Después de aclarados los términos de la rendición, dio su autorización para que el submarino avanzara navegando en superficie y atracara amurado al guardacostas, junto a la escollera del puerto.
Los bonos fueron contados en presencia de Ridgeway en Londres, empaquetados y seguidamente puestos en una maleta que contaba con un candado especial. El paquete desapareció pocas horas antes de que el barco en el que Ridgeway viajaba, el Olimpia, atracara en Nueva York.
El ladrón vendió los bonos en Nueva York tan rápido que un comprador juró haberse hecho con algunos antes de que el barco atracara.
Por lo tanto, finalmente navegó hasta el Pireo donde la multitud se había reunido deseando ver al famoso Alcibíades. Entró en el puerto lleno de miedo, hasta que vio a su primo y otros de sus amigos y conocidos, que le invitaron a que atracara.
El ataque británico fue tomado como insulto por los españoles ya que, al ser España neutral, debería respetarse a cualquier barco que atracara en su puerto.