(Fray Athelstan 07) La Charada Del Asesino - Paul Harding

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{\rtf1{\info{\title (Fray Athelstan 07) La Charada del asesino}{\author Paul Har

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{\s3 \afs28
{\b
{\ql
Annotation\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpa
r} Durante el verano de 1380, sir John Craston y fray Athelstan reciben el encar
go de investigar el misterioso asesinato de Edwin Chapler, escribano de la Canci
ller\u237?a de la Cera Verde. Esta es la primera de una serie de muertes en las
que el asesino entabla una macabra partida con las v\u237?ctimas y con el talent
o del propio fray Athelstan. {\par\pard\hyphpar }{\page } {\s1 \afs32
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Paul Harding
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La charada del asesino
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\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Para Kathie y Peter Gosling, de Chingford. Muchas gra
cias por vuestra ayuda. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\par\pard\hyphpar }{\page } {\s1 \afs32
{\b
{\ql
Pr\u243?logo
{\line }
\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Edwin Chapler, escribano de la Canciller\u237?a de la

Cera Verde, estaba sentado en la peque\u241?a y h\u250?meda capilla construida


en el centro del Puente de Londres. El sol ya se hab\u237?a ocultado, aunque las
estrellas a\u250?n no reluc\u237?an en el cielo rojizo, lo que proporcionaba a
los ciudadanos de Londres una excusa para seguir comerciando, jugando o paseando
cogidos del brazo por la orilla del r\u237?o. Las tabernas y los mesones estaba
n llenos a rebosar, y en las estrechas y tortuosas calles resonaban las cancione
s que la gente entonaba en las cervecer\u237?as. Las penurias y el hambre del in
vierno hab\u237?an quedado atr\u225?s: la cosecha hab\u237?a sido buena y los me
rcados estaban bien surtidos. Sin embargo, a Edwin Chapler lo invad\u237?a una p
rofunda desaz\u243?n, como le habr\u237?a ocurrido a cualquiera que tuviera que
afrontar una realidad como aquella a la que se enfrentaba \u233?l. Mir\u243? a s
u alrededor. Al fondo de la capilla se encontraba el peque\u241?o presbiterio, a
la izquierda el altar de la virgen, y a la derecha una enorme y grotesca estatu
a de santo Tom\u225?s Becket con una espada clavada en la cabeza. \u8212?Deber\u
237?a estar en La Docena del Fraile \u8212?susurr\u243? Chapler\u8212?, escuchan
do a un violinista y pregunt\u225?ndome si Alison sabr\u237?a bailar al son de l
a m\u250?sica. Hab\u237?a ido a la capilla, como hac\u237?a con frecuencia, en b
usca de orientaci\u243?n; pero no pod\u237?a rezar. Abr\u237?a la boca, pero no
lograba pronunciar palabra alguna. Alz\u243? la vista hacia la vidriera y vio al
Cristo torturado que todav\u237?a, se retorc\u237?a de dolor en la cruz, ilumin
ado por la \u250?ltima y d\u233?bil luz del d\u237?a. Chapler mir\u243? hacia ot
ro lado. All\u237? dentro hac\u237?a fr\u237?o, y \u233?l estaba solo. Quiz\u225
? tardara varios d\u237?as en tomar una decisi\u243?n. Un terror silencioso se a
poder\u243? de \u233?l. \u191?Y si no hac\u237?a nada y lo descubr\u237?an? Chap
ler trag\u243? saliva. Dos veranos antes hab\u237?a visto ejecutar a un hombre a
cusado de traici\u243?n: un escribano que hab\u237?a vendido informaci\u243?n se
creta a los espa\u241?oles. Chapler cerr\u243? los ojos, pero no pod\u237?a borr
ar de su mente aquella truculenta escena: la alta y negra plataforma, la mesa de
madera maciza bajo la horca. A aquel desafortunado escribano le hab\u237?an des
pedazado como si fuera un pollo. Despu\u233?s hab\u237?an metido los pedazos en
brea hirviendo, para luego exhibirlos sobre las puertas de la ciudad. Chapler se
estremeci\u243?. Las velas que hab\u237?a encendido ante la estatua de santo To
m\u225?s parec\u237?an dos ojos de mirada ardiente. La capilla cada vez estaba m
\u225?s oscura y Chapler sent\u237?a la presencia de una fuerza maligna que lo a
cechaba, dispuesta a saltar encima de \u233?l como un monstruoso gato. Oy\u243?
el estruendo de los cascos de un caballo y se sobresalt\u243?. Chapler record\u2
43? a qu\u233? hab\u237?a ido all\u237?. Le hab\u237?an advertido que guardara s
ilencio. Hab\u237?a ido a los establos y hab\u237?a encontrado a su caballo reto
rci\u233?ndose de dolor. Un mozo de cuadra, compasivo, hab\u237?a accedido a pon
er fin al sufrimiento del animal. Cuando llevaron el cad\u225?ver del caballo al
matadero y le abrieron el vientre, en lugar de heno y paja encontraron anzuelos
y afiladas hojas de cardo. Chapler protest\u243?, pero el due\u241?o de las cua
dras se lav\u243? las manos. \u8212?\u161?A m\u237? no me culp\u233?is! \u8212?s
e defendi\u243?\u8212?. Aqu\u237? cuidamos bien a los caballos. \u161?Mirad a vu
estro alrededor, maese! \u191?Por qu\u233? \u237?bamos a darle anzuelos y cardos
a un pobre caballo? Chapler le dio la raz\u243?n y se march\u243? pensando que
aquello era obra de un enemigo. Volvi\u243? a cerrar los ojos, apret\u243? los p
u\u241?os y se arrodill\u243? junto al pilar pero un ruido lo asust\u243?. Abri\
u243? los ojos y, aterrado, vio una silueta negra que se cern\u237?a sobre \u233
?l, bajo el techo de gruesas vigas. Chapler gimi\u243? de miedo. \u191?Qu\u233?
era aquello? \u191?Un demonio? \u191?Un alma maligna que lo acechaba? La sombra
negra describi\u243? un giro, batiendo suavemente las alas. Chapler se tranquili
z\u243?: no era m\u225?s que un cuervo, uno d\u233? esos enormes p\u225?jaros ne
gros que abundaban en el Puente de Londres, donde cazaban estorninos o, mejor a\
u250?n, esperaban a que clavaran en los palos las cabezas de criminales y traido
res. Aquel cuervo hab\u237?a entrado en la capilla y hab\u237?a quedado atrapado
en su interior. Chapler lo observ\u243? con curiosidad; el p\u225?jaro no grazn
\u243?, sino que vol\u243? hacia el alf\u233?izar de una ventana, golpe\u243? el
vidrio con su pico amarillo y luego gir\u243? la cabeza. Chapler tuvo la impres
i\u243?n de que aquel animal lo estaba observando. \u191?Ser\u237?a una se\u241?

