El olvido de la cotidianidad: Artesanía, arte y territorio
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El olvido de la cotidianidad - Adolfo León Grisales Vargas
Catalogación en la fuente, Biblioteca Universidad de Caldas
Grisales, Adolfo León
El Olvido de la cotidianidad. Artesanía, arte y territorio / Adolfo León Grisales.– Manizales:
Universidad de Caldas, 2017.
492 páginas. – (Libros de investigación No. 63)
ISBN: 978-958-759-156-9
Artesanías / Filosofía del Arte / Diseño industrial /Título /
CDD 745.5/G869
© Universidad de Caldas
-Comité Editorial-
Título: el olvido de la cotidianidad. artesanía, arte y territorio
Colección: Libros de Investigación No. 63
Autor: Adolfo León Grisales Vargas
E-Mail: adolfo.grisales@ucaldas.edu.co
Primera edición:
Manizales, junio de 2017
Derechos reservados por la Universidad de Caldas para la primera edición
ISBN: 978-958-759-156-9
Editor: Luis Miguel Gallego Sepúlveda
Coordinación editorial: Jorge Iván Escobar Castro
Diseño de colección: Luis Osorio Tejada
Diagramación: Natalia Aguirre Henao
Diseño de portada: Luis Osorio Tejada
Editorial Universidad de Caldas
E-mail: produccion.editorial@ucaldas.edu.co
Apartado aéreo: 275
Teléfono: (57+6) 8781500 Ext. 11106
Manizales — Colombia
A Magda
A la Universidad de Caldas, con un sentimiento de profunda gratitud, por todo lo que me ha permitido ser, vivir, saber.
A mis estudiantes
Contenido
Introducción
Primera parte
La artesanía como objeto simbólico y cultural
Capítulo I
¿También la artesanía es arte?
A propósito de Hans-Georg Gadamer
1. Acerca de la esencia interpretativa del ornamento
2. El oficio del espectador
3. La fiesta: de la solemnidad ritual a la alegría del carnaval
4. ¿Ha perdido el arte su justificación?
Capítulo II
¿Cualquier cosa puede ser arte?
A propósito de Arthur Danto
1. De la Brillo Box al sombrero vueltiao
2. La artesanía después del fin del arte
Capítulo III
Artesanía, sociedad y cultura
1. La función social del arte y de la artesanía
A propósito de Arnold Hauser, Pierre Francastel y Pierre Bourdieu
2. Artesanía y cultura
A propósito de James Clifford, Clifford Geertz y Néstor García Canclini
3. Horizonte general del problema de la artesanía
Segunda parte
Odiseo de regreso al hogar
Capítulo IV
La relación entre arte y artesanía: historia de un malentendido
1. La emancipación de la artesanía
2. El Renacimiento: el artista abandona el taller del artesano,
se va de casa
Capítulo V
Artesanía y mito
1. Del mito al logos: de la artesanía al arte
2. La Ilustración: de la autonomía al reconocimiento del otro
3. Entre Odiseo y Penélope: entre el absolutismo de la realidad
y la caverna
3.1. El trabajo de las manos
3.2. Un animal con mochila
3.3. La artesanía como cuidado y regalo
3.4. El fin de la historia: de regreso al hogar
Conclusiones
Bibliografía
Notas
Introducción *
Hemos privilegiado una concepción histórica, lineal y evolutiva del arte. Por encima de una concepción territorial y cultural, no tenemos una geografía del arte y, curiosamente, es muy precario lo que se tiene sobre antropología del arte. Es cierto que en los libros de historia del arte se habla de una historia del arte colombiano, o del arte oriental, o del arte africano, etc. Pero esa referencia territorial no responde sino a una manera secundaria de ordenar y de contar la historia. La mención territorial suele corresponder propiamente a la prehistoria del arte, luego se comienza a decir arte medieval, arte gótico, Renacimiento, Barroco, Rococó, Clasicismo, Modernidad y Posmodernidad, todas ellas categorías temporales.
Danto afirma que hablar de la muerte del arte, o del fin del arte, es hablar del fin de la historia del arte como metarrelato justificador de lo que cuenta como arte: el arte viene siendo lo que ha sido legitimado por la historia del arte, que comienza a ser contada por Vasari, en su conocido obra Vidas, que Hegel eleva a criterio filosófico superior para pensar y definir el arte, y que, según Danto, vendría a concluir más o menos con Andy Warhol. El mismo Danto afirma que no todo puede ser arte en cualquier momento de la historia, la caja de esponjillas de Warhol no podría haber sido admitida como arte en el siglo xvii; sin embargo no existe algo análogo pero en perspectiva territorial, así como una obra puede ser anacrónica, debería poder hablarse de anatópica, no todo puede ser arte en cualquier parte. Occidente se ha autocomprendido desde la temporalidad, desde la historia: clasifica (y descalifica) a los otros desde categorías temporales, como modernos, premodernos, prehistóricos, medievales o posmodernos. Y pareciera entonces que los pueblos civilizados tienen historia y los demás en cambio territorio.
El concepto mismo de autonomía del arte implica, entre otras cosas, que la obra se yergue plenamente como lo que es con independencia del contexto, del espacio que ocupa, y en la misma medida en la que sea capaz de tal ruptura. A esta desconexión territorial de la obra se refiere Gadamer cuando destaca la conexión esencial entre la obra y su mundo. También Heidegger, que piensa el origen y esencia de la obra de arte en función de las categorías tierra y mundo y en Arte y Espacio, a propósito de la obra del escultor Chillida, El peine de los vientos, dirá que el arte espacia, hace espacio. Vattimo por su parte defiende la esencia decorativa del arte, que la obra, igual que el ornamento, no es algo en sí mismo sino siempre y en función del contexto en el que se inscribe.
