Entre Los Vándalos, Bill Buford
Entre Los Vándalos, Bill Buford
Entre Los Vándalos, Bill Buford
A Stephen Booth
Bill Bufford
Primera Parte
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salidos de las cercanas escaleras subterrneas que comunicaban los diversos andenes. Era un tren especial, que transportaba a los hinchas de algn equipo de ftbol. Eran de Liverpool, y los haba a centenares en mi vida haba visto un tren tan lleno de pasajeros; iban cantando al unsono Liverpool, la-la-la, Liverpool, la-la-la. Ahora parece una bobada repetir aquella letana, pero entonces no me son como algo intrascendente, ni mucho menos. Minutos antes de que apareciese aquel tren, el silencio haba sido virtualmente absoluto: un atardecer neblinoso, somnoliento, gals e invernal. Y de pronto aquella cantinela empez a resonar con ferocidad creciente; el eco rebotaba contra las paredes de la estacin. Uno de los revisores haba resultado herido; al detenerse el tren lo sacaron a toda prisa. Se cubra la cara con las manos. Dentro del tren, un to intentaba reventar una de las ventanillas aporrendola con la pata de una mesa, pero el cristal no ceda. Otro to bastante gordo, con la cara colorada, sali tambalendose de uno de los vagones, y seis policas se le echaron encima, lo redujeron y lo tiraron al suelo, retorcindole el brazo a la espalda sin contemplaciones. La polica haba reaccionado sin duda con excesiva violencia el tren iba tan lleno que el gordo se haba cado por una de las puertas abiertas, pero resultaba claro que a los propios policas les haba entrado miedo. A todo esto, yo mismo tuve miedo (recuerdo haber permanecido con los brazos estpidamente cruzados sobre el pecho), al igual que los dems viajeros que esperaban en el andn. Aquello fue algo realmente curioso: estaba en una estacin de ferrocarril en la que todo el mundo a mi alrededor hablaba gals; estaba all para coger un tren; de pronto, todo aquel despliegue. Pens que nos tena a nosotros por destinatarios, que aquella pendenciera cantinela era una forma de hacernos saber que ellos, los hinchas, estaban en posicin de hacer lo que les diese la gana, y dispuestos a ello. Se march el tren y todo qued en silencio. Llegu a casa a la una y media de la madrugada, y el pas entero pareca haberse convertido en un largusimo cordn policial. En la estacin de Paddington haba doscientos agentes, a la espera de escoltar a todo el mundo desde el andn hasta el metro. Tuve que cambiar de tren cuatro veces; los tres primeros haban sido tomados por los hinchas. Uno de ellos qued destrozado: haban arrancado de cuajo los asientos, y el bar, cerrado como medida de precaucin, estaba hecho un desastre: la persiana metlica haba sido reventada por varios sitios, y aquellos energmenos se apoderaron de todas las botellas. No supe qu me result ms sorprendente, si aquella destruccin, tan gratuita como implacable, o que, con tantsima polica alrededor, nadie pareciera capaz de ponerle coto: aquello segua y segua sin cesar. Con la esperanza de no meterme en los, me sent en el vagn de primera clase, el vagn de cabeza de uno de los trenes, frente a un sujeto que sin duda haba pagado su billete de primera clase. Era delgado, elegante, con un fino bigote, y llevaba un terno de 6
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lana, as como zapatos caros, relucientes: un individuo civilizado, dedicado a la lectura de un libro civilizado, una novela encuadernada en tela y con su correspondiente sobrecubierta. Uno de los hinchas llevaba un buen rato sin quitarle ojo de encima. El hincha estaba borracho como una cuba. De vez en cuando encenda una cerilla y la arrojaba a los pies del sujeto civilizado, contra sus zapatos resplandecientes, pensando quiz en conseguir prenderle fuego a la pernera de los pantalones. El hombre civilizado no le haca ni caso, pero el hincha, abotargado e inyectado en sangre, no cejaba en su empeo. La imagen no poda ser ms reveladora: uno de los que se consideraban a s mismos parias quebrantaba las normas de la conducta civilizada, decidido a prenderle fuego a un miembro de una clase ms privilegiada. Saltaba a la vista que las muestras de violencia constituan una protesta. Y era lgico que as fuese: los partidos de ftbol proporcionaban una vlvula de escape por la cual era posible aliviar frustraciones de naturaleza muy profunda. Eran muchsimos los jvenes que se haban quedado sin trabajo o que ni siquiera haban encontrado su primer empleo. La violencia, se poda colegir, era hasta cierto punto una rebelin: una rebelin social, una rebelin de clase, algo por el estilo. Me entraron ganas de conocer el fenmeno ms a fondo. Haba ledo algunas pginas sobre la cuestin de la violencia y, en la medida en que me haba detenido a pensar en ella, haba dado por sentado que se trataba de un fenmeno aislado o misterioso, tal y como se entiende que es misteriosa la violencia popular: la chusma en accin es algo imprevisible, espontneo. Mi viaje de regreso desde Gales me hizo entender que tal vez se tratase de algo deliberado, que pudiera obedecer a algn propsito. Abri ante mis ojos una nueva perspectiva del tpico sbado ingls, el da en que se va de compras, totalmente distinta de la que haba conocido hasta entonces: en las ciudades grandes y pequeas y hasta en los pueblos se puede encontrar a centenares de policas, en formaciones prcticamente militares, dispuestos a contener el alud de aficionados al deporte, jvenes y varones en su inmensa mayora, que despus de asistir a un espectculo atltico deciden romper o destrozar a toda costa cuanto se les ponga por delante. Era algo difcil de creer. Repet el relato de mi viaje a diversos amigos, pero me sorprendi que no se sorprendieran en absoluto. Algunos se comportaron como si les diese asco; otros se mostraron ms bien divertidos; ninguno pareci pensar que fuese nada extraordinario, ni mucho menos. Era una de esas cosas que hay que aguantar tal cual vienen: que todos los sbados una panda de jvenes destroce los trenes que uno utiliza, haga aicos las ventanas de los pubs que uno frecuenta, destruya los automviles con que se desplaza, cause estragos y provoque el caos y la confusin en el mismsimo centro de la ciudad en que uno habita. No me lo poda creer, pero as pareca ser. De hecho, la nica ocasin en que pens haber dicho algo sorprendente fue cuando revel a mis amistades que, aunque acababa de ver a una masa de seguidores de un equipo de ftbol, jams haba 7
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presenciado un partido de ftbol a la inglesa. Y esto, al parecer, s que les result asombroso. As que hube de explicarme: aunque haba venido a Inglaterra para proseguir mis estudios en 1977, y aunque me haba quedado a vivir en la isla, solamente haba ido a un partido de ftbol en toda mi vida, y aquello fue muchos aos antes, cuando por casualidad me encontraba de viaje en Ciudad de Mxico. El equipo nacional de Mxico, que no era por cierto demasiado bueno, se enfrent en casa contra el equipo de mi pas, que era realmente malo. Quiz hubiese unos doscientos espectadores en el campo. Gan Mxico por ocho a cero. En los barrios de Los ngeles en los que yo crec, el ftbol, o soccer (que as lo llambamos), no era un pasatiempo popular entre los jvenes. Mis amigos se quedaron de piedra. Que nunca haba ido a ver un partido? Fue incredulidad lo que sintieron. Al parecer, de ah se segua por qu me resultaba tan extravagante y tan difcil de comprender la conducta de los hinchas. No tengo demasiados recuerdos de mi visita al campo del Tottenham Hotspur, en White Hart Lane, adonde me llevaron un par de amigos para ver mi primer partido de ftbol a la inglesa, cuando ya terminaba la temporada de 1983. No recuerdo si se marc algn gol o no. No recuerdo qu equipo era el adversario. S que recuerdo que llegamos tarde, y que tardamos adems otros veinte minutos de empujones, agarrones, apretones, gruidos, avanzando centmetro a centmetro, a brazo partido, hasta que por fin conseguimos un sitio, un minsculo sector de cemento, comprimidos entre buen nmero de chavales cmo podra describirlos? diez aos ms jvenes que yo y con treinta y tantos kilos de peso ms que yo, cuyas manifestaciones de expresividad verbal se reducan prcticamente al simple, aunque directo y efectivo (y repetido continuamente), Qu hijoputa. Recuerdo las risotadas que acompaaron el espectculo dado por cierto individuo poco ms abajo de donde estbamos, que, al notar algo lquido que le resbalaba por la espalda, se llev la mano a la nuca y descubri que se le estaban meando encima. Y recuerdo la intranquilidad que sent al percatarme de que los dos jvenes que tena al lado llevaban en la solapa sendas chapas del National Front; de los amigos con que haba ido al ftbol, uno era de la India y el otro un moreno latinoamericano. Aquellos dos energmenos, con el resto de su panda, empezaron a vocear rtmicamente Fuera negros, fuera moros!, repitindolo sin cesar y cada vez con voz ms tonante, hasta que los cnticos fueron interrumpidos por una pelea interrumpida a su vez por la intervencin de la polica, cuyo avance hacia el lugar donde se haba armado la marimorena, jalonado por empujones, agarrones, apretones, gruidos, centmetro a centmetro, a brazo partido y soltando porrazos a diestro y siniestro, qued interrumpido tambin cuando les quitaron a manotazos los cascos y los 8
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arrojaron al terreno de juego. Para mis amigos aquello fue una salida normal y corriente, como ir a dar una vuelta por ah, quiz con el aliciente adicional de que los policas perdieran los cascos; por lo dems, no fue nada que se saliera de lo normal. Cierto que en un teatro, por ejemplo, no cabe esperar que alguien se ponga a mear encima de otros espectadores, pero los chavales de ese pelo no van nunca al teatro, verdad? Los chavales van el sbado al ftbol. Yo pens en ir por mi cuenta. No tena forma de saber que eso es algo que no se debe hacer de ninguna manera, que una de dos: los chicos o van con los chicos o van con sus papas, y punto. En fin, haba demasiadas cosas que yo no tena forma de saber, pero sa era precisamente la cuestin. Me apeteca saber todo lo que no saba; quera conocer a uno de ellos, y no tena ninguna otra forma de solucionarlo. As pues, al comienzo de la temporada siguiente fui a Stamford Bridge. Conoca bien Chelsea, el Chelsea de los hinchas y la fama de The Shed,1 con sus gradas cubiertas, en las que los espectadores estn de pie, en el lateral del campo que da a Chelsea. Llegu temprano. Por el camino vi abundantes policas haba policas en todas las estaciones de la District Line, pero al bajarme del tren en Fulham Broadway ya haba agentes por doquier. En la boca de la estacin de metro, en las salidas, los agentes se haban apostado con abundantes perros; fuera, haba policas a caballo, empuando porras de ms de un metro de longitud. Al caminar hacia el estadio, vi a muchos hombres con radiotelfonos: haba uno casi en cada esquina. Un helicptero trazaba crculos sobre la zona; las furgonetas de la polica pasaban lentamente por delante de los pubs, recorriendo las calles de un extremo a otro. Y ms o menos entonces sucedi algo que jams podra haber imaginado. O el caracterstico repicar de los cascos de los caballos, y gritos de burla y chanzas, y cristales rotos, y atroces insultos. Por Broadway bajaba una escolta compuesta por una docena de caballos y un cordn policial que rodeaba a un nutrido y compacto grupo de personas; quizs fuesen un millar. Eran los seguidores del equipo visitante. Puede parecer curioso que me sintiera tan sorprendido, sobre todo teniendo en cuenta que he visto esta misma procesin infinidad de veces desde entonces, pero lo cierto es que s me sorprendi. La procesin constaba de personas normales y corrientes, hinchas de los pies a la cabeza y forofos de un determinado equipo, muchos de ellos de edad madura. En compaa de sus hijos e incluso de sus esposas, o de los amigos del trabajo, haban organizado una excursin sabatina, haban comprado sus entradas con antelacin, haban alquilado un autobs para el viaje de vuelta y, pese a todo, corran tal peligro de ser fsicamente agredidos que fue necesaria su proteccin a cargo de todo un batalln de la polica, con perros y caballos, seguido por un helicptero.
1 El cobertizo. (N. del T.)
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Al entrar en el estadio fui concienzudamente registrado se quedaron con mi peine, al parecer por tener las pas demasiado largas, y al pasar por el torno me encontr a gente por todas partes, en los peldaos de las escaleras, sentados encima de las verjas, en los postes, colgados de los salientes del edificio. Haba un estrecho callejn humano; segu a la multitud, que se abra paso en busca de un sitio desde el cual pudiese ver el partido. Slo que no exista tal sitio. El movimiento era constante. Me fue imposible, una vez dentro, cambiar de idea decidir por ejemplo que, despus de todo, no me apeteca ver el partido, que prefera irme a casa, lisa y llanamente porque era imposible moverse a derecha o izquierda; para qu hablar de darse la vuelta y volver por donde uno haba venido. Slo se poda avanzar en un sentido: hacia adelante. Por el motivo que fuese exista una ventaja, una ventaja que vala la pena defender con uas y dientes, estar un paso ms adelante que en el instante anterior, fuera donde fuese. Y todo el mundo intentaba avanzar un paso ms. Para lograr esta finalidad existan diversas tcticas. La ms comn era, sencillamente, apretar: era cuestin de sacar el brazo apretujado de entre los dos cuerpos que acababan de inmovilizarte en un punto, pasarlo por delante y retorcerte de manera que tu cuerpo, obedeciendo un principio natural, siguiese el camino emprendido por tu brazo, para avanzar centmetro a centmetro hacia ese misterioso lugar al que an estabas por llegar. Apretar de este modo era una tctica popular di por sentado que todo el mundo haba aprendido esa tcnica al intentar pedir una copa en cualquier pub londinense; todo el mundo la pona en prctica, hasta que se produca el empujn. El principio del empujn era como sigue: alguien, en algn punto situado a tus espaldas, frustrado al no poder llegar a ese misterioso sitio que se encontraba ms adelante, renunciaba a apretar y se abalanzaba con todo su peso sobre quien tuviera delante; entonces, entre gritos hijoputa, cabrn, todo el mundo se abalanzaba hacia adelante. No se caa nadie, por estar todos y cada uno tan apretados contra los de delante que nadie, al menos aparentemente, corra ningn peligro. Claro que me pregunt por las personas que estuviesen delante del todo, y me qued convencido de que alguien, quien fuese, deba de estar en esos momentos lo que se dice muy asustado ante la creciente perspectiva de verse aplastado contra una pared, ya que en alguna parte tiene que estar la pared. Y tiene que ser este miedo, experimentado por el que estuviese ms adelante, presa del pnico y asfixindose lentamente, con los costillares dolorosamente comprimidos, el que contribuyese al contraempujn, un esfuerzo digno de un animal formidable, que pareca producirse poco despus de haber renunciado a apretar sin ms, de ser incapaz de impedir que tu cuerpo siguiera avanzando a tropezones, incontrolado, hacia adelante, resignado a la autoridad del empujn, cuando de repente, inexplicablemente, se notaba el contraempujn y uno empezaba a desplazarse incontroladamente 10
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hacia atrs. Este movimiento no ces en ningn instante. Siempre haba dado por sentado que un acontecimiento deportivo era un tipo de entretenimiento por el cual se pagaba, como ir al cine una noche; es decir, que exista un intercambio: uno entrega una pequea porcin de sus ganancias y obtiene como compensacin un lapso (una hora, dos horas) de diversin, a menudo caracterizada por una serie de rasgos alimentos en buenas condiciones, unos lavabos en perfecto estado, un nmero razonable de espectadores, un sitio para aparcar el coche tendentes a fomentar que uno regrese la semana siguiente. S, eso pensaba yo que deba ocurrir en cualquier acontecimiento deportivo. Entonces comprend lo equivocado que estaba. Qu principio poda regir el acontecimiento deportivo britnico por excelencia? Al parecer, a cambio de unas cuantas libras, uno obtena un lapso de una hora y cuarenta y cinco minutos caracterizado por la exposicin a las peores condiciones climatolgicas que se pueda imaginar, metiendo al mayor nmero de personas en el espacio ms reducido posible, con los ms elevados obstculos de por medio un transporte en el que no se puede confiar, nada de aparcamientos, un apretujen tremendamente peligroso en la nica salida posible, una charca repugnante si tienes ganas de mear, cambios en el ltimo minuto que afectan a la hora prevista para el comienzo, tendentes a conseguir que se te quiten las ganas de ver un partido nunca ms. Con eso y con todo, ah estaban todos ellos, disfrutando de su sbado. Pues s: ah estaban todos ellos, slo que tras haber afrontado el banal reto de introducirme por mi cuenta y riesgo en un partido de ftbol, qu se supona que deba hacer a continuacin? Cmo iba a aparmelas para llegar a conocer a uno de ellos, o al menos a trabar contacto? Me haba propuesto conocer a toda costa a uno de aquellos gamberros futboleros, slo que para una mirada tan poco adiestrada como la ma todas las personas a mi alrededor parecan encajar en esa descripcin. Identifiqu a uno en concreto que tena todas las posibilidades de ser el gamberro a quien deseaba conocer , era ms grandulln que los dems, y gritaba y cantaba de tal forma que pareca a punto de sufrir un ataque de epilepsia, slo que tambin le identific la polica. Antes de que empezase el partido fue expulsado, sin que hubiese otra razn aparente que su aspecto, ya que pareca perfectamente capaz de hacer alguna barrabasada. Y despus? Qu iba a decirle? Hola, to, eres ms feo que picio y adems me pareces violentsimo; te invito a una copa? Me senta incmodo, mecindome a merced de la multitud, procurando establecer contacto ocular con alguien, o empezar una conversacin aqul no era, desde luego, el lugar idneo para charlar con nadie; pasado un rato, empez a darme la intensa sensacin de que mi presencia empezaba a incomodar a todos los que estaban a mi alrededor, de que haban empezado a pensar que yo era un to raro, un gilipollas de medio pelo que estaba de ms all, y que quiz fuese un 11
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homosexual pervertido que me estaba mereciendo a pulso una buena paliza. Deja de mirarme as, to, me espet uno de ellos, de modo que renunci a mi propsito. Y me limit a balancearme. A tenor del experimento, no juzgu que mi primera salida por mi cuenta hubiese sido un xito. Siguieron unos cuantos partidos ms. Tom la Metropolitan Line para llegar a las regiones extremas del este de Londres, para ir a ver al West Ham, pero de aquella excursin no guardo demasiados recuerdos, salvo un cartel que vi a la salida: Recuerden Ibrox. Por favor, salgan despacio. Ibrox es Ibrox Park, en Glasgow, y tambin haba de ir a Glasgow ms adelante: fue precisamente all, en 1971, donde fallecieron por asfixia sesenta y seis personas en la aglomeracin que se form a la salida de un partido. Fui a ver un partido en Plough Lane pocos nombres tan apropiados ,2 que es el desvencijado estadio del equipo de ftbol de Wimbledon, todo de madera, un mal sueo de un arquitecto que por desgracia se convirti en realidad, y que hoy se pudre lentamente en medio de la contaminacin y la porquera. Fue la primera vez en toda mi vida en que, como espectador, sent que estaba a punto de vomitar a causa de los hedores que emanaban de debajo de mi asiento, a travs de las vigas carcomidas que lo sostenan. Fui tambin a Millwall, al sur del Tmesis, cuyo estadio es famoso por la violencia de sus hinchas. Al parecer, ningn otro terreno de juego haba sido clausurado tantas veces debido a los problemas causados por los hinchas del equipo. Pero no me encontr con ningn estallido de violencia. En realidad, me sent muy contento cuando por fin encontr el estadio, ya que est oculto hasta las propias luces parecen subterrneas al final de un laberinto de estrechas callejas de la poca victoriana, entre tneles oscuros, en medio de vas de ferrocarril y de montones de ladrillos y tejas que deben de datar de los tiempos en que Londres sufra los ataques relmpago de la aviacin alemana. Y de pronto all estaba, ante m, evocadoramente denominado The Den, en Cold Blow Lane, frente a la Isle of Dogs.3 Hubo otras muchas excursiones a Roker Park, en Sunderland; a Hampden, en Glasgow; al presuntamente grandioso estadio de Hillsborough, en Sheffield, y aunque difcilmente podra afirmar que de momento hubiese desarrollado alguna clase de relacin con ellos, lo cierto es que comprend que el ftbol en s empezaba a gustarme. Incluso haba conseguido permanecer ms o menos quieto en las gradas mirando el partido, lo cual no dejaba de ser todo un logro. De hecho, tambin haba empezado a acostumbrarme a las gradas. Y esto, he de reconocerlo, me sorprendi. No era, segn mi parecer,
2 Plough, originariamente arado, y de ah roturar o destrozar, tiene otro sentido en el ingls coloquial de Norteamrica (no se olvide que el autor es un norteamericano en Gran Bretaa), a saber, borracho como una cuba. (N. del T.) 3 Respectivamente, antro, guarida, cuchitril; Callejn del Golpe Helado; Isla de los Perros. (N. del T.)
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algo natural ni, mucho menos, lgico. Fue algo, lo entiendo ahora al reflexionar, no demasiado diferente del alcohol o del tabaco: asqueroso al principio, placentero a medida que te habitas, una costumbre que no puedes dejar al cabo de algn tiempo. Y quizs, a la postre, un poco autodestructivo.
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Manchester
Qu es lo que vamos a hacer con el Hooligan?4 Qu cosa, o qu persona, es responsable de su crecimiento? Todas las semanas ocurre algn incidente que viene a demostrar que ciertas partes de Londres son ms peligrosas para un apacible viandante que los ms remotos rincones de Calabria, Sicilia o Grecia, que han sido los clsicos cotos de caza de los malhechores. Cada da, en nuestros tribunales, se narran los detalles de actos de brutalidad y vandalismo cuyas vctimas han sido hombres y mujeres que no han ofendido a nadie. Si el Hooligan maltratase slo al Hooligan si slo tuvisemos noticia de los ataques y contraataques acaecidos entre las bandas rivales, aun cuando sus integrantes a veces sean portadores de armas mortferas, la cuestin tendra mucho menor importancia que la que tiene hoy en da... En cambio, no hay forma de contemplar con calma las frecuentes y repetidas atrocidades de los rufianes, las sistemticas violaciones de la ley que perpetran estos grupos de adolescentes y de jvenes que se han convertido en el terror del barrio en que residen. Nuestros Hooligans van de mal en peor. Son una espantosa excrecencia del corpus poltico de la sociedad, y lo peor de las actuales circunstancias es que se multiplican, y que los internados, los reformatorios y las prisiones, los magistrados y los filntropos, no parecen bastar para encauzarlos por el buen camino. En otras grandes ciudades tal vez se desarrollen elementos ms peligrosos para el Estado. No obstante, el Hooligan es una repugnante tumoracin de nuestro tejido social. The Times, 30 de octubre de 1890
4 El trmino hooligan es sobradamente conocido, y ni tiene ni requiere traduccin. De todos modos, quiz merezca la pena mencionar que su origen probablemente se debe a una familia extremadamente pendenciera y proclive al vandalismo, residente en Southwark, Londres, a finales del siglo pasado. De ah que en un peridico de la poca an figure con mayscula y entrecomillado, ya que todava no se haba convertido en palabra de uso corriente. (N. del T.)
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Durante la primavera de 1984, el Manchester United lleg a las semifinales de la Recopa; en el sorteo le toc enfrentarse a la Juventus de Turn. El partido de ida habra de disputarse en Manchester; el de vuelta, quince das despus, en Turn. Yo llevaba algn tiempo intrigado por el Manchester United. Hasta mayo de 1985 no se prohibi a los equipos britnicos jugar en el continente. Sin embargo, los hinchas del Manchester United ya haban sufrido semejante prohibicin. Se la haba impuesto la propia junta directiva. Tena ganas de averiguar cmo eran aquellos aficionados. Me pareca extraordinario que la directiva de un equipo hubiese prohibido los desplazamientos de sus propios seguidores. El primer partido se disput un mircoles por la tarde; tom un tren desde Londres y llegu a Manchester a eso de las tres. En el tren me encontr con la imagen de costumbre: el personal se apiaba en los asientos, o por el suelo, e incluso haba algunos tumbados en los portaequipajes, jugando a las cartas, a los dados, bebiendo alcohol en cantidades inimaginables, empapando a buen ritmo cualquier pice de conciencia que les pudiese quedar, hasta anegarlo en un borroso estupor. Fui de un vagn a otro, en busca de uno de ellos, y tropec con un tipo de aspecto realmente espectacular, pues pareca la quintaesencia de esa especialsima categora de seres humanos: era sin duda uno de sus ejemplares ms repulsivos. Tena el rostro grueso, plano: una genuina cara de bulldog. Era desmesurado. La camiseta, que se le haba subido unos centmetros por encima del cinturn, estaba manchada por alguna sustancia pegajosa y oscura. Tena una barriga prominente que me record un tonel, en la cual se revolvan litros y ms litros de cerveza, trozos de patatas fritas a medio masticar, y bolos humedecidos, sin digerir an, de hidratos de carbono demasiado fritos. Llevaba los brazos blandos, como si estuviesen hechos con masa de pan repletos de tatuajes. En el bceps derecho luca una imagen de los Diablos Rojos, el smbolo del Manchester United; en el antebrazo, una bandera britnica. Cuando me puse a su altura, acababa de tirar una lata de cerveza vaca al portaequipajes, encima de su cabeza haba ya unas cuantas apiladas, y haba abierto una botella de vodka Tesco de la que beba a gollete. Me present; le dije que estaba escribiendo un reportaje sobre los aficionados al ftbol. Le importara que le hiciese unas preguntas? Se me qued mirando, boquiabierto. Todos los americanos, me solt, sois unos pajilleros, e hizo una pausa. Todos los periodistas, aadi, quiz para mostrar que su mente no funcionaba segn planteamientos estrictamente nacionalistas, sois unos coazos. Acabbamos de establecer una relacin. Se llamaba Mick y, nada ms llegar a Manchester, me hizo cruzar la calle a todo correr para entrar en un pub en el que se meti entre pecho y espalda tres 15
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pintas de cerveza, a considerable velocidad. Fui con Mick a ver el partido; al llegar al campo del Old Trafford, me condujo directamente a las gradas de Stretford End, atestadas de espectadores, valladas, de modo que los cnticos, en los que se notaba un impresionante dominio de la historia moderna y una notable destreza lingstica Dnde estabais en la Segunda Guerra Mundial, mamones?, deca uno, y otro era Va fanculo, es decir, Que te den por el culo!, en italiano, resultaban tan amplificados que habran de pasar varias horas hasta que dejasen de zumbarme los odos: aquella misma noche, al dormirme, descubr que repeta sin cesar, mentalmente, un grito de guerra no por cierto demasiado favorecedor del sueo: Mussolini era un pajillero. Durante el descanso, Mick fue por un refrigerio, que en tal ocasin const de dos pasteles de carne, una hamburguesa con queso y un vaso de plstico cuyo contenido, me asegur Mick, era cerveza, aunque su temperatura y consistencia me recordaron ms bien una sopa de verduras. Fui incapaz de beberme aquel brebaje y, sin perder un minuto, Mick que no era amigo de desperdiciar un trago lo engull. Al final del partido, Mick me agarr por la manga, me arrastr por entre el gento, me llev casi en volandas por Warwick Road North con una rpida parada para pedir en un tenderete callejero dos raciones de pescado frito con patatas; los papeles de peridico en que nos las sirvieron chorreaban grasa por todas partes, y la camiseta de Mick era a tales alturas una obra de arte y cruzamos la calle para volver al pub, donde, tras tres rpidas rondas en la barra, Mick pag otras dos pintas ms antes de sentarse conmigo en una de las mesas. Fui yo quien sugiri que nos sentsemos. Empezaba a estar hecho polvo. Con Mick tuve la impresin de que por fin haba conocido a uno de ellos. Al mismo tiempo, pens que quizs no fuese el ms indicado de todos ellos. Hubo ciertos problemas. Para empezar, me di cuenta de que no iba a encajar fcilmente en mi tesis: no estaba desempleado ni tampoco, a mi parecer, era en modo alguno un desheredado. Por el contrario, result ser un electricista de Blackpool, capacitado y la mar de feliz, recientemente contratado para formar parte de un equipo de tcnicos que tena por encargo cambiar todo el cableado de un bloque de viviendas en Londres. Adems, llevaba un grueso fajo de billetes metido en el bolsillo: lo digo porque Mick no dej de pagar una ronda tras otra, y el fajo no pareca disminuir. Mick tena que tener un buen montn de pasta, aunque slo fuera porque no se haba perdido un partido en los ltimos cuatro aos. Ni uno. De hecho, Mick me dijo que era incapaz de imaginarse la posibilidad de perderse algn partido en lo sucesivo. Lo sucesivo, le dije, era muchsimo tiempo que tener en cuenta, y Mick estuvo de acuerdo, a pesar de lo cual no era sa una perspectiva Perderme yo un partido del Man United? que se adecuase a su manera de pensar. No supe cmo haba conseguido el permiso para salir del trabajo a una hora bastante temprana, a tiempo de coger el tren de Manchester, aunque s 16
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supe que se propona estar all a primera hora de la maana. Ms avanzada la noche, despus que hubiesen cerrado los pubs, bajara caminando hasta la estacin de Piccadilly, en Manchester, y, con unas cuantas latas de cerveza metidas en los bolsillos, cogera un expreso de madrugada que habra de dejarle en Londres a tiempo de llegar al trabajo. Desde entonces no he dejado de maravillarme al pensar en lo inefable que debe de ser que Mick cambie el cableado de tu casa, y me he imaginado el momento en que los nios terminan el desayuno, con las prisas de llevarlos a la escuela, y en que suena el timbre y de repente, con los miembros de tu curiosa familia apiados a tu alrededor, entra Mick por la puerta, recin salido del expreso de madrugada, balancendose, con un rollo de cable en la mano. Me tocaba a m invitarle a una copa, y al volver de la barra Mick me explic cmo funcionaba la empresa. Mencion a algunos personajes cuyos apodos eran por s solos explicacin ms que suficiente: el Cabezn, Pete Parafina, el Rpido, Bernie el Chiflado, Billy el Tuerto, el Rojo (no por los Diablos, sino por sus inclinaciones polticas), y Donald el Tonto, un elemento de muy reducida inteligencia y con una tendencia a destruir a cadenazos lo que se le pusiera por delante. Por entonces estaba en la crcel. A este respecto, lo habitual era que, si no estaban en la crcel, hubieran sido juzgados recientemente o estuvieran pendientes de juicio. Mick, que no era un to de natural propenso a la violencia, haba sido detenido en una ocasin, aunque me asegur que fue un episodio poco comn, propiciado adems por un error de clculo: result que la polica tuvo la ocurrencia de entrar en el pub en el preciso instante en que Mick, a horcajadas sobre el pecho de un infortunado al que casi haba dejado inconsciente, haba levantado en el aire uno de los taburetes y se dispona a estamprselo en la jeta con toda su alma. Pero la verdad es que no iba a sacudirle, dijo Mick. No tuve ocasin de ponerlo en duda, porque en menos que canta un gallo Mick se haba puesto en pie y se encaminaba hacia la barra. Otra ronda?, me pregunt por encima del hombro. Otra ronda? Pens que muy difciles empezaban a ponrseme las cosas para llegar en condiciones a la hora de cierre. Me levant para ir al lavabo la quinta o sexta visita y, al or que alguien chapoteaba ruidosamente en el excusado, me apoy en una de las sillas para no tambalearme. La sed de Mick pareca insaciable, o era al menos tan insaciable cuan grande era su barriga; la verdad es que tena una barriga muy, muy grande. A la vuelta del lavabo, le vi volver a la carga, acercndose con otras dos pintas en la mano. Por un momento me pareci que la visin se duplicaba y que apareca otro Mick, ms acuoso, y una infinita sucesin de pintas sostenidas por muchas manos. Empezaba a tener serios problemas. Exhal una profunda bocanada de aire. Se me revolvieron las tripas. Una vez ms, me encontr con una pinta llena hasta el borde delante de 17
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las narices. Una vez ms, coronada por una buena capa de espuma. Me pareci detestable. Me qued mirndola. Mick dio un buen sorbo a la suya. La mayor parte de los hinchas, sigui explicndome sin que el alcohol pareciese tener en l ningn efecto visible, era de Manchester o de Londres. A los de Londres les llaman los Cockney Rojos. Gurney es un Cockney Rojo. No viaja a menos que vaya de gorra. A Mick le sorprendi que yo no supiese qu significaba ir de gorra. A m me sorprendi ser capaz de articular las palabras. Ir por la cara, o de gorra, sigui Mick; le quedaba menos de media pinta en el vaso, significa no gastarse ni un duro. Ese es el reto, siempre. A nadie le gusta pagar el billete de metro, el billete del tren o la entrada para el partido. De hecho, cuando viajas de gorra al extranjero habitualmente te vuelves con algn que otro beneficio. Con algn que otro beneficio? S, ya me entiendes. Con pasta. La empresa del Manchester United se llamaba ICJ, es decir, los Inter-City Jibbers5 (as llamados por analoga con los trenes rpidos de los ferrocarriles britnicos), y Mick pas acto seguido a detallarme la lista de los grandes momentos de la historia de los ICJ: en Valencia y en Barcelona durante los mundiales de 1982, en Francia durante los partidos de clasificacin para la Eurocopa de Naciones, o en Luxemburgo. Al parecer, de Luxemburgo volvi Bob Banana con un abrigo de pieles y anillos de diamantes en todos los dedos. O en Alemania: all haba subido al tren de vuelta a Londres con los calzoncillos repletos de billetes de banco alemanes. Roy Downes era otro de ellos: acababa de salir de la crcel, en Bulgaria, donde le haban pillado cuando intentaba descerrajar la caja fuerte del hotel. Y Sammy. Sammy es todo un profesional. Un "hooligan" profesional? No, no. Un ladrn profesional. Sammy, Roy Downes y Bob Banana eran lderes, o al menos as fue como los describi Mick. Yo no tena ni idea de qu poda querer decir eso. Me pareci como si me hablase de una especie de tribu. Pero me qued bien claro que tendra que conocerlos: con ellos s que tena que hablar. Segu insistiendo en el tema.
5 Jibbers es un trmino de argot que significa ir de un lado para otro sin parar. As pues, una traduccin literal de la expresin sera viajar continuamente de ciudad en ciudad. Pero tambin puede significar gorrn o aprovechado. De ah el juego de palabras. (N. del T.)Seorea, Britania! Britania, s duea de las olas!/Los britnicos nunca, nunca, nunca sern esclavos!/Cuando Gran Bretaa, por orden divina./surgi del azul ocano./cuando Gran Bretaa surgi del azul ocano,/ste fue privilegio, el privilegio de la tierra,/que los ngeles del cielo cantaron con vehemencia:/Seorea, Britania! Britania, s duea de las olas!/Los britnicos nunca, nunca, nunca sern csclavos!/Seorea, Britania! Britania, s duea de las olas!/Los britnicos nunca, nunca, nunca sern esclavos! (N. del T.)
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Qu era, le pregunt a Mick con toda mi inocencia, lo que converta a alguien en lder? Hacer, dijo Mick, e hizo una pausa, para afinar claramente sus pensamientos... s, hacer lo que hay que hacer, en las debidas circunstancias y en el debido momento. Vaya! Pues no me has dado una definicin especialmente til, coment. Le pregunt si exista un lder principal de toda la aficin del United. No, result que no haba un solo lder, sino varios, lo cual constitua todo un problema. Sammy, Roy, Bob Banana, Robert el Ratero. Todos terminan compitiendo entre s. Y cada cual tiene su propia empresa, sus propios seguidores: a veces, hasta treinta o cuarenta tos. La mayor parte de esos seguidores son chavalillos de quince o diecisis aos, que salen para demostrar que pueden ser muy duros y que son capaces de todo. Son los ms peligrosos, son los que empiezan casi todas las peleas. Son como una especie de subtenientes, y slo responden ante su propio lder. Sammy es seguramente el que tiene a los seguidores ms fieles. Y de pronto Mick se par en seco. Pens que mis preguntas le estaran incomodando lderes, subtenientes, ejrcitos en miniatura?, pero no: Mick se haba quedado mirando mi cerveza, al haberse dado cuenta de que, mientras l se haba terminado su pinta, la ma segua casi llena hasta arriba, aunque me la haba llevado en repetidas ocasiones a los labios. Oye, t no eres muy bebedor, no? Por fin haban dado las once, y o que alguien se pona a dar voces: La hora, es la hora. (Qu maravilla, dije para m.) Calcul que aparte de una racin de pescado frito con patatas y de una hamburguesa con queso absolutamente indigesta, me haba metido en el cuerpo dos latas de lager y ocho pintas de cerveza negra. Una barbaridad, pens. Y me las haba apaado, al menos de momento. De todos modos, Mick me acababa de soltar de sopetn que no le pareca yo un to demasiado bebedor. Desde luego, Mick s que lo era. No llevaba la cuenta de todo lo que se haba metido entre pecho y espalda, pero yo s, ms que nada por lo mucho que me haba impresionado. Adems de un envoltorio de papel de peridico lleno hasta arriba de pescado frito con patatas, de sus dos hamburguesas con queso, sus dos pasteles de carne, sus cuatro bolsas de patatas fritas con sabor a tocino y la comida india que iba a comprar para el tren de camino a la estacin, Mick se haba bebido todo lo que sigue: cuatro latas de lager Harp, buena parte de una botella de vodka Tesco y dieciocho pintas de cerveza negra. Al cerrarse el pub, Mick compr otras cuatro latas de lager para bebrselas en el tren de vuelta. Ser aficionado a un equipo de ftbol era, por lo tanto, una aficin bastante cara; me di cuenta de que para Mick era importante no faltar a su trabajo a la 19
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maana siguiente. Y es que aunque Mick hubiese hablado de ir por ah de gorra como si fuese lo ms natural del mundo, me percat de que ya tena el billete de vuelta a Londres, aparte de tener tambin la entrada para el partido. A ojo de buen cubero, aquella noche habra gastado unas sesenta libras. Coment que el sbado anterior haba gastado ms o menos lo mismo. Y aadi que el da anterior se haba gastado 155 libras, el pago del viaje a Turn, todo incluido, para asistir al partido de vuelta contra la Juventus. Es decir, entre el sbado y el mircoles Mick se haba gastado 275 libras en el ftbol. Con toda probabilidad, el sbado prximo gastara otras cincuenta o sesenta libras; en total, 335 libras en slo una semana, aunque posiblemente fuese una semana excepcional; con todo, era una cantidad muy superior a la que la mayor parte de la poblacin britnica se gasta mensualmente en el pago de la hipoteca de su piso. Lo del viaje a Turn, todo incluido, tena un inters adicional, por otras razones. Por lo que alcanzaba a saber, los hinchas del Manchester United tenan expresamente prohibida su presencia en los partidos que el equipo disputase en el continente europeo la prohibicin, segn Mick, se deba a que cada vez que el equipo jugaba en el extranjero se producan considerables desrdenes, slo que dicha prohibicin pareca haberse puesto en prctica de manera poco concienzuda, ya que la directiva del club se haba negado simplemente a aceptar las entradas que habitualmente ponan a su disposicin clubes rivales. Y as las cosas, cmo se iba a impedir que los hinchas viajasen por su cuenta y riesgo y que comprasen las entradas de reventa? Qu poda impedir que un agente emprendedor comprase una partida de entradas directamente en taquilla, sin intermediarios, para ponerlas a la venta en Inglaterra a un precio ms elevado? Mick explic que el viaje comprenda el billete de avin, la noche en un hotel y la entrada para el partido: localidades de asiento, ojo, no de pie. Eso s que era una novedad: las entradas seran de las mejores. Sac del bolsillo un minsculo recorte de peridico, del Manchester Evening News. Todo lo organizaba una agencia de viajes a cuyo propietario y director, por razones que ms adelante saldrn a la luz, no puedo designar aqu por su verdadero nombre. Le llamar Bobby Boss. Y a la agencia la llamar la Agencia de Viajes de Bobby Boss. Mick desapareci engullido por la noche de Manchester los alrededores de Old Trafford estaban desiertos y ech a caminar para recorrer las dos millas que le separaban de la estacin, zampndose una segunda bandeja de comida india por el camino; los bolsillos, repletos de latas de cerveza, se le bamboleaban al caminar. Conviene decir que no era un to malcarado; no es que resultara agradable, pero tampoco era mal tipo. A pesar de todas aquellas historias de violencia y desorden, l al menos pareca respetar las reglas del juego. Aqulla era simplemente una buena forma de pasar el tiempo y de salir. Le emocionaba tener ocasin de hablar de ello, y cuanto ms hablaba, ms se 20
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emocionaba. Era un to abierto, generoso, confiado y digno de confianza. Eso era lo importante: que confiaba en m. Encontr a Bobby Boss en el Soho, tras subir unas escaleras que apestaban vvidamente a las personas que haban dormido en ellas la noche anterior, en una amplsima sala que comparta con otros despachos, separados los unos de los otros por un elegante aunque endeble entramado de mamparas de madera contrachapada. Lo cierto es que no tuve el placer de conocer al propio Bobby Boss, sino que en su oficina encontr a la persona que lo representaba, una agradable recepcionista llamada Jackie, o Nicky, o Tracy, o cualquier otro nombre por el estilo, igual de simptico: una persona que, evidentemente, no pareca compartir en lo ms mnimo la ansiedad que a m me produca el embarcarme en un vuelo clandestino expresamente prohibido por la directiva del Manchester United, por el club de aficionados, por la Federacin de Ftbol de Inglaterra y por la ejecutiva de la UEFA. Los negocios son los negocios: le entregu 155 libras y ella me dio un pedazo de papel, en el que slo deca Recibido y agradecido. Las entradas para el partido, me asegur, llegaran ms adelante. El viaje empez la semana siguiente, muchas horas antes de que saliese el sol, a la entrada del Cumberland Hotel, en Marble Arch. Por la razn que fuese, la noche anterior se haba cambiado el aeropuerto de salida, de modo que tenamos que desplazarnos hasta Manchester en un minibs puesto a nuestra disposicin por la agencia. A ninguno de los integrantes del grupo le pareci ste un detalle digno de mencin. Haba un chaval joven, con gafas y la nariz taponada, que no dejaba de insistir en que no iba a haber ningn problema, que todos estbamos all solamente por el ftbol. Haba un abogado. Y un puado de jovenzuelos. Por qu me haba metido yo en aquello? No conoca a nadie. Mick, aunque me haba dicho que trabajaba en Londres, no estaba all. Decid no volver a improvisar planes de viaje en el resto de mi vida, y menos despus de beberme ocho pintas de cerveza. A lo hecho, pecho. As que me sent en el minibs entre tres tos que ya se conocan: Steve, un electricista que estaba casado y viva en St. Ives, la somnolienta y apacible ciudad dormitorio situada cuarenta millas al norte de Londres, ms una extraa pareja, los tos que respondan a los increbles nombres de Ricky y Micky, de aspecto muy juvenil y vestidos con ropa vaquera. Les pregunt a qu se dedicaban, y me miraron con suspicacia: qu cono pintaba un norteamericano en aquel minibs? A esto y aquello, a lo que salga, dijo Ricky, y volvi a enfrascarse en la lectura del Sun, que era el peridico que estaba leyendo el resto de los pasajeros. No tena por qu preocuparme. Eran las cinco de la madrugada. No se me pas por la imaginacin que Ricky y Micky con sus cabellos oscuros y ondulados, sus rostros redondeados, inocentes, su aire de estrellas del pop primerizas, adolescentes, de comienzos de los sesenta pudieran tener ninguna relevancia 21
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en lo que yo estaba haciendo. Pero an me quedaba mucho por aprender. Llegamos al aeropuerto de Manchester a eso de las nueve de la maana. All estaba Mick despus de todo, con la piel griscea y los ojos enrojecidos; obviamente, haba pasado la noche con algn bebedor de verdad. Cada vez estaba ms entusiasmado por la posibilidad de ver su nombre en el papel impreso y, con la esperanza de que yo hubiese ido acompaado por un fotgrafo, se haba vestido para la ocasin: una camiseta blanca con un lema en gruesas letras negras No tengo problemas con la bebida mientras tenga algo que beber y, lamentablemente, unos pantalones cortos bastante estrechos. Llevaba gafas de sol y una cmara fotogrfica, y al parecer tena verdadera prisa por llegar a la tienda libre de impuestos. Le pregunt si era capaz de identificar en el grupo a alguna de las personas de las que me haba hablado a Sammy, a Bob Banana, a Roy Downes, a Robert el Ratero, pero me explic que no iran en el mismo vuelo. Soldados rasos. Eso ramos nosotros, segn me explic. En aquellos vuelos chrter slo viajaban los soldados rasos. Los generales, tal como caba esperar, viajaban aparte. Hasta que vine a vivir a Inglaterra siempre haba dado por hecho que el tpico turista espantoso con su dinero, su marcado acento, su ignorancia era norteamericano. Ahora bien, el turista norteamericano intimidado por el tamao del mundo, sorprendido siempre por lo antiguo que es es un turista tranquilo, deferente, aunque a veces resulte un poco mentecato. No es el ms espantoso. Yo an no haba estado en la Costa del Sol. No me haba encontrado con una panda de bebedores de cerveza. No conoca la basura turstica. La basura turstica, que slo se desplaza en viajes organizados, en los que todo est comprendido en el precio, siempre lleva a mano una pequea cmara fotogrfica y tiene una peculiar manera de vestir que se caracteriza por dejar al descubierto amplios trechos de carne que ms valdra cubrir, por no mencionar su irreprimible apetito por el vino barato, por las litronas de cerveza y, al margen de cul sea el pas que visiten y la lengua que se hable, por inmensas, grasientas cantidades de pescado frito con patatas envueltas en hojas del Mail on Sunday. La basura turstica se hace notar siempre que viaja. Pero los hinchas futbolsticos son peores: mucho peores. Un mircoles por la maana, gracias a los oficios de Bobby Boss, llegaron en avin a Turn doscientos cincuenta y siete hinchas del Manchester United para asistir a un partido en el que estaba expresamente prohibida su presencia. La mayor parte de los hinchas que tomaron aquel avin se conocan unos a otros: aquello era una excursin de amiguetes. Nadie saba en dnde nos bamos a alojar, nadie tena la entrada para el partido. En cambio, todos estaban de un humor estupendo, como si se marcharan de vacaciones. Haba que tomar infinidad de fotografas: la del momento en que se pasaba por el mostrador de la compaa area, la de la entrada en la tienda libre de impuestos, la que mostraba el momento en que destapaba la botella comprada dentro de la tienda 22
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libre de impuestos y la que, tomada cuando el avin haba alcanzado su altitud de crucero, mostraba la botella a medio vaciar. Y aunque he de reconocer que me pareci cuando menos peculiar que tantas personas se hubiesen metido entre pecho y espalda medio litro de vodka a las diez de la maana, en nuestro vuelo a Turn no hubo incidente digno de resear; fue un vuelo ruidoso, animado, pero al final poco o nada diferente de lo que, supuse, deba de ser cualquier otro viaje organizado para turistas ingleses. El grupo, en conjunto, pareca inofensivo y gracioso. Descubr que la mayor parte de las incomodidades del da levantarme temprano, viajar al lado de un chaval que pareca desconocer la utilidad del pauelo para sonarse los mocos, mezclarme con aquella gente tan rara no eran ms que recuerdos para entonces. Francamente, me lo estaba pasando bien. Lo cierto, sin embargo, era que la basura turstica se haba puesto en marcha, decidida a devastar el pas que iba a visitar. Y al cabo de un rato lleg a Turn.
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Turn
La muchedumbre es siempre un extrao fenmeno. Es la congregacin de elementos heterogneos, desconocidos entre s (salvo en lo que atae a algunos puntos esenciales, como son la nacionalidad, la religin, la clase social a la que pertenecen). Ahora bien, tan pronto se enciende la chispa de la pasin, que prende primero en uno de estos elementos y se extiende despus a los dems, y tan pronto electriza a esta masa confusa, se produce una especie de sbita organizacin, como por generacin espontnea. Lo que era incoherencia se torna cohesin, lo que era ruido pasa a ser voz, y los miles de hombres que se han apiado y estn juntos bien pronto conforman un nico animal, una bestia salvaje e innominada, que avanza hacia su meta con una determinacin irresistible. Es posible que la mayora de estos hombres se hayan congregado por pura casualidad, pero la fiebre de algunos alcanza las mentes de todos, y en todos ellos surge un delirio que alcanza cotas muy elevadas. El hombre que acudi corriendo para impedir el asesinato de un inocente es el primero que se contagia de las intenciones homicidas; adems, ni siquiera se le pasa por la cabeza que eso pueda ser motivo de asombro. GABRIEL TARDE, The Penal Philosophy, 1912
La primera persona que dio la bienvenida al grupo en Turn, al pie de la escalerilla, fue un hombre llamado Michael Wicks. Mr. Wicks era el cnsul britnico en funciones. Tendra unos cincuenta aos, vesta chaqueta de tweed, hablaba con un inconfundible acento del Foreign Office, era una persona muy bien educada y se mostr implacablemente amistoso. Mr. Wicks sonrea casi en todo momento, y mantuvo la sonrisa en los labios incluso al saludar al primero que baj del avin, un chaval extremadamente obeso, llamado Clayton. Clayton tena diversos problemas, el mayor de los cuales estaba en sus pantalones. Y a menos que cambiasen mucho las circunstancias, Clayton seguira teniendo problemas con sus pantalones durante el resto de su vida. 24
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Tena una barriga tan blanda y tan desproporcionada no existe adjetivo que tenga el tamao suficiente para describir con propiedad su permetro abdominal, que sus pantalones, de dimensiones impresionantes de por s, no tenan la anchura necesaria para cerselos de tal modo que no volvieran a carsele casi a rengln seguido. Clayton sali del avin y baj tambalendose por las escalerillas, agarrado a la hebilla del cinturn, con la que se peleaba como si le fuera la vida en ello, intentando subrsela unos centmetros. Iba canturreando Qu orgullosos estamos de ser ingleses. Iba con los ojos cerrados, el rostro colorado, y repeta su estribillo sin parar, aunque nadie le acompaaba en su cntico. Mick no se haba quedado atrs. Haba dado buena cuenta de su botella de vodka, e iba sorbiendo una lata de Carslberg Special que acababa de extraer del carrito de las bebidas al salir a trompicones. Al llegar al pie de la escalerilla, Mr. Wicks dio la bienvenida a Mick. ste se qued algo confundido. Mr. Wicks no pareca italiano. Mick hizo una pausa, empez a balbucear algo, con ese estilo solemne y abotargado que caracteriza el habla de un hombre que lleva ms de un litro de alcohol de alta graduacin consumido en menos de hora y media. Entonces, sin previo aviso, Mick eruct. Fue un eructo espectacular, prolongado, tremendo, un lento y brutal estallido de innumerables y nocivas burbujas gstricas. Fue un eructo que invitaba incluso a cierta especulacin, ms que nada en torno a los lquidos y los slidos, as como a sus posibles cantidades, que hubiesen podido aportar su contribucin a aquel regeldo tan poderoso que pareca brotar de forma interminable desde las honduras del torturado torso de Mick. Mr. Wicks, en cambio, no se dej sobresaltar. Le complaci certificar que Mick no era en modo alguno distinto de cualquier otro turista y que tras la emocin del vuelo dejaba escapar su aliento contenido. Mr. Wicks, clarsimamente un diplomtico de los pies a la cabeza, no iba a dejarse ofender. No creo que fuese posible ofender a Mr. Wicks. Se limit a sonrer. Fueron bajando todos los dems. Iban tambin cantando unos por su cuenta, otros cogidos del brazo de los amigos, y sus canciones, como la de Clayton, eran todas acerca del hecho de ser ingls, de lo estupendo que era ser ingls. Poco despus del aterrizaje algo le haba ocurrido a nuestro grupo; algo que provoc en l un cambio radical. A medida que el avin fue acercndose a la terminal, empezaron a verse soldados: el ejrcito, nada menos, estaba esperndonos. En formacin. El ejrcito! No iba a ser aqul un control de pasaportes normal y corriente: el avin iba a ser acordonado no slo por la polica se vea a los agentes apiados en torno a la escalerilla, sino tambin por una compaa de soldados italianos. Los soldados tenan una pinta de lo ms gracioso, dijo Mick, que iba sentado a mi lado. De hecho, la frase que utiliz fue jodidos maricones. Llevaban extraos uniformes y boinas de brillantes colores; los soldados no eran britnicos, sa era 25
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la cuestin: eran soldados extranjeros. El efecto que surti la presencia del ejrcito fue inmediato: aqul ya no era un grupo de hinchas del Manchester United; eran defensores de la nacin inglesa. Haban dejado de ser de una ciudad determinada; en cuestin de segundos, sus orgenes, como una mancha de tinta, se extendieron desde un punto en el mapa hasta abarcar el pas entero. En ese momento eran ingleses, y no slo eso: eran ingleses que parecan peligrosos. El personal fue levantndose mientras los motores del avin an no se haban detenido del todo, entre las protestas de las azafatas, que solicitaron del pasaje que tomara asiento de nuevo; como si sa hubiese sido la seal, todos empezaron a cambiarse de vestimenta, despojndose de las ropas de trabajo, de diario, y ponindose otras cuyo rasgo principal era la presencia de la bandera britnica, de la Union Jack. Casi de golpe, las cabezas y las extremidades empezaron a sobresalir de camisetas con la bandera en el pecho y de baadores con la Union Jack; adems sacaron calzones de boxeador que se pusieron en la cabeza (sujetndolos con la goma en torno a la frente) con la Union Jack, cmo no. Aquella curiosa escena me dio la impresin de haber sido preparada con antelacin, como si la hubieran ensayado. Entretanto, todo el mundo empez a cantar Rule, Britannia con voz potente, bien alta, espontneamente; la cantaron otra vez desde el principio, y otra vez, hasta que, al aproximarse a la terminal, ya no la cantaban: la iban gritando a voz en cuello: Rule, Britannia! Britannia, rule the waves! Britons never, never, never shall be slaves! When Britain first, at Heaven's command, Arose from out the azure main, When Britain first arose from out the azure main, This was the charter, the charter of the land, And heavenly angels sung the strain: Rule, Britannia! Britannia, rule the waves! Britons never, never, never shall be slaves! Rule, Britannia! Britannia, rule the waves! Britons never, never, never shall be slaves!6 Tambin los italianos haban trastocado su identidad. Haban dejado de ser italianos: eran de pronto espaguetis de mierda, italianinis de medio pelo. Aquello fue lo que haba venido a recibir Mr. Wicks, un hombre cuyas amistosas relaciones con la realidad circundante me parecieron cuando menos intrigantes. Despus de todo, all estaba, de pie en la pista, decidido a dar la bienvenida a un grupo de hinchas que, despus de haber sido prohibida su asistencia al partido que en efecto haban ido a ver, estaban a punto de sembrar
6 Seorea, Britania! Britania, s duea de las olas!/Los britnicos nunca, nunca, nunca sern esclavos!/Cuando Gran Bretaa, por orden divina./surgi del azul ocano./cuando Gran Bretaa surgi del azul ocano,/ste fue privilegio, el privilegio de la tierra,/que los ngeles del cielo cantaron con vehemencia:/Seorea, Britania! Britania, s duea de las olas!/Los britnicos nunca, nunca, nunca sern csclavos!/Seorea, Britania! Britania, s duea de las olas!/Los britnicos nunca, nunca, nunca sern esclavos! (N. del T.)
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el caos y de causar toda suerte de destrozos en la ciudad de Turn. Qu poda haber hecho Mr. Wicks? Es fcil decirlo, sobre todo a toro pasado: tena que haber informado a las autoridades de aviacin civil de que aquel vuelo charter en concreto no debi haber recibido autorizacin para aterrizar, y de que todos sus pasajeros deban ser devueltos inmediatamente a Inglaterra. Eso es lo que tena que haber hecho, ni ms ni menos, slo que con qu pretexto hubiese podido hacer tal cosa? La alternativa de Mr. Wicks la nica de que dispona era proclamar su fe en la humanidad de todo lo que saliese de aquel avin, aun cuando semejante profesin de fe implicaba pasar por alto infinidad de cosas, cosas como Clayton o como Mick, o como los pantalones cortos con la Union Jack que se llevaban a manera de gorro tribal, o como la expresin de inconfundible pnico que aflor al rostro de los ocho asistentes de vuelo, o como el hecho de que a las ocho y media de la maana se haban adquirido como mnimo 257 litros de diversos alcoholes de alta graduacin de los cuales ms de la mitad ya se haba consumido al tocar tierra. Todo el mundo, dijo Mr. Wicks, todava sonriente, a medida que los pasajeros de aquel avin bajaron zigzagueando la escalerilla, todo el mundo ha venido a pasarlo bien. Todo el mundo haba ido a pasarlo bien, por descontado; todos estuvieron de acuerdo. Ahora bien: dnde estaba el encargado del vuelo? Mr. Wicks pregunt por Mr. Robert Boss, de la Agencia de Viajes de Bobby Boss, pero nadie supo darle razn. Nadie tena ni la menor idea de su paradero. A ese respecto, ninguno de los integrantes de la expedicin saba dnde iba a alojarse, ni dnde haba que recoger las entradas para el partido. De hecho, la mayor parte de nosotros, y me incluyo entre ellos, estbamos ms que nada inmensamente agradecidos de haber descubierto que efectivamente nos estaba esperando un avin en el aeropuerto de Manchester, y gratamente sorprendidos de que nos hubiese transportado a una ciudad de Italia, y tanto es as que ninguno tena demasiadas prisas por hacer ms preguntas, temiendo quiz que, al mirar con demasiado detalle lo que ya habamos conseguido, todo aquello pudiera hacerse aicos. Era mucho mejor y, despus de tanto beber, y tan aprisa, mucho ms fcil creer que de un modo u otro todo terminara por funcionar como estaba previsto. De la parte posterior del avin sali una mujer atractiva y pizpireta, con esa alegra contagiosa que se esfuerzan por mostrar las animadoras de los equipos de ftbol o de baloncesto en Estados Unidos. Se present directamente Hola, yo soy Jackie y anunci a los presentes que ella era la encargada y que todo iba a salir bien. Jackie result ser una cadete del cuerpo de polica que haba abandonado sus estudios porque un buen da decidi que deseaba viajar y ver mundo en vez de quedarse en la academia. Haba conocido a Bobby Boss en una fiesta particular. l le haba prometido el oro y el moro, y para empezar le haba proporcionado aquel trabajo. Este viaje a Turn, en compaa de 257 hinchas de un equipo de ftbol, era 27
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su primer viaje al extranjero. Jackie slo tena veintids aos. Mr. Wicks pareci preocupado. Qu se puede hacer, me pregunt, cuando el instinto ms elemental te dice que lo ms sensato sera detener a todo el mundo, y en cambio tu concepto de la justicia te indica que eso es imposible, y tu mente, a pesar de la confusin, te aconseja sonrer sin parar, y cuando descubres que en vez de la persona responsable y que debera darte cuenta de todo tienes delante a una ex alumna de una academia de polica de veintids aitos de edad, en su primer viaje al extranjero y rodeada por 257 tos borrachos como cubas? Qu se puede hacer? Lo que hizo Mr. Wicks fue lo siguiente: sin perder la sonrisa, recogi los pasaportes de todos los presentes (la aparicin de un pasaporte norteamericano, segn me enter despus, provoc momentneamente el temor de que la CIA estuviese implicada en aquello). Mr. Wicks trataba de dar la sensacin de estar pensando que quiz, quin sabe, podra apetecerle controlar a quin se le permitira abandonar el pas y a quin no. No era as lo nico que deseaba Mr. Wicks era que todo el mundo se largase, pero sala del paso. Por el momento, Mr. Wicks trataba de reducir y limitar las consecuencias de lo que, en lo ms profundo de su corazn, tena que saber perfectamente que sera imposible impedir. Haba preparado una hoja con todos los nmeros de telfono que podran ser de utilidad, ordenados por un ominoso sentido de la prioridad. El primero era el del Consulado Britnico, seguido por los nmeros de la polica, el hospital, el servicio de ambulancias y, por ltimo, el aeropuerto. En otra hoja figuraban distintas frases en italiano, conducentes todas ellas a poner remedio a los daos que se causaran (Podra llamar a un mdico, por favor? Deprisa.), y terminaba con el ruego, o ms bien el deseo expreso, de que, estando en un pas extranjero, cada uno de los miembros del grupo se comportase como embajador de Gran Bretaa, aunque en este sentido no habra sido necesario increpar a los Clayton, Mick y compaa, ya que su propio concepto del orgullo de ser britnico, como se haba demostrado, rayaba casi en lo imperial. Mr. Wicks gui a todo el mundo con ademanes de maestro de escuela por el control de pasaportes, y reuni despus a toda la comitiva para soltarnos un discursito a la antigua usanza, todo ello muy profesoral se trataba de que todos nos portsemos de la mejor manera posible, para terminar con la siguiente revelacin: haba dispuesto que se nos proporcionase una escolta policial. Constaba de cuatro motocicletas y dos coches patrulla para cada uno de los cuatro autocares que nos estaban esperando. Todos estos esmerados e inteligentes preparativos demostraban que Mr. Wicks era un hombre tremendamente sabio y previsor. Con todo, en sus ojos all de pie, a la sombra de la marquesina de la terminal, con su chaqueta de tweed y su esplndida educacin, despidindonos a medida que cada cual se iba introduciendo en su autocar para atravesar ruidosamente la ciudad era 28
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posible leer que todas sus precauciones haban fallado. Algo terrible, de incalculables proporciones, iba a suceder, y de un modo u otro estaba claro que iba a ser culpa suya. Fue como si hubiese cado en la cuenta su rostro transmita el dolor y el arrepentimiento que ello le produca de que haba dejado en libertad a un conjunto de seres poco comunes, seres a los que sin duda haba que dar un trato humano (haba que alimentarlos, vigilarlos, mostrarles un mnimo de afecto), aunque jams habra que haberles franqueado la entrada en Turn. Nunca, jams. Ni siquiera atados con un ronzal. Ni enjaulados. Y pese a todo, optimista hasta el final, Mr. Wicks segua sonriendo. Una escolta policial es algo cuando menos emocionante. Yo lo percib como algo sin duda emocionante. No me agrad demasiado la idea de ir escoltado por la polica, pero no se poda negar que estaba compartiendo al menos una parte de la experiencia de quienes me rodeaban, los cuales, acallados momentneamente sus gritos por el ruido ensordecedor de la escolta, haban pasado a sentirse como gente muy especial. Despus de todo, a quin se proporciona escolta policial? A los primeros ministros, a los presidentes, al Papa... y a los hinchas de un equipo de ftbol ingls. Cuando llegaron los autocares a la ciudad aunque no haba demasiado trfico, las sirenas sonaron a todo volumen desde el momento en que salimos del aparcamiento del aeropuerto, el status de sus ocupantes haba aumentado inconmensurablemente. Cada uno de los cruces por los que pasamos estaba bloqueado por los coches y los peatones. En todas las calles se haba congregado la gente, y todo el mundo pareca preguntarse qu estaba ocurriendo, todo el mundo deseaba echar un vistazo; varias manzanas ms adelante se vea ms gente, multitudes ms densas, ms congestin. Es difcil pasar por alto el ruido ensordecedor de una veintena de sirenas sonando a la vez. En toda la ciudad de Turn, quin poda no haberse dado cuenta de que haban llegado los ingleses? Los propios ingleses, conmovidos hasta cierto punto por el efecto producido por su presencia, empezaron a cantar, y lo cierto es que sus berreos consiguieron dominar el penetrante soniquete de las sirenas que anunciaban su entrada en la ciudad. No fue cosa balad conseguir cantar con semejante potencia, aunque sera un craso error considerar que los sonidos que salan de los autocares tenan algo que ver con el canto coral. Una de las canciones era Inglaterra. La palabra era repetida una y otra y otra vez. Sin ms acompaamiento. Otra cancin, algo ms expresiva, se basaba en la meloda del Himno de combate de la Repblica. Pero la letra deca: Glory, glory, Man United Glory, glory, Man United Glory, glory, Man United your troops are marching on! on! On!7