al de mal ag\u252?ero? \u191?Un demonio? Pens\u243? en abrir la puerta para ver


si el p\u225?jaro sal\u237?a volando, pero no pod\u237?a moverse. No le importab
a; al menos el cuervo le hac\u237?a compa\u241?\u237?a. En ese momento el cuervo
grazn\u243?, como si le hubiera le\u237?do el pensamiento; gir\u243? la cabeza
y mir\u243? hacia la puerta. Chapler suspir\u243? y se puso en pie al tiempo que
la puerta se abr\u237?a. El cuervo grazn\u243?, triunfante, emprendi\u243? el v
uelo y sali\u243? de la capilla. Chapler no se fij\u243? en \u233?l, pues le int
eresaba m\u225?s la figura que entraba, arrastrando los pies. \u8212?\u191?Qui\u
233?n sois? \u8212?pregunt\u243?. La figura, cubierta con una capa, no le respon
di\u243?, sino que se detuvo ante el altar de san Crist\u243?bal, situado cerca
de la puerta. Se oy\u243? caer una moneda en la caja; la figura golpe\u243? una
yesca, encendi\u243? una vela y la coloc\u243? ante la estatua del patr\u243?n d
e los viajeros. En aquel momento la figura se volvi\u243?; se trataba de una muj
er, cuyo tosco cabello sobresal\u237?a por debajo del ala de su puntiagudo sombr
ero y le cubr\u237?a los hombros en desordenados mechones. La mujer se acerc\u24
3? a Chapler, y el escribano vio un rostro arrugado, unos ojos negros y relucien
tes, unos labios fruncidos, casi ocultos entre los surcos de las mejillas. Suspi
r\u243? aliviado al comprobar que era la vieja Harrowtooth (literalmente \u171?d
iente de arado\u187?), la hechicera que viv\u237?a en un cuchitril que hab\u237?
a cerca del puente. La llamaban as\u237? porque el \u250?nico diente que ten\u23
7?a sobresal\u237?a de su boca como el extremo de hierro de un arado. \u8212?Me
gusta rezar sobre el agua \u8212?declar\u243? la anciana Harrowtooth, esbozando
una sonrisa\u8212?, y a fe m\u237?a que \u233?ste es un buen sitio para rezar, p
ues siempre hay{\b
}silencio. El agua divina debajo, y el cielo divino encima. \u8212?Asi\u243? la
mu\u241?eca de Chapler con su huesuda mano\u8212?. Y siempre reconforta ver a u
n hermoso joven diciendo sus oraciones. He visto a muchos j\u243?venes a lo larg
o de mi vida \u8212?farfull\u243?\u8212?; recuerdo a uno que me ech\u243? de aqu
\u237?, maldici\u233?ndome, cuando le ped\u237? una moneda. \u8212?Acerc\u243? s
u feo rostro al de Chapler y a\u241?adi\u243?\u8212?: Contrajo unas fiebres, una
sed terrible le abrasaba la garganta pero no se atrev\u237?a a humedecerse siqu
iera los labios, porque no soportaba el ruido ni el contacto del agua. Chapler a
part\u243? la mano, busc\u243? en su bolsa y le dio una moneda a la anciana. \u8
212?Que Dios os bendiga, se\u241?or. \u8212?Harrowtooth levant\u243? la moneda y
repiti\u243?\u8212?: Que Dios os bendiga. Entro aqu\u237?, me gasto un cuarto d
e penique en una vela, y resulta que salgo m\u225?s rica que cuando entr\u233?.
\u191?Qui\u233?n dice que Dios no escucha nuestras oraciones? \u8212?La anciana
sacudi\u243? los estrechos hombros al re\u237?r. Abri\u243? la puerta de la capi
lla, se volvi\u243? y, con una voz ronca y sorprendentemente fuerte, dijo\u8212?
: Una advertencia, joven: \u161?el cuervo es un p\u225?jaro de mal ag\u252?ero!
\u8212?Dicho esto, cerr\u243? dando un portazo. Chapler regres\u243? al pilar y
se agach\u243? junto a \u233?l. Pese a la aparici\u243?n de la anciana Harrowtoo
th, ahora se sent\u237?a m\u225?s tranquilo, como si ya hubiera tomado una decis
i\u243?n. Si actuaba correctamente, si hac\u237?a lo que deb\u237?a, estar\u237?
a a salvo y no le pasar\u237?a nada. Permaneci\u243? un rato all\u237?, reflexio
nando sobre c\u243?mo deb\u237?a actuar. Se arrodill\u243?; ahora que su alma es
taba serena, podr\u237?a rezar, y quiz\u225?s encender\u237?a otra vela antes de
marcharse. Absorto en sus oraciones, Chapler no oy\u243? abrirse la puerta. Alg
uien entr\u243? deprisa, como una ara\u241?a, desliz\u225?ndose sobre las losas,
y no se oy\u243? nada hasta que el extremo de hierro de la maza le rompi\u243?
el cr\u225?neo y el joven cay\u243? al suelo echando sangre por la boca. La figu
ra lo arrastr\u243? hasta la escalinata de la iglesia, y una vez all\u237?, el a
sesino se detuvo. No hab\u237?a nadie, hab\u237?a oscurecido. Cogi\u243? a Chapl
er, como si \u233?ste fuera un amigo que hubiera bebido demasiado, y lo llev\u24
3? hasta el parapeto del puente, donde no podr\u237?an verlo. Levant\u243? el ca
d\u225?ver de Chapler y lo arroj\u243? por encima de la barandilla, como si se t
ratara de un saco, a las agitadas aguas del r\u237?o. Tres noches m\u225?s tarde
, cuando el r\u237?o bajaba caudalosamente hacia el mar, una larga barcaza zarp\
u243? del muelle de San Pablo. La impulsaban unos encapuchados provistos de p\u2
33?rtigas. En la proa y en la popa hab\u237?a otros hombres, tambi\u233?n encapu

