Lenguaje Poder y Vida
Lenguaje Poder y Vida
Lenguaje Poder y Vida
INTERVENCIONES FILOSFICAS
Serie Filosofa
Secuencias
2010
Indice
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Introduccin.................................................................................
Samuel Manuel Cabanchik
IMPRESO EN ARGENTINA
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De la comunicacin a la cohabitacin......................................
Axel Cherniavsky
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Los autores
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Samuel Manuel Cabanchik es Doctor en Filosofa por la Universidad de Buenos Aires, donde actualmente est a cargo del dictado de las materias Filosofa Contempornea y Fundamentos de
Filosofa. Investigador del CONICET, su rea de investigacin es el
pensamiento filosfico contemporneo. Ha publicado diez libros y
una veintena de artculos especializados en medios nacionales e
internacionales, entre los que se destaca El abandono del mundo
(2006), de esta misma coleccin. Su ltimo libro publicado es El
poema ha sido escrito (Alcin, 2010). Actualmente se desempea
como Senador de la Nacin por la Ciudad de Buenos Aires.
Introduccin
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de la ley.6 Lo que se procura demostrar, contra el modelo kelseniano que, a partir de una disyuncin entre sociologa y jurisprudencia, piensa en la posibilidad de un orden jurdico puro como un
sistema de atribuciones a una ltima norma bsica, es que la fuerza jurdica de la decisin es absolutamente diferente del resultado
de su fundamentacin. Toda teora decisionista apunta justamente
en esa direccin y no puede sino persistir en la afirmacin de que
la decisin surge de la nada. En trminos del propio Schmitt: La
atribucin no se establece con la ayuda de una norma sino al revs:
el punto de atribucin determina qu es la norma y cul la verdad
normativa (Schmitt, 2001, p. 40).
Con ello se pone de manifiesto que el derecho no puede fundarse a s mismo y que en su fondo persiste una decisin que no
puede ser pensada ms que como una violencia desnuda que lo
funda y que se mantiene con l, a travs de l. En efecto, para la
aplicacin de una norma debe haber un comportamiento homogneo, y esto no es una condicin meramente externa o extrnseca
que puede relegarse al campo de la sociologa, sino que forma
parte de su validez inmanente. En este sentido preciso debemos
entender el hecho de que toda norma general requiere una organizacin normal de las condiciones de vida a las que debe aplicarse
de forma concreta y a las que somete a su reglamentacin normativa. La norma necesita un medio homogneo (Ibd., p. 28). Esto
quiere decir que ninguna norma puede aplicarse en un medio catico: debe existir un orden establecido para que el orden jurdico
pueda tener lugar. Y dicho orden, para Schmitt, se funda en la fuerza de una decisin. El que se oculta detrs de esa decisin es aquel
que responde yo cuando preguntamos por el quin de la soberana.
Pero hablar de quin y de yo es permanecer en los lmites de una
metafsica de la voluntad. El propio Schmitt habla en esos trminos, sin embargo es preciso emprender una deconstruccin del
quin y del yo de la soberana. Acaso sa sea la tarea de la biopoltica. Pero no avancemos tan rpido.
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tara justamente a esta otra violencia que se distancia de la estrictamente policial y que refiere, entonces, a una violencia latente y persistente sobre la vida que es ejercida a travs de una pltora de dispositivos en vistas de la conservacin de un orden poltico instituido, que llamaremos, para diferenciarla de la primera, biolencia.8 Si
la palabra violencia proviene del vocablo latino violentia, cuya raz
vis refiere a aquello que Platn denominaba fuerza, con el concepto
de biolencia queremos delimitar una violencia que acta sobre la
vida ya no en el modo de la violencia policial, sino ms bien ligada
con lo que el propio Platn llamaba persuasin. Pero qu quiere
decir bajo el paradigma biopoltico persuasin y bajo qu medios
se ejerce? Qu implicancias tiene aqu, entonces, la biolencia?
Que Foucault especifique como el momento determinante de la
poltica moderna de Occidente el hecho de que se comienza a
poner en cuestin la vida del hombre en tanto viviente, a travs de
una diversificacin de dispositivos que apuntan y tienen como
objeto la vida misma del hombre y de la poblacin, es una frmula que, para Agamben, traducida al esquema de inclusin de la zo
vida natural en la polis, considera en s misma antiqusima.
Agamben no nos dice qu tan antiqusima es esa inclusin, ni tampoco nos ofrece una genealoga de ello, solo interpreta una figura
del derecho romano arcaico el homo sacer en tanto lo insacrificable
a lo que se le puede dar muerte impunemente, como la que designa la relacin poltica originaria, y afirma contra Foucault que lo
decisivo de la poltica moderna es que paralelamente al hecho de
que la excepcionalidad se convierte en regla la tesis es de
Benjamin9, la zo situada originariamente al margen del orden
jurdico en tanto exclusin-inclusiva de la decisin soberana, va
coincidiendo progresivamente con el espacio poltico, generando
una indiferenciacin entre bos y zo (Agamben, 2002, p. 17).
En efecto, si para Foucault el problema biopoltico como inscripcin de la vida desnuda en el mbito poltico puede analizarse
solo en trminos genealgicos a partir de efectos histricos bien
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Es en Poltico en donde Platn se detiene a analizar en qu consiste la tarea del poltico para diferenciarlo de la del pastor, y en
donde vuelve a presentarse, de un modo implcito, el problema de
la unidad. El poltico, a diferencia del modelo del pastor, ser un
tejedor que viene a unir las diferentes existencias en una comunidad basada en la concordia y la amistad.12 Pero, en efecto, para
que el tejedor pueda tejer, es necesario presuponer una serie de
condiciones previas como tundir la lana, trenzar el hilo y que la
carda haya actuado. Del mismo modo, el poltico necesita de una
serie de condiciones para desarrollar su trabajo de unidad, entre
ellas: hacer la guerra, emitir buenas sentencias en los tribunales,
persuadir a las asambleas mediante el arte de la retrica (Platn,
1988, 303d-305e). El poltico se servir de esas condiciones para
ejercer su funcin especfica que reunir los diferentes elementos, a
veces diversos y hasta contrapuestos, en una comunidad.
Aquello que en Repblica aparece bajo el nombre de la fuerza y
persuasin, en Poltico constituyen las condiciones para que el poltico pueda efectivamente tejer la multiplicidad en la unidad de la
comunidad. Esas condiciones que seal Platn se repiten, como
sealamos, a lo largo de los grandes hitos de nuestra tradicin filosfico-poltica. Si, como sabemos, Maquiavelo retoma este clsico
tpico en su bsqueda desesperada por forjar la unidad nacional
en El Principe, y sealando las condiciones del condottiero ideal nos
da la clebre metfora del prncipe centauro, no es menor el modo
en que luego lo retomar Gramsci en El Principe Moderno, en donde
seala la necesidad de fijar y desarrollar una doble perspectiva
en la accin poltica y en la vida estatal que pueden reducirse tericamente en la doble naturaleza del Centauro maquiaveliano, de
la bestia y del hombre, de la fuerza y del consenso, de la autoridad
y de la hegemona, de la violencia y de la civilizacin, del momento individual y del universal (de la Iglesia y del Estado), de la
agitacin y de la propaganda, de la tctica y de la estrategia, etc..13
La manera gramsciana de plantear el problema nos sita, si bien en
un plano descriptivo y no normativo, en una dimensin que parte,
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Platn, (1988) Poltico, trad. M.I. Santa Cruz, Gredos, Madrid, 311b.
Gramsci, Antonio, (1980) Notas sobre Maquiavelo, sobre la poltica y sobre
el Estado Moderno, trad. Jos Aric, Ediciones Nueva Visin, Madrid, p.
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mayor problema filosfico aplicado a la poltica, que es el de la unidad en la multiplicidad: el concepto de gubernamentalidad.
Si en los estudios referidos a las tecnologas generales de poder
con los que operaba cada disciplina, Foucault se situaba en una
exterioridad con respecto a cada institucin determinada, para
extraer las tcticas y estrategias con las que cada una de ellas funcionaban, en Seguridad, territorio, poblacin se pregunta si acaso, con
respecto al Estado, no se puede pasar al exterior en el mismo sentido en el que lo haba hecho en sus estudios anteriores con las diferentes instituciones. Es en este marco en el que se cuestiona y esto
es lo que aqu nos interesa especialmente sobre la posibilidad de
un punto de vista englobante en lo referente al Estado como lo era
el de las disciplinas en lo referido a las instituciones locales:
Porque, despus de todo, esas tecnologas generales de poder que
se procur reconstituir al margen de la institucin, no dependen en
definitiva de una institucin global, una institucin totalizadora que
es precisamente el Estado? No sucede acaso que, al salir de esas
instituciones locales, regionales y puntuales que son los hospitales,
las prisiones, las familias, nos limitamos a encaminarnos hacia otra
institucin, de modo que solo nos apartaramos del anlisis institucional para ser conminados a entrar a otro tipo de anlisis institucional u otro registro o nivel de anlisis institucional, justamente
aquel en que se trata del Estado? (...) no es el Estado el responsable, en ltima instancia, de su puesta en accin general y local?.17
Esa operatoria general exterior a la institucin estatal, que engloba tcnicas con valores operativos mltiples, es la que permite escapar a la circularidad a la que remite el anlisis de las relaciones de
poder de una institucin a otra, y es la que finalmente brinda unidad
a la multiplicidad del funcionamiento del poder. La gubernamentalidad viene a cumplir el rol de este mecanismo de funcionamiento,
tambin aqu no como un modelo normativo en el que debera funcionar una sociedad, sino en el modo de un diagnstico de cmo
efectivamente se fue construyendo esta dinmica del poder a partir
del ejercicio pastoral en tanto arte de gobierno de los hombres, para
ser retomado a partir de fines del siglo XVII y principios del siglo XVIII,
como el modo de dominio estrictamente poltico.
Es interesante en este punto que Foucault caracterice al con-
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cepto de gubernamentalidad a partir de la nocin de poder pastoral, como un poder sobre todos y, a un tiempo, sobre cada uno en
su individualidad omnes et singulatim, y que lo haga justamente
en contra de la idea del arte del poltico tal como lo describa
Platn, como un arte de tejer y unir una serie de condiciones diferenciadas. Es preciso sealar que, sin dudas, la gubernamentalidad
cumplira esa funcin que, en su generalidad, sealaba Platn
como el arte de unir la multiplicidad de las condiciones necesarias
de la poltica, pero, a su vez, tendra un modo de desarrollo especfico, en cierto modo equivalente, en las diferentes esferas que
hemos llamado condiciones de la poltica que es, efectivamente, la
introduccin en ellas de este modo de gobierno pastoral. En efecto,
Foucault desarrolla, en su clase del 1 de marzo de 1978, un anlisis del desarrollo equivalente del poder pastoral en esferas tan dispares como el ejrcito, las sociedades secretas y las instituciones
mdicas (Foucault, 2006, pp. 233-5). Y sostener esta tesis no es en
gran medida contradictorio con la necesidad que tambin tuvo
Foucault de diferenciar las diversas racionalidades especficas con
las que funcionaba cada esfera de poder en contra de la idea que
sostenan Adorno, Horkheimer y Agamben de una racionalidad
general en el dominio poltico de Occidente? Si bien en alguna
medida esto es cierto, lo que ha cambiado es el problema filosfico
con el que se enfrenta aqu: poner en unidad la multiplicidad de
esferas de poder de las que se haba encargado de estudiar los aos
anteriores. Y, en ese sentido, lo que quiere negar es la posibilidad
de pensar en una unidad primigenia de racionalidad de la que se
derivara luego todo lo dems. Por el contrario, el modo de explicacin de esta unidad es justamente el opuesto: partir de una serie
de procesos histricos en cierta medida diferenciados y divergentes, y mostrar, en todo caso, los fenmenos de coagulacin, de
refuerzo mutuo, de integracin, de unificacin en trminos de lo
que llama gubernamentalidad. As, Foucault seala que la inteligibilidad en historia no est quizs en la atribucin de una causa
ms o menos metaforizada en su origen. Esa inteligibilidad se
encontrara, acaso, en algo que podramos llamar constitucin o
composicin de efectos (Ibd., p. 278).18
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La norma y la excepcin1
MNICA CABRERA
El trabajo intentar llevar a cabo algunas consideraciones crticas respecto del abordaje del concepto de normatividad poltica a
travs de las nociones que desde la particular apropiacin de la
biopoltica que formula G. Agamben constituyen su apuesta ms
innovadora respecto al planteo inicial de Foucault: la excepcionalidad de la normatividad jurdica (suspensin de la norma) utilizada por el Estado en casos considerados extraordinarios, denominada por el autor estado de excepcin. La autorizacin para que
el gobierno del Estado proclame el estado de excepcin, es decir,
que esta posibilidad, incierta por su propia ndole desde el punto
de vista de su contenido, sea incluida en el sistema jurdico, constituye una polmica llevada a cabo en siglo XX, reconstruda y aggiornada por Agamben,2 con las siguientes consecuencias tericas y
prcticas: i) muestra a la norma (en este caso en su formulacin
jurdica) en su carcter eminentemente deficitario; ii) la historia del
siglo XX, a partir de Auschwitz consagra, explicitndola, la criminalidad como una propiedad esencial del Estado moderno desde
su origen y por ello pone de manifiesto la caducidad estatal como
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Soberana y excepcionalidad
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El estado de excepcin
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El vaco legal
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nen de las redes comunicacionales como la internet, que han producido un impacto en la distincin clsica pblico/privado, de tal
modo que la legislacin de los estados es insuficiente para regular
los nuevos problemas, fundamentalmente porque la WEB desterritorializa la soberana del Estado. Estas lagunas del derecho se
diferencian del EE en que tienen lugar, por decirlo as, como vimos,
en pocas de normalidad jurdica.
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para restituir o conservar las condiciones de tranquilidad, seguridad y orden a partir de las cuales pueda restaurarse el orden jurdico. En este sentido cabe aclarar que para Schmitt, la vigencia del
estado de derecho solo puede tener lugar en momentos de normalidad jurdica, pero no en aquellos casos lmite en los que se intenta, precisamente, derribar esa normalidad. Asimismo, l intenta
mostrar que cualquier teora del estado resulta insuficiente para
fundamentar la decisin del soberano para declarar el EE, por lo
tanto, lo nico que puede hacerse en esos casos, es establecer
quin est habilitado para decidir y actuar en tal caso, pero nada
ms. Como Schmitt admite que el EE lleva a cabo una suspensin
del entero orden jurdico, esta decisin coloca al soberano en un
espacio paradjico, por un lado se ubica fuera de ese orden, pero
al mismo tiempo, forma parte de l en el intento de restaurarlo.
Por lo tanto, el horizonte poltico es el de promesa de retorno del
estado de derecho.
En consecuencia, la inclusin del estado de excepcin en el
orden jurdico constituye una reformulacin de la soberana hobbesiana a la luz de la puesta en jaque a la soberana del Estado
padecida en las sociedades de masa, tendientes a la, si se me permite la expresin frivolidad liberal de adherir a valores anlogamente a como los consumidores consumen bienes.8 Es soberano de
la soberana schmittiana, el que asume el desafo de estar habilitado por el sistema jurdico para declarar el EE. Esto es consecuente
con el concepto de soberana hobbesiano, que considera al soberano como el nico hermeneuta, el que hegemoniza la interpretacin
acerca del estatus extraordinario de la situacin. La perspectiva
schmittiana caracterizara al soberano como el que asume el desafo de tomar la decisin de la excepcin, admitiendo la autoria de
la decisin, frente a la pregunta quin decide? Responde Yo. Ser
soberano sera entonces ocupar ese espacio que eventualmente
puede no coincidir con el derecho.
Por el contrario, a otros autores les parece absurda la pretensin
de prever mediante leyes aquello que por definicin no puede ser
sujeto a norma. Considero que el anlisis de estas alternativas,
que Agamben no contempla como cruciales, es muy importante ya
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El derecho a la resistencia
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El diagnstico
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populares, sino tambin muy plebiscitados y con una gran capacidad de movilizacin refrendaria.
Esta dislocacin de una medida provisoria y excepcional que se
vuelve tcnica de gobierno amenaza con transformar radicalmente
y de hecho ya ha transformado de modo sensible la estructura y
el sentido de la distincin tradicional de las formas de constitucin.
El estado de excepcin se presenta ms bien desde esta perspectiva
como un umbral de indeterminacin entre democracia y absolutismo (Agamben, 2003, p. 26)
De este modo, para el autor, el EE puede ser considerado como
una prctica de significaciones biopolticas ya que el derechoincluye en s al viviente a travs de su propia suspensin. Un
ejemplo reciente del EE, que Agamben pretende anlogo al Decreto
de Hitler, es el de Bush de noviembre del 2001 en que autoriza a la
detencin indefinida y el proceso por parte de comisiones militares de
los no ciudadanos sospechados de estar implicados en actividades
terroristas. Considera la situacin de los talibanes capturados en
Afanistn como detainees: su status no solo es el de detenidos indefinidamente desde el punto de vista temporal, sino que han perdido toda condicin de reconocimiento jurdico, dado que se encontraban al margen de toda legislacin. En esto, si bien son solo comparables a los judos de los Lager nazis, por lo menos estos ltimos
conservaban su identidad cultural de judos, mientras que aquellos
ni siquiera esto. La nuda vida, encuentra aqu su mxima indeterminacin (Ibd., p. 25)
La aplicacin del EE al caso argentino es pertinente, porque presenta las siguientes semejanzas: por una parte hay un decreto de un
gobierno constitucional10 que declara un estado de emergencia,
habilitando a las fuerzas armadas a aniquilar a la subversin, el
enemigo interno, extendiendo a todo el territorio nacional, el operativo Independencia que estaba restringido al monte tucumano.
Estos decretos fueron resignificados posteriormente como la excusa
aducida como habilitacin para que, efectivamente, las fuerzas
armadas llevaran a cabo, segn qued mostrado en el Juicio a las
Juntas de 1985, un plan de exterminio, a travs de detenciones ilegales, secuestros, torturas y asesinatos en centros clandestinos de
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Reflexiones finales
Sin duda el anlisis de la relacin entre la norma y la excepcin,
tal como est desarrollado en el texto, constituye un recorrido iluminador sobre las dificultades del Estado moderno para ponerse al
da con los desafos que le presentan las sociedades de masas altamente complejizadas, con innovaciones tecnolgicas cuya velocidad impacta recurrentemente en la morosidad del Estado para proporcionar marcos legales a esas prcticas. Pero, por otra parte, el
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Biopoltica y soberana
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muerte y, consecuentemente, llevando a cabo una controversia terica, inducida por el uso de los bancos de rganos, respecto de su
estatus jurdico, inventando, dice la autora, el concepto de muerte
cerebral. Este ejemplo es til para mostrar una diferencia fundamental entre el poder soberano y el biopoder. El primero ejerce la
potestad de matar, de hacer jugar la amenaza de muerte al que
intente infringir la ley: los pactos que no descansan sobre la espada no son ms que palabras, dice Hobbes. El segundo es una delegacin del soberano en una red sanitaria que, a esta altura del desarrollo biotecnolgico, tambin hace nacer, impide nacer, hace vivir
y mata. Por lo tanto el concepto de vida en uno y otro caso, es tambin lo que permite distinguir ambos modos de gobierno: la nocin
de vida en el caso del poder soberano estaba considerada en su fragilidad respecto de la muerte violenta a la que estara expuesta si
no hubiera Estado; y no estaba mediada por la instancia biopoltica, en el segundo sentido. En cambio, es claro que para Foucault,
alquien tan cuidadoso de la historicidad propia de cada fenmeno,
la vida de la biopoltica es una vida tcnicamente cualificada y aceleradamente complejizada por la velocidad de estas tcnicas.
Voy a tener en cuenta en lo que sigue otra diferencia relevante
para mantener la distincin soberana/ biopoltica. Como se desprende del anlisis de Agamben, en la lectura atenta que lleva a
cabo de Schmitt, resulta claro que el modelo de soberana pone en
primer plano la potestad del gobierno del Estado (el soberano hobbesiano), para autorizarse a declarar el estado de excepcin y
gobernar con la constitucin en suspenso. El recurso a la excepcin no hace sino poner en evidencia la atribucin de autora del
soberano respecto de los actos de gobierno. En este contexto poltico tiene sentido la pregunta quin decide? porque hay un responsable de la decisin, en este caso, el de la excepcin, pero tambin en los casos de normalidad institucional, el estado a travs de
sus poderes, gobierna con actores polticos identificables.
La biopoliticidad, en cambio, es una instancia que si bien tiene
efectos de gobierno, esta investida de una legitimidad que no proviene de procedimientos polticos , como vimos antes, si no de
saberes que tienen como objeto de estudio la vida biolgica y, si
bien estos dispositivos pueden ser solidarios del poder estatal, e
inducen la promulgacin de leyes y polticas de Estado; no constituyen un poder centralizado y de alta visibilidad, ms bien se
trata de una red dispersa y naturalizada por su de larga duracin,
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Un mito contemporneo
para pensar la cuestin de la ley
ELEONORA DALVIA
I. Introduccin
El propsito de este captulo es abordar desde el psicoanlisis la
cuestin de la ley en su relacin con la cultura o comunidad.
Para ello ser necesario situarnos en la especificidad del psicoanlisis que nace a partir de la experiencia clnica de la cura de los
padecimientos psquicos propios de la modernidad. En sus construcciones tericas, tanto acerca del sujeto del deseo inconsciente
como acerca de la cultura, lo que est priorizado son los efectos de
verdad de sus supuestos y su relacin con lo real, en el sentido del
acontecer subjetivo pensado como estructural. Esas construcciones
se consideran vlidas en tanto hacen posible transformaciones a
travs de su prctica, y son puestas en cuestin por la prctica
misma.
Hay en Freud, dos formas de elaborar aquello que va ms all
de los conceptos directamente deducidos de su prctica: la metapsicologa y la apelacin a los mitos o como l mismo la llama: la
mito-poiesis.
Para este trabajo he elegido esta ltima vertiente, ya que los
mitos pueden producir elaboraciones ms all del especfico manejo del complejo articulado de los conceptos del psicoanlisis. El
mito central que tomar para desarrollar es el del asesinato del
padre de la horda primitiva. Este mito tiene la singularidad de ser
la creacin de Sigmund Freud en un intento de dar cuenta, por un
lado, de lo filogentico, aquello que no puede explicarse solo por el
orden ontogentico en juego en la casustica psicoanaltica y por
otro, permite al psicoanlisis pensar acerca del origen de la cultura
y sus instituciones.
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Este mito ha sido tomado como referencia por un filsofo contemporneo. Roberto Esposito en su texto Comunitas. Origen y destino de la comunidad, referencia que retomar ms adelante.
Por qu apela el psicoanlisis al mito? Qu es lo que se entiende por tal? Para desarrollar estos interrogantes se me hace imprescindible recurrir al pensamiento del psicoanalista Jacques Lacan.
Lacan sita este mito construido por Freud en Ttem y tab
en 1913, considerado por otros contemporneos como un aporte
fallido de Freud a la antropologa, en el centro yugular de la teora
psicoanaltica. Si podemos situar a partir de Freud, el mito de
Edipo expresado en la obra de Sfocles, como el modo en que una
produccin potica logra articular las fantasas fundantes del sujeto humano como pasaje necesario de entrada del sujeto en la cultura que lo precede, el mito del asesinato del padre de la horda primitiva es la reescritura de ese mito. Para el psicoanlisis el origen,
ya se trate del origen de la civilizacin humana o el origen del sujeto, est irremediablemente perdido. Solo un mito puede dar cuenta de ese real imposible de conocer para el pensamiento porque se
encuentra en el origen del pensamiento mismo.
R. Esposito en su libro Comunitas toma una cantidad de pensadores que han tenido enorme incidencia en la formacin del estado
moderno para pensar la comunidad desde el pensamiento contemporneo. En el apartado que le dedica al pensamiento de T.
Hobbes, pone en relacin las ideas de ste sobre la naturaleza
humana con el mito freudiano del asesinato del padre primordial.
Quisiera hacer una aclaracin antes de continuar, no me propongo aqu hacer una crtica de la lectura que hace Esposito del
pensamiento de Hobbes. Solo quisiera aportar a su lectura del mito
freudiano mayores precisiones.
