(Fray Athelstan 07) La Charada Del Asesino - Paul Harding
(Fray Athelstan 07) La Charada Del Asesino - Paul Harding
(Fray Athelstan 07) La Charada Del Asesino - Paul Harding
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8 Tahoma;}{\f6\fnil\fprq0\fcharset128 Tahoma;}}
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{\s3 \afs28
{\b
{\ql
Annotation\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpa
r} Durante el verano de 1380, sir John Craston y fray Athelstan reciben el encar
go de investigar el misterioso asesinato de Edwin Chapler, escribano de la Canci
ller\u237?a de la Cera Verde. Esta es la primera de una serie de muertes en las
que el asesino entabla una macabra partida con las v\u237?ctimas y con el talent
o del propio fray Athelstan. {\par\pard\hyphpar }{\page } {\s1 \afs32
{\b
{\ql
Paul Harding
{\line }
{\line }
La charada del asesino
{\line }
\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Para Kathie y Peter Gosling, de Chingford. Muchas gra
cias por vuestra ayuda. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\par\pard\hyphpar }{\page } {\s1 \afs32
{\b
{\ql
Pr\u243?logo
{\line }
\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Edwin Chapler, escribano de la Canciller\u237?a de la
u243? el toque de queda de Santa Mar\u237?a le Bow nos fuimos a casa, en Grubb S
treet, cerca de Cripplegate; compartimos una habitaci\u243?n all\u237?. \u8212?L
a se\u241?ora Aldous, nuestra casera, os confirmar\u225? que llegamos a casa en
un estado lamentable. Dormimos hasta el amanecer, nos levantamos y vinimos aqu\u
237?. \u8212?\u191?Y? \u8212?pregunt\u243? Athelstan. \u8212?Lo mismo de cada ma
\u241?ana, padre; llam\u225?bamos a la puerta y maese Drayton nos abr\u237?a. \u
8212?Pero esta ma\u241?ana ha sido diferente, \u191?no? \u8212?S\u237?, padre, g
olpeamos la puerta con todas nuestras fuerzas y tocamos la campanilla. Entonces
apareci\u243? Flaxwith, y el resto ya lo sab\u233?is. \u8212?\u191?Qu\u233? es l
o que s\u233?? \u8212?pregunt\u243? el fraile. \u8212?Pues que revisamos las ven
tanas, porque la puerta principal y la puerta trasera estaban cerradas, como de
costumbre. \u8212?Y \u191?entrasteis por una ventana? \u8212?S\u237? \u8212?cont
est\u243? Stablegate\u8212?. Me sub\u237? a los hombros de James, met\u237? mi d
aga por una rendija y levant\u233? el postigo. Sir John se estaba quedando dormi
do; ten\u237?a la cabeza ca\u237?da hacia delante y la boca abierta. Stablegate
se tap\u243? la boca para ocultar una sonrisa burlona. \u8212?En ese caso... \u8
212?dijo Athelstan elevando el tono de voz y poni\u233?ndose en pie. Sir John se
sobresalt\u243? y se puso en pie de un brinco. Se qued\u243? plantado, con las
piernas separadas, y pesta\u241?e\u243?, respirando ruidosamente por la nariz; e
ntonces vio que los dos escribientes se estaban riendo. Athelstan cerr\u243? los
ojos. \u8212?\u191?Me encontr\u225?is gracioso, caballeros? \u8212?Cranston lle
v\u243? la mano a la daga que ten\u237?a en el cinto. Dio un paso al frente; ten
\u237?a los pelos del bigote y las patillas erizados, y los ojos fuera de las \u
243?rbitas\u8212?. \u191?Encontr\u225?is gracioso al viejo sir John? \u191?S\u24
3?lo porque mis hijos me han despertado antes del amanecer y ahora tengo sue\u24
1?o? \u191?Y porque el viejo sir John ha dado un par de tragos de vino? Pues sab
ed, caballeros \u8212?continu\u243?, ech\u225?ndoles el alienta en las narices\u
8212?, que el viejo sir John no es tan tonto como parece\u8212?. Levant\u243? el
dedo \u237?ndice y dijo\u8212?: \u191?As\u237? que viv\u237?s con la se\u241?or
a Aldous, en Grubb Street, cerca de Cripplegate? \u8212?S\u237? \u8212?afirm\u24
3? Flinstead, sorprendido de que sir John hubiera o\u237?do aquel comentario, pu
es parec\u237?a dormido. \u8212?Conozco a la se\u241?ora Aldous \u8212?prosigui\
u243? Cranston\u8212?. Cinco veces se ha presentado ante m\u237? acusada de pros
tituci\u243?n y de regentar un burdel. \u8212?Ahora vive sola \u8212?replic\u243
? Stablegate. \u8212?Sola con estos dos muchachitos, \u191?no? \u8212?S\u237? \u
8212?afirm\u243? el escribiente. \u8212?S\u237?, sir John \u8212?le corrigi\u243
? Cranston. \u8212?S\u237?, sir John. \u8212?Os aconsejo \u8212?agreg\u243? el f
orense con tono amenazador \u8212?que no os burl\u233?is del viejo sir John. Se
ha cometido un asesinato, y alguien ha robado la plata de la Corona. \u8212?Noso
tros no sabemos nada de eso. \u8212?No, amigo m\u237?o, claro que no. Esas cinco
mil libras eran para los cofres del regente; y ahora han desaparecido. \u8212?C
ranston pos\u243? sus enormes manazas sobre los hombros de los j\u243?venes escr
ibientes, que no pudieron contener una mueca de dolor\u8212?. Bueno, amiguitos;
vamos a ver esa maldita ventana. Athelstan, satisfecho de que Cranston hubiera i
mpuesto su autoridad, se volvi\u243? bruscamente hacia la puerta. \u8212?Lo sien
to \u8212?dijo al regresar\u8212?. \u191?No sab\u237?ais que maese Drayton guard
aba cinco mil libras de plata en su contadur\u237?a? \u8212?\u201?l nunca nos de
jaba tocar el dinero \u8212?explic\u243? Stablegate\u8212?; \u233?sa era la norm
a en la que m\u225?s insist\u237?a. Sabemos \u8212?prosigui\u243?\u8212? que uno
s mensajeros del banco de los Frescobaldi visitaron la casa ayer, aunque maese D
rayton nos dijo que nos qued\u225?ramos en nuestra c\u225?mara, pues \u233?l mis
mo abrir\u237?a la puerta. M\u225?s tarde o\u237?mos un murmullo de voces, y lue
go los mensajeros se marcharon. Athelstan asinti\u243? y pregunt\u243? a los esc
ribientes: \u8212?\u191?Y qu\u233? pas\u243? entonces? \u8212?Si los mensajeros
trajeron el dinero \u8212?contest\u243? Stablegate\u8212?, conociendo a maese Dr
ayton, seguro que cont\u243? hasta la \u250?ltima moneda, firm\u243? un recibo y
guard\u243? el dinero en su c\u225?mara acorazada. \u8212?\u191?Os llevabais bi
en con maese Drayton? \u8212?pregunt\u243? Cranston. \u8212?\u161?No! \u8212?con
testaron los escribientes al un\u237?sono. \u8212?Era un ro\u241?oso \u8212?decl
ar\u243? Flinstead\u8212?; nos hac\u237?a trabajar de sol a sol. A la hora del \
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} iba pis\u225?ndole los talones, con la lengua colgando. Mir\u243? la apetitos
a pierna de sir John y estuvo a punto de lanzarse sobre ella, pero Flaxwith tuvo
el acierto de sujetarlo por el collar, levantarlo y cogerlo en brazos. \u8212?{
\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} y yo estamos a vuestro servicio, sir John. \u8212?\u161?Al cuerno! \u8212?gru
\u241?\u243? Cranston\u8212?. Quiero que hag\u225?is tres cosas. Primero, id a v
er a los banqueros de Leadenhall Street, los Frescobaldi, y comprobad si ayer le
enviaron la plata a Drayton. Segundo, id al Cerdo Danzar\u237?n y preguntad si
esos dos escribientes pasaron all\u237? parte de la noche. Y por \u250?ltimo, qu
iero que vigil\u233?is a los escribientes y esa casa de Grubb Street donde se al
ojan. Si intentan salir de Londres, detenedlos. \u8212?\u191?De qu\u233? se los
acusa, sir John? Cranston cerr\u243? los ojos y dijo: \u8212?De maltratar a vues
tro perro. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\par\pard\hyphpar }{\page } {\s1 \afs32
{\b
{\ql
Cap\u237?tulo II
{\line }
\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Mientras Athelstan y Cranston iban hacia Ratcat Lane,
Luke Peslep, escribano de la Canciller\u237?a de la Cera Verde, entraba tambale
\u225?ndose en la taberna Tinta y Tintero, en la esquina de Chancery Lane, donde
pensaba desayunar. Peslep, un joven de buena familia y con excelentes perspecti
vas, no ten\u237?a ning\u250?n problema. Tres noches atr\u225?s, tras una excele
nte cena, hab\u237?a recibido las atenciones de una prostituta, y esto todav\u23
7?a le manten\u237?a euf\u243?rico. Aquella ma\u241?ana se hab\u237?a levantado,
se hab\u237?a lavado y se hab\u237?a puesto ropa limpia, dispuesto a iniciar un
a nueva jornada en la Canciller\u237?a de la Cera Verde. Luego se plant\u243? en
la barra de la Tinta y Tintero y mir\u243? a su alrededor, exultante. Ech\u243?
un vistazo a la cocina, pero estaba tan contento y satisfecho que no vio los an
imales que rondaban por all\u237?, un chucho y un gato sarnoso, ni los restos de
comida y la basura acumulados en el suelo. Tampoco percibi\u243? el hedor de lo
s excusados que hab\u237?a al fondo del patio, tras unos matorrales. Peslep s\u2
43?lo ve\u237?a el sol reflejado en los charcos, s\u243?lo o\u237?a el tableteo
de las ocas, y, cerrando los ojos, sabore\u243? los apetitosos aromas procedente
s de la despensa. Se sent\u243? en el rinc\u243?n de siempre, y cuando se le ace
rc\u243? Meg, la criada, pidi\u243? su jarra de cerveza y un plato de queso con
manzanas y pan. Peslep, como de costumbre, desliz\u243? una mano bajo el escotad
o corpi\u241?o de Meg y le toc\u243? un pecho. \u8212?Cada d\u237?a las tienes m
\u225?s maduras, \u191?eh, Meg? Pronto estar\u225?n listas para comer. Meg se ap
art\u243? el cabello de la sucia cara y esboz\u243? una sonrisa forzada. No pod\
u237?a quejarse: Peslep siempre pagaba con plata y, si protestaba, el amo le cal
entar\u237?a las orejas. El joven mordisqueaba su manzana y escuchaba los ruidos
que llegaban a la taberna: un coro de villancicos en una iglesia cercana, unas
mujeres cotilleando en la calle, ni\u241?os gritando, un gallo perezoso que cant
aba saludando al amanecer, un mercachifle que pregonaba sus mercanc\u237?as... D
e los talleres descubiertos que hab\u237?a cerca de la prisi\u243?n del Fleet ll
egaba el sonido de las herramientas. Peslep cerr\u243? los ojos y pens\u243? que
le encantaba aquella ciudad. Un grupo de mendigos entr\u243? en la taberna y se
sent\u243? a una mesa para contar las monedas que les hab\u237?an dado los feli
greses al salir de la misa de la ma\u241?ana. El jefe de la banda pidi\u243? una
s jarras de vino y comida caliente para todos. Peslep sab\u237?a que se quedar\u
237?an all\u237? hasta que se les acabara el dinero y cayeran al suelo, borracho
s como cubas, y que despu\u233?s el astuto tabernero los desplumar\u237?a. Uno d
e los mendigos sac\u243? una flauta de su jub\u243?n y se puso a tocar, otro cog
i\u243? el la\u250?d que llevaba en una bolsa y toc\u243? unos cuantos acordes;
233?n quiere saber lo que le ha ocurrido a uno de sus escribanos, Edwin Chapler,
de la Canciller\u237?a de la Cera Verde. Anoche hallaron su cad\u225?ver en el
T\u225?mesis, y ahora lo tiene el Pescador de Hombres. No se sab\u237?a nada de
Chapler desde hac\u237?a un par de d\u237?as. Su alteza quiere que reclam\u233?i
s el cad\u225?ver, que pagu\u233?is lo que os pidan y que investigu\u233?is la c
ausa de la muerte del escribano. \u8212?\u161?Estoy demasiado ocupado para inves
tigar la muerte de un escribano borracho! \u8212?protest\u243? Cranston. \u8212?
Chapler no estaba borracho, sir John \u8212?replic\u243? Havant\u8212?. Chapler
muri\u243? asesinado. Unos minutos m\u225?s tarde, Cranston, con Athelstan a su
lado, atravesaba el Cheapside y bajaba por Bread Street. El forense quer\u237?a
ir a la Barca de San Pedro; as\u237? era como el Pescador de Hombres llamaba a s
u \u171?capilla\u187? o dep\u243?sito de cad\u225?veres. Cranston se abr\u237?a
paso a empujones entre la multitud. Las casas, de dos y tres pisos, estrechas y
apretadas, no dejaban pasar la luz del sol, y obligaban a los transe\u250?ntes a
golpearse unos a otros para avanzar por las abarrotadas calles. Los tenderetes
y las tiendas estaban abiertos, y se o\u237?a gritar a los aprendices, sobre tod
o a los de los sastres, con sus enormes carretones cubiertos de una amplia varie
dad de materiales: telas de hilo de Bruselas, de brillantes colores, con lujosos
bordados; telas inglesas, de Louvain y de Arras. M\u225?s abajo, en las calles
de Trinity, los tenderetes estaban llenos de mercanc\u237?as del L\u237?bano y V
enecia: cofres de canela, bolsas de azafr\u225?n y jengibre, toneles llenos de h
igos, naranjas amargas y pieles de lim\u243?n caramelizadas con aromas ex\u243?t
icos. All\u237? estaban expuestos cajones llenos de almendras y nuez moscada, sa
cos de az\u250?car y pimienta, toneles de vino, pizarras y cajas de tiza, divers
os art\u237?culos de cuero... y tambi\u233?n se exhib\u237?an arenques en cajone
s abiertos, junto a frutas y verduras. A Athelstan le habr\u237?a gustado pregun
tarle alguna cosa a Cranston, pero el ruido era ensordecedor. Adem\u225?s, el fo
rense estaba demasiado ocupado amenazando con el pu\u241?o a los descarados apre
ndices que intentaban cogerlo por el brazo. Cranston gru\u241?\u237?a y se los s
acaba de encima a golpetazos, como un oso acosado por perros de caza, mientras A
thelstan lo segu\u237?a, abatido, intentando no prestar atenci\u243?n a los grit
os, los trueques y los regateos. Los campesinos, los artesanos y los transe\u250
?ntes lo empujaban y lo golpeaban, y de vez en cuando el fraile tropezaba y ten\
u237?a que disculparse ante alguna dama que pasaba del brazo de su pretendiente.
Mientras bajaban por la R\u233?ole hacia Vintry y las zonas menos salubres de l
a ciudad, Athelstan no quitaba la mano de su bolsa, pues all\u237? hab\u237?an m
ontado sus puestos los curanderos y las adivinas, que atra\u237?an a carteristas
y descuideros. Aquella gente siempre se reun\u237?a en sitios as\u237?, como la
s abejas alrededor de un panal, o como dir\u237?a sir John, \u171?como moscas al
rededor de un cagarro\u187?. Finalmente Athelstan atisbo jarcias de barcos, y la
brisa matutina le trajo el aire fresco y penetrante del r\u237?o. Cranston, que
estaba malhumorado y no paraba de dar sorbos de su odre milagroso, torci\u243?
por un callej\u243?n que conduc\u237?a a la Barca de San Pedro. Se les acerc\u24
3? un vendedor de reliquias, con una caja que presuntamente conten\u237?a las u\
u241?as de los pies del fara\u243?n que hab\u237?a perseguido a Mois\u233?s. Cra
nston se quit\u243? la capucha. \u8212?\u161?Que Dios nos ampare! \u8212?grit\u2
43? el individuo, y, corriendo{\b
}como un galgo, se perdi\u243? entre las sombras. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} El Pescador de Hombres estaba sentado en un banco del
ante de su capilla, rodeado de su extra\u241?o s\u233?quito, compuesto de mendig
os y leprosos con la cara y las manos cubiertas de llagas; algunos estaban tan d
esfigurados que llevaban m\u225?scaras. Junto al Pescador de Hombres estaba Icth
us; el muchacho no ten\u237?a cejas ni pesta\u241?as, ten\u237?a aspecto de pez,
y de hecho nadaba como un pez. Sir John se detuvo y salud\u243? con la cabeza:
sent\u237?a un profundo respeto por el Pescador de Hombres. \u8212?Buenos d\u237
?as, sir John. \u8212?Buenos d\u237?as, amigos \u8212?respondi\u243? Cranston, s
onriente, mientras Athelstan hac\u237?a la se\u241?al de la cruz. El Pescador de
Hombres se levant\u243? e hizo una reverencia. \u8212?Bienvenido a nuestra humi
lde iglesia, sir John\u8212?. Mir\u243? a Athelstan y a\u241?adi\u243?\u8212?: V
os tambi\u233?n, hermano Athelstan. Una vez m\u225?s, nos une la muerte. \u8212?
