Cogía piedras y las tiraba a los gorriones, acertándoles algunas veces; y cuando caían atontados, los remataba para que no volvieran a comerse sus cerezas.
En medio de la estancia hallábase un hombre puesto a cuatro pies sobre la alfombra: encima de él estaba montado un niño de tres años espoleándolo con los talones, y otro niño, como de uno y medio, colocado delante de su despeinada cabeza, le
tiraba de la corbata, como de un ronzal, diciéndole borrosamente: -¡Arre, mula!
Pedro Antonio de Alarcón
Rosario recreábase cada vez más en la contemplación de su hermosura y al mismo tiempo una profunda amargura invadía lenta y pérfidamente su corazón juvenil; nunca podría ella lucir galas iguales ni parecidas a aquellas, para costear una de las cuales necesitábase por lo menos el jornal que Joseíto ganaba en un mes; nunca podría ella lucir el garbo de su persona como engarzada en galas de tanto valor; tendría que resignarse a pasar escaseces y miserias, Joseíto no tenía más bienes de raíces que su jarabe de pico y que su carita gitaria...; en cambio, Juan el Alpargatero era hombre que lo mismo se tiraba cinco duros que se cantaba unas jaberas...
Murmuraban. Se iban. Y la mujer seguía desesperada.
Tiraba de sus cabellos ensortijados de permanentes. Gemía. Parecía inconsolable.
Antonio Domínguez Hidalgo
A doquiera que llegaban, él se llevaba el precio y las apuestas de corredor y de saltar más que ninguno; jugaba a los bolos y a la pelota estremadamente;
tiraba la barra con mucha fuerza y singular destreza.
Miguel de Cervantes
Después se le apareció muerta. Estaba allí, tendida sobre la espalda, en medio de la carretera. Tiraba de las riendas y la alucinación desaparecía.
-Pos, hija, lo que es yo -dijo haciendo un gracioso mohín la Caperuza -antes de casarme con un hombre como el Ecijano, mejor me tiraba a un pozo.
Éramos cuatro para levantarla, además del señor de Peyrehorade, que también tiraba de la cuerda, aunque no tiene más fuerza que un pollo, el pobre hombre.
Además de esto hablaba en la mesa, lo cual tenía prohibido, durante las comidas, y tiraba al suelo una parte de los manjares que le servían en su plato.
Se hundía otra vez: desapareció pugnando en vano por sostenerse. Alguien tiraba de sus zapatos... Buceó en la oscuridad, sorbiendo agua, inerte, sin fuerzas, pero sin saber cómo, volvió otra vez a la superficie.
Era la cosa más tenebrosa y lóbrega que jamás se vio, porque ni con la lumbre se acertaba a andar por las calles ni entrar en las iglesias. Luego empezó a llover ceniza con más furia que al principio, y diferenciaba en el color qué tiraba como a bermeja.
El dueño de casa tiraba plata por alto distribuíanse con prp- fusión licores, dulces y viandas; y en ocasiones, para solem- nizar más los vítores, acudían cuadrillas de payas, gibaros, y danzantes.