Volvió a quedar en silencio el hondilón, tornó Paquiro a sus hábiles escamoteos; seguía el Caravaca haciendo temblar al conjuro de sus imponentes ronquidos la cristalería de los pintarrajeados anaqueles; y dábale fin el Penitas a la última de las copas, cuando apareció en la puerta de la taberna, penetrando después en ésta como en país conquistado, Currita la Quinquillera, una de las más famosas de todas las vendedoras de randas y encajes de Andalucía, hembra como de treinta abriles, de caderas y senos imponentes, tez cobriza, pelo negrísimo, encaracolado en las sienes y cayéndole sobre la nuca en pesadísima castaña, donde lucía un enorme clavelón de tallo larguísimo; dos grandes aretes...
Hasta las jóvenes de la aristocracia, cuando vestían de trapillo para visitas de vecindad, no desdeñaban lucir
aretes de coral falsificado.
Ricardo Palma
-preguntó a Joseíto, y con voz trémula, el señor Pepe el de la Florida, a la vez que ponía una mirada francamente codiciosa en el mantón y en los aretes de la difunta, -Sí, que cierren -dijo con voz sorda el Zorzales.
Equipo Peligroso: • Los jugadores no utilizaran ningún objeto que sea peligroso para ellos mismos o para los demás jugadores incluyendo cualquier tipo de joyas (anillos, reloj, aretes, piercing, paliacate, pulseras de cualquier tipo, etc.).
No obstante, al caer sobre ella la mirada ofendida de la esposa, los nervios de la muchacha se crisparon y sus pupilas destellaron una chispa de odio triunfante, como si dijesen: «Puedes matarme; pero hace media hora tu marido descansaba en mis brazos.» Con aquella chispa sombría se confundió un reflejo de oro, un fulgor que el sol naciente arrancó de la oreja menudita y nacarada: eran los pendientes, obsequio de Camilo Balboa. La Mayorazga preguntó en voz ronca y grave: -¿Fue mi marido quien te regaló esos aretes?
Y Chicomecóatl, vistiéndose de bermellón desde la cabeza hasta los pies, adornada con aretes de verde jade y un collar de mazorcas de plata, quedó transformada en una hermosa joven.
Allí, vestido con su traje de obsidiana verde oscuro, casi negro, se desplazaba lentamente, ya no con la ligereza que antes acostumbraba; apenas se escuchaba el tintineo de sus espléndidos adornos: el gran medallón que como espejo le cubría el pecho, sus brazaletes de oro, sus dos aretes por cada oreja, unos de plata y otros de oro, su abanico de este mismo metal, pero enriquecido con plumas verdes, azules y amarillas.
Le daban regalos especiales: mantas de algodón preciosamente bordadas donde se veían flores, mariposas y pajarillos; penachos de finísimas plumas de quetzal y guacamayo; collares y aretes de perlas; brazaletes de oro adornados con jade.
Ella le oía cortándose las uñas, recordando a algún boquirrubio que le echó flores y piropos al salir de la misa de la parroquia, diciendo para su sayo: -Babazorro, arrópate que sudas, y límpiate que estás de huevo- o canturriando: :::No pierdas en mí balas, :::carabinero, :::porque yo soy paloma :::de mucho vuelo. :::Si quieres que te quiera :::me ha le dar antes :::
aretes y sortijas, :::blondas y guantes.
Ricardo Palma
La reina, a su vez, quiso ver los
aretes y sintió la contracción de la garganta que causa el deseo muy vivo de una cosa que no nos atrevemos a poseer.
Emilia Pardo Bazán
Aun las mujeres eran víctimas del despótico brigadier, que hacía encerrar por algunas horas en los calabozos del cuartel a las limeñas que lucían
aretes de coral o rizos en el peinado, adornos que el Robespierre del Perú, como se le llamaba, calificó de revolucionarios.
Ricardo Palma
En los Carballos..., quiere decir..., hay una costurera bonita que iba a coser al pazo de Resende...; ya no va nunca...; el señorito le da dinero...; son ella y una tía carnal, que viven juntas...; andan ella y el señorito por el monte a las veces...; en la feria de Illosa el señorito le mercó unos aretes de oro...; la trae muy maja...