Legado de secretos: Los Corretti (1)
Por Carol Marinelli
4.5/5
()
Personal Growth
Relationships
Betrayal
Self-Discovery
Family Relationships
Love Triangle
Forbidden Love
Enemies to Lovers
Rich & Powerful Family
Secret Relationship
Secret Baby
Secret Love Affair
Love at First Sight
Misunderstandings
Second Chance Romance
Film Industry
Secrets & Lies
Trust
Power Dynamics
Conflict
Información de este libro electrónico
Saga completa 8 títulos.
Lo que no sabía su secretaria era que él siempre conseguía lo que se proponía.
Elia nunca salía de casa sin su Bolso Santo, que no era precisamente el último diseño de alguna marca de complementos, sino el sitio donde guardaba todo lo necesario para manejar cualquier emergencia que pudiera tener su jefe, el mujeriego Santo Corretti. Pero cuando se complicaron las cosas para la familia Corretti, ni las gafas de sol que llevaba allí para él iban a poder cubrir la preocupación en los ojos de su jefe.
A la familia de Santo siempre la había rodeado el escándalo y el futuro de su imperio siciliano estaba en entredicho. Su hermano estaba detenido en comisaría y la película que estaba produciendo iba de mal en peor. Lo único que quería Santo era un poco de cariño y atención. Pero el corazón de Elia no estaba disponible.
Carol Marinelli
Carol Marinelli recently filled in a form asking for her job title. Thrilled to be able to put down her answer, she put writer. Then it asked what Carol did for relaxation and she put down the truth - writing. The third question asked for her hobbies. Well, not wanting to look obsessed she crossed the fingers on her hand and answered swimming but, given that the chlorine in the pool does terrible things to her highlights – I’m sure you can guess the real answer.
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Legado de secretos - Carol Marinelli
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2013 Harlequin Books S.A.
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Legado de secretos, n.º 89 - febrero 2014
Título original: A Legacy of Secrets
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de pareja utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados. Imagen de ciudad utilizada con permiso de Dreamstime.com.
I.S.B.N.: 978-84-687-4031-7
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
Prólogo
Elia estaba segura de que nunca iba a olvidar ese momento.
–Por favor, Elia, no te vayas.
Se puso de pie. Estaban en el aeropuerto de Sydney y tenía el pasaporte y la tarjeta de embarque en la mano. Miró a los ojos suplicantes de su madre una vez más. Eran del mismo color ámbar de los suyos. Estuvo a punto de ceder. Le dolía dejarla a solas con su padre.
Pero, teniendo en cuenta todo lo que había sucedido, tampoco creía que pudiera quedarse.
–Tienes una casa preciosa...
–¡No! –la interrumpió Elia con firmeza–. Tengo un piso que me compré con la esperanza de que te fueras a vivir conmigo. Pensé que así por fin te decidirías a dejarlo, pero no lo haces.
–No puedo.
–Sí puedes –insistió Elia–. He hecho todo lo posible para ayudarte a salir de allí, pero te niegas.
–Es mi marido...
–Y yo soy tu hija –le dijo, tratando de contener su rabia–. ¡Me pegó, mamá!
–Porque le disgustaste, hija. Estás intentando que lo deje y me vaya...
Su madre llevaba en Australia más de treinta años y estaba casada con un australiano, pero su inglés seguía siendo bastante pobre. Podía seguir tratando de convencerla, pero sabía que no le iba a servir de nada. Además, no tenía tiempo para eso. Era el momento de decirle las palabras que ya había ensayado en su cabeza. Quería darle a su madre una última oportunidad.
–Vente conmigo –le dijo mientras le entregaba el billete que había comprado en secreto.
–¿Cómo...?
–He traído tu pasaporte –añadió sacándolo del bolso y entregándoselo a su madre para demostrarle que hablaba en serio y que se lo había pensado muy bien.
–Puedes irte y dejarlo, mamá. Puedes volver a Sicilia y vivir allí con tus hermanas. Podrías tener una vida...
Pudo ver en el rostro de su madre cómo luchaba para tomar una decisión. Echaba mucho de menos su país de origen. No dejaba de hablar de sus hermanas y, si por fin tenía el coraje necesario para alejarse de su marido, Elia iba a ayudarla en todo lo que pudiera.
–No puedo –le dijo al fin su madre.
Sabía que no iba a conseguirlo, pero Elia hizo todo lo posible para persuadir a su madre hasta el momento de pasar por seguridad e ir hasta la puerta de embarque. Trató de convencerla para que se fuera con ella, pero su madre ya había decidido que no iba a hablar más de ello.
