Ejemplos
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La multitud rompía en la plaza, inundándola de clamores: -¡Muera! ¡Muera! En el portal de la tahona vociferaba la cabeza de Medusa: -¡La sangre de mi hijo! ¡La sangre de mi hijo!
—Cierra los puños y cierra las espuelas. Sofrena en la puerta de la tahona. —Don Pietro, voy a llenar de mateadores los calabozos.
Yamandú Rodríguez
Pero ¿quién se la iba a comprar? No había molino ni tahona en ninguna parte. A pesar de ser los fletes carísimos se decidió por cargar la mitad de su trigo para Buenos Aires, reservando para semilla la otra mitad, y él mismo se fue para la capital.
¡Seguí, che! —Conque lo agarré al Josefo y le hallé en una bolsa el cuero que había abigeato en la tahona. —¿Y cómo no lo trajo preso?
Yamandú Rodríguez
Otro día sacáronme a la plaza; y otra vez me pusieron en almoneda, pregonando el pregonero a quién más da por él; y un tahonero de un lugar de allí cerca me compró siete dineros más caro que primero me había comprado Filebo, el cual molinero luego me cargó muy bien de trigo que allí había comprado; y por un camino de muchas cuestas, pedregoso y muy malo de andar, me llevó a su tahona...
Un vecino sudoroso llega corriendo, choca con el palenque, da un empellón al "puerta"; sin perder tiempo en disculpas llega al despacho del comisario, entra y le dispara estas palabras: —¡Escayola, levantesé! ¡Hay fuego! ¡Se me quema la tahona! —¡Cabo Benítez!
Yamandú Rodríguez
Mas después que aquel yegüerizo me apartó y llevó lejos de la ciudad, ningunos placeres ni ninguna libertad yo tomé; porque luego su mujer, que era avarienta y muy mala hembra, me puso a moler en una tahona...
Aquí, por ventura, tú, lector escrupuloso, reprehenderás lo que yo digo y dirás así: -Tú, asno malicioso, ¿dónde pudiste saber lo que afirmas y cuentas que hablaban aquellas mujeres en secreto, estando tú ligado a la piedra de la tahona y tapados los ojos?
Joseíto cuando se enfurecía era un mulo de tahona; Joseíto la creía, sin duda, capaz de aceptar, estando como estaba para casarse con él, regalos de otro hombre y regalos de aquel calibre, y al pensar esto sintió la muchacha que se le estremecía el corazón y se lo humedecían los ojos.
Funcionarios con turbante violeta, esclavos de piernas desnudas, aguateros con un odre negro suspendido a un costado, niños de tahona cargando una tabla con panes sobre la cabeza.
Roberto Arlt
Sin ella quedose Luisito, muy contrariado y más cansado; y como se había atracado de peras y la larga carrera le había descompuesto el estómago, éste no se aquietó hasta que el niño hubo echado cuanto tenía en su cuerpo, con tan poco tino que manchó las sayas de una criada que volvía de la compra; y como fuese poco sufrida, cogió del cesto lo primero que le vino a mano, que era harina que llevaba envuelta en un papel, y tirola a la cabeza de Luisito, cuyos negros cabellos y moreno rostro quedaron como buñuelo cubierto de azúcar. Los niños que pasaban por la calle se echaron a reír y a cantar: El señor de la tahona se ha empolvado su persona.
—¡"Puerta"! —llamó. —¿Quién es ese hombre? —Don, Pietro, el de la tahona, señor. Y usté, ¿quién es? y disculpe. —El subcomisario Escayola.
Yamandú Rodríguez
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