Solo para una noche
Por Miranda Lee
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Pero al llegar a su destino, Marina descubrió que el tío de la niña, el conde de Winterbourne, con quien había mantenido una escueta y formal correspondencia, no era el venerable anciano que ella esperaba. Muy al contrario, se trataba de un impresionante caballero de treinta y tantos años, realmente atractivo.
Marina intentó ignorar los intensos sentimientos que James despertaba en ella, y concentrarse en su cometido de salvar la vida de la pequeña. Pero él no se lo puso fácil: la quería en su cama y estaba dispuesto a conseguirlo…
Miranda Lee
After leaving her convent school, Miranda Lee briefly studied the cello before moving to Sydney, where she embraced the emerging world of computers. Her career as a programmer ended after she married, had three daughters and bought a small acreage in a semi-rural community. She yearned to find a creative career from which she could earn money. When her sister suggested writing romances, it seemed like a good idea. She could do it at home, and it might even be fun! She never looked back.
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Solo para una noche - Miranda Lee
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1998 Miranda Lee
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Solo para una noche, n.º 1211 - enero 2016
Título original: Just for a Night
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2001
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8030-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
NO QUIERO que te vayas.
Marina miró a su prometido. Su expresión era taciturna y malhumorada.
–Por favor, no empieces con todo esto otra vez, Shane. Me tengo que ir. Estoy segura de que te das cuenta de que no tengo más remedio.
–No, no me doy cuenta de nada –respondió él bruscamente–. Solo faltan tres semanas para la boda y tú te marchas al otro extremo del mundo para hacer algo que no sabes si realmente servirá. No tienes garantías de que tu médula espinal vaya a salvarle la vida a esa pequeña. Seguramente, le estás haciendo abrigar falsas esperanzas.
–Primero, solo voy a estar fuera una semana como máximo –le dijo Marina–. Segundo, resulta que, según las pruebas que me han hecho, soy cien por cien compatible con ella, no solo en el grupo sanguíneo, sino también en el tejido medular. ¿Tú sabes lo extraño que es eso?
–No, pero seguro que tú sí. Eres la inteligente y yo el necio.
Marina frunció el ceño al oír semejante comentario. Aquella era una cara de Shane que no había visto antes. Claro que jamás antes lo había contrariado.
Después de la muerte de su madre, dos meses atrás, se había sentido muy contenta de aceptar una mano amiga. El cariño y el apoyo de Shane la habían ayudado a superar con éxito aquel difícil trance. Shane se había ocupado, además, de todos los preparativos del funeral.
Marina era una mujer generalmente fuerte y decidida, pero las circunstancias habían determinado que sus defensas se derrumbaran. Shane le había dado toda la amabilidad y el cariño que había necesitado, lo que los había llevado ineludiblemente a la cama. Después de todo, era un hombre muy atractivo, y la historia sexual de Marina dejaba bastante que desear. El placer que había alcanzado con él la había dejado atónita y la había llevado a pensar que estaba enamorada. Un mes después, Shane ya le estaba pidiendo que se casara con él y ella le decía que sí.
No obstante, aquella faceta de él le resultaba muy poco atractiva. Su gesto amable se había transformado en un ceño fruncido y malhumorado.
–No sabía que te doliera tanto que fuera profesora –dijo ella con un tono frío–. Si piensas que te considero inferior a mí porque trabajas con las manos, te diré que estás completamente equivocado.
Shane había sido, durante años, la mano derecha de su madre en la escuela de equitación que ésta tenía a las afueras de Sydney. Y, aunque había dejado la escuela muy pronto, Shane no era en absoluto un necio.
Había empezado a trabajar en el rancho a los veinticinco años y, ya entonces, Shane había demostrado ser un experto en caballos. Además, desde el primer momento, la madre de Marina y él habían gozado de una extraordinaria relación, pues compartían una pasión: la equitación.
A Marina le gustaban también los caballos, y había aprendido a montar bien, pero no estaba, ni con mucho, tan obsesionada con ese deporte como su madre y su ayudante.
A Marina siempre le había gustado Shane, pero desde el primer momento el muchacho se había mostrado reticente y distante con ella. Hasta que la muerte de la madre de Marina cambió el estatus que había entre los dos.
Después de que sellaran su compromiso matrimonial, Marina le dijo a Shane que la escuela era exclusivamente responsabilidad suya y que podía hacer con ella lo que quisiera.
En aquellos momentos, ya se había empezado a preguntar si realmente amaba más la escuela y a los caballos que a ella. Quizás no la amara en absoluto.
–A veces pienso que nos hemos apresurado demasiado con lo de la boda...
Él rodeó la cama y se acercó a ella para tomarla en sus brazos antes de que ella pudiera decir nada más. Pero sus besos hambrientos y calientes la dejaron completamente fría. Al notar su gélida respuesta, él se apartó de ella y la miró con un gesto culpable.
–Estás enfadada conmigo, y tienes toda la razón. Estoy siendo realmente egoísta. Claro que te tienes que marchar, solo que te voy a echar mucho de menos –la soltó para tomar su barbilla entre las manos y besarla de nuevo.
Marina no podía evitar responder sexualmente a su tacto, lo que la desarmaba por completo. Empezaba a pensar que no la beneficiaba.
–Voy a echar mucho de menos esa boca maravillosa –murmuró Shane–. Eres tan hermosa: tus ojos, tu piel, tu pelo, tus pechos.
Comenzó a acariciarla a través de la camiseta, y ella se sorprendió del modo en que respondía su cuerpo, totalmente fuera de comunicación con lo que le dictaba su cabeza.
–Siempre te he deseado, Marina –insistió él, con una voz ronca y profunda–. Desde el primer momento en que te, vi sentí algo, pero tu madre me advirtió desde el principio que no se me ocurriera acercarme a su princesa.
Marina no se sorprendió al oír aquello. Su madre había sido una mujer llena de contradicciones. Había nacido en Gran Bretaña. Pertenecía a una rica y prestigiosa familia, a la que había desafiado, escapándose con un colono australiano, criador de caballos. Su familia la había repudiado a partir de entonces y le había prohibido regresar.
La amargura que aquel desprecio le había causado provocó que jamás volviera a hablar de sus antepasados británicos y que le prohibiera a Marina entrar en contacto con ninguno de ellos.
Semejante pasado debería haber hecho que la educación de su hija hubiera estado exenta de todo esnobismo e hipocresía. Pero, aunque en parte así había sido, había habido un deseo tácito de convertir a su hija en una verdadera dama, con todo lujo de refinamientos. La había llevado a clases de piano, de retórica y teatro, además de las obligadas clases de equitación.
No había funcionado. Quizás, en apariencia, Marina parecía una sofisticada joven de veinticinco años y era capaz de comportarse adecuadamente en los ambientes más refinados, pero, realmente, era una australiana de corazón, irreverente con la autoridad y rebelde.
Aquella rebeldía la había llevado a desafiar a su madre y a haber intentado averiguar más sobre su familia un verano que había pasado en Inglaterra. Pero, al mirar la guía de teléfonos, había descubierto que había cientos de Binghams, su apellido materno. Sin dinero ni medios, no tuvo posibilidad alguna de descubrir nada sobre sus orígenes.
Sin embargo, aquel inminente viaje a las Islas Británicas y su nada despreciable herencia, le permitirían, tal vez, encontrar algo. Aunque, si lo pensaba bien, no tenía ningún motivo para hacerlo, pues ningún miembro de la familia de su madre se había molestado en encontrarlas a ellas. Lo mejor sería abandonar aquella idea.
–Nunca pensé que te dignarías a fijarte en mí –continuó Shane–. Pero