Al lado de ellos un muchacho feo y contrahecho que tenia a una puta al lado tal mujer era una autentica zorra tocaba un aire popular italiano en un mal violín.
Pero es necesario no atarse, no lo olvides. Hoy uno, mañana otro, es preciso ser puta, niña mía, puta en el alma y en el corazón.
Rodeaba la innoble y ruin cuadriga grupo en que la que no es puta es vieja, de las cuales, por turno, una es auriga, mientras el resto al de Oliver moteja.
—dijo Curval. Y, llamando a la Fanchón, prosiguió—: Ven, puta, quiero beber de la misma fuente. Y Curval, colocando su cabeza entre las piernas de la vieja bruja, tragó golosamente los chorros impuros de la orina envenenada que ella le soltó en el estómago.
Por lo que respecta a mi madre, muy lejos de estar enojada por la suerte que haya corrido, sea cual sea, te diré que me regocijo de ello, y que mi único deseo es que la muy puta se encuentre tan lejos que no la vuelva a ver nunca.
Apenas se encontraron en la habitación, la puta se desnudó y nos mostró un cuerpo blanco y rollizo. —¡Vamos, salta, salta! —le dijo el financiero—.
BARBA AZUL - ¿Crees que no te vi, coqueta! ¡Desgraciada! ¡Vieja
puta!. -Un celoso de su honra reprendía con no muy apacible encanto a la mujer que lo acompañaba.
Antonio Domínguez Hidalgo
Y ¿cuánto renta cada año? Dígame, señor sacristán, por su vida. -¡Renta la
puta que me parió! ¡Y estoy yo agora para decir lo que renta!
Miguel de Cervantes Saavedra
-y enfurecido volvió a pegarle con tal fuerza que la hizo caer. La boca de la mujer comenzó a sangrar. - ¡Toma, jija de la chingada! ¡
Puta! -y le daba de puntapiés por donde podía. - ¡Ya no!
Antonio Domínguez Hidalgo
Apenas hubo dicho esto, cuando alzó la voz la hospitalera, que era una vieja, al parecer, de más de sesenta años, diciendo: ¡Bellaco, charlatán, embaidor y hijo de
puta, aquí no hay hechicera alguna!
Miguel de Cervantes Saavedra
Terminada la operación, Louis me endilgó casi el mismo discurso que Laurent, quería hacer una alcahueta de su pequeña puta, y aquella vez, preocupándome un poco de las amenazas de mi hermana, proporcioné a Louis, audazmente, todas las niñas que conocía.
La aparición rechinó los dientes y se rió, pero sacó el recibo de una gran carpeta y se lo tendió a Steenie: – Ahí tienes tu recibo, perro despreciable; y en cuanto al dinero, el hijo de perra de mi hijo puede ir a buscarlo a la Cuna del Gato. Mi abuelo le dio las gracias y estaba a punto de retirarse cuando Sir Robert gritó: – ¡Detente, tú, condenado hijo de puta!