Esposito se vale de Freud como ratificacin de lo que considera un pensamiento hobbesiano: el miedo como factor determinante en la constitucin del estado de derecho.
para Hobbes el miedo no se debe confinar al universo de la
tirana y el despotismo; por el contrario, es el lugar fundacional del
derecho y la moral en el mejor de los regmenes. En suma, el miedo
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producir una lectura que rompe con esa lgica sin salida de la horda
primordial. Pero si la escribe es porque ya estaba esa produccin
viva en la tradicin de la cultura. Sin embargo, el acto de escribirlo,
es de algn modo producir el asesinato mismo como acto.
Freud, Sigmund, (1921), Psicologa de las masas y anlisis del yo, Obras
Completas, Tomo XVIII, 1 reimpres. 1 reedic, trad. Jos L. Etcheverry,
Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1986.
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VI. Conclusiones
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solo un grupo podra haber realizado. Esta operacin de desasimiento de la masa a travs de la funcin mito-potica no la produce
el poeta solamente para s, sino que relata a otros el mito que ha producido, haciendo posible el mecanismo de desasimiento de la masa
tambin para otros. Al tomar la palabra el sujeto se apropia de la
hazaa del asesinato primordial y logra romper el solipsismo de la
masa. El mito es, por tanto, aquel paso con que el individuo se sale
de la psicologia de la masa. (S. Freud, 1921, p. 129) (Ver nota 6)
Si los oyentes pueden identificarse con el hroe, es por compartir la actitud del poeta, llena de deseos irrealizados. Aqu la dimensin del deseo irrealizado es esencial para la funcin del poeta, que
recurre a la funcin de suplencia antes nombrada como propia del
amor ertico, manteniendo abierta la hiancia del deseo, como dficit simblico.
Sita adems Freud otras maneras de sustraerse del efecto hipntico de la masa. Destaca entre ellas adems del amor ertico, el
sntoma psiconeurtico. El sntoma, expresin de deseos sexuales
no coartados en su fin, o coartados insuficientemente, produce un
fracaso en la alineacin dentro de la normalidad de la masa. La
psiconeurosis es para la masa un factor de disgregacin tan relevante como el amor.
Aqu es necesario destacar un cuadro clnico freudiano generalmente pasado por alto: el de las neurosis actuales. Estas ltimas, al
contrario de las psiconeurosis, pueden tomar en su casustica ms
comn, la forma de los ms adaptados, la conferencia que Freud
le dedica a las neurosis actuales se llama El estado neurtico
comn.
Ulloa destaca el predomino en nuestra poca de este padecimiento psquico al que denomina el predominio de la cultura de
la mortificacin. Define al malestar en la cultura teorizado por
Freud del que hablamos ms arriba, como violentacin legtimamente acordada, que permite establecer las normas indispensables para el funcionamiento de la cultura. Y lo distingue del
malestar hecho cultura como lo que sucede cuando esta violentacin se hace arbitraria en grados y orgenes diferentes, formando
parte de una coagulacin en la circulacin libidinal, por ejemplo
dentro de algunas instituciones. Se establecen as situaciones sin
salida de violentacin institucional que conforman encerronas trgicas difciles de disolver, donde los sujetos en cuestin son maltratatos o destratados.
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I. La operacin soberana
Pero soberano afirma Bataille ser aquello que la masa imagina? Soberano? usted y yo lo somos. Con una condicin, olvidar,
olvidar todo.2
La nocin de soberana tiene en Bataille una amplitud que excede el campo de la poltica propiamente dicha. Su extensin abarca
el campo de la experiencia mstica o sagrada, el cual, a su vez, trasciende a lo que la tradicin judeo-cristiana entiende como tal, ya
que incluye en parte a la experiencia ertica y al mal, con mayor
intensidad an que el bien. Lo sagrado es para Bataille la experiencia de un desgarro del sujeto, es decir de una prdida de los lmites
que lo separan y lo cierran respecto del afuera. A esta prdida de
los lmites topolgicos, se une una dislocacin temporal, que libera
al instante presente de toda previsin futura y por consiguiente de
toda atadura a un estado futuro. Esta dislocacin del tiempo conjuntamente con la anterior dislocacin topolgica, llevan a la crisis
de la identidad del sujeto, quien carece ya de un cierre y de una
permanencia que le garanticen esa identidad. Bataille denomina a
esta experiencia del desagarro del sujeto experiencia interior. Sin
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Georges Bataille (1996), Lo que entiendo por la soberana, trad. Pilar Snchez Orozco y Antonio Campillo, Paids, Barcelona, p. 75.
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poder analizar ms aqu la complejidad de esta nocin, nos limitaremos a afirmar que lo que introduce la nocin de soberana respecto de la nocin de lo sagrado, no es un contenido diferente, sino
que destaca cul es la posicin del sujeto que adopta la experiencia
interior como criterio prctico. El sujeto es soberano en cuanto
rechaza la subordinacin del presente al futuro y se entrega al instante presente sin someterlo a clculo alguno. Por este motivo la
soberana se define ms bien por una operacin que por un sentido. La operacin soberana consiste esencialmente en el rechazo de
la posicin estructuralmente servil en que se halla el hombre en el ente al
supeditar su existencia al trabajo.
La realidad humana surgida del trabajo es servil ya que su sentido es ser un medio para. El ser medio para es una relacin
temporal que subordina el presente al futuro, a lo que Bataille restringe la nocin de proyecto.3 En tanto el hombre comprende el
ente en su totalidad a partir del proyecto acaba por concebirse a
s mismo y a la naturaleza como medios para, es decir como tiles. El infinito encadenamiento de los medios para es la duracin, que est en la base de la categora de permanencia. Soberano
es en consecuencia el que interrumpe la duracin del til, al consumirlo de manera improductiva o destruirlo, lo que implica que l
mismo no pueda ser concebido como un medio para.
Por extensin, soberana es toda prctica que cuestione la servidumbre ontolgica del til. Bataille llama la operacin soberana, a esas
prcticas que anulan la lgica de la operatividad y liberan al hombre de la relacin de servidumbre. El criterio que rige a estas prcticas no es ya la lgica de la utilidad, sino la autoridad incondicional de la experiencia.
La soberana, en consecuencia, implica ontolgicamente un desprendimiento, una donacin, no de un til en particular, sino del
proyecto del til, es decir de la utilidad como tal. Como consecuencia de ello el ente es devuelto a la inmanencia, pierde los lmites que lo constituan como un objeto separado y cerrado y pasa a
formar parte del continuo, que es el universo mismo, si prescindimos del corte que realiza en l el hombre por medio del trabajo y el
lenguaje. Este don del til, que anula su proyecto, libera tambin al
hombre de la servidumbre, y es por ello el fundamento de la operacin soberana. Esta operacin soberana ocurri tempranamente
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nas a las que se obliga a dejar en suspenso o in-actualizada su condicin humana, para que realicen las actividades meramente biolgicas que requiere la vida propiamente humana. De este modo se
articula tanto en el individuo como en la sociedad el zoon lgon ejn,
la animalidad del hombre con el logos racional, la mera zo con el
bos, la nuda vida con la forma humana de vida. Mediante estas
exclusiones y articulaciones, ha funcionado desde la antigedad la
mquina antropolgica, metafsica y poltica (biopoltica) de occidente. El propsito de Agamben no es buscar nuevas articulaciones
entre el hombre y el animal sino detener esta mquina antropolgica. La mquina opera mediante cesuras que separan una forma de
vida de otra. Partiendo de la forma humana, se excluyen de ella
otras formas de vida inferiores, que son en realidad otras partes de
la vida humana, pero que se consideran excluidas de lo propiamente humano. La forma histrica ms terrible de funcionamiento de
esta mquina es el campo de concentracin nazi, en el cual se lleg
a aislar en el hombre mismo un no-humano, hasta producirlo como
una pura nuda vida. El ejemplo histrico que rescata Agamben de
esta produccin de lo no humano en el hombre es el musulmn
de Auswitch. Musulmn se llama en la jerga de Auswitch al internado que haba alcanzado un cierto estado avanzado de desnutricin, que haba perdido toda voluntad propia, todo deseo de luchar
por su vida y que ya no se comunicaba. El musulmn es el hombre reducido a una suma de funciones puramente biolgicas, la
pura vida vegetativa. La mquina nazi opera entonces por medio de
una serie de cesuras, excluyendo primero al ario del no-ario, luego
en el no-ario separa al judo, en ste a su vez al internado en el
campo y finalmente en el internado al musulmn.
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considerada como el fundamento de ambas. De este modo establece que el sentido fundamental del concepto de vida su substancia
es vida nutritiva, en el sentido de que es el principio a travs del
cual la vida puede ser atribuida a un determinado ser. Este tipo de
vida que abarca las funciones de nutricin, crecimiento y excrecin,
fue llamada ya por los comentadores antiguos, vida vegetativa,
ya que los vegetales solo poseen este tipo de vida. Muchos siglos
despus la biologa y la medicina seguirn considerando a esta vida
vegetativa aislada por Aristteles, la forma bsica de vida de la cual
se separan los animales superiores. Esta vida nutritiva est en la
base de la clasificacin que hace Bichat en el siglo XIX entre el animal de adentro y el animal de afuera. El animal de afuera, segn
Bichat, es la vida animal propiamente dicha, cuya vida consiste en
la relacin con el mundo exterior. Pero esta vida alberga en su interior otra vida, el animal de adentro, que se reduce a funciones ciegas y privadas de volicin, como la circulacin de la sangre, la respiracin, la asimilacin, la excrecin, etc., es decir la vida nutritiva
o vegetativa. Esta misma vida vegetativa ser considerada en la
medicina contempornea como criterio para que un cuerpo humano viviente pueda ser librado a la peripecia de los trasplantes. Y esta
misma vida vegetativa es la que en la biopoltica moderna ser considerada como el patrimonio biolgico de la Nacin (Cf.
Agamben (2002). Tenemos as, en esta nocin de vida vegetativa,
la forma ms pura de lo que Agamben llama vida desnuda y
Foucault vida biolgica o el mero hecho de vivir. Se trata entonces
de una vida aislada o separada del resto de la actividad vital del
hombre y excluida de l.
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existencia humana. Pero este poder ser se revela entonces ante todo
como una potencia de no. El hombre solo puede algo a partir de un
poder no, que implica una posibilidad de dejar en suspenso toda
posibilidad especfica. El paso del animal al hombre consistira
entonces en una forma de aburrimiento, por el cual el animal humano habra sido capaz de desactivar su relacin inmediata con el desinhibidor que desencadena el comportamiento animal y habra,
mediante ello, accedido a su potencia originaria, es decir a la potencia de no. El correlato de esta potencia no es un ente que se muestra
como algo en el mundo. El correlato original de esta potencia pura,
a la que el ser viviente accede por primera vez, es el aturdimiento
animal, que Heidegger define como la apertura a un no-revelado
o apertura a una clausura. En palabras de Agamben: El Dasein es
simplemente un animal que ha aprendido a aburrirse, se ha despertado del propio aturdimiento y al propio aturdimiento. Este despertarse del viviente a su propio ser aturdido, este abrirse, angustioso y
decidido, a un no abierto, es lo humano.6
Esto implica que el hombre no es ante todo accin u operacin,
sino esencialmente potencia, un ser potencial anterior a toda posibilidad especfica, cuyo correlato original no es lo abierto sino lo
velado del ente y el puro aturdimiento animal. Es decir que lo velado es anterior y condicin de lo develado, lo abierto del mundo
surge de lo cerrado y paralelamente la potencia de no (impotencia)
es anterior y condicin de toda potencia especfica. Este ser potencial anterior a toda potencia especfica si bien es el vnculo ms
ntimo entre el hombre y el animal constituye a su vez su diferencia con ste, ya que el hombre en tanto ser posible o potencial, no
est, como el animal, simplemente aturdido en el ente, sino abierto
a este aturdimiento como tal. Este aturdimiento es lo velado o lo
latente, que precede a toda posibilidad humana de conducirse respecto del ente y develarlo como algo, a travs de esa conducta.
Pero, de acuerdo con la mquina antropolgica de occidente,
este puro ser posible, abierto a un no-develado, este ser in-operante del hombre, es lo no-humano nuda vida del ignorante, del
perezoso, del salvaje, del que no habla correctamente la lengua
(brbaro), del que realiza un trabajo puramente fsico, etc., de
cuya expulsin fuera de la condicin humana resulta lo propia6
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define Foucault por los cuales el organismo se expone a sus lmites y a la muerte. Las desviaciones, la errancia, no conservan la
forma (el organismo), ni tampoco producen generalmente formas
orgnicas superadoras. Si, como el propio Canguilhem lo hace, no
interpretamos esto de un modo meramente mecnico, sino como
obedeciendo a una finalidad del organismo mismo, parecera que
esta finalidad del organismo no puede ser otra que dar existencia a
la potencia negativa, en tanto potencia que sustrae a la forma dada
y que, en ltima, no se dirige sino a s misma en tanto pura potencia que se intensifica. En el campo de la filosofa seguramente el
antecedente ms prximo a esta potencia del continuo batailleano
sea la voluntad schopenhaueriana, en tanto principio ontolgico
que excede a toda representacin y a todo principio individuationis.
Ms bien que la voluntad nietzscheana que se presenta como un
poder afirmativo del ser individual, la voluntad schopenahueriana, como el continuo batailleano, se caracteriza por ser una potencia negativa que excede toda determinacin positiva y toda forma
individual. No obstante ello, fue el propio Nietzsche el que le permiti a Bataille acercarse a esta nocin de Schopenhauer, a travs
de la identificacin que hace Nietzsche en El origen de la tragedia
entre la voluntad schopenahueriana y el principio dionisaco (opuesto a lo apolneo, que es principio de la forma).
Ciertamente esta concepcin ontolgica no aparece expresa en
Bataille de este modo abstracto, excepto en ciertos prrafos de sus
obras. La referencia ms explcita a ese modo de existencia de esa
negatividad o ser potencial, que caracteriza al continuo, es la transgresin y el pecado. El problema con estas nociones es que remiten
siempre a una vida excluida de la forma de vida humana, lo que las
hace pasibles de la crtica agambeniana, que asimila esa vida soberana que resultara de ellos, a una nuda vida, que permanece en una
zona de indeterminacin entre el hombre y el animal. Pero lo que le
interesa a Bataille en ellas no es la forma de vida que producen en
tanto opuesta a una forma de vida calificada como humana, sino el
hecho de que expongan a esa forma humana de vida a su lmite, en
el cual esa vida se reencuentra con la potencia ontolgica del continuo. Segn la interpretacin de Foucault, en la transgresin hacemos
la experiencia del lmite, llevndolo hasta el lmite de su ser,9 que
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concibe como una forma separada amenazada por la muerte. El animal, que no puede hacer la experiencia de la separacin y no sabe
nada de la muerte, no puede acceder a la experiencia de la pasin.
En analoga con Agamben podramos decir que la pasin es la apertura (el despertar) al propio ser aturdido, por el cual accedemos al no
ser, lo velado. Pero a diferencia de Agamben no es la potencia-de-no
del hombre lo que nos abre al ser no-revelado, sino la potencia de no
de la naturaleza, su sustraccin a la obra humana, la falla y la continuidad a la que nos expone la muerte, lo que revela en el hombre
una potencia de no, una negatividad sin uso, que desata su pasin.
Casi podramos presentar ac la clsica oposicin entre materialismo e idealismo reformulada: no es la potencia del sujeto la que
revela el ser de la vida, sino la vida la que revela al hombre su potencia. Por este motivo la negatividad batailleana es una potencia-de-no
que se opone radicalmente a la biopoltica. Mientras que la biopoltica implica, como hemos dicho, una comprensin de lo viviente
como orientado hacia su autoconservacin, la vida batailleana, regida por la negatividad (=potencia de no), se dirige siempre a un exceso que implica una prdida, una carencia de Ser. En consecuencia la
vida soberana, entendida esencialmente como pasin cuyo objeto es
una prdida, un no-Ser, no puede ser til a ninguna biopoltica.
As entendida la vida soberana es la expresin ms radical e irreductible a la biopoltica estatal y esta irreductibilidad reposa en la
experiencia interior sagrada que contiene. La experiencia interior
hunde al ser individual en una continuidad maravillosa. Por este
motivo, incluso en el caso del xtasis mstico, esta experiencia no
puede ser alcanzada por un individuo aislado, sino que requiere de
otro real o imaginario en el cual podamos reconocer en el sentido hegeliano esa negatividad que nos afecta. La experiencia de la
continuidad implica as siempre la experiencia de una comunicacin que hace posible una comunidad entre los sujetos. Comunidad de una prdida, que surge en la medida en que cada uno se
expone en el otro, a la experiencia lmite de su ser fuera de la obra de
la cultura, en tanto ese otro, en la pasin, se expone l mismo tambin a esa misma experiencia. Por ello la experiencia es esencialmente comunicacin, pero no con el otro individual sino con esa
otredad de la experiencia que lo rebasa.
En otros trminos, lo que nos apasiona de ese otro no es l mismo
como individuo social o cultural, sino su ser a-morfo, su potencia de
no (Agamben), el exceso que nos revela su continuidad inmanente al
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si esto es as [si lo que la ideologa representa es la relacin imaginaria de los individuos con sus condiciones de
existencia, y no las condiciones reales de la produccin de de
manera distorsionada] la pregunta por la causa de la deformacin imaginaria de las condiciones de existencia en la ideologa desaparece y debe ser reemplazada por otra: por qu la
representacin dada a los individuos de su relacin (individual) con las relaciones sociales que gobiernan su existencia
y su vida colectiva e individual es necesariamente imaginaria?
Y cual es la naturaleza de este ente imaginario? [quelle est
la nature de cet imaginaire?](1970, p. 46)4
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Colocndonos en el interior del mecanismo ideolgico as descrito, se supone que el comportamiento material del sujeto se deriva del mismo naturalmente (ver 1970, p. 48). Otra formulacin del
mismo punto introduce un matiz adicional, cuya importancia tendremos ocasin de apreciar ms adelante:
la representacin ideolgica de la ideologa est obligada a reconocer que todo sujeto dotado de una conciencia
y que cree en las ideas que su conciencia le inspira y
acepta libremente, debe por tanto traducir en los actos de su
prctica material sus propias ideas de sujeto libre. Si no lo
hace, eso no est bien.(1970, p. 49)
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En trminos wittgensteinianos, se dira que la interpelacin es un elemento constitutivo de la gramtica de sujeto. Para la nocin de elemento constitutivo, vase Wittgenstein, 1953 136.
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propia forma del reconocimiento, oculto detrs de la propia evidencia que lo mantiene en la existencia.
Tenemos as una primera parte de la respuesta a nuestro interrogante: los individuos se relacionan necesariamente de manera
imaginaria con sus condiciones de existencia porque no hay otra
opcin para ellos que ser reclutados como sujetos y solo aquellos
con capacidad para encontrar una unidad imaginaria (evidencia y
necesidad) donde no hay fundamentos para la misma son reclutados por la ideologa, clasificados como sujetos.
Hay, con todo, una razn de otro orden para comprender por
qu esto ha de ser necesariamente as. Para ello tenemos que reparar
en las consecuencias que posee el mecanismo de la interpelacin y
la correlativa constitucin de los sujetos. Althusser establece este
punto a travs de la ambigedad de la nocin de sujeto, como sustantivo sujeto (libre y responsable) y como adjetivo sujeto (sojuzgado). En resumidas cuentas, al ser subjetivizados, los individuos
son a su vez sojuzgados, fijados a un rea de accin restringida:
el individuo es interpelado como sujeto (libre) para que se someta libremente a las rdenes del Sujeto, por lo tanto, para que acepte (libremente) su sujecin, por lo tanto para que cumpla
solo los actos y gestos de su sujecin () es necesario que
sea as, para que las cosas sean como deben ser, digmoslo
ya, para que la reproduccin de las relaciones de produccin
sea asegurada cada da (incluso en los procesos de produccin y circulacin) en la conciencia, o sea, en el comportamiento de los individuos sujetos que ocupan los puestos que
la divisin sociotcnica del trabajo les ha asignado en la produccin, la explotacin, la represin, la ideologizacin, la
prctica cientfica, etc. (1970, p. 63).
Podemos ahora dar el paso final de esta parte de nuestra indagacin. La ideologa aparece como una categora omnihistrica, en
virtud de que la fijacin de los individuos a esferas de actividad
parece ser un requisito de toda sociedad. Este sujetamiento tiene
que ocurrir, segn Althusser, forzosamente a travs de la categora
de sujeto, que involucra necesariamente la relacin imaginaria de
los individuos con los dispositivos que los configuran como sujetos. De aqu se desprende que tampoco hay otra opcin para los ordenamientos sociales que reclutar a los individuos como sujetos. Por
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tanto, podemos comprender entonces que la relacin de los individuos con sus condiciones de existencia deba ser pensada como
necesariamente imaginaria.
Wittgenstein desarrolla en las Investigaciones filosficas una propuesta filosfica bastante peculiar. Es que Wittgenstein no concibe
a la filosofa como un cuerpo de doctrina, como una serie de tesis,
hiptesis o leyes, sino como una forma de actividad. Esta forma de
actividad es pensada por analoga con la labor teraputica. La
enfermedad con la que se confronta la terapia filosfica no es otra
que la filosofa en sentido tradicional (la filosofa como cuerpo de
doctrina). Sin embargo, Wittgenstein raramente se dirige a las concepciones particulares de uno u otro filsofo, en su lugar toma
como su objeto de anlisis lo que denomina figuras (Bilden, pictures), esto es, concepciones generales que reflejan nuestras actitudes
fundamentales, en el sentido de que las mismas dan forma a nuestra inclinacin a plantearnos ciertas preguntas y al tipo de respuestas que aceptaramos como satisfactorias. Estas figuras son ncleos
conceptuales rsticos, susceptibles de ser refinados de distintas
maneras.12 Con todo, Wittgenstein confa en que cuando logramos
percibir la inadecuacin de una figura de esta clase, dejamos de
estar dominados por la tentacin de refinarla de una manera u otra.
Una imagen o figura establece la manera en que las cosas tienen
que ser13 grosso modo, de manera que mientras estamos cautivos
de la misma sus fallos nos parecen cuestiones de detalle, subsanables con un refinamiento de nuestro conocimiento.
Al comienzo de las Investigaciones filosficas Wittgenstein presenta una tal imagen del funcionamiento del lenguaje a partir de
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La comprensin del lenguaje consistira, para Agustn, en colegir las conexiones entre palabras y cosas, de manera que una vez
lograda la comprensin, la dificultad radicara en adquirir la habilidad de proferir adecuadamente los signos para manejarse en el
intercambio social. Como dice Agustn: una vez adiestrada la lengua a esos signos [despus de haber comprendido] expresaba ya
con ellos mis deseos (Confesiones, I, 8, cit. en Wittgenstein 1953 1).
Ahora bien, en la concepcin agustiniana la comprensin y la
accin (sea o no lingstica) aparecen como conceptualmente separables. Esto es, Agustn cree haber comprendido, en un primer
momento, para solo en un segundo momento, despus de haber
adiestrado su lengua a la pronunciacin de los signos, realizar las
acciones lingsticas que se siguen de esa comprensin. Dicho de
otra manera, el vnculo entre un trmino (la comprensin, la aprehensin de ideas) y el otro, la accin (en este caso lingstica), aparece como una relacin externa, como un vnculo en el que ambos
trminos pueden concebirse uno con independencia del otro.
La respuesta wittgensteiniana a Agustn combina dos movimientos. Por un lado, diagnstico y crtica; diagnstico en el cual se
intenta descubrir y describir cules son las bases a partir de las cuales se erige la figura del lenguaje que hemos descrito, que se combina con un movimiento crtico en el que se muestran las consecuencias absurdas a las que la misma conduce. Por otra parte un
movimiento de reconstruccin o elucidacin gramatical, en el que se
intenta que quien est cautivo de una figura, enfermo de un problema filosfico, pueda reparar en aquello que, en cierto sentido,
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ya conoce, pero que, sin embargo, cuando intenta llevar a la representacin eso conocido, revela de alguna manera no comprender. 14
La concepcin de la comprensin contenida en la observacin
de Agustn y que constituye el objetivo de la crtica wittgensteiniana en las secciones iniciales de las Investigaciones filosficas ha recibido diferentes denominaciones. En este trabajo utilizaremos la
denominacin paradigma mentalista tradicional. Bajo la misma
pretendemos englobar los diferentes modos en los que la filosofa
ha intentado encontrar tanto una ontologa como una epistemologa que haga justicia a algunas peculiaridades de nuestro comportamiento lingstico. Hay un rasgo de nuestro comportamiento lingstico que es especialmente relevante: usualmente no se nos presentan dudas acerca del sentido o el significado de las expresiones
Por ejemplo, no tenemos dudas acerca de lo que significa la expresin Hay una montaa de oro en la costa uruguaya, mientras que
la verdad de este enunciado es una cuestin legtimamente dudosa. En trminos ms clsicos, se trata de la distincin entre el carcter a priori de las cuestiones semnticas y el carcter a posteriori de
las cuestiones de hecho. Pues bien, cmo se debe dar cuenta del
carcter a priori de la comprensin, del conocimiento del significado? La va ms fatigada en trminos filosficos ha sido la de una
ontologa justificatoria. De acuerdo a la misma, habra un dominio, el
del significado (ideas, conceptos, etc.) en relacin al cual el sujeto
poseera acceso privilegiado e inmediato, dotndolo de un conocimiento del que se desprenderan deductivamente los casos del significado en cuestin. La concepcin mentalista tradicional es un
ejemplo de esta estrategia.
