Poemas en tierra extraña
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Poemas en tierra extraña, de Bruno Moreno, es un libro de madurez humana y poética manifestada en versos empapados de nostalgia y del sentido de la vida como peregrinación. Quizá ningún otro poeta haya sabido reflejar de forma tan conmovedora la experiencia de los creyentes de ser extranjeros en una sociedad moderna que ha abandonado sus raíces cristianas y se ha olvidado de Dios.
Con gran maestría, el autor consigue escribir poemas fáciles de entender que, sin embargo, en ocasiones se adentran en el terreno de la mística y nos animan a elevar los ojos al cielo o asomarnos a profundidades insondables. Entre los temas tratados destacan la poesía y en particular la rima como reflejo de la música celeste, el retorno a la inocencia de los niños, la gloria oculta en las cosas pequeñas y la existencia real y terrible del mal y el pecado.
Son páginas, en definitiva, de un poeta católico y no de simple "espiritualidad" abstracta, de modo que también están salpicadas de cantos tiernos y devocionales a la Virgen o al Crucificado, poemas de amor a su esposa y algunos versos cómicos llenos de buen humor. Una verdadera delicia.
Bruno Moreno Ramos
Bruno Moreno Ramos es un conocido bloguero español que disfruta escribiendo casi tanto como leyendo. Sus libros y otras publicaciones se caracterizan por el sentido del humor, la fe católica y el asombro ante la belleza de las cosas pequeñas. Vive en Madrid con su esposa y sus hijos.
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Poemas en tierra extraña - Bruno Moreno Ramos
Prólogo
¿Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extraña?, pregunta el salmista en uno de los pasajes más conmovedores de los Libros Santos. Aquella tierra extraña era Babilonia, donde los israelitas estuvieron desterrados durante setenta años y se sentaban bajo los sauces a llorar con nostalgia de Sion.
A decir verdad, el destierro babilónico no era un mal lugar. Al contrario, desde el punto de vista humano se trataba de un entorno casi paradisiaco: grandes canales de agua regaban la ciudad, cerámicas vidriadas magníficas cubrían las puertas y murallas, sus jardines colgantes eran una de las maravillas del mundo antiguo y en cuanto a prosperidad y grandeza no tenía rival en el Oriente Medio. Todo aquello, sin embargo, no le importaba un ardite al salmista, porque la gran Babilonia no era su patria, sino una tierra extraña.
Este lamento no puede sino resonar en el corazón de los cristianos y en sus versos. A fin de cuentas, nuestra patria es el cielo, de modo que, incluso en el mejor de los casos, vivimos como peregrinos en esta tierra. La conciencia de ser extranjeros, sin embargo, es especialmente intensa en esta época, en que el occidente cristiano es ya el occidente poscristiano. Acudir un domingo, por ejemplo, a una maravillosa catedral gótica y descubrir que apenas un puñadito de personas va a Misa en ella, la mayoría viejos, es una parábola hecha carne que pone ante nuestros ojos la decadencia y la apostasía de las naciones cristianas. La cristiandad nunca fue el cielo, pero al menos hablaba del cielo: hoy ya no lo hace y ese terrible silencio aviva nuestra sensación de estar lejos de casa.
A esto se une el dolor añadido que supone encontrarse por todas partes con los restos de un pasado cristiano glorioso. No vivimos simplemente en un país pagano, sino en una tierra que ha rechazado la fe, prefiriendo la oscuridad a la luz. Como el que vuelve a la casa de su niñez y la descubre abandonada, medio hundida y llena de murciélagos, encontramos en cada rincón recuerdos felices que, por contraste con el estado presente, nos desgarran el corazón.
La decadencia en la fe va unida, además, a una decadencia paralela de la razón y la virtud, que sin la luz de Cristo se van oscureciendo poco a poco. Esto hace que los cristianos cada vez tengamos menos en común con otras personas, porque no compartimos las cosas más importantes de la vida. Como si habláramos un lenguaje diferente, no nos entienden ni nosotros les entendemos a ellos: somos extranjeros y peregrinos en tierra extraña
Este mundo que ha apostatado de la fe no es, materialmente, un mal lugar, como tampoco lo era Babilonia, pero no es nuestra patria y eso es lo que de verdad importa. Todas las comodidades y todos los adelantos técnicos del mundo no pueden compararse con lo que hemos perdido.
¿Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extraña? Como lo hacía el salmista: con nostalgia por nuestra verdadera patria, que es, quizá, la fuente de toda poesía.
Pluma jpg tomado de vecteezy 300 medianoDesterrado (glosa al salmo 119)
Ay de mí, tanto tiempo
desterrado en Masac,
acampado en Cadar
entre un pueblo extranjero.
No me entienden a mí
ni yo tampoco a ellos:
hablan y hablan sin fin
en lenguaje de sueños.
Nos vemos y cruzamos
sin detenernos nunca,
como seres extraños,
fantasmas en la bruma.
Cuando yo digo paz
,
ellos responden guerra
;
cuando digo verdad
,
menean la cabeza.
Perdieron su heredad
de razón y belleza
y vagan sin cesar
por tierras cenicientas.
La muerte está en sus rostros,
la tumba en su mirada,
un miedo venenoso
les