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Diario del destierro
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Libro electrónico386 páginas5 horas

Diario del destierro

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La imagen que hoy tenemos de la civilización occidental es el resultado de un largo proceso de construcción que se inicia con el desplazamiento del Mediterráneo como centro, a la formación del circuito comercial del Atlántico y la inclusión de América en el sistema mundo.

El propósito de esta edición del Diario del Destierro o Historia de la expulsión de los jesuitas de América en tiempo de Carlos III, escrito por Josep Manuel Peramás en 1768, reside en interrogar el rol desempañado por la Compañía de Jesús en esta nueva configuración del espacio, el tiempo y el conocimiento a través de sus recorridos por los espacios geográficos y culturales del área rioplatense. Los viajeros jesuitas, a través de la estructura de la orden en misiones distribuidas a lo largo y lo ancho del nuevo mundo tuvieron un rol fundamental en esta nueva enciclopedia con sus desplazamientos e investigaciones que profundizaron la percepción de la otredad y reafirmaron la mismidad, a la vez que hicieron tambalear sus principios fundantes y fueron el germen de imaginarios trastocados. Con el objetivo de justificar su causa, Peramás introduce al receptor europeo en faunas, floras y costumbres varias que representarán la configuración de un pensamiento proto americano en ciernes.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 jul 2024
ISBN9783968695709
Diario del destierro

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    Diario del destierro - José Manuel Peramás

    Estudio preliminar

    Aurea, qua turgent Americae víscera

    (Es de oro aquel por el que se inflaman las entrañas de América)

    Finis Anni patientis elegia,

    José Manuel Peramás

    A Lila Perrén de Velasco, in memoriam

    1. El espacio colonial: punto cero de la Modernidad americana

    En una conferencia pronunciada en Frankfurt en 1992, Enrique Dussel (2003) señala el año 1492 como la fecha del nacimiento de la Modernidad, porque es el momento en que Europa pudo autoconstituirse unificada al explorar, conquistar y colonizar una alteridad que le devolvía una imagen de sí misma.

    La modernidad es un fenómeno esencialmente europeo, pero constituido en una relación dialéctica con una alteridad no-europea que finalmente es su contenido. La modernidad aparece cuando Europa se autoafirma como el centro de una Historia Mundo que ella inaugura; la periferia que rodea este centro es, consecuentemente, parte de esta autodefinición. La oclusión de esta periferia (y el rol de España y Portugal en la formación del sistema mundo moderno) lleva a los más importantes pensadores contemporáneos del centro a una falacia eurocéntrica en su comprensión de la modernidad (Dussel 2003, 63).

    Con esta afirmación, Dussel devuelve a España un lugar protagónico al señalar que el proceso de descubrimiento y conquista de América es parte de la constitución misma de la subjetividad moderna. En el mismo sentido se expresaba Tzvetan Todorov, cuando afirmaba que el descubrimiento de América anuncia y funda nuestra identidad presente; aun si toda fecha que permite separar dos épocas es arbitraria, no hay ninguna que convenga más para marcar el nacimiento de la era moderna que 1492; todos somos descendientes de Colón (Todorov 1987, 15).

    A partir de entonces y de manera irrevocable, Europa se constituye como eje del devenir histórico, ya que es el lugar donde transcurre la historia. Asistimos entonces a diferentes intentos de incluir al resto del nuevo mundo anexado en ese devenir, tal como testimonian los escritos de los cronistas de Indias, abocados a emprender la masiva construcción discursiva de Europa/ Occidente, diferenciada de la alteridad circundante, siempre desde la posición privilegiada del lugar de enunciación asociado al poder imperial. Esta construcción, que tiene como supuesto básico el carácter universal de la experiencia europea, tendrá formulaciones contundentes que en los siglos posteriores se fueron naturalizando hasta constituirse en verdades irrefutables.

