiparcas – comandantes de caballería – o diez
oficiales de levas, que se elegían por votación a mano alzada. Igualmente se
elegían los helenotamiai o tesoreros federales, desde el siglo IV los diez
administradores del theorikon.
Desde Solón los arcontes eran elegidos por sorteo de entre diez candidatos
que presentaban cada una de las cuatro tribus en que Atenas se organizaba en ese
tiempo. Eran el arconte polemarcos, encargado de la política exterior, el arconte
basileus, de la representación del estado en el exterior y al frente de las principales
funciones religiosas de los antiguos reyes, y el arconte epónimo, que daba
nombre al año, encargado realmente del gobierno de la ciudad. Un total de
cuarenta candidatos, extraídos además del censo de la primera clase. Eran tres, a
los que se añadieron otros siete desde Clístenes, a fines del siglo VI. Fueron seis
arcontes thesmothetai, o “hacedores” de leyes, los que preparaban todos los
acuerdos aprobados como leyes y los publicaban, y el arconte epístates o
archivero, además de secretario, que custodiaba todos los documentos y se
cuidaba de dar fé de los mismos. Desde el 486, cada tribu presentaba cincuenta
candidatos, un total de quinientos, para las diez plazas de arconte, sacados de las
dos primeras clases del censo. En 457, treinta años después, los candidatos eran
sacados de las tres primeras clases, y más tarde, de cualquier clase del censo. A
partir del 403, el número de candidaturas al arcontado se redujo a diez
candidatos por tribu, para ganar agilidad en la elección. Por boca de Sócrates,
escribía Jenofonte que, “era una locura que los magistrados de la ciudad fuesen
designados por sorteo, siendo que nadie quiere escoger por sorteo al capitán de
un barco, a un albañil, incluso a un flautista, ni a cualquiera que practicara un
oficio, cuyas faltas son mucho menos perjudiciales que las que se pudieran
cometer en el gobierno”.
Los candidatos electos para cualquier alto cargo eran sometidos al examen de
idoneidad para el cargo, o docimasia, donde eran preguntados sobre sus padres, el
demos, fratría y tribu donde estaban inscritos, la conducta observada para con
sus padres, sus costumbres religiosas, el cumplimiento de sus obligaciones
militares y fiscales. Los estrategas además debían ser propietarios de tierras en el
Ática, y los hellenotamiai, pertenecer a la primera clase. De pasar el examen, se
prestaban al juramento de obligaciones del cargo. Cumplir y hacer cumplir las
leyes, en la esfera de su ámbito y huir de la corrupción. Los magistrados podían
tener sustitutos o asesores, que le acompañaban en todos sus actos y le sustituían
en caso de ausencia o enfermedad. Era el páredros, que en el caso de los arcontes
eran dos, que el arconte los elegía entre los familiares y amigos. Debían pasar
igualmente la docimasia, como los titulares, pero no podían multar ni juzgar a
nadie, aunque eran muy respetados y solían colaborar con el magistrado.
Además de todos los anteriores, un segundo nivel de magistrados o
funcionarios era los uperetai o asistentes, colaboradores, entre los que se contaban
los escribas, secretarios, heraldos, al servicio del arconte, con fama de
manipuladores y prestos a sacar beneficio de su cercanía al arconte. Junto a ellos,
muchos demosioi, esclavos públicos que podían ocupar puestos de vigilantes de
archivos o contables, en función d sus aptitudes. Además, había marineros,
remeros, torturadores y verdugos, éstos últimos considerados impuros, por lo que
no podían vivir dentro de la ciudad.
Según rango y nivel, todos los magistrados gozaban de privilegios, como
ocupar asientos reservados en los espectáculos públicos o comer las mejores
partes de las víctimas de los sacrificios. Los hellenotamiai rendían cuentas cada
mes, que eran examinadas por un cuerpo de diez logistai o auditores, y los
estrategas lo hacían no al final del año, sino al final del oficio. Todos los
magistrados podían ser destituidos por la ecclesia, por delitos de prevaricación,
corrupción y malversación. En caso de demostrarse que habían robado, debían
devolver diez veces la cantidad defraudada. Cualquier ciudadano podía presentar
ujna queja contra cualquier magistrado, para lo cual se constituía una comisión
de diez euthynoi, con dos páredroi cada uno, un total de treinta miembros. Para
ello, los euthynoi iban al mercado y se situaban frente a la estatua del héroe
epónimo de la tribu concreta que señalaba ese mes (diez meses, diez tribus).
Cualquier ciudadano podía depositar su acusación en una urna, de manera
anónima, fijando la acusación y la pena que se pedía por ella. De aceptarse la
denuncia, se pasaba la acusación a los jueces del demos al que pertenecía el
denunciado, y los jueces valoraban si debía abrirse una causa. Si así lo hacían,
pasaban la acusación al tribunal popular de la Heliaea, cuya sentencia era
inapelable. En suma, la Atenas del siglo V era una ciudad que controlaba de
manera excesiva a sus magistrados, hasta el punto de entorpecer sus atareas con
las labores burocráticas de ese control. Se partía de la idea de que en cualquier
magistratura, su posible oficiante optaba a ella para robar y beneficiarse del
cargo, de modo que para evitar esa situación, el pueblo actuaba como órgano
preventivo tratando como criminales y ladrones patológicos a sus servidores
públicos.
Estaba en el derecho de la polis atacar a otras ciudades bien fuese por
autodefensa, o por tomar rehenes y hacerse con botín. Ya antes anotamos que en
Grecia, como en la Antigüedad en general, la guerra era un suceso habitual
inserto en la vida cotidiana de las ciudades.
5. Las grandes ligas griegas. La alianza espartana. La liga ateniense. Las
federaciones de estados.
Al final de la conquista de Mesenia, después de tres guerras, hacia mediados
del siglo VI, Esparta organizó a sus aliados bajo la Liga de los Lacedemones, en
las que inicialmente estaban Mesenia, Corinto, Megara y Argos. En estas villas
no había guarnición espartana y su autonomía era respetada. ESta liga se sumó a
la liga panheléníca durante las Guerras Médicas. Tras ella, Esparta decidió
mantener su liga de aliados, que organizó bajo la dirección de un consejo de los
aliados, en donde los delegados de los estados votaban sobre la paz o la guerra,
mientras que Esparta tomaba sus decisiones en un consejo aparte, en el que
decidía los contingentes militares que cada estado debía aportar al ejército de los
lacedemones. En este ejército, cada estado dirigía su contingente con sus jefes
naturales, si bien todos debían obedecer al comandante supremo espartano.
