Eran las diez de la noche, hora en que el paseo se iluminaba brillantemente, en que los fuegos artificiales suben a rasgar la turquí terciopelosidad del cielo; en que la brisa marina viene salitrosa, amarga y embriagadora; en que la música militar es bella porque apaga sus resonancias metálicas la distancia, el
abejorreo de las conversaciones y ese rumor hondo de toda muchedumbre.
Emilia Pardo Bazán