7 Gloria, gloria al Manchester United! Tus tropas marchan al paso, y marchan al paso, y marchan al paso! (N. del T.)
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Cada on era gruido de forma algo ms enftica que el anterior, acompaado con el conocidsimo gesto de victoria que se hace levantando en forma de uve los dedos ndice y corazn. Haba otra meloda especialmente sencilla: Fuck the Pope. Era sencilla porque la letra era exclusivamente la siguiente: Fuck the Pope, es decir, Que le den por el culo al Papa. Fuck the Pope result ser una de las canciones ms populares; a pesar de las sirenas y de la velocidad, al menos dos de los autocares (el mo y el que vena detrs) consiguieron entonar el Fuck the Pope ms o menos al unsono. Me fij en Clayton. Iba unas cuantas filas delante de m. De algn modo, como un pesado camin, se haba dado la vuelta hasta colocarse de tal manera que el marco de su ventanilla abierta qued repentinamente colmado por sus enormes nalgas, que mostraba en todo su esplendor porque se haba bajado los pantalones hasta las rodillas; con las manos se asa los gruesos carrillos, para separarlos todo lo posible. En el asiento de atrs iba un to que en ese momento iba meando por la ventanilla. El personal iba de pie en los asientos, haciendo gestos obscenos con los puos cerrados o con el dedo corazn en alto, gritando verdaderas burradas a los peatones, los policas, los nios... a cualquier italiano que acertase a pasar por all. Entonces alguien tir una botella por la ventanilla. Tena que ocurrir ms pronto o ms tarde. Por el suelo del autocar rodaban las botellas, o eran pasadas de mano en mano, y resultaba inevitable que, tras haber probado ya todo lo dems los cnticos obscenos, los insultos, las meadas, alguien diese un paso adelante y se pusiera a lanzar botellas vacas por la ventanilla. Con todo, el uso de proyectiles, del tipo que fueran, supuso una significativa escalada de violencia, y al menos en un principio alguien tuvo la sensatez de decir que tirar botellas por la ventanilla no formaba parte del plan. Por qu coo has hecho eso?, o que gritaba alguien, enfadado, aunque no excesivamente. T qu eres, un hooligan o algo as? Acababa de traspasarse un umbral cargado de significado. Momentos despus se oy el estallido de otra botella al estrellarse contra la acera. Y otra, y otra ms: las botellas empezaron a salir volando por la mayor parte de las ventanillas... de cada uno los cuatro autocares. Si yo fuese un ciudadano de Turn, me pregunt, qu habra pensado de todo aquello? Despus de todo, estara all, al pie de los Alpes, en una de las regiones del norte de Italia, rodeado por una exquisita e histrica arquitectura, en una ciudad de iglesias y plazas, de soportales y cafs, una ciudad civilizada, una ciudad intelectual, corazn y alma del Partido Comunista de Italia, ciudad natal de Carlo Levi y de otros escritores y pintores; a la hora de comer, siendo seguramente tan forofo de la Juventus como el resto de mis conciudadanos, quiz habra aprovechado el momento para ir a comprar la entrada para el 30
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trascendental partido de aquella tarde, y habra odo aquel poderoso estruendo, el ulular de infinidad de sirenas al unsono. Seran ambulancias? Habra ocurrido un desastre? A mi alrededor, todo el mundo se habra detenido, todo el mundo estirara el cuello, resguardndose los ojos con las manos del fulgor del sol, hasta que por fin, a lo lejos, habramos descubierto el oscilar de las luces azules y blancas de los vehculos de la polica. Y cuando hubiesen pasado ante m uno, dos, tres, cuatro autocares, habra sido mi respuesta la pura fascinacin, sin ms, al ver en las ventanillas de cada uno de los autocares rostros llenos de agresividad, una agresividad terrible, intensa, inexplicablemente perversa? Quiz me hubiese alcanzado en plena cara la meada de uno de los que iban en aquellos autocares. Quiz tendra que haberme apartado de un salto al ver que uno de aquellos energmenos me tiraba una botella a la cabeza. Por ltimo, quiz hubiera optado por contestar como haba contestado uno de los chicos italianos que, convertido de pronto en diana de un proyectil que no haba visto llegar, contest con la misma moneda: lanz una pedrada contra el autocar. El efecto que ello caus entre quienes viajaban en los autocares fue inmediato. Verse de repente convertidos en dianas supuso una tremenda sorpresa. La incredulidad fue inmensa: Esos hijos de puta, exclam uno de los hinchas, nos estn apedreando, y por la cara que puso, una elocuente cara de consternacin, habra sido casi forzoso estar de acuerdo con l en que los italianos que tiraban piedras eran unos brbaros. Las consecuencias despus de todo, se poda romper una ventana, y cualquiera podra resultar herido podan ser peligrosas; todo el mundo se cabre ms que notablemente. Al mirar a mi alrededor, me di cuenta de que ya no estaba rodeado por una panda de perturbados sociales, histricamente nacionalistas y revoltosos; estaba rodeado por una panda de perturbados sociales, histricamente nacionalistas y revoltosos, s, pero que adems acababan de entrar en un estado de autntico frenes. La furia que los invadi fue tal, que todo lo que les vino a mano, ya fuesen botellas, tarros de mantequilla de cacahuete, frutas, envases de zumo de fruta, cualquier cosa, fue sumariamente lanzado por las ventanillas. Qu hijoputas!, dijo el chaval que iba a mi lado, con los dientes apretados, al tiempo que lanzaba una lata de cerveza todava sin abrir contra un grupo de viejos vestidos con ropas oscuras. Qu hijoputas! Todos los ocupantes del autocar estaban en esos momentos muy alterados. Pero ninguno lo estaba tanto como el propio conductor del autocar. En medio de todo aquello, muy pocas personas se haban dado cuenta de que el conductor de nuestro autocar acababa de enloquecer. Yo llevaba un rato sintiendo cierto nerviosismo por el conductor del autocar. Desde que entramos en la ciudad, haba intentado meter en cintura a sus pasajeros. Vea perfectamente lo que estaba sucediendo por el enorme espejo retrovisor, situado encima de su cabeza. Intent mantener un trato ms o 31
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menos diplomtico con sus pasajeros; no tena ningn motivo para pensar que fueran, en lo fundamental, distintos de los pasajeros que haba transportado anteriormente. Ahora bien, sus ruegos de que se mantuviera el orden fueron ignorados olmpicamente. Y por eso empez a protestar. Suplic que se mantuviese el orden con las manos, con el rostro, con el cuerpo entero, como si quisiera decir: Por favor, por favor, hay leyes que todos debemos obedecer! Esta vez sus splicas no fueron ignoradas, pero la respuesta que suscitaron no fue precisamente la deseada. El autocar entero, que estaba cantando algo acerca de las Malvinas, de Britania o de la Reina, empez a cantar al unsono que le dieran por el culo al conductor. Por si fuera poco, cambiaron de idioma y siguieron diciendo ms o menos lo mismo, pero en italiano. No me pareci que fuese una buena idea. No puedo siquiera transmitir la fuerza de mi sentimiento en esos instantes. Despus de todo, el conductor slo intentaba realizar su trabajo. Nuestras vidas estaban en sus manos. De hecho, nuestras vidas estaban literalmente en sus manos. Y precisamente con esas manos opt por expresar su profundo desagrado. Lo que deseaba, sospech, era detener el autocar y ordenar que todo el mundo se bajase de inmediato. Estaba harto. Slo que no poda detenerse as por las buenas, ya que llevaba exactamente detrs otros tres autocares lanzados a toda velocidad. Y tampoco poda acelerar, pues llevaba delante dos motoristas de la polica, abrindole paso. As pues, bloqueado por delante y por detrs, decidi expresar su ira dando bandazos: empez a dar volantazos a izquierda y derecha, con violencia, zarandeando el autocar de un lado a otro. Los que iban de pie en los asientos se encontraron de pronto por los suelos. Todos nos encontramos de repente por los suelos: los volantazos del conductor fueron tan violentos, que la mayor parte de los resbaladizos asientos tapizados de vinilo quedaron vacos. Jackie, nuestra encargada, se haba puesto en pie y se haba dado la vuelta, mirando hacia la parte posterior del autocar en un intento por asumir una autoridad de maestra de escuela, para soltar una severa reprimenda a sus desordenados y revoltosos seguidores, slo que cuando abri la boca todo lo que pudo emitir fue una especie de gorgoteo incomprensible: al igual que todos los dems, fue catapultada hacia uno de los costados. Lo ms interesante del ataque de clera que le haba sobrevenido al conductor fue que pareci incrementarse a medida que le daba rienda suelta, como si la propia expresin de su clera le hubiese hecho comprender cuan colrico estaba. Empez a cambiarle la cara de color se le haba puesto de un rojo encendido, volvi a pegar una serie de volantazos en cadena, y todos nos bamboleamos de un lado a otro. Al ver el terrible despliegue cromtico de sus rasgos, tem que estuviese a punto de reventar. Tem que le diese un ataque al corazn en medio de una nueva serie de volantazos a derecha e izquierda, que en un momento dado se llevase las manos al pecho y dejase el autocar dando tumbos a merced del trfico rodado. 32
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Y de pronto vi abrirse el cielo. Las calles, cada vez ms estrechas y apretadas, por fin dieron paso a una plaza: la Piazza San Carlo. Aire, luz, el cielo; el autocar, lenta e innegablemente, fue parndose. Habamos llegado. Y lo ms importante: no estbamos muertos; al menos, mejor dicho, yo no estaba muerto. Habamos sobrevivido al trayecto desde el aeropuerto. Mientras bamos desembarcando, el hincha que iba delante de m se dio la vuelta, justo antes de bajar del autocar, y le peg un berrido al conductor: le dijo a voces que aquello haba estado completamente fuera de lugar. Acto seguido, sorbindose los mocos desde lo ms profundo de los senos, le escupi al conductor en plena cara: no le acert, pero le dej una masa viscosa y elstica colgando del hombro. As llegaron a su destino los cuatro autocares llenos de hinchas decididos a asistir al partido al cual haba sido expresamente prohibida su asistencia. Pero lo cierto era que antes que ellos haban llegado muchsimos ms. De dnde haban salido? La plaza estaba repleta de hinchas. Al ir abrindonos paso, alguien nos salud agitando la mano como un salvaje, mientras con la otra se sujetaba el miembro para orinar en la fuente del centro de la plaza. No poda existir la ms mnima duda de cul era su nacionalidad ni, bien mirado, la de todos los dems, abotargados y envanecidos ejemplos de la raza que poblaba cierta isla y que, refocilndose bajo el clido sol de Italia, se haban quitado las camisetas para hacer una fofa y obesa demostracin de lo bien que aprovechaban las horas de apertura de los pubs, de los litros y litros de cerveza rubia trasegada, de las incalculables cantidades de patatas fritas con sabor a beicon que haban sido deglutidas. Cantaban Manchester, la-la-la, Manchester, la-la-la. Tenan el aspecto de ser una multitud que llevaba muchos das en aquella plaza, cantando, bebiendo y mendose en la fuente sin cesar. La acera estaba sembrada de botellas vacas de cerveza. Hubo cierta confusin respecto de dnde debamos alojarnos. Se haban hecho las reservas en cuatro hoteles, y mientras Jackie trataba de averiguar quines deban alojarse en cada uno de ellos, repasando los papeles que llevaba sujetos con un clip sobre un tablero, la interrumpi un terrible aullido. Una mujer vestida de negro sali a la carrera a la calle y se puso a gemir y a sollozar. Nadie logr entender qu era lo que estaba diciendo, salvo la polica haba policas por todas partes; cuatro o cinco agentes siguieron a la mujer al interior de uno de los hoteles. Una vez dentro, y mientras suba las escaleras, an se oan en la calle sus aullidos. Jackie haba dejado de repasar sus papeles, y su rostro mostraba una expresin incierta. Se le haba aplanado, como si acabase de recibir un puetazo. Se dira que aquel rostro, aquejado de alguna suerte de parlisis temporal, trataba de decidir cmo expresarse. Se notaba perfectamente que, aun cuando ella no saba ni por asomo qu iba a ocurrir a continuacin, procurara tener preparada de antemano una respuesta. No s cmo pudieron ser tan rpidos, pero, al poco de haber llegado, varios de los hinchas se haban introducido en las habitaciones de la segunda planta 33
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de aquel hotel. En cuestin de minutos haban descerrajado las puertas de ocho habitaciones y haban vaciado los cajones en el suelo, en busca de dinero en efectivo, de cheques de viaje, de billetes de avin, de joyas. Slo haban podido detener a uno de los hinchas incapaz de resistirse a la tentacin de poner una conferencia telefnica y, al aparecer de nuevo la polica, prendido el culpable, Jackie avanz hacia l. Se encontr ante un hombre bastante joven, ostensiblemente bajo su responsabilidad, cuyos brazos haban sido retorcidos a la espalda por los dos policas que lo llevaban preso. A su lado se hallaba la mujer vestida de negro; era la directora del hotel. Haba dejado de pegar berridos, y haba decidido anular las reservas realizadas por Jackie. Haba que reconocer, por otra parte, que el tablero de Jackie, a pesar de todos sus papeles, se mostraba incapaz de revelar dnde se supona que deba alojarse cada uno de los integrantes de la expedicin, aun en el supuesto de que aquella mujer vestida de negro estuviese dispuesta a admitirlos en su establecimiento. As pues, los expedicionarios hicieron caso omiso del tablero de Jackie, de sus papeles y de las respuestas que tal vez (o tal vez no) hubiera tenido preparadas, y se esfumaron, de modo que virtualmente no qued ni uno a su alrededor. Con habitacin reservada o sin ella, la mayor parte de los hinchas, cada vez ms inquietos al ver la jarana que se haba armado en la plaza, desaparecieron. Vi de pronto a Mick, siempre alerta, que haba descubierto el sitio idneo para comprar cerveza a muy bajo precio; generoso como siempre, apareci con tres botellas de rubia de dos litros cada una, una de ellas para m. Acto seguido Mick se encamin hacia el centro de la masa, gritando Venga, Rojos: all vamos. Lo de rojos iba por el color de los Diablos Rojos del Manchester United. Tambin l desapareci en cuestin de segundos: slo era visible por encima de las cabezas su botelln de dos litros en posicin invertida. El gento era en s algo digno de verse. La carne expuesta era la de costumbre, carne de cadena de montaje, griscea, britnica sonrosada una vez expuesta al sol, y lista para quemarse en seguida, salvo en un aspecto: todo el mundo llevaba algn tatuaje. No slo un sencillo tatuaje, sino mltiples tatuajes. No los llevaban nicamente en aquellos lugares donde cabe esperar su presencia en los antebrazos, o en los bceps, sino tambin en cualquier otra parte del cuerpo: en la frente, en las orejas, en el dorso de las manos. Algunos llevaban tatuajes por toda la espalda, de arriba abajo. Y no eran tatuajes ordinarios: haba verdaderos murales pintados sobre carne. Haba un to que era un cartel andante del Manchester United Club de Ftbol. Al verle no haba ms remedio que llegar a la conclusin de que sa era la misin a la que haba decidido dedicar su vida; sa era su carrera profesional. Todos y cada uno de los centmetros cuadrados de su espalda estaban dedicados a toda clase de variaciones sobre el tema del satanismo sugerido por el sobrenombre del equipo. En la parte inferior de la espalda llevaba dos diablos rojos dibujados con todo lujo de detalles, con las colas, los colmillos, las lenguas bfidas y los 34
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tridentes. Por encima de los tridentes, subindole por la columna vertebral y enroscndosele en ella, haba gran abundancia de llamas. Por encima de las llamas, ya sobre los omplatos, estaban los jugadores ms destacados de otros equipos; se sobreentenda que haban cado del cielo (las nubes le llegaban hasta la base del cuello), y que iban camino del infierno. Era en cierto modo una obra de arte narrativo, y era inevitable admirar el fanatismo que reflejaba todo aquello. Tambin era inevitable preguntarse qu clase de persona es capaz de hacer semejante cosa con su propio cuerpo. Hacerse un tatuaje es una experiencia desde luego dolorosa: la aguja casi al rojo vivo atraviesa la epidermis, y va rellenando las clulas de la dermis con tinta. El dolor, sin embargo la sangre, el escozor, termina por pasarse; el resultado del proceso, a menos que vaya diluyndose con la edad o sea erradicado mediante una operacin quirrgica, dura para siempre. Alrededor de m haba metros y ms metros de piel ensuciada con totmicos emblemas destinados a permanecer en ella de por vida. Adems del cinematogrfico despliegue que vi en aquella espalda, otro llevaba el cuello entero tatuado, de forma que un collar de letras bien proporcionadas deca M-A-N-C-H-E-S-T-E-R U-N-I-T-E-D. Vi un par de pezones tatuados que hacan las veces de ojos en la cabeza de un diablo rojo particularmente adornado, extendida sobre el trax y el abdomen. Y otro llevaba en la frente un tatuaje que deca Bryan Robson, en honor del centrocampista del Manchester United (y con la esperanza, digo yo, de que Robson jams sera traspasado a otro club y de que fuera inmortal). Vagu durante un rato por la plaza. No me senta incmodo, pero ms que nada haber decidido que no iba a consentir encontrarme incmodo. De haberme permitido sentir un mnimo de incomodidad, acto seguido y automticamente habra empezado a sentirme ridculo, y a hacerme preguntas del estilo de: por qu estoy aqu? Una vez debidamente completado el viaje hasta Turn, me di cuenta de que hasta ese momento haba hecho poco ms que beber y papar moscas. Mick haba desaparecido, aunque yo segua estando seguro de detectar en cualquier momento sus eructos en medio del ruido. De todos modos, aparte de l no conoca a nadie ms. All estaba yo, con mi pequea libreta de hule negro escondida en el bolsillo de atrs, con la esperanza de encontrar alguna manera de congraciarme con alguno de los grupos, que, al menos por lo que alcanzaba a ver, no andaban en busca de nuevos miembros. Por un instante tuve la desagradable experiencia de verme como lo que deba parecer a ojos de cualquiera: un norteamericano que haba realizado un largo viaje hasta una ciudad de Italia, viaje del cual seguramente no haba sabido nada con antelacin, de modo que se hallaba totalmente a solas en medio de lo que ya era una marabunta compuesta por varios centenares de hinchas del Manchester United que se conocan todos los unos a los otros, que seguramente se conocan desde haca aos, que estaban acostumbrados a realizar viajes de 35
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considerable kilometraje para reunirse unos con otros cada fin de semana, que hablaban con el mismo acento marcado, que beban la misma espesa cerveza y que llevaban en muchos casos las mismas ropas de vago diseo, bastante extravagantes, de Top Man. Lo peor era que se haba corrido el bulo de que yo haba viajado hasta Turn para escribir algo sobre los hinchas, noticia que a muy pocos les podra haber resultado atractiva. Se me acercaron dos en concreto para decirme que nunca lean el Express (el Express?), y que una vez que le haban echado un vistazo les pareci pura basura. Cuando trat de explicarles que yo no escriba en el Express, me di perfecta cuenta de que no me crean, e incluso perspectiva harto ms desagradable que pensaban que, por lgica, deba escribir en el Sun. Se me acerc otro y, sotto voce, intent venderme su historia (Los del Star ya me han ofrecido mil machacantes, to.). Hasta cierto punto, aquello era una evolucin favorable de mi situacin, aunque apareci otro que empez a golpearme vigorosa y repetidamente en el pecho: Yo no pareca un reportero, que va. Dnde haba metido el cuaderno de notas? Dnde tena la cmara? Qu diantre estaba haciendo all un norteamericano? Antes haba habido otros periodistas. En Valencia, un equipo de televisin, espaol, haba ofrecido hasta diez libras a cualquier hincha que estuviese dispuesto a tirar piedras, al tiempo que saltase sin parar y soltase todo tipo de improperios y palabras malsonantes. En Portsmouth haba aparecido un tipo que trabajaba de incgnito para el Daily Mail; lleg vestido con una cazadora de aviador y botas altas, pero los hinchas lo persiguieron iracundos. No saba que haca ms de diez aos que nadie vesta cazadora de aviador ni botas altas, salvo un grupo de hinchas despistados del Chelsea. Y el ao anterior, en Barcelona, haba hecho acto de presencia un periodista del Star. Fue su historia la que me impresion ms. Por lo visto, la gran mayora de los integrantes del grupo le haba aceptado sin poner reparos, pero l no dej de hacer preguntas sobre la violencia. Esto, segn me dijeron, era algo que no se deba hacer. De ninguna manera. El preguntaba que cundo iba a empezar, que cundo iba a estallar. Se va a armar ahora? Se armar esta noche? No cabe duda de que tena un plazo tope, y un responsable de seccin esperaba que llegase su artculo. Y cuando estall la violencia ech a correr, actitud en modo alguno irracional, ya que poda resultar herido. En cambio, a ojos de los hinchas haba hecho algo imperdonable: en su inimitable manera de expresarse, se haba cagado encima. Cuando regres para informarse de los detalles y terminar su artculo, le cercaron. Por fortuna no llegaron a apualarlo. No lo desfiguraron de forma irreparable. Esta ancdota, si as puede llamarse, sobre el reportero del Star, no me pareci demasiado tranquilizadora estupendo, no le haban cosido a pualadas: el reportero era en el fondo un to con suerte, as que mentalmente tom buena nota para no cagarme encima en ninguna circunstancia. Aun as, la 36
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ancdota me revel una informacin sustancial. Hasta ese momento, todas las personas con las que haba hablado se desvivan por afirmar a toda costa que, por mucho que pareciesen hooligans, no lo eran ni por asomo. Se trataba de aficionados al ftbol, hinchas de un determinado equipo de ftbol. Ciertamente, si alguien se meta en una pelea, los dems no echaran a correr por las buenas eran ingleses de pies a cabeza, o no?, pero en cambio no estaban dispuestos a buscarse problemas. Todo el mundo haba ido all por las risas, por el viaje al extranjero, por las cervezas y por el ftbol. No era aquello lo que yo deseaba or. Y cuando lo o, me negu a creerlo. No me quedaba ms remedio. La cierto era que yo haba viajado hasta Italia para ver los, y a ser posible bien gordos. Aquello era carsimo, sin mencionar la prdida de tiempo; los los eran la razn por la que haba ido a Turn. No es que yo fomentase la violencia ni siquiera estaba en la mejor situacin para fomentarla, y tampoco reconoc mi objetivo ante nadie. Es incluso posible que ni siquiera lo hubiese reconocido de puertas adentro. En cualquier caso, por eso estaba all, preparado para defenderme y para aguantar a pie firme, ante quinientas personas que me miraban preguntndose qu cono pintaba entre ellos. Estaba esperando a que se portasen mal. Quera ver violencia. Y el hecho de que el periodista del Star hubiese podido ser testigo de dicha violencia, de que por fin se hubiese armado, me hizo entender que seguramente, y dijeran lo que dijeran, estaba donde tena que estar. Con violencia o sin ella, la ma no era por cierto una posicin moral precisamente atractiva. Era, de todos modos, una posicin fcil, que consista, ni ms ni menos, en no pensar. A medida que fui embebindome en aquella experiencia, me empe conscientemente en prescindir de todo juicio moral, exactamente como el que se quita un abrigo: con todo lo que haba bebido, con el gozoso sol de Italia, no me iba a hacer ninguna falta. En un momento, puede que en dos, al enfrentarme al espectculo de la plaza, se me pas por la cabeza la idea de que hubiera debido sentirme abrumado. De haber sido britnico, es posible que me hubiese sentido as. Es posible que hubiese llegado a sentir el peso de esa peculiarsima obligacin nacionalista por la cual uno ha de asumir que es responsable de todos sus compatriotas (es decir, Me avergonc de ser britnico, o francs, o alemn, o espaol, o norteamericano). Pero no soy ciudadano britnico. Mick y sus amigos no estaban hechos de la misma pasta que yo. Y aunque pude llegar a sentir que hubiera debido estar abrumado, lo cierto es que no me sent as. Me sent, en cambio, fascinado. Y no era el nico. En las inmediaciones de la plaza se haba reunido un grupo de italianos. Me acerqu a ellos. Eran ms o menos un centenar; temerosos de aproximarse demasiado, se haban apiado, y miraban y sealaban con el dedo. En las caras de todos ellos se vea la misma expresin de incredulidad. Jams haban visto a tanta gente comportarse de semejante forma. Era inconcebible que un italiano 37
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de visita en una ciudad extranjera se pasara horas y ms horas en una de las plazas principales, bebiendo y ladrando, meando y gritando, sudando y dndose palmadas en la barriga. Podra alguien imaginarse a los pasajeros de un autocar procedente de Miln dando vueltas alrededor de Trafalgar Square y mostrando sus tatuajes a diestro y siniestro? Por qu os comportis as los ingleses? Esa fue la pregunta que me hizo un italiano, pensando que yo era de la misma nacionalidad que el resto. Es porque sois una raza insular? Es porque no os sents europeos? Pareca sumamente confuso; daba la impresin de que necesitaba aclarar mis ideas. O es porque perdisteis el Imperio? No supe qu decir. Por qu se comportaban todas aquellas personas de semejante forma? Para quin montaban aquel nmero? Pareca sensato, desde luego, pensar que montaban aquella actuacin para todos los italianos que haban acudido a verlos la danza guerrera de los brbaros invasores llegados del norte, y todo eso, pero a m me dio la sensacin de que lo montaban nica y exclusivamente para s mismos. Durante la ltima hora, aproximadamente, me haba ido dando cuenta de que aquella tarde, y en aquel lugar, se estaba llevando a cabo una especie de ritual. Era ms o menos como sigue: los hinchas que llegaban se daban una vuelta por la plaza, habitualmente por parejas, soltando gritos peridicamente o tropezando con esto y con aquello, o cantando a coro una cancin. Entonces descubran a un compaero, y se saludaban unos a otros. El saludo se llevaba a cabo mediante una serie de gritos estentreos, incomprensibles. Poco despus descubran a otro compaero (ms gritos) y a otro ms (otra tanda de gritos), hasta que por fin eran los suficientes cinco, seis, a veces diez para formar un crculo. Entonces, como si correspondiesen a un brindis colectivo, beban todos de una gran botella de cerveza o de un enorme botelln de vino tinto muy barato. Esto se haca a tremenda velocidad, y la bebida les caa por la cara y por el cuello, hasta el pecho que, para entonces ya bastante pegajoso por el sudor, reluca al sol. Entonaban despus una cancin. De cuando en cuando, en un momento de particular importancia, todos los integrantes del crculo se acuclillaban ligeramente como si, adoptada esa pose, fuese ms fcil entonar el estribillo en cuestin con el impulso y la vehemencia necesarios. De hecho, al verlos en aquella postura se dira que estaban cagando al alimn. Y despus volva a beberse por turnos de la enorme botella, de su baratsimo contenido. El crculo se deshaca y volva a repetirse el ciclo. Se repeta una y otra vez. Por toda la plaza, reducidos crculos de hombres gruesos y pegajosos se gritaban los unos a los otros. Me encontr con que tena muy cerca a una especie de Mick, un to que pareca una morsa, con un bigotn de apa. En medio de su pecho, descomunal como una de esas vallas publicitarias que bordean las carreteras, colgaba un pequeo objeto negro, que pareca un signo de puntuacin. Era una cmara fotogrfica. Se tambaleaba ligeramente y por eso, con cierta dificultad, intentaba 38
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sacar una foto. Estaba muy concentrado en lo que estaba haciendo. No podra haber precisado qu estaba fotografiando. Dirase que intentaba sacar una fotografa de sus propios pies. Trat de trabar con l una especie de conversacin. Le pregunt por qu estaba sacando fotos. Yo intentaba averiguar por qu haban realizado todas aquellas personas un trayecto tan largo, y desde luego tan caro, total para lo que les vi hacer: beber ingentes cantidades de cerveza barata, cantar sin cesar las canciones tpicas de los ingleses aficionados al ftbol, fotografiarse los pies... No podan hacer aquello mismo a la vuelta de la esquina, en su casa o en su barrio? Despus de todo, el partido de aquella noche iban a darlo por la tele. Me dijo que estaba sacando fotos de modo que pudiese tener algo para recordar despus el viaje. Al fin y al cabo, me dijo, esto son unas vacaciones, o no? Le pregunt si era capaz de decirme dnde estbamos. En Italia, dijo. Estamos en Italia. Y, a manera de aclaracin, aadi: Espaguetis hijos de puta. Yo le dije que claro, claro, que saba de sobra que estbamos en Italia, pero saba l en qu parte? En Juventus, dijo tras una pausa, como si se esperase una pregunta con truco. Y, como si quisiera reforzar la autoridad de su aseveracin, aadi: Espaguetis hijos de puta. Le hice notar que Juventus no era el nombre de la ciudad, sino del club de ftbol la Juventus de Turn, pero es posible que no lograse transmitirle el mensaje con la claridad suficiente. En cualquier caso, no era representativo, pues la mayor parte de los que trat s que saban dnde estaban. Era tpico, en cambio, que, como todos los dems, llevara una cmara fotogrfica. Quiz no haban considerado necesario llevarse una muda o el cepillo de dientes, pero una cmara fotogrfica s, era casi obligatoria. El viaje a Turn no era slo cuestin de ftbol: era una aventura, un acontecimiento de los que slo ocurren una vez en la vida, una excursin tan especial que todo el mundo tena que guardar algunas instantneas para conmemorarla. Pens que en realidad se trataba de una parodia de las vacaciones en el extranjero. Pero no, no era una parodia: eran las vacaciones en el extranjero por antonomasia. Sus padres, me decan una y otra vez, nunca haban tenido la ocasin de ver mundo de aquel modo. Con todo, qu mundo era aqul? Anteriormente, an en el avin, haba visto a grupos de hinchas que miraban las fotografas tomadas en el viaje anterior. Pareca ser una rutina, de camino hacia su siguiente escala en la gira por Europa, repasar las fotografas de la anterior excursin. Las fotografas podran haber sido de Luxemburgo. Claro que tambin podran estar tomadas en Barcelona, en Budapest, en Valencia, en Pars o en Madrid o incluso en Ro 39
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de Janeiro, caso de haber sido sta una de las numerosas ciudades extranjeras visitadas por los proscritos hinchas del Manchester United a lo largo de los ltimos dos aos. Todas las fotografas, si no eran de una de las tiendas libres de impuestos, representaban la misma escena en una de sus tres fases posibles: tres o cuatro tos (frecuentemente eran los mismos tres o cuatro tos) que o bien hacan equilibrios para no caerse, o bien estaban a punto de caerse, o bien acababan de caerse de bruces. Mick reapareci y me indic con el dedo el extremo opuesto de la plaza: por la calle repleta de hinchas, de mirones italianos y de policas, avanzaba lentamente un Mercedes plateado. El conductor, con un brillante chndal deportivo de color prpura, era un negro carirredondo y con doble papada. En el asiento de atrs viajaban otros dos negros. Uno se llamaba, segn me dijeron, Tony Roberts. El otro era Roy Downes. Por fin haba llegado Roy. Hasta entonces nadie me haba hablado de Tony, pero una vez visto era imposible olvidarlo. Era delgado y alto tanto, que sobresala por encima de todas las cabezas, y llevaba un peinado complicadsimo. Lo cierto es que Tony pareca exactamente Michael Jackson. Hasta el color de su piel era el de Michael Jackson. Por un brevsimo, electrizante instante el Mercedes plateado, el conductor, la ceremonia de su llegada, llegu a pensar que Tony era en efecto Michael Jackson. Vaya descubrimiento: enterarse de que Michael Jackson, un verdadero diablillo rojo, era en realidad hincha del Manchester United! Claro que, entonces, desgraciadamente, me di cuenta de que no: Tony no era Michael Jackson, sino simplemente una persona que haba invertido muchsimo tiempo y no menos dinero en parecerse tanto como pudiera a Michael Jackson. Hay que hacer mencin del guardarropa de Tony. Esto que sigue es lo que le vi llevar durante su estancia en Turn (unas treinta horas): Uno: un mono de aviador amarillo plido, atuendo ligero e informal, muy cmodo para las largas horas que pas a bordo del Mercedes. Dos: una camiseta azul pastel (quiz con un tanto por ciento de seda en la mezcla del tejido?), un sombrero de paja y pantalones de algodn, su atuendo de comienzos de verano, que se puso para hacer una breve aparicin por la plaza a eso de las cuatro de la tarde. Tres: su atuendo de cuero (con abundantes tachuelas), que se puso durante el partido. Cuatro: una liviana chaqueta de lana (color chartreuse), con pantalones verde oliva, que visti ms avanzada la noche, cuando todo el mundo se reuni en los bares. Cinco y ltimo: un equipo de viaje, para el regreso (un chndal de algodn rosa, con zapatillas deportivas a juego). Ms tarde, durante la fase en que estuvo vestido de cuero, le pregunt a 40
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Tony cmo se ganaba la vida, y me contest solamente que a veces jugaba la partida de las entradas: reventa a gran escala, pues adquira talonarios enteros de entradas para los conciertos de msica pop o para los acontecimientos deportivos de Wimbledon o de Wembley, que venda posteriormente con recargo. Tambin me enter de que de cuando en cuando era el chfer de Hurricane Higgins, la estrella del snooker, una variante britnica del billar; era tambin bailarn de jazz y haba actuado en unas cuantas pelculas pomo. Su verdadera profesin, sospecho, era la misma que la de tantos otros del grupo, a saber, una carrera altamente lucrativa a base de hacer un poco de todo; no vala la pena indagar demasiado a fondo en qu consista ese poco de todo. Roy Downes era distinto. Ya desde que Mick me habl por vez primera de Roy, haba intentado averiguar todo cuanto pude acerca de su persona. Me haba enterado de que acababa de salir de una crcel de Bulgaria, donde le condenaron a dos aos de prisin tras haber sido detenido antes de un partido entre el Manchester United y el Leviski Spartak (por lo visto haba forzado la caja fuerte del hotel); segn se deca, ya no era el mismo de antes. Roy se haba vuelto ms serio, ya no se rea nunca, hablaba muy rara vez. Haba podido saber que Roy siempre tena dinero fresco fajos y ms fajos de billetes de veinte y de cincuenta libras, que tena en Londres un piso con vistas al ro, que vea los partidos desde la tribuna y que nunca iba a las gradas con el resto de los hinchas, que los propios jugadores le facilitaban las entradas. Era adems lo que se llama una mosca de barra: el mejor sitio para dejarle un mensaje a Roy era Stringfellows, un bar y club nocturno que haba en un stano de Upper St. Martin's Lane, en Londres, con elegantes porteros vestidos de esmoquin a la entrada, con abundantes adornos cromados, espejos y una pequea pista de baile que al menos aquel invernal martes por la noche en que fui a verlo estaba llena hasta la bandera (es posible que fuese una noche a precios especiales) de hombres ya entrados en aos, que se haban pasado de rosca tomando copas, y de jvenes secretarias que llevaban ajustadas faldas negras. (Los dos porteros me dejaron pasar al interior, que era como una pelcula mala en blanco y negro, tras haberles dicho, muy serio, que me enviaba el propio Roy.) No pude conseguir que nadie me dijese a qu se dedicaba en realidad Roy. Es posible que los tos con los que habl no lo supiesen, o que no tuviesen por qu saberlo. Es posible que todos ellos lo supiesen y que no me lo quisieran decir. Despus de todo, quin tiene amigos capaces de forzar una caja fuerte? La verdad es que saba otra cosa acerca de Roy, slo que en aquel momento ignoraba que se refera a l. Le haba hablado a un amigo del incidente del tren lleno de hinchas que vi en Gales, y l me haba comentado un incidente del que haba sido testigo durante aquel mismo mes. Vena de Manchester en un tren que ya iba lleno de hinchas. Cuando se par en Stokeon-Trent subieron ms aficionados al ftbol. Eran hinchas del West Ham. Vociferando Muerte a los negros hijos de puta! cercaron a dos negros que iban sentados en el vagn. Mi 41
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amigo slo lleg a ver las espaldas de los hinchas, sus brazos abatindose en el aire; los dos negros deban de estar en medio de ellos, y de pronto oy: Llevan un palo, matemos a esos hijos de puta! Lo del palo haca evidentemente referencia a la pata de una mesa que uno de los negros haba conseguido romper para usarla como arma defensiva. Para cuando mi amigo ech a correr por el tren en busca de algn agente de la Polica de Transportes, por el suelo y por los asientos, as como salpicando las ventanas, haba ya abundantes manchas de sangre fresca. Uno de los negros haba sufrido un corte en la cara, pero al parecer era al otro al que perseguan. Fue repetidas veces apualado, una de ellas en el pecho, a pocos centmetros del corazn. Le haban roto un dedo, tena cortes en la frente y varias costillas fracturadas. Esta lista de heridas las tomo de la declaracin que prest mi amigo en comisara, y en ella figuran tambin los nombres de las vctimas, que para m no tuvieron sentido hasta que regres de Italia. Eran Anthony Roberts y Roy Downes. Roy era precisamente el que perseguan, el que haba sufrido abundantes cortes y pualadas. El coche de Roy recorri la plaza. El iba saludando por la ventanilla, como un poltico, y desapareci al poco. Cuando volv a verle, ms o menos una hora ms tarde, Roy estaba en uno de los balcones, apoyado en la barandilla con las manos bien separadas, supervisando a los hinchas que se haban congregado en la plaza. Era un hombre bajo, delgado y musculoso, bien parecido, con las facciones pronunciadas y la tez muy negra. Tal como me imaginaba, pareca muy serio e incluso malcarado. Lo que estaba viendo en la plaza, a sus pies, pareca hacerle adoptar un aire especialmente serio y malcarado. De hecho, estaba tan serio, tan malcarado, que para mi gusto se haba excedido un poco en la pose. Daba la sensacin de que hubiese decidido mostrarse serio y malcarado del mismo modo que alguien decide por la maana ponerse una determinada prenda de vestir; esa seriedad y esa mala cara eran lo que haba decidido ponerse, en vez de los consabidos colores del Manchester United. No poda dejar pasar la oportunidad as como as, de modo que sub a saltos las escaleras y me present. Estaba escribiendo un libro, le dije; me encantara charlar un rato con l. Me dirig a l en tono amistoso, californiano, con una actitud animada y desenfadada, del estilo de To, en qu mundo tan estupendo vivimos!, hasta que Roy, que no apart en ningn momento la vista de la plaza, me indic por fin que me callara, por favor. No tena, por favor, ninguna necesidad de deshacerme en amabilidades; ya saba de m todo lo que tena que saber. Hasta entonces nadie me haba cortado de ese modo. Cmo era posible que supiese todo lo que, segn dijo, tena que saber? Supongo que eso me impresion. Para aquel individuo, el estilo era de suma importancia. Roy, en cualquier caso, no tena demasiadas ganas de relacionarse conmigo, a despecho de mis esfuerzos. Y estos esfuerzos, aunque sean dolorosos de recordar, fueron ms o menos los que siguen: 42
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Tras expresarle mi sorpresa ante el hecho de ser yo una persona de la cual hubiese algo que mereciera la pena saberse, balbuceando, tartamudeando, le propuse que tomsemos una copa juntos. Roy, supervisando an la plaza, coment que no beba. Le dije que me pareca esplndido, animado hasta el final. En ese caso, quiz le apeteciese, despus de tan largo viaje, tomar un bocadillo o algo de comer conmigo. No. Bien, le dije se trata de una muletilla que uso siempre que me encuentro en una situacin que no sigue las pautas que yo haba previsto, es decir, cuando las cosas van mal. Saqu un paquete de cigarrillos me apeteca una barbaridad fumar mientras me haca una idea de la escena de la plaza: all estaba Mick, a sus anchas, con una enorme botella de algo en cada mano, cantando Venga, rojos, vamos all! a voz en cuello, sin que nadie le hiciese caso, con el rostro rojo como la grana, mientras daba vueltas y ms vueltas. Le ofrec a Roy un cigarrillo. Roy no fumaba. Bien!, le dije, escrutando el panorama que tenamos debajo con ms atencin, para sealar en seguida lo bien que se lo estaba pasando todo el personal, a lo que Roy, por descontado, no se dign responder. De hecho, el panorama que haba a nuestros pies empezaba a parecer una especie de satnica carnavalada. Deba de haber unas ochocientas personas, y el ruido que hacan los cnticos en ingls, pero tambin los incesantes bocinazos de los italianos era ensordecedor. En circunstancias normales, era un ruido tal que cualquier intento por mantener una conversacin habra resultado harto dificultoso. En las circunstancias en que me hallaba, nada podra haber empeorado aquella conversacin. De todos modos, no me di por vencido. Todo lo que se me pasaba por la cabeza, de un modo u otro, encontraba salida por la boca, con el bien! de turno o sin l. Habl de ftbol, de Bryan Robson, del estilo caracterstico del continente por oposicin al de las islas habl, en efecto, de infinidad de temas de los que saba muy poco, hasta que por ltimo, tras un breve aparte sobre algo absolutamente insustancial, intent hablar de Roy con el propio Roy. No recuerdo qu le dije a continuacin; bien, en realidad, mucho me temo que s, lo cual es todava peor, porque me parece que fue algn comentario sobre el hecho de que Roy fuese negro y bajito, lo cual no dejaba de ser una suerte. E hice una pausa. De la pausa s me acuerdo con precisin, porque cuando estaba a punto de volver a hablar Roy me mir de arriba abajo por primera vez. Me pareci que me iba a soltar un escupitajo, pero no lo hizo. Simplemente, me dej plantado. Con una imperceptible cojera, las manos en los bolsillos, Clint Eastwood 43
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acababa de marcharse como si tal cosa; baj por las escaleras y se esfum de mi relato. No tena yo madera de periodista. Busqu a Mick para recobrar la confianza en m mismo, pero no me fue devuelta. Mick era a esas alturas un lamentable espectculo. Haba dejado de dar vueltas; plegado sobre s mismo, se haba quedado dormido como un tronco. A su alrededor, todos cantaban y gritaban, pero l segua durmiendo, sin sentirse en apariencia molesto, dichosamente imperturbable, con la cabeza apoyada en el antebrazo, la boca abierta. No tendra ningn sentido intentar despertarle, en el supuesto de que tal cosa hubiese sido posible. Era hora de que fuese conociendo a otros. Con Roy no haba sacado nada en claro. Quiz tuviese ms suerte despus. A lo mejor no tena demasiada importancia. Me haba tomado tantas caas para convencerme de que no iba a pararme a pensar en lo que estaba haciendo all, que haba terminado por darme igual que la gente me hablara o no. Las posibilidades de eleccin no eran complicadas, ni mucho menos: o entablaba conversacin con alguien, o me volvan la espalda. Ni entabl conversacin con nadie, ni nadie me volvi la espalda; lo que ocurri fue que me qued mirando una boca especialmente espantosa. No recuerdo cmo llegu a hallarme ante aquella boca zigzagueando por la plaza, supongo, pero desde que la vi no consegu quitarle los ojos de encima. En ella haba abundantes oquedades, y los bordes encarnados de las encas conservaban las huellas de lo que en tiempos haban sido los dientes y las muelas. De los dientes y muelas que an permanecan en su sitio, muchos estaban partidos, rotos; ninguno estaba derecho: parecan haber ido creciendo en ngulos diversos, nada convencionales, o (ms probablemente) haber sido desviados por alguna poderosa influencia fsica en algn momento de su existencia. Todos eran de vanados colores: negruzcos, amarillentos por el sarro o cubiertos por una capa de porquera blanduzca y mohosa que recordaba la sopa de guisantes. Era aqulla una boca que haba recibido abundantes puetazos y pedradas, a lo que haba que aadir la suciedad acumulada y el efecto de varios cientos de kilos de tabaco y de chocolatinas con leche Cadbury. Era una boca por la que haba pasado una considerabilsima cantidad de vida, se dira que a una velocidad vertiginosa. La boca perteneca a Gurney. Mick me haba hablado de Gurney. Pero no me haba advertido de la poderosa fascinacin que poda ejercer la increble fealdad del tal Gurney. Era una fealdad tal, que te haca sentir preocupacin: hubiera querido ofrecerle muchas cosas, desde el nmero de telfono de mi dentista hasta una manta para que se tapara la cabeza. Era difcil apartar los ojos de Gurney. Gurney era uno de los hinchas de mayor edad, de unos treinta y muchos aos. Los ms jvenes, como descubr despus, lo visitaban a menudo. Nunca llegu a entender por qu lo hacan, ni qu esperaban obtener 44
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de l mediante aquellas visitas. Estaba quedndose calvo, iba sin afeitar y, como se haba quitado la camiseta, se le vean riachuelos de sudor por el torso. Llevaba varios das viajando, y estaba recubierto por una espesa pelcula que oclua y descolora todos los poros de su piel. Gurney era otro de los cabecillas. Cuntos cabecillas podra haber? Aquello empezaba a convertirse en un comit central, pero Gurney se diferenciaba de todos los dems mandamases en que sus seguidores tenan una misma procedencia geogrfica. Eran los Cockneys Rojos, la rama londinense de la hinchada del Manchester United. Al igual que Roy, Gurney no mostr ni un atisbo de confianza en m, al menos al principio, pero yo haba empezado a acostumbrarme a que nadie se fiara de m. En el caso de Gurney, me sent agradecido: con un punto ms de confianza habra podido proponerme algo que me hubiera desazonado, como un apretn de manos. Sus seguidores, cockneys todos ellos, eran menos suspicaces. Cuando me los encontr, estaban entonando uno de esos cnticos cuya ejecucin exige adoptar aquella postura escatolgica. Estaban de buen humor y, casi de plano, empezaron a hacerme preguntas. No, no era del Express, les dije; ni siquiera sola leer el Express. S, haba viajado para escribir acerca de los aficionados al ftbol. S, s que no sois hooligans. Entonces, qu estaba haciendo all? Bueno, eso era obvio, o no? Haba ido a cogerme una cogorza de apa. Y simplemente con eso me convert en uno ms del grupo, o al menos lo suficiente para que unos cuantos se sintieran tan cmodos como para contarme sus batallitas. Queran que entendiese bien cmo se organizaban; era importante que captase el sentido de la estructura. Haba, segn se me explic, distintos tipos de hinchas del Manchester United, y lo mejor era pensar que cada tipo ocupaba un espacio determinado dentro de una serie de crculos concntricos. El crculo ms amplio era desde luego amplsimo: en l se incluan todos los hinchas del Manchester United, equipo que, tal como me explicaron, era uno de los que mayor hinchada tena de todo el ftbol britnico; a veces, las masas excedan de los 40.000 individuos. Dentro de ese amplio crculo existan otros menores. En el primero se hallaban los hinchas del Club de Aficionados oficial del Manchester United, que en su momento de mayor auge contaba con 20.000 socios. Este Club de Aficionados oficial del Manchester United, creado en los aos setenta, contrataba trenes especiales directamente a la British Rail, para facilitar el desplazamiento de los hinchas a los partidos, y adems editaba una revista mensual, aparte de exigir de sus socios el pago de una cuota anual; mantena a los buenos socios informados acerca de las instalaciones y el estado del club, e intentaba impedir que los malos hinchas tuviesen conocimiento de esa informacin. 45
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En el segundo crculo se hallaban los hinchas no oficiales del club, los malos hinchas: la empresa. La empresa se divida entre los residentes en Manchester y los otros, es decir, los residentes en otras ciudades, procedentes prcticamente de cualquier parte de las Islas Britnicas: de Newcastle, de Bolton, de Glasgow, de Southampton, de Sunderland: todos estos formaban los Inter-City Jibbers. Mick me haba hablado de ellos: el nombre proceda de que tomaban nicamente los trenes rpidos, los inter-city, y nunca los trenes especiales que contrataba el club oficial de hinchas del equipo. Los Inter-City Jibbers se dividan a su vez entre los que no eran de Londres y los que s, y stos eran los Cockneys Rojos. Record lo que me haba contado Mick de ir de gorra. Tena mucho que aprender, y buena parte de ello iba a aprenderlo al da siguiente, a mi regreso a Inglaterra. Al principio, sin embargo, me mostr ms bien escptico. Cmo era posible que tantsima gente viajase de gorra? Por lo que haba logrado entender, viajar de gorra no slo significaba no pagar, sino hacer tambin algn dinero. Al expresar mis dudas, me contestaron con un rugido de risotadas. Ir de gorra era muy sencillo, me dijeron; se trataba simplemente de engaar y derrotar al Hctor. El Hctor era nada menos que el revisor de la British Rail; todos se pusieron a cantar la cancin del Hctor. Ha ha ha He he he The Hector's coming But he can't catch me. On the racks Under the seats Into the bogs The Hector's coming But he can't catch me. Ha ha ha He he he The ICJ is on the jib again Having a really g-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-d time8 Existan diversos trucos: pasarse sucesivamente un billete vlido entre los miembros de un mismo grupo, fingir un espantoso e interminable vmito encerrado en los lavabos, hacer como que no se entiende el ingls... El ardid predilecto de Gurney era enzarzarse con el revisor en un combate de despropsitos, dndole todo lo que hiciese falta, salvo el billete que le estaba pidiendo: un bocadillo, un cigarro, el cenicero, un zapato, un calcetn, el otro calcetn, un poco de porquera extrada de las uas de los pies, la camisa, ms porquera extrada del ombligo, el cinturn cada vez ms cerca de la parada en la que iba a bajarse del tren, sobre todo cuanto ms durase este intercambio , hasta que el revisor, cabreado, decida proseguir con su trabajo. El ICJ haba aprendido dos principios elementales de la naturaleza humana, sobre todo por
8 Ja, ja, ja. Je, je, je. Viene el revisor, pero no me pillar. A los portaequipajes, bajo los asientos, a los cagaderos. Viene el revisor, pero no me pillar. Ja, ja, ja. Je, je, je. El ICJ va de gorra otra vez, y nos lo pasamos en grande. (N. del T.)
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lo que atae a la naturaleza humana tal como se da en Gran Bretaa. El primero era que ningn funcionario pblico, y mucho menos un funcionario contratado por la British Rail o por London Transport, tiene la menor gana de meterse voluntariamente en una situacin complicada con un usuario: poco orgullo puede haber en un trabajo que el funcionario en cuestin considera mal pagado y que sabe que carece de compensaciones; lo nico que desea es terminar su jornada para marcharse a casa. El segundo principio era mucho ms importante: todo el mundo, incluida la polica, est indefenso ante un nutrido nmero de personas que ha decidido no obedecer ninguna regla. Dicho de otro modo, cuanto mayor sea el nmero, menor fuerza tiene la ley. Es fcil imaginar la situacin. Uno est ah, trabajando a solas, por ejemplo en la taquilla de una estacin de metro, y pasan por delante de sus narices doscientos hinchas sin pagar. Qu se puede hacer? O bien uno trabaja en la caja registradora de una pequea tienda de alimentacin una sola sala, dos o tres arcones de congelados, tres pasillos entre los estantes y, al alzar la mirada, ve que, como cados del cielo, varios centenares de hinchas ms o menos jvenes se agolpan ante la puerta, a empujones, a gritos, y que van entrando hasta que en el interior de la tienda no cabe ni un alfiler, y que cada uno se llena a puados los bolsillos de bolsas de patatas fritas, pasteles de carne, latas de cerveza, galletas, frutos secos, huevos (para arrojarlos al que se ponga a tiro), vino blanco, whisky escocs, botellas de vino griego, manzanas, yogures (para arrojarlos al que se ponga a tiro), naranjas, chocolatinas, botellas de sidra, embutidos, botes de mayonesa (para arrojarlos al que se ponga a tiro), hasta que en los estantes queda bien poca mercanca. Qu se puede hacer? Decirles que se estn quietecitos? Interponerse ante ellos, cerrarles el paso en la puerta? Cabe la posibilidad de llamar a la polica, desde luego, pero a medida que la manada de hinchas va saliendo en masa por la puerta los huevos, las tarrinas de mantequilla y los yogures ya van volando por el aire, reventando contra la fachada de la tienda, contra la acera, contra los coches aparcados, contra el escaparate, entre cnticos y gritos (Que se joda el tendero, que se joda el tendero!), los vndalos se dividen, se separan, stos a la izquierda, aqullos a la derecha, hasta desaparecer. (Tiempo despus iba a viajar a Bruselas, donde el propietario de un caf, al verse frente a frente ante la arrogancia de la masa en aquel caso, un grupo de hinchas del Tottenham que, tras dar buena cuenta de la comida del propietario del caf, tras acabar prcticamente con su cerveza y tras destrozar su mobiliario, sali sin pagar, decidi pagarles con la misma moneda. Contest a lo irracional con su propia irracionalidad, y al desprecio por las normas con el mismo desprecio por las normas, sacando una escopeta que tena escondida bajo el mostrador, con tan mala fortuna que acert y mat a tiros a un hincha, para ms inri a un inocente, ya que, como se demostr despus, haba pagado su cuenta.) 47
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Gurney y su panda haban llegado a Turn en un minibs que haban alquilado en Londres. Llamaban al minibs Eddie; el grupo se autodenominaba Eddie y los cuarenta ladrones. Los cuarenta ladrones? Se explicaron. Sus aventuras haban empezado en Calais. Ya en el primer bar en el que entraron, la cajera haba salido a almorzar, de modo que saltaron la caja registradora con un paraguas y se llevaron 4.000 francos. Siguieron viaje hacia el sur hasta llegar a la costa del Mediterrneo, atracando un rosario de pequeas tiendas por el camino, sin pagar jams la gasolina o la comida, entrando y saliendo de los restaurantes en masa, siempre en busca de algn que otro beneficio. Me fij en que todos los integrantes del grupo de Eddie y los cuarenta ladrones llevaban gafas de sol, mangadas de una gasolinera en Francia, en la que tambin se vendan diversos artculos para turistas, entre ellos unas camisetas con la efigie de Marilyn Monroe en brillantes colores. Todos llevaban relojes de la marca Rolex. La inmensa mayora de los hinchas que llenaban la plaza no haban venido en el avin. Cmo haban viajado? Me hicieron una lista: Donald el Tonto no lo haba conseguido. Le haban arrestado en Niza (robando en una tienda de ropa) y, fiel a su apodo, result estar en posesin de un bote de gas irritante del que emplea la polica para disolver manifestaciones, dieciocho navajas (que cayeron al suelo mientras le cacheaban) y un machete. Robert el Ratero haba sufrido un retraso el ferry en el que deba cruzar el Canal de la Mancha regres a puerto despus que se desatase una batalla campal a bordo contra hinchas del Nottingham Forest, pero haba tomado un avin a Niza y llegara en taxi. En taxi, desde Niza a Turn? Robert, me dijeron, siempre tena dinero (t ya me entiendes), pero aunque trat de decir que no (lo entenda), me fue imposible aclararlo, porque siguieron con su lista. Sammy? (No anda por aqu, pero no se perder un partido contra la Juventus. Sammy? Imposible.) Harry el Loco? (Empieza a hacerse viejo.) El Judo? (Est aqu desde el viernes.) El Rojo de Berln? (No ha visto nadie al Rojo de Berln?) Scotty? (Lo detuvieron ayer por la noche.) Bernie el Chiflado? (Entre rejas. Bernie el Chiflado est otra vez entre rejas?) Y de ah pasaron a la larga y conmovedora historia de Bernie el Chiflado, quien, con veintisiete condenas en su haber, tena ya un expediente delictivo tan grave que le cayeron seis meses por vago y maleante. Todos sacudieron expresivamente la cabeza, en un claro gesto de conmiseracin por el triste, triste sino de Bernie el Chiflado. Apareci alguien de otro grupo, que me mostr un mapa en el que una lnea azul indicaba el itinerario recorrido hasta Turn. Empezaba en Manchester, 48
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pasaba a Londres, y de ah a Estocolmo, Hamburgo, Frankfurt, Lyon, Marsella y Turn. Una gran aventura, reflexion, no demasiado distinta de los viajes por el continente que realizaban los jvenes aristcratas britnicos en los siglos XVIII y XIX, y que les haba costado a los integrantes del grupo once en total nada ms y nada menos que siete libras. Siete libras!, exclam, porque ya empezaba a entender de qu iba la cosa. Qu les haba salido mal? Otro to me mostr su billete de tren hasta Dunkerque. El billete haba sido falsificado y, una vez all, fue sometido a nuevas alteraciones para incluir el trayecto hasta Turn, convalidado con un sello robado de la British Rail (indispensable material para los miembros del ICJ). Aquello empezaba a ponerse interesante: me haba convertido en el pblico asistente a un espectculo. Al aparecer el siguiente ya era como si formasen cola, me dijo que l y sus compaeros haban llegado en autostop hasta Blgica, y all subieron a un tren sin pagar. Todo iba de maravilla hasta que se dieron cuenta de que haban tomado un tren equivocado (siempre resulta un tanto peliagudo confirmar el destino con el Hctor). Haban terminado en Suiza avatar aceptable, pues quedaba de camino a Turn, pero eran las dos de la madrugada, ya no haba ms trenes, estaban a principios de abril en los Alpes, no haba sitio donde alojarse ni dinero con que pagar el alojamiento, de modo que pasaron la noche durmiendo, acurrucados unos contra otros para conservar mejor el calor, en una cabina de telfonos. El crculo de hinchas que me rodeaba haba adquirido un tamao considerable, aunque siempre haba dos o tres que se esfumaban para regresar con ms latas de cerveza. Haba dejado de ser un agente de la CIA. Haba dejado de ser el jamelgo del Express. Al parecer, haba dejado de figurar como agente secreto de la Polica Especial Britnica. Y empezaba a ser aceptado en general. Despus me enter de que haba alcanzado un nuevo status; me haba convertido en un buen colega. S, eso es lo que era yo: un buen colega. Vaya ttulo! Era tambin un to al que todo el mundo necesitaba contar su historia personal. Empezaba a contraer de ese modo una responsabilidad implcita. Se me peda en todo momento que contase las cosas tal cual eran, sin mentiras. Yo era el reportero. Se me empezaron a dar instrucciones, rdenes, admoniciones. Se me dijo, por ejemplo: Que no eran hooligans. Que era una autntica desgracia que existiesen tantos impedimentos que les dificultaban apoyar a su equipo como debe ser. Que no eran hooligans. Que la directiva del Manchester United era una verdadera pena. Que no eran hooligans. hasta que lleg un momento en que les fui diciendo que s, que s, que lo 49
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saba, que estaba enterado: habis venido todos por las cervezas, por las risas y por el partido de ftbol, nada ms; por primera vez, y muy a mi pesar, me entraron ganas de crermelo. Empezaban a gustarme, aun cuando slo fuese porque yo haba empezado a gustarles (se haba puesto en marcha, en suma, el mecanismo irracional de lo gregario, y empezaba a sentirme agradecido de que el grupo me hubiese aceptado). Asimismo, era cierto que nadie se haba mostrado V1olento. La gente se haba comportado de forma grotesca, repugnante, desabrida, incivilizada; todo el personal hablaba a gritos, tena aspecto desagradable y, en algunos casos concretos, era realmente repulsivo... pero no violento. Y era incluso posible que ninguno llegase a serlo. Haba conocido a ladrones, a gentuza, a borrachos, pero tambin haba conocido a personas que tenan trabajos serios y responsabilidades autnticas: un ingeniero de la British Telecom, por ejemplo, o un aprendiz de contable, o un empleado de banca. Sus relatos no versaban sobre la violencia de masas, sino sobre el ftbol; explicaban que ninguno se perda un solo partido, explicaban el tedio implacable de la semana (sin ftbol) y la terrible depresin que se apoderaba de ellos en verano (sin ftbol). No se adecuaba a mis propsitos, la verdad sea dicha, que all slo hubiese, sencillamente, fanticos aficionados al deporte, pero s era concebible que, en efecto, no hubiese muestras de violencia, que aqulla fuese, lisa y llanamente, la conducta habitual de algunos jvenes britnicos del sexo masculino. No dejaba de ser una idea aterradora, pero tampoco era, ni mucho menos, imposible. Despus de todo, la conducta del espectador masculino siempre se ha caracterizado por los excesos ms o menos brutos de su masculinidad. Era posible que todas aquellas personas fuesen, simplemente, un poco ms exageradas de lo que yo consideraba normal. Como tena hambre, segu a uno de los chicos al otro lado de la plaza, a un bar que haba en los soportales. A la entrada haban colocado una mesa para despachar a los hinchas ingleses, y tres o cuatro seoras mayores, vestidas de negro, a la usanza de las italianas, iban a todo correr de aquel improvisado mostrador a la parte de atrs, trayendo bebidas sin cesar. Deban de ser ms o menos un centenar los hinchas que se apiaban ante la mesa, pidiendo a gritos sus bebidas. Slo se hablaba ingls pensar en la posibilidad de que alguno de ellos hablase italiano me resulta ahora ridculo, y el ingls que se hablaba resultaba de lo ms vulgar. Todos empujaban, se apoderaban de las botellas que se dejaban sobre la mesa, de cuando en cuando se iban sin pagar. Uno de los hinchas se haba bajado la cremallera y estaba orinando ante las puertas abiertas de un caf cercano, salpicando el suelo de la entrada, en tanto los italianos, incrdulos, saltaban de sus asientos para no mojarse. La polica andaba cerca, atenta, pero los agentes vacilaban, sin decidirse a actuar. Volv a la plaza. Vi a Roy, que pareca estar trabajndose a las masas. Todo empezaba a resultar bastante ms ruidoso y ms feo que antes; era evidente claro que los italianos ya no se mostraban tan indulgentes como al 50
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principio, y que no les divertan lo ms mnimo sus visitantes ingleses. Ya no tenan un aspecto tan acogedor y amistoso, y eran ms los coches que recorran la plaza. Roy pareca estar actuando como moderador, regulando la conducta del personal. No era precisamente el papel que habra podido esperarse de l, pero all estaba: echaba una mano a los policas, diriga el trfico, apartaba a los hinchas que bloqueaban la entrada de las calles, recriminaba a los que haban roto botellas o a los que se comportaban de forma desordenada. Iba cambiando la luz; el partido no tardara en empezar, pero nada pareca indicar que fuese ya hora de marcharse al estadio. Yo, por lo menos, no tena ni idea de cmo encontrar el estadio y, en cualquier caso, seguira a los dems, pero todos parecan haberse olvidado del partido. A mi alrededor, los rostros haban cambiado de aspecto. Eran ya rostros de borrachos, enrojecidos y abotargados, como si llevasen todos las mejillas llenas de aire contenido. Alguien que estaba cerca de m un hombre alto y calvo, quemado por el sol, con muy poca ropa encima intentaba decirme algo que no llegu a entender. Me lo repiti. Al parecer, algo le haba cabreado soberanamente, e intentaba expresarlo golpendome en el pecho con el ndice. Sin embargo, andaba fatal de puntera, con lo cual fall y a punto estuvo de caerse al suelo. Su compinche, tambin bastante alto, se balanceaba, arrastraba los pies e intentaba por todos los medios mantener el equilibrio, sin dejar de mirarme fijamente la rodilla izquierda, como si ello le diese mayor estabilidad. No dijo nada. No contestaba a nada. Solamente me miraba la rodilla. Se me ocurri pensar que si daba media vuelta y me marchaba, se caera redondo al suelo. Pero si segua en mi sitio, mi rodilla bastara para mantenerlo en pie. Un italiano joven y valiente se haba adentrado hasta el centro de la plaza. La mayor parte de los turineses mantenan las distancias y nos miraban desde las bocacalles, pero ste en concreto, un muchacho de quince o diecisis aos, se haba acercado al grupo, intrigado por l, deseoso de practicar el ingls. Iba con tres amigos titubeantes que permanecieron unos metros tras l, mientras intentaba entablar con uno de los hinchas una conversacin de libro de texto. Le pregunt si era anglo. No se le prest demasiada atencin, aunque para entonces ninguno se fijaba en casi nada, hasta que uno de los chicos se dio la vuelta y lo agarr por el hombro, con gesto amistoso. No llegu a or lo que le dijo fue un murmullo suave pero intenso, y el rostro del turins denot inquietud, pero no miedo, slo que el hincha hizo de pronto un brusco movimiento y sin mediar ms palabras le propin al chaval un rodillazo en la entrepierna. El chico se dobl en dos, se dio la vuelta y fue rescatado por sus amigos, que se lo llevaron a rastras, mirando por encima del hombro al hincha. Fue la primera muestra de violencia que pude ver.Alguien dijo que haba llegado Robert, que le haba costado 250 libras el taxi, y otro me pregunt si conoca en Inglaterra a alguien que tuviese previsto grabar el partido, porque 51
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acababan de detener a Mick y se lo iba a perder. No me pude imaginar qu podra haber hecho Mick para que lo detuviesen echarse a dormir en la va pblica era una violacin de las leyes?, pero perd de vista a mi informante al tener que dar un salto para quitarme de en medio, pues una bocanada de lquido pardusco sali proyectada hacia donde me encontraba: el hincha que me haba estado mirando fijamente la rodilla se haba puesto a vomitar. Las canciones en ingls iban apagndose los hinchas estaban ya tirados entre los cafs, los bares y los soportales, pero el ruido pareca haber aumentado. La mayor parte del ruido proceda ahora de los italianos. Quiz simplemente porque haba concluido su jornada laboral, y porque los seguidores de la Juventus tocando la bocina de sus coches, entonando sus propios cnticos tal vez se sintiesen compelidos a pasar por all y ver qu aspecto tenan los ingleses. Y a esas alturas descubrieron un espectculo harto lamentable. Muchos de los hinchas estaban an en pie, pero con las piernas de goma y, como Mick cuando an no estaba inconsciente (antes de ser detenido), cantaban cada cual a su aire. Muchos se haban quedado dormidos, tirados de cualquier manera, como cadveres de animales viejos que hubiesen formado parte de un rebao y hubieran muerto desperdigados. Unos cuantos se haban doblado en dos, en esa conocida postura atormentada los rostros congestionados, los msculos muy marcados por el esfuerzo que se adopta al regurgitar. El agua de la fuente estaba asquerosamente turbia. Alguien pas por all y dijo que los autocares iban a salir en cuestin de minutos. As pues, despus de todo iba a disputarse un partido de ftbol. Cuando ech a caminar hacia los autocares, vi, a solas en los soportales del flanco norte, la ya conocida figura de Mr. Wicks, cnsul britnico en funciones. Supervisaba la plaza con los brazos cruzados sobre el pecho. Mr. Wicks ya no sonrea. Mr. Wicks pareca haber perdido su sentido de la tolerancia. Ha visto alguien, pregunt con voz iracunda, tenso, a Mr. Robert Boss? Algo fundamental acerca de cualquier reportaje es que se supone que debe ser objetivo. Se supone que debe consignar y expresar la verdad de los hechos, como si la verdad estuviese en efecto por ah flotando en el aire, a la espera de que el reportero la descubra y la ponga de manifiesto. sa es la primera premisa del periodismo objetivo. Esta premisa prescinde, por tanto, como bien sabe cualquier estudiante de literatura moderna, de un factor escurridizo y aleatorio: la propia persona que realiza el reportaje, y rechaza la moderna teora de que no existe lo percibido sin alguien que sea sujeto activo de esa percepcin y de que excluir las circunstancias q rodean el relato equivale a falsear la realidad. Estas circunstancias podran comprender hechos como que uno ha tomado un avin apresuradamente, ha bebido en exceso a bordo de dicho avin, ha llegado a su destino y viste como si estuviese en el trpico, cuando lo cierto es que est a punto de nevar, y adems ha olvidado los calcetines, se le ha cado una 52
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lentilla, no va a conseguir la entrevista que buscaba, y, a las cuatro y media, sea como sea, tiene que enviar el reportaje, que an ha empezado a redactar. Podra argirse que las circunstancias pesan ms de lo que sera de desear sobre esa verdad de la que se ha de dar cuenta y razn. No tengo ninguna intencin de falsear la realidad, y me siento en consecuencia obligado a mencionar que en aquellos momentos, poco despus de toparse con la disgustada figura de Mr. Wicks, el reportero tuvo plena conciencia de que las circunstancias que rodeaban el reportaje haban empezado a tener un peso sumamente significativo y que, si fuesen dejadas de lado, su relato de los acontecimientos presentara numerosas lagunas. Las circunstancias eran stas: el reportero estaba muy, pero que muy bebido. No le es posible, por lo tanto, recordar gran cosa del trayecto en autocar, aparte de la vaga percepcin, en claroscuro, de que viajaban en dicho vehculo menos personas que anteriormente y de que, por asombroso que resulte, el chfer que lo conduca era el mismo de antes. Aparte de esto, slo recuerda que lleg al final del trayecto. Cuando los autocares de los hinchas del United llegaron al aparcamiento, a la fresca sombra del Stadio Comunale, ya se haba congregado una verdadera multitud. Al principio, el hecho de que toda aquella gente estuviese all esperando a los ingleses fue difcil de admitir. En concreto, a Harry le cost bastante trabajo admitirlo. Harry era el hincha a cuyo lado me haba sentado. Harry tena a tales alturas bastantes dificultades para decir gran cosa... de lo que fuese. Al igual que tantos otros, Harry haba disfrutado de la larga y calurosa tarde, y despeda vaharadas de ese olor picante del que lleva sudando sin interrupcin durante muchsimo tiempo, un tiempo indeterminado. Harry haba empezado a beber a las cinco de la maana; segn sus propias estimaciones, llevaba entre pecho y espalda bastante ms de veinte litros de cerve2a, los cuales, cada vez que se mova, se revolvan en sus intestinos como si tuvieran opiniones propias. Harry haba estado muy ajetreado. Haba sido de los que le hicieron la vida imposible al conductor del autocar a la llegada a la ciudad, y de los que le hicieron la vida imposible al mismo conductor en el trayecto hasta el campo de ftbol. Haba orinado hacia una mesa de un caf que, segn su inimitable vocabulario, estaba rodeada de vacas mozzarella, y luego haba pasado a mofarse de los camareros. De hecho, se haba pasado la mayor parte del da tomndoles el pelo a los camareros, a muchsimos camareros. Imposible precisar a cuntos. Todos eran tan similares que se fundan en una nica e indiscriminada figura (rechoncha, baja). Se haba mofado del cnsul britnico en funciones, de los encargados de los hoteles, de los vendedores ambulantes, de cualquier mirn que no hablase ingls; sobre todo, se haba mofado de todo el que no hablase ingls. En resumidas cuentas, Harry haba gozado de un buen da de asueto, pero de pronto, cuando ms arrogante se senta de sus proezas, se encontr con lo 53
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siguiente: miles de hinchas italianos que convergan alrededor del autocar en el que haba viajado Harry. Lo haban rodeado, y estaban aporreando los laterales del vehculo, vociferando, malcarados, colricos. Qu derecho tenan a estar enfadados? T ves lo que estn haciendo? As se dirigi Harry al individuo que estaba sentado detrs de m, verdaderamente indignado. Despus, si hay jaleo, dijo Harry, nos echarn la culpa de todo a los ingleses, seguro. El to que iba detrs dijo que s, pero antes de que tuviera tiempo de pronunciar el consabido espaguetis hijos de puta el autocar empez a zarandearse de un lado a otro. Los italianos intentaban volcar el autocar, nuestro autocar, el autocar en que yo viajaba. No haba apreciado la importancia del partido de aquella noche, una de las semifinales de la Recopa. Se haban vendido todas las entradas setenta mil, nada menos, el mismo da en que se pusieron a la venta, y en aquel momento parecan estar a la vista los setenta mil propietarios de una entrada para el partido. En mi ignorancia, no se me haba ocurrido que los aficionados ingleses, que se supona que eran los hooligans, pudieran ser recibidos de aquel modo por los hinchas italianos, que, para mi inexperta mirada, s que parecan autnticos hooligans: su comportamiento las carreras hacia los autocares, las banderas que flameaban en sus manos era tan exagerado que casi pareca una caricatura de las algaradas revolucionarias del siglo pasado. As se daba habitualmente la bienvenida a los seguidores de los equipos visitantes? Permanecimos sentados dentro de los autocares. Los conductores no pensaban abrir las puertas hasta que la polica estuviera lista para protegernos; ms all de la masa que rodeaba los autocares se poda ver a los carabinieri, que iban empujando a los hinchas italianos a un lado y otro, hasta que lograron acordonar los cuatro autocares. Despus formaron un cordn de seguridad hasta la puerta de entrada al estadio, y slo entonces se nos permiti salir, escoltados y despus cacheados por cuatro jovencsimos y nerviossimos policas. A nuestro alrededor, los italianos intentaban por todos los medios romper el cordn de seguridad, gritando y gesticulando, formando con los dedos ndice y corazn la conocida uve en seal de victoria. Aquello iba convirtindose en una experiencia sumamente peculiar. Cost un buen rato que los cuatro autocares se vaciasen, y que los hinchas se congregasen en el recinto que se nos haba reservado, rodeado por una verja metlica. Al otro lado de la verja haba ms italianos, burlndose insistentemente y a voz en cuello. Uno de ellos intent escalar la verja, y varios policas acudieron corriendo y le obligaron a bajar, tirndole de los pantalones. Cuando el ltimo de los hinchas ingleses lleg al recinto protegido, se nos dijo algo que me cost trabajo creer: en el estadio no quedaba ni una sola localidad de asiento. Record que nadie haba mostrado la menor intencin de entregarme mi 54
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correspondiente entrada para el partido, y entonces comprend por qu: nunca haba existido tal entrada. Era posible que hubieran organizado un viaje turstico sin contar con las entradas, dando por sentado que las autoridades turinesas, temerosas de que los hinchas ingleses se quedasen en la calle, se las arreglaran para meterlos en el campo de ftbol? Bobby Boss, misterioso como siempre, no apareca por ninguna parte. As que nos quedamos de pie, rodeados por el cordn policial y por los colricos italianos, mientras alguien, a saber quin, buscaba un sitio donde colocar a los visitantes ingleses. A decir verdad, yo, al menos, confi en que alguien estuviese haciendo tal cosa. En algn momento, durante aquella larga espera, los italianos situados en la parte ms alta del estadio en la ultimsima fila, desde la cual se alcanzaba a ver el terreno que lo circundaba se dieron cuenta de que haba all abajo un corrillo de ingleses encerrados en un recinto. Tuvo que haber sido un excitante descubrimiento: al contrario que sus compatriotas, no estaban rodeados por un cordn policial; podan, pues, respetando la ley de la gravedad, hacer lo que les diese la gana. Y lo hicieron, vaya que s. Recuerdo el momento en que al mirar arriba, al cielo sonrosado del atardecer, vi el largo, largo y lento arco trazado por un objeto que haba sido arrojado desde las alturas, a medida que iba acercndose, ganando velocidad al aproximarse, hasta que por fin, en esas milsimas de segundo previas a que revelase cul era su diana, pude discernir de qu se trataba una botella de cerveza y or el estallido que produjo a menos de un metro de uno de los hinchas. Una risa lejana, amortiguada, lleg desde all arriba. Me entr miedo al pensar en lo que poda ocurrir a continuacin. Cay al suelo un hincha ingls con un corte en la frente. Un polica observaba lo sucedido. Estaba alelado, sin saber qu hacer, aun cuando no pareca que tuviese muchas posibilidades de eleccin: poda ayudar al hincha que haba resultado herido (pero era ticamente imposible, ya que se trataba de un violento criminal), poda enviar a otros agentes de polica a la parte alta del estadio, para meter en cintura a los forofos de all arriba (pero era ticamente contradictorio, ya que eran ellos los que necesitaban proteccin), poda desplazar a los hinchas ingleses a un lugar ms resguardado; sin embargo, nada de todo esto debi de pasrsele por las mientes, ya que no hizo nada. Sigui mirando fijamente, embobado, a medida que llovan sobre nosotros nuevos objetos. A la sazn, tambin l se haba convertido en diana de los proyectiles. A decir verdad, todos nos habamos convertido en dianas, indefensos ante aquella andanada, sobre todo de botellas de cerveza y de naranjas. Cayeron tantas botellas y tantas naranjas, que el suelo, cubierto por el jugo, la pulpa y las mondas, estaba pegajoso y centelleaba debido a los cristales rotos. Apareci Mr. Wicks, que haba llegado en uno de los coches oficiales de la 55
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embajada. Pareca desasosegado, plido. Al pasar a toda velocidad por all, le o decir por lo bajo, quiz a manera de saludo susurrado: Cabrn de Boss! Pobre Mr. Wicks! Puede que hubiese perdido su talante amistoso, pero conserv hasta el final sus principios democrticos. Tuvo que darse perfecta cuenta de que aqulla era su ltima oportunidad de impedir lo que ya con toda seguridad deba saber que iba a ocurrir. Poda acaso caberle alguna duda? Tena la polica a su disposicin, y tena la excusa perfecta: no haba localidades de asiento! No fue aqul el momento idneo para reunir a todo el personal, empaquetarlo y devolverlo inmediatamente a Inglaterra? Pues no. Mr. Wicks, el demcrata, hizo lo siguiente: alternando el ingls y el italiano, le grit primero a la asustada Jackie, a la que encontr escondida tras un polica los proyectiles, a pesar de la intervencin de Mr. Wicks, seguan llovindonos encima y exigi que le informase de por qu no haba asientos. Despus le peg un grito al oficial de polica que pareca estar al mando, sealando con dramticos gestos (pens que resultaron impresionantes por lo mediterrneos que le salieron) al suelo, a su alrededor, repleto de objetos reventados por el impacto. Despus le grit a uno de los acomodadores del estadio, que se puso a su vez a vociferar instrucciones a otros acomodadores, con el resultado de que en cuestin de minutos se nos dijo que se haba desalojado un espacio, dentro de las gradas, para dar cabida a los hinchas ingleses. Cuando por fin se nos hizo pasar por un tnel que daba a la parte baja de las gradas, con policas delante y policas detrs, result evidente que, aunque ciertamente se iba a dar el debido acomodo a los hinchas ingleses, este acomodo no iba a estar precisamente en la zona ms segura del estadio. Nos dirigimos a la zona inferior de las gradas, exactamente debajo de aquellas personas que haban estado lanzndonos proyectiles mientras esperbamos fuera del campo. Aquello no me gustaba lo que se dice nada. Pensaba continuamente en aquel periodista del Daily Star, el que puso pies en polvorosa cuando las cosas se pusieron violentas. Mentalmente se convirti para m en una figura por la que sent una inequvoca simpata. Segn decan los hinchas, se haba cagado encima, y quiz valga la pena hacer notar que esta locucin haba pasado a formar parte de mi vocabulario. Uno a uno, fuimos saliendo de la negrura del tnel a la luz cegadora del terreno de juego el sol, aunque iba ponindose, an brillaba con fuerza; nos cost trabajo discernir el entorno. No haba demasiados policas eso lo not en seguida, y daba la impresin de que muchos italianos haban pasado al gradero bajo, delante de las gradas que nos haban asignado; nos separaba de ellos solamente una valla metlica. Una vez ms empezaron a llovemos objetos del cielo, pero ya no slo botellas y frutas, sino tambin unos palos bastante largos los de las banderas de los hinchas de la Juventus, as como petardos y bombas de humo. El primero en salir del tnel, borracho y arrogante, con sus canciones sobre el orgullo de ser ingls en los labios, fue alcanzado entre la 56
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cabeza y la espalda por un palo de bandera de unos dos metros de largo, y cay cuan largo era sobre el cemento de las gradas. Por el rabillo del ojo vi una Union Jack en llamas, agitndose en el aire. Y lo vi nicamente por el rabillo del ojo porque estaba decidido a no mirar a los italianos de arriba, que estaban lanzndonos objetos, o a los italianos de abajo, que tambin nos lanzaban toda clase de proyectiles. Tena la sospecha de que si por casualidad llegaba a establecer contacto visual con alguien, recibira como recompensa un golpe en la cabeza. Y tampoco deseaba echar a perder mi concentracin. Mirando fijamente al frente, me concentraba en entonar para m, en silencio, mi nuevo estribillo: No me pienso cagar encima, no me voy a cagar encima. Al llegar al trozo de cemento que nos haba sido asignado, aparecieron las cmaras de televisin por el borde del repecho que nos separaba de los italianos. Parecan de hecho italianos (flacos, no bebedores de cerveza) y estaban situados entre los seguidores de la Juventus que se haban dedicado al lanzamiento de proyectiles. Haba tambin unos cuantos enviados especiales, inequvocos reporteros de prensa. Parecan ingleses (gruesos, evidentes bebedores de cerveza). Lo ms curioso de los cmaras de televisin y de los periodistas era lo siguiente: estaban a menos de un metro de los enmascarados hinchas de la Juventus que se hartaban de lanzarnos proyectiles. Vean claramente, sin lugar a dudas, que los hinchas ingleses iban siendo derribados; haba no pocas personas de rodillas, cubrindose la cabeza con las manos. No pude dejar de pensar que no les costara ningn esfuerzo sujetar por el brazo a quienes lo estiraban en el gesto de lanzar un nuevo palo de bandera, un nuevo petardo, una nueva bomba de humo; les costara menos esfuerzo an darles a aquellos lanzadores de proyectiles un codazo a manera de advertencia; no les costara ningn esfuerzo, en absoluto, soltarles unas palabras a aquellos terroristas enmascarados e increparles para que dejasen de comportarse de semejante modo. Nadie movi ni un dedo. Ya s que siempre se reduce ese antiguo argumento, segn el cual haber hecho algo as habra sido una clara injerencia una participacin en el acontecimiento del cual deberan limitarse a informar, pero para m, siendo una de las dianas, tal argumento no resultaba convincente. No les preocupaba lo ms mnimo inmiscuirse en el acontecimiento. Al contrario, intentaban aprovecharlo. No slo no intentaron frenar a los enmascarados hinchas de la Juventus que nos lanzaban proyectiles, sino que ni siquiera dirigieron sus cmaras hacia ellos. Lo que queran eran imgenes de los ingleses. Queran retratar los tatuajes de los ingleses, sus torsos sudorosos, desnudos hasta la cintura, as como sus dos dedos alzados en el aire, la perversa expresin de sus rostros cuando devolvan los objetos que les haban sido lanzados. Que los italianos se estaban comportando como hooligans? No interesaba. Que los ingleses se estaban comportando como ingleses? \Eso s que era interesante! Recuerdo haber pensado que si el da iba tornndose ms y ms violento, a 57
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quin se podra echar la culpa? A los ingleses, cuyo comportamiento anterior, en la plaza, podra calificarse de provocativo, hasta el extremo de que estaban recibiendo en el campo de ftbol algo que en el fondo se haban ganado a pulso? A los italianos, cuyo saludo de bienvenida fue un intento de infligir toda clase de lesiones a sus visitantes? O acaso podra echarse al menos una parte de la culpa a aquellos hombres con sus cmaras fotogrficas y sus equipos de televisin, cuyas imgenes tendenciosas serviran solamente para reforzar lo que todo el mundo haba estado esperando? De algn modo empez el partido, se disput y termin. Y si bien es cierto que no ocurri ningn incidente serio, tambin podra decirse que no pas un solo momento sin incidentes. Varias personas resultaron lesionadas; a uno de los hinchas tuvieron que llevrselo a urgencias. En el descanso, cuando otro hincha del Manchester fue derribado al ser alcanzado por una botella de cerveza, los ingleses, con un sbito rugido, intentaron escalar el muro que los separaba de los italianos de arriba. Pero el muro en cuestin result ser demasiado alto, y los hinchas terminaron saltando sin cesar, intentando agarrar los zapatos de los italianos que se sentaban en lo alto del muro, hasta que lleg la polica para impedirles acercarse a l. Los policas iban llegando en tropel por el tnel, con uniformes y material antidisturbios llevaban cascos y escudos transparentes, uniformes azules en vez de los verdes, y era evidente que haban recibido instrucciones muy precisas para interponerse entre los aficionados ingleses y cualquier otra persona. Era obvio que la polica segua considerando a los hinchas ingleses como el problema en s, y probablemente lo eran por el simple hecho de que haban llegado hasta all. Pero lo cierto es que no eran el nico problema, hecho que los policas italianos descubrieron despus de haber rodeado a los hinchas ingleses e ignorado a los italianos de arriba, los cuales, con esa falta de pudor que caracteriza el temperamento de los mediterrneos, siguieron expresando con fuerza sus sentimientos: al final me dio la sensacin de que los policas eran alcanzados con ms frecuencia que los propios hinchas ingleses. Aqul era un entorno inslito para asistir a un acontecimiento deportivo, aunque, por raro que resulte, entonces no me lo pareci. El da entero haba sido hasta entonces una sucesin de extraos acontecimientos, y llegados a aquel punto de la tarde, era ya lo ms normal del mundo ver un partido de ftbol rodeado por la polica: haba uno a mi derecha, otro a mi izquierda, dos ms exactamente a mis espaldas y cinco delante. Me daba igual y, desde luego, a los hinchas les daba igual, ya que contemplaban el partido absortos, con absoluta atencin, a pesar de las distracciones. Y cuando el Manchester United empat la eliminatoria, todos fueron testigos del gol (salvo yo, que estaba mirando por encima del hombro, en espera de nuevos proyectiles), y el jbilo los recorri de pies a cabeza, aunque sus gritos de alegra sonaron minsculos, casi tmidos, en la inmensa concavidad que formaba el campo de la Juventus, 58
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por ms que los setenta mil italianos se haban callado en seco, de forma por lo dems comprensiva. Los hinchas del United se pusieron a dar saltos, cayeron unos encima de otros, abrazados. Pero la euforia dur bien poco. Cuando slo faltaban dos minutos, la Juventus volvi a marcar. El alborozo que haba contagiado a la masa de los hinchas del United tan slo minutos antes fue el mismo aunque ampliado muchas veces experimentado por los setenta mil italianos, que, previamente humillados, decidieron dirigir las manifestaciones de su alegra hacia nuestro rincn. Los rugidos eran ensordecedores, y te perforaban el cerebro como una bomba. Y con esa explosin de rugidos cambi por completo el nimo reinante. Lo que sucedi a continuacin resulta confuso de recordar. Todo empez a moverse a gran velocidad. Todo continuara movindose a gran velocidad por espacio de muchas horas. Recuerdo que los policas antidisturbios se liaron a patadas con uno de los hinchas que haban cado al suelo. Recuerdo haber odo que haba llegado Sammy, y recuerdo haberme tropezado con l. Era un to recio, bien vestido, y llevaba unas gruesas gafas de concha que le daban un aire de estudiante de fsica; estaba en la parte baja de las gradas, de espaldas al terreno de juego, con una cara bolsa de viaje, de cuero, al hombro, y su cmara fotogrfica (una Nikon) colgada del otro hombro. Acababa de llegar de Francia en un taxi. Recuerdo haber visto a Ricky y a Micky, la increble pareja que haba conocido por la maana temprano, en el trayecto de Londres hasta el aeropuerto de Manchester, apostarse junto a una tribuna a la espera del momento en que los italianos se abrazasen, se apiasen celebrando la victoria de su equipo, para hacerse con un puado de billeteros, tres bolsos y un reloj, que afanaron escurrindose por entre los asientos. Y recuerdo que alguien peg un chillido: a un espectador le haban asestado una pualada (yo no lo vi); tras ese chillido todo el mundo se puso en marcha como accionado por un resorte a velocidad animal, instintiva, y dejando a los policas a un lado se dirigi hacia la salida. Pero el tnel de salida estaba bloqueado por una verja, y los hinchas del United se pusieron a aporrearla. Era imposible salir. Durante los ltimos momentos del partido, haba empezado a or una nueva frase: Esto va a estallar. Esto va a estallar, dijo uno, y le not los ojos opacos, como si hubiese ingerido alguna droga. Si esto sigue as, le o decir a otro, va a estallar. Y aunque la frase se repeta Esto va a estallar, Esto va a estallar en voz baja, cada repeticin pareca hacerla ms ominosa. Todos estbamos apretados contra la verja, cerrada con llave, y la polica lleg instantes despus. Los policas empujaban en un sentido y los hinchas en el sentido opuesto, deseosos de salir. Aquello era a la vez un empujn y un 59
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contraempujn. Estbamos apretujados, incmodos. Los hinchas parecan serios y decididos. Aquello iba a estallar. Todos hablaban en susurros. O: Ojo con las navajas. Abrchate la chaqueta. O: Llnate los bolsillos. O: Esto va a estallar. Manteneos juntos. Esto va a estallar. Me senta cada vez ms nervioso; me met la libreta de notas en el bolsillo de la camisa y me abroch la chaqueta. Empez a orse un cntico. United, United, United. Era un cntico determinado, seguro de s mismo. United, United, United. Se repeta una y otra vez la palabra United y, con la repeticin, su significado empez a cambiar; cada vez perteneca menos a un acontecimiento deportivo, a un club de ftbol, para sonar en cambio como un autntico canto de unidad, como algo realmente poltico. Se haba convertido en el cntico de una muchedumbre. United, United, United. United, United, United. Y de pronto ces. Se oy un terrible grito, un agudsimo chillido, tan agudo que se habra odo por encima del cntico. Ese sonido estaba totalmente fuera de lugar; era el chillido de una mujer. Alguien coment que era la madre del chico que haba sido apualado. Otro dijo que de eso nada, que era simplemente una puta italiana. Sigui oyndose el chillido. Daba la impresin de que la mujer se haba visto sorprendida por el alud de los que queran salir, y la masa se la haba llevado por delante. Alcanc a verla: estaba comprimida entre otros cuerpos, y se debata por todos los medios, en busca de un poco de espacio, de algo de aire. No poda avanzar hacia la salida, ni poda tampoco alejarse de la verja; era imposible salir de all, ya que el alud era demasiado fuerte, y la masa no se estaba quieta ni mucho menos, pues lo mismo empujaba hacia adelante que hacia atrs, en oleadas, sin que nadie pudiese controlarla. La mujer estaba aterrorizada. No dejaba de chillar, y sus chillidos eran agudsimos, penetrantes. Respiraba entrecortadamente, engullendo gigantescas bocanadas de aire, que expulsaba despus entre chillidos ondulantes, siguiendo el ritmo implacable de su propia y agitada respiracin: era como si se estuviese ahogando, a causa de las bocanadas de oxgeno que inhalaba, mientras sacuda la cabeza de un lado a otro, con los ojos desorbitados. Recuerdo haber pensado que me extra que no se hubiese desmayado. Estaba esperando a que quedase inconsciente, a que sus msculos se aflojaran, pero no se desmay. Sigui chillando sin cesar. A mi alrededor, nadie deca ni palabra. Estuve seguro de que todos pensaban lo mismo que yo, que le iba a dar un ataque, que se iba a morir all, en aquel instante, aplastada por la multitud. Sigui chillando, desesperada, ininteligible, apremiante. Alguien tuvo entonces la elemental sensatez de levantarla en vilo, por 60
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encima de los hombros era lo ms obvio que se poda hacer y se la pas de ese modo al que estaba delante. Y ste la pas a su vez al de delante. De este modo, fue pasando de mano en mano, por encima de las cabezas de los hinchas, sin dejar de chillar, avanzando poco a poco hacia la salida; una vez all, la verja se abri de par en par para dejarla pasar. Eso era todo lo que se necesitaba. Una vez se abri la verja, los hinchas ingleses salieron en masa, empujando a la mujer a un lado. Yo estaba ya familiarizado con la prctica de mantener dentro del estadio a los hinchas del equipo visitante durante un buen rato despus de concluido el partido, hasta que se hubiese despejado la zona; entonces, mediante un buen contingente de policas, a veces incluso a caballo y con perros, se trataba de conducir a los visitantes directamente a los autocares. En Turn el plan haba sido el mismo, y la polica estaba all, ante la puerta de salida, ataviada de arriba abajo para la ocasin, con todo el material antidisturbios, esperando a los hinchas del United. Slo que no estaban preparados para la carga que sali del tnel. Para empezar, gracias a la mujer que haba quedado atrapada, los hinchas salieron mucho antes de lo esperado las calles estaban llenas de hinchas de la Juventus, y al salir lo hicieron a gran velocidad, con los policas pisndoles los talones, tratando de impedir que se diseminaran. Salieron adems formando una masa compacta, apretados unos contra otros, las manos sobre los hombros del hincha que iba delante, y pasaron con un frentico sprint por delante de la lnea formada por la polica; los cascos, los escudos y las porras quedaron a un lado, borrosos. La lnea policial conduca hacia los autocares, pero exactamente delante de la puerta del primero alguien gir bruscamente y la masa sigui sus pasos. La polica haba esperado esa maniobra, y estaba al quite. As que el grupo volvi a girar en otra direccin, hacia el espacio situado entre dos autocares. Se detuvo de repente, y me di de bruces contra el que iba delante de m: all estaba tambin la polica, esperando la carga. Todos se dieron la vuelta. No tengo ni idea de quin iba al frente me limit a no perder el paso, pues nadie deca nada. Eran unas doscientas personas apretadas unas contra otras, pero por raro que resulte parecan capaces de moverse al unsono, como una especie de insecto gigantesco y misteriosamente coordinado. Se prob suerte en una tercera direccin, y result que all no haba polica. Mir atrs: no haba polica. Mir a derecha e izquierda: no haba polica por ninguna parte. Cunto pudo durar lo que sigui despus? Podran haber sido veinte minutos, pero me pareci ms. Soplaba el viento y todo estaba oscuro; los rboles, oscilando ante las farolas, proyectaban por aqu y por all sus largas y mviles sombras. En ningn momento pude llegar a ver nada con claridad. Comprend que lo mejor era seguir a Sammy. En el momento en que el grupo se zaf de la vigilancia policial, le haba pasado la bolsa de viaje y la cmara a otro de los hinchas, dicindole que se lo devolviera ms tarde, en el 61