–Espero que tengas un buen viaje, Elia.
–No es solo un viaje, mamá. No me voy de vacaciones... –le recordó Elia.
Quería que su madre se diera cuenta de lo seria que era la situación, que no se iba al extranjero para pasar un par de semanas de descanso.
–Mamá, voy a buscar trabajo allí.
–Pero me dijiste que ibas a visitar Sicilia.
–Puede que lo haga.
La verdad era que no estaba segura.
–No sé si podré, mamá. Esperaba ir contigo. Ahora creo que me quedaré en Roma.
–Bueno, si al final vas a Sicilia, dales un gran abrazo a tus tías de mi parte. Diles que...
Gabriella vaciló por un momento antes de continuar.
–Quieres que les diga cualquier cosa menos la verdad, ¿no? –repuso Elia mirando a su madre.
Sabía que iba a meterse en un lío por haberse atrevido a acercarse con ella al aeropuerto. Pero, aun así, quería que le dijera a sus tías que su vida en Australia era fantástica. Le parecía increíble que quisiera seguir manteniendo las apariencias de esa manera.
–¿Me estás pidiendo que mienta, mamá?
–¿Por qué me haces esto? –le preguntó Gabriella.
Era la misma reacción que tenía siempre cuando Elia se cuestionaba las cosas o se negaba a aceptar su situación.
A veces le parecía que era más siciliana que su madre. Desde luego, creía que tenía más carácter que ella. No entendía por qué su madre le estaba haciendo algo así. Por qué se había limitado a observarlos y gritar cuando su padre la golpeó en vez de tener el coraje de levantarse e irse de allí. Pero sabía que no era el mejor momento para echarle nada en cara.
Elia no había compartido sus sentimientos con nadie, ni siquiera con su madre, desde aquel día.
–Tengo que irme, mamá –le dijo mientras miraba la pantalla que anunciaba las salidas–. Mamá, por favor... –añadió una vez más con emoción contenida.
–Vete, Elia.
Gabriella se despidió de su hija entre lágrimas, pero Elia las contuvo. No había llorado desde aquel terrible día, aunque ya habían pasado dos meses. Abrazó a su madre y se dirigió a la aduana. Después, se sentó con los ojos aún secos en el avión. Tenía un asiento vacío a su lado. Se sentía muy culpable al haber dejado allí a su madre, pero también sabía que no había nada más que pudiera hacer.
Tenía veintisiete años y ya había pasado bastante tiempo tratando de apartarla de su padre. Hasta el punto de haber elegido su trabajo por el dinero, no porque le apasionara.
Había trabajado como secretaria personal para un par de directores generales. Después, había ido ascendiendo en su carrera hasta llegar a ser la secretaria de un político. Había pasado los últimos dos años en Canberra, temiendo lo que iba a ver de vuelta a su casa en Sídney.
Como no podía vivir así, había cambiado un buen trabajo por uno no tan bueno para poder vivir cerca de ellos. Incluso se había comprado una casa más cerca de sus padres. Pero, después de tantos años tratando de ayudar a su madre, se había dado cuenta de que tenía que escapar.
Tenía muy buenas referencias y sabía hablar italiano. Creía que ya era hora de tener una nueva vida. Su vida.
No se le había pasado por la cabeza que fuera a necesitar algo de tiempo para recuperarse de todo lo que había pasado. Se había centrado por completo en la búsqueda de un nuevo trabajo. Pero, después de tomar la decisión, se había dado cuenta de que la idea era más intimidante de lo que le había parecido en un principio.
Para empezar, llegó a Roma en pleno mes de enero. Había pasado del cálido verano australiano a un frío invierno. Y aquella era una gran ciudad. Nunca había vivido en un sitio tan grande ni con tanta gente.
Aprovechó los primeros días para visitar los lugares más turísticos. Fue al Vaticano y tiró una moneda de espaldas a la Fontana de Trevi, tal y como su madre le había pedido que hiciera. Pero no sabía por qué se lo había pedido. Después de todo, estaba segura de que su madre nunca iba a volver a Italia.
Fue en tren a Ostia Antica, visitó las ruinas y se congeló mientras caminaba por la playa. Tenía mucho tiempo para pensar y esperaba sentir cómo su alma empezaba a curarse después de todo lo que había pasado, pero no ocurrió.
Así que, en lugar de sentarse a esperar, se puso a buscar trabajo.
–Tiene mucha experiencia para alguien de su edad, pero... –le decían en todas las empresas de colocación.