    Desde esta concepción preponderantemente eurocéntrica, la conquista ibérica del continente americano es el momento fundante de los dos procesos que articuladamente conforman la historia posterior: la Modernidad y la organización colonial del mundo, de las cuales derivan la constitución de los saberes, de los lenguajes, de la memoria y del imaginario. En estos discursos primigenios, América conlleva desde su origen una tensión interna en la puja por su visibilización como espacio de explotación, conjuntamente con su construcción como espacio fundacional. Pero esta gran narrativa universal tiene la particularidad no solo de organizar la totalidad del tiempo de todas las culturas y pueblos del planeta, presentes y pasados, sino también la totalidad del espacio.

    La Modernidad conlleva también una modificación sustancial en la concepción del espacio. Antes de 1500, cada civilización o cultura estaba organizada en torno a un concepto territorial, que ubicaba a cada una en el centro del mundo. La expansión de Europa en el Atlántico y luego en el Pacífico, generó una nueva cartografía que repetía esta idea de la supremacía de la cultura que ostentaba el poder de dibujar el mapa (en este caso, Europa), pero con la novedad de que a partir de entonces esta cartografía se universaliza y se naturaliza; de este modo nos llegan en la primera y segunda mitad del siglo XVI las primeras versiones del mapamundi que conocemos hoy trazadas por Mercator y Ortelius. El centro se desplazó de Jerusalén a Roma. América se incluye en el espacio conocido del sistema interregional de entonces, y su inclusión misma desencadena una de las percepciones fundantes de la subjetividad que marcaría la Modernidad: la percepción del cambio histórico, la centralidad de Europa en la representación del mundo y la representación cartográfica que oficia como un dispositivo de territorialización de un espacio determinado, para volverlo doméstico y racional (Mignolo 1995 y 2003).

    Las configuraciones textuales historiográficas que inicialmente estuvieron a cargo de los cronistas de Indias, tuvieron su correlato no solo en la inclusión espacio-temporal de América en Europa, sino también en su problematización e interpretación desde la filosofía política y las ciencias naturales. Los pensadores del siglo XVIII trataron de dar respuestas a esta nueva conformación mundial que representaba la inclusión de un gigante hasta ese momento desconocido, América. En este sentido, son fundamentales las convicciones ambientalistas de George-Louis Leclerc, conde de Buffon, en su Histoire naturelle (comenzada en 1749 y concluida en 1788 con 36 volúmenes), que lo conducen a una asociación entre el clima y el color de piel, ubicada en los prolegómenos de la teoría de las razas.¹ Según Buffon, el calor del clima es la causa principal del color negro: cuando el calor es excesivo, como sucede en Senegal y en Guinea, los hombres son enteramente negros; donde ya empieza a ser un poco más templado, como en Berbería, en el Mogol, en Arabia, los hombres no son sino morenos; finalmente, donde el calor es muy templado, como en Europa, los hombres son blancos, y únicamente se advierten en ellos algunas variedades que solo dependen del modo de vida. Buffon rechazó en su estudio las taxonomías y, desde una perspectiva predarwiniana, percibió en cambio el dinamismo del mundo viviente y la diferente constitución de los humanos. Tuvo cuidado de expresarlo con claridad, señalando que por clima no debemos entender únicamente la mayor o menor latitud, sino también la elevación o depresión de las tierras, su proximidad o alejamiento de los mares, su situación respecto a los vientos; en resumen, todas las circunstancias que concurren a formar la temperie de cada región. Para agregar a continuación que de tal temperie, fría o cálida, húmeda o seca, depende no solamente el color de los hombres, sino también la existencia de las especies de animales y plantas, que caracterizan ciertas regiones y no se encuentran en otras. Y de esa misma temperie dependerá, por consiguiente, la diversidad de alimento de los hombres, segunda causa –agrega Buffon– que influye mucho en su temperamento, en su naturaleza, en su estatura y en su fuerza (Buffon, Oeuvres complètes, II, 677). Hasta concluir que la ausencia de grandes mamíferos en América debe estar en relación con alguna cosa contraria al engrandecimiento de la naturaleza. El hombre americano es un hombre débil en un medio hostil.

