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El implacable Raffaele Petri necesitaba a Lily, una solitaria investigadora, para poder llevar a cabo sus planes de venganza, pero ella era una mujer combativa y demasiado intrigante.
Lily, cuyo rostro había quedado marcado por una cicatriz cuando era adolescente, había decidido esconderse de las miradas crueles y curiosas, por lo que trabajar para un hombre tan impresionante físicamente hacía que sus propias imperfecciones físicas fuesen todavía más difíciles de llevar. Hasta que los besos de Raffaele despertaron a la mujer que tenía dentro.
¿Estaba él dispuesto a arriesgar su venganza por el amor de Lily?
Annie West
Annie has devoted her life to an intensive study of charismatic heroes who cause the best kind of trouble in the lives of their heroines. As a sideline she researches locations for romance, from vibrant cities to desert encampments and fairytale castles. Annie lives in eastern Australia with her hero husband, between sandy beaches and gorgeous wine country. She finds writing the perfect excuse to postpone housework. To contact her or join her newsletter, visit www.annie-west.com
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Frágil belleza - Annie West
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2016 Annie West
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Frágil belleza, n.º 2497 - septiembre 2016
Título original: The Flaw in Raffaele’s Revenge
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8767-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Prólogo
RAFFAELE Petri se guardó la tarjeta de crédito y salió del restaurante que estaba a orillas del mar. Ignoró las miradas y le dio las gracias al camarero. El servicio había sido excelente, se había ganado la propina.
Él seguía acordándose de lo que era depender de la bondad de los extranjeros con dinero.
Se detuvo mientras sus ojos se acostumbraban a la luz del sol, que se reflejaba en el mar que golpeaba los yates blancos. El aire olía a sal y él respiró hondo y disfrutó de la sensación después de haber tenido que soportar el penetrante perfume de las mujeres que habían intentado llamar su atención desde la mesa de al lado.
La costa de Marmaris era todo un ostentoso despliegue de riqueza, el lugar adecuado para invertir, si sus investigaciones eran correctas, y siempre lo eran. Aquel viaje a Turquía sería productivo y…
Una risotada lo hizo detenerse. El sonido ronco, peculiar, le causó un escalofrío.
Se le aceleró la respiración. Volvió a oír la risa y miró hacia un yate muy grande. La luz del sol se reflejaba en el pelo castaño del hombre que había en la cubierta más alta, que gritaba a dos mujeres que caminaban por el paseo.
Raffaele sintió que se movía el suelo bajo sus pies. Apretó los puños y observó al hombre que levantaba una copa de champán y decía a las mujeres:
–Subid, el champán está frío.
Raffaele conocía aquella voz.
La reconocía a pesar de que habían pasado veintiún años.
El tono petulante y la risa ronca habían aparecido en sus pesadillas desde que tenía doce años.
Había perdido la esperanza de encontrarlo. No había sabido el nombre de aquel tipo baboso y malo que había desaparecido de Génova más rápido de lo que las ratas salían de un barco hundido. Nadie le había hecho caso al niño delgado de doce años que habían insistido en que un extranjero con el pelo castaño había asesinado a Gabriella.
Gabriella…
Se sintió furioso, tanto, que le sorprendió a sí mismo.
Llevaba toda la vida perfeccionando el arte de no sentir nada por nadie, de no confiar, desde lo de Gabriella, pero en esos momentos… Tuvo que hacer un enorme esfuerzo para seguir inmóvil, observando la escena.
Grabó en su mente el rostro del hombre, que se había vuelto rechoncho con la edad, el nombre del yate y el hecho de que sus empleados, que iban vestidos con pantalones cortos y camisas blancas, hablaban inglés como si fuese su idioma nativo. Uno de ellos se ofreció a ayudar a subir a las mujeres a bordo.
Raffaele se dijo que no eran mujeres todavía, sino más bien adolescentes. Las dos eran rubias y una de ellas iba maquillada para intentar aparentar diez años más. Raffa era un experto en maquillaje, y en mujeres.
Los gustos de aquel inglés no habían cambiado. Todavía le gustaban jóvenes y rubias.
Sintió náuseas y el deseo de subir al yate y hacer justicia por Gabriella. No tenía la menor duda de que era el mismo hombre.
Pero ya no era un niño impulsivo, dolido.
En esos momentos podía hacer mucho más que moler a puñetazos a un hombre.
Siguió andando y esbozó aquella sonrisa que tanto gustaba a la cámara y a millones de mujeres de todo el mundo, pero no apartó la mirada del hombre de mediana edad.
–Lucy… –dijo la chica más alta de las dos–. Rápido, mira. Se parece a… No puede ser, ¿o sí?
Las dos chicas lo miraron y dieron gritos de emoción.
Raffa estaba acostumbrado a las fans, pero en vez de limitarse a asentir y seguir andando, sonrió todavía más.
La chica más alta se dirigió a él mientras tiraba de su amiga, olvidándose del yate y de su dueño.