Nace oficialmente en el 464, aunque su existencia venía de la continuidad de
Atenas y sus aliados tras el final de las Guerras Médicas. Su centro estuvo en
delos y entre sus miembros estaban los estados de las Islas Cícladas, islas jonias,
Eubea, Jonia y puertos de Tracia. Se nombraban como Atenas y sus aliados. El
motivo de la liga era preparar una expedición contra Persia. Todos los estados
aportaban un tributo o phoros anual, que recaudaba una media de 500 talentos al
año. Al pasar algunos años, algunos aliados consideraron innecesario pertenece a
una alianza que les restaban autonomía y les hacía pagar para un proyecto muy
incierto. Ya antes indicamos la reacción represiva que Atenas desplegó para
obligar a los disidentes. Con el tiempo la liga se convirtió en el brazo imperialista
de Atenas. En el 454 el tesoro se trasladó de Delos a Atenas, y era administrado
desde la ecclesia. El Consejo de los Aliados dejó de reunirse, y Atenas,
simplemente, cuando los estados no pagaban enviaba sus guarniciones,
intervenía en los gobiernos locales y agrupaba las ciudades por distritos, para
controlar mejor la organización. Se enviaron muchos clerucos a las ciudades, que
pasaron a ser inscritos en la clase de los zeugitai, al recibir tierras para su
explotación. Estos clerucos se regían como una pequeña Atenas, tenían su ecclessia
y su boulé y tomaban sus decisiones como si fueran una prolongación de la polis
de Atenas.
En el 425, durante la guerra, Atenas dobló el phoros a pagar, y todos los
estados eran incluidos en el patrón de pesas y medidas del Ática. Tods estas
situaciones incrementaron el deseo de los aliados de abandonar la liga, lo que
conseguirían al final de la Guerra de Peloponeso.
En Arcadia la población vivía en aldeas dispersas por todo el territorio. Eran
un total de cuarenta y nueve aldeas que pertenecía a los hereos, nueve, a los
tegeatas, otras nueve, cinco de los mantineos, diez de los menalios, seis de los
parrasios y cuatro de los cinturios. En 473 era una hecho la liga federal de
Arcadia, de la que Tegea se salió finalmente para unirse a la Liga Lacedemonia.
En Beocia la población también vivía en aldeas dispersas. Hubo un primer
intento federalista en la primera mitad del siglo VI, cuando incluso se llegó a
acuñar una moneda federal con el escudo beocio y se creó un ejército federal
liderado por beotarcas. En el 479 Esparta disolvió el proyecto.
En 457 los beocios volvieron a intentarlo pese a la oposición de Atenas y
Esparta, que no pudieron impedirlo. En 447 Atenas fue derrotada en Coronea
ante las fuerzas militares beocias, consolidado el proyecto federalista de ese
pueblo. El federalismo beocio paría del respeto en igualdad de derechos de todos
los miembros de la liga, de modo que los derechos y deberes de cada estado
serían proporcionales a su población y aportaciones de dinero de la liga. La única
cualificación que se pedía para ser ciudadano de pleno derecho era ser
propietario de una parcela de tierra. Se formó un Consejo Federal de los Beocios,
con cuatro secciones, que se alternaban en su funcionamiento. El consejo estaba
integrado por once distritos que agrupaba a todos los beocios, con un total de
seiscientos sesenta miembros. Cada distrito estaba integrado por varias
poblaciones, con un número de delegados en función de la población total del
distrito. Así, la ciudad de Tebas por su población, agrupaba cuatro distritos, que
a 60 delegados por distrito, reunía un total de doscientos cuarenta delegados.
Orcómenos y Tespias eran un distrito cada una, con ciento veinte delegados,
Tanagra, uno, con sesenta, Coronea, Haliarta y Lebadea, un sólo distrito con
sesenta delegados para las tres – veinte cada una - , al igual que Acrafia, Copai y
Queronea, con un sólo distrito y sesenta delegados. El poder militar residía en los
once beotarcas, uno cada distrito, que aportaban mil soldados y cien jinetes al
ejército federal.
VI. EL SIGLO IV. EL MUNDO HELENISTICO.
1. Cambios sociales, económicos y políticos. La población de Atenas. Las
clases sociales. Riqueza y pobreza.
En el siglo V se alcanzó un equilibrio entre los poderes públicos y los
privados, equilibrio que se fue perdiendo a comienzos de la centuria siguiente,
cuando la balanza comenzó a inclinarse hacia los derechos individuales,
imponiéndose el egoísmo de los intereses personales. Esta tendencia se mantuvo
en un contexto de la quiebra de los valores familiares y la ruina del estado.
Aristófanes refleja muy adecuadamente el personaje del solterón, que sólo
mira por sus intereses, incapaz de cualquier sacrificio o renuncia solidaria,
equiparable en la mujer al papel de la cortesana. “Tenemos esposas para
perpetuar nuestro nombre, concubinas para cuidarnos y cortesanas para
divertirnos”, escribía el Pseudo-Demóstenes1, en un juicio. La sociedad ateniense
del siglo IV se debatía, entre otros problemas, en el de la natalidad, pues pocos de
las clases altas querían tener hijos, tal como estaban los tiempos. El aborto era
licito y la soltería y las dificultades de traer hijos a un mundo en crisis, ponían en
riesgo el crecimiento demográfico, con derivaciones tan concretas como la
generación de nuevos problemas, como el de las herencias y los mayorazgos.
Desde la filosofía, todos los pensadores preconizaban el control de la nataliudad.
Del siglo IV era igualmente el problema de los niños expósitos, niños no
deseados y abandonados en alguna institución o directamente en la calle. Todo
esto dibujaba un panorama escasamente optimista en cuanto al futuro dl estado,
que ciertamente el paso del tiempo no sólo confirmó sino que agravó hasta
límites insospechados. Doscientos años después, Polibio regresaba a Grecia
después de un obligado exilio bajo la custodia en Roma de los Escipiones y
encontraba una situación impactante que describía en los siguientes términos:
“En nuestros días, observamos en Grecia tal descenso de la natalidad, que las
ciudades están desiertas y las tierras quedan sin roturar. Ni siquiera hay guerras
ni epidemias continuas a las que achacar el problema. La causa del mal está
clara, la avaricia o la cobardía. Los hombres no quieren casarse ni tener hijos
fuera del matrimonio. A veces tienen uno o dos para dejarles su riqueza y
garantizarles una existencia llena de lujos, … por eso la plaga adquirió un
desarrollo rápido e insidioso. Si en esas familias de uno o dos hijos la guerra o la
enfermedad cobrara su tributo, fatalmente las veríamos desaparecer, y al igual
que los enjambres de abejas, al despoblarse las ciudades perderían su poderío”,
(Pol. XXXVI.17).
Atenas tenía censados unos 40.000 ciudadanos a mediados del siglo V, diez
mil más que al comienzo de las Guerras Médicas. A finales del siglo, tras la
Guerra del Peloponeso, sus ciudadanos eran 30.000 y a mediados del siglo IV,
unos 21.000. La situación en Esparta era más preocupante, como ya
anteriormente vimos. De los ocho mil espartiates antes del comienzo de las
Guerras Médicas, se pasó a sólo dos mil, un siglo después, en el 371, tras la
batalla de Leuctra.
El siglo IV presencia una notoria relajación de las ideas y compromisos
nacionales que había hecho posible la conformación del modelo democrático de
polis. El hundimiento de Atenas como estado hegemón, la derrota ante Esparta, la
pérdida del imperio de los aliados y de la base financiera que suponían, y que
había hecho posible el desarrollo de la democracia extrema, caló en el ciudadano
y se manifestó en su desconfianza hacia el estado, el escepticismo hacia los
ideales hasta ahora mantenidos, y el desapego, en fin, hacia seguir aportando el
esfuerzo personal al sostenimiento de un modelo de vida ciudadana que se
Un Pseudo-Demóstenes se refiere a escritos atribuidos a un autor, aunque sin seguridad en la
atribución.