Occidente ha construido un concepto de arte y una manera de entender lo sensible que niega su pertenencia a un territorio, que da por supuesto que cualquiera debería entenderlos y que termina por hacer de lo sensible algo tan abstracto como la Razón Universal, en tanto que no capta la manera como la temporalidad humanidad es un tejido de su esencia territorial. Los europeos hablan de arte oriental o de arte precolombino, o en general de artesanías, para referirse a esas producciones plásticas de pueblos no occidentales, con alguna dimensión estética y una cierta carga de identidad cultura, y esa es su manera de traducir a sus propios conceptos y referentes cierto tipo de producción de los orientales o de los pueblos precolombinos, pero qué pasa si se invierten las cargas: ¿a cuáles conceptos habría que traducir cierto tipo de producción de los pueblos europeos? ¿cómo llamarían los indígenas suramericanos lo que hacen los europeos y que allá han decidido llamar arte?
El punto es que la estética filosófica por mucho tiempo se ha restringido a una reflexión en relación con el arte y ha marginado, y menospreciado, de ese modo otros tipos de producción estética y sensible que son cruciales en la existencia humana. La sobrevaloración del arte como la producción estética más elevada espiritualmente, ha estado soportada en un trabajo paralelo de desvaloración de la vida cotidiana, del saber práctico, del trabajo humano e incluso del placer. Y esto, adicionalmente, se ha expresado en términos políticos y antropológicos en la idea de una cierta superioridad de unos pueblos sobre otros, de unos que son propiamente capaces de hacer arte y de otros que parecieran no haber ascendido en la escala evolutiva de la civilización y solo son capaces de hacer piezas artesanales.
El punto de partida de esta investigación lo inicié con otro trabajo en el que me ocupé de la manera como buena parte de la filosofía habría valorado negativamente el trabajo artesanal; al punto de que pudiera decirse que la altísima valoración del arte se habría construido sobre el descrédito de lo artesanal, que nos habría llevado a suponer que la artesanía en general no es otra cosa que el límite negativo del arte: es bien frecuente que una de las maneras en las que se descalifica el trabajo de algún artista sea llamándolo artesanal, meramente virtuoso, simple oficio, algo apenas bello pero vacío de idea, etc. Esto ha conducido a que la filosofía haya descuidado la reflexión acerca de otras dimensiones estéticas que son decisivas para la existencia humana, que se manifiestan por ejemplo en los objetos del diseño industrial, o en los objetos artesanales. Y es tan potente el punto de vista del arte, que pareciera que la reflexión filosófica sobre diseño y sobre artesanía, tuviera que plantearse en términos de si son o no arte: mucho se ha discutido en el campo teórico del diseño acerca de la tensa relación con el arte, son muchos los que dicen con firmeza que el diseño no tiene nada que ver con el arte, y otros muchos insisten en recordar que el diseño nace justamente de un impulso de las vanguardias a inicios del siglo xx; también son muchos los que desde la sociología y la antropología reivindican que también la artesanía es arte, que las manifestaciones de la estética popular tienen pleno derecho de ser reconocidas como arte, y algunos otros simplemente liquidan el concepto de arte, lo denuncian como una imposición eurocéntrica.
Lo cierto es que con mucha frecuencia la artesanía ha sido entendida simplemente en términos negativos y como lo otro del arte. Y esto ha ocurrido incluso en el caso de algunos de los filósofos del arte más destacados del siglo xx y críticos precisamente de la estética clásica. En otro libro intenté demostrar que aun en un filósofo como Heidegger, se puede encontrar ese prejuicio en contra de la artesanía, esa sobrevaloración del arte; también en otro filósofo del arte tan destacado como Collingwood que, en sus Principios del Arte, se propone cuestionar lo que denomina la teoría artesanal o técnica del arte.
La pregunta y el propósito que me guía en este libro es si no será posible entender la artesanía de manera positiva, en sus propios términos y no desde una comparación con el arte. Y anticipo lo que ya se sugiere desde el título: pensar la artesanía desde sus propios referentes está directamente relacionado con entenderla en función de la vida cotidiana y de la territorialización de las acciones humanas; con pasar de una estética históricamente determinada a una estética situada territorialmente.
Ahora bien, al lado de los enfoques que valoran negativamente la artesanía dada su condición ornamental o utilitaria -que nos bloquean toda posibilidad de comprenderla adecuadamente en tanto que la subordinan a los criterios propios del arte o de la técnica moderna-, encontramos otros que la entienden positivamente, y no destacan tanto el hecho de que no sea arte o de que sea solo una manera premoderna e irracional de producción de objetos, sino que más bien resaltan su valor como objeto simbólico y cultural; esto es, como algo que, dicho con una expresión de Hans Blumenberg, debe ser entendido en relación con las maneras como los seres humanos vamos construyendo la significatividad del mundo. Para esta perspectiva lo más definitivo es lo que se podría denominar en términos muy generales el fundamento antropológico * de la artesanía, y a éste se supeditan los criterios estéticos y técnicos.
En medio del olvido en el que por lo general se ha tenido al tema de la artesanía por parte de la filosofía, se destaca la atención que en cambio ha recibido por el lado de las ciencias sociales, donde con frecuencia el interés por ella ha desplazado la cuestión del arte. En el caso de la antropología esto solo podía suceder sobre la base de una crítica del modo como Occidente se ha comprendido a sí mismo en tanto que modelo de civilización y ha supuesto, por lo mismo, la inferioridad de las otras culturas. Y del lado de la sociología, sobre la base del develamiento de las estructuras de poder que sustentan la posición privilegiada del arte y que hacen dudable la explicación de una posible diferencia ontológica con respecto a otras producciones humanas. Se trata pues, y al margen de cuestiones epistemológicas de las que podemos prescindir por ahora, de una profunda oposición a la manera como casi siempre ha asumido la filosofía el tema del arte: mientras para la filosofía se ha dado por supuesta la primacía del arte y se ha tratado de construir un discurso que la justifique y valide, para las ciencias sociales se ha tratado, en cambio, de mostrar que tal primacía es injustificada y que solo se soporta en prejuicios etnocéntricos o en mecanismos de legitimación y consolidación del poder.