chados, que llevaban antorchas, y en el centro de la barcaza iba sentado el Pesc


ador de Hombres, con la capucha sobre los hombros, escudri\u241?ando el r\u237?o
con sus ojos sin p\u225?rpados. Buscaba cad\u225?veres; a \u233?l y a sus amigo
s, los parias de Londres, {\i
les} pagaba el ayuntamiento: una cantidad determinada por cada cad\u225?ver que
rescataran del agua. Hab\u237?a un precio para las v\u237?ctimas de accidentes y
otro para los suicidas, pero las mejores pagadas eran las v\u237?ctimas de ases
inato. El Pescador de Hombres, con el inquietante rostro untado de aceite para p
rotegerse del viento del r\u237?o, tarareaba una nana mientras escrutaba las agu
as. \u8212?Alg\u250?n cuerpo encontraremos \u8212?murmur\u243?\u8212?. \u161?Mir
ad bien, hijos m\u237?os! Las pocas barcazas y botes que navegaban por el r\u237
?o no se les acercaban. A nadie le gustaba el Pescador de Hombres, y los que tra
bajaban en el T\u225?mesis le ten\u237?an especial temor. En las tabernas y las
cervecer\u237?as se rumoreaba que el Pescador de Hombres y sus secuaces mataban
para luego sacar del r\u237?o a sus propias v\u237?ctimas. Todos los barqueros e
ntre Southwark y Westminster rezaban constantemente a sus santos patrones para q
ue el Pescador de Hombres no encontrara sus cad\u225?veres y los llevara a aquel
la extra\u241?a capilla, donde yacer\u237?an, metidos en un burdo ata\u250?d, ha
sta que alguien los identificara. Ese d\u237?a el Pescador de Hombres se sent\u2
37?a esperanzado. Dos d\u237?as atr\u225?s hab\u237?an arrojado al r\u237?o a un
borracho y a un marinero de Brabante que hab\u237?a muerto en una pelea de tabe
rna. Sir John Cranston, el corpulento forense de la ciudad, les hab\u237?a pagad
o bien. En ese momento el Pescador de Hombres reiniciaba la b\u250?squeda. \u821
2?\u161?S\u237?, hijos m\u237?os! \u8212?susurr\u243? citando incorrectamente el
oficio de difuntos\u8212?. Recordad el terrible d\u237?a en que la tierra devol
ver\u225? a los muertos, y los r\u237?os de Dios, sus secretos. Entonces dio una
orden y la barcaza vir\u243? para esquivar una carreta de basura que estaban va
ciando en el r\u237?o desde la orilla. Los basureros blasfemaron e hicieron una
se\u241?al para protegerse del mal de ojo, mientras la macabra barcaza del Pesca
dor de Hombres pasaba de largo. \u8212?Impulsad la barca hacia la orilla \u8212?
orden\u243? el Pescador de Hombres, se\u241?alando una curva que describ\u237?a
el r\u237?o antes de bajar hacia Westminster. \u8212?\u191?Est\u225?is seguro, s
e\u241?or? \u8212?pregunt\u243? Icthus, el mejor nadador del Pescador de Hombres
\u8212?. \u191?No deber\u237?amos quedarnos en medio de la corriente? \u8212?No
\u8212?respondi\u243? el Pescador\u8212?. Conozco bien el r\u237?o, y baja demas
iado deprisa. A los cad\u225?veres que vienen de Southwark o del Puente de Londr
es se los lleva hacia los juncos. La barcaza vir\u243?, y las antorchas de brea
vacilaron y chispearon movidas por la brisa nocturna. El Pescador cogi\u243? su
campanilla y la hizo sonar; el tintineo reson\u243? por el r\u237?o amenazadoram
ente, advirtiendo a las otras embarcaciones. La barcaza se acerc\u243? m\u225?s
a la orilla. \u8212?\u161?Veo uno! \u8212?grit\u243? un vig\u237?a\u8212?. \u161
?Veo uno, se\u241?or! \u161?All\u237?, entre los juncos! El Pescador de Hombres
escrut\u243? la penumbra, mir\u243? entre los juncos y tambi\u233?n \u233?l vio
el brillo de la hebilla de un cintur\u243?n, y otra cosa. \u8212?\u161?Acercaos
m\u225?s! La barcaza se acerc\u243? un poco m\u225?s a la orilla. Icthus salt\u2
43? al agua y nad\u243? como un pez, haciendo honor a su nombre; luego atrap\u24
3? el cad\u225?ver de Edwin Chapler y mir\u243? su hinchada cara, los ojos fijos
y la boca con sangre incrustada. \u8212?\u161?Un cad\u225?ver! \u8212?grit\u243
? Icthus\u8212?. \u161?He encontrado un cad\u225?ver, se\u241?or! {
\~\par\pard\plain\hyphpar} En Ratcat Alley, una de las callejuelas que iban a pa
rar a Watling Street, bajo la Catedral de San Pablo, Bartholomew Drayton, un pre
stamista de p\u233?sima reputaci\u243?n, se preparaba tambi\u233?n para su encue
ntro con la muerte. Drayton yac\u237?a en el suelo de su contadur\u237?a de tech
o abovedado mientras gem\u237?a, agonizante, con una flecha de ballesta clavada
en el pecho. Se tumb\u243? sobre un costado y mir\u243? hacia la puerta; sab\u23
7?a que no podr\u237?a descorrer los cerrojos ni hacer girar las llaves de las t
res cerraduras. Drayton cerr\u243? los ojos y gimi\u243? de dolor. Siempre se ha
b\u237?a enorgullecido de aquella puerta de quince cent\u237?metros de grosor, c
on bisagras de acero y con la parte exterior afirmada por enormes pernos, y que
ahora iba a ser su perdici\u243?n. Siempre se hab\u237?a cre\u237?do a salvo all