1
consideraba perdido. Desapareció el patriotismo, el interés por la defensa de lo
local, la cohesión necesaria para continuar con las tareas comunes. Y el vigor
ciudadano se orientó hacia las iniciativas particulares, las construcciones
privadas, las grandes mansiones, el lujo y la ostentación de la riqueza privada,
frente a la cada vez más austera y restringida obra pública. Ésta dedicó el dinero
escaso de la ciudad a la construcción d arsenales, fortificaciones, murallas y
cuantos elementos se hacían necesarios para la defensa de la ciudad.
Y sobre todo, al enrarecerse el ambiente ciudadano por la búsqueda de nueva
fuentes de ingresos con que sustituir el dinero de los aliados, los ricos, que con
razón se sentían objetivo en los proyectos del gobierno local, fueron
abandonando la ciudad e instalándose en sus fincas particulares, en sus tierras de
cultivo, donde se construyeron grandes mansiones, como muestra de su poder
económico. Mansiones que contaban con jardines, patios, pórticos, artesonados,
magnificas decoraciones murales, esculturas y cuantas muestras de lujo hacían
falta para subrayar su preeminencia.
Desde el 400 héroes, dioses y cuadros de batallas dejaron de ser tema
representados por los artistas en sus obras. Se abandonan los temas generales, las
escenas que antes despertaban el interés del espectador, por los temas más
próximos, de la vida cotidiana, aquellos que el ciudadano sentía más conectados
a sus inquietudes. Ahora el artista retrata al mercader, al estratega, al filósofo o a
la cortesana, gente corriente de la vida de la ciudad. Los grandes escultores
Scopas, Práxiteles y Lisipo eran considerados como “fabricantes de hombres”,
muy lejos de un Fidias, que esculpía a Zeus, el padre de todos los dioses. Un
Leocares esculpía a Lycisco, un tratante de esclavos. Incluso la representación de
los dioses tradicionales aparecía humanizada tanto en sus imágenes personales
como en sus actos. No había problema en esculpir al dios Apolo matando a un
lagarto, a Hermes con un niño en brazos o a un sátiro, vertiendo un recipiente
con vino. Apelles, Zeuxis y Parrasio fueron pintores de los ricos, cuyas obras
alcanzaron precios muy altos. La Nueva Comedia deja de retratar un medio
social para ofrecer escenas de la vida privada, mostrando hincapié en los
caracteres individuales de sus protagonistas.
Típico del siglo IV fue el fortalecimiento de modos de asociación que se
situaban entre la familia, la asociación natural primitiva, y el estado, como
modelo de asociación supremo. Eran por ejemplo las hetairías, muy
individualistas y de tiempos homéricos. Se trataba de asociaciones de camaradas,
amigos o simplemente, practicantes de alguna actividad, deporte o afición en
concreto. Polibio decía que en Beocia muchos desheredaban a sus hijos para dar
sus bienes a las asociaciones de comensales a las que pertenecían (Pol.
XX.6.5/6).
Se asociaban metecos, profesionales, practicantes religiosos, filósofos,
antiguos usuarios de gimnasios, comerciantes, etc.., y estas asociaciones, especie
de gremios y cofradías, llegaban tener un peso importante en la vida política. En
la sociedad ateniense del siglo IV el dinero lo corrompía todo; todos aspiran a ser
ricos y los ricos, a serlo más aún. Reinaba la pleonesia o avaricia excesiva. La
riqueza se convirtió en la medida de todos los valores sociales, se especulaba, se
atesoraba oro y plata, se fabricaban joyas y armas bellísimas, y se adquirían
perfumes y vestidos carísimos. Se multiplicaba los banquetes refinados en los que
se consumían gran cantidad de rarezas culinarias, para admiración y envidia de
sus organizadores. “El amor por la riqueza no deja a nadie el menor tiempo para
ocuparse de otras cosas,… ninguna otra preocupación tiene el ciudadano que
preocuparse de la ganancia de cada día”, escribía Platón en las Leyes, VIII. 831C.
2. La evolución de la asamblea. La oratoria en el siglo IV.
La política era tomada como un negocio más, el mejor negocio, en el que los
ciudadanos honrados se esfuerzan en la política para mejorar las condiciones de
una clase, mientras que los demás la utilizan para sí mismos (Arist. Pol. III.4.6;
VIII.6.5; Demost. Fil. III.39). “Estamos en un tiempo en que las riquezas y los
ricos ocupan el primer lugar entre todas las cosas, y se desprecia la virtud y a las
gentes de bien, … pero s sabido que nadie se enriquece rápidamente si es justo”,
decía Platón, Republ. VIII.551. La miseria del tesoro de la ciudad, fue
directamente proporcional al auge del capitalismo. La pobreza se extendió a
amplias capas de la sociedad. En el campo, desaparecen los pequeños
propietarios cuyas tierras pasan a engrosar la gran propiedad, por no poder los
primeros vivir de sus cosechas. El trabajo realizado por los hombres libres no
pudo competir en precio al realizado por el esclavo, y s engrosaba el número de
ciudadanos que ya sólo vivía de la ficha de asistencia a las asambleas.
“Viven en la ciudad sin pertenecer a ninguna clase de ciudadanos, no pueden
llamarse noi comerciantes ni hoplitas, ni artesanos ni caballeros; sólo son pobres
o indigentes”, escribía Platón en la primera mitad del siglo IV. Eran los
proletarios, masa urbana siempre presta a la rebelión, a seguir a quien le ofrezca
la más mínima esperanza, unos veinte mil en Atenas en el 431, que apenas eran
doce mil hacia el 300, cuando los ciudadanos alcanzaban los veintiún mil, el 57%
del censo. Para estos pobres Atenas dispuso como salida las colonias, el
mercenariado y las cleruquías. ¿Qué libertad y democracia era esa que no se podía
disfrutar si no tenías los medios económicos para ello, esto es, si no se era rico?,
se preguntaban los actores de las comedias de Aristófanes. El sistema en realidad
colocaba a los pobres por debajo de los ricos a la hora de ejercer sus derechos, lo
cual era lo que se hacía en los gobiernos oligárquicos. Sobre los derechos
formales y reconocidos, esta era la decepcionante realidad. Para muchos, ir a la
asamblea no era ir a jercer unos derechos y hace que el sistema democrático
funcionara, sino simplemente poder comer o no ese día.
“El pobre, cuando mira al rico que vive sin trabajar, comprende de pronto que
su propia existencia era penosa y miserable”, Menandro, frag. 405 Kock, t. 3,
pág. 118. Y como denominador común de este pesimismo, la presencia cotidiana
e irritante de la ostentación de los más ricos.”La riqueza extrema impide a los
hombres obedecer, la extrema pobreza lo degrada; unos no saben mandar y
obedecen como esclavos, y otros no saben obedecer pero sí mandar como amos
despóticos. Vemos entonces que estamos ante una ciudad de esclavos y amos,
pero no de hombres libres” (Arist. Pol. VI.9.5/6; III. 2. 9). Y aún otro texto más,
ahora sobre el mal que provocaba los prejuicios sociales. “Se desborda hoy tal
suspicacia por la libertad, que cualquier cosa se concibe como si supusiera una
pérdida de la libertad y un atisbo de servilismo, hiriendo el orgullo hasta
provocar comportamientos ridículos, como el de Eutero. Era este un amigo de
Sócrates y estando en los últimos años reducido a la mayor pobreza, rechazaba
un puesto de intendente que le ofrecían porque a su juicio, le hubiera hecho
parecer un liberto, que eran quienes solían ocupar estos puestos, prefiriendo
seguir viviendo malamente”, Jenof. Mem. II. 8.4.