Veamos ahora la crtica que Wittgenstein realiza a esta concepcin, mostrando que la elucidacin del conocimiento del significado en trminos de una ontologa justificatoria genera paradojas de
una manera irremediable. La manera ms sencilla de presentar la
crtica de Wittgenstein a este modelo es a travs de su anlisis de las
explicaciones o definiciones ostensivas. Una explicacin ostensiva
es la definicin de un trmino que realizamos sealando un objeto
y pronunciando al mismo tiempo la expresin que deseamos definir (x) en clusulas como Esto es un x. En su anlisis, Wittgenstein
muestra que dichas definiciones no agotan las posibilidades de
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Wittgenstein analiza (ver 1958, p. 122) cul sera el elemento que representa a la evidencia en el modelo analizado, el que toma la forma de
una sensacin especfica de no ser capaz de distinguir entre el ejemplo (el estado mental hipotticamente identificado con el significar) y
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El ejemplo socava al modelo al presentar dos posibles aplicaciones de la figura del cubo que podramos sentirnos igualmente
inclinados a considerar como adecuadas. En el siguiente prrafo el
propio Wittgenstein indica que lo que efectu el ejemplo del 139
es recordarnos que: bajo ciertas circunstancias estaramos dispuestos a llamar tambin aplicacin de la figura cbica a otro
proceso, adems de aquel en el que habamos pensado originalmente. (1953 140). Esto es, dos aplicaciones diferentes, la aplicacin a un objeto cbico y la aplicacin a un prisma triangular,
podran encajar con una y la misma experiencia (la contemplacin
mental de la figura de un cubo), identificada inicialmente como la
experiencia de comprensin de cubo.
Lo que hace inviable a la concepcin mentalista tradicional es que
es que la misma genera, de manera irremediable, una duplicidad de
criterios potencialmente en contradiccin entre s. Este problema no
es ms que un reflejo de haber pensado desde el comienzo a la comprensin (estado mental) y a la aplicacin (juicios) como trminos
independientes entre s, como trminos que guardan entre s una
relacin externa. Sin embargo, el caso que consideramos permite
extraer una leccin: si el estado mental que identificamos en principio como la comprensin de cubo, (el venirnos a las mientes la
figura del cubo) da lugar a una aplicacin que contradice la identificacin que habamos hecho inicialmente (su aplicacin a un prisma
triangular, por ejemplo) seguiremos diciendo que se trata del estado de comprender tal o cual cosa? La respuesta de Wittgenstein es
clara, la aplicacin es el criterio bsico de la comprensin:
lo esencial es que veamos que al or la palabra puede
que nos venga a las mientes lo mismo y a pesar de todo ser
distinta su aplicacin. Y tiene entonces el mismo significado las dos veces? Creo que lo negaramos. (1953 140)
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sin: [Que una explicacin adicional] sea necesaria en la definicin ostensiva del dos depende de si sin esa palabra l la interpreta de modo distinto a como yo deseo. (1953) En el 145 es ms
explcito an: Pero supongamos ahora que, tras algunos esfuerzos
del maestro, l [el alumno] contina la serie correctamente, es decir,
como lo hacemos nosotros. (1953, nfasis aadido).
Las observaciones acerca del doble criterio implican un argumento antirreduccionista en el sentido de que cualquier propuesta
reduccionista desconoce el carcter prioritario de la aplicacin (por
definicin intenta buscar algo ms bsico que la misma) y por ello
se ve enredada inevitablemente en el problema del doble criterio,
que, segn hemos argumentado, se resolver siempre a favor de la
aplicacin.
Este abordaje abre una serie de problemas. Por un lado, la ruptura con la concepcin de los significados como continentes de la
aplicacin y la necesidad de concordancia en los juicios, parece
suprimir las relaciones internas que reconocemos existen entre la
regla y sus casos, entre la comprensin y lo comprendido. La relacin entre la serie de los pares y el paso 1002 como sucesor de 1000
no es una relacin contingente, no es cuestin de esperar que los
otros acten para saber si este es el paso correcto. Wittgenstein es
consciente de esta aparente consecuencia de su planteo, por ello
sostiene: A la comprensin por medio del lenguaje pertenece no
solo una concordancia en las definiciones, sino tambin (por extrao que esto pueda sonar) una concordancia en los juicios. Esto
parece abolir la lgica; pero no lo hace. (1953 242)
Para encontrar una respuesta satisfactoria a este problema, es
importante reparar en una caracterstica aparentemente paradjica
de la exposicin de Wittgenstein. Nos referimos a que estos argumentos chocan una y otra vez con la incredulidad del propio
Wittgenstein, en cuanto ste se dispone a hablar en primera persona. Esto hace que los mismos argumentos tengan que ser repetidos
una y otra vez (a propsito de las definiciones ostensivas, a propsito de la comprensin de series matemticas, acerca del lenguaje de
las sensaciones, a propsito de la relacin entre la voluntad y la
accin, acerca de la visin de aspectos de una cosa, etc.) Vale la pena
aclarar que la construccin argumentativa o retrica de las
Investigaciones filosficas ha sido caracterizada por K. T. Fann como
una confesin, en un sentido anlogo a las Confesiones de Agustn,
en la que predomina una dialctica entre las voces de la tentacin
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y la voz de la correccin.17 La voz de la tentacin aparece caractersticamente en primera persona del singular, como en este caso:
Pero cmo puede ser esto? [que la comprensin requiera de la concordancia en los juicios] Cuando yo digo que
entiendo la ley de una serie, seguro que no lo digo sobre la
base de la experiencia de haber aplicado hasta ahora la frmula algebraica de tal y cual manera! Seguro que s en todo
caso por m mismo que significo la serie de este y aquel modo;
da igual hasta dnde la haya desarrollado de hecho. Quieres
decir, pues: conoces la aplicacin de la ley de la serie prescindiendo totalmente de un recuerdo de las aplicaciones
efectivas a determinados nmeros. Y quiz digas:
Evidentemente! Puesto que la serie es en efecto infinita y el
trozo de serie que yo pude desarrollar, finito. (Wittgenstein
1953 147).
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tal es el caso del maestro o del alumno Juan una vez que ha superado exitosamente las pruebas que se le proponen y a las que se
somete, el individuo puede dar por buenas, por correctas, las respuestas que se siente confiado a dar, sin ms justificacin que esa,
estando en esto sin embargo sujeto a la correccin por otros.19
Veamos ahora cmo funcionan los enunciados semnticos condicionales. All donde la concepcin mentalista tradicional seala
que porque comprendemos el mismo concepto actuamos del
mismo modo, donde el nfasis est puesto en el antecedente del
condicional (comprendemos), la elucidacin teraputica desplaza
los nfasis, sealando la primaca de la prctica, haciendo lugar a
la prioridad de la aplicacin sobre la que hemos estado insistiendo.
Esta prioridad se expresa, en el anlisis teraputico, elucidando el
funcionamiento de los condicionales semnticos bajo la forma de
un condicional contrapuesto, lo que en nuestro ejemplo sera: si
no responde 125 al problema 57+68, entonces no ha estado sumando, o en una versin un poco ms refinada: si no actuamos del
mismo modo (de manera reiterada) entonces no (decimos que)
comprendimos el mismo concepto. Lo que va entre parntesis en
esta frmula intenta indicar que la misma no funciona de manera
algortmica, sino de manera aproximada (es a menudo suficiente
que X no acte como lo esperamos para que digamos que X no
sigue la regla, etc.). Queda all un espacio indeterminado, y por ello
de disputa, que podemos pensar tal vez como uno de los terrenos
de la lucha ideolgica.
El ritual de los enunciados semnticos, el funcionamiento de la
categora de significado, es entonces un ritual a travs del cual
19
120
LENGUAJE,
PODER Y VIDA
otorgamos, conservamos y denegamos estatus sociales. El propsito de los mismos es clasificar a los individuos de acuerdo a las actividades que pueden o no realizar. La semejanza con la propuesta
de Althusser es a esta altura evidente.
Queda entonces, para concluir esta seccin, reparar en que lo
que caracterizamos como la voz de la tentacin se apoya sobre
un rasgo necesario de nuestras prcticas lingsticas: la seguridad
prctica, la ausencia de dudas para hacer uso de una expresin
simblica, es un criterio del que nos valemos para hacer enunciados semnticos categricos como l suma, l sabe (no sabe) qu
es un indicador de caminos,20 etc.
III. Conclusiones
20
Al fin del pargrafo acerca del indicador de caminos, Wittgenstein indica: As es que puedo decir que el indicador de caminos no deja despus de todo ninguna duda abierta. O mejor: deja a veces una duda
abierta y otras veces no. Y sta ya no es una proposicin filosfica, sino
una proposicin emprica. (1953 85) Que el indicador de caminos no
deja ninguna duda abierta acerca de cmo debe ser seguido es una
proposicin filosfica, es decir, expresa un criterio para afirmar si
alguien comprende o no qu es un indicador de caminos. En otros trminos: si el poste si deja una duda abierta para alguien, entonces no es
un indicador de caminos para esa persona. Naturalmente esto no afecta la cuestin emprica acerca de que habr individuos que duden frente al indicador de caminos, es decir, que no comprendan su significado.
121
INTERVENCIONES
FILOSFICAS
122
LENGUAJE,
PODER Y VIDA
123
INTERVENCIONES
FILOSFICAS
mos que acallar para poder desarrollar la comparacin. En determinado momento, al presentar el funcionamiento de la categora
de significado en la elucidacin gramatical wittgensteiniana, nos
vimos en la tentacin de glosar la postura del viens en los siguientes trminos: la concepcin mentalista tradicional (la semntica
filosfica) refleja la relacin necesariamente imaginaria de los individuos con las condiciones sociales de su produccin en tanto
hablantes. Si no adoptamos esta formulacin fue porque
Wittgenstein insiste una y otra vez en que las concepciones filosficas no son un asunto de la prctica, sino de la reflexin sobre la
prctica. As sostiene Wittgenstein:
Prestamos atencin a nuestros propios modos de expresin concernientes a estas cosas, pero no los entendemos,
sino que los malinterpretamos. Somos, cuando filosofamos,
como salvajes, hombres primitivos, que oyen los modos de
expresin de hombres civilizados, los mal interpretan y
luego extraen las ms extraas conclusiones de su interpretacin. (1953 194)
Es cierto que Wittgenstein entiende que las causas de la confusin filosfica son en ltima instancia inducidas por nuestras formas
de expresin, por las analogas superficiales entre las mismas, y que
lo que nos lleva a enredarnos en tales confusiones no es algo diferente que aquello que nos permite capacitarnos como hablantes
(forma de vida, inclinacin a continuar confiadamente, etc.). Pero no
considera que las mismas sean algo necesario. La expresin Ahora
s como continuar proferida en el curso del aprendizaje de una
expresin simblica, una serie matemtica por ejemplo, y an cuando gran parte del esfuerzo de Wittgenstein se dirige a mostrar que
no hay fundamentos posibles (en el sentido de condiciones necesarias y suficientes) para conocer la continuacin de una serie matemtica, no es a su juicio algo necesariamente ilusorio. Esta expresin es
una exclamacin, cuyo dominio se adquiere de manera semejante a
cmo se adquiere el dominio de otras exclamaciones, de dolor y placer por ejemplo, cuya adquisicin se acredita socialmente, sujeta a la
correccin por otros (ver Wittgenstein 1953, 244). El dominio de
tales expresiones no implica esencialmente ilusin, aunque constituye una piedra con la que alguien difcilmente deje de tropezar al
reflexionar sobre el lenguaje, ya que por su forma parecen un caso de
124
LENGUAJE,
PODER Y VIDA
saber, utilizan la misma expresin que en los casos en que conocemos cuestiones de hecho (Ahora s como continuar es anlogo en
su forma en su gramtica superficial a Ahora s que vestido lleva
puesto, aunque radicalmente distinto en su funcionamiento en su
gramtica profunda), parece excluir lgicamente la duda (la expresin s como desarrollar la serie matemtica pero no s cual es el
prximo caso carece de sentido), toda una serie de factores que
generan la impresin de estar aludiendo a una certeza de orden
superior (el carcter a priori del conocimiento del significado).
La elucidacin teraputica intenta entonces que podamos reconocer, separando lo que es dato de lo que es interpretacin, la piedra sobre la que se levantan las concepciones filosficas. La ausencia de duda en el manejo de las expresiones simblicas es un rasgo
constitutivo del ser hablante, un rasgo necesario, pero no porque est
fundada en un dominio de acceso privilegiado del que habramos
de concluir que los hablantes necesariamente poseen, como si
alguien dijera: sin ese saber no se puede hablar, sino porque
constituye uno de los criterios con los son seleccionados los hablantes, uno de los criterios que est integrado en los rituales a travs
de los que funciona la categora del significado.22 El dominio de
acceso privilegiado que sustentara un conocimiento especial que
se manifestara en la certeza en relacin al significado, es una proyeccin del dato de la ausencia de duda que el ritual de la categora de significado utiliza para seleccionar a los hablantes.
La tensin que sealamos acaso sea la misma que se puede
apreciar entre la brillante frmula de Althusser, quien sostiene que:
la ideologa no tiene afuera (para ella), pero al mismo tiempo,
que no es ms que afuera (para la ciencia y la realidad) (1970, p. 56)
y la parcialmente concordante formula de Wittgenstein, quien sostiene por su parte: La filosofa expone meramente todo y no explica ni deduce nada. Puesto que todo yace abiertamente, no hay
nada que explicar. Pues lo que acaso est oculto, no nos interesa.
(1953 126).
22
125
De la comunicacin a la cohabitacin
AXEL CHERNIAVSKY
Contra el privilegio que Saussure atribua a la lingstica sincrnica respecto de la lingstica diacrnica,1 Deleuze y Guattari
niegan que no se pueda estudiar cientficamente la lengua, es decir,
que no se la pueda constituir como un sistema, ms que bajo las
condiciones de una homogenizacin o estandarizacin.2 Es la
variacin misma lo que es sistemtico, afirman, siguiendo los anlisis de Labov (Deleuze y Guattari, 1980, p. 118). Ahora bien, desde
el momento en que la lengua que se habla ahora no es la misma que
la que se hablar luego y que la lengua que se habla aqu no es la
misma que se habla all (pensamos en variaciones intrnsecas a una
misma lengua, y no en dos idiomas distintos), cmo pueden dos
hablantes de la misma lengua comunicar? En principio, una cosa
no implica la otra, puesto que admitir que la lengua sea un sistema
en variacin, no supone necesariamente que el hablante particular
sea el origen de esa variacin. La lengua puede evolucionar como
cuerpo colectivo sin que ello dependa de la decisin de ningn
hablante. Pero por otra parte, es la posibilidad de la comunicacin
lo que preocupa a Deleuze y Guattari cuando definen a la lengua
como un sistema en variacin?
El captulo IV de Mil mesetas tiene como objetivo revisar lo que
llama los postulados de la lingstica. Entre ellos, se encuentra el
de la homogeneidad: habra constantes o universales de la lengua,
que permitiran definirla como un sistema homogneo (Ibd., p.
116). Pero el primero de ellos es justamente el que concierne a la
1
2
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INTERVENCIONES
FILOSFICAS
Deleuze y Guattari recurren a los trabajos de Austin para resolver un problema preciso: cul es el estatus y la extensin de la palabra de orden. Cul es el estatus del performativo en Austin? Qu
realiza ese enunciado que se caracteriza por ser un realizativo?
En la primera de las conferencias publicadas bajo el ttulo Cmo
3
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LENGUAJE,
PODER Y VIDA
hacer cosas con palabras, tras observar que hay ciertos enunciados
que no parecen ser ni verdaderos ni falsos, que no parecen describir un estado de cosas, y ofrecer cuatro ejemplos de ellos, Austin
avanza una caracterstica comn: En estos ejemplos parece claro
que expresar la oracin () no es describir ni hacer aquello que se
dira que hago al expresarme as, o enunciar lo que estoy haciendo:
es hacerlo.4 La oracin performativa no es aquella que describe un
estado de cosas, ni la que describe una actividad que realiza el
hablante; es aquella que realiza la actividad misma. Los cuatro
ejemplos proporcionados son los de una jura (juro desempear el
cargo con lealtad), un bautismo (bautizo este barco Queen
Elizabeth), un legado (lego mi reloj a mi hermano), una apuesta
(te apuesto cien pesos a que maana va a llover). Los mismos
cuatro ejemplos sern retomados un poco ms adelante, en la
segunda conferencia (Austin, 2003, p. 55), con lo cual diremos que,
en todos los casos, el performativo consiste en realizar una accin.
De hecho, este es uno de los motivos por los cuales Austin confiesa haber decidido forjar un neologismo (performative): porque el
verbo del que deriva es el que se antepone usualmente al sustantivo accin (to perform an action) (Austin, 2003, p. 47). De aqu que
se haya elegido el trmino de realizativo para traducirlo. Existan
otros motivos tambin: los otros candidatos, o bien designaban una
clase en particular de performativos, o bien acarreaban significaciones indeseadas. El primer caso es el que se da si denominamos
las expresiones en cuestin contractuales o declaratorias. Ciertos performativos, en efecto, consisten en el acto mismo de cerrar un contrato la apuesta, por ejemplo; y otros, los declarativos, en el acto
mismo por el que, por ejemplo, se abre una sesin declaro abierta la sesin. Pero como una clase no incluye a la otra y como hay,
luego, otros casos que no pertenecen a ninguna de las dos clases,
ambas apelaciones deben ser descartadas. Una segunda alternativa
la constituye la palabra que, en trminos de Austin, ms se aproxima a lo que necesita, el trmino tcnico ingls operative (operativo). Est pensando en el uso del trmino que hacen los abogados
cuando aluden con l a aquella clusula de un instrumento que
sirve para realizar una transaccin. Pero como a menudo se usa el
trmino para significar eficaz o conducente, puede llevar a
4
Austin, John Langshaw, (2003), Cmo hacer cosas con palabras, 2 ed.,
trad. Genaro R. Carri y Eduardo Rabossi, Buenos Aires, Paids, p. 46.
129
INTERVENCIONES
FILOSFICAS
confusin. Es as cmo, para disponer de un nombre lo suficientemente general y sin significados preconcebidos, Austin forja el
performativo o realizativo. Qu realiza entonces el realizativo? Dada la justificacin de su nombre y los ejemplos que lo ilustran, diremos, ante todo, una accin.
Qu hay de la palabra de orden, segn Deleuze y Guattari?
Podemos decir que realiza lo mismo? En principio, la palabra se
define por medio de una distincin similar a la que separa el performativo del enunciativo: el lenguaje es transmisin de la palabra que funciona como palabra de orden, y no comunicacin de un
signo como informacin (Deleuze y Guattari, 1980, p. 97). No se
trata ni de transmitir una informacin ni de comunicar un hecho,
ambas expresiones sujetas a la verdad o falsedad respecto de un
estado de cosas. Sin embargo, el marco de la actividad parece restringirse cuando los autores afirman que el lenguaje no ha sido
hecho ni siquiera para ser credo, sino para obedecer y hacer obedecer (Ibd., p. 96). La palabra de orden no sera meramente realizativa o performativa, sino ordenadora o directiva, mucho ms
cerca de lo que Austin pensaba como oraciones declarativas como
subclase de las performativas. Ahora bien, no se trata simplemente
de una restriccin sino de una precisin que parece depositarnos en
terreno exclusivamente poltico: la pragmtica es una poltica de
la lengua (Ibd., p. 105). De este modo, los casos analizados por
Deleuze y Guattari no sern ya juras, bautismos y apuestas, sino
una declaracin de movilizacin general en el marco de una guerra, por ejemplo. Se detendrn especialmente en los anlisis de
Jean-Pierre Faye sobre la constitucin de enunciados nazis en el
campo social alemn y en la formacin de un tipo de enunciados
propiamente leninistas en la Rusia sovitica, a partir de un texto de
Lenin titulado Respecto de las palabras de orden.
Pero a medida que el anlisis avanza la palabra de orden parece exceder los mrgenes del terreno poltico y, su funcin, los de la
orden entendida como mandato. Quiz este movimiento se vuelva
del todo manifiesto cuando se afirma que los actos lingsticos se
definen por el conjunto de transformaciones incorpreas que producen (Ibd., p. 102). A qu se refieren Deleuze y Guattari con estas
transformaciones incorpreas? Son los estoicos quienes distinguen
dos rdenes de causas: el que concierne a los cuerpos y sus mezclas, las acciones y pasiones entre los cuerpos; y el que concierne a
los efectos de las interacciones entre los cuerpos, que no son cuer130
LENGUAJE,
PODER Y VIDA
pos propiamente dichos, sino incorpreos, atributos lgicos o dialcticos. Siguiendo a la tradicin, uno se vera tentado de superponer la distincin entre cuerpos e incorpreos con la distincin entre
la materia y el espritu. De hecho, en muchas otras ocasiones,
Deleuze no recurre al lxico estoico sino a la prosa bergsoniana
para referirse a un mbito virtual. Bergson no utiliza demasiado
el trmino, pero all donde lo hace, lo emplea para caracterizar el
modo de ser de determinados fenmenos que no pertenecen
al mbito material sino al espiritual: la multiplicidad cualitativa,5 el
recuerdo que opera en la percepcin o rememoracin normal,6 el
recuerdo del presente que opera en el caso patolgico del falso
reconocimiento,7 los elementos de una tendencia evolutiva,8 la
accin a punto de llevarse a cabo.9 Por otra parte, en La teora de los
incorpreos en el antiguo estoicismo, una de las fuentes principales de
Deleuze a la hora de referirse a los estoicos, mile Brhier no duda
en presentar la fsica en estos trminos: en la larga carrera que
ofreci, hay de hecho un momento en el que el estoicismo, incluso
en su fsica, present un aspecto eminentemente espiritual.10
Ahora bien, por qu Deleuze habla de transformaciones incorpreas y no espirituales y conserva el trmino virtual entre tantos
otros que componen la variada prosa bergsoniana? Si nos remitimos a los textos de Bergson, observamos que el trmino nunca se
emplea cuando se trata de considerar la diferencia de naturaleza
que distingue a un mbito de otro tomados por separado, sino
cuando es cuestin del pasaje gradual de un mbito al otro: de la
construccin del nmero por agregacin de las unidades que lo
componen en el caso de la multiplicidad (Bergson, 2003, pp. 62-63);
de la insercin del recuerdo en la percepcin que, como una nebulosa que se condensara; de virtual, pasa al estado actual (Bergson,
1997, p. 148); de la disociacin o diferenciacin del lan original en
las tendencias evolutivas (Bergson, 2003c, p. 119); del desarrollo de
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con Cristo es una mezcla de cuerpos, aun si se trata de cuerpos espirituales, no menos reales (Ibd., p. 103), aclaran, recordando esta
concepcin fisicalista, materialista en un punto,14 del espritu. Pero
la transformacin del pan y el vino en cuerpo y sangre de Cristo es
una transformacin incorprea resultante de un enunciado pronunciado por el sacerdote y que no se atribuye sino a los cuerpos.