243? en que la capa gris de la joven, que estaba colgada en la silla, ten\u237?a
manchas de barro, y vio que el corpi\u241?o y el vestido, cerrado hasta el cuel
lo, estaban arrugados, como si acabara de llegar de un largo viaje. La joven lle
vaba un anillo, pero ninguna otra joya aparte de una cruz de plata colgada del c
uello. El fraile qued\u243? fascinado por sus dedos, largos y muy delgados; se f
ij\u243? en las mellas que ten\u237?a alrededor de las u\u241?as y se pregunt\u2
43? si aquella mujer habr\u237?a trabajado de bordadora o de modista. Cranston s
egu\u237?a observ\u225?ndola, admirado, hasta tal punto que la joven, desconcert
ada, pesta\u241?e\u243? y se volvi\u243? hacia Athelstan, como pidi\u233?ndole a
yuda. \u8212?Es sir John Cranston, se\u241?ora \u8212?explic\u243? Athelstan\u82
12?, forense de la ciudad, y hemos venido a investigar los asesinatos de Luke Pe
slep y Edwin Chapler. \u8212?\u161?Estupendo! \u8212?exclam\u243? la mujer, y la
expresi\u243?n de su rostro se endureci\u243?. Se levant\u243?, le cogi\u243? l
a mano a Cranston y, antes de que \u233?l pudiera impedirlo, se la bes\u243?\u82
12?. Soy Alison Chapler, la hermana de Edwin. Acabo de enterarme de su muerte, s
ir John. Exijo venganza, y que se haga justicia con el asesino de mi hermano. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\par\pard\hyphpar }{\page } {\s1 \afs32
{\b
{\ql
Cap\u237?tulo III
{\line }
\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Sir John solt\u243? la mano de la joven. \u8212?Senta
os, se\u241?ora \u8212?dijo con voz queda, y se retir\u243? de su lado. Athelsta
n cerr\u243? los ojos al o\u237?r las risitas disimuladas de los escribanos. Cra
nston, que estaba bajo los efectos del vino, los mir\u243? con benevolencia. \u8
212?Sentaos a la mesa, caballeros \u8212?dijo. Se sent\u243? a la cabecera y cha
sc\u243? los dedos indicando a Athelstan que se sentara a su lado\u8212?. Y ahor
a... \u8212?empez\u243? Cranston cuando los escribanos se hubieron sentado\u8212
?. Qu\u233? desastre, dos funcionarios de la Corona asesinados. \u8212?Sacudi\u2
43? el dedo \u237?ndice y a\u241?adi\u243?\u8212?: Ya sab\u233?is lo que van a d
ecir, \u191?no? \u8212?\u191?Acaso sois profeta adem\u225?s de forense? \u8212?l
e pregunt\u243? Elflain, sonriendo a sus compa\u241?eros. \u8212?No, se\u241?or,
s\u243?lo soy un humilde servidor del rey \u8212?respondi\u243? Cranston, y la
fatiga desapareci\u243? por completo de su rostro y de su voz\u8212?. El asesina
to de un funcionario de la Corona se considera traici\u243?n; y la ley dice que
a los traidores se les castiga colg\u225?ndolos, sac\u225?ndoles las entra\u241?
as y descuartiz\u225?ndolos. Los escribanos adoptaron una expresi\u243?n m\u225?
s atenta. \u8212?Bien \u8212?prosigui\u243? Cranston\u8212?. Ahora que me escuch
\u225?is, podemos empezar. \u191?Viv\u237?s en Londres, se\u241?ora Alison? \u82
12?No, sir John; he llegado esta ma\u241?ana de Epping, un pueblo de la antigua
carretera romana de Essex. \u8212?Lo conozco \u8212?respondi\u243? Cranston\u821
2?. Se\u241?ora Alison, os ruego que me perdon\u233?is, pero he ordenado que lle
ven el cad\u225?ver de vuestro hermano a San Erconwaldo. El hermano Athelstan ha
accedido a enterrarlo en el cementerio de su iglesia. Alison sonri\u243? a Athe
lstan, y al fraile le dio un vuelco el coraz\u243?n. Hac\u237?a mucho tiempo que
ninguna joven hermosa le sonre\u237?a de aquel modo. Se ruboriz\u243? y baj\u24
3? la cabeza. \u8212?\u191?Quer\u233?is recuperarlo, se\u241?ora? \u8212?pregunt
\u243? Cranston; mir\u243? de reojo a Athelstan, deleit\u225?ndose con el bochor
no de su secretario. \u8212?No, sir John. Hermano Athelstan, sois muy amable. Sa
n Erconwaldo est\u225? en Southwark, \u191?verdad? \u8212?As\u237? es, se\u241?o
ra \u8212?afirm\u243? Athelstan sin apenas levantar la cabeza. \u8212?Os lo agra
dezco de todo coraz\u243?n, hermano. \u8212?\u191?A qu\u233? hab\u233?is venido
a Londres? \u8212?pregunt\u243? Cranston. \u8212?Vine a ver a mi hermano \u8212?
contest\u243? Alison\u8212?. Hace diez d\u237?as, un oficial me entreg\u243? una
carta; era una nota breve en la que Edwin me anunciaba que no se encontraba bie
n. Enseguida comprend\u237? que hab\u237?a algo que le preocupaba. Aqu\u237? la
tengo. Cogi\u243? la gastada alforja de cuero que hab\u237?a dejado en el suelo,
la abri\u243? y rebusc\u243? en su interior. Le pas\u243? la carta a Athelstan,
que la cogi\u243? y la desdobl\u243?. \u171?De Edwin Chapler a su dulce y amada
ano. \u8212?En Little Britain, cerca del priorato de San Bartolom\u233? \u8212?r
espondi\u243? Alcest. \u8212?\u191?Y Edwin Chapler? \u8212?Cerca del alba\u241?a
l de la ciudad. \u8212?Creo que visitaremos sus aposentos \u8212?coment\u243? At
helstan. Ech\u243? un r\u225?pido vistazo y alcanz\u243? a ver un leve gesto de
fastidio en el rostro de Ollerton; tambi\u233?n se fij\u243? en que Elflain, ner
vioso, se pasaba la lengua por los labios. \u8212?\u191?Seguro que pod\u233?is h
acerlo? \u8212?pregunt\u243? Alcest. \u8212?Soy el forense del rey \u8212?respon
di\u243? Cranston, tambale\u225?ndose levemente\u8212?, y s\u233? perfectamente
lo que puedo hacer, se\u241?or, y lo que no puedo hacer; visitar\u233? sus apose
ntos. \u8212?Tamborile\u243? con los dedos en la mesa y a\u241?adi\u243?\u8212?:
No lo olvid\u233?is, se\u241?ores: sois escribanos de la Cera Verde, un cargo i
mportante. S\u243?lo Dios sabe por qu\u233? han matado a vuestros compa\u241?ero
s, pero a su alteza el regente le interesa much\u237?simo averiguarlo. \u8212?Sa
cudi\u243? el dedo \u237?ndice, apuntando a los escribanos, y agreg\u243?\u8212?
: Todo predicador termina con un buen texto, y eso mismo voy a hacer yo. Han mue
rto dos de vuestros colegas. Quiz\u225? todo acabe ah\u237?, pero sospecho que a
l asesino podr\u237?a interesarle que muriera alguien m\u225?s, o incluso todos
vosotros, de modo que os ruego que se\u225?is prudentes. \u8212?Mir\u243? alrede
dor y se alegr\u243? de comprobar que aquellos j\u243?venes arrogantes hab\u237?
an perdido parte de su petulancia\u8212?. Tambi\u233?n os ruego que pens\u233?is
, que reflexion\u233?is. \u191?Ten\u233?is alg\u250?n enemigo? \u191?Han ofendid
o a alguien los escribanos de esta Canciller\u237?a? \u191?Qui\u233?n podr\u237?
a estar resentido con vosotros? Hermano Athelstan, no perdamos m\u225?s tiempo.
\u8212?\u191?Puedo acompa\u241?aros? \u8212?Alison cogi\u243? su capa y se la ec
h\u243? sobre los hombros\u8212?. He alquilado una habitaci\u243?n en el La\u250
?d de Plata, en la esquina de Milk Street. \u8212?Por supuesto \u8212?respondi\u
243? Athelstan\u8212?. Ser\u225? un honor, se\u241?ora. \u191?D\u243?nde est\u22
5? vuestro equipaje? \u8212?En la posada \u8212?contest\u243? Alison. La joven c
ogi\u243? las alforjas de cuero, pero Cranston, galante, se las quit\u243? de la
s manos. Se despidieron y salieron de la Canciller\u237?a. Una vez fuera, en la
calle, Athelstan se detuvo. \u8212?\u191?So\u241?\u225?is despierto, monje? \u82
12?No, sir John\u8212? Athelstan mir\u243? a Alison y sonri\u243?\u8212?; s\u243
?lo estaba pensando. Esos j\u243?venes no me han gustado nada. \u8212?Se frot\u2
43? las manos y a\u241?adi\u243?\u8212?: No sabr\u237?a deciros por qu\u233?, pe
ro no me han gustado. \u8212?\u191?A qu\u233? os refer\u237?s, hermano? \u8212?p
regunt\u243? Alison. Cranston le puso una mano en el hombro a Athelstan y dijo:
\u8212?Este fraile es astuto como un zorro, se\u241?ora: siempre anda buscando l
a soluci\u243?n a alg\u250?n misterio, menos cuando se dedica a escuchar a esos
angustiados feligreses suyos, o a contemplar las estrellas desde lo alto de su t
orre. \u8212?\u191?Estudi\u225?is los astros, padre? Athelstan mir\u243? el dulc
e rostro de la joven, y respondi\u243?: \u8212?Pues s\u237?, y si lo dese\u225?i
s, por el camino puedo hablaros de un libro que estoy leyendo, escrito por un mo
nje llamado Richard de Wallingford. Era abad de San Albans... Athelstan sigui\u2
43? hablando, contento de tener a alguien que demostrara tanto inter\u233?s por
las obras de astrolog\u237?a y astronom\u237?a. Cranston, un tanto malhumorado,
los segu\u237?a a corta distancia, y de vez en cuando murmuraba algo sobre los m
alditos monjes y sus estrellas, o beb\u237?a un sorbo de su odre milagroso. Sigu
ieron andando por Holborn. Las calles ya no estaban tan concurridas; s\u243?lo h
ab\u237?a alg\u250?n carro solitario que hab\u237?a llegado tarde al mercado, o
los cl\u225?sicos viajeros, oficiales y vendedores ambulantes que llegaban ahora
a la ciudad. Athelstan comprob\u243? que Alison era una interlocutora atenta, m
uy interesada en la astrolog\u237?a y la astronom\u237?a, y sobre todo en el efe
cto que ejerc\u237?a Saturno sobre los seres humanos. Athelstan s\u243?lo se det
uvo en una ocasi\u243?n, al pasar por Cock Lane, donde sol\u237?an reunirse las
prostitutas. Generalmente, la entrada del callej\u243?n estaba abarrotada de bus
conas con espectaculares pelucas y estrafalarios vestidos, en busca de clientes.
Cuando ve\u237?an a sir John, se pon\u237?an a silbar y a hacer morbosas descri
pciones de lo que les gustar\u237?a hacerle. Sin embargo, aquella ma\u241?ana la
calle estaba tranquila, y no hab\u237?a por all\u237? ni una sola ramera. Dos e
normes troncos cerraban la entrada del callej\u243?n, vigilada por una hilera de
uestro criado, dice que necesita la llave para limpiar vuestra habitaci\u243?n.
Maese Flaxwith, el alguacil, os ha estado buscando. Un joven noble, sir Lionel H
avant, ha pasado a veros. En el mercado han detenido a dos carteristas. Osbert,
vuestro escribiente... \u8212?\u161?C\u225?llate, Leif! \u8212?bram\u243? Cranst
on\u8212?. \u161?C\u225?llate, por el amor de Dios! \u8212?Como orden\u233?is, a
lteza. \u8212?Leif hizo una reverencia\u8212?. Ir\u233? a ver a lady Maude y le
dir\u233? que est\u225?is aqu\u237?, pero que no tardar\u233?is en ir a casa. Si
r John estir\u243? un robusto brazo y cogi\u243? a Leif por el hombro; el mendig
o hizo una mueca de dolor. \u8212?Pens\u225?ndolo bien, sir John, si me pagarais
una cerveza, me sentar\u237?a en el jard\u237?n y... Leif atrap\u243? el peniqu
e que le lanz\u243? sir John, y sali\u243? a toda prisa de la cervecer\u237?a. S
e sent\u243? en el jard\u237?n, de espaldas a la ventana, pero de vez en cuando
giraba la cabeza y miraba al forense con despecho. Sin embargo, Cranston estaba
embelesado, y se frotaba las manos mientras la esposa del tabernero, sol\u237?ci
ta, revoloteaba a su alrededor. \u8212?Una jarra de cerveza \u8212?dijo Cranston
con su vozarr\u243?n\u8212?. Y uno de esos pasteles de carne, con la cebolla ti
erna mezclada con la carne, y una jarra de... \u8212?Se qued\u243? mirando a Ath
elstan. \u8212?Cerveza rebajada \u8212?dijo el fraile. \u8212?Un poco de cerveza
para mi amigo el monje, y si quer\u233?is acercaros, se\u241?ora, os dar\u233?
un beso en esas sonrosadas y redondas mejillas. La esposa del tabernero fue a re
fugiarse en la cocina. Athelstan se apoy\u243? en la pared; notaba el fr\u237?o
del yeso en la nuca. Sir John no paraba de hablar, pero \u233?l no le prestaba d
emasiada atenci\u243?n; cerr\u243? los ojos y pens\u243? en todo lo que hab\u237
?a visto desde aquella ma\u241?ana: aquellos dos j\u243?venes a los que la muert
e hab\u237?a sorprendido, el llanto de Alison, los engre\u237?dos escribanos de
la Canciller\u237?a de la Cera Verde, los rostros burlones de Stablegate y Flins
tead y el cad\u225?ver de Drayton tendido en su solitaria contadur\u237?a. \u191
?C\u243?mo hab\u237?an asesinado al prestamista? Un criado le llev\u243? el past
el y la cerveza a sir John. Athelstan se tom\u243? su cerveza y dej\u243? disfru
tar al forense, que exclamaba de placer, ensalzando el aroma de la carne de buey
y la intensa dulzura de la cebolla. El fraile s\u243?lo ped\u237?a que Cranston
no empezara de nuevo con las preguntas de siempre: \u191?Iba a mandarlo el padr
e prior lejos de Southwark? \u191?Era cierto que Athelstan pudo haber sido becar
io en Oxford? As\u237? que, mientras el forense se secaba las manos con un lienz
o, Athelstan tom\u243? la iniciativa. \u8212?Tengo que marcharme, sir John. Nos
enfrentamos a un verdadero misterio: estoy seguro de que Stablegate y Flinstead
son tan culpables como Judas, pero no s\u233? c\u243?mo mataron a Drayton. \u821
2?Exhal\u243? un suspiro y a\u241?adi\u243?\u8212?: En cuanto al asesinato de es
os dos escribanos de la Canciller\u237?a de la Cera Verde, su muerte es tan desc
oncertante como su vida. \u8212?\u191?Qu\u233? quer\u233?is decir? \u8212?Cranst
on ignor\u243? el juego de palabras. \u8212?Veamos. \u8212?Athelstan cogi\u243?
la jarra de cerveza con ambas manos\u8212?. Por una parte tenemos a un escribano
al que golpearon en la cabeza y arrojaron al T\u225?mesis, y a otro lo han apu\
u241?alado cuando estaba sentado en un excusado. En el segundo cad\u225?ver el a
sesino ha dejado unos acertijos. Chapler era pobre, pero Peslep era muy rico. Y
\u191?qui\u233?n es ese misterioso joven que al parecer los conoc\u237?a a ambos
? \u8212?As\u237? pues, \u191?qu\u233? propon\u233?is que hagamos? \u8212?Decidl
e a Flaxwith \u8212?contest\u243? Athelstan vaciando su jarra\u8212? que comprue
be si Stablegate y Flinstead estaban donde afirman que estaban. Y lo mismo con e
sos escribanos de la Cera Verde. \u191?Pasaron la noche en el Cerdo Danzar\u237?
n? Y \u191?d\u243?nde estaba Lesures, el se\u241?or de los pergaminos? \u8212?\u
191?Algo m\u225?s? \u8212?S\u237?. Haced uso de vuestra autoridad, sir John, par
a interrogar a Orifab. Descubrid la fuente de la riqueza de Peslep. Cranston lo
mir\u243? con gesto lastimero y dijo: \u8212?Supongo que os quedar\u233?is un ra
to y os tomar\u233?is otra jarra, \u191?no? \u8212?No, sir John. Y vos tampoco d
eber\u237?ais seguir bebiendo: lady Maude y los gemelos os esperan. Athelstan se
levant\u243?, hizo la se\u241?al de la cruz y sali\u243? de la taberna. Se tap\
u243? la cabeza con la capucha y, metiendo las manos en las mangas de la t\u250?
nica, ech\u243? a andar, con la vista clavada en el suelo. Cuando sub\u237?a por
el Poultry hacia Walbrooke, se sinti\u243? acalorado y sudoroso, y se le ocurri
uego fue pasando la bandeja; cada escribano cogi\u243? la copa que llevaba la in
icial de su apellido, y todos bebieron agradecidos, paladeando la sabrosa y dulc
e bebida. Aquella noche, sin embargo, Lesures se sent\u237?a como un intruso ent
re ellos. Los escribanos lo miraban de soslayo, y Lesures era consciente de que
les habr\u237?a gustado que \u233?l no estuviera all\u237?. \u8212?\u191?Tendrem
os que asistir a los funerales? \u8212?pregunt\u243?. \u8212?Chapler era un cono
cido \u8212?replic\u243? Alcest\u8212?, pero no era amigo nuestro. No me gusta S
outhwark, y no quiero acercarme al hermano Athelstan ni a ese forense borracho.
