Ocurrió que cuando dioses y hombres mortales se separaron en Mecona, Prometeo presentó un enorme buey que había dividido con ánimo resuelto, pensando engañar la inteligencia de Zeus. Puso, de un lado, en la piel, la carne y ricas vísceras con la grasa, ocultándolas en el vientre del buey.
De otro, recogiendo los blancos huesos del buey con falaz astucia, los disimuló cubriéndolos de brillante grasa. Entonces se dirigió a él el padre de hombres y dioses: “¡Japetónida, el más ilustre de todos los dioses, amigo mío, cuan parcialmente hiciste el reparto de lotes!” Así habló en tono de burla Zeus, conocedor de inmortales designios.
Los perros aúllan, los bueyes mugen y es forzoso abandonarles la casa, a trueque de ser roídos en diez horas hasta el esqueleto. Permanecen en un lugar uno, dos, hasta cinco días, según su riqueza en insectos, carne o
grasa.
Horacio Quiroga
Recomenzó, automáticamente, sus días de obraje: silenciosos mates al levantarse, de noche aún, que se sucedían sin desprender la mano de la pava; la exploración en descubierta de madera, el desayuno a las ocho; harina, charque y
grasa; el hacha luego, a busto descubierto, cuyo sudor arrastraba tábanos, barigüís y mosquitos; después, el almuerzo -esta vez porotos y maíz flotante en la inevitable
grasa-, para concluir de noche, tras nueva lucha con las piezas de 8 por 30, con el yopará de mediodía.
Horacio Quiroga
Se coge la mano cortada de un ahorcado, que habrá que comprar antes de su muerte; se la sumerge con cuidado de tenerla casi cerrada en un recipiente de cobre que contenga cimac y nitro con grasa de spondillis.
Después se fabrica una vela con grasa de foca y sésamo de Laponia y se hace que la mano coja la vela encendida como si fuera una palmatoria; y por donde quiera que se vaya, llevándola ante sí, caen las barreras, se abren las cerraduras, y las personas que salen al encuentro permanecen inmóviles.
¿Irás por ventura a dar auxilio a los ratones, puesto que todos saltan en tu templo, donde se deleitan con el vapor de la grasa quemada y con manjares de toda especie?
Había un edificio donde potros y cerdos, encerrados en el establo, se asaban lentamente, y su
grasa chirriaba, y su olor convidaba.
Emilia Pardo Bazán
Al Debe y al Haber tornaba; al silabeo machacón de sus discípulos, a los corretajes y comisiones, por cuya obra se hacía más apetitosa la grasa del familiar puchero, más señoriles los trajes de las hermanitas, más completa la educación de los chicuelos y más serena la vejez de la viuda.
Manchas de grasa y de tabaco seguían sobre su ancho pecho la línea de los pequeños botones, y aumentaban al alejarse de su alzacuello, en el que descansaban los pliegues abundantes de su piel roja; estaba salpicada de manchas amarillas que desaparecían entre los nudos de la barba entrecana.
Los niños son maravillosos, sobre todo mientras no han aprendido a hablar; su carne pura conoce tal vez lo venidero; su grasa es principal ingrediente de las brujerías; dícese que su sangre cura la lepra.
Si la producción se mantuviera en los niveles que hoy alcanza, y que sólo representa un incremento de 1,8% mientras la población crece en 2,5 a 2,7% al año, nos encontraríamos el año 2000 (año al cual ustedes van a llegar, y yo también, ¿ah?) con que el año 2000 tendríamos que importar, óiganlo bien, 1000 millones de dólares en carne, trigo, grasa, mantequilla y aceite.