Concluimos as que lo que realiza la palabra de orden es mucho
ms que una orden y que su alcance excede ampliamente el terreno poltico. Se trata ms bien de una intervencin sobre lo real, en
trminos de Deleuze y Guattari,15 lo que acerca mucho ms esta
pragmtica a Gorgias que a Austin. Recordemos en efecto lo que
dice el sofista a propsito del discurso de los meteorlogos en el
Elogio de Helena: destruyendo una opinin y suscitando otra en su
lugar, hace aparecer a los ojos de la opinin cosas increbles e invisibles.16 De modo similar, en cierta ocasin que Deleuze y
Guattari se refieren al enunciado performativo, se lo define como
aquel que, al decirse, hace ser (Deleuze y Guattari, 1980, p. 99). El
orden del que es cuestin en la palabra de orden ya no parece ser
el mandato, sino el orden de lo real, o de cierta dimensin de lo
real. Lo mismo ocurre con el concepto filosfico. De l, dicen
Deleuze y Guattari que permite poner en orden el caos mental,
dando consistencia al caos virtual. En la medida que esa atribucin
de consistencia en ciertas oportunidades es explicada a partir de
los principios de asociacin humeanos y segn ciertas referencias a
la Crtica de la razn pura,17 comprendemos que ese proceso de ordenacin concierne a la realidad misma y se confunde con una organizacin de la experiencia. Probablemente, visto que tanto la pala14
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ra que los autores lograron hacer de la palabra de orden una funcin coextensiva al lenguaje: mostrando que directa o indirectamente, todo enunciado est ligado a obligaciones sociales. Por otra
parte, es por ello que sostienen que la primera determinacin del
lenguaje no es la metfora, sino el discurso indirecto libre (Ibd., p.
97). En qu consiste la figura? Al igual que el discurso indirecto,
remite la enunciacin a una instancia anterior: Y dice que X dijo
que a. La particularidad del discurso indirecto en su forma libre es
que la instancia anterior desaparece de la enunciacin explcita y
que, por lo tanto, las instancias se vuelven indiscernibles. A diferencia del directo o del indirecto que distingue los sujetos de enunciacin decisivamente, ya sea gracias a los dos puntos, ya sea gracias al pronombre relativo, el discurso indirecto libre los funde en
una misma proposicin. Cuando Flaubert escribe La empleada
volvi. La Seora iba a recibir al Seor,21 no es el narrador quien
dice Seora o Seor sino la empleada; el discurso, no obstante,
si bien mantiene la distincin, vuelve a los sujetos formalmente
inseparables. Por eso, sera una figura especialmente idnea para
dar cuenta del carcter colectivo del lenguaje. No es la distincin
de sujetos lo que explica el discurso indirecto libre, es el agenciamiento () lo que explica todas las voces presentes en una voz, los
estallidos de muchachas en un monlogo de Charlus, las lenguas,
en un lengua, las palabras de orden, en una palabra. (Deleuze y
Guattari, 1980, p. 101.) Si Deleuze ve en el discurso indirecto libre
la primera determinacin del lenguaje, es porque, previamente,
considera que el lenguaje es una prctica esencialmente colectiva y
que, por lo tanto, basta hablar, basta decir yo, para que la subjetividad considerada como una unidad idntica a s y hermtica se
fisure. La instancia enunciativa nunca es un sujeto, porque desde el
momento en que hablamos, ya estamos atravesados por el lenguaje que es, esencialmente, colectivo.
Si la instancia enunciativa es colectiva, uno podra inferir que la
variacin la concierne a ella toda entera y que, por lo tanto, no se
producira un problema de comunicacin, comprensin o transmisin entre los hablantes que la componen. En efecto, es lo que sucede con el caso del black-english respecto del ingls estndar u oficial.
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no lidien con la misma experiencia. El escenario no debe alarmarnos. Una vez ms, no son las situaciones que componen nuestra
vida cotidiana las primeras que parecen estar en juego, tampoco
aquellas que conciernen a las necesidades prcticas y al mundo de
la accin, sino ms bien las que ataen a la especulacin o la experiencia artstica. Por otra parte, debemos recordar que la lengua no
es la nica manera de organizar lo real, ni la ms poderosa: no por
hablar lenguas distintas, no por hablar siquiera idiomas distintos,
dejamos de tener la misma experiencia del color.
En segundo lugar, debemos admitir la posibilidad de una respuesta ambigua, es decir, que no se decida por la existencia o la
imposibilidad de una cohabitacin de manera absoluta y total. Es
posible que la cohabitacin tal como ha sido definida admita un
lmite mvil, por un lado, pero en cierto sentido arbitrario tambin,
como decimos que el umbral de ciertas facultades es arbitrario. Ni
vemos ni omos ni ms all ni ms ac de un cierto lmite. Tal vez
algo similar suceda con los hablantes de una misma lengua pero
que utilicen jergas distintas: tendrn algunos puntos de contacto y
ciertas zonas de sombra, de modo a que su mundo se delimite
como la interseccin de dos conjuntos. Ese mundo ser similar al
mundo que comparten el miope y el daltnico.
Considerando ahora el problema pedaggico, preguntemos
bajo qu condiciones los dos hablantes considerados pueden pasar
a habitar un mismo mundo, bajo qu condiciones puede uno conquistar la lengua del otro. En primer lugar, debemos descartar la
posibilidad de un aprendizaje ostensivo. Desde un punto de vista
terico, hemos visto que la palabra de orden tal como es considerada por Deleuze y Guattari concierne transformaciones incorpreas y, como tales, no observables. Cmo podramos sealar algo
as como la mayora de edad? Pero aun en el caso de que las entidades concernidas sean observables, debemos dejar de lado la
posibilidad de un aprendizaje ostensivo visto que, justamente, es la
palabra lo que determina a un objeto como ese objeto y no otro.
Dicho de otro modo, si el mismo objeto correspondiese a dos palabras distintas, estaramos ante un caso de sinonimia pero no de verdadera variacin lingstica. Recordemos que esa variacin, aun si
no concierne a otra cosa que a los objetos observables, y aun si
atae al mismo objeto desde un punto de vista material, es la que
hace que en un caso ese objeto sea ese objeto y en otro caso, otro.
Por el mismo motivo, debemos tambin desechar la hiptesis
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INTERVENCIONES
FILOSFICAS
de la traducibilidad: si el trmino de una lengua o jerga fuese completamente traducible al de otra, no estaramos ante una verdadera variacin. Inversamente, por ejemplo, el filsofo no se vera obligado a forjar neologismos, o sera el caso de un neologismo fallido
o arbitrario. Por supuesto, esa traduccin siempre podr realizarse,
tal como se traducen poemas de un idioma a otro. La pregunta que
planteamos es si esa traduccin restituye las significaciones o las
funciones del trmino original. La respuesta ha de ser negativa,
simplemente porque no es una verdadera respuesta al problema
planteado, porque ignora los datos del problema, a saber, que es la
palabra misma la responsable de la ordenacin o constitucin de
cierta porcin de lo real.
Tal vez la teora del aprendizaje que se presenta en el captulo
III de Diferencia y repeticin pueda aportar ciertas pistas para la elaboracin de una solucin. El captulo tiene como fin la definicin
de lo que significa pensar. Y en este sentido intenta distinguir el
pensar del reconocer. De ah que, no sin cierta irona, se afirme que
no puede ser el pensamiento lo que se halla en juego cuando se dice
Hola Teeteto si es Teeteto quien efectivamente pasa, o cuando a
una pregunta como cul es la capital de Holanda? se responde
msterdam. Pensar, pensar verdaderamente, debe ser algo ms
reconocer, debe ser justamente experimentar el lmite de nuestro
pensamiento como reconocimiento. Desde el punto de vista de una
teora de las facultades, no puede ser su uso ordinario lo que agote
las capacidades del pensar, sino que debe ser un uso superior, un
uso que les permite hacer una experiencia de su propio lmite, a la
manera de lo sublime en la Crtica del juicio. En dicho captulo,
Deleuze afirma explcitamente que no pretende hacer una teora de
las facultades, pero a la hora de dar ejemplos, podemos observar
que, en reiteradas ocasiones, el lenguaje es considerado como una
de esas facultades capaces de alcanzar su lmite y superarlo o
extenderlo. Preguntamos por ejemplo: qu es lo que fuerza la
sensibilidad a sentir, y qu no puede ser sino sentido, y que es al
mismo tiempo lo insensible? Y esta pregunta debemos plantearla
tambin no solo para la memoria y el pensamiento, sino para la
imaginacin (), para el lenguaje (Deleuze, 2003, pp. 186-187)
De este modo, cuando Deleuze reemplace la nocin de saber como
sntesis de conocimiento por la de aprendizaje como proceso de
pensamiento, podremos hacer valer este reemplazo para nuestro
problema. En efecto, no es ante una nueva lengua, ante una len144
LENGUAJE,
PODER Y VIDA
INTERVENCIONES
FILOSFICAS
Introduccin
146
Entre los textos en que la creencia es apenas mencionada, se encuentran El Anti-Edipo [Deleuze, Gilles y Guattari, Flix, (1972), LAntidipe, Minuit, Paris, pp. 42, 298, 306, 451 (las traducciones son nuestras)], donde las creencias son concebidas como territorialidades residuales y facticias que instaura o restaura el capitalismo, y Mil Mesetas
[Deleuze, G. y Guattari, F., (1980), Mille Plateaux, Minuit, Paris, p. 267],
donde un flujo social es siempre de deseo y de creencia. Por el contrario, la creencia es decisiva en Empirismo y subjetividad [Deleuze, G.,
(1953), Empirisme et subjectivit, PUF, Paris, esp. Chapitre V y
Conclusion], donde Deleuze afirma que la esencia del empirismo
radica en el problema del sujeto, definido como aquel que inventa y
cree. Lo propio de la creencia es superar la experiencia, trascender lo
dado, afirmar ms de lo que se sabe: creer es esperar. Esta inscripcin de la creencia en el empirismo persiste hasta Qu es la filosofa?
[Deleuze, G., y Guattari, F., (1991), Qu`est-ce que la philosophie?, Minuit,
Paris, pp. 54-55], donde se distingue una imagen clsica del pensamiento, orientada hacia lo verdadero, y una imagen moderna, de
raz humeana, que renuncia al vnculo con la verdad y sustituye el
conocimiento por la creencia. En dicho contexto, la creencia deviene un
movimiento del pensamiento independiente de la religin.
147
INTERVENCIONES
FILOSFICAS
Cf. Deleuze, G., (1985), Cinma 2. L`image temps, Minuit, Paris, p. 220.
Cf. Deleuze, G., (1990), Pourparlers, Minuit, Paris, p. 239.
148
LENGUAJE,
PODER Y VIDA
Cf. Castro, Edgardo, (2006), Del mundo al limbo (a modo de prlogo), en Cabanchik, Samuel, El abandono del mundo, Grama, Bs. As., pp.
15-22. Para la filosofa como diagnstico del presente, vase
Diagnosticar en Castro, E., (2004), El vocabulario de Michel Foucault,
Prometeo 3010- UNQ, Bs. As., p. 83.
Castro aborda el fenmeno de la desmundanizacin en relacin con el
proceso de secularizacin que pretende dar cuenta tanto de la
modernidad como de la posmodernidad. Si bien dicha categora como
principio de explicacin histrica comienza con Hegel, ste no hace uso
de la misma sino que emplea el concepto de mundanizacin
(Verweltlichung). El objetivo de la historia hegeliana sera la mundani-
149
INTERVENCIONES
FILOSFICAS
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LENGUAJE,
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estudios de nuestro autor en lo que hace a los lazos entre la filosofa y el arte cinematogrfico. Al respecto, es indudable que la teora
sobre el cine esbozada por Deleuze no es, strictu sensu, una teora
sobre el cine en cuanto tal, sino ms bien sobre los conceptos que
ste suscita, ocasiona, provoca (Cf. Deleuze, 1985, pp. 365-366). En
este sentido, la esencia del cine, que no es la generalidad de los
films, tiene por objetivo ms elevado el pensamiento, nada ms
que el pensamiento y su funcionamiento (Ibd., p. 219).7 No es
casual, entonces, que la prdida del mundo y la apuesta por la creencia en l aparezcan en el primer libro de filosofa consagrado al
arte cinematogrfico.
Por otro lado, es necesario comprender que, a travs del cine, Deleuze
aborda dos cuestiones esenciales de la filosofa occidental: el movimiento y el tiempo. Como ha marcado Montebello, el cine y la filosofa
pertenecen a una misma cultura y tienen por objeto la misma potencia
del movimiento en el universo y en la conciencia, el primero a travs
de las imgenes, la segunda mediante conceptos. Cf. Montebello,
Pierre, (2008), Deleuze, philosophie et cinma, Vrin, Paris, pp. 9-10.
151
INTERVENCIONES
FILOSFICAS
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PODER Y VIDA
Ibd., p. 245).8 En concreto, el cine no ha logrado generar pensamiento no solo por motivos internos (mediocridad artstica, degradacin
a propaganda) sino, ms profundamente, a causa de la impotencia
del propio pensamiento para pensar en otras palabras, la culpa
por no suscitar pensamiento no es tanto del cine como del propio
pensamiento; por ende, el cine se ve obligado a modificar su modo
de relacionarse con el pensamiento y hacer frente a la nueva situacin signada por la desconexin del hombre con el mundo.
Lo expuesto hasta aqu comporta consecuencias en lo que hace al
rgimen de las imgenes cinematogrficas, es decir, respecto del
segundo plano de anlisis mencionado. En efecto, la idea de que se
ha roto el vnculo que una al hombre con el mundo da cuenta del
paso de un tipo de imagen, la Imagen-Movimiento caracterstica del
cine clsico o de preguerra, a otro tipo de imagen, la ImagenTiempo propia del cine contemporneo o de posguerra. La
Imagen-Accin, esencia de la Imagen-Movimiento, es propia de un
cine de comportamiento dominado por situaciones sensoriomotrices,
en las cuales el personaje reacciona frente al mundo, implementa
una accin para modificar la situacin en que se encuentra. La imagen-accin es el correlato del pensamiento-accin; su presupuesto
subyacente es la unidad sensorio-motriz entre el hombre y la naturaleza.9 Por el contrario, la Imagen-Tiempo, que es en su conjunto
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conlleva una operacin, sobre la cual nos detendremos a continuacin, que tiende a trasformar las condiciones del problema.
Deleuze afirma que incluso las ilusiones de trascendencia nos
sirven y producen ancdotas vitales. Esto quiere decir que lo
esencial, cuando se trata de abordar cualquier instancia que quiere
trascender este mundo, reside en cmo se carga de inmanencia el
propio plano que se pretende traspasar. Este cargar de inmanencia el plano cuando lo que se quiere es saltar fuera de l, este volver al mundo o volver a darse del mundo cuando se aspira a
poder ir ms all, tiene como resultado el desplazamiento desde la
creencia en cuanto tal al modo de existencia de aquel que cree. Las referencias a Kierkegaard y a Pascal ilustran este movimiento; el caballero de la fe o el apostador son personajes de la trascendencia
y de la fe, pero lo que provocan es la re-inyeccin de inmanencia en
el modo de ser del caballero, del apostador o del creyente: Pascal
apuesta por la existencia trascendente de Dios, pero lo que est en
juego en la apuesta [lenjeu du pari], aquello sobre lo cual se apuesta, es la existencia inmanente de aquel que cree que Dios existe
(Ibd., p. 71).
Es posible captar una suerte de giro subjetivo en el derrotero
deleuziano, en la medida que lo que est en juego en la apuesta,
aquello por lo cual se apuesta no es, en rigor, tal o cual objeto, sino
el modo de existencia de aquel que elige.14 No se trata, ciertamente, de un simple viraje del objeto al sujeto, segn un esquema
que se revelera estril; no hay, strictu sensu, sujeto en este anlisis, sino solo modos de existencia, maneras de ser, formas de valorar. Tomemos el clebre argumento pascaliano: lo importante no es,
segn Deleuze, si Dios existe o no, sino cmo vive aquel que apuesta
por su existencia y cmo lo hace aquel que no apuesta: el caballero de la fe de Kierkegaard o el apostador de Pascal ya no se preocupan de la existencia trascendente de Dios, sino solo de las posibilidades inmanentes infinitas que aporta la existencia de aquel
que cree que Dios existe (Ibd., p. 72). Se patentiza as el deslizamiento de la trascendencia a la inmanencia, de la creencia al modo
de existencia.
Pero Deleuze seala un segundo desplazamiento que permite
encuadrar con mayor precisin la idea de conversin empirista: el
14
Esta redefinicin del vnculo entre la creencia y el creyente se hace presente igualmente en el cine: Deleuze (1985, p. 231 y ss) se refiere a un
cine de modos de existencia que reemplaza al cine de accin.
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problema se ha modificado de tal manera que el lugar que ocupaba Dios como objeto de creencia lo ocupa hoy da el mundo. La tesis
deleuziana es que el plano de inmanencia contemporneo se distingue del anterior aquel de Pascal y an de Kierkegaard en
cuanto nuestro problema consiste en las posibilidades inmanentes
que aporta aquel que cree en este mundo, aquella existencia que
traza movimientos y crea intensidades. En el plano anterior, lo
esencial no era si Dios exista, sino cmo viva aquel que crea, cmo
lo haca aquel que no crea. El objeto de la apuesta es siempre la
existencia inmanente, la vida en este mundo, aun cuando la atencin se desve hacia el objeto de la eleccin o la apuesta esto es: la
dimensin trascendente. Ahora bien, el problema actual, nuestro
problema, ya no consiste en la existencia de Dios, sino en la de este
mundo y esta vida. Lo que est en juego es cmo vive aquel que cree
(y cmo lo hace aquel que no cree), no en la existencia de este
mundo, sino en sus posibilidades de creacin y de novedad. Se
trata, sugiere Deleuze, de un trabajo por hacer:
Es posible que creer en este mundo, en esta vida, haya
devenido nuestra tarea ms difcil, o la tarea de un modo de
existencia por descubrir sobre nuestro plano de inmanencia
hoy. Es la conversin empirista (tenemos tantas razones para
no creer en el mundo de los hombres, hemos perdido el
mundo, peor que una novia, un hijo o un dios) S, el problema ha cambiado (Ibd., pp. 72-73).
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Cf. Gualandi, Alberto, (2003), Deleuze, Les Belles Lettres, Paris, p. 140.
Cf. Rajchman, J., (2000), The Deleuze Connections, Massachusetts
Institute of Technology, esp. Multiplicity. Vase Infra nota al pie 22:
el estudio del indo-europeo por parte de Benveniste hace visible la
conexin entre creer y dar crdito.
Deleuze, G., (1968), Diffrance et rptition, PUF, Paris, pp. 111-112.
Hay quienes han encontrado amargura y tristeza en la tesis deleuziana, una cierta tonalidad melanclica. Al respecto, Zabunyan (2006,
p. 196, notas 1 y 2) marca que el uso por parte de Deleuze del verbo
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del lenguaje no deberan inducirnos a adjudicarle a Deleuze nostalgia por etapas ya pasadas.19
En una palabra, no hay en el diagnstico de la prdida del
mundo ni en la propuesta de una creencia inmanente una actitud
romntica o reaccionaria. Tampoco es lcito entender la creencia en
este mundo en trminos de un como si segn cierta tradicin
kantiana: no se trata de hacer como si creyramos en este mundo,
o como si este mundo existiese. La cuestin es diferente: Deleuze
no llama a fingir creer o a hacer como si se creyera sino, simplemente, a creer; tampoco a hacer como si hubiera mundo pues,
insistimos, ese no es el problema sino en generar nuevos vnculos
con l, con sus posibilidades de creacin y novedad. No se trata,
por fin, de querer volver a ningn estadio anterior, sino de estar a
la altura del acontecimiento de la ruptura de nuestro lazo con el
mundo apostando a la creacin de nuevos modos de existencia y de
maneras de ser inditas:
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Previamente, ofrecimos razones tendientes a justificar la aparicin de la tesis de la prdida del mundo y de la creencia inmanente en el marco de los estudios sobre el cine Cf. I. Debemos agregar un motivo ms, que abre un campo de indagacin poco frecuentado en los estudios sobre el pensamiento deleuziano. Segn
nuestro autor, el cine es el arte mejor dotado a la hora de filmar el
movimiento espiritual, de manifestar la vida del espritu (Cf.
Deleuze, 1985, p. 232):
Algo bizarro me impresion en el cine: su aptitud desatendida para manifestar, no el comportamiento, sino la vida
espiritual [] La vida espiritual no es el sueo o el fantasma [] es ms bien el dominio de la fra decisin, la obstinacin absoluta, la eleccin de la existencia [] el cine no
solo pone el movimiento en la imagen, l lo pone en el espritu. La vida espiritual es el movimiento del espritu
(Deleuze, 2003, p. 264)
La relacin entre el cine y lo espiritual se manifiesta en la capacidad para filmar el movimiento del espritu. Pero, de qu modo
comprende Deleuze lo espiritual? Sera un error adjudicarle al
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Al respecto, los colaboracionistas denunciados por Sartre son un ejemplo adecuado; el concepto sartreano de mala fe apuntaba, segn
Deleuze, a esta eleccin no asumida como tal. Cf. clase del 17/05/1983
en www.webdeleuze.com
Como seala Montebello (2008, p. 60), la eleccin implica el acto de
liberacin del espacio fsico y la apertura de un espacio metafsico para
el espritu. Desde Pascal en adelante, la eleccin en filosofa es libre,
absoluta, puro acto del espritu.
No obstante, Deleuze hace de la eleccin una instancia paradjica pues
la remite al automatismo del pensamiento mismo: solo elige bien aquel
que es efectivamente elegido (Cf. Ibd., p. 232). La figura del autmata en
un sentido espiritual, no psicolgico-, indica esta condicin del pensamiento separado del mundo exterior pero animado por el afuera que lo
fuerza a pensar lo impensado.
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VI. Conclusin
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ca que la creencia no se dirige a un mundo distinto ni trascendente, sino a este mundo en la pura inmanencia de su aqu-ahora; c) La
frmula creer en este mundo mienta una tarea y tambin una
eleccin, una apuesta, una decisin espiritual; d) Los trminos en
juego (creer o no creer) remiten a los modos de existencia correspondientes, a las maneras de ser del que apuesta o del que no lo
hace; e) Se abre una dimensin de la vida del espritu centrada
en las elecciones de existencia que distingue entre elecciones verdaderas y falsas, segn se elija elegir o se niegue la eleccin misma.
Por otro lado, hemos visto que la idea de una creencia en este
mundo es la respuesta ensayada por Deleuze ante el concepto
igualmente mltiple de una prdida del mundo, del cual cabe decir
que: a) Constituye nuestro problema, el nuevo acontecimiento al
que debemos responder; b) Surge en el horizonte de los estudios
deleuzianos sobre el cine, donde explica las transformaciones en el
rgimen de las imgenes (paso del cine Clsico al Moderno, de la
Imagen-Movimiento a la Imagen-Tiempo, de la imagen-accin a la
situacin ptica y sonora) y la reformulacin en los vnculos entre
el cine y el pensamiento (de la Praxis a la creencia-eleccin); c)
Remite a un mundo dominado por la Informacin, cuya redencin
consiste en la creacin ms all de la informacin; d) En concreto,
perder el mundo quiere decir que 1) Ya no creemos en lo que nos
sucede (los acontecimientos nos conciernen solo a medias); 2)
Estamos desligados, desconectados, separados de lo que vemos y
omos (ruptura del lazo Hombre-Mundo, del nexo sensoriomotor);
3) Somos incapaces de actuar para modificar una situacin (paso
de la accin transformadora a la actitud); 4) Devenidos videntes,
captamos lo intolerable de nuestra cotidianeidad (banal, ordinaria,
regular) sin poder pensar ni actuar al respecto.
Asimismo, nos hemos referido a la hiptesis de Cabanchik de
un abandono del mundo pues, aunque en un marco diferente al de
Deleuze, converge en la indagacin del acontecimiento que ha desvinculado al hombre del mundo. El abandono del mundo significa que el mundo se ha reducido a economa e imagen; la lgica
mercantilista y la espectacularizacin massmeditica de lo real son
las piedras de toque de un estado de las cosas profundamente nihicreencia en este mundo es la nica figura bajo la cual una filosofa de
la inmanencia absoluta, como la que ensaya Deleuze, puede dar espacio a la creencia como tal. Cf. Benveniste, Emile, (1969), Le vocabulaire
des institutions indo-europennes, Minuit, Paris, pp. 171-179.
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deben debatir nicamente asuntos definibles en trminos obtenidos de la experiencia. Todo aquello no definible en trminos de
experiencia ser, pues, descartado como sinsentido o asunto no significativo. Por el otro lado, que el universo es directamente aprehendido y que no necesita ningn apoyo extrao metaempirico
porque la experiencia posee en si misma una estructura concatenada o continua.
En conformidad con dicha tesis, James defiende la nocin de
experiencia pura. Por experiencia pura, James entiende que hay solamente un tejido primo o materia prima de la cual esta conformado
todo el mundo. La experiencia no es, por lo tanto, ni fsica ni mental. En este sentido, lo que en cada caso entendemos por subjetivo
u objetivo es, en ltima instancia, un atributo funcional de una realidad que no es ella misma autoescidida. De aqu que, la clsica distincin entre sujeto y objeto deja de ser una distincin ontolgica
para convertirse en una distincin meramente funcional. En sntesis, James defiende la idea de una experiencia donde no hay experimentador frente a la cosa experimentada. La experiencia es pura
porque toda interaccin se entiende como diferentes relaciones
entre partes de la misma experiencia.
