Fábulas argentinas
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A través de sus fábulas conocemos animales tan notables como el teruteru, de la vizcacha a la comadreja, de la lechuza al cóndor, del perro cimarrón al colibrí, y también humanos sencillos de innegable simpatía.
Estas Fábulas argentinas son narraciones breves, de estructura sencilla y de prosa diáfana. Fluctúan entre la inocencia, el humor y la ironía, dejando sentada, casi siempre, la intención pedagógica del autor de mostrar alguna reflexión moral.
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Fábulas argentinas - Godofredo Daireaux
Godofredo Daireaux
Fábulas argentinas
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Créditos
Título original: Fábulas.
© 2024, Red ediciones S.L.
Diseño cubierta: Red ediciones S.L.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-175-3.
ISBN rústica: 978-84-9816-758-0.
ISBN ebook: 978-84-9897-809-4.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.
Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 11
La vida 11
Al lector 13
El hombre y la oveja 15
La mariposa y las abejas 16
El tigre y los chimangos 17
La gaviota 17
El arroyo y el cañadón 18
La hormiga y la cucaracha 19
El perro fiel 20
El terú-terú 21
El hurón y la gata 22
La cigüeña 23
El mono y la naranja 24
El ombú 24
La vizcacha y el pejerrey 25
El mosquito 26
Los pavos y el pavo real 27
Flor de cardo 28
El gato montés 29
El trigo 30
Las palomas 30
El caballo asustadizo 31
Cambio de política 32
Concurso de belleza 32
Los carneros y el capón 33
Patrón rico 34
El guacho 35
El caballo y el buey 36
El zorro y el avestruz 37
El caracol 38
El avestruz y la perdiz 38
El zorro y la vizcacha 39
El toro y el hornero 40
La cotorra y la urraca 40
El tigre y sus proveedores 41
El chancho gordo 42
Flores quemadas 42
El médano y el pantano 43
Maledicencias 44
La mulita indiscreta 44
Vae soli! 45
La gran conejera 46
Los zánganos en la colmena 47
La gallina y el cuchillo 47
Flores marchitas 48
Interesante sesión 48
La oveja merina y las ovejas criollas 49
Las dos manos 49
El gato blanco 50
El entierro del perro 50
El chajá y los patos 51
La ostra madreperla y la ostra común 52
La babosa 52
Cóndor y chingolo 53
La vizcacha inexperta 54
Amor sincero 54
Pelea de gallos 55
El hornero y la palma 55
Las colmenas 56
El escarabajo y el picaflor 57
La lechuza y el zorro 58
El zorrino manso 58
La rosa, el picaflor y la mariposa 59
El gato montés y la nutria 60
Los gatitos en la escuela 61
El toro y la argolla 61
Los dos carneros 62
El capón flaco 62
La araña 63
La víbora y el zorro 64
El perro y el zorro 64
El cuis y la lechuza 65
Los dos gallos y la polla 66
El oso hormiguero 67
Jerarquía 67
El mono y la cinta elástica 68
La hormiga y su fortuna 69
Los dos perros y el ladrón 70
La comadreja y el zorro 70
El triunfo del zorro 71
La gallina y la perdiz 72
El pato 73
El nido del carancho 74
El cisne y la garza mora 75
El pato y las gallinas 76
El perro y el cabrón 76
Mucho ruido, pocas nueces 77
El zorro y el puma 77
La armadura del peludo 78
La sequía 79
El mono y el perro 79
Las voraceadas del tigre 80
El vizcachón previsor 81
El pavo y el gallo 81
Las vizcachas 81
El pavo real, la urraca y el hornero 82
La araña y el sapo 83
Caridad 84
El hurón y el zorro en sociedad 84
El ruiseñor y los gansos 85
El burro 86
La vizcacha y el zorrino 86
El loro muerto 87
Maniobras militares 87
El perro, el cimarrón y los guanacos 87