    Las conexiones entre el estatuto legal de los seres humanos en el viejo y el nuevo mundo con su respectiva ubicación en el espacio también son problematizadas por el barón de Montesquieu en Del espíritu de las leyes. Las necesidades en los diferentes climas han dado origen a los distintos modos de vida, y estos, a su vez, a los diversos tipos de leyes. Con respecto a esta afirmación cabe preguntarse, tal como lo hace Luis Urteaga (1993), ¿cómo es posible que un tratado de teoría legal pudiera dar cabida a divagaciones sobre el clima? Como respuesta, Montesquieu señala que las leyes que regulan la convivencia social muestran su bondad o adecuación a través de las costumbres de los pueblos. El análisis del derecho debe apoyarse, así, en el estudio de las costumbres. Ahora bien, añadirá Montesquieu: Si es verdad que el carácter del alma y las pasiones del corazón son muy diferentes según los distintos climas, las leyes deberán ser relativas a la diferencia de dichas pasiones y de dichos caracteres.

    Con sus afirmaciones Buffon sienta las bases de una sesgada y singularísima evocación del medio americano que cautivó la imaginación de algunos europeos. Particularmente de aquellos teóricos que se diferenciaban de la retórica roussoniana del buen salvaje o la entusiasta apología misionera de la bondad del indio, esgrimida desde los inicios de la conquista por fray Bartolomé de las Casas, y la maravilla de la naturaleza americana. Este es el caso de Corneille De Pauw, autor de unas célebres y polémicas Recherches philosophiques sur les Américains (Berlín, 1768). De Pauw exageró y deformó la tesis buffoniana de la debilidad del continente americano. En sus escritos convirtió la supuesta inmadurez de la naturaleza del nuevo continente en decadencia y corrupción, y la debilidad del aborigen en degeneración. Estas expresiones estigmatizadoras de De Pauw sobre el nuevo mundo y sus pobladores fueron vulgarizadas por continuadores, tales como Raynal en su Histoire philosophique et politique des établissements des Européens dans les deux Indes (Ginebra, 1775 y París, 1820), y difundidas en el mundo anglosajón a través de The History of America de William Robertson (1777). Los sucesivos escritos dieron lugar a una extraordinaria polémica científica, en la mayoría de los casos basada en prejuicios y tergiversaciones con una marcada perspectiva política colonialista. En ese debate se combinan tesis naturalistas con argumentos historiográficos, influencias climáticas con elucubraciones sobre las creencias o la conducta sexual de los indios aborígenes; leyendas, prejuicios y también observaciones de primera mano (Sainz Ollero et al. 1989).²

    Estos debates constituyen al siglo XVIII como un momento clave para el advenimiento de nuevos saberes, tanto de nuevas configuraciones epistémicas como a través de la presencia de actores y redes propiciadas por la movilidad. Aflora la construcción del biopoder y se empieza a argumentar en términos de biopolítica, como el espacio de racionalización de los problemas que planteaban a la práctica gubernamental fenómenos propios de un conjunto de seres vivos constituidos como población: salud, higiene, natalidad, sexualidad, longevidad, racialidad, etc. (Foucault 2007), y que incluso cuestionaban su legitimidad tal como lo harían los jesuitas expulsos (Page 2011, 19).