Todo esto representa una enorme ventaja para el interés que orienta esta investigación, dado que lo que propongo es también cuestionar la primacía del punto de vista del arte, por cuanto constituye uno de los bloqueos más fuertes para poder comprender adecuadamente la artesanía. Pero esto fija a la vez una tarea: hay que encontrar la manera de alcanzar un rendimiento filosófico para los argumentos que esgrimen las ciencias sociales; lo que significa, en términos metodológicos, esclarecer cuál es la idea que se tiene de la naturaleza de la artesanía que sirve de soporte al enfoque eminentemente empírico propio de las ciencias positivas. Esto no debe entenderse en el sentido de que estemos partiendo de una oposición abrupta entre filosofía y ciencias sociales, o de que se requiera de algo así como una traducción de las propuestas de las ciencias sociales al lenguaje de la filosofía; es algo más modesto, es el intento por establecer un diálogo y por tratar de comprender las ideas de las ciencias sociales a la luz del interés filosófico que nos orienta. Por poner solo un ejemplo, que luego habrá que ampliar, si se mira la teoría de Pierre Bourdieu sobre el juicio de gusto como un criterio básico de distinción social, encontramos allí un problema filosófico de fondo: más allá de la abultada documentación empírica del asunto que nos trae Bourdieu, queda la pregunta de si al disolverse toda posible diferencia ontológica entre arte y artesanía no se liquida a la vez la pregunta por el sentido de toda producción humana y con ello se nos bloquea, por ejemplo, la posibilidad de comprender la diferencia entre el trabajo alienado del obrero y el trabajo, digamos por ahora, liberador del artesano. En otros términos: una cosa es que la distinción entre arte y artesanía funcione en la modernidad como criterio para delimitar las jerarquías sociales de poder, como piensa Bourdieu, y otra muy distinta concluir de esto que tal función pueda agotar la definición tanto del arte como de la artesanía. Aun después de haber demostrado tal funcionamiento empírico sigue quedando la pregunta en torno a cuál podrá ser entonces la naturaleza propia del arte y de la artesanía que hace posible tal apropiación; naturaleza que, por supuesto, no designa ninguna entidad metafísica inmutable, sino que se refiere, por un lado, a la perspectiva histórica y, por otro, a la manera como arte y artesanía se articulan en la tarea de construcción de mundo. En tal sentido, poner las ideas de Bourdieu en una perspectiva filosófica quiere decir ponerlas en diálogo con las preguntas más generales de la filosofía, poniendo entre paréntesis la objeción de principio con la que las ciencias sociales suelen cancelar dicho diálogo al descalificar simplemente como metafísicas las preguntas de la filosofía. De modo que antes que una reducción de las tesis de la sociología al horizonte de la filosofía se trata de lograr complementar ambas miradas.
La artesanía es un tema ineludible y esencialmente interdisciplinar. Una conclusión a la que tendremos que llegar es, entre otras, que por muy general que sea la perspectiva de la filosofía, se nos escapa algo fundamental con respecto a la artesanía si no tenemos en cuenta las implicaciones políticas, sociales y culturales más concretas. Bourdieu no solo nos estaría diciendo que la filosofía del arte se ha equivocado al querer sustentar ontológicamente la superioridad del arte; si limamos o suspendemos por un momento la radicalidad de su enfrentamiento con la filosofía, es legítimo interpretar que también nos está diciendo que las dimensiones social y política son tan esencialmente constitutivas de los fenómenos del arte y de la artesanía como su fundamento ontológico.
Para no abordar en abstracto el estudio de las ideas que se han formulado desde las ciencias sociales en torno a la artesanía habremos de revisarlas en concreto a partir de algunas de las propuestas más representativas en los campos de la antropología y la sociología *. Debe quedar claro, en todo caso, que el interés no es hacer un estudio detallado de las ideas de cada uno de ellos, sino solo tomarlos como punto de referencia para establecer cuáles son las líneas por donde ha transcurrido el debate sobre la artesanía en estos ámbitos. Pero además hay otro interés decisivo: indagar cómo operan también en este campo algunos prejuicios que hacen que la bienintencionada reivindicación de la artesanía fracase o termine por no poder ofrecernos una manera adecuada de comprenderla. Lo que nos proponemos mostrar entonces es que, aunque se nos abren caminos que estaban cerrados desde la filosofía, sigue habiendo una insuficiencia de fondo: más que una disolución radical del vínculo entre arte y artesanía, lo que casi siempre encontramos es una relativización de su diferencia y de su jerarquía, esto hace que, con frecuencia, las reivindicaciones que se hacen de la artesanía tengan, algunas, un cierto dejo romántico, como si se tratara de la recuperación del paraíso, o, en otras, un aire a resentimiento, a reivindicación gremial por parte de los marginados. Y esto no hace más que opacar el momento de verdad que encierra tal reivindicación.
Pero una manera positiva de ver la artesanía no es, sin embargo, exclusiva de las ciencias sociales, también es posible encontrarla en algunos de los filósofos más importantes que se han ocupado del arte en nuestros días; como por ejemplo, entre otros, John Dewey, Gadamer, Danto, Schaeffer, Ananda Coomaraswamy, Nöel Carroll, Richard Shusterman y Carolyn Korsmeyer. Pero, tanto por razones prácticas, como por el impacto que han tenido sus planteamientos en el campo de la filosofía del arte y por la amplitud de sus propuestas, conviene enfocar nuestro estudio a dos de ellos en particular: Gadamer y Danto. En cuanto a los otros filósofos mencionados la limitación consiste en que se han dedicado a aspectos muy puntuales, y la crítica que pudieran hacer de la tradición filosófica está muy subordinada a tal interés, tal vez con la excepción de John Dewey. En el caso de Ananda Coomaraswamy la preocupación fundamental ha sido el arte oriental; la verdad es que hace una muy lúcida crítica de las categorías estéticas de la modernidad occidental, tales como la de creatividad, la de originalidad, la de genio o la de la autonomía del arte, pero no hace un desarrollo muy amplio y su impacto en el ámbito de la filosofía del arte ha sido más bien marginal. Con respecto a Shusterman y a Carroll, donde sí encontramos un desarrollo más amplio, el problema es que su reivindicación del arte de masas no los conduce propiamente a formular una teoría general sobre el arte, de largo alcance, sino solo en lo relativo a la inclusión del arte de masas en la categoría general de arte; y algo parecido se puede decir de Carolyn Korsmeyer, cuyo interés es una filosofía del gusto, en sentido literal, es decir, de las artes dedicadas a la cocina y al buen comer *. Todas estas teorías son bastante cercanas al mismo propósito de esta investigación, por ello habrán de requerir toda nuestra atención, ya que son una valiosa guía. Pero por ahora nuestro objetivo no es estudiar las ideas de otros que han emprendido un camino similar al nuestro, al dedicarse a aspectos hasta cierto punto marginales tradicionalmente de la estética filosófica, sino más bien revisar teorías para las cuales la aparición del tema de la artesanía ha sido en realidad una consecuencia de la crítica general a la manera como se ha pensado generalmente el arte en la filosofía. Ni en Gadamer, ni en Danto el objetivo primario ha sido el de reivindicar la artesanía; más bien se han encontrado inevitablemente con ella al ampliar y relativizar el espectro del concepto de arte.