Por toda respuesta a esta clase de situaciones, sobresalían las medidas
demagógicas, como la que prohibía a las mujeres ricas que viajaran en carros a
Eleusis, para que las pobres no se sintieran ofendidas. En no pocos casos, los
conflictos de clase se desactivaban con oportunas cancelaciones de deudas o
repartos de parcelas entre los campesinos más necesitados. Progresivamente
fueron desapareciendo las obligaciones de los ciudadanos para con la ciudad,
ante la urgencia de solucionar de manera rápida los conflictos mas urgentes.
Nadie ya luchaba por el bien común, y unos y otros, pobres y ricos, a través de
sus facciones y oradores, luchaban por sus propios intereses de clase- Las
asambleas se convertían en los lugares propios para conseguir ventajas materiales
o saldar viejas rivalidades con los propios enemigos. El juramento de los
miembros de la Boulé al entrar en el cargo era bien explícito: “seré adversario dl
pueblo y desde este Consejo le haré todo el daño posible”, (Arist. Pol. VIII.7.19;
Platón, Rep. VIII.566C). Los ricos se convirtieron en un cuerpo de sospechosos
para los demócratas, y sus objetivos fueron despojarles de sus riquezas y
apropiársela ellos mismos. Parían éstos de la base que al ser todos los ciudadanos
iguales, eso suponía que las diferencias naturales no existían. La diferencia de
educación, conocimientos, capacidades o aptitudes no significaban nada. “Los
estados estarían mejor gobernados por los mediocres que por los inteligentes”,
decía el demagogo Cleón”, según Tucid. III.37. Al salchichero paflagonio de la
comedia de Aristófanes, Los caballeros, le van a aupar hasta el puesto de
presidente de la eclessia, y tras un período de modestia y rechazo, luego se crece,
envanecido por los halagos, y llega a admitir que “a fin de cuentas, estoy al tanto
de todo, o más o menos e incluso sé demasiado para el puesto”.
La igualdad se confundió con el igualitarismo, y se acabó perdiendo la noción
de la calidad y la cualificación, y en realidad, el resto de la escala de valores al
uso, y si pensaba que la naturaleza nos había hecho a todos iguales, con mayor
razón se deseaba la nivelación de la riqueza. Atenas, incapaz de incumplir con
sus obligaciones para con los ciudadanos, se convirtió en un motor de
frustraciones y de generación de expectativas insensatas. En La Asamblea de las
Mujeres, del 392, Aristófanes imaginaba un mundo mejor en el que toda la
riqueza fuera a un fondo común, y no hubiera ni ricos ni pobres. Mujeres e hijos
serían comunes a todos los hombres, y todo eñl mundo podría asistir a
banquetes, reuniones y actos públicos de cualquier tipo. Nadie tendría que
trabajar, pues para eso estarían los esclavos. De modo que esa especie de
democracia comunista, que se propugnaba como el ideal en aquella obra, en
realidad no podía mantenerse si no era acosta de una clase social uncida al yugo,
el sueño imposible de una polis sin esclavos.
En el siglo IV las malas condiciones sociales y políticas produjeron algunas
revueltas ciudadanas. En Mitilene de Lesbos los deudores acabaron degollando a
los acreedores. En Argos los demócratas mataron a mil doscientos ricos,
apoderándose de sus riquezas. En Siracusa, el tirano Agatocles ejecutó a cuatro
mil ricos y exiló a otros seis mil, en dos días del año 317. Durante ese siglo se
multiplicaron los edictos fiscales que aumentaban sus tributos, se repartieron
continuas liturgias y finalmente se crearon las symmorias, especie de paneles de
ricos que debían asumir periódicamente alguna carga económica de la ciudad. Se
llegaba a decir públicamente que en las actuales circunstancias era mejor ser
pobre que ser rico (Isocr. Antid, 160; Jen. Banq. IV, 31). Veamos como explicaba
esta reflexión Isócrates. “Voy a hablar de los cambios que han tenido lugar en
Atenas. Actualmente el pueblo no mira las cosas materiales de la misma forma
en que antes se hacía. Cando yo era niño la riqueza era venerada como algo
sólido y admirable y se veía lógico el deseo de acrecentarla para quienes desearan
mejorara sus modos de vida. En cambio ahora, cualquier hombre debe
preservarse de ser rico, como si eso fuese el peor de los crímenes; hoy es más
peligroso ser sospechoso de ser rico, que de haber cometido un delito, ya que
mientras los criminales son liberados o castigados levemente, el rico es castigado
con dureza, y encontramos hoy más hombres que han sido despojados de su
riqueza que hombres castigados por haber cometido crímenes”, Isocr. Antid.
159/160.
3. Crisis política e institucional. El theorikon. Las symmorias.
Desde el 403 la ecclessia evolucionó hacia un poder tiránico, ejerciendo para
beneficio de personas y facciones. En las sesiones se atacaba a personas, con
decretos que se aprobaban sin base legal – eisangelia, alta traición -, calificando
de delito cualquier actividad humana irrelevante, como el condenaba a un tal
Licofrón, por haber desviado a una mujer de su deber conyugal, o a Antidoro,
por haber alquilado a un flautista a una tarifa más alta que la legal, o a
Eugenidos, por un informe falso sobre un sueño tenido en un templo. Un cuerpo
de nomothetes trabajaba para reunir las leyes que debían derogarse por
inadecuadas u obsoletas. Tras la Guerra del Peloponeso la asamblea permanecía
semivacía la mayor parte de las veces, por lo que la ficha de la Heliaea se pagó
igualmente a la ecclessia desde el 392. Dada la pobreza del tesoro público el
gobierno de la ciudad fijó para estos pagos una cantidad total, y cuando se
agotaba ya no se pagaba más.
Los buenos oradores eran los verdaderos amos de la política. Solían
pertenecer a familias ricas y se especializaban en discursos sobre temas concretos.
ASAí, spobre política exterior los mejores eran Demóstenes y Calístratos, y sobre
Hacienda y Obras Públicas, Eubulo y Licurgo. Había también un mayor número
de oradores de segunda fila, vociferantes y tumultuarios, demagogos y psicofantes,
auténticos denunciadores profesionales, alérgicos a los ricos, aunque no a la
riqueza. Acusaban siempre en nombre del estado y hablaban en nombre del
pueblo. Sus discursos sólo servían para fomentar la desconfianza, las rencillas
internas, la envidia y la división. El debate político se resumía en un intercambio
de las más viles acusaciones y en un reparto de calumnias e insultos. Las falsas
imputaciones eran continuas y buscaban, consiguiéndolo casi siempre, el
descrédito del imputado y su relegamiento político. Las actuaciones de unos y
otros descendían el clima de convivencia a un nivel de continuas bajezas, lo que
sólo podía ocurrir con el consentimiento mayoritario del pueblo. Las acusaciones
más frecuentes eran las de corrupción y venalidad.