    Entre los pensadores norteamericanos, Franklin, Adams y Thomas Jefferson (Notes on Virginia, 1785) tomaron la pluma para criticar las fáciles generalizaciones de sabios europeos de gabinete que, sin haber puesto nunca un pie en América, simplificaban una realidad natural y humana rica y diversa. En el saldo final del debate, además de muchas diatribas jugosas, quedó un conocimiento más cabal de la auténtica geografía e historia natural del Nuevo Mundo, así como de la etnografía y el pasado de los pueblos americanos. Llama la atención entre los protagonistas de la polémica la extensión y calado de los argumentos ambientalistas que se fueron entrelazando. Lo esencial, para la mayoría de los defensores del hombre americano, parece ser dar la vuelta al argumento inicial. El clima de América no es, como había sostenido Buffon, húmedo, hostil y malsano; al contrario, el aire es salubérrimo y la naturaleza, feraz y benigna. En consecuencia, el aborigen no es débil y apocado, sino sano, robusto y diligente. La dignidad del indio reposa así, a la postre, en la bondad de su tierra natal. El entusiasmo climático de los apologistas del Nuevo Mundo es una prueba adicional de la vigencia del ambientalismo en la segunda mitad del siglo XVIII.

    La polémica sobre la población americana encierra otra lección de interés. Ninguno de los participantes en la misma, ni siquiera los más cargados de prejuicios etnocéntricos, pusieron en duda el principio monogenista. Aun cuando eran considerados pueblos jóvenes o degenerados, los indios americanos eran hijos de la misma especie y formaban parte de una única humanidad. Lo mismo podría decirse de los demás pueblos de la Tierra. En realidad, la cultura del setecientos ofrecía escasas alternativas al viejo axioma humanista.

    La activa participación de la comunidad jesuita en esta polémica nos acerca al tema específico de la presente introducción: la compresión y la difusión de América llevada a cabo en Europa por los integrantes de la Compañía de Jesús. Los jesuitas expulsados de Hispanoamérica y radicados en Italia, acometieron una encendida defensa de la dignidad de los indios e intentaron mostrar en Europa la diversidad y excelencia de las tierras americanas. Entre los padres más destacados que aportaron referencias del sinfín de novedades del imperio español de norte a sur, se encuentran Francisco Javier Clavijero, que escribió una minuciosa Historia antigua de México (1780-1781) mostrando la profundidad del pasado azteca y la riqueza de su civilización; Juan Ignacio Molina y José Solís, quienes publicaron sendos ensayos sobre la historia natural de Chile (1782) y de la provincia del Chaco (1789), poniendo de manifiesto los errores y simplificaciones de De Pauw. Por su parte, científicos criollos como José Manuel Dávalos, y más tarde Hipólito Unanue y Francisco José Caldas, vindicaron su patria nativa acometiendo estudios sobre el clima y la naturaleza del Nuevo Mundo (Peset 1987).

    Entre las múltiples referencias que los jesuitas escriben en voluminosos tratados durante su permanencia en América y después de su expulsión destaca la compilación preparada en Faenza por Joaquín Camaño Misiones del Chaco argentino, publicada en 2016 por Maeder et al. y hasta entonces dada a conocer por referencias indirectas de Guillermo Furlong. Es un texto de crucial relevancia científica que constituye una especie de eslabón perdido (Maeder 2016, 16), ya que contribuye a zanjar el hiato existente de conocimiento etnográfico y científico de nuestro territorio entre las informaciones coloniales tempranas y las aportadas por los viajeros ilustrados a partir de finales del siglo XVIII. La importancia de Camaño también radica en que nació en 1737 en La Rioja (virreinato del Perú), por lo tanto, aporta la mirada de un jesuita criollo.

    Lo cierto es que el extensísimo corpus documental jesuítico se caracterizó con el transcurrir del tiempo por las diferentes escuelas historiográficas desde posturas muy críticas como un discurso triunfalista de la labor apostólica de la orden en el Nuevo Mundo, y como un intento desesperado de defender las acciones de la Compañía, en especial el sacrificio constante de los individuos misioneros. Paralelamente, fueron resaltados los aportes científicos que realizaron, la información que aportaron en forma de etnologías comparativas y diarios de campo que brindaron datos sobre su interacción con las sociedades indígenas.