Dado este universo de la experiencia continua, James no necesita recurrir a teoras representacionistas del conocimiento. Una
misma cosa puede ser vista en dos lugares diferentes en tanto entra
simultneamente en dos procesos diferentes: un proceso interno o
psquico (lo vivido) y un proceso externo (lo dado). Sostiene James
en Essays in Radical Empirism:
Como subjetiva decimos que la experiencia representa;
como objetiva, que es representada. Lo que representa y lo
que es representado es aqu numricamente lo mismo, pero
debemos recordar que ningn dualismo, el de ser representado o el de ser representante, reside en la experiencia per se.
En su estado puro o cuando se consideran aislados, ella no
es auto escindida en un intraconsciente y lo que esta fuera de
la conciencia. Su subjetividad y objetividad son nicamente
atributos funcionales (James,1912, p.23).1
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James, William (1909), The meaning of truth, Longman Green and Co,
New York.
Cabanchik, Samuel, (2005) El irrealismo es un humanismo en
Manuscrito Rev. Int. Fil., Campinas, v. 28, n. 1, jan.-jun., p. 62.
Cabe sealar que la idea que James tiene del humanismo llega a l bajo
la influencia de un humanista perteneciente a la tradicin pragmatista
inglesa: Ferdinand Canning Scott Schiller. Schiller, ya en su primer
libro (1891), confiesa haberse comportado sin darse cuenta como un
pragmatista, en especial como un pragmatista al estilo jamesiano. No
obstante, no us el trmino pragmatismo para definir su postura
filosfica; prefiri usar el trmino humanismo. Para un mayor desarrollo del humanismo pragmatista de Schiller, vase Abel, R. (1955).
Respecto del pragmatismo de James diremos que su filosofa es humanista en tanto se opuso a toda concepcin del pensar, conocer o significar de ndole absolutista o privatista, en tanto sostuvo que las experiencias humanas son plsticas, plurales y comunicables y, fundamentalmente, en tanto enfatiz el rol del hombre como hacedor, transformador y conocedor de mundos cada vez ms humanos. Por otro lado,
cabe mencionar que existe una intima relacin entre la manera en que
James entiende el humanismo y su concepcin del empirismo radical.
Tal relacin se evidencia en la siguiente descripcin del humanismo
que James realiza en una de sus principales obras: El servicio esencial
del humanismo, como yo considero la situacin, es haber visto que si
bien una parte de nuestra experiencia puede apoyarse en otra para
constituirla en lo que es en cualquiera de los varios aspectos en los que
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En general suele decirse que las prcticas humanas son normativas en tanto es posible dirimir algn criterio de correccin respecto de las mismas. En otras palabras, la normatividad de las
prcticas se deriva de la posibilidad de poder constatar su correccin o incorreccin. En este sentido, la norma viene a cumplir una
funcin especfica: marca el lmite entre lo que esta bien y lo que
esta mal. Teniendo en cuenta este marco, James defender la
siguiente idea: las normas son inmanentes a la experiencia. Pero
bien, en que sentido la experiencia se nos manifiesta como
siguiendo una norma? En tanto toda experiencia persigue la satisfaccin. Dicho brevemente, la satisfaccin dicta la norma: todo lo
satisfactorio es correcto y todo lo insatisfactorio es incorrecto. En la
seccin anterior sealamos que la satisfaccin a la que James se
refiere debe entenderse como ganancia experiencial. Ahora bien, a
continuacin examinaremos la concepcin jamesiana de hbito y el
modo de pensar del sentido comn con vistas a ahondar en la significacin profunda de la idea de ganancia experiencial.
Los hbitos, segn James, son nuestra segunda naturaleza (o
diez veces la naturaleza como se anima a decir). Mediante los
mismos se hacen automticas muchas acciones tiles de la vida
humana.8 De aqu que los hbitos y las costumbres tengan la finali8
Ciertamente, los hombres no solo tienen buenos hbitos sino tambin malos hbitos. No obstante, desde el pragmatismo jamesiano,
los malos hbitos nunca son hbitos que logren persistir en el tiempo
debido a que, tarde o temprano, entran en conflicto con alguna otra creencia o hbito cuyo beneficio nos proporciona una ventaja vital en el
curso de nuestra vida. Tal ventaja y satisfaccin es la que nos conduce
a eliminar poco a poco los malos hbitos. En otras palabras, tener
malos hbitos es estar acostumbrado a actuar de manera incorrecta. Y
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solo cuando confrontamos los malos hbitos con la realidad advertimos su insuficiencia o incapacidad para conducirnos al lugar deseado.
Y es all, pues, cuando decidimos cambiarlos o abandonarlos. Claro
est, no obstante, que no siempre es fcil abandonar los malos hbitos.
James, William (1891), The Moral Philosopher, en Bruce Kuklick (ed),
JAMES, W., Writings 1878- Library of America, New York, p.601.
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bio en un sistema de normas y valores vigentes?cualquier individuo puede reclamar mayor ganancia experiencial? James dir que no.
Segn James, no cualquiera puede ser revolucionario. Se necesita
vivir la vida con cierta intensidad para cambiar normas y valores.
En otras palabras, que se necesita poseer un tipo de temperamento
humano especial.
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Y en este sentido, James queda comprometido con una concepcin de la comunidad que no es la comunidad sostenida en exigencias y obligaciones pautadas convencionalmente o por negociacin de intereses particulares sino la comunidad entendida en un
sentido ms primitivo. En pocas palabras, James defiende una
comunidad del abandono porque advierte que cada hombre posee
solo una parte pequea e insignificante de la experiencia total
humana (siempre en estado creciente y cambiante). Y en tal comunidad, la forma ms digna de elevarse es dejarse llevar y descender
a los estratos ms profundos de la subjetividad hasta encontrar ese
vnculo comn que nos ligue a los otros (solo superficialmente
diferentes). Teniendo en cuenta esto ltimo, an cuando la norma
sea inmanente a la experiencia, le demanda al hombre un esfuerzo
importante saber aplicarla. Esfuerzo que se evidencia, por ejemplo,
en la adopcin de una forma ideal de actividad normativa humana: la vida religiosa.13
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presencia divina se produce en nosotros una sensacin de familiaridad y tranquilidad, que evita que el futuro se nos presente
como amenazante y nos paralice en la accin. En este sentido, la
emocin religiosa cesa agitaciones o preocupaciones vitales del ser
humano. En pocas palabras, la religin responde a necesidades
ntimas humanas. No somos religiosos porque sea algo socialmente bien visto o porque queremos sentirnos identificados con un
grupo de personas ms amplio. Somos religiosos porque tenemos
una carencia vital y sentimos la necesidad de entrar en ntima
comunidad con un poder superior para alcanzar la paz perdida. Y
es la intimidad del encuentro con Dios lo que otorga a la experiencia religiosa la originalidad, el poder y la intensidad que la caracteriza. Originalidad, poder e intensidad que suelen perderse cuando dicha experiencia se comunica a otros. La religin, pues, es
como una fiebre aguda cuando se vivencia personalmente pero
se torna un mero habito gris cuando se transmite.
Ahora bien, a partir del anlisis de mltiples casos, James distingue bsicamente dos tipos de temperamentos religiosos que llevan a las personas a vivenciar distintos tipos de experiencias religiosas. Estos dos tipos de temperamento religioso son denominados de la siguiente forma: 1) los que nacen una vez (the once-born)
y 2) los que nacen dos veces (the twice-born). Los primeros, tambin
llamados mentes sanas (healthy minded), son aquellos que adoptan
con naturalidad una actitud religiosa y prefieren, por tanto, creer a
dudar. Son hombres de fe: ven el mundo, la naturaleza y a ellos
mismos como buenos y hermosos. A pesar de las apariencias, saben
que no todo es en vano en el universo: hay un Dios creador del universo, por lo tanto, el mundo es un lugar bueno para vivir. Esta es
la religin de aquellos que tienen la mente sana como Spinoza y
Leibniz. En contraposicin, los del segundo tipo de temperamento
poseen un alma enferma (sick sould) y, frente a la realidad del mal,
infunden pesimismo, resignacin y desesperacin que les dificulta
la creencia en un Dios. Son almas dbiles que encuentran incomprensible la relacin entre la omnipotencia divina y el mal dominante en el mundo. Tal es el caso de Goethe y Tolstoi. Como no
resulta raro, James simpatiza con los de alma enferma porque sabe
que el sentimiento de malestar que todos ellos experimentan a diario no es otra cosa que una advertencia de que algo no anda bien y
que es posible liberarse de ese malestar unindose a las fuerzas
superiores. Por otro lado, tambin es consciente de que al ser ms
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doloroso el proceso por el que atraviesa un alma enferma, la creencia a la que ellos arriban es definitivamente mas profunda.
James denomina proceso de conversin al pasaje de una conciencia desdichada y fragmentada a una conciencia feliz y unificada.14
James describe ese pasaje con las siguientes palabras:
Convertirse, ser regenerado, recibir la gracia, sentir la
religin, ganar seguridad, son algunas de las frases que
denotan el proceso, gradual o repentino, por el cual un Yo,
hasta ahora dividido y con la conciencia del error, de la inferioridad e infelicidad, se unifica y adquiere conciencia de un
estado superior y de felicidad, a causa de haberse abrazado
a realidades mas firmes (Ibd., p. 186).
No todos, segn James, reciben la gracia divina. Dice James al respecto: Algunas personas, por ejemplo, no se convierten jams, ni es posible que lleguen a convertirse, sean cuales fueran las circunstancias. Las
ideas religiosas no pueden convertirse en el centro de su energa espiritual. Pueden ser personas excelentes, servidores de Dios en las cosas
practicas, pero no hijos de su Reino(Ibd., p. 200-201).
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misma ausencia de garanta de salvacin que los hombres se aferran a esta clase de Dios y creen en el. Dice James: Los dioses que
defendemos son los dioses que necesitamos y de los cuales podemos servirnos, los dioses cuyas demandas respecto a nosotros reafirman las demandas que nos hacemos a nosotros mismos y a
otros (James, 1902, p.324). Y en Pragmatism agrega:
[El pragmatismo] admitir un Dios que habite en el polvo
mismo de los hechos particulares, si le parece un lugar verosmil para encontrarlo. Su nico criterio de la verdad probable es que ser mejor para orientarnos, que se adecua mejor
a la vida y se combina con el conjunto de las demandas de la
experiencia, no omitiendo nada (James, 1907, p. 522).
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Conclusiones
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nocin esencial para poder tener creencias), pues antes de los cuatro
aos no logran pasar el test de falsa creencia. Por otro, se ha sealado
que efectivamente los nios pre-lingsticos se comunican con sus
pares y adultos mucho antes de haber desarrollado todas las capacidades lingsticas y mentales que Davidson considera necesarias para
poder pensar y comunicarse. Cf. por ejemplo, Eilan, Naom (2005),
Joint Attention, Communication and Other Minds, en Hoerl,
Christoth, McCormarck, Teresa y Roessler Johannes, Joint Attention,
Communication and Other Minds: Issues in Philosophy and Psychology,
Oxford University Press, Oxford, pp. 1-33.
Davidson introduce su teora de la triangulacin en los siguientes trminos: Hay una situacin precognitiva, prelingstica que me parece
constituir una condicin necesaria del pensamiento y del lenguaje, una
condicin que puede existir independientemente del pensamiento, y
que puede, por tanto, precederlo, (2001a), p. 128.
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Este segundo paso agrega un nuevo elemento a la triangulacin. Las criaturas deben ser capaces de discriminar similitudes en
el entorno. Este es un paso necesario para poder notar la causa
comn de las respuestas. El tercer paso dice:
c. Cada criatura asocia las respuestas de la otra criatura con los estmulos del entorno.
En este paso las criaturas no solo discriminan estmulos y respuestas, sino que tambin asocian las respuestas con los estmulos
del entorno. Esto no es suficiente para caracterizar la triangulacin,
sin embargo, pues la lnea que vincula a las dos criaturas no est
todava establecida. Las conexiones causales entre los estmulos y
las criaturas deben ser correlacionadas con las conexiones causales
entre las criaturas mismas (Cf. Ibd., p. 6). A fin de lograr esto, cada
criatura debe ser capaz de notar que la otra criatura est respondiendo al objeto al cual ella misma est respondiendo. Esta condicin se explicita en el cuarto paso:
d. Cada criatura correlaciona las respuestas de la otra criatura a un
estmulo particular con sus propias respuestas al mismo estmulo.
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minar, distinguir y cooperar) constituye un sntoma de las dificultades que debe enfrentar al pretender describir la situacin de triangulacin en trminos puramente causales.
Hay un sentido obvio en el cual la triangulacin no puede ser un asunto de meras relaciones causales entre los tres vrtices del tringulo.
Pinsese, por ejemplo, en tres objetos inanimados que se vinculan causalmente entre s. Es claro que, aunque Davidson afirma que los vnculos entre los tres puntos del tringulo son causales, no est pretendiendo decir que las cosas inanimadas pueden triangular. Es posible
esgrimir este caso como una objecin a Davidson, pero aunque esta
fuera correcta- no arrojara luz sobre los casos que aqu nos interesan.
Ver el ejemplo de los leones en Davidson, (2001b), p. 6 - 7.
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tra similares los estmulos, y las dos criaturas encuentran sus respuestas mutuas similares. El estmulo relevante es el objeto o evento en el cual las lneas que van desde las criaturas al estmulo convergen. As, el estmulo es localizado en la interseccin de esas
lneas. Sin embargo, de entre todos los estmulos que afectan a las
criaturas, cmo pueden ellas seleccionar el estmulo al cual la otra
est reaccionando? La respuesta de Davidson es esta: es la parte o
el aspecto de la causa total que tpicamente causa respuestas relevantemente similares (Ibd., p. 130) lo que cada criatura debe ser
capaz de individualizar. Y lo que hace a las respuestas similares
de un modo relevante es el hecho de que otros encuentran tales respuestas similares (Ibd., p. 130).
Esta respuesta no es satisfactoria, sin embargo, pues no explica
realmente cmo las criaturas pueden notar que la otra est respondiendo al mismo objeto. Efectivamente, qu aspectos de los objetos
y de las respuestas deben encontrar similares las criaturas? En virtud de qu cada criatura debe ser capaz de hallar similares los estmulos y las respuestas? Las meras relaciones causales no son suficientes para fijar la referencia porque, aun si concedemos que estamos hablando de estmulos distales (y no acerca de estmulos proximales), la causalidad admite demasiados candidatos. Los estmulos y las respuestas son similares en muchos aspectos. Es verdad
que el estmulo relevante comn es como dice Davidson la parte
o el aspecto de la causa total que tpicamente causa respuestas relevantemente similares; pero esta respuesta no dice nada en absoluto acerca de cmo las criaturas que interactan pueden determinar
el aspecto comn de la causa total que causa sus respuestas. Lo que
se requiere es un criterio que especifique en qu sentido los estmulos y las respuestas son consideradas como similares. En otras palabras, la parte o el aspecto de la causa total que tpicamente causa
respuestas relevantemente similares no puede ser individualizado
considerando solamente la relacin causal entre los objetos y eventos que causan las respuestas relevantemente similares. A fin de
ser capaz de seleccionar el objeto relevante de entre todas las cosas
que afectan causalmente a cada criatura, es necesario apelar a un
criterio en virtud del cual poder considerar los objetos y las respuestas de las criaturas como similares.9
Considrese de nuevo el caso de los primates que profieren distintos sonidos cuando aparecen diferentes depredadores. Supngase
una situacin en donde dos de esos primates estn enfrente de un
len. Uno de ellos profiere un sonido distintivo. Cmo puede el
otro primate notar que el primero est reaccionando al len, y no a
la cara del len, o a su olor, o a los sonidos que hace el len, o a sus
ojos, o a las cosas que hay detrs del len? Todas estas cosas afectan
causalmente a los primates. Todas esas cosas pueden ser similares en
algn aspecto a la percepcin. Cmo pueden los primates seleccionar la causa relevante asociada al sonido?
Considrese ahora la descripcin davidsoniana de la situacin de
aprendizaje de una lengua. El nio encuentra similares las mesas;
nosotros tambin encontramos similares las mesas; y hallamos las
respuestas del nio en presencia de las mesas tambin similares. Los
estmulos relevantes son los objetos o eventos que naturalmente
encontramos similares (las mesas), los cuales son correlacionados
con las respuestas del nio que hallamos semejantes. Donde las lneas del nio y la nuestra convergen, el estmulo es localizado. La
causa de las respuestas del nio es concluye Davidson la causa
comn de nuestra respuesta y la del nio (Cf. Ibd., p. 119).
Nuevamente, el problema aqu es cmo podemos seleccionar el
objeto relevante. El nio seguramente encuentra semejantes
muchas cosas. Cuando el nio est enfrente de la mesa, al mismo
tiempo est enfrente de un determinado color, de cierta forma, etc.
Todas estas cosas impactan causalmente sobre la sensibilidad del
nio. Pero entonces, por qu seleccionar las mesas y no las formas
o los colores?
Puesto que las meras relaciones causales, por s mismas, no son
suficientes para seleccionar la causa relevante de las respuestas de
una criatura, algo debe ser agregado. Lo que se requiere sugiero
es un elemento cognitivo, un modo de presentacin o aspecto del obje-
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INTERVENCIONES
FILOSFICAS
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Davidson usa solo una vez (hasta donde conozco) el trmino signo
para describir la triangulacin entre dos criaturas no humanas. Cfr.
Davidson (2001b), p. 8.
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(i)
(ii)
(iii)
(iv)
(v)
(vi)
Ser capaz de percibir los rasgos del entorno que resultan significativos para poder manejarse en l, lo cual incluye la percepcin de algunas regularidades entre las cosas y eventos del
medio.
Ser capaz de percibir las conductas de las otras criaturas y de
hallar las regularidades relevantes en ellas.
Poder interpretar tales conductas como signos de los objetos
que las causan.
Ser capaz de coordinar, en virtud de todo lo anterior, la propia
conducta con la de la otra criatura. Este ltimo requisito presupone:
Que la criatura que triangula es capaz de detectar las regularidades que se establecen entre sus propias conductas y las consecuencias producidas como resultado; y
La capacidad para producir ciertos tipos de conductas a fin de
obtener un resultado esperado.
INTERVENCIONES
FILOSFICAS
buido a las criaturas que triangulan algunas capacidades cognitivas sin las cuales no podran triangular, sino que, adems, se ha
puesto de manifiesto que la existencia de una segunda criatura no
es necesaria para que una criatura pueda pensar e interpretar signos. Sin embargo, en sintona con Davidson, de la presente caracterizacin de la triangulacin se desprende que, en su forma ms
bsica, el uso de signos est asociado a la interpretacin antes que
a la comunicacin. Ahora, si la reconstruccin de la triangulacin
que he presentado es correcta, estamos a un paso de explicar cmo
puede surgir la comunicacin entre dos criaturas capaces de interpretar signos. He dicho que una criatura es capaz de interpretar
cierta conducta como signo de otra cosa cuando puede percibir
alguna regularidad entre ellas. Ahora afirmo que la comunicacin
surge cuando una criatura es capaz de ejecutar una conducta con el
propsito, no meramente de causar cierta reaccin en la otra, sino
de motivarla por medio de la advertencia por parte de la otra del
significado de su conducta, esto es, por medio de la advertencia de
a qu refiere (de qu es un signo) y de qu respuesta se espera de
la criatura a quien va dirigida la conducta qua signo.14 As, la conducta regular de una criatura frente a un objeto puede constituirse
en un signo del objeto para las dos criaturas: para la que observa
dicha conducta y para aquella que la ejecuta con el propsito de
causar cierta conducta en la otra criatura.
En el tringulo que constituye nuestro punto de partida, el objeto
comn que est en el vrtice es un objeto pblicamente perceptible.15
Dada la naturaleza de lo que es un objeto material, y dada la posibilidad de percepcin de ese objeto por parte de cada una de las criaturas, el objeto en cuestin es, en principio, pblico porque puede ser
percibido por ambas criaturas. Adems, como hemos visto, cada una
de las criaturas ha de advertir que la otra tambin est percibiendo (o,
14
15
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PODER Y VIDA
al menos, reaccionando a) ese mismo objeto. Es aqu donde interviene la interpretacin de las conductas de las criaturas en referencia al
objeto. Esto supone que tambin dichas conductas han de ser pblicamente observables. El carcter intersubjetivo del mundo (plenamente desarrollado cuando interviene el lenguaje humano) tiene sus
races en el carcter pblicamente perceptible, tanto de los objetos del
entorno como de las conductas de las criaturas.
La conclusin que se sigue de esta reconstruccin crtica de la
triangulacin davidsoniana es esta: la triangulacin no puede ser
independiente de toda suerte de cognicin y pensamiento como
Davidson dice porque las criaturas no pueden notar que estn respondiendo al mismo objeto (lo cual es esencial para la triangulacin) si no perciben significativamente el entorno y si no interpretan
sus conductas como signos de los objetos a los cuales reaccionan.
16
Por supuesto, la relacin causal con el entorno debe ser complementada con el lenguaje; pero mi punto es que el lenguaje ms la mera causalidad no es suficiente. El externismo de Davidson pasa por alto la
contribucin cognitiva que hace la experiencia perceptiva.
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FILOSFICAS
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Este argumento supone que solo por medio de la experiencia perceptiva podemos conocer el mundo emprico. Considero que este supuesto
puede ser aceptado sin mayor discusin.
Cf. McDowell, John (1994), Mind and World, Harvard University Press,
Cambridge.
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INTERVENCIONES
FILOSFICAS
LENGUAJE,
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FILOSFICAS
en donde cada criatura espera las respuestas de la otra, sino tambin de la relacin entre las respuestas de las criaturas con el
mundo. Las respuestas de una criatura pueden ser errneas simplemente porque no se ajustan a la forma en que el mundo es.
VII. En sntesis, una reconstruccin conceptual de cmo es posible la triangulacin pone de manifiesto que la percepcin de los
distintos aspectos del mundo y del xito de cierto tipo de coordinacin son imprescindibles para este tipo particular de interaccin.
La percepcin pone en contacto cognoscitivo a cada una de las criaturas con los objetos y las reacciones de la otra criatura, sentando
las bases para que sea posible la comunicacin acerca de un mismo
objeto en el mundo. Asimismo, permite a cada una de las criaturas
tomar nota de sus xitos y fracasos en la aprehensin del mundo.
Con ello se pone en evidencia que la percepcin como un modo de
acceso cognitivo a los diferentes aspectos del mundo es un ingrediente esencial para la constitucin de los contenidos de los pensamientos.
214
La nocin de comunidad humana es una de las que ms insistentemente han ocupado y an lo hacen el centro de las reflexiones de
la filosofa contempornea. Cmo comprendamos tal nocin concierne tanto a los debates acerca de la legitimidad de cierto orden
poltico para una comunidad como a la tarea, ms descriptiva, de
comprender cmo es que las comunidades en las que vivimos exhiben los rasgos que de hecho histricamente poseen. Responder a
estas cuestiones exige, en lo que a la filosofa se refiere, dar una descripcin ontolgica del ser de la comunidad. No me referir aqu por
lo tanto a esta dimensin poltica, aunque lo que argumentar tiene
sin duda consecuencias en ese plano. En cambio, intentar ofrecer un
hilo conductor para comprender la constitucin ontolgica de la
comunidad que sirva de marco de referencia para el tratamiento de
los mencionados problemas y, probablemente, de algunos otros.
Un aspecto particularmente interesante de la reflexin en torno
a la nocin de comunidad reside en la paradoja que concierne a la
conceptualizacin de la relacin entre individuo y comunidad. La
misma que aparece ya en las discusiones contractualistas en autores como Hobbes o Rousseau es muy simple. Si intentamos hacer
surgir el concepto de comunidad del acuerdo entre los individuos,
necesitamos que de alguna manera estos individuos interacten ya
previamente para estar en condiciones de formar una comunidad:
se requiere as de una forma no aislada de existencia para dar lugar
a una forma no aislada de existencia; pero, si esto es as, los individuos deben ya compartir de alguna manera una forma de vida, ciertas costumbres en comn que les permiten identificarse, comunicarse y agruparse. Pero, no es esto lo que llamamos comunidad?
As, parece que el concepto de comunidad se precede a s mismo:
es necesario formar parte de una comunidad antes de constituirla.