Desde Pericles cualquier ciudadano recibía dos óbolos para poder asistir al
teatro. El órgano pagador era el Theorikon, encargado asimismo de proveer de
alimentos a los más pobres. Poco a poco este órgano fue adquiriendo más
competencias asistenciales hasta convertirse en el verdadero soporte de la
democracia. Pagaba un dracma por asistente a las representaciones de tragedias.
El orador Demades decía que el theorikon era una engañosa trampa para la
democracia, que sólo contribuía a la ruina del estado. Esquines, Contra Ctesif. 251
escribía que “de la ecclessia se salía no como quien ha estado participando en
una asamblea deliberativa, sino como de una reunión de accionistas después de
la distribución de excedentes”. No es inoportuno reflejar la opinión de Aristóteles
sobre las peores manifestaciones del alma humana y el problema que más que
solucionar, creaban las instituciones asistenciales. “La maldad hace insaciable a
los hombres. Una vez establecida una costumbre, las necesidades aumentan sin
cesar, hasta que ya no tienen límites, pues la codicia es insaciable por naturaleza
y al mayoría de los hombres sólo vive para saciarla… se reparten los excedentes y
las necesidades siguen siendo las mismas. Tal ayuda a los pobres es un pozo sin
fondo”, Arist. Pol. II.14.11; VIII.3.4.
Atenas parecía haberse convertido en una república de socorros mutuos. Los
ciudadanos no se esforzaban por su ciudad, y ésta se agotaba por los esfuerzos en
alimentar a sus ciudadanos. A mediados del siglo IV nadie quería ser heliasta o
dikasta, y por dar un ejemplo, la lista de jueces que debía tener entre 230/250
nombres, sólo tenía 103. La ruina del estado provocó el aumento generalizado de
impuestos. El impuesto al comercio pasó a ser del 1%, así como en de las ventas
de inmuebles. Se recurrió cada vez más a las contribuciones extraordinarias, y de
ahí directamente a las confiscaciones, requisas y saqueos de países enemigos.
Para gobernar la ciudad se buscaron sobre todo expertos en hacienda pública, en
buscar más ingresos, y fueron cada vez más importantes los tesoreros que
custodiaban el Theorikon y la Caja Militar, cuyo mandato se extendía cuatro
años.
La eisphora o contribución extraordinaria alcanzó cierta complejidad y eficacia
en su funcionamiento, para garantizar la recaudación. Las cantidades que el
estado pretendía recaudar po este procedimiento extraordinario se repartían entre
todas las clases del censo, de manera proporcional a los ingresos. Se fijaba una
cantidad, por ejemplo 500 dracmas, a pagar en un año por cada miembro de cada
clase. Así, los miembros de la primera clase, los más ricos, podrían ser gravados
por ejemplo con doce anualidades en un año. Esto es, deberían pagar el
equivalente a doce años, habiéndose fijado el importe de un año en aquellas 500
dracmas. En total pagarían seis mil dracmas. A los de la segunda clase se les
podría imponer diez anualidades, cinco mil dracmas, seis a los de la tercera clase
y una cantidad menor a los de la cuarta, o incluso no exigirles nada. Los
ciudadanos más ricos quedaban distribuidos en grupos llamados synmorías, en un
total de veinte. Cada synmoría agrupaba sesenta ciudadanos del primer censo, de
modo que las 20 synmorías agrupaba a un total de mil doscientos ciudadanos.
Estos dividían entre todas las synmorias el montante global que el estado les
exigía como eisphora. A su vez, para mayor rapidez en la recaudación, el stado
exigía a los quince más ricos de cada synmoria que adelantara el pago
correspondiente a su grupo, la proeisphora, en total trescientos miembros, que
luego se encargaban de exigirlo a los componentes de su synmoría.
En el 378 el líder Androtion ordena apresar a los deudores de las synmorías,
violando repentinamente los domicilio para evitar que huyeran en la noche y
embarga sus bienes. Los morosos huían por los tejados o se escondían en sus
casas, Demost. Contra Androt. 49 ss. La trieraquía era un gravamen por el cual los
ricos debían hacerse cargo del mantenimiento de una nave. Ese mismo año,
Atenas intentó recuperar su imperio de liados, intentando resucitar una nueva
liga délica, aunque presuntamente bajo condiciones que la hicieran atractiva a
sus antiguos aliados. Los posibles miembros nombrarían un estado líder además
de un administrador o epimeletos de los bienes de la nueva liga. Barcos y phoros
serían pagados por las veinte synmorías en la forma ya vista antes, pero la realidad
es que de los mil doscientos inscritos, unos quinientos lograron obtener dispensa,
y al faltar fondos, la liga se diluyó al poco tiempo. No eran tiempos que
animaran al patriotismo y el sacrificio económico, por lo que los estados griegos
aumentaron sus cuerpos de mercenarios.
El sistema democrático tuvo sus defensores y sus detractores, situación típica
en un proceso tan amplio como complejo, que tuvo sus fallos y aciertos. Para
Aristóteles, la democracia con Pericles fue como una monarquía de mil cabezas,
pero aún así, era el régimen político más soportable de todos los corrompidos, el
peor de los buenos gobiernos y el mejor entre los malos. Sócrates tenía sus
razones para despreciar a la asamblea: compuesta por albañiles, bataneros,
ropaovejeros, buhoneros, zapateros, labradores y obreros, ninguna idea estimable
podía salir de allí, pese a que él mismo reconocía ser hijo de un artesano. El
filósofo estaba convencido de que sólo había mérito y virtud en el saber y se
asustaba ver a la ciudad gobernada por la ignorancia y que los hombres que iban
a ocupar las magistraturas fueran elegidos por sorteo. Esto era una pura
aberración. Platón condenaba sin reserva la democracia. Pensaba que al
degenerarse conducía sin remedio al gobierno de la chusma, la oclocracia.
Por su parte, quizás el mayor defensor de la democracia, aplicada a su ciudad,
Atenas, fue el historiador Tucídides. Terminamos esta parte de este estudio con
su discurso a favor de la misma: “Nuestro régimen nada tiene que envidiar a las
instituciones de nuestros vecinos, y en vez de imitadores, somos modelos para
algunos. Se llama democracia porque se orienta al provecho general, no el de una
minoría. Y así en la Justicia la ley reconoce la igualdad de derechos para todos, y
la consideración personal depende del mérito de cada uno y no del rango. Y esto
es lo que rige para ser elegido a ocupar los cargos públicos, sin que la pobreza sea
impedimento para el ejercicio de los mismos.
Estamos sometidos a los magistrados y a las leyes, que amparan a los
oprimidos, Hemos creado juegos, sacrificios anuales e instalaciones para todo
ello, para solaz y descanso de las preocupaciones cotidianas. Y nuestra grandeza
atrae la riqueza ajena, de la que gozamos como si fuera la propia. Nuestra ciudad
está abierta a todos, pero somos capaces de defendernos del enemigo con
nuestros propios recursos y ciudadanos, no como los espartanos, que no guerrean
sino es con sus aliados. Buscamos amigos no para beneficio propio sólo sino para
favorecerlos también a ellos, y damos nuestro apoyo no por interés y cálculo,
sino por nuestra confianza en la libertad, En suma, creemos que nuestra ciudad
es modelo para los griegos, por la pujanza que provoca admiración, pero no
como lo haría Homero con sus versos, que embelesan unos instantes con mengua
de la verdad real”. (Tucid. II. 37/41).