\u237?, en su contadur\u237?a; all\u237? no pod\u237?an entrar los ladrones, ni


ninguno de sus avariciosos escribientes pod\u237?a echar mano de lo que \u233?l
hab\u237?a reunido a lo largo de los a\u241?os. No hab\u237?a ventanas, ni tan s
olo una rendija; pero nada de todo aquello hab\u237?a servido. Drayton, que hab\
u237?a defendido al rey en las guerras contra Francia, sab\u237?a que hab\u237?a
llegado su hora. Era extra\u241?o que la muerte le llegara all\u237?, en su c\u
225?mara de techo abovedado. Dirigi\u243? la vista hacia la pared del fondo; qui
z\u225?s estuviera recibiendo su merecido. Ahora ten\u237?a que rendir cuentas.
Cerr\u243? los ojos; ten\u237?a las piernas y los pies helados. Drayton, al igua
l que Chapler, intent\u243? rezar, pero s\u243?lo consegu\u237?a evocar las pala
bras del Evangelio acerca del rico que hab\u237?a llenado sus graneros y que se
preparaba para una vida de abundancia y felicidad. \u171?\u161?Necio! \u8212?bra
maba Dios\u8212?. \u191?Acaso ignoras que lo que yo quer\u237?a era tu alma?\u18
7? Drayton murmur\u243? una plegaria: ten\u237?a tiempo para invocar el perd\u24
3?n de Dios, pero \u191?qu\u233? pasaba con el otro crimen? Se volvi\u243? hacia
un lado; luego, haciendo un gran esfuerzo, intent\u243? arrastrarse hacia la pa
red del fondo hasta tocarla. S\u237?, si lograba tocarla podr\u237?a pedir perd\
u243?n. Cuando hab\u237?a recorrido un corto tramo, el dolor lo venci\u243?. Un
fr\u237?o intenso recorri\u243? su cuerpo de arriba abajo, y Bartholomew Drayton
entreg\u243? su alma al Se\u241?or. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\par\pard\hyphpar }{\page } {\s1 \afs32
{\b
{\ql
Cap\u237?tulo 1
{\line }
\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Sir John Cranston, forense de la ciudad de Londres, s
e sent\u243? en un banco, se quit\u243? el gorro de piel de castor y se sec\u243
? el sudoroso rostro. Le habr\u237?a encantado sacar el milagroso odre que lleva
ba bajo la capa, pero no estaba seguro de c\u243?mo reaccionar\u237?a su secreta
rio, el hermano Athelstan, fraile dominico, que estaba sentado en el otro extrem
o de la habitaci\u243?n. Athelstan estaba muy callado, m\u225?s de lo habitual.
Su alargado y cetrino rostro no denotaba expresi\u243?n alguna bajo el negro cab
ello tonsurado, y su mirada, normalmente alegre, parec\u237?a ahora sombr\u237?a
. Se encontraba sentado con las manos metidas en las mangas de su t\u250?nica bl
anca, mordisque\u225?ndose el labio. \u171?Preferir\u237?a estar en otro sitio \
u8212?pens\u243? Cranston\u8212?. Preferir\u237?a estar en la otra orilla del r\
u237?o, en San Erconwaldo, con sus malditos feligreses.\u187? Escrut\u243? el ro
stro de su amigo. Athelstan ni siquiera hab\u237?a tenido tiempo de afeitarse o
desayunar; cuando Cranston lo llam\u243?, el fraile acababa de terminar la misa
matutina. \u8212?Ten\u233?is que venir conmigo, hermano \u8212?insisti\u243? el
forense. Se\u241?al\u243? al enorme gato que no se separaba de Athelstan\u8212?.
Que {\i
Buenaventura} se encargue de vigilar San Erconwaldo, y echadle un poco de heno a
l viejo {\i
Philomel}. Quiero plantearos un misterio que pondr\u225? a prueba vuestra inteli
gencia y que a m\u237? me ha desconcertado por completo, os lo aseguro. Athelsta
n lo sigui\u243? en silencio. Cruzaron el Puente de Londres y se abrieron paso e
ntre la multitud hasta llegar a la casa del prestamista Bartholomew Drayton, en
Ratcat Lane. \u8212?Cont\u225?dnoslo de nuevo \u8212?le dijo Cranston a Henry Fl
axwith, su m\u225?s fiel alguacil. Flaxwith resopl\u243? con fuerza. \u8212?Lo s
\u233?, lo s\u233? \u8212?admiti\u243? Cranston\u8212?; pero el hermano Athelsta
n necesita conocer los hechos. Ninguno de nosotros dudar\u237?a en marcharse de
aqu\u237?, si no fuera porque han asesinado a Drayton, y ha desaparecido una gra
n cantidad de plata. \u8212?Ver\u233?is, sir John \u8212?empez\u243? Flaxwith\u8
212?. Esta ma\u241?ana, mucho antes de que las campanas llamaran a maitines, {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} y yo... \u8212?\u161?Al cuerno con \u233?l! \u8212?exclam\u243? Cranston\u821
2?. \u161?No quiero saber nada de vuestro maldito perro! \u8212?Mi perro y yo \u

8212?prosigui\u243? Flaxwith, implacable\u8212? est\u225?bamos haciendo la ronda


. {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} \u8212?dijo gui\u241?\u225?ndole un ojo a Athelstan e ignorando el suspiro de
desesperaci\u243?n de Cranston\u8212? siempre va despacio; le gusta pararse, ol
isquear y levantar la pata de vez en cuando. Me hab\u237?a comprado una tarta de
anguila, porque no hab\u237?a desayunado... Cranston cerr\u243? los ojos. \u171
?Dios m\u237?o, dame paciencia\u187?, pens\u243?. Flaxwith era un hombre sumamen
te taciturno, pero honrado y meticuloso, y ten\u237?a buena vista para los detal
les. \u8212?Acababa de terminarme el pastel \u8212?continu\u243? el alguacil\u82
12? cuando llegamos a Ratcat Lane. All\u237? vi a dos j\u243?venes, Philip Stabl
egate y James Flinstead, los escribientes de Drayton, golpeando la puerta de su
patr\u243?n. \u8212?\u191?Esas dos buenas piezas que ahora est\u225?n arriba? \u
8212?En efecto, sir John. Pues bien, les pregunt\u233? qu\u233? suced\u237?a. \u
8212?Flaxwith alz\u243? su redondeado rostro y a\u241?adi\u243?\u8212?: Deber\u2
37?a ir a ver qu\u233? hace {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n...} \u8212?{\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} est\u225? perfectamente \u8212?le asegur\u243? Cranston\u8212?. He encontrado
una salchicha en la despensa y se la he dado; por lo visto estaba muerto de ham
bre. \u8212?En ese caso... En fin, les pregunt\u233? qu\u233? suced\u237?a, y el
los me contestaron que llevaban un rato llamando a la puerta, pero que maese Dra
yton no les abr\u237?a. Ya hab\u233?is visto la puerta de la casa, sir John: es
gruesa como la cabeza de un franc\u233?s. As\u237? que rodeamos la casa; y todas
las ventanas estaban cerradas a cal y canto. \u8212?\u191?Hay alguna otra entra
da? \u8212?pregunt\u243? Athelstan. \u8212?S\u237?, la hay, pero la puerta es ig
ual de gruesa que la de la entrada principal, y dura como el roble. Habr\u237?am
os necesitado una m\u225?quina de asedio de la Torre para echarla abajo. A Crans
ton se le estaba agotando la paciencia, y, discretamente, dio un sorbo de claret
e de su odre. Luego se lo ofreci\u243? a Athelstan, que neg\u243? con la cabeza.
\u8212?As\u237? que decidimos entrar por la ventana. Maese Philip se subi\u243?
a los hombros de maese James y abri\u243? los postigos con un cuchillo. Detr\u2
25?s de los postigos hab\u237?a una de esas peque\u241?as cancelas: rompi\u243?
el cristal y abri\u243? el pestillo. \u8212?\u191?Est\u225?is seguro de eso? \u8
212?le interrumpi\u243? Athelstan. \u8212?Por supuesto \u8212?respondi\u243? Fla
xwith\u8212?; pod\u233?is comprobarlo vos mismo. La madera est\u225? rota; los b
arrotes, forzados. De hecho, se dir\u237?a que {\i
no} la hab\u237?an abierto durante a\u241?os. Maese Stablegate entr\u243? en la
casa, retir\u243? los pestillos de la puerta principal, descorri\u243? el cerroj
o, y maese Flinstead y yo entramos. \u8212?\u191?C\u243?mo encontrasteis la casa
? \u8212?pregunt\u243? Cranston. \u8212?Oscura como la noche y con un terrible o
lor a moho; no hab\u237?a velas ni antorchas. \u8212?Flaxwith redujo la voz a un
susurro y a\u241?adi\u243?\u8212?: Silenciosa como una tumba, sir John; os lo a
seguro. \u8212?\u161?Seguid! \u8212?le espet\u243? Cranston. \u8212?Todas las ha
bitaciones estaban vac\u237?as; igual que \u233?sta. Athelstan despert\u243? de
su ensue\u241?o y mir\u243? alrededor. Pens\u243? en el verso de los Evangelios:
\u171?\u191?De qu\u233? le sirve a un hombre ganar el mundo entero si sufre la
p\u233?rdida de su alma inmortal?\u187?. Drayton, que estaba considerado como un
o de los principales prestamistas de la ciudad, deb\u237?a de haber sido tambi\u
233?n un avaro. La c\u225?mara en que se encontraban estaba sucia y dejada, y s\
u243?lo ten\u237?a unos cuantos muebles; hac\u237?a mucho tiempo que no cambiaba
n los juncos del suelo, y las paredes estaban sucias y desconchadas. Athelstan e
staba seguro de haber o\u237?do ratas por el pasillo. \u8212?\u191?Voy demasiado
deprisa? \u8212?pregunt\u243? Flaxwith. Cranston se limit\u243? a sonre\u237?r.
\u8212?Llegamos a la c\u225?mara acorazada \u8212?prosigui\u243? el alguacil\u8
212?, luego llamamos a la puerta varias veces, pero nadie nos contest\u243?; no

