gafas

Cuando le costaba un coscorrón un tropiezo, suspiraba, y, en vez de rascarse, se aseguraba bien las gafas, que a su juicio tenían la culpa de todo...

No conozco nada que desfigure tanto un semblante, e imprima en todas las facciones un aspecto de gazmoñería, o de santurronería y envejecimiento, como el que dan las gafas.

Llegaron, en efecto, los sabios, y se formaron en semicírculo ante la princesita, que contemplaba con cierto asombro sus caras marchitas por el estudio, sus barbas desaliñadas y grises, sus ojos hundidos, de párpados abolsados protegidos por las gafas de plata, y sus frentes rugosas, que la calvicie hacía vastas y claras como lunas.

Si esas son las únicas gafas con las que ustedes pueden ver el mundo, hagan el esfuerzo de quitárselas por un momento, de escuchar, pensar y sentir como seres humanos.

Escuchen si todavía mantienen esa honestidad de seres de a pie que les pedíamos al empezar esta comparecencia, y no han vuelto a ponerse sus gafas de partido.

Lo terrible era cuando una partícula se incrustaba en el corazón de una persona, porque se convertía en un pedazo de hielo. Algunos hicieron cristales de gafas con los trozos que se encontraron pero fue espantoso.

Todos oían el himno de los astros que descubrió Pitágoras; sólo él, Aquiles Zurita, estaba privado, por sordera intelectual, de saborear aquella delicia; pero en compensación tenía el consuelo de gozar con la fe de creer que los demás oían los cánticos celestes. No había acabado de decir su chiste el profesor de las gafas, y ya Zurita se lo había perdonado.

El Cerote, que en aquellos momentos dedicábase a encerar un cabo, apenas si se dignó mirar a su compadre por encima de las gafas, que cabalgábanle sobre la acaballada nariz.

No dijo mal el que dijo que donde no hay harina todo es mohína, que mirando el Cerote a su amigo por encima de las gafas repúsole con acento colérico y agresivo: -¡Y será mucho lo que a ti te importará que a mí la necesiá me arrempuje o no me arrempuje!

Despertamos al seminarista, el cual se levantó tres veces, asomándose a la ventana a ver qué ocurría, pero no vio nada, a pesar de que llevaba puestas las gafas; siempre duerme con gafas.

Para pagarle con la misma moneda, me quejé de mis débiles ojos, y lamenté la forzosa necesidad que tenía de usar gafas, bajo el amparo de las cuales examinaba cuidadosa y completamente toda la habitación, mientras en apariencia sólo me ocupaba de la conversación con mi anfitrión.

-El algodón, para taparme las orejas y no oír palabras ociosas, y las gafas ahumadas, para que nadie lea en mis ojos las atrocidades que pienso.