Evolución: Para creyentes y otros escépticos
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¿No era acaso un Dios creador? ¿Pueden ser compatibles ambas afirmaciones?
Si nos aferramos a un dios-ingeniero-mago, es misión imposible.
Pero defender la creación, según Ratzinger, no es eso: es defender únicamente que ese universo en devenir está lleno de significado, porque procede de una mente creadora.
El autor explica de modo accesible cómo funciona la evolución, y argumenta que esa cadena de casualidades se ajusta muy bien a un Dios que da sentido a todo, y no a un dios artesano, como tantos cristianos todavía creen.
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Evolución - Francisco Javier Novo
JAVIER NOVO
EVOLUCIÓN
[Para creyentes y otros escépticos]
EDICIONES RIALP, S. A.
MADRID
© 2018 by JAVIER NOVO
© 2018 by Ediciones Rialp, S. A.,
Colombia, 63, 8º A - 28016 Madrid
(www.rialp.com)
Realización ePub: produccioneditorial.com
ISBN (edición impresa): 978-84-321-5053-1
ISBN (edición ditital): 978-84-321-5054-8
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
A los habitantes de Elmore,
por el maravilloso mes de junio londinense
en el que este libro vio la luz.
Este es un libro sencillo, accesible a cualquier lector que esté interesado en la relación entre la teoría de la evolución y la enseñanza cristiana sobre la creación, aunque no posea conocimientos muy profundos en ninguno de estos campos. Al ser el fruto de bastantes años de lecturas, conversaciones y reflexiones, es imposible incluir referencias bibliográficas a todas las fuentes empleadas (lo cual, además, añadiría un número de páginas que sobrepasaría la paciencia del editor). Todo ello me obliga a pedir disculpas a aquellos autores cuyas ideas y escritos he utilizado sin el debido reconocimiento en forma de citas a pie de página. En cualquier caso, algunos de los pensadores que más me han influido son citados expresamente en el texto.
CONTENIDO
PORTADA
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
DEDICATORIA
1. «EL VATICANO NO ACEPTALA EVOLUCIÓN»
2. LA EVOLUCIÓN NO FUNCIONA ASÍ
3. LA EVOLUCIÓN FUNCIONA ASÍ
4. LOS INESPERADOS BANDAZOS DE LA EVOLUCIÓN
5. LA EVOLUCIÓN DA SALTOS
6. EVOLUCIÓN A LO GRANDE
7. LA BROMA DE LA EVOLUCIÓN
8. EVOLUCIÓN DE LA MENTE
9. EL FENÓMENO HUMANO
10. EVOLUCIÓN, DIOS Y AZAR
AUTOR
1.
«EL VATICANO NO ACEPTA LA EVOLUCIÓN»
TODAVÍA RECUERDO EL IMPACTO que me causó el título de un artículo publicado hace unos años por un conocido bloguero de Estados Unidos: Por qué el Vaticano acepta el Big Bang pero no la evolución
. Podrá sonar fuerte a algunos, como a mí inicialmente; para otros no será más que el típico titular provocador cuyo fin es atraer lectores o generar controversia. Muchos pensarán que no responde a la realidad: todo el mundo sabe que la Iglesia Católica nunca ha condenado oficialmente la evolución. El propio Juan Pablo II escribió que los avances de las últimas décadas muestran claramente que se trata de algo más que una teoría
, y tanto Benedicto XVI como Francisco se han pronunciado después en términos parecidos...
Sin embargo, siempre que trato el tema de la evolución con creyentes percibo a menudo la sombra de la duda, una cierta reticencia a asumir el hecho de la evolución de la Vida y del ser humano con todas sus consecuencias. Con demasiada frecuencia he podido constatar el recurso casi irresistible a señalar ciertos momentos de la historia del cosmos que la evolución supuestamente no puede explicar: la aparición de lo vivo, el fenómeno humano. Como si esos huecos
constituyesen el único asidero a la noción de un Dios que realmente actúa en el mundo.
El problema se acentúa en el caso de los católicos de a pie, generaciones de creyentes para los que aceptar de verdad la evolución resulta incompatible con la acción divina en el cosmos, tal y como ellos la entienden. Lo más preocupante es que ni siquiera los propios implicados son conscientes de ello. Durante los últimos meses, buena parte de los creyentes católicos a los que explicaba mi intención de escribir este libro me decían: «Pero eso no hace falta, yo soy católico y creo en la evolución». Con rarísimas excepciones, tras unos minutos de charla llegábamos invariablemente a la conclusión de que, en realidad, aceptan una idea más o menos vaga de la evolución biológica, aferrándose a la vez a la idea de que se trata de una simple
teoría aún por demostrar, con muchas limitaciones o huecos, especialmente en lo que se refiere a la evolución humana. O sea, no la aceptan de verdad.