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hotel. Se dio la vuelta y ech a correr hacia atrs. Daba la impresin de que evaluaba visualmente el grupo, para hacerse una idea de su tamao. La energa, dijo mientras segua corriendo hacia atrs, y sin dirigirse a nadie en concreto, la energa es muy alta. Estaba alerta, despierto, se mova sin cesar, miraba en todas direcciones. Llevaba las manos levantadas, con los dedos extendidos. No notis la energa?, dijo. A su lado iban corriendo cinco o seis hinchas de los ms jvenes; habra de pasar algn tiempo hasta que me diese cuenta de que siempre iban corriendo a su lado cinco o seis hinchas de los ms jvenes. Cuando tomaba una nueva direccin, ellos seguan flanquendole. Cuando corra hacia atrs, ellos hacan lo mismo. No me cabe duda de que si a Sammy le hubiese dado por levantar el vuelo, los cinco o seis jvenes hinchas habran hecho desesperados esfuerzos por mover los brazos de modo que pudiesen seguirle por los aires. Aquellos jvenes eran, en efecto, muy jvenes. Al principio pens que eran simples quinceaeros, pero es posible que fuesen menores de catorce aos. Tal vez no pasaran de los nueve: incluso ahora, me complace recordarlos como simples cros de nueve aos, aunque bastante creciditos para su edad. Eran unos criajos traviesos de nueve aos que, en uno de esos estados de confusin que preceden a la pubertad, tenan a Sammy por su padre. El que ms cerca iba de m tena la cara chupada, con una piel grasienta que haca pensar en pescado frito con patatas. Y fue el que se volvi de pronto hacia m. T quin cojones eres? No dije nada. Pescado Frito repiti su pregunta: T quin cojones eres? Y entonces Sammy dijo algo, de modo que Pescado Frito se olvid de m. De todos modos, haba sido una advertencia: a aquel cro de nueve aos no le haba cado nada bien. Sammy haba dejado de correr hacia atrs y haba adoptado un paso ligero: se trataba de avanzar a toda la velocidad que fuese posible, pero sin llegar a correr. Los dems hicieron otro tanto. Se dira que la idea era no llamar la atencin, de modo que nadie nos viese correr y avisase a la polica, aunque sin dejar por ello de avanzar a marchas forzadas. Y el efecto era ridculo: doscientos hinchas ingleses, con los torsos tatuados e inclinados levemente hacia adelante, con los brazos rgidos, caminando a toda velocidad por las aceras, convencidos de que nadie se haba dado cuenta de su presencia. Todo el mundo cruz la calle con decisin, sin que se dijera ni media palabra. Rompi un cntico United, United, United y Sammy sacudi las manos de arriba abajo, como si intentase apagar una hoguera, indicando al personal que no hiciese ruido. Poco despus se oy otro cntico, otra palabra repetida hasta la saciedad: esta vez, Inglaterra. No podan dominarse. Tenan tantas ganas de comportarse como hinchas de un equipo de ftbol, hinchas normales y corrientes, tenan tantas ganas de cantar, de portarse como borrachos, de volver a cometer las barbaridades que haban estado cometiendo 62
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durante todo el da, que fue perentorio recordarles que ese comportamiento no era el ms indicado, que no era deseable. A santo de qu aquella pretensin de pasar inadvertidos? Volvi a aparecer Sammy, susurrando de forma insistente: Nada de canciones, nada de canciones, mientras aleteaba con las manos de arriba abajo. Los chavales de nueve aos chistaron para reforzar su mensaje. Sammy dijo que volvisemos a cruzar la calle algo haba visto, y sus grasientos y pequeajos acompaantes se esparcieron en distintas direcciones, en abanico, como si de ese modo pudieran mantener al grupo en la formacin correcta, para volver a ocupar despus sus posiciones en torno a Sammy. Hasta ese momento no me di cuenta de lo que ocurra ante m, de lo que estaba siendo testigo: Sammy se haba hecho cargo del grupo a cada instante daba instrucciones especficas y utilizaba a sus serviciales chavalillos para asegurarse del cumplimiento de sus rdenes. Record haber odo, en aquella primera ocasin en que sal con Mick, que los cabecillas tenan sus propios tenientes y sargentos. Lo haba odo e incluso lo haba anotado, aunque no me haba detenido a pensar en ello; resultaba demasiado ingenuo, como del pas de los juguetes, como si fuese un juego blico en el que slo participasen escolares. En cambio, all me di cuenta de que todo lo que deca Sammy se cumpla por obra y gracia de los pequeos componentes de su squito. Pescado Frito y los otros chavalillos eran los encargados de cerciorarse de que nadie echase a correr, de que nadie cantara, de que nadie se alejase demasiado del grupo, de que todos permaneciesen bien juntos. En un momento dado vimos correr hacia nosotros, de frente, a un grupo de policas; Sammy, que haba visto de lejos a los agentes, susurr una nueva orden: que se dispersen, y acto seguido los miembros del grupo se dividieron unos cruzaron la calle, otros siguieron por el centro, otros se quedaron ms atrs, hasta que hubieron rebasado a los policas, tras lo cual Sammy se dio la vuelta en redondo, corriendo de nuevo hacia atrs, y orden que se reagrupasen; los mocosos, como perros pastores, reunieron a los miembros del grupo, que volvi a ser compacto. Segu trotando. Todos avanzaban a tal velocidad que, para asegurarme de que no se me escapaba ningn detalle, me concentr exclusivamente en ir al paso de Sammy. Me di cuenta de que esta actitud le resultaba irritante. Por fuerza tena que fijarse en m. Qu ests haciendo?, me espet tras darse la vuelta de nuevo, corriendo hacia atrs, mientras contaba mentalmente a los integrantes del grupo. Saba de sobras qu estaba haciendo all, pero me haba espetado aquella pregunta en voz bien alta, de modo que todos los dems la oyesen sin ningn gnero de dudas. Lo que faltaba, pens. Vete a tomar por culo, me dijo uno de sus secuaces, mirndome 63
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intensamente a la cara. Llevaba una navaja. No has odo lo que te acaba de decir, to? Pescado Frito se haba sumado al interrogatorio. Ha dicho que te vayas a tomar por el culo. Adems, t qu cojones ests haciendo aqu, eh? Vete a tomar por culo. No era ni el momento ni la ocasin para explicarle a Pescado Frito por qu razones estaba all, aunque, habiendo llegado adonde haba llegado, no iba a dejarme disuadir as como as. Me retras un poco, simplemente para alejarme de su radio de accin inmediata. Mir a mi alrededor. No reconoc a nadie. Estaba rodeado por personas a las que no conoca; peor an, porque adems de estar rodeado por personas a las que no conoca, encima insistan en decirme que me fuese a tomar por el culo. Cre haber entendido las borracheras que haba visto anteriormente. Aquello, en cambio, era muy distinto. Si alguno de ellos estaba borracho, no se comportaba en modo alguno como si lo estuviera. Aquellos hombres se mostraban decididos, precisos, cuidadosos, y de todos ellos emanaba una especie de agresividad contenida, como si se tratase de un olor animal. Nadie deca ni media palabra. Slo se oa un gruido contenido y el resonar de los pasos sobre las aceras y el asfalto; de cuando en cuando, Sammy susurraba una de sus rdenes. Lo cierto es que el sonido ms fuerte que haba odo hasta entonces fue la pregunta que me hizo Sammy, y aquellas palabras seguan resonndome en la cabeza. T qu cojones ests haciendo aqu, eh? Vete a tomar por culo. T qu cojones ests haciendo aqu, eh? Vete a tomar por culo. Recuerdo haber pensado con toda claridad: lo ltimo que quiero es que me den una paliza. No tena ni la menor idea de dnde nos encontrbamos, aunque, pensndolo ahora mejor, entiendo que Sammy deba de estar dirigiendo a su grupo alrededor del estadio, seguramente con la esperanza de toparse por all con algunos hinchas italianos. Cada vez que se daba la vuelta y segua corriendo de espaldas, deba de estar calculando qu efecto producan aquellos doscientos Frankensteins caminando a toda velocidad, corriendo casi, en algunos jvenes italianos que, al ver a los ingleses casi a la carrera, haban empezado a seguirles, curiosos, atrados por la perspectiva de entablar una pelea o quiz, simplemente, por el carisma del grupo en s, incapaces de resistirse a la tentacin de seguir sus pasos y de ver qu iba a suceder. Fue entonces cuando Sammy, calculando que haba llegado el momento oportuno, se detuvo y, abandonando toda pretensin de pasar inadvertido, grit: Alto! Todos se pararon en seco. Media vuelta! Todos se dieron la vuelta. Todos saban a qu atenerse, menos yo. Hasta entonces no vi a los italianos que nos haban estado siguiendo. A media luz, en 64
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medio de aquella calle mal iluminada, no pude calcular cuntos eran, aunque s comprend que eran los suficientes para que no me cupiera duda triste sino el mo! de que muy pronto me iba a ver en medio de una gran batalla campal: al haberme ido retrasando para escaquearme de las proximidades de Sammy y sus tenientes, me encontr en la retaguardia; al darse media vuelta el grupo entero, aquella retaguardia haba pasado a ser la primera lnea del frente. La adrenalina es uno de los elementos qumicos ms poderosos del cuerpo. Al ver a los ingleses a mi espalda y a los italianos frente a m, recuerdo haber intentado adquirir en cuestin de segundos las propiedades de un pequeo helicptero, para elevarme unos cuantos metros por encima del nivel del suelo y alejarme, quitarme de en medio. Hubo un rugido colectivo en el que todos participaron, y los hinchas ingleses cargaron contra los italianos. Al segundo siguiente ca al suelo. Una borrosa mancha oscura y un golpe: me haba dado de lleno en la sien una lata de cerveza llena, por cierto, arrojada con la fuerza necesaria para tumbarme del golpe. Al ponerme en pie, dos policas, los nicos que vi, pasaron a la carrera; uno de ellos me solt un porrazo en la nuca. Volv a caer de bruces. Me levant de nuevo, y vi que la mayor parte de los italianos se haban escapado a todo correr, esparcindose por doquier. Sin embargo, fueron muchos los que no consiguieron escapar a tiempo y haban sido derribados. Directamente delante de m tan cerca que casi habra podido tocarle la cara con slo alargar el brazo haba cado un joven italiano, un cro en realidad. Cuando se estaba levantando, un hincha ingls le atiz con la mano abierta en la cara; volvi a caer de espaldas y se dio con la cabeza contra el suelo. La cabeza rebot por el impacto. Aparecieron otros dos hinchas del Manchester United. Uno le solt al chico una patada en las costillas. Hizo un ruido ms bien suave; recuerdo que me sorprendi. O con absoluta claridad el impacto de la bota contra las ropas que vesta el chico. Le cay acto seguido otro patadn esta vez bien fuerte y el ruido volvi a ser suave, mullido incluso. El chico hizo ademn de protegerse, de resguardarse las costillas, y en ese momento el otro hincha ingls le dio una patada en la cara. Aquel ruido tambin fue suave, pero algo diferente: estaba claro, solamente por el sonido, que el golpe le haba alcanzado en plena cara, y no en el cuerpo o en una parte protegida por la ropa. Era como un golpe dado en la arena. El chico intent ponerse en pie, pero volvieron a derribarle sin hacer demasiada fuerza, pues apenas opuso resistencia. Apareci otro hincha del Manchester United, y otro, y un tercero. Eran seis en total, y los seis empezaron a darle patadas al chico tirado en el suelo. El se tapaba la cara. Me sorprendi que me resultara posible distinguir, slo por el sonido, cundo alguna patada no daba en el blanco, o cundo le alcanzaban, por ejemplo, en los dedos, y no en la frente o en la nariz. Me qued transfigurado. Pensando ahora en este incidente, me doy cuenta 65
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de que estaba tan cerca que hubiera podido poner fin a la paliza. Todos se hallaban en precario equilibrio con una pierna todo el rato yendo y viniendo por el aire, y no me habra costado demasiado rescatar al chico. Pero no lo hice. No creo que llegara a pasrseme esa idea por la cabeza. Fue como si el tiempo se hubiese vuelto muy lento de repente, como si cada segundo tuviese un clarsimo comienzo y un clarsimo final, como una secuencia de fotogramas en un rollo de pelcula: me hipnotizaron todas y cada una de las imgenes que fui viendo. Aparecieron otros dos hinchas del Manchester United; deban de ser ya ocho, al menos. Aquello empezaba a llenarse de gente, y cada vez les era ms difcil alcanzar al chico: tropezaban unos contra otros, trastabillando de continuo. Me costaba trabajo ver con un mnimo de claridad qu estaba sucediendo, en qu parte del cuerpo reciba el chaval los golpes, pero me pareci que tres de los hinchas le pateaban la cabeza, mientras que el resto le golpeaba en el cuerpo, sobre todo en las costillas; no estoy del todo seguro. Me sorprende recordar tantos detalles. Por ejemplo, que nadie habl; slo se oa aquel sonido suave, como el de algo que cede, aunque a veces recordaba ms bien la gravilla hmeda al ser pisoteada, de los golpes al sucederse sin pasar. Los intervalos entre las patadas parecieron alargarse, estirarse elsticamente, a medida que los hinchas se cansaban de retirar la pierna para lanzarla en una nueva patada. Me repugna pensar en ello: ocho personas hartndose de dar patadas al chico aquel, todos a la vez... Es que no tiene lmites la crueldad? Siguieron golpendole. El chico trataba de escudarse de los golpes y se cubra con las manos aquellas partes del cuerpo en que acababan de golpearle, pero como le atizaban en tantos puntos a la vez, sus esfuerzos resultaban vanos. Tena la cara ensangrentada, y la sangre le manaba a borbotones de la nariz y de la boca; tena el pelo apelmazado, hmedo. Sus ropas estaban empapadas de sangre. La paliza no se detuvo. Continu implacable, punteada por aquellos espantosos sonidos, mientras el chico segua sin decir ni po, retorcindose en el suelo. Apareci un polica, uno solo. Dnde estaban los dems? Antes haba por los alrededores infinidad de agentes. Aquel polica lleg a la carrera y derrib a su paso a dos o tres de los hinchas, al tiempo que los otros huan; desde entonces el ritmo de los acontecimientos se aceler, dejaron de sucederse como a cmara lenta y empezaron a desarrollarse con extraordinaria rapidez. Echamos a correr. No s qu le pas al chico. Entonces me di cuenta de que a mi alrededor haba otros como l, otros que haban cado y haban sido aporreados, otros que haban recibido qu s yo cuntos golpes en la cara; tuve que sortear un cuerpo tendido en el suelo, para no tropezar con l y pisotearlo. Segn el peculiarsimo idioma de los hinchas, se haba armado. Aquel primer estallido de violencia significaba que se haba cruzado alguna especie de umbral, algn lmite, a un lado del cual an exista una idea clara de los 66
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extremos a los que se poda llegar, un acuerdo tcito, incluso entre gentes de aquella ralea, respecto de lo que se poda y lo que no se poda hacer; al cruzar dicho umbral, nos hallbamos en un territorio en el que pocos lmites podan existir, en el que la sensacin de que haba ciertas cosas que no se hacan haba dejado de tener razn de ser. La situacin se haba tornado sumamente violenta. Un chico vino a la carrera, derecho hacia m, sujetndose la cabeza con ambas manos; le sangraba profusamente la cara, no s qu parte, e iba mirando al suelo, sin saber adnde encaminaba sus pasos; por suerte, levant la cabeza antes de chocar contra m. El mero hecho de verme tan cerca le meti el miedo en el cuerpo. Pens que yo era ingls. Pens que iba a soltarle un mamporro. Chill, suplic que le perdonase, gir sobre sus talones y huy a todo correr en otra direccin. Volv a alcanzar a Sammy. Sammy estaba transfigurado. Chasqueaba los dedos e iba trotando a muy buen paso, alzando las rodillas a cada zancada, y repeta sin cesar una frase: Se est armando, se va a armar. A su alrededor todo el personal estaba sumamente excitado. Se trataba de una excitacin que rayaba ya en algo mucho ms importante, en una emocin ms transcendente: una alegra que pareca prxima al xtasis. En todo ello haba una tremenda energa; era imposible no percibir al menos parte de aquel apasionamiento. Cerca de m, alguien dijo que se senta muy, muy feliz, que no recordaba haberse sentido tan feliz en toda su vida, y le mir con detenimiento, con ganas de recordar su rostro, de modo que si por casualidad me lo encontraba ms adelante, pudiera preguntarle a qu se deba tanta felicidad por su parte, y en qu consista aquella sensacin. Fue un extrao pensamiento: alguien, muy cerca de m, estaba convencido de que en aquel preciso instante, momentos despus de una ria callejera, haba tenido la fortuna de experimentar una de las sensaciones ms esquivas de esta vida. De todos modos, aturdido, hablando de su felicidad sin ton ni son, desapareci en cuestin de segundos entre la muchedumbre, y se lo trag la oscuridad. Estaba en marcha muchsimo ms de lo que yo podra haber asimilado: constantemente se oan sonidos ominosos algo que se rompa, algo que estallaba, sin que jams llegase a saber de dnde procedan. Por todas partes sucedan cosas al mismo tiempo. Me es imposible ordenar los hechos cronolgicamente. Recuerdo, eso s, lo que le ocurri a un hombre que trat de proteger a su familia. Los hinchas se haban reagrupado, estaban de nuevo metidos en vereda, gracias a la accin de los pequeos tenientes, y volvan a trotar, ni al paso ni a la carrera, cuando advert que delante de nosotros haba un hombre con su familia, un to con su mujer y sus dos hijos. Los empujaba atropelladamente, dicindoles que se dieran prisa, al tiempo que de continuo nos miraba por encima del hombro. Se le notaba ansioso, pero nadie pareci haber parado mientes en su 67
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presencia: todos siguieron su marcha, trotando a idntica velocidad, siguindole no porque desearan seguirle, sino porque por casualidad corra delante de nosotros. Cuando el hombre aquel lleg a su coche, en un punto ligeramente desviado del camino que seguamos, abri la puerta y meti a empellones a su familia, presa ya del pnico, hasta el punto de que le dio un golpe en la cabeza a uno de sus hijos. Y cuando l mismo estaba a punto de subir a su coche, se dio la vuelta para mirar por encima del hombro en el momento en que el grupo estaba a punto de alcanzarle y recibi un golpe en plena cara: alguien le atiz con una pesada barra de hierro. El golpe le fue propinado con tal fuerza que sali volando por los aires, por encima de la puerta del coche ya abierta, hasta dar contra el suelo al otro lado. Por qu precisamente l, pens? Qu haba hecho para hacerse notar, aparte de procurar meter a su familia a toda prisa en el coche, intentando quitarse de en medio? Me di la vuelta, cuando llegamos a su altura, y vi que los hinchas que venan al trote tras de m haban agarrado las puertas del coche y las haban retorcido sobre sus bisagras. Les siguieron otros muchos, que pasaron a la carrera por encima del hombre, dndole de patadas en la cabeza, en la espalda, en el trasero, en las costillas, donde podan. No llegu a ver a su mujer y sus hijos, pero saba que estaban dentro del vehculo, vindolo todo desde el asiento de atrs. Un chiquillo italiano, de unos once o doce aos, solo, se haba perdido al parecer, y haba echado a correr de frente hacia el grupo. Despus que me hubo rebasado volv la vista atrs y vi que ya estaba por el suelo. No supe quin lo haba derribado, porque cuando lo pude localizar ya eran seis al menos los hinchas ingleses que le estaban dando una paliza. Haba una hilera de tenderetes en los que se vendan programas, frutos secos, camisetas, banderas, insignias, recuerdos; al pasar el grupo a su altura, todos fueron volcados. Hubo algn que otro rifirrafe. Dos hinchas ingleses agarraron a uno de los vendedores, un italiano, y le estamparon la cara contra un tablero. Tirndole del pelo, le levantaron la cabeza y volvieron a estamparle la cara contra el tablero. Lo levantaron por la cabeza, ya por tercera vez, sostenindolo con fuerza del pelo tena la cara hecha un desastre, y volvieron a estamparlo contra el tablero. De nuevo empez a funcionar la terrorfica cmara lenta, y el tiempo pareci no correr de acuerdo con la marcha de las agujas del reloj a medida que los actos violentos se sucedan, a medida que le tiraban del pelo, le levantaban la cabeza y se la estampaban de nuevo contra el tablero. Los hinchas ingleses eran metdicos, serios; nadie deca ni palabra. Una ambulancia pas junto a m. La sirena me hizo caer en la cuenta de que la polica an no haba hecho acto de presencia. El grupo cruz una calle, un cruce importante de la ciudad. Haca ya un buen rato que el grupo haba renunciado a cualquier pretensin de pasar 68
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inadvertido y haba vuelto a adoptar la actitud arrogante de una muchedumbre violenta, caminando sin vacilar hacia el trfico congestionado, pasando incluso por encima de los caps de los automviles, a sabiendas de que aunque estuvieran en marcha, se habran detenido. En cabecera de la larga cola de vehculos iba un autocar; uno de los hinchas se plant delante de l y desde unos dos metros de distancia lanz algo con toda su alma no era una piedra; era algo grande, de metal, como el tubo de escape de un automvil, directamente contra el parabrisas. Me encontraba detrs del que haba arrojado aquel proyectil. No tengo ni idea de dnde pudo haberlo sacado; era sin duda algo demasiado pesado para haberlo transportado desde lejos, y era igualmente evidente que nadie le haba ayudado a transportarlo; se haba salido de la estela del grupo, y en el intervalo transcurrido desde que arroj aquel pesado objeto hasta que se volvi hacia sus compaeros, su rostro cambi de expresin. Saba que acababa de hacer algo que ningn otro haba hecho an, y que de ese modo haba subido un peldao en la escalera de la violencia ya que su acto haba supuesto franquear un nuevo lmite de permisibilidad. Haba arrojado un proyectil que con absoluta seguridad iba a provocar graves perjuicios fsicos. Haba hecho algo malo, extremadamente malo, y su rostro, al tiempo que reconoca la maldad de su acto, expresaba en realidad algo bastante ms complejo. Daba a entender que lo que acababa de hacer no haba sido tan malo, si bien se mira; dentro del contexto del da no haba sido un acto extremo, o s? Lo que expresaba su rostro, segn me percat los ojos parecan relucirle de modo especial, era simplemente esto: acabo de portarme como un chico travieso. Haba sido travieso, malvado, lo saba y le encantaba. Estaba radiante de felicidad. Otro sujeto en el colmo de la felicidad. Era un enano, pens. Era un mierda, pens. Me entraron ganas de darle un golpe. El ruido del parabrisas del autocar al estallar hecho aicos, me doy cuenta ahora, actu como un poderoso estimulante, fsico e insidioso; por cierto que el abanico sonoro, los estallidos de las cosas al romperse, al reventar tras ser arrojadas desde algn punto de la oscuridad, inidentificables, iba en aumento y acrecentaba a buen ritmo la fuerza de los sentimientos que parecan haberse apoderado de los que me rodeaban. Fue tambin el ruido lo que me hizo sentirme cada vez ms incmodo. La tarde entera haba sido una serie de estimulantes, un continuo asalto contra los sentidos, que en todas y cada una de las ocasiones haba conseguido acrecentar el grado de la excitacin reinante. Atravesar aquel cruce en el que el trfico conflua desde cuatro direcciones, los saltos de los hinchas por encima de los coches, el ruido de aquel parabrisas al reventar, el impacto y el estallido, todo tuvo como nuevo efecto acrecentar el calor de los sentimientos. No puedo describirlo de ninguna otra forma: fue casi literalmente una cuestin de temperatura. Hubo otro momento de desorientacin esas milsimas de segundo entre la sensacin del ruido y el 69
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conocimiento de su causa, un momento adrenalnico, un momento puramente qumico, y acto seguido se oy el rugido, y alguien se abalanz contra el autocar con un palo en la mano (tomado de uno de los tenderetes en los que se vendan recuerdos del partido?) y destroz una de las ventanillas laterales. Otro estallido, el cristal hecho aicos. Llegaron ms hinchas a la carrera y empezaron a lanzar piedras y botellas con gran ferocidad. Todos parecan de nuevo presa del frenes. Las piedras rebotaban contra los cristales, con un ruido sordo, pero se parti al poco una nueva ventanilla, y luego otra ms, y se oyeron chillidos dentro del autocar. El vehculo iba lleno, y los pasajeros no eran por cierto chicos como los que estaban atacndoles, sino familias de aficionados, padres e hijos y esposas que volvan a sus casas despus del partido, de camino a la periferia o a alguno de los pueblos de los alrededores de Turn. All dentro todos los pasajeros debieron quedar salpicados por los cristales. Se protegan el rostro con las manos, agachndose en los asientos. Haba astillas y trozos de cristal por todas partes; aparecan volando por donde menos se poda esperar. A mi alrededor, todo el mundo lanzaba piedras y botellas, y hubo momentos en que tem por mis propios ojos. Seguimos avanzando. Me sent ingrvido. Tuve la sensacin de que nada podra ocurrirme. Tuve la sensacin de que podra ocurrirme cualquier cosa. Iba mirando al frente, a la carrera, procurando mantener el paso, mientras a mi alrededor no paraban de ocurrir cosas: oa el fragor de los objetos que se rompan, brillantes fogonazos perforaban la oscuridad, perciba el movimiento de los objetos lanzados y de las personas que caan derribadas. Apareci un grupo de italianos; se dira que haba brotado de pronto bajo la fra luz de una farola. Se trataba de un grupo distinto de los otros, que claramente se haba propuesto plantar cara, luchar, con visible orgullo y con la dignidad de quien ha sufrido una afrenta. Queran provocar el enfrentamiento, y aguantaron a pie firme, en espera de que se produjese. Uno vino hacia nosotros esgrimiendo un taco de billar o un palo de bandera, pero, en contra de lo que caba esperar, alguien se lo arrebat de las manos fue Roy; Roy haba aparecido como por ensalmo y le haba arrebatado el palo al italiano y lo parti en dos de un golpe en su propia cabeza. El gesto fue planeado y ejecutado con decisin; acudieron rugiendo ms hinchas ingleses, que rpidamente superaron a los italianos los cuales echaron a correr en todas direcciones. De nuevo unos cuantos cayeron. De nuevo volv a ver el espectculo de los italianos por el suelo, retorcindose indefensos, desesperados, mientras los hinchas ingleses se les echaban encima; los italianos se protegan la cabeza, los ingleses se hartaban de darles patadones. Cmo era posible que an no hubiera llegado la polica? De nuevo seguimos avanzando. Un cubo de basura proyectado por los aires despanzurr el escaparate de un establecimiento de venta de automviles, y se oy otro estallido de cristales. El escaparate de una tienda. Una tienda de ropa. 70
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Uno o dos ingleses se quedaron atrs, para saquear las prendas expuestas. Al mirar atrs vi que un vehculo de considerable tamao haba sido volcado, y que ms all, en la misma calle, salan llamas de un edificio. No haba advertido cmo ocurri: me di cuenta entonces de que estaban sucediendo muchsimas ms cosas de las que era capaz de observar. Se oy el ulular de las sirenas, muchas sirenas, de distintas clases, que llegaban procedentes de varias direcciones. La ciudad es nuestra!, dijo Sammy, y repiti el posesivo, cada vez con ms intensidad: Es nuestra, nuestra, nuestra! Apareci un coche de la polica, con la sirena ululando era el primero que vea en un buen rato, y se par delante del grupo, tratando de cerrarle el paso. Un solo coche de polica! El agente que lo conduca abri la puerta de golpe, pero cuando consigui salir del coche el grupo haba cruzado la calle. El polica se puso a gritarnos, impotente e iracundo, se meti de nuevo en el coche, y nos persigui hasta cortarnos de nuevo el paso. Una vez ms, el grupo en pleno, de la forma ms civilizada que se pueda imaginar, cruz la calle: un grupo de aficionados al ftbol, bien educados, de camino a sus hoteles, aunque a sus espaldas se alzasen las llamas. El agente de polica volvi a su coche y se puso a circular tras nosotros, en esta ocasin acelerando de forma temeraria y peligrosa, tratando una vez ms de cerrarnos el paso, intentando, o al menos eso me pareci, atropellar a alguno de los hinchas que se haban quedado atrs; a uno en concreto, que hubo de apartarse de un salto y que fue acto seguido agarrado por el polica, que lo arroj sobre el cap del coche y lo sujet por el cuello. El agente era la viva imagen de la impotencia. Saba que aquel grupo en pleno era responsable de los destrozos causados, destrozos categricamente ilegales, slo que el agente en cuestin no haba visto con sus propios ojos que ninguno de los integrantes del grupo hiciera nada. No haba visto que ninguno cometiese un delito, el que fuera. Slo haba visto los resultados de su vandlica actitud. Sujet al hincha contra el coche, agarrndolo por la garganta; asqueado, termin por soltarlo. Pas un camin de bomberos, una ambulancia y, por fin, la polica, polica en abundancia. Llegaron desde dos direcciones distintas. Y una vez que empezaron a llegar, se dira que no iban a terminar nunca. Haba camionetas, coches, motos, furgones. Y seguan llegando sin cesar. Las fachadas de los edificios estaban iluminadas por el resplandor azulado de las luces intermitentes. Sin embargo, el grupo de hinchas del Manchester, gobernado por las rdenes que susurraba Sammy, sigui movindose sin ms, escurrindose por entre los coches, dispersndose cuando fue necesario dispersarse y reagrupndose despus, dando la vuelta, con los sucios y pequeos tenientes de Sammy al cuidado de la retaguardia, pastoreando a todos. Volvieron a ser aficionados al ftbol bien educados; volvieron a ser los hinchas respetuosos de la ley que siempre me haban dicho ser, insistentemente. Y as se escaquearon 71
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por las calles del casco antiguo de Turn, regresando de forma ms o menos ordenada a sus hoteles, con la polica siguindoles, intentando alcanzarles. Lo hemos hecho, declar Sammy cuando el grupo hubo llegado a la estacin de ferrocarril. Nos hemos adueado de la ciudad. Entre la una y las dos de la madrugada la plaza volvi a ser el punto ms interesante. Estaba de nuevo llena de gente. Estaban por un lado los italianos. Doce horas antes, aquellos mismos italianos se haban portado con generosidad, mostrndose hospitalarios: haban tenido que hacer frente a un nutrido cuerpo de extranjeros borrachos y desaliados que ensuciaron las calles, orinaron en sus fuentes y robaron las cajas de sus bares y sus tiendas, a pesar de lo cual no se mostraron ofendidos. Rieron casi sin cesar; les entretena todo aquello. Qu curiosos son los caprichos de esa raza de isleos! Los ingleses, como todo el mundo sabe, estn como cabras. En la madrugada del jueves, los italianos ya no se mostraban amistosos. Les o acercarse a la plaza, rondar por las bocacalles, cantar a voz en cuello, o circular en sus automviles, aporreando las bocinas, recorriendo la plaza, gritando colricamente por las ventanillas. Los ms terrorficos eran los que permanecan de plantn en la plaza. Alcanc a verlos, pero no se les oa. Estaban terriblemente callados, en el centro mismo de la plaza. Los observ desde la entrada de mi hotel los hinchas estaban dentro, en el bar, y pude adivinar sus siluetas amenazantes en la oscuridad. Alguien me dijo que llevaban navajas, estacas, botellas rotas que empuaban por el cuello. Estaban esperando: en un momento u otro, los ingleses tendran que marcharse. Los italianos se haban esparcido desde una punta de la plaza hasta el otro extremo, fila tras fila. No se movan; ninguno de ellos deca nada. En la plaza haba otras personas. Vi soldados, aunque no me haba dado cuenta de la llegada del ejrcito. Anteriormente no haba visto soldados, al menos cuando Sammy encabez el grupo de camino de la estacin de ferrocarril con la polica pisndonos los talones y despus hasta llegar al bar del hotel, bar que, me sorprendi descubrirlo, estaba ya lleno de hinchas hasta la bandera. Estaba repleto, y el ambiente era pegajoso, cargado de humo, con un potente olor a establo. Descubr a Mick, que pareca estar sobrio y que, tras haberse pasado unas cuantas horas en comisara, ya que sin darse cuenta le haba partido una pierna (por dos sitios) a alguien con quien tuvo una disputa, estaba ansioso por saber qu era lo que se haba perdido. Descubr a Roy, el cual tras las hazaas de aquella noche no slo estaba hablando como un ser humano normal y corriente, sino tambin de forma especialmente animada y extrovertida: iba describiendo sus correras por la ciudad a quienes no estuvieron con l. Vi tambin a Tony elegantemente ataviado para la velada y a Gurney, tan repugnante como siempre. Estaba de nuevo entre amigos, y en eso encontr 72
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cierto consuelo. Los mocosos deban de haberse ido a la cama. Poco o nada se habl del partido; nadie expres la menor tristeza por el hecho de que el equipo de sus amores no fuese a disputar la final. Al parecer, la fortuna o el infortunio del Manchester United Club de Ftbol haba sido oscurecida por las preocupaciones ms acuciantes de la noche, por comentarios sobre los italianos que se haban cagado encima. Haba un ambiente de jbilo, un ambiente de merecido descanso tras un buen da de trabajo. Ped una cerveza y me sent en una esquina. Los hinchas estaban espatarrados por el suelo, apoyados contra las paredes, curndose las heridas, sobre todo en las manos, que an sangraban; ms de uno se haba envuelto una mano, o incluso las dos, con la camiseta. A pesar del cansancio el esfuerzo desarrollado para provocar semejantes destrozos en una gran ciudad haba sido muy considerable, la reunin era animada, ruidosa, y abundaban los rugidos de satisfaccin, las barbaridades proferidas a voz en cuello. En la rudeza del grupo se basaba su vitalidad; aqullas eran personas sumamente rudas, comprometidas con esa rudeza, casi como si fuese un estandarte moral. Entre aquellos cuatrocientos hinchas slo haba dos camareras, dos mujeres que difcilmente podran haber tenido un da de trabajo peor. Cuando una de ellas llevaba a una mesa la bandeja llena de botellas de cerveza, como respuesta al imperativo Eh, t, cacho puta, danos de beber, un hincha le sali al paso, se sac el miembro y se lo mene delante de ella. Otro, a la hora de pagar su consumicin, le tir el dinero a los pies. Los hinchas no manifestaban el ms mnimo inters p0r conocer y tratar a gente nueva. No les gustaba nadie que no fuese como ellos. La verdad es que no les gustaba nada. Reflexion sobre los valores de aquel colectivo, y compil una lista: Gustos: Cerveza rubia en pintas. Cerveza rubia en litronas. La Reina. Las islas Malvinas. El Manchester United Club de Ftbol. Margaret Thatcher. Las pelculas blicas. Los goles. Los relojes de marca Rolex. La Iglesia Catlica. Los monos de aviador caros. Ir al extranjero. Las salchichas. El dinero en cantidades industriales. 73
Ese era el punto principal del inventario: lo que ms les gustaba eran ellos mismos, ellos y sus compaeros. En cuanto al inventario de aversiones, llegu a la conclusin de que era bien simple. Era (aparte del Tottenham Hotspur, que era lo ms aborrecido de todo) lo siguiente: el resto del mundo. El resto del mundo es un sitio bien grande, y sus habitantes son en esencia los desconocidos. A los hinchas no les caan bien los desconocidos. Los desconocidos tenderos, empleados del metro de Londres o de British Rail, ancianos que te impiden bajar una escalera, gente que te pregunta por dnde se va a tal sitio, alguien que intenta obtener tu voto, los revisores de los autobuses, las camareras, los miembros del Partido Laborista, la gente que va sentada a tu lado, la gente con la que simplemente te cruzas o tropiezas eran detestables. Y no hay desconocido ms desconocido que el extranjero. El extranjero era lo que ms aborrecan (ni siquiera era admisible que ellos mismos, al ser de Inglaterra y al hallarse en Italia, pudieran haber sido extranjeros). El problema de los extranjeros era el siguiente: eran seres incompletos. Por la razn que fuese, los extranjeros no haban subido todos los peldaos en la evolucin de la especie. Los extranjeros eran seres disminuidos, sobre todo si se trataba de extranjeros de piel oscura, por no mencionar a los extranjeros de piel evidentemente negra que adems se proponen venderte alguna cosa. Esos eran los peores. Y entonces sucedi una autntica calamidad: se haba acabado la cerveza en el hotel. Iba mediada la noche y el hotel haba agotado sus existencias de cerveza. Que no haba cerveza? La noticia fue recibida con una incredulidad muy superior a cualquier otro de los sentimientos expresados hasta el momento. Que no hubiese hotel, que no hubiese entradas para el partido, que pudiera no haberse disputado el partido, de acuerdo: aquello no habra sido nada en comparacin con el anuncio en pblico de que se haba terminado la cerveza. Recibida la noticia, todo el personal heridos, borrachos, comatosos se puso en pie y carg contra la barra. Aquello tom muy mal cariz. Apareci el gerente del hotel, que en tono conciliador les ofreci zumo de naranja. Aquello empeor las cosas. Cuando iniciaron la carga, me rezagu adrede. Estara ms seguro, pens, fuera del hotel. Y fue entonces cuando ca en la cuenta de que alguien haba solicitado la presencia del ejrcito. No tuve ms remedio que advertir la presencia de los soldados que haba en la plaza, porque nada ms salir a la calle uno de ellos me bloque el paso con un rifle automtico, me oblig a darme la vuelta y me arrim contra la pared. Las tropas deban de llevar un buen rato en la plaza. Los carabinieri no haban 74
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tenido ningn xito, ni tampoco la polica antidisturbios, de modo que le haba tocado el turno al ejrcito. Sospecho que no habra ms de un centenar de soldados, pero lo cierto es que representaban un orden de control muy distinto: de pronto nos vimos en medio de un ejercicio tctico de la OTAN. Los soldados vestan uniformes de infantera verde y caqui, de camuflaje, as como recias botas negras, relucientes, y llevaban unas armas de aspecto muy intimidatorio. Adems, haba quince vehculos blindados para transporte de tropas y un tanque. El tanque estaba al otro extremo de la plaza, y apuntaba con el can hacia nosotros. La idea no era ni mucho menos tranquilizadora. Anteriormente me haban apuntado al estmago con una metralleta, y la sensacin no es nada agradable. Nunca me haba visto encaonado por un tanque, aunque era probable que, como el can del tanque apuntaba hacia nosotros, los italianos hubiesen preferido permanecer en la plaza. Pens en quedarme quietecito un rato la pared a cuyo cobijo se me haba conminado ofreca un observatorio razonable para contemplar el desarrollo de los acontecimientos, de modo que me perd la cara que pusieron los cuatrocientos hinchas que haban cargado contra la barra del bar del hotel, y que estaban aporrendola, cuando un coronel del ejrcito, flanqueado por unos cuantos soldados con armas automticas, llam su atencin. El coronel orden que desalojaran el bar de inmediato, y entraron ms soldados a la carrera, pues al parecer eran incapaces de caminar que pusieron a todos en fila india. Lleg Mr. Wicks. Me lo estaba esperando. Haba dado infinidad de vueltas por toda la ciudad, tras nosotros, para darnos una pequea sorpresa que se haba dejado de momento en el asiento de atrs de su coche, pero estaba al tanto de todo lo que haba ocurrido entre tanto. Tena conocimiento de lo ocurrido despus del partido, de los iracundos gritos de los italianos a cubierto en la oscuridad de la plaza, de que se haba solicitado la presencia del ejrcito; saba incluso lo que iban a decir los peridicos italianos a la maana siguiente, pues ya los haba podido ver. Mr. Wicks! Haba terminado por cogerle aprecio, en parte por su ilimitada fe en la humanidad. Cun altas eran sus esperanzas respecto de lo que haba visto salir del avin aquella misma maana! Y aquella noche no estaba cabreado, ni molesto: estaba resignado. Chusma, dijo Mr. Wicks sacudiendo la cabeza, chusma... Esta vez s que la habis hecho buena. Apareci el primero de los vehculos blindados. Era un artefacto de curioso aspecto, a caballo entre un simple tractor agrcola y un tanque de la Segunda Guerra Mundial, camuflado para deambular por una lluviosa jungla tropical. Se abri una escotilla bastante pequea en la parte de delante, y asom un soldado. Result que tambin era de los que estaban ansiosos por cumplir, y nada ms ponerse en pie ech a correr hasta presentarse ante su coronel, que se 75
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hallaba a la entrada del hotel. Hasta entonces no comprend por qu se haba considerado necesaria la presencia de aquellos incongruentes vehculos de transporte. En aquel hotel en concreto slo se hospedaba un puado de hinchas ingleses; el resto se alojaba en otros rincones de la ciudad, algunos en aquella misma plaza, precisamente detrs de los italianos que aguardaban en la oscuridad. Acababa de revelarse una de las ironas de la noche: las autoridades italianas haban optado por proporcionar una escolta armada a los hinchas del United, para cerciorarse de que llegaran a sus hoteles sin ser lastimados por los colricos turineses, deseosos de cobrarse venganza. La presencia del ejrcito se deba a que los soldados iban a transportar a los ingleses a sus camas, de cinco en cinco, agrupndolos dentro de aquellos vehculos blindados. Pero exista un problema: a saber, que muy pocos hinchas ingleses tenan conocimiento de cules eran sus hoteles. Jackie haba intentado a su manera explicar a los hinchas en qu hoteles haban de hospedarse durante su estancia en Turn. El coronel se coloc a su lado, para cerciorarse de que en aquella ocasin nadie pudiera escaquearse. Jackie, satisfecha, ech mano de sus papeles y procedi a pasar lista con voz alta, clara, imperiosa, llamando a los hinchas de uno en uno. Al or su nombre, cada hincha, segn las instrucciones, deba dar un paso al frente, y acto seguido se lo llevaban casi en volandas dos soldados hasta el vehculo blindado que estaba esperndole. Se llen el primer vehculo y sali hacia su destino. Despus, el segundo. Al llenarse el tercero, los hinchas haban vuelto a prorrumpir en sus cnticos de costumbre y enviaban alegremente al Papa a tomar por el culo, si bien Jackie ya no haba quin la parase. Jackie, por fin, se haba hecho con el control de la situacin. Mr. Wicks, entre tanto, haba regresado a su coche, de donde volvi con su sorpresa. Era Mr. Robert Boss. Me sent un tanto decepcionado. Haba empezado a hacerme a la idea de que Bobby Boss no exista, de que era una simple invencin de los hinchas, una fachada muy bien montada gracias a la cual haban podido comprar las entradas, reservar los hoteles, contratar incluso a guas como Jackie, de manera que ellos pudiesen dedicarse con las manos libres a sus asuntos, precisamente a hacer lo que se les haba prohibido expresamente hacer. Pero all estaba el hombre en carne y hueso. Era un sujeto bajo, barrign, calvo, que llevaba una camisa de hilo, blanca, que habra sentado de maravilla a un hombre infinitamente ms flaco. Aunque la noche empezaba a refrescar, Bobby Boss sudaba copiosamente; la chaqueta, que le iba muy estrecha bajo los sobacos, se le haba pegado a la espalda. Tena la frente hmeda, pegajosa, y su piel pareca tener la textura de la tela de ciertos calzoncillos sintticos cuando se mojan. Mr. Wicks result ser una especie de detective, y haba rastreado los pasos de Bobby Boss, hasta dar con l en uno de los restaurantes ms caros de Turn 76
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al fin y al cabo, parte del trabajo de Bobby Boss era descubrir dnde encontrar la mejor calidad, del que se lo llev a rastras sin darle tiempo a terminar de cenar. Aqulla era, me dijeron, la primera ocasin en que Bobby Boss tuvo conocimiento de quines eran sus clientes, las personas a las que embarcaba en aquellos viajes tursticos. Bobby Boss nunca haba tenido la menor intencin de verles la cara; slo por su desmedido afecto a la pasta haba decidido sumarse en el ltimo momento al viaje. Y estaba lamentando aquella decisin; Bobby Boss no pareca feliz, ni mucho menos. Todo el personal quiso fredo a preguntas. Todo el mundo quiso hacerle responsable de los daos y perjuicios, de las incomodidades que haban pasado. Yo tambin quera hacerle algunas preguntas, y decid llamarle por telfono a mi regreso. A mis ojos, Bobby Boss era la personificacin del mal, un explotador de la clase obrera, un chorizo de tres al cuarto, uno de esos hombrecillos que te venden ms entradas de las que tiene, que quiere ms pasta de la que figura en los recibos, un experto en trapicheos de toda ndole. Por qu nos haba dicho a todos que tendramos una localidad de asiento, si ni siquiera compr las entradas? Por qu, si estaba explcitamente prohibida la asistencia de los hinchas del United, les haba vendido el viaje a Turn asegurndoles que podran presenciar el partido? De todos modos, cuando le llam por telfono me encontr con el inconfundible tono de una lnea desconectada. Prob en la gua, prob en informacin. No exista la Agencia de Viajes de Bobby Boss. Busqu Bobby Boss, B. Boss, Robert Boss, R. Boss, prob suerte con todos ellos, y llegu a la conclusin de que Bobby Boss haba hecho las maletas y se haba pasado a otro negocio. Jackie lleg por fin al final de su lista, y el ltimo de los blindados aparc delante del hotel. Los italianos, al otro lado de la plaza, haban empezado a impacientarse visiblemente: se acercaba la hora en que tendran que retirarse a sus casas. Por su parte, Bobby Boss con los pantalones pegados a los muslos se haba enzarzado en una intensa conversacin con Mr. Wicks. No s cmo lo haba conseguido, pero Bobby Boss estaba a un pelo de quitarse el muerto de encima. Haba vuelto a las andadas, estaba tratando de ganarse la voluntad de Mr. Wicks, estaba ofrecindole un descuento en un viaje al prximo mundial de ftbol. Estaba dispuesto a ofrecerle el mejor hotel sin aumentarle el precio. Bobby Boss intentaba desesperadamente congraciarse con Mr. Wicks, pero Mr. Wicks no estaba dispuesto a comprarle nada, ni a dejarse engaar. A la maana siguiente, Mick fue el primero en dejarse caer por la plaza. Era un lugar seguro ya no haba soldados, ni un montn de italianos clamando venganza, y el ambiente no poda ser ms apagado: era la maana siguiente a la noche anterior. Cuando baj a la plaza, Mick estaba dando buena cuenta de un garrafn de ocho litros de vino tinto. Desde entonces he visto unos cuantos garrafones de ocho litros de tinto los llaman matusalenes, pero aqul fue el primero que vi en mi vida. Era gigantesco y poco manejable, pero, segn 77
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Mick, muy barato. No quedaba sino admirar su reciedumbre: deba de tener el estmago hecho de ladrillos. Vi tambin a Clayton. No se haba trado ropa de repuesto, de modo que se debata en la misma pelea con los mismos pantalones, slo que manchados con porquera de los ms diversos colores. No le haba visto la noche anterior: el sueo le invadi a primera hora de la tarde, se perdi el partido y haba despertado aquella maana dentro de una caja de cartn. A eso de las once la mayor parte de los hinchas haban dado seales de vida; era evidente que, a pesar de que el vuelo de regreso estaba previsto para primera hora de la tarde, el da no iba a resultar en s muy distinto del anterior. Pareca difcil que pudiera ser as, pero lo cierto es que todo el personal tena la base adecuada. La cantidad de alcohol que corra por la sangre de todos ellos, antes incluso de que empezasen a beber, era muy considerable: unas pocas horas de sueo no podan bastar para deshacer el trabajo a conciencia de la noche anterior. As que cuando los hinchas fueron llegando al aeropuerto, todos estaban espectacularmente borrachos otra vez. Salieron tambalendose de los autocares, chocando unos contra otros, zigzagueando, cantando a pleno pulmn al entrar en la terminal. Yo estaba cansado, harto. Haba visto ms que suficiente. Pero no tena posibilidad de eleccin: todava me quedaba por ver bastante ms. Cuando por fin salimos de la terminal, uno de los hinchas se haba desmayado. Acababa de llegar al autocar que iba a llevarnos hasta el avin cuando se cay redondo, inconsciente. La tentacin inmediata fue dejarle all mismo. No pareca precisamente sensato permitirle volar en aquellas condiciones: por fuerza iba a marearse, e incluso caba la posibilidad de que se pusiera francamente enfermo. Pero, evidentemente, no era posible, ni aconsejable, dejarlo all tirado. Cuatro soldados lo levantaron en volandas y lo cargaron en el autocar. Entretanto, Mick haba empezado a hacer de las suyas. No tengo ni idea de lo que pudo haber pasado con su botelln de vino tinto. Supongo que se bebi hasta la ltima gota. Se haba pasado a la cerveza, al tamao lata normal y corriente. Una vez fuera de la terminal, a Mick debi de ocurrrsele que sera divertido echar una carrera hasta la pista de aterrizaje. Ech a correr a toda pastilla era un verdadero espectculo hacia el terreno abierto de la pista, y en el aeropuerto entero cundi el pnico. Alguien se puso a gritar en italiano, y diez o doce soldados salieron en pos de un hincha ingls, francamente grandulln, que atravesaba la franja de asfalto en estado de peligrosa embriaguez. Mick se par a pocos metros de la pista y esper la llegada de los soldados, rindose a carcajadas, sealndoles con el dedo. Seguramente pens que an sera ms gracioso que, cuando los soldados llegaran a su altura, echara a correr en una direccin distinta. Ms pnico, ms gritos de apremio, a 78
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medida que Mick desde donde podamos verle, a la sombra de la terminal, era un punto gordo a lo lejos corra trazando crculos, frenticamente perseguido por otros puntos ms pequeos y vestidos de uniforme. De vuelta en Inglaterra, Mick me envi por correo un paquete de fotografas que alguien haba tomado despus que l fue detenido por los soldados. No recuerdo, me escribi Mick, nada de lo que pas. No te parece gracioso? Reflexionando a posteriori, ahora caigo en la cuenta de que all haba bastante ms gente de la que caba esperar. Haba reconocido a alguno de los mocosos de la noche anterior, pero no recordaba que hubiesen venido con nosotros en el avin que nos llev a Turn. Tambin estaba Roy, quien era seguro que no viaj con nosotros en el vuelo de ida. Pero en aquel momento no le di mayor importancia. Tena otros motivos de preocupacin. El primero de ellos haba sido la recuperacin de mi pasaporte. Uno de los hinchas ms jvenes se haba quedado mirndolo, pasmado, cuando inexplicablemente fue a parar a sus manos, junto con su propio pasaporte britnico. La razn de que mi pasaporte se hallase en su poder, y no en mi bolsillo, no era otra que la marimorena que se arm en el control de pasaportes. Una vez los hinchas hubieron pasado a la terminal, desde los autocares que les llevaron al aeropuerto, todos se dirigieron inmediatamente a los mostradores de control de pasaportes. A causa de la bebida ingerida, iban haciendo eses, tambalendose de un lado a otro, aunque tan decididos, pese a todo, que lo primero que se me ocurri fue que el avin deba de estar ya a punto de salir. Pero no era se el caso: habamos llegado con tiempo de sobras y, adems, era un vuelo charter: a santo de qu venan aquellas prisas? Se oyeron gritos reclamando orden, pero fueron abiertamente ignorados. O la voz de Mr. Wicks, elevndose por encima del gritero, requirindonos que formsemos una cola debidamente. En los mostradores de inmigracin y pasaportes haba slo dos funcionarios; el procedimiento normal consista en pasar de uno en uno por entre ambos mostradores. Los hinchas, en efecto, pasaron entre los dos, pero no de uno en uno, sino en grupos de veintitantos a la vez. El aeropuerto de Turn no tiene demasiado trfico, y aquellos dos funcionarios jams haban pensado que hubieran de vrselas con semejante muchedumbre. Hubo un barullo terrible, como de costumbre; la gente fue colndose de costadillo, apretndose unos a otros. Vi a los hinchas ms jvenes a gatas por el suelo. Uno de ellos lleg a pasar por debajo de uno de los mostradores. Una vez estuvimos al otro lado del control de pasaportes, aquella especie de estampida no perdi impulso; al contrario, la masa se dirigi en bloque hacia la puerta de embarque. Las azafatas de tierra que deban recoger las tarjetas de embarque de Monarch Airways estaban mucho ms indefensas que los funcionarios de inmigracin, que pudieron resguardarse tras los mostradores. Despus pasamos ante la azafata que aguardaba en la portezuela del avin. Hasta que encontr mi asiento sospech que era uno de los poqusimos 79
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pasajeros del avin que iban lo suficientemente sobrios para descubrir la correspondencia entre el nmero impreso en la tarjeta de embarque y el nmero de encima del asiento no entend lo que haba ocurrido. No era cuestin de que simplemente y por ensima vez los hinchas ingleses se hubiesen comportado desordenadamente, como borrachos. No: el desorden y la borrachera obedecan a una razn muy clara. Acababa de enterarme de qu significaba ir de gorra. Cuando me agach para colocar mi bolsa de viaje, me di cuenta de que no haba sitio debajo del asiento: por all asomaban un par de pies. Los dos pies, cmo no, estaban unidos a las correspondientes piernas, unidas a su vez, segn descubr al agacharme un poco ms, a un cuerpo humano normal y corriente, al otro extremo del cual me encontr con una cara, una cara conocida, por cierto, con el dedo ndice encima de los labios, indicndome que no dijese ni po. Ech un vistazo por el avin; todos los hinchas estaban la mar de quietos, pero no, segn pude apreciar, porque el avin estuviese a punto de despegar, sino porque estaba a punto de despegar repleto de polizones: iban agazapados bajo los asientos de las ventanillas. No tengo ni idea de cuntos poda haber. Empec a contar polizones, llegu hasta diez y entonces ca en la cuenta de quin iba sentado a mi lado. Era Roy, vestido con su elegancia de costumbre, con un traje de algodn azul claro, con chaleco blanco, zapatos de lona, a la italiana, y un pendiente con un diamante. Despus pens que ms me valdra haberle preguntado cmo se las haba apaado para subir al avin haba conseguido acaso meter a bordo tambin el Mercedes?, pero me qued tan desarmado al verlo sentado a mi lado, que no se me ocurri nada que decirle. Durante aquel vuelo no encontr la manera de conversar con l. Al parecer, sin embargo, mi suerte haba cambiado, pues Roy, aunque anteriormente no haba querido ni mirarme a la cara, tambin haba llegado a la conclusin, segn supe ms tarde, de que despus de todo yo no era un mal to. Tambin Roy haba decidido que yo era un buen colega. A bordo del avin, entretanto, las cosas empezaron a enrarecerse. Las azafatas no sirvieron a nadie ni comida ni bebida, porque se negaron en redondo a recorrer el pasillo: la ltima que lo intent an temblaba de pies a cabeza, despus de un asalto de lucha libre que haba sostenido nada menos que con Mick, el cual se haba pasado al vodka, que beba a gollete de una botella de dos litros, comprada en la tienda libre de impuestos. El combate termin cuando la azafata desapareci de repente tras uno de los asientos, con los pies por encima del respaldo, dando patadas al aire. Las cosas tambin haban empezado a resultar harto confusas, porque dentro del avin iba muchsima gente. Cuando el aparato levant el vuelo, los pies que haba encontrado bajo mi asiento ya no estaban all, y el joven al cual pertenecan andaba buscando un sitio en el que sentarse. En esta bsqueda le acompaaban muchos otros. Me explic que, como no disponan de medio de 80
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transporte para volver a Inglaterra, su grupo haba decidido unrsenos en nuestro charter de vuelta. Aunque no tenan billete ni tarjeta de embarque, haban conseguido colarse en el avin, pero al darse cuenta de que el aparato ira totalmente lleno, tuvieron que esconderse debajo de los asientos. Me pareci cuando menos ingenioso, aunque tambin despert en mi interior algunas dudas respecto de las medidas que habitualmente se toman en los aeropuertos para impedir la actuacin de los secuestradores. Fui incapaz de expresar mis dudas, porque para entonces Roy haba empezado a levantar un buen revuelo. Se haba vaciado uno de los bolsillos del pantaln, en el cual haba tres cosas: un grueso fajo de billetes de veinte libras, un llavero del cual penda una pequea navaja plateada (llevara a bordo el Mercedes, despus de todo?) y un sobre marrn que contena una abundante cantidad de un polvo blanco que Roy procedi a cortar con la navajita. A su alrededor se haba congregado un buen nmero de pasajeros, con los cuales Roy, de natural generoso, haba empezado a compartir su polvo blanco, que iba desapareciendo a gran velocidad por uno de los billetes de veinte libras, prietamente enrollado. Cuando el avin estaba prximo a aterrizar surgi otro problema. De aquellos diez o doce polizones, ni uno solo estaba dispuesto a meterse de nuevo debajo de los asientos, de modo que, con olmpico desprecio por los reglamentos internacionales de aviacin civil, no eran pocos los que iban paseando por el pasillo, de un extremo a otro del avin, incapaces de encontrar un sitio en el cual sentarse, por ms que el avin estuviese ya descendiendo. Una persona que no deambulaba por el pasillo era Mick, sencillamente porque estaba tendido en medio del pasillo. Mick haba abandonado su botella de vodka libre de impuestos, porque Mick se haba puesto malsimo, a morir. Al fin y al cabo, result que Mick no tena el estmago hecho de ladrillos. Llegu a Londres a eso de las ocho de la noche, cansado, hastiado ms bien, hecho un asco. Estaba sucsimo, resacoso, y tena la mente llena de imgenes de la noche anterior. Senta verdadera necesidad de llegar a casa. La escalera mecnica de la estacin de metro de Marble Arch no funcionaba. Mi tren sala en cuestin de minutos. Baj a todo correr las escaleras; unas escaleras largas, empinadas. Delante de m bajaba una pareja de viejos. La anciana ayudaba al que al parecer era su marido, pero se vea que tenan ciertos problemas en salvar los escalones, de modo que bajaban despacio, uno a uno. Los dos se apoyaban en sendos bastones. Y entre los dos ocupaban la totalidad de la escalera. Yo tena muchsima prisa. Empec a murmurar de forma casi inaudible. Venga, qutense de en medio. Y siguieron bajando paso a paso, frgiles, con sumo cuidado. Volv a decrselo: Venga, qutense de en medio. Y entonces fue como si se me encendiese una bombilla: los apart de un empujn hacia un lado, con el dorso de la mano. Los rebas a toda velocidad, y gir la cabeza para mirarlos. A tomar por culo, les dije. A tomar por culo, vejestorios. 81
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La Juventus sigui adelante y pas a la final de la Recopa, que disput contra el Oporto Club de Ftbol, equipo al que venci por dos a uno en el estadio de Basilea, en Suiza. A la temporada siguiente, la Juventus jug la Copa de Campeones de Liga. En la primera ronda se enfrent a un equipo finlands, el Ilves-Kissat, al que elimin por seis a cero. Gan tambin la segunda ronda, y en cuartos de final se enfrent al Sparta de Praga: volvi a ganar la Juventus. La semifinal la disput contra el Burdeos. Hasta la final no volvi la Juventus a enfrentarse a un equipo ingls, por vez primera desde que el Manchester United visit Turn. Aquel equipo era el Liverpool; la final se jug en el estadio de Heysel, en Bruselas. La Juventus gan por uno a cero, con un gol conseguido de penalti. Antes de que empezase el partido fallecieron treinta y nueve personas y resultaron heridas unas seiscientas.
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Sunderland
El superintendente R. McAllister, de la comisara de polica de Wearside, en Sunderland, se mostr encantado de conversar conmigo acerca del problema de la violencia multitudinaria era simple rutina, algo que formaba parte de su trabajo; ahora bien, al percatarse de que yo era norteamericano, se mostr ms interesado en que le proporcionase algunos datos acerca de la violencia multitudinaria en los partidos de ftbol que se celebran en Estados Unidos. Me equivoco, Mr. Buford, pregunt, o se da el caso de que en todos los partidos de ftbol americano hay una localidad de asiento para todos y cada uno de los espectadores? Le asegur que, efectivamente, as era. Entiendo, dijo el superintendente R. McAllister, y se qued pensativo. Para todos?, volvi a preguntar. Para todos, le contest. Entiendo, dijo, y se qued pensativo. Estaba bien claro que intentaba imaginarse hasta mil versiones distintas de Roker Park, el estadio de ftbol de Sunderland, todas ellas con localidades de asiento. Se le ocurri otra pregunta. Me equivoco, Mr. Buford, o se da el caso de que en el ftbol americano, aunque el partido slo dura sesenta minutos de tiempo real, a veces los partidos se prolongan hasta dos o tres horas? Le asegur que, efectivamente, as era. Entiendo, dijo, y se qued pensativo. El superintendente R. McAllister era un hombre tal vez lento de reflejos, pero muy cuidadoso. Le gustaba cerciorarse de haber entendido bien las cosas. Y me equivoco, Mr. Buford, prosigui, o se da el caso de que, aunque los partidos puedan durar hasta tres horas, jams se producen episodios de violencia multitudinaria? La violencia multitudinaria, le asegur, era algo sumamente raro. Mene la cabeza, como si no lo entendiera del todo. Puede que fuese demasiado: miles de localidades de asiento, un deporte violento que poda durar varias horas, y nada de violencia de masas, ni por asomo. Me equivoco, Mr. Buford, continu el superintendente, o se da tambin 83
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el caso de que hay muy pocos agentes de polica en los terrenos de juego en los que se disputan los partidos de ftbol americano? Le asegur que muy pocos. Y, con todo, sigui el superintendente McAllister, no hay problemas? Ninguno. Ninguno?, repiti, aunque no como si no me creyese, sino como si deseara que le diese alguna prueba, alguna informacin estadstica tal vez. Ninguno. El superintendente McAllister mene la cabeza. No dijo nada durante un buen rato. Estaba pensando.
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Manchester
Stretford End (...) es una especie de academia de violencia, en donde los jvenes y prometedores seguidores del equipo pueden estudiar a fondo las artes de la intimidacin. Esta temporada, el club ha instalado una barrera metlica entre los espectadores y el terreno de juego. Recuerda una de esas jaulas formidables, carsimas, que se instalan en un zoo para albergar a los animales que necesita para ser un buen zoo, pero que inspiran cierto temor. Su efecto ha sido la conversin de las gradas de Stretford en algo ms exclusivo que antes, haciendo de sus ocupantes una genuina lite. Observer, 1 de diciembre de 1974 El fin de semana despus de mi visita a Turn tom el tren de Manchester. El Manchester United jugaba en casa contra el West Ham, el equipo del este de Londres; me haban dicho que s, que fuese a ver el partido. Me haban admitido por la sencilla razn de que haba viajado a Italia con los hinchas, por haber estado con ellos cuando se arm la que se arm. Haba sido testigo de una experiencia de una gran intensidad y, al igual que todos los dems hinchas que haban vuelto para contrselo todo a los amigos que no fueron, me encontraba entre los privilegiados, entre los que podan decir que s, que haban estado all. Me dijeron que apareciese a media maana por el Brunswick, un pub prximo a la estacin de Piccadilly de Manchester; si llegaba tarde, debera ir, en cambio, directamente a Yates's Wine Lodge, en High Street. A eso de la una, todos estaran ya en Yates's. Llegu poco antes de las doce y me acerqu al Brunswick, donde me encontr con algunos tos de los que ya haba odo hablar. Estaban el Judo y el Rojo de Berln, y Billy el Tuerto y Donald el Tonto. Donald el Tonto me ense un bote de gas lacrimgeno. Me dijo que siempre viajaba con un bote de gas lacrimgeno. Los deja atontados, dijo, les puedes arrancar los dientes sin que opongan resistencia. 85
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Me fij en un to que se llamaba Richard, al cual reconoc por haberlo visto en Turn. Andaba mirando un sobre lleno de fotografas que haba recogido aquella misma maana en Boots, rodeado por tres o cuatro amiguetes que se haban quedado en casa. Richard, en cambio, haba estado all; me dijo despus que, como se haba ido sin pedir permiso a su jefe, seguramente habra perdido su puesto de trabajo, en una cadena de montaje de no recuerdo qu fbrica de maquinaria pesada. La razn por la que slo poda aventurar que seguramente habra perdido su trabajo fue porque, tres das despus, segua sin haberse pasado por all. De momento no le importaba, ya que se haba convertido en toda una celebridad, pues haba estado en Italia cuando se arm la que se arm. Para Richard, ser uno de ellos era lo mejor que cualquier persona poda llegar a ser. Se puso serio y ligeramente sentimental al hablar de ello. Le cambi el semblante; fue como si se le suavizasen y se le redondeasen los rasgos, y enarc las cejas con verdadero sentimiento. Nos pasamos la semana entera esperando que llegue el sbado, dijo. Es lo que ms sentido tiene de toda nuestra vida. Es como una religin, desde luego que s. As de importante es para nosotros. El sbado es nuestro da de adoracin. Richard quiso explicarme qu significaba ser hincha del Manchester United. Al principio no entend por qu, si por ser yo norteamericano, e ignorar por tanto tales cosas, o por ser el periodista que con suerte iba a contar todo aquello tal cual era en realidad; quiz, quin sabe, quiso explicrmelo por ser yo el miembro que ms recientemente se haba incorporado al grupo. Pero Richard no fue el nico, ya que hubo otros dispuestos tambin a lo que fuese con tal de explicrmelo: queran cerciorarse de que yo lo entendiera todo. Durante todo el da hubo gente que se par a ilustrarme, a definirme, a comentarme en qu consista el ser uno de ellos. No recuerdo haberme topado nunca con nadie que tuviese la conciencia tan exacerbada respecto de su propio status, nadie con tal grado de inters por saber cmo le vean los dems. Eran integrantes de algo exclusivo un club, un culto, una empresa, un fenmeno cultural, o como se le quiera llamar, y tenan en altsima estima su exclusividad. Estaban acostumbrados al sencillo hecho de que el mundo entero estuviese plenamente interesado por ellos; estaban acostumbrados a tratar con los periodistas y los reporteros de la televisin de una manera que sera asequible a muy pocas personas, por ms cultivadas que estuviesen en el trato con los medios de comunicacin. Por absurda que pareciese la idea, crean estar implicados en un momento histrico: estaban convencidos de que iban a pasar a la historia. Y como ya no tenan que ocultarme que lo suyo era la violencia, como ya podan prescindir abiertamente de la ficcin de ser todos ellos buenos aficionados, forofos enamorados de sus colores, todos queran explicarme los detalles. Este giro de los acontecimientos me coloc en una difcil situacin. Qu se 86
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supona que deba hacer yo con todo lo que me estaban contando? Me senta incmodo ante la sola idea de ponerme a tomar notas en mi cuaderno delante de todo el mundo. De sobras saba que no poda sacarme de la manga una grabadora: algo tan descarado habra acabado de golpe con la confianza que exista entre nosotros. En qu me haba convertido? Era slo un reportero, o me haban admitido genuinamente en el grupo? Caso de que me hubiesen admitido, debera explicarles explcitamente que me propona escribir ms adelante sobre las mismas personas que me haban tomado por amigo? Retrospectivamente, creo que mi confusin, el haberme sentido inseguro respecto de mi papel, fue un claro sntoma del funcionamiento de este tipo de grupos del modo en que te absorbe, te ofrece su respaldo y da por descontada tu lealtad, pero resolv el problema de la forma ms simple: lo evit. Termin disculpndome cada dos por tres para ir a los lavabos; me sentaba en uno de los cubculos, echaba el pestillo y, confiado en la intimidad de un sitio cerrado, garrapateaba sobre el papel todo lo que me haban referido. Y aquel da fueron tantas las cosas que me contaron, que tuve que desaparecer con una regularidad harto considerable no caben tantas cosas dentro de la cabeza y termin por reconocer que andaba con el vientre algo suelto. Al salir de una de aquellas visitas a los lavabos descubr a un to que era exactamente el vivo retrato de Keith Richards. El parecido era asombroso. Adems, no es que fuera como Keith Richards en cualquier poca de su vida; era el Keith Richards de la peor etapa. Tena el mismo rostro alargado, demacrado, correoso; la misma desenvoltura que da la drogadiccin; fumaba sin parar; tena, en fin, ese aire aturdido, exhausto, del que se ha pasado mucho tiempo abusando de su propio cuerpo. Tambin haba estado en Italia, pero yo no recordaba haberlo visto all. Esto tena fcil explicacin, me dijo: se haba pasado todo el partido sentado al pie de la escalera, con la cabeza entre las rodillas, vomitndose encima de los pies. Me ense las botas, en las que an se vean los restos resecos, apegotados, de la porquera que en aquellos momentos haba contenido su estmago. Ponerte a limpiarlas sera una chorrada, le dije. El doble de Keith Richards pareca estar desconcertantemente cohibido. Saba de sobra qu era lo que un periodista esperaba de l; saba que su aspecto no era ni mucho menos engaoso. Trabajaba en una fbrica de jabn en polvo. El retrato robot de un hooligan, a que s? Trabajo durante toda la semana en un sitio de lo ms aburrido, dijo. El sbado por la tarde estoy que me muero por salir. Asent y sonre, supongo que como un bobo. Tena razn: los desheredados y todo eso. Hizo un gesto burln. Un gesto maravillosamente burln: arrogante, bien compuesto, lleno de veneno. As que... t qu crees que es lo que nos hace tiln?, pregunt. Si no nos 87
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lo montamos aqu, sigui sin esperar a que le contestase, en los partidos de ftbol, terminaramos por montrnoslo en cualquier otra parte. Terminaramos por montrnoslo los sbados por la tarde directamente en el pub. Debe de ser algo que llevamos en la sangre, no te parece? Tena una intensa mirada de desprecio, slo que bastante ensayada. Le pregunt qu era aquello que llevbamos en la sangre. La violencia, me contest. Eso es lo que llevamos en la sangre. Lo nico que pasa es que hace falta una causa. Hace falta una forma aceptable de darle salida. Y lo de menos es cul sea esa forma. Vale cualquier cosa. Es casi una excusa, pero tiene que salir por fuerza. Todos la llevamos dentro. A Keith Richards lo interrumpi Robert. Era el que haba llegado desde Niza a Turn en taxi. Era tambin el que se haba dedicado a contarle a todo el mundo, en Italia, que yo era un agente de la CIA: tan tremenda era la amenaza que para la estabilidad internacional suponan los hinchas del Manchester United. Robert haba llegado a la conclusin, posiblemente slo de forma provisional, de que yo trabajaba para la CIA, aunque no estaba seguro del todo; a pesar de los pesares, yo le haba parecido un buen colega. Robert era un irlands alto y bien parecido; no era capaz de tomarse en serio casi nada, al menos durante un buen rato. Haba prestado atencin a lo dicho por Keith Richards sobre la violencia, y le pareci que sonaba demasiado ardoroso. Todo eso es cierto, dijo, pero hay que fijarse tambin en lo que tiene de divertido. Nadie se puede dar a la violencia sin tener sentido del humor. Alguien dijo que ya era la una, y se acord unnimemente que iba siendo hora de ir a Yates's. Hecho el anuncio, el pub, que estaba de bote en bote, se vaci en cuestin de segundos. Me encontr con Mark, el ingeniero de British Telecom a quien tambin haba conocido en Italia. Estaba en disposicin de filosofar. Llevo aos viniendo al ftbol, dijo, y an no me atrevera a poner el dedo en la llaga. Mark haba intentado describirme la esencia de todo aquello. Para la mayor parte de los chicos, deca Mark, esto es todo lo que tienen. Hizo un gesto con el mentn, cuando salamos por la puerta, en direccin a un grupo de hinchas cuyo rasgo en comn, he de reconocerlo, era un aspecto de increble estupidez, de estupidez posiblemente nica e irrepetible. A lo largo de la semana, sigui explicando Mark, no son nadie, ests de acuerdo? Y de pronto, cuando vienen a ver el partido, todo cambia por completo. Se sienten unos tos imponentes. Mark daba a entender que l mismo, con su formacin cualificada, sus perspectivas de medrar en su profesin, de gozar de una pensin en su vejez, por no hablar de su esposa y de la familia que pronto iba a fundar, era distinto: que l s que era alguien. Pero al margen de ser alguien o de no ser nadie, la experiencia no tena para Mark menos intensidad. De cuando en cuando, dijo, e incluso para m, hay algo 88
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espectacular, algo que despus hace que te sientas distinto. El partido contra la Juventus fue una de esas experiencias que slo se tienen una vez en la vida. Y describi lo de Italia. Te acuerdas de cuando entramos en el estadio? Todo el mundo se puso a tirarnos de todo: botellas, latas de cerveza, piedras, naranjas, de todo. Ves esta cicatriz que tengo en la frente? Un italiano me dio un golpe con el palo de una bandera. No ramos ms que doscientos, y ramos nosotros solos contra todos ellos; no tenamos ni idea de lo que iba a pasar. Qu cantidad de sentimientos distintos: el miedo, el cabreo, la emocin... Yo nunca he sentido nada igual. Y eso lo sentimos todos, y cada uno de nosotros sabe que ha estado en algo verdaderamente importante, algo muy slido. Despus de una experiencia como sa, sabemos que no nos vamos a separar. Nunca nos separaremos. Ya somos compaeros de por vida. Nunca me olvidar de todos estos tos. Nunca me olvidar de Sammy. Mientras siga viviendo, me sentir agradecido de poder decir que le conoc. Es un to increble. Tiene un sexto sentido, y gracias a eso no le pillan nunca; sea como sea, sabe perfectamente cundo se va a armar una bien gorda, y entonces siempre da la cara, en primera lnea. Si hubiese una guerra, Sammy sera de los que vuelven del frente con todas las medallas. Sera todo un hroe. Tiene gracia, verdad? A Sammy podran meterlo entre rejas durante muchos aos, slo con que supieran la mitad de las cosas que ha hecho, pero si hiciese esas mismas cosas en una guerra, su fotografa saldra en todos los peridicos. El Yates's Wine Bar era a la vez un pub y un caf. Cuando entramos, haba un hincha sentado en una mesa, cantando Manchester, la-la-la, Manchester, lala-la. Nadie le hizo ni caso; a pesar de sus payasadas, el ambiente era moderado. Lo que pasa, Mark segua explayndose en sus explicaciones, es que todo esto a la violencia le da un propsito. Nos convierte en alguien. Y es que no lo hacemos por nosotros: lo hacemos por algo ms importante: lo hacemos por todos. La violencia es por los chicos. Mark me invit a una pinta, pero no nos quedamos demasiado tiempo en Yates's, y ni siquiera me termin la cerveza cuando me di cuenta de que el personal haba empezado a desfilar por la puerta. Me salud Steve. Mark haba dado en el clavo al comentar que el ftbol constitua un medio de dotar de significado a la vida de los aficionados, una vida que de otro modo carecera de sentido y habra estado vaca; sin embargo, muchos de los hinchas tenan la vida considerablemente bien resuelta, por lo menos en lo financiero: tenan dinero de sobra, aparte de la perspectiva de seguir ganando ms dinero. Steve era uno de esos casos. A sus veintids aos, tena televisin en color, una cmara fotogrfica de las caras, vdeo, coche, furgoneta, un equipo de sonido... Estaba casado su mujer era peluquera y estaba a punto de terminar de pagar la hipoteca de su primera casa. Viva en 89
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una de esas ciudades ajardinadas del cinturn verde de Londres, al sur. Al igual que Mick, era electricista, slo que trabajaba por cuenta propia y tena muy bien su negocio: dispona de abundante informacin sobre los flujos del mercado y sobre las triquiuelas fiscales, y saba de sobra cmo lidiar con los inspectores de hacienda. Tena sus propias opiniones sobre casi todo lo opinable, y las expresaba con amabilidad. Steve iba en aquel minibs matutino en el que viaj hasta el aeropuerto de Manchester. Yo haba pasado bastante tiempo en su compaa. Lo cierto es que, durante un tiempo, me desviv por estar en compaa de Steve, aunque slo fuese porque, al ser un to inteligente y capaz de expresarse, se estaba a gusto con l; adems, siempre pens que sera capaz de revelarme ms datos acerca de por qu l precisamente l, se senta atrado por aquella clase de violencia. Si en el Daily Mail hubiesen tenido que dar un ejemplo del chaval de veintids aos con la vida resuelta, podran haber presentado a Steve sin ninguna complicacin. Adems, haba que tener en cuenta el lenguaje que utilizaba. Le habl de Sammy, y Steve contest: Ah, s, el bueno de Sammy. Hace una pila de tiempo que trato a Sammy. Le habl de Roy, y Steve contest: Ah, Roy. Hace aos que conozco a Roy. Steve no tena ms que veintids aos, pero aquellas observaciones eran las de un viejo: hablaba como habra hablado su padre. Y al hablar de la violencia, era como si hubiese estado calibrando los problemas de marketing propios de un pequeo negocio. La nuestra es una de las mejores empresas de todo el pas; a medida que avances en tus investigaciones, ya te irs dando cuenta de que muy pocos clubes disfrutan del apoyo que tiene el Manchester United sbado a sbado. La ltima vez que jugamos contra el West Ham, en Londres, nuestros chicos llenaron tres convoyes de metro enteros. Imagnatelo: tena que haber unas dos mil personas al menos, dos mil personas que haban ido a Londres procedentes de todo el pas, con el nico propsito de derrotar a los del West Ham. Te hablo de cifras muy considerables. Slo que al final no pas nada. Para aquel ltimo encuentro del Manchester United contra el West Ham se haban hecho infinidad de preparativos: se haban contratado autocares, se haban trazado complejas rutas por la ciudad para esquivar los controles policiales, y las horas de llegada se haban ido escalonando, para que no todo el mundo apareciese en masa. Nuestro nico problema, dijo, es un problema de liderazgo. Tenemos demasiados lderes, y al final es como si no tuvisemos ninguno. Siempre terminamos por dispersarnos o por dividirnos. En el West Ham, en cambio, tienen a Bill Gardiner; a Bill le conozco desde que era as, ya le vers esta tarde. Siempre es el primero en dar la cara, flanqueado por sus lugartenientes, con el resto de la pea cubrindole las espaldas. Y lo que dice Bill va a misa, te lo aseguro. Es el mandams. Ya no se mete demasiado en las refriegas; cuando se 90
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arma, tiende a dar un paso atrs y desaparece entre la muchedumbre, porque no puede permitirse el lujo de que lo detengan. Problemas de liderazgo, organizacin, cifras considerables, una estructura de mando bien ordenada jerrquicamente... El lenguaje tecnocrtico no sirvi para disimular que Steve me estaba hablando de una algarada que implicara a varios miles de personas. De cuando en cuando poda colarle un por qu? o un cmo?, pero Steve se limitaba a responder que supongo que as es la naturaleza humana, u optaba por el socorrido no lo s, la verdad es que nunca me he parado a pensarlo, y acto seguido describa alguno de los problemas tcticos concretos. Y en este sentido tena concepciones muy desarrolladas. Su queja elemental era que la violencia futbolstica surga de una organizacin tan coherentemente estructurada que las autoridades debieran dejarla en paz. Los miembros de cada una de las empresas conocan bien a los de todas las dems sin vacilar ni un instante, Steve poda repasar de cabo a rabo a los lderes del Chelsea, del Tottenham, del Arsenal, del Millwall y del Nottingham Forest y, en el mundo ideal en que vivan, deberan estar en condiciones de combatir unos contra otros sin ninguna clase de estorbos innecesarios. Sabemos quines son; ellos saben quines somos. Sabemos qu quieren: quieren liarse a hostias con nosotros, y nosotros queremos lo mismo. Era simple cuestin de libertad y responsabilidad: libertad de causar tantos perjuicios a los otros como pudiesen aguantar, y responsabilidad de cerciorarse de que nadie ms se metiera en el ajo; no sin cierto orgullo, Steve coment haber visto una batalla campal en un gradero que se interrumpi momentneamente para permitir el paso a una mujer que iba con un nio en brazos, tras lo cual se reanud. Steve culpaba de todos los problemas a la propia polica. La polica se lo ha montado tan bien, dijo, que ahora estamos muchsimo ms maniatados que antes. Ya no disponemos del tiempo que tenamos antes. En cuanto empieza una pelea, os rodean de inmediato con los caballos y los perros. Por eso ha echado mano todo el mundo de las navajas. Supongo que podr parecer una estupidez, pero como la polica se lo ha montado tan bien, ahora tenemos que ir directamente al grano, y causar tantos daos como podamos y en el menor tiempo posible, y claro, la navaja es el instrumento ms eficaz para hacer dao rpidamente. De hecho, las peleas a navaja por la falta de tiempo, son cada vez ms simblicas. Cuando alguien se lleva un navajazo, el bando contrario lo considera una importante victoria. Si la polica no se lo hubiese montado tan bien, no habra ni un navajazo. Todo el mundo iba saliendo de Yates's. Steve dijo que era hora de ponerse en movimiento, y le segu a la calle. Hablar con Steve fue una curiosa experiencia. Todo era exactamente como no debiera ser. La polica era perniciosa por habrselo montado tan bien. Los navajazos eran beneficiosos por 91
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tener un gran potencial de resultar muy perjudiciales. La violencia era positiva por estar tan bien organizada. La culpa de la violencia no la tena la gente que la provocaba, sino quienes intentaban impedirla. En s mismas, eran curiosas afirmaciones, dignas de ser tenidas en consideracin. El punto inslito de todas ellas era el modo en que las presentaba Steve. Era un to racional y con don de palabra; se haba dedicado a pensar con detalle en los problemas que habamos comentado, aunque no haba considerado las ltimas implicaciones de todo ello, es decir, que se trataba de una conducta social desviada, de ndole gravsima, que entraaba daos y perjuicios de todo tipo para las personas y para la propiedad privada. No creo que llegase a entender esas implicaciones; no creo que las hubiese tenido por vlidas. Todo el mundo sali de Yates's y enfil High Street. Habra ms o menos un millar de personas, paseando por all como si no pasara nada, con las manos en los bolsillos, mirando al suelo. Se trataba de dar el pego, como si uno no tuviese nada que ver con ninguna multitud, como si uno pasara casualmente por all, pero al mismo tiempo que un millar de personas hacan exactamente lo mismo. El siguiente tren de Londres tena que llegar a la 1.42, en cuestin de minutos, y se saba que la empresa del West Ham viajaba en ese tren. La empresa del Manchester United se haba propuesto salirle al paso, y haba trazado el plan correspondiente. Desde Yates's, High Street bajaba directamente hasta la rampa de la estacin de Piccadilly; a una hora acordada de antemano, todo el mundo iba a echar a correr hacia la rampa, para entrar en el vestbulo de la estacin y atacar a los hinchas del West Ham nada ms saliesen del andn. Me pareci que era un plan extravagante, slo que, si pudiera en efecto llevarse a cabo, resultara espectacular, en el sentido en que resulta extraordinario un espectculo que se puede contemplar. Intent acordarme de la estacin. Por la maana, cuando llegu, haba policas de ronda, aunque no en cantidad suficiente para detener la entrada en masa de un millar de hinchas, con el impulso que podran ganar al bajar High Street a la carrera. Eso era exactamente lo que me haban descrito: que todos cargaran al unsono contra la rampa de acceso a la estacin, a toda velocidad. Me acord de los suelos relucientes una persona estaba fregando el vestbulo y me imagin la pelea que estallara all dentro. Por la razn que fuese, me form una vivida imagen mental de la sangre. Una sangre de color rojo intenso, que formara un charco espeso, ms extenso cada vez, gelatinosa, sobre el suelo blanco y reluciente. Una imagen que no me pude quitar de la cabeza. Pensar en el plan fue algo que me quitaba el aliento en el genuino sentido de la expresin, ya que not que a causa de la ansiedad respiraba con dificultad , pero tambin me result emocionante. No quera perdrmelo por nada del mundo, y me propuse estar tan cerca como me fuese posible de la primera lnea de choque. Quera experimentar plenamente todo aquello. 92
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Apareci un coche de polica; hizo un alto y desapareci. No me cupo ninguna duda de que la polica saba perfectamente lo que se estaba cociendo, y me sorprendi que no se Redara. No se vea ni un solo uniforme. Pas otro minuto sin que ocurriese nada. La calle estaba llena de gente que haba salido de compras, como cualquier sbado por la tarde: familias, seoras mayores cargadas con bolsas de Sainsbury's, sin que nadie pareciese darse cuenta de la naturaleza de lo que estaba a punto de desencadenarse. Un minuto ms y los hinchas fueron ocupando el centro de la calzada. Todos mantenan la estudiada actitud de hacer como si all no pasara nada, pero ya era muy difcil seguir fingiendo. A medida que fueron unindose unos a otros los grupos de personas, empez a formarse una multitud que, en medio de High Street, en seguida empez a llamar la atencin. La muchedumbre bloque el paso de los autobuses, y el trfico empez a colapsarse. Alguien toc el claxon. Me encontr de golpe en medio del grupo, y no era all donde quera estar, de modo que intent avanzar hacia las primeras filas, pero ya era tarde. La masa empez a moverse en direccin a la estacin. Al principio, al paso, sin prisas. Me di cuenta de la confianza general que reinaba en aquellos momentos, convencidos todos de que el plan iba a salir a pedir de boca. El paso fue acelerndose gradualmente. Aument de velocidad un poco ms. Alguien empez a cantar: Matar, matar, matar. El cntico fue al principio un susurro, como si se entonase con cierto reparo. Luego fueron sumndose ms voces. El paso se convirti en un trotecillo, en un trote ms rpido y, poco despus, en una carrera. Alguien derrib a una seora mayor; dos bolsas llenas de comida se desparramaron por la acera. Segua sin estar presente la polica. A mitad de camino el grupo iba ya a la carrera: mil personas, corriendo a todo correr, cantando a voz en cuello Matar, matar, matar. Procur calibrar qu era lo que me esperaba. El tren de Londres ya habra llegado, caso de ser puntual, aunque tambin caba la posibilidad de que se hubiese retrasado y de que entrsemos a saco por las puertas de la estacin para encontrarnos el vestbulo vaco. Ahora bien, si en efecto haba llegado a tiempo, los hinchas del West Ham en esos momentos habran salido de los andenes y estaran en el vestbulo, en la sala de suelo reluciente en el que segua viendo un espeso charco de sangre que empezaba a coagularse. No alcanc a ver quin encabezaba el grupo, ni qu haba all delante. Iba rodeado por los cuatro costados, y me fue imposible rebasar a nadie, pero debamos de estar ya a pocos metros de la entrada. Les iba a salir como haban previsto, pens. Estaba a punto de ocurrir. Faltaban slo unos segundos. Y de repente algo se torci. Tropec de bruces contra el que iba delante de m: me hice dao en la nariz. Se haba parado en seco y haba girado sobre sus talones con la rapidez de un personaje de dibujos animados; las piernas 93
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obedecieron su impulso de rotacin, pero la inercia de la carrera desplaz hacia delante el resto del cuerpo. En el rostro se le haba pintado una intensa expresin de pnico, y manoteaba como un poseso, agarrndose a todo lo que encontr a mano, a m, al que iba detrs de m, a la barandilla. Los ojos se le salan casi de las cuencas de puro miedo. Desesperado, haba intentado volver sobre sus pasos, bajar por la rampa. Y los otros hicieron igual. Me desplaz la fuerza de los que iban por delante, y tuve que concentrarme en no perder el equilibrio. No s qu pas; casi ni pude pensar, porque a rengln seguido bamos todos corriendo como almas que lleva el diablo. Alguien gritaba Perros! Perros! Perros!. No lo entend. Un momento antes cantaban todos Matar, matar, matar a voz en cuello; de pronto, todos chillaban Perros! Perros! Perros!. En el momento en que llegu al final de la rampa entend lo ocurrido. La polica en todo momento haba estado al tanto de lo que estaba ocurriendo, y se limit a esperar. Haban calibrado con precisin el momento de intervenir; haban colocado a dos policas que sujetaban a sendos perros de la correa al otro lado de la entrada. Cuando los primeros hinchas rebasaron las puertas, se encontraron con dos pastores alemanes con cara de pocos amigos, dispuestos a saltarles al cuello. Slo dos policas, con dos perros no haba ms , bastaron para que se batiera en retirada un millar de personas decididas a dar sobrada muestra de la violencia de que eran capaces. Los policas que llevaban a los perros de la correa echaron a correr por la rampa. Uno de los hinchas cay al suelo, y el polica dej que el perro le mordiera. Reconoc al polica: un hombre grande y robusto, con una barba digna del Antiguo Testamento, a quien ya haba visto en otros viajes a Manchester. Aqulla era su especialidad, y se la saba al dedillo. Tir del perro para dejar en paz al hincha, tendido en el suelo, y se abalanz sobre otro que acababa de caer, para dejar que el perro lo acometiera y le desgarrase con bastante ruido una de las mangas. Y volvi a repetir la operacin. Los hinchas se haban separado, esparcindose en todas direcciones. Llegaron ms policas, aunque no demasiados. El espectculo estaba a cargo de los encargados de los perros. Segu corriendo tan deprisa como pude haba decidido no formar parte de la carnicera y por eso me perd la aparicin de los hinchas del West Ham. No me fij en ellos hasta que llegaron al pie de la rampa de acceso. Seran unos quinientos. Haban avanzado en tres columnas. En cuanto llegaron a High Street, formados, hicieron un alto. Al frente iba un hombre de gran estatura, ancho de hombros, de unos treinta y cinco aos: Bill Gardiner. Se cruz de brazos, con los pies bien separados, y esper. A su lado estaban sus lugartenientes, que haban cruzado los brazos, con los pies bien separados, y esperaban. Todos vestan igual: vaqueros, cazadoras de cuero, camisetas. Muchos tenan la misma cicatriz en la cara: un arco de bordes aserrados en la 94
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mejilla, la cicatriz de un navajazo. La gente que iba de compras y los coches se haban esfumado; los hinchas del West Ham permanecieron esperando en medio de la calle. Algunos empezaron a tirarles piedras y botellas proyectiles que surcaron los aires desde los distintos rincones en que se encontraban los hinchas del United, y los cristales estallaron alrededor de los que estaban al frente. Nadie contrajo ni un msculo. Todos siguieron plantados hasta que la polica hubo desperdigado a todos los hinchas del United. Y as termin todo. Llegaron policas a caballo y escoltaron a los hinchas del West Ham hasta el campo; eso fue todo. Sin embargo, segn las reglas establecidas, los del West Ham haban humillado a los seguidores del Manchester United. El lenguaje abundante, como siempre, en metforas militarestiene su importancia: la empresa del este de Londres haba entrado en la ciudad de Manchester y la haba tomado. Haban dejado bien claro que estaban en condiciones de tomarse todas las libertades que les diese la gana. Haban entrado en la ciudad como si les perteneciese de toda la vida. Fui hasta Old Trafford en compaa de los hinchas del United. O alguna que otra recriminacin. Nos han humillado, dijo uno. Se van a rer de nosotros en cuanto vuelvan a Londres. Qu gilipollas!, dijo otro. Tenan que ponerse a cantar cuando subieron por la rampa. Tendramos que habrnoslos merendado. Desde luego que s. Pero no te diste cuenta de que nos estaban esperando?, dijo otro, refirindose al majestuoso momento en que Bill Gardiner aguant a pie firme, flanqueado por sus tropas. Estaban esperando a que cargsemos contra ellos. Pero no se atrevi nadie. Estbamos todos desperdigados. Estas cosas no pasan en el extranjero. Por ah s dejamos bien claro de qu pasta estamos hechos. Desde luego, no pas en Italia. Ni en Luxemburgo. En Espaa, slo cuarenta de los nuestros nos podramos haber cepillado a quinientos hijos de puta como sos. Por qu cojones no hemos podido hacerlo? Qu pasa con nosotros? Hubo escaramuzas durante todo el da: en los alrededores del campo, antes del partido y despus que hubo terminado. Un tranva una Old Trafford con la estacin de Piccadilly, y la polica hizo subir a l a los seguidores del West Ham. Sammy, que se saba la rutina, haba reunido a un centenar de sus soldados y los haba llevado a una de las paradas del tranva. Entraron a la carga por las escaleras de la estacin cantando Manchester, la-la-la, Manchester, la-la-la a voz en cuello. Al acercarse el tranva, Sammy se abalanz sobre las puertas y las 95
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abri a la brava, con las manos. Y se apart. En la estacin, el ruido era ensordecedor. No haba demasiados policas; a lo sumo, tres o cuatro dentro del tranva, incapaces de salir. Venga, venga, gritaba Sammy delante de la puerta, esperando que los hinchas que le haban acompaado le siguieran. Venga, ya los tenemos, pero nadie le hizo caso. Sammy se dio la vuelta, colrico, incrdulo al verse solo delante del tranva. A qu estis esperando? Las puertas se cerraron, y el tranva sigui su camino. Haba pasado el momento. No fue significativo, creo, salvo para m, y slo en un aspecto. Antes de que parase el tranva, Sammy se haba dado la vuelta y haba pasado revista a los hinchas que le haban acompaado. Los cont mentalmente, uno por uno, mirndolos a todos a los ojos. Me incluy en su recuento. Sammy sacudi la cabeza y solt un improperio, al comprender que haba cometido un error. Me volvi a mirar, fijamente, dando por hecho que contaba conmigo. Y eso me complaci. Creo que yo no saba lo que estaba haciendo.