\u8212?\u191?Y Peslep? \u8212?pregunt\u243? Lesures. \u8212?Supongo que lo enter
rar\u225?n en Santa Mar\u237?a le Bow \u8212?respondi\u243? Napham\u8212?. Pagar
emos a un sacerdote para que cante una misa y lo acompa\u241?e cuando lo metan e
n la tumba. \u8212?Qu\u233? duros sois \u8212?balbuce\u243? Lesures. \u8212?Es l
o que habr\u237?a querido Peslep \u8212?respondi\u243? Elflain\u8212?. \u201?l n
o cre\u237?a en Dios, as\u237? que \u191?qu\u233? sentido tiene que nosotros mon
temos una farsa alrededor de aquello de lo que \u233?l se burlaba en vida? Lesur
es iba a contestar algo, pero en ese momento Ollerton se tambale\u243?. Solt\u24
3? la copa de peltre que ten\u237?a en las manos e hizo una mueca de intenso dol
or; en ese momento se llev\u243? una mano al cuello y la otra al est\u243?mago.
\u8212?\u161?Dios m\u237?o! \u8212?susurr\u243?\u8212?. \u161?Cielo Santo! \u821
2?Cay\u243? de rodillas. Sus compa\u241?eros corrieron a ayudarlo, pero Ollerton
los apart\u243? con un adem\u225?n y cay\u243? de bruces al suelo, donde perman
eci\u243?, sacudido por fuertes convulsiones. Alcest consigui\u243? sujetarlo, a
si\u233?ndolo por los brazos. Lo \u250?nico que pod\u237?a hacer, mientras los d
em\u225?s gritaban a su alrededor, era intentar controlar los violentos espasmos
que sacud\u237?an el cuerpo de su amigo. Ollerton estaba empezando a perder el
conocimiento: ten\u237?a los ojos en blanco, la boca abierta, la mand\u237?bula
tensa y una larga l\u237?nea de saliva le colgaba por la barbilla. Cerr\u243? lo
s ojos, tosi\u243?, y su cuerpo volvi\u243? a estremecerse. De pronto se puso r\
u237?gido, y luego fl\u225?ccido, con la cabeza hacia atr\u225?s, los ojos y la
boca entreabiertos. Alcest lo dej\u243? suavemente en el suelo. Los otros lo mir
aron fijamente, horrorizados. \u8212?\u161?No beb\u225?is! \u8212?susurr\u243? E
lflain, al tiempo que dejaba su copa sobre la mesa. \u8212?\u191?Apoplej\u237?a?
\u8212?pregunt\u243? Lesures. \u8212?\u161?Apoplej\u237?a! \u8212?dijo Alcest c
on sarcasmo. Le gir\u243? la cabeza a Ollerton, que ahora ten\u237?a el rostro p
\u225?lido y unas oscuras manchas debajo de los ojos\u8212?. Esto no es ning\u25
0?n ataque: a Ollerton lo han envenenado. Fue a recoger la copa que se hab\u237?
a ca\u237?do al suelo, y cuyo contenido se hab\u237?a derramado en las tablas de
madera. Alcest oli\u243? la copa, pero el dulce aroma del vino pod\u237?a disim
ular el olor de cualquier veneno. Luego fue a coger la jarra. \u8212?\u191?Hab\u
233?is servido vos la copa, Lesures? \u8212?Yo... \u8212?El se\u241?or de los pe
rgaminos levant\u243? una mano, asustado\u8212?. Deber\u237?amos ir a buscar a u
n m\u233?dico \u8212?dijo con tono lastimero. \u8212?A menos \u8212?dijo Alcest
con sarcasmo\u8212? que conozc\u225?is a uno capaz de devolver la vida a los mue
rtos, maese Lesures, ser\u225? mejor que vayamos a buscar a un sacerdote. Un her
mano de San Bartolom\u233?, os lo agradecer\u237?a mucho. Lesures capt\u243? la
indirecta y sali\u243? de la c\u225?mara a toda prisa. En cuanto la puerta se ce
rr\u243? tras \u233?l, los escribanos se agruparon alrededor del cad\u225?ver. \
u8212?\u161?Ya son tres! \u8212?susurr\u243? Napham\u8212?. \u161?Tres escribano
s muertos! Alcest ya hab\u237?a empezado a registrarle la cartera y la bolsa a O
llerton. \u8212?\u191?Es imprescindible que hag\u225?is eso? \u8212?S\u237?, lo
es \u8212?respondi\u243? Alcest\u8212?. Y esta noche, antes de que llegue ese fo
rense tan curioso, hemos de visitar sus aposentos. Oy\u243? pasos en la escalera
y se call\u243? de inmediato. Lesures entr\u243? corriendo en la sala, con un t
rozo de pergamino en la mano; le lanz\u243? el pergamino a Alcest, que ley\u243?
en voz alta el acertijo: \u8212?\u171?La segunda es el centro del desasosiego y
la base del horror.\u187? \u8212?Mir\u243? a sus compa\u241?eros\u8212?. Nos pe
rsiguen \u8212?dijo\u8212?. \u161?La muerte de Ollerton no ser\u225? la \u250?lt
ima! {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\par\pard\hyphpar }{\page } {\s1 \afs32
{\b
{\ql
Cap\u237?tulo V
{\line }
\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Athelstan estaba en lo alto de la torre de San Erconw
aldo, mirando por un enorme telescopio. {\i
Buenaventura} le estaba diciendo algo, y Cranston lo llamaba desde abajo. Athels
tan abri\u243? los ojos y mir\u243? a su alrededor, sobresaltado; el gato hab\u2
37?a desaparecido. Entraba poca luz por la peque\u241?a ventana que hab\u237?a e
ncima de su cama. Athelstan baj\u243? las piernas de la cama y se dio cuenta de
que lo que lo hab\u237?a despertado eran los golpes que se o\u237?an en la puert
a de la casa parroquial. \u8212?\u191?Est\u225?is bien, padre? \u161?Padre! Bene
dicta hab\u237?a entrado en la cocina. \u8212?Estoy aqu\u237? arriba, Benedicta
\u8212?dijo Athelstan frot\u225?ndose la cara\u8212?. He subido a echar una cabe
zadita. \u8212?\u191?Est\u225?is bien, hermano Athelstan? El fraile se levant\u2
43? y se asom\u243? por la escalera. Benedicta llevaba un vestido de verano de c
olor verde claro, y una cadenilla de plata adornaba su cuello. Alguien, segurame
nte alg\u250?n chiquillo, le hab\u237?a hecho una guirnalda de margaritas, y Ben
edicta todav\u237?a la llevaba en la cabeza, contrastando con su negro cabello.
La mujer ten\u237?a tal expresi\u243?n de congoja en los oscuros y hermosos ojos
, que a Athelstan le dio un vuelco el coraz\u243?n, pues en el fondo \u233?l ama
ba a aquella viuda, aunque jam\u225?s habr\u237?a osado confes\u225?rselo. \u171
?Os amo apasionadamente\u187?, pens\u243?, y, arrepentido, record\u243? el conse
jo que le hab\u237?a dado su maestro en el noviciado: \u171?El que est\u225? ham
briento, Athelstan, no es el cuerpo, sino el alma. El deseo f\u237?sico es como
una llama. A veces salta y chispea; otras arde suavemente. En cambio, el amor de
l alma es un fuego abrasador que no hay forma de sofocar\u187?. \u8212?\u161?Ath
elstan! \u8212?exclam\u243? Benedicta, golpeando el suelo con el pie\u8212?. \u1
91?Hab\u233?is perdido la raz\u243?n? \u161?Os hab\u233?is quedado embobado mir\
u225?ndome! \u8212?Estaba pensando \u8212?dijo Athelstan, sonriente\u8212?. Ya s
\u233? c\u243?mo va a ser la vida en el cielo. Benedicta suspir\u243?, exasperad
a. \u8212?Athelstan, el consejo no tardar\u225? en reunirse. Ya sab\u233?is c\u2
43?mo es Watkin. Si no est\u225?is all\u237? a la hora acordada, empezar\u225? l
a reuni\u243?n sin vos. Adem\u225?s, hoy tenemos visita, una joven llamada Aliso
n Chapler. \u161?Y no sab\u237?a que hab\u237?a un cad\u225?ver en la capilla! A
thelstan se toc\u243? los labios con las yemas de los dedos y exclam\u243?: \u82
12?\u161?Que Dios nos ampare! Lo hab\u237?a olvidado, Benedicta: he estado con C
ranston, y ya sab\u233?is lo que eso significa. Athelstan baj\u243? la escalera
a toda prisa, sujet\u243? a Benedicta por los hombros y la bes\u243? en las meji
llas. \u8212?\u191?A qu\u233? viene esto, padre? \u8212?Alg\u250?n d\u237?a os l
o explicar\u233?. \u161?Esa pobre mujer! Athelstan se apresur\u243? a coger su e
stola y la ampolla de los \u243?leos sagrados que guardaba en uno de los armario
s de la cocina, se at\u243? el cintur\u243?n alrededor de la t\u250?nica y sali\
u243? corriendo. Hac\u237?a una tarde espl\u233?ndida: el sol ya no calentaba ex
cesivamente, y una refrescante brisa inclinaba la hierba y las flores del cement
erio. Crim, el monaguillo, estaba orinando junto a la verja. \u8212?\u161?Hola,
padre! \u8212?dijo el muchacho por encima del hombro. \u8212?\u161?S\u250?bete l
as calzas ahora mismo! \u8212?le reprendi\u243? Athelstan\u8212?. Te tengo dicho
que no hagas eso en el camposanto. \u8212?Lo siento, padre, es que me han invit
ado a una bebida, dulce y refrescante. \u191?A d\u243?nde vais, padre? He echado
a la cerda de vuestro jard\u237?n. Suerte que no hab\u233?is llegado antes. \u8
212?Crim corr\u237?a junto a Athelstan sin parar de hablar un instante. Se volvi
\u243? para ver si Benedicta los segu\u237?a y dijo\u8212?: \u161?Ha venido Ceci
ly, la cortesana! \u8212?\u191?Qu\u233?? \u8212?Athelstan se par\u243?\u8212?. Y
\u191?con qui\u233?n iba? \u8212?No lo s\u233? \u8212?contest\u243? el chiquill
o, alica\u237?do. Athelstan le acarici\u243? el cabello y dijo: \u8212?Ve y trae
una vela encendida. \u8212?Ah, en la capilla hay una mujer \u8212?a\u241?adi\u2
43? Crim\u8212?. \u191?Hay un cad\u225?ver dentro? \u191?Puedo verlo? \u8212?Ve
a buscar una vela, como te he pedido. Athelstan sigui\u243? andando por el estre
cho sendero que serpeaba entre las tumbas, las cruces y las losas. La peque\u241
n}, \u191?verdad? No hay nada que le guste m\u225?s que pegarle un mordisco a un
jugoso tobillo. \u8212?\u191?A qu\u233? viene ese tono, sir John? Es del todo i
nnecesario. Una mujer bajaba la escalera, con el rubio cabello recogido bajo un
velo de lino con reborde plateado. Luc\u237?a un vestido granate oscuro, y una c
adena de oro alrededor de la delgada cintura. Se mov\u237?a despacio, l\u225?ngu
idamente, y caminaba con la cabeza muy alta, como si fuera una dama de la noblez
a y no la due\u241?a de una casa de dudosa reputaci\u243?n. Ten\u237?a el cutis
aterciopelado, los ojos grandes y chispeantes. Lo \u250?nico que le delataba era
la boca, de labios delgados y ligeramente socarrones. Cranston hizo otra revere
ncia y dijo: \u8212?Se\u241?ora Broadsheet, cu\u225?nto me alegro de veros. \u82
12?Me encantar\u237?a poder decir lo mismo, sir John. Cranston se fij\u243? en q
ue la mujer hab\u237?a elevado el tono de voz. Se hab\u237?a quedado agarrada a
la barandilla, como si no pensara acabar de bajar la escalera. \u8212?Entonces,
\u191?soy bienvenido aqu\u237?? \u8212?pregunt\u243? sir John, intrigado. \u8212
?Por supuesto, sir John Cranston. Sois el forense de esta ciudad: mi casa es vue
stra casa. Sin pens\u225?rselo dos veces, Cranston subi\u243? la escalera con un
par de zancadas. Oy\u243? pasos amortiguados en el piso de arriba. Pese al cans
ancio, y pese a su corpulencia, sir John subi\u243? el siguiente tramo con gran
agilidad, y tan deprisa que casi tropez\u243? con el hombre que hab\u237?a en el
rellano; llevaba una peque\u241?a ballesta, con la que le apuntaba en el pecho.
Cranston se qued\u243? mirando el rostro sonriente del joven. Aquel individuo,
con unos bonitos ojos, tez cetrina y cabello oscuro, le record\u243? a Athelstan
. \u8212?\u161?El Vicario del Infierno! \u8212?Cranston mir\u243? al joven de ar
riba abajo; iba vestido de negro, como de costumbre. Detr\u225?s de \u233?l, una
muchacha envuelta en una s\u225?bana miraba, nerviosa, al forense\u8212?. \u161
?Vuelve a tu habitaci\u243?n! \u8212?le orden\u243? Cranston, y puso la mano en
el pu\u241?o de su daga. El joven se le acerc\u243? un poco m\u225?s y dijo: \u8
212?No comet\u225?is ninguna estupidez, sir John. \u8212?Vais a venir conmigo \u
8212?gru\u241?\u243? Cranston. \u8212?Uno no siempre consigue lo que quiere, sir
John. El Vicario del Infierno levant\u243? la ballesta. Sir John se encogi\u243
?, pero en lugar de disparar, el Vicario del Infierno le dio un empuj\u243?n a C
ranston, que cay\u243? rodando por la escalera. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\par\pard\hyphpar }{\page } {\s1 \afs32
{\b
{\ql
Cap\u237?tulo VI
{\line }
\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Sir John Cranston, forense de la ciudad, estaba furio
so. Lo hab\u237?an tirado por la escalera, pero m\u225?s que los huesos, lo que
ten\u237?a herido era el orgullo. El Vicario del Infierno, \u225?gil {\i
como} una ardilla, hab\u237?a escapado por una ventana, y sir John sab\u237?a qu
e de nada serv\u237?a perseguirlo. Ahora estaba en la taberna; los clientes se h
ab\u237?an marchado, asustados por la ira del forense, que impon\u237?a mucho re
speto con el rostro enrojecido, los bigotes erizados y la daga en la mano. Flaxw
ith hab\u237?a entrado a toda prisa en la taberna, seguido por {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n}, que iba gru\u241?endo y mordiendo todos los tobillos que encontraba en su ca
mino. Sir John fulmin\u243? con la mirada a la se\u241?ora Broadsheet, que pese
a su altivez y su aplomo, ahora temblaba de pies a cabeza. \u8212?\u191?Entend\u
233?is lo que os digo? \u8212?bram\u243? Cranston, con los brazos en jarras. La
se\u241?ora Broadsheet pesta\u241?e\u243?. \u8212?Os lo explicar\u233? mejor \u8
212?continu\u243? Cranston\u8212?: os meter\u225?n en un calabozo, a vos y a vue
stras muchachas; cerrar\u225?n y tapiar\u225?n esta casa, y todos los muebles y
accesorios ser\u225?n transportados a un s\u243?tano del ayuntamiento. La se\u24
1?ora Broadsheet mir\u243? los penetrantes ojos de Cranston; sab\u237?a que no p
od\u237?a sobornar a aquel hombre tan \u237?ntegro, ni con dinero ni en especie.