–Te pareces mucho a Raffaele Petri, supongo que te lo dirán a menudo –comentó casi sin aliento.
Raffa pensó que era muy joven, demasiado joven para subir al yate, incluso demasiado joven para él, aunque la diferencia era que con él habría estado a salvo.
–Es que soy Raffaele Petri.
Las dos chicas dejaron escapar un grito ahogado y la de menor estatura puso cara de que se iba a desmayar.
–¿Estás bien?
La chica asintió y su amiga sacó el teléfono.
–¿Puedo?
–Por supuesto –respondió él, que estaba acostumbrado a que le hiciesen fotografías–. Iba a tomarme un café, ¿os apetece acompañarme?
Las alejó de la orilla y las chicas se fueron tan contentas que ni siquiera oyeron al hombre que seguía gritándoles desde el yate. Aquella tarde se había quedado sin diversión.
«Y pronto se quedará sin todo lo demás», pensó Raffa, sonriendo de verdad.
Capítulo 1
DEJA de burlarte de mí, Pete –dijo Lily, hablando por teléfono–. Ha sido un día muy largo. Tú te acabas de levantar en Nueva York, pero en Australia ya es hora de irse a la cama.
Miró hacia la ventana y vio el reflejo de su despacho en el cristal. Su casa estaba demasiado lejos de la ciudad para ver las luces y las estrellas no aparecerían hasta que no apagase la lámpara. Se frotó el cuello, que tenía muy tenso. Había sido muy duro entregar el proyecto a tiempo y cumpliendo sus propias exigencias.
–Hablo en serio –respondió Pete, que parecía emocionado–. El jefe te quiere aquí.
Lily se puso recta en el sillón, se le aceleró el corazón.
–¿De verdad?
–Sí. Y el jefe siempre consigue lo que quiere, ya lo sabes.
–Sí, pero Raffaele Petri no es mi jefe.
Hasta pronunciar su nombre le resultaba extraño. ¿Qué tenía ella, Lily Nolan, que vivía en una vieja granja a una hora de Sídney, en común con Raffaele Petri?
–Ni siquiera sabe que existo –añadió.
–Por supuesto que sabe que existes. ¿Por qué piensas que te mandamos tanto trabajo? Se quedó impresionado con tu informe sobre la operación de Tahití y a partir de entonces pidió que los hicieses tú todos.
Aquello la sorprendió. Lily jamás había imaginado que el propio Petri leyese sus informes.
–Eso es fantástico, Pete, no sabes lo mucho que me gusta oírlo.
A pesar de su reciente éxito, la cuantía del crédito que había pedido para comprar aquella casa y ampliar su negocio todavía le quitaba el sueño por las noches, pero después de años sintiéndose como una extraña en todas partes, había decidido establecerse en un lugar y se sentía orgullosa de ello. Aunque hubiese tenido que irse a vivir a otro continente. Había necesitado hacer aquello para enderezar su vida.
Se relajó, si el señor Petri en persona había hablado de su trabajo…
–Estupendo, te mando ahora mismo el contrato. Va a ser estupendo poder ponerte rostro por fin.
–Espera un momento –dijo Lily, poniéndose en pie–. Solo quería decir que me alegro de que se valore lo que hago, nada más.
–¿No quieres aceptar la oferta del jefe de trabajar aquí? –preguntó Pete sorprendido.
–No.
La idea de vivir en una gran ciudad, rodeada de gente, le ponía la piel de gallina.
–No me puedo creer que no quieras trabajar para Raffaele Petri.
Lily se pasó los dedos por el pelo largo, lo apartó de su rostro.
–Ya trabajo para él, pero soy mi propia jefa. ¿Por qué iba a querer cambiar eso?
La independencia y la posibilidad de controlar su vida lo eran todo para Lily. Tal vez porque su mundo había cambiado de manera irrevocable a causa de un acontecimiento que la había despojado de tanto.
Un momento de silencio le hizo saber lo extraña que parecía su actitud.
–Veamos. Para empezar, porque si trabajas para él, después podrás conseguir cualquier otro trabajo. Y además está el sueldo. Lee el contrato antes de rechazarlo, Lily. Es posible que no vuelvas a tener otra oportunidad como esta.
–Gracias por el interés, Pete, te lo agradezco mucho, pero no va a ser posible –repitió Lily, volviendo a pasarse la mano por el pelo.
Por un instante, se preguntó qué oportunidades habría podido aprovechar si su vida hubiese sido diferente. Si ella hubiese sido diferente.
Bajó la mano, asqueada consigo misma. No podía cambiar el pasado. Todo lo que quería, todo a lo que aspiraba estaba al alcance de su mano. Solo tenía que centrarse en sus metas. Éxito, seguridad, autonomía. Eso era lo que quería.
–Al menos, piénsalo, Lily.
–Lo he hecho, Pete, pero la respuesta es no. Soy feliz aquí.
Al