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Segunda parte
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prevalece la clase media; se encuentra en East Anglia. Tiene cierta fama por su arquitectura georgiana y su talante eminentemente rural; haba decidido de antemano que, despus de la reunin en la discoteca, iba a quedarme all a pasar la noche. Slo que ms o menos alrededor de la medianoche result evidente que lo que yo haba planeado por mi cuenta y lo que otros tenan planeado para m no coincida en modo alguno. Ms o menos a medianoche me encontr en la plaza del mercado, zarandeado contra una farola, mirando a los ojos de un joven llamado Dougie. Dougie, que ms o menos tendra mi estatura, haba agarrado con ambas manos una buena cantidad de mi camisa, de algodn, de tal manera que me vi obligado a permanecer de puntillas; de cuando en cuando, para subrayar ms an las frases en las que quera hacer especial hincapi, me levantaba en vilo y me empujaba, golpendome de espaldas y con la cabeza contra la farola. A que te gusta el National Front, eh?, me deca Dougie, alargando la pregunta para que concordarse plenamente con el doloroso ritmo a tenor del cual me levantaba en vilo, me empujaba y me golpeaba la cabeza. S, Dougie, le dije. Me gusta mucho el National Front. Pero lo que de veras importa, dijo Dougie, es que somos nosotros los que te gustamos. Hizo una pausa. No es as? Me levant en vilo. Empujn. Golpe. S, Dougie, de verdad que me gusta muchsimo el National Front. Cada vez me fascinaba ms el tatuaje que llevaba Dougie en la frente, justo en el medio: una pequea pero muy detallada cruz gamada de color azul. Y [en vilo] vas a escribir cosas bien majas [empujn] sobre todos nosotros, verdad? [golpe]. Dougie se haba ido convirtiendo en un problema. La velada tena que haber sido una sencilla salida de sbado por la noche, muy placentera: una fiesta entre un grupo de amigos, para celebrar la inauguracin de la sede del National Front en Bury St. Edmunds, junto con la celebracin del vigsimo primer cumpleaos de uno de los miembros. La fiesta la haba organizado personalmente Neil, recin elegido presidente. Para Neil, el acontecimiento no poda tener mayor importancia: era su primera fiesta con el National Front, y de Londres llegaran algunos miembros de la ejecutiva del partido para enjuiciar su actuacin. Existan normas determinadas para celebrar tales acontecimientos, y Neil haba trabajado a fondo para cerciorarse de que todo saliera como era debido. Por ejemplo, haba que lograr un ambiente especial entre los militantes del partido. Era esencial, siendo presidente de una seccin local, no permitir que los chicos se excitasen en demasa y demasiado pronto. Cualquier presidente de una seccin local saba que eso no es lo correcto. El presidente deseara, claro est, que los suyos se excitasen en demasa una masa frentica y enfebrecida puede resulta muy til, pero slo brevemente y ya al final, poco antes de la hora de cierre. Era incluso permisible 99
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que algunos se arrebatasen y se pusieran un poco violentos una cierta violencia era, en efecto, ms que aceptable, pero siempre slo al final. De ocurrir tal cosa antes, la polica tendra que visitar el local. Se me dijo que exista un tcito entendimiento con la polica de Bury St. Edmunds: sus agentes no estaban interesados en tener que visitar el local. Dougie, ahora bien, se haba excitado en exceso y demasiado temprano. Por si fuera poco, no es que Dougie se hubiese puesto un poco violento, sino muy violento. Dougie se haba convertido en un problema. Y resulta que el susodicho problema me tena agarrado por el cuello. Dougie presentaba un problema adicional: a saber, su parentesco con el nuevo presidente de la seccin local. Dougie era el hermano de Neil. Haba conocido a Neil y a Dougie en un partido del Cambridge United. Los dos eran hinchas del Chelsea, y el partido en el que nos conocimos constituy la segunda ocasin en la historia en que el Chelsea hubo de visitar Cambridge. Despus del primer partido haban ocurrido tales incidentes los hinchas del Chelsea se haban apoderado de Cambridge, que incluso se alzaron voces en pro de la desaparicin del equipo del Cambridge y de la prohibicin de disputar ms partidos de ftbol en la ciudad. Era muy probable, pues, que ocurrieran incidentes en el segundo partido, de modo que me empecin en colocarme en el lateral del campo que ocupaban los seguidores del Chelsea. De camino al campo tropec con un chico que haba cado de bruces sobre el cap de un coche cuando cruzaba la calle tambalendose. Sangraba por la garganta, que alguien le haba cortado con una botella rota. Vi ms peleas en Newmarket Road. Vi arrancar de cuajo una cerca, para utilizar sus barrotes como armas. Haba bandas de chicos, de seis o siete cada una, campando por sus respetos; a cada rato apareca una nueva, que sala a escape por una de las bocacalles. Entr en las gradas reservadas para los hinchas del equipo rival y termin siguiendo a un skinhead; era un tipo grandulln, musculoso, vestido con una prieta camiseta blanca, con bceps carnosos. Despus me enterara de que se llamaba Cliff, nombre que as, sin ms, sin adornos, sugera una vaga sensacin de peligro y pareca totalmente apropiado.9 La moda de los skinheads haba pasado ya haca tiempo, y all, en medio de la multitud, Cliff destacaba como una anomala nostlgica, si bien tena un talante y un aspecto tan agresivos los reglamentarios tirantes negros, las pesadas botas negras, los bolsillos llenos de monedas de dos peniques (con los bordes afilados de antemano), para arrojarlas contra los hinchas del Cambridge que resultaba la persona ms obvia con la que trabar relaciones. Una vez concluido el encuentro le segu por las inmediaciones del estadio. Se puso a pedir desvergonzadamente a fin de conseguir el dinero suficiente para el viaje de regreso, de modo que le di unas monedas sueltas y me present.
9 Cliff, diminutivo de Clifford, significa acantilado, precipicio. (N. del T.)
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Quiso saber por qu me haba fijado precisamente en l. No supe qu contestarle. Y fue entonces cuando seal la chapa que llevaba prendida en uno de los tirantes. Es por esto? Te has fijado en m por llevar esto? Por vez primera, me fij en que llevaba una chapa pequea, discreta, que deca NF. Cliff era batera de un grupo de rock (yo an no haba odo hablar de los grupos musicales del llamado Poder Blanco) y albail en paro. Le acompaaban otros como l, un detalle en el que tampoco me haba fijado. Uno de ellos era Dougie. Dougie no hablaba, no sonrea. Miraba fijamente. Su cabeza, demacrada y oscurecida por el agotamiento, era lo ms parecido a una calavera con piel que haba visto en mi vida. Otro de ellos era el hermano de Dougie, Neil. Neil lleg a la conclusin de que me interesara, y mucho, conocer sus actividades en Bury St. Edmunds; estaba organizndose, y no tardara en dar una fiesta. Podra acercarme hasta all, conocer a los chicos. Me invitara l personalmente. Le ped a Neil su nmero de telfono. Se neg a drmelo, y me pidi el mo. Tena que tener mi nmero de telfono y la direccin, por favor antes de pasarme ninguna informacin. Tena que consultarlo previamente con algunas personas. Ya se pondran en contacto conmigo. Y a la semana siguiente alguien se puso en contacto conmigo. Recib por correo un gran sobre de papel manila. En l estaban escritos a mano mi nombre y direccin. No haba por fuera ninguna indicacin de su contenido, salvo el matasellos: Croydon. Dentro del sobre me encontr tres nmeros de Bulldog, palabra escrita en rojo y negro, como una exclamacin. Bulldog, cabecera que ya invocaba uno de los iconos ms expresivos de la cultura masculina inglesa, era la revista de la seccin juvenil del National Front. Segn una faja impresa al pie de la cubierta, era la publicacin QUE QUIEREN PROHIBIR. Cog uno de los ejemplares y me puse a leer, bajo un titular que deca ESCLAVAS DEL SEXO! CHULOS NEGROS OBLIGAN A PROSTITUIRSE A MUJERES BLANCAS, un grfico reportaje (palizas, secuestros, torturas, una baera llena de araas) sobre unas prostitutas blancas que trabajaban para chulos negros. Haba adems un editorial. Nos parece una aberracin lo que hacen estos animales negros, y pensamos que todos ellos deberan ser encerrados hasta el da en que un gobierno formado exclusivamente por el National Front pueda devolverlos a patadas a sus propios pases. Hoje el resto de las pginas. En cada uno de los nmeros haba dos columnas habituales. Una se titulaba Ros de sangre, ttulo en prstamo de aquel discurso de Enoch Powell en el que anunciaba que correran ros de 101
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sangre si no se pona fin a la inmigracin de negros a Gran Bretaa. Ros de sangre era una lista de los incidentes relacionados con injusticias raciales que haban ocurrido durante el mes anterior: un joven blanco haba sido asesinado por un bastardo negro; en una discoteca haba habido disturbios raciales; haba un relato sobre Savile Town, el distrito multirracial de Dewsbury, en el condado de Yorkshire, acompaado por una foto de un miembro del National Front en el momento de dar una patada en plena cara a un asitico. Los problemas de Dewsbury, terminaba diciendo la columna, slo irn a peor, a menos que se expulse a los negros. El dilema es bien simple: repatriacin o guerra racial. La otra columna, con el encabezamiento de Sobre el frente futbolstico, ocupaba toda la contraportada y estaba dedicada a las actividades de los graderos. He aqu una de las cartas al director de la seccin de ftbol. Querido Bulldog, En el nmero 35 sala un artculo sobre los chicos racistas que animan al Newcastle United. Los chicos se sienten complacidos por la mencin, pero no estn de acuerdo con lo que dice el Bulldog, en el sentido de que no tienen tantos chicos racistas como el Leeds, el Chelsea o el West Ham. Lo cierto es que los chicos estn convencidos de que son bastantes ms, y de que son la empresa racista nmero uno del pas. Atentamente, JOE DE LA GRADA ESTE Este es otro ejemplo: Querido Bulldog, Compro la revista con regularidad, pero siempre me encuentro con que muchos de los reportajes son iguales: slo se habla del Leeds, del Chelsea, de los Spurs o del West Ham, en todos los nmeros. Soy hincha del Rochdale AFC, y en todos los partidos que jugamos en casa se oyen siempre cnticos y consignas racistas. La polica ha intentado frenarnos, pero sin conseguirlo. Hace poco, fueron tan idiotas que nos mandaron a un agente de polica pakistan, pero tuvo que tragar tanto que desde entonces no se ha dejado ver por el Dale. Si se publica esta carta, otros lectores se darn cuenta de que en los campos pequeos el National Front tiene tanto apoyo como en los grandes. Atentamente, El National Front del Rochdale AFC Por lo que pude leer en Bulldog, el miembro del National front de Rochdale pareca innecesariamente preocupado por su status minoritario en tanto 102
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partidario del racismo. En aquellos tres nmeros de Bulldog aparecan referencias a casos de insultos por motivos de raza en Birmingham, en Wolverhampton, en Cardiff, en Portsmouth y en Folkestone Town, ciudades cuyos equipos no jugaban en Primera Divisin (Durante un partido de copa entre equipos de la Liga Sur, el Folkestone y el Welling, los hinchas del Folkestone arrojaron pltanos a los jugadores negros del equipo contrario). Qu idea deba hacerme de aquellas revistas? Me sorprendi comprobar el intenso desagrado que me produjo el haberlas recibido. Me resultaron repugnantes, all sobre la mesa de la cocina, tras haber llegado por el sistema ordinario, junto con el correo y las facturas, e incluso me sent reacio a tocarlas: tendran que pasar unos cuantos das hasta que me sintiese preparado para examinarlas otra vez. No pens que tuviesen una amplia circulacin, un nutrido pblico lector: los artculos que contenan se caracterizaban si acaso por un exceso de rimbombancia, por esa histeria exhortativa que tan tpica resulta de quien sabe que no le escuchan con demasiada atencin. Con todo, estuve seguro de que haba mucha gente que comparta sus puntos de vista, por ms que personalmente no creo que conociera a muchos de ellos. Me constaba que mis amigos britnicos no estaban en ese caso, claro que mis amigos britnicos, a los que haba ido conociendo en Cambridge, en Oxford o en Londres, formaban parte de un universo muy distinto. Haba empezado a preguntarme hasta qu punto conocan ellos Inglaterra. La primera vez que o el gruido del simio esa especie de ladrido que proferan los hinchas cuando el baln llegaba a poder de un jugador negro, era todava tan ajeno a aquel ambiente, que no logr adivinar de dnde proceda: de debajo de las gradas, tal vez? Que semejante sonido pudiera proceder del terreno de juego me result una idea aterradora. Pens: tiene que ser un terremoto, aun cuando slo fuese porque el ruido esa especie de tamborileo bajo, grave pareca cuando menos comparable. Recuerdo que un amigo vino a verme de Estados Unidos. Estuvo una semana en Inglaterra; yo me empe en ensearle el ambiente de los graderos de un campo de ftbol. Haba un partido en el campo del Millwall; los nombres, ya lo he dicho, evocaban por s solos lo que deseaba que mi amigo viese: el Millwall, en el Den, en Cold Blow Lane. Pero haba llovido tanto que el campo era un barrizal, y se suspendi el partido. Atravesamos Londres y llegamos a White City a tiempo de ver jugar a los Queen's Park Rangers. Cuando toc el baln un jugador negro, empez a orse el gruido: Uggh, uggh, uggh, uggh, uggh! Mi amigo se volvi hacia m y me pregunt qu era aquel curioso ruido. No dije nada, pero sigui oyndose el gruido: Uggh, uggh, uggh, uggh, uggh! Volvi a preguntrmelo. Qu es eso? Es porque el negro tiene el baln, le dije. Imitan a un mono, porque el baln lo tiene un jugador negro. 103
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A mi amigo le cambi la cara de forma inequvoca, inmediatamente: perplejidad, clera, asco, pero sobre todo incomprensin: no lograba entenderlo. Sigui oyndose el gruido.: Uggh, uggh, uggh, uggh, uggh! Los dos miramos a nuestro alrededor. El gruido no proceda nicamente de unos cuantos chicos, sino que, al parecer, proceda de la totalidad de las gradas: jvenes, viejos, padres de familia, familias enteras parecan gruir por igual. All donde mirsemos veamos las caras contradas de los hombres que gruan sin cesar, sacando el mentn en sus toscas imitaciones de los monos. Por qu era tan lamentable aquello, precisamente all? Recuerdo que lo pens, apreciando de repente la irona que significaba estar en White City, habiendo entrado al campo por South Africa Road, hasta que por fin el jugador negro pas el baln y cesaron los gruidos. Luego el baln lleg a otro jugador negro, y se reanud el gruido colectivo. El rostro de mi amigo segua reflejando sorpresa. Yo no pude explicrselo. Sent vergenza de vivir en este pas. As es Inglaterra, le dije. Dentro de mi sobre de papel manila haba otras cosas. Entre ellas, un ejemplar de National Front News, una publicacin peridica ms seria, repleta de opiniones acerca, por ejemplo, de la Seguridad Social, de British Rail, del desempleo, de las tasas de delincuencia, y con un artculo sobre la caza del ciervo titulado: Pongamos fin a este deporte de brbaros. Era una publicacin que se haba propuesto ensear a pensar a los jvenes. Traa tambin una hoja de propaganda de Libros Nacionalistas, y una nota en la que se me deseaba suerte en mis reportajes sobre los aficionados al ftbol, con la esperanza de que aquellas publicaciones me sirvieran de ayuda. La firmaba simplemente Ian. Ian result ser Ian Anderson. Lo identifiqu en mi ejemplar de National Front News, cuya contraportada ofreca una lista de las novedades acaecidas en el seno del partido. No eran pocas las responsabilidades de Ian Anderson. Era el presidente de la ejecutiva del partido, el segundo de a bordo. Pero era tambin jefe del Departamento de Relaciones con las Secciones Locales. Y era el jefe del Departamento de Administracin. Y estaba implicado en el Departamento de Actividades, aunque del Departamento de Actividades Ian Anderson era slo el codirector, junto con un hombre llamado loe Pearce (Joe Pearce era a su vez presidente de la Seccin Juvenil del National Front; era adems el responsable del Departamento de Educacin, el principal organizador de los Grupos de Respuesta Inmediata y genio tutelar de las Unidades de Activistas Desempleados). El directorio nacional del National Front esto tambin lo supe por la contraportada haba introducido una serie de transformaciones en la administracin del partido, con objeto de incrementar su efectividad. Me dio la impresin de que en aquella contraportada exista un propsito 104
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subyacente, que no se limitaba exclusivamente a informar de lo que ocurra en el seno del partido; se trataba asimismo de transmitir un mensaje de tranquilidad acerca de la propia organizacin del partido: a saber, que dicha organizacin exista en efecto. En aquella pgina se vena a decir que el National Front era algo real, y no una simple congregacin de chiflados procedentes de las zonas marginales de la sociedad que intentaban por todos los medios hacerse or. Era un partido autntico, con una compleja burocracia, con departamentos cuyo buen funcionamiento requera una intensa dedicacin. En mi hoja de propaganda haba un nmero de telfono. Quera saber ms acerca del National Front. Deseaba conocer su relacin con los aficionados al ftbol. Llam a Libros Nacionalistas, y el hombre que contest a mi llamada reconoci mi nombre. Sent profunda extraeza acaso era ya conocido entre los miembros del National Front?, hasta que me di cuenta de que haba contestado al telfono el propio Ian Anderson. Al parecer, Ian Anderson se encargaba tambin de la centralita de telfonos. Mr. Anderson no me result muy acogedor, a pesar de su nota de salutacin. Los periodistas le ponan nervioso. Era posible incluso que todo el que no fuese miembro del National Front le pusiera nervioso, pero eso era algo que yo an no poda saber. Por aquel entonces, yo escriba reportajes para un suplemento dominical que se haba mostrado especialmente hostil con Mr. Anderson. De hecho, ningn peridico dominical ni ningn peridico aparecido en cualquier otro da de la semana se haba mostrado nunca particularmente afable con Mr. Anderson. Es posible que sta fuese la razn por la cual el propio Mr. Anderson se mostrara ms bien un poco hostil. Y lo cierto es que no puede echrsele la culpa de ello: una vez te has hartado de recibir patadas en los dientes, aprendes a tener la boca bien cerrada. Deseaba saber por qu iba yo a ser distinto de todos los dems. Por qu razn debera hablar conmigo? La pregunta no era tan sencilla de contestar como puede parecer a simple vista: cmo se puede tranquilizar a un racista militante, cmo se le puede convencer de que en ti no despierta sentimientos de hostilidad, sin llegar a decir que t tambin eres racista militante? Yo no soy racista militante, aparte de que tampoco me habra credo si se lo hubiera dicho Por eso le asegur que era distinto. S, muy bien, insisti Mr. Anderson, distinto, pero en qu sentido? En que lo soy: soy distinto, repet. Lo cierto es que, para m, era distinto. No es que sintiese ninguna hostilidad por el National Front; lisa y llanamente, no era capaz de tomrmelo en serio: lo tena ciertamente por una congregacin de chiflados, aunque es probable que an no supiese lo suficiente como para poder justificar semejante afirmacin. Cuando llegu a Inglaterra, todava estudiante, todo el mundo se tomaba el National Front muy en serio: oponerse 105
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radicalmente al National Front era una de las causas ms populares, un punto de contacto, en las conversaciones en los bares universitarios, entre las personas de ideologa liberal, ms o menos cultas e inteligentes, que manifestaban siempre un profundo rechazo por cualquier tipo de actividad del National Front. Las personas inteligentes y liberales presumiblemente han de mostrar cierta tolerancia por cualquier disidencia, slo que el National Front era fascista, y ello resultaba tan intolerable que a los liberales les llevaba a comportarse como si no lo fueran. En mi opinin, esta actitud era en s un homenaje hacia el National Front. El National Front era el mal, la perversidad. Era una perversidad de tal ndole, que muchos de mis amigos pensaban que los miembros de ese partido debieran ser expulsados de la sociedad o cuando menos encarcelados; algunos incluso habran deseado verlos mutilados. Sus sentimientos eran as de intensos. Pero tambin esto me pareca un homenaje al National Front. Exista en todo ello un elemento de pavor, aunque no careciese de causa justificada: por ejemplo, la librera de izquierdas de mi barrio haba sufrido repetidos atentados con bombas incendiarias, y se deca que haban sido obra del National Front; hubo adems algunas manifestaciones y desfiles del National Front, con profusin de banderas y enseas nazis, que haban terminado con graves disturbios y no pocos heridos. Para mis amigos habra sido incomprensible que alguien llegase de hecho a conversar con un miembro del National Front, y para qu hablar de una entrevista formal. Y precisamente por eso intent concertar una. Senta curiosidad. Tuve la oportunidad de encontrarme con la perversidad, y deseaba descubrir si de veras era tan merecida su reputacin. En cualquier caso, lo ltimo que podra haberme esperado era que la perversidad en persona apareciese encarnada en Ian Anderson. Como figura satnica careca de toda credibilidad. En las publicaciones y los prospectos que me haban enviado ya haba podido ver su fotografa: un hombre de complexin delgada y labios finos, vestido con traje y corbata, aunque la corbata fuese quiz demasiado grande, que apareca en la primera lnea de las manifestaciones, rodeado de chicarrones con botas militares. Haba topado con un artculo del propio Anderson, Una simptica travesura, un relato pesadamente irnico sobre una excursin en autobs (Una excursin en autobs no tiene por qu resultar aburrida, empezaba) para asistir a un mitin del Sinn Fein. La fotografa que lo ilustraba era de un minibs rodeado de chicos que lo estaban apedreando; uno de ellos estaba ya subido al cap, e intentaba reventar el parabrisas a patadas con sus recias botas. El pie deca: Parte del pblico en un significativo dilogo con los partidarios del IRA. Fue en cambio muy evidente que yo no iba a entablar un dilogo, significativo o no, con Mr. Anderson, por lo menos gracias a aquella llamada telefnica. De pronto puso fin a nuestra conversacin. Nos mantendremos en contacto, dijo bruscamente. Y colg. 106
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Fue fiel a su palabra. Me llegaron otras publicaciones. Al igual que la primera vez, llegaron en sencillos sobres de papel manila, con mi nombre y direccin escritos a mano, sin ms indicio de su procedencia que el matasellos de Croydon. Eran publicaciones distintas del primer envo; eran publicaciones para adultos. As que, despus de todo, Mr. Anderson deba de haberse convencido de que yo era distinto. Los ttulos eran, por ejemplo, Nationalist Today y Heritage and Destiny. Contenan ms que nada lecciones de historia: sobre el aniversario de las revueltas campesinas del siglo XIV, o sobre las canciones tradicionales britnicas, o sobre los logros de los vikingos. Haba valoraciones intelectuales sobre Hilaire Belloc y sobre William Morris, as como una denuncia de Jacob Epstein y del arte abstracto en general (no es que la obra de Epstein carezca de significado; resulta suficientemente representativa para proyectar y reflejar con fuerza una esttica racialmente ajena a nosotros). Haba un artculo de corte cientfico, en cuatro entregas, sobre la desigualdad de las razas (El trabajo del profesor Arthur Jensen constituye un avance sustancial, para la fuerza de la ciencia y de la razn, en su pugna con la opacidad y las falacias de signo marxista, liberal y oriental, en su combate contra el fanatismo de inspiracin claramente ideolgica). Por desagradable que fuese su contenido, estas publicaciones no carecan de cierto tono intelectual, y revelaban cuan deliberados eran los esfuerzos del National Front por atraer a sus filas a los hinchas de diversos equipos futbolsticos: Bulldog era una publicacin destinada a la captacin de nuevos miembros, en la que el National Front intentaba hablar a los hinchas en su propio lenguaje. Ahora entiendo que el National Front haba modelado Bulldog a imagen y semejanza del Sun, la nica publicacin peridica que lean los aficionados al ftbol. Da la impresin de que a los hinchas no se les tena en muy alta estima. Pocos das ms tarde tuve noticias de Neil. Me llam a casa, desde un telfono pblico, en un pub. Segn tena entendido, me dijo, yo haba mantenido una conversacin con uno de los miembros de la ejecutiva, y le pareca probable conseguir su aprobacin para invitarme a asistir a la reunin de Bury St. Edmunds. La fecha estaba ya fijada, y faltaban pocos das para el acontecimiento: el sbado 14 de abril. Podra asistir? Ira a esperarme a la estacin. Insisti en hospedarme; sera su invitado aquella noche. Llegu bastante pronto y vi el montaje de Neil. La reunin iba a celebrarse en un pub al que llamar confiando tal vez con demasiado optimismo en que haya cambiado de orientacin poltica el Hombre Verde. Estaba en pleno centro de la ciudad; Neil lo haba reservado desde las seis de la tarde hasta la hora de cierre. Llev un equipo de msica, una coleccin de discos y cintas, adornos festivos que ya haba hecho colgar del techo y las paredes, y una enorme caja de cartn llena de paquetes de patatas fritas con sabor a queso y cebolla. Total, la tpica fiestecita del sbado por la noche. 107
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Los otros, dijo Neil muy preocupado, llegaran de Londres en breve. Esto lo repeta continuamente. Llegarn en cualquier momento, dijo minutos despus. Tienen que estar al caer. Era ms que evidente que Neil estaba nervioso, ansioso. Me pregunt si esto le resultara a l igual de evidente. Para Neil, aquella noche constitua una ocasin magnfica para demostrar su vala; si las cosas se torcan, su futura carrera de fascista se vera interrumpida. Jams haba pensado en el fascismo como un esfuerzo al que valiera la pena dedicarse intensamente por las posibilidades que pudiera abrir de cara al futuro, pero eso era, ni ms ni menos, lo que Neil tena en juego aquella noche. La mayor parte de los miembros del National Front a los que conoc despus estaban en paro; muchos de ellos, me pareci, seguiran muchsimo tiempo en paro. Al contrario que los hinchas de los equipos de ftbol a los que haba ido conociendo, los militantes de base del National Front eran sobre todo personas que sentan, tal vez sinceramente, que no disponan de nada mejor, de ningn otro grupo al que acudir. Neil era distinto: trabajaba en una planta de envasado de productos crnicos, en la que ocupaba el puesto de supervisor. Sin embargo, estaba bien claro que confiaba obtener mucho ms mediante el National Front que con su trabajo. No me senta demasiado seguro del curso de los acontecimientos: cmo se desarrollara la noche, en mi caso, si se torcan las cosas? An no haba visto nada que me hubiese impulsado a cambiar de parecer respecto del National Front. An no poda tomrmelo en serio, pero con esto quiero decir que no poda tomrmelo en serio en tanto que partido poltico. No alcanzaba a ver qu amenaza poltica poda suponer el fascismo en Gran Bretaa, al menos de momento y al menos teniendo en cuenta a aquellos jovenzuelos. Pero todo eso son opiniones de saln. Lo que s me tom muy en serio fue la mala prensa que tena el National Front. Haba tomado buena nota, con toda seriedad, de los actos violentos que se le imputaban. Precisamente era eso lo que me preocupaba. Iba a pasarme la noche con ellos, y no me senta cmodo respecto de lo que pudiera reservarme aquella velada. Mientras Neil conectaba el equipo de msica, me acerqu a la barra para conversar con miembros del personal que trabajaba en el pub. Me pregunt hasta qu punto estaban al corriente de lo que iba a pasar. Ped una pinta de cerveza negra y le pregunt a la camarera que me la sirvi qu opinin tena, bueno, de celebrar all una fiesta para, en fin, ya sabes... No pronunci las palabras National Front; pens que era preferible mantener cierta discrecin. No me entendi lo que le estaba preguntando; crey que me refera a Neil y a todos sus amigos. Todos conocan bien a Neil y a sus amigos; eran asiduos del pub, y Neil le caa bien a todo el mundo. No, no me refiero a Neil. Me refiero al NF, dije por fin. Qu opinin te merece celebrar aqu una reunin del National Front? 108
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Es todo un honor, dijo, ahora que me haba entendido claramente. Es todo un honor, un privilegio. Me sorprendi muchsimo. As que pas a explicarse. El Hombre Verde, me dijo, se enorgulleca de ser el pub ms racialista de toda Inglaterra. As lo dijo: el ms racialista. Haba otros pubs racialistas, aadi. De hecho, en Bury haba otros dos, pero ninguno era tan absolutamente racialista como el Hombre Verde. All, prosigui, jams se haba servido a una persona de color. En el Hombre Verde no se haban tomado ni una copa, jams, un negro o un paquistan. Y todos los que trabajaban en el Hombre Verde estaban orgullosos de su historial. Por eso les resultaba a todos un honor celebrar una reunin del National Front. Pensaban que se lo haban ganado a pulso. Nada de moros o negros, dijo su compaera, al otro lado de la barra, quiz para dejarme las cosas bien claras. As es, me asegur la otra. Ninguna persona de color, sea de la clase que sea. Me qued muy sorprendido. Supongo que no me haba esperado semejante expresin de racismo, tan explcita,, por parte de dos personas que trabajaban tras la barra de un local pblico y que era adems propiedad de una marca de cerveza sobradamente conocida. Lo cierto era que ni siquiera me haba esperado semejante expresin de racismo, tan explcita, por parte de dos personas a las que acababa de conocer, al margen de cul fuese su profesin. Me sent mancillado por semejante declaracin de principios, e implicado en ella, ya que no pude ni imaginar que tales cosas se dijeran por las buenas, a menos que se diese por hecho que todos los presentes, los empleados del pub, los miembros del National Front y yo tambin, pensbamos igual. La camarera era bastante atractiva tena el pelo negro y largo, el rostro suave y ovalado; me result desconcertante intentar reconciliar ese rostro con la fealdad que acababa de brotar de l. Adems, aadi, tampoco servimos copas a los norteamericanos. Oh, no me refiero a ti, dijo rpidamente, al advertir mi inquietud. No, a ti te acabo de servir una pinta, o no? Los norteamericanos que no nos caen bien son los soldados. A los soldados no les servimos nunca. No nos caen bien, no queremos verlos por aqu. Queremos que se metan en sus aviones y se vuelvan a Estados Unidos. Por toda East Anglia haba bases areas norteamericanas; Bury St. Edmunds deba de ser una de las ciudades que los militares visitaban al estar de permiso. El National Front, record, era contrario a la presencia militar norteamericana en Inglaterra, por parecerle un hecho antibritnico. La noche pasada, coment su compaera, la del viernes, aparecieron seis militares norteamericanos y no se les sirvi. Uno era un negraco. Se pusieron muy gallitos, empezaron a discutir. "ste es un pas libre", dijeron, y yo les contest que por supuesto, que as es, que por eso no iba a servirles nada. 109
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Eso debi de cabrearles bastante ms; algunos de los chicos tuvieron que sacarlos por la puerta y tratarlos como se merecen. Los arrinconaron contra la tapia de ah al lado. Si echas un vistazo, an vers las manchas de sangre. La sangre corri de lo lindo. Tuve que pensar con detenimiento, cuidadosamente, en todo lo que estaba oyendo. Me haba pasado un cuarto de hora en un pub normal y corriente, en una ciudad tranquila, donde predominaba la clase media, y el responsable de atender al pblico acababa de invitarme a que observase el charco de sangre reseca que haba delante de la puerta. Fueron llegando ms personas, a las que fui presentado como un periodista. Esta informacin no fue ni mucho menos aceptada con el agrado o con el inters que a m me habra gustado despertar. Y entonces descubr a Cliff. Un rostro bien feo, pero al menos un rostro conocido. Cliff, le llam, aliviado, agradecido, expectante. Pero Cliff no me contest. Cliff, repet. se es Cliff, no?, me pregunt. Estaba mirndome fijamente. Pareca intentar negarse a recordar quin era yo. Y de pronto se puso muy agitado. Cliff pregunt qu estaba haciendo yo all; empez a buscar a Neil. A se quin le ha dicho que venga? Cuando encontr a Neil, vi cmo ste intentaba tranquilizarle le dijo que mi presencia haba sido aprobada por Londres, pero me di cuenta de que Cliff se senta molesto. Me mir con dureza. No me gusta nada que est aqu. Por qu no nos ha dicho nadie que iba a venir se? Pens que, despus de todo, tal vez se fuera un buen momento para salir a la calle. No tena ninguna intencin de observar la tapia, ni la sangre reseca, slo que haba llegado a la conclusin de que, de momento, no estaba preparado para lo que pareca ofrecerme la velada, de modo que ms me valdra poner en orden mis ideas. Qu estaba haciendo yo all? Mir el reloj; eran las ocho menos veinte. El ltimo tren a Cambridge saldra en cinco minutos. Cruc la calle y me sent en un murete. Permanec sentado un buen rato. Y fue hacindose de noche mientras estaba sentado all. Me pareca ms que evidente que no estaba preparado para todo aquello; por eso segu sentado, intentando prepararme de alguna manera. Ni siquiera supe cmo iba a hacerlo. Fueron llegando ms invitados a la fiesta. Muchos, como Cliff, eran verdaderas anomalas culturales, skinheads ajenos no slo a la actualidad, sino a todo. Ajenos a la vida, al futuro, al mundo. Apareci un chico rubio. Iba vestido con el uniforme de las SS, de cuero negro. Llevaba un brazalete rojo y negro, nazi. Me estaba costando muchsimo convencerme de que todo aquello no era ms que una fiestecita normal, de pub. Ningn rubio vestido con un uniforme de las SS, de cuero negro, con un brazalete nazi, aparece as como as en una fiestecita normal y corriente. Dentro, aquellos invitados a la fiesta, no tan normales ni corrientes, haban empezado a entonar sus cnticos. 110
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Skinheads de Bury, aqu estamos, vamos a follarnos a vuestras mujeres, vamos a bebemos vuestra cerveza. Sieg Heil! Sieg Heil! Sieg Heil! Sieg Heil! Era de noche. Para entonces, mi tren deba de estar a mitad de camino. Y yo no iba en l; estaba en cambio sentado en un murete, oyendo cantar Sieg Heil! No tena eleccin, decid. Tendra que entrar de nuevo en el pub, pero me iba a asegurar en seguida de emborracharme a fondo. El pub estaba de bote en bote. Fui derecho a la barra y ped tres pintas, que aline delante de m, sobre uno de los tapetes que decoraban la barra. Estaba decidido a llegar hasta el final de la noche. No tena ni idea de dnde poda hallarme cuando llegase aquel momento, pero, tal como se presentaban las cosas, quiz tampoco importara mucho. Mediada mi primera pinta, descubr que uno de ellos haba decidido hacer buenas migas conmigo. Ninguno de los dos supimos por qu. Desde su punto de vista, yo era de la prensa, y l tena por norma no hablar jams con los periodistas. Fuera como fuese, una vez decidido a hablar conmigo, pareci que le resultaba difcil dejar de hacerlo. Estaba a punto de descubrir que, fuera a donde fuese, a cualquier rincn del pub, aquel nuevo compaero estara en todo momento a mi lado, dicindome que jams hablaba con periodistas. Era un to rechoncho, con el cabello crespo. Se llamaba Phil Andrews. Phil Andrews tendra ya treinta y tantos; a lo largo de una dcada haba llevado una vida cuando menos extrema. Haba estado en la academia de polica, pero lo dej. Despus haba sido comunista militante, pero tambin lo dej. Y se haba convertido en fascista militante, al menos durante una temporada. Acababan de pedirle que se encargase de colaborar con la Seccin Juvenil del National Front, una posicin importante dentro del organigrama su objetivo era captar a nuevos miembros en las escuelas y en las universidades, los tradicionales caldos de cultivo de la izquierda, y a Phil deban de haberle designado para ese cometido por lo mucho que saba del enemigo. Ninguno de los nuevos miembros captados por Phil estaba presente en aquella reunin: los asistentes no eran estudiantes. En cambio, probablemente eran lectores de Bulldog, miembros captados en los campos de ftbol. Tena entendido que los campos de ftbol eran terreno abonado para captar a nuevos miembros Ian Anderson haba dicho que en Gran Bretaa no existan otros sitios en los que se concentrase tal cantidad de jvenes descontentos, pero el problema, una vez que se consegua captarles, era impedir que se liasen a tortazos. Al comenzar la reunin Neil haba dicho casi lo mismo: su deber, como presidente, era impedir que los hinchas del Chelsea y los hinchas del West Ham empezasen a zurrarse los unos a los otros. A mi amigo Phil le asqueaba la violencia asociada al ftbol o, cuando menos, dio buena muestra de disgusto. Segn la opinin de Phil, todo eso era un invento del gobierno. El gobierno tena poder ms que de sobras para poner fin a la violencia, siempre y cuando deseara ponerle fin, slo que, segn Phil, no 111
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haba impedido tales manifestaciones de violencia porque le convena que siguieran ocurriendo. Al gobierno le interesaba que los trabajadores se enfrentaran entre s. De ese modo seran presa fcil de la alineacin y no pensaran en los verdaderos problemas que acuciaban sus vidas. Lo dijo, pens, como un marxista de pies a cabeza. Algn consuelo deba encontrar en esa capacidad de utilizar de nuevo, en su recin adquirida condicin de miembro de la extrema derecha, muchos de los antiguos argumentos que tena que haber conocido a fondo cuando fue miembro de la extrema izquierda. Lo cierto es que a Phil le molestaba sobremanera todo lo relacionado con la violencia en el ftbol cuanto ms hablaba de ello, ms inquieto y cabreado estaba, aparte de que no iba a dejar que le interrumpiesen as como as. Le molestaba, por ejemplo, que al National Front se le echase de continuo la culpa de la violencia futbolstica, lo cual, repiti, le pareca nauseabundo. Se haba llegado a culpar al National Front por las revueltas de Francia y por la tragedia de Heysel. Un buen da, dijo Phil, habr revueltas populares por toda Gran Bretaa. Y sas s las habr organizado el National Front, pero ahora se no es el caso. Todo el mundo dice, a todas horas, que el National Front es responsable de las revueltas futbolsticas, pero eso qu sentido podra tener para nosotros? Aun cuando pudisemos organizar revueltas de este tipo, qu obtendramos de ellas? Para qu bamos a querer organizar revueltas en el continente? Phil hizo hincapi en que entendiese esta cuestin que sin duda era compleja, de modo que me lo repiti. Para qu iban a querer organizar revueltas en el continente? Phil volvi a repetrmelo de nuevo. Mir a mi alrededor. Aquello estaba lleno de tos muy parecidos a Cliff; Neil se encargaba de la msica, que haba empezado a sonar a un volumen bastante elevado, msica por cierto muy apropiada para aquellas recias botas negras que llevaban casi todos. Era una derivacin del punk, anticuada, montona, amazacotada, que constaba casi exclusivamente de una percusin insistente, uniforme, y un guitarreo igualmente insistente y uniforme. Los chicos haban empezado a bailar, aunque al principio no eran demasiados, slo ocho, puede que diez. Su manera de bailar era ms que nada intensamente fsica: estaban todos arracimados en el centro de la sala y, tocndose unos a otros la cabeza con una mano casi todos llevaban la cabeza rapada, agarrndose estrechamente con la otra, se limitaban a saltar sin cesar. Cada una de las canciones sonaba al mismo ritmo frentico, veloz, brutal; los chicos, para no perder el paso, tenan que dar saltos sin parar. De hecho, no recuerdo haber visto nunca a nadie saltar tanto y tan deprisa, y menos a gente entrelazada y formando un nudo tan peculiar, con los brazos y las manos de aquella forma. Terminaba la meloda y los chicos paraban; se inclinaban, jadeando pesadamente. Neil pona despus 112
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otra cancin que, para mis poco expertos odos, sonaba exactamente igual que la anterior, y todos volvan a la carga: se abrazaban con fuerza unos a otros, se frotaban las cabezas un poco, empezaban a saltar de nuevo. Aquello me pareci una conspicua ridiculez, pero estaba bien claro que era lo que todo el mundo tena en mente cuando hablaba de una fiesta del National Front en una discoteca. Alguno de los que estaban all en medio era el que festejaba su cumpleaos. Aquella fiesta y reunin del National Front era tambin una fiesta de cumpleaos. Haba algunas mujeres en el local, sobre todo novias de algunos de los chicos, que tambin haban conservado un innegable afecto por el estilo punk: los vaqueros desgastados y rotos, las camisetas, el cabello muy corto, slo que ms largo y aplanado por la nuca. Despus me enter de que las mujeres eran an ms anacrnicas que los varones, y de que su peinado era de hecho anterior al punk. Se las llamaba cabezas de gamuza. Las mujeres permanecan sentadas en uno de los extremos del pub, fumando sin parar. No se unieron a los saltos, los botes, los contactos fsicos de los que bailaban. Los saltos, los botes y los contactos fsicos eran claramente cuestin de los chicos. Los chicos bailaban; las chicas los miraban. Qu ruido ms horroroso!, dijo Phil en un apagado murmullo. Un bochinche para skinheads. En realidad no tienen ni idea de qu es lo que de veras importa en el National Front. No han entendido an el mensaje. Otro disco, pues, y otro baile. El resto de la noche iba a constar claramente de chicos bebiendo cerveza en cantidades ingentes, de chicos sacudindose con violencia en medio del local. Despus me percat de que, colocados en diversos puntos alrededor de los que bailaban conformando un crculo ms amplio en torno al nudo de los chicos que bailaban sin parar, haba unos cuantos hombres de mayor edad, bien vestidos. Me sorprendi no haberles visto antes. Eran distintos de cualquier otra persona que hubiese en el pub. Llevaban pantalones y chaquetas de franela, el pelo cortado como los ejecutivos. Haba algunos con sus novias, aunque tambin stas eran distintas de las chicas sentadas aparte. Las novias iban vestidas de forma que cabra calificar de sensata. Una llevaba un foulard de seda y una chaqueta de cachemir. Otra iba con vaqueros, pero vaqueros de marca, de los caros. Estaban de pie, con sus parejas, apoyadas en sus hombros. Aqullos eran los visitantes venidos de Londres. El hecho de que algunos hubiesen venido con sus novias, con sus amigas, daba a entender que, al igual de los otros, consideraban la velada como un entretenimiento, como una salida de sbado por la noche, aunque no diera la impresin de que se lo estuviesen pasando bien. Al contrario que Phil que segua pegado a m como una lapa, y que haba empezado a beber en serio, recordndome a cada paso que l no hablaba jams con periodistas, ninguno de los visitantes de Londres haba probado una gota de alcohol. Tomaban agua 113
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mineral o Coca-Cola, o bien no beban nada. Tampoco bailaban, y nada haca presagiar que fuesen a beber o a bailar. Ni siquiera charlaban, ni entre s ni con sus novias. Estaban plantados como estatuas, contemplndolo todo. Reconoc al rato a uno de estos visitantes de la urbe. Se llamaba Nick Griffin. Es posible que todos los dems miembros de la ejecutiva, incluido el propio Ian Anderson, estuviesen presentes, pero yo termin por descubrir y por observar al tal Nick Griffin. Se podra decir que tena asignado algn papel en la direccin de las actividades. Nick Griffin ni siquiera era de Londres. Viva cerca, en el condado de Suffolk. El National Front tena que cambiar continuamente su base de operaciones; durante una poca, stas se dirigieron desde un granero reconvertido, propiedad de la familia de Nick Griffin. En cierta ocasin tuve trato con su familia. Tal vez fueran agricultores, y desde luego eran terratenientes; eran lo bastante ricos se les notaba hasta en el acento para haber enviado a su hijo a estudiar a Cambridge, y por aquel entonces le ayudaban en sus actividades polticas. El hijo en cuestin era un joven de buenas maneras, con cara inteligente. Tena la apostura de un poltico y su caracterstico talante atractivo. Al igual que el resto de los que haban venido de Londres, era muy distinto dicho con palabras de Phil Andrews de la escoria que no dejaba de dar botes en el centro del local. De hecho, saltaba a la vista que Nick Griffin no tena ninguna intencin de que se le viese cerca de los que bailaban de aquel modo. Se pas la noche apoyado contra una pared, observando, sin hacerse notar, y las nicas veces que habl con alguien fue cuando se acercaba a Neil, cosa que haca cada dos por tres, para susurrarle al odo alguna instruccin en concreto. Despus regresaba al mismo sitio, apoyndose contra la pared. Su amiguita una rubia bastante guapa, completamente inexpresiva estuvo en todo momento a su lado sin decir esta boca es ma. Se habl en un momento dado de poner msica de Poder Blanco. En opinin de Nick Griffin, era an demasiado pronto para poner msica de Poder Blanco. La msica de Poder Blanco haba que ponerla nicamente al final. Yo empezaba a sentir la necesidad de moverme, de dar una vuelta por el local. Mi amigo Phil haba empezado a importunarme. Estaba muy, lo que se dice muy bebido, y muy, muy decidido a insistirme en que jams hablaba con periodistas. Por qu, se pregunt, estaba hablando conmigo? Por qu, le pregunt, no dejas de hablar conmigo? A Phil le molestaba que, en su opinin, no hubiese entendido yo una observacin que l haba hecho anteriormente, aun cuando me la hubiese repetido en diversas ocasiones. Se trataba de lo siguiente: aun cuando el National Front pudiera de sobra organizar revueltas en el continente, qu sentido poda tener tal accin? Volvi a hacerme la pregunta una vez ms. Qu sentido poda tener tal accin? Y volvi a preguntrmelo una vez ms: aun cuando el National Front pudiera de sobra organizar 114
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revueltas en el continente, qu sentido tendra tal accin? Le dije que estaba de acuerdo con l. Le dije que le crea. Tienes razn, le dije, no tiene ningn sentido; el National Front jams habra organizado esos disturbios. El National Front, aad, ha sido culpado de manera injusta. Lo entiendes, entonces? Pues claro, le dije. Claro que lo entiendo. \ Phil me sigui en todo momento. Debera haberme dado cuenta de eso. Me acerqu a la barra a pedir otro trago, pagu y me di la vuelta: ah estaba Phil. Fui a los lavabos y, al abrir la puerta, casi me di de cara con Phil. Cuando sal a la calle a tomar el fresco, Phil se vino conmigo. No tena ganas de seguir hablando con Phil: no quera mostrarme descorts, ni antiptico, pero deseaba que me dejase en paz. Iba siendo hora, le dije, de que hablase con algunos de los chicos. Era un detalle esencial en mi investigacin. El grupo de los que bailaban haba crecido; quiz fuese una treintena. Mierda de skinheads, dijo. Estn todos lobotomizados. No les hagas ni puto caso. Lo que quiero que entiendas bien es que aun cuando... Aun cuando... Las revueltas, eso es. Aun cuando... Y se call. Descubr al chico cuya celebracin de cumpleaos se daba tambin en la fiesta. Le pregunt qu tal se encontraba. Estupendo, dijo. Muy contento. Cuntos aos tienes? Veintiuno, dijo. Y... es as como queras celebrar tu vigsimo primer cumpleaos? No podra haber sido mejor. Le pregunt si conoca a muchos de los que se haban reunido. A casi nadie, dijo, y entonces se empez a rer por lo bajo, de forma incontrolable. Slo dej de rerse cuando se dio cuenta de que estaba hablando con el periodista cuya presencia en la fiesta haba odo mencionar a los dems. Me sorprendi que llegara a darse cuenta de eso o de cualquier otra cosa. No tengo ni idea de los productos qumicos que llevaba en el cuerpo, pero deban de ser abundantes, y su cuerpo no pareca estar particularmente acostumbrado a albergarlos en tanta cantidad. Haba estado bailando como un bestia, botando sin cesar, y estaba empapado de sudor. Se le haban contrado las pupilas hasta no ser ms que dos puntos minsculos. T eres el periodishta, eh? Anfetaminas, pens. Los estimulantes haban surtido efecto. T eres el periodishta, ya lo saba yo, dijo. Y fue entonces cuando se puso lo que se dice muy excitado. Pareca estar convencido de que iba a escribir algo sobre l. Se puso tan excitado que empez a dar botes sin parar. Voy a salir en los papeles, dijo, rebotando cada vez con ms fuerza, cada vez ms alto. Voy a salir en los papeles, dijo sin dejar de 115
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rebotar, hasta que al final, como en xtasis, sigui botando al tiempo que se alejaba de m, para botar por entre la multitud, despus contra una mesa, y acabar rebotando contra alguien, ya al otro lado del local. Al darme la vuelta me encontr con Phil Andrews. Todava estaba intentando terminar la frase que haba empezado a decir la ltima vez que estuve con l. Tena ciertas dificultades para enfocar la mirada. Sealaba algo vagamente, sin concretar. Arda en ganas de decirme algo. Pens que saba perfectamente qu era lo que quera decirme. Aun cuando..., empez, pero se call. No podra darme ms la lata. La propia naturaleza, en cierto modo, le haba acallado por fin. Estuve casi totalmente seguro de que iba a ponerse a vomitar. Empec a moverme por el local, seguro de que Phil ya no me segua. Pas de una conversacin a otra. Los presentes fueron contndome algunas cosas. Me contaron que formaban un ejrcito organizado; que se haban conocido y se haban unido gracias a su aficin al ftbol; que estaban creando una fuerza parapolicial, que intentaban apoderarse de todos los sitios a los que fuesen en el futuro. Me contaron que eran guerreros. Me contaron que todos los bancos estaban en manos de los judos, y que los bancos eran los dueos del pas. Me contaron que el nmero de judos que murieron a manos de los nazis no era tan elevado como se deca. Me contaron que el Partido Laborista era una puta mierda; me contaron que el Partido Conservador era una puta mierda; me contaron que los soldados norteamericanos deberan salir inmediatamente del territorio britnico. Uno de los miembros me dijo que habra que desracializar las ciudades se fue el trmino que utiliz, y que todos deberamos volver a nuestro elemento natural. El que me dijo esto era uno de los que llevaban un brazalete nazi. Era miembro de la Liga de San Jorge. Ms militante, ms extremista, me asegur, que el National Front, la Liga de San Jorge estaba en contra de toda la tecnologa moderna. Abogaba por una especie de socialismo agrario. El hombre moderno, dijo, ha sido desarraigado del suelo en el que viva, y ha sido arbitrariamente colocado en un mundo artificial, un mundo de cemento. Es un punto de vista, le dije, parecido al que sostenan los khmer rojos. Desde luego, desde luego, dijo el hombre que militaba en la Liga de San Jorge. Y volvi a decirlo: S, desde luego. Asinti y sonri. Fue una sonrisa de lo ms siniestro. Haba dejado de existir un centro del local en el que se bailase, porque la gente estaba bailando por todas partes. En el extremo ms alejado, algunos de los miembros ms recientes haban empezado a entonar sus himnos futbolsticos, tal como se tema Neil. Al parecer, eran hinchas del West Ham. Acto seguido les contestaron desde el otro extremo del local unos cuantos 116
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hinchas del Chelsea. Sigui un cntico en contrapunto, entre los hinchas del Chelsea y los del West Ham, y nada ms orlo Neil se col por entre el gento, a repasar su coleccin de discos. Haba llegado el momento de cambiar de msica, y Neil mir desde lejos a Nick Griffin. Nick Griffin asinti. Haba llegado el momento de poner msica de Poder Blanco. La mayor parte de las canciones que puso Nick entonces eran de un grupo llamado White Noise; otros tenan nombres como Skrewdriver y Brutal Attack. Ninguna de aquellas canciones sonaban jams en las emisoras de radio habituales, ni se vendan los discos en las tiendas convencionales del ramo. Se trataba de un comercio por catlogo, y por los ttulos era bien fcil entender por qu: Young, British and White, England Belongs to Me, Shove the Dove, England, British Justice. He aqu la letra de una cancin titulada The Voice of Britain:10 Old people cannot walk the streets alone They fought for this nation, and this is what they get back They risked their lives for Britain, and now Britain [belongs to aliens. It's about time the British went and took it back. This is the voice of Britain. You'd better believe it. This is the voice of Britain C'mon and fly the flag now. It's time to have a go at the TV and the papers And all the media Zionists who'd like to keep us quiet. They're trying to bleed our country, They're the leeches of the nation. But we're going to stand and fight. This is the voice of Britain. You'd better believe it. This is the voice of Britain C'mon and fly the flag now.11
10 Sucesivamente, Ruido Blanco, Destornillador y Ataque Brutal. En cuanto a los ttulos de las canciones: Joven britnico y blanco, Inglaterra me pertenece, Basta de palomas, Inglaterra, Justicia britnica v La voz de Gran Bretaa. (N. del T.) 11 Nuestros ancianos ya no pueden pasear por la calle a solas. / Lucharon por esta nacin y sta es su recompensa. / Arriesgaron sus vidas por Gran Bretaa y hoy Gran Bretaa pertenece a los extranjeros. / Ya va siendo hora de que los britnicos recuperemos lo nuestro. // sta es la voz de Gran Bretaa. / Ms os vale ir creyndolo. / Venga, hagamos ondear la
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La msica era idntica a la que haba caracterizado el resto de la noche, idntica por la percusin machacona, insistente; no consegu entender la mayor parte de las letras, pues se me escaparon en medio del ruido insoportable de tantos decibelios. La nica razn por la que puedo citar la letra de The Voice of Britain es porque apareca impresa en un panfleto de White Noise que empez a circular entre los presentes; sin duda, tena por objeto ayudar a la comprensin del mensaje. Hubo un estribillo que s pude pescar, aunque slo porque son repetidas veces y porque cada vez que sonaba todos lo cantaban a coro. Pareca ser la cancin ms popular. Two pints of lager and a packet of crisps. Wogs out! White power! Wogs out! White power! Wogs out! White power.12 Empez a resultarme de lo ms interesante que el punto culminante de la reunin nocturna se organizase en torno a esta sencilla declaracin de necesidades, ms que de intenciones: un chaval necesitaba una cerveza, un chaval necesitaba su paquete de patatas fritas, un chaval necesitaba cascarle a un negro o a un moro. Nick Griffin indic que subieran el volumen ms an; la msica sonaba con verdadera brutalidad. El local era a tales alturas un horno; estaba lleno de humo y apestaba a marihuana. El aire estaba cargado, pegajoso. All en medio habra unos sesenta o setenta chicos, abrazados unos a otros, saltando sin parar, frotndose las manos por el cogote, cantando al unsono: Wogs out! White power! Wogs out! White power! Wogs out! White power! Se haban despojado de las camisas y estaban desnudos de cintura para arriba; los tirantes colgaban a ambos lados, azotndoles los muslos: sesenta o setenta energmenos, plidos, ojerosos, estrechos de pecho, sudorosos, apretados unos contra otros. Rebotaban con tanto vigor que terminaron por caerse todos a la vez, unos encima de otros. Pens que ms de uno habra resultado malherido haban derribado tambin una de las mesas, pero todos se pusieron en pie poco a poco, tropezando unos con otros y, con ciertas dificultades, reanudaron el baile. Volvieron a caerse, empapados, acalorados. No s si se ra por el trasiego de alcohol, por las drogas, por el delirio inducido
bandera. // Ya va siendo hora de darles una pasada a los de la tele y los papeles /ya todos los sionistas de los medios de comunicacin, que nos quieren acallar. / Slo quieren desangrar al pas. / Son las sanguijuelas del pas. / Pero vamos a plantar cara, vamos a luchar. // sta es la voz de Gran Bretaa. / Ms os vale ir creyndolo. / Venga, hagamos ondear la bandera. (N. del T.) 12 Dos pintas de cerveza y un paquete de patatas. Negros y moros fuera! Poder blanco! Etc. (N. del T.)
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por el baile, por la machacona repeticin del estribillo, pero en el aire se notaba una sensacin de amenaza, sexual, peligrosa. Los que bailaban agarrados unos a otros no eran dueos de sus movimientos puede que tampoco lo fueran de sus actos; no se proponan caerse adrede cada dos por tres, y a ninguno pareca resultarle divertido, al contrario de lo que podra esperarse de una congregacin tan alegre y tan bebida. Algunos de los chicos parecan estar en trance. Observ a las mujeres: sentadas al fondo, fumaban un cigarrillo tras otro; ninguna de ellas bailaba. Estaba pasando algo, all mismo, que ellas no alcanzaban a entender. Estaban avergonzadas. Una de ellas se rea por lo bajo. Sus novios estaban en el centro del local, apretados los unos contra los otros, virtualmente desnudos, botando sin parar, respirando dificultosamente. Ms alto, ms alto, le gritaba Nick Griffin a Neil, pero Neil ya no le oa, de modo que Griffin hubo de cruzar el local de una punta a otra. No pude registrar el dilogo, pero me dio la impresin de que le pidi a Neil que subiera ms an el volumen, slo que el volumen ya no poda subirse ms. El volumen estaba al mximo. Pareci que eran ms que antes los hombres bien trajeados, pero de hecho no creo que tal cosa fuese posible. Caba la posibilidad de que hubiesen llegado otros, ya al final de la fiesta, con su punto culminante? Formaban un crculo discernible. Durante el ltimo cuarto de hora, ninguno de ellos se haba movido; ninguno haba ido siquiera al lavabo, a la barra a pedir otra bebida. Estaban quietos, transfigurados, observando al grupo. A Neil le haba dado por repetir hasta la saciedad la misma cancin. Cada vez que terminaba, volva a colocar la aguja al principio y empezaba de nuevo. Two pints of lager and a packet of crisps. Wogs out.' White power! Wogs out! White power! Wogs out! White power! Wogs out! White power! Y entonces termin todo el sarao. Dougie, de repente, perdi los estribos. Se haba vuelto loco. Se oyeron algunos chillidos en el otro extremo del pub; al levantar la mirada vi a Dougie, que haba enarbolado un taburete de la barra por encima de la cabeza. Alguien se cay; se volc una mesa llena de vasos. Otro agarr otro taburete y lo levant por encima de la cabeza, pero perdi el equilibrio y cay sobre una mesa. Hubo ms cristales rotos. Nick Griffin se acerc al aparato de msica, quit el disco y lo apag. La fiesta haba terminado. Descubr a Phil en una esquina. Haba perdido el conocimiento, y se apoyaba contra la pared, sentado en el suelo. Dougie, Dougie, Dougie! Era Neil quien as le hablaba. Le susurraba al odo con amabilidad, consolndole, reconfortndole. Dougie, Dougie, Dougie! An no estoy totalmente seguro de lo que ocurri entre el momento en que 119
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Dougie enarbol el taburete bien por encima de la cabeza y el momento en que empez a aporrearme contra una farola. Llevarse una serie de golpes repetidos, de cogote, contra una farola, ayuda muchsimo a concentrarse, funciona en ese sentido de maravilla, por muy daado que resulte el continente. Tengo muy presente los momentos en que Dougie me agarraba porque yo estaba pensando en los dos con cierto detenimiento. Estaba pensando en la mirada de los ojos de Dougie, un espectculo poco recomendable, que daba a entender que todas mis posibilidades de hacerme amigo suyo eran en esos momentos reducidsimas. Estaba pensando tambin en las palabras que estaba dicindole a Dougie su hermano, Neil. Al verle aporrearme contra la farola, Neil haba optado por intervenir. Dougie, Dougie, Dougie! Neil era un personaje muy afable, y su amabilidad pareca surtir en aquellos momentos el efecto deseado. Dougie haba dejado de aporrearme contra la farola y se haba puesto a escuchar. Fue como si Neil estuviese llamando a una persona que se hallase a muchsima distancia, que ni siquiera estuviese a la vista, sino posiblemente al final de un tnel muy largo. Dougie, dijo Neil, no tienes por qu hacer eso. Dougie se haba vuelto hacia su hermano. Pareca escucharle con toda su atencin. Dougie, dijo Neil, este to es un amigo. Es un amigo, es uno de los nuestros. Si sueltas a este to, sigui Neil, podremos irnos todos a tomar otra copa; si te portas bien, te dejar tirar un ladrillo contra el escaparate del restaurante indio. Tirar ladrillos contra el escaparate del restaurante indio, o contra la tienda de comestibles que regentaban unos indios, o contra la propia casa de una familia india, era, segn supe despus, uno de los pasatiempos habituales cuando se acababa la velada. Dougie esboz una sonrisa llena de dientes, una sonrisa estpida, y me solt. Tampoco estoy totalmente seguro de lo que ocurri despus. Segu con el grupo, zigzagueando por las calles de Bury St. Edmunds, dando tumbos, yendo de casa en casa, la mayor parte de las cuales eran casas en un lamentable estado de conservacin, y conoc a otra gente, incluidos tres hombres ataviados con negros uniformes de las SS. S s que haba cumplido con mi propsito de cogerme una soberana borrachera, y que haba aadido a las toxinas lquidas todo cuanto pill a mano. Se dira que haba encontrado a mano toxinas de sobra. Y de pronto, zas!, blanco. Nada de nada. No recuerdo nada en absoluto. Ya bien entrada la maana siguiente, despert sintindome fatal, y me encontr en un agujero miserable, hmedo. All vivan Neil y Dougie, en una casa que haban ocupado, sin calefaccin, con una ventana rota por la cual, pens, haban entrado por vez primera en la casa. No haba ms que una cama; por ser su invitado, supongo, me la haban cedido. A mi alrededor, por el suelo, haban 120
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dormido ms de veinte skinheads, la escoria de la noche anterior en el pub. Cuando despert seguan dormidos. En la habitacin se notaba un fortsimo hedor. Me despert Neil. Me ofreci una lata de cerveza para desayunar. Haba varias cajas de latas de Harp apiladas al pie de la cama; me pregunt si me apeteca una. Me march por la tarde. En lo sucesivo, segu ms o menos en contacto con el National Front, pero a salto de mata, con la conviccin de que haba an algo ms, algo que por fuerza deba descubrir. Contact con Nick Griffin en varias ocasiones, asist a algunas manifestaciones, escuch algunos discursos. Me enviaron ms peridicos y revistas, aunque no a casa, pues me haba mudado de domicilio, sino a la oficina en la que trabajaba. De todos modos, me enter despus de que el personal de la oficina se sinti tan ultrajado al recibir aquellas publicaciones, que fueron devueltas con rudas observaciones en el sobre. Lo cierto es que ya haba descubierto lo ms importante del National Front, precisamente all, en aquella fiesta nocturna, y que aquel descubrimiento poco o nada tena que ver con la poltica o con los miembros del partido. Se trataba ms bien de su actitud hacia las masas. Estoy seguro de que Ian Anderson estaba en lo cierto cuando dijo que los estadios de ftbol eran el terreno de cultivo ideal para reclutar a nuevos miembros, y estoy seguro de que saba muy bien que de los estadios de ftbol slo podra obtener un tipo de miembros muy determinado: miembros con experiencia, e incluso con adiestramiento, en cmo convertirse en parte de una masa, a veces una masa violenta, aunque no por motivaciones polticas. Tambin saba, sin lugar a dudas, que la masa es el arma ms poderosa de cuantas puede tener disponibles un partido revolucionario. Sobre el papel, la cosa era la mar de sencilla; por eso muchas de las actividades del National Front sus fiestas en los pubs, sus manifestaciones, su propaganda estaban diseadas para recrear la experiencia de la masa entre sus miembros y reconvertir en trminos polticos esa experiencia. Pero tal vez aquella deduccin tan sencilla resultaba engaosa; porque a la postre, los jvenes y trajeados ejecutivos del National Front no tuvieron mucho xito en su tarea: queran dirigir a las masas, pero muy pocos los siguieron. A pesar de su incompetencia, no eran unos ignorantes. Algo entendan del funcionamiento de una masa, y la respetaban. Saban que su potencial su poder primario, nico, incontrolable radicaba en todos nosotros, aun cuando se les escapase de forma tan persistente.
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Cambridge
Son millares los que puestos en pie entonan sus cnticos. Alrededor de ellos, en el resto del mundo, hay gente que sube por una escalera mecnica mirando de reojo a los que bajan por la escalera de al lado. Hay gente que introduce una bolsita de t en un vaso de plstico lleno de agua hirviendo. Los coches pasan silenciosos por las autopistas dejando estelas de luces de colores. Hay gente sentada ante una mesa, mirando distrada la pared de la oficina. Huelen la camisa que acaban de quitarse y la echan al cesto de la ropa sucia. Hay gente que se ata a un asiento numerado y atraviesa en un avin dos husos horarios, entre altos cirros, en plena noche, tratando de recordar algo que se olvid de hacer. El futuro pertenece a las multitudes. DON DELILLO, Mao II, 1991 Quisiera describir en qu consiste la experiencia de esperar que se marque un gol. En enero de 1990 asist a un partido del Cambridge United que se disput por la noche en el pequeo y desangelado estadio de Abbey, en las afueras de la ciudad. El partido estaba enmarcado dentro de las ltimas fases de la FA Cup13; en la que el equipo de Cambridge por aquel entonces en Cuarta Divisin haba conseguido sobrevivir mucho ms all de lo que sus aficionados podran haber esperado razonablemente. El partido era de hecho una repeticin: tres das antes, el Cambridge United se haba enfrentado al Millwall por primera vez en su historia, realizando el histrico viaje a The Den, en donde haba cosechado un valioso empate. El partido de aquella noche decidira cul de los dos equipos iba a pasar a cuartos de final. Ningn equipo de la Cuarta Divisin haba pasado jams de cuartos de final.
13 Copa de la Asociacin de Ftbol, es decir, competicin por eliminatorias, similar a la Copa del Rey que se disputa en Espaa, slo que en Inglaterra se dirime a partido nico, de modo que en caso de empate no hay prrroga ni penaltis, sino hasta tres partidos de desempate que se alternan en los campos de uno y otro equipo. (N. del T.)