    Asimismo, la historiografía del exilio se volvió cada vez más exhaustiva, heredera del método científico de la Ilustración, ya que el movimiento jesuítico vivió una etapa de renovación y profundización de sus prácticas. Faenza se convirtió en un centro de concentración de jesuitas letrados que se dedican a estudiar y sistematizar con perfil científico enciclopedista el producto de sus años transcurridos en América, quienes aportaron valiosos y múltiples conocimientos sobre ciencias naturales, entre otras flora, fauna, orografía e hidrografía que no solo permitieron instalar a América en Europa, sino que modificaron la visión del mundo a partir de la experiencia colonizadora.

    Otro acceso a la diversidad de saberes es aportado por los textos ficcionales o pseudoficcionales escrito por los padres. Más allá del relato historiográfico, el ensayo filosófico y el tratado naturalista, la literatura de viajes aporta al debate una cuota de objetividad científica atenuada por la evidencia de la experiencia del sujeto y un factible agregado de ficcionalidad. Desde este foco, el diario ofrece una estructura textual que remite directamente al yo como centro productor del discurso e integra las líneas factual y ficcional. Los viajeros, que son a la vez cronistas, funcionarios, misioneros, comerciantes, desarrollan imágenes, estereotipos sustentadores de un acervo textual que da cuenta de la situación colonial, son partícipes del colonialismo y fundadores del discurso colonialista.

    Tal como se puede apreciar, cuando los países europeos inician el proceso de dominación de los nuevos mundos, el desafío era mucho más grande que anexar territorios, el objetivo final fue llevar a cabo la reorganización de las dimensiones temporales y espaciales con el esfuerzo de incluir a las nuevas etnias, los indígenas, y los nuevos espacios en el tiempo cristiano y en espacio occidental, y, simultáneamente, imponerse como verdad geográfica que desautorizara todas las concepciones del espacio existentes: Roma en el centro y las Indias orientales y occidentales a ambos lados organizan un centro geográfico que coincide con el centro étnico de la cristiandad y el eje cultural de Occidente (Mignolo 2003, 20 y ss.).

    En su libro Poétique de la relation (1990 [2017]) Édouard Glissant sostiene que el imaginario es la construcción simbólica mediante la cual una comunidad (racial, nacional, imperial, sexual, etc.) se define a sí misma. El término tiene, por lo tanto, un sentido geopolítico en la fundación del sistema mundo moderno/colonial. La imagen que hoy tenemos de la civilización occidental es un largo proceso de la construcción de ese imaginario, desde la transición del Mediterráneo como centro, a la formación del circuito comercial del Atlántico y la inclusión de América en el sistema mundo. En Occidente, la imagen construida por letrados, viajeros, estadistas, funcionarios eclesiásticos y pensadores cristianos a partir del siglo XVI fue la de una identidad, una mismidad cimentada en una exterioridad que denominó a los otros, no solo moros y judíos, sino también amerindios y más tarde negros (esclavos africanos) y chinos (esclavos asiáticos). Los viajeros jesuitas, al ser parte de la estructura de la orden en misiones distribuidas a lo largo y lo ancho del Nuevo Mundo, tuvieron un rol fundamental en esta construcción con sus viajes e investigaciones, que profundizaron en el conocimiento de la otredad y reafirmaron la mismidad, pero, a la vez hicieron tambalear sus principios fundantes y fueron el germen de nuevos imaginarios.

    Si nos circunscribimos al caso de las reducciones jesuíticas del Paraguay, el análisis historiográfico ha puesto de manifiesto la conjunción de la formación sociocultural impartida por los sacerdotes jesuitas con rasgos específicos del proceso de conquista y colonización español en el área que lo convirtieron tempranamente en un país multiétnico, en el que desde muy temprano se propició el multilingüismo y el mestizaje. Al respecto, véase lo señalado por Barbara Potthast (1999 y 2020) en cuanto al temprano mestizaje de españoles y guaraníes, a la convivencia en un plano de igualdad durante la colonia y a la adopción de la lengua guaraní, todo como consecuencia de la condición de aislamiento de la zona, que no era depositaria de grandes riquezas extraíbles y, también, seguramente como resultado de la acción educativa de los jesuitas. Potthast (2020) analiza estos factores constitutivos de la nación guaraní en la etapa colonial y ya claramente expuestos en el período posindependentista.