se o\u237?a nada. \u8212?\u191?Mirasteis en las habitaciones de arriba? \u8212?p


regunt\u243? Athelstan. \u8212?S\u237?, ya lo creo, pero no hab\u237?a nadie. Ma
ese Drayton deb\u237?a de estar en su contadur\u237?a. Vos mismo hab\u233?is vis
to la puerta, sir John: es de roble macizo, las bisagras son de acero y hay tamb
i\u233?n unos pernos de acero en la parte exterior. Empec\u233? a temer lo peor,
sal\u237? a la calle y pagu\u233? a unos basureros para que entraran en la casa
. Encontramos un tajo en el jard\u237?n, y con \u233?l echamos la puerta abajo.
\u8212?\u191?C\u243?mo lo conseguisteis? \u8212?pregunt\u243? Athelstan\u8212?.
\u191?No dec\u237?ais que la puerta era demasiado gruesa? \u8212?Ten\u233?is raz
\u243?n, padre \u8212?replic\u243? Flaxwith\u8212?. Pero uno de los basureros si
rvi\u243? en el ej\u233?rcito, y hab\u237?a derribado montones puertas en Franci
a. Nos dijo que nos concentr\u225?ramos en las bisagras, y eso fue lo que hicimo
s. La puerta acab\u243? cediendo, y dentro encontramos a Drayton, tendido en el
suelo. No hemos movido el cad\u225?ver; tiene una flecha de ballesta clavada en
el pecho, y la plata ha desaparecido. \u8212?\u191?Cu\u225?nta plata? \u8212?Seg
\u250?n el libro de contabilidad, al menos cinco mil libras esterlinas. Cranston
silb\u243? entre dientes. \u8212?Madre m\u237?a. \u191?Qu\u233? m\u225?s sab\u2
33?is? \u8212?Los dos escribientes, Stablegate y Flinstead, se hab\u237?an march
ado la noche anterior, como era su costumbre, poco antes de v\u237?speras. Cuand
o se fueron, maese Drayton cerr\u243? todas las puertas. De eso no cabe duda, si
r John: no dej\u243? entrar a nadie, y nadie sali\u243? de la casa. Athelstan se
levant\u243? y asi\u243? la cruz de madera que llevaba colgada del cuello con u
n cord\u243?n. \u8212?Si os he entendido bien, maese Flaxwith \u8212?dijo sonrie
ndo al alguacil\u8212?, anoche ese hombre se encerr\u243? en su c\u225?mara acor
azada, y una vez dentro no sali\u243? de ella ni dej\u243? entrar a nadie. Esta
ma\u241?ana las puertas y ventanas segu\u237?an cerradas a cal y canto. Abajo, l
a c\u225?mara acorazada sigue cerrada e intacta, pero dentro yace el prestamista
, muerto, y le han robado la plata. \u8212?S\u237?, as\u237? es. \u8212?Y \u191?
no hay entradas secretas, t\u250?neles ni portillos? \u8212?No, padre, ya hab\u2
33?is visto la casa: es de piedra, una de las pocas que hay por aqu\u237?. Por e
so la compr\u243? Drayton. \u8212?\u191?Y la c\u225?mara acorazada? \u8212?Juzga
d vos mismo, padre \u8212?repuso Flaxwith\u8212?. Es un cuadrado de piedra; el t
echo es de yeso, pero est\u225? intacto, y las paredes y el suelo son de piedra.
Cuando necesitaba aire puro, Drayton ten\u237?a que abrir la puerta. He conocid
o a muchos ladrones, padre; se cuelan por las ventanas con la misma facilidad co
n la que un sacerdote se cuela en un burdel... \u8212?Se interrumpi\u243? brusca
mente y rectific\u243?\u8212?: Como un hur\u243?n en su madriguera. Para entrar
en esa c\u225?mara acorazada habr\u237?a que ser un experto. \u8212?Ve\u225?mosl
a. Flaxwith se levant\u243?, y los tres salieron de la habitaci\u243?n. Cranston
asi\u243? a Athelstan por el brazo y le dijo: \u8212?\u191?Est\u225?is bien, he
rmano? \u8212?Claro, sir John. Un poco adormilado... \u8212?Seguro que os hab\u2
33?is pasado la noche en vela \u8212?le reprendi\u243? Cranston\u8212?. Hab\u233
?is estado otra vez en esa torre estudiando las estrellas, \u191?no es cierto? A
thelstan sonri\u243? t\u237?midamente. \u8212?S\u237?, sir John, as\u237? es. \u
8212?\u191?Seguro que no ha pasado nada m\u225?s? \u8212?pregunt\u243? Cranston\
u8212?. Espero que el padre prior no os haya escrito para comunicaros que os rel
eva de vuestro cargo en San Erconwaldo y os env\u237?a a Oxford. Athelstan asi\u
243? la gruesa mano de Cranston y le dio un apret\u243?n. \u8212?Sir John \u8212
?dijo\u8212?, hace un mes, el padre prior me pregunt\u243? si deseaba hacer ese
traslado y yo le contest\u233? que no. Cranston disimul\u243? su alivio; adoraba
a su esposa, lady Maude, a sus hijos gemelos, que eran su m\u225?s preciado tes
oro a sus perros {\i
Gog} y {\i
Magog}; pero tambi\u233?n sent\u237?a un profundo aprecio por aquel simp\u225?ti
co fraile, inteligente y con un agudo sentido del humor. Cranston hab\u237?a sid
o soldado antes que fiscal y hab\u237?a conocido a muchos hombres; pero, como le
hab\u237?a dicho en m\u225?s de una ocasi\u243?n a lady Maude: \u171?Puedo cont
ar a mis amigos con los dedos de una mano, y todav\u237?a me quedan dedos libres
para hacerle un adem\u225?n grosero al regente. Y a Athelstan lo considero un b
uen amigo\u187?. Cranston mir\u243? con tristeza al fraile y dijo: \u8212?No os