Las teorías de los filósofos y de los científicos sociales que hemos mencionado hasta ahora tienen algo en común: pretenden entender el arte más allá de las restrictivas categorías estéticas en las que desde la filosofía moderna se ha encasillado el tema, y ello significa, sobre todo, pensarlo en el contexto amplio de la cultura —independientemente de los distintos sentidos que tal concepto tiene para antropólogos y filósofos—, y en relación con su función simbólica —de nuevo, con independencia de que la idea de símbolo tenga sentidos muy diferentes para unos y otros—. Y en ambos casos, pese a los muy distintos caminos que se siguen, tenemos como resultado que se hace evidente la débil y prejuiciosa justificación que tienen las valoraciones negativas que se han hecho de la artesanía desde la filosofía. Aunque, de otro lado, el objetivo es también mostrar en qué sentido resulta insuficiente o limitada esa valoración positiva de la artesanía que se alcanza.
En síntesis, el libro se divide en dos grandes apartados, en el primero, titulado La artesanía como objeto cultural y simbólico
, el propósito es examinar y discutir algunos de los argumentos que se han dado desde la filosofía y desde las ciencias sociales para reivindicar y revalorizar la artesanía y el arte popular, y la idea es no solo juzgar la pertinencia de tales ideas sino sobre todo tratar de comprender hasta qué punto siguen dependiendo, pese a todo, del arte como referente absoluto. En el segundo gran apartado, titulado Odiseo de regreso al hogar
, hay dos propósitos, de un lado, mostrar que la oposición entre arte y artesanía es una construcción histórica, que dicha oposición fue clave para que se construyera en su positividad el concepto de arte, en suma, que el arte, como un invento de la modernidad, se funda sobre una distinción que podríamos llamar arbitraria entre arte y artesanía, arbitraria en tanto que responde a las condiciones particulares de un momento histórico en la cultura occidental y no a una cuestión antropológica universal. El otro propósito es un intento por pensar la artesanía desde referentes que no vengan determinados por el punto de vista del arte, que no sean meramente negativos en relación con él.
Conviene comenzar el estudio por las ideas de Gadamer, cuyas propuestas son más arraigadas en la tradición filosófica sobre el arte y son mucho más generales —tienen, si se quiere, una cierta dimensión metafísica, por lo menos en el sentido más positivo que la palabra tiene con Heidegger—. Sus ideas nos permiten un primer y fundamental cuestionamiento de los argumentos que valoran negativamente la artesanía como objeto decorativo y como utensilio y conducen a una tesis bastante radical, que se puede expresar sintéticamente así: Comete un craso error el que crea que el arte es solo el arte de las clases altas
*. Las tesis de Danto, por su parte, se comprenden mucho mejor a la luz de las de Gadamer, por cuanto también sus ideas se nutren del idealismo hegeliano y comparte plenamente, aunque con matices, la tesis gadameriana de que el arte es algo dado al entendimiento.
PRIMERA PARTE
La artesanía como objeto
simbólico y cultural
CAPITULO I
¿También la artesanía es arte?
A propósito de Hans-Georg Gadamer
1. Acerca de la esencia interpretativa del ornamento
La recuperación filosófica del tema de la artesanía se ha hecho desde dos maneras de entender el arte prácticamente opuestas: el formalismo o purismo estético (o esteticismo), de un lado, y la hermenéutica filosófica del otro. El formalismo ha buscado reivindicar la artesanía destacando su riqueza formal o congelándola idealizada como objeto etnográfico exótico (orientalismo, en el lenguaje de la antropología). Lo primero significa rescatarla haciendo abstracción de todo aquello que la vincula de manera restringida a un contexto significativo específico, como sus dimensiones históricas, tradicionales, sacramentales y rituales concretas, para verla solo como una superficie plástica; es el caso de la recuperación del arte africano que harán las vanguardias de principios del siglo xx *. Lo segundo, aunque en un sentido profundamente opuesto a lo anterior, quiere decir que si bien se preservan esas dimensiones simbólicas, su valoración depende estrictamente de mantenerla dentro de los límites cerrados de tales dimensiones; lo que constituye una modalidad del formalismo en tanto que lo que se destaca es la condición de extraña
, de cosa rara, exótica; en este caso nos encontramos con que se le reconoce algún valor al arte no occidental pero sobre la base de que sea incontaminado, puro, y no se admite entonces todo aquello que sea construido a partir de desechos de los contactos culturales coloniales, no se admite lo híbrido y, como dice Clifford, se terminan por excluir los modernismos del Tercer Mundo. Pero en ambas modalidades del formalismo se deja inalterado lo que hemos llamado el punto de vista del arte, en tanto que se admite acríticamente su validez, y ello ocurre incluso en el caso extremo de que se proponga disolver la singularidad del arte postulando que se trata de un tipo de objeto etnográfico más, por cuanto no sería sino el reverso del mismo prejuicio historicista del idealismo, a saber: no es posible reconciliar la posibilidad de una verdad vinculante, y con ello la de una filosofía concluyente, con el horizonte de un mundo que se entiende como histórico; el dilema es simple: o se admite el arte como una construcción que puede trascender en efecto las limitaciones de la cultura o todo es perdidamente cultural y se invalida toda pretensión de universalidad.