4. Macedonia hasta Alejandro. Las conquistas de Alejandro. El reparto del
Imperio. Atenas. Esparta. Seleucia. Egipto.
A mediados del siglo IV Macedonia era una región que reunía todos los
caracteres manifestados por cualquier otra durante la Época Obscura. Con rasgos
similares a los de los tiempos homéricos, el pueblo macedonio estaba compuesto
por un número indeterminado de tribus autónomas gobernadas cada una por sus
respectivos reyes. Vivían de una agricultura primitiva y de los ganados,
propiedad, tanto éstos como las grandes tierras más extensas, de una clase
minoritaria que se erigía como nobleza y que en la guerra, marchaba a caballo,
conformando un cuerpo élite que realmente decidía el resultado de los combates.
Esta nobleza, organizada en clanes, elegía a uno de ellos para gobernarles, y le
apoyaban en tanto sus actos trajeran beneficios a los clanes, destituyéndole con la
misma rapidez con que los beneficios menguaban. La guerra era frecuente entre
los clanes y tribus, al ser el acopio de botín una de las formas cotidianas de
incrementar la riqueza.
En el 359 un noble de una de estas tribus puso fin a las guerras internas y
unificó a toda la región bajo su único mandato. Era el rey Filipo II (359/336 a.
de C.), cuyos factores de éxito en la victoria sobre las demás tribus del país
fueron la modernización del ejército, al estilo tebano, en donde sin quitar a la
caballería su importante papel en la lucha, dio mayor protagonismo a una
infantería de hoplitas bien armada y disciplinada, organizada en escuadrones o
falanges, que llevaron desde ahora en Macedonia el peo de la guerra. Junto a
esto, Filipo contó con el dinero suficiente para hacer posible la creación de su
máquina militar: puso en explotación sistemática ls minas de oro que había en
Tracia, al NE. de Macedonia. El nuevo rey abrió a los macedones al exterior,
entrando en contacto con las poleis griegas del sur. Su proyecto era unificar a
todos los griegos bajo su mandato, esto es, apoderarse de la Hélade. Así, entre el
342 y el 338, tras una intensa actividad diplomática que no consiguió sus
objetivos, Filipo mantuvo combates con Atenas y Tebas, que fueron derrotadas
en la Batalla de Queronea del 338.
En el 337 Filipo convoca a todos los griegos a un congreso en Corinto, al
objeto de formalizar una liga panhelénica que recuperara el viejo objetivo de
invadir Persia y recuperar, como símbolo, las estatuas de los dos tiranicidas,
Harmodios y Aristógiton, que aún seguían en Susa, más de un siglo y medio
después de su captura en Atenas. Acudieron todos los estados, menos Esparta, y
alli se formalizó aquella unidad, bajo el liderazgo del rey macedón. Los estados
seguirían manteniendo su autonomía, no tendrían que hacer pago alguno, y sólo
deberían marchar bajo el liderazgo de Filipo con sus propios soldados. Y en esos
trámites se estaba cuando de regreso a Pydna, la capital de Macedonia, por
noticias sobre revueltas palaciegas, Filipo fue asesinado (336 a. de C.).
En Atenas, la situación política y la posición de los líderes sobre la
participación de la ciudad en la expedición a Persia distaba de tener unanimidad.
En el lado de la oposición a la misma, Demóstenes arengaba con sus discursos a
negar el apoyo al rey macedón. Por su parte, el orador Isócrates trataba de
convencer en la asamblea a los ciudadanos de las ventajas de tal alianza.
Mientras, en Pydna, tras vencer a todos los rebeldes, se alzaba con el poder un
hijo de Filipo, Alejandro. Desde el primer momento Alejandro, un joven de
apenas veinte años, asumió el proyecto de expedición de su padre. Conquistar el
Imperio de los persas.
Con un ejército formado por tropas macedonia y de los estados griegos que
integraban la Liga de Corinto. Alejandro avanzó has Jonia, la satrapía occidental
del Gran Rey de Reyes. Todas las ciudades griegas de la costa fueron liberadas e
incorporadas a la causa del macedonio, que seguía avanzando hacia el sur. Su
primer encuentro con los persas del sátrapa Mitrídates y los mercenarios de
Menón de Rodas fue en Gránico, al Noroeste de Anatolia, siendo la `primera
gran victoria del macedón. Obtiene una gran victoria frente al ejército persa
mandado por Dario III Codómano junto al rio Issus, al sur de Anatolia, y
prosigue su marca hacia el Libano. En Fenicia, donde recalaba la flota persa,
pone en asedio durante siete meses a la ciudad de Tiro, que acaba tomando y
sigue hacia el sur. Llega al delta del Nilo donde es saludado como faraón, hijo de
Amón. Allí hace la primera fundación de ciudad con su nombre, Alejandría, a la
que seguirían otras muchas a lo largo de su expedición hacia el Este. Alejandro
sale de Alejandría y marcha hacia el interior del imperio persa, cruzando el
Eúfrates y encontrándose con Dario en Gaugamelas, donde el rey persa es de
nuevo derrotado y huye hacia Susa. Hacia en 330 Alejandro ya había cruzado
igualmente el Tigris, y tomado las ciudades de Babilonia, Susa y Persépolis. El
imperio quedaba descabezado, y los dinastas tributarios hasta ahora sumisos al
Gran Rey de Reyes, le van saliendo al paso en su marcha ininterrumpida hacia el
Este, ofreciéndole su sumisión y disposición a colaborar con los nuevos señores
griegos.
El ejército griego cruzó todos los territorios al este de Persia, la actual
Afganistán y Pakistán, hasta llegar a India, a orillas de cuyo río Indo, tras luchar
con éxito contra el rey Posos, que dominaba esa región, los soldados griegos se
plantan y renuncian a proseguir la expedición cruzando el rio Indio. Era el año
324, cuando Alejandro por fin decide dar por terminado su avance, once años
después de haber salido de Grecia. El ejercito regresó a Babilonia y allí Alejandro
contrajo unas fiebres, acaso palúdicas o intestinales, de las que no s recuperó y le
llevaron a la muerte en el 323, cuando contaba los treinta y dos años de edad.
Alejandro se vio asimismo como un Rey de Reyes, adoptando paulatinamente
el ceremonial y protocolo de la corte persa, llegando a obligar a postrarse a todo
aquel que llegase a su presencia. No cambió nada de la administración persa, en
la forma de gobernar el imperio, salvo trasladar la capital a Babilonia, donde
restauró el Templo dl dios Marduk, el dios nacional, y poner al frente de las
distintas satrapías o conjuntos de territorios asignados a un gobernante, a sus
colaboradores. Estos cambios y actitudes le llevaron a enfrentarse en ocasiones
con sus generales, que le reprochaban sus asianismo. Una vez muerto, el imperio
quedó repartido entre sus más fieles colaboradores militares, de modo que
Antígono recibió Occidente, con toda Grecia incluida, Ptolomeo recibió Egipto,
y Seleuco, toda Anatolia y Siria. Quedaban una inmensidad de territorios que
pasaron a ser gobernados por generales de menor proximidad a Alejandro, y
otros fueron devueltos a sus antiguos propietarios para que los administrasen,
aunque reconociendo la autoridad del más inmediato monarca helénico. Fueron
lka familia de los Attálidas en el reino de Pérgamo, costa jonia, los colonos
griegos que recibieron la Bactria, al este de Persia, la partia, que finalmente fue
gobernada por invasores indo-iranios, y el Reino de Judá, asumidos por la
dinastía judía de los Maccabeos.