ir\u233?is a Oxford, \u191?verdad, hermano? \u8212?No, sir John. Voy a bajar a l


a c\u225?mara acorazada. Athelstan ech\u243? un vistazo al m\u237?sero sal\u243?
n. \u8212?Nos encontramos ante un misterioso asesinato, sir John; pero, \u191?qu
\u233? hac\u233?is vos aqu\u237?? \u191?Qu\u233? es lo que tanto os inquieta? \u
8212?Drayton sol\u237?a guardar su dinero en casa de los lombardos \u8212?contes
t\u243? Cranston\u8212?: los hermanos Bardi y los Frescobaldi, de Leadenhall Str
eet. Y acababa de retirarlo casi todo, pues iba a prestarle cinco mil libras de
plata a nuestro noble regente, Juan de Gante, duque de Lancaster. Athelstan susp
ir\u243?. \u8212?Como pod\u233?is imaginar, hermano, a Gante le trae sin cuidado
que Drayton est\u233? en el cielo o en el infierno. Lo que quiere es la plata;
sobre todo ahora, pues Drayton no tiene herederos, y por lo tanto el regente no
tendr\u225? que devolver el pr\u233?stamo. Tambi\u233?n quiere que capturemos al
ladr\u243?n. Como ya sab\u233?is, mi querido monje... \u8212?\u161?Fraile, sir
John! \u8212?Como ya sab\u233?is, mi querido fraile, nadie puede contrariar a nu
estro regente y salir indemne. \u8212?Cranston oy\u243? a Flaxwith que los llama
ba, y dijo\u8212?: Ser\u225? mejor que vayamos, hermano. Se metieron en el oscur
o pasillo, que apestaba a sebo, aceite hirviente y otros olores desagradables. \
u8212?Flaxwith ha encontrado el orinal arriba, lleno de excrementos \u8212?susur
r\u243? Cranston\u8212?. Drayton, adem\u225?s de taca\u241?o, era un cerdo. Flax
with los esperaba en lo alto de la escalera con una antorcha. \u8212?\u191?Y {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n}, sir John? \u8212?dijo el alguacil, suplicante. \u8212?\u161?Al cuerno con \u
233?l! \u8212?replic\u243? Cranston\u8212?. Vuestro perro vivir\u225? una eterni
dad, Henry, y no puedo decir lo mismo de m\u237? si no recuperamos esa plata. Fl
axwith se encogi\u243? de hombros, resignado, y los gui\u243? por la estrecha es
calera de piedra. Al llegar abajo, vieron la enorme puerta que el alguacil les h
ab\u237?a descrito. Flaxwith entr\u243? el primero en la contadur\u237?a y puso
la antorcha en un gancho de la pared. Athelstan mir\u243? el cad\u225?ver que ya
c\u237?a en el suelo de piedra. Se hab\u237?a formado un charco de sangre del qu
e sal\u237?an unos riachuelos que corr\u237?an por las losas. El fraile se agach
\u243? y examin\u243?, compadecido, el escu\u225?lido rostro de Drayton: los p\u
225?rpados cerrados, los labios manchados de sangre seca. Le toc\u243? el cuello
y comprob\u243? que la piel estaba fr\u237?a y h\u250?meda. Athelstan cerr\u243
? los ojos y rog\u243? a Dios que, con su infinita misericordia, se apiadara de
aquel hombre, que en vida no hab\u237?a tenido dignidad y que hab\u237?a muerto
como un perro. Le dio la vuelta al cad\u225?ver y vio que Drayton llevaba unas c
alzas y un jub\u243?n andrajosos. Las gastadas botas daban un aspecto rid\u237?c
ulo a sus delgadas piernas; no llevaba ninguna cadena colgada del cuello, ni nin
g\u250?n anillo en los dedos. Athelstan se pregunt\u243? si aquel hombre habr\u2
37?a encontrado alg\u250?n placer en la vida. \u8212?\u191?Era soltero? \u8212?p
regunt\u243?. \u8212?Estuvo casado \u8212?contest\u243? Flaxwith\u8212?, pero ha
ce muchos a\u241?os: despu\u233?s de la paz de Bretigny con Francia, su esposa l
o abandon\u243?; y no me extra\u241?a que lo hiciera. Drayton no ten\u237?a m\u2
25?s parientes. Athelstan examin\u243? la herida infligida por la flecha de ball
esta en el estrecho y delgado pecho de Drayton. Luego se apart\u243? del cad\u22
5?ver y examin\u243? el charco de sangre, que se extend\u237?a por el suelo y ll
egaba casi hasta la puerta. Se recogi\u243? el h\u225?bito y camin\u243? de punt
illas por las losas. \u8212?\u191?Qu\u233? pasa, hermano? Athelstan se\u241?al\u
243? el umbral, y dijo: \u8212?La sangre empieza al menos a un palmo de la puert
a; ah\u237? es donde Drayton cay\u243? por primera vez. \u8212?Se volvi\u243? y
se\u241?al\u243? la pared del fondo\u8212?. Veamos: el hombre se est\u225? murie
ndo, la puerta est\u225? cerrada con llave y los cerrojos echados, \u191?no? Fla
xwith asinti\u243?. \u8212?All\u237? \u8212?dijo Athelstan se\u241?alando\u8212?
est\u225? el escritorio de Drayton, donde hac\u237?a todas sus cuentas, donde s
e sentaba y se regodeaba pensando en la fortuna que hab\u237?a amasado. \u8212?S
\u237?, as\u237? es \u8212?terci\u243? Cranston\u8212?. Pero no intent\u243? ir
hacia la puerta ni hacia el escritorio, sino hacia la pared del fondo. \u191?Por
qu\u233?? Cranston fue hacia la pared y, sacando su daga, dio unos golpecitos e
n los ladrillos encalados. \u8212?Parecen s\u243?lidos \u8212?declar\u243?\u8212