La perspectiva del formalismo presenta por lo menos dos grandes inconvenientes: uno, por más que se lo proponga, hay aspectos fundamentales de la artesanía que se resisten enfáticamente a una nivelación con el arte, como ese carácter heterónomo del que se la quiere abstraer de manera forzada (o en el que también artificialmente se la pretende recluir), o el papel que juega en ella el conocimiento del oficio. El otro problema es que no permite comprender, sino como una equivocación del juicio, la manera como usualmente ha sido vista y valorada la artesanía, es decir, elude la pregunta por el momento de verdad que encierran las preconcepciones que determinan nuestro trato con la artesanía. Y a propósito de esto vale insistir en que la intención de esta investigación es revisar críticamente tales preconcepciones, pero no tanto porque de suyo se admita que son equivocadas sino porque la verdad que nos dicen sobre la artesanía termina velada dado que por lo general se toman como descripciones exteriores donde la única finalidad es servir de contraste para reforzar la primacía del arte.
En relación inversa con el formalismo encontramos las ventajas del enfoque hermenéutico. La hermenéutica filosófica se propone entender el arte sin desconectarlo de la vida y de la historia, sin renunciar a su singularidad, pero reconociendo a la vez como legítima su pretensión de verdad. En tal sentido, la que podría llamarse universalidad del arte no hace alusión a la manera como el arte consigue trascender las determinaciones de la cultura, sino más bien a que tales determinaciones, antes que un obstáculo, son las que hacen posible el entendimiento entre las diferentes culturas; de modo que el arte es en efecto universal, pero no a pesar de sino precisamente en tanto que se arraiga esencialmente en la cultura, y así la universalidad del arte consiste en que es a la vez fundación de mundo y apertura al diálogo y al entendimiento con otros. En otras palabras, todo arte es universal en tanto que siempre quiere decir
algo y no en tanto que suprime y trasciende todo decir para ser solo forma (o solo idea).
Ahora bien, nos interesa en especial el enfoque de la hermenéutica filosófica de Gadamer por dos razones de fondo y que están de hecho relacionadas con los dos ejes fundamentales que orientan Verdad y Método I —crítica de la conciencia histórica y crítica de la conciencia estética—: en primer lugar, porque nos ofrece una valiosa orientación metodológica que permite hacer una revisión de lo que, con Blumenberg, se podría llamar una historia del concepto de artesanía, que nos facilitaría someter a crítica una serie de ideas y lugares comunes en nuestra forma habitual de entender el fenómeno de la artesanía para poder así indagar por las categorías que nos permitan pensar la artesanía desde ella misma. Y en segundo lugar, porque en Gadamer encontramos una de las pocas propuestas que, en principio, no parte del supuesto de una distinción neta entre arte y artesanía y, aunque eso tendremos que revisarlo con cuidado, nos permite abordar el problema del sentido, incluso cuando nos referimos a la decoración, de modo que se puedan esclarecer adecuadamente las relaciones de la artesanía con el arte y con la cultura. Una tercera razón, cuya justificación será evidente más adelante en relación con las tesis de Blumenberg, es que resulta bastante pertinente la relación que se establece entre conciencia mítica y conciencia estética.
Pese a todo, admitir la manera como es presentada la artesanía en la estética hermenéutica de Gadamer es algo cuya conveniencia y posibilidad no es evidente de suyo. La manera como la hermenéutica se enfrenta a una visión esteticista del arte, sin caer en una reducción al contenido, al modo del romanticismo o del idealismo hegeliano, es una verdadera ganancia; igualmente, la reivindicación de lo que, en términos fuertes, podríamos llamar la condición esencialmente decorativa del arte
nos permite cuestionar la idea según la cual se oponen el arte y la artesanía dado el carácter ornamental de la segunda; sin embargo, casi como el reverso de las propuestas centradas en el formalismo estético, las ideas de Gadamer conducen a una nivelación cuyo inconveniente es precisamente su virtud: no permiten aclarar suficientemente la distinción entre arte y artesanía y, por lo mismo, terminan haciendo abstracción de las singularidades más propias de la artesanía, terminan elevándola a la categoría de arte, como si ello fuera, sin más, una ganancia. Gadamer da un enorme paso cuando disuelve la idea muy común y extendida de que solo es arte el de las clases altas; él sostendrá que también lo es el de las demás clases. Pero con esta idea, si bien se cuestiona que el arte se restrinja a las formas que ha canonizado Occidente, no se termina de aclarar el lugar de la artesanía, sobre todo en la dimensión estética y ornamental que ha ganado en nuestros días. En otras palabras: ¿ganamos algo en realidad al demostrar que también la artesanía es arte? En efecto tal tesis viene a ser un correctivo necesario frente a las distorsiones en las que incurre un enfoque esteticista del arte, pero resulta insuficiente para explicar lo que puede haber de verdad en la diferencia que la cultura moderna occidental creyó conveniente establecer entre arte y artesanía. El punto es pues si tal diferencia habría que entenderla apenas como un resultado equivocado de la estetización, de la conciencia estética, o si obedece a algo más, referido a algo propio y singular tanto del arte como de la artesanía.