Sin embargo, conoc\u237?a su punto d\u233?bil, y dej\u243? que dos gruesas l\u2
25?grimas rodaran por sus mejillas. Cranston trag\u243? saliva: era la se\u241?a
l que la se\u241?ora Broadsheet estaba esperando para taparse la cara con las ma
nos y romper a llorar a l\u225?grima viva. Como el coro de una obra de teatro su
s muchachas, que se encontraban en diferentes grados de desnudez, tambi\u233?n r
ompieron a llorar, y lo mismo hicieron los mozos, las cocineras, las criadas y l
os pinches. Algunas mujeres incluso se arrodillaron, y juntaron las manos con ge
sto de s\u250?plica. Cranston mir\u243? a su alrededor: hasta {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} agach\u243? la cabeza y se puso a aullar desconsoladamente. \u8212?\u161?Oh,
sir John! \u161?Pobres de nosotras! \u8212?La se\u241?ora Broadsheet se quit\u24
3? las manos de la cara\u8212?. \u161?Cu\u225?nto lo lamento, sir John! Cranston
contempl\u243? sus hermosos ojos, llenos de l\u225?grimas, y su rabia empez\u24
3? a desvanecerse. Los llantos eran cada vez m\u225?s fuertes, y {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} levant\u243? la cabeza, estir\u243? el cuello y se uni\u243? a ellos sin disi
mulo. Flaxwith no sab\u237?a d\u243?nde meterse. Cranston se sent\u243? en un ba
nco. \u8212?\u161?Callaos! \u8212?grit\u243?\u8212?. \u161?Por lo que m\u225?s q
uer\u225?is, callaos! Los llantos cesaron, la se\u241?ora Broadsheet mir\u243? l
lorosa a sir John, sin levantar del todo los p\u225?rpados. \u8212?Sois muy pica
ra \u8212?dijo Cranston. \u8212?Qu\u233? valiente sois, sir John \u8212?susurr\u
243? ella\u8212?. C\u243?mo hab\u233?is subido por la escalera, dispuesto a luch
ar. \u8212?Capt\u243? la mirada de advertencia de Cranston y a\u241?adi\u243?\u8
212?: Como un aut\u233?ntico caballero; lady Maude debe de ser una mujer muy afo
rtunada. \u8212?Levant\u243? una mano y chasc\u243? los dedos\u8212?. Traedle al
go a sir John. \u191?Un pastelito de carne, se\u241?or forense? La ira de Cranst
on se esfum\u243? por completo. El forense se sent\u243? con la se\u241?ora Broa
dsheet junto a la ventana, y la mujer apoy\u243? los codos en la mesa. Se le hab
\u237?an desabrochado algunos botones del vestido, y si Cranston hubiera querido
, habr\u237?a podido verle los suaves y abundantes pechos. Sir John tosi\u243? e
hizo un gesto con los dedos, y la se\u241?ora Broadsheet se abroch\u243? r\u225
?pidamente el vestido, como una monja gazmo\u241?a. Luego Cranston se puso a com
er el pastel de carne, acompa\u241?\u225?ndolo con vino. \u8212?Yo no sab\u237?a
que \u233?l estaba arriba \u8212?aleg\u243? la se\u241?ora Broadsheet cuando si
r John apart\u243? el plato. \u8212?Claro que lo sab\u237?ais \u8212?replic\u243
? Cranston\u8212?. Ya sab\u233?is qui\u233?n es el Vicario del Infierno: un cura
apartado del sacerdocio, un tunante, responsable de m\u225?s delitos y maldades
que todo un regimiento de granujas. \u161?Roba, falsifica, comercia con mercanc
\u237?as robadas y hace contrabando! \u8212?Pero tiene un gran coraz\u243?n \u82
12?dijo la se\u241?ora Broadsheet, parpadeando\u8212?. Tiene un gran coraz\u243?
n, sir John; si hubiera querido, habr\u237?a podido mataros con esa ballesta. \u
8212?Bueno, pues el Vicario del Infierno tendr\u225? que esperar, \u191?no os pa
rece? \u8212?Cranston cogi\u243? su copa de vino y apoy\u243? la espalda en la p
ared\u8212?. Pero me alegro de saber que ha regresado a la ciudad, porque si est
\u225? en Londres podemos atraparlo. La \u250?ltima vez que o\u237? hablar de \u
233?l estaba organizando peregrinajes al manantial de San Eadric, que presuntame
nte se encuentra en el coraz\u243?n del bosque de Ashdown. Pues bien, San Eadric
no existe, ni tampoco ese manantial. La se\u241?ora Broadsheet agach\u243? la c
abeza para ocultar una sonrisa. \u8212?Pero no he venido por el Vicario del Infi
erno \u8212?prosigui\u243? Cranston\u8212?. Y mis amenazas siguen en pie: si no
cooper\u225?is conmigo, se\u241?ora, volver\u233? por la ma\u241?ana con los alg
uaciles. \u8212?\u191?Qu\u233? tipo de cooperaci\u243?n esper\u225?is de m\u237?
? \u8212?pregunt\u243? ella con iron\u237?a. \u8212?Hace tres noches \u8212?cont
est\u243? Cranston\u8212?, fuisteis, junto con algunas de vuestras muchachas, al
Cerdo Danzar\u237?n a acompa\u241?ar a unos escribanos de la Canciller\u237?a d
e la Cera Verde. \u8212?As\u237? es; estuvimos all\u237? desde el anochecer hast
a el alba. Eso no es ning\u250?n delito: nos invitaron a una fiesta privada. \u8
212?Sois rameras \u8212?replic\u243? Cranston\u8212?. \u191?Dec\u237?s que estuv
isteis en esa taberna desde el anochecer hasta el alba? La mujer asinti\u243?. \
u8212?\u161?Qu\u233? m\u225?s! \u8212?le espet\u243? Cranston. \u8212?Llegamos a
evo en la c\u225?mara con Athelstan. Sir John mir\u243? alrededor: era una c\u22
5?mara muy sobria, con algunos ba\u250?les, un escritorio, sillas, un taburete y
un banco, pero sin colgaduras en las paredes. No hab\u237?a nada que alegrara l
a impecable blancura de las paredes. \u8212?\u191?Cre\u233?is que Drayton guarda
ba aqu\u237? su dinero? \u8212?pregunt\u243? Athelstan. \u8212?Por lo poco que s
\u233? \u8212?contest\u243? el forense\u8212?, lo dudo mucho. Quiz\u225? guardar
a peque\u241?as cantidades aqu\u237?, pero seguramente pon\u237?a a buen recaudo
el dinero mal habido en las c\u225?maras acorazadas o en los ba\u250?les blinda
dos de los banqueros genoveses o venecianos. Probablemente eso lo sab\u237?a tod
o el mundo. Drayton s\u243?lo deb\u237?a de pedir que le trajeran el dinero aqu\
u237? ocasionalmente, como el d\u237?a de su muerte. \u8212?Cranston se dio una
palmada en la frente\u8212?, Y ahora que lo recuerdo, cuando estuve en el Palaci
o Savoy el regente me asegur\u243? que le hab\u237?an entregado el dinero a Dray
ton. A los Frescobaldi jam\u225?s se les pasar\u237?a por la cabeza robar esa pl
ata: con eso Juan de Gante habr\u237?a tenido un pretexto perfecto para quitarle
s todo lo que tienen, que no es poco. Athelstan se hab\u237?a acercado a la pare
d del fondo y estaba dando golpecitos en el yeso con los nudillos. \u8212?\u191?
Me prest\u225?is vuestra daga, sir John? El forense se la dio, y el fraile empez
\u243? a rascar el yeso, hasta que al final hizo una larga ranura en la pared, l
evantando peque\u241?as nubes de polvo. Athelstan retir\u243? todo el yeso de es
a zona con los dedos y examin\u243? el ladrillo rojo que asomaba por debajo. \u8
212?\u191?Qu\u233? hac\u233?is, hermano? \u8212?Nada, sir John. Athelstan fue ha
cia otra pared, y una vez retirada la capa de yeso, apareci\u243? un ladrillo de
color gris; lo mismo ocurri\u243? con la pared que hab\u237?a detr\u225?s del e
scritorio. El fraile le devolvi\u243? la daga a Cranston y se limpi\u243? las ma
nos. \u8212?{\i
Quod est demonstrandum}, sir John. \u8212?\u191?C\u243?mo dec\u237?s? Athelstan
se\u241?al\u243? la pared del fondo. \u8212?Esa pared es de ladrillo, y tan s\u2
43?lida como las otras, pero la construyeron mucho m\u225?s tarde. Los ladrillos
son nuevos, pero Drayton puso mucho cuidado en enyesar la pared y pintarla como
las otras dos. Tambi\u233?n la coloc\u243? cuidadosamente para que esta c\u225?
mara se convirtiera en un cuadrado perfecto. \u8212?Y \u191?qu\u233? tiene eso q
ue ver con el asesinato? \u191?Podr\u237?a haber alguna entrada secreta? \u8212?
Quiz\u225?. Drayton era un avaro a quien no deb\u237?a de gustarle gastar dinero
. \u191?Por qu\u233? construy\u243? otra pared y se molest\u243? en cubrirla con
tanto cuidado? Quiero que le dig\u225?is a maese Flaxwith que venga aqu\u237? c
on algunos de sus hombres. Que se re\u250?nan con nosotros m\u225?s tarde. Crans
ton fue al escritorio, cogi\u243? un trozo de pergamino y una pluma y escribi\u2
43? una nota. \u8212?Y ahora \u8212?dijo Athelstan esbozando una sonrisa\u8212?
vamos a hacerle una visita a maese Alcest. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} En la Canciller\u237?a de la Cera Verde, Cranston y A
thelstan vieron a Alcest, a solas, en una peque\u241?a c\u225?mara de la planta
baja, en el pasillo principal. Hab\u237?a perdido gran parte de su arrogancia; e
staba atento y receloso, y se mostr\u243? m\u225?s respetuoso con el forense y c
on aquel frailecillo que, al parecer, lo acompa\u241?aba a todas partes. \u8212?
\u191?Por qu\u233? quer\u233?is hablar conmigo a solas, sir John? \u191?Sab\u233
?is algo del asesino de mis compa\u241?eros? \u8212?No \u8212?contest\u243? Cran
ston animadamente, y dio un sorbo de su odre milagroso\u8212?. Pero quiero saber
por qu\u233? visitasteis a maese Drayton pocos d\u237?as antes de que lo encont
raran muerto en su contadur\u237?a. Yo en vuestro lugar ser\u237?a prudente y di
r\u237?a la verdad, jovencito. Alcest se sent\u243? en un taburete. \u8212?Ya sa
b\u233?is que celebramos una fiesta en el Cerdo Danzar\u237?n, \u191?no? \u8212?
S\u237?, claro. Eso ya lo sabemos \u8212?repuso el forense\u8212?. He mantenido
una larga conversaci\u243?n con la se\u241?ora Broadsheet, y hasta he charlado u
n momento con el Vicario del Infierno. Alcest dio un respingo; por mucho que se
esforzara, le costaba trabajo disimular su desasosiego. \u8212?\u191?Acaso os pr
eocupa eso? \u8212?pregunt\u243? Athelstan\u8212?. Lo de la se\u241?ora Broadshe
et lo entiendo, pero \u191?qu\u233? puede tener que ver un importante escribano
de la Corona con el Vicario del Infierno? \u8212?Nadamos en el mismo estanque, h
ermano \u8212?contest\u243? el escribano con descaro\u8212?. Durante el d\u237?a
reer en algo. Entrad en cualquier iglesia importante: conozco al menos diez que
afirman guardar el brazo de san Sebasti\u225?n, y cinco que guardan la aleta dor
sal de la ballena que se trag\u243? a Jon\u225?s. \u8212?La sonrisa de Athelstan
se desdibuj\u243?\u8212?. Pero en ninguna hay un crucifijo que sangra. \u8212?\
u191?Cre\u233?is que podr\u237?a ser real? \u8212?pregunt\u243? el forense. \u82
12?Me encantar\u237?a creerlo, sir John, os lo aseguro. Yo no soy distinto del r
esto de los mortales. Tengo ansias de se\u241?ales y prodigios, como todos; aunq
ue hay algo... \u8212?Athelstan se mordi\u243? el labio\u8212?. No me f\u237?o d
e Watkin, ni de Pike. Pero hablando de trucos, maese Flaxwith y Laveck deben de
haber llegado ya a casa de Drayton; siento curiosidad por saber {\i
si} han averiguado algo. Se abrieron paso entre el gent\u237?o; Cranston, que de
spu\u233?s del pastel de carne se hab\u237?a puesto de muy buen humor, saludaba
quit\u225?ndose el gorro a las damas de la ciudad, y les devolv\u237?a los cumpl
idos. Cuando llegaron a casa de Drayton, Laveck, el carpintero, un hombre moreno
de escasa estatura, hab\u237?a adelantado mucho su trabajo. Hab\u237?a abierto
la madera de la puerta y hab\u237?a retirado varias hileras de pernos. Flaxwith
estaba sentado en un rinc\u243?n, con una mano apoyada en el vigilante {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n}, que al ver a Cranston se relami\u243? y empez\u243? a gru\u241?ir. \u8212?Co
ntrola a tu perro \u8212?dijo el forense\u8212?. Decidnos, maese Laveck, \u191?q
u\u233? hab\u233?is descubierto? \u8212?De momento nada, sir John; las bisagras
son fuertes, y las cerraduras y las llaves son buenas. \u8212?El carpintero mir\
u243? sonriente al juez y a\u241?adi\u243?\u8212?: Maese Flaxwith me lo ha conta
do todo. Yo conoc\u237?a a Drayton: era un avaro asqueroso. \u8212?S\u237?, eso
ya lo s\u233? \u8212?repuso el forense\u8212?. Pero \u191?qu\u233? hab\u233?is e
ncontrado? \u8212?Nada del otro mundo, sir John. \u8212?Laveck cogi\u243? uno de
los enormes pernos de hierro\u8212?. \u201?ste estaba sujeto a la puerta median
te una tuerca situada en la parte interna de la puerta; pues bien, alguien hab\u
237?a aflojado el perno. \u8212?\u191?Aflojado? \u8212?Cranston lanz\u243? una m
irada amenazadora a Flaxwith\u8212?. \u191?No se supon\u237?a que hab\u237?ais e
xaminado ya la puerta? \u8212?No, no; dejad que os lo explique \u8212?terci\u243
? Laveck. No quer\u237?a molestar al alguacil, quien le hab\u237?a asegurado que
le pagar\u237?an bien por aquel trabajo\u8212?. Cuando construyeron esta puerta
, el carpintero hizo unos agujeros en la madera, y despu\u233?s introdujo por el
los estos grandes pernos de hierro, con el tach\u243?n hacia fuera. Se sujetan m
ediante una tuerca en la parte interna de la puerta. \u8212?\u191?Para qu\u233?
sirven? \u8212?pregunt\u243? Athelstan\u8212?. Los he visto en muchas c\u225?mar
as acorazadas \u8212?a\u241?adi\u243? sonriendo a Laveck\u8212?, pero no s\u233?
cu\u225?l es su utilidad. \u8212?Si alguien intenta forzar la puerta, hermano,
estos pernos de hierro, con salida por la parte exterior, absorben la fuerza y p
rotegen la madera de los golpes. Es muy dif\u237?cil extraerlos, pero en este ca
so alguien ha sacado uno; aqu\u237?, en la segunda hilera debajo de la rejilla.