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Al entrar en las gradas me encontr rodeado de hinchas, apretado contra una de las vallas, cerca de la lnea de medio campo. Me cost unos minutos encontrar un sitio desde el cual pudiese ver el partido sin obstrucciones; una vez all, mantuve la posesin de mi sitio agarrndome a la valla del campo. Haba ido a mi aire, solo. A mi izquierda haba un hombre de unos cincuenta aos de edad, con el rostro lleno de afables arrugas, que ola poderosamente a cigarrillos americanos; tena las cejas color ceniza y los dientes con manchas de tabaco. A mis espaldas haba tres chavales; uno de ellos, para mantener el equilibrio, apoyaba el antebrazo sobre mis hombros. A mi derecha haba una mujer con su novio; ella era una rubia de pelo corto, y tendra unos veintitantos aos de edad; estaba apretada contra mi costado. El resto nios, policas, acomodadores nos apretaban continuamente, ya que el acceso al campo era una puerta cerrada con llave, situada delante de m. Yo no era un hincha del equipo de Cambridge; haba ido a ver el partido por pura curiosidad (era la primera vez que el Millwall vena a la ciudad), pero me sorprendi verme metido en el partido hasta las orejas. En cuestin de minutos estuve cantando, incluso a voz en cuello, al unsono con todos los dems; mi voz, algo ms aguda de lo que debiera, me sonaba tan ajena como las voces que oa a mi alrededor. Grua cuando grua la muchedumbre; cuando todos nos inclinbamos hacia adelante, instintivamente me apoyaba en la gente que estaba a mi alrededor, para no perder el equilibrio. Y cuando la muchedumbre volva a echarse hacia atrs, descubr que los que estaban a mi alrededor se apoyaban en m. Recin llegado de la calle, acababa de introducirme en una situacin de inusitada intimidad, y aun cuando no haba cruzado ms que unas pocas palabras con la gente que me rodeaba estbamos tan apretujados que difcilmente hubisemos podido mantener una conversacin, haba algo que se comunicaba por s solo entre nosotros. Haba algo, segn pude percibir, que se comunicaba entre todos los que estbamos all: todos y cada uno de los integrantes de aquella multitud compuesta por nueve mil personas estaban apretujados contra uno o ms, en vilo, tal como estbamos todos, y a la espera de que llegase un gol. Durante los primeros compases del partido dio la sensacin de que podramos ver uno. El Millwall estaba entonces en Primera Divisin, pero era el equipo de Cambridge el que llevaba la voz cantante, dominando el partido aunque sin demasiada finura. Los jugadores del Cambridge eran agresivos, con poca clase, pero muy tenaces; rara vez perdan la posesin el esfrico. Eran ellos los que tiraban continuamente a puerta. Slo en los primeros tres minutos el portero del Millwall tuvo que hacer dos paradas excepcionales, en una de las cuales desvi con la punta de los dedos la pelota por encima del larguero. Dos minutos despus el baln se estrell contra un poste. Diez minutos ms tarde, el baln volvi a dar contra la madera, esta vez en el larguero. Observ al portero. Se llamaba Keith Branagan, y aqul era su primer 123
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partido contra el Cambridge, su antiguo equipo, que lo haba traspasado al Millwall a cambio de una importante cantidad, la ms alta que haba logrado el club de Cambridge por el traspaso de uno de sus jugadores. Es posible que existiera un plan oculto, que Branagan hubiese salido para ensearles a sus antiguos aficionados lo que se haban perdido, aunque seguramente fuese ms probable que, al ser un portero excepcional, lisa y llanamente estuviese jugando como siempre, es decir, excepcionalmente. Como el Cambridge disparaba a puerta con tanta insistencia, Branagan se haba distinguido por ser el jugador ms sobresaliente y de mayor talento de los veintids que haba en el campo. Pasado un rato, me dio la sensacin de que haba algo ms, de que alrededor de la portera que estaba defendiendo actuaba una especie de fuerza misteriosa algo ms grande incluso que el talento de Branagan que impeda que la pelota llegase a la red. Me dio la impresin de que la pelota no iba a entrar nunca, o de que al menos sera antinatural que entrase. No hubo goles en el primer tiempo; durante el intermedio todo el mundo pareci relajarse visiblemente. Not que haba ms espacio: suspensa la emocin, fue como si menguase algo el tamao de los aficionados. Haban cesado de moverse, y ya no haba necesidad de apoyarse en nadie. Haber tocado fsicamente a alguien habra estado en aquel momento fuera de lugar. Habra sido posible mantener una conversacin, slo que tampoco pareca lo ms indicado. No mantuve ms que algunos contactos superficiales con la gente de mi alrededor. Slo los que eran amigos de antemano hablaban unos con otros. Los desconocidos habamos vuelto a ser desconocidos, como si cada cual hubiese recuperado su intimidad. Se reanud el encuentro. El segundo tiempo empez con el mismo juego que haba prevalecido en los primeros cuarenta y cinco minutos: brioso, brutal incluso, e ineficaz. El juego del United era implacable, pero costaba trabajo adivinar cmo, a ese ritmo, podran sus jugadores aguantar hasta el final del partido. Su juego era un gran derroche fsico fueron los responsables de la mayor parte de las faltas, y si no conseguan marcar durante el primer cuarto de hora, yo al menos dudaba mucho que llegasen a marcar ms avanzado el partido. Iban a quedarse exhaustos; suerte tendran de poder mantener el marcador a cero. Y as iba a terminar el partido, seguro: sin goles. Me equivocaba. Pasados veinticinco minutos, el Cambridge no haba aflojado su presin. Otro tiro peg en la cepa del poste e iban cuatro, al cual sigui otro paradn del portero del Millwall. Hasta ese momento, el partido corresponda ce por be a lo que yo haba aprendido a calificar como un buen partido de ftbol ingls. En ello no haba nada raro, as como tampoco haba nada raro en el pblico. De hecho, aunque el partido era de una importancia capital para los del Cambridge, se trataba, por otra parte, de una cuestin meramente provinciana: una simple noche fuera de casa, a mediados de enero. Hasta el nmero de espectadores que se haban 124
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congregado para ver el partido era de lo ms ordinario, por no decir menos que lo ordinario: el estadio de Abbey es el ms pequeo de la Liga, y su capacidad no llega ni al veinte por ciento de la que tienen los grandes estadios de Primera Divisin. Y, con todo, en aquella experiencia muy pocas cosas podran calificarse de ordinarias. No es infrecuente, en diversos deportes, ver a los espectadores comportarse de una forma que resultara totalmente extraa en todos y cada uno de ellos dentro de un contexto diferente: se abrazan, gritan, sueltan tacos sin parar, se besan, bailotean presa del alborozo. Es la emocin, el gusanillo del deporte; expresar esa emocin es tan importante o ms que experimentarla y ser testigo de ella. Ahora bien, no existe ningn deporte en el cual el acto de ser espectador sea tan constantemente fsico como en el acto de ver un partido de ftbol desde la grada y en cualquier campo de Inglaterra. Este carcter fsico es insistente; cualquier observador que no conozca en qu consiste el juego dira sin duda que se trata de algo brutal. De hecho, quienes no lo consideran brutal son los que estn tan familiarizados con las tradiciones propias de asistir a un partido de ftbol en Inglaterra, tan seguros de saber qu es lo que se espera de ellos, que son incapaces de ver hasta qu punto resulta desviada su conducta, hasta en los detalles ms elementales. La primera vez que fui por mi cuenta y riesgo a White Hart Lane, todo el pblico sali del estadio segundos despus del final del partido: viendo todo aquello no fui capaz de imaginar una salida ms peligrosa, pues se trataba de un pasadizo increblemente estrecho al extremo del cual haba unas escaleras muy empinadas. Nadie esper ni un segundo; tampoco hubo eleccin posible, y aquel enloquecido desfilar del pblico se me llev por delante. En aquellos momentos fui incapaz de controlar adonde me diriga. La palabra que me vino a las mientes fue estampida. Me vi aplastado contra la barrera, al otro lado de la cual acechaba el peligro; me escabull de costado para no magullarme las costillas y, de pronto, vi que haba salido, trastabillando igual que trastabillaban todos los de mi alrededor, procurando no caerme por las escaleras. Mir detrs: todo el mundo haca gestos y mascullaba improperios; uno, que por lo visto se haba llevado un codazo en plena cara, amenazaba a otro con molerlo a puetazos. Qu era lo que estaba pasando? Aqul no era un momento importante del juego: era la salida de un partido. As, pens entonces, es como se comportan los animales, slo que no fue aqulla una idea metafrica. As es como se comportan genuinamente los animales, los rebaos. As funcionan las ovejas o las vacas. En el meollo de cualquier discusin que trate sobre la cuestin de las multitudes se llega siempre al momento en que muchas personas, muchas y muy diferentes, dejan de ser muchas personas y muy diferentes para convertirse en una sola cosa: una muchedumbre. Ah est el dicho de formar parte de la muchedumbre, de ser uno con el todo. Hasta cierto punto, es simple cuestin de lenguaje: se trata de saber cundo son tan similares y 125
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coherentes las acciones de los diversos individuos, que es menester describirlas como actos de un solo cuerpo, con un sujeto en singular y un verbo en singular. Son... Es... Todas esas personas son... La muchedumbre es... En un partido de ftbol, en Inglaterra, se espera que el espectador se ane a la muchedumbre; en un buen partido, en un partido con ambiente, el espectador lo da por hecho: al fin y al cabo, sa es una de las cosas por las que ha pagado. Aun y todo, se trata de algo ms que de una simple experiencia de masas. Es una experiencia de constante contacto fsico, una experiencia destinada a concentrarse en las gradas. Las gradas son como rediles o establos, y slo proporcionan un acomodo elemental: hay una puerta que se cierra a cal y canto despus que los espectadores hayan entrado; hay una valla que les impide abandonar el recinto adjudicado o pasar al terreno de juego; se trata de un lugar en el que faenan los aguadores ms elementales, sujetos que sacian el hambre y la sed esenciales; un lugar en el que se mea y se caga. Recuerdo haber estado en un partido en The Den, en Millwall, y que el nico mingitorio disponible rebosaba y se verta sobre las gradas de cemento; el asco que me entr fue tan grande, que hube de encoger los dedos de los pies para no perder pie, valga la redundancia, horrorizado por la posibilidad de que los calcetines de lana se me quedasen encharcados por aquel lquido maloliente que caa formando una cascada, tan caliente an que humeaba en el aire helado. Las condiciones son abrumadoras, poco ms que lo esencial: se da por sentado que cualquier cosa un punto ms civilizada echara a perder la experiencia. Parece de cajn que en bastantes campos de ftbol, despus que los espectadores hayan salido en manada, en una de estas estampidas, las gradas se limpien a manguerazos: una vez ms, no son slo las imgenes, sino tambin los detalles esenciales los que recuerdan una pocilga o un establo. Es eso lo que ofrecen las gradas: no slo la experiencia de la multitud, sino la experiencia del rebao, con mayor intensidad que en el caso de cualquier otro deporte, con mayor intensidad que en cualquier otro momento de la vida, y semana tras semana. En Cambridge, un martes por la noche, no era yo sino un desconocido entre desconocidos: el contacto fsico era constante, ineludible... a menos que uno eludiera todo aquello escapndose literalmente del campo. Se notaba, no haba otro remedio que notarlo, cada uno de los momentos importantes del partido a travs de la muchedumbre. Un tiro a puerta era una experiencia perfectamente percibida. Con cada esfuerzo, la muchedumbre contena el aliento; tras otra parada espectacular, todos espiraban con idntica exageracin. Y en todo momento las personas que haba a mi alrededor se expandan a ojos vista; todas las cajas torcicas se inflaban notoriamente, con lo cual nos hallbamos cada vez ms comprimidos. Se tensaban: flexionaban levemente los msculos de los brazos, se ponan ms rgidos, o adelantaban la cabeza, estirando el cuello, tratando de precisar si bajo aquella extraa luz elctrica, que no proyectaba sombras, aquel disparo no sera el que por fin valiese un gol. La anticipacin de que era presa toda la 126
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muchedumbre, por los cuatro costados, se notaba por todos los poros del cuerpo, como si fuese una serie de sensaciones encadenadas. El contacto fsico, hasta tales extremos, es algo totalmente desacostumbrado en cualquier cultura. En Inglaterra, donde el contacto fsico no es por cierto una costumbre social, donde hasta un apretn de manos puede considerarse un gesto fuera de lugar, esta clase de contacto es excepcional, a menos, claro est, que uno forme parte de la muchedumbre. Cuando llegu al campo para ver aquel partido, despus de un da entero trabajando en una oficina, distrado todava por diversos asuntos relacionados con mi trabajo, con pensamientos que eran nica y exclusivamente mos, todava no era uno con el todo, ni pude imaginar tampoco que llegara a ser uno con el todo. Soplaba mucho aire y haca fro; ese tiempo desapacible, tpico de cuando sopla el viento del este, era algo que yo senta personalmente, en mis propias carnes. En lo que senta y en lo que pensaba estaba completamente intacto en tanto individuo. Y fui yo, un individuo, el que de pronto fue apretujado por todas partes, por desconocidos en cuyos rasgos, peculiaridades y olores pude fijarme, slo que en cuanto hubo empezado el partido algo cambi por completo. A medida que transcurra el partido, descubr que me haban entrado verdaderas ansias de gol. A medida que la promesa de un gol y su incumplimiento constante se expresaban sin cesar mediante los cuerpos de las personas que me rodeaban por todas partes, tuve una sensacin semejante a un apetito, en continuo incremento, como una intensa anticipacin; esperaba en uno y otro sentido de la palabra y deseaba que uno de aquellos tiros escapase por fin al guardameta del Millwall. El negocio en que me haba metido lase, ver el partido con toda atencin haba empezado a excluir de mi mente cualquier otro pensamiento. Requera la participacin activa de tantos aspectos de mi persona lo que vea, lo que ola, lo que deca, lo que cantaba, lo que grua, lo que senta de pies a cabeza que empec a convertirme en una persona distinta de la que haba llegado al campo: dej de ser yo mismo. No hubo ni un momento en el cual dejase de percibirme; tan slo me di cuenta de que durante un rato no haba sido yo mismo. El partido haba logrado dominar mis sentidos y elevarme precisamente a m, que nunca haba pensado con un mnimo de seriedad o dedicacin en el destino del Cambridge United, a un estado de sentimiento intenso, realzado. Fue entonces cuando el partido una vez logrado el efecto de apoderarse de m empez a jugar conmigo tal como jugaba con todos los dems. Me tomaba el pelo, me manipulaba, me alentaba, me frustraba. Haba engendrado en m la intensidad emocional de la que hablo, as como la expectativa de que mi deseo fuese satisfecho, es decir, de que hubiese por fin una gratificacin... o tal vez no: de que el equipo marcase o de que, por el contrario, encajase un gol, de que hubiese por fin victoria o derrota, exaltacin o decepcin. En cualquier 127
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caso, liberacin. Ahora bien, qu sucede cuando toda la energa que se ha concentrado tantsimo en el corazn de la muchedumbre no se libera? A los noventa minutos son el silbato. No hubo goles. Empezara la prrroga. El Cambridge United haba logrado llegar a aquella eliminatoria de la FA Cup empatando con tres de sus adversarios. Con uno tuvo incluso que jugar tres partidos antes de que hubiese un resultado definitivo. El equipo estaba ms que acostumbrado a las prrrogas, y que no hubiera goles, ni propios ni ajenos, era un rasgo tpico de su juego. En realidad, que no haya goles es un rasgo propio del juego en s. Otro es que no haya ganadores ni perdedores. El domingo anterior se haban jugado cuatro partidos. Entre el Norwich City y el Liverpool, el partido se sald con un empate sin goles. El Bristol City Rovers y el Bolton Wanderers haban empatado a uno. El Manchester United derrot al Hereford United por uno a cero. El mircoles, el Everton derrot al Sheffield gracias a un gol en propia meta: la victoria se logr por error. El da anterior hubo ocho partidos en los que no se consigui marcar ni un tanto. Diez partidos haban terminado en empate. La semana anterior haban sido doce. La gente va a ver un partido de ftbol con la creencia de que, al igual que los espectadores de cualquier otro deporte, asistirn a una victoria o a una derrota; aceptan que a veces no queda otro remedio que quedarse sin lo uno y sin lo otro. Aceptan a regaadientes que tal vez no lleguen a ser testigos de un gol. El gol es un acontecimiento antinatural. Son demasiados los obstculos: la regla del fuera de juego, la congestin de jugadores en el rea pequea, las propias dimensiones de la portera, el entrenamiento y el carcter del portero y los defensas... Claro que as es el juego, y as es el cruel castigo de los espectadores: incluso cuando lo antinatural por fin acontece y se marca un gol, nunca se puede estar seguro de haberlo visto. Una de las mayores falacias del ftbol es que no existe mayor emocin que la de ver cmo se marca un gol; la realidad es que la mayor parte de los espectadores se pierde ese momento sublime. El gol es una maraa a travs de la cual resulta muy difcil ver con claridad; a menos que se vea el partido desde un punto muy alto, o desde detrs de la portera, o con la ayuda de las cmaras de televisin, no se puede saber cundo ha rebasado la pelota la lnea de gol, hasta que se detiene contra la red. En todos los goles, salvo los que se marcan de penalti, existe un brevsimo instante en que no hay ni gol ni no gol: tiempo muerto. Estos tiempos muertos no son cronolgicamente dilatados: se da el instante en que el baln parece que est a punto de entrar y, despus, el momento en que definitivamente se estrella o no se estrella contra la red; en cambio, en cualquier clase de cronologa emocional puede parecer un lapso interminable. All en Cambridge, con el concurso ubicuo de todos los hinchas que estaban desesperados por ver un gol, por batir a aquel portero mgico y el misterioso campo de gravitacin que haba 128
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creado a su alrededor, hubo cinco tiros entre los tres palos. Cinco tiros que, vistos sobre todo desde nuestra exagerada situacin, a medio campo y casi al nivel de los jugadores, resultaron visualmente indiscernibles de otros tiros que hubiesen rebasado la lnea de gol. Y de nuevo, en todo momento, la sensacin fsica tal cual: senta que se tensaba todo el mundo a mi alrededor, como un muelle, listo para soltarse de golpe. Slo que no se solt, no hubo liberacin, no hubo gol. El baln no peg contra la red: todos los tiros fueron en vano. Y si, por fin, se marca un gol? Hace algn tiempo fui a ver la final de la Copa de Escocia en Hampden Park; el partido enfrentaba a los dos equipos de Glasgow, el Celtic y los Rangers. Haba en el campo sesenta y seis mil hinchas: la mitad, de azul, protestantes a ultranza, y la otra mitad de verde, catlicos a ultranza. Yo iba con el Celtic. Las gradas estaban cerradas por cercas de alambre grueso, coronadas por cuatro hileras de alambre de espino vueltas hacia el lado del pblico. El mensaje no poda ser ms claro: el rebao de ninguna forma podra desparramarse por el terreno de juego. La puerta estaba cerrada con llave. Tras cada una de las puertas haba tres policas, de espaldas al campo: a lo largo del partido slo contemplaron al gento apiado en las gradas. La llave slo estaba en poder del supervisor, al cual habra que llamar cuando hiciese falta abrir una puerta. Iba a ser necesario abrir las puertas en dos ocasiones. Los Rangers marcaron el primer gol durante el primer tiempo. Luego, nada ms empezar el segundo, los Rangers volvieron a marcar. En menos de cincuenta minutos, el Celtic perda por dos a cero. De aquello hace bastante tiempo yo no haba ido entonces a ver demasiados partidos, y no dispona de ningn instrumento de medicin de todo lo que estaba viendo. Saba, eso s, que aquel espectculo el estadio repleto de intensidad y sectarismo, con sesenta y seis mil hinchas, una mitad de azul y la otra de verde era totalmente distinto de cualquier acontecimiento deportivo que hubiese podido ver en mi vida. Retrospectivamente me doy cuenta de que no apreci el peso, la gravitas de la ocasin: los Rangers y el Celtic, protestantes y catlicos, la final de Copa. Y el Celtic perda por dos a cero. El gol del Celtic, cuando lleg, ocurri muy rpidamente; hubo una ocasin y fue aprovechada, pero sera muy difcil decir qu haba ocurrido. Fue todo tan rpido que nadie supo quin fue el autor del disparo e incluso, al principio, si haba llegado a hacerse un disparo. Se hizo el silencio, un silencio de pasmo, de incredulidad. Tiempo muerto, tiempo congelado, ausencia de tiempo: ni gol ni no gol. Nadie pudo registrarlo en condiciones, como si aquellas sesenta y seis mil personas estuviesen reviviendo mentalmente el instante, comprobando la realidad de sus percepciones: eso ha sido gol? Ha sido penalti? Ha levantado el bandern? Prueba incontestable: el baln est en la red. Venga, comprubalo: s, est en la red. Se ha cumplido la proeza antinatural. Ha sido gol. 129
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Luego, tras el silencio, la explosin. Not que haba sitio a mi alrededor, espacio, y la muchedumbre, entre alaridos, se hinch, levit unos centmetros. Un desconocido, que momentos antes se me haba antojado amenazante y agresivo, me tom de las manos. Otro me abraz. Me di la vuelta y recib un beso en la mejilla. Alguien me abraz de nuevo. Todo el mundo se mova; de pronto, el movimiento fue mucho mayor de lo que yo alcanc a entender y ca tropezando hacia adelante, como tropezaba todo el mundo hacia adelante, cayendo por los escalones de la grada. Baj rodando varios escalones cinco o seis; cuando alc la vista comprob que no haba nadie de pie. Todo el mundo se haba cado de bruces, a pesar de lo cual prosegua la celebracin. El personal fue ponindose de rodillas, gritando a voz en cuello. Alborozados an, otros tantos rodaron por los escalones, dando puntapis al aire, chillando de puro jbilo, como si fuesen presa de un ataque. La polica abri las puertas y subi a la carrera por los pasillos. Pens que aquello deba de ser grave, y slo me enter despus de que la polica haba subido corriendo a rescatar a los heridos. Aparecieron cinco camillas. Un hincha se haba roto la pierna. Otro, a juzgar por cmo se retorca, con ambas manos en el costado, se haba partido unas cuantas costillas. Los otros tres hinchas tenan contusiones en la cabeza. Uno de ellos estaba inconsciente. Los policas regresaron a sus puestos, al pie de los pasillos de acceso, y cerraron las puertas. En el minuto noventa, cuando la derrota pareca cantada, el Celtic marc otro gol. Pude apreciar el significado? Los Rangers y el Celtic, protestantes y catlicos, la final de Copa. Y el Celtic haba igualado la contienda en el ltimo momento. La polica tuvo que abrir las puertas por segunda vez. Volvieron a aparecer unos cuantos heridos; tantos, de hecho, que no hubo camillas suficientes para atenderlos a todos. A unos cuantos se los llevaron en sillas de metal, plegables; un polica sostena el respaldo y otro las patas, mientras el herido se bamboleaba peligrosamente. Otros fueron colocados sobre las vallas publicitarias que circundan el csped. Vi a un herido tendido sobre una valla publicitaria de Marlboro Light. Los policas regresaron a sus puestos, al pie de los pasillos. Se cerraron las puertas. Esto es algo que no sucede en ningn otro acontecimiento deportivo, en ninguna parte. Aduzco otra ilustracin tomada de otra final de la Copa de Escocia, tambin entre los Rangers y el Celtic, disputada tambin en Hampden Park, en Glasgow. La masa de hinchas se excit de tal manera que al final del encuentro miles de espectadores invadieron el terreno de juego y procedieron a arrancar las porteras. Segn dice el peridico, Llegaron agentes a caballo; en la mele resultante fueron heridas ms de 130
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cincuenta personas. Cuando acabaron con las vallas de proteccin, los alborotadores apilaron los restos, vertieron whisky sobre la pila y prendieron fuego a la madera. Las llamas se extendieron a la tribuna, situada tan slo a veinte metros de un gran edificio de viviendas. Se adue del campo la alarma y el pnico, sobre todo cuando los bomberos fueron atacados por el gento, que les impidi apagar el fuego; en cuanto hubieron instalado las mangueras, la muchedumbre salt sobre la goma, para desgarrarla con navajas y con piedras, por lo cual los esfuerzos de los bomberos fueron intiles. Los asientos, tambin de madera, se incendiaron. Llegaron ms policas, pero cuando procedieron a detener a un hincha, el resto de la muchedumbre respondi colricamente, rescat al detenido, apual a dos agentes e hiri a golpes a muchos otros. La batalla campal sigui su curso. Todas las farolas de la zona fueron rotas a pedradas. Uno de los agentes sufri un navajazo en plena cara. En esta muestra de violencia hay dos detalles de inters: en primer lugar, se trata del primer incidente grave de violencia en masa del que se tiene constancia en la historia del ftbol. Tuvo lugar en abril de 1909. Cualquier incidente previo no haba pasado de ser un acto aislado de vandalismo, sobre todo contra la polica y casi siempre cuando se haba suspendido un encuentro, o bien ataques de menor cuanta contra los rbitros, por alguna decisin dudosa. sta fue, pues, la primera revuelta multitudinaria: la Liga escocesa de ftbol slo tena veinte aos de antigedad. El segundo detalle es la causa aparente del suceso: por segundo sbado consecutivo, el partido entre los Rangers y el Celtic no haba dado resultado; por segundo sbado consecutivo, haba terminado en empate. La masa no pudo tolerar que otro partido terminase sin victoria y sin derrota: sin liberacin de ninguna especie. Termin en el estadio de Abbey el primer tiempo de la prrroga, sin goles. Quedaba otro cuarto de hora; yo ya me haba resignado al empate. Y estoy seguro de que los nueve mil seguidores del Cambridge tambin lo haban hecho. Todos, pues, salvo los integrantes del Cambridge United. Seguan jugando como si an creyesen ciegamente en la victoria; daba la impresin de que no se haban dado cuenta del tremendo desgaste realizado, de que no les quedaba aguante para continuar con sus embates, de que su estilo de juego pases largos, endiabladas carreras de un extremo del campo al otro, un esfuerzo constante les abocaba a una extenuacin al mximo. Pasada la primera parte de la prrroga y sin haber realizado cambios, lo razonable habra sido jugar a la defensiva, dar por bueno el empate. En cambio, los jugadores del Cambridge United se pusieron a jugar con mayor determinacin: ms pelotazos largos, ms carreras a tope, ms brutalidad y ms extenuacin. Haban dado todos ellos con alguna inexplicable reserva de adrenalina; mediada la segunda parte de la 131
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prrroga, daba la sensacin de que el United podra lograr un tanto. Todo empez con un comer. El viento, que haba soplado con fuerza durante toda la noche, se haba convertido en una recia galerna; el baln, muy alto, qued suspenso en el aire. Todo el mundo vio la trayectoria de la bola de nuevo ese apetito fsico, ese deseo de gol, ese ansia, destinada a un perfecto remate de cabeza. Y la fantstica estirada de costumbre. Hubo otro crner, desde el otro lado; aunque no fuese lanzado directamente contra el viento, claramente no iba a favor. Pero fue un buen chut, otra buena ocasin para rematar de cabeza... y otro paradn impresionante: el portero desvi el baln por encima del larguero. Un comer ms. Y as sigui el encuentro. Fueron seis corners consecutivos. Primero a un lado, luego al otro, y vuelta a empezar. Cada vez crecan ms las expectativas de lograr un gol. Sin embargo, cada parada, cada pase perdido, cada despeje de la defensa vena a confirmarme algo de lo que ya estaba convencido: no habra goles. En los ltimos minutos, el portero del Millwall empez a remolonear, dispuesto a perder tiempo como fuese. Hasta l mismo apostaba ya por el empate; a tales alturas de partido, y con el poco tiempo que quedaba, no quera desaprovechar la ocasin de jugar un nuevo partido de desempate. Iba de un lado del rea al otro, tocando el baln en corto; en uno de los laterales pas el baln a un compaero, y se dio la vuelta. Ya regresaba a la meta: no se haba dado cuenta de que el defensa le haba devuelto el esfrico. As pues, cuando por fin se produjo el gol, fue una pifia, un fallo garrafal, un error de clculo, sin tiempo disponible para enmendarlo: un pase retrasado al portero del Millwall en un momento en que no estaba listo para recibirlo. Se oy gritar a varios jugadores del Millwall. Una bola floja, mal dirigida, entr lenta, muy lentamente en el marco. Y se acab el partido. El Millwall haba derrotado al Millwall con un gol en propia puerta. Se produjo el alborozo de costumbre. Lo de menos era cmo se hubiese marcado el gol; importaba nicamente haber conseguido uno. El Cambridge United haba pasado a la siguiente eliminatoria, nada menos que a cuartos de final. Volv a donde haba dejado el coche. Estaba aparcado ilegalmente, delante de una gasolinera en Newmarket Road. Nada ms abrir la puerta descubr una coincidencia sorprendente: el coche que haba aparcado junto al mo, tambin ilegalmente, perteneca al mismsimo hombre que se haba pasado el partido entero a mi lado, el hombre de la cara arrugada y el pestazo a cigarrillos americanos. Nos hicimos sea de habernos reconocido de forma ms o menos amistosa, aunque haciendo el mnimo gesto posible. Creo que alc una ceja, la izquierda, levsimamente. Creo que l debi de bajar un poco el mentn, nada ms. Y no pudo ser ms correcto: en aquel momento, una conversacin, o un simple saludo verbal habra estado desmesuradamente fuera de lugar. 132
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ELIAS CANETTI, La conciencia de las palabras, 1976 Qu ocurre cuando se arma una buena? Era ms o menos la una de la tarde, y Robert se empe en ensermelo: quiso que asistiese al estallido de los acontecimientos desde la primera fila. Iba a suceder algo que Robert no quera que yo me perdiese por nada del mundo. Desde las once de la maana, los hinchas del Manchester United haban ido reunindose en Manor House un pub grande, en un edificio Victoriano bastante desvencijado, en el que adems se jugaba al snooker, situado en el norte de Londres; eran ya tantos, que el pub se haba quedado sin vasos. La gente se haba subido a la mesa de snooker porque en el suelo ya no haba literalmente sitio donde poner los pies; eran muchos los que pedan sus cervezas desde la calle, por no poder atravesar la puerta, y para qu hablar de acercarse a la barra. De pronto, en un santiamn el pub se vaci por completo, y todo el mundo sali a la calle para avanzar en masa por Seven Sisters Road, de camino hacia Tottenham. Todos salvo Sammy, que no se present. Sammy, me dijo Robert en un susurro, mat a un hombre, segn dicen, y anda por ah gente dispuesta a liquidarlo. Siempre andarn a la caza y captura de Sammy: este ao, el ao que viene, siempre. Da lo mismo que lo hiciese o que no; da lo mismo qu es lo que hizo o lo que dej de hacer. Lo importante es que esa gente est convencida de que fue l quien lo hizo. Nuestro paso era muy vivo; Robert me agarraba de la manga, tiraba de m, me urga a ir de prisa, al tiempo que me guardaba las espaldas: trataba de asegurarse de que yo estuviese en primera fila, de que no me perdiese nada de lo que iba a suceder, aunque, al mismo tiempo, no perda de vista los alrededores, preparado para los problemas que pudieran surgir. Te van a caer encima salidos de todas partes. No los vas a ver llegar. Navajeros, musit Robert. Gente que te raja y se larga sin abrir la boca. Apareci la polica las furgonetas, con los aceleradores melodramticamente pisados a fondo, los motores a tope, llegaron por una de las bocacalles, donde haban estado esperando a los hinchas del United, ante lo cual todo el mundo reaccion avivando ms el paso. A nuestra derecha se alzaban altos bloques de viviendas. A nuestra izquierda, ms bloques de viviendas. Aquello podra haber sido cualquier suburbio de Varsovia o de Mosc, de no ser porque todo lo dems era inimitablemente caracterstico del norte de Londres: la pelcula de suciedad que se te pega a la piel, el holln procedente de los tubos de escape, los desperdicios que el viento desplaza hasta dar contra las paredes. Pasamos por delante de la 135
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consulta de un mdico, cuyas puertas y ventanas estaban protegidas por tablones, y rebasamos varios edificios renegridos por efecto del humo; la acera estaba llena de cosas diversas, como una silla de plstico rota, una sbana, una bota de goma de color rosa, paquetes vacos y arrugados de toda clase de comestibles: patatas fritas, cacahuetes, galletas digestivas, el envoltorio amarillo de una hamburguesa con queso. Haba trozos de plstico plstico rojo, plstico transparente, plstico blanco, vasos de plstico y botes de conservas y de diversas bebidas, as como innumerables colillas de cigarrillo. Al otro lado de la calle haba una heladera ambulante, tras la cual descubr a una prostituta escondida, sentada en un murete bajo. Rpido, ms rpido, me susurr Robert, empujndome, insistiendo en que no perdiera el comps. Seguimos la marcha a paso muy vivo, dejando a un lado y otro tiendas que haban cerrado sus puertas, protegidas con persianas de metal o con paneles de alambre, tiendas pequeas en las que se despachaba pescado frito con patatas, pinchos morunos, recambios para automviles, pollo y pizzas para llevar, una cafetera abierta de seis de la maana a cuatro de la tarde, una tienda de bocadillos, un zapatero, muebles nuevos y usados (compraventa), un quiosco y estanco, otro zapatero, un local de la Iglesia Evangelista, una agencia de seguros de vida, ropa de mujer, botes de pintura plstica (slo pintura blanca: un cargamento entero de pintura blanca), hasta que llegamos a la boca de la estacin de metro de Seven Sisters. Ah es donde ocurri, dijo Robert. Ah es donde mataron al to. Por lo visto, a un hincha le haban partido la columna vertebral; Robert me descubri cmo se retorca y gema de dolor, sin poder mover las piernas, incapaz de ponerse de pie. Fue algo muy grave, mucho, dijo Robert, y probablemente porque nunca le haba odo a Robert describir lo que se dice nada calificndolo de verdaderamente grave mientras que yo en cambio habra calificado de gravsimo virtualmente todo lo que l haba visto con sus propios ojos, me di cuenta de que su empleo de aquel muy grave, mucho era realmente una afirmacin tremenda. En la pelea, que tuvo lugar en las escaleras mecnicas que bajaban a los andenes, haban estado implicadas unas doscientas personas; a medida que los hinchas del Tottenham suban por las escaleras, los hinchas del Manchester United empezaron a bajar a la carrera, con tan mala fortuna que a alguien le dio por pulsar el botn de paro de emergencia y todos cayeron rodando. Algunos haban quedado inconscientes, muchos se partieron algn hueso que otro brazos, piernas, el hombre desmadejado con las vrtebras aplastadas, y Seven Sisters Road fue cerrada al trfico, para que pudieran pasar las muchas ambulancias que se solicitaron. En el fondo, una vez se fueron poniendo en pie todos los implicados en la pelea, estaba el cuerpo del muerto. Por eso no ha venido Sammy, dijo Robert. Lo de menos es que en el 136
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juicio no pudiera demostrarse que haba sido l. Ya nunca podr acercarse a Tottenham. Seven Sisters Road terminaba en un cruce en forma de T, poco ms all de la boca del metro; al llegar al cruce, la larga hilera de hinchas del United dobl hacia la izquierda, para subir por High Road en direccin a White Hart Lane. Fue entonces cuando los vi, al otro lado de la calle: los hinchas del Tottenham, centenares, ms de un millar, tantos, desde luego, como los que haban llegado aquella maana desde Manchester. Al igual que los policas, haban estado aguardando a los hinchas del United, que precisamente por ello Robert me empujaba continuamente, para que estuviera en las primeras filas saban muy bien con quin iban a encontrarse. Atento, estate preparado, me susurr Robert, como si los hinchas del otro lado de High Road pudiesen or sus instrucciones por encima del trfico, de la polica que iba ocupando la calle con sus vehculos, sus perros y sus caballos. En cualquier momento, dijo Robert. Nuestro trote se haba convertido en una abierta carrera: los dos frentes, que se extendan a lo largo de varias manzanas de High Road, se desplazaban a la vez, intentando rebasar el cordn policial, esperando a que llegase el momento propicio para cruzar la calle. Apareci a la carrera un polica que llevaba a un perro de la correa y nos cerr el paso a los ocho que bamos en vanguardia del grupo, que pareca dirigir el propio Robert. El polica que llevaba el perro estaba a punto de quedarse sin resuello. Saba muy bien qu estaba sucediendo, al igual que todos los dems policas, y alguno de los oficiales le haba indicado que se situara al frente del grupo, para reducir la velocidad de su marcha y evitar que se descontrolase. Estaba agitado, nervioso; se le notaba en los ojos que saba muy bien que en el momento menos pensado podra verse en medio de un alboroto descomunal. Haba agarrado al perro por el collar, de modo que, con la otra mano, poda hacer uso de la cadena como si fuese un ltigo. Atrs, atrs, grit, sacudiendo la cadena por encima de la cabeza, como si fuese un vaquero. Atrs. De pronto, algo me dio de lleno en la cara: not un dolor agudo e intenso a la altura del mentn. El polica haba empezado a azotar a los hinchas en plena cara, de modo que tambin me toc recibir. Sent autntica indignacin, y le grit al polica, llamndole por el nmero que llevaba en la placa. Nosotros vamos a lo nuestro, sin molestar a nadie, le dije; no estamos molestando a nadie, slo vamos camino de un partido de ftbol. Por qu cono te crees con el derecho de sacudirme en la cara, eh? Se dio la vuelta en redondo, y su rostro mostr una expresin de perplejidad, de incomprensin; me di cuenta de que no entenda nada de nada, de que lo que acababa de or un norteamericano que le grit el nmero de la chapa y un par de improperios no tena para l ningn sentido. Dile que eres periodista, me grit alguien de atrs. Dile que vas a dar 137
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parte de l, por brutalidad. El polica dej caer la cadena y se fue trotando, siguiendo al perro, sin dejar de mirarme fijamente, con la cabeza vuelta hacia atrs, mientras corra. Venga, me gritaron algunos ms, dile que vas a dar parte de l. Me he pasado de rosca; las cosas han ido demasiado lejos. Recuerdo que esto fue lo que pens. Me he dejado llevar, he terminado por convertirme en uno de ellos. Aqu estoy, tras haber sufrido un golpe en plena cara, un latigazo que me ha dado un polica, y me pongo a discutir con l, dejndome apremiar por los hinchas que corren tras de m. Por los hinchas que corren tras de m? Por un millar de hinchas que van corriendo tras de m: aqu estoy, al frente de una muchedumbre, entre los que dirigen los movimientos de esa masa. Y entonces ocurri algo a nuestras espaldas... Alguien haba cruzado la calle, y las dos alargadas hileras, la de los hinchas del United por un lado, la de los hinchas del Tottenham por otro, se haban abalanzado en un punto la una sobre la otra, con lo cual estall un bramido colectivo. Ojo, ojo! Atento!, dijo Robert. Vigila por dnde vienen las navajas. Se va a armar. Pero lo cierto es que no se arm, y nadie saba qu haba pasado tal vez alguien se cag encima? cuando apareci un hincha corriendo que se las pelaba por el centro de High Road, perseguido por dos policas, uno de los cuales le alcanz en el taln, de modo que el hincha cay dando tumbos, tapndose la cabeza con las manos. Cuando lo rebasamos, vi que la bota del polica le alcanzaba de lleno en el mentn, al tiempo que se retorca porque el otro agente le haba propinado un golpe por la espalda. Hubo algn otro incidente ms atrs, pero no llegu a verlo: las dos hileras de hinchas enfrentados se extendan a lo largo de un kilmetro. Volvi a orse el bramido, y todos nos dimos la vuelta, aunque no pas nada. Ahora, atento. En cualquier momento se va a armar, repeta Robert sin cesar. Ojo, ojo. Se le vea vigilante, a la espera del momento en que el millar de hinchas del United que iban a paso ligero por High Road cambiasen de actitud y actuasen al unsono, de forma muy distinta, como una multitud, como una muchedumbre violenta. Me di cuenta de que, en efecto, Robert sopesaba cada instante, lo juzgaba, calibraba que an no haba llegado el momento preciso, que an no era oportuno armarla, pero que ya faltaba muy poco, que estaba al caer. La cosa est que arde, dijo Robert. Iba a suceder algo, pero era ms que evidente que, ocurriera lo que ocurriese, la polica se vea involucrada. Haba contado Robert con la presencia de la polica? Haba muchsimos policas; no tantos, desde luego, como los propios hinchas, pero en cualquier caso ms que suficientes para que, habindose colocado en medio de la calzada, habiendo situado los perros, los caballos y las furgonetas entre los dos grupos de hinchas enfrentados, caso de 138
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producirse cualquier conato de ataque los policas seran los primeros en hacerle frente. Se haban interpuesto adrede. Me dio la impresin de que una cosa era pelear contra otros hinchas deseosos de que se armara y otra muy distinta enfrentarse con quien tena la intencin de detenerte y meterte entre rejas. Eso era algo que no deba hacerse. No se ataca jams a la polica; a menos, es evidente, que tengas la seguridad de machacarlos por completo, de modo que sea imposible que te detengan y te metan entre rejas. Slo que esto era algo que tampoco deba hacerse: no se machaca nunca a la polica. Esparcidas por aquella calle y puede que por los alrededores, me di cuenta entonces, se hallaban cerca de dos mil personas que poco a poco iban entrando en un estado de nimo tan salvaje y tan enfebrecido que fcilmente podran atacar en cualquier momento a la polica. Estaban provocndose, acalorndose, preguntndose, como se preguntaba Robert, si haba llegado el momento propicio para armarla. La calle en la que estbamos, una va urbana del norte de Londres que constituye la ruta ms directa al centro de la ciudad, la A 10, precisamente la que llevaba hasta mi casa, en Cambridge, haba adquirido un poderossimo significado. Se haba erigido en la lnea de separacin entre los hinchas del Tottenham y los del Manchester. Separaba a unos y a otros del cordn policial, pero a la vez los separaba tambin de la experiencia que todos deseaban tener cuanto antes, que precisamente haban ido a buscar all. Y lo saban. Seguir pisando las aceras era lo propio, lo que exiga la ley. Bajar a la calzada era igual que pasarse al otro lado, encontrarse fuera de la ley. La lnea divisoria era prcticamente algo fsico. Mir hacia atrs, abarcando la longitud de la lnea, de la frontera, y fue como si pudiese ver a los chicos de uno y otro lado pujando contra la divisoria, probando su resistencia, deseosos de franquear la lnea, pero incapaces de hacerlo, al menos de momento. Uno sali agresivamente a la calzada, pero los que esperaba que le siguieran permanecieron en la acera, de modo que el primero titube y, tras titubear, se qued sin arrestos, volvi a su fila y desapareci. En el otro lado, un hincha hizo exactamente lo mismo: se aventur hacia el centro de la calzada, advirti que estaba solo, y tambin se retir, volviendo sobre sus pasos. La calle, algo tan sencillo, era la lnea que haba que cruzar para que aquella muchedumbre se tornara vi lenta. He aqu lo que se suele decir de las muchedumbres. Una muchedumbre carece de sensibilidad y de cerebro. Una muchedumbre es algo primitivo, brbaro, pueril. Una muchedumbre es voluble, caprichosa, imprevisible. Una muchedumbre es un conjunto de personas sucias y sin nombre (Clarendon). Una muchedumbre es una bestia sin nombre (Gabriel Tarde). Una muchedumbre es un animal salvaje (Alexander Hamilton, Hippolyte Taine, Scipio Sighele). Una muchedumbre es como un rebao de ovejas (Platn), o como una manada de lobos (Platn), o como un caballo, dcil cuando lleva 139
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puestas las bridas y el bocado, peligroso cuando se halla a sus anchas. Una muchedumbre es como un incendio que no se puede controlar: destruye cuanto encuentra a su paso y al final se destruye a s misma (Thomas Carlyle). Una muchedumbre es un cuerpo febril, delirante, en estado de hipnosis (Gustave LeBon). Una muchedumbre pone al descubierto nuestra identidad darviniana, nuestro primigenio espritu de horda, sbitamente liberado por la influencia de la masa. Una muchedumbre pone al descubierto nuestra identidad freudiana, al regresar a un estado de ansiedad elemental y primitivo. Una muchedumbre fue la que acab con la vida de Scrates; una muchedumbre fue la que acab con la vida de Jesucristo. Una muchedumbre mata, ya sea en la Bastilla, en la Comuna de Pars, frente al Palacio de Invierno, en las calles de Viena, en un camino sin asfaltar de algn rincn de Mississippi o en Soweto. Y a quines nos encontramos dentro de una muchedumbre? A los camorristas, a los gamberros, a los vagos y maleantes, a los criminales (Taine). A los ms mrbidos y nerviosos, a los ms excitables y a los medio trastornados (LeBon). A la escoria que aflora a la superficie del caldero en ebullicin en que se ha convertido la ciudad (Gibbon). A los brbaros honorarios (Hitler) y a la vulgar clase obrera, que no desea ms que gozar de pan y circo (Hitler). Nos encontramos a personas que actan movidas por los impulsos de la espina dorsal, y no del cerebro (LeBon). Nos encontramos a personas que han renunciado a la inteligencia, la capacidad de raciocinio, el juicio, y que, incapaces de pensar por s mismas, son sumamente vulnerables ante los agitadores, las influencias externas, los infiltrados, los comunistas, los fascistas, los racistas, los nacionalistas, los falangistas y los espas. Nos encontramos a seres sedientos de obediencia (LeBon), con un claro apetito de servir (Freud). Una muchedumbre exige ser gobernada de algn modo. Una muchedumbre necesita su patriarca, su padre desptico, su jefe, su tirano, su emperador o su comandante. Le hace falta su Hitler, su Mussolini. Una muchedumbre es como un paciente ante su mdico, como el hipnotizado ante el hipnotizador. Una muchedumbre es el populacho, la chusma, que necesita ser manipulada, controlada, agitada. Nosotros no formamos parte de la muchedumbre. De quines son estas metforas? Proceden de Freud, de Burke, de los historiadores de la Revolucin Francesa, de nuestra herencia decimonnica, incluso de nuestros peridicos. Quines son los que nos dicen cmo es la muchedumbre? Desde luego, no es la muchedumbre misma: la muchedumbre nunca nos refiere sus historias. Son en cambio los observadores de la muchedumbre, los que se escuchan con atencin unos a otros, con tanta atencin como escuchan el gritero que se oye bajo sus ventanas: es Edmund Burke, all en Londres, dedicado a sopesar la gravedad de una revolucin que slo ha visto mediante los ojos de otras personas; es Hippolyte Taine, que se dedica a preparar conferencias y lecciones magistrales en Oxford, desde donde 140
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lee en la prensa inglesa las referencias a la violencia de la Comuna de Pars; es Gustave LeBon, el padre de la teora de las masas, socilogo aficionado de segunda fila, plagiario descarado, que arranca pasajes ntegros de Scipio Sighele, de Gabriel Tarde e (inevitablemente) de Hippolyte Taine (y es harto probable que la nica muchedumbre que viese en toda su vida el padre de la teora de las masas fuese la que se formaba en Pars un da de mercado); es Freud, que dos aos despus de las enormes matanzas en masas que caus la Gran Guerra, cuando en las calles de su barrio an reverberaban los gritos del nacionalismo inquieto y del antisemitismo, propone sus propias teoras sobre la muchedumbre y sobre sus lderes, basndose (era inevitable) en la obra justamente afamada de Gustave LeBon. La historia del comportamiento de las masas es una historia de miedos: miedo de convertirse en vctima, de perder todo lo que se tiene, de sentir un terror (e incluso el Terror) tan poderoso que por fuerza ha de tener un nombre propio, un nombre que pueda dar cuenta de ese terror, que pueda distorsionarse hasta resultar ininteligible, seguro. La historia del comportamiento de las masas es una historia de explicaciones. Nos ha proporcionado la poltica de la violencia y las teoras sociolgicas que la acompaan. Nos ha proporcionado los modelos de la revolucin y de los ideales que conforman el yo. Nos ha mostrado las causas y los efectos, los detalles de la opresin, las brutalidades, las injusticias, las crceles y la tortura, el precio del pan, la prdida de la tierra, las desigualdades de la imposicin fiscal que nos explota, los artilugios mecnicos y los artificios de una modernidad deshumanizadora. La teora de las masas da sentido a la muchedumbre y a su violencia, como si, en un experimento cientfico, las condiciones adecuadas pudieran producir y produjeran siempre los mismos resultados. La teora de las masas nos indica los porqus de forma implacable, sin aliento, ruidosamente, como si gritando a los cuatro vientos las razones, con la fuerza suficiente, pudiera explicarse y proscribirse as el terror. Pero en cambio la teora de las masas rara vez nos habla del qu, de qu es lo que ocurre cuando se arma una buena, de qu es en realidad el terror, de qu supone, a nivel puramente fsico, sensorial, participar en el terror, ser su creador incluso. He visto una fotografa reciente que recoge un incidente protagonizado por una multitud, en la ciudad costera de Split, en Yugoslavia. Paso a describirla. La muchedumbre, compuesta ntegramente por varones, abarca todo el encuadre. Se trata de nacionalistas croatas que han rodeado uno de los tanques enviados por el ejrcito para restablecer el orden. El fotgrafo, cuyo nombre no aparece en la fotografa, se encuentra situado por encima de la muchedumbre, posiblemente encaramado a un vehculo que se encontrase en las inmediaciones del tanque, o tal vez agazapado en un balcn cercano. Algunos de los manifestantes se encuentran apretados contra el tanque, tan cerca, tan evidentemente presa del pnico, que tienen que apartarse literalmente a pulso 141
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de la trayectoria del vehculo blindado. Son los nicos que se mueven. Los dems estn quietos; es la suya una quietud sbita, poderosa. En cualquier otro contexto podra describrseles como simples espectadores, como los integrantes de un pblico reunido para contemplar un determinado acontecimiento: en sus rostros se nota esa misma expresin de expectativa, entreabiertas las bocas, y no son slo el juicio y la capacidad de raciocinio los que se hallan en suspenso, sino que tambin se ha suspendido el acto de juzgar. Es esa expresin que estamos acostumbrados a ver en el pblico que asiste a un espectculo deportivo, cuando todos estn a la espera de que algo suceda. O de que no suceda. Tambin los manifestantes estn a la espera de que algo suceda. O de que no suceda. A lo alto del tanque se han subido cinco hombres. Hay un sexto al que no se le ve, que est a punto de subir a bordo: slo se ven sus brazos extendidos, tanteando en busca de algo donde agarrarse. Y hay un sptimo que an est en la calle, y que siente evidente temor de quedarse atrs, por lo cual se dispone a subir al tanque por la parte de delante. Los otros, ms circunspectos, han evitado la torreta del can, a sabiendas de que para desarmar el tanque es preciso hacerlo desde la parte posterior, tal y como se agarra por detrs a una serpiente, sujetndola por debajo de la cabeza. Los hombres parecen bien vestidos, y todos van afeitados, salvo uno que lleva bigote. ste ha sido el primero en subirse al tanque, aunque ahora mismo retrocede porque le ha agarrado por la chaqueta la sisa ha empezado a descosrsele otro hombre, ansioso por apoderarse de lo que tiene entre las manos. Se trata de la cabeza del comandante del tanque. El hombre del bigote ha abierto la escotilla del tanque, ha metido las manos y ha sacado al comandante agarrndolo por la cabeza: sus manos tapan la cara del comandante le aprieta con fuerza, con los pulgares, en los ojos, y tira de l con toda su alma, sujetndolo por debajo del mentn. Es posible incluso completar la metfora: tras haber agarrado a la serpiente por debajo de la cabeza, el hombre, deseoso de desarmarla debidamente, ha metido la mano en la boca, decidido a arrancarle uno a uno los colmillos. Un acto de valenta? O un acto tpico de una muchedumbre? El peridico refiere que aquel da muri un soldado en Split. No es aventurado suponer que la vctima mortal fue el comandante del tanque. A medida que escribo estas pginas, a diario aparecen en la prensa nuevos relatos de las terribles matanzas de Yugoslavia; se habla incluso de personas que han sido descuartizadas, despanzurradas. Estamos ya sobradamente acostumbrados a los reportajes periodsticos sobre los excesos del comportamiento humano, hasta el extremo de que constituyen el material de nuestras diversiones, la materia de que estn hechos los peridicos, los noticieros de televisin, las pelculas. No nos hacemos ilusiones porque conocemos bien la maldad que puede albergar la naturaleza humana, pero nunca pensamos que las manifestaciones de esa maldad puedan llegar a ser nuestras: tuyas, de quien lee, 142
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y mas, de quien escribe. Sabemos bien cmo se conduce la multitud, una vez alcanza ese estado de frenes. Pese a todo, incluso hoy en da damos por sentado que nosotros no formamos parte de la multitud. Es fcil despachar de un plumazo un incidente causado por las turbas en Yugoslavia: se trata de un pas que sufre una gran inestabilidad, no como el nuestro. Ms fcil an es despachar un incidente similar en Sudfrica o en la India, pases que, muy alejados geogrfica y culturalmente de nosotros, es manifiesto que no son como el nuestro: hasta cierto punto, es lgico o no? que en dichos pases, entre los subdesarrollados, los desposedos, los incivilizados, los primitivos (vuelven a salir a la palestra nuestras metforas decimonnicas), las masas protagonicen incidentes violentos. Pero igual de fcil es despachar la violencia que estalla en la puerta de nuestras propias casas. Aqu mismo, ahora, en Inglaterra, en Londres, en una estrecha callejuela no muy alejada del centro, se est congregando una masa: nosotros, insistiremos en ello, no formamos parte de esa muchedumbre. Aqu y ahora, en provincias, vspera de un largo puente, poco antes de la hora de cierre de los bancos y las tiendas, otra muchedumbre va congregndose poco a poco, es cada vez mayor, una muchedumbre que la polica no puede controlar: pero nosotros tampoco formamos parte de esa muchedumbre. El 31 de marzo de 1990, una simple manifestacin que se diriga a Downing Street para protestar contra el Poll Tax degener hasta convertirse en una revuelta de resultas de la cual fueron heridas 132 personas, veinte caballos de la polica quedaron gravemente lesionados, cuarenta establecimientos comerciales resultaron daados y se causaron destrozos por valor de varios millones de libras esterlinas. A la manifestacin acudieron unas cuarenta mil personas. Cuntas estuvieron entre los causantes de la revuelta? Estos se apiaron en Trafalgar Square y controlaron el centro de la capital por espacio de unas tres horas. Cuntos revoltosos haba all? Cinco? Diez? Al da siguiente, el peridico me dijo que Inglaterra es un pas civilizado. Cmo era posible que hubiese ocurrido tal cosa? No fue acaso porque unos cuantos agitadores, sin duda movidos por turbios intereses polticos, se haban infiltrado entre la muchedumbre, influyendo decisivamente en su comportamiento? No fue aqul un incidente instigado por la hez de nuestra sociedad, por los elementos marginales, por los anarquistas, por los revolucionarios de medio pelo, por los militantes de los partidos extraparlamentarios? El lenguaje empleado por la acusacin, una vez los detenidos fueron juzgados, podra haber sido el de Burke, el de Taine, el de Le Bon. La muchedumbre, al parecer, sigue sin tener nada que ver con nosotros. Dos aos antes, el 19 de marzo de 1988, un Volkswagen Passat plateado se cruz con el acompaamiento de un entierro que iba desde la iglesia de St. Agnes hasta el cementerio de Milltown, en Belfast. El muerto era Kevin Brady, de treinta aos de edad, asesinado tres das antes por un perturbado a sueldo 143
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de los unionistas. El conductor del automvil y su acompaante, dos cabos del ejrcito britnico que iban de paisano, fueron rodeados y finalmente atrapados por los asistentes al entierro, que los sacaron a golpes del automvil, les dieron una soberana paliza, los despojaron de sus ropas y los arrojaron por encima de una tapia, los metieron en un taxi, los mataron a tiros y luego los abandonaron en un solar. Un acto de valenta? O un acto tpico de una muchedumbre? Los participantes en el funeral eran unos dos mil. Algunos eran miembros del IRA; muchos, podemos darlo por hecho, eran simpatizantes. La mayor parte de ellos, sin embargo, eran tambin miembros responsables de una comunidad: taxistas, tenderos, personas con un trabajo estable, con familias, propietarios. Los asesinatos ocurrieron en un barrio residencial formado por casas unifamiliares, con sus aparcamientos, su parque... en un barrio de las afueras. De qu forma fueron calificados los asistentes al entierro? De terroristas, segn los tild Tom King, por entonces secretario de Estado para Irlanda del Norte, capaces de llegar a insondables profundidades en el reino del mal. Eran gentes depravadas, perversas, segn dijo el portavoz de la polica del Ulster. Eran animales muertos de hambre en la arena de un circo romano (Sunday Telegraph), animales presa de un odio frentico (Independent), una tribu capaz de comerse vivos a sus semejantes (Sunday Times). Se dira que no existe sima, por profunda que pueda ser, dijo Margaret Thatcher, a la que no estn dispuestas a descender estas personas, si es que puede llamrseles personas. Eran malhechores, terroristas, vndalos adictos a la intimidacin, chusma del IRA sedienta de sangre. Y en el plazo de una semana se desencaden una operacin de busca y captura contra los lderes (siempre habr lderes), contra los padrinos del IRA que haban hecho de aquella pacfica muchedumbre una banda de asesinos medievales, dispuestos a empalar a sus enemigos en estacas. Permtasenos abundar en un ejercicio de proyeccin imaginativa. Imagnese el lector que forma parte de la multitud que se ha congregado para llorar la muerte de un amigo, quiz de un pariente prximo, fallecido de resultas de un acto de violencia a consecuencia del cual han muerto tres personas y sesenta han sido heridas de diversa consideracin. Antes de sumarse al acompaamiento se le registra a conciencia, para impedir que lleve ningn tipo de armas. Comienza el entierro. Media hora ms tarde aparece un automvil a peligrosa velocidad, dirigindose de frente contra el entierro. No hay trfico; es el nico vehculo que circula por la calle. Lleva los faros encendidos, y hace sonar el claxon. A medida que se acerca da la impresin de que aumenta su velocidad, y sube bruscamente a la acera al lado de donde se encuentra el lector, derecho hacia un grupo de nios. Saltan para apartarse del automvil; el coche se detiene, da marcha atrs y cierra el paso del mismsimo coche fnebre. Alguien da un grito: Es la pasma, es la pasma! Otro da otra voz: Son 144
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britnicos, son britnicos! Los hemos pillado! Esos mismos gritos los repiten quienes rodean al lector, a medida que el automvil, an delante del coche fnebre, es encajonado por los otros coches que toman parte en el entierro: uno queda delante, dos ms detrs. Al lector le entra el miedo. A todo el mundo le entra el miedo en el momento en que dos mil personas con toda naturalidad? se apian en torno al vehculo intruso. La gente aporrea los laterales del automvil, uno se sube al techo, el automvil es alzado y cae sobre un costado, y de pronto sale el conductor por la ventanilla, intentando huir, con una pistola automtica en la mano. Una pistola automtica? Todas las muchedumbres conocen bien las leyes que transgreden, y todos los integrantes de aquella muchedumbre saban que sin lugar a dudas en aquel preciso instante estaban a punto de privar a dos hombres de sus vidas. Tiene el lector an la confianza necesaria para afirmar que podra haber impedido aquellos dos asesinatos? Nosotros no formamos parte de la muchedumbre. Nunca Volvamos atrs dos aos, hasta abril y mayo de 1986. Sbado tras sbado estuve en los alrededores de los talleres grficos de News International, en Wapping, cuando resultaron heridas centenares de personas, de resultas de diversas escaramuzas y revueltas durante las manifestaciones obreras. Pens que haba sido testigo con mis propios ojos de un proceso mediante el cual una serie de adultos, de seres racionales policas, obreros del sector de artes grficas, con sus hipotecas a espaldas, sus fondos de pensiones, sus familias, de pronto pasaron a comportarse de forma extremadamente irracional. Pero me equivocaba. La violencia, segn poda leer en los peridicos al da siguiente, en todos los casos haba sido obra de elementos marginales, de anarquistas y agitadores. Un ao antes, mayo de 1985 (la cronologa no puede ser ms arbitraria, aunque parezca seguir una pauta): la tragedia del estadio de Heysel, en la que las muertes acaecidas no fueron obra de ninguno de los espectadores llegados de Liverpool. Los testigos ms dignos de confianza el alcalde, un ex rbitro, el presidente de un club de ftbol nos informan de que el responsable fue el National Front, y no por cierto sus miembros de Liverpool, sino de Londres. Un ao antes, 1984. La violencia que acompa a la prolongada huelga de los mineros: obra de infiltrados, del grupo llamado Tendencia Militante, de los lunticos de extrema izquierda. E incluso la propia violencia del ftbol: nunca es obra del aficionado de a pie, sino de una minora de camorristas, de manzanas podridas, de desalmados y delincuentes, descripciones que segu repitiendo cuando el da en que terminaba la temporada, cuatro horas despus de haber recorrido a la carrera toda High Road, camino de Tottenham, en compaa de los chicos de Manchester, fui testigo de la algaraba y los desrdenes que tuvieron lugar en King's Cross, desrdenes en los que estuvieron implicados los hinchas de muchsimos clubes: los de Londres que volvan a la ciudad tras haber asistido a un partido en otro punto del pas, los 145
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de provincias que volvan a casa tras haber asistido a un partido en Londres. Hubo peleas en masa cargas multitudinarias tan primitivas que recordaban las acometidas de los ejrcitos medievales por todas partes. Se cerr la zona al trfico durante ms de una hora, a pesar de lo cual siguieron producindose peleas. Por calles transversales hubo ms conatos de violencia, ms altercados. Hubo una pelea en York Way, otra en Pentonville Road, estall otra ms en las mismas escaleras del metro. O sirenas a lo lejos y me di cuenta de que haba ms altercados en la cercana estacin de ferrocarril de Euston. Haban llegado la polica, los bomberos, las ambulancias... y seguan producindose peleas. Era difcil estimar el nmero de personas implicadas, ya que los altercados se haban extendido por una amplia zona de la ciudad, pero pasaban de varios miles. Pero nosotros no formbamos parte de esos miles de personas. Vale la pena volver a examinar la fotografa de Yugoslavia. Me intriga lo que voy descubriendo en ella. Me fijo en que los hombres van bien vestidos dos de ellos llevan cazadoras de cuero a la moda, otro lleva chaqueta y corbata, en que muy probablemente tienen trabajos estables, quiz incluso bien remunerados, en una oficina o en un comercio. Me fijo en que se trata de adultos maduros y sus rostros son atractivos, apuestos; uno de ellos lleva incluso el pelo cortado con verdadero estilo. Me fijo en lo inteligente de su manera de proceder: se acercan por detrs hasta llegar a la escotilla, por la que sacan a la fuerza a un hombre armado. Es un acto de osada, pero calculado tambin: los riesgos han sido debidamente sopesados. Al estudiar esta escena alrededor del tanque, que ocupa el centro de la imagen, puedo inferir el orden de los acontecimientos que han desembocado en ella: la muchedumbre, tras haber rodeado el tanque, se siente incapaz de proseguir la accin el acto siguiente ya es inequvocamente delictivo, antisocial, contrario a la ley, pero hay un hombre, el del bigote, que sube encima del tanque. No es que fuese un lder, o al menos no lo era en el sentido en el que damos por hecho que las muchedumbres se rigen por los actos de sus lderes. All, su funcin no era la de adular, persuadir, exhortar hipnotizar o agitar; es poco probable que la muchedumbre le hubiese respondido en el supuesto de que l lo hubiese intentado. Aunque las autoridades despus lo consideren responsable al fin y al cabo, ah est, a la vista de todos, no ha tenido ninguna influencia sobre la muchedumbre. Ha sido meramente el primero en cruzar un importante lmite de la conducta, un lmite cuya existencia es tcita, y que, una vez reconocido por todos los presentes, separa una lnea de conducta de otra muy diferente. El hombre del bigote est dispuesto a cruzar ese umbral, en un acto que, creado por la muchedumbre, habra sido de todo punto imposible sin la muchedumbre, aun cuando, de momento, la muchedumbre no est an preparada para seguir el camino abierto por ese hombre. Todas las muchedumbres tienen su propio umbral: todas las 146
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muchedumbres estn inicialmente en su sitio, debido a la existencia de lmites distintos, del tipo que sean. Existen algunas reglas que delimitan: hasta aqu vale, pero no ms. Una manifestacin tiene su itinerario previsto, su destino. Una lnea de piquetes es bien clara: se trata de disponer una serie de puntos que no pueden cruzarse. Una reunin poltica tiene como centro al lder poltico que es la causa de que se rena la muchedumbre. Un desfile, una protesta, una marcha: hay que contar con la escolta policial, las aceras, la calle, el hecho inapelable de las propiedades privadas que rodean a los participantes. La muchedumbre puede estar aqu, pero no llega hasta all. Existe una forma bien definida en todos estos actos, a pesar de que por su misma esencia favorecen que se pierdan las formas, tienden a ser informes. He descrito ya la implacable presin fsica que reina en los graderos durante un partido de ftbol, y he explicado cmo influye esta presin de las gradas en el espectador: le hace vivir el presente con una intensidad tremenda, con una intensidad tal, que es posible que, aunque muy brevemente, el individuo deje de existir en tanto que ser individualizado para desaparecer engullido por el poder del nmero, por la fuerza arrasadora del nmero, por la emocin de ser un nmero ms. Una vez ms, lo informe envuelto en una apariencia de forma. Convertirse en espectador en una experiencia cuidadosamente estructurada: existe una entrada que confiere cierta exclusividad; estn las puertas de entrada, que rigen lo que es posible dentro y lo que no es posible fuera de ellas. Las demarcaciones las refuerza la propia arquitectura. El rostro que un estadio de cemento o de ladrillo, uniforme, ofrece al mundo exterior, es inexpresivo, ciego: no dice nada, no reconoce nada. El rostro que se ofrece a s mismo, dentro, es un recinto lleno de caras, de caras apretadas tan estrechamente como pueda permitirlo el volumen de los cuerpos, en un diseo sumamente expresivo: all dentro todo es posible. Fuera se vive una experiencia; dentro, otra totalmente distinta; una vez fuera de nuevo, al salir, la experiencia de la muchedumbre, al igual que el partido que la rige, llega a su trmino: existe un final, una conclusin, un punto en el que la muchedumbre ha dejado virtualmente de existir. En todas las muchedumbres existe algo, con una forma determinada, que contiene la naturaleza fundamentalmente informe de la muchedumbre en s, que controla lo que en potencia resulta incontrolable. Y qu ocurre cuando se cruza el umbral, cuando se pierden las formas? All, en las calles de Tottenham, vi concentrarse los rostros, a medida que, por momentos, todo el personal intentaba alcanzar el grado de concentracin o de intensidad necesario, o simplemente la fuerza del sentimiento que le permitiera rebasar el elevado muro invisible que le separaba del punto en que deseaba encontrarse. La idea era, figurativamente, literalmente, histricamente, cometer un acto de transgresin: pasar al otro lado de lo que estaba prohibido atravesar. Absolutamente todo militaba en contra de ese cruce. Todos los actos de todos los das, todas las leyes aprendidas, respetadas y obedecidas, aplicadas 147
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y reforzadas, todas las costumbres y usos de conducta inculcados, todo les impeda a los presentes dar el paso definitivo. De nuevo, la fotografa de Split. El hombre del bigote ha sido seguido, al encaramarse al tanque, por otros cinco o seis. Esos hombres no son las mrbidas, nerviosas, medio degeneradas masas de LeBon, ni la escoria urbana de Gibbon; son miembros de una sociedad, normales y corrientes, responsables, en todos los sentidos salvo en un nico y crucial respecto: han hecho lo que no se hace nunca, y no pueden de ninguna manera volver a ingresar en la ordenada muchedumbre que los rodea y los observa. Al haber cruzado esa lnea, se encuentran ya fuera de una civilizacin que han dejado atrs. En el rostro de uno de ellos, del individuo que tira de la chaqueta del hombre del bigote, deseoso tambin de echarle el guante al comandante del tanque, se nota una expresin de excitacin tremenda. No es el pnico, ni el miedo, ni la ira, ni el deseo de venganza. Es puro jbilo. No pueden ser muchos los instantes en la vida de una persona en los que todo lo civilizado deja de serlo, en los que las estructuras de la continuidad el trabajo, el cobijo, la rutina, la responsabilidad, la posibilidad de eleccin, el acierto y el error, el hecho de ser un ciudadano ms desaparezcan. En ingls, la gran lengua cartografiadora del imperialismo, no existe un verbo que sea de hecho la anttesis de civilizar; no hay palabra que describa el acto por medio del cual se deshacen las reglas que han ido haciendo los ciudadanos. Nuestras vidas no admiten esa perspectiva: estn organizadas de modo que la excluyen. Nuestro da a da consta de patrones de conducta que nos mantienen intactos. Mi lugar dentro de una sociedad civilizada, el lugar que ocupo en calidad de ciudadano, se deriva de una disposicin de acuerdos y rutinas. Mis das responden a un patrn estricto: me despierto, meo, desayuno, cago, me ducho, me visto, viajo a mi lugar de trabajo, escribo algunas cartas, hago unas llamadas telefnicas, pago mis facturas, atiendo a mis citas, llevo al da mi agenda, tomo caf, meo, hablo, almuerzo, hago algunos recados, tomo de nuevo el tren, llego a casa, ceno, bebo, meo, me entretengo, follo, leo, me lavo los dientes, me voy a dormir. Tengo una casa, un cobijo. Salgo de ella por la maana y regreso a ella al anochecer: est ah, lo cual constituye un hecho material que no slo me da confianza, sino que refuerza su propia familiaridad. Soy su propietario en virtud de un acuerdo entre yo mismo, la empresa en que trabajo, un banco y la ley vigente en esta tierra. Soy un coleccionista, no en el sentido refinado del trmino, sino en lo esencial: colecciono fotografas, prendas de vestir, muebles (que dispongo de tal o cual forma), una biblioteca llena de libros (que dispongo de tal o cual forma), amigos y seres queridos (que dispongo de tal o cual forma), mis propias ideas acerca de una vida que resulta fcil y cmoda por el uso habitual, mis papeles, mi trabajo, la idea que me he hecho de m mismo. Me rodeo de cosas, me apoyo en mis propiedades, lleno mi espacio de objetos: lo personalizo, lo hago ntimo, lo hago mo. 148
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Tengo infinidad de imgenes para ese espacio, empezando por el estado de ser un ciudadano, de ser una persona civilizada. Lo entiendo como una red que me mantiene en mi sitio, que me impide caer. Lo entiendo como un tejido un entramado de hilos individualizados, entrelazados, tensados que me da calor, un tejido en el que puedo envolverme y envolver a otros. Lo entiendo como una propiedad, una mansin, una estructura, algo artificial, con paredes que me resguardan del fro, con una puerta que me resguarda de quienes no quiero ver, con un tejado que me resguarda de la noche, de la oscuridad terrible y sin matices. Pero lo entiendo tambin como un peso. Lo entiendo como una barrera, como un obstculo que se interpone entre yo y algo que no conozco o que no comprendo. Lo entiendo como un mediador, como un filtro que slo tamiza ciertas clases de experiencia. Y me atraen esos instantes en que desaparece, por breves que sean, o sobre todo si son breves: cuando el tejido se desgarra, cuando se rompe la red, cuando arde la mansin; se trata de metforas arbitrarias. De nuevo esta lnea, este lmite: me siento compelido, alborozado, por lo que pueda encontrar al otro lado. Eso es algo que me excita; no conozco mayor excitacin. Es ah al filo mismo de una experiencia que por su propia naturaleza resulta antisocial, anticivilizada y anticivilizadora donde se encuentra lo que Susan Sontag describe como nuestra querencia (la palabra resulta atractivamente casual) por las obsesiones visionarias de alta temperatura: experiencias exaltadas que, por su propia intensidad, por el riesgo que entraan, por la amenaza implcita de autoinmolacin, excluyen la posibilidad de toda otra experiencia, salvo la experiencia en s, e incineran la conciencia del yo, y trascienden (u obliteran?) nuestra concepcin de lo personal, de la individualidad, de ser un individuo de la manera que sea. Qu experiencias son stas? Son poqusimas; son adems intolerables. El xtasis religioso. El exceso sexual (insistente, incesante). El dolor (ya sea causarlo o padecerlo), un dolor tan grande que sea imposible experimentar nada que no sea el dolor: el dolor como sentimiento absoluto. La piromana. Algunas drogas. La violencia, el crimen. Formar parte de una muchedumbre. Y mejor an formar parte de una muchedumbre en pleno acto de violencia. La nada es lo que se encuentra all. La nada, en toda su belleza, en su sencillez, en su pureza nihilista. Una ltima imagen: un partido en el mes de diciembre, contra el Chelsea. Durante toda la maana se han ido reuniendo los hinchas en el Lion and the Lamb, un pub de estilo irlands, de ladrillo rojo, cercano a la estacin de Euston, y han ido llegando una vez ms de acuerdo con un horario calculadamente escalonado: en autocares previamente alquilados a lo largo de la semana, en furgonetas y minibuses que han evitado las carreteras principales, en automviles privados. Los dos salones del pub estn llenos a rebosar: estn llenos de humo y de sudor, desagradables. El suelo est cubierto por una 149
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pegajosa mezcla de cerveza, barro y humedad. Es imposible moverse. Intento por unos instantes conseguir una copa, pero nunca logro acercarme lo suficiente a la barra. A eso de la una y media, alcanzadas ya las cifras previstas, el grupo se pone en marcha. Su manera de emprender la marcha es un ritual que a estas alturas conozco de sobras. Se evaca el pub, se rompen infinidad de cristales en el momento en que las pintas de cerveza se dejan caer en cualquier parte y de cualquier manera, y una compacta masa de personas llena de inmediato la pequea calle en que se encuentra el pub, un nmero extravagante con una prisa extravagante ninguno desea quedarse rezagado, que dobla despus por Euston Road y se ensancha, abarcando de una acera a la otra, bloqueando el trfico en ambos sentidos, momento en que todos se sienten organizados y unidos, imbuidos por esa intensa energa y esa alborozada autoridad que se experimenta al haberse convertido de repente en una muchedumbre. Esquivan las cercanas de la estacin de metro de Euston Station (demasiados policas) y optan por la siguiente, Euston Square, en la que entran como un solo hombre los carteles, las vallas, los asientos son arrancados al paso; no hay barrera o torno que pueda constituirse en impedimento suficiente , cantando ya todos al unsono, y se nota que la euforia del grupo va en aumento; nadie se para a comprar el billete preceptivo, nadie se detiene por nada, y todos abordan un tren que resulta estar parado al pie de las escaleras mecnicas; algunos hinchas sujetan las puertas para impedir que el tren salga hasta que el grupo en pleno haya subido. Pero el tren no se mueve. Por fin se cierran las puertas, pero el tren sigue parado ante el andn. Espera, el conductor espera algo, una seal, probablemente la llegada de la polica. Todos los vagones, de la cabeza a la cola, estn llenos de hinchas. Todos los asientos van llenos, los pasillos y las plataformas, todos los espacios disponibles para estar de pie, sentado, acuclillado, colgado, sujeto han pasado a manos de los hinchas. Se trata de una escena propia de una hora punta, un nmero intolerablemente grande de personas apretadas unas contra otras. En el tren empieza a hacer calor, empieza a resultar insoportablemente incmodo. Alguien acciona un botn para que se abran las puertas, pero siguen cerradas. Los hinchas empiezan a gritar. Aporrean las ventanas. Intentan balancear el convoy de un lado a otro. Y entonces el tren por fin arranca y rpidamente se pone a toda velocidad. Pasa por la primera estacin, Great Portland Street, sin pararse. Pasa sin pararse por Baker Street y pasa por la siguiente, Edgware Road, sin pararse, y da la impresin de que el tren ya no va a detenerse, de que una vez despejada de convoyes la lnea el tren va a seguir directamente hasta Chelsea (caso de que sea a Chelsea adonde se dirige). Observo el rostro de dos pasajeros, una pareja de unos cincuenta y tantos aos, vestidos con modestia, el hombre con un abrigo de muletn, con las bolsas de la compra a sus pies, cuyo paseo sabatino se ha 150
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echado a perder en el momento en que cometieron el error de abordar precisamente aquel tren. Parecen estar demasiado incmodos para hacerse notar, para decir en un murmullo siquiera que no desean ir a donde los llevan; permanecen sentados, ansiosos, mirando a un lado y otro. Notting Hill Gate aparece y desaparece en un santiamn. El tren por fin se detiene en Fulham Broadway, la estacin ms prxima al campo de ftbol; all, a pesar de los preparativos las complicadas rutas por las que se ha llegado a Londres, los carsimos vehculos de alquiler, las estrategias evasivas, no se ve ms que miembros de la Polica Metropolitana. Hay hileras y ms hileras de policas. Son de hecho las nicas personas que se ven en los andenes; se han adueado de la estacin de metro. Parecen ser tambin, cuando por fin subimos las escaleras, las nicas personas que esperan en el exterior, aunque entonces, entre los policas y sus caballos, bajo el helicptero que revolotea ruidosamente sobre la zona, entre los empujones y las carreras, oigo que alguien dice haber visto a los suyos. En la confusin que se forma a la entrada del terreno de juego, la lnea de la polica momentneamente se deshace y me fijo en que un to de baja estatura, pelirrojo, del Chelsea, se ha colado por entre los hinchas del Manchester. Sigue en concreto a uno de stos, camina detrs de l, muy cerca, paso a paso. Le da un golpecito en el hombro y, cuando el hincha se da la vuelta, lo ataca con inaudita violencia: un objeto pesado, una barra de acero o algo similar, que el pelirrojo sostiene en horizontal con los puos cerrados, se alza tan repentinamente y alcanza al hincha con tal fuerza en la nuez, que ste se alza unos cuantos centmetros por el aire, como si hubiese saltado, y a rengln seguido cae de espaldas, sin sentido. Busco al forofo del Chelsea, pero ha desaparecido entre la muchedumbre. Dentro del terreno de juego prosigue la vigilancia policial, aunque desde cierta distancia: hay una hilera de policas al pie de los grdenos, al otro lado de la valla que delimita el terreno de juego; hay asimismo otra hilera en la parte de arriba, en la fila ms alta de los graderos; tambin hay policas en los dos grupos de gradas que se han dejado vacas a manera de colchn de seguridad entre los hinchas del equipo que juega en casa y los del equipo visitante. Los policas dan la impresin de que se conforman con mantener rodeada esa seccin y de que no tienen la menor intencin de entrar en ella. Pero en su interior se han infiltrado algunos hinchas del Chelsea e, igual que el pequeo terrorista urbano que sorprendi al forofo del United por la espalda, llevan a cabo una discreta campaa de violencia dirigida con extremada precisin, la mayor parte de la cual pasa inadvertida para los policas. Lo cierto es que sospecho que los policas se sienten encantados de pasar por alto esa violencia: parece aceptarse tcitamente que todo lo que pueda ocurrir dentro del permetro de la zona que han delimitado es perfectamente tolerable, siempre y cuando no se salga de esos lmites impuestos y se extienda al resto del campo, y 151
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asimismo parece aceptarse tcitamente que todo el que resulte herido o lesionado, es porque se lo merece, simplemente por estar ah. El efecto de todo ello es desagradable. La experiencia del partido entero resulta desagradable, incmoda, sucia. Hace fro y sopla el viento: en los ojos se me meten partculas de suciedad, que siento tambin en el pelo y debajo de la ropa El movimiento es constante: han entrado en los graderos demasiados espectadores treta familiar y eficaz si se trata de mantener limpias las calles , lo cual dificulta todo lo que no sea intentar mantener la verticalidad y luchar por disfrutar de una visin aceptable del partido. De cuando en cuando se produce otro pequeo brote de violencia, causado por uno de esos enanos infiltrados: todo el mundo estira el cuello para intentar ver qu ha ocurrido, pero en ninguna ocasin es posible llegar a hacerse una idea concreta. Momentos despus se produce otro incidente en otro punto, y todo el mundo estira el cuello en dicha direccin. Y as sigue el partido su curso. A uno le ha dado por tirar al azar bujas de motor; un hincha que est cerca de m resulta alcanzado en plena frente por una de ellas. Todo resulta inquietante, claustrofbico. Alguien hace mencin de un apualamiento, pero no llego a verlo, de modo que hay quienes sostienen que s, que ha ocurrido, mientras otros insisten en que no. De todos modos, dadas las circunstancias, no tendra nada de extrao que fuera cierto. Ya hacia el final del partido veo al pelirrojo hincha del Chelsea. Haba pensado que, en efecto, figurara entre los que se han infiltrado por el gradero de los visitantes. Lo observo. Su rostro, vivaracho y pecoso, es duro, inmisericorde. Ostenta la conocida marca en la mejilla, la cicatriz de una cuchillada. Es bastante bajo no debe de llegarme ni al pecho, pero su pequeez no es un estorbo, ni una debilidad: al contrario, le sirve para resultar ms compacto, como un muelle, siempre amenazador. Resulta repugnante: es una pequea mquina de violencia en sus horas de asueto. Cuando se acerca ms, a medida que se abre paso por entre el gento, al verlo pasar por delante de m podra tocarlo con slo alargar el brazo siento la urgente necesidad de agarrarlo por la nuca y apretarle el cuello hasta que deje de respirar. Es una necesidad autntica, estoy convencido de ello, y cuando sigue caminando y se aleja de mi alcance me arrepiento de no haber hecho nada. Cuando termina el partido, todo el mundo est inquieto, frustrado: el ambiente est realmente muy cargado, como si fuese por la electricidad, o por otro tipo de presin atmosfrica. Yo mismo me siento cada vez ms irritado. Deseo entrar en calor, deseo estar en casa. Estoy harto de estar de pie, de estar vigilado por la polica; me siento helado por el fro que hace, por la humedad del aire, y me hace sentirme ms infeliz an la perspectiva de verme retenido, comprimido contra tos que huelen a psima comida y a peor bebida, as como a la hedionda indigestin que resulta de lo uno y de lo otro, mientras espero a que las calles queden limpias de forofos del equipo contrario. Llego a la 152
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conclusin de que ya se me ocurrir alguna estratagema para colarme por entre las lneas de la polica. Un polica me echa el guante, como si quisiera impedir mis movimientos, pero por fin me deja pasar. Me encuentro al otro lado, tengo entera libertad para marcharme. Me siento sumamente aliviado. Reconozco a la persona que camina a mi lado. Es un forofo del Manchester. Imagino que debe de haber hecho exactamente lo mismo que yo: tambin l se ha colado por entre las lneas de la polica, por su cuenta y riesgo, con aire muy solemne, muy serio, como si fuese la ltima persona de este mundo capaz de provocar un altercado. Sigo adelante. Veo a Robert. Cmo ha conseguido Robert, nada ms y nada menos que Robert, atravesar el cordn de polica? Tras Robert avanza otro to. Este, que tambin va a su aire, muestra asimismo una expresin de profunda seriedad: se le ve preocupado, absorto. Esto empieza a resultar sospechoso. Veo despus a otro ms, hasta que por fin se me pasa por la cabeza una idea bien simple: todos salen del campo de igual manera, de uno en uno, habindose separado, de modo que han podido colarse sin problemas por entre las lneas de la polica. Hay un momento de indecisin, pero de pronto echan todos a caminar a buen paso hacia Fulham Road, ya que no tienen la menor gana de quedarse por all; no van demasiado deprisa, y todos mantienen esa actitud de yo voy por mi cuenta, no tengo ninguna gana de meterme en los. No sabra decir, de todo ello, qu parte se ha planeado de antemano; la sensacin que dan aquellos hombres es la de obrar con la ms absoluta espontaneidad. Va formndose una muchedumbre, y el efecto es el de algo que va cobrando vida propia. Veo que cada vez son ms los que van sumndose, atrados por ese poderoso y familiar magnetismo del nmero, aunque no parezcan simples adiciones: no podra decirse que procedan del exterior, sino que ms bien surgen de la muchedumbre misma. Se la ve crecer, como si esta muchedumbre, esta cosa, este ser, fuese una especie de entidad biolgica que se multiplicase tal como se multiplican las clulas, que se expandiera a partir de su propio centro. Sigo, pues, deseoso de no perderme ni un detalle. No s a qu se debe que avancen en esta direccin en concreto, pero he decidido estar ah, sea donde sea, est donde est ese ah. He olvidado que hace unos instantes estaba ms bien dispuesto a marcharme a casa. Ya no me encuentro cansado, ni irritado, ni siento fro; al contrario, y al igual que todos los que se hallan a mi alrededor, estoy vivo, henchido de la posibilidad de que algo vaya a suceder. Veo rostros que antes no he visto: rostros maduros, de hinchas ya de treinta y muchos o cuarenta y tantos, veteranos de la violencia, gente curtida que ha aparecido por aqu porque se trata de un partido contra el Chelsea. La experiencia les resulta tan manifiestamente familiar que todos muestran un conocimiento preciso del lugar donde se encuentran, as como un aire de saber 153
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perfectamente qu sucede, qu va a suceder. Estn al cabo de la calle, son astutos y prudentes, saben que lo suyo es no decir ni po. El grupo de momento an bastante dispar, sin prisa ninguna, con aire deliberadamente despreocupado avanza en silencio por Fulham Broadway, hasta que toma una calle transversal que pasa por la parte trasera de la estacin del metro. La polica, concentrada cerca de la entrada, cuenta con perros, caballos, con una flotilla de furgonetas. Todos saben bien que, habiendo llegado hasta all, por ningn concepto deben dejarse detectar. Se trata de un efecto grotesco: es como si un millar de personas, tras entrar al asalto por la puerta de atrs de una casa, se largasen de puntillas por el cuarto de estar, mientras los propietarios estn adormilados mirando la televisin. Bastara con que un polica advirtiera lo que est ocurriendo, pero ningn agente se percata de ello. A cada paso aumenta la expectacin: van a salirse con la suya. Me fijo en el nombre de la calle: Vanston Place. Como no conozco la zona, caigo en la cuenta de que no hago ms que buscar puntos de referencia. Todos doblan hacia la derecha; les sigo. Y de pronto doblan bruscamente a la izquierda, deprisa. Lo han hecho: Fulham Broadway ya queda a nuestras espaldas. No veo a ningn hincha del Chelsea, pero tengo la experiencia suficiente para darme cuenta de que tampoco se ve ya a ningn polica. Eso es lo que de veras cuenta: que la polica ha quedado a nuestras espaldas, que a cada paso que damos queda ms atrs, apostada intilmente en los andenes de las estaciones de metro, entre Fulham Broadway y Euston Station, a la espera de un montn de hinchas violentos que jams va a hacer acto de presencia. Darme cuenta de ese hecho es algo casi embriagador. Nadie dice ni palabra, el silencio del grupo entero es absoluto, pero basta con verles las caras. Somos libres: esto es lo que expresan las caras. Hemos dejado atrs a la polica: de esto, todas las caras estn convencidas. Ahora ya no hay quien nos pare. Durante el da entero la muchedumbre ha intentado tomar forma; durante el da entero le ha sido imposible conseguirlo. La muchedumbre, sin llegar a formarse, ha sido acosada, frustrada, repelida. La experiencia del da ha sido, ms que nada, de encajonamiento: el pub por la maana, el metro desde Euston Square, los andenes de Fulham Broadway, donde todos han sido cacheados, controlados, rodeados, escoltados hasta el terreno de juego. Despus, ms encajonamiento durante el partido: un encierro literal, un cuadriltero, con los lados hechos de vallas de hierro, en los graderos cerrados. La contencin ha sido completa en todo momento. En todo momento han existido lmites. Ahora, de pronto, no hay ni un solo lmite. Se aviva el paso. Voy sintiendo que la presin se acelera, un imperativo implcito, que no procede de nadie en particular, sino de todos, como un instinto compartido que emanara del calor y de la fuerza del sentimiento, a 154
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sabiendas de que cuanto ms deprisa vaya el grupo ms coherente ha de ser, ms poderoso, ms intensas sern las sensaciones. El paso despreocupado pasa a ser un paso ligero, un trote. Todos van trotando en formacin, estrechamente comprimidos, en silencio. Empiezo a disfrutar de todo ello. Empieza a apasionarme. Algo va a suceder: la muchedumbre tiene su propio apetito, y ese apetito es preciso satisfacerlo; empieza a notarse un ansia de liberacin. Una muchedumbre, tan comprometida ya consigo misma, no ser fcil de dispersar. Tiene su propio impulso, un impulso imparable. Me fijo en el nombre de una calle, en un letrero: Dawes Road. Sigo en marcha, quiz un poco ms deprisa, deseoso de llegar a la primersima fila, al tiempo que repito para m el nombre de la calle mientras echo a correr. Reconozco los establecimientos comunes en una calle como sta: un Ladbrokes, un Lloyds Bank, una empresa constructora, una frutera. Podran haber estado en cualquier otra parte; yo mismo podra estar en cualquier otra parte. La calle empieza a congestionarse. Voy por la acera, que est atestada de hinchas, y noto que voy a tener dificultades en llegar a la primera fila. Por el otro lado de la calle avanzan otros hinchas, y algunos van corriendo por entre los coches. Por vez primera oigo gritos, aunque an de lejos. Se trata de cnticos futbolsticos, pero an no consigo acertar qu es lo que se dice. Me sorprende ese sonido. Alguien dice: Son ellos. Las palabras parecen ligeramente fuera de lugar Son ellos, y su eco se propaga dentro de mi cabeza. Los gritos, lo entiendo entonces, proceden de los hinchas del Chelsea. Qu quiere decir esto? Que nos persiguen los hinchas del Chelsea? Slo pensar en esta posibilidad ya me parece apasionante. La muchedumbre ya tiene una razn de ser: los hinchas del Chelsea constituyen su primera, su nica razn de ser. En realidad, descubro infinidad de facetas en esta idea. Tambin me resulta terrorfica: no hay polica en las inmediaciones, esto va a ponerse feo. Y me resulta confusa. Cmo es posible que, llegados a este punto, los hinchas del Chelsea puedan ir detrs de nosotros? Me doy la vuelta y miro atrs, pero no veo gran cosa: slo los integrantes de la masa de hinchas del Manchester, que parece haberse agrandado, una masa informe que colma toda la anchura de Dawes Road. No consigo ver ms all de ellos. No podra decir si alguien nos persigue, pero oigo los cnticos. S: son definitivamente cnticos del Chelsea. S, dice alguien ms, son ellos. Intento avanzar ms, acercarme a la primera fila. No deseo que me sorprenda una batalla campal por detrs, pero para acercarme ms al frente tendra que apartar a la gente de en medio. Inadvertidamente hago tropezar a uno de los que van conmigo, pero no llega a caerse. Me suelta un improperio, murmuro una disculpa y cuando alzo la mirada me encuentro con lo ms asombroso con que podra encontrarme. Es Sammy. Sammy va al frente del 155
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grupo. De dnde ha podido salir? Recuerdo haber visto a Sammy por la maana, en el pub, pero no haba vuelto a verlo desde entonces. Parece adecuado que cuando esta muchedumbre inicia su efmera existencia Sammy en persona surja de entre la masa, se ponga en primera fila, como si lo hubiese engendrado la propia muchedumbre. Siento una cierta confianza al verle. Le observo. Trota a buen paso, con sus mocosos de costumbre al lado. Se ha dado cuenta de que los hinchas del Chelsea nos van siguiendo vuelve la cabeza a cada tres o cuatro pasos, pero esa perspectiva no parece conturbarle. Sammy no parece incmodo, ni infeliz. Va a suceder algo: eso es lo que se le nota en la cara. Sabe que se va a armar. Aun as, sigo sin entender del todo: de dnde han salido los hinchas del Chelsea? Da la sensacin de que se hubiesen materializado sobre nuestras propias huellas. Sin embargo, cuando salimos del campo, cuando despistamos a la polica en Fulham Broadway y cuando realizamos nuestro rpido recorrido por las calles, no vimos a ningn hincha de Chelsea. Me falta una pieza en el rompecabezas. Es acaso posible que los hinchas del United hayan partido en esta direccin a sabiendas de que les iban a seguir? Cmo podran haberlo sabido de antemano? Estaban escondidos los hinchas del Chelsea, a la espera de que pasaran? Acaso no me fij en ellos? Sigo observando a Sammy. Ha tomado el mando y lo vigila todo, delante y detrs, calibrando la proximidad de los hinchas del Chelsea. Todo lo que deja traslucir su expresin es que las cosas se desarrollan segn lo previsto. Y entonces se me ocurre la idea: s, todo va como debiera ir, de acuerdo con un plan. Por improbable que parezca, aquello resulta lgico. Todo estaba planeado. Las revueltas callejeras, se supone, son espontneas, repentinas: no se controla lo incontrolable. La violencia de las masas nunca se planea de antemano... o s? Es posible que se d una revuelta callejera habiendo concertado previamente una cita? Me entran ganas de preguntarlo, pero todo empieza a suceder con gran rapidez. Sammy, tras ofrecrsele el control, ha empezado a ejercerlo. Se aviva el paso. Voy corriendo con toda mi alma, a demasiada velocidad para fijarme en nada. Hay tiendas, pero me resultan desconocidas. Ni siquiera reconozco los rasgos habituales de una calle como sta. Es una extraa sensacin: tengo la impresin de ir corriendo por un tnel. En la periferia de mi campo visual reina una oscuridad borrosa; la luz, procedente de un letrero, de un escaparate, de una farola, de los faros de un coche, es intermitente, oscilante. Me veo obligado a concentrarme en la nuca de Sammy: he atornillado ah mi mirada, para dejarme llevar por esa visin, para no tropezar ni caerme de golpe. Los cnticos de los hinchas del Chelsea se oyen con ms fuerza; progresivamente se van oyendo mejor. Estn cada vez ms cerca. Alguien dice a mi lado: Nos estn pisando los talones. Sammy sigue a la carrera. Permaneced unidos, grita. Es la primera vez 156
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que abre la boca. Permaneced bien juntos, repite. An no logro ver a ningn hincha del Chelsea, pero tengo la sensacin de que los noto. Van exactamente detrs de los ltimos integrantes de la masa del Manchester, siguiendo la marcha pero tambin guardando las distancias. Pasan rpidamente algunas calles a nuestra derecha. Me fijo en el nombre de una de ellas, pero se me olvida. Ms calles. Por la razn que sea, empieza a haber muchsimas calles. A cada veinte metros cruzamos una nueva calle. Advierto que Sammy se fija en ellas. Se dira que va buscando una en concreto, que su plan se basa en llegar a una en concreto. Est funcionando una estrategia, pero yo no alcanzo a entenderla. Sammy entonces suelta un grito ha descubierto al parecer la calle que buscaba y la muchedumbre, a la carrera, corre a la par que l. Nos conduce hasta doblar la primera esquina. De pronto, rpido giro a la derecha: al cabo de diez metros, otra calle ms. Y, sorprendentemente, nuevo giro a la derecha. Con slo recorrer tres calles hemos vuelto al lugar donde estbamos al empezar, pero ha habido un cambio crucial: hasta hace un momento, nos perseguan; ahora, tras haber descrito una curva, somos nosotros los perseguidores. Despus, repasando el mapa, descubrir que Dawes Road cruza esta zona en diagonal, atravesando otras calles que forman con ella pequeas manzanas triangulares, de modo que a Sammy le ha bastado rodear una de ellas con la rapidez suficiente para aparecer directamente detrs de los hinchas del Chelsea. Es la primera vez que los veo, aunque me parece ver de momento slo a los ms jvenes, a los que se han rezagado, a los que van en retaguardia de la muchedumbre oponente; les veo dar botes, correr, desaparecer, y luego reaparecen. No consigo fijarme ms que en unas vagas figuras, en un rostro ocasional, en un gesto de pnico cuando uno se da la vuelta para ver qu es lo que le persigue, lo que probablemente vaya a alcanzarle por detrs. Se termina la acera, cruzamos la calle, seguimos por la acera de enfrente. Me doy cuenta de esto porque voy mirando dnde pongo los pies mientras corro, pues como vamos muy apretados, y la muchedumbre ha alcanzado una velocidad considerable, si me cayera, probablemente me aplastaran. He perdido la cuenta de las calles que hemos cruzado. Ya no las percibo como hechos, sino como sntomas del movimiento. Qu ha sido del trfico rodado? Seguimos corriendo. Estaba convencido de que, tras aquella maniobra envolvente, el impulso que llevbamos iba a terminar por desembocar en un episodio violento, pero no ha sido as. Se trata de una persecucin, una persecucin que se prolonga, de un modo insostenible, pugnando por atravesar la barrera, por cruzar el umbral, por alcanzar la transgresin, que va slo un poco por delante de nosotros, pero se dira que nadie es capaz de conseguirlo: seguimos, seguimos, seguimos, y no sucede nada de nada. Me siento comprimido, reprimido, atado. A mi alrededor, los edificios, aunque apenas sean discernibles, tienen su propio peso: empiezan a resultarme sombros, 157
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oscuros, opresivos. Me doy cuenta de que me fijo en ellos ms de lo que me voy fijando en los propios hinchas. Deseara que los edificios no estuviesen donde estn. Es como si la calle ya no tuviese la anchura o la longitud necesarias. Los edificios se han convertido en hechos de ndole fsica y agresiva, en una constriccin insoportable. Algo tiene que ceder, por donde sea, y cuanto antes: algo tiene que ceder. Y cuando ocurre por fin, y algo cede, lo que cede es la propiedad privada. Oigo romperse un cristal: es una ventana. Lo oigo, pero no he llegado a verlo, aunque el efecto es sensacional, literalmente sensacional: colma toda mi percepcin, reverbera en mi interior, como si una descarga de alto voltaje me hubiese atravesado. Ha estallado algo; hay algo que ha entrado en erupcin. Se oye otro ruido: el ruido sordo, el crujido difcil de apreciar de un parabrisas que revienta. El sentido del odo puede proporcionarnos muchas satisfacciones. Se oye otro ruido sordo, es un nuevo parabrisas. Y en cuestin de segundos, por todas partes se rompen los cristales. Lo que primero se destruye es la propiedad privada, porque hace ms fcil que se franquee esa barrera: la propiedad privada, el smbolo de la seguridad, la base inapelable de la ley. Y de pronto se desmadran por completo, y cruzan la barrera. Se oye un rugido al unsono y todos echan a correr como si no existiese la gravedad hacia la violencia sin cortapisas. La ley deja de tener sentido. No les detendr nada, salvo la fuerza bruta o la polica, o una lesin lo bastante importante para incapacitarlos fsicamente. No pienso detenerme a describir la violencia, porque lo que deseo es representar este preciso instante en toda su intensidad sensual, antes de que la sucesin de los acontecimientos haga que ese instante evolucione hacia sus consecuencias irreparables. Qu es lo que ha ocurrido? Qu es lo que sucede cuando una muchedumbre rebasa el lmite, salta al abismo, metforas que, por muy imperfectas que resulten, son realmente reveladoras? Es as como hablan de ello. Hablan de la pasada, de la zumba, del chute. Hablan de que hemos de salimos con la nuestra, de no poder olvidarlo una vez se ha conseguido, de no desear olvidarlo jams. Hablan de que eso es lo que les da lo que necesitan, cuentan y vuelven a contar lo que sucedi, y cmo se sintieron. Hablan de ello con el orgullo de los privilegiados, de los que han estado all, de los que han visto y han sentido algo de lo que otros no han podido disfrutar. Hablan de ello del mismo modo que otra generacin hablaba de las drogas o del alcohol o de ambas cosas, slo que stos tambin hacen uso del alcohol y de las drogas. Uno de los chicos, que trabaja de tabernero, habla de ello como si fuese algo de ndole qumica, de una hormona, de un gas intoxicante: una vez que est en el aire y tiene efecto, una vez que se comete un acto de violencia, otros seguirn de forma inevitable, por la fuerza. Pero cmo hablara yo de ello? 158
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Me imagino la conciencia como un estar al tanto de lo que ocurre en el momento presente a muy distintos niveles. En el momento presente, la mente humana nunca descansa: medita, recuerda, rememora, selecciona, aade, olvida. Sentado aqu, mientras escribo esto, mi mente va acomodndose a una amplsima gama de actividades a la vez: abarca esta frase tal y como la escribo, al tiempo que ya ha compuesto la prxima; ha completado este libro y, al mismo tiempo, no ha llegado a completarlo; nunca llegar a completarlo. Se adapta al estado en que se encuentra la cocina, al trino de los pjaros ah fuera, a la intensidad de la luz, a las cuestiones con que me he de enfrentar a lo largo del da, esta misma noche, este fin de semana, el mes que viene, cuando haya envejecido. Durante el tiempo que me ha llevado la redaccin de este prrafo, hasta este punto, ha repasado mis relaciones con el banco y con mi familia, se ha fijado en el maquillaje que se pone mi hermana los das de fiesta, recuerda a un difunto, no puede evitar la memoria de algo desagradable. La conciencia humana existe a muchsimos ms niveles de los que la propia conciencia es capaz de imaginarse. Esta es nuestra realidad, nuestra humanidad: los miles de millones de estmulos presentes en cada momento, la masa indiscriminada de pensamientos que invaden continuamente nuestra mente, unos pensamientos de los que a veces se desentiende o que incluso rechaza abiertamente, pero que en ocasiones quisiera conservar. Me atraen esos momentos en que la conciencia se detiene; los momentos en que slo piensa en sobrevivir; los momentos de intensidad animal, de violencia, en los que no existe ni la multiplicidad ni el potencial de los distintos niveles de pensamiento; los momentos en los que slo existe el presente como algo absoluto, terminante y categrico. La violencia es una de las experiencias ms intensamente vividas y, para quienes son capaces de darse a ella, uno de los placeres ms intensos. All, en las calles de Fulham, me sent, a medida que el grupo rebas el abismo metafrico, como si literalmente fuese ingrvido. Haba abandonado la gravedad, me haba convertido en un ser que no estaba sujeto a sus leyes. Me sent flotando por encima de m mismo, capaz de percibirlo todo a cmara lenta, con abrumador detalle. Me di cuenta despus de que estaba como colocado, como en plena intoxicacin producida por una droga, en un estado de euforia adrenalnica. Y por vez primera fui capaz de comprender las palabras que utilizan los hinchas para describir esa experiencia. Esa violencia multitudinaria era su droga. En qu consisti, en mi caso? En la experiencia ms completa que se pueda imaginar.
