¿Y piensas también que aquellos por quien se nos dispone algún peligro tienen ancha materia a las injurias, ya con testigos supuestos, ya con falsas acusaciones, ya irritando contra nosotros los movimientos de los poderosos, con otros mil latrocinios que pasan aun entre los de ropas largas, teniendo también por injuria si se les quita su ganancia o el premio mucho tiempo procurando, si les salió incierta la herencia solicitada con grandes diligencias, quitándoseles la gracia de la casa que les había de ser provechosa?
Cuánto una ayuna ara ansía el piadoso crúor, lo aprendió Laodamía al perder a su marido, 80 de su esposo nuevo antes obligada a renunciar al cuello de que llegando uno, y de vuelta otro invierno, en noches largas su ávido amor hubiese saturado, para poder vivir, truncado su matrimonio: lo cual, sabían las Parcas, que no largo tiempo distaba 85 si de soldado marchara a los muros ilíacos.
De dos en dos se balanceaban en equilibrio sobre las abultadas gotas de rocío, depositadas sobre las hojas y los tallos de hierba; a veces, una de las gotitas caía al suelo por entre las
largas hierbas, y el incidente provocaba grandes risas y alboroto entre los minúsculos personajes.
Hans Christian Andersen
Las veladas así resultan
largas y aburridas, si no se busca en qué ocuparlas: no todos los días hay que empaquetar o desempaquetar, liar cucuruchos, limpiar los platillos de la balanza; hay que idear alguna otra cosa, que es lo que hacía nuestro viejo Antón: se cosía sus prendas o remendaba los zapatos.
Hans Christian Andersen
Por callejero se lo habían querido llevar a la perrera de la ciudad y él había tenido que escapar de aquella monstruosa pena., .patas para cuando son!... y huyó. Vagó durante las
largas y oscurecidas doce horas de la noche. A cada instante se le figuraba que lo aprendían.
Antonio Domínguez Hidalgo
Sus manos,
largas y finas, como las de los mártires góticos acariciaban el libro de oraciones A los pocos segundos greyes renovadas comenzaron a entrar.
Antonio Domínguez Hidalgo
Yo, asustado, me dispuse a huir, pero cuando aterrado iba haciéndome para atrás, sentí en mi espalda las filosas ramas de otros árboles fantasmales y largas enredaderas iban aprisionando mis piernas y ascendían sobre mi cuerpo, sujetándolo.
Sus ojos vidriosos y enrojecidos me miraban con lóbrega atención; sus largas y puntiagudas narices me olfateaban y sus cadavéricas manos de afilados dedos y agudas uñas, me tocaban con deleite y murmuraban gruñidos como comentando.
No os puse tan largas dilaciones a la salida de la vida, cuantas a la entrada: porque de otra manera, si tardáredes tanto en morir como en nacer, tuviera la fortuna en vosotros un extendido imperio.
El Dodo no podía contestar a esta pregunta sin entregarse antes a largas cavilaciones, y estuvo largo rato reflexionando con un dedo apoyado en la frente (la postura en que aparecen casi siempre retratados los pensadores), mientras los demás esperaban en silencio.
Conservadlo siempre puro, moral y justiciero; no desfallescais en esta grande obra que iniciais llena de fe y de entusiasmo, y si alguna vez necesitáis la ayuda de un hombre joven de largas barbas, pronunciad mi nombre, y correré presuroso a ocupar mi puesto con el ardor, la fe y la esperanza de los primeros añios!
Resultaba extraño, e incluso pensándolo bien, inquietante a la larga, aquella solitaria velada de un enmascarado recostado en un sillón, en el claroscuro de un piso bajo atestado de objetos, aislado por los tapices, con la llama alta de una lámpara de petróleo y el vacilar de dos largas velas blancas, esbeltas, como funerarias, reflejadas en los espejos colgados del muro ¡y De Jacquels no llegaba!