La vaca empantanada 88
Las pértigas y la barrica 88
¡Ya no soy poeta! 88
La cúspide y el valle 89
El ñandubay la paja 90
El picaflor enojado 90
La hormiga alada 91
Las opiniones del gallo 91
Los burros y el eco 92
El carnero filósofo 93
La luciérnaga y las arañas 93
El cordero negro 94
El águila y el gorrión 94
El tutor y la planta 94
Los patos caseros y los patos silvestres 95
El chajá y los mensajeros 96
El águila, el chimango y las urracas 97
El zorro y la vizcacha 97
El perro gritón 97
El cisne y la gallareta 98
Los cimarrones y el tigre 98
El bien-te-veo y la comadreja 99
La fiesta del águila 100
El novillo 101
El caballo enriquecido 101
El perro y las pulgas 102
El chajá 102
La perdiz y la gaviota 103
Las dos plantas 103
El águila 103
El caballo y el burro 104
Las abejas en sus comicios 104
El pavo real y sus admiradores 104
El gaucho y el potro 105
Zorro viejo 105
Las hormigas 107
Parentesco póstumo 107
Los tres durazneros 108
El bien-te-veo 108
El cuis en el entierro del perro 109
El ganso 109
Justas quejas 110
La chicharra y la rana 111
Gallos y gallinas 111
El mal tropero 112
Decreto moralizador 112
El avestruz y el ganso 113
Los dos tigres y el zorro 113
El caballo y la mula 114
El cencerro y la campana 114
Los pajaritos y la luciérnaga 115
Ayuda oportuna 115
La selva 116
Invasión de hormigas 116
El lagarto 117
La burra y el potrillo 118
Los escarabajos 118
El cimarrón y el zorro 118
La nutria y la gallareta 120
Aves de rapiña y mosquitos 120
Libros a la carta 123
Brevísima presentación
La vida
Godofredo Daireaux (París, 1849-Buenos Aires, 1916). Argentina.
Hijo de un normando que había hecho fortuna con el café en Brasil, Geoffroy Francois Daireaux se estableció como hacendado en la Argentina en 1868 y en 1883 poseía tres estancias en Rauch, Olavarría y Bolivar.
Participó de la fundación de la ciudad de Rufino en la provincia de Santa Fe y Laboulaye y General Viamonte en la provincia de Córdoba.
En 1901 fue Inspector General de Enseñanza Secundaria y Normal. Enseñó Francés en el Colegio Nacional. Trabajó en La Nación, colaboró en Caras y Caretas, La Prensa, La Ilustración Sudamericana, La Capital de Rosario, y dirigió el diario francés L’Independant. Su casa fue centro de encuentro de artistas como Fader, Quirós, Sivon e Yrurtia.
Daireaux escribió relatos de costumbres y tratados como «La cría del ganado» (1887), «Almanaque para el campo» y «Trabajo agrícola».
Al lector
(«El hombre dijo a la oveja...»)
Godofredo Daireaux
A medida que uno envejece, le entran como loca picazón las ganas de dar consejos. ¿Será que, no pudiendo ya sacar provecho de su tardía experiencia, el hombre la ofrece de regalo a los que todavía la pueden utilizar?
Puede ser.
Pero los consejos, y más todavía las críticas, a que también da la experiencia cierto derecho, tienen que ser envueltos en algo muy dulce para que el paciente consienta en tragárselos, y que del remedio se pueda esperar algún efecto. Y por esto es que, desde tantos siglos, se ha imaginado el apólogo. Con él, ha podido un pobre esclavo, como el gran fabulista frigio Esopo, cantar verdades a su amo sin ser muerto a azotes; con él, ha podido Rabelais, el jovial cura francés, mofarse de los clérigos viciosos de su tiempo, sin acabar en la hoguera; por él, Lafontaine ha popularizado tantas máximas de moral y tantas reglas prácticas de conducta, que sus fábulas han contribuido más al progreso de la humanidad que cien tratados de filosofía.