En suma, la propuesta de Gadamer viene a ser, cómo negarlo, una manera bien positiva de comprender la artesanía, en especial porque apunta a una disolución de los límites entre arte y artesanía, pero no en el sentido de una mera liquidación relativista, no como si dijera pues que todo es arte
, sino que nos muestra, convincentemente, que también la artesanía, en tanto que arte popular, implica una dimensión legítima de verdad porque también ella es, como todo arte, un intento por instaurar una comunicación, una comunidad, un mundo. Sin embargo, pese a todo lo que ganamos para nuestro propósito con los planteamientos de Gadamer, hay cuatro aspectos cruciales que no es del todo claro cómo se ajustan a la especificidad de la artesanía y que, en cierto modo, se derivan del prejuicio acerca de lo que podríamos denominar la mistificación del arte que conduce a no reconocer suficientemente el valor y el sentido del oficio. El primero se desprende de su tesis general de que el arte es algo dado al entendimiento, de que el arte es lenguaje, y se refiere a la pregunta por la validez de dicha tesis con respecto al ornamento, dado que el concepto de artesanía no necesariamente se restringe al arte popular, también designa un tipo de arte ornamental cuya función parece agotarse en lo meramente decorativo. El segundo de estos aspectos tiene que ver con la preponderancia que se le asigna en su teoría al espectador en perjuicio de la relación entre el productor y la obra, lo que quiere decir en perjuicio del oficio. El tercero está relacionado con la manera como, a propósito de la fiesta, se termina por caer, otra vez y quizá sin proponérselo, en una ruptura insalvable entre la esfera cotidiana del trabajo y el momento festivo, ritual, de la congregación de la comunidad. Y el cuarto aspecto se refiere a la ambigüedad que encierra la intención de tomar al arte como modelo del saber práctico.
Para abordar el primer aspecto, el de la pregunta por la condición interpretativa del ornamento, conviene comenzar por estudiar dos aspectos generales y fundamentales de la teoría de Gadamer, que pueden parecer hasta cierto punto contradictorios, y cuyo nexo con el problema de la posible dimensión de sentido de la obra artesanal es evidente, relativos, uno, a la esencia interpretativa del arte, a su lingüisticidad
y, otro, a la esencia decorativa del arte, a la ineludible articulación entre la obra de arte y el mundo donde se instala. La ventaja de comenzar por esta pregunta es que nos obliga a hacer un recorrido más o menos detallado por toda la propuesta de Gadamer tanto en lo relativo al arte como al lugar que éste tiene en el conjunto de la hermenéutica filosófica.
Según Gadamer, tal vez lo más característico de la modernidad con relación al arte es el giro a la subjetividad
y a la estetización
, que desplazan la vieja teoría mimética y en su lugar proponen las de genio y creatividad, y que evalúan y definen al arte solo en términos de su calidad estética sin reconocer en la obra propiamente una dimensión de verdad y de conocimiento. De esta manera el concepto de arte gana un sentido exclusivo y excluyente para referirse a un tipo de obras cuya finalidad son ellas mismas y que no sostienen nexos efectivos con la vida y con el espacio cotidiano de la existencia.
Gadamer llama distinción estética
a ese rendimiento abstractivo de la conciencia estética * que elige al arte por sí mismo, abstraído de todo contexto vital, o de cualquier función religiosa o profana en la cual pudiera haber tenido su significación: Con este nombre —y a diferencia de la distinción que realiza en sus elecciones y rechazos el gusto determinado y lleno de contenido— queremos designar la abstracción que solo elige por referencia a la calidad estética como tal
*. A partir de la conciencia estética, activada por la distinción estética, el arte habrá de ser entendido y valorado por lo que es en sí mismo, sin referencia a ningún otro aspecto extraestético con el que pudiera vincularse. La calidad de estético viene a ser pensada como universal, de modo que se considera que la esencia de la obra de arte debe su calidad de tal a los aspectos formales, y en ese mismo sentido universales, que la constituyen y no debe estar por tanto limitada o determinada por el contexto en que se encuentre.
En últimas, la estetización reduce la obra de arte a la calidad de mero estímulo sensorial desprovisto de toda significación. El lema en el arte, a partir de la distinción estética, es la calidad
, y esto, sostiene Gadamer, es entendido en términos de una oposición frontal entre la materialidad de la obra y la significación, como si fuesen dos cosas completamente distintas hacer una obra y otra dotarla de significación. Esto último, sostiene, no correspondería a los verdaderos intereses del arte. No importa mucho pues, cara a la distinción estética, lo que la obra nos diga hoy o lo que haya querido decir en su momento, solo importa lo que la obra estéticamente es.
Gadamer aclara que si bien esta distinción tuvo un importante valor metodológico en los siglos xviii y xix, a fin de reconocer el fenómeno estético y cualificarlo sin la interferencia de criterios morales o lógicos, que amenazaban con disolver su especificidad relegando el juicio estético a una cierta normatividad y a un ideal de perfección, el haber tomado esta argumentación metodológica como verdad de contenido tuvo como consecuencia desarraigar el objeto de arte del mundo de la vida.
Aunque, en otro sentido, Gadamer destaca que esta autonomización del arte puede interpretarse también como una consecuencia del énfasis puesto en un rasgo positivo del arte: su carácter o pretensión de totalidad. Hay pues, también, algo de fondo en el tema de la autonomización y no únicamente un recurso validable por razones metodológicas. Según esto, dirá, lo que distingue el producto de la técnica y aun el de la artesanía, de la obra de arte, es justamente el carácter cerrado y en esa misma medida autosuficiente de la obra de arte; lo que el artista produce, dice, es algo que existe para sí y está ahí solo para ser contemplado
*, su sentido y su verdad radica en su propio ser y no en algún uso, ni tampoco simplemente en la posibilidad de una comparación, que la reduciría a una mera copia. Y esto debe entenderse siguiendo el hilo conductor del concepto de lo bello en los griegos, porque de lo contrario nos veríamos abocados a un sentido únicamente negativo y vacío, de modo que el arte termine definido como algo que deliberadamente se opone a la utilidad, o se malentienda el concepto de mímesis y por lo mismo se quiera denominar arte a ciertas formas de construcción solo por su carácter, en ese sentido, antimimético.
