Dos hombres
belicosos y señalados entre todos, Eneas e Idomeneo, iguales a Ares, deseaban herirse recíprocamente con el cruel bronce.
Homero
bien sabemos que es incontrastable tu poder; pero tenemos lástima de los
belicosos dánaos, que morirán, y se cumplirá su aciago destino.
Homero
No ha sido por el deseo ni por la necesidad de reunir una muchedumbre por lo que os he traído de vuestras ciudades; sino para que defendáis animosamente de los
belicosos aqueos a las esposas y a los tiernos infantes de los troyanos.
Homero
Dijo; y con el cruel bronce degolló al jabalí, que Taltibio arrojó, haciéndole dar vueltas, al gran abismo del espumoso mar para pasto de los peces. Y Aquileo, levantándose entre los
belicosos argivos habló en estos términos: —¡Padre Zeus!
Homero
No he venido a pelear obligado por los
belicosos teucros, pues en nada se me hicieron culpables —no se llevaron nunca mis vacas ni mis caballos, ni destruyeron jamás la cosecha en la fértil Ptía, criadora de hombres, porque muchas umbrías montañas y el ruidoso mar nos separan— sino que te seguimos a ti, grandísimo insolente, para darte el gusto de vengaros de los troyanos a Menelao y a ti, cara de perro.
Homero
Pándaro tendió el arco, bajándolo e inclinándolo al suelo, y sus valientes amigos le cubrieron con los escudos, para que los
belicosos aqueos no arremetieran contra él antes que Menelao, aguerrido hijo de Atreo, fuese herido.
Homero
Y los teucros hubieran vuelto a entrar en Ilión, acosados por los
belicosos aqueos y vencidos por su cobardía si Heleno Priámida, el mejor de los augures, no se hubiese presentado a Eneas y a Héctor para decirles: —¡Eneas y Héctor!
Homero
Estos interpusieron sus cetros entre los campeones, e Ideo, hábil en dar sabios consejos, pronunció estas palabras: —¡Hijos queridos! No peleéis ni combatáis más; a entrambos os ama Zeus, que amontona las nubes, y ambos sois
belicosos.
Homero
Allí, fuera del luctuoso combate, se detuvo y cambió de armadura: entregó la propia a los
belicosos troyanos, para que la dejaran en la sacra Ilión, y vistió las armas divinas de Aquileo, que los dioses dieran a Peleo, y éste, ya anciano, cedió a su hijo quien no había de usarlas tanto tiempo que llevándolas llegara a la vejez.
Homero
Como cuando se reúnen los hombres de todo un pueblo para matar a un voraz león, éste al principio sigue su camino despreciándolos, mas así que uno de los
belicosos jóvenes le hiere con un venablo, se vuelve hacia él con la boca abierta, muestra los dientes cubiertos de espuma, siente gemir en su pecho el corazón valeroso, se azota con la cola muslos y caderas para animarse a pelear, y con los ojos centelleantes arremete fiero hasta que mata a alguien o él mismo perece en la primera fila; así le instigaban a Aquileo su valor y ánimo esforzado a salir al encuentro del magnánimo Eneas.
Homero
Entonces los teucros hubieran vuelto a entrar en Ilión, acosados por los
belicosos aqueos y vencidos por su cobardía, y los aqueos hubiesen alcanzado gloria, contra la voluntad de Zeus, por su fortaleza y su valor.
Homero
Y si se abstiene de combatir por algún vaticinio que su madre, enterada por Zeus, le ha revelado, que a lo menos te envíe a ti con los demás mirmidones, por si llegas a ser la aurora de salvación de los dánaos, y te permita llevar en el combate su magnífica armadura para que los teucros te confundan con él y cesen de pelear; los
belicosos aqueos, que tan abatidos están se reanimen, y la batalla tenga su tregua, aunque sea por breve tiempo.
Homero