?. Escuchad, Athelstan. Cranston volvi\u243? a golpear la pared en varios puntos


, pero s\u243?lo se oy\u243? un ruido sordo. \u8212?No hay ning\u250?n pasadizo
secreto \u8212?sentenci\u243?, y enfund\u243? la daga. \u8212?Quiz\u225? Drayton
deliraba \u8212?coment\u243? Flaxwith. \u8212?Eso demuestra una cosa \u8212?obs
erv\u243? Athelstan\u8212?. La puerta deb\u237?a de seguir cerrada cuando Drayto
n cay\u243?; de no ser as\u237?, ese pobre hombre habr\u237?a intentado llegar h
asta ella. \u8212?Se levant\u243? y se sec\u243? la mano en el negro manto que l
levaba sobre la t\u250?nica blanca. Mir\u243? alrededor y a\u241?adi\u243?\u8212
?: Ten\u233?is raz\u243?n, maese Flaxwith. Esta c\u225?mara es un cuadrado de pi
edra y yeso. Athelstan dio unos pasos por la c\u225?mara. El escritorio estaba p
egado a una de las paredes, y hab\u237?a una butaca con cojines. Sobre el escrit
orio hab\u237?a una b\u225?scula, varias hojas de pergamino, plumas, tinteros y
un cofre con el cierre roto. Athelstan examin\u243? el cofre y lleg\u243? a la c
onclusi\u243?n de que llevaba a\u241?os as\u237?. Dentro s\u243?lo encontr\u243?
unas cuantas tiras de cera y m\u225?s plumillas. Por lo dem\u225?s, la habitaci
\u243?n estaba vac\u237?a. \u8212?Ni siquiera hay un crucifijo \u8212?susurr\u24
3? Athelstan\u8212?. Drayton deb\u237?a de ser un hombre reservado y taca\u241?o
. Los tres se quedaron un instante contemplando la desolada c\u225?mara. \u8212?
Aqu\u237? no podr\u237?a colarse ni una rata \u8212?declar\u243? Cranston; se se
c\u243? la frente y bebi\u243? otro sorbo de su odre milagroso. \u8212?Excepto p
or la puerta \u8212?terci\u243? Athelstan\u8212?. Vamos a examinarla. Cogieron l
a antorcha que hab\u237?an dejado en la pared y examinaron concienzudamente la p
uerta. La curiosidad de Athelstan iba en aumento. La madera ten\u237?a al menos
nueve pulgadas de grosor, y las bisagras eran de acero. A juzgar por los tres ce
rrojos y las dos cerraduras, que todav\u237?a ten\u237?an las llaves dentro, la
puerta deb\u237?a de estar bien cerrada cuando la derribaron. Examin\u243? los t
achones de metal: por la parte exterior eran c\u243?nicos y se clavaban en la ma
dera con un pasador que hab\u237?a en el interior; comprob\u243? que todos estuv
ieran intactos. La \u250?nica abertura que encontr\u243? fue una peque\u241?a re
jilla en la parte superior de la puerta, de unos quince cent\u237?metros de anch
\u243? {\i
y} otros quince de alto. Toc\u243? la tapa de madera que la cubr\u237?a. \u8212?
\u191?Y esta rejilla? \u191?Estaba abierta o cerrada? \u8212?No estoy seguro \u8
212?respondi\u243? Flaxwith\u8212?. Ahora est\u225? abierta, pero es posible que
se abriera cuando echamos la puerta abajo. Athelstan se qued\u243? mirando la r
ejilla. Era lo bastante ancha como para mirar por ella, pero las barras estaban
tan juntas que habr\u237?a sido dif\u237?cil pasar una daga entre ellas, y m\u22
5?s dif\u237?cil a\u250?n una flecha de ballesta. Athelstan volvi\u243? a concen
trarse en los enormes tachones de acero. \u8212?\u191?Qu\u233? hac\u233?is? \u82
12?pregunt\u243? Cranston, intrigado. \u8212?Quiero ver si hay alguno suelto \u8
212?explic\u243? Athelstan\u8212?. Se sujetan a la puerta mediante unos pasadore
s. \u8212?Eso ya lo he hecho yo \u8212?dijo Flaxwith, triunfante\u8212?, pero no
hay ninguno suelto. \u8212?Y si lo hubiera \u8212?intervino Cranston\u8212?, lo
m\u225?s probable es que se hubiera soltado cuando maese Flaxwith y sus colegas
golpeaban la puerta, \u191?no? Athelstan le dio la raz\u243?n y se rasc\u243? l
a cabeza. \u8212?Por lo tanto, el problema sigue siendo el mismo \u8212?dijo. Vo
lvi\u243? a entrar en la contadur\u237?a\u8212?. Maese Drayton deb\u237?a de ten
er la plata aqu\u237?, \u191?no? Cranston asinti\u243?. \u8212?Lo que no entiend
o \u8212?continu\u243? el fraile\u8212? es que, si el asesino tuvo que matar al
prestamista, coger el dinero y huir, lo normal ser\u237?a que la puerta hubiera
quedado abierta; pero no: Drayton est\u225? dentro, y la puerta, perfectamente c
errada. Si los ladrones lo {\i
mataron} primero y luego se llevaron la plata de la habitaci\u243?n, \u191?c\u24
3?mo es que la puerta qued\u243? cerrada? \u8212?Y si qued\u243? cerrada \u8212?
aport\u243? Cranston\u8212?, \u191?c\u243?mo entraron los ladrones, mataron a Dr
ayton, le robaron la plata y salieron dejando la puerta cerrada por dentro? \u82
12?Exacto, sir John. Es como una adivinanza. \u8212?Adem\u225?s \u8212?a\u241?ad
i\u243? Flaxwith\u8212?, no s\u243?lo robaron la plata, sino tambi\u233?n todas
las monedas sueltas que encontraron. Y los escribientes de Drayton afirman que f
altan dos candelabros de plata y un colgante de oro. Athelstan se sent\u243? en

