Claro, que no son «del patíbulo», pero sí son «dirty», como señala el título original. La ética de estos sucios soldados, militares y/o condenados es escasa o, digámoslo de otro modo, diferente a lo que debería esperarse de unos llamados héroes que combaten en la Segunda Guerra Mundial. La matanza del desenlace pone los pelos de punta, y no hay justificación posible ni forma de hacerlo pasar por una hazaña. ¿O es que de verdad os lo parece?

Robert Aldrich dirige esta cinta clásica dentro del cine bélico cuyo mayor mérito radica en el casting, no vamos a negar lo evidente. Lee Marvin, Telly Savalas, John Cassavetes, Charles Bronson o Donald Sutherland son algunos de los protagonistas impagables de esta historia con exceso de metraje que se empantana en batallitas sociales que retrasan la trama principal hasta la última media hora, cosa que fastidia bastante. Toda esa larguísima parte del asalto a Robert Ryan, personaje inútil donde los haya, es pesada e innecesaria; del mismo modo, el momento «puticlub» da mucha vergüenza, estoy con el fanático Maggott.

Por lo demás, destacar lo que me gusta el rudo y fortote de Bronson, actor de origen lituano de enorme presencia física en pantalla y que sabe llevar un traje nazi con gran elegancia; la misma elegancia que demuestra al tumbarse en el suelo para que otro hombre le quite los pantalones... y no seáis mal pensados. El combate entre americanos y alemanes, de lo más logrado, con unas ametralladoras que suenan y disparan con furia.

Sobrevalorada, pero se deja ver a pesar de sus irregularidades.