El cardenal Cisneros, con su aire severo y su austeridad franciscana, provoca sentimientos contrapuestos. Para unos encarna el rigorismo católico de la España imperial. Otros ven en él a una figura progresista, por fundar la Universidad de Alcalá de Henares, abierta a la vanguardia intelectual de su tiempo, o por anteponer, como señala Joseph Pérez, uno de sus principales biógrafos, el bien del reino al de la monarquía. El hecho es que su personalidad reúne múltiples facetas, como estadista, diplomático y reformador religioso, en las que se entremezclan luces y sombras. Su compleja trayectoria se ubica en una España que experimenta un proceso de cambio. Es el momento de su emergencia como gran potencia internacional, de la mano de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, los Reyes Católicos, título que les concedería en 1496 el papa Alejandro VI y que ha estado unido, desde entonces, a la monarquía hispana. Por eso, cuando en la documentación de la Edad Moderna se habla de “rey católico”, se hace referencia al monarca español, de la misma forma que “rey cristianísimo” es sinónimo de rey de Francia.
Isabel y Fernando fueron rápidamente mitificados. En la España de los siglos xvi yxvii, selesveíacomoelmodelode lo que debía ser un gran gobernante: su sabiduría política había construido la grandeza del país. Tras ellos, en cambio, llegaba una nueva dinastía, la de los Austrias, más interesada en los problemas europeos que en los específicamente nacionales. Esta visión legendaria sería la que haría suya, ya en el siglo xx, la dictadura franquista. De creer a los autores de la época, España, como Estado cohesionado, habría surgido directamente de la cabeza de los Reyes Católicos. A partir de la Transición, en cambio, una reacción