Podra pensarse que una alternativa a la paradoja reside en con215
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La nocin de acuerdo o concordancia es la nocin relevante a travs de la cual es posible superar la imagen privatista de lo que significar involucra. Esta nocin juega un rol crucial en la mayora de
los autores que consideraremos aqu5 para proporcionar el marco
necesario para dar inteligibilidad a la normatividad semntica y al
carcter social de la misma. En este apartado revisitaremos el rol
que juega esta nocin de acuerdo y/o concordancia en los autores
considerados para desplegar, en primer lugar, las razones por las
cuales su modo de concebir el acuerdo les impide ofrecer una imagen consistente de la normatividad concebida como social y lingstica, para luego presentar nuestra propuesta, que exhibir un
concepto esencialmente distinto de concordancia.
II.1. Wittgenstein y el acuerdo
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LENGUAJE,
PODER Y VIDA
captacin de la regla que no es una interpretacin, sino que se manifiesta de caso en caso de aplicacin en lo que llamamos seguir una
regla y en lo que llamamos contravenirla (IF 201). As, puede
afirmar Wittgenstein que el acuerdo juega un rol esencial: La palabra acuerdo y la palabra regla estn relacionadas, son primas. El
fenmeno del acuerdo y el actuar conforme a una regla dependen
uno del otro (hang together).6
Ahora bien, es precisamente la nocin de forma de vida la que da
cuenta del acuerdo esencial al seguimiento de reglas. Contra el
modelo agustiniano del lenguaje fundado en su comprensin como
rtulo de las cosas, Wittgenstein seala que (e)ntender un lenguaje es dominar una tcnica (IF 199) que se inserta en una forma de
vida.7 Se trata, en efecto, de una actividad inserta en instituciones,
de una costumbre caracterizada por el acuerdo de los hombres en
su ejercicio; se trata de actividades sociales que compartimos en la
medida en que compartimos una forma de vida. ste es el paso hacia
la comunidad, hacia el mbito social que Wittgenstein especifica
como modo de hacer inteligible la nocin de seguir una regla.
Ahora bien, Wittgenstein proporciona dos claves para entender
el concepto de forma de vida. La primera remite al vnculo entre
forma de vida e historia natural; la segunda, a la relacin entre consenso y acuerdo (agreement) en la forma de vida.
Efectivamente, un modo en el que es posible interpretar nuestra
concordancia es a partir de la relacin entre forma de vida e historia
natural. En IF 25, por ejemplo, Wittgenstein seala: Ordenar, preguntar, relatar, charlar, pertenecen a nuestra historia natural tanto
como andar, comer, beber. As, Wittgenstein indica que lo que est
a la base de la posibilidad de seguir una regla es el compartir una
6
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INTERVENCIONES
FILOSFICAS
forma de vida que se halla en parte constituida por nuestro reaccionar igual, de las mismas maneras, como resultado de una evolucin compartida natural o biolgica. As, Wittgenstein, seala
que forma de vida remite a un acuerdo o concordancia en nuestra historia natural. Sin embargo, afirma tambin que la nocin de acuerdo
que se halla en juego en el concepto mismo de seguimiento de
reglas no es descriptible en trminos de una proposicin de la historia natural, aun cuando esta historia constituya su trasfondo
necesario:
Lo que dices parece dar cuenta de esto, de que la lgica
pertenece a la historia natural del hombre. Y esto no es combinable con la dureza del deber lgico.
Pero el debe lgico es un componente de las proposiciones de la lgica y stas no son proposiciones de la historia natural humana. Si una proposicin de la lgica dijera:
Los seres humanos concuerdan unos con otros de tal y cual
modo (y esta sera la forma de una proposicin histriconatural), su contradictoria dira que aqu hay una falta de
acuerdo. No que hay un acuerdo de otro tipo.
El acuerdo de los hombres que es una presuposicin de la
lgica no es un acuerdo en opiniones y mucho menos en opiniones acerca de cuestiones de lgica. (RFM, VI, 59)
Este pasaje nos remite al segundo par de conceptos antes mencionados: el acuerdo no es un consenso en opiniones; el acuerdo en
cuestin es, pues, anterior a la posibilidad de las opiniones mismas.
Dice Wittgenstein en IF 241: Dices pues que la concordancia de
los hombres decide lo que es verdadero y falso? Verdadero y falso
es lo que los hombres dicen; los hombres concuerdan en el lenguaje. sta no es una concordancia de opiniones sino en forma de vida.
As, Wittgenstein seala no solo que hay una relacin entre la historia natural y la forma de vida sino que, al mismo tiempo, el estatuto del agreement en forma de vida no tiene ni puede tener la
forma de un acuerdo acerca de una proposicin; en rigor, dicho
acuerdo en tanto se halla presupuesto en el uso del lenguaje y en la
posibilidad misma de la experiencia conceptual no es una proposicin emprica, ni un contenido de experiencia. El acuerdo define la
esencia misma de lo que es seguir una regla; es lo que hace concebible el deber lgico como tal y, por ende, no es parte de la lgi222
LENGUAJE,
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ca ni una proposicin histrico-natural, una proposicin contingente que pudiera ser afirmada o negada en el uso del lenguaje.
La clave entonces est en cmo entendemos esta nocin de
acuerdo, constitutiva del seguir una regla, de manera que no colapse con la nocin de consenso, de acuerdo en opinin, ni que sea meramente una descripcin histrico natural de la conducta humana,
aunque tal historia natural constituya su trasfondo necesario.8
8
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De esta manera encontramos en Davidson el movimiento trascendental que pareca estar implcito en Wittgenstein: el acuerdo
entre los seres humanos es una condicin de posibilidad del seguimiento de reglas, del uso del lenguaje; no es, pues, una proposicin
de la historia natural ni una proposicin emprica que pudiera
resultar falsa: es parte constitutiva de lo que nos define como seres
racionales, hablantes.
Sin embargo, Davidson no consigue superar el punto de vista del
intrprete lo que, como mostraremos, le impedir dar una respuesta al problema aqu en juego. En efecto, en el esquema interpretacionista davidsoniano, la nocin de acuerdo es concebida unilateralmente a partir del punto de vista individual del intrprete. Por ende,
este abordaje no consigue dar cuenta de la diferencia entre perspectivas que parece necesaria para dar cuenta de la normatividad a la
cual debe estar sometido el punto de vista de la primera persona, ya
que el intrprete siempre puede interpretar el discurso de su interlocutor como estando de acuerdo con l.12 Sin embargo, la posibilidad de que difiramos es condicin de posibilidad de hacer inteligible el error; no solo hace falta que podamos divergir para dar cuenta de que alguno de nosotros est equivocado, sino que hace falta
que el propio intrprete pueda estar equivocado. De otro modo no podemos comprender de dnde surge la nocin de error, que, informando la conducta de cada sujeto, abre el espacio necesario para dar
cuenta de la normatividad en tanto tal. As, este principio metodolgico de la interpretacin torna al hablante incorregible a la luz de
la diferencia con otros, en la medida en que toda diferencia podr
siempre ser reinterpretada, ya como un error del otro, ya como
estando de acuerdo con el intrprete. As, el principio de caridad
obstruye aquella tarea que debera contribuir a realizar: el hablante
12
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FILOSFICAS
Cfr. Davidson, Thought and Talk en Davidson (1984) para una primera argumentacin en este sentido y Rational Animals y Second
Person en Davidson (2001), para las primeras reformulaciones de su
teora a partir del concepto de triangulacin.
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hablante desarrolla su actividad de interpretacin respecto de la conducta de otros hablantes. En el caso de la propuesta interpretacionista de Brandom no se da sin embargo ningn rol constitutivo a la
nocin de acuerdo. No obstante, los problemas que se le presentan a
la posicin de Davidson vuelven a reproducirse, debido a que se
mantiene el privilegio de la nocin de intrprete, esta vez atribuyendo compromisos, obligaciones e incompatibilidades a las conductas
lingsticas de otros hablantes, de un modo que queda sometido
nuevamente a las luces del intrprete. Qu evitara que el intrprete simplemente interprete al hablante como estando siempre equivocado o siempre de acuerdo con l? Pero si esto es posible dado el
punto de partida de la teora: cmo puede darse cuenta del espacio
del error necesario para cualquier concepcin de la normatividad en
la perspectiva del propio intrprete? De no contar con ese espacio, el
de la posibilidad de estar equivocad, el intrprete no est sujeto a
normas semnticas sino a sus propias luces. Pero, si esto es as,
entonces no hay normas a las que el intrprete est sujeto, perdindose por ende la posibilidad de elucidar el significado a partir de la
dinmica descripta. Que un acuerdo tal entre distintos partcipes de
la prctica normativa est en juego parece erigirse en condicin de
posibilidad del lenguaje. En la medida en que no haya entre los
hablantes un cierto acuerdo i.e. en la medida en que cada intrprete
est sujeto a sus propias luces individuales respecto de cmo debe
realizar la interpretacin la nocin de incompatibilidad que, para
Brandom, debe ejercer el rol de dar cuenta de la normatividad
dando cuenta de la posible diferencia de perspectivas, legitimando
ciertas inferencias entre compromisos y distinguiendo otras como
ilegtimas se revela como carente de sustancia.
El carcter imprescindible del acuerdo nos remite a la necesidad
de dar cuenta de la sensibilidad a la correccin por parte de los hablantes (y, en este esquema, de los intrpretes), esto es, a la posibilidad
de que las aserciones y actitudes de los otros participantes cuenten
efectivamente para el sujeto como determinando de un modo relevante sus compromisos a partir de su propia actitud de reconocimiento hacia las mismas, bajo la forma de la modificacin efectiva de
su conducta.
De este modo, la necesidad de ofrecer una descripcin dinmica de la prctica lingstica como signada por una recproca interaccin (el tipo de interaccin denominada interaccin de segunda persona), una mutua sensibilidad, se revela como la condicin de posibi230
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camino que es posible abordar para ofrecer una solucin a este problema es el de redescribir aquellos elementos necesarios y suficientes para concebir a la interaccin intersubjetiva como siendo capaz de
dar cuenta de la normatividad semntica (IS). Hemos mostrado que
la interaccin humana19 tal como es concebida por los autores analizados no logra responder a IS en tanto no logra dar cuenta de la
distincin entre lo que parece correcto y lo que es correcto al nivel del
individuo. Es precisamente eso lo que permitir hacer la nocin de
sensibilidad a la correccin. La diferencia entre un individuo concebido como poseedor de un lenguaje privado y un individuo que habla
y piensa en los trminos de un lenguaje pblico reside en que el primero no es sensible a la correccin, mientras que el segundo s lo es.
Seguir una regla es ser sensible a lo que la norma requiere de m en
cada caso. A partir de esta nocin podr brindarse una nocin adecuada de acuerdo, una que implique que los hablantes son sensibles
a l y que, al mismo tiempo, sea independiente de cada uno de ellos
(evitando as el problema del lenguaje privado). Pero, cmo es esto
posible? Tal es precisamente la pregunta de Wittgenstein en los
pargrafos de las Investigaciones Filosficas dedicados a las reglas.
Para dar cuenta de la sensibilidad a la correccin debemos pensarla en el marco de lo que hemos denominado una interaccin de
segunda persona. Tal interaccin no debe ser interpretada en trminos exclusivamente causales ya que de ese modo el modelo resultara incapaz de determinar el respecto bajo el cual las reacciones
son similares. Tampoco debe concebirse bajo un modelo atributista
como el de Davidson o Brandom, quienes parecen presuponer el
lenguaje para explicar la interaccin.
Ahora bien, cmo hemos de caracterizar este modelo de segunda persona? En primer lugar, es necesario presuponer una constitucin biolgica similar, que da cuenta de ciertas reacciones similares, innatas, adquiridas por la especie a la largo de su evolucin, de
su historia natural (cf. IF 25). Aun cuando tal similaridad en la
constitucin biolgica (en las reacciones primitivas) es un trasfondo necesario para dar cuenta de la comunicacin humana, tales
19
ste es el nico candidato que queda para cumplir tal rol una vez descartados el individuo por s mismo y los hechos semnticos independientes de los hablantes. Ambos son desestimados por los autores considerados en este trabajo. Para un argumento a favor de esa exclusin
ver Satne, Glenda (2005), El argumento escptico. De Wittgenstein a
Kripke, Grama ediciones, Buenos Aires, cap. I.
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Cabe destacar que aun si en el aprendizaje del lenguaje tal interaccin y correccin tienen un costado emprico, la dinmica del
reconocimiento mutuo implica como ideal regulativo el acuerdo en
el juicio y en la accin, como principio metanormativo de las normas, ideal regulativo de la prctica normativa que permite que rijan
en ellas las normas con contenidos especficos. Es constitutivo de
aquello en lo que consiste ser una norma el que rija el deber de acordar respecto de las acciones que estn de acuerdo con ella. Esta elucidacin de la normatividad implica asimismo una nueva concepcin del sujeto que implica que ser sujeto supone interpretarse a s
mismo a partir de las actitudes de otros. En particular, la mutua sensibilidad a la correccin que es condicin de posibilidad para ser un
hablante, implica la vigencia de un principio metanormativo, constitutivo de la interaccin humana: se trata del deber de acordar.
El deber de acordar se halla coimplicado en la dinmica del reconocimiento mutuo: se trata de la intencin mutua de ser reconocidos por otros
como seguidores de reglas. Los partcipes de las prcticas normativas son
seguidores de reglas en la medida en la que son reconocidos por los
partcipes de la prctica como seguidores de las mismas. El reconocimiento mutuo a partir del cual los hablantes se reconocen como seguidores de reglas instaura la nocin de misma regla, precisamente el
patrn normativo que resultar de dicho reconocimiento.
Como hemos argumentado a lo largo de todo este trabajo, la
clave para dar el paso de lo individual a lo social es la nocin de
acuerdo. El acuerdo que funda las normas, y la posibilidad de seguir
reglas colectivamente no es un acuerdo fctico (aunque posibilita y
determina acuerdos de facto, patrones comunes de correccin, se
trata de un principio metanormativo constitutivo de la validez de las
normas al interior de una prctica, de un principio de la racionalidad humana en los trminos en que Davidson tematiza esta
nocin. No es, pues, algo respecto de la naturaleza humana que
pudiera resultar ser falso sino precisamente aquello en lo que consiste la posibilidad misma del lenguaje y el pensamiento. Tal deber
de acordar es la norma de las normas, aquello que hace que existan
las normas como patrones comunes de correccin. As, este principio es un principio metanormativo que da cuenta de la posibilidad
misma de las normas, entre ellas del significado, entendido como
siendo descripto a partir de normas semnticas.23
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23
No nos ocuparemos aqu en detalle de los significados asociados a trminos especficos, i.e. cada una de las normas semnticas, un problema
24
25
ulterior a especificar dentro de un marco que da cuenta ya de la normatividad de las mismas en el marco de una elucidacin de la normatividad de las normas en general.
Cf. nota 8 supra. Cabe destacar que algunos autores conciben al quietismo nicamente bajo el punto de vista de que es imposible dar una
fundamentacin de la prctica lingstica en trminos que no la presupongan ya. Si es ste el sentido en que ha de entenderse el quietismo
nuestra posicin cuenta como quietista.
Tomo este trmino de Hawthorne y Lance (1997), por ejemplo pp. 219
y ss. Nuestro uso del mismo difiere sin embargo del de ellos as como
del de Brandom. La distincin reside en que dichos autores aplican el
concepto a tems lingsticos especficos que devienen as en explicitaciones; para nosotros la nocin de explicitacin califica al principio
metanormativo en el sentido de que este ltimo da cuenta de la normatividad de cualquier norma al dar cuenta de las condiciones bajos
las cuales la misma es posible y que se halla implcito en nuestra prctica normativa; enunciar dicho principio y sus constituyentes es un
modo de referirse a aquella dinmica necesaria y suficiente para la
vigencia de las normas en cuanto tales.
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INTERVENCIONES
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dar se revela en cada caso no como mera reaccin similar o similaridad de respuestas que resultara en una coincidencia meramente
externa, sino a travs de la sensibilidad a la correccin por parte de
otros. Es tal sensibilidad lo que exhibe que alguien est siguiendo la
norma, y no el hecho de que coincida externamente con nuestra
conducta. Este modo de tematizar el acuerdo no supone un acuerdo de hecho, producto de la interpretacin, que convierte al
hablante en incorregible o lo transforma en un seguidor de reglas
meramente a partir de la mirada del otro. Supone en cambio que
rige un deber de acordar, exhibido en la sensibilidad a la correccin por
los hablantes respecto de otros partcipes de la prctica.
Es esta nuestra propuesta de cmo entender el acuerdo intersubjetivo, tem crucial del pasaje del imaginario del individuo aislado a un imaginario social de constitucin de la normatividad. Lo
que hace de un individuo un sujeto comunitario es su sensibilidad a
la correccin por parte de otros. Podrn extraerse las consecuencias
polticas que tal elucidacin de la comunidad, en trminos de
mutuo reconocimiento, pueda implicar y, en particular, las consecuencias de que el reconocimiento mutuo est normativamente inscripto en la lgica de la comunidad. Quizs valdra la pena sealar
que tal dinmica tiene dos caras: la del mutuo reconocimiento de
hecho, su cara positiva, y la oscuridad de una dependencia nunca
realizada en un reconocimiento explcito. Pero el anlisis de estos
fenmenos nos llevara, en esta oportunidad, demasiado lejos.
Verdad y libertad:
deficiencias del nuevo humanismo
MARTN AHUALLI
Pocos aos despus de publicar Ser y Tiempo,1 Heidegger desarrolla su lectura de la historia de la metafsica haciendo foco en la
nocin de verdad. En esas conferencias2 Heidegger equipara la pregunta por el sentido del ser a la pregunta por el sentido de la verdad. El estudio de estas dos nociones vertebra su crtica a la historia de la metafsica, historia que comienza con el canon griego fijado por Platn y Aristteles y que se extiende hasta los escritos de
Nietzsche.
En este trabajo ofrezco una reconstruccin del recorrido en el
cual se articula esa crtica a la historia de la metafsica a partir de la
nocin de verdad. Uno de los propsitos ser dejar en evidencia que
el objeto de la crtica de Heidegger es el enfoque pragmtico subyacente en la historia de la metafsica. Su revisin de la historia de la
1
2
240
Heidegger, Martin (1927), Sein und Zeit, Max Niemeyer Verlag, Halle.
Citado segn la traduccin de Jos Gaos (1951), El ser y el tiempo, Fondo
de Cultura Econmica, Mxico.
Me refiero fundamentalmente a dos trabajos elaborados para el curso
del semestre 1930-1931 en Friburgo: Heidegger, Martin (1942), Platons
Lehre von der Wahrheit, Geistige berlieferung, Helmut Kpper, Berlin.
Citado segn la traduccin de Helena Corts y Arturo Leyte (2000), La
doctrina platnica de la verdad, Hitos, Alianza Editorial, Madrid. Y
Heidegger, Martin (1943), Vom Wesen der Wahrheit, Klostermann,
Frankfurt. Citado segn la traduccin de Helena Corts y Arturo Leyte
(2000), De la esencia de la verdad, Hitos, Alianza Editorial, Madrid.
Parte del anlisis se encuentra ya en los cursos de Heidegger sobre lgica de 1925/6 (Cf. Heidegger (2004), Lgica. La pregunta por la verdad,
Alianza Editorial, Madrid). Si bien no haremos hincapi aqu en ese trabajo, su lectura es aconsejable para aquellos interesados en evaluar los
detalles de lo que llamaremos tener por verdadero.
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INTERVENCIONES
FILOSFICAS
La esencia de la verdad
LENGUAJE,
PODER Y VIDA
Comprendemos la nocin de verdad y la utilizamos en enunciados como es verdad que __________ o eso es __________ verdadero. En el primer caso la lnea en blanco debe completarse con
una proposicin, en el segundo con un nombre comn. En ambos
casos el trmino alude a una correspondencia, concordancia o conformidad. sta fue pensada en la tradicin tanto como una adecuacin de la cosa al intelecto o a la idea, cuando predicamos verdad de la cosa por ejemplo en aquello no es oro verdadero y
como adecuacin del enunciado a un estado de cosas, cuando se
predica verdad o falsedad de una proposicin como en no es verdad que el pizarrn es negro.
Recordemos que para garantizar que la pregunta por el sentido
del ser fuera planteada de un modo adecuado, Heidegger consider necesario, en Ser y Tiempo, elucidar primero la estructura ontolgica del ser que pregunta. Aquello cuyo sentido se indaga en la
investigacin metafsica, aquello a lo que aludimos con el trmino
ser, incluye despus de todo al ser que pregunta. Vamos a denominar ser ah al ser que pregunta; este tipo de ser muestra una
relacin peculiar con sus propias posibilidades. El ser ah comprende y elige, entre diversas posibilidades que ve a travs de s
mismo, aquello que har. En otros trminos, el ser ah acta y
puede elegir qu hacer. El ser ah es ineludiblemente en el mundo y de modo anlogo a como ve a travs de s mismo sus propias posibilidades, ve en torno a s el mundo en el cual obra, y lo
comprende a partir de su obrar. En el obrar, el ser ah descubre a
los entes en la medida en que son tiles para la obra, obra que el
ser ah se ha dado a s mismo. La visin que descubre el mundo,
por lo tanto, no es previa a la comprensin, sino que la presupone.
Pero no es solo la comprensin aquello que articula la apertura en
la cual se descubren los entes. Esa apertura del ser ah est articulada, ineludiblemente tambin, por una disposicin afectiva. Este
componente ontolgico, en el cual el ser ah ya siempre se encuentra sea temor, alegra u otros afectos y desde el cual comprende,
es igualmente esencial. Por ltimo, tambin la cada y el habla son
estructuras fundamentales con las que se articula, en el ser ah, la
apertura de s mismo y del mundo. No es tan fcil elucidar por
qu la cada es una estructura de la apertura que est a la par de la
comprensin y la disposicin afectiva.
Hace falta para ello indicar que en la relacin del ser ah con
sus posibilidades, ste puede comportarse de dos modos. Puede
243
INTERVENCIONES
FILOSFICAS
LENGUAJE,
PODER Y VIDA
nente esencial del ser ah. Esta constatacin autoriza a decir que el
ser ah es en la falsedad. Para comprobar que una proposicin es
verdadera, no solo se debe verificar que el ente es el mismo que el
mentado en la proposicin, sino que es tal como se lo mienta en la
proposicin. Las proposiciones falsas tambin muestran al ente, lo
descubren, aunque no lo descubren tal como es en s mismo. Pero
en la medida en que son descubridoras, resulta que son en este sentido verdaderas.
Frente a esta consecuencia, podramos distinguir tajantemente
el ser verdadera de una proposicin en tanto ser descubridora, del
ser verdadera mentado en la concordancia. Pero esta lectura es
incorrecta, segn creo, porque si la concordancia requiere de algo
que no est ya contenido en la apertura, no sera correcto considerar a sta como fundamento original de aquella. Habra algo ms
requerido para elucidar la esencia de la verdad, algo propio de la
concordancia y ajeno a la apertura como tal, que impedira tomar a
la primera como derivada de la segunda. Aqu reside, segn creo,
la razn por la cual Heidegger remite la esencia original de la verdad al modo propio de la apertura, cuando en el pargrafo 44 de
Ser y Tiempo dice
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Por esta razn la formacin o paidea y la verdad se hallan internamente vinculadas (Cf. Heidegger, 1942, P. 183).
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Un orden propio
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de resuelto, como modo especfico de la apertura, empaa el anlisis de la verdad de la existencia (Cf. Heidegger, 1927, p. 323).
Dificulta de igual manera una adecuada caracterizacin de lo que
hemos llamado la desfiguracin de la esencia en la cada, dado que
no alcanzamos a distinguir la visin resuelta de la cadente.
Pero an admitido provisoriamente, por otro lado, que el ser
ah pueda prestar odo a la llamada y que esta captacin est exenta de la posibilidad del error despus de todo, no hay un contenido que pueda ser incomprendido o tergiversado, cabe repetir la
siguiente pregunta: cmo se determina el hacia dnde del esquema temporal cuando el ser ah asume la muerte como su posibilidad ms propia? Segn hemos indicado, la unidad del horizonte
temporal muestra una compenetracin del para con el cual se descubren los entes del mundo y el por mor de con el cual se abre el
poder ser del ser ah, de modo que la cuestin afecta tambin al
ser de los entes. La respuesta debe provenir del ejercicio de la libertad del ser ah en el precursar la muerte, en el reiterarse y en la
mirada. El orden que buscamos para vincular la libertad del ser
ah no puede provenir sino de s mismo en esta etapa de la obra.