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Tercera parte
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Dusseldorf
El desastre del 9 de marzo de 1946 (...) acaeci en Burnden Park, Bolton, campo de juego del famoso Bolton Wanderers Club de Ftbol, con ocasin de un partido de desempate, en una eliminatoria de la Copa de la Federacin, entre el Wanderers y el Stoke City. De desastre puede hablarse, porque supuso la muerte de 33 personas, aparte de centenares de heridos, entre la multitud que se congreg para presenciar el partido. Fue un desastre de caractersticas nicas. No se desmoron la estructura del estadio: se trata del primer ejemplo en la historia del ftbol en que una multitud produce en su propio seno numerosas vctimas. Una de las impresiones ms profundas que me han quedado despus de la investigacin es lo sencillo, lo fcil que resulta que surja una situacin extremadamente peligrosa dentro de un recinto densamente ocupado. Se trata de algo que sucede una y otra vez sin consecuencias fatales, sin siquiera unos cuantos lesionados. Pero el peligro reside en gran parte en que no es necesaria prcticamente ninguna influencia adicional un balanceo involuntario, un momento de excitacin, un aumento relativamente pequeo del tamao de la multitud, la cada de una de las barreras para que ese peligro se traduzca precisamente al lenguaje de los heridos y los muertos. Ver en directo partidos de ftbol es un pasatiempo que va en alza; las posibilidades de que se produzcan situaciones sumamente peligrosas para las multitudes que asisten a los encuentros van en alza tambin. MOELWYN HUGHES, Informe sobre la investigacin en torno al desastre del campo de ftbol del Bolton Wanderers, 24 de mayo de 1946 Conoc a DJ en abril de 1988, en un restaurante italiano de Woodford Green, un boscoso barrio del extrarradio londinense, cercano a Epping Forest. Era un restaurante con velas sobre los manteles de lino; en un rincn, un pianista cantaba con un marcado acento mediterrneo melodas de los primeros tiempos 161
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de los Bee Gees. El restaurante lo haba elegido DJ, ya que por lo visto era cliente habitual; tena cuenta abierta. Haba odo hablar de DJ a travs de un amigo, un reportero de una cadena de televisin que, despus de haber realizado un reportaje sobre la empresa del West Ham, se haba hecho amigo de algunos de los hinchas y haba mantenido el contacto con ellos. Quiso que yo conociese a DJ. DJ era, en palabras de mi amigo, uno de los peces gordos del West Ham, aunque tambin era uno de los que deseaban hacer algo distinto. Quera dedicarse a la prensa grfica, y labrarse una reputacin profesional fotografiando el comportamiento violento de las masas. Mi amigo pens que tal vez podramos trabajar juntos, as que concert una cena a la que asistiramos los tres. Y tambin pidi a otra amiga suya que viniera: era la directora de una agencia fotogrfica. La gente con la que se trataba DJ era extraordinaria, incuso comparada con los hinchas que yo ya haba conocido, mi amigo mencion a un tal Kelly, un tipo ms bien bajito al que slo le interesaban los delitos de gran envergadura. Mi amigo me pregunt si me acordaba de la fuga de la prisin Leicester que tuvo lugar en 1986. Aqulla en la que un helicptero se haba posado en el patio mientras los reclusos realizaban sus ejercicios fsicos, y despeg llevndose a dos presos Pues el tal Kelly era el piloto de aquel helicptero. Mi amigo tambin me habl de una excursin dominical a la playa. Por lo visto, alguien haba alquilado un autocar tal como despus resultara evidente, la pasta nunca haba supuesto el menor problema y unos cincuenta o sesenta miembros de la empresa salieron del este de Londres con destino a la costa. Estaban cerca de Clactonon-Sea cuando mi amigo decidi que haba visto ms que suficiente. Anunci que iba a bajarse de aquel autocar all mismo, sin esperar ni un minuto ms, a menos que los hinchas dejasen de hacer lo que estaban haciendo. Se cabrearon. Le abuchearon. Le llamaron aguafiestas. Pero por fin le hicieron caso. Aquello haba empezado ya al poco rato de salir. La mayor parte de los pasajeros del autocar se hallaban en un estado de moderada obnubilacin se haba consumido alcohol, cocana y otras drogas cuando, tras pasar por delante de un hospital para enfermos mentales, descubrieron a una mujer en el arcn de la carretera, una mujer que haca autostop. Ordenaron al conductor que se detuviera en seco. Tendra unos diecisiete aos, llevaba un vestido de noche y acababa de fugarse del hospital. Su capacidad mental se hallaba seriamente disminuida apenas vea lo que tena delante, y no era capaz de hablar de modo coherente ni de moverse con una mnima gracia, pero era un ser sexuado que adems respondi a las atenciones que se le empezaron a prodigar. Los hinchas se congregaron a su alrededor: le hicieron cosquillas, juguetearon con sus pezones, le tocaron el cltoris, la desvistieron y la tumbaron desnuda en el pasillo, entre 162
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los asientos. Empezaron a agitar sus miembros por delante de la cara de la chica. Alguien se le me encima. Estaban a punto de violarla haba uno en concreto, arrodillado entre sus piernas, sujetndose el pene con una mano cuando mi amigo detuvo el autocar y dijo que se largaba. Siguieron de marcha toda la maana y llegaron a Great Yarmouth a primera hora de la tarde; all entraron en el primer pub que se encontraron. Andaban con ganas de jaleo. Todo el mundo pidi un almuerzo pantagrulico y, una vez servidos, se tiraron la comida los unos a los otros: una batalla campal en la que las municiones fueron pasteles de carne o de riones, lasaa y croquetas, patatas con salsa, en fin, el tpico men caliente. Les echaron a la calle. Entraron en otro pub que estaba lleno de paracas, soldados rasos de las bases de la RAF que haba en los alrededores, que son uno de los rasgos ms caractersticos de la regin de East Anglia. Se arm la gresca: una pelea en la que tomaron parte unas setenta personas, ms sillas, taburetes, mesas, un banco. Los hinchas se largaron a la francesa antes de que llegase la polica. Entraron en un tercer pub. A esas alturas, la polica local ya estaba buscndoles. Adems de los disturbios producidos en los pubs, estaban gastando dinero de mentira, dinero falsificado. Su rastro era bien fcil de seguir. A todo esto, no se desprendieron en ningn momento de la chica. No la haban violado, pero la mantuvieron entre ellos como si fuese una especie de mascota, o un juguete. El conductor del autocar haba seguido buena parte de estas chifladuras desde el aparcamiento, y haba llegado a la conclusin de que ya estaba bien. Encendi el motor y sali a la calle. Aunque no lo saba, tres hinchas del West Ham se haban quedado dormidos en la parte de atrs. Haban perdido el conocimiento mucho antes, a raz de alguna combinacin de drogas, pero uno de ellos consigui percatarse, a pesar de su alelamiento, de que el autocar haba arrancado, as que despert a los otros dos. El chfer debi de quedarse de piedra al orles gritar. Le dieron a elegir: o volva a aparcar el autocar en donde estaba antes, o le prendan fuego. Estaban dispuestos a incendiar el vehculo. En mi primer encuentro con DJ, de todos modos, no pretenda obtener ms informacin acerca de los hinchas del West Ham; al contrario, se trataba de comprobar si DJ podra servir como fotgrafo. Cuando nos sentamos en la mesa primero tomamos unos ccteles en la barra, la directora de la agencia fotogrfica ya haba aceptado adelantar el dinero para que DJ comprase pelcula y material fotogrfico, ms que nada por ver qu poda sacar a cambio. Aquel verano iba a disputarse en Alemania el Campeonato de Europa de Selecciones, e iba a ser una de las primeras fiestas de hooligans. Desde la tragedia del estadio de Heysel, la seleccin de Inglaterra siempre que iba al extranjero viajaba acompaada por infinidad de periodistas a veces, tantos periodistas como hinchas, ansiosos por captar los momentos de mxima violencia. 163
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Aqul iba a ser el primer Campeonato de Europa desde que la violencia de los hinchas haba dejado de ser un problema especficamente britnico para alcanzar nivel europeo, en que los seguidores ms violentos de pases muy distintos los alemanes, los holandeses, los italianos, amn de los ingleses estaran juntos en el mismo lugar. Inglaterra deba disputar su segundo partido contra Holanda en Dusseldorf; como la frontera con Holanda estaba a escasos minutos de camino, se daba por sentada la asistencia de un gran nmero de hinchas holandeses. Inglaterra no iba a jugar, en cambio, contra Alemania, a menos que pasara la primera ronda clasificatoria, pero los hinchas alemanes estaran por todas partes. DJ saba de sobra dnde iban a ocurrir actos violentos, y se propona tomar todas las fotografas que pudiera. As empezara su nueva carrera profesional. Con todo, pareca que sus negocios marchaban viento en popa, aunque no saba con exactitud de qu se trataba. Importacin y exportacin, dijo en un momento determinado, y en efecto pareca tratarse de alguna clase de actividad comercial. Aquella misma maana haba regresado de Bangkok, donde haba cerrado un trato relacionado con ropa de nios, y haba sacado en limpio, segn dijo, unas mil libras esterlinas. No pude ni imaginarme cmo funcionaba aquello, pero tampoco tuve ocasin de preguntrselo hasta que terminamos de cenar. Bragas, explic DJ entonces. Haba vuelto con varias maletas llenas de bragas para nias. Que comercias con bragas para nias? Mi pregunta tuvo que parecerle un tanto desabrida. Entre otros muchos productos. Acto seguido, sintindose quiz un poco a la defensiva, hizo una lista completa. Entre los artculos mencionados figuraban relojes, accesorios de moda, trajes de caballero, ropa de mujer y de nio, zapatos y automviles. Durante un tiempo se haba dedicado sobre todo a la compraventa de Mercedes. En una actividad comercial de tal especie tena que viajar muchsimo; DJ coment que, slo en el pasado ao, haba tenido que ir a Hong Kong, Taiwan, Tel Aviv, Manila, El Cairo, Luxemburgo, Ciudad de Mxico y Los Angeles. Le gustaba viajar; coment que aquella misma maana, nada ms regresar de Bangkok, haba telefoneado a su agencia de viajes despus de tanto trabajo, era un momento excelente para tomarse unas vacaciones con la esperanza de apalabrar un viajecito: era probable que al da siguiente se fuese a Sun City, en Sudfrica. Le atraa la idea de visitar Sun City, y describi sus atractivos. No s si lleg a ir. Sospecho que sus vacaciones las describi con el mismo espritu que daba forma a sus homilas acerca de las virtudes de la prctica econmica del Partido Conservador y de la filosofa de Margaret Thatcher, pues haba entendido bien la mentalidad liberal de sus nuevos amigos, gente de los medios de comunicacin. 164
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Hizo una pausa para admirar la marca de la chaqueta que vesta yo. Le estaba saliendo una actuacin que ni bordada. Antes de dar por terminada la noche, iba a tener tiempo de mencionar cmo era la casa que acababa de vender. Tambin dijo no s qu de un Jaguar que se quera comprar, del movimiento de sus inversiones en el mercado de valores, de las carreras de Newmarket, de cmo acuda a presenciarlos en su Mercedes, por Six Mile Bottom Road, con el velocmetro clavado a 200 kilmetros por hora, arrojando botellas de champn por la ventanilla. DJ tena veintitrs aos. La directora de la agencia fotogrfica dijo que dispondra lo necesario para que DJ recibiese unas cuantas clases prcticas, y yo dije que ya nos veramos para tomar una copa ms adelante. La cena sali por 120 libras; DJ insisti en apuntarla en su cuenta. DJ y yo nos encontramos unas cuantas veces antes del Campeonato de Europa. Haba sido aficionado al ftbol desde que tena diez aos; no era poco lo que poda contar. Algunas de sus ancdotas trataban sobre los chicos del Manchester United. Me asombr saber hasta dnde llegaba la fama de Sammy. Los hinchas del West Ham le apodaban Sammy la Locomotora, porque siempre era el primero, de todos los del Manchester United, en cargar y pasar a la accin. Por lo visto, una vez le haban quitado a Sammy las gafas, que fueron a parar a la estantera del Builder's Arms, uno de los pubs del West Ham, donde quedaron expuestas a manera de trofeo; aquel mismo da, Sammy, medio ciego, fue al pub a buscarlas, recibi una tremenda paliza. DJ tambin viajaba en el tren de Manchester en el que Roy Downes fue golpeado y estuvo a punto de perder la vida. Segn la versin de DJ, sin embargo, el lo empez cuando Roy le tir un vaso de t caliente a Bill Gardiner, el famoso jefazo del West Ham. A medida que paseamos por Londres en coche, DJ fue acordndose de los lugares en los que se haban tomado grandes libertades; tomarse libertades, una de las muletillas de DJ, era una de las infracciones ms serias que podan darse, ya que entraaba adems la violacin del territorio de un determinado rival. En un momento dado hizo una alusin a sus cicatrices. Y aunque despus tendra ocasin de or a sus amigos describindolo como un animal uno de sus apodos era Lunar el Luntico, los temas de conversacin de DJ no giraban estrictamente en torno a la violencia relacionada con el ftbol. Su repertorio era bastante ms complejo. DJ era distinto de la gran mayora de los hinchas del West Ham. Para empezar, era judo dijo que una vez me pringaron en un Yom Kippur, de paseo con la pea del West Ham, y aunque hablaba con inequvoco acento del este de Londres, llegu a sospechar que era un to relativamente culto. Dijo que haba ido a una pequea escuela particular, y cuando le presion un poco sobre esta cuestin descubr que en el ltimo curso haba sacado cinco sobresalientes. Hablaba bien el francs. Lea bastante, sobre todo libros que tratasen sobre cuestiones de ndole social: la polica, la delincuencia organizada, 165
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los problemas urbansticos del centro de las ciudades... Tambin me enter una informacin que confirm a regaadientes de que su familia, aunque fuese de trasfondo obrero, era bastante acomodada; su padre tena una fbrica de muebles que iba bastante bien en algn rincn del East End. Su hermano trabajaba en una empresa de inversiones, en Nueva York. Ms tarde, me dara cuenta de que DJ era un manirroto, que gastaba a mansalva, y que sus amigos le llamaban Saco de Pasta, aunque tengo para m que la pasta la haba ganado DJ por su propia cuenta, y que nunca gast dinero que hubiese recibido de su padre. Me daba en la nariz que DJ se haba lanzado a alguna rebelin poco clara, privada, en contra de la educacin que haba recibido. DJ era un excntrico; mi sentido del periodismo me hizo pensar que los diversos detalles de que estaba adornada su vida justificaban el que pasara ms tiempo con l. Claro que adems existan otras razones. Empec a trabajar en este libro porque deseaba saber por qu tantos varones jvenes de Inglaterra se dedicaban los sbados por la tarde a montar unas broncas tremendas; aunque saba muy poca cosa acerca del ftbol, y muy poco ms acerca de los espectadores asiduos de los partidos de ftbol, pensaba que mi ignorancia no iba a ser tan perjudicial. Crea que al entrar de lleno en una experiencia de tales caractersticas, sin conocimiento previo, sin las trabas propias de la historia o de la tradicin, o incluso de los hbitos caractersticos de los sbados por la tarde, podra entenderla de forma ms satisfactoria y cabal que cualquier otra persona para la cual dicha experiencia fuese un rasgo familiar de la cultura en que estuviera inmersa. No me interesaba nada que pudiera relacionarse con el bien y el mal, y nunca hice una pregunta en ese sentido. Quera acercarme ms a la violencia quera acercarme tanto como me fuese posible, porque pens que de ese modo podra averiguar cmo funcionaba. Me sorprendi lo que haba encontrado; adems, como termin pertrechado con un conocimiento que anteriormente no estaba en mi poder, tambin me sent en cierto modo agradecido, y sorprendido asimismo por ello. No me haba esperado que la violencia pudiese resultar tan placentera. Habra dado por hecho, si me hubiese parado a pensarlo, que la violencia podra ser apasionante tal como un accidente de trfico puede ser apasionante, pero el placer puro y elemental result ser, en cambio, de una intensidad absolutamente diferente de todo lo que hubiese previsto o experimentado anteriormente. Tampoco es que fuese una violencia normal y corriente. No era una violencia al azar, indiscriminada, ni la violencia del sbado por la noche, ni la violencia de una pelea en un pub; era violencia de masas, que era la que en realidad importaba: el particularsimo funcionamiento de la violencia numrica. Voy a tratar, pues, de responder a la pregunta fundamental: por qu se alborotan los jvenes varones los sbados por la tarde? Por la misma razn por la que otras generaciones se dieron a beber en exceso, a fumar marihuana o a 166
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tomar drogas alucingenas, a alardear de una conducta problemtica o rebelde. La violencia es el ramalazo antisocial, la experiencia capaz de alterar la mente, o una euforia inducida por la adrenalina, que podra ser tanto ms potente porque la genera el cuerpo en s, con estaba convencido muchas de las mismas cualidades adictivas que caracterizan a las drogas sintticas. Entendido esto, qued convencido de que era verdad, pero segua sin satisfacerme. A qu se deba aquella conducta antisocial? No era capaz de disgregar la finalidad el alborozo de los medios que conducen al personal a ese comportamiento. Desde luego, no poda enfocarlo como la clsica cuestin generacional, como el rock and roll. Existen infinitos precedentes de estas formas extremas de conducta muy en especial de la violencia, pero no as de la violencia organizada, de la violencia que se desata al lograr un frenes de semejante altura: la altura del frenes multitudinario. Tal variante era algo inslito. Y, en medio de todos los factores que aportan su grano de arena para que una simple reunin de personas se convierta en una masa y, en definitiva, una masa violenta, hay de forma casi invariable una causa poltica o econmica de alguna especie, aun cuando sea una causa cosmtica o retrica una irritacin, una ofensa, una injusticia o un endurecido y recargado sentimiento de frustracin social; por otra parte, no era capaz de rehuir la palmaria conclusin a la que llegaba una y otra vez, a saber, que no exista una causa que justificara la violencia, que no exista una razn en absoluto. Si acaso, existan sinrazones: ms que la problemtica econmica, ms que la frustracin poltica, exista una evidente plenitud econmica y una fe sin complicaciones e incluso complaciente en el mercado libre, y una poltica nacionalista que estaba orgullosa tanto de su comodidad como de su egosmo. No era capaz de creer que lo que viera, en efecto, todo lo que haba. Y en este punto entr en danza DJ. En la figura de DJ me encontr la contradiccin fundamental en estado sumamente concentrado. Dispona de muchsimas ventajas: la educacin recibida, su inteligencia, su conciencia de estar en el mundo, el dinero, la iniciativa, una familia fuerte que le daba todo su apoyo. Aun cuando no le hubiese interesado lo ms mnimo la violencia de masas, habra sido un miembro excepcional de su generacin. Era una persona a la que el orden social de la poca que le haba tocado vivir le haba dado toda suerte de ventajas y oportunidades, tantas que tendra que haberse desvivido con tal de no tener xito en semejante sociedad. En mi pensamiento estaba implcito ese tpico liberal segn el cual a los que se vuelven contra la sociedad tena la impresin de que destruir los bienes de la sociedad e infligir daos a los miembros de la misma es algo muy propio de quienes se vuelven contra la sociedad es que se les ha negado el acceso a la misma. Pero esto no era cierto en el caso de DJ. DJ, esperaba, podra ensearme muchas cosas. Me suscrib a un servicio de prensa que difunda informacin acerca del 167
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Old Bailey. Me dio la impresin de que lo ms sencillo sera no perderse todo lo que fuese presentado ante los jueces de un tribunal en el que se juzgaban delitos importantes; el servicio, que haban montado unos cuantos jvenes escritores que trabajaban para agencias de publicidad, sera en ese caso una especie de pliza de seguro. Poda estar tranquilo de que no iba a perderme nada. Difundan los casos en el mismo da por fax, aunque los ofrecan un poco exagerados en su presentacin, algo recargados de detalle, de modo que los periodistas pudiesen escoger lo que ms les conviniese, a tenor de las necesidades de sus respectivos peridicos. El primer caso que me lleg era igual que tantos otros. Era un relato del juicio seguido contra John Johnstone. John Johnstone perteneca a un nutrido grupo de hinchas del Millwall que, tras haber asistido una tarde a un partido contra el Crystal Palace, haban asaltado el tren en el que se dirigan a la estacin de Charing Cross, en Londres. Se trata de un viaje de slo diez minutos de duracin, pero en el trayecto Johnstone se puso violento. Segn el fiscal del caso, Johnstone se haba acercado a uno de los pasajeros ordinarios, de los que haban pagado su billete, y le arranc de las manos el peridico que estaba leyendo. Despus le golpe repetidas veces en la cara. Intervino un revisor, y Johnstone descarg su violencia contra l. Al conductor del tren lleg el aviso del problema que se haba declarado a bordo, de modo que se puso en contacto por radio con la Polica de Transportes de Charing Cross, y John Johnstone y sus amigos eran seis en total fueron detenidos nada ms llegar. De todos modos, no se les retuvo durante demasiado tiempo, y pronto se vieron con las manos libres para llevar a cabo los planes que haban hecho para aquella noche. No es que fueran planes demasiado ambiciosos. Lo cierto es que Johnstone y compaa rara vez se aventuraban ms all de un radio de trescientos metros a partir de la estacin en la que empezaban la noche. Su primera parada fue un McDonald's en el Strand. Llevaban dentro slo unos instantes cuando Johnstone sac un cuchillo y amenazo a un skinhead que se estaba comiendo una hamburguesa. Cuando apareci otro skinhead, uno de los amigos de Johnstone le hizo frente y le dej el ojo morado. Johnstone y sus amigos se dirigieron a Trafalgar Square, e hicieron una breve parada en el pub Almirante Nelson, en Northumberland Avenue, donde se hicieron pasar por los porteros, cobrando a todo el que quera entrar una determinada cantidad, y amenazando a todo el que se negaba a pagar. Cuando por fin llegaron a Trafalgar Square hubo ms problemas, ocasionados al parecer por un individuo que llevaba una araa tatuada en la frente. A Johnstone y compaa se les antoj que el tatuaje de la araa era algo intolerable, de modo que le dieron una paliza. Regresaron a Charing Cross, en donde uno de los compaeros de Johnstone, Gary Greaves, golpe a un joven en pleno rostro un desconocido, 168
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que al parecer iba solo, derribndole al suelo. Greaves despus se hart de darle patadas en la cabeza, y los otros se le sumaron de inmediato. Un chfer de autocar que estaba aparcado all cerca, en compaa de su mujer, esperando a un grupo de turistas que deba llegar algo ms tarde, en tren, fue testigo de la violencia desatada y se sinti compelido a intervenir para ponerle coto. Y hasta cierto punto lo consigui los chicos dejaron en paz al hombre que haban tirado al suelo, slo que se volvieron contra el chfer y su mujer; los dos resultaron seriamente golpeados. No s cunto tiempo permanecieron Johnstone y sus amigos en Charing Cross. La vez siguiente se les vio en la estacin de metro. La estacin de metro de Charing Cross es una de las ms grandes y complejas, ya que se trata de una amplia red de pasadizos y tneles que conectan las tres estaciones de metro de Trafalgar Square, Charing Cross y Embankment. Cerca de las escaleras de Embankment se encontraron con Terry Burns. Terry Burns iba en compaa de unos amigos, y todos ellos estaban asustados, por no decir que eran presa del pnico, ya que se haban metido a todo correr en el metro, huyendo precisamente de una pelea que acababa de estallar en un pub de Covent Garden. Por el relato del fiscal infiero que el West End, aquel sbado por la noche, era un lugar poco aconsejable para ir a pasear. No se mencionan los otros grupos ms nutridos de hinchas del Millwall, de los que Johnstone y compaa fueron separados cuando llegaron a Londres. Es probable que, si el grupo ms nutrido no tuvo nada que ver en la pelea de la que huan Terry Burns y sus amigos, habra estado implicado en cambio en cualquier otra pelea, no demasiado lejos de all. Aquella noche el West End deba de estar repleto de bandas de hinchas futboleros. Result que Terry Burns era hincha del West Ham. Johnstone y compaa llevaban toda la tarde buscando hinchas de otros equipos de ftbol, pues de sobras saban que por alguna parte tenan que andar, y se habran sentido tremendamente frustrados en caso de haber seguido encontrndose slo con skinheads, inconformistas con araas tatuadas en la frente, desconocidos, chferes de autobs con sus esposas o sin ellas y solitarios usuarios del ferrocarril. Tuvo que resultar muy emocionante encontrar por fin a unos genuinos hinchas de otro equipo de ftbol. Tambin estoy seguro de que Johnstone detect el pnico que senta en esos momentos Terry Burns: tuvo que haber resultado evidente, por llevarlo pintado en la cara, o habra sido si no una presencia inequvoca, como un olor, y seguro que eso tambin le result emocionante a Johnstone. El resultado de todo ello fue un nuevo brote de violencia, slo que de muy distinta ndole. Johnstone y sus amigos cargaron contra los desconocidos, apualando a uno en el cuello y el brazo. Burns ech a correr y sali de la estacin, metindose por Villiers Street. Segn el informe del fiscal, Johnstone sali corriendo tras l, gritando a voz en cuello Matad a ese hijoputa, mientras sus 169
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colegas le seguan de cerca. Le alcanzaron ya en la calle, y el grupo ech a correr por Covent Garden, en pos de Burns. Iban cantando Millwall una y otra vez. Terry Burns no pudo seguir corriendo con la velocidad suficiente los hinchas del Millwall ya le pisaban los talones e intent escapar por una bocacalle que result ser un callejn sin salida. El nico detalle de que disponemos es una bicicleta Terry Burns se abraz a la bicicleta para defenderse, aunque puedo imaginar fcilmente el espasmo de terror que tuvo que recorrerle las entraas cuando se dio cuenta de que estaba acorralado. Me imagino a Terry Burns mirando en derredor, en busca de una salida los timbres de las puertas, la tapia, antes de echar mano de lo que encontr ms cerca, aquel impracticable escudo de radios, neumticos y tubos de acero, para protegerse de lo que saba que iba a aparecer atronando en el callejn en cualquier momento. Terry Burns muri casi en el acto. Recibi seis pualadas. Todas ellas le alcanzaron el corazn. Terry Burns no muri a manos de una muchedumbre; muri a manos de una banda, aunque la distincin entre la violencia de masas y la violencia de bandas es probable que no tenga ninguna relevancia en este caso: slo por casualidad se haban separado previamente John Johnstone y sus amigos de la masa de hinchas del Millwall. El asesinato, sin embargo, no tena en s mismo mayor inters. S que lo tena la calidad de la noche, la naturaleza desordenadamente episdica de la violencia, la sensacin de aburrimiento que la caracteriza: era una violencia extrema, debida a que no haba nada mejor que hacer. Tambin me interesaban los individuos. Por qu estaban tan aburridos? John Johnstone era de Lewisham un barrio de la periferia de Londres y trabajaba como pintor y empapelador en pleno auge de la moda de remodelacin de las casas. Tena que llevar los bolsillos llenos de billetes de veinte y de cincuenta libras. Aunque slo tena veintin aos, ya llevaba a espaldas un historial delictivo bien nutrido. A los diecisis haba sido declarado culpable de causar perjuicio fsico a otra persona; a los diecisiete, por conducta amenazadora; a los dieciocho, de nuevo por conducta amenazadora; a los veinte, por llevar encima un machete. Su colega, Trevor Dunn, tambin tena un historial similar. Era tambin de la periferia de Londres, y trabajaba como pintor y empapelador. Gary Greaves, de veintisiete aos, tena un negocio propio. Al final, result que la acusacin de asesinato que pesaba sobre los tres hinchas fue cancelada. John Johnstone fue declarado culpable de intervenir en una reyerta, de participar en dos agresiones y de llevar un arma blanca. Fue condenado a tres aos de crcel. No parece demasiado despus de todo, un hombre haba sido asesinado , slo que a ojos de la ley el asesino de Terry Burns jams fue localizado. De 170
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hecho, habida cuenta de las circunstancias, la sentencia de John Johnstone haba sido bastante severa: en el pasado, era muy poco probable que le hubiesen cado ms de dos meses de crcel. La sentencia de tres aos de crcel responda a la actitud que haba empezado a caracterizar la forma de enfocar el problema de los hooligans futbolsticos por parte del poder judicial: asegurarse de que se les condenaba de forma tan severa como fuera posible, convertirlos en ejemplos para sus semejantes. Aquel mismo ao, dos de los llamados generales o mandamases del Chelsea Stephen Hickmott, de treinta y un aos, y Terry Last, de veinticuatro fueron sentenciados a diez aos de crcel, ya que se les haba declarado culpables de delito de conspiracin y de participar en reyertas. Hickmott, que tena su propio negocio una mensajera, era, al igual que sus colegas del Millwall, de la periferia (de Tunbridge Wells); Last, en cambio, trabajaba en el bufete de un abogado del centro. Entre los dems detenidos figuraban otro pintor, un chef de cocina, un constructor y un veterano de la guerra de las Malvinas, un antiguo submarinista de la Royal Navy. Ms o menos en esa misma poca tambin me suscrib a un servicio de recortes de prensa. Cada dos o tres das me llegaba un sobre, y en todo momento me sorprendi la cantidad de recortes que contena. Por lo general haba cincuenta y cien, pero a veces eran muchos ms. La mayor parte eran de peridicos de pequeas poblaciones, recortes en los que se daba cuenta de la violencia que se haba desatado en el partido del sbado por la tarde. Durante los primeros meses repas cada una de las historias, pero me di cuenta de que la informacin era excesiva. No saba qu hacer con tanta. Pens en dar de baja mi suscripcin, pero tuve la sensacin de que no sera acertado, de que sera lo mismo que optar por la negligencia, por no atender a lo que estaba ocurriendo, por ignorar los hechos histricos. Aun as, haba perdido todo apetito por repasar aquellos recortes. No estoy seguro de cundo me di de baja, pero no fue antes de llenar tres cajas grandes que siguen apiladas una encima de otra, en mi estudio, aunque la mayor parte de los sobres, con sus detallados recortes sobre la violencia de la semana, siguen todava sin abrir. Hace poco escog uno de ellos al azar; la fecha del matasellos era el 19 de mayo de 1987, y los recortes que contena eran una descripcin de los acontecimientos de la semana anterior. La temporada de 1987 no fue particularmente destacada por lo que respecta a la violencia. Las muertes del estadio de Heysel, el incendio de Bradford, las revueltas de Luton, entre los seguidores del Millwall y la polica, todo aquello ya haba ocurrido: todo aquello ya era historia. En mayo estaba a punto de terminar la temporada futbolstica. Aqul fue un fin de semana ordinario. Tambin haban pasado diez das desde que se pronunci la ejemplar sentencia por la que fueron condenados Stephen Hickmott y Terry Last. De los setenta y tantos recortes que contena el sobre, slo dos procedan de 171
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peridicos de difusin nacional: uno del Guardian, que describa algunos desrdenes en la playa de Brighton, despus de un partido contra el Crystal Palace, y otro del Daily Mail, en el que se deca que un joven aficionado, de diecinueve aos, haba recibido veinte puntos de sutura despus que le cortasen la garganta unos vndalos antes del partido Everton-Manchester City. Todo lo dems proceda de los peridicos de provincias. Uno de ellos era el Wrexham Evening Leader. En un partido de la liga dominical disputado en Gresford, al norte de Gales, se haba dado un brote de violencia. La liga dominical es una competicin entre equipos de aficionados, compuestos muchas veces por los amigos que se renen en un pub o los compaeros de una fbrica. El partido enfrent al Cambrian Vaults contra el Saughall Institute, de Chester; era una semifinal de la Wrexham Lager Cup. No est del todo claro cmo empezaron los problemas, pero una vez iniciados resultaron muy violentos: hubo 150 heridos, la mayor parte de ellos por patadas o cabezazos. Un hombre haba sido golpeado en la cabeza con el palo de un bandern de crner; otro se haba roto una pierna. Hasta el entrenador del Saughall Institute estaba implicado: un vdeo de aficionado recoga imgenes en las que apareca tirando un ladrillo al pblico y golpeando a alguien en la cabeza. De las once personas condenadas por participacin en la reyerta las sentencias oscilaban entre tres meses y dos aos, todas salvo una haban estado anteriormente condenadas por diversos actos de violencia y vandalismo. Hubo tambin problemas en Huddersfield, en las afueras de Leeds. Los seguidores del Leeds se haban congregado en un pub, The Wharf, para celebrar la victoria de su equipo, un triunfo que les aseguraba una plaza en la liguilla de promocin. Avanzada la tarde, los miembros de un grupo de reggae, todos ellos rastafaris, pasaron por all cerca; iban a tomarse una de pescado frito con patatas en el centro de la ciudad. Al verlos, los hinchas del Leeds salieron a la calle y rodearon a los msicos; empezaron a cantar Sieg Heil! al tiempo que hacan el saludo nazi, brazo en alto. A uno de los msicos le estamparon un vaso de cerveza en la cara; los otros cuatro fueron apualados. Cuando apareci una ambulancia, los hinchas del Leeds no la dejaron pasar, y uno de los miembros del grupo estuvo a punto de morir desangrado. En Bournemouth, una banda de hinchas, tras recorrer varios pubs y evidentemente alborotados, asaltaron el Royal Exeter Hotel, destrozaron los cristales de las ventanas, prendieron fuego a las sillas de la terraza y despus apedrearon a la polica y a los vehculos de bomberos que haban sido llamados para sofocar la reyerta (Southampton Southern Evening Echo). Miembros del Robstart Football Club, otro equipo de aficionados, en este caso de Stockwell, se vieron envueltos en una pelea en el pub Cabot Court, en Weston-super-Mare. Hubo 56 detenidos. En Southend, los hinchas de los Wolves iniciaron una revuelta y hubo un enfrentamiento violento en Filbert Street, despus del partido entre el Leicester City y el Coventry. 172
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En Peterborough, 150 hinchas del Derby, tras hacer una breve parada para repostar en el centro de la ciudad, atacaron a un grupo de jvenes de la localidad; a uno le dieron tan fuerte que al caer al suelo sufri una fractura de crneo. En Southport, los seguidores del Bangor City se situaron en un extremo de la grada y saltaron repetidamente sobre los tablones, hasta destruir el armazn, para atacar despus a los policas que circundaban el terreno de juego. En un partido disputado entre dos equipos no incluidos en la liga, el Gillingham y el Chelmsford City, el joven de veintin aos de edad Anthony Robertson fue arrestado tras una batalla campal en medio de la cual fue descubierto rociando de amonaco los ojos de un hincha del equipo rival y aporreando despus a un polica contra la pared, al que le caus una fractura de clavcula. Y en Bolton, los hinchas, que el periodista describe como un hatajo de indeseables que no paraban de aullar, con la valenta que puede manifestar una urraca al destrozar un huevo de gorrin, asaltaron a los seguidores del Middlesborough en Green Tavern, donde estaban tomando una copa, y acto seguido atacaron nada menos que la comisara de polica de Burnden Park; uno de ellos lleg a subirse a un poste del tendido elctrico y a cortar los cables del suministro de la comisara. La lista ya es de por s bastante larga; lo cierto es que slo es parcial. Excluye adems los sobres que llegaron ms o menos en las mismas fechas, los que llevan por matasellos el 8 de mayo, el 13 de mayo, el 15 de mayo, el 20 de mayo y el 27 de mayo. Sigo sin haberlos abierto. Los arrestos y los juicios de los grandes centros metropolitanos quedan bien representados por las agencias de comunicacin radicadas en ellos. Estos sucesos son un indicio de lo que no sale en los titulares: as es, en realidad, un sbado por la tarde en Inglaterra. Existe un suceso ms que merece la pena citar. Procede del Oldham Evening Chronicle y tiene por desdichados protagonistas a dos irlandeses, representantes de ventas, llamados Neil Watson y Terry Moore, amigos los dos desde hace mucho tiempo, y desde hace mucho tiempo seguidores del Oldham Athletic, hasta el punto de coger a menudo un avin hasta Manchester para ver un partido. En torno a esta aficin compartida giraba todo el fin de semana, muchas veces al ao: se alojaban en un hotel, cenaban y tomaban unas copas el viernes, y el sbado iban al ftbol. Aquella vez era un partido contra el Leeds United, y los dos haban pasado la velada en el bar del Royton Hotel, en las afueras de la ciudad. Poco despus de la hora de cierre, se encontraron con un grupo de hinchas del Leeds y fueron atacados. Terry Moore fue golpeado repetidas veces en la cara y cay al suelo, inconsciente; despus le dieron ocho o diez patadas. Terry Moore tiene un tipo de sangre muy poco comn, y ello fue utilizado como prueba: los exmenes del forense demostraron que se era el tipo de sangre que se encontr en los zapatos, calcetines, pantalones, camiseta y cabello de uno de los hinchas. Haba sangrado en abundancia. Tras el incidente, los hinchas del Leeds se fueron, pero regresaron poco despus. Este es uno de 173
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los detalles ms pasmosos del caso: que decidiesen volver para seguir dndole patadas a Terry Moore en la cabeza. Esto sucedi seis o siete veces; Terry Moore no se haba movido, segua inconsciente. Todava no se ha movido: permaneci doce das en coma. Al salir del coma, estaba aquejado de parlisis total y haba perdido el habla. No pude acompaar a DJ a Alemania con ocasin del Campeonato de Europa de Selecciones en 1988 pensaba ir unos das despus, pero me telefone el mismo viernes en que lleg. Despus me telefone con regularidad, para mantenerme al corriente de los incidentes. Al parecer, los hubo en abundancia, la mayor parte entre hinchas ingleses y alemanes; varios de los amigos de DJ, hinchas del West Ham, ya haban sido detenidos. Entonces, poco despus del primer partido de Inglaterra, contra Irlanda, la prensa se sali con la suya, con lo que haba estado esperando: una terrible batalla campal, con lanzamiento de gases lacrimgenos y escenas de espectacular violencia. DJ envi a Londres su primer carrete de fotos en un vuelo nocturno. El siguiente partido de la seleccin inglesa haba de disputarse en Dusseldorf era el temido partido contra Holanda, y tom un avin especial que se haba fletado exclusivamente para los medios de comunicacin. El ministro britnico de Deportes un sujeto de baja estatura, que se pasaba buena parte de su tiempo hablando de encarcelar a los varones de la clase trabajadora, menores de treinta aos de edad iba en la primera fila. No haba ni una plaza libre; el vuelo entero iba lleno de cmaras, fotgrafos, columnistas y periodistas freelance de diversa ralea. Tres de los integrantes de un equipo de rodaje de la televisin australiana, al haberse enterado de que yo conoca a un hooligan de carne y hueso, me siguieron en taxi hasta el centro de la ciudad. La ciudad pareca talmente Beirut. Por todas partes se vean los vehculos verdes de la polica; haba un camin cisterna con manguera antidisturbios, y furgones sin ventanas en espera de que se produjera una detencin en masa. En todas las esquinas haba policas armados, con casco. Pero tambin haba infinidad de periodistas. Un equipo de una televisin entrevistaba a un hooligan. Despus iba a detectar a varios hinchas del Manchester United, entre ellos Donald el Tonto, el hincha armado con gases lacrimgenos y cadenas y cuchillos que, en el viaje a Turn, nunca lleg ms all de Niza: Donald el Tonto haba concedido una entrevista en exclusiva al corresponsal en Alemania de la BBC. Lo cierto es que no puede encontrarme con DJ: Robert, otro amigo e hincha del West Ham, haba sido arrestado aquella noche, y DJ se pas la mayor parte de la noche intentando rescatarlo. Pero me hice amigo de un to que era de Grimsby. Grimsby, pues as termin por llamarle, entr en mi vida gracias a una extraa mezcla de miedo y de aburrimiento: miedo porque, por vez primera, a los periodistas se les estaba tratando de forma bastante agresiva vi que un 174
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fotgrafo resultaba herido de cierta consideracin cuando unos hinchas le partieron la nariz con su propia cmara, y me senta ms seguro estando en compaa; aburrimiento porque haba empezado a resultar obvio que, a pesar de todas las promesas y las expectativas, los hinchas ingleses y holandeses no iban a exterminarse en la conflagracin ms violenta del siglo. Esto se debi en parte a la presencia de la polica alemana, que, al verse pillada de improviso la primera noche en que estall la violencia entre los hinchas ingleses y los propios alemanes, no iba a dejarse coger desprevenida otra vez. Despus del partido, la polica de Dusseldorf haba logrado acorralar a la gran mayora de los hinchas ingleses ms difciles en una estacin de ferrocarril. Y all me hice amigo de Grimsby. Hice uso de un viejo pase de prensa, arrugado, para colarme por entre la polica y buscar un bar. Grimsby decidi tomarme por un to aceptable cuando se enter de que yo estaba escribiendo un libro. Por lo tanto, no era un simple periodista; a sus ojos, pocas cosas haba ms despreciables. Era por el contrario un escritor (la madre de Grimsby era maestra de escuela, y tales distinciones tenan su importancia). Y as me iba a presentar a todo el mundo a lo largo de la noche: un escritor, ojo, no un periodista. Siempre aadi la coletilla. No podra decir que hubiese nada especial en Grimsby, ningn rasgo destacable que no hubiese detectado en incontables ocasiones, en incontables individuos, con la salvedad de que, sin importar cuntas veces me encontrase con uno de esos ejemplares, en todas ellas siempre me sorprenda lo que cada uno de ellos hara a continuacin. Era desde luego algo previsible, slo que en la desinhibicin de su propio exceso siempre era algo superior a lo que yo podra acostumbrarme. Nunca pude acostumbrarme del todo al personaje de aquellos chicos en su modalidad ms expresiva. Grimsby adopt esa modalidad nada ms subirnos al taxi. Result que la taxista, que era mujer, acept de mala gana la carrera que le propusimos, y antes de arrancar se dio la vuelta hacia Grimsby y, en ingls, dej bien claras cules eran las reglas que haban de regir nuestro trayecto si de veras desebamos llegar a nuestro destino: prohibido fumar, prohibido abrir las ventanillas, nada de malos modales. Mi compaero encendi de inmediato un cigarrillo, abri la ventana y solt una retahla de insultos vaca fofa, furcia, putn nazi que slo ces cuando el taxi se detuvo y la conductora nos orden que bajsemos inmediatamente. Ese intercambio dej sentado cul iba a ser el patrn dominante durante el resto de la noche. No nos quedamos mucho en el bar que encontramos un sitio frecuentado por obreros, lleno de lo que a m me parecieron sujetos bastante malcarados porque a Grimsby le dio el punto de ponerse a cantar Heil Hitler!. Le hice salir de inmediato. Despus hubo otros encuentros similares; uno de ellos tuvo lugar en un restaurante, donde un aficionado holands de cincuenta y tantos aos de edad estaba cenando en compaa de 175
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sus tres hijos. Como era el nico aficionado holands que haba all dentro, Grimsby decidi que era cosa suya cruzar la sala entera, interrumpir aquella cena familiar, plantar las manazas encima de la mesa y llamarle pajillero al padre, al tiempo que sacuda la mano de arriba abajo, delante de su cara, como si se le estuviese masturbando encima. Emiti un sonido espumoso con la boca. Y llam al padre cara culo: pajillero cara culo, y holands de mierda, cara cono, cobarde. Grimsby crea que tena que demostrar a toda costa su superioridad cultural ante todos los extranjeros con los que se encontrase; me haba olvidado de cuan virulento puede llegar a ser el nacionalismo violento del ingls aficionado al ftbol, y estar en Alemania le haba dado un espritu vigorosamente nacionalista. Adems, haba que tener en cuenta la guerra, la que nosotros habamos ganado. Aunque slo tena veinte aos Grimsby trabajaba de camionero, conduciendo una camioneta de reparto de una fbrica de cerveza, sus conversaciones versaban casi exclusivamente sobre la Segunda Guerra Mundial: ello le proporcionaba las imgenes y la historia a las que poda adherir su nacionalismo. Habra dado lo que fuera por haber vivido la guerra entera, de principio a fin. La perversidad de los alemanes, la apata de los holandeses, la valenta de los ingleses: sos eran los dogmas de su creencia fundamental, y Grimsby habra sido un hombre muy desdichado caso de no haber podido enzarzarse en una batalla del tipo que fuese con tal de ilustrar que dichos dogmas eran incluso ms, que eran de hecho verdades incontestables del carcter nacional. Terminamos en un bar que se llamaba el Orangebaum y que, si no era holands de entrada, desde luego que lo era a tales alturas. Era exactamente el sitio que Grimsby haba estado buscando, y se lanz contra la gente, a empujones, listo para liarse a puetazos con el primero que contestase incluso con una mnima agresividad. Yo me qued fuera. El bar estaba lleno, pero lo vi todo por las puertas abiertas. A mis espaldas haba unos cuantos policas alemanes; llevaban un buen rato siguiendo a Grimsby. Sin embargo, dio la impresin de que tampoco iba a ocurrir nada. Los hinchas holandeses eran unos tiarrones carnosos, bien grandes, que parecan capaces de aguantar todo lo que se les arrojase, incluido Grimsby, ya que, aunque se lanz contra ellos a toda velocidad, recibi por respuesta un tosco abrazo y el ofrecimiento de tomarse una caa con ellos. Pero Grimsby no habra bebido por nada del mundo la cerveza del enemigo. Por fin, tras una interminable muestra de detalles amistosos, algunos s que respondieron de forma algo agresiva ante las provocaciones de Grimsby; una vez puesta en juego la reputacin de la patria, empezaron momentneamente a volar los puos. La verdad es que a hora tan avanzada yo me encontraba extenuado, y tan aburrido e indiferente que no estoy muy seguro de que nadie respondiese; fcilmente podra haber sido una farola en plena calle. Era desde 176
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luego posible que Grimsby hubiese llegado al extremo de liarse a golpes con un elemento funcional del mobiliario urbano. Y Grimsby fue detenido. Por diversas razones que para m siguen siendo un misterio, entabl una conversacin con los policas y, en contra de los intereses de Inglaterra, de Alemania y de la armona europea, les disuad y consegu que no se llevasen a Grimsby a la crcel, garantizndoles que lo tomara a mi cuidado, que asuma toda la responsabilidad y que lo llevaba de inmediato al sitio donde estaba alojado. Lo cierto es que estaba alojado en la estacin de ferrocarril. Y all le dej a eso de las tres de la maana. Encontr un banco vaco, pero antes de tumbarse a dormir se puso a gritar England a voz en cuello. Despert a algunos de los hinchas que dorman esparcidos por el suelo, que lo insultaron, a pesar de lo cual Grimsby persisti en su actitud: repiti el nombre de su pas, una y otra y otra vez. Tena los brazos cados a los costados y el torso ligeramente inclinado hacia adelante. Se hallaba sumido en un peculiar estupor nacionalista haba dejado de fijarse en m y, sospecho, en casi todo lo dems, de modo que me largu sin decir ni po, camino de mi hotel. El eco de sus England, England, rebotaba contra las paredes. Me imagin que regresaba a la maana siguiente para encontrarme a Grimsby an all, con la voz enronquecida, aullando como un poseso, pero sin emitir ni un sonido. Mientras segu caminando, sus cnticos fueron apacigundose hasta desaparecer bajo los gritos de otros hinchas ingleses que an recorran diversas partes de la ciudad. La caminata hasta mi hotel fue bastante larga, y en todo el recorrido pude ver otras manadas de hinchas ingleses, trastabulando por las calles, curdas, entonando sus crudos fraseos de beligerancia nacionalista, hasta que uno tras otro fueron cayendo aqu y all. En un momento dado hice una pausa y segu a un grupo que atravesaba una plaza. La plaza era bastante grande; no pens que llegaran a cruzarla del todo. Todos parecan mantener una mnima conciencia, aferrados a un estado de vigilia ms bien por los pelos. Cantaban Rule, Britannia agarrados unos a otros por los hombros, ms que nada para sostenerse en pie, aunque deban de haber empezado cantando agarrados como una hilera que bailase una conga. Y entonces cay uno de ellos. Se desmoron, qued hecho un guiapo en el suelo, sin moverse. Le siguieron otros dos. Por ltimo, slo quedaban tres en pie: al darse cuenta de que estaban solos, se tendieron en el suelo, a dormir. La ciudad por fin iba quedndose en calma. Por todas partes se vean los cuerpos de los hinchas ingleses. Bajo la extraa, lgubre luz de las farolas, parecan talmente sacos de basura esparcidos al azar por las aceras, bajo las marquesinas de los autobuses, tirados encima de los bancos de los parques o bajo los arbustos de las plazas. Grimsby me dio su nmero de telfono y su direccin, pero nunca llegu a ponerme en contacto con l. No me convenci la idea de que, por ms tiempo 177
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que pasara en su compaa, llegase a descubrir honduras ocultas en su carcter. No me pareci que guardase ninguna sorpresa. En Grimsby, lo que llegu a ver era todo lo que haba por ver. DJ, pens, era distinto, e hice cuanto pude por mantenerme en contacto con l. Haba hecho su debut como fotgrafo: dos de sus instantneas haban sido publicadas en un importante semanario norteamericano. En julio me ofreci unirme a l y a sus amigos para hacer una excursin a ver las regatas de Henleyon-Thames. Haba alquilado un Daimler con chfer, e iba a llevarse varios cubos llenos de hielo, con botellas de champn en abundancia. La idea era que DJ y otros miembros de la empresa Inter-City se mezclaran con los espectadores. De todos modos, haba surgido una complicacin de ltima hora: DJ tuvo que viajar a Grecia. Por lo visto, se haba presentado un problema en algn negocio, y no tena tiempo que perder. Por fuerza tena que tomar un avin aquella misma noche; pudimos vernos para tomar una copa cuando iba de camino al aeropuerto. Dispona tan slo de media hora. Los problemas, por lo visto, estaban relacionados con algunos amigos, con otros seguidores del West Ham, que necesitaban ayuda. La siguiente vez que tuve noticias de DJ fue a travs de su padre. Fue la primera vez que hablamos: quera saber por qu motivo su hijo, quien, segn crea el padre, estaba ligado profesionalmente a mi trabajo, acababa de ser detenido en Grecia, acusado de contrabando de dinero falsificado. No se lo pude explicar. S que saba que haba dinero falsificado en abundancia. Haba odo hablar de una pea de Manchester que haba impreso bastantes dlares norteamericanos: los billetes se vendan a una reducida red de amigos (casi exclusivamente hinchas de ftbol) que despus viajaban al extranjero a menudo, a lugares muy remotos, poco o nada frecuentados por los turistas, donde cambiaban el dinero falsificado por dinero autntico. Haba visto incluso las divisas de marras, el dinero de mentira. Lo que vi fue un billete de cincuenta dlares que, a mis ojos, era exactamente igual que cualquier otro billete de cincuenta dlares. Yo lo habra aceptado encantado de la vida. Entonces quien lo tena lo compar con un billete de cincuenta dlares real, y los dos eran iguales en todos los sentidos, salvo en un detalle: el billete falsificado tena el margen unos milmetros ms grande que el autntico. No estaba yo en situacin de saber qu era lo que haba ocurrido en el caso de DJ; lo nico que pude entender fue que la acusacin era muy grave. En la crcel estaban otros dos con l: Martin Roche y Andrew Cross, hinchas los dos del West Ham. Andrew Cross fue el primero al que detuvieron: la noche anterior tuvo una seria agarrada con Martin Roche, y Cross se llev una buena paliza; al da siguiente fue descubierto cuando cambiaba billetes de cincuenta dlares falsificados, lo cual condujo a las autoridades a la habitacin en que se alojaba Martin Roche. All estaba DJ. Fuera, al pie del balcn de la habitacin, se 178
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encontr un billetero repleto de dinero de mentira. En la caja de seguridad del hotel se descubri otro billetero, con dracmas griegos por valor de diez mil libras esterlinas. Y dos pasaportes: uno de ellos, el de DJ. Recib su primera carta a finales de julio. Era una carta bien redactada, cuidadosa y notablemente animada; de forma harto sorprendente, la vida de presidiario le sentaba bien a DJ: aquello era una sociedad cerrada, con una serie de sistemas que un operador habilidoso como l no tardara en dominar. Haba conseguido el puesto de cocinero, y preparaba determinados platos a cambio de algn favor que otro; se haba agenciado una eficaz aunque compleja ruta de acceso al supermercado de la localidad. Segua dedicndose a la importacinexportacin. Pocas semanas ms tarde recib su segunda carta. An no se haba fijado una fecha para celebrar el juicio, pero DJ confiaba que fuese a tiempo de llegar al prximo partido contra el Millwall, en octubre. Ese seguramente te interesar mucho, escribi, recordando que la ltima vez que haba ido a un partido como se, de mxima rivalidad, una veintena de tos vestidos con vaqueros y zapatillas de deporte haban detenido a un nmero de hinchas del West Ham, despus de provocar una pelea, para lo cual dijeron ser hinchas del Millwall. Deca que estaba practicando el francs y aprendiendo el griego, y que haba mejorado sus conocimientos culinarios. Se haba conchabado con los funcionarios de la crcel, que le surtan de todo cuanto les peda. Sin embargo, la situacin era grave. Con l estaban en prisin tres egipcios, encarcelados tambin por haber puesto en circulacin dinero falso: en su caso, cheques de viaje de procedencia norteamericana. La acusacin oficial haba pedido cadena perpetua para el cabecilla. Quise asistir al juicio de DJ, pero fueron pasando los meses sin que se fijara una fecha. Entretanto, reanud mi contacto con Tom Melody. Haba conocido a Tom el ao anterior, en Turqua, con ocasin de uno de los partidos de clasificacin para la Eurocopa de Naciones. Era el dueo del Bridge, un pub que estaba en Croydon; cuatro de sus clientes habituales Dave, Mark, Gary y Harry, todos ellos hinchas del Chelsea haban puesto a escote el dinero necesario para que Tom les acompaase en el viaje a Turqua. Durante el viaje, uno de los chicos, un tal Gary, haba sido detenido por romper en pblico unos cuantos billetes turcos de curso legal; Tom y yo nos conocimos al intentar impedir que las autoridades turcas hiciesen uso de todo su podero militar contra l, por ms que Gary se lo hubiese ganado a pulso. La siguiente vez vi a Tom en el Parque Recreativo de Leatherhead, en Surrey. El pub de Tom contaba con un equipo de ftbol que, a pesar del volumen de alcohol que llevaban los jugadores en las venas, haba llegado a la final de una competicin de aficionados londinenses. Tom me invit a ir con l a presenciar la final. El acontecimiento comenz con la presencia de un solo polica. Haba 179
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acudido al campo en respuesta a una denuncia interpuesta por un chfer, al cual por lo visto le haban robado el autocar: los hinchas del equipo del pub haban ido en un autocar, que uno de los chicos se haba llevado para dar una vuelta. El polica se mostr bien educado, corts, y se situ en una de las bandas del terreno de juego, mirando a las gradas, solicitando que el ladronzuelo devolviese las llaves, al tiempo que apremiaba a los dems a que desistieran de su comportamiento de hooligans. Le tiraron huevos podridos. Aparecieron al rato dos furgones; despus acudieron ms policas, cuando los hinchas del Bridge iniciaron su ataque a platanazos. El equipo rival era del norte de Londres, y sus jugadores eran negros, al igual que los componentes de su hinchada, que no eran chicos, al contrario que la mayor parte de los hinchas del Bridge, sino sobre todo familias los padres, los hermanos y las hermanas de los jugadores, que haban venido con sus mejores galas, muy serios y muy dignos. Los pltanos eran para ellos, al igual que los ejemplares del National Front News que un tal Mark, un fantico fascista, flacucho y sumamente nervioso, haba entrado a vender en el sector de los visitantes. Al final del partido, aquel solitario polica haba sido sustituido por trescientos agentes de la polica antidisturbios. Fue la primera vez que apareci la polica antidisturbios, con todo su equipo, en el Parque Recreativo de Leatherhead, en Surrey. Regresamos al Bridge para las pertinentes celebraciones de un domingo por la tarde: Tom Melody haba preparado salchichas caseras, hamburguesas a la barbacoa, una fritada de sardinas. All fueron bienvenidas las novias y las mujeres de la pea que no haban ido al partido, por tratarse de una actividad genuina y exclusivamente varonil, y fue all donde conoc a Harry y a su familia. Era imposible no cogerle cierto cario a Harry. Recordaba al len del Mago de Oz, con su bigotazo pobladsimo, como una morsa, y con unos ojos afectuosos, de remoln. Se rea con facilidad, y tena una risa contagiosa, aparte de ser muy dado a cualquier rpida sucesin de rplicas ingeniosas. Su mujer, de baja estatura, afectuosa, era irreprimiblemente animada. Era adems muy abierta y amable. Le encantaba analizar el comportamiento excntrico de su marido, aunque no lo entendiese. Ese tipo de comportamiento, dijo, empez ms o menos cuando cumpli veinticinco aos. Hasta entonces nunca se haba metido en los de ninguna clase. No le haban detenido jams: su mujer insisti en este detalle, como si a aquellas alturas resultase inconcebible. Tena un buen trabajo era albail por cuenta propia, y la pareja estaba a punto de tener su segundo hijo, pero entonces algo cambi profundamente en Harry, hasta el punto de que, segn palabras de su mujer, se convirti en un salvaje. Se ech a rer como si le hiciese muchsima gracia. No era capaz de tomrselo demasiado en serio: los viajes habituales hasta la comisara de polica o hasta la magistratura tambin los contemplaba con un distanciamiento irnico, 180
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divertido. Harry me mir y se encogi de hombros, sin decir nada. Una de sus hijas se le haba abrazado a la pierna. Se le haba subido a los zapatos, y con ambos brazos le abarcaba todo el muslo. Desde entonces, Tom haba cerrado el pub. De esto me enter cuando intent localizarle, poco despus de que DJ fuese detenido, pero no pude ponerme en contacto con l por telfono. Su nmero no daba seal. Fui a Croydon en coche, para investigar, y el quiosquero de enfrente del pub me dijo que un buen da Tom se haba marchado, sin ms, pero que tena un nuevo pub, el Axe, en la parte ms alejada de Hackney, en el este de Londres. El Axe result ser una enorme, lgubre monstruosidad de estilo Victoriano, de varias plantas, que haba costado ms de un cuarto de milln de libras esterlinas; Tom lo haba comprado. Delante de la puerta haba un RollsRoyce aparcado, el nico coche a la vista. Sera tambin propiedad de Tom? Anunci que haba llegado y, aunque le haba telefoneado antes, se me hizo esperar durante tres cuartos de hora hasta que apareci el propio Tom. La ltima vez que le vi llevaba la amistosa camisa de cuadros, de franela, con que siempre le haba visto. Me lo encontr impecablemente trajeado, de negro. Llevaba una camisa blanca inmaculadamente planchada, y una corbata de seda oscura. Llamaban la atencin unos gemelos enormes, de diamantes, y varios anillos de oro. Hablamos abiertamente, aunque no con demasiada comodidad, y Tom no sonri en ningn momento. Mova los ojos continuamente, fijndose en distintos puntos situados por encima de mi hombro. A mis espaldas haba una mujer con un nio pequeo. Tom chasque los dedos e hizo un gesto hacia ella, con el mentn. Tena muchas personas contratadas. Un camarero se dirigi a la mujer. No se admiten nios pequeos. Ella pidi que le dejaran quedarse. No se admiten nios pequeos. Pero su hombre iba a llegar de un momento a otro; adems, estaba lloviendo. No se admiten nios pequeos, repiti el camarero, aunque para entonces ya distrado, mirando a otra parte. La mujer se haba hecho invisible. Se nos acerc otro de los camareros para preguntar a su jefe si poda servir cerveza a un to que iba a cumplir veinticinco aos el mes prximo. Al parecer, Tom haba establecido su propia edad mnima para servir alcohol. Permiso denegado. Otro pidi un mordisco de serpiente, una combinacin de sidra y cerveza rubia, realmente explosiva. Permiso denegado. En uno de los rincones se estaba cerrando un trato de alguna clase; en l estaba implicado un negro. Tom hizo un gesto hacia el rincn, y el negro fue expulsado. A Tom, supe despus, no le caan nada bien los negros. Ni los 181
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asiticos tampoco. Todo aquello empezaba a resultarme algo excesivo cuando apareci Lorraine. Me la present; Lorraine no dio muestras de que le hubiesen presentado a una persona. Lo que Lorraine quera de m era, ni ms ni menos, que tuviese la amabilidad de largarme cuanto antes. Tom me coment que Lorraine era noruega. Tena unos pmulos salientes, atractivos, el cabello muy largo y rubio, e iba vestida de cuero negro. Su persona desprenda algo muy evidente: ganas de follar. Y esto lo expresaba con una intensidad realmente notable. Lorraine quera ir al piso de arriba, pero Tom no estaba dispuesto. Tom, vigilante, dijo: Todava no. Lorraine, sin embargo, no se movi. Despus, dijo Tom, con un amago de irritacin en la voz. Estaba ocupado. O es que no se daba cuenta de que estaba ocupado? Le dijo que se fuese arriba y que le esperase, que no tardara mucho en subir. Lorraine se march al piso de arriba. Tom haba dejado el Bridge, en Croydon, segn pas a explicarme por fin, porque ya no lo aguantaba ms: haba tenido demasiados problemas con los jvenes. No pasaba ni un viernes, ni mucho menos un sbado, sin manifestaciones de violencia; cuando no haba violencia, le robaban. No haba podido contratar a un solo joven que no terminase por robarle la caja del pub. Por eso se haba ido a una zona nueva. A sus ojos, el este de Londres estaba muy en boga, era una buena inversin, ya que la zona empezaba a llenarse de gente procedente de la City. Y all era donde Tom quera estar. Pero muy pronto estall la primera pelea en el pub. Llegaron diez coches patrulla y cinco furgonetas, pero los policas no llegaron a franquear la puerta. Tom mencion haber sujetado por el brazo a un to que estaba a punto de zurrarle a un polica en la cabeza, con una cadena de motocicleta. Los policas fueron acosados por los alrededores del pub; varios de sus vehculos fueron volcados. Al terminar la noche haban hecho acto de presencia los bomberos de Hackney y las ambulancias del Servicio de Emergencias, pues una de las furgonetas haba hecho explosin, y muchos policas resultaron heridos. Uno de los agentes de polica qued en coma. Tom llevaba dos das al frente del nuevo negocio. Quiz, se pregunt en voz alta, no hubiese acertado al enjuiciar la zona despus de todo. Descubri entonces cuando llevaba una semana en el negocio que una solicitud firmada por ms de dos mil residentes en la zona haba sido enviada a la junta municipal del distrito, exigiendo que el pub fuese cerrado definitivamente. A los jvenes les est pasando algo, no s qu, dijo Tom. De nuevo o esa frase. Se estn volviendo medio locos. El este de Londres, tal como era en los viejos tiempos, ya no existe; de eso se puede dar cuenta cualquiera, salvo los jvenes, que siguen convencidos de que existe el antiguo cdigo de violencia 182
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que regia en el este de Londres. Lo nico que quieren es convertirse en jefes de las bandas del este de Londres, volver a vivir aquellas mticas peleas que hicieron famoso el este de Londres. A mi juicio, lo que Tom haba encontrado en el este de Londres no era muy distinto de lo que haba dejado atrs, en Croydon, ni de lo que yo haba podido testimoniar en Manchester, en Liverpool, en Leeds, en Bradford o en Cambridge. Las anomalas que detectaba Tom entre los jvenes, como deca l, no estaban asignadas a distritos especficos del callejero. De hecho, sus dificultades no tenan por razn de ser ningn conjunto de jvenes en concreto, sino que se centraban en todos los jvenes. Por eso no dejaba entrar Tom en su pub a ningn menor de veinticinco aos aunque las leyes inglesas permiten que se sirva alcohol a los mayores de dieciocho, porque confiaba, en efecto, en quitarse de encima a toda una generacin. Si le hubiera sido posible, habra puesto el lmite de venta de alcohol en treinta aos. Le habra hecho mucho ms feliz subir el listn incluso a los treinta y cinco aos. Le pregunt por los chicos de Croydon. Durante un tiempo, los chicos de Croydon haban seguido con l, coment Tom. De todos modos, sigui habiendo problemas. Una noche, al cerrar el pub, estaban todos tan bebidos que slo podran haber regresado a sus casas en taxi. De Hackney a Croydon hay un largo trayecto; la carrera les habra costado ms de veinte libras, pero los chicos se pusieron tan pesados, tan amenazadores, que ningn taxista quiso aceptar llevarlos. En cierta ocasin haban apaleado al taxista que los llevaba y, al ver que estaba tan malherido que no poda seguir conduciendo, lo tiraron en marcha y le robaron el taxi. Le pregunt por Harry. Tom mene la cabeza. Harry estaba en la crcel acusado de haber tomado parte en cuatro reyertas. La primera acusacin haba resultado de una visita al Cartoon, un pub rockero de Croydon. Despus del trabajo, Harry haba ido al pub con su amigo Martin, un to de baja estatura, macizo, decidido, de pocas palabras haba tenido ocasin de conocerle, cuya mxima aspiracin era convertirse en boxeador profesional. Aquella noche en concreto, a Martin y a Harry les fue negada la entrada en el pub. El sitio estaba lleno hasta los topes, de modo que los dos doblaron la esquina y fueron a otro pub. No s cunto tiempo permanecieron all, pero al regresar se encontraron con que el Cartoon segua lleno hasta los topes, y que la entrada estaba vigilada por dos porteros y por el propietario del local. Harry conoca al propietario y le pidi que esperase en la puerta durante unos minutos que le haba trado una cosa, dijo, y fue a buscar lo que fuese. Harry fue caminando a su furgoneta, aparcada al otro lado de la calle, y volvi con una pala. Con ella golpe al propietario, dos veces, dndole de lleno, zas!, en un lado de la cabeza. Despus 183
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golpe a los dos gorilas de la puerta. Levant un banco de la calle, se lo ech a la espalda y lo lanz contra la ventana del pub. Estallaron los cristales por todos los rincones. El pub estaba atestado de gente, y los de dentro se pusieron a gritar, intentando llegar cuanto antes a la puerta. Harry aguard a que el pub se vaciase, entr, agarr un taburete de la barra y con l destroz todas las botellas, las puertas acristaladas de las vitrinas frigorficas, las botellas que haba dentro. Despus arroj el taburete contra el espejo que haba detrs de la barra. Agarr una silla y la despanzurr contra una mesa. Agarr otra silla y repiti la operacin. Despus se fue a casa caminando y se meti en la cama. A la maana siguiente, al despertarse para ir a trabajar, cay en la cuenta de que se haba dejado la furgoneta aparcada enfrente del pub. Al ir a recogerla, la polica estaba esperndole. La segunda acusacin tambin se deba a un suceso en el que haba participado su amigo Martin. Martin haba trabajado anteriormente como portero de un local, pero lo despidieron, y este incidente cabre tanto a Harry que, indignado, decidi que haba que darles su merecido. Todo se desarroll como en la ocasin anterior. La pala, un cubo de basura (esta vez) contra la ventana, las botellas rotas dentro, el espejo, las sillas. Al marcharse, no quedaba intacta ni una sola botella, y la alfombra estaba empapada de alcohol. Harry se fue a casa caminando y se meti en la cama. No fue arrestado; durante dos meses no tuvo los con la polica. Pero entonces sucedi algo ms. Esta vez particip en el alboroto Mark, el flacucho vendedor del National Front News. Mark iba de camino a su casa, despus que hubiesen cerrado todos los pubs y, al haberse quedado sin cigarrillos, se fij en que el restaurante turco de la vecindad segua abierto una fiesta privada, seguramente, as que llam a la puerta y pregunt si le podan vender un paquete de Benson & Hedges. La fiesta privada era una fiesta de la polica una celebracin del Departamento de Investigaciones Criminales de la zona, y el detective que fue a abrir la puerta reconoci a Mark. Cumpli su peticin, le facilit los cigarrillos, pero no pudo abstenerse de mostrarle cierta rudeza. Ah tienes tus pitillos, le dijo al parecer. Ahora date prisa, cabrn, y lrgate de aqu a toda hostia. Mark se sinti ofendido. Describi el incidente a Harry, el cual se sinti ultrajado, y jur venganza, de modo que fue con Mark al restaurante, descerraj la puerta de un empelln y se hart de insultar a los de dentro, simplemente por haber insultado a su amigo. Harry no se percat de que aquello era una fiesta de policas de paisano pequeo detalle que Mark haba pasado por alto en su relato, pero ya era demasiado tarde. Harry haba dado inicio a su actividad habitual: la pala, los muebles arrojados por la ventana, las botellas rotas, etctera. En la refriega subsiguiente, Harry inmoviliz en el suelo a uno de los policas, lo levant en vilo y le solt un tremendo cabezazo, abrindole una brecha en la frente. Con el golpe, el polica debi de haber quedado 184
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inconsciente, sobre todo por la nula resistencia que opuso a lo que hizo Harry a continuacin: agarr al polica por las orejas, le levant la cabeza a la altura de la suya y le succion uno de los ojos, extrayndoselo de la cuenca lo suficiente, hasta sentir el ojo entre los dientes. Se lo revent de un mordisco. Harry solt al polica, se incorpor y se march caminando a su casa. He llegado a la conclusin de que Harry tena dos personalidades diferentes. No es que piense que fuese esquizofrnico al menos, no ms esquizofrnico que cualquiera de los otros chicos, pero s entiendo que haba cultivado una conducta de este jaez con tal grado de refinamiento que poda alcanzar sin ningn esfuerzo ese particular estado anmico en el que se puede ser violento casi de forma ilimitada; digo casi porque, as como arrancarle de un mordisco el ojo a un polica me parece un grado de violencia superlativo superando incluso a Shakespeare en sus propios excesos: despus de todo, a Gloucester se le arrancaron los ojos a mano, Harry no lleg a matar a su vctima. Saba perfectamente qu estado anmico deseaba y, una vez logrado, una vez cumplidos sus objetivos cuando no le qued objeto ni sujeto contra el que mostrarse violento, agotado el tema, vaciado el restaurante, destruidas todas las cosas ms o menos rompibles, Harry volvi a calmarse, para reanudar su manera de ser al estilo del len del Mago de Oz, y volvi a ser el tipo afable y carioso que era habitualmente. Harry sinti hambre, de modo que al llegar a casa convenci a su mujer para que, como los nios estaban durmiendo, fuese con l a tomar algo. Ella se mostr de acuerdo, siempre firme partidaria de su esposo, sin hacer caso del hecho de que llevase la camiseta tan empapada en sangre que se le pegaba al pecho. Y as salieron los dos, a tomarse unos muslos de pollo en el Kentucky Fried Chicken de la esquina. All estuvieron sentados, como si no tuviesen nada que ocultar, bajo los brillantes tubos de nen, los dos, marido y mujer, en torno a una mesa redonda, de frmica, montada sobre un trpode de plstico, comindose el pollo con los dedos, a la vista de todo el que acertase a pasar por la calle. Cuando terminaron de cenar, el sitio estaba rodeado por la polica. Fue como si Harry fuese un peligroso terrorista, un atracador a mano armada. La polica haba cortado el trfico de la calle, se prohibi el paso a los peatones. Harry fue arrestado al salir. Tom se ofreci despus a echarme una mano para intentar encontrar a Harry, y lo cierto es que al cabo de un tiempo volveramos a vernos las caras. Pero de momento haba odo ms que suficiente. No llegu a preguntarle por la cuarta acusacin; no me interesaba. Iba viendo cmo mi archivo de recortes de prensa adquiri vida propia una y otra vez, el descaro de aquella flagrante violencia, y eso cada vez me haca sentir ms incmodo. Empec a perder el miedo de no haber llegado a saber lo suficiente. El juicio de DJ por fin fue fijado para el 13 de abril de 1989; haba de celebrarse en un pequeo juzgado, con una nica sala, cerca del puerto de la 185
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isla de Rodas. Su squito de familiares, amigos y consejeros en materia de leyes comprenda a diez personas, y estaba dividido en dos equipos. El primer equipo lo formaban personas con dinero y con una destacada posicin social, y estaba capitaneado por la madre de DJ. Por diversas razones de ndole bsicamente legal, la llamar Mrs. DJ. Era una mujer grandullona y de ascendencia italiana, propensa a acalorarse en demasa y a charlar por los codos; ella misma reconoci que no saba escuchar a los dems. La admiracin que senta por su hijo era incuestionable e inquebrantable, aparte de estar reforzada por la conviccin de que era el preferido de su padre se dira que todo el mundo pareca muy atrado por la personalidad rebelde de DJ, aunque siempre le haban molestado un poco las amistades de que se rodeaba. Mrs. DJ lo expresaba de este modo: en mi casa, todo el mundo es bienvenido, todo el mundo. Y mi hijo sabe bien qu clase de personas no son bien recibidas. Londres, dijo para aclarar la cuestin, es una ciudad muy grande, y en ella hay muchsimas personas, pero no es necesario conocerlas a todas. Martin Roche, acusado por el mismo delito que DJ, no figuraba entre sus conocidos. Martin Roche no era, aadi, una persona a la que estuviera deseosa de conocer. El equipo de Mrs. DJ estaba alojado en el Grand Hotel Astir, un hotel grande y que, a juzgar por el nmero de lectores del Daily Mail que se vea a la hora del desayuno, ya en la primera maana que estuve all, contaba con una amplia clientela de veraneantes britnicos. Tom asiento a la mesa junto a Mrs. DJ, la cual fue sealando a los dems huspedes alojados en el hotel. Haba una familia de Liverpool y otra de Manchester; eso se sabe, me dijo, por su acento. Lo cierto es que la mayor parte de ellos era del norte, y no har falta decirle, me dijo, qu clase de personas son. Puede usted creerse, me dijo Mrs. DJ en voz baja, que all se haban reunido a desayunar personas que an tenan el retrete en el cobertizo del jardn, personas que consideraban lujoso el hotel por tener retrete con agua corriente? Precisamente por eso hacen todas sus comidas aqu, en el restaurante del hotel, porque la cocina les parece esplndida. Era bien cierto, dijo enfticamente, y despus pidi disculpas: haban hecho las reservas de las plazas hoteleras con muy poca antelacin. Me asegur que saba de sobra que yo era muy distinto y que, como ella, estaba acostumbrado a los viajes internacionales. Los otros miembros destacados del equipo de Mrs. DJ eran su hijo mayor y la esposa de ste, norteamericana, a los que, por las mismas razones de ndole bsicamente legal, llamar el hermano de DJ y la cuada de DJ. El hermano de DJ y la cuada de DJ jams se separaban; por el contrario, en todo momento aparecan con las manos entrelazadas. Este gesto lo hacan sin el menor punto de afecto; era como si no estuviesen entrelazando la mano del otro, sino como si cada uno de ellos llevase una bolsa de plstico. El afecto, entend, no era lo importante; en cambio, tomarse de la mano era el equivalente de una chapa 186
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distintiva, de un uniforme: as se identificaban como una unidad aparte, como un equipo dentro del equipo. El hermano de DJ resultaba tan distinto de su hermano menor como distintos pueden ser dos hermanos: as como DJ era alto y ancho de hombros, el hermano de DJ era bajo, flaco, no muy distinto de una versin en miniatura de Paul Simn de joven. Si DJ hablaba con un acento plano, del este de Londres, el hermano de DJ, recientemente instalado en Nueva York, se haba encontrado obviamente bajo una intensa presin para que renunciase a su crianza y para que hablase con un acento spero, una mezcla del acento de Brooklyn y el de Boston, ms exagerado que un perrito caliente tamao Jumbo. Y as como las actividades profesionales de DJ fueron descritas generosamente como poco convencionales, el hermano de DJ era nada menos que un estrecho, un ejemplo del hijo perfecto, que acababa de ganarse un puesto esplndido en una empresa especializada en seguros internacionales. El hermano de DJ quiso hacerme entender que era un hombre de xito. El resto del equipo propiamente dicho se completaba con Alexandros Lykourasous, el ms destacado abogado de toda Grecia, que precisamente entonces estaba encargado de la defensa del presidente de la Repblica, acusado de estar implicado en un escndalo de sobornos a la banca. Lykourasous era un sujeto alto, con bigote, carismticamente rimbombante: el perfecto abogado defensor, casado con una actriz, poeta en sus ratos libres, devoto lector de Patrick Leigh Fermor, figura clave en la alta sociedad, investido de un gran poder. Le acompaaba un ayudante; los dos haban llegado en avin, desde Atenas, das antes. El segundo equipo estaba capitaneado por Michelle. Michelle era la novia de DJ, una rubia atractiva, de ingenio vivaz, incapaz de sorprenderse por lo que pudiera reservarle el mundo. Haba ido con su padre, Jim. Jim haba realizado el viaje por la sencilla razn de que le resultaba inconcebible quedarse en casa mientras se dirima una cuestin tan importante. El amor que tena por su hija, un amor sencillo y absoluto, se ampliaba de forma natural e indisoluble al hombre con el que ella deseaba casarse en el futuro. Jim era un hombre robusto, slido, uno de esos hombres dignos de toda confianza. Tena unas manos enormes y los dedos muy largos, cuadrados; pasaba buena parte del tiempo inclinado, mirndose los dedos, sin decir ni po. A su lado se encontraba a todas horas Robert. Robert era el amigo que fue detenido durante la Eurocopa de Naciones, en Alemania: era de hecho la razn por la cual DJ y yo no llegamos a reunimos all. Lo cierto es que Robert haba salido de Alemania pocas semanas antes, habiendo cumplido nueve semanas en prisin, durante las cuales se mantuvo con una dieta a base de pan moreno y sopa de verduras, apegado a una rutina diaria cuyo rasgo esencial no era otro que dormir catorce horas seguidas al trmino de la jornada. Haba sido acusado de destrozar un coche de polica, 187
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aunque l deca que no haba hecho tal cosa; me inclino a pensar que es cierto. Cuando le detuvieron, Robert estaba recuperando la conciencia tras haber cado en una emboscada por parte de un grupo de hinchas alemanes armados con palanquetas, palos de golf, navajas y bengalas; le haban asestado un golpe tan potente en todo el plexo solar que pens que se haba muerto. Se desmay. Mientras Robert sigui contando ancdotas de este estilo, descubr que senta unas ganas tremendas de protegerle: no era un to cuya constitucin fsica aguantase mucho ms que un tortazo. Aunque tena veintitantos aos, podra haber pasado por un mozalbete de catorce. Era dbil, delicado y terriblemente tmido. Estar en Grecia, sobre todo con la familia de DJ, le haba hecho sentirse extremadamente incmodo. Debido a una evidentsima necesidad de tranquilizarse, de saber qu hacer a cada momento, tenda a mirar de continuo al padre de Michelle, con lo cual resultaba influido por lo que ste estuviese haciendo. Si Jim se aflojaba el nudo de la corbata, Robert se aflojaba el suyo; si Jim tomaba asiento, Robert le imitaba; si Jim consideraba razonable tomarse una cerveza, Robert haca lo propio. Al final de mi estancia en la isla, Robert empez a terminar las frases de Jim antes de que ste llegase a completarlas. En aquellos dos equipos estaban, claramente, las dos vidas de DJ. Exista an un tercer equipo, el que apoyaba a Martin Roche. Estaba compuesto por su esposa, una mujer muy delgada, pecosa parecida a una Sissy Spacek puesta a rgimen, que era toda una experta en el circuito de cheques (es decir, en robar talonarios y adquirir tales o cuales productos que despus eran devueltos y cambiados por su valor en metlico); su hija, de dieciocho meses de edad, y su abuela. Martin Roche tena el pelo rubio sucio, y un aire de estrella del pop que slo estropeaban sus ojos endurecidos, helados, inexpresivos, as como una cicatriz en forma de semicrculo en la mejilla, que le fue producida a cuchillo por unos cuantos hinchas del Arsenal, los cuales, tras inmovilizarle, decidieron estamparle su firma en plena cara. La cicatriz era muy visible, y los jueces hicieron algunos comentarios al respecto. Tambin fueron motivo de no pocos comentarios las cinco sentencias que componan el expediente de Martin Roche. En cambio, el tribunal no lleg a descubrir que Martin Roche no era Martin Roche: el pasaporte que figuraba a ese nombre era uno de tantos documentos falsos que servan como prueba de otras tantas identidades falsas. La de Martin Roche haba sido elegida por las pocas sentencias de que iba lastrada. El nombre, de todos modos, que mentalmente me llam la atencin era el apodo con el que se le conoca en Londres: El Navajero. Martin Roche no tena abogado en Atenas, y su equipo de apoyo tampoco estaba integrado por personas vestidas con elegancia; a ese respecto, ni siquiera l se haba puesto traje y corbata. Pese a todo, andaba mucho mejor que el tercer acusado, Andrew Cross, que fue el que atrajo a la polica hacia el hotel en que se hospedaban Martin y DJ. Andrew Cross no tena apoyo de ninguna especie; 188