Estos maestros y muchos otros han dejado tan trillado el campo del apólogo, que poco queda que espigar en él; y por mi parte, no me habría atrevido a hacerlo, si, durante muchos años, no hubiera sorprendido entre los animales que pueblan la Pampa, mil conciliábulos que sería lástima dejar perder, pues no desmerecen sus lecciones de las que nos han venido de allende los mares.
Es de sentir, por cierto, que no hayan tenido por intérprete de sus gestos graciosos y de sus conversaciones instructivas a algún inspirado poeta, capaz de traducirlos en versos lapidarios, pero no pude yo sino tomar fieles apuntes de lo que vi y oí, y reducirlos a simple prosa corriente para los que ignoran el idioma de los bichos pampeanos.
Los hay entre éstos, llenos de picardía, de envidia, de ingratitud, de egoísmo, de orgullo, de avaricia, de ignorancia, de mala fe y de muchas otras cosas feas, cuya enumeración sería mucho más larga que la lista de sus virtudes; y no hay duda que el hombre es muchísimo mejor que esos seres inferiores. Pero podría suceder ¿no es cierto? por una gran casualidad, que también se encontrasen hombres que no fueran modelos de lealtad, de desprendimiento, de gratitud, de modestia, de generosidad, de buena fe, y para enseñarles a corregirse, el apólogo es y siempre será de gran resultado; por lo menos podrá servir de desahogo al que sienta la imperiosa necesidad de reprender sin herir, y si por sus alusiones y sus indirectas, las fábulas hacen cosquillas al que las oiga... ¡que en silencio se rasque!
Bien raras veces, por lo demás, se da uno por aludido: cuando, en un círculo de muchachos, algún travieso ha pegado con alfiler colas de papel a dos de sus compañeros, todos, por supuesto, se ríen, pero, más que los otros, siempre los dos que llevan la cola.
La fábula no hace personalidades; y su gran poder, justamente, consiste en que a nadie choca, ya que siempre puede cualquiera desconocer en ese espejo las arrugas de la propia cara y aplicar a otro la semejanza; pero no por esto deja de ser siempre más eficaz la sonrisa indulgentemente burlona del fabulista que la voz severa y los ojos redondos del pedante.
• • •
También te diré, lector, el porqué del título.
Estábamos un día en un corral de ovejas arreando despacio los animales al chiquero, y nos hablaba un compañero de un sujeto a quien habían explotado muy feo los mismos que, bajo forma de habilitación, parecían ayudarle, cuando lo interrumpí diciendo: «¡claro! pues: el hombre dijo a la oveja...»
Y un gaucho, un peón, que caminaba algunos pasos delante de nosotros, al momento dio vuelta la cabeza y alargó el pescuezo, prestando con interés el oído en espera del resto. No seguí ese día, porque no había tiempo, pero la mirada hambrienta de cuentos de ese hombre había bastado para que me decidiera a juntar todos los que andaban sueltos en el cajón de mi mesa y también en mi cabeza, haciendo de ellos el modesto lío que aquí te ofrezco.
Y si también las llamé Fábulas argentinas, es que, aunque lo mismo pueden ser de aplicación en cualquier otro país, me han sido inspiradas, casi todas, por acontecimientos y personajes argentinos, o por sucesos e incidentes acaecidos aquí, entre gente radicada en esta tierra; y que sus actores son, con muy pocas excepciones, animales pertenecientes a la fauna argentina.
G. D.
El hombre y la oveja
El hombre dijo a la oveja:
—¡Te voy a proteger!
Y a la oveja le gustó.
—Apenas —dijo el hombre— tienes en las espaldas, para resistir al frío, algunas hebras de gruesa lana. Vives en rocas ásperas, donde tienes que brincar a cada paso, con riesgo de tu vida, para buscar el escaso alimento, el pobre pasto que allí crece. Los leones no te dejan en paz. Crías hijos flacos con tu poca leche, y da pena ver en semejante miseria a ti y a toda tu familia. Ven conmigo. Te daré rico vellón de lana fina y tupida, perseguiré a tus enemigos,