el banco y se qued\u243? mirando el cad\u225?ver. \u8212?\u191?C\u243?mo consigu


ieron entrar? \u191?Y qu\u233? hicieron para salir? \u8212?murmur\u243?. \u8212?
\u191?Qu\u233? quer\u233?is decir? \u8212?pregunt\u243? Cranston dando otro trag
o de su odre. \u8212?Bueno, entiendo que mataran a Drayton y que robaran la plat
a; pero \u191?c\u243?mo consiguieron entrar y salir? Esa puerta es m\u225?s resi
stente que un muro de acero. Si alguien se hubiera acercado a ella, Drayton habr
\u237?a bajado la tapa de la rejilla, y as\u237? habr\u237?a estado a salvo; bas
taba con que no abriera la puerta. Ahora bien, supongo que Drayton habr\u237?a d
ejado entrara un escribiente, o a un amigo suyo. \u8212?Mir\u243? a Flaxwith y a
greg\u243?\u8212?: \u191?Est\u225?is seguro de que la llave segu\u237?a en la ce
rradura y de que los cerrojos estaban echados? \u8212?Eso fue lo primero que com
prob\u233? \u8212?respondi\u243? el alguacil, cambiando el peso de una pierna a
otra\u8212?. Por favor, sir John, \u191?puedo ir ya a ver qu\u233? hace mi perro
? {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} me echa mucho de menos cuando no me ve. \u8212?\u161?Id a ver a vuestro maldi
to animal! \u8212?grit\u243? Cranston\u8212?. \u161?Y saludadlo de mi parte! Fla
xwith sali\u243? a toda prisa de la c\u225?mara. \u8212?Hay otro problema \u8212
?prosigui\u243? Athelstan\u8212?. \u191?C\u243?mo entr\u243? y sali\u243? el ase
sino de la casa sin forzar ninguna puerta ni ventana? \u8212?\u161?Qu\u233? mist
erio! \u8212?Cranston tom\u243? otro sorbo del odre milagroso. \u8212?\u191?Sigu
en ah\u237? los escribientes? \u8212?pregunt\u243? Athelstan. \u8212?S\u237?, he
rmano. Nos esperan arriba. Salieron de la contadur\u237?a y fueron a reunirse co
n ellos. En cuanto los vio, Athelstan desconfi\u243? de maese Philip Stablegate
y de su colega James Flinstead. S\u237?, se mostraron muy amables, se pusieron e
n pie al verlos entrar y su apariencia era afable: llevaban el cabello bien cort
ado, y la cara lavada y pulcramente afeitada. Vest\u237?an ropa sobria: casacas
y calzas oscuras. Stablegate era rubio, de rostro agraciado y sonriente, mientra
s que Flinstead era bastante m\u225?s moreno. Sin embargo, Athelstan sinti\u243?
una inmediata aversi\u243?n hacia ambos. Era evidente que eran hombres intelige
ntes y socarrones y ninguno de los dos disimul\u243? la gracia que les hac\u237?
a el comportamiento de sir Cranston. El forense les pidi\u243? que se sentaran,
y a continuaci\u243?n ayud\u243? a Athelstan a colocar un destartalado banco enf
rente de ellos. Athelstan dej\u243? la bolsa en la que llevaba sus utensilios de
escritura entre los pies y esper\u243? con paciencia a que sir John diera otro
sorbo de su odre milagroso. El forense cerr\u243? los ojos y eruct\u243? con gus
to, cosa que hizo que Stablegate agachara la cabeza y riera por lo bajo. Cransto
n, que se tambaleaba en el banco, guard\u243? de nuevo el odre; debi\u243? de ca
ptar la burla. \u8212?\u191?Sois los escribientes de maese Drayton? \u8212?pregu
nt\u243?, sin andarse por las ramas\u8212?. \u191?Fuisteis los \u250?ltimos que
lo vieron con vida? \u8212?Nos marchamos poco antes de v\u237?speras \u8212?resp
ondi\u243? Flinstead. \u8212?Contadme lo que ocurri\u243? \u8212?dijo Athelstan.
\u8212?Lo mismo de siempre \u8212?dijo Flinstead con irritaci\u243?n\u8212?. Vo
s sois... \u8212?El hermano Athelstan, sacerdote de San Erconwaldo, de Southwark
. \u8212?Y mi secretario \u8212?a\u241?adi\u243? Cranston. \u8212?\u191?Nos cons
ider\u225?is sospechosos del crimen? \u8212?\u191?Por qu\u233? iba a consideraro
s sospechosos? \u8212?replic\u243? Athelstan. Flinstead se qued\u243? un poco de
sconcertado. \u8212?Contestad mi pregunta, os lo ruego \u8212?a\u241?adi\u243? A
thelstan\u8212?. \u191?Qu\u233? ocurri\u243? anoche? \u8212?Terminamos nuestra j
ornada a la hora de siempre \u8212?contest\u243? Stablegate\u8212?; est\u225?bam
os trabajando en nuestra c\u225?mara, una peque\u241?a buhardilla que hay al fon
do del pasillo, y maese Drayton entr\u243?, como todos los d\u237?as, para decir
nos que ya pod\u237?amos marcharnos. Antes de que me lo pregunt\u233?is, hermano
, os dir\u233? que \u233?l no confiaba en nosotros. Ni en nosotros, ni en nadie.
Cuando salimos a la calle, maese Drayton nos dio las buenas noches con la misma
hosquedad de siempre. Despu\u233?s cerr\u243? la puerta, y o\u237?mos c\u243?mo
echaba los cerrojos y las llaves. \u8212?\u191?Y despu\u233?s? \u8212?Fuimos a
beber a la taberna El Cerdo Danzar\u237?n, como solemos hacer. Est\u225? en San
Mart\u237?n, cerca del matadero. \u8212?\u191?Y despu\u233?s de eso? Cuando son\

u243? el toque de queda de Santa Mar\u237?a le Bow nos fuimos a casa, en Grubb S
treet, cerca de Cripplegate; compartimos una habitaci\u243?n all\u237?. \u8212?L
a se\u241?ora Aldous, nuestra casera, os confirmar\u225? que llegamos a casa en
un estado lamentable. Dormimos hasta el amanecer, nos levantamos y vinimos aqu\u
237?. \u8212?\u191?Y? \u8212?pregunt\u243? Athelstan. \u8212?Lo mismo de cada ma
\u241?ana, padre; llam\u225?bamos a la puerta y maese Drayton nos abr\u237?a. \u
8212?Pero esta ma\u241?ana ha sido diferente, \u191?no? \u8212?S\u237?, padre, g
olpeamos la puerta con todas nuestras fuerzas y tocamos la campanilla. Entonces
apareci\u243? Flaxwith, y el resto ya lo sab\u233?is. \u8212?\u191?Qu\u233? es l
o que s\u233?? \u8212?pregunt\u243? el fraile. \u8212?Pues que revisamos las ven
tanas, porque la puerta principal y la puerta trasera estaban cerradas, como de
costumbre. \u8212?Y \u191?entrasteis por una ventana? \u8212?S\u237? \u8212?cont
est\u243? Stablegate\u8212?. Me sub\u237? a los hombros de James, met\u237? mi d
aga por una rendija y levant\u233? el postigo. Sir John se estaba quedando dormi
do; ten\u237?a la cabeza ca\u237?da hacia delante y la boca abierta. Stablegate
se tap\u243? la boca para ocultar una sonrisa burlona. \u8212?En ese caso... \u8
212?dijo Athelstan elevando el tono de voz y poni\u233?ndose en pie. Sir John se
sobresalt\u243? y se puso en pie de un brinco. Se qued\u243? plantado, con las
piernas separadas, y pesta\u241?e\u243?, respirando ruidosamente por la nariz; e
ntonces vio que los dos escribientes se estaban riendo. Athelstan cerr\u243? los
ojos. \u8212?\u191?Me encontr\u225?is gracioso, caballeros? \u8212?Cranston lle
v\u243? la mano a la daga que ten\u237?a en el cinto. Dio un paso al frente; ten
\u237?a los pelos del bigote y las patillas erizados, y los ojos fuera de las \u
243?rbitas\u8212?. \u191?Encontr\u225?is gracioso al viejo sir John? \u191?S\u24
3?lo porque mis hijos me han despertado antes del amanecer y ahora tengo sue\u24
1?o? \u191?Y porque el viejo sir John ha dado un par de tragos de vino? Pues sab