La cuestin entonces es si hay todava en Heidegger una nocin
de s mismo capaz de guiar la tendencia existencial de cada ser
ah y del ser ah como tal. Puesto de otro modo: cmo se produce la mediacin entre la pregunta cul es el sentido de la vida?
como doctrina de la sabidura6 y la pregunta cul es el sentido
de mi vida? como resolucin existencial. Para precisar la cuestin
que nos ocupa, confrontmosla con la indicacin de Kant, segn la
cual
[] por cierto, ninguna criatura singular, bajo las condiciones singulares de su existencia, es congruente con la idea
de lo ms perfecto de su especie (as como tampoco el hombre es congruente con la idea de humanidad, que l mismo,
lleva en su alma como el arquetipo de sus acciones.7
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Como es sabido, Kant ensay ms de un camino cuando trat esta cuestin en su filosofa prctica. Acompaan a la fmula de la humanidad,
aquella basada en la idea de autonoma y la frmula de la ley universal.
Con ellas Kant procura explicitar la forma de la razn prctica y la posibilidad de que sta reciba o se d a s misma un orden. Es precisamente
ste el interrogante que abrimos aqu en torno al rol de la nocin de s
mismo. Para un anlisis del modo en que las diversas formulaciones se
conectan y una elucidacin de la frmula de universalidad, cf. Engstrom,
Stephen (2009), The Form of Practical Knowledge, H.U.P., London.
Esta remisin est presente todava en la traduccin de Jos Gaos.
Puede conjeturarse que fue removida en la edicin de 1953 realizada
por la editorial Max Niemeyer, dado que no consta all, como tampoco
en la traduccin que lleva a cabo Jorge Eduardo Rivera (1997, Editorial
Universitaria, Santiago de Chile).
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En la primera seccin distinguimos la desfiguracin de la esencia de la verdad en la cada de lo que Heidegger denomina no
esencia de la verdad, como un elemento igualmente esencial que
debe ser incorporado al anlisis. Para comprender la desfiguracin
de la esencia en la cada, desarrollamos el vnculo entre ser ah y
temporalidad, exponiendo su articulacin segn los modos de la
propiedad y la impropiedad. Debemos ahora introducir, en la pregunta por la posibilidad y el modo de una relacin entre lenguaje
y ser relacin en la cual ste exprese, guarde o de cuenta de
aquel, el ncleo de la llamada no esencia de la verdad, segn el
cual el descubrimiento del ser es estructuralmente simultneo a un
encubrimiento. Se trata acaso de una desfiguracin inexorable de
lo descubierto a partir de una imposicin inherente a la apertura
del ser ah? Puede el ser ah exponerse y dejar ser al ser tal cual
es, para extraer de l su norma? Heidegger conduce estas cuestiones hacia los textos en que se gesta la ontologa legada por la filosofa griega, y sobresale entre ellos la interpretacin que ofrece de
la alegora de la caverna en Republica.
El ncleo del diagnstico radica en que con la expresin
ta1gaqn los griegos antiguos aluden a lo que sirve o es til para
algo y que vuelve a algo til o servible (Cf. Heidegger, 1942, p. 190).
Lo bueno es por un lado lo til, o lo que hace de una cosa un til, y
a su vez lo visible, o lo que hace visible a una cosa. Esta equiparacin quedara capturada en la alegora de la caverna a travs de la
analoga platnica entre el Bien y el Sol; lo visible de la cosa es su
aspecto o i1da.
En esta operacin platnica Heidegger cree advertir la intromisin de una mediacin pragmtica inextricable a las facultades
involucradas en la apertura y el conocimiento del mundo. Lo
bueno es lo visible en la medida en que es el aspecto til de la cosa.
Los bienes son los tiles y aquello que se nos muestra de ellos es
precisamente su utilidad. Ms an, la cosa se presenta como visible
en virtud de su utilidad, con lo cual la utilidad de la cosa deviene as
fundamento de su visibilidad.
Las ideas, en tanto aspectos visibles de aquello que se muestra,
revelan esta utilidad y en su conjunto componen el entramado de
referencias llamado mundo, estructura toda ella remitida, a su
vez, al ser del hombre. Si bien cada una expone distintos usos que
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culante, que al analizar los pasajes pertinentes de Ser y Tiempo buscamos en el s mismo reside, segn sugiere la carta, en el ser.
Esta observacin, no obstante, conlleva el desafo de concebir
un ser libre cuya libertad no se constituya a partir de un orden
racional al cual se vincula. Dado que el autor no concibe esas normas como constitutivas de la libertad, es difcil comprender qu
hara de la mera disposicin un acto libre. A la vez que niega que
la definicin del hombre como animal racional capture adecuadamente su esencia, Heidegger ofrece una caracterizacin de la
humanidad del hombre fundada en una nocin de pensamiento y
de libertad pretendidamente ms originales que la racionalidad,
por un lado, y la vitalidad del animal, por el otro.
En las secciones anteriores presentamos diversos interrogantes
a propsito del modo en que Heidegger desarrolla el vnculo entre
verdad y libertad. La primera seccin dej como resultado la necesidad de profundizar el anlisis de la relacin entre verdad y propiedad, por un lado, y de preguntar si hay un modo en que el hombre ha de enfrentarse a aquello que inexorablemente se le oculta el
enigma inscripto en el terreno al cual se conforma el lenguaje. En la
segunda seccin elucidamos la conexin entre propiedad y verdad
existencial, de la cual resultan fundamentalmente dos nuevos interrogantes. Por un lado, advertimos el alcance parcial y en consecuencia insuficiente del anlisis de la temporalizacin del cuidado,
debido a la ausencia de una caracterizacin del modo en que se
temporaliza el habla. La relevancia de esta omisin se ve acrecentada cuando lo que se procura comprender es la adecuacin entre
lenguaje y ser. Por el otro, indicamos la dificultad para caracterizar
el fundamento y la posibilidad misma de un orden propio de existencia, con sus efectos correspondientes sobre la nocin de verdad.
En la tercera seccin expusimos el componente pragmtico que
Heidegger advierte en la metafsica occidental, sealando el carcter presuntamente aportico en el cual se hallara el hombre segn
la caracterizacin ontolgica ofrecida. Incluimos en esta seccin el
modo en que el pensamiento opera como mediador entre ser y lenguaje, como aquello que lleva al primero a su morada.
Heidegger termina la carta enunciando la ley del ser y primera
ley del pensar, anterior a y fundamento de las leyes de la lgica.
Expresa dicha ley del siguiente modo: conveniencia del decir del
ser en cuanto destino de la verdad (Cf. Heidegger, 1947, p. 296). El
pensar que conduce al ser a su morada a travs del decir, lleva a
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cabo esta tarea como destino de la verdad del ser. En este caso la
nocin de pensamiento se caracteriza a partir de la nocin de verdad.
Nuestro esfuerzo por elucidar esta ltima se ve remitido, en esta
formulacin de la ley, a la tarea de elucidar la nocin de destino. Ya
no hay tiempo para hacerlo aqu. Indiquemos tan solo que ella se
elabora, en parte, purgando a la cura o cuidado de aquellas notas
que Heidegger consider errneas o insuficientes en el planteo de
Ser y Tiempo. Cabe destacar, no obstante, que no obtenemos respuesta en la Carta sobre el humanismo a los interrogantes y
observaciones advertidas en las secciones anteriores, si bien su anlisis nos permiti complementar el estudio de la relacin entre verdad y ser con el anlisis del rol que cumplira el pensamiento.
Mencionemos, por ltimo, que subyacen al privilegio que
Heidegger otorga progresivamente al poetizar como modo de acceso a la verdad, tanto la hiptesis de que hay un pensamiento anterior a los principios lgicos clsicos, como aquella segn la cual el
ser aquello a lo cual el lenguaje debe conformarse es simultneamente lo que se muestra y se oculta. Presumiblemente ese privilegio responde a la capacidad del poetizar para evocar y de algn
modo dar cuenta de el enigma, habilitando una conformacin
ms plena del lenguaje al ser. Vislumbramos as cmo articula el
autor la presunta dimensin fundamental de la ontologa el sentido del ser con una renovacin del lenguaje fundada en el acto
potico y un pensamiento anterior a las leyes lgicas.
Tal vez el ncleo del aporte de Heidegger consista simplemente en sugerir que el origen de la verdad y de la libertad se halla en
cierta exposicin del hombre al enigma, previa a y que no puede
ser abolida por ningn conocimiento prctico o terico. Es precisamente esta suerte de prioridad de la verdad y la libertad sobre el
conocimiento y sus leyes lo que genera mayor perplejidad, e instala la intriga al sugerir que habra un sendero en ellas o hacia ellas
para el hombre al margen del viejo camino. He sealado los obstculos que enfrenta esa pretensin. Pero tal vez la obra no promueva una alternativa, sino que le baste con advertir un enigma original e irresoluble que determina al hombre en su ser, en cuyo caso
la ilusin de ese sendero deba atribuirse a la tendencia natural de
ciertos lectores.
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como sin sentidos una vez que ha ascendido a travs de ellas, sobre
ellas2 por medio de la cual la obra misma revela que su sentido no
ha sido otro que el de mostrar que, en el lmite, el filosofar solo
puede poner en escena la impotencia para alcanzar aquello a lo que
sin embargo aspira. Casi como un eco una declaracin semejante
cierra Sein und Zeit cuando, en el 83, Heidegger encadena, bajo la
forma de una serie de preguntas, la coda final que signa el fracaso
de la obra por ir ms all de la experiencia ntica y apresar por fin
el ser en su fenomenalidad.3
La estrategia que frente a esta constatacin del fracaso de sus
empresas filosficas iniciales ambos adoptan, es evidente, difiere.
Es por ello que son precisamente sus obras tempranas aquellas que
han de ser interrogadas con vistas a comprender no solo la leccin
conjunta que su confrontacin con sus propios lmites que no son
sino los lmites de la filosofa nos brinda sino tambin para echar
algo de luz sobre el desconcertante panorama que la cesura entre
analticos y continentales no puede dejar de provocar en quien
todava no haya renunciado al pensamiento.
Comenzar, pues, en la primera seccin, por establecer el modo
en que la filosofa contempornea puede comprenderse como una
respuesta a un problema heredado del pensamiento trascendental
kantiano, lo que denominar, siguiendo a Apel, el problema de la
diferencia trascendental. Una vez establecido este mapa general,
proceder a mostrar de qu modo puede hallarse, a partir de una
lectura conjunta de ambos, una estrategia comn en Wittgenstein y
Heidegger frente a este problema, estrategia que puede hallarse en
el modo en que ambos caracterizan la estructura conceptual que
liga al mundo, la experiencia y el lenguaje o, ms bien, en que
ambos defienden la imposibilidad de un acceso inmediato a los
constituyentes ltimos de lo que hay. No se trata sino de lo que
Wilfrid Sellars ha llamado el mito de lo dado.4 Tal mito no es sino
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evidente, tal experiencia no puede analogarse sin ms a la experiencia en sentido usual; es eso lo que pretenden indicar las comillas en la anterior oracin. Sin embargo, si se quiere evitar recaer en
el mito de lo dado, lo trascendental no puede darse ms que en la
experiencia efectiva que, a un tiempo, posibilita.11
Wittgenstein y Heidegger, en la primera etapa de su produccin, reconocen, como es evidente, tales dificultades. Ambos coinciden en sealar que no es posible aplicar a dicho mbito que en
el primer caso coincide con la esfera de la lgica y el problema de
la forma lgica: no olvidemos que, en el Tractatus, la lgica es trascendental (6.13) tanto como la esttica o la tica (6.421) y en el
segundo con la esfera de la ontologa determinaciones propias de
aquello que constituye la experiencia inmediata del mundo y del
lenguaje. Como seala con lucidez Paolo Virno, la distincin wittgensteniana entre decir y mostrar al tiempo que la distincin heideggeriana entre ser y ente no son sino reelaboraciones del problema kantiano de lo trascendental y lo emprico.12 Sin embargo,
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como he dicho, este es solo uno de los aspectos del problema. Una
vez que se ha establecido la distincin entre ambas dimensiones,
debe sin embargo darse cuenta del vnculo que las liga. Y, en efecto, contra la conclusin schopenhaueriana segn la cual el nico
corolario posible de la filosofa crtica kantiana es lo que
Schopenhauer ha dado en llamar la miseria del formalismo,13 es
decir, el hecho de que el mbito trascendental no puede sino quedar reducido a una forma vaca sin relacin alguna con lo emprico, tanto Wittgenstein como Heidegger han procurado mostrar
que, si lo emprico el uso efectivo del lenguaje proposicional en el
primero, la experiencia cotidiana del mundo en el segundo es en
efecto el nico mbito posible de experiencia, el nico lenguaje con
el que contamos para describir el mundo, a partir de un examen
adecuado de lo emprico mismo como objeto de esa experiencia
puede revelarse aquello que, en lo emprico mismo, constituye su
condicin de posibilidad. No otra cosa mienta la clebre distincin
wittgensteniana entre decir y mostrar y en particular el hecho de
que todo dictum, al tiempo que transmite un contenido proposicional, muestra la forma lgica de acuerdo a la cual ste es posible en
tanto tal.14 Y no es en ltima instancia la caracterizacin heideg-
13
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geriana del ser como un fenmeno que se muestra en el ente ocultndose en tanto tal una nueva figura de este intento por pensar el
modo en el que, sin abandonar la experiencia inmediata del
mundo, es posible revelar el espacio de juego ontolgico en el que
la misma tiene, puede tener, lugar?
Ahora bien, el desafo ltimo al que estas filosofas deben hacer
frente es precisamente el de articular por medio de una metodologa y un lenguaje apropiados la posibilidad de dar cuenta de esta
esfera trascendental a partir del anlisis de lo emprico o, para
emplear un trmino ms preciso, de la facticidad. Pues la facticidad
no es otra cosa que lo emprico considerado como punto de partida insuperable de todo anlisis filosfico que, a diferencia de la
mera efectividad, de lo meramente emprico para seguir hablando
en trminos kantianos, lleva en s la marca de lo trascendental.
Se trata, en ltima instancia, de un problema que reviste dos
dimensiones que se revelan de un modo ejemplar en las objeciones
que Paul Natorp15 hiciera a la fenomenologa de Husserl: 1. Cmo
es posible acceder a las cosas mismas en su darse inmediato sin
requerir de la mediacin de una esfera trascendental que anule la
inmediatez de tal darse? 2. Incluso asumiendo que ello fuera posible, cmo articular un discurso posible acerca de ese darse inmediato que no restituya la mediacin por parte del entendimiento?
En particular, como se ver a partir de los argumentos presentados
en la tercera seccin de este trabajo, si tanto Wittgenstein como
Heidegger responden de un modo afn al primero de los desafos
formulados por Natorp, sus caminos divergen cuando se trata de
responder al segundo de ellos.16
15
16
te paradoja segn la cual las tesis del idealismo trascendental solo pueden formularse bajo la forma de claras falsedades empricas (Moore
(1985), p. 136). Moore no especifica adecuadamente las tesis a las que
semejante caracterizacin podra aplicarse y, lo que es peor, no brinda
una elucidacin adecuada del origen de semejante paradoja que apenas
ve como un defecto de las posiciones antirrealistas en semntica.
Cf. Heidegger (1919), pp. 100 y ss.; Crowell (2001), Part I, 1 y 2; b. Kisiel,
Thedor (1993), The Genesis of Heideggers Being and Time, University of
California Press, Berkeley-Los Angeles-London, pp. 47 y ss.
Glenda Satne me ha hecho notar que la posicin metafilosfica de
Heidegger se aproxima aqu a la de Frege y, por ende, es pasible del
mismo tipo de crtica que Wittgenstein seala a ste. Ello es probablemente cierto, sobre todo debido a que, en Sein und Zeit, Heidegger cree
an que es posible una conceptografa propiamente filosfica para
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La distincin entre proposiciones y nombres o, ms genricamente, entre decir y mostrar es en rigor una de las ms antiguas de
las distinciones filosficas. Su formulacin cannica se encuentra ya
en Aristteles quien, como es sabido, distingue un mbito referido
a los objetos simples cuya figura lingstica es el nombre expresado
en la mera proferencia (phsis) y cuya verdad no depende en modo
alguno de la adequatio sino de una simple captacin por parte del
nos. Si todo lgos, en el sentido preciso de la predicacin, es decir,
del apophanesthai, es un lgein ti kat tins, un decir algo acerca de
caracterizar al mbito de incumbencia de la filosofa. Pese a ello, creo
que es posible asumir las observaciones de Wittgenstein contra el uso
fregeano y russelliano de los conceptos de funcin y continuar sosteniendo la legitimidad de un discurso trascendental, la Heidegger. Hacia
el final de este trabajo brindar algunas indicaciones en esta direccin.
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que ya no sabemos lo que significa es porque, precisamente, podemos seguir reconocindolo como significativo, ms all de aquello
que signifique en particular. Qu experimentamos entonces ante
una situacin semejante? Al menos dos cosas, sealar Heidegger.
Por un lado, experimentamos al signo en su pura materialidad csica como signo, es decir como objeto. El signo adquiere, efectivamente, el carcter ontolgico de lo vorhanden, aquello que meramente
subsistente comparece all en su desnudez. Pero a la par, experimentamos que ese signo es un signo, es decir, que tiene la pura potencia
de significar an cuando no signifique nada. Y es este segundo elemento aquel que debemos retener: pues no otra cosa es la significatividad, aqu en una esencial proximidad con el concepto heideggeriano de mundanidad, que el hecho desnudo de que hay significado
o, para decirlo brutalmente, que hay lenguaje. No es sta la definicin tractariana de lo mstico? No cmo sea el mundo es lo mstico
sino que es (6.44). As pues, es a partir de la constatacin de la facticidad del mundo, i.e., del lenguaje, motivada por el desprenderse de
un signo de su contexto de significatividad, que Heidegger puede,
por vez primera en el desarrollo de SZ, hacer comparecer la diferencia ontolgica en tanto tal. Y no es acaso un signo semejante un
nombre, un nombre considerado en tanto tal por fuera de todo lgos
en el que cobre sentido? Heidegger no alcanza a decirlo y sin embargo ste constituir uno de los puntos cruciales que caracterizarn a
su filosofa posterior a la Kehre.20
Sin embargo, no es en este caso Heidegger sino Wittgenstein
quien nos proporciona la clave de bveda para comprender en qu
medida el nombre es el fundamento mismo de la ontologa. Y ello no
solo porque la ontologa del Tractatus es, en ltima instancia, una
ontologa de lo solamente nombrable sino, sobre todo, porque ser a
partir de la problemtica relacin entre nombre y proposicin que la
arquitectura misma de la obra podr construirse. La proposicin
clave del Tractatus en este sentido es, claro est, 3.221: Los objetos
solo puedo nombrarlos. () Solo puedo hablar de ellos, no puedo
expresarlos. Una proposicin solo puede decir cmo es una cosa, no
qu es. Dos observaciones al respecto. La primera de ellas refiere al
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Para la tematizacin del uso wittgensteiniano del principio de contexto, su origen fregeano y las diferencias con Frege, cf. Sullivan, Peter
(2001), Wittgensteins Context Principle, en Vossenkuhl, Wilhelm
(ed.) (2001), Wittgenstein: Tractatus Klassiker Auslegen. Akademie
Verlag, Berlin, 65-88.
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2.0211 Si el mundo no tuviera sustancia [scil. si no hubiera objetos simples; cf. 2.021], el que una proposicin tuviera sentido
dependera de si otra proposicin es verdadera.
3.23 La exigencia de la posibilidad de los signos simples es la
exigencia de que el sentido sea determinado.
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Es por otra parte cierto que la posicin de Heidegger acerca de la posibilidad de un discurso filosfico stricto sensu no asume la radicalidad
de la posicin wittgensteiniana. Heidegger oscila, en efecto, entre una
posicin prxima a la del Tractatus (eminentemente, por caso, en su
caracterizacin de la mundanidad como aquello que solo es pasible de
una experiencia en negativo o del ser como aquello para lo cual solo
hay un lenguaje ntico que resulta insuficiente para decir el ser pero a
su vez lo indica) y una posicin algo ms prxima a la de Kant, Husserl
y Frege (sobre todo en el desarrollo mismo de la analtica existenciaria:
no son acaso los existenciarios mismos conceptos de funcin de los
que Heidegger hace una y otra vez un uso impropio? Agradezco a
Glenda Satne por esta observacin). Comprender estas tensiones y
hallar una salida a las mismas que es, por cierto, una imperiosa necesidad para la posibilidad de la fundacin de una filosofa autnoma y
racional requerira hallar un modo en que el lenguaje emprico y el
trascendental pudieran articularse entre s, un modo diferente a aquel
vedado por Wittgenstein que los concibe como un lenguaje y un metalenguaje. Algunos intentos en ese sentido pueden encontrarse en el
concepto de analoga desarrollado por Eugen Fink en su VI Meditacin
Cartesiana. Para una discusin del mismo y una propuesta alternativa
en trminos de metonimia, cf. Crowell (2001), Ch. 13: Gnostic
Phenomenology: Eugen Fink and the Critique of Transcendental Reason.
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1.
Toda meditacin en el mbito de la praxis debe resolver tarde o
temprano el sentido con el que se piense la relacin de la existencia
con la vida. Una orientacin facilitadora se encuentra en una indicacin gramatical: el existente, entendido como humano, tiene una
vida pero no es una vida. Este tener y no ser determina la relacin
de existencia y vida como una cesura, esto es, un corte que, como en
el poema, en lugar de dispersar los trminos, los mantiene reunidos en su separacin. Y as como un poema sin cesura se volvera
prosa o se perdera en el sinsentido, una existencia que no tuviera
una vida se hundira en la vida desnuda que solemos identificar
con el animal o, en el otro extremo, en la muerte misma.
El punto de cesura es el de la separacin entre el viviente no
humano y el humano. La historia de esta separacin es la del pensamiento, desde los comienzos de la filosofa, y hay ms de una
variante disponible en el debate contemporneo. Para mis fines en
este trabajo, adoptar la que hace descansar la consistencia de la
cesura en la condicin del lenguaje, en el sentido que asumir que
el viviente humano que llam existente es un animal que habla
afirmacin que debe leerse como una reformulacin de la vieja
definicin aristotlica.
2.
Para acercarnos al ncleo de nuestro tema, preguntmonos qu
implica para una vida transformarse en ser hablante. Lo que la ontognesis del hablante produce es la separacin del ser vivo respecto
de esa vida previa a la adquisicin del lenguaje. Pero esa separacin
debe entenderse en el modo del como no. Veamos en qu consiste
dicho modo.
En un libro dedicado a interpretar en qu sentido el mesianis287
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mo se encuentra en San Pablo, Agamben1 explica el hos me que traducimos por como no, resultado de la vocacin mesinica,
como revocacin de toda vocacin, en el sentido en que cada condicin fctica se pone en relacin consigo misma para ser revocada, puesta en cuestin sin ser alterada en su forma. Esto quiere
decir que llorar como no llorando o rer como no riendo no es hacer
otra cosa que llorar y rer, pero hacindolo afectado por haber respondido a la vocacin o llamado mesinico.
Avanzando en su comentario, Agamben destaca otra significacin del como no: cada condicin fctica afectada por esta modalidad establece entre el agente/paciente de dicha condicin y esta
misma la relacin de uso. En sentido global, segn mi entendimiento de la lectura de Agamben, podemos decir que la vocacin
mesinica afecta a la vida misma, al punto que el ser viviente afectado
por dicha vocacin hace uso de ella en cada situacin y cada condicin, pero en cierto sentido no la posee permanentemente o, mejor
dicho, no se identifica con ella.
Me permito ahora extender esta caracterizacin de las consecuencias del llamado mesinico a la caracterizacin del modo en
que es afectado el viviente cuando es llamado al lenguaje. Tal afeccin revoca la condicin en la que el viviente viva en su ambiente
antes de ser un hablante, es decir, antes de efectuar y estar en condiciones de efectuar su potencia lingstica. Desde luego, sigue
viviendo esa vida que viva, pero en algn sentido lo hace como no
vivindola, al menos en el sentido previo en que era uno con su
ambiente. Vivir la vida como no vivindola es ponerse en relacin
con la muerte en la vida misma, lo que la modifica para siempre.
Desde que es un hablante, el viviente mortal est separado de su
vida en la forma de comportarse consigo mismo y con el mundo
que habita; en fin, el modo que consiste en poder referirse a s
mismo y al mundo en el que se encuentra.