    También cabe señalar el rol crucial de las instituciones educativas en la construcción de un imaginario conducente a la futura identidad americana. En el área rioplatense recordemos que la Universidad de Córdoba fue fundada en 1622 y estuvo desde entonces dirigida por jesuitas hasta su expulsión en 1767. No es casual ni peregrino que de sus claustros hayan egresado varios ideólogos de la independencia de las colonias españolas. Carlos Page (2011) aporta una perspectiva integradora de los jesuitas expulsos de la provincia de Paraguay y edita sus textos más relevantes, entre ellos la obra que es objeto de este estudio. Page constata la importancia del desempeño de los sacerdotes jesuíticos en el área educativa y resalta la centralidad de los archivos documentales como insumos para la construcción de un nuevo orden gnoseológico y político en el que América está incluida, pero que, a su vez, es heredero de una línea procedente de diversos pensadores del enciclopedismo francés, tales como Voltaire, Montesquieu, Rousseau o Diderot.

    Si bien esta valorización del poder de la letra escrita había estado presente en la orden desde el mandato fundacional de Ignacio de Loyola, quien instó a sus seguidores a que redactasen informes periódicos, a partir del momento de la expulsión se desarrolló una narrativa que fue funcional a los propósitos de reivindicar las acciones de la Compañía y, paralelamente, a cimentar un nuevo orden científico. A partir de 1767 los sacerdotes jesuitas se transformaron en escritores formales de un conjunto de textos que reflejan este estado de la situación, en un legado que amerita seguir siendo interrogado:

    Los educadores derivaron en publicistas y los misioneros en la producción de obras de carácter etnográficas, geográficas, convirtiéndose en fuentes primordiales del, por ejemplo, enciclopedismo de Hervás, el padre de la filología moderna […] (Page 2011, 53).³

    En este punto, cabe entonces preguntarnos: ¿cómo se opera esta profunda transformación epistemológica?, ¿cómo deambulan en el concepto de Modernidad los sujetos coloniales?, ¿cómo se articulan y vuelven a desarticular los distintos sistemas mundo en los viajeros europeos que se internan en la espacialidad desconocida?, ¿cómo se intersecan saberes y lenguas entre los diferentes autores y cómo se conectan estos cruces con la génesis de un incipiente imaginario americano? Ensayaré posibles respuestas en el Diario del destierro de José Manuel Peramás.

    2. El jesuita José Manuel Peramás: circunstancias de su vida

    José Manuel Peramás nació en Mataró (España) en 1732 y murió en Faenza (Italia) en 1793. Se educó en Cervera en el Colegio de la Compañía de Jesús y viajó a América en 1755 para continuar sus estudios y abocarse a la labor evangelizadora.

    Desembarcó en Buenos Aires, que describe, junto con Montevideo,

    […] Montevideo y Buenos Aires [son] ciudades opulentas ricas, y nobles, son las primeras en recibir a los que llegan de Europa. En sus alrededores se dilatan sin límites los inconmensurables campos, crecen todas las clases de árboles y la tierra es prolífica en todo género de plantas (Furlong 1952, 18)

    Después de una breve estancia en Buenos Aires, fue a Córdoba para finalizar sus estudios en la Universidad de Córdoba del Tucumán y pasó unos años en las misiones de Paraguay, período en el que se desempeñó como el encargado de escribir las cartas anuas de la provincia de Paraguay.