Deduzco que lo que ha pasado es esto. \u8212?Laveck se hizo a un lado para que l
os dem\u225?s pudieran ver la puerta entera\u8212?. Alguien afloj\u243? la tuerc
a de la parte interna y extrajo el perno. \u8212?Laveck les mostr\u243? uno de l
os pernos de hierro\u8212?. Mirad, sir John: est\u225? limpio como una patena. E
so quiere decir que lo han sacado, lo han pulido y lo han engrasado. Este otro,
en cambio \u8212?dijo cogiendo otro perno\u8212?, est\u225? mucho m\u225?s oscur
o. Me imagino que alguien sac\u243? un perno, lo engras\u243? y volvi\u243? a co
locarlo en su sitio. \u8212?Se encogi\u243? de hombros y agreg\u243?\u8212?: \u1
91?Os sirve eso de ayuda? \u8212?Cogi\u243? la tuerca\u8212?. Esta pieza era la
que lo sujetaba por dentro. Mirad \u8212?dijo mostr\u225?ndosela\u8212?. Tambi\u
233?n la han engrasado. \u161?El que lo hizo era muy h\u225?bil! \u8212?\u191?Al
go m\u225?s? \u8212?pregunt\u243? Cranston. Laveck neg\u243? con la cabeza y dij
o: \u8212?\u191?Quer\u233?is que lo ponga de nuevo en su sitio? \u8212?S\u237?,
s\u237? \u8212?respondi\u243? Cranston, mirando por encima del hombro a Athelsta
n, que se hab\u237?a quedado absorto\u8212?. \u191?Hay algo m\u225?s, hermano? \
u8212?le pregunt\u243?. Athelstan se dispon\u237?a a contestar al forense cuando
se oyeron unos golpes en la escalera, y sir Lionel Havant apareci\u243? en el p
{\ql
Cap\u237?tulo IX
{\line }
\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Athelstan dej\u243? a Cranston en el Cheapside. El fo
rense estaba cansado; se frotaba la cara y murmuraba algo sobre lady Maude y los
gemelos. Se estaba haciendo tarde. Son\u243? la campana del mercado, y los camp
esinos empezaron a cargar los carros, prepar\u225?ndose para salir de la ciudad
antes de la puesta de sol. Ol\u237?a a fruta y a verdura pasada. Athelstan pidi\
u243? a un chiquillo que lo acompa\u241?ara a la taberna del La\u250?d de Plata,
una posada con una peque\u241?a caseta que dominaba el amplio patio. Athelstan
entr\u243? en la taberna. El due\u241?o, que llevaba un gran delantal de cuero,
se le acerc\u243? r\u225?pidamente con una sonrisa en los labios. \u8212?S\u237?
, s\u237? \u8212?dijo rasc\u225?ndose la calva\u8212?. La se\u241?ora Alison Cha
pler est\u225? aqu\u237?. Enviaron a un criado a llamarla. \u8212?Tomar\u233? un
a jarra de cerveza \u8212?dijo Athelstan\u8212?. Y si sois tan amable, me gustar
\u237?a haceros algunas preguntas. El tabernero le llev\u243? la cerveza, pero r
echaz\u243? la moneda que Athelstan le ofreci\u243?. \u8212?No, hermano; recorda
dme en vuestras misas. Decidme, \u191?qu\u233? quer\u233?is saber? Athelstan le
explic\u243? lo que le hab\u237?a contado Alison, y el tabernero se rasc\u243? l
a mejilla. \u8212?Es cierto \u8212?repuso\u8212?; la se\u241?ora Alison me pidi\
u243? que vigilara por si alguien ven\u237?a a la taberna preguntando por ella,
sobre todo si se trataba de un joven con capa y capucha, y con espuelas en las b
otas. Parec\u237?a muy asustada. \u8212?Y \u191?visteis a ese individuo? \u8212?
Pues s\u237?, lo vi ayer, y otra vez esta ma\u241?ana. Mi taberna tiene una vent
ana que da al patio, y desde all\u237? veo a todo el que pasa por la puerta. He
visto a ese joven dos veces, aunque he de reconocer que si la se\u241?ora Alison
no me hubiera pedido que estuviera alerta, no me habr\u237?a fijado en \u233?l.
\u8212?\u191?Sab\u233?is qui\u233?n era, o a qu\u233? ven\u237?a aqu\u237?? El
tabernero neg\u243? con la cabeza. \u8212?La primera vez no lo mencion\u233?, pe
ro al verlo otra vez esta ma\u241?ana, se lo he dicho a la se\u241?ora Alison, y
entonces ella me ha pedido que le preparara la cuenta, porque ten\u237?a que ma
rcharse. \u8212?S\u237?, he venido a buscarla \u8212?dijo Athelstan\u8212?. Va a
quedarse en casa de una amiga m\u237?a, en Southwark. El tabernero iba a pregun
tarle algo, pero en ese momento lleg\u243? el criado con Alison, cargados ambos
con alforjas. Alison y Athelstan se despidieron del tabernero, y el muchacho los
acompa\u241?\u243? hasta el patio. Ensill\u243? un palafr\u233?n de aspecto tra
nquilo, sobre el que Athelstan puso el equipaje. Athelstan asi\u243? las riendas
y partieron hacia el Puente de Londres. Hicieron la primera parte del trayecto
en silencio. Alison parec\u237?a fascinada por todo lo que ve\u237?a: una mujer,
condenada por calumnias, de pie con la coroza; cerca de ella hab\u237?a dos mis
erables ladronzuelos con los dedos en el cepo, y con las calzas bajadas hasta lo
s tobillos. Circulaban mendigos de toda \u237?ndole, algunos aut\u233?nticos y o
tros fraudulentos. Pas\u243? un grupo de jinetes con cota de malla, obligando a
la gente a meterse en los portales de tiendas y casas. Los segu\u237?a un joven
muy elegante que llevaba un halc\u243?n encapuchado en el pu\u241?o; detr\u225?s
iban dos guardabosques cargados con liebres, faisanes y codornices. \u8212?Un s
e\u241?or que regresa de la cacer\u237?a \u8212?coment\u243? Athelstan, mientras
los jinetes se alejaban en medio de un ruidoso tintineo\u8212?. Ese hombre al q
ue visteis \u8212?continu\u243?\u8212?, el que llevaba espuelas y al que vieron
cuando mataron a Peslep, \u191?cre\u233?is que os busca? Alison se detuvo y le a
carici\u243? el hocico al palafr\u233?n, que resopl\u243? y le dio un suave empu
j\u243?n. La muchacha se sac\u243? una manzana del bolsillo; el animal la vio y
sacudi\u243? la cabeza. Luego siguieron caminando. \u8212?Os he formulado una pr
egunta. \u8212?No s\u233? qu\u233? contestar \u8212?dijo Alison\u8212?. Edwin no
hablaba mucho de los otros escribanos; creo que no le gustaban. Dec\u237?a que
Peslep era un libidinoso, y Ollerton, un glot\u243?n. \u8212?\u191?Qu\u233? dec\
u237?a de Alcest? \u8212?Eso es, precisamente, lo que me dio miedo, hermano. En
una ocasi\u243?n Edwin me dijo que Alcest era un petimetre al que le gustaba pon
erse espuelas en las botas para impresionar. \u8212?Mir\u243? con sus ojos de az
odo el d\u237?a. Ser\u225? mejor que sir John se ande con cuidado. \u8212?Se lo
dir\u233? \u8212?respondi\u243? Athelstan\u8212?. Pero como ya sab\u233?is, sir
John no se deja intimidar f\u225?cilmente. \u8212?Tenemos otros mensajes \u8212?
a\u241?adi\u243? la Comadreja, con un deje de desesperaci\u243?n en la voz. \u82
12?Pues ser\u225? mejor que os deis prisa, porque no tengo intenci\u243?n de que
darme todo el d\u237?a en este apestoso callej\u243?n. \u8212?Decidle al se\u241
?or forense que el Vicario del Infierno le env\u237?a sus saludos, y que quiere
que sepa que \u233?l no ha tenido nada que ver con las muertes de los escribanos
de la Cera Verde. Athelstan suspir\u243?. \u161?Sir John ten\u237?a raz\u243?n!
Hab\u237?a alguna relaci\u243?n entre el Vicario del Infierno y aquellos escrib
anos. Ahora, el m\u225?s famoso delincuente de Londres intentaba distanciarse de
aquellos espantosos asesinatos. Los dos individuos desaparecieron, y Athelstan
volvi\u243? junto a Alison y le dio unas palmaditas en el hombro. Se alegr\u243?
de ver que aquel incidente no hab\u237?a alterado excesivamente a la joven. \u8
212?No os asust\u225?is f\u225?cilmente, \u191?verdad? \u8212?No, hermano. Sigui
eron andando hacia el Puente de Londres. Los guardias ya estaban ocupando sus pu
estos, y charlaban con Robert Burdon, el guarda del Puente. Burdon estaba peinan
do tres cabezas cortadas que hab\u237?a sobre una mesa, antes de colocarlas en l
as picas. \u8212?Me gustan las cosas limpias y ordenadas \u8212?grit\u243? al ve
r pasar a Athelstan. El fraile hizo la se\u241?al de la cruz y pas\u243? de larg
o. En medio del puente, Alison se detuvo y mir\u243? hacia la peque\u241?a capil
la dedicada a santo Tom\u225?s Becket. Se le llenaron los ojos de l\u225?grimas,
y se mordi\u243? el labio. \u8212?Ojal\u225? yo hubiera estado all\u237? con \u
233?l, hermano. Athelstan intent\u243? animarla hablando con ella. Entraron en S
outhwark, que empezaba a cobrar vida ahora que se pon\u237?a el sol, y donde los
vendedores montaban su mercado nocturno. Uno de los comerciantes llam\u243? al
fraile. \u8212?Compradme algo, hermano Athelstan. Agujas, alfileres, un trozo de
tela... \u191?No os interesa una brida nueva para vuestro caballo? \u8212?Tengo
prisa \u8212?respondi\u243? Athelstan. \u8212?Ah, claro. Todo el mundo se ha en
terado del gran milagro de San Erconwaldo; yo tambi\u233?n he ido a ver la cruz.
Decid a vuestros feligreses que vendo cosas muy bonitas a muy buen precio. \u82
12?Nada de lo que vende le pertenece \u8212?murmur\u243? Athelstan mientras segu
\u237?a adelante\u8212?. No es que sean ladrones, se\u241?ora Alison. Como dice
sir John Cranston, lo que pasa es que les cuesta distinguir entre lo que es suyo
y lo que es de otros. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Mientras Alison y Athelstan avanzaban por los callejo
nes de Southwark, Thomas Napham, escribano de la Canciller\u237?a de la Cera Ver
de, tambi\u233?n se dirig\u237?a hacia su casa. Napham estaba muy nervioso. No s
e fiaba de Alcest, pero se daba cuenta de que corr\u237?a peligro. Aquel fraile
del que se hab\u237?an re\u237?do era m\u225?s listo que el hambre, y alguien es
taba matando a sus colegas, al tiempo que insinuaba que sab\u237?a qu\u233? deli
to hab\u237?an cometido. Napham hab\u237?a cedido ante la insistencia de Alcest;
saldr\u237?a de la Canciller\u237?a, recoger\u237?a algunos objetos personales
y bajar\u237?a a la Torre. All\u237? estar\u237?a a salvo, y no pensaba abandona
r la fortaleza hasta que atraparan al asesino. Se par\u243? en el portal de su c
asa y escrut\u243? la penumbra. \u191?Hab\u237?a alguien dentro? Se abri\u243? u
na puerta al fondo del pasillo, y apareci\u243? otro inquilino, un oficial que h
ab\u237?a sido aprendiz de un sastre del Cheapside. \u8212?\u191?Hab\u233?is est
ado aqu\u237? todo el d\u237?a? \u8212?le pregunt\u243? Napham. \u8212?S\u237?,
trabajando en las cuentas de mi patr\u243?n. \u191?Por qu\u233?? \u8212?\u191?Ha
venido alguien preguntando por m\u237?? \u8212?Que yo sepa, no ha venido nadie,
pero yo soy un oficial, y no el portero de esta casa. Napham abri\u243? la puer
ta de su habitaci\u243?n y asom\u243? la cabeza, pero no vio el trozo de pergami
no clavado en la pared, encima de la puerta. Se detuvo y sabore\u243? el dulce o
lor que sal\u237?a de los tarros de hierbas distribuidos por la estancia. \u8212
?No hay nada que temer \u8212?susurr\u243?. La puerta estaba cerrada con llave,
lo cual significaba que no la hab\u237?an forzado. Napham entr\u243? en la oscur
a habitaci\u243?n, sac\u243? su yesca y encendi\u243? la vela que hab\u237?a enc
ima de la mesa. El viento azot\u243? los postigos de la ventana, y Napham se que
d\u243? inm\u243?vil. \u161?Aquella ma\u241?ana, antes de marcharse, la hab\u237
?a dejado cerrada! Levant\u243? la vela, pero no vio nada raro: el estante donde
ten\u237?a sus libros, los peque\u241?os cofres, los pergaminos que hab\u237?a
encima de la mesilla de noche... Todo segu\u237?a tal como \u233?l lo hab\u237?a
dejado. Fue hacia la ventana para abrir los postigos y dejar que entrara un poc
o de luz, y entonces tropez\u243? con algo duro. Oy\u243? un chasquido, y a cont
inuaci\u243?n sinti\u243? un intenso dolor en el pie derecho. Napham grit\u243?.
El dolor se le extendi\u243? por toda la pierna. El escribano cay\u243? al suel
o, y la vela encendida que llevaba en la mano sali\u243? rodando. En lugar de ap
agarse, la llama se aviv\u243? al prenderse los juntos secos del suelo. Al princ
ipio, Napham no le dio importancia al fuego, porque el dolor que sent\u237?a en
el pie era insoportable. Se incorpor\u243? como pudo y vio que un enorme cepo oc
ulto entre los juncos le hab\u237?a atravesado la bota y se le hab\u237?a clavad
o en el pie, de donde sal\u237?a un chorro de sangre. Napham grit\u243? pidiendo
ayuda, mir\u243? hacia atr\u225?s y se asust\u243? a\u250?n m\u225?s al ver c\u
243?mo ard\u237?an los juncos. Pronto prendi\u243? la tela del cubrecama. Entre
jadeos y sollozos, Napham intent\u243? arrastrarse hasta la puerta para proteger
se del fuego. Consigui\u243? avanzar un poco, pero el dolor era demasiado intens
o, y se desmay\u243? cuando las llamas alcanzaban la tela de la peque\u241?a cam
a con dosel, con lo que se avivaron hasta alcanzar el techo. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Athelstan estaba sentado en la cocina de la casa parr
oquial. Aunque los \u250?ltimos rayos de sol entraban por la ventana abierta, el
fraile estaba furioso por lo que hab\u237?a visto en el cementerio. {\i
Buenaventura}, sentado encima de la mesa, contemplaba a su amo con su ojo bueno.
El gato estaba inm\u243?vil, como si intuyera que algo andaba mal. Athelstan so
nri\u243? y le acarici\u243? las ra\u237?das orejas al minino. \u8212?Contra ti
no tengo nada, gato \u8212?murmur\u243?\u8212?. \u161?Pero tendr\u237?as que hab
er visto al idiota de Watkin! Se paseaba arriba y abajo con una olla en la cabez
a y una cuchara en la mano, vigilando la entrada del cementerio. \u161?Y los dem
\u225?s! Tab, Pike, Pernell, y hasta Ra\u250?l, organizando a los curiosos que a
hora acuden en tropel a San Erconwaldo para rezar ante el crucifijo milagroso. A
thelstan se levant\u243? y empez\u243? a dar vueltas por la cocina. {\i
Buenaventura} lo sigui\u243? solemnemente. \u8212?No puede ser \u8212?murmur\u24
3? el fraile\u8212?. \u161?Los crucifijos no sangran! Athelstan se par\u243? en
seco, y el enorme gato estuvo a punto de chocar contra las piernas del fraile. E
staba pasando algo. Watkin estaba violento, y Pike y los dem\u225?s gritaban rei
vindicando sus derechos. Athelstan vio que la figura de Jesucristo hab\u237?a vu
elto a sangrar, y la sangre reluc\u237?a iluminada por las numerosas velas que h
ab\u237?an colocado bajo la cruz. Athelstan mir\u243? a su gato y dijo: \u8212?\
u191?Y si no ha sido un milagro. {\i
Buenaventura?} El gato parpade\u243? y bostez\u243?. \u8212?\u161?Exacto! \u8212
?prosigui\u243? Athelstan\u8212?. \u161?En Southwark no se producen milagros! \u
8212?\u161?En Bel\u233?n se produjeron! Athelstan se dio la vuelta. Hab\u237?a o
tro dominico en el umbral, oculto en la penumbra. \u8212?\u161?Hermano Niall! El
lugarteniente y mensajero del padre prior entr\u243? en la cocina. Athelstan y
su viejo amigo se abrazaron y se dieron el beso de la paz. Athelstan mir\u243? a
l fraile de cutis p\u225?lido, ojos verdes y una mata de cabello rojizo. \u8212?