Para precisar mejor la modificacin que implica el paso del ser
viviente al ser hablante, hagamos foco en la dimensin normativa
de la vida antes y despus del llamado y del desarrollo del proceso ontogentico que concluye con el acceso al logos. En este terreno
los trabajos de Canguilhem siguen siendo una fuente proteica, para
nada agotada por filosofa de la vida alguna, pero deben ser pues1
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tos en relacin con los requerimientos de una comprensin conceptual integral del ser biolgico y del ser lingstico.
Lo que aqu solo puedo adelantar a modo de hiptesis, es la
necesidad de poner a prueba las rupturas y continuidades establecidas por Canguilhem entre el ser biolgico y el ser social, confrontndolas con el lenguaje en su realidad normativa y comunitaria.2
(Un buen instrumento para desarrollar esta confrontacin conllevara, desde mi perspectiva, la puesta en relacin sistemtica entre
muchas tesis de Canguilhem con otras tantas del llamado ltimo
Wittgenstein, lo que no puedo ni comenzar a hacer en el espacio de
este breve ensayo).
Con todo, dejar planteado lo que me parece un hilo conductor
promisorio para dicha tarea: en el ser biolgico la normatividad que articula lo normal y lo patolgico resulta del vnculo entre individuo y especie,
mientras que en el ser hablante dicha normatividad introduce entre el individuo y la especie la comunidad.3 Ahora bien, la dimensin comunitaria transforma al viviente en su ser, primeramente al convertirlo en
hablante, esto es, en miembro de una comunidad lingstica. A partir de all, su propia creatividad individual como ser normativo que
es, por ser viviente, se carga tanto de nuevos obstculos como de
nuevas fuerzas, provenientes ambos de la normatividad lingstica
comunitaria que acta en l y sobre la que l acta.
A partir de esta instancia de transformacin del ser viviente por
el ser lingstico, se instaura una separacin entre la vida del
viviente y la vida del lenguaje o, para simplificar, entre lenguaje y
vida. Esta separacin no es sin embargo aislamiento entre ambas
dimensiones. Debe entendrsela con la lgica del como no: el ser
hablante vive como no siendo el ser viviente que fue y, por ello y a
pesar de ello, sigue siendo. A los fines de la comprensin de la normatividad del viviente-hablante, conjeturo que el campo de la praxis
puede ser entendido como la instancia en la que se tramitan las relaciones
entre lenguaje y vida.
(A la luz de esta conjetura, formulo la siguiente pregunta: no es
dable extraer de la filosofa del ltimo Wittgenstein una concepcin
inmanente de la norma lingstica, a partir del par juegos de len2
3
289
INTERVENCIONES
FILOSFICAS
guaje-formas de vida? Canguilhem establece por su parte un contraste entre norma biolgica inmanente y norma social trascendente, pero si encontrramos, sea a travs del aporte wittgensteniano o
sea por otros caminos una norma inmanente que constituya el
punto de anudamiento de lenguaje y vida, tal vez comencemos a
escribir un nuevo captulo, por ejemplo, en el campo de los estudios biopolticos, actualmente de moda).
3.
Dada la condicin descripta, podemos denominar al humano
como viviente-hablante y preguntarnos: qu relacin guarda esta
condicin con el valor? Es una condicin necesaria, suficiente o
ambas cosas para que haya valor? Esta no es una pregunta sencilla y llevara mucha argumentacin concluir algo preciso. Pero no
necesitamos hacer eso sino algo ms especfico: responder si la condicin viviente-hablante es necesaria o suficiente o ambas cosas
para hacer de dicha condicin un sujeto/objeto de valoracin. En
forma ms directa: podra una mquina artificial o un animal
valorarse? Podra un viviente-hablante no hacerlo? Mi hiptesis es
que la normatividad especfica del animal lingstico lleva a ste a
adoptar necesariamente una actitud frente a su condicin y, por lo
tanto, a valorarla, aun cuando dicha valoracin pudiera no constituirse en juicio explcito y, ms all de que sea concebible que un
artefacto o un animal sean capaces de valoracin, esas valoraciones
no provendran de cesura alguna.
Tanto en la mquina como en el animal, tales improbables valoraciones constituiran estados positivos, resultantes a su vez de la
aplicacin de una norma inmanente a sus respectivas constituciones. Por el contrario, la cesura que constituye al existente afecta a
ste en su condicin misma de un modo irreparable. A partir de su
instauracin, y para recuperar la terminologa de Sartre, el existente queda afectado por una falta constitutiva cuyo rgimen gramatical articula tres instancias en una unidad: 1) lo faltante; 2) quien
padece la falta y 3) lo fallido. Sartre identifica precisamente a lo
fallido con el valor.4
4
Sartre, Jean-Paul, (1943), L tre et le nant, essai d ontologie phnomnologique, Gallimard, Pars. Para un buen desarrollo acerca de en qu sentido evolucion la concepcin sartreana en su obra posterior, vase
Amors, Celia (2000), Dispora y apocalipsis, estudios sobre el nominalismo
de Jean Paul Sartre, Valencia, Instituci Alfons El Magnnim, p. 171-183.
290
LENGUAJE,
PODER Y VIDA
4.
Una vez que la vida entra en el rgimen del valor, admite las
polarizaciones y conflictos propios de los valores. En consecuencia,
la vida podr adquirir para el existente un signo positivo o un
signo negativo. Y bien, cuando la vida se carga con una valoracin
positiva, estamos frente a lo que llamar gracia o felicidad, mientras que una vida desgraciada o infeliz es una vida negativamente
valorada.5
Es preciso distinguir aqu entre una nocin adecuada y una inadecuada de felicidad. Una concepcin adecuada de la felicidad
tiene que dar cuenta de la cesura constitutiva del viviente-hablante. Esto significa que para ste tener una vida feliz ser vivirla
segn la condicin del como no antes referida. En cambio, cuando
se representa la felicidad como un estado en el que el vivientehablante conquista una plenitud animal o anglica, sencillamente
se aplica mal el concepto, pues ni los animales ni los ngeles pueden ser felices porque feliz se predica de aquellos seres que tienen una vida y, por ende, son capaces de valorarla positiva o negativamente, algo que, segn nuestra conjetura inicial, est reservado
a los vivientes-hablantes.
Dentro de la filosofa contempornea, la concepcin ms prxi5
291
INTERVENCIONES
FILOSFICAS
5.
El panorama que se nos presenta ahora es el siguiente: ser feliz
en el mundo, si se entiende como la aceptacin misma de la condicin humana en tanto viviente-hablante, no solo es posible sino que
constituira la nica manera de asumir dicha condicin adecuadamente. Vive una vida feliz quien se instala plenamente en la cesura entre lenguaje y vida, gracias a la cual tiene una vida, a sabiendas de que por eso mismo no es una vida. Solo los seres humanos
podemos ser felices en este sentido.
En pocas palabras, parece dable afirmar que la felicidad es la
norma misma del animal que habla, por lo que no solo podramos
sino que deberamos ser felices. De ah que Wittgenstein escribiera
6
7
292
LENGUAJE,
PODER Y VIDA
el mandato: s feliz!. Pero el cumplimiento de este deber no consistira en ninguna forma especfica de vivir la vida, excepto la de
afectarse a s mismo con la cesura constitutiva de una vida humana.
A travs de dicha afectacin, el modo en que ejercemos nuestra
voluntad o nuestro deseo modifica a la vida de cada quien como
una totalidad. Se introduce as en la vida un valor absoluto, que no
sirve a los fines de indicar ningn curso de accin especfico, para
lo cual estn los valores relativos dentro del mundo, pero que otorga a la vida como tal la fuente misma de todo impulso en direccin
de cualquier valor o cualquier finalidad. (Tal vez sea posible esperar que si los seres humanos nos abriramos completamente a vivir
una vida relacionada consigo misma precisamente a partir de lo
que la separa de s misma, dejaramos de perseguir diversas formas
insensatas en las que tratamos de clausurar la fisura a partir de la
cual estamos en la vida).
6.
Tanto en Sartre como en Wittgenstein se establece una vinculacin entre valor y deseo. Si bien Wittgenstein considera, sin definir
claramente una posicin, que quiz la vida feliz es la que suprime
el deseo lo que a la luz de la elaboracin sartreana de la cuestin
debiera parecernos una inconsecuencia, como veremos enseguida, aun sin dejar de mantener abierta la cuestin, parece inclinarse por establecer que ms bien se trata de que el deseo adquiera la
modalidad ya apuntada, la de inscribirse bajo el rgimen del como
no, del presente que se vive en la cesura. Pero no es acaso sta la
condicin misma del deseo? Lo es si se concibe al deseo como falta
en ser, al modo en que lo elaboran tanto Sartre como el psicoanlisis. Es, por as decir, la gramtica del deseo la que se articula en trminos del existente, lo faltante y lo fallido.
Como ya sealamos, lo fallido es el valor, irrealizable en tanto
fallido o, si se prefiere, realizable solo a ttulo de totalidad fallida.
As, el existente en tanto deseante pone como faltante un objeto
cuya constitucin de deseable, esto es, de encarnacin de la funcin
objetual implicada en la estructura del deseo, lo torna siempre
insuficiente en su destino de satisfactor del deseo en cuestin.
La inadecuacin insuperable entre el deseo y su satisfaccin, y
su vnculo con la distincin entre vida feliz y vida desgraciada, fue
expresada crpticamente por Wittgenstein en estos trminos:
293
INTERVENCIONES
FILOSFICAS
7.
Es sumamente revelador reparar en el hecho de que tanto Sartre
como Wittgenstein no aciertan en ver claramente el vnculo entre
deseo y vida feliz. Este ltimo en su vacilacin ya apuntada, que lo
llev a identificar la vida feliz precisamente con el no deseo; aquel
porque, como observamos ms arriba, interpreta como conciencia
infeliz la consecuencia de que el deseo remita al valor como la
expresin de su insatisfaccin. La solucin para evitar este paso en
falso es concebir que a la vida humana solo le es dado desear como
no deseando, que es lo contrario de no desear. En efecto, que lo propio del deseo sea permanecer insatisfecho, remite a la situacin
paradjica de encontrar la satisfaccin en dicha insatisfaccin, esto
es, en la aceptacin de la imposibilidad de esa satisfaccin que anulara al deseo no debe confundirse esta condicin formal con un
deseo cuyo objeto o contenido fuera su insatisfaccin.
Una vida que viviera esta condicin rechazndola o negndola,
no podra ser sino una vida desgraciada. Por el contrario, la vida
feliz es aquella que encuentra su adecuacin en la celebracin de esa
condicin. Pero aceptar dicha condicin equivale a otorgarle un
valor a la vida, el que de otro modo no tendra. Aqu hay otra coincidencia profunda entre Sartre y Wittgenstein: ambos afirman que el
valor no es un hecho (Wittgenstein), no pertenece al ser (Sartre). La
vida sumida en los hechos o en el ser es una vida sin valor, pues para
que haya valor han de rebasarse los hechos hacia lo que por definicin no puede adquirir objetivacin alguna. Remedando el lenguaje
sartreano diremos: nada falta a los hechos, al mundo o a la vida,
excepto aquello que los volvera una totalidad autojustificada, pero
que por ello mismo permanecer como falta, como nada, fallando
dicha totalidad permanentemente.
294
LENGUAJE,
PODER Y VIDA
8.
La relacin establecida entre vida y valor por la va de la estructura del deseo hasta aqu presentada, se adecua a un principio de
inmanencia, que en este contexto significa que la vida en tanto existencia separada absorbe enteramente el valor, impidiendo su alienacin como objeto trascendente, es decir, su transformacin en
pseudo-hecho. Calificar de feliz a una vida as modificada, encuentra su justificacin por contraposicin a una vida desgraciada,
como se dijo. Pero hay que distinguir dos vas contrapuestas en las
que se declina una vida desgraciada: la del rechazo o la negacin
del deseo, que ahora no explorar, y la alienacin del deseo en el
valor como objeto.
Esta ltima va desplaza la reflexin hacia la dimensin poltica, porque cuando el deseo se aliena en la objetivacin del valor,
ste captura el deseo en trminos de fuerza. Es el valor como fuerza el concebido y criticado en su tirana por Carl Schmitt. En efecto, en La tirana de los valores8 Schmitt reconoce correctamente que
una filosofa de los valores afirma que los valores no son sino
valen. Pero lo que Schmitt no ve es que hay otra opcin frente a la
objetivacin del valor como fuerza, a saber: mantener la inmanencia del valor precisamente en virtud de su no inscripcin en el ser.
La solucin jurdica propuesta por Schmitt elige la respuesta
extrema que arroja, por as decir, el agua sucia con el beb. En efecto, al rechazar el valor expone la vida al no valor y, en consecuencia, a su inevitable inhumanidad. La poltica no puede resistir a la
lgica amigo/enemigo a causa de esta operacin. Por el contrario,
el desafo es mantener abierto los vasos comunicantes entre poltica e inmanencia. Es el camino por el cual la poltica se vincula a los
dispositivos de la creacin cultural, en los cuales tiene eficacia el
deseo como fuerza reificadora aqu es necesario tener presente la
distincin entre reificacin y alienacin desarrollada por Paolo
Virno9. La obra de arte en su concepcin radical post-histrica,
objetifica sin trascendencia, o con una trascendencia en la inmanencia como gustaba decir a Sartre, permitiendo agregar valor a la
8
9
295
INTERVENCIONES
FILOSFICAS
11
Danto, Arthur, (2002) La transfiguracin del lugar comn. Una filosofa del
arte, trad. ngel y Aurora Moll Romn, Editorial Paids, Barcelona.
Precisamente en esta obra, Danto encuentra en la estructura de la conciencia descripta por la filosofa de Sartre, una herramienta para definir la naturaleza del arte. Ver las pginas finales del ltimo captulo.
Introduje esta expresin en Cabanchik (2006), pp. 79-84.
296
LENGUAJE,
PODER Y VIDA
trata de intentar concebir una existencia libre de todos estos mixtos, pues es propio de la existencia componerlos, sino de sobrepasarlos hacia otras potencialidades de la existencia cuando sta
asume su condicin de libertad.
Y bien, precisamente hay una sola posibilidad de componer un
mixto compatible con la dada originaria, ncleo esencial de la condicin de una existencia libre: la reunin de lo real-perceptual y de
lo imaginario en un solo ser, como en la obra de arte, por caso. En
efecto, una obra de arte rene el en-s del objeto y el para-s de la
transfiguracin imaginaria del mismo. El arte como tal puede presidir la composicin material, como en el arte histrico, o sobrevenir al objeto a partir de una mera perspectiva, como en gran parte
del arte post-histrico incluso antes ya con los indiscernibles de
Duchamp. En cualquiera de las dos modalidades, lo que alcanzamos es un valor encarnado, mezcla de ser y de no ser que no aliena
la vida sino que la reifica, segn la distincin de Virno ya sealada.
La dimensin valorativa radica en que el objeto artstico es bello.
Como bien afirma Sartre, la cualidad de la belleza es imaginaria, no
se suma a las cualidades reales del objeto, accesibles por va de la
percepcin. Numerosas veces se apunta que tambin lo feo puede
ser bello, lo que debe entenderse de este modo: un objeto feo o
desagradable en el plano real perceptivo, puede participar del
valor belleza en virtud de su transformacin imaginaria, es decir, al
formar parte del objeto artstico. (Desde luego vale lo contrario:
algo agradable desde el punto de vista perceptual puede ser feo
estticamente hablando).
A los fines de utilizar la obra de arte como modelo para concebir una vida valorada, cualquier vida, la vida como tal, es particularmente iluminador advertir que en la cultura contempornea el
mundo del arte ha extendido sus fronteras hasta abarcar la vida
misma, pues cualquier objeto, mbito o accin pueden transformarse en artsticas a travs del modo de ver, en virtud de una interpretacin.
El arte es una significacin que afecta al mundo sensorial, por
qu no concebir entonces una vida valorada como una vida transformada por una significacin que la abarca como un todo, ms
all de los hechos que la componen? Es con este status que ha de
concebirse la polaridad feliz-desgraciada respecto de la vida: no
son cualidades de hecho, sino imaginarias, como las cualidades
artsticas, dependientes de significaciones, de discursos.
297
INTERVENCIONES
FILOSFICAS
Podemos ubicar aqu, por otra parte, un contraste de vastas consecuencias, ya que es operativa la distincin entre imagen y significacin. Es una diferencia crucial para comprender la profunda
ruptura acaecida en el mundo del arte, en el sentido de que en la
actual economa cultural, al menos de occidente, la obra de arte lo
es por la va de la significacin, no por la va de la imagen.
Podramos decir incluso que ya no hay belleza en el arte, con lo que
ste se ha liberado, por as decir, de su ltima prisin.
9.
El referido contraste desplaza la obra de arte del rgimen de la
imagen al del concepto. En un cuadro como Las Meninas, por ejemplo, la belleza se ve, por cierto, pero de un modo diferente a como
se ve la pintura, pues aquella est en la mirada del contemplador
mientras que sta est en la tela. En una obra como Cuadrado negro
de Kazimir Malvich, cmo hacer esa distincin? No ha desaparecido en ella todo rastro de imagen, al menos como algo distinguible del objeto percibido?
La mirada es un objeto imaginario por antonomasia, una especie de significacin encarnada. Reflexionar sobre su operatividad
en nuestra vida es estratgico para los fines del vnculo entre vida
y valor, como intentar mostrar a continuacin.
Atendamos al uso metafrico que Wittgenstein hace en el
Tractatus del ojo y el campo visual para hablar del yo, el cuerpo, el
lenguaje y el mundo, para despus aplicarlo a su afirmacin de que
el mundo o vida feliz difiere del infeliz como un todo.
En la proposicin 5.631, Wittgenstein afirma que si escribiese un
libro sobre el mundo tal como lo encuentra, debera referirse a su
cuerpo pero no a un sujeto, pues ste sera un lmite del mundo, no
algo en el mundo (5.632). Es en este contexto en el que aplica la
metfora del campo visual, sosteniendo que al mismo no pertenece el ojo que lo ve, y que ni siquiera se puede inferir dicho ojo de lo
que el campo visual da a ver (5.633 y 5.6331). Ahora bien, el problema aqu aparece por el uso del posesivo en la expresin mi/su
cuerpo, pues si solo hay, como pretende Wittgenstein en dicha
obra, la totalidad del lenguaje y el mundo coordinado con l, el
cuerpo en cuestin sera un cuerpo entre otros, nada indicara que
sea el propio.
Nos enfrentamos a la siguiente alternativa: o bien identificamos
al sujeto con el ojo invisible, o con el cuerpo propio (visible), pero
298
LENGUAJE,
PODER Y VIDA
no es posible superponer ambas instancias, excepto por una operacin imaginaria injustificada. En efecto, el punto de visin no puede
a la vez pertenecer y no pertenecer a lo que ve, lo que nos lleva a
concluir que la mirada que totaliza el mundo o la vida, es un punto
de vista imaginario, no atribuible a ningn punto de vista interno
a algn campo visual.
Si aplicamos esta metfora geomtrica, ya no a la cuestin especulativa de si hay o no sujeto metafsico o de la representacin, sino
a la cuestin prctica de cmo le es dado al yo tico o de la voluntad del que habla Wittgenstein, acceder a su mundo o vida como a
un todo, parece que debemos concluir en forma similar: que solo
imaginariamente puedo vivir mi vida como un todo.
La construccin de esta totalidad exige la instancia imaginaria
de una mirada contemplativa que solo se sostiene imaginariamente. Pero si esta construccin depende de una mirada, que es un
objeto imaginario, no ser tambin ese mundo del cual predico
felicidad o infelicidad tambin imaginario? Mejor dicho, no es la
polaridad felicidad/infelicidad en cuestin, tambin ella imaginaria? Y no lo sera de la misma forma cualquier valor?
Las respuestas no pueden ser sino positivas, pues como hemos
ya indicado, un valor es un pseudo hecho, no pertenece a lo que
hay, es ms bien una hipstasis. Su rgimen es el de lo imaginario,
como ejemplificamos con el valor belleza. Sin embargo, al igual que
algo puede ser una obra de arte, valiosa en tanto tal pero sin poder
ser bella, no por fea sino porque ya no se le aplica la categora, sostengo que una vida puede ser valiosa sin necesidad de hipstasis.
El camino es permanecer fiel a la dimensin fallida del valor como
objeto inmanente del deseo.
10.
Debemos ir ms all en nuestra bsqueda de la elucidacin del
anudamiento entre vida y valor; lo haremos poniendo en foco el
vnculo entre el hablante y el lenguaje, precisamente como condicin bsica para el advenimiento del valor a la vida. Lo que se mostrar entonces es que hay un modo en que la vida alcanza una
transfiguracin imaginaria sin ceder por ello a la alienacin de una
hipstasis, como ocurre efectivamente en el goce esttico.
Conocemos el recurso: se trata de la lgica del como no. Si retomamos el proceso ontogentico por el cual el no hablante adviene
hablante, reconocemos una dimensin imaginaria en la representa299
INTERVENCIONES
FILOSFICAS
LENGUAJE,
PODER Y VIDA
300
301
11.
Permtaseme una deriva indirecta para remachar algo mejor el
clavo de nuestro argumento, que a esta altura toma la forma de
apuntar que en el anudamiento entre lenguaje, vida y valor, juega
un papel central el status de la normatividad. En A travs del
espejo Lewis Carroll ha presentado este problema bajo la forma de
un dilogo entre Alicia y Humpty Dumpty. En este clebre pasaje,
Humpty Dumpty sostiene que la cuestin acerca de lo que una
palabra significa y, en el fondo, la cuestin ms amplia acerca de los
hechos que determinan la validez de las normas, puede reducirse
al problema poltico de la autoridad. Alicia, por el contrario, sostiene que en esta imagen falta un elemento central, precisamente
aquel que permite darle sustancia a la normatividad.
12.
El ordenamiento final de nuestra exposicin toma la siguiente
forma: la vida humana es una vida expuesta al lenguaje, lo que al
mismo tiempo la abre por un lado al padecimiento de su condicin
mortal, al rgimen del deseo y de las pasiones, pero a la vez le permite la compensacin imaginaria del valor. La condicin imaginaria no es aqu fuerza tirnica alguna, portadora de una discordia
poltica irredimible, siempre que se la recupere en la inmanencia
del existente, esto es, del viviente hablante. En este sentido, explorar una bio-poltica positiva es posible por la va de una vida informada y valorada por el lenguaje, por el sentido. Es el pequeo
trozo de felicidad que le cabe al existente, que se le puede y debe
tributar a la vida como tal.
Indice onomstico
INTERVENCIONES
FILOSFICAS
LENGUAJE,
PODER Y VIDA
HOBBES, Thomas: 10, 16, 17, 32, 33, 39, 42, 48, 51, 56, 57, 58, 215
HOERL, Christoth: 196
HORKHEIMER, Max: 22, 23, 28
HUSSERL, Edmund: 263, 268, 270
ISHIGURO, Hid: 281
JAMES, William: 10, 12, 173, 174, 175, 176, 177, 178, 179, 180, 181,
182, 183, 184, 185, 186, 187, 188, 189, 190, 191, 192, 193
KAFKA, Franz: 140
KANT, Immanuel: 150, 250, 262, 266, 283
KARSZ, Sal: 101
KAUTSKY, XXXXX: 103
KERN, XXXXXX: 268
KIERKEGAARD, Soren: 159, 160, 164
KRNER, XXXXXX: 284
KOTATKO, Petr: 195, 203
KRIPKE, Saul: 119, 218, 219, 224, 225, 226, 231
LABOV, XXXXX: 127
LABRIOLA, XXXXX: 103
LACAN, Jacques: 10, 56, 59, 60, 61, 62, 64, 67, 68, 72
LANCE, Mark: 223, 232, 237
LEDESMA, Felipe: 281
LENIN, Vladimir Ilich: 103, 130
LUCA, Gherasim: 140
LUKCS, George: 103
LYOTARD, Jean-Franois: 150, 167
MALPAS, Jeff: 223, 238, 284
MAQUIAVELO, Nicols: 24
MARION, Jean-Luc: 263
MARX, Carl: 101, 103
MCDOWELL, John: 169, 211, 135, 165
MCGINN, Marie: 278
MCGUINNESS, XXXXX: 281, 283
MENGUE, Philippe: 139, 154, 156
MERLEAU-PONTY, Maurice: 265
MILLIKAN, Ruth: 208
MOHANTY, J. N.: 267, 268
MONTEBELLO, Pierre: 156, 164
MOORE, A. W.: 269, 270
NATORP, Paul: 270
NIETZSCHE, Friedrich: 93, 150, 166, 241, 269
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INTERVENCIONES
FILOSFICAS
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