    Las cartas anuas eran documentos de gran importancia para la orden jesuítica, ya que constituían un elemento de cohesión en medio de la diversidad espacial, cultural y lingüística en que se encontraban los miembros de la comunidad. Cada provincia anualmente escribía su carta o informe en latín para ser enviado al general de la orden en Roma. En la carta se relataban los principales hechos acontecidos durante ese periodo, procedentes de los escritos remitidos por las casas y colegios regionales a su respectivo provincial. Estas historias domus aportan no solo información fáctica, sino pormenores sobre el acontecer social de las comunidades criollas e indígenas de la etapa colonial (Navarrete 2006). Señalo esta actividad de Peramás durante su vida en América porque, como veremos más adelante, está relacionada con la estructura de su diario y su funcionalidad discursiva.

    Fue destinado durante algunos años a las misiones guaraníticas, pero a pedido de las autoridades de la Universidad de Córdoba a mediados de la década de 1760 volvió para ocupar una cátedra como profesor en dicho establecimiento. No obstante, se sabe por sus escritos que Peramás estuvo algún tiempo en Santa Fe, y conoció Tucumán, Salta y Jujuy, además de Buenos Aires.

    Al volver a Córdoba se hizo cargo de la cátedra de Retórica del Colegio de Monserrat y luego, también de la de Teología Moral, ambas dirigidas a la formación de jóvenes jesuitas. Según Guillermo Furlong (1952) y más recientemente Marcela Suárez (2005), Peramás, además de su cuantiosa obra, debe ser señalado como el autor del primer libro impreso en 1766 en la imprenta de Córdoba, Laudationes, anónimo, que consta de cinco discursos laudatorios sobre el fundador del Colegio de Monserrat, Ignacio Duarte y Quirós.

    El 12 de julio de 1767, Peramás se encontraba en Córdoba cuando llegó a la ciudad la real cédula de Carlos III de extrañamiento y secuestro, o sea, de expulsión de la Compañía de los territorios del reino, dando comienzo a un largo camino hacia el múltiple destierro: los sacerdotes estuvieron 10 días confinados en el refectorio, 27 de viaje en camino hacia la Ensenada de Barragán, a la que llegaron el 18 de agosto de 1767. Partieron del continente americano el 29 de septiembre, para llegar a Cádiz el 6 de enero de 1768. Previo paso por Montevideo, los jesuitas fueron embarcados en tres naves con destino a Europa, El Venus, La Esmeralda y La Liebre. En aquella ocasión fueron 151 los misioneros expatriados. Junto con Peramás viajaron otros renombrados misioneros como Falkner, Iturri, Guevara, Andreu, Oroz, etc. Peramás iba en la primera nave mencionada. Fueron desembarcados en Cádiz, pero el 10 de junio nuevamente embarcaron hacia los Estados Pontificios.

    De acuerdo con su relato sabemos que en octubre de 1768 Peramás se instaló en Faenza, dentro de los Estados Pontificios, donde comenzó a desempeñar actividades literarias. Desde su llegada debe enseñar Retórica, en un período caracterizado por el florecimiento de estudios americanos en estas cátedras hispano-italianas,⁵ hasta que, en 1773, el papa Clemente XIV decreta la supresión de la Compañía y los sacerdotes son privados de la orden y de la ciudadanía española. A partir de entonces Peramás se dedicó a escribir y publicar sus libros hasta su muerte, a los 61 años, en 1793. Tal como veremos a continuación, su vida y su producción estás signadas por la marca de estos múltiples destierros, ya sea de espacios nacionales (España), espacios culturales en gestación (América) o espacios simbólicos supranacionales (la Compañía de Jesús).

    Entre su extensa producción escrita destacan: De invento Novo Orbe (1777), un poema acerca del descubrimiento del Nuevo Mundo; De vita et moribus (1791), un estudio acerca de la vida y costumbres de seis sacerdotes paraguayos; De vita et moribus (1793), publicación póstuma en la que efectúa un estudio acerca de la vida y costumbres de trece varones e incluye un análisis titulado Platón y los Guaraníes, en el que se confrontan las ideas desarrolladas por Platón en La República y Las Leyes con la administración y el régimen de vida de las misiones guaraníes que se convierte en antecedente para jurisprudencia posterior.