En Atenas, tras la muerte de Alejandro, se produjo una rebelión contra la
presencia militar macedonia en la ciudad, que fue sofocada por tropas de
Antígono que decidió dejar una guarnición de manera permanente. De nuevo el
topo de gobierno instalado se rigió por normas muy conservadoras, y a la
asamblea sólo pudieron ir a votar los ciudadanos de un censo elevado, que
dejaba fuera a la mayoría. En el 307 se reinstauraba el régimen democrático tras
varios gobiernos oligárquicos, que volvería a a los conservadores con Sila n el
año 87.
En el último tercio del siglo IV Esparta era la sombra de su antiguo poder. Su
censo sólo contenía setecientos ciudadanos, de los que unos seiscientos eran de
condición humilde. En tan precaria situación Agis IV (244/241) y Cleomenes III
(236/232) intentaron aumentar su número ofreciendo tal condición a todos los
periecos, para lo cual se procedió a nuevos repartos de tierra. En otros lugares de
Grecia, aqueos y etolios desarrollaron exitosas ligas de estados, que usaron para
consolidar su poder en sus zonas de influencia. En estos dos casos, los pueblos
aliados no tenían poleis, por lo que la unión fue la de sus etne o grupos dispersos
de población. Carecían de una polis o etnos hegemón, por lo que lo líderes de la
alianza eran elegidos temporalmente y los potenciales conflictos que surgían eran
sometidos al arbitrio de los poderosos. Este fue el motivo por el que en 198 los
griegos pidieron arbitraje a Roma en sus conflictos con Macedonia y tras dos
años de intervención militar, T. Quincio Flaminino pudo proclamar la libertad
de todas las ciudades griegas, y cincuenta años más tarde, en el 148, Macedonia
se convertía en provincia romana, que incluía a todo los griegos hasta el istmo de
Corinto. Desde fines del siglo III, con el rey Filipo V, hasta el 167, con su hijo
Perseo, los macedonios intentaron recuperar el dominio sobre Grecia y para ello
mantuvieron hasta tres grandes guerras contra Roma, que finalmente sometía al
reino tras la derrota en Pydna de su último rey Perseo.
El Reino de Seleucia estaba formado por un número de regiones, pueblos y
culturas distintas. Su gran expansión se alcanzó con Antíoco III el Grande
(223/187 a. de C.) cuando entró en conflicto con Roma, por su deseo de
anexionarse Grecia. Vencido en 187, una parte de los territorios del sur pasaron
al Reino de Pérgamo, aliado de Roma, y la antigua Seleucia de Seleuco quedó
reducida a Siria, tras la conversión del resto de sus territorios en las provincias
romanas de Cilicia, Bitinia, Ponto y Asia, entre otras. En el 64 la misma Siria
sería provincia romana. En Egipto se instauró una dinastía cuyo fundador fue el
general Ptolomeo, manteniéndose la estabilidad política al menos hasta medidos
de la centuria siguiente. Pero el siglo I a. de C, fue para Egipto un siglo de
continuos conflictos dinásticos y sociales, con la interferencia de Roma, hasta
que en el año 30 a. de C. Octavio se anexó todo el país,
5. El gobierno y las ciudades. Economía y sociedad. Aspectos culturales.
Las monarquías helenísticas surgieron en regiones de larga tradición real,
como Egipto, Macedonia o Persia. En sus territorios englobaron ciudades-estado,
que no modificaron su condición ni sus autonomías, si bien perdieron sus
anteriores protagonismos, como Esparta y Atenas. La ciudad-estado no tuvo un
papel básico, como individualidad, sino que este papel pasó a las ligas de
ciudades-estado.
En Oriente surgieron nuevas ciudades con nombres como Alejandrías,
Seleucias, Antioquías, etc.., Todos los reyes respetaron y protegieron la
autonomía y el autogobierno de las ciudades griegas, que administraban sus
`propios territorios y sólo se sometían a la disciplina fiscal del gobernador o
dinasta correspondiente. Griegos y macedonios constituyeron una élite en cuanto
a derechos en sus ciudades, a gran distancia del pueblo, formado por los nativos,
con derechos elementales. Los reyes respetaron igualmente el autogobierno de las
antiguas ciudades tradicionales mesopotámicas, como Babilonia, Uruk, Susa,
Tebas o Biblos , limitándose al envío temporal de supervisores griegos. Pero no
alentaron o apoyaron de manera específica sus usos y costumbres, que respetaron
y permitieron que los nativos siguieran manteniendo, y en no pocas ocasiones,
las autoridades fomentaron la emigración de parte de sus poblaciones a las
nuevas fundaciones, con el fin de consolidarlas en el tiempo.
Los tiempos que siguieron a la muerte de Alejandro y la formación de los
nuevos reinos, vieron agudizarse los viejos problemas sociales y económicos que
ya se planteaban en el siglo IV. Estos problemas eran la falta de tierras de cultivo,
la extensión de la pobreza, la acumulación de riqueza en cada vez menos
individuos y el aumento de la población endeudada. Todos esos problemas
provocaron los conflictos sociales que ya se dieron en otros tiempo por las
mismas causas. Comoi consecuencia, se producían disturbios en las ciudades, se
expulsaban a los gobernante y se instalaban nuevos líderes, que degeneraban en
la falta de resolución de los problemas que les había llevado al poder, y el círculo
volvía a cerrarse. La llegada de Roma supuso el apoyo a las elites locales y la
consolidación de las oligarquías, abriéndose una nueva salida económica para los
más pobres al enrolarse como mercenario en los ejércitos locales, de modo que al
licenciarse obtuvieran tierras donde instalarse.
Los nuevos centros económicos de la región ya no eran ciudades como
Corinto o Atenas, sino Antioquía, Alejandría, Rodas, Pérgamos o Éfeso, entre
otros. En Egipto la economía siguió siendo la de los faraones, en la que el estado
controlaba las cosechas y los impuestos directos a pagar, atesorando oro y plata.
con la venta interior y exterior de todos sus productos. En Seleucia los
principales agentes económicos eran el palacio, el templo y los grandes
propietarios, a cuyo servicio trabajaban una población de pequeños campesinos
adscritos a la tierra y aún no muchos esclavos.
Las ciudades griegas fueron clave en la expansión de la cultura griega por
Oriente. Lengua, religión, educación, retórica, gramática, literatura o geometría
marchaban con los griegos en su expansión por Asia. Se organizaban Juegos
Olímpicos paralelos, se construyeron teatros, gimnasios, templos y edificios
públicos similares a los de su metrópolis. Pero el helenismo sobre todo fue
adoptado, limitado y asimilado por las élites, las clases altas indígenas, sin que
ello supusiera abandono de sus tradici0nes ancestrales. Babilonia siguió
utilizando el cuneiforme e incluso disfrutó de un renacimiento de la literatura
religiosa sumeria, y los Ptolomeos siguieron construyendo templos a la manera
egipcia y usando el jeroglífico como escritura oficial, junto al griego. No hubo
por tano fusión de elementos griegos y orientales, sino coexistencia de los
mismos, de manera armónica.