Bienvenido a San Erconwaldo, hermano Niall. {\i
Pax tecum}. \u8212?{\i
Et cum spirito tuo}. \u8212?\u191?Quer\u233?is un poco de vino, hermano? El domi
nico acept\u243? la invitaci\u243?n. \u191?Ten\u233?is un poco de pan y un poco
de queso? \u8212?dijo Niall mientras Athelstan entraba en la despensa\u8212?. Ha
b\u237?a decidido ayunar, pero estoy agotado del viaje. El Se\u241?or es miseric
ordioso y lo entender\u225?. \u8212?No s\u243?lo de pan vive el hombre, hermano
\u8212?replic\u243? Athelstan. \u8212?Por eso os he pedido tambi\u233?n el queso
\u8212?contest\u243? Niall. Athelstan sali\u243? de la despensa con comida y be
bida para ambos, y con un cuenco de leche. Si no le daba algo a {\i
Buenaventura} para distraerlo, el gato intentar\u237?a quitarle la comida de la
boca a su invitado. Se sentaron a la mesa. El hermano Niall sac\u243? un peque\u
241?o cuchillo, cort\u243? un pedazo de queso y se lo meti\u243? en la boca. Mir
\u243? alrededor y dijo: \u8212?La casa est\u225? limpia y huele muy bien, Athel
\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Sir John Cranston, sentado en el peque\u241?o estudio
que ten\u237?a en el \u250?ltimo piso de su casa, en el Cheapside, miraba por l
a ventana a la espera de ver aparecer los primeros rayos de sol. Sir John se hab
\u237?a despertado temprano, como siempre, y se hab\u237?a levantado sin hacer r
uido, pues Lady Maude segu\u237?a sumergida en sus sue\u241?os, mientras en la h
abitaci\u243?n contigua, los gemelos, con sus camisones de lino, dorm\u237?an en
sus cunas. Se parec\u237?an mucho: ten\u237?an el cabello rubio y liso, las mej
illas sonrosadas y la boca y la barbilla firmes, como su padre. \u8212?\u161?Qu\
u233? ni\u241?os tan maravillosos! \u8212?susurr\u243? el forense, y sonri\u243?
al fijarse en que hasta respiraban al un\u237?sono. Luego se alej\u243? de punt
illas por la galer\u237?a, rezando para que los ni\u241?os no se despertaran, pu
es si lo hac\u237?an y se daban cuenta de que su padre estaba en la casa despert
ar\u237?an a todos con sus gritos. Sir John iba a tener un d\u237?a muy ajetread
o; baj\u243? a la cocina, donde se lav\u243?, se afeit\u243? y se visti\u243? r\
u225?pidamente, poni\u233?ndose la ropa limpia que lady Maude le hab\u237?a deja
do preparada la noche anterior. En la despensa hab\u237?a un pastel de carne pro
tegido con un lienzo, y una jarrita de cerveza rebajada. Despu\u233?s de desayun
ar, sir John se arrodill\u243? y, cerrando los ojos, rez\u243? sus oraciones ant
es de subir a su estudio. Se sent\u243? y oje\u243? varios manuscritos, aunque s
e le iban los ojos hacia el que ten\u237?a a su derecha: el famoso tratado de Cr
anston, {\i
Sobre el gobierno de Londres}. Sir John se recost\u243? en el respaldo acolchado
de la silla. Hab\u237?a llegado a un nuevo cap\u237?tulo: \u171?Del mantenimien
to de las calles, callejones y arroyos limpios de toda suciedad\u187?. Cranston
aconsejaba que se construyeran letrinas p\u250?blicas, y que se redactaran leyes
estrictas que impidieran llenar las calles de desperdicios y vaciar en ellas lo
s orinales. Los alba\u241?iles ser\u237?an trasladados fuera de las murallas de
la ciudad, mientras que los basureros formar\u237?an un gremio. Sir John suspir\
u243? y, concentr\u225?ndose en asuntos m\u225?s mundanos, ley\u243? la primera
entrada de otro de los manuscritos: {
\~\par\pard\plain\hyphpar} El jueves, festividad de San Joaqu\u237?n y Santa Ana
, Richard Crinkler se sent\u243? en la letrina de sus aposentos, en una casa pro
piedad de Owen Brilchard, en la esquina de Bore Street. Dicha letrina se rompi\u
243?, y Richard encontr\u243? all\u237? la muerte, que no fue una muerte digna.
{
\~\par\pard\plain\hyphpar} Sir John se rasc\u243? la mejilla. \u191?Por qu\u233?
empleaba su escribiente frases tan enrevesadas? Y \u191?c\u243?mo pod\u237?a al
guien encontrar la muerte al caerse de una letrina? Cranston cerr\u243? los ojos
y record\u243? las viejas mansiones de Bore Street. \u8212?Ah, ya entiendo \u82
12?murmur\u243?. Imagin\u243? lo que le hab\u237?a pasado al pobre Richard Crink
ler. Aquellas casas ten\u237?an unos armarios que serv\u237?an de letrinas, cons
truidos sobre un pozo que recorr\u237?a toda la longitud de la casa. Crinkler de
b\u237?a de estar medio dormido o borracho. Al romperse la tabla de madera, Crin
kler cay\u243? al pozo. \u8212?\u161?Santo cielo! \u8212?susurr\u243? Cranston\u
8212?. Todos hemos de morir, pero a veces el buen Dios nos llama de formas muy e
xtra\u241?as. Se sobresalt\u243? al o\u237?r la campana de Santa Mar\u237?a le B
ow: aqu\u233?lla era la se\u241?al de que hab\u237?a terminado el toque de queda
nocturno. Dej\u243? la pluma en su caja y apag\u243? la vela, cogi\u243? su tal
abarte y su capa y baj\u243? al Cheapside. La calle todav\u237?a estaba desierta
: los mendigos, bandidos y prostitutas que hab\u237?an estado deambulando por lo
s callejones toda la noche desaparec\u237?an en el acto en cuanto se enteraban d
e que el se\u241?or forense hab\u237?a bajado a la calle. Cranston se dirigi\u24
3? a Santa Mar\u237?a, en cuyo campanario todav\u237?a estaba encendido el farol
. Contempl\u243? la oscura puerta de la iglesia y sonri\u243? al ver a Henry Fla
xwith all\u237?, con el siempre alerta {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n}. \u8212?Buenos d\u237?as, sir John \u8212?dijo el alguacil, y sujet\u243? con
fuerza la cuerda con que llevaba atado a su perro. \u8212?\u191?Est\u225? todo
zo cada d\u237?a por sus almas y doy dinero a las casas de beneficencia, \u161?p
ero vos, se\u241?or, no sois m\u225?s que un desgraciado, un ladr\u243?n, un est
afador, un asesino, un mentiroso repugnante! Stablegate no se inmut\u243?. Athel
stan se maravill\u243? de la maldad y la fuerza de aquel hombre. \u8212?Matadme
o soltadme \u8212?dijo Stablegate. \u8212?Ya lo creo que os matar\u233? \u8212?d
ijo sir John enfundando de nuevo la daga\u8212?. Hermano, \u191?cu\u225?nto tiem
po tendr\u233? que seguir soportando el pestazo de este cag\u243?n? \u8212?Llev\
u225?oslo \u8212?orden\u243? Athelstan\u8212?. Dejadlo con maese Flaxwith, y tra
ed a Flinstead. Sir John levant\u243? al escribiente y lo sac\u243? de la c\u225
?mara. Flinstead regres\u243?, sec\u225?ndose las l\u225?grimas de los ojos. Ath
elstan le se\u241?al\u243? el taburete para que se sentara. \u8212?Ten\u233?is m
otivos para llorar, se\u241?or \u8212?dijo el fraile\u8212?. Le he cantado la mi
sma canci\u243?n a maese Stablegate. Flinstead levant\u243? la cabeza. \u8212?Vu
estro colega ha confesado. Dice que \u233?l rob\u243? la plata, pero que fuistei
s vos quien mat\u243? a Drayton. \u8212?\u161?Eso es mentira! \u8212?grit\u243?
Flinstead poni\u233?ndose en pie\u8212?. \u161?Fue Stablegate! \u161?Todo fue id
ea suya! Cuando Drayton nos hac\u237?a esperar fuera, Stablegate siempre examina
ba esa maldita puerta. Por la noche, en la taberna, ide\u243? el crimen. Tard\u2
43? una semana en aflojar el perno; yo le llevaba las cuentas a Drayton y lo dis
tra\u237?a, mientras Stablegate trabajaba en el perno. \u8212?Flinstead levant\u
243? los brazos\u8212?. Es verdad, yo rob\u233? la plata. Le dije a Drayton que
hab\u237?a dejado inconsciente a Stablegate y que hab\u237?a unos malhechores en
la casa dispuestos a rebanarle el cuello. Sal\u237? corriendo con la plata; ent
onces Drayton se encerr\u243? en la c\u225?mara acorazada y se puso a gritar. En
aquel momento baj\u243? Stablegate, fingiendo que estaba herido. \u171?Amo\u187
?, susurr\u243?. Yo estaba escondido, y le o\u237?. \u171?Amo, Flinstead me ha h
erido. Soy yo. \u161?Mirad, amo!\u187? \u8212?\u191?Estaba oscuro el pasillo? \u
8212?pregunt\u243? Athelstan. \u8212?S\u237?. Stablegate hab\u237?a sacado el pe
rno; entonces dispar\u243? con la ballesta. \u8212?Flinstead se encogi\u243? de
hombros\u8212?. Lo dem\u225?s ya lo hab\u233?is dicho vos mismo. Salimos por una
ventana, Stablegate insisti\u243? en que deb\u237?amos dejarnos ver, y por eso
fuimos a la taberna. A la ma\u241?ana siguiente regresamos; sab\u237?amos que Fl
axwith estar\u237?a haciendo la ronda. Entramos por una ventana y mientras Stabl
egate conduc\u237?a al alguacil hasta la c\u225?mara acorazada, yo cerr\u233? lo
s postigos que hab\u237?amos abierto para salir la noche antes. \u8212?Y entonce
s maese Flaxwith se encarg\u243? de que derribaran la puerta, \u191?no? Flinstea
d asinti\u243?. \u8212?Y Stablegate coloc\u243? el perno en su sitio \u8212?a\u2
41?adi\u243? Athelstan\u8212?. Le hab\u237?a puesto cola, para que cuando echara
n la puerta abajo no se soltara; despu\u233?s, aprovechando la confusi\u243?n, u
no de vosotros coloc\u243? la tuerca en la parte interna de la puerta. \u8212?S\
u237? \u8212?gimote\u243? Flinstead\u8212?, hab\u237?amos practicado mucho. Stab
legate ten\u237?a un trozo de madera con un perno y una tuerca, y me ense\u241?\
u243? c\u243?mo hacerlo: las flechas de ballesta son delgadas, y pod\u237?amos h
acerlas pasar f\u225?cilmente por el orificio del perno. Stablegate dijo que Dra
yton se acercar\u237?a a la puerta; a aquella distancia tan corta, cualquier her
ida resultar\u237?a mortal. Drayton habr\u237?a muerto al amanecer... \u8212?\u1
91?Y la plata? Flinstead se sent\u243? en el taburete. \u8212?No lo s\u233?, sir
John. Stablegate me la quit\u243?; dice que la ha escondido. \u8212?\u191?Sab\u
233?is d\u243?nde? Flinstead neg\u243? con la cabeza. \u8212?Pongo a Dios por te
stigo, sir John. Estaba tan nervioso, tan preocupado por... \u8212?Por la muerte
de Drayton \u8212?termin\u243? Athelstan. \u8212?\u191?C\u243?mo es posible que
no lo sep\u225?is? \u8212?terci\u243? Cranston\u8212?. Sois su c\u243?mplice en
el crimen. \u8212?Stablegate dijo que no se fiaba de m\u237?, porque yo estaba
demasiado nervioso; pero que cuando llegara el momento nos repartir\u237?amos la
plata. \u8212?\u191?Adonde pensabais ir? \u8212?Stablegate estaba convencido de
que, aunque sospecharan de nosotros, no podr\u237?an demostrar nada. Saldr\u237
?amos del pa\u237?s y cruzar\u237?amos el canal. \u8212?Ah. \u8212?Athelstan sus
pir\u243? y se agach\u243? junto al joven\u8212?. \u161?Escuchadme! Flinstead le
vant\u243? la cabeza. \u8212?Es posible que est\u233?is preocupado y nervioso \u
8212?dijo el fraile\u8212?, pero sois un asesino. Matasteis a un hombre a sangre
te, pero su obligaci\u243?n es examinar el sello. Los sellos falsos pueden detec
tarse f\u225?cilmente, pero si el sello es aut\u233?ntico, al alguacil ni se le
ocurrir\u225? retener a la persona en cuesti\u243?n. \u8212?\u191?No hay ning\u2
50?n registro de las peticiones y de las autorizaciones del canciller? \u8212?pr
egunt\u243? Athelstan\u8212?. \u191?Qu\u233? ocurre si alguien puede demostrar q
ue Richard Martlew est\u225? muerto? El Vicario del Infierno dio una palmada, ha
ciendo sonar las cadenas. \u8212?\u191?Para qu\u233?, hermano? \u191?No veis la
sutileza del plan? Fue la Canciller\u237?a la que autoriz\u243? la redacci\u243?
n de la carta; no la autorizaron ni Alcest ni Lesures. Adem\u225?s, Alcest podr\
u237?a demostrar f\u225?cilmente que cre\u237?a que Stablegate era Martlew, y qu
e ni siquiera sospech\u243? nada; simplemente, recibi\u243? una solicitud y se l
a present\u243? al canciller. Esas peticiones nunca se rechazan: se redacta la c
arta o la licencia, y despu\u233?s se sella. Eso fue lo que hizo Alcest. Y \u191
?qui\u233?n lo va a traicionar? Hacerlo equivaldr\u237?a a firmar la propia sent
encia de muerte. \u8212?Pero \u161?alto! \u8212?dijo Athelstan\u8212?. Habr\u237
?a una discrepancia en la fecha, \u191?no? La licencia se emite casi inmediatame
nte. \u8212?No, hermano \u8212?dijo Cranston\u8212?. Ahora entiendo por qu\u233?
nuestro amigo lo llama un truco valioso. Supongamos que hab\u233?is solicitado
permiso al canciller para viajar a Calais: hac\u233?is la petici\u243?n a trav\u
233?s de Alcest, que recomienda o no su aprobaci\u243?n. Alcest tambi\u233?n gar
antiza que en la solicitud aparece la fecha adecuada, quiz\u225? diez d\u237?as
m\u225?s tarde. El canciller no se fija en la fecha: un escribano se limita a es
cribir \u171?aprobado\u187?, {\i
o}{\i
}{\i
placet}, en lat\u237?n. Alcest, mientras tanto, ha redactado la licencia, y quiz
\u225?s ha a\u241?adido otros dos d\u237?as. Por lo tanto, una petici\u243?n que
parece redactada el diez de agosto y emitida el veintid\u243?s, por ejemplo, en
realidad s\u243?lo tiene uno o dos d\u237?as. Eso no es nada nuevo; todo el mun
do se aprovecha del sistema. Lo que hac\u237?a Alcest no era aceptar alg\u250?n
dinero para aprobar una solicitud, sino que se encargaba de que se emitieran car
tas y licencias para bandidos, forajidos y falsificadores. La mayor\u237?a de lo
s escribanos se negar\u237?an a hacer una cosa as\u237?, pero Alcest no. \u8212?
Y \u191?\u233?sa era la fuente de su riqueza? \u8212?\u161?Claro! \u8212?contest
\u243? el Vicario del Infierno\u8212?. Y nadie se atrev\u237?a a traicionar a Al
cest. Por primera vez, hermano, la gente como yo pod\u237?a viajar libremente, y
protegida por la ley, gracias a \u233?l. \u8212?Mir\u243? a sir John y a\u241?a
di\u243?\u8212?: Alcest y sus compinches desaparecer\u225?n, si es que no han de
saparecido ya, porque nuestro querido forense se encargar\u225? de que la Cancil
ler\u237?a impida que alguien vuelva a emplear ese truco. Tambi\u233?n ser\u225?
interesante ver qu\u233? ocurre cuando el canciller ordene a los escrutadores q
ue repasen los archivos antiguos. Desde luego, no quiero que se divulgue el rumo
r en el extranjero de que fui yo quien delat\u243? a Alcest. Quiz\u225? yo haya
logrado conservar la vida, pero a cambio sir John ha recibido una informaci\u243
?n muy valiosa. \u8212?S\u237?, ten\u233?is raz\u243?n \u8212?admiti\u243? Crans
ton\u8212?. Porque esto habr\u237?a continuado, habr\u237?an tentado al sustitut
o de Alcest, y el ofrecimiento de oro a cambio de una simple carta es muy dif\u2
37?cil de resistir. \u8212?Se agach\u243? junto al Vicario\u8212?. \u191?Estaba
Lesures al corriente de esto? \u8212?\u161?Vamos, sir John! Todo el mundo sabe q
ue Lesures pierde el mundo de vista por un par de nalgas bonitas. Seguro que Alc
est lo sab\u237?a tambi\u233?n. \u8212?Se encogi\u243? de hombros\u8212?. Lesure
s no ten\u237?a nada que temer: no hab\u237?a ning\u250?n sello falsificado, as\
u237? que bastaba con que \u233?l hiciera la vista gorda. Athelstan se cruz\u243
? de brazos y se pregunt\u243? si Lesures era en realidad el anciano quejumbroso
que fing\u237?a ser. \u191?Ten\u237?a algo que ver con aquellas muertes? \u191?