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todas las noches se vea obligado a lavar la nica camisa de que dispona. Su madre, que no estuvo presente en el juicio, se haba negado a atender la peticin de Cross un prstamo por valor de cien libras y le haba regaado duramente por haber tenido el mal gusto de recordarle su existencia. Segn se coment que haba dicho, estara infinitamente ms a gusto si Cross fuese encarcelado durante unos cuantos aos, y ms an si nunca regresara a Inglaterra. El juicio dur dos das. La primera maana, DJ y Martin Roche se sentaron en el banquillo de los acusados a codazos. Martin le haba llamado gilipollas a DJ; DJ le haba dicho a Martin que se fuese a tomar por saco. Estaban a punto de liarse a golpes; a la hora de comer ya se haban sacudido algn que otro guantazo, y DJ tena el labio partido y la nariz reventada, y su esplndido traje de Valentino estaba sucio de sangre. A ojos de los jueces, sus rostros eran ya iguales. Por la noche fueron encerrados en celdas separadas. Al da siguiente me fij, durante el careo, en algunas magulladuras que tena Andrew Cross en el cuello. Alguien haba intentado estrangularlo. Hubo un descanso para almorzar, y los dos equipos el de Mrs. DJ y el de Michelle salieron a buscar un sitio donde comer algo. En trminos generales, ambos equipos procuraban mantenerse separados, aunque por fuerza hubo momentos en que se vieron juntos los dos, al margen de lo difciles que pudieran resultar dichos momentos. Y fueron de hecho harto complicados. El hermano de DJ se senta incmodo en presencia de los amigos de su hermano menor. La noche anterior me haba fijado en que se neg a darle la mano a Robert cuando ste le fue presentado y, como lleg el ltimo a cenar, se dio cuenta de que no le quedaba ms remedio que tomar asiento entre Robert y Jim. El hermano de DJ pregunt a Robert, el menor de los dos, si le importaba apartar su silla todo lo que pudiese. No fue una peticin corts, ni mucho menos, y no se la hizo con ninguna cortesa. Eh, t, cmo decas que te llamas?, pregunt el hermano de DJ. Robert. Roger?, dijo el hermano de DJ, algo confundido. Perdona, cmo dices que te llamas? Robert. Ah, s, Robert! Perdona, lo siento. Llevo tanto tiempo en Norteamrica que me cuesta trabajo entender tu acento. Robert, ya veo. Dime una cosa: desde cundo dices que conoces a mi hermano? No lo he dicho. Ah!, bueno, pues desde cundo le conoces? Desde hace cinco aos. Cinco aos, hay que ver! En serio que conoces a mi hermano desde hace cinco aos? Qu interesante. De todos modos... Oye, perdona. Te importa decirme otra vez cmo te llamas? Robert. Eso es, Robert. De veras que lo siento. Debe de ser el jet lag. Viajo muchsimo, pero es que nunca me acostumbro al jet lag. Escucha, Robert, te 189
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importa apartar tu silla todo lo que puedas? Es por el aire. No me llega el aire, es que ests en medio. Robert se levant y se sent en otra parte. El hermano de DJ se volvi entonces hacia m: Sabes una cosa, Bill? Es muy extrao, pero desde que me he ido a vivir a Norteamrica he podido conocer una variedad de ingleses mucho mayor que cuando viva en Gran Bretaa. Es interesantsimo. He conocido a gente de East Acton, de Hackney y hasta de Romford. Despus, al pedir la cena, result que ni Jim ni Robert entendan la carta, y el hermano de DJ tuvo que explicarles qu eran el mousaks y los kalamri. Escuchar sus explicaciones fue algo doloroso y, al final, estoy convencido de que ni Jim ni Robert entendieron ni jota acerca del mousaks y de los kalamri. Jim y Robert llegaron a la conclusin de que no tenan mucha hambre (fue Jim el que decidi que no tena hambre; Robert se dio cuenta de que, despus de todo, no tena hambre), y los dos pidieron sendas Coca-Colas Diet; mejor dicho, Jim pens que le apeteca una Coca-Cola Diet y Robert decidi que l tambin tomara otra. El hermano de DJ volvi a dirigirle la palabra una vez ms a Robert, antes de que terminase la velada. Sigui manifestando sus problemas para entenderle, por el cerrado acento que tena, y le pidi que volviese a repetirle cmo se llamaba. Mrs. DJ, entretanto, se haba empezado a mostrar muy incmoda porque Jim, y por lo tanto tambin Robert, slo iban a tomar una Coca-Cola Diet. Los rega seriamente a los dos, pero de poco sirvi su regaina. Tampoco sirvi de nada que se empease en pagar ella la cena y las bebidas. El mejor restaurante de la isla, me dijo Mrs. DJ, volvindose hacia m sin ninguna razn en especial, era Alexis. Mrs. DJ haba mencionado Alexis varias veces con anterioridad, y me insisti en que si me quedaba hasta el viernes por la noche aadira mi nombre a la lista de plazas reservadas. Jim, le dijo de pronto, te gusta la langosta? Nunca he probado la langosta, dijo Jim. Oh, eso es lo de menos, no importa! Har que en Alexis te preparen algo especial. Les dir que pongan el pescado a macerar en vinagre y que despus te lo fran. Ser igual que el pescado frito con patatas. Te gusta el pescado frito con patatas, no, Jim? Jim no pudo menos que reconocer que le gustaba el pescado frito con patatas. DJ qued en libertad. Y tambin Martin Roche. Pero tuvieron que pagar una multa de dos mil libras. Fueron condenados a dieciocho meses de crcel, pena que les fue conmutada porque ya llevaban nueve meses en prisin preventiva. De ese modo, fueron considerados no totalmente culpables, pero tampoco inocentes del todo. Su compaero, Andrew Cross, haba obrado con 190
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un mnimo de decencia y haba modificado su versin de los hechos. Dijo que nunca haba visto a DJ o a Martin Roche hasta llegar a Rodas, aunque se mostr de acuerdo con el juez, el cual dijo que era una coincidencia espectacular que precisamente all, en la isla de Rodas, se hubiese encontrado con un extranjero procedente de Romford. Andrew Cross tambin era de Romford. Y, efectivamente, le dio la razn al juez, en el sentido de que era otra coincidencia no menor que DJ, otro extranjero, tuviese su residencia a dos millas de la zona de Romford. Cross pidi disculpas ante el tribunal por haber cometido el error de acusar a sus compaeros, aquellos dos extranjeros de la zona de Romford, a los que no conoca de nada. l era, segn dijo, el nico implicado en todo el lo de la falsificacin de papel moneda. Y el billetero que se haba encontrado en el suelo, fuera del hotel, bajo la habitacin de DJ y de Martin Roche? Cross dijo no tener ni idea de dnde poda haber salido. Cross fue declarado culpable y sentenciado a tres aos de crcel. Todos estuvieron de acuerdo en que era un hombre muy raro, solitario, malo. Cuando DJ fue liberado, escogi retirarse a la habitacin de Michelle, en el Grand Hotel Astir, junto con el padre de Michelle, con Robert y conmigo, aunque su decisin tuviese por efecto alejarle de uno de sus equipos de apoyo; se hicieron, pues, varios intentos por invitar a DJ a que se alojara en la suite que ocupaba su madre. En un momento dado, el hermano de DJ, junto con la cuada de DJ, vinieron a hacerle personalmente esa invitacin, slo que la incomodidad que sentan result manifiesta en su rostro, inocultable, nada ms entrar en la habitacin; dicha incomodidad fue adems insoportable, de modo que el hermano y la cuada de DJ se retiraron rpidamente. Despus apareci un botones que traa un mensaje escrito por la propia Mrs. DJ. Se solicitaron los servicios del botones porque el telfono comunicaba continuamente: DJ, nada ms salir de la crcel, se pas una hora hablando por telfono con Londres. Haba vuelto a sus negocios. De pronto pens que no me apeteca lo ms mnimo seguir all. Esa sensacin surgi como un sarpullido o como una alergia; haba dentro de m algo que protestaba vigorosamente: ste no es mi mundo y, por si fuera poco, ya he visto demasiado. DJ haba empezado a compartir conmigo confidencias que yo no tena ningunas ganas de saber. Se puso a contarme historias que habra preferido no conocer. Siempre haba considerado a DJ un sujeto problemtico me gustaba demasiado como para escribir acerca de su persona, y entonces, con Jim sentado en el balcn, mirndose fijamente las manos, y con Robert por all cerca, haciendo otro tanto de lo mismo, volv a sentir que mis archivos y mis recortes de prensa cobraban vida de nuevo. Qu se supona que iba a hacer yo con lo que me estaba contando? Por qu no paraba de una vez? Me entraron ganas de dejar todo aquello. Haba llegado a alguna especie de lmite. Me excus dije que deba hacer algunas llamadas telefnicas y me fui a 191
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mi habitacin. Y all me sent un rato. Quera marcharme cuanto antes, pero tena plaza en un vuelo al da siguiente. Aquella noche iba a tener lugar la cena de celebracin en Alexis. Estaba seguro, me dije, de que no me importaba perderme la cena? Totalmente seguro, me contest. Llam al aeropuerto. El ltimo avin sala en cosa de una hora, de modo que consegu llegar a tiempo de cogerlo. No es que DJ fuese un caso grave. No se dedicaba a arrancarle a nadie los ojos a mordiscos; no haba acuchillado a nadie, por lo que yo llegaba a saber, ni le interesaba en especial el asesinato. Ese tipo de violencia no tena nada que ver con l. No haba en l nada que me obligase a marcharme. Lisa y llanamente, estaba harto. Supe que fue un acierto irme de la isla, pues no tena ganas de permanecer en ella ni un minuto ms, aunque, pese a todo, no estuve muy seguro del porqu. Existe una tendencia, prcticamente en cualquier anlisis de la violencia, a considerarla de uno de los dos modos siguientes: como desviacin del pasado o como continuacin del mismo. Una de dos: o la violencia de hoy en da es sintomtica de la degeneracin que nos aqueja (los males de la vida urbana, la prdida de la fe, la desintegracin de nuestras familias, la inexistencia de disciplina en nuestros hogares), o bien la violencia de hoy en da es en lo esencial idntica a la de ayer: siempre existe la violencia, de uno u otro modo. La primera opcin, que es obviamente la ms sentimentaloide con su implcita nostalgia de una edad de oro, de un tiempo pasado que fue mejor, parece ser la que ms adeptos tiene en Gran Bretaa, aun cuando slo sea porque la imagen que tienen los britnicos de s mismos, en tanto seres civilizados y respetuosos de la ley, sigue teniendo una raigambre notablemente profunda en la cultura. En cambio, es la concepcin moderna y modernista la que tiene la violencia por continuacin, en tanto constituye una manifestacin de estructuras y parmetros inherentemente imposibles de cambiar sean sociolgicos, biolgicos o psicolgicos. Se trata de algo que en cualquiera de los supuestos escapa a nuestro control. Esta concepcin moderna, modernista, sostiene que Inglaterra siempre ha sido violenta, que su clase obrera lo ha sido en especial, que siempre ha habido problemas estrechamente relacionados con el juego del ftbol, ya desde que se invent. La verdad, entiendo yo, no puede encontrarse en ninguna lnea de pensamiento tan obvia, tan excluyente y tan categorizadora. No es cuestin de que la violencia constituya una desviacin o una continuacin; ms bien, es a un tiempo desviacin y continuacin. No se trata de elegir entre esto y aquello, sino de optar por ambos trminos. No hay disyuntivas, sino conjunciones y acumulaciones. Creo en los modernos modelos conductistas que explican nuestra conducta, y buena parte de este libro se ha compuesto para demostrar su validez: la masa, 192
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la muchedumbre est en todos y cada uno de nosotros. No es un instinto, ni una necesidad; hallarse en medio de una masa no es una condicin necesaria para completar nuestra existencia en tanto seres humanos, pero para la mayor parte de nosotros, la muchedumbre encierra cierto atractivo esencial. Es, como un apetito, algo en lo que pueden encontrarse algunas oscuras, recnditas satisfacciones. Pero tambin es posible afirmar al tiempo la validez de ciertos modelos universales y deterministas y reconocer asimismo la diferencia, sostener que la sociedad va transformndose y modificando de continuo su propia disposicin en diversos e importantes sentidos, poltica y econmicamente, al tiempo que es gobernada por sus propias constantes. En efecto, siempre ha existido la violencia de la clase obrera, en especial cuando esta violencia se relaciona con el ftbol, pero tambin es verdad que la ltima generacin posiblemente, las dos ltimas generaciones de jvenes hinchas de la clase obrera se han apropiado de la violencia de una forma que es a un tiempo distinta y distintiva. Esta generacin es distinta, y yo he invertido o he malgastado? nada menos que tres aos en confirmarlo. No fue slo John Johnstone y sus colegas, hinchas del Millwall; no fue slo Tom Melody, o los chicos de Croydon; tambin hay que tener en cuenta a los de Leeds, a los del norte de Londres, a los del este de Londres, a los del oeste de Londres, a los de Reading: me he abstenido de referir sus historias slo porque son una repeticin punto por punto de tantas otras. En mi propia calle, en la ciudad universitaria en la que resido, mi vecino colecciona recortes de prensa referidos a la violencia: mi propio vecino. Otro tiene una coleccin de vdeos sobre el tema. Dos calles ms abajo vive el to que volc un puesto ambulante en el que se vendan patatas fritas y refrescos en medio de un partido del Leeds, provocando de ese modo un incendio. Haba invertido muchsimo tiempo con todos ellos, con la esperanza y el deseo de descubrir algo nuevo. Pero no iba a encontrarlo. Y al final me di cuenta de que tampoco iba a encontrarlo por ms que frecuentase la compaa de DJ. Estaba listo, por fin, para poner trmino a la bsqueda. A la maana siguiente tom un avin a Londres, adonde llegu a la hora del almuerzo. Era un sbado de abril, a primera hora de la tarde; un da clido y soleado, a comienzos de primavera. De camino a casa puse la radio del coche, y el locutor me record que iban a disputarse las semifinales de la Copa Federacin. La primera tendra lugar entre el Liverpool y el Nottingham Forest, e iba a ser sin duda un buen partido. Pens que podra llegar a casa a tiempo de verlo por televisin. Pero no fue as. An estaba de camino, conduciendo, cuando empez el partido. A los dos minutos de juego, el locutor coment que algo no iba bien. Haba problemas en las gradas de uno de los goles, detrs de la portera del Liverpool. En su voz se notaba un punto de tristeza, como si con cierta resignacin estuviese diciendo por favor, otra vez no. Se notaba, aunque no lo 193
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dijese, que los hinchas, sobre todo los del Liverpool, iban a sacrificar una vez ms un partido de ftbol para llevar a cabo su propio y violento entretenimiento: en efecto, as iba a ser una vez ms. El partido sigui desarrollndose por sus cauces normales, aunque estaba clarsimo que el locutor no estaba contemplando el partido. Al contrario, intentaba averiguar qu estaba pasando en los grdenos. No podra haber afirmado taxativamente que de nuevo se haban detectado problemas por culpa de la muchedumbre, aunque s estaba pasando algo grave, y los policas iban congregndose en el punto en cuestin. De pronto, inesperadamente, el partido termin. La polica haba indicado al rbitro que suspendiera el encuentro. Eso sucedi ms o menos cuando llegu a casa. Aquel estadio iba a convertirse en el ms famoso del mundo. Hace bien poco que consegu una copia del vdeo grabado por la polica de West Midlands, vdeo que proporciona una forma muy til de examinar lo que sucedi aquel da. A los efectivos policiales de la regin de West Midlands se les haba requerido que realizasen una investigacin con objeto de decidir si deba celebrarse un juicio por lo penal; el vdeo formaba parte de las pruebas. Se trata de una compilacin realizada a partir de, al menos, siete cmaras distintas. Desde que tuvo lugar la tragedia del estadio de Heysel, la mayor parte de los terrenos de juego cuentan con un circuito cerrado de televisin, y han adiestrado a los operadores de las cmaras para registrar las imgenes de los problemas que puedan desatarse entre la muchedumbre. La primera secuencia del vdeo, realizada poco despus de los hechos, contiene informacin general; muestra la entrada de los hinchas del equipo visitante, por el lado oeste del estadio, y las disposiciones tomadas para acomodar a los hinchas. Una voz en Off Hace mencin especial de la tribuna con localidades de asiento que hay sobre el voladizo y de los graderos de a pie, abajo, indicando en concreto los corrales tres y cuatro. El foso es la zona situada al pie de los corrales, delimitada por la verja que recorre el permetro del campo. La verja es en s bastante alta bastante ms que un hombre de considerable estatura, y est hecha de alambre entrelazado, con la franja superior vuelta hacia los grdenos, para impedir que nadie pueda saltarla. Cada uno de los corrales tiene una portezuela debidamente cerrada con llave. En otro punto ya he mencionado que la experiencia de ver un partido de pie, en los grdenos, es una experiencia de rebao, pero hasta que vi este vdeo confeccionado por la polica no me di cuenta de que el lenguaje habitual para describir las localidades en que se acomodan los hinchas corral, foso est tomado de la ganadera. Tampoco saba que el vocablo habitual para designar la verja es la jaula. La segunda secuencia est tomada por una cmara de vdeo situada fuera de la entrada, el da mismo del partido. La entrada consta de siete tornos que albergan cuatro casetas de madera. A las 14.30 la hora aparece encuadrada en 194
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la esquina superior derecha de la pantalla se produce un terrible empujn en masa: deja de haber colas formadas, y es slo la gente, son varios millares de personas, apretadas tanto como pueden, que empujan ciegamente hacia adelante. A las 14.34 comienza el alud, con lo que la masa humana se desplaza en un sentido y despus, como un chorro de agua a presin que hubiese rebotado contra una pared, en el sentido opuesto. Es imposible que nadie permanezca quieto. Al igual que cualquier otro aficionado, he estado ms de una vez en medio de un alud de este estilo; en esos momentos habra tenido la absoluta seguridad de que, pese a haber miles de personas por delante de m, de uno u otro modo iba a lograr entrar. Cabe la posibilidad de perderse los primeros minutos del encuentro, pero jams me perdera el partido en s. Jams habra consentido que se me dijera no queda ni una sola entrada, vyase a su casa. La propia polica deseara que yo entrase, al margen de que hubiera sitio o no. sa es una prctica aceptada, habitual; tambin lo es amaar los nmeros. Si se da por hecho que se ha permitido la entrada a ms espectadores de los permitidos, a ms de los que oficialmente se considera una cifra de seguridad, hay que ajustar los nmeros en consonancia. Adems, esto es puro comercio: los grdenos constituyen un negocio en el que se maneja dinero lquido. Sin entradas, sin recibos. No se pagan impuestos por ingresos de los que no hay constancia. A las 14.39 la muchedumbre, grande ya desde el momento de formarse, se ha agrandado de forma ms que considerable; en tan slo nueve minutos parece haber doblado su tamao, desparramndose por la zona de espera, hasta ocupar Leppings Lane, que est detrs. Sern en estos momentos unas seis o siete mil personas: unas mil por cada uno de los tornos. En las caras de los policas se nota ya el pnico. No se oyen los unos a los otros, por ms que griten, y est claro que tampoco les oyen los hinchas. En el vdeo se ve a uno de ellos gritar sin ningn efecto a uno de sus colegas. Un superintendente, cada vez ms agitado, de pronto empieza a quitar a los hinchas de en medio, aunque no lo haga por otra razn que por la de disponer de ms sitio a su alrededor. Otro polica, ste a caballo, empieza a sacudir a la gente al azar; a uno de los aficionados que ms cerca le quedan le suelta un puetazo en plena cara. En las comisuras de los labios empieza a amontonrsele la saliva; su mirada va rpidamente de un lado a otro. Ms tarde, uno de los policas a caballo ser derribado de su montura. Faltan veinte minutos para que empiece el partido. Al otro lado de los tornos, dando la cara a los hinchas a medida que stos van entrando, hay otras dos cmaras de vdeo. A las 14.41 registran una afluencia continua, un trfico incesante; los hinchas van colndose por encima de las casetas de recogida de entradas. De cuando en cuando, uno de los policas prende a uno de los chicos, a medida que saltan del techo de la caseta, pero son demasiados los que entran de este modo; es imposible pararlos. La 195
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visin me resulta extraordinaria; he contado ms o menos hasta cien hinchas, antes de dejar de contar, y las casetas van quedndose pequeas en tanto la gente se arremolina a su alrededor. Descubro que tambin estoy observando con atencin a los espectadores legtimos, de pago. Cada uno de ellos, nada ms pasar el torno, da muestras visibles de lo que acaba de pasar. Lleva las ropas arrugadas, fuera de su sitio. Si resulta que lleva un jersey, las mangas se le han subido por encima de los codos; lleva los pantalones ladeados, y se los recoloca debidamente; la camisa tambin se le ha dado media vuelta, con lo que ha de ajustrsela de nuevo y meterse los faldones por dentro del pantaln. Algunos de los hinchas se tientan la ropa para comprobar que no les han robado nada en el alud; uno de ellos aparece sujetndose las costillas, dolorido. La mayor parte de los hinchas, tras pasar el torno, se dirigen derechos al campo, pero son muchos da la sensacin de que algo menos de la mitad los que remolonean un rato. Se les ha permitido la entrada y, aunque falten pocos minutos para que comience el partido, se pueden permitir el lujo de esperar un poco. Recuperan el aliento; saben que acaban de dejar atrs una apretura espantosa y que por delante les queda otra. Es como si pospusieran por unos instantes el siguiente encuentro, disfrutando de dos minutos de pausa y desahogo. De hecho, desde las 14.30 y hasta que el estadio sea desalojado, ms o menos una hora ms tarde, esta zona de espera, esta tierra de nadie, ser el nico lugar en el que cualquier espectador pueda estar seguro de que su cuerpo le pertenece a l es el nico sitio en el que puede gobernar por entero sus movimientos y no a la muchedumbre. Estas dos cmaras de vdeo tambin graban la presunta causa minutos antes del comienzo del partido, y en el vdeo, despus del montaje, se les adjudica no pocos minutos de cinta: una puerta azul, que normalmente se utiliza slo como salida, se ha abierto, de modo que permite que la gente entre en tromba, abrindose paso de cualquier manera, hacia los corrales tres y cuatro de los grdenos, aun cuando ya estn llenos y muy por encima de su capacidad. Ahora bien: puede ser esta puerta azul la causa? Rebobino la cinta; es cierto: la puerta se ha abierto, y una gran cantidad de personas pueden entrar sin presentar previamente la entrada del partido. Pero an hay ms. Dejo que vaya pasando el vdeo a cmara lenta, voy vindolo fotograma a fotograma; me fijo en las caras que voy viendo. Conozco a estas personas. Las he visto infinidad de veces. Cada una de las personas que penetran en el campo de juego por esa puerta en concreto est sobradamente preparada para la experiencia por la que est a punto de pasar. Son personas educadas a tal efecto. Saben quines son. Todos los chicos saben qu es lo que de ellos se espera, saben cmo se les va a ver, qu valor tienen. Una historia compuesta sbado a sbado, una cultura de los sbados, les basta para saber que no son ms que dinero contante y sonante para la organizacin, que en breve los va a situar tan comprimidos entre otros chicos iguales que ellos como sea humanamente 196
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posible. No son sino mero valor de cambio. Saben que se les va a enjaular, que se les va a encerrar, que se les va a enrejar entre pas y alambre de espino. Saben tambin que la polica ya conoce sus caras, una cara que aparece reproducida hasta el infinito en una consola de vdeos policiales, un archivo accesible en todo momento, que en cuestin de segundos podr demostrar, caso de que alguna vez haga falta una prueba, que es un criminal de pies a cabeza. Cuando pasan por esa puerta azul (o por uno de los tornos, o por encima del techo de las casetas, qu ms da), no miran ni a izquierda ni a derecha, sino solamente al frente. A la vista est el tnel A, ese largo y oscuro pasadizo que, elevndose levemente, desemboca en el foso de abajo: en ese momento pasan de nuevo a ser parte de la muchedumbre. ste es un cambio que han experimentado en tal cantidad de ocasiones que ya ni siquiera piensan en ello. Poca conciencia puede haber de ello; a duras penas podra decirse que existe una posibilidad de eleccin; no hay un momento en el que el hincha prescinda de la volicin, del control o de la identidad. Desaparece a medida que asciende por el pasadizo, cayendo ligeramente cuando el pasadizo se abre al foso, ganando velocidad, avanzando deprisa, empujando al to que va delante, empujado por el to que va detrs, a velocidad de rebao, a una velocidad a la que ya no se piensa en nada. No hay sitio, claro que nunca hay sitio eso ni siquiera le lleva a pensar un solo instante, y sigue apretando, sigue empujando y sigue siendo empujado, y acta a la vez que sobre l se acta. El partido acaba de empezar. Este da, la muchedumbre que se ha congregado resulta particularmente nutrida despus de todo, el partido es una semifinal de Copa, aunque en la mayora de los respectos las escenas que se han producido tanto fuera del campo como ya dentro de la puerta no son particularmente dignas de mencin. Tal como he intentado manifestar reiteradamente, as es como asiste el pblico a los partidos de ftbol. Esto es normal. Lo nico que difiere es el desenlace, y slo porque al final murieron noventa y cinco personas. No deseo volver a vivir ese desenlace, sino mencionar tan slo una ltima cosa, el funcionamiento de una cmara en concreto y lo que registr ese da. Ser mi ltima digresin. El metraje que se le adjudica comienza a las 15.05 y tiene una duracin de once minutos. Al contrario que las otras cmaras, sta, que es la sptima de las aparecidas, est sostenida por una mano humana; el operador de la cmara, acercndose y alejndose del corral, la utiliza para descubrir qu es lo que acaba de ocurrir: se dira que an nadie lo sabe a ciencia cierta. El partido acaba de suspenderse; los fotgrafos de prensa empiezan a congregarse en esa zona. Da la sensacin de que muy pocos policas se creen que se les ha llamado para poner fin a la invasin en masa del terreno de juego. Un joven, que se ha aventurado un trecho demasiado largo por el terreno de juego, lleva un brazo retorcido a la espalda. Al fondo, se oye un cntico, que dice: Este campo es una mierda. Se oye 197
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con debilidad, sin aliento; son las 15.06. Ya no habr ms cnticos. Un polica un hombre de gran corpulencia, con la cara grande y plana ha visto algo, y se acerca ms, para comprobar de qu se trata. La cmara de vdeo lo sigue. Parece que lo que atrae al operador es la cara de preocupacin del polica; el operador est haciendo de la cmara un uso poco comn, como si fuesen sus ojos y no la cmara en s, de modo que es posible seguir sus pensamientos. El polica conduce al operador hasta una de las esquinas frontales de la jaula. Se trata del punto en el que termina uno de los corrales el corral tres, para ser preciso y empieza el siguiente corral. El siguiente no est atestado de gente; los que estn en l intentan rescatar a los que estn en el corral tres. Se oye que alguien grita: Abrid la puerta. La cmara enfoca en direccin a esa voz. Es la voz de un chico de veintipocos aos de edad, vestido con vaqueros y cazadora de lana a cuadros blancos y negros. Est en el corral que no se encuentra atestado de gente, y parece irritado por lo que est ocurriendo en el corral vecino. Est sumamente molesto. Es mi hermano pequeo, me caguen la puta, dice. Abrid esa puerta de los cojones, me caguen la puta... Le tiembla la voz, se le nota emocionado. La cmara hace un barrido a la derecha. No hay ninguna puerta. Vuelve a enfocar al chico de la cazadora de cuadros. Est chillando como un poseso hacia el polica, sealndole con el dedo. La cmara vuelve de nuevo hacia el polica: se le ve desamparado; est intentando decirle al chico de la cazadora de cuadros que no puede hacer nada, que sa puerta no es la suya, que ni siquiera hay puerta, pero el chico no le entiende. La cmara barre ms a la derecha del polica, hacia el corral tres, y se ve a un chico aplastado en una esquina, con el brazo por encima de la cabeza. Alguien intenta alcanzarlo por encima de la valla, para tirar de sus manos hacia arriba, y el chico responde a ese gesto, pero de pronto caen sus brazos, sin fuerza, como si estuviese dormido y no deseara que nadie le despertase. Tiene el labio inferior hinchado, y su expresin es de mareo. Son las 15.07, y ste es el primer vistazo en serio sobre lo que ha ocurrido; a partir de ese instante la cmara resulta un tanto errtica. Vuelve de golpe al chico de la cazadora de cuadros. Est llamndole saco de mierda al polica; est llamndole hijo de puta, saco de mierda. Los insultos parecen tremendamente livianos e inefectivos frente al poder de la emocin que intenta expresar: Es mi hermano pequeo, me caguen la puta... La cmara vuelve hacia la derecha, en busca del chico, pero ya no est ah. La cmara oscila entonces de un lado a otro. Vuelve hacia la izquierda nada y de nuevo hacia el chico. Ya no est donde estaba. La cmara baja de enfoque y se centra en una mano pequea, agarrada a un trozo de la valla. El operador da unos cuantos pasos para obtener otro ngulo pero, pese a haber rebasado a un polica, an no consigue captar una buena imagen. Mediante el micrfono, entretanto, recoge a trozos lo que se dice a su alrededor, de lo cual slo me doy cuenta la tercera vez que paso entero 198
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el vdeo. No me lo puedo creer, dice una voz. Mira all, dice otra. Se estn ahogando. Esta otra es muy aguda, fuera de tono. Un hombre se planta delante de la cmara. Tendr veintipocos aos; es un hombre bien parecido, con el cabello oscuro, que lleva una camisa rojo intenso. Llama a una mujer polica agachndose delante de la valla. Se toca las sienes con las yemas de los dedos este gesto lo hace con verdadera delicadeza, y entonces esconde la cara entre las manos. Santo Cielo, dice. Se vuelve hacia la cmara, se vuelve de nuevo a la muchedumbre. Santo Cielo, vuelve a decir. La cmara sigue la lnea del campo visual de ese chico y entonces enloquece. La incomodidad es manifiesta. La cmara barre a la izquierda, de nuevo a la izquierda, luego a la derecha. El operador da unos pasos hacia atrs, se detiene y vuelve a centrarse en un punto al que ya haba enfocado confirmacin?, cumplimiento del deber?, tras lo cual agranda la imagen, pero lo que se ve resulta excesivo, y la cmara cae en picado, enfocando el suelo, los pies del operador. Vuelve a levantarse, bruscamente, pero evita las escenas que se hallan inmediatamente delante, enfocando en cambio a alguien que consigue escapar al haber escalado la valla. La cmara se detiene en las nalgas. Despus vuelve al chico de la cazadora de cuadros, que sigue en donde antes, tan inquieto, tan incmodo, tan desdichado como antes, y acto seguido barre hacia la esquina: su hermano pequeo ya no est donde estaba. Izquierda, derecha y de nuevo al suelo, al cielo, y vuelta a centrarse quiz accidentalmente en el rostro de otro chico joven que acaba de caer a los pies del operador, slo que ese chico expresa una pena terrible, de modo que est ms que claro que al operador del vdeo le fastidia haber topado con lo que ha topado, como si pensara que es un error entrometerse en la pena de otra persona, con lo cual vuelve a apartar la cmara arriba, a la izquierda y se posa en un polica. Es posible, entiendo, inferir cul es la voluntad del operador, su determinacin de no mover la cmara de lo que ha enfocado. Enfoca insistentemente al polica, aunque ste se ha empeado con toda su alma en un acto infructuoso, desesperado: est intentando derribar la valla a tirones. No le ayuda nadie. No ha dicho ni una palabra a los policas que tiene alrededor. No dispone de una sola herramienta. Est intentando derribar la valla a tirones, con sus propias manos tiene los dedos entrelazados con fuerza en los agujeros del entramado de alambre, pero no parece que la valla vaya a ceder. Al otro lado de la valla una persona se est muriendo, otra ya est muerta, pero la valla no va a ceder de ninguna manera. Tira con toda su alma, pero no ocurre nada. Tira y tira y sigue tirando. Hillsborough: el estadio ms famoso del mundo. Lo que all sucedi vino a confirmarme algo. Hubo algo inevitable en la muerte de aquellas noventa y cinco personas, algo implacablemente lgico, algo que incluso se echaba a faltar. Me result sobrenaturalmente apropiado haber encendido la radio en aquellos momentos. Haba dejado atrs a DJ de manera tan precipitada porque me haba 199
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empezado a sentir saciado hasta la nusea de su compaa, de l, de su vida, de su cultura. Haba llegado a la conclusin de que ya haba visto ms que suficiente; haber descubierto entonces que encend la radio cuando los chicos empezaban a recorrer aquel tnel A... Sent que haba llegado a un punto de reposo. Mi aventura haba completado su crculo. En la muchedumbre existe un terrible poder en crudo. Los fascistas y los revolucionarios han entendido cul es su poder. El National Front comprende su potencial, sabe lo raro que es ver que ese potencial se actualice, lo difcil que es entonces dominarlo. Un pequeo descubrimiento: hace poco supe que Mussolini y Gustave LeBon, el padre de la teora de masas, mantuvieron una intensa correspondencia, se admiraron mutuamente; Mussolini relea anualmente el libro de LeBon; LeBon alababa la voluntad de hierro de Mussolini, su habilidad de lder, de comandante de las masas. Mussolini entenda a las masas y saba cmo respetar su poder. En cambio, el ftbol sus administradores, sus propietarios trapisondistas y sus intermediarios, la cultura masculina y joven que se ha construido a su alrededor no entenda ni las masas que estaba creando, ni el terrible, asesino poder de esas masas. DJ regres de Grecia al da siguiente, domingo. Hablamos y acordamos vernos el fin de semana siguiente. El West Ham jugaba en casa contra el Millwall. Nos encontramos en el Builders' Arms; cuando llegamos, el sitio ya estaba lleno hasta los topes. DJ me present a algunas personas, aunque se le notaba claramente incmodo. Haba estado nueve meses en la crcel, en una isla del Mediterrneo. Haba perdido peso. No haba disfrutado de una compaa distinguida, precisamente. Le estaba costando algn trabajo retomar los hbitos londinenses. Se desvivi por no meterse en los: aquel da, inevitablemente, iba a haber los. Y no tena ninguna prisa por volver a la crcel. DJ insisti en que visemos el partido desde una seccin de localidades de asiento, porque haba dejado de ser sensato presenciar los partidos permaneciendo de pie en las gradas. Siete das antes haban fallecido noventa y cinco personas que estaban de pie en unas gradas. Me alegr ver el partido en una localidad de asiento. Sentarse cmodamente es algo esplndido; es una de las formas ms recomendables que hay si se trata de ver un espectculo deportivo. Antes del comienzo del partido se guard un minuto de silencio en memoria de las noventa y cinco personas que haban perdido la vida la semana anterior mientras presenciaban un partido de ftbol. Ese mismo minuto de silencio se guard en todos los partidos que aquel da se disputaron en el pas y, por lo que alcanzo a saber, slo hubo un lugar en el que no se guard ese minuto de silencio. Se dira que un minuto es un lapso de tiempo muy largo cuando uno est en Upton Park, al este de Londres. 200
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Los disturbios empezaron casi con suavidad, con poco ms que un puado de hinchas que empezaron a entonar el cntico del Millwall: A nadie le caemos bien, y nos da lo mismo. Con cada repeticin eran ms los que entonaban el cntico: A nadie le caemos bien, y nos da lo mismo. Iba a ser, sin duda, un minuto muy largo. Ms o menos por la mitad, el cntico lo repetan todos los presentes en el gol que haba ocupado la hinchada del Millwall: probablemente unas cinco mil personas. Eran cinco mil personas las que decan: la semana pasada murieron noventa y cinco personas, y nos da lo mismo: somos vndalos, a tomar por culo. El cntico cabre a la hinchada del West Ham; los que me rodeaban se pusieron en pie y empezaron a mofarse de los hinchas del Millwall. Sacudan el puo cerrado en actitud obscena, les llamaban chusma, escoria, pajilleros. Faltaban seguramente otros quince segundos para que terminase el minuto cuando los hinchas del Millwall dejaron su cntico tradicional A nadie le caemos bien, y nos da lo mismo y pasaron a otro ms sardnico: A tomar por el culo, cabrones. Lo repitieron sin cesar hasta que el minuto hubo terminado. El locutor expres por megafona su gratitud a los asistentes. Aquella noche se celebraba una fiesta en honor de DJ, una fiesta en la que se consumiran abundantes drogas y que debera comenzar a medianoche. Haban encontrado un almacn en las regiones insondables del este de Londres, y todo el mundo hablaba de ello en el Builders' Arms despus del partido. De todos modos, decid que no iba a asistir a la fiesta. Ms avanzado el verano, DJ y Michelle iban a celebrar su boda, pero decid que tampoco asistira a la ceremonia a la que me haban invitado. En The Road to Wigan Pier, la obra de George Orwell, existe un pasaje en el que se describe cmo era la vida en el norte de Inglaterra, en la dcada de los treinta. Vale la pena recordar el pasaje. Se trata de una invocacin de la tpica clase obrera, de la vida en el hogar de una familia razonablemente acomodada. Orwell nos hace pasar al cuarto de estar, una tarde de invierno, despus de haber tomado el t. Es la hora en la que resplandece el fuego en la chimenea, bailoteando las llamas reflejadas en los morillos de acero, la hora en que Padre, en mangas de camisa, se ha sentado en la mecedora, a un lado de la chimenea, leyendo en el peridico las noticias sobre las carreras, la hora en la que Madre est sentada al otro lado de la chimenea mientras cose, la hora en que los nios son felices con un penique de caramelos de menta, la hora en que el perro sestea asndose sobre la alfombra: es un buen sitio en el que estar, siempre y cuando no slo te dejen estar en l, sino que te consideran formando parte de l. Ya conocemos la imagen: una familia de clase obrera, nada egosta (no slo en su casa, sino tambin formando parte de ella), feliz y despreocupada, rodeada por los detalles los morillos de acero, la mecedora, la alfombra del perro genuinamente Victorianos y del calor y la comodidad de una familia fuertemente estructurada. De esta imagen hemos visto distintas variaciones en 201
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las pelculas, y an es posible encontrar imgenes de esta ndole en un pub, en un club de obreros, en una casa incluso, en las aisladas comunidades del norte de Inglaterra. La imagen es acogedora, plena de confianza y, pese a ser de la poca de Orwell, es intensamente sentimental, rasgo que l parece reconocer implcitamente cuando dice despus que aun cuando esta escena se halle reduplicada en muchos hogares de Inglaterra, cada vez son menos; la propia imagen, en s misma, de una familia de clase obrera en torno al fuego de la chimenea, tras merendar arenques ahumados con t fuerte, pertenece nica y exclusivamente a nuestro tiempo, y no podra darse en el futuro ni en el pasado. Orwell pasa entonces a predecir cmo ser la vida de la clase obrera durante el futuro de la utopa socialista, ms o menos unos doscientos aos a contar desde su poca. Esta es la imagen que de hecho me interesa. La escena es radicalmente distinta. Prcticamente ni una sola de las cosas que he imaginado antes estar en su sitio. En esa otra poca, en la que ya no habr trabajo manual, en la que todos los ciudadanos estarn educados, es muy improbable que Padre sea un hombre recio, de manos grandes, curtido, al que le guste sentarse ante la chimenea en mangas de camisa. Ni siquiera habr un fuego en la chimenea, sino tan slo alguna clase de calefaccin invisible. El mobiliario estar hecho de plstico, de cristal y acero. En el supuesto de que existan an artculos tales como los peridicos vespertinos, ciertamente no contendrn ninguna noticia de las carreras, ya que las apuestas habrn dejado de tener sentido en un mundo en el que no habr pobreza, en el que el caballo mismo habr desaparecido de la faz de la tierra. Tambin los perros habrn sido suprimidos en aras de una mayor higiene. Y tampoco habr tantos nios, siempre y cuando los partidarios del control de la natalidad se salgan con la suya. Las profecas de Orwell siempre fueron inestables; aunque no exista una utopa socialista, no ser necesario mirar doscientos aos ms all para hallar una imagen adecuada a lo que describe. La imagen existe ahora. El hombre de las manos grandes y recias ha desaparecido, junto con la industria pesada que haba hecho de l una necesidad: he ah los mineros, los trabajadores de la siderometalurgia y de la industria automovilstica, que se han jubilado o se les ha dado una jubilacin anticipada, a los cuales no sustituirn sus hijos en el futuro: no se les ver en una fbrica. Todos ellos, al igual que la mayor parte de la poblacin que tiene un empleo, trabajan ya en lo que hemos aprendido a llamar el sector de servicios. Caso de trabajar an en un empleo en el que sea necesario trabajar con las manos, suelen ser autnomos; trabajan as como pintores, albailes, fontaneros o electricistas. Son, si no, mensajeros o repartidores. En cambio, a la mayor parte se les encuentra en las oficinas, en negocios tales como la banca, donde trabajan como oficinistas, contables o agentes de bolsa, como agentes de compaas de seguros, como programadores 202
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de computadoras, o bien en la empresa privada que equivale a la empresa pblica: en corporaciones gigantescas como British Telecom o British Gas. Ni siquiera viven donde vivan sus padres. El fuego en la chimenea, tal como predijo Orwell, ha desaparecido junto con las casas en las que podra haber existido una chimenea. Esas casas estrechas y oscuras de la clase obrera, con la tienda de la esquina, el pub al otro lado de la calle y el retrete en la parte de atrs, han sido sustituidas por un hogar animado, suburbano, soleado, tpico de Brookside, con plaza de garaje, jardn en la parte de atrs para hacer barbacoas en verano, calefaccin central e invisible. Dentro hay equipos de msica, televisin en color, equipos de sonido, casetes, vdeos, juegos de ordenador, telfonos porttiles, cocinas elctricas... simples hogarescaja llenos, segn la prediccin de Orwell, de plstico, acero y cristal, o de otros materiales comparables y producidos en masa, aunque por lo general sintticos, con materiales adquiridos en uno de los modernos hipermercados que se encuentran en los alrededores de la comunidad, con facilidad de acceso y abundantes plazas de aparcamiento. Las noticias de las carreras, conviene sealarlo, no han desaparecido del todo en eso Orwell no acert de lleno, aunque su lugar ha sido ocupado efectivamente por otra publicacin. No se trata de un peridico socialista tambin se equivoc Orwell en ese respecto: se trata del Sun. Piso una zona resbaladiza. He vivido en Inglaterra desde 1977, y una de las cosas que he aprendido es que no se habla jams de la clase obrera, con cierto detenimiento, a menos que uno pertenezca a la clase obrera en s misma. No se critica a la clase obrera, no se hacen generalizaciones cuando uno es integrante de ella. Eso es algo que de ninguna manera se hace; aun hoy en da, ms vale dejarlo estar. Y se da por sobreentendido que quienes no pertenecen a la clase obrera no tienen derecho a hacerlo. En consecuencia, y de todos modos, son muy pocas las personas que han asomado del agujero y se han parado a observar que la clase obrera ya no existe. Esto, por s mismo, no tendra una particular relevancia despus de todo, Inglaterra no es el primer pas tecnolgicamente avanzado que ve desaparecer a su clase obrera, e incluso podra decirse que ha sido uno de los ltimos, con la salvedad de que nadie admite esa desaparicin, sino muy al contrario, cuando menos entre la primera generacin de clase obrera que no es de clase obrera, es decir, mis camaradas: los hbitos de la clase obrera, como manifiestan los chicos de Tom Melody en el este de Londres, lisa y llanamente se han vuelto ms exagerados, versiones ornamentales de un estilo antiguo, tanto ms extremas por carecer de sustancia. Pero la realidad es que slo se trata de un estilo. Ah no hay nada sustancial; no hay nada a lo cual pertenecer, aunque an sigue siendo posible, supongo, pertenecer a una locucin la clase obrera, a un trozo de lenguaje que sirve para reforzar ciertas costumbres y usos sociales, una determinada 203
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forma de hablar, que oscurece el hecho de que lo nico que se oculta tras ello es una sociedad suburbana y altamente amanerada, despojada de cultura y de refinamiento, que vive exclusivamente por y para sus afectaciones: un cdigo henchido de virilidad, un patriotismo exagerado y vergonzante, un nacionalismo violento, un amplio despliegue de hbitos antisociales y en bancarrota. Esta generacin aburrida y decadente consiste en bien poco ms que en sus apariencias. Es una cultura de los chicos y para los chicos, sin el menor misterio, tan amortiguada que ha de emplear la violencia para despertarse. Se pincha con alfileres con tal de sentir algo; se quema la carne con tal de oler a algo.
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La necesidad que tiene el ser humano de trascender lo personal no es menos profunda que la necesidad de ser una persona, un individuo. Ahora bien, esta sociedad cubre muy penosamente dicha necesidad. SUSAN SONTAG, La imaginacin pornogrfica, 1967 Supe que no iba a ir a los Mundiales de 1990. Mi relato haba concluido. Mis personajes ya no seguan en danza. Sammy ya no segua en danza. Haba sido detenido acusado de piromana, tras haber atravesado una difcil fase en la que le dio por prender fuego a toda clase de edificios. El veredicto del juez fue conmutado por un tratamiento psiquitrico, con lo cual fue confinado a los cuidados de una institucin. Cuando me lo encontr, era ms que evidente que las haba pasado de todos los colores. Haba ganado peso en exceso, estaba hinchado, pareca sufrir los efectos de los tranquilizantes. Tard en reconocerme; hablaba arrastrando las palabras, sin vocalizar. Roy ya no segua en danza. Roy llevaba apartado algn tiempo del mundanal ruido. Se comentaba que estaba en Marruecos. Otro mencion en cambio Argelia. Despus se habl de Egipto, de Turqua, de pases cada vez ms al este. Haba cambiado de intereses en el mundo de los negocios, y tena que viajar constantemente; algunos de sus viajes duraban varios meses. Luego se coment un desenlace distinto: o que haba sido detenido por tenencia y trfico de drogas, y que le haban cado tres aos de crcel. Robert ya no segua en danza. Al parecer, deca haber empezado en un trabajo de verdad con tarjeta de negocios, y que ya slo pensaba en pagar sus impuestos, aunque no saba cmo. Tena un apartamento en Nueva York, donde resida; dispona incluso de la preciada carta verde que tanto ansan los inmigrantes en Estados Unidos (estaba escribiendo un libro de viajes por Estados Unidos), tena incluso el amor: Robert por fin haba encontrado el amor. Siempre se haba quejado de que sus relaciones con las mujeres nunca eran 205
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duraderas, simplemente porque ninguna mujer estaba dispuesta a ser la nmero dos en su escala de valores; el Manchester United siempre seguira ocupando la primera plaza. Las cosas, evidentemente, haban cambiado. La ltima vez que supe algo de l fue por medio de una postal; la foto, tomada al atardecer, representaba a un hombre con sombrero de vaquero, bebiendo una botella de cerveza, sentado en una tumbona en una playa de Barbados. Tomar el sol, escribi Robert, comer bien y follar a lo grande es muchsimo mejor que ser un vndalo. Lo firmaba Uno de los chicos de la vieja brigada. La verdad es que s que vi a los chicos una vez ms, la ltima... en mayo de 1990: el Manchester United iba a jugar la final de la Copa Federacin, y el viernes anterior al partido todo el mundo iba a venir a Londres: Steve, Ricky, Micky, Robert desde Estados Unidos, Sammy desde donde hubiese estado viviendo. Tambin lleg Gurney: se haba baado y signo de los tiempos haba operado en su persona no pocas mejoras sustanciales, aparte de haber realizado una sin duda carsima serie de visitas al dentista: su boca tena un aspecto bastante normal. De hecho, los nicos que no haban acudido a la cita en cinco pubs distintos, repartidos por los alrededores de Leicester Square y llenos de miembros de la empresa fueron los que estaban en la crcel. Aqulla era una reunin de familia; nadie podra haber aducido ninguna excusa para disculpar su ausencia. Para muchos de ellos, aqul iba a ser el primer partido al que asistieran despus de algn tiempo. La gente haba seguido yendo a los partidos, por supuesto la familia segua intacta en lo esencial, aunque no en las cantidades del pasado. Se tena la sensacin de que ser un vndalo era algo que lentamente iba abandonndose, en beneficio de alguna otra ocupacin. Nadie hablaba de la violencia. Se hablaba de drogas, de fiestas en que las drogas corran a lo grande, del ambiente musical de Manchester. Y as, en lo ms profundo de mi corazn, supe que no iba a ir a los Mundiales. Ya no tena por qu. Haba dado otras ocupaciones a mis fines de semana. Hasta yo mismo, con mi insaciable ansiedad la que me produca la sospecha de no haber sabido lo suficiente, de no haber visto lo suficiente, de no haberlo entendido todo, me pude dar cuenta de que ya no haba nada ms que hacer. Mantuve cierta curiosidad, por descontado, y era lgico que as fuese. Por fuerza tendra que haber incidentes violentos en los Mundiales, y me interesaba, de forma ms o menos intelectual, precisar de dnde iban a venir los problemas. La primera pista la tuve ya en la ceremonia inaugural de Italia 90, muchos meses antes del primer partido: aquello fue algo extremadamente italiano, una ceremonia realizada de cara a la televisin, al estilo de la entrega de los Oscars de la Academia. Luciano Pavarotti cant Nessun dorma y Sofa Loren extrajo del bombo las bolas que iban a determinar el orden y el calendario de los partidos. La ocasin se estrope visiblemente esto es algo que se pudo ver 206
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pintado en los rostros de los funcionarios de la Federacin Internacional de Ftbol cuando, por simple mala suerte, Inglaterra fue designada para disputar su segundo partido contra Holanda: todos conocan ya a los hinchas holandeses. O, al menos, todo el mundo deca conocerlos. De todos modos, me pregunt si de hecho, de verdad, alguien conoca en efecto a los hinchas holandeses. Yo tuve que reconocer que no les conoca, aunque una vez haba intentado averiguar todo lo posible al respecto. Haba intentado localizar a un holands violento durante aquella interminable noche que pas con Grimsby. Grimsby estaba convencido de que ms pronto o ms tarde iba a localizar a un holands amigo de la violencia; entramos en todos los bares de Dusseldorf buscando a dicho sujeto. No lo encontramos. Los holandeses violentos, segn la conclusin de Grimsby, estaban escondidos. El ao anterior tampoco haba venido a Londres ningn holands violento. Fue entonces cuando me hice una idea de hasta dnde poda llegar la violencia de los holandeses. Se iba a disputar un encuentro amistoso entre las selecciones de Inglaterra y de Holanda en Wembley; se haba predicho que se produciran terribles batallas callejeras en los das previos al partido. Algunos periodistas fueron enviados a Amsterdam, para acompaar a los violentos holandeses en el viaje en ferry. Tambin fueron enviados periodistas a las principales estaciones de ferrocarril, para seguir a los holandeses violentos cuando llegasen camino del estadio. No tard yo tambin en echarme a la calle, una noche fra, en espera de las bravatas y el estruendo de los hinchas, y no tard en visitar los pubs ms indicados, empapuzndome de cerveza rubia, temeroso de perderme en caso contrario un incidente que podra desvelarme nueva informacin acerca de la violencia, el nacionalismo y el carcter de los holandeses. Al final s que hubo altercados, slo que se dieron entre los hinchas ingleses que, habiendo ledo en la prensa lo que se esperaba de los holandeses, les haban salido al encuentro, pero como no se encontraron con un solo holands violento terminaron lindose a tortazos entre ellos. De hecho, nunca jams haba visto nada que pudiese dar a entender que, como los ingleses y los holandeses haban de verse las caras en el mismo lugar, estaran muertos de ganas por machacarse los unos a los otros. Aun as, con pruebas o sin ellas, se daba por hecho que esta vez todo sera muy distinto: esta vez s que habra problemas. Se dijo por los informativos de televisin que iba a haber problemas: el hecho de que Inglaterra estuviese en el mismo grupo que Holanda fue al da siguiente la principal noticia de las primeras planas de todos los diarios ingleses. Por la tarde aquello segua siendo una noticia candente, ya no se hablaba del partido entre Inglaterra y Holanda; se hablaba tan slo del temido Inglaterra-Holanda. El partido haba de disputarse en Cagliari, en la isla de Cerdea, al igual 207
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que todos los dems partidos que disputase Inglaterra durante los quince das que iba a durar la primera ronda. Esto no era precisamente lo habitual; me enter de que la sede en la que disputara Inglaterra todos sus partidos, y el hecho de haber sido designada por ello cabeza de serie, se haba decidido de antemano. As como las autoridades no podan hacer gran cosa por el calendario, al menos s que podan mantener aislados a los hinchas ingleses en un solo punto, en una isla, para que las tareas de control de la polica resultasen ms fciles. Para ayudar en ello, la isla fue visitada por una larga sucesin de asesores legales britnicos: miembros clave de la Polica Metropolitana, de la unidad de ftbol de Scotland Yard, de la unidad de la Polica de Transportes. A la postre, el ministro britnico de Deportes apareci en persona y, no sin ciertas dificultades, pudo convencer a los responsables de una nacin que bebe ms vino por persona y da que cualquier otro pas del mundo para que no se vendiese alcohol en los das en que hubiese partido. Fue un logro sin duda considerable, si bien muchos sardos sintieron no poca aprensin por la visita de este ministro: no por la prohibicin de vender alcohol, sino por el hecho de que hubiese ido a la isla el ministro britnico de Deportes. Aqul era un hecho sin precedentes: ningn otro ministro de ningn otro pas visita un pas extranjero en el que va a celebrarse un acontecimiento deportivo, del tipo que sea, con semejante mensaje. Si uno invita a un amigo y a su familia a comer en su casa y si, tras aceptar de buena gana la invitacin, dicho amigo menciona de pasada la posibilidad de que sus hijos seguramente destruyan buena parte de la casa a la que han sido invitados (destrozarn el csped, arrancarn los setos, se mearn en las paredes del cuarto de bao, vomitarn en las alfombras, rompern casi todas las ventanas, aplastarn el pescado frito con patatas en los sofs...), cualquiera se sentira lgicamente inclinado a suspender la invitacin o, al menos, a sugerir que quiz sera preferible que el amigo en cuestin viniese, s, pero sin los nios. Los sardos se encontraron en una situacin muy similar: si se enteraron de que era muy probable que su ciudad resultase daada por la presencia de los ingleses, y si un ministro haba ido a la isla para confirmar que la ciudad iba a resultar muy daada, por qu permita el gobierno britnico la salida de los hinchas? Por qu fueron los sardos tan incautos como para aceptar su presencia? Hubo otro detalle de importancia, aunque al principio no se mencion en ningn informativo ingls o italiano: los Mundiales de 1990 iban a constituir la primera ocasin en que los hinchas ingleses pondran pie en terreno italiano desde la muerte de treinta y nueve italianos en el estadio de Heysel, en Bruselas, cinco aos antes. De hecho, la ltima vez que los hinchas ingleses haban estado en Italia estuve yo con ellos: haba sido la Brigada Roja del Manchester United en Turn. Termin por seguir el curso de los acontecimientos en el Guardian: aunque todos los peridicos contaban con enviados especiales, el Guardian pareca 208
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haber realizado la mejor cobertura. Contaba con un periodista en Roma y con otros dos en Cerdea, ms un fotgrafo, todos los cuales iban a informar de todo lo relacionado con los hinchas. Dos semanas antes del partido InglaterraHolanda, el Guardian inici dos secciones fijas: una sobre la Operacin Arbitro, dispositivo creado por Scotland Yard y por la Polica de Transportes para realizar un seguimiento exhaustivo de los viajes de los hinchas ingleses por el continente; otra exclusivamente acerca del alcohol: haba sido prohibida su venta en todos los trenes britnicos, de nuevo a instancias del ministro de Deportes. El lunes hubo ms noticias. El ministro de Deportes, segn el Guardian, haba convencido a las lneas areas que iban a fletar vuelos chrter para que no se vendiese alcohol en los vuelos a Italia y en los vuelos domsticos de Italia. En ese artculo se daba cuenta de la primera detencin en Cerdea: tres hinchas ingleses haban sido encarcelados por robar las sbanas del hotel en que se haban alojado. Me pareci en principio un incidente insignificante, pero me equivocaba. El martes, las detenciones haban dado pie a un amplio reportaje: el robo de las sbanas era un delito grave, y los culpables fueron multados con 300 libras esterlinas cada uno, ms veinte das de arresto mayor, castigo que haba de servir, de acuerdo con el ministro de Transportes, de advertencia a todo el que haya decidido viajar a Cerdea. Slo cabe preguntarse qu habra ocurrido si, aparte de las sbanas, se hubiesen llevado las toallas. Aquel mismo da el Guardian daba an ms informacin: otro triunfo del ministro de Deportes. Se tena la sensacin de que este personaje iba recorriendo todos los puntos de un listado. Tras lograr la prohibicin de la venta de alcohol en los das de los partidos, en los trenes de British Rail y en los vuelos chrter, haba conseguido convencer a los responsables de las tiendas libres de impuestos de los aeropuertos para que no vendiesen alcohol. Esto supuso una pualada dirigida al corazn mismo de la industria turstica, e iba a servir para desanimar a muchas personas, que tal vez decidiesen no realizar el viaje: adquirir bebidas libres de impuestos es a menudo uno de los principales atractivos de cualquier viaje al extranjero. Me imagin a cientos de hinchas decepcionados, cariacontecidos, que, por no tener noticia de esta nueva prohibicin, se introdujesen en las zonas comerciales de los aeropuertos para salir de dichas zonas confusos, decepcionados, tras haber adquirido impetuosamente enormes cantidades de perfumes libres de impuestos, a manera de compensacin, por desacertada que fuera. Al terminar la semana, me fij en un prrafo en el que se hablaba de Paul Scarrot un hincha que tena un expediente con ms de cuarenta acusaciones de conducta ilegal; se le haba visto en Roma, viajando con un pasaporte falso, para colarse por todos los dispositivos de seguridad que se hubiesen colocado para impedir que toda persona con antecedentes penales pudiera entrar en el pas. Al da siguiente, cmo no, apareci la historia completa: Paul 209
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Scarrot haba sido detenido. No tena dinero, ni ms ropa que la que llevaba puesta, y estaba borracho como una cuba; despus de haber entrado conduciendo una motocicleta robada en una tienda de comestibles entr por un pasillo, dio la vuelta al fondo y sali por el otro, mientras iba afanando botellas de alcohol sin pararse, se pas el resto de la tarde echando carreras por los andenes de la principal estacin romana de ferrocarril. No es que viajase sin hacerse notar; podra incluso sostenerse que deseaba que le detuviesen, que se lo estaba buscando, quiz por toda la atencin que, tena que saberlo, le haban de dedicar una serie de medios deseosos de dar cuenta de todo lo relacionado con los hinchas ingleses. Y as fue. Durante dos das, Paul Scarrot se convirti en una celebridad: su aventura fue la primera noticia de todos los telediarios, con la inclusin de su fotografa; su cara demacrada, curtida, apareci en la primera plana de todos los tabloides a la maana siguiente. El Guardian ofreca cuatro artculos al tratarse de un peridico de calidad, se public la foto de Paul Scarrot en la ltima pgina, pero tambin le convirti en la figura destacada de la semana, en la seccin Gente del mircoles, una columna habitualmente dedicada a los polticos o a los hombres de negocios. Siete das antes del temido Inglaterra-Holanda, el examen de los hinchas futbolsticos ingleses por parte de los medios se haba incrementado. Podra parecer imposible, pero a la isla haban llegado ms periodistas, de lo cual se siguieron ms artculos. Cuando empezaron los Mundiales el primer partido del grupo fue entre Inglaterra e Irlanda slo haba dos mil hinchas ingleses en Cerdea; mediada la semana, haba ya ms de dos mil periodistas: tantos, a decir verdad, que el Consulado Britnico haba instalado una oficina de prensa que emita resmenes dos veces al da, para mantener a todo el mundo al tanto de lo que se coca entre los hinchas. Todas las tardes, en todos los pases cuyas selecciones estuviesen en la competicin, haba un informativo especial de televisin. Del mantenimiento del orden se encargaba una fuerza combinada, compuesta por siete mil hombres de diversos cuerpos: la polica, los carabinieri, la guardia nacional, el ejrcito y un grupo especial, de choque, anfibio, sobre el cual haba ledo un reportaje en la ltima pgina del Guardian, la semana anterior: era un grupo de la divisin antiterrorista de la polica italiana, al que se haba fotografiado nada ms saltar de un helicptero, en diversas posturas, listos para la accin: dos de los agentes, con las piernas separadas, apuntaban sus fusiles ametralladores al fotgrafo. As las cosas, por cada hincha que hubiese en la isla haba al menos otras tres personas interesadas en l: una en escribir sobre sus hbitos de bebedor, sobre su atuendo y su conducta; otra en fotografiarle, en grabar en vdeo dichos hbitos; una tercera, lo cual era sin duda lo ms difcil de todo, en contener y refrenar sus excesos. Pocos das antes del partido Inglaterra-Holanda, el Guardian haba empezado a dedicar sus reportajes diarios siempre dos, ms las correspondientes fotografas a un tema nuevo, hasta entonces no cubierto por 210
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la prensa: las condiciones de vida. Habra podido pensar que el potencial periodstico existente en las condiciones de vida de los hinchas que hubiesen ido a la isla era harto limitado, pero una vez ms estaba equivocado. Hubo un reportaje acerca de cmo pasaron los hinchas la noche de su llegada (y es que con toda la atencin que se haba concedido a la seguridad, nadie pareca haber pensado en su alojamiento), y otro sobre los campamentos en que fueron alojados: nada menos que a ms de cuarenta kilmetros de Cagliari, es decir, demasiado lejos, con lo que fue imposible llegar a dicho campamento despus del primer partido de Inglaterra, ya que, segn se supo entonces, no exista servicio de autobuses. Sin autobuses, buena parte de los hinchas pasaron la noche en el aeropuerto. Sobre esto hubo un reportaje: el reportaje del aeropuerto. Por fin, el ministro de Deportes evidente lector del Guardian volvi a tomar cartas en el asunto y solicit a las autoridades que proporcionasen autobuses a los hinchas al final del siguiente partido de la seleccin de Inglaterra. Sobre este punto hubo un nuevo reportaje: el reportaje de por fin hay autobuses. El artculo sobre eso de que por fin hay autobuses se public un mircoles el temido Inglaterra-Holanda haba de disputarse el sbado siguiente, y el Guardian haba empezado a publicar tres artculos al da. Estaba cubierto absolutamente todo: cmo conseguir algo de beber pese a la prohibicin de vender alcohol, la seora que se encargaba de las conferencias de prensa, los propios integrantes de los medios de comunicacin, ms artculos sobre las condiciones de vida. Entre todos estos reportajes empezaba a tomar forma un patrn bien sencillo, a saber, que no ocurra nada. Todas las maanas echaba mano del peridico y miraba a ver qu novedad haba descubierto el corresponsal del Guardian, y todo consista de forma invariable en una nueva forma de escribir acerca del hecho de que no haba lo que se dice nada por descubrir. Dos das antes del partido Inglaterra-Holanda tuve la impresin de que el corresponsal del Guardian haba empezado a cansarse. Haba empezado a aburrirse. Podra culprsele por ello? Todos los das eran iguales al da anterior. Todas las tardes regresaba a su habitacin del hotel para telefonear a su jefe de seccin en Londres, y reconocer que no tena nada nuevo que decir; el jefe de seccin le recordaba acto seguido que haba sido enviado a Cagliari para escribir sobre todo lo que viera: se le haba asignado un determinado espacio en el peridico, era imposible que no tuviese nada que decir. En el plazo de siete das, el Guardian dedic 471 pulgadas, poniendo una columna tras otra, al asunto de los aficionados al ftbol casi doce metros de papel impreso, que venan a decir: no hay nada que decir. El coste que haba pagado el Guardian mantener a un hombre en la isla, ms un fotgrafo, ms otro periodista que no haba parado de dar vueltas por Italia, con la esperanza de que en algn sitio pudiese encontrar algo, ms otro enviado especial en Roma es una estupidez en comparacin con lo que se estaban gastando en eso mismo algunas cadenas 211
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de televisin. Era un asunto bien caro aun cuando no se informase de nada; era pues bien sencillo entender por qu tanto los periodistas como los reporteros de la televisin tenan que dar cuenta de todo ello dndole todo el inters que pudieran: no tenan nada de qu informar, pero haba que informar sobre ello como si despus de todo fuese algo tremendo. Y entonces se me ocurri una idea: si tan elevado era el gasto producido por lo que estuviese ocurriendo en Cerdea, entonces, y a pesar de la apariencia de que nada estuviese ocurriendo, era posible despus de todo que algo ocurriese realmente. En virtud del montante de la inversin, algo tena que salir en claro. Al menos, a esa conclusin termin por llegar. Y es que el da anterior al partido contra Holanda descubr que haba dejado de leer el Guardian. Aquel da abord un avin con rumbo a la isla de Cerdea. Iba a ir a los Mundiales: era definitivamente algo esencial; iba a ocurrir algo, lo que fuese, y yo no estaba dispuesto a perdrmelo. Llegu a Cagliari a eso de las ocho de la tarde; tom una copa en un bar, visit la plaza mayor, donde vi a un reducido grupo de hinchas del Chelsea en plena ejecucin de sus habilidades ante un compacto grupo de periodistas y de cmaras de televisin; me percat de que estaban rodeados por un grupo an ms nutrido de policas y soldados, muchos de los cuales rondaban la plaza en vehculos blindados. Al cabo de unos minutos llegu a la conclusin de que haba visto ms de lo que necesitaba ver; tom otra copa en otro bar, maldije mi estampa por no estar tranquilamente en mi casa, leyendo el Guardian; tom otra copa en otro bar, ped a un taxista que me llevase a mi hotel. El taxista casi no se pudo creer la suerte que tuvo: mi hotel estaba a setenta kilmetros del centro. Al da siguiente slo se poda llegar a la ciudad por una carretera, ya que todas las dems haban sido cortadas por la polica, y aqulla era una carretera larga, todo un rodeo que adems atravesaba tres controles, cada uno de ellos comandado por un agente de la ley cuyos subordinados vestan bonitas saharianas blancas y cascos blancos, de estilo colonial, es decir, los tpicos uniformes militares para aguantar un calor tropical. Todos llevaban cinto y correaje blancos, a juego, con cartuchera y pistola. Llegu a la ciudad en uno de los autocares del hotel, que fue interceptado en dos ocasiones. Fui cacheado. Llevaba tres plumas, y una de ellas me fue incautada. Uso lentes de contacto; mi interrogador insisti en ambas ocasiones en abrir la funda plstica de las lentillas. Llevaba pantalones cortos, zapatillas de deporte y una camisa de algodn; mi aspecto, segn iba a darme cuenta algo despus, era idntico al de cualquier otro hincha ingls. Llegamos al centro de la ciudad y nos dejaron en las cercanas de la estacin de ferrocarril. Eran las cuatro de la tarde faltaban cinco horas para el comienzo del partido cuando llegu a la Piazza Matteotti, la plaza cercana a la estacin de ferrocarril y al puerto; all estaban todos. Supe anteriormente que se haban 212
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vendido dos mil entradas, pero en la Piazza ramos ms del doble; otros dos mil, por lo tanto, sin entradas, aunque al rato me enter de que la zona estaba llena de revendedores que pulan las entradas por debajo de su precio oficial. Aquello fue una visin memorable. As, pens, que esto es el motivo de semejante cobertura periodstica. Los hinchas llevaban varias horas en la plaza. Muchos estaban en Cerdea desde la semana anterior, hacinados en un camping polvoriento, con escasa agua corriente. Estaban quemados por el sol, cansados. Apestaban a sudor. Estaban todos muy tranquilos. No se oa ni un cntico, ni un gritero, ni una palabra ms alta que otra: tan slo se oa el ruido del trfico. Eran varios los cientos de hinchas sentados sobre una plataforma de cemento, junto a la parada de taxis, muy apretados unos con otros, tal y como era evidente que haban estado por espacio de varias horas. Estaban aburridos. No hablaban unos con los otros; ni siquiera eran muchos los que se haban adormilado. Estaban sentados, con los brazos en torno a las rodillas. Haca un da nublado. Entr en la estacin de ferrocarril. En el bar, como en cualquier otro bar, no se expendan bebidas alcohlicas; se haban formado largusimas colas para comprar botellas de agua mineral. Eran centenares los hinchas sentados sobre el cemento de los andenes, por el vestbulo y la sala de espera. Tambin miraban al frente, con la mirada perdida, sin decir ni po. No creo haber visto nunca semejante cantidad de ingleses, varones todos ellos, de edades comprendidas entre los dieciocho y los treinta aos, tan quietos y tan callados. Y se me ocurri entonces que tampoco haba visto nunca semejante cantidad de ingleses sobrios. Aqulla era la congregacin ms nutrida de varones ingleses, sobrios, que haba visto en mi vida. En esto ha parado, pens, el ftbol ingls. En Gran Bretaa, unos quince millones de personas iban a ver el partido por televisin: se trata de la cuarta parte de la poblacin, una pasmosa manifestacin popular de la cultura popular. Era un partido importante. El futuro de Inglaterra en el Mundial dependa de lo que se hiciera aquella noche. Cerdea estaba slo a hora y media de Londres en avin; en cualquier otro momento de la historia del ftbol ingls, en un da as habran aparecido en la isla millares de ingleses aficionados al ftbol, pero no en aquel momento. Todo el mundo saba a qu iban a someterse los hinchas. Volv paseando a la plaza, a tiempo de ver una caravana de ambulancias. Pasaron lentamente y bajaron por Via Roma hacia el campo de ftbol. Las ambulancias eran nuevas resplandecientes, brillantes, sin un solo golpe en la chapa, y se notaba cierto orgullo en el despliegue de efectivos. Despus pasaron dos filas de vehculos blindados. Al igual que las ambulancias, los blindados iban en fila de a dos. Slo en ese instante me di cuenta de que estaba asistiendo a un desfile. A continuacin pasaron unos cuantos autocares de color caqui, repletos de policas con cascos antidisturbios, con el visor bajado sobe el 213
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rostro: tenan un feo aspecto. Pasaron los autocares color caqui y pasaron otros tantos autobuses, stos sin ventanas, preparados por si era menester arrestar en masa a cuatro mil ingleses, por el momento muertos de aburrimiento. Aquello estaba meticulosamente planeado pasaron despus soldados con fusiles ametralladores, aunque no pude por menos que preguntarme a quin estaba dedicado aquel desfile. En los hinchas no tuvo el menor impacto. Ni uno solo se haba movido; todos seguan cabizbajos, mirndose los pies. Estaban aburridos, incalificablemente aburridos. Delante de la estacin de autobuses se haban congregado unos cincuenta policas, que componan un nutrido y apretado crculo, cada uno de ellos con las manos en los hombros del que estaba delante. Aquello era una conversacin animada, del estilo de las que se suele ver en los laterales de un campo de ftbol americano. Todos aquellos preparativos, a pocos instantes del gran partido. El partido de verdad no iba a disputarse en el estadio: iba a disputarse all, en las calles de los alrededores. All estaba la muchedumbre, los periodistas, los fotgrafos y las cmaras de televisin, el pblico. Regres a la estacin de ferrocarril. Haba descubierto a un hincha al cual reconoc de la noche anterior. Llevaba unas patillas largas y pobladas con la tpica forma de costillas de cordero y tena un mentn pequeo y puntiagudo, en forma de pomo de una puerta, que le sobresala entre una patilla y la otra. No era joven, ni mucho menos. Tendra unos treinta y cinco aos, es decir, mi edad, pero pareca ms viejo. Quiz tuviese cuarenta. Tena un rostro arrugado, de viejo, con abundantes arrugas en la frente y bolsas bajo los ojos. Me present, aadiendo a manera de prueba que estaba escribiendo sobre los aficionados al ftbol. No puede decirse que en Cagliari fuesen muy populares los periodistas. A las seis en punto, dijo. No fue una contestacin, ni un saludo. No estoy muy seguro de qu pudo ser: quiz una declaracin de principios. Luego lo repiti, mirndome fijamente. A las seis en punto, lo dijo con lentitud, como si yo no entendiese el ingls. A las seis en punto, dije. A las seis en punto, dijo, inexpresivo, y se qued esperando, como si aguardase una respuesta por mi parte. Intent decir algo razonable. A las seis en punto?, le dije por fin. Eso es, dijo. A las seis en punto. Psalo. Pasaron por delante unos cuantos hinchas; ste los par en seco. A las seis en punto, chicos. Entendido?, pregunt en un intenso susurro. Pasadlo. Asintieron. Aparecieron algunos ms, que fueron abordados de igual modo. El Viejo Patillas estaba en medio de la estacin de ferrocarril, por donde pasaban todos los que iban paseando de un rincn a otro. La consigna fue repitindose. Unos ocho o nueve jvenes quisieron que lo confirmase. 214
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Entonces, es a las seis en punto?, pregunt uno de ellos. Eso es, dijo el Patillas. A las seis en punto. Pasadlo por ah. Todos parecan de lo ms animado por la idea aqulla de las seis en punto; se les notaba en los ojos. Ninguno tena la calma del Patillas. A m tambin empezaba a interesarme la perspectiva. Se oy un murmullo generalizado, y pude conseguir que el Patillas me prestase atencin. Le coment que habamos estado bebiendo en el mismo bar la noche anterior; una forma como otra cualquiera de volver a presentarme, ya que mi primer empeo haba surtido un escaso efecto. Presentarse ante uno de ellos constitua siempre un momento de ligero nerviosismo. Pero result que el Patillas ya me tena clasificado. Yo era un periodista; eso era lo nico importante. Y es que el Patillas, tal como iba a descubrir al rato, se tomaba las relaciones pblicas muy en serio. Le pregunt qu era aquello de las seis en punto. Es la hora de nuestro desfile, dijo despreocupadamente, todava con muchsima calma, y entonces agarr por el hombro, muy teatralmente, a otro que pasaba por all. A las seis en punto, y a continuacin el susurro de costumbre: Psalo. El personal sigui pasando por delante del Patillas, y a todos ellos les indic la hora fijada para el desfile. Me dio la impresin de que en el brevsimo lapso que llevaba all, probablemente cientos de personas se haban enterado del dato, la hora del desfile. sa era la palabra que corra de boca en boca: el desfile. El Patillas explic qu era lo que iba a ocurrir. A las seis en punto, los chicos, los cuatro mil o as, iban a emprender la marcha por Via Roma, caminando en el sentido contrario al del trfico rodado, en tales cantidades que la ciudad entera quedara en suspenso. As iba a ser el desfile. As se enterarn de que estamos aqu, dijo. Y lo repiti enfticamente. As se enterarn de que estamos aqu, de que hemos venido en serio. Frenar el trfico rodado era una de las tcticas ms comunes entre los hinchas se trata de atravesar la calle en masa, de modo que todos los vehculos tengan que pararse en seco, y daba la sensacin de que estaba previsto hacer lo de siempre, slo que a gran escala. Los hinchas deseaban cuando menos comportarse como una muchedumbre, y un desfile as era cuando menos una forma de poner de manifiesto el poder del nmero. Aun as, hasta ese momento jams haba odo que una cosa as se llamase un desfile. Aquello era una novedad. Un desfile suena como algo hecho adrede, con un propsito concreto. Hay desfiles de protesta; las manifestaciones toman la forma del desfile. Los ejrcitos desfilan, s, pero y los hinchas de un equipo de ftbol? Pregunt al Patillas ms detalles sobre el desfile; me haba interesado el uso de la palabra. 215
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Va a ser de la hostia, dijo. Nos vamos a hacer de golpe con esta ciudad de los cojones, y, a manera de aclaracin, aadi lo siguiente: Esos cabrones no van a tener forma de pararnos. El Patillas estaba intentando demostrarme algo. Quera hacerme entender que aqul era mi da de suerte. Yo era un simple periodista, pero haba conocido personalmente al Patillas. Para m, aquello era todo un privilegio. Debo reconocer que no me sent especialmente privilegiado, pero l no iba a dejarse contradecir as como as. Lo que en realidad quera, me di cuenta de pronto, era que yo sacase mi libreta. Quera verme tomar notas, y sobre todo quera que apuntase bien su nombre. Lo que esperaba era ver su nombre en letra impresa. Se sac un recorte de prensa del bolsillo del pantaln. Lo hizo con sumo cuidado, mirando a todos lados. Era un recorte del Daily Express, del mismo da en que estbamos, el sbado 16 de junio; entre el titular (GENERALES DEL ODIO) y el subttulo (LOS VNDALOS DEL FTBOL, PREPARADOS PARA LA BATALLA) sala una fotografa del Patillas. Me impresion no tanto el artculo, que era poco ms o menos igual que cualquier otro de los que yo mismo llevaba dos semanas seguidas leyendo, sino la propia existencia de la fotografa. Haba sido tomada la noche anterior era el mismo espectculo de los hinchas rodeados por los periodistas y las cmaras de televisin, del que fui testigo nada ms llegar y, con todo, tal era la eficacia de la prensa moderna, cuando se propone realizar la cobertura de un determinado acontecimiento de (tan obvia) importancia, que all estaba, al da siguiente, en manos del personaje fotografiado. El Patillas me explic por qu era significativo el artculo. Trataba sobre los cien hooligans ms buscados en toda Gran Bretaa la lista de los sujetos peligrosos que manejaba la Unidad de Inteligencia Futbolstica, y sobre la incapacidad de las autoridades para impedir la entrada de esos cien sujetos en Italia. Me ley en voz alta el pasaje crucial: Los hooligans aficionados al ftbol ms peligrosos de toda Gran Bretaa se han colado en Cerdea, y planean una demostracin de fuerza contra sus rivales holandeses. Los hooligans duros, muchos de cuyos nombres figuran en la lista de los cien vndalos futbolsticos convictos y ms buscados por la Unidad de Inteligencia Futbolstica, han llegado a extremos extraordinarios para burlar las medidas de seguridad ... Algunos se han teido el pelo, y otros se han cambiado legalmente de nombre para obtener nuevos pasaportes. El Patillas estaba perplejo por la incompetencia de las autoridades, nunca tan manifiesta como en aquella fotografa; y es que el Patillas, dijo, era uno de los cien de la lista. Esto me lo ofreci a manera de revelacin. Se trataba de toda una confidencia, de algo privado y peligroso. El Patillas consideraba cuestin de 216
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inequvoco prestigio el figurar en la lista de los cien, y ms prestigioso an le pareca el haberse colado en Italia. La operacin destinada a impedir la entrada en el pas de los cien se haba montado de manera extremadamente sofisticada. Se deca que por todas partes haba policas secretos, e incluso espas. Era imposible alojarse en un hotel porque, al mostrar el pasaporte, uno sera detectado de inmediato y expulsado del pas, repatriado en cuestin de horas. Haba que andar con mucho cuidado con las conversaciones telefnicas; las lneas estaban pinchadas. El propio Patillas se empeaba en llevar gafas de sol durante el da y, a pesar del calor, un enorme gorro de lana. No poda arriesgarse ms de la cuenta. Mediado su relato, se detuvo. Oye, pero t no deberas estar tomando notas? No dije nada. Me qued mirndole. A duras penas pude creerme que una vez ms me hubiese sometido a aquello, que ciertamente en otro momento me haba parecido interesante. De todos modos, no iba a dejarse achantar. Nombr uno por uno a los integrantes de la lista que haban llegado a Italia. Me pregunt cmo podra saberlo. Acaso se haba publicado la lista? Sigui a lo suyo daba la impresin de que todos haban burlado las medidas de seguridad, y cada nombre era el de un notabilsimo elemento, estoy seguro, con la salvedad de que, por ms que asintiera apreciativamente, yo no reconoc a uno solo. Cuantos ms maleantes nombraba, con ms ahnco tena yo que luchar para contener una profunda y devastadora desesperacin: segua siendo muy posible que todas mis indagaciones hubiesen sido superficiales. Mi insaciable y ya conocida ansiedad se levant en mi interior como una nusea. Tena que seguir investigando? Acaso deba pasarme los das restantes del Mundial en compaa de aquel vejete de corta estatura y pelo hirsuto, bebiendo latas y ms latas de cerveza caliente, durmiendo en un camping apestoso, prescindiendo de todos los pequeos lujos un bao, comida caliente, un water a los que haba ido acostumbrndome, y fingiendo entre tanto estar interesadsimo por las mismas historias que haba odo una y otra vez a lo largo de ocho aos? Dbilmente le coment que no me pareca que hubiese demasiados de Manchester. No, no son de los ms importantes en los grandes desfiles en el extranjero, dijo, lo cual me pareci un consuelo. Tampoco, segu, pareca haber demasiados del West Ham. No, ahora mismo deben de estar en crisis, sobre todo los mandos, dijo, lo cual me pareci un mayor consuelo, y as hasta que al final, y animndome no poco, mencion a dos personas de las que s haba odo hablar: Stephen Hickmott (Hicky!, exclam, como si fuese un amigo de toda la vida del que haca tiempo que no tena noticias) y Terry Last (Imposible! No ser el Terry Last que yo conozco..., exclam rebosando entusiasmo). 217