    La totalidad de sus textos está escrita en latín, excepto el Diario del destierro, que tiene una primera versión en español y una segunda en latín, que no coinciden exactamente. Esta particularidad del texto nos introduce en el tema de la autotraducción, muy presente en los misioneros, en estrecha relación con las experiencias de situaciones coloniales caracterizadas por la necesidad de hacer interactuar tradiciones plurales y no una única tradición natural preexistente.⁷ La pluralidad de lenguas también está en relación con la necesidad de visibilizar sus producciones en diferentes comunidades de receptores.⁸

    Seguramente, la obra más conocida de José Manuel Peramás sea De vita et moribus tredecim virorum Paraguay corum (Faventiae MDCCXCIII). Obra que consta de dos partes. Fue traducida en 1946 al castellano como La República de Platón y los guaraníes. Sin embargo, su Annus patines, conocida también como Diario del destierro o La expulsión de los jesuitas de América en tiempos de Carlos III, que presentamos en esta ocasión, debe considerarse el más valioso documento referido a la naturaleza de nuestras tierras escrito por este misionero. Fue escrita por Peramás en 1768, diseñada a manera de carta que, seguidamente, toma la estructura de diario con títulos, subtítulos y párrafos, numerados del 1 al 334, en los que conviven reflexiones de índole religiosa, filosófica, política y científica, con destacadas noticias referidas a la fauna y flora americanas.

    3. El Diario del destierro

    El problema de la subjetividad en torno a la cuestión del yo narrador y la figura del letrado escritor constituye un tema a explorar en la construcción de la historiografía latinoamericana. La indagación de las fuentes autobiográficas aporta una perspectiva de identidades siempre posicional y estratégica que contribuye a desentrañar significados para acceder a la interpretación del presente de los hechos de la enunciación y su repercusión en los acontecimientos futuros (Chicote 2017). El libro de Peramás representa un documento de especial interés para indagar en la percepción subjetiva de la historia y su correlato discursivo en un tema nodal de las relaciones coloniales. Las múltiples acciones de la Compañía de Jesús en tierras americanas, interrumpidas por su expulsión y supresión definitiva en torno a 1767 y 1773, constituyeron sin lugar a dudas hechos clave para la historia intelectual de América cuyo estudio puede continuar aportando datos a la comprensión del período.

    El Diario del destierro o La expulsión de los jesuitas de América en tiempo de Carlos III data de 1768. El autógrafo castellano, que se conserva en la Biblioteca del Colegio de la Cartuja (Granada), lleva el siguiente título: Jhs. Narración de lo sucedido a los Jesuitas del Paraguai desde el día de su arresto hasta la ciudad de Faenza en Italia en carta de 24 de Diciembre 1768, escrita en Turín a un Señor Abate de la ciudad de Florencia. La copia, que también se conserva en la citada biblioteca, se titula: Jhs. Historia de la expulsión de los Jesuitas de América en tiempo de Carlos III por el P. José Manuel Peramás, S.J. (Suárez 2009).

    Tal como se ha señalado, la vida del jesuita José Manuel Peramás estuvo signada por la movilidad espacial desde su Cataluña natal, su vida como misionero en la provincia del Paraguay y como catedrático en la Universidad de Córdoba, un largo viaje de retorno con un falso desembarco en Cádiz (Cádiz fue el fin del mar, pero no el fin del infortunio, escribe Peramás en la elegía, Finis annis patientia, compuesta en 1770)⁹ y una nueva expulsión hacia el exilio definitivo en Italia.

    Estos múltiples desplazamientos constituyen la consecución de destierros y desarraigos que marcan los hitos de su vida. Su producción escrita, desarrollada fundamentalmente en Italia, está

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