Se hab\u237?a hartado del chantaje de Alcest o quer\u237?a encargarse \u233?l mi
smo de las falsificaciones? \u8212?\u191?No sab\u233?is nada m\u225?s? \u8212?pr
egunt\u243? el forense. \u8212?\u191?Me conced\u233?is la libertad, sir John? \u
8212?Le dejar\u233? instrucciones al carcelero jefe: podr\u233?is salir esta mis
ma noche. \u8212?\u191?No se sabr\u225? lo que os he contado sobre Alcest? \u821
hizo una pausa y se qued\u243? mirando la luz que entraba por la estrecha venta
na. \u191?Hab\u237?a dicho algo que no deb\u237?a? \u8212?\u191?Hermano? \u8212?
dijo Cranston. \u8212?S\u237? \u8212?dijo Athelstan, retomando el hilo de su dis
curso. Pero ahora ya no estaba tan seguro\u8212?. Seguisteis a Peslep hasta esa
taberna porque sab\u237?ais que \u233?l iba all\u237? todos los d\u237?as, y lo
mismo ocurri\u243? con las otras v\u237?ctimas: vos conoc\u237?ais sus costumbre
s, su estilo de vida. \u191?Le dijisteis a Napham que regresara a su casa? \u821
2?No, \u233?l quiso ir... \u8212?\u191?No preparasteis un encuentro con \u233?l
antes de venir a la Torre? \u8212?No. \u8212?\u191?Por qu\u233? no? \u191?Acaso
sab\u237?ais ya que Napham entrar\u237?a en su c\u225?mara y que un cepo le dest
rozar\u237?a el pie? \u191?Estabais en Southwark intentado aterrorizar a la se\u
241?ora Alison, la hermana de Chapler? Os gusta vestiros como un petimetre, con
capa y espuelas. Alcest se cruz\u243? de brazos y empez\u243? a mecerse. \u8212?
\u191?Os vest\u237?s as\u237?, verdad? Alcest asinti\u243?. \u8212?\u191?Por qu\
u233? dejasteis de hacerlo? \u8212?pregunt\u243? Cranston. \u8212?Me asust\u233?
\u8212?dijo el escribano\u8212?. Cuando o\u237? decir que a Peslep lo hab\u237?
a matado un hombre que llevaba espuelas en las botas... \u8212?Fue muy f\u225?ci
l, \u191?verdad? \u8212?insisti\u243? Athelstan\u8212?. Pusisteis veneno en la c
opa de Ollerton, como ya hab\u237?ais hecho con Chapler. Alcest levant\u243? la
cabeza. \u8212?S\u237? \u8212?dijo el fraile, sonriente\u8212?, eso tambi\u233?n
lo sabemos. \u191?Os dijo Elflain que pensaba ir a visitar a la se\u241?ora Bro
adsheet? \u191?Y despu\u233?s? \u191?Pensabais fingir que a vos tambi\u233?n os
hab\u237?an atacado, y que os hab\u237?ais salvado? \u8212?\u161?Yo no soy ning\
u250?n asesino! \u8212?declar\u243? Alcest con tono desafiante. \u8212?Sois un l
adr\u243?n \u8212?intervino Cranston\u8212?, un delincuente y un asesino. Maese
Alcest \u8212?dijo el forense\u8212?, os acuso de traici\u243?n, homicidio, robo
y complicidad con bandidos y forajidos. \u8212?Se acerc\u243? y, agach\u225?ndo
se junto a \u233?l, lo mir\u243? fijamente\u8212?. Os dir\u233? una cosa, maese
Alcest: lamentar\u233?is haber entrado aqu\u237?. \u8212?Le gui\u241?\u243? un o
jo a Athelstan y a\u241?adi\u243?\u8212?: Fue un error, \u191?verdad, maese Cole
brooke? \u8212?dijo Cranston, volvi\u233?ndose hacia el guardi\u225?n de la Torr
e. A Athelstan no le gust\u243? la expresi\u243?n de Colebrooke, que miraba a Al
cest como un gato mira un rat\u243?n. El guardi\u225?n de la Torre se le acerc\u
243?. \u8212?Maese Alcest \u8212?dijo\u8212?, ahora sois mi prisionero. Hab\u233
?is venido a la Torre, y en la Torre permanecer\u233?is. \u8212?Ver\u233?is \u82
12?explic\u243? Cranston mientras Colebrooke levantaba a Alcest del taburete\u82
12?. Seg\u250?n las leyes, un delincuente puede refugiarse en una iglesia; pero
si lo encuentran en una dependencia de la Corona, ya sea Westminster, Eltham, Sh
een o la Torre, pueden arrestarlo y torturarlo. Maese Colebrooke os refrescar\u2
25? la memoria. El guardi\u225?n de la Torre se hab\u237?a llevado a Alcest a la
puerta, y llam\u243? a los centinelas. Sacaron al escribano de la habitaci\u243
?n, y Colebrooke orden\u243? que lo llevaran a las mazmorras. \u8212?\u191?Es es
o imprescindible? \u8212?pregunt\u243? Athelstan. \u8212?No confesar\u225? \u821
2?le contest\u243? Cranston\u8212?. Y tenemos que ir con cuidado, hermano; si Al
cest saliera de la Torre podr\u237?a refugiarse en alguna iglesia, acogerse a sa
grado y, como escribano de la Corona, exigir los privilegios del clero. \u8212?E
n cuyo caso \u8212?a\u241?adi\u243? Colebrooke\u8212? pedir\u237?a que lo juzgar
a el tribunal eclesi\u225?stico. Hermano Athelstan, me temo que no ten\u233?is a
lternativa. Sir John ha mencionado al regente; su alteza insistir\u225? en que i
nterroguemos a Alcest. \u8212?Pero \u191?por qu\u233? ha venido aqu\u237?? \u821
2?pregunt\u243? Athelstan\u8212?. \u191?Por qu\u233? se ha metido en la boca del
lobo? \u8212?Vamos, hermano. \u8212?Cranston se acerc\u243? a una de las mesas,
donde los criados hab\u237?an dejado unas jarras de cerveza. Se bebi\u243? una
de un solo trago, y a continuaci\u243?n cogi\u243? la que le correspond\u237?a a
Alcest\u8212?. Nuestro escribano es un joven muy arrogante: estaba convencido d
e que no lo \u237?bamos a apresar. \u8212?No, eso no es cierto \u8212?le contrad
ijo Athelstan\u8212?. Sir John, maese Colebrooke, \u191?me disculp\u225?is un mo
mento? Necesito reflexionar. Sin esperar respuesta, Athelstan, absorto en sus pe
nsamientos, sali\u243? de la sala y baj\u243? la escalera. \u8212?Bueno \u8212?d
ijo Cranston exhalando un suspiro. Se termin\u243? la segunda jarra de cerveza y
son con una mueca de disgusto\u8212?. Edwin me cont\u243? que le gustaban los jo
vencitos; era perezoso e incompetente, y no le preocupaba mucho su trabajo. Alce
st hac\u237?a con \u233?l lo que quer\u237?a, como con los dem\u225?s. \u8212?Vu
estro hermano ten\u237?a raz\u243?n. Athelstan se acerc\u243? a la ventana y se
dio cuenta de que hab\u237?a dormido m\u225?s de lo que cre\u237?a. Se qued\u243
? un rato con las mujeres; Alison le hablaba de las misas por su difunto hermano
. Athelstan no la escuchaba, estaba cansado, y se sobresalt\u243? cuando Cransto
n irrumpi\u243? en la cocina, saludando a gritos a Benedicta y a Alison. \u8212?
\u191?Ha llegado ya ese desgraciado? \u8212?pregunt\u243?; cogi\u243? la jarra d
e cerveza que hab\u237?a en la mesa y se puso a beber. \u8212?Si os refer\u237?s
al Santo \u8212?dijo Athelstan con enojo\u8212?, no, se\u241?or: todav\u237?a n
o ha llegado. \u8212?No creo que tarde. \u161?Escuchad! \u8212?Cranston se quit\
u243? el gorro de castor y lade\u243? la cabeza\u8212?. \u161?Debe de estar al l
legar, hermano! Athelstan oy\u243? las campanas de Santa Mar\u237?a Overy llaman
do a v\u237?speras a los escasos fieles de Southwark. Benedicta y Alison, intrig
adas por el estado de \u225?nimo del forense, lo miraron, expectantes, cuando la
s campanas dejaron de tocar. \u8212?No vendr\u225? \u8212?se lament\u243? Cranst
on\u8212?. Seguro que el Vicario del Infierno ha huido de la ciudad y se ha esco
ndido en los bosques. Athelstan mir\u243? hacia la puerta y peg\u243? un brinco.
Alguien hab\u237?a entrado en la casa, y estaba plantado en el umbral como un f
antasma. \u8212?\u191?Sois el Santo? \u8212?pregunt\u243? Athelstan. Mir\u243?,
fascinado, al individuo vestido con calzas, casaca y capa grises que avanzaba ha
cia \u233?l con los brazos extendidos. \u8212?Hermano Athelstan \u8212?dijo el S
anto con una dulce voz. Athelstan le estrech\u243? la mano. \u8212?Soy el Santo.
Cranston contemplaba, anonadado, a aquel legendario personaje de los bajos fond
os de Londres; era un hombre jovial, de rostro angelical, con ojos risue\u241?os
y mejillas sonrosadas. \u8212?Parec\u233?is sorprendido, sir John. Cranston le
estrech\u243? la mano al Santo, que ten\u237?a una fuerza sorprendente. \u8212?N
o apret\u233?is demasiado, se\u241?or forense \u8212?le suplic\u243? el Santo\u8
212?. Me gano la vida con los dedos. \u8212?Un d\u237?a, esos dedos os llevar\u2
25?n a la horca \u8212?repuso Cranston con brusquedad. \u8212?Sir John, lo \u250
?nico que hago es ayudar a la gente rica y est\u250?pida a desprenderse de su di
nero. \u8212?Todav\u237?a se habla de las coronas de espino que vend\u237?ais \u
8212?le record\u243? Cranston\u8212?. Yo mismo vi una, que hasta ten\u237?a manc
has de sangre. \u8212?Una obra de arte \u8212?replic\u243? el Santo\u8212?, una
verdadera obra de arte. Al fin y al cabo, \u191?qu\u233? es una reliquia? Yo ofr
ezco a la gente lo que quiere ver, ayudo a los fieles a rezar \u8212?continu\u24
3?\u8212?, a concentrarse en lo sobrenatural. \u8212?Y al mismo tiempo, os enriq
uec\u233?is. \u8212?Todo trabajador merece una paga, sir John. \u8212?El Santo s
e volvi\u243? y dijo\u8212?: \u191?Qui\u233?nes son estas hermosas damas? Athels
tan hizo las presentaciones pertinentes. Cuando termin\u243?, llamaron a la puer
ta, y Watkin entr\u243? tambale\u225?ndose. \u8212?Bueno, padre, ya estamos list
os \u8212?anunci\u243?\u8212?. \u191?Qui\u233?n es \u233?ste? \u8212?Buenas noch
es, Watkin. \u8212?Cranston le puso una mano en el hombro al basurero\u8212?. \u
191?D\u243?nde est\u225?n vuestros modales? \u191?Acaso no somos amigos? Watkin
solt\u243? un ruidoso eructo. \u8212?\u201?ste es un amigo m\u237?o \u8212?dijo
Athelstan se\u241?alando al Santo\u8212?; ha venido a ver vuestro crucifijo mila
groso. \u8212?No est\u225? a la venta. \u8212?Watkin, desconfiado, fulmin\u243?
con la mirada al visitante. \u8212?No, no me interesa comprarlo, se\u241?or. Per
o vamos, se hace tarde, y el tiempo es oro. \u8212?\u191?Hab\u233?is vaciado el
cementerio? \u8212?pregunt\u243? Athelstan. \u8212?S\u237?, padre \u8212?contest
\u243? Watkin. Athelstan fue el primero en salir, y los gui\u243? por el patio h
asta la entrada techada del camposanto. El crucifijo milagroso se alzaba sobre u
n altar de ladrillos y terrones construido por los feligreses, sobre el que los
visitantes hab\u237?an colocado velas encendidas. \u8212?Impresionante \u8212?mu
rmur\u243? Cranston\u8212?. Hasta se ven las manchas rojas de sangre sobre un ma
r de fuego. El Santo fue hacia el altar y, antes de que Watkin u otro feligr\u23
3?s pudiera imped\u237?rselo, derrib\u243? unas cuantas velas, cogi\u243? el cru
cifijo y lo baj\u243?. \u8212?\u161?Ponedlo donde estaba! \u8212?grit\u243? Pike
, haci\u233?ndose o\u237?r por encima de un coro de amenazas. \u8212?\u161?Apart
tkin... Los feligreses se apartaron del basurero, que se puso a protestar. \u821
2?\u161?Siempre hab\u233?is querido ser el jefe del consejo del distrito! \u8212
?grit\u243? Pike\u8212?. \u161?Decidle la verdad al padre! Watkin dio un paso ad
elante, como un ni\u241?o peque\u241?o. \u8212?Lo hicimos por vos, padre \u8212?
declar\u243? encogi\u233?ndose de hombros\u8212?. Aunque debo admitir, padre, qu
e me he gastado alg\u250?n dinero del recaudado en la taberna... \u8212?\u161?Es
o es un delito! \u8212?exclam\u243? Cranston. Athelstan pidi\u243? silencio. \u8
212?\u191?Vos lo sab\u237?ais, Benedicta? \u8212?pregunt\u243?. La mujer neg\u24
3? con la cabeza. \u8212?Creo que deber\u237?ais preguntarles por qu\u233?, aunq
ue yo ya sospecho la raz\u243?n. \u8212?Hemos o\u237?do decir que vais a marchar
os \u8212?dijo Watkin\u8212?. Cu\u225?ndo el forense y vos regresasteis de Westm
inster, tras solucionar aquel sucio asunto, sir John estuvo bebiendo en El Picaz
o, lament\u225?ndose de vuestra partida. \u8212?\u191?Y? \u8212?pregunt\u243? Cr
anston. \u8212?Quer\u237?amos entregaros el dinero a vos \u8212?declar\u243? Wat
kin, desafiante. \u8212?Pero \u161?c\u243?mo...! \u8212?No, no pretend\u237?amos
sobornaros \u8212?a\u241?adi\u243? Tab el calderero\u8212?. Quer\u237?amos pedi
ros que se lo llevarais al regente de nuestra parte, sir John, como un regalo. \
u8212?Se pas\u243? la lengua por los labios\u8212?. Y si no al regente, al alcal
de o a alg\u250?n regidor que tuviera influencia sobre el padre prior. Athelstan
mir\u243? a sus feligreses y les previno: \u8212?No mint\u225?is. \u8212?No est
amos mintiendo, padre \u8212?contestaron ellos a coro. \u8212?\u191?Jur\u225?is
todos \u8212?dijo Athelstan elevando la voz\u8212? que es \u233?sa y no otra la
raz\u243?n por la que lo hicisteis? \u191?Lo jur\u225?is por la cruz y por las v
idas de vuestros hijos? Los feligreses asintieron. \u8212?De todos modos, no obr
asteis bien \u8212?declar\u243? Athelstan sacudiendo la cabeza\u8212?. Obrasteis
muy mal, y deb\u233?is arrepentiros. \u8212?Le lanz\u243? el crucifijo a Huddle
y dijo\u8212?: \u161?Quemadlo! Dir\u233?is a los curiosos que las velas quemaro
n la madera, que Dios lo quem\u243? con su fuego. \u8212?Lo har\u233? ahora mism
o, padre. Huddle corri\u243? con el crucifijo bajo el brazo hacia un peque\u241?
o cercado de ladrillos que hab\u237?a detr\u225?s de la iglesia, donde Athelstan
quemaba la maleza. \u8212?Sir John recoger\u225? todo el dinero \u8212?continu\
u243? Athelstan\u8212?, hasta el \u250?ltimo penique; lo guardar\u225? y lo llev
ar\u225? a uno de los asilos de la ciudad. Por lo dem\u225?s, tengo que agradece
rle... \u8212?Se volvi\u243?, pero el Santo hab\u237?a desaparecido. \u8212?\u16
1?Sir John! \u161?Sir John! \u8212?Flaxwith, sudoroso, entr\u243? corriendo en e
l cementerio, con {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} trotando tras \u233?l\u8212?. \u161?Ten\u233?is que ir a la Torre, sir John!