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No tena ni idea de que por fin haban salido de la crcel, coment muy animado. Pues claro, pues claro, dijo el Patillas casi a manera de concesin. Hickmott y Last, dijo, haban salido los dos antes de cumplir condena, los dos por buena conducta. Me mostr una tarjeta de visita de Stephen Hickmott se dedicaba a reparar tejas con su hermano, y tenan el taller en Tunbridge Wells y despus coment que Terry Last no tena previsto aparecer salvo un cuarto de hora antes del comienzo del desfile, ms que nada por la polica secreta. Y aadi sentenciosamente: De todos modos, ahora no son tos importantes, no s si me explico. Le dije que no del todo, pero antes de que me lo explicase con detenimiento nos interrumpieron. Haba aparecido un canadiense. El Patillas me haba hablado del canadiense prueba palpable del atractivo cada vez mayor que a nivel internacional tena la violencia de masas provocada por los hinchas ingleses. Al parecer, haba ms extranjeros: tres canadienses, dos alemanes y un sueco. El Patillas nos present, pero el canadiense no pareci interesado por m. Tena algn problema. En primer lugar, quiso saber si deba venir con su guitarra. El Patillas no le entendi. Tu guitarra? El canadiense quera saber si no iba a haber cnticos, en cuyo caso estaba dispuesto a venir con su guitarra. Sobre todo por la cantidad de equipos de televisin que hay por ah. El Patillas le sugiri que dejase la guitarra en cualquier parte, a menos que deseara utilizarla como arma. Se ech a rer, sin dar ms explicaciones, y me gui el ojo. El canadiense no se percat de lo que entraaba esa afirmacin. De todos modos, daba igual; tena otras preguntas por hacer. Por ejemplo, la cena. A qu hora se iba a cenar? El Patillas tampoco entendi su pregunta. Bueno, ni yo. La cena? S. El canadiense estaba preocupado. Si el desfile empieza a las seis, y el partido es tres horas ms tarde, no nos va a quedar mucho tiempo para cenar, no? El canadiense haba dado por hecho que, como el Patillas se encargaba de organizar el desfile, tendra que saber qu momento era el ms indicado para cenar. El Patillas se dio un golpe en la frente con la palma de la mano, y se qued mirando al canadiense como si quisiera hacerle entender que su vida corra peligro. Tuve la inequvoca sensacin de que al Patillas acababan de entrarle unas ganas locas de arrancarle al canadiense la cabeza de cuajo y zamprsela de un bocado. No s muy bien por qu se me ocurri esta imagen, pero fue muy intensa. 218
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El canadiense, entretanto, sigui expresando la preocupacin que le producan sus hbitos alimentarios: le pareca inconcebible que el programa no contemplase una pausa para cenar; eso era seal de una psima programacin. To, le dijo el Patillas en voz baja, pero intensa, no es un desfile como t te piensas, so tonto, se le qued mirando. Eres un idiota, un tarugo y un caraculo. Y entonces not que algo en mi interior se vino abajo. Observ al canadiense. Segua sin entender ni papa haba decidido venir con la guitarra, para ensearle al Patillas de qu cosas era capaz, y aprovech la ocasin para darle al viejo una palmada en el hombro y despedirme hasta luego. Ya nos veramos ms tarde. Estaba harto. En cuestin de segundos, el Patillas habra empezado a preguntarme qu hacer para salir por la tele. Me puse a caminar sin objetivo. S, es probable que me hubiese ido mejor caso de haberme quedado en Inglaterra, si descuento que empec a notar algo inslito, algo novedoso que poco a poco iba cobrando forma. A medida que fue acercndose la hora, se produjo lo que los hinchas describieron como un buen ambiente. En mi libreta de hule, anot lo siguiente: Las seis menos cuarto y el ambiente est cargado, es sorprendentemente ominoso. Va a pasar algo. Una de las razones por las que he escrito este libro como una serie de narraciones es porque la narrativa se adeca perfectamente a representar lo que me parece que es uno de los rasgos ms importantes de una muchedumbre: su existencia en el tiempo. Es asimismo uno de los rasgos a los que menos atencin se dedica. Ya he comentado anteriormente que una muchedumbre violenta rara vez queda representada por sus componentes, sino ms bien por sus vctimas los testigos que cobran repentina y plena conciencia de su existencia al sentirse amenazados por ella. Esos son momentos que recuerdan instantneas; son invariablemente los momentos en los que una muchedumbre se halla en el apogeo de su frenes, en los que ms destacan los cabecillas, en los que la conducta de unos y otros resulta ostensiblemente irracional. Sin embargo, gran parte de la naturaleza de la muchedumbre y de sus mecanismos de conducta, como ya he intentado poner de manifiesto, est determinada antes de que se produzcan esas instantneas, antes de que la muchedumbre resulte peligrosa e incluso conspicua, antes de que quienes no forman parte de ella se percaten de que existe. Es imposible que se forme una muchedumbre en contra de su propia voluntad, y sa es la mayor falacia que existe acerca de las muchedumbres: se trata de la falacia del liderazgo, de la teora que se refiere a la escoria lista para ser excitada, predispuesta casi a ser agitada. Cualquier muchedumbre necesita de ese liderazgo y utiliza a sus lderes, pero adquiere existencia propia por medio de una serie de elecciones esenciales que llevan a cabo sus propios integrantes. El Patillas podra haberse ofrecido como lder, pero sera la 219
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muchedumbre la que en el fondo decidiera. Por decirlo de otro modo, la muchedumbre crea a los lderes que crean a la muchedumbre. No es que me encontrase encantado de la vida por estar en Cagliari, ni mucho menos. Haba sido un viaje decidido a ltima hora, bastante caro por cierto, y realizado con el espritu ms cnico de los posibles: deseaba que algo ocurriese, cualquier cosa, pero pronto, para poder observarlo, tomar notas en mi libreta y volverme a casa. Estaba all porque no poda soportar la idea de no estar presente. Y eso era todo. Poca idea tena de que iba a verme ante un abigarrado conjunto de cuatro mil aficionados al ftbol, vagabundos y maleantes, que iba a cambiar rpidamente de identidades: poca idea poda tener antes de que fuese a convertirse en una muchedumbre, despus en una muchedumbre violenta, despus en una muchedumbre muy violenta, todo ello a una velocidad mucho mayor de lo que haba podido ver en toda mi vida. El primer paso, en una muchedumbre, es la eleccin esencial, a priori, que realizan todos sus miembros potenciales: se trata de saber si todos nosotros, en tanto individuos, estamos dispuestos a dejar de ser individuos y a convertirnos en una muchedumbre. Puede parecer algo artificioso, sobre todo al decirlo de forma tan explcita, pero esa eleccin siempre es un acto intensamente consciente. As fue como se experiment ese momento en Cagliari. Todo el personal estaba preparado para que ocurriese algo; todo el personal lo estaba esperando. No haba un solo hincha, entre aquellos cuatro mil, que no estuviese al cabo de la calle en lo tocante al desfile de las seis en punto. A las seis menos cuarto, la mayor parte se haba ido congregando delante de la estacin de ferrocarril, que estaba de bote en bote; haba una actividad en forma de zumbido bajo, grave, inquebrantable, que pareca proceder del mismo susurro reconcentrado. Entre todos los que antes estaban desmoronados junto a la parada de taxis, ya ni uno solo segua sentado. Todos estaban de pie, listos. Segu paseando por la plaza, y todos los que me encontr me susurraron: Lo sabes ya, no? Todos haban dejado de usar la palabra desfile, ninguno mencionaba la hora: era como si les diese miedo hablar de lo que tanto deseaban que ocurriese, por temor a que no se produjera. Y cuando dieron las seis en punto... nada. O a lo lejos las campanas de la iglesia dar las seis as de tranquilo estaba todo, y cuando dejaron de orse las campanadas... nada de nada. Busqu al Patillas, pero no pude localizarle. Todos parecan buscar a otros, a la expectativa. Pas lentamente todo un minuto. Pas otro minuto ms: nada. Y de pronto, alguien, un to al que no reconoc, y al que se dira que todos los dems no conocan de nada, sali a la calle. Sali conspicuamente, con un ademn que daba a entender muy a las claras que haba llegado el momento de comenzar el desfile. Ech a caminar con valenta por Via Roma y de pronto se par en seco. Exista un problema: nadie haba seguido sus pasos. Titube y se 220
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volvi rpidamente a uno y otro lado, en busca de los dems: pero no estaban donde debieran estar. Y entonces se tom una decisin: se le unieron otros dos, amigos al parecer, que se hallaban antes tras l, aunque inhibidos, sin atreverse a dar el primer paso. Entonces se detuvieron y miraron a su alrededor, con expresiones de pnico. No les haba seguido nadie. Contrajeron los rostros, presa de una brusca ansiedad: en la cara se les notaba un aire de qu hemos hecho? Era como si en efecto hubiesen hecho algo excepcionalmente intrpido, valiente, aunque en realidad lo nico que hubiesen hecho fuese ms bien un acto de suerte: se haban echado a caminar por una calle con bastante trfico y ningn autocar les haba atropellado. Se me pas por la cabeza que, quiz, todo el desfile de las seis fuese eso: tres amigos nerviosos, parados en medio de Via Roma. Todo el mundo los estaba observando, todos salvo la polica, que no tena conocimiento era obvio a esas alturas de lo que se estaba cociendo. No se haban fijado en que haba tres hinchas ingleses parados en medio de la calzada, incapaces de cruzar la calle. Los policas, arracimados en grupos, conversaban con animacin, sin fijarse en ellos. Faltaban tres horas para el comienzo del partido. Luego salieron a la calle otros dos, con el mismo arrojo. Al igual que los tres amigos, no haban dicho ni palabra, lo cual me llam la atencin. Nadie haba empezado a gritar el all vamos de otras ocasiones. No se oan cnticos orgullosos de Inglaterra. Nadie haba gritado Vamos, chicos, aun cuando slo fuese para apremiar al resto. Todo segua en calma. Salieron a la calzada otros tres. Y dos ms. Y cinco. Y, de pronto, haba salido al medio de la calle todo el mundo. Por consentimiento espontneo. De pronto, eran varios centenares. La gente se api a las puertas de la estacin de ferrocarril tantos a la vez que hubo dificultades para pasar, empujones y apretones, y ms gente fue saliendo de las bocacalles que haba ms arriba; otros llegaron a la carrera por la parte de atrs, desde el puerto. Todo el mundo empez a moverse al unsono. Acababa de cruzarse el umbral: y no por indicacin de un lder, sino por consentimiento voluntario de todos los presentes. La siguiente etapa se caracteriz por una poderossima sensacin de hazaa. Se acababa de formar una muchedumbre con las personas que saltaron a la calle; todo el mundo tena constancia de lo que acababa de hacer; haba sido un acto creativo. Valen pues las metforas ms obvias: los integrantes de la muchedumbre eran a un tiempo la muchedumbre y sus creadores; eran a un tiempo la arcilla y el alfarero, el escultor y la piedra, la msica y la voz. Haban hecho algo a partir de s mismos, consigo mismos. Tambin esto, esta sensacin de muchedumbre, se logr a una velocidad notabilsima, en cuestin de segundos, a partir del comienzo del desfile. El nmero estimado de hinchas ingleses presentes aquel da no era 221
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excesivamente grande, aunque hay que decir que cuatro mil hinchas ingleses en medio de una calle resultan, desde dentro, un nmero considerable. Podran haber sido ms de cuatro mil. Slo supe que, con la mayor parte de la masa a mis espaldas, no llegaba a ver la primera fila: la calle estaba densamente repleta de gente. Esta muchedumbre esta nueva entidad, a la que hay que dejar de referirse en tercera persona del plural, para pasar a la tercera persona del singular colmaba la totalidad de Via Roma, la calzada y las aceras, y atrap rpidamente a los coches, a los autocares y a los camiones, tal y como el Patillas haba previsto. La muchedumbre, segura de s misma, haba empezado a moverse a buen paso. Rebas el quiosco en el que se venda la prensa extranjera, en el que el Patillas seguramente haba comprado su Daily Express; rebas los soportales y uno de los bares en los que haba estado yo la noche anterior. Ingres en el principal cruce, en donde cuatro o cinco policas, los nicos que se vea entonces, acababan de agruparse a la defensiva, tras un automvil, y acto seguido se dividi en varias columnas, cada una de las cuales sigui al paso por un estrecho corredor, por entre los vehculos atascados: haba que pasar en muchos puntos de costado, y andar con ojo para no ir tropezando contra los retrovisores de los coches o los cigarrillos que sobresalan por las ventanillas; los italianos iban tambin en motocicleta y en ciclomotor, y haba que tener cuidado para no pisotearlos. All iban los hooligans ingleses, a millares, el da en que estaba prevista la celebracin del partido contra Holanda, desfilando por las calles, tal como todo el mundo haba previsto, tal como todo el mundo tema, aunque lo cierto es que las gentes que estaban en esos momentos en la calle personas expuestas, vulnerables, ni siquiera se dedicaron a subir las ventanillas de los autos, a cerrar los pestillos. Muchos se estaban riendo. Quin iba a mi alrededor? Delante iba un to con su novia. Era un chaval grueso, que llenaba sobradamente la camiseta en la que se haba embutido, y ella tambin era bastante regordeta; llevaba una blusa de color rosa posiblemente de seda, muy holgada, y unas gafas de montura rosa que a medida que iba trotando se le caan sobre la punta de la nariz, hmeda de sudor. l la haba tomado por el hombro, protegindola. Por lo visto, aqul iba a ser el primer partido de ftbol al que asistiera su aspecto era inconfundible, y a l se le vea manifiestamente encantado de presentarle una experiencia que se viva con tanta intensidad. Los dos sonrean con cara de bobos, sonrean por cualquier cosa. Estaban experimentando un gran alborozo. Todo el personal iba experimentando de uno u otro modo un estpido alborozo. A mi lado iba un to con la piel cubierta de tatuajes. Ya haba hablado antes con l, y en esos momentos me pegu a su lado, ms que nada por ganas de dar el pego de estar metido en aquello. Y de pronto se me pas por la cabeza una idea: all nadie estaba metido en el ajo. Nadie tena nada que ver con 222
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ningn otro. Los que iban cerca de m eran a saber de dnde. Todos eran desconocidos. Aqul era un desfile compuesto por desconocidos; mejor dicho, en aquella ocasin el desfile era realmente un desfile. Nada recordaba a las muchedumbres que se congregan en un evento futbolstico; todo pareca ms bien una manifestacin de protesta. Se notaba la sorpresa en el rostro de los que iban cerca de m. Todos los presentes haban creado algo realmente grande, pero ninguno estaba muy seguro de cmo haba sido. El desfile lleg al final de la plaza, y slo en ese momento vi a la polica: iban trotando detrs de tres vehculos blindados. Cada uno de los vehculos avanzaba a toda marcha, de modo que era preciso quitarse de en medio, de un salto, o verse atropellado de repente. Los vehculos aceleraron, se detuvieron, volvieron a avanzar a toda marcha. Pens que a esas alturas la polica tambin estara en primera fila alguien tendra que haber llamado a las fuerzas llegadas en los autocares que haba visto antes, slo que de momento no se haba hecho ningn intento por detener el desfile o por ponerle fin. Esta fase de la muchedumbre esta fase feliz, alborozada dur unos cuatro minutos. Durante esos minutos, todo el personal, y me cuento entre ellos, sinti el placer de estar en el ajo, un placer no muy distinto al de ser amado o apreciado. Hubo otro placer en funcionamiento, un placer derivado del poder, aun cuando el poder de momento no se hubiese ejercido, aun cuando solamente fuese un poder potencial: el poder de una muchedumbre que se haba apoderado de una ciudad. La siguiente etapa la primera etapa al margen de la ley tambin empez y termin muy deprisa, aunque no con tanta limpieza. Se logr a tirones, altos, tirones. De nuevo hubo que cruzar un umbral, slo que esta vez fue un umbral de otra ndole. Apareci por la calle un camin en cuya caja iba un equipo de profesionales de la televisin, rodando sin parar. A medida que fue pasando, diversos fotgrafos subieron de un salto. Los fotgrafos estaban por todas partes; del cuello les colgaban las brillantes pegatinas que les identificaban como informadores. Seis o siete fotgrafos se haban arracimado en las escaleras de un hotel, y no pararon de disparar sus mquinas mientras fue pasando la muchedumbre. Uno de ellos, para acercarse ms, baj las escaleras, pero la muchedumbre iba susurrando, gritando el primer cntico: un crudo y desabrido Periodistas cabrones tocaos los cojones, de modo que pens que el fotgrafo iba a ser rodeado por la masa. Me sorprendi la clera, por lo espontneo y lo unnime. El fotgrafo pudo volver atrs y escabullirse, aunque dos hinchas haban empezado a subir las escaleras, tras l. Me alegr de no llevar encima ninguna credencial de prensa. Fue el nico ejemplo de conducta amenazante que haba visto. Se haban emplazado por la calle diversas vallas de acero, pero lo cierto es que al llegar a su altura unos y otros las levantaron y las retiraron. La calle iba 223
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ensanchndose; ech a correr por la acera, tratando de avanzar hacia las filas de vanguardia. Descubr a tres hinchas holandeses que estaban saliendo de un coche; eran los primeros que vi. Observaron a la muchedumbre unos instantes, se dieron cuenta de lo que era y echaron a correr. No les sigui nadie. Entonces, el paso ya muy vivo desde el principio se aceler notablemente, y esa aceleracin desencaden un mensaje: est ocurriendo algo, y es algo que conviene no perderse. Hubo una sensacin de agitamiento; me puse en guardia, alerta, curioso por ver cmo se reciba ese mensaje. La conducta ulterior de la muchedumbre iba a depender de cmo respondiese ante ese mensaje, eso lo saba yo tan bien como cualquier otro. La aceleracin del paso, deliberada, consciente, dio pie a un aceleramiento an mayor; de pronto not que haba ms espacio a mi alrededor, y que todo el mundo iba a la carrera. Tambin haba reconocido qu carrera era aqulla; la haba visto infinidad de veces; haba visto una igual pocas semanas antes, la noche anterior a la final de la Copa Federacin, cuando varios centenares de hinchas del United que no esperaban meterse en los, que no los estaban buscando, por una zona en la que haba parejas de polica en todas las esquinas de pronto vieron algo. Lo de menos es qu. Todo el mundo tir el vaso de cerveza, terrible estampida, y todo el mundo sali a la carrera, aunque nadie supiese qu era lo que iba persiguiendo. All tampoco saba nadie qu era lo que estaba persiguiendo de forma desaforada. De haberme elevado por arte de magia, de haber abandonado mi estrecho espacio vital y haber cado en la lnea de vanguardia, no habra encontrado nada que hubiese podido provocar a aquella muchedumbre de chavales ingleses, por caliente que tuviesen la sangre, a correr por la calle como si persiguiesen qu? Un grupo de hinchas holandeses, unos jvenes italianos, hostiles, algunos policas en actitud beligerante? Iban en efecto en persecucin, aunque no fuese nada en particular lo que perseguan. En cuestin de segundos, cuatro mil extranjeros se haban sentido abrumados por la urgente necesidad de echar a correr en pos de nada, con la salvedad, puede ser, de una intencin. Haba empezado a sonar una alarma, un llamamiento a la urgencia, la llamada irresistible de convertirse en una muchedumbre diferente. En un desfile, lo propio es caminar: no se desfila a la carrera. En el momento en que aquella muchedumbre ech a correr, el desfile haba concluido. Slo que con idntica brusquedad, inesperadamente, se detuvo. Me di de golpe contra la persona que iba delante de m; otros chocaron contra m, por detrs. As que, despus de todo, all delante deba de estar la polica. Me aup en un hombro ajeno para ver qu estaba ocurriendo all delante. En efecto, haba policas, pero no eran demasiados. Doscientos, o puede que algunos ms. Llevaban cascos antidisturbios y fusiles; haban formado una lnea de contencin, de modo que la muchedumbre, enfrentada a esa lnea, sigui empujando. Si la polica confiaba en mantener el orden, tendra que contener a 224
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la muchedumbre en esos momentos, y sofocar la seal que haba desencadenado aquella repentina carrera. Desde atrs siguieron empujando; los de delante se haban quedado quietos, cara a cara con los fusiles que cada uno de los policas tena cruzado sobre el pecho. Los de atrs seguan empujando. Me sent elevado por los aires dej de pisar el suelo y transportado en volandas hacia adelante, a empellones; con el empujn colectivo, en cuestin de segundos se rompi el cordn policial. Ms que romperse, se hizo aicos. Ca al suelo, la gente cay a mi alrededor, los propios policas cayeron al suelo. El desfile se haba desintegrado. Entend lo que haba ocurrido y, habida cuenta de mis cnicos intereses, me sent agradecido. La siguiente etapa fue, si no la ms importante, s la ms osada. La muchedumbre estaba a punto de convertirse en una muchedumbre violenta aunque, inslitamente, su violencia iba a dirigirse de lleno contra la polica. Todas las muchedumbres violentas destruyen los cdigos de la conducta civilizada aunque, tal como result evidente en la carrera de los hinchas del United por High Road, camino de Tottenham, pocas muchedumbres llegan al extremo de atacar a la institucin cuyo cometido estriba en hacer respetar esos cdigos. Los policas y los hinchas fueron ponindose rpidamente en pie, unos frente a otros, separados por un mnimo espacio. A espaldas de la polica estaba el Hotel Mediterraneano, lleno de periodistas y fotgrafos, muchos de los cuales se haban agolpado en la puerta, a punto de tomar exactamente las fotografas que al da siguiente iba a ver en todos los peridicos, en el quiosco del aeropuerto. A espaldas de los hinchas haba un solar en construccin y un aparcamiento sin asfaltar. Y all estaban, unos ante otros: a pesar de los preparativos, no haba ms que doscientos o trescientos policas, todos ellos con aire de inquietud y de desconcierto. Los policas parecan jvenes e inexpertos, como si ni siquiera supiesen a fondo cmo funcionaban sus fusiles, y las armas parecan asustarles tanto como me haban asustado a m; pareca que estaban ms bien dispuestos a utilizar los fusiles como estacas, con el can en una mano y la culata en la otra. Probablemente haba disminuido el nmero de los hinchas en la carrera, algunos tenan que haber ido cayendo, pero segua siendo una cifra importante: dos mil, puede que tres mil. Era como si alguien hubiese trazado una raya en la tierra suelta y como si los hinchas retasen a los policas a que cruzaran esa raya. Los hinchas les estaban gritando a los policas: Venga, venid ac, con las manos pegadas a los costados, desprevenidos, en ese conocido gesto de provocacin y de pelea callejera. Con los medios de comunicacin de medio mundo centrados en ellos, los hinchas quisieron atacar a la milicia que, acantonada en la isla, llevaba meses preparndose para ese instante. Los chicos queran partirse la cara con los policas. Por breves instantes, pude apartarme de lo que estaba viendo con mis 225
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propios ojos; pude enajenarme de la amenaza, de la adrenalina, de la excitacin, y reflexionar as: no son los adultos una maravilla, un espectculo? Uno de los chicos clarsimamente, haba comprendido que aqul era el momento clave decidi ofrecerse como cabecilla, en el supuesto de que la muchedumbre necesitase un cabecilla. Fue interesante asistir como testigo al resultado de ese ofrecimiento. Era un to corpulento, con unos hombros y un cuello de toro, la cara cortada a hachazos. Llevaba el pelo corto, cortado de hecho tan brutalmente que no era sino una sombra alborotada sobre los rudos, salientes contornos del crneo. No me habra apetecido nada estar cerrndole el paso, cosa que, seguramente a su pesar, los policas italianos tendran que terminar por hacer. Sus intenciones, frente a frente unos con otros, no eran otras que reventar el cordn policial, al frente de los hinchas que le siguieran. Baj la cabeza y al grito de Venga, Inglaterra, ech a correr y embisti. Era mucho ms corpulento que los italianos, sobre los que se ech encima. Derrib a un polica dndole un golpe con el antebrazo, alcanzndole de lleno en plena cara, y empuj a otros ms. Uno de ellos lo agarr por detrs, pero el to se volvi y dio con l por tierra. Haba sido un impresionante esfuerzo fsico se oyeron abundantes gruidos, y en cuestin de segundos atraves el cordn policial, trastabill levemente, recuper el equilibrio y ech los brazos al cielo, con los puos cerrados, como un atleta. Mir atrs como si estuviese esperando or aplausos. No hubo aplausos. Tampoco haba nadie por all. Aquel tiarrn haba dado por hecho que los dems hinchas le seguiran, pisndole incluso los talones, pero se haba equivocado por completo. Se le desencaj el rostro, y sus rasgos delataron el desconcierto que le embarg cuando los policas lo inmovilizaron en el suelo posiblemente quince o veinte policas y lo rodearon. Desapareci bajo una andanada de golpes, debatindose a sus pies. As que, despus de todo, no haba pasado nada. En cualquier caso, el momento no estaba lejos. Hubo ms vacilaciones, ms provocaciones, polvaredas levantadas por las idas y las venidas de unos y otros. Y entonces vi algo extraordinario: una pistola sostenida en alto por uno de los agentes (el perverso can brillante, la culata elegantemente cortada). Se oy un nico disparo; despus, un segundo y un tercero. Momentos despus se not el olor dulce y pungente de la plvora. Eran las seis y veintitrs. En un plazo de veinte minutos haba habido un desfile pacfico compuesto por varios miles de personas, seguido por un disturbio que a punto estuvo de convertirse en reyerta, aunque al final no hubiese sido as, y, para guinda, varios disparos de pistola. Yo nunca me haba visto en medio de una muchedumbre en la que alguien estuviese disparando un arma de fuego. No me gust. A los hinchas tampoco les gust nada. El que estaba a mi lado contest levantando por encima de la cabeza un pedrusco de considerable tamao y dejndolo caer sobre el 226
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parabrisas de un automvil; el ruido del cristal al estallar se oy con fuerza, inesperado. Me di la vuelta sobre mis talones al orlo incrdulo al descubrir que la respuesta a un tiro hubiese sido la destruccin de la propiedad ajena, y vi que otros muchos iban a hacer lo mismo. Todo el personal se haba metido por el aparcamiento sin asfaltar; todos se haban provisto de los proyectiles que pudieron las piedras que haba por el suelo, los parabrisas de los automviles aparcados, hasta el momento en que alguien decidi que sera ms agradable arrojar las piedras directamente contra la polica. A cuento de qu destruir propiedades ajenas, si se puede hacer dao directamente a una persona de carne y hueso? Fue un momento de inspiracin, hasta que otro, ms inspirado an, empez a lanzar adems los botes de humo. Haba encontrado los botes por el suelo. Poco despus de los tiros, se dispararon unos cuantos botes de humo. Los policas estaban preparados para hacer frente a una manifestacin, aun cuando slo fuese porque no estaban en condiciones de disolverla, slo que nadie, ni siquiera la polica, iba ya a hacerse ninguna ilusin respecto de semejante muchedumbre. Aquello iba camino de confirmar los temores que todo el mundo haba albergado. Por eso se haban disparado botes de humo, para disolver la concentracin. En conjunto, el efecto logrado fue el apetecido: la mayor parte de los hinchas echaron a correr por la colina. Pero no todos. Un inspirado y pequeo cientfico haba descubierto que, como soplaba una fuerte brisa mediterrnea desde el puerto, bastaba con apartarse de la densa masa de humo pardo, colocarse tras ella, agarrar el bote tal como estaba como quien agarra una langosta y arrojrselo por los aires a quienes lo haban disparado. Fue como una revelacin a la inversa: en cuestin de segundos, los botes de humo haban dejado de ser misteriosos, haban perdido todos sus poderes de intimidacin. Haban perdido todo su significado, con una salvedad: se haban convertido en perfectos objetos arrojadizos para lanzarlos contra la polica. El inspirado en cuestin se aplic a la tarea de recoger bote tras bote y de lanzarlos con audacia contra las filas de la polica, convencido de que los policas de ninguna manera iban a atreverse a responder de la manera que yo pens, de la manera que yo tem, de la manera ms obvia: metindole un tiro entre los ojos. Hasta que hubo lanzado el cuarto bote no hizo una pausa, con la masa de humo parduzco emanndole del puo cerrado, para volverse al resto de los hinchas, que estaban a un centenar de metros, colina arriba, fuera de peligro, apiados unos con otros, formando un nervioso rebao, y apremiarles a que hiciesen lo mismo. La verdad es que no se dirigi exactamente al resto de los hinchas: se estaba dirigiendo al resto de su pas. Lo que haba venido a decir era esto: vamos all, Inglaterra. Hubo el habitual instante de vacilacin primero un hincha, luego otro, luego varios ms antes de que todos bajasen a la carrera. 227
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Nunca haba visto una escalada tan rpida de los acontecimientos. El disparo de la pistola casi empez a parecerme grotesco; slo haba servido para inflamar a la muchedumbre. Aunque la muchedumbre que volva a la carrera por la calle, conviene decirlo, era una muchedumbre bien distinta de la que haba huido presa del pnico producido por los botes de humo. Haba cambiado por completo en el momento en que empez a destruir las propiedades ajenas, en que haba salvado la conocida frontera. Ahora se hallaba liberada, era peligrosa, y haba evolucionado hasta ese punto vertiginoso en el que pasa a ser motivo de perfecta felicidad destrozar cuanto te salga al paso, con una total sensacin de abandono, con un desinhibido desprecio por la ley. Todos iban gritando algo. No supe de qu se trataba era una especie de aullido agresivo, pero su objeto s estaba bien claro: no era otro que la polica. Me fij en un polica. Era joven unos diecinueve o veinte aos, tena la cara estrecha y el pelo espeso y crespo: algo le haba dado en el casco, que le colgaba de la cinta protectora a la altura del cuello. Se hallaba levemente adelantado respecto a la lnea de la polica, que se haba retirado unos seis u ocho metros tras l. Por qu no haba retrocedido junto con los otros? No poda ser por valenta, por intrepidez, pues se le notaba excesivamente nervioso; en su ademn no haba jactancia, ni nimo pendenciero. Era ms probable que no se hubiese dado cuenta de que sus colegas haban retrocedido unos pasos; todo haba empezado a suceder a gran velocidad. Mir a derecha y a izquierda y vio a dos policas tendidos en el suelo eran los nicos que se hallaban cerca de l , a los que apremi a levantarse. Les dio un par de gritos, y a uno le tir de la manga. Yo me encontraba apartado a un lado, entre los policas y los hinchas, que se iban acercando, tras bajar la cuesta a toda velocidad, con piedras en ambas manos. Los hinchas no iban a pararse. Su aspecto era bastante aterrador. Uno de los tres policas cay al suelo, alcanzado en plena cara por una pedrada, y el polica joven se dio cuenta con un imperceptible respingo de que a su compaero tambin le haban dado. Ya eran dos. Me sent fascinado por ese joven polica. Gritaba a los otros a voz en cuello segua sin saber que haban retrocedido bastante, pidiendo ayuda. Pero no lleg ninguna ayuda. Fue como si transcurriese una eternidad hasta que los hinchas llegaron a su altura. Los botes de humo seguan disparndose contra la muchedumbre, pero sin surtir ningn efecto. Observ los ojos del polica joven. Estaba aterrado. Tena un rostro suave, moreno, y todos sus msculos tal y como se encontraba, de pie, con la cabeza erguida, o colocndose el fusil en posicin, sobre el pecho daban a entender que estaba helado de miedo pero que no haba perdido ni un pice de resolucin, que no iba a retroceder, que estaba orgulloso y decidido, y entonces se le ech encima el primer hincha y el polica intent darle en la cabeza con el fusil, slo que le sali un golpe sin puntera; otro hincha se le ech encima, y luego un tercero, y el polica joven fue golpeado por algo y cay de bruces, bajo los pies de los hinchas ingleses, de 228
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muchos, muchsimos hinchas ingleses. Vi cmo le daban de patadas en el suelo entrev momentneamente su gesto, al cubrirse la cabeza y luego ya no le volv a ver. Las piedras volaban procedentes de varias direcciones; por todas partes se vea el humo parduzco de los botes. O un ruido agudo, un crujido duro, audible, como si hubiese cado de cierta altura un bloque de cemento, y me di la vuelta a tiempo de ver que el hincha que estaba a escasas pulgadas de m acababa de ser alcanzado en la sien. No haba visto nada ni siquiera una mancha, pero lo haba odo perfectamente, y no fue el ruido blando de un golpe, sino el ruido duro del crneo. No me cupo ninguna duda de que se le haba tenido que partir la cabeza; el golpe haba sido demasiado certero. El no entenda ni qu le haba ocurrido, ni quin era yo, ni por qu mostraba inters por l. Lo llev a uno de los lados de la calle y lo dej apoyado contra la pared. Se qued hablando solo, plido y descolorido. La muchedumbre se hallaba ya en su ltima etapa: completo desafo a la ley. Yo haba estado previamente en muchedumbres de ese tipo, pero hubo varios rasgos que hicieron de aquella muchedumbre algo nico. Uno de ellos era el objeto de su violencia: la polica italiana. La polica italiana era muy distinta de los hinchas de la seleccin italiana de ftbol, de los hinchas de cualquier equipo del mundo. No es posible salirse con la suya y darles una zurra a los policas, al contrario que con tantos y aterrorizados hinchas del Reading o del Southampton, ni mucho menos dar por hecho que se van a dar a la fuga, aterrados, para marcharse a sus casas a curarse las heridas. Por retomar una antigua metfora, cabe la posibilidad de que pierdan una batalla, pero con toda seguridad han de ganar la guerra: tras haber atacado a la polica, los hinchas ingleses iban a tener que pagar un precio ms o menos elevado, fuera como fuese. Esto haba de ocurrir as, con absoluta seguridad, debido al contexto, que es el otro rasgo nico. Haba existido tal diluvio de publicidad que predijo exactamente lo que por fin haba ocurrido, haba all tantsimas personas decididas a informar sobre los sucesos, que la polica italiana estaba en ascuas. En cierto modo, haban sido puestos a prueba al menos, seguramente se sintieron puestos a prueba, y por fuerza tenan que demostrar que eran capaces de hacer frente a todo aquello y de poner las cosas en su sitio. Sin ningn lugar a dudas, la polica iba a ganar la guerra. Existi un ltimo rasgo que hizo de aquel estallido de violencia algo nico, y fue su duracin. Me pareci que no iba a terminar nunca. Cualquiera podra haber pensado que, con toda la presin a la que estaba sometida la polica, con la inmensidad de los refuerzos que en breve acudiran en su ayuda, lo lgico habra sido que aplastasen el desorden de inmediato. Yo estaba ms o menos solo, a mi aire, en mitad de una de las cuestas, ms o menos cien metros por delante de la muchedumbre. Acababan de apedrear 229
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una gasolinera los escaparates se haban hecho aicos con un estruendo espectacular, y una moto de la polica haba perdido el control y se haba estrellado contra uno de los surtidores. Tem que se produjera una explosin. Un polica haba vuelto a disparar su arma, y daba la impresin de que la polica iba reagrupndose all abajo. Y entonces, nada. Nos habamos quedado solos. Dej de haber cargas policiales, botes de humo. Pasado un tiempo, unos cuantos se dieron la vuelta y empezaron a subir la cuesta, en direccin al terreno de juego. Les siguieron los dems. En aquel momento aquello fue lo ms natural, aunque tras tanta violencia tambin resultase un tanto extrao. Rebasamos la cima del cerro, con la polica tras nosotros, en algn lugar indeterminado de la otra ladera. Se dira que la polica no nos iba siguiendo. Seguimos caminando. Vi las ruinas de Cerdea, las cuevas horadadas en las rocas ocres, en uno de los puntos ms elevados de la isla. Poco ms all vi la catedral. D.H. Lawrence la haba mencionado en su libro. D.H. Lawrence haba estado en aquel mismo lugar; haba escrito sobre la panormica que se disfruta. El Mediterrneo segua all abajo. El da era an muy caluroso; yo segua sudando por todos los poros. Ms o menos entonces la polica debi de iniciar la carga, aunque yo no pude verlo. Estaba en medio de la concentracin, y lo nico que supe fue que a mi alrededor todos echaban de nuevo a correr: no fue una carrera impulsiva como la que haba visto antes, no fue una carrera en masa, sino una carrera propulsada por el miedo, un esprint. Vi a dos personas paradas en medio de la calle, ante nosotros: dos mujeres de cierta edad, vestidas de negro, que en seguida buscaron refugio en la acera, indignadas pero sobre todo temerosas. Vi muy poco ms. Me fij en una boda: la novia, el novio, los amigos y toda la parentela echaron a correr en busca de un refugio. Debamos de haber atravesado a todo correr la plaza de la catedral. A mi alrededor, los hinchas estaban ligeramente histricos; se apartaban a empellones los unos a los otros, procurando llegar como fuese a la primera lnea. Segua sin ver a la polica tras nosotros, pero saba que deban de estar muy cerca, y eso no me gust. Deban de haber decidido iniciar la carga cuando nadie les viese, para coger al grupo entero por sorpresa. Segua pensando casi en todo momento que la polica iba provista de armas de fuego, y que de ninguna manera me gustara verme atrapado en la parte de atrs de la muchedumbre. Iba corriendo con toda mi alma todo el mundo corra al lmite de sus fuerzas y, una vez rebasada la plaza de la catedral, seguimos por una calle de aspecto residencial. No tengo ni idea de quin poda ir al frente del grupo, aunque fuese evidente que la muchedumbre iba siendo guiada y que por esa calle nos acercaramos al estadio. Sent un aroma a adelfas y a salvia, vi rboles 230
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frondosos en la acera. Todo transmita una sensacin de comodidad, de seguridad, de solidez. Haba verjas de hierro, jardines, balcones, farolas adornadas. Los hooligans ingleses que aparecieron por la parte de arriba de aquella elegante avenida, abarcando toda su anchura, corriendo como alma que lleva el diablo, tuvieron que constituir una visin incomprensible. Todo qued sbitamente en silencio; nadie sigui cantando, gritando. De hecho, slo se oa un ruido: el estruendo regular y sistemtico de cosas que iban rompindose. Los automviles eran nuevos, lujosos BMW, Mercedes, deportivos, pero todos ellos, al menos cuando yo llegaba a su altura, ya haban sufrido diversos desperfectos: el parabrisas estaba rajado o reventado, los espejos laterales ya no estaban en su sitio, las puertas haban sido abolladas a patadones. Una mujer mayor, robusta, con aire de matrona, confiada, gritaba desde su balcn, gesticulante y colrica; alguien le tir una pedrada que no le dio por poco, y luego otra pedrada, y una botella, y una maceta que estaba a su lado se raj y cay al suelo, y se rompi una ventana a sus espaldas, y volaron ms piedras, una tras otra, hasta que todas las ventanas de su casa las puertas correderas del balcn, la puerta del balcn de la cocina, una ventana pequea que deba corresponder al cuarto de bao quedaron reventadas. O sonar las alarmas antirrobo. Entonces tropec con quienes estaban a mi alrededor. Alguien haba indicado un alto. No entend por qu: la polica iba tras nosotros, iban a aparecer en cualquier momento. Alguien grit entonces que todos ramos ingleses. En ese caso, por qu diablos corramos como desesperados? Los ingleses no corren. Pens que yo en concreto no haba hecho otra cosa aparte de correr, pero esto es lo que sucedi: se oy un rugido colectivo y todo el personal se dio la vuelta en redondo para dirigirse de lleno hacia la polica. Fue la primera vez que los vi desde que renunciaron a perseguirnos, despus del apedreamiento de la gasolinera. Haba muchsimos ms policas que antes, vestidos todos con el equipo antidisturbios: escudos, cascos, chaquetas reforzadas, porras. Y todos ellos llevaban armas de fuego. Se dira que a los hinchas ingleses no les preocupaban en exceso las armas de fabricacin italiana. Yo no poda pensar en casi ninguna otra cosa. No deseaba tomar parte en aquello. Me ech hacia atrs, hacia un lado, en el momento en que todos los dems echaban a correr hacia la polica, con piedras y botellas en las manos. Empezaba a cogerle el ritmo a todo aquello, y mucho me tem que tras un incidente caracterizado por enormes cantidades de polvo en suspensin, por objetos arrojadizos, por gases lacrimgenos y por unos disparos en cuestin de segundos todo el personal volvera corriendo en el sentido contrario. Y, a su debido tiempo, as fue. De este modo, una vez ms me encontr corriendo como un poseso. 231
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As sigui la cosa durante un rato. Tras haber huido presas del pnico, unos cuantos hinchas recordaban que eran ingleses, que este detalle era importante, y recordaban a todos los dems que tambin ellos eran ingleses; con un renovado sentido de la identidad nacional, se detenan bruscamente, daban la vuelta en redondo y cargaban contra la polica italiana. Se tiraban unas cuantas piedras, caa alguno que otro, se reagrupaba la polica y se reanudaba la persecucin. Esta vez la persecucin dur un buen rato. Todo el tiempo que tardamos en recorrer aquella larga calle. No vi demasiadas escaramuzas, sobre todo porque no deseaba estar cerca de la accin. Iba en medio de la muchedumbre, y la nica razn por la cual iba en medio de la muchedumbre es que nunca logr acercarme demasiado a las primeras filas. Eso era lo que ms deseaba, llegar a la primersima fila sa sera la zona ms segura, pero empec a tener problemas en mantener el paso. La persecucin se estaba realizando al esprint, y yo me iba quedando paulatinamente sin resuello. Me sent pesado, grueso. El sudor me empapaba la frente, metindoseme en los ojos. Iba corriendo con los hombros encorvados, como si de ese modo pudiese protegerme mejor el cuello, porque me tema recibir un disparo o un golpe por detrs, fuera de la forma que fuese. A mi alrededor haban empezado a aparecer heridos en abundancia, aunque an no supiese por qu. Fue de lo ms raro: estaba mirando por ejemplo al to que iba delante de m y, acto seguido, tena la nuca enrojecida, brillante bajo el sol. Le caa la sangre por el cuello, empapndole la camisa. Se llevaba la mano a la nuca, palpando el lquido. Cundo haba ocurrido? Vi entonces al muchacho grueso y a su novia, a la de las gafas rosas. Iban corriendo con tremenda determinacin. Qu estaban haciendo all? Vi a otras personas a las que tambin reconoc, aunque muy brevemente, porque tena que concentrarme a fondo en dnde pona los pies, ya que por nada del mundo habra querido caerme, aparte de no disponer del espacio necesario para correr a la velocidad a la que los otros iban corriendo. Not que alguien me tocaba la espalda, para no perder el equilibrio, para no tropezar conmigo o para no derribarme, ya que tambin yo iba tocando la espalda del que iba delante de m. Y entonces, de pronto, se abri la calle unas obras de reparacin de una alcantarilla y me encontr ante un profundo pozo. El que iba delante de m se lanz hacia un lado; me retorc y, fuera como fuese, logr saltar por encima de l. Oa ruidos a mis espaldas cristales rotos, pedradas, carreras pero sin saber a qu correspondan exactamente, ya que al volver la vista atrs slo alcanzaba a ver destellos: el polvo, la luz del sol reconcentrada, neblinosa, el brillo de los escudos policiales. Iban a atraparme pens que iba a sentir un dolor punzante, terrible, en la nuca, en las sienes, lo saba; por fin termin aquella calle residencial largusima, interminable, eterna, abrindose al llegar a una plaza. Fue como salir a un campo abierto, por la ancha extensin de cielo; haba tiendas sencillas, pobres, y edificios de cemento sin ningn adorno. Llegu 232
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corriendo al extremo opuesto de la plaza y me apoy contra la pared, doblado por la cintura, con las manos en las rodillas, jadeando por el esfuerzo, intentando recobrar la respiracin. Observ que los hinchas volvan a darse la vuelta y a batallar contra los policas, a medida que llegaban corriendo a la plaza. Estaba empapado, acalorado, enrojecido, y era incapaz de respirar debidamente. No s cunto tiempo pude pasar all, pero fue el tiempo suficiente para recuperar la calma y para observar con detenimiento a quienes me rodeaban. La plaza segua llenndose de hinchas. Me fij en uno de ellos. Por su cuenta y riesgo, tiraba con todas sus fuerzas de un enorme contenedor de basura para sacarlo al centro de la plaza. El contenedor estaba lleno; tena rota una de las ruedas. Luego lo empuj con fuerza y el contenedor se balance; sigui empujndolo rtmicamente, hasta colocarlo en la posicin en que deseaba colocarlo. Dio la vuelta, se aup agarrado al grueso borde metlico del contenedor y lo derrib. Cay de costado, con estruendo, sobre el suelo, y la basura trozos de cristal, de ladrillo, restos de alimentos, latas, papeles se desparram por el suelo. Agarr una botella de vidrio por el cuello, tom impulso y la lanz con todas sus fuerzas contra una de las casas de cemento. Agarr otra botella y repiti la operacin. Deba de haber tirado media docena antes de alcanzar lo que claramente era la ventana de un dormitorio, que estall con el impacto, desparramndose los cristales por el suelo. Agarr entonces otro objeto pesado, slido, se dio la vuelta y lo tir contra otra casa. Estaba en medio de la plaza, revolvindose en todas direcciones, dispuesto a reventar todas las ventanas, y a seguir agarrando botellas, ladrillos, tuberas, lo que fuese, todo lo que pudiera haber en aquel contenedor lleno de tesoros, para seguir arrojndolo contra lo que se le pusiera a tiro. Me fue fcil ver cmo el mundo entero retroceda ante l; sus compaeros, enzarzados en un combate al otro extremo de la plaza, iban desapareciendo. No le importun nadie ni nada. Me sent pesado. Estaba exhausto, aunque era algo ms que la mera fatiga fsica del momento: haba desaparecido el miedo y el nerviosismo, y me haba quedado con poco, con nada, con el hecho de observar los actos de aquel mierda. Qu inters poda tener? Qu podra decir, salvo que acababa de observar a un mierda? Me encontraba al lado de una tienda; el hombre que llevaba el negocio apareci de pronto por la puerta. Haba salido corriendo a recoger a sus cros cuando la muchedumbre lleg a la plaza, sus hijas estaban jugando en el centro mismo de la plaza y en ese momento haba salido a meterlos a todos dentro. Su mujer ya estaba en la tienda, junto con dos de las nias, y l se haba quedado atrs, empujando un cochecito de nio cuyas ruedas se encajaban continuamente con el bordillo de la acera. El nio que llevaba en el cochecito tendra unos dos aos. Levant en vilo el cochecito su mujer ya haba cerrado 233
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hasta la mitad la persiana metlica de la tienda pero, por las prisas, no era capaz de hacerlo avanzar ms. A su alrededor seguan reventando los cristales; el manaco autista del centro de la plaza segua metido en faena. El tendero lo intent tres veces; su mujer, agachada al otro lado de la persiana, le gritaba sin cesar. Me qued sobrecogido por el panorama; me sobrecogi en buena parte mi actitud, mi desvergonzado voyeurismo. El panorama me haba afectado, pero tambin me afect el que hasta ese momento no me hubiesen afectado otras escenas. Aquello se haba convertido en mi cometido: ser testigo de nuevo, una vez ms, de la espantosa arrogancia de los mierdas que haban impulsado a aquel hombre a esconderse tras una persiana metlica, a la espera de que terminasen los ruidos de sus actos violentos. No eran aqullas imgenes modernas. Aquella plaza sencilla, pobre, sin elegancia ninguna, ajena a los turistas o a los extranjeros se hallaba en franca desventaja frente al veneno que se acababa de verter sobre ella. Intent imaginarme el miedo de aquel hombre en el momento de alzar la mirada y de ver a su familia rodeada por hombres que haban aparecido como por arte de magia, de hombres asquerosos, sanguinolentos, que haban empezado a romper las ventanas, que arrojaban los bancos de la plaza contra las tiendas de sus vecinos, que lanzaban piedras, botellas. No he conocido nunca un miedo como el miedo que tuvo que sentir aquel hombre cuando, llamando a gritos a su mujer y al resto de su familia, sali de la tienda presa del pnico. Qu mutacin social se ha operado en esos feos, aburridos chicos de la Union Jack, que se creen que tienen todo el derecho del mundo a provocar ese miedo, ese terror? Entonces alc la mirada y me sorprendi ver lo que vi: era la polica italiana, en el extremo opuesto de la plaza, que se retiraba. Se haban dado la vuelta, haban salido corriendo de la plaza. Pude verlos al trote por una bocacalle, en formacin; pude ver el movimiento oscilante de sus escudos y sus cascos al correr, en los que se refractaba la luz del sol poniente. Aquello era inconcebible. Qu poda querer decir? Que los hinchas haban ganado? Nadie se haba dado cuenta con exactitud de lo ocurrido los policas se haban marchado muy rpidamente, pero bien pronto result evidente, y los hinchas emprendieron la persecucin por las calles. Les arrojaron ms ladrillos, ms botellas, aunque ninguno dio en la diana, en la espalda de los policas. Los policas se haban ido, se haban retirado; haban desaparecido. Silencio. Aquello haba terminado. Mir a mi alrededor, procurando ver alguna expresin, algn gesto que me ayudase a interpretar lo que acababa de ver, pero todo el mundo estaba tan desconcertado como yo mismo. Un cntico rompi el silencio, el primero de la tarde, que fue hacindose ms audible a medida que aparecan ms hinchas, entrando en la plaza por las 234
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diversas bocacalles que daban a ella. England. England. England. England. Llegaron an ms personas. England. England. England. England. Ahora que puedo pensarlo despacio, la muchedumbre result ser mucho mayor de lo que yo me haba esperado; no llegaba a los cuatro mil que haban iniciado el desfile, pero segua teniendo pese a todo un tamao muy considerable: con toda certeza, ms de un millar. Llegaban procedentes de todas las direcciones; todos haban roto a cantar. Estaban celebrndolo: su nacin haba ganado. Segu todava apoyado contra la pared, y recuerdo haber dicho en voz alta: Ay, ay, ay! Fueron muchas cosas las que empezaron a encajar en su sitio. Ese cntico: era el nico que al menos yo haba odo a lo largo de un da caracterizado en cambio por un silencio insistente, cerril. De pronto, aquella proclama nacionalista. La idea no poda ser ms sencilla, aunque fuese un disparate: aquellos imbciles, despreciados en su pas natal, ridiculizados en los peridicos y en la televisin, incapaces de entrar en vereda, al margen de las legislaciones impulsivas que el gobierno hubiese decidido aplicar, an deseaban una Inglaterra a la cual defender. No deseaban Europa ninguna; Europa era algo que ni entendan ni deseaban entender. Lo que deseaban era una guerra en toda regla. Deseaban pertenecer a una patria y luchar por ella, aun cuando la lucha, la guerra, fuese aquel absurdo teatro callejero en el que su enemigo era la polica italiana. De todos modos, estaba un tanto preocupado. As como me haba resultado interesante observar aquellas celebraciones de corte nacionalista, no cre, ni mucho menos, que la polica italiana hubiese podido desaparecer. Caba la posibilidad de que hubiesen fingido una retirada, pero antes o despus volveran, y con refuerzos. De eso estaba convencido, y eso era lo que me preocupaba. Por dnde podran venir? Y cmo? Mir a mi alrededor, pero segua sin haber ni un solo polica a la vista. Ninguno de los hinchas pareca ni mucho menos preocupado. Haban asumido su triunfo, se estaban alegrando por ello: haban derrotado a la polica italiana; la polica se haba retirado del campo de batalla. Convencidos de haber logrado un triunfo importantsimo, los hinchas se encaminaron hacia el estadio. As pues, se dieron la vuelta y se dispusieron a subir de nuevo el cerro que conduca al estadio. De veras pensaban que podran pasear despreocupadamente hasta la hora del partido? Se les vea relajados, animados y, pens, inefablemente estpidos. Atravesamos un cruce. Mir en un sentido y en otro: nada de polica. Mir al cielo: ni un helicptero. Ni siquiera se vea a un solo periodista. Por qu? Acaso estaban retenidos tras algn cordn policial, sin que pudiramos verlos? 235
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O es que estaba a punto de ocurrir algo que a los periodistas no se les permitira ver? Aquello era rarsimo. Por qu era yo el nico que pareca preocupado? No circulaba ni un automvil; no haba nadie por la calle, aunque s me fij en algunas personas que miraban por las ventanas de sus casas. Empec a sentirme muy agitado. Adnde debera ir? Debera darme a la fuga? No pensaba echar a andar hacia las calles por las que se haba retirado la polica; podra estar all a la espera. Todos suban por la cuesta, centenares de hinchas, ocupando una calle ms, de acera a acera. Esta vez s me empe en llegar hasta la primera lnea. Algo iba a ocurrir con absoluta seguridad, y no me apeteca que me pillase en el medio ni, menos an, que me pillase detrs. Ms o menos a mitad de la cuesta, ocurri. Empez con una andanada de botes de humo y, por raro que parezca, eso me pareci un alivio: era al menos algo ante lo cual responder. La cantidad de botes lanzados, de todos modos, fue impresionante muchsimo mayor que la que se hubiese podido utilizar hasta el momento, aparte de que yo al menos no supe precisar de dnde proceda. Los botes eran lanzados al aire, muy arriba; describan un arco largo, lento, para caer ruidosamente en medio de la muchedumbre. Era como si estuviesen cayendo del cielo, uno tras otro. Era como si hubiesen sido lanzados por un can de tremenda potencia, o como si estuviesen siendo lanzados de los balcones de las casas circundantes, como si se hubiesen agazapado all activistas armados con botes de humo desde varias horas antes. Llova tal cantidad de botes que me cubr la cabeza. Varios me cayeron muy cerca, tan cerca como para resultar tan peligrosos como un misil. Ese era el principio de la represalia que me haba temido. Haba un humo denso por todas partes, y de pronto me dio miedo lo que iba a ver salir de repente de entre las nubes de humo pardusco. Ech a correr. Esta vez s que iba al frente de la muchedumbre, y me empe en seguir al frente a toda costa. Corr con todas mis fuerzas. A lo largo de aquella tarde de continuas carreras, nunca haba corrido con tanto ahnco como entonces. Quise alejarme de all cuanto antes, a toda velocidad. La polica habra salido dispuesta a cobrarse la venganza, y por nada del mundo habra querido ser objeto de la misma. Esprint hasta la cima del cerro. Fui el primero en llegar arriba, con una ventaja de unos quince o veinte metros sobre los hinchas que me seguan, y al llegar a la cresta los vi claramente: la polica. Estaban esperando al pie del cerro, como si estuviesen en la lnea de salida de una carrera a punto de empezar, todos ellos alerta, preparados, ligeramente inclinados hacia adelante, a la espera de la seal, con las porras en la mano. Tras ellos, otra lnea: ms policas con las porras en la mano. Tras ellos, otra lnea ms: ms policas con las porras en la mano. Haba una cuarta lnea: policas con armas en la mano. Tras ellos, una serie de vehculos: automviles, furgonetas, blindados. Ms tarde podra darme cuenta de que tres enormes helicpteros del ejrcito daban vueltas por el aire. 236
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Desde mi llegada a Cerdea, haba visto policas en abundancia, pero nunca tantos como en ese momento. Mierda, mierda, mierda, me dije. Haba cado en una trampa. Que la polica fingiese una retirada, ms la andanada de botes de humo, con el cerro que ocultaba lo que nos estaba esperando al otro lado... todo ello era una sola trampa. Mir a mi alrededor, admirando los detalles. La calle en la que estbamos era muy estrecha; las casas estaban pegadas unas a otras, sin que hubiese callejones o espacios libres entre ellas. Todo un golpe de efecto. No haba bocacalles. Aquello era un pasillo de castigo. Caso de seguir adelante, me dara de cara con los policas que esperaban al pie de la cuesta; me iban a matar. No me habran matado adrede habra sido un accidente, pero me habran matado de todas formas. Caso de darme la vuelta y marcharme por el otro lado, tan pronto hubiese salido de entre la masa de gases lacrimgenos, me habra dado de golpe con otro contingente policial. No pens que fuesen a matarme por la razn que fuese, en ese sentido me sent igual de confiado, pero s estuve seguro de que me iban a dejar hecho un cromo. No quera que me dejasen hecho un cromo. Por lo tanto, llegu a la conclusin de que no haba salida. Estaba atrapado. Me qued impresionado, pero atrapado pese a todo. Mierda, mierda, mierda. Volv a mirar a los policas de abajo. Seguan a la espera, preparados. Reconoc a uno en concreto, a uno ya mayor, con el rostro redondo y las cejas espesas. Era uno de los superintendentes de uniforme, al cual haba visto intentando contener a la muchedumbre cuando ech a correr por Via Roma. Su cara me haba parecido memorable, era una cara humana, simptica, expresiva, clida. En ese momento era ya una cara distinta, endurecida, colmada por el odio. El resto de los hinchas haba asomado ya por la cresta del cerro y vieron lo que les esperaba abajo. Al ver que tambin ellos estaban atrapados, hicieron exactamente lo mismo que habra hecho cualquiera en su situacin: fueron presa del pnico. Poco ms abajo haba una gasolinera, una instalacin de Esso con autoservicio, tras la cual haba un estrecho pasaje. Era la nica va de escape. Por qu no lo haba visto antes? De inmediato, aquel pasaje hacia la seguridad cobr la apariencia de un pasaje hacia la muerte, ya que todos los hinchas se lanzaron de golpe hacia l. El pasaje, que no tendra ms de sesenta centmetros de anchura, contaba en medio con un problema adicional: una portezuela de metal ms o menos hasta la altura del pecho. Alguien se puso a chillar Hillsborough repetidas veces, con miedo de verse aplastado. Cuando ms o menos sopesaba si valdra la pena asumir el riesgo de unirme a los que intentaban escapar por all, mir al pie de la cuesta y vi que la polica haba iniciado la carga: cada una de las largas lneas policiales haba iniciado la carga, una tras otra, todos los hombres al esprint, la cabeza levemente agachada, con la porra en ristre. Todos tenan el mismo aspecto de 237
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aborrecimiento poderoso e inquebrantable. Lo que me impresion fue la intensidad; el aire de salvajismo, de apasionamiento. Probablemente llevaban mucho tiempo esperando al pie de la cuesta, atentos a los comunicados por radio desde otros puntos de la ciudad, contando una a una las burradas que les hubiesen hecho a sus colegas, los desperfectos y destrozos causados en sus casas, en sus pertenencias. Haban sido insultados, con lo cual estaban lgicamente indignados aunque tambin, con toda probabilidad, temerosos, tensos, expectantes, a la espera de que el primer hincha asomase por la cresta del cerro. Y entonces se me ocurri que... s, se haba sido yo. Pens en mis ropas: la camisa de algodn, los pantalones cortos, las zapatillas de deporte, sucias. Pareca exactamente uno de ellos. La polica, me di cuenta de repente, me haba identificado: pensaba que era uno de los lderes. E iba a ser en consecuencia castigado por la falacia del liderazgo. De pronto descubr que me estaba arrepintiendo de muchsimas cosas. De mi arrogante actitud hacia las pesadas chapas amarillas, los distintivos de la prensa, por ejemplo. Quise tener una. Una de sas s que me sera de utilidad. En la cartera, en algn sitio, llevaba unas arrugadas credenciales de prensa, pero no tena tiempo. Me imagin que las buscaba desesperado y que acto seguido haca ostentacin de aquellos papeles deteriorados uno de los pases estaba en turco, al tiempo que corra hacia atrs, dndoles la cara a varios cientos de policas con las porras en la mano, para ser acto seguido golpeado con saa. Volv a mirar al pie de la cuesta. El tiempo, de esa forma tan punitiva, familiar, haba empezado a discurrir con lentitud, y tuve la sensacin de estar viendo cada uno de los pasos que daban los policas; aunque saba que iban corriendo con enorme determinacin, no me pareci que estuviesen corriendo muy deprisa. Era como si fuesen corriendo con el agua hasta las rodillas. Vea sus caras con claridad, con precisin. La mayor parte de aquellas caras me estaba mirando a m. De nuevo repas mis perspectivas: ve hacia adelante y te matan, ve hacia atrs y te van a dejar hecho un cromo. Volar? No puedo volar. Joder, ojal pudiera volar. Qu haras en mi caso? Yo lo que hice fue lo siguiente: cruc la calle. Decid alejarme todo lo posible de la gasolinera de Esso y del millar de hinchas apretados en aquella esquina. All iba a terminar la polica; estaba seguro. Por eso cruc la calle y me met entre dos coches aparcados. Ech un ltimo vistazo a la polica ya muy de cerca y me puse a cuatro patas (la gravilla incrustada en las rodillas y en la palma de las manos), me tap la cabeza como pude y me ovill en el suelo. Me haba rendido. Pens: los he engaado. Pens: les he privado de la ocasin de machacarme a porrazos. No se puede golpear a una persona que se ha rendido y que est tendida en el suelo. 238
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Y entonces pens: quiz me caiga algn porrazo de pasada, mientras uno de los policas corra hacia algn que otro hincha. Ya me han aporreado antes; duele, pero se pasa pronto. Me fij en tres cosas distintas la primera vez que fui golpeado. Una fue el esfuerzo realizado para asegurarse de que me asestaba un golpe bien dado. Tena la cabeza agachada, entre los brazos, pero me di perfecta cuenta de que el polica, en vez de soltarme un porrazo de pasada, casi distrado, al correr en pos de otros hinchas, se haba parado: le estaba viendo las botas. Ech hacia atrs la porra e hizo una pausa, calculando bien el golpe. Pens: no lo va a hacer. Y despus pens: vale, vale, estaba equivocado. En segundo lugar, la diana. Fue mi rin. El polica, deduzco, haba calibrado bien la situacin un to ms bien gordo, en el suelo, con la cabeza tapada entre los brazos, la camisa ligeramente levantada por detrs y lleg a la conclusin de que uno de los riones, expuestos de ese modo, sera la diana idnea: all podra darle donde ms duele. En tercer lugar, me fij en que el golpe no me haba producido un aguijonazo. No, me dola. Me desencaden un agudo impulso de energa como una descarga elctrica desde el punto del impacto hasta el estmago. Hubo una cuarta cosa. El polica no se march. Me volvi a soltar otro porrazo. Esto, lo reconozco, me sorprendi. Pens que les haba engaado. Luego volvi a golpearme. Esto, inevitablemente, ya no me sorprendi tanto. Cuando me hubo golpeado cinco veces, ca en la cuenta de que no se iba a marchar. Iba a seguir donde estaba, encima de m, e iba a tomarse su tiempo, levantando con calma la porra, apuntando y, acto seguido, zurrndome en el rin. Cada golpe fue a parar exactamente al mismo punto, al rin. Y cada golpe, descubr, dola tanto como el anterior. Hubo una quinta cosa. No slo no iba a marchase aquel polica, sino que al poco iba a unrsele un colega. Me pareci que aquello s que no tena ningn sentido por qu razn malgastar a otro polica en m, si an haba tantsima gente por zurrar?, pero seguramente la tentacin fue demasiado grande: all, en el suelo, oponiendo muy escasa resistencia, haba un perfecto ejemplar, aunque tal vez un poco gordo. No podra pasarlo por alto. El segundo polica se ceb en mi cabeza. Tena la cabeza cubierta entre los brazos, y recuerdo haber pensado: por mucho que me duelan los dedos, doy gracias por que se me haya ocurrido cubrirme la cabeza con las manos, porque lo que no quiero de ninguna manera es que me aplaste los sesos. La verdad es que el segundo polica s que deseaba aplastarme los sesos. Esto lo deduzco simplemente por el estado en que me dej las manos: me dej todos los nudillos magullados, de todos los colores, salvo uno, que aparte de magullado estaba adems fracturado. Creo que su intencin era machacarme los dedos hasta el punto de poder separarme despus las manos exponiendo de ese modo un buen trozo de crneo para pasar a aplastarme los sesos. Pasado un rato, prescindi de la tctica de 239
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machacarme los dedos y opt por apartrmelos, agarrndomelos con una mano mientras con la otra me zurraba en el trozo de crneo intermitentemente expuesto. A los dos policas pronto se les sum un tercer colega. Aquello empezaba a llenarse, pero an me quedaban libres los hombros. Pasaron a ser la preocupacin del tercer polica. Su autntica preocupacin, pens despus de examinarme las magulladuras, no eran los hombros en s; no, lo que deseaba era alcanzarme la clavcula. ste tambin intent maniobrar con su mano libre, para disponer de acceso libre a su diana: lo que andaba buscando era ese crac!, plof!, el ruido que hace la clavcula cuando se parte en dos. Todo esto result excepcionalmente doloroso, tal y como cabe esperar, pero mi experiencia fue distinta de la experiencia de los que tambin estaban siendo repasados a fondo. stos tuvieron una experiencia de simple dolor. Para m fue algo ms complicado, aunque slo fuera por saber que despus iba a escribir sobre todo ello. Mientras me zurraban, estaba pensando en qu se siente al recibir semejante tunda. Intentaba retener los detalles, a sabiendas de que ms tarde me iban a hacer mucha falta. Pens por ejemplo que esta experiencia no iba a resultar tan distinta de la que haba visto con mis propios ojos en Turn, aos antes, al ver a un hincha de la Juventus que, habindose rendido, fue apaleado por cierto nmero de hinchas del Manchester United. Y an pens en eso, en el hecho de que, mientras estaba siendo aporreado, fui capaz de pensar en esta coincidencia, y me maravill la capacidad que tiene la mente humana para adaptarse a tantas cosas al mismo tiempo. Pens en todos los gastos que haba realizado y me sent agradecido por el hecho de que, despus de todo, algo iba a sacar en claro de aquel viaje. Pero sobre todo pens en el dolor. Fue un dolor distinto de todo lo que poda conocer, y deseaba recordarlo. El aporreamiento dur tanto que en un momento dado pens que los policas tendran que hacer una pausa y reponerse; deban de estar agotados. Pero no cejaron en su empeo; al cabo de un tiempo, los golpes se mezclaron unos con otros y se fundieron en un nico, terrible ruido. Sent explosiones de energa y, por todo el cuerpo, una larga y duradera sensacin de calor. Quemaba tal y como quema el fuego. Querra decir que era como estar al rojo vivo, pero ms que nada porque slo vea en rojo. Perd intermitentemente la capacidad visual, slo vea rojos resplandores. Estos resplandores parecan emanar de las regiones en las que estaba siendo golpeado, como si existiese una red nerviosa de pronto sobrecargada, y que transportase demasiadas sensaciones. A medida que prosigui el aporreamiento empec a preocuparme un poco. Pens que mi rin no podra aguantar durante mucho ms semejante paliza, y me resign a la idea de pasar la noche en un hospital italiano. Me fij en que tambin estaba respirando con dificultad. Intentaba aspirar el aire, pero sin lograrlo. Por qu necesitaba ms oxgeno? Qu funcin corporal, en una 240
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experiencia por fuerza tan pasiva, requera ms oxgeno? La necesidad de aspirar el aire fue en aumento; empez a ser imperativa; tena que respirar ms. De pronto pens que me iba a asfixiar, y esto me cabre tanto que me puse en pie, decidido a plantar cara y a luchar, pero en el momento en que empec a levantarme me llev un golpe en la frente y pude parar un porrazo con el antebrazo, aunque volv a ser alcanzado primero en la frente y despus en el mentn. Me qued asombrado por la intensidad del sentimiento que pude detectar en las caras de los policas. Me habra resultado literalmente imposible comunicarme con ellos, transmitirles algo que resultase lo suficientemente poderoso para contrarrestar la fuerza del odio que les embargaba. Yo ya no era un ser humano. Era un objeto, una cosa, del tipo que fuese. Por raro que parezca, me consider un hecho, un hecho que ellos deseaban daar tanto como fuera posible; volv a tirarme al suelo, a ovillarme, a taparme la cabeza, y un polica reanud su trabajo con mi rin, el otro se dedic a la cabeza y el tercero sigui dndome lea en los hombros. Haba perdido todo inters por el deseo de describirlo. La experiencia pas a ser algo que deseaba que terminase. Slo que no terminaba. Desconozco durante cunto tiempo prosigui. No s qu pudo pasar a continuacin. Haba dejado de ser una persona que se propona escribir sobre aquello. El recuerdo que tengo es que por fin acab. Haba terminado. Haba terminado porque ya no quedaba nadie a quien seguir zurrando. Despus, not bien poca cosa, aparte del dolor. Ech a correr dando vueltas, fui de un lado a otro de la calle. No poda estarme quieto. Tena el cuerpo repleto de agudos aguijonazos elctricos, e intentaba sacudirme para quitrmelos de encima, slo que no desaparecan. Lentamente empec a asumir lo que haba ocurrido. Todo el mundo estaba en calma, salvo los que se retorcan de dolor. Haba mucha gente tirada por el suelo. Todo estaba muy en calma. La sensacin fue la de un viejo clich que se hubiese hecho realidad: como si les hubiesen quitado la vida a golpes a todos los que estaban por all. Bastante cerca de m haba unos cuantos chavales a los que haban pillado de pie, demasiado orgullosos para ovillarse y tirarse al suelo. Uno de ellos sangraba abundantemente, y a su alrededor haba grandes manchas de su sangre, sin coagular an, animada, como si respirase. Tena un corte profundo desde el tobillo hasta ms arriba de la rodilla; los dos colgajos de carne se le haban cado pesadamente a los lados. A su lado haba un to apoyado en un coche. Respiraba con dificultad, con la cabeza inclinada a un lado; tena los ojos vidriosos. Cuando me acerqu a l, se puso a chillar y se cubri la cabeza con los brazos, intentando protegerse, antes de desmoronarse, aferrado a una pierna. Estaba clarsimamente en estado de shock; se le haba partido la pierna. Le haban aporreado en el muslo hasta partirle el fmur en varios pedazos. Pens que debe de ser sumamente difcil golpear a alguien con tal fuerza, hasta romperle el fmur en varios pedazos. 241
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La mayor parte del personal haba recibido golpes en la cabeza y en los hombros; llevaban las camisetas sucias de sangre. Uno estaba doblado en dos, con arcadas de dolor; al ver que el hincha en cuestin estaba vomitando de dolor, un polica le haba aporreado las costillas. Recuerdo la cara de ese polica. Le vi por televisin, dos das despus, en una conferencia de prensa. De hecho, varios hinchas estaban vomitando, pero no por el alcohol ingerido. Estaban vomitando de dolor. Los hinchas iban llegando del otro lado del cerro all tambin los haban pillado, y venan de dos en dos o de tres en tres, muchos de ellos con la cabeza envuelta en la camiseta. La cantidad de heridos me sorprendi; entre ellos estaba la chica de la blusa rosa. Haba perdido las gafas y haba sido duramente golpeada en la frente. Sangraba en abundancia pareca tener una brecha por debajo del nacimiento del cabello, y la sangre le corra por la cara, por el cuello, empapndole la blusa. Su chico no haba sido herido y, aunque la abrazaba y la consolaba, estaba muy contrariado. Los dos parecan muy molestos. Haban intentado convencer a los policas italianos para que llamasen a un mdico, o una ambulancia, pero el oficial al mando no les haba hecho ni caso. La zona iba llenndose poco a poco de periodistas. Cuando por fin aparecieron las ambulancias, no lleg ninguno de los modernos y atractivos modelos que haba visto en el desfile. sos, junto con la mayor parte de los hombres, las armas, las ametralladoras y los lanzagranadas de alta tecnologa que an iba a ver ms tarde, haban sido reservados para el estadio. No estoy seguro de que esto se debiera a que all se esperaban ms altercados despus de todo, seguamos sin haber visto a un solo hincha holands, o ms bien a que all estaban los equipos de las televisiones de todo el mundo. Las ambulancias que empezaron a llegar poco a poco ni siquiera eran ambulancias, aunque los operarios que las conducan llevasen batas blancas. Parecan vehculos de acampada, servicios de enfermera de andar por casa; dentro de cada uno de ellos iban a meter a cuatro e incluso a cinco hinchas, bien apretados. Mientras contemplaba la escena, todava sin haber recobrado la respiracin normal, apoyado contra un coche, un periodista finlands me abord. Estaba muy cabreado. Con tremenda indignacin, me dijo: Eso ha sido una increble estupidez. Me intrig su indignacin, aunque tampoco entend por qu me haba elegido a m para expresarla. Pens que tal vez hubiese visto cmo me aporreaban, pero no fue as. En cualquier caso, estuve de acuerdo con l. Todo haba sido rematadamente estpido. De todos modos, no iba a dejarlo en paz. No le satisfizo que yo le hubiese entendido. Todo este asunto, dijo a manera de aclaracin, todo este asunto ha sido 242
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una rematada estupidez. Ech los brazos al aire, como si pretendiese abarcarlo todo: todo, lo que se dice todo, era muy estpido. No se refiere nicamente, le pregunt, a los hinchas ingleses? No, a todo, dijo, todava muy cabreado, empezando a impacientarse. A todo, a todo, a todo. Y entonces ca en la cuenta de que muy probablemente lo hubiese podido ver todo; quiz era uno de los poqusimos periodistas que no haban sido retenidos. Se refiere a todo?, le pregunt. A todo, dijo. Se refiere de veras a todo? Lo repet para subrayar mi pregunta. Se refiere a los policas y a los hinchas y al absurdo desfile del comienzo? Me refiero absolutamente a todo. Me da asco, dijo. Y a los periodistas, dije, al darme cuenta de que efectivamente meta todo en el mismo saco. Se refiere al despilfarro, a los heridos, al dolor... Empez a excitarme la idea de haber descubierto a un aliado. Y el nacionalismo, y el machismo. De veras se refiere a todo: quiere usted decir que esta estupidez, este absurdo, jams debiera haber ocurrido. Jams, dijo, en toda mi vida, haba visto una estupidez semejante. Le mir; me cay muy bien. Desde luego, le dije. Yo tampoco. Llegu al aeropuerto a las cinco de la maana siguiente, decidido a esperar todas las colas que hiciera falta con tal de conseguir un vuelo a donde fuese, aunque me haban dicho que haba tal cantidad de periodistas en Cagliari que todos los vuelos que salan de la isla en los tres das siguientes estaban reservados y que no quedaban plazas. Los fotgrafos, con el equipo amarrado al cuerpo de cualquier manera, estaban dormidos por el suelo. Haba unos cuantos periodistas tumbados en la cinta transportadora de equipajes. No haba ni sitio para sentarse. Fuera como fuese, consegu plaza en un vuelo a Londres y segu por televisin los progresos de la seleccin de Inglaterra. A pesar de un comienzo poco prometedor, el equipo jug bien e incluso pareci mejorar a cada partido. Hubo altercados 247 hinchas fueron rodeados delante de un bar en la playa de Rmini, pero muchos hinchas declararon que los altercados haban sido provocados por la polica italiana. Hubo ms combates, algunos muy violentos. Un hincha ingls result muerto al ser alcanzado por un coche, tras escaparse de dos italianos que le haban estado persiguiendo. Hubo un apualamiento. Y entonces se declar lo inconcebible: el equipo de Inglaterra haba llegado a cuartos de final, contra Camern. Si ganase Inglaterra, pasara a las semifinales, que, con toda probabilidad, le tocara disputar contra Alemania, el pas cuyos hinchas eran tan violentos como los de Inglaterra. Peor an: el partido haba de jugarse en Turn. Aument la atencin dedicada por los medios de comunicacin a los hooligans ingleses. Ms enviados especiales fueron llegando a Italia, ms 243
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equipos de televisin, ms fotgrafos. Sera posible enviar a ms todava? Habl con un amigo periodista que ya estaba en Turn. Era imposible, me dijo, conseguir una habitacin en toda la ciudad. Aquello era como unas elecciones presidenciales, como una guerra, como una catstrofe internacional: all estaba todo el mundo. Por la maana compr todos los peridicos diez, quince, ms en todas las lenguas de Europa. Haba vuelto a empezar; me di cuenta de que haba vuelto a las andadas. Me enter de que la alcaldesa de Turn haba solicitado a las autoridades responsables del Mundial que la semifinal se jugase en cualquier otra ciudad. Por favor, slvenos de estos aficionados, se dice que dijo textualmente. En otro artculo me enter de que los principales hombres de negocios de Turn respaldaban la solicitud de la alcaldesa: Por favor, slvenos de estos aficionados. En otro artculo le que por todo Turn se haban desplegado banderas de Camern: nadie deseaba que ganase Inglaterra. Gan Inglaterra. Los hinchas ingleses iban a volver a pisar las calles de Turn. Reserv plaza en un vuelo a Turn, slo que entonces, el da anterior a mi partida, me encontr deprimido; una honda, muy honda depresin. Fue por la perspectiva del alcohol, de la crudeza, de las barrigas y los tatuajes. Fue por la idea de trabar de nuevo una conversacin con todos aquellos mierdas. Fue por lo que esperaba ver en los ojos de los tenderos italianos, de los padres y los hijos, de las mujeres vestidas de negro. Fue por la idea de que todos los ciudadanos de Turn habran visto ese vdeo, una y mil veces, el de la final de la Copa de Europa, la Juventus contra el Liverpool, los treinta y nueve italianos muertos... muertos por culpa de un pas lleno de mierdas. Mi vuelo sala a las seis de la maana. Me qued mirndome en el espejo. Estaba sudando. Tena la piel griscea, con la textura de una cartulina; tena la frente llena de gotas de sudor. Me qued mirndome; estbamos en pleno verano, y el cuarto de bao estaba a esas horas lleno de luz. Segu mirndome durante unos diez o puede que quince minutos. El sudor empez a acumulrseme en las cejas, me cay a los ojos. Tena la camisa empapada. Me encontraba muy mal. Perd el avin. Sala otro en el plazo de dos horas. Llam a mi amigo de Turn. Le despert. Se haban producido reyertas hasta las tres de la maana, la noche anterior. S, me dijo, hubo serios problemas. Hubo muchsima tensin. No, me dijo, no fue con los alemanes. Fue con los italianos. S, me dijo, volveran a producirse graves incidentes esa noche. Por qu no me acercaba hasta all? No, decid finalmente. No iba a ir. No poda. No era posible. Aquella noche no hubo demasiados incidentes. Algunas peleas en la estacin de ferrocarril, algunas ms despus, en la plaza. La autntica violencia 244
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se desat en Inglaterra: despus de que la seleccin nacional hubiese perdido, por todo el pas salieron escupidos de los pubs miles de muchachos, cabreados y con muy intensos sentimientos, con el crudo sentimiento de su msero nacionalismo. Estaban todos curdas. A las once de la noche, Inglaterra haba perdido: la cultura juvenil suelta. Hubo peleas en Harlow Town y en Stevenage y en Norwich. Hubo peleas en las Midlands. Hubo peleas en los suburbios de Londres: en Croydon y en Finchley y en Acton. Hubo peleas a tres manzanas de donde vivo, en Cambridge. Aquella familiar letana: rompieron los escaparates, destruyeron la propiedad ajena. Hubo conatos de incendio. Varios coches alemanes fueron destrozados: los parabrisas, los retrovisores laterales. Un chico alemn fue apualado y muri.
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AGRADECIMIENTOS
Dos de las citas, la que describe la violencia en Hampden Park en 1909 y la que describe cmo era Stretford End en 1974, estn tomadas de The Roots of Football Hooliganism: An Historical and Sociological Study [Las races del hooliganismo futbolstico: estudio histrico y sociolgico, 1988], de Eric Dunning, Patrick Murphy y John Williams. El anlisis de las relaciones que hubo entre LeBon y Mussolini se encuentra en R.A. Nye, The Origins of Crowd Psychology [Orgenes de la psicologa de las masas, 1975]. Adems de los textos obvios, dos libros en concreto me resultaron de especial utilidad, y quiero hacer constar mi agradecimiento a sus autores: se trata de Geoffrey Pearson, Hooligan: A History of Respectable Fears [El hooligan: historia de temores muy respetables, 1983], y de George Rud, The Crowd in History, 1730-1848 [Las masas a lo largo de la historia; edicin revisada de 1981]. Quiero dar las gracias tambin a las personas que leyeron fragmentos del manuscrito: Tim Adams, David Hooper, Eric Jacobs, Derek Johns, Brian MacArthur (del Sunday Times), Richard Rayner, Salman Rushdie, Bob Tashman y John Williams. Es tan difcil encontrar a buenos editores y correctores seres por otra parte muy raros, infravalorados, maravillosos, que me parece un especial privilegio haber podido contar con tres: Edwin Barber, de W.W. Norton, en Nueva York; Ursula Doyle, de Granta; y la paciente inspiracin y firme ayuda de Dan Franklin, de Secker & Warburg.
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