También lo hizo Claudia, la mujer con la que se estaba entrevistando.
Tenía un currículum impresionante y podía hablar italiano, pero su nivel no era tan bueno como para que la agencia de colocación contara con ella.
–Lo entiendes mejor que lo hablas –le dijo Claudia–. ¿Te interesa algún otro tipo de trabajo?
Había sido muy amable con ella y decidió que era mejor pasar por alto el comentario y no dejar que eso la ofendiera. En cuanto a otro tipo de trabajo, estuvo a punto de decirle que no, pero se dio cuenta de que no tenía nada que perder siendo sincera.
–Me interesa mucho la industria del cine –le confesó Elia.
–No tenemos actores inscritos en nuestra agencia, no nos encargamos de eso.
–No, no... –le aclaró Elia–. Lo que me interesa es dirigir.
Era lo que siempre había querido hacer. Pero, hasta ese momento, su prioridad había sido encontrar un tipo de trabajo con el que pudiera ahorrar el dinero suficiente para que su madre pudiera irse de su casa.
En lugar de intentar trabajar como becaria mal pagada en el cine, había buscado siempre empleos bien remunerados. Pero esa mañana, sentada en esa pequeña agencia de empleo en el centro de Roma, Elia se dio cuenta de que había llegado el momento de centrarse en sí misma.
–Lo siento –respondió Claudia encogiéndose de hombros y con gesto impotente.
Elia abrió la boca para darle las gracias mientras se levantaba de la silla, pero Claudia la detuvo.
–Un momento. Tenemos un cliente en Palermo, Corretti Media, que necesita a alguien. ¿Has oído hablar de ellos?
–Un poco –repuso–. Han tenido unos cuantos éxitos durante los últimos años, ¿no?
–Sí. Alessandro es el director general de la empresa y Santo es productor de cine.
–Es verdad. He oído hablar de él.
Pero no lo conocía precisamente por sus dotes como productor, sino por su escandalosa vida.
–Me han dicho que cambia constantemente de secretaria –le dijo la mujer con una mueca–. Te encargarías de viajar con él cuando va a los rodajes. Pero necesita a alguien con una mente abierta. Siempre se está metiendo en líos y tiene reputación de mujeriego.
A Elia no le preocupaba nada la fama que tuviera, la mera idea de estar en un rodaje y empezar a tener algo de experiencia en el cine le apasionaba. Creía que sería al menos un comienzo.
–A lo mejor no le importa que tu italiano no sea perfecto si le digo que estás familiarizada con la industria del cine.
–Además, mi italiano está mejorando cada día –insistió Elia.
–Y también deberías mejorar tu aspecto.
Esa vez, no pudo evitar sentirse ofendida.
–Santo Corretti esperará ver a alguien con un aspecto impecable.
–Entonces, eso es lo que tendrá –repuso Elia con una sonrisa forzada mientras se levantaba.
–Espera un momento –le pidió la dueña de la agencia.
Elia se sentó mientras Claudia hacía una llamada. Estaba muy nerviosa. Por primera vez en su vida, quería de verdad un trabajo, lo deseaba más de lo que había deseado nada.
No pudo evitar sonrojarse cuando Claudia la miró y le dijo a su interlocutor que sí, que era guapa y rubia.
–Lo siento... –le dijo Claudia cuando colgó–. He hablado con la que aún es su secretaria. Aunque está deseando dejar el trabajo, cree que no das el perfil. Al parecer, es muy particular.
–Bueno, gracias por intentarlo.
Salió de la agencia después de despedirse de Claudia y fue a tomarse un café. Se quedó ensimismada mirando a la gente por la ventana del establecimiento. No sabía por qué se sentía tan decepcionada. Se trataba de un trabajo para el que ni siquiera había sido entrevistada.
Y aunque se hubiera presentado ante Santo Corretti, no creía que hubiera tenido ninguna oportunidad. Le parecía que las mujeres italianas tenían una elegancia innata y ya le había dicho Claudia que ese hombre no quería a nadie que no diera la talla en ese sentido.
Le habría bastado con echarle un vistazo y observar su aburrido traje gris para darle la misma respuesta negativa que había obtenido en la agencia.
De todos modos, ni siquiera estaba segura de que hubiera querido trabajar en Sicilia, donde había nacido su madre. Aunque una parte de ella tenía curiosidad.
Cuando salió de la cafetería, en lugar de ir hacia la siguiente agencia de su lista, se encontró mirando el escaparate de una exclusiva boutique, preguntándose qué se pondría la secretaria de Santo Corretti.
Unos minutos más tarde,