\u161?El escribano, Alcest, ha sufrido un ataque! Maese Colebrooke dice que ha s
ido algo imprevisto. Athelstan dio unas cuantas \u243?rdenes a Watkin y a Benedi
cta. \u8212?Yo os llevar\u233? \u8212?se ofreci\u243? Moleskin, el barquero. Sir
John acept\u243? el ofrecimiento, y se dirigieron todos a la orilla del r\u237?
o. Se api\u241?aron en la barca de Moleskin; {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} se coloc\u243? en la proa, con las enormes mand\u237?bulas entreabiertas y lo
s ojos cerrados, disfrutando de la fresca brisa nocturna. \u8212?\u161?Estoy seg
uro de que ese maldito perro piensa! \u8212?murmur\u243? Cranston. Mir\u243? sev
eramente a Moleskin, que estaba sentado enfrente de \u233?l, remando. \u8212?Nue
stra intenci\u243?n era buena \u8212?dijo el barquero\u8212?. De verdad, sir Joh
n: no podemos permitir que el hermano Athelstan nos deje. \u8212?\u161?Silencio!
Athelstan mir\u243? al oscuro cielo y dijo: \u8212?Al parecer, Maese Colebrooke
se ha excedido en su trabajo. \u8212?No, no. Ha ocurrido otras veces \u8212?rep
uso Cranston\u8212?. Alcest era escribano; a veces son los m\u225?s j\u243?venes
y los aparentemente fuertes los que sucumben, no al dolor f\u237?sico, sino a l
a tortura mental. Alcest no ser\u225? el primero, ni el \u250?ltimo, que muera d
e miedo. Cranston y Athelstan se pusieron c\u243?modos, mientras Moleskin guiaba
su bote por entre barcazas de grano, barcas de pesca y esquifes, algunos con lo
s faroles ya encendidos. Finalmente llegaron a la Torre. Moleskin, deseoso de ay
Alison. No puedo demostrarlo, pero a juzgar por el hecho de que sois costurera,
vuestro conocimiento de las moralidades y de los trucos empleados por los actore
s, como el uso de sangre falsa, yo dir\u237?a que sois hija de c\u243?micos itin
erantes. Creo que Edwin os conoci\u243? y se enamor\u243? de vos. \u8212?Entonce
s, \u191?por qu\u233? no nos casamos? \u8212?Vamos, Alison, o como quiera que os
llam\u233?is; todos sabemos que los escribanos reales que se casan, a menos que
tengan un rango elevado, no consiguen f\u225?cilmente el ascenso. Por otra part
e, \u8212?Athelstan se interrumpi\u243? un instante y recogi\u243? unas migas de
la mesa\u8212?, no s\u233? por qu\u233? Edwin quiso mantener vuestro pasado en
secreto y proporcionaros otra identidad. \u8212?Hermano, yo no estaba en Londres
cuando mataron a algunos de esos hombres. \u8212?Empecemos por el principio \u8
212?dijo Athelstan apartando su plato y bebiendo un sorbo de cerveza\u8212?. Edw
in Chapler naci\u243? en Bishop's Lynn, Norfolk, y sus padres y su hermana murie
ron. Me imagino que estudi\u243? en la escuela de la Catedral de Norwich; era un
alumno muy aplicado y capacitado, y despu\u233?s lo enviaron a Oxford o Cambrid
ge. \u8212?A Cambridge \u8212?confirm\u243? la mujer. \u8212?All\u237?, o poco d
espu\u233?s, fue donde os conoci\u243?. Vos os convertisteis en su hermana; form
abais una pareja tranquila y diligente, y os trasladasteis al peque\u241?o puebl
o de Epping, en Essex. Edwin lleg\u243? cargado de cartas de recomendaci\u243?n,
seguramente de alg\u250?n maestro de Cambridge, y consigui\u243? un empleo en l
a Canciller\u237?a de la Cera Verde. Vos permanecisteis en Epping, y Edwin alqui
l\u243? una sencilla buhardilla con vistas al alba\u241?al de la ciudad; pero de
vez en cuando ven\u237?ais a Londres a visitarlo. \u191?Tengo raz\u243?n, se\u2
41?ora? Alison no respondi\u243?. \u8212?Pues bien, lo que pudo haber sido el in
icio de una brillante carrera al servicio de la Corona \u8212?prosigui\u243? Ath
elstan\u8212? se convirti\u243? en una pesadilla. Chapler era un hombre muy honr
ado, y no tard\u243? en darse cuenta de que, pese a las bromas, el jolgorio y lo
s acertijos, Alcest y sus compa\u241?eros controlaban a Lesures y le hac\u237?an
chantaje, y mientras tanto comet\u237?an traici\u243?n vendiendo mandatos judic
iales y licencias a los delincuentes de los bajos fondos de Londres. Los escriba
nos ofrecieron a Chapler la posibilidad de participar en sus falsificaciones. Mu
chos habr\u237?an aceptado con gusto aquellos sobornos, pero Edwin era diferente
: \u233?l era un hombre \u237?ntegro. \u8212?Era un gran hombre \u8212?le interr
umpi\u243? Alison con los ojos llenos de l\u225?grimas\u8212?. Jam\u225?s le vi
levantar una mano para herir a nadie; pero s\u237?, hermano, para \u233?l Alcest
y sus amigos eran unos demonios del infierno, que se hab\u237?an dejado seducir
por los placeres de la carne. \u8212?Chapler os hablaba mucho de ellos, \u191?v
erdad? \u8212?pregunt\u243? Athelstan\u8212?. Os cont\u243? todas sus costumbres
y aficiones: c\u243?mo se vest\u237?an, qu\u233? beb\u237?an, a qu\u233? burdel
iban, que eran codiciosos y arrogantes. Y Edwin ten\u237?a sus escr\u250?pulos,
como cualquier hombre de bien: aquellos escribanos estaban cometiendo un delito
muy grave, y \u233?l, mediante su silencio, lo estaba aprobando. Alison asinti\
u243? con la cabeza y se sec\u243? las mejillas con el dorso de la mano. \u8212?
No estoy muy seguro de lo que sucedi\u243? a continuaci\u243?n \u8212?sigui\u243
? diciendo Athelstan\u8212?. Pero Edwin debi\u243? de quejarse; es posible que i
ncluso los amenazara. Alcest y los dem\u225?s se defendieron amenaz\u225?ndolo a
\u233?l, y no dijeron nada m\u225?s, hasta que un d\u237?a intentaron asesinarl
o poni\u233?ndole veneno en su copa de malvas\u237?a. \u8212?\u191?C\u243?mo con
sigui\u243? Chapler mantener en secreto su relaci\u243?n con Alison? \u8212?preg
unt\u243? Flaxwith, que no se hab\u237?a movido del rinc\u243?n. \u8212?Como ya
he dicho \u8212?respondi\u243? Athelstan\u8212?, se hac\u237?an pasar por herman
os. Alison viajaba a Londres vestida de hombre; de ese modo despistaba a sus vec
inos de Epping, y tambi\u233?n a los conocidos que pudieran tener en Londres. Ad
em\u225?s, as\u237? Alice estaba m\u225?s protegida cuando viajaba. He visitado
los aposentos de Chapler: eran sumamente sencillos, y sin embargo, \u233?l cobra
ba un buen salario. \u8212?Athelstan hizo un adem\u225?n abarcando toda la cocin
a\u8212?. Todo el mundo merece tener un hogar. Edwin y vos ten\u237?ais otra c\u
225?mara, \u191?verdad? Muy cerca de la Canciller\u237?a de la Cera Verde, quiz\
u225?s en Holywell, fuera de las murallas, o hacia el oeste de Clerkenwell. Pero
cuando Edwin enferm\u243?, vos, vestida de hombre, lo ibais a visitar a sus apo
Aunque eso me dio que pensar, porque cuando nos encontramos a William {\i
la Comadreja} no os asustasteis en absoluto. En cambio, pretend\u237?ais hacerno
s creer que ten\u237?ais que salir del La\u250?d de Plata a toda costa. \u8212?N
o pensaba marcharme de Londres \u8212?replic\u243? Alison\u8212? hasta haber vis
to c\u243?mo terminaba el juego: la destrucci\u243?n de todos esos malvados. \u8
212?\u191?Y Alcest? \u191?Por qu\u233? no os encargasteis del jefe de la banda?
\u8212?Me conven\u237?a esperar, hermano. Su inicial era la \u250?ltima letra {\
i
de}{\i
}{\i
poena}. En realidad, pretend\u237?a que lo acusaran a \u233?l de todos los asesi
natos. \u8212?Mir\u243? a Cranston y pregunt\u243?\u8212?: \u191?Hab\u233?is ave
riguado d\u243?nde escond\u237?a los beneficios de sus fraudes? \u8212?No, todav
\u237?a no \u8212?respondi\u243? el forense\u8212?; pero conozco bien a nuestro
regente: interrogar\u225? a todos los orfebres y todos los banqueros de la ciuda
d hasta dar con el oro. Alison se puso en pie. \u8212?Supongo que eso es todo, \
u191?no? \u8212?S\u237? \u8212?contest\u243? Athelstan con voz queda\u8212?. Sup
ongo que s\u237?. Alcest mat\u243? a Chapler, y vos matasteis a los dem\u225?s.
\u8212?Tengo que arrestaros \u8212?declar\u243? Cranston. Alison meti\u243? la m
ano en su cartera y extrajo una bolsa llena de monedas que dej\u243? sobre la me
sa, delante de Athelstan. \u8212?La partida ha terminado \u8212?dijo\u8212?. Her
mano, cuidad la tumba de Edwin. Le he entregado un testamento al p\u225?rroco de
Epping: quiero que lo vendan todo y que le den el dinero obtenido a los pobres.
Dios lo comprender\u225?. \u8212?Os acompa\u241?ar\u233? \u8212?dijo Benedicta.
\u8212?Lamento tener que decirlo \u8212?susurr\u243? Cranston, al tiempo que le
hac\u237?a una se\u241?a a Flaxwith para que se levantara\u8212?, pero os lleva
r\u225?n a Newgate. Alison esboz\u243? una sonrisa. Athelstan tambi\u233?n se pu
so en pie. Aquella mujer hab\u237?a cometido unos espantosos asesinatos, pero po
r otra parte, hab\u237?a amado profundamente, y hab\u237?a hecho su justicia. \u
8212?\u191?Podemos hacer algo m\u225?s, sir John? \u8212?No, padre \u8212?contes
t\u243? Alison\u8212?. No quiero que sir John me haga falsas promesas. Esos escr
ibanos proced\u237?an de familias acomodadas y poderosas; si solicitara asilo, s
us familiares me buscar\u237?an, y cuando me presentara ante los jueces, ellos l
os sobornar\u237?an. \u8212?Fue hacia Athelstan y lo bes\u243? cari\u241?osament
e en las mejillas\u8212?. No os preocup\u233?is por m\u237? \u8212?dijo con un s
usurro\u8212?: encargaos de la tumba de Edwin, y decid misas por nuestras almas.
Alison fue con Cranston, Flaxwith y Benedicta hacia la puerta. \u8212?Tengo que
irme, hermano. Benedicta, con ojos llorosos, se\u241?al\u243? el peque\u241?o e
scritorio que hab\u237?a bajo la ventana. \u8212?\u161?Oh, lo siento! Mientras e
stabais en la Torre ha venido el hermano Niall, y os ha dejado una nota. \u8212?
Seguramente quiere que le devuelva alg\u250?n libro \u8212?se apresur\u243? a de
cir Athelstan antes de que Cranston pudiera preguntarle qu\u233? dec\u237?a la c
arta; luego fue hacia la puerta. Alison volvi\u243? a sonre\u237?rle; Cranston l
es dio las buenas noches y se marcharon. Athelstan se sent\u243? en un taburete,
se tap\u243? la cara con las manos y rez\u243? una oraci\u243?n por Alison Chap
ler. \u8212?Ni siquiera s\u233? cu\u225?l es su verdadero nombre \u8212?murmur\u
243?. {\i
Buenaventura} entr\u243? por la ventana, como si supiera que {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} se hab\u237?a ido. Con la cola tiesa y el cuello estirado, como ofendido por
el hecho de que su amo hubiera dejado entrar un perro en su casa, salt\u243? sob
re el escritorio, se hizo un ovillo y se puso a dormir. Athelstan se levant\u243
?, cogi\u243? la carta del hermano Niall, la abri\u243? y empez\u243? a leerla.
Cranston y los dem\u225?s llegaron al Puente de Londres. El forense iba delante;
detr\u225?s de \u233?l iba Benedicta, cogida del brazo de Alison; Flaxwith y {\
i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} cerraban la comitiva. Cuando llegaron a la capilla de Santo Tom\u225?s, Aliso
e los p\u225?rrafos: {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Abandonar\u233?is San Erconwaldo tan r\u225?pida y si
gilosamente como pod\u225?is. Tomad vuestros objetos personales y dirig\u237?os
inmediatamente a nuestra casa de Oxford. All\u237? recibir\u233?is m\u225?s inst
rucciones. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Athelstan dej\u243? a {\i
Buenaventura} en el suelo. \u8212?\u161?Bueno! \u8212?suspir\u243?\u8212?. Cualq
uier momento es bueno. Durante una hora, Athelstan se dedic\u243? a hacer el equ
ipaje, metiendo sus manuscritos y sus escasas posesiones en unas gastadas alforj
as de cuero. Recogi\u243? la mesa y limpi\u243? la despensa, dejando fuera la co
mida que quedaba para que se la llevaran sus fieles. Entonces sali\u243? al pati
o, sac\u243? a {\i
Philomel} de la cuadra y lo ensill\u243?, at\u243? las alforjas a la silla de mo
ntar con un cordel y regres\u243? a la casa. Comprob\u243? que todo estaba en or
den, apag\u243? las velas y fue hacia la puerta. {\i
Buenaventura} maull\u243?, y el fraile se qued\u243? mir\u225?ndolo. \u8212?Deci
de t\u250? \u8212?le dijo\u8212?; haz lo que quieras. El padre prior dice que te
ngo que marcharme. Se agach\u243? y acarici\u243? al gato detr\u225?s de las ore
jas. \u8212?No soporto ver a nadie disgustado. No quiero ver llorar al viejo sir
John, ni que Watkin intente encerrarme en la iglesia. Me voy, no porque quiera,
sino porque es mi obligaci\u243?n. El viejo gato lo mir\u243? fijamente con su
ojo bueno. \u8212?Lamento no poder dejar ninguna carta \u8212?continu\u243? Athe
lstan\u8212?. \u191?Qu\u233? podr\u237?a decir? Quiz\u225?s el viejo sir John va
ya a visitarme a Oxford con lady Maude y los gemelos. O Watkin y Pike podr\u237?
an organizar un peregrinaje a alg\u250?n santuario y aprovechar la ocasi\u243?n
para hacerme una visita. {\i
Philomel} viene conmigo, y si quieres, t\u250? puedes venir tambi\u233?n. El gat
o se refugi\u243? en las sombras; Athelstan se encogi\u243? de hombros y cerr\u2
43? la puerta. Sali\u243? al patio {\i
y} cogi\u243? las riendas de {\i
Philomel}. \u8212?Vamos, amigo m\u237?o \u8212?murmur\u243?\u8212?: iremos hacia
el este y buscaremos un lugar donde cruzar el T\u225?mesis. \u8212?Levant\u243?
la vista hacia el cielo, y agreg\u243?\u8212?: Quiz\u225? durmamos al raso. \u1
61?Vamos! Athelstan llev\u243? a {\i
Philomel} hacia el callej\u243?n, se dio la vuelta y contempl\u243? San Erconwal
do; entonces se sobresalt\u243? al notar que algo le rozaba el tobillo. {\i
Buenaventura} lo miraba expectante. \u8212?De acuerdo \u8212?susurr\u243? el fra
ile\u8212?, puedes venir. Y el hermano Athelstan, fraile de la orden de Santo Do
mingo, p\u225?rroco de San Erconwaldo y antiguo secretario de sir John Cranston,
forense de la ciudad de Londres, sali\u243? de Southwark con su viejo caballo y
su fiel gato {\i
Buenaventura}. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\par\pard\hyphpar }{\page } {\s1 \afs32
{\b
{\ql
FIN
{\line }
\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\i
La charada del asesino} {\i
Paul Harding}.{\i
} {\i
Traductor: Gemma Rovira} {\i
T\u237?tulo original: The assassins\u180?s Riddle} {\i
Edici\u243?n: 2000} {\i
Editorial Edhasa} {\i
ISBN: 8435055124} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\i
La charada del asesino \u8212? Paul Harding} 05-10-2010 {\i
V.1 LTC & Joseiera} {