En el siglo IV se extiende la idea de una religiosidad individualista, intuitiva,
personal, con representantes tan importantes como Platón, Teofrasto, Dicearco o
Eudemo de Rodas. Es la causa y a la vez consecuencia de la pérdida de fe en los
dioses tradicionales, que no se rechazan directamente, pero se les relega a un
segundo plano al asumirse que ya no resuelven los problemas vitales. La religión
tradicional deja de aportar el tronco primordial de creencias, y cada ciudad busca
su divinidad protectora, a modo de patrón, de la familia de dioses olímpicos.
Desde la filosofía se sublima el poder de Zeus, y el poder del Hado o la Fortuna,
dioses conectados con el destino que preocupa al hombre, por encima del reto de
los dioses. El Hado se entendía como un poder impersonal y arbitrario, que los
propios dioses no podían controlar. Se produce igualmente una identificación de
divinidades griegas con homólogas orientales, y así Se verá a Zeus en Baal,
Amón, Marduk o Yahve. El declive del culto a los dioses tradici0nals coincide
con el culto a los gobernantes, a los que se emparentan con los dioses, como
ocurría con Demetrio Poliercetes, como hijo de Poseido, que triunfaba donde
otros dioses habían fallado, según decía un himno dedicado a él.
Griegos y romanos copiaron la astrología babilónica y los cultos orientales
siguieron teniendo sus adeptos. La filosofía recoge el fin de la polis y por tanto,
del ciudadano de la polis. Ahora el ciudadano lo es del mundo, y se enfoca como
individuo, no como miembro de una comunidad. Es un hombre que se preocupa
de su felicidad, de sus problemas como persona. Varias escuelas de pensamiento
marcan las fórmulas de enfoque de estar en el mundo, como los cínicos, los
estoicos y los epicúreos. Los estoicos, de la Stoa, una columnata de Atenas,
escuela fundada por Zenón, consideraba que el mundo estaba gobernado por un
Logos, poder divino racional, que ha situado a cada cosa en su lugar en el cosmos.
Por consiguiente, el hombre debe aceptar con resignación el lugar que le ha
correspondido y en el que debe vivir de acuerdo con la naturaleza. Para
conseguir la armonía con ese destino, el hombre debe liberarse de todas las
emociones, buscar la autosuficiencia y regir todos sus actos por la razón. La
libertad le viene al hombre cuando éste se ha librado de todas las cosas que le
causan ansiedad. Los estoicos estudiaban astrología babilónica, pues ern
conscientes de las relaciones directas entre lo que pasa en el cielo y lo que pasa en
la tierra.
Epicuro fue el fundador de una secta filosófica que lleva su nombre. Su
doctrina anteponía el placer cuyo logro se consideraba el ideal más alto. Placer
que no conseguía por la vida disoluta y los efímeros placeres de la carne, sino
liberándose de los miedos y las pasiones. Para ello, Epicuro condenaba la
magia.la superstición, el miedo a los dioses, el vivir la religión desde el temor. En
el plano científico, los epicúreos sostenían que los cuerpos se componían de
átomos, cuyos movimientos no estaban controlados por ninguna divinidad, sino
que aquellos se rigen por la casualidad, donde todo hombre debe buscar su
felicidad personal. Los cínicos, de kuon, perro, seguían a su líder espiritual
Diógenes, que vivía en la calle, como los perros, sin apenas lo sucinto para
mantenerse. Era una reacción rigorista contra los modos de vida vigentes.
Predicaba que el hombre debía ser autosuficiente, pues feliz era no aquel que más
tenía, sino que menos necesitaba. El mejor gobernante era aquel que se mostraba
más virtuoso.
La ciencia floreció particularmente en Alejandría, donde el primer Ptolomeo
creó el Museion, o casa de las musas, las divinidades inspiradores de las diversas
ramas del pensamiento científico. Por dar algunos nombres, Aristarco de Samos
fue quien concluyó que el sol era el centro del universo; Eratóstenes de Cirene
calculó la circunferencia de la tierra; Arquímedes de Siracusa desarrolló ingenios
militares y calculó la gravedad específica del agua.
Respecto de los judíos, durante el imperio persa miles de judíos regresaron de
Babilonia para instalarse en el Reino de Judá. All´ñi se autogobernaron con una
especie de monarquía-templo, una teocracia dentro de la satrapía conocida como
“allende el río”. Tras Alejandro, los judíos pasaron a depender de Egipto, y
tradujeron al griego el Viejo Testamento. Jerusalem se impregnó de costumbres
griegas. En el 168 Antíoco IV de Siria invadió Egipto y los judíos se sublevaron
en Jerusalem, pero Antíoco sofoca la revuelta, e instala un culto al dios Baal en
la ciudad para la guarnición siria. La intolerancia monoteísta de los judíos les
llevó a una nueva revuelta, a cargo ahora de un atal Judas Maccabeo. Conjuras
internas expulsan a Antíoco del poder, y los maccabeos se instalan en el gobierno
de Judá, creando una dinastía, la dinastía Hasmonea. .
Los maccabeos se expandieron, dominaron y obligaron a los nuevos súbditos
a adoptar sus usos y costumbres, renegando de los helénico, aunque con
resultado negativo ya que la dinastía reflejó cada vez más la absorción de la
influencia de esa cultura, como se ve en los nombres griegos que fueron
adoptando y en el uso de calificativos como el de philhellene, admiorador o
seguido de lo helénico. En la sociedad judia bajo los maccabeos destacó la vieja
aristocracia de los ricos sacerdotes, los saduceos, que hasta ese momento había
llevado las riendas del estado judio a través de la administración del Templo. Y
con ellos, loa fariseos, intérpretes y estudiosos de las Sagradas Escrituras. La
dinastía hasmonea gobernó el Reino de Judá hasta la llegada de los romanos, con
Cn. Pompeyo en el año 63, que la anexó a la provincia de Siria.
A mediados del siglo III a.de C. unos pueblos de origen escita e iranios que se
denominaban como partos invadieron la satrapía que se extendía más allá del río
Eúfrates, fundando un reino en las antiguas regiones donde se asentaron los
persas. En unos años conquistaron toda Mesopotamia, pasando a ser la potencia
más importante de la zona. La sociedad parta, muy helenizada, estaba gobernada
por una aristocracia que en las guerras constituía la caballería. El territorio estaba
habitado por muchos dinastas locales, autónomos aunque aliados con la dinastía
dirigente en cada momento, que vivían en ciudades como Babilonia, Assur,
Uruk, Ctesifonte o Hathra, con los restos de cuyas antiguas tradiciones y
costumbres se mezclaron ahora las helénicas y las partas Al mismo tiempo, en
ese territorio había ciudades griegas igualmente autónomas. Los partos
manejaban el griego como lengua oficial.
En suma, el helenismo fructificó en Oriente como una cultura de élites. El
griego pasó a ser la lengua con la que se comunicaban entre sí las ciudades, sin
que ello supusiera que se perdieran las lenguas y tradiciones locales. No hubo
una sustitución o una fusión, sino una coexistencia de culturas, la helénica y las
viejas culturas mesopotámicas y orientales.