Película amable y hecha con buen gusto, que con un tono a ratos divertido pero siempre acertado reivindica la dignidad de las mujeres que vivieron bajo el yugo de la sociedad patriarcal de mediados del siglo pasado.

Ambientada en un pueblecito meridional de la Italia de postguerra, el film narra las vivencias de una familia humilde que sobrevive gracias al ingenio y a la astucia de la mujer de la casa, que aún siendo vejada y ninguneada por su marido y su suegro, consigue siempre de manera honrosa el sustento para sacar adelante a su familia.
La protagonista soporta con estoicismo el desdén y los malos tratos a los que se ve sometida por parte del hombre con quien se casó. Sin embargo, lejos de lamentarse, ella encuentra siempre motivos para tirar adelante e ilusionarse con un futuro mejor para su hija, a quien vigilará para que no cometa los errores que pudo cometer ella.

Salí del cine con la sensación de haber pasado un buen rato.

Grazie mille.

Hay actores que aún teniendo muy limitada su capacidad expresiva, saben explotar un registro para el que están dotados por naturaleza. Es el caso de Sylvester Stallone, icono del cine de acción de los 80, cuya presencia en una película era suficiente motivo para llevar al cine a millones de espectadores. Poco importaba lo infantil que fuera el argumento o lo retorcida que fuera la historia. Se disculpaba todo con tal de que los malos consiguieran cabrearle lo suficiente como para que Rambo pusiera ese careto de "cuidadito conmigo que estoy muy loco" y empezara ya a cerrar bocazas, con todo el cine puesto en pie.
Si señor, Stallone se comía con patatas a paletos como Chuck Norris o a niñatos como Van Dam. Steven Seagal cambiaba de acera si alguna vez se cruzaba con él por allí, por Hollywood.
Por cierto, la película "Yo el Halcón" es muy mala, pero eso es lo de menos. Recuerdo que un cine de pueblo lleno de garrulos hasta la bandera coreaba y aplaudía al protagonista tras cada pulso que remontaba "in extremis".

Mal que me pese, no logro captar el mensaje que nos cuelan la prometedora pareja de guionistas. Matt y Ben se esfuerzan en vano para emocionarme con su historia de pobrecito chico humilde con cerebro superdotado que debe sobrevivir en ambientes tan hostiles como los barrios obreros, donde resulta que nuestro héroe no se siente muy lleno y, entre otras catástrofes, debe resignarse a trabajar de lunes a viernes, quedándole apenas tiempo para salir con los colegas y vacilar a los pijos universitarios chuleándoles sus hembras.
Oh! hay que ver lo mal que lo pasa flirteando con Minnie Driver, acostándose con ella a diario pero evitando cualquier compromiso serio, sus traumas se lo impiden, ohh! me parte el corazón. Seguro que pasó por una infancia difícil, seguro que fue un adolescente conflictivo, seguro que tras esa máscara de duro hay un niño asustado. Habrá que ir buscándole un psicólogo que se salga del manual, otro mártir que le comprenda y acabe contándole obviedades a las que su superdesarrollado cerebro todavía no había llegado.
Momento especialmente bochornoso es cuando la chica del superdotado cuenta un chiste vulgar para congeniar con los amiguetes macarras de su novio. No es necesario comportarse como un camionero para impresionar a quienes no fuimos a la universidad.

Me armo de coraje para revisar una de las películas que marcó mi juventud. Han pasado casi veinte años y, como me temía, recibo una tremenda bofetada por cada uno de ellos. Me entristece pensar que esta mamarrachada ejerció una gran influencia en mi joven cabecita de pájaro. Mi consuelo, saber que con el paso del tiempo he aprendido a separar el grano de la paja, con lo que ya no me dejo engañar con tanta facilidad.
Aquí el amigo Aristarain nos cuenta un cuento que pretende ser de amor, de amistad, de libertad ... oh que bonito!
Pero en verdad, a poco que rasquemos nos encontramos con seres incapaces de amar, seres egocéntricos, desquiciados por su ansia de notoriedad. Personas que van de luchadores, de rebeldes, de sabios de la vida, pero que en verdad no son más que unos lloricas, unos mimados, que al mínimo contratiempo ya están bebiendo, fumando y esnifando como osos hormigueros... que patéticos son! Siento hasta verguenza por haber sentido admiración por estos cuatro pardillos. Ahora que bien mirado, el pardillo fui yo por haberme dejado embaucar por una retórica tan vacia.
Sin duda la tuve en un altar durante años, y por lo que veo no fui el único. Quizás yo ande equivocado, pero hoy he saldado mis cuentas con Martín Hache. Gracias.

No me consideraba un gran fan de Woody, pero me lo pasé en grande con Match Point, y guardaba un buen recuerdo de otras tantas películas suyas, si bien las vi ya hace bastantes años. Pensé que no podría declararme admirador del cineasta neoyorquino faltándome por ver este considerado por muchos su mejor trabajo.
De pronto, a menudo que va desarrollándose la historia y van sucediéndose los diálogos, me doy cuenta de que no me resultan tan graciosos, ni las situaciones me parecen tan ocurrentes. Empiezo a preguntarme como es posible que el protagonista haya podido caer simpático con ese constante empeño en ser chistoso, con esa verborrea pedante y artificiosa.
La trama al principio tiene su punto, pero ahí está Woody con sus constantes gracietas y absurdas salidas para lucimiento propio, sabiéndose más inteligente e ingenioso que nadie. Parece como si alguien hubiera estado susurrándole al oído durante años lo genial y gracioso que es.
Lamento ser tan duro con él, pero alguien debería haberle dicho hace ya tiempo que no se creyera tan superior y tan guay porqué pierde mucho encanto.
También puede ser que yo sea un gañán y que no he sabido apreciar el sutil humor del maestro. Si así fuera le ruego al gran Woody Allen me disculpe.