Referirse pues, en vez de autonomización y su carga de significación negativa, a la pretensión de totalidad del arte, es referirse al hecho de que la obra misma implica o contiene el criterio de su adecuación, se yergue como obra justo cuando consigue emanciparse de la contingencia de la creación, cuando se ha desligado y es independiente de todas las consideraciones históricas y sociales, y no está sujeta siquiera a la voluntad o autointerpretación del creador. En consecuencia, dice Gadamer:
Se diga lo que se diga contra las pérdidas que supone la nueva apatridad, la ausencia de lugar para el arte y los artistas, lo cierto es que no puede tomarse en serio ningún programa de política artística que no reconozca la pretensión de totalidad de todo arte. El hecho de que se haya terminado la época de los estilos arquitectónicos comunes a toda Europa no cambia nada. Mnemosyne sigue siendo la madre de las musas. El presente del pasado pertenece, en tanto que arte, a la esencia del espíritu. Las heridas del espíritu no dejan cicatrices (Hegel). *
Esta idea expresa claramente el giro que Gadamer le da a una de las nociones centrales de la estética moderna, la de la autonomía del arte. Ésta deja de ser vista como el logro definitivo de la modernidad que permitió que el arte, por fin, fuera verdadero arte y se desprendiera de la subordinación a la religión y al mundo práctico, y es presentada como un rasgo esencial del arte de todos los tiempos. Tal planteamiento equivale, aproximadamente, a afirmar que la autonomía del arte no necesariamente implica por sí sola la restricción del arte a sus aspectos puramente estéticos, y que no son éstos los que definen su verdadero ser. De este modo Gadamer abre la posibilidad de entender dicha autonomía en función de criterios de contenido y no solamente formales. A esto es algo a lo que, como es sabido, también había ya apuntado Hegel en su clásica definición del arte bello
como la expresión sensible de la idea. Gadamer recupera entonces la pregunta hegeliana por la verdad del arte, sin embargo, a diferencia de Hegel, pretende mantener la perspectiva de la finitud y de la radical historicidad del ser humano, esto le permite no solo hablar de la verdad del arte, sino también ampliar el restringido concepto moderno de verdad, que ahora lo podrá proponer más allá de la adecuación, como una experiencia que nos transforma.
Así pues, frente a la distinción estética que reduce la obra a sus cualidades estéticas, Gadamer propone pensar el arte desde la recuperación de la pregunta por la verdad del arte, propone pensar el arte como algo dado a la comprensión.
Puesto de manera muy esquemática, Gadamer va a sostener que la obra de arte es algo dado al entendimiento, es algo que exige ser interpretado. Pero esto a la vez, puesto en el conjunto de su filosofía —el ser que puede ser comprendido es lenguaje
— tiene otra consecuencia, quiere decir que la obra de arte es lenguaje, que la obra de arte quiere decir
algo. Cuando Gadamer cuestiona el concepto de obra
, por su carácter objetivante y cósico
, sostiene que la identidad de la obra deriva del hecho de que la obra significa
algo para nosotros y no de alguna propiedad objetiva
. Dice: Esta otra formulación quiere decir claramente que su identidad consiste precisamente en que hay algo «que entender», en que pretende ser entendida como aquello a lo que «se refiere» o como lo que «dice»
*.
Si tenemos en cuenta lo que ha sucedido con el arte, sobre todo a partir de las vanguardias, parece que pudiera decirse que no siempre el arte quiere ser entendido, incluso desde antes se ha considerado como terriblemente ingenua y equivocada la clásica pregunta que a veces se formula frente a una obra de arte (¿Y qué significa o qué quiere decir esa obra?). Esta objeción, sin embargo, no es pertinente para la tesis de Gadamer y parte de un malentendido con respecto a la manera como éste quiere entender el lenguaje y la comprensión. Gadamer no está proponiendo que la obra sea algo así como el soporte, más o menos adecuado, de cierto contenido conceptual, tal como lo planteó Hegel.
Que el arte deba ser comprendido no significa que haya que descifrar algún significado oculto, o que sea necesaria algo así como una tarea de traducción de, por ejemplo, la imagen al lenguaje del concepto. Si se lo piensa desde el caso extremo de la traducción es claro que la idea resulta inaceptable, entre otras cosas, porque de esa manera la obra de arte como tal resulta completamente injustificada frente al esclarecimiento conceptual, el arte vendría siendo una manera enigmática de decir algo que se podría haber dicho de otro modo y siempre sería posible preguntar por qué el artista no simplemente dijo de manera directa lo que quería decir.
Si se observa lo que ocurre en nuestra relación con el arte nos encontramos con que solo el que comprende cierto tipo de arte puede captar matices y diferencias, puede evaluar acerca de su calidad y puede emocionarse con él. De ahí que pueda decirse que comprender una forma de arte quiere decir hacer parte de su mundo. Una experiencia cotidiana nos puede ilustrar esto: con frecuencia los más adultos descalificamos como verdadero arte la música de los más jóvenes, la consideramos puro ruido; también es frecuente que las gentes cultas
desprecien el llamado arte popular, por pensar que se trata de algo ingenuo, carente de profundidad espiritual y de verdadera creatividad. Sin embargo, cuando se consigue una actitud un poco más abierta a escuchar los argumentos del otro se puede descubrir que detrás de la música de los jóvenes hay todo un mundo que simplemente no entendemos; allí donde a nosotros todo nos suena igual, el joven aficionado puede diferenciar matices, distinguir instrumentos, evaluar acerca de la calidad de los intérpretes y reconocer un sentido. Es a esto a lo que se refiere Gadamer cuando dice que comete un craso error el que crea que el arte es solo el arte de las clases altas
*.
Entender el arte como lenguaje es una idea que, por supuesto, desafía la perspectiva estetizante que comienza a desplegarse desde la modernidad, sobre todo a partir de Kant, y que pareciera alcanzar su máximo punto de realización en las vanguardias. De hecho, se dirá ¿No es excesivamente forzado querer incluir en la teoría hermenéutica a un arte como el de la mayoría de las vanguardias que decididamente se postula como un juego y un experimento puramente formal, y que pretende suprimir todo aspecto narrativo y simbólico (a excepción claro de lo que ocurrirá con el surrealismo y con el simbolismo)? ¿Qué puede ser necesario interpretar allí?