En no pocos casos, la situación es mucho más grave. Desde hace años vengo dando conferencias, charlas, tertulias y coloquios sobre evolución a colectivos variados, lo que me ha permitido presenciar sucesos totalmente inesperados y —al menos para mí— dolorosos. Recuerdo escuchar a un matrimonio ya entrado en años, al pasar a mi lado cuando abandonaban el Planetario de Pamplona tras una conferencia que había impartido sobre evolución: «Entonces, lo que dice la Biblia no es verdad...». O aquella otra señora, universitaria jubilada, que toma el micrófono en el turno de preguntas y me espeta: «Si esto que nos ha dicho es cierto, todo lo que nos han enseñado sobre Jesucristo es mentira». Lo cual me dejó helado, porque en realidad yo había estado hablando sobre cómo los genes cambian a lo largo del tiempo haciendo que el fenómeno evolutivo sea posible. ¿Qué tendrá que ver todo eso con la Biblia, y mucho menos con la existencia histórica de Jesús y sus enseñanzas? Me resultaba tan difícil de comprender... era evidente que se me estaba escapando algo. «No es posible —pensaba para mis adentros— que los católicos aquí sean como los creacionistas americanos que sostienen la interpretación literal del Génesis».
Y sin embargo, mi experiencia de estos años me ha llevado al convencimiento de que la catequesis sobre la Creación, tal y como se ha venido impartiendo durante decenios, genera un clima poco favorable para aceptar sin miedos y con todas sus consecuencias el proceso evolutivo. Baste como botón de muestra la inquietud de un estudiante de primer curso de Universidad, que se me acercó preocupado después de un coloquio en su Colegio Mayor. «Yo me imaginaba la Creación —me dijo— como Dios que había ido haciendo las montañas y los ríos, y todo... pero parece que no fue así». Por lo visto, el profesor de religión de su colegio católico no había sido capaz de transmitirle una visión más matizada de la acción creadora de Dios. Le respondí que, efectivamente, no había sido así y que era muy importante que a sus dieciocho años se quitase cuanto antes esa idea de la cabeza y la reemplazase por otra algo más elaborada, porque de lo contrario su fe estaba en serio peligro. No le he vuelto a ver, pero espero que haya seguido mi consejo.
El problema se agudiza al tratar sobre la aparición del fenómeno humano. Porque, no nos engañemos, es más o menos fácil aceptar que las montañas, los ríos, los peces o las mariposas han aparecido por mecanismos puramente naturales, compatibles con las bellas imágenes utilizadas en la narración del Génesis sobre el poder del Creador. A muy pocos les preocupa la transición de reptiles a mamíferos, o al menos no ven en ello una gran amenaza para sus valores y creencias más profundas. Pero al enfrentarse al «insuflar el aliento de vida» con el que el texto bíblico describe la aparición del ser humano, la explicación casi ineludible es que Dios creó algo (un alma humana) que —en ese preciso instante— insufló
en otro algo (un mono u otro primate que no era todavía humano). Para la inmensa mayoría de los católicos de a pie, aceptar que esto no sucedió realmente así supondría que Dios no ha tenido intervención alguna en la aparición del ser humano.
Y este es el núcleo fundamental del problema: en la mente de estas personas, si la llegada del ser humano a este planeta no ha sido exactamente así, entonces todo se reduce a puros mecanismos biológicos regidos por el ciego azar. Esta es, por desgracia, la única alternativa que se les ofrece. El gran desafío de la evolución para el cristianismo es que haría posible un universo sin propósito ni sentido, dando lugar a una imagen del mundo —una cosmovisión— que niega el significado de la especie humana; una visión en la que bondad, amor, justicia o arte son meros fenómenos naturales, artefactos de una selección natural inexorable, ciega y despiadada. Por tanto —continúa el razonamiento— la evolución (tal y como nos la presentan) no puede ser verdad ya que no explica en profundidad lo que significa ser humano.
Evidentemente —y por suerte para mí— no soy el único que ve la necesidad urgente de explicar estas cuestiones de modos nuevos, más acordes con los avances de la ciencia actual. En el prólogo de su libro Creación y Pecado, que recoge una serie de homilías sobre este tema pronunciadas cuando era arzobispo de Múnich, el cardenal Ratzinger expresa la silenciosa esperanza de un cristianismo renovado que ofrezca una alternativa a esta situación sin salida en la que parece encontrarse. Pero dicha alternativa, afirma, «sólo puede ser elaborada si la doctrina de la creación es nuevamente desarrollada. Esto debería ser, en consecuencia, considerado como uno de los compromisos más urgentes de la teología actual» (el énfasis es mío).
Con su habitual agudeza, el futuro papa Benedicto XVI describía la situación a la que se enfrenta el creyente que debe compaginar el relato del Génesis con los avances de la biología evolutiva. Se le dice que, en definitiva, el relato bíblico de la creación quiere transmitir sólo una idea: Dios ha creado el Universo. Y prosigue:
Creo que esta