Que la obra de arte está dada al entendimiento quiere decir que la obra no es apenas una cosa en el mundo, sino que hace parte del mundo, es un fragmento, y la tarea que se nos señala no es entonces la de descubrir en la obra algún significado oculto, sino más bien la de limar el aspecto de extrañeza propio de lo que no ha sido comprendido, de lo que no ha sido aprehendido; comprender es siempre, dice Gadamer, una apropiación de lo dicho, tal que se convierta en cosa propia
*. La obra de arte tendría, en efecto, algo que decirnos y, como dice Javier Domínguez, en cuanto tal, pertenece al conjunto de todo aquello que tenemos que comprender y que constituye nuestro universo hermenéutico
*; pero, para ponerlo en los términos que trae el mismo Gadamer, de lo que se trata no es de traducirla
sino de ganar frente a ella la misma, digamos, transparencia que tenemos con nuestra lengua materna. Y no se trata solo de una analogía, de hecho sostiene que la interpretación lingüística es la forma de la interpretación en general. Por lo tanto se da también allí donde lo que hay que interpretar no es de naturaleza lingüística, no es un texto sino, por ejemplo, un cuadro o una obra musical
*. Si se piensa la exigencia de comprender el arte en términos de traducción
se asume que en la obra de arte habría algo así como un núcleo conceptual que se puede, y se debe, diferenciar del modo de representación, pero lo que quiere decir Gadamer, tanto en relación con el lenguaje en general como con respecto a la obra de arte, es que el modo de representación, de aparición
, es parte esencialmente constitutiva de dicho núcleo conceptual
o mejor, del sentido. Todo decir, al igual que toda obra de arte, es siempre un querer decir
, y entender tanto al lenguaje como a una obra de arte significa comprenderlos como aquello que quieren decir; por ello, por la distancia fundamental entre todo decir y lo que quiere decir, es que todo comprender es siempre un interpretar, pero no se trata de que haya algo así como dos sentidos, uno el literal y otro el de lo que en realidad se quiere decir; ambos son uno, por ello los criterios interpretativos no resultan temáticos como tales. Esto se verifica claramente en el uso normal que hacemos de la lengua materna, donde para comprender-interpretar lo que se nos dice no hacemos el doble trabajo de traducción que hacemos cuando tratamos de entender algo en una lengua extranjera. Ahora bien, es cierto que, de nuevo, tanto el lenguaje como la obra de arte remiten a un sentido más allá de la mera representación, pero, a la vez, éste es sustentado esencialmente en la representación; ésta no es, como quien dice, una segunda existencia
, derivada o accidental, a la que accede el sentido de lo que se quiere decir, sino que es propiamente el modo como se puede cumplir su presencia. Esto se hace muy claro en las ideas de Gadamer en torno a la valencia óntica
de la imagen, donde dice:
Que la imagen posea una realidad propia significa a la inversa para el original que solo accede a la representación en la representación. En ella se representa a sí mismo. Esto no tiene por qué significar que el original quede remitido expresamente a esa representación para poder aparecer. También podría representarse, como es, de otro modo. Pero cuando se representa así, esto deja de ser un proceso accidental para pasar a pertenecer a su propio ser. Cada representación viene a ser un proceso óntico que contribuye a constituir el rango óntico de lo representado. La representación supone para ello un incremento de ser *.
La manera como esta idea es expuesta en Verdad y método I nos indica el carácter paradigmático del arte, es a partir de éste como Gadamer redefine tanto el concepto de verdad como el de lenguaje. De modo que afirmar que el arte es lenguaje no es tanto decir que el arte debe ser pensado bajo el modelo del lenguaje (el propio de la moderna filosofía del lenguaje), sino más bien que el lenguaje debe ser pensado bajo el modelo del arte. Y otro tanto cabe decir con relación a la verdad y a la comprensión.
Tal vez una de las mayores dificultades para que se admita la tesis del arte como lenguaje radica en que se suele restringir la comprensión a la verbalidad
y a las perturbaciones que la obstaculizan; pero, en la propuesta de la hermenéutica, es necesario ubicar el tema de la comprensión en relación con la manera como nos instalamos en el mundo y en la realidad social, donde el lenguaje, antes que ser un instrumento que de forma derivada viene a salvar la distancia —el desacuerdo esencial del que partía F. D. E. Schleiermacher (1768-1834)— entre unos y otros, y entre nosotros y el mundo, es el presupuesto básico de nuestra orientación común. Que nos podamos entender y que podamos entender el mundo, en suma, la inteligibilidad del ser, es, primariamente, una cuestión hermenéutica y no argumentativa-proposicional. La posibilidad de entendernos argumentativamente corresponde un nivel posterior que supone un entendimiento previo.
Ahora bien, es cierto que Gadamer dice que la obra de arte debe ser interpretada, pero también dice que: En la comprensión los conceptos interpretativos no resultan temáticos como tales. Por el contrario, se determinan por hecho de que desaparecen tras lo que ellos hacen hablar en la interpretación. Paradójicamente una interpretación es correcta cuando es susceptible de esta desaparición
*. Y esto se ilustra muy bien con lo que ocurre en el caso de la lectura, de hecho, ver el arte en la perspectiva del lenguaje quiere decir que el arte es como un texto que hay que leer y no es solo una superficie estética para contemplar; un cuadro se lee igual que se lee un texto escrito
*. Y leer, nos dice Gadamer, no consiste en deletrear y en pronunciar una palabra tras otra, sino que significa, sobre todo, ejecutar permanentemente el movimiento hermenéutico que gobierna la expectativa de sentido del todo y que, al final, se cumple desde el individuo en la realización de sentido del todo
*. De modo que aún en el caso de pensar la interpretación en el sentido restringido de una tarea intelectual de desciframiento de lo que está oscuro, la exigencia es la de que tal interpretación se cancele a sí misma para que pueda ser comprendido el sentido del texto o de la obra: solo la autocancelación de este despliegue lleva a término el que la cosa misma, el sentido del texto, gane su propia validez
*. Pero ¿Qué es lo que se está queriendo decir entonces con interpretar
?
Comencemos por plantear el asunto en términos negativos. Es frecuente que en el uso no reflexivo que se hace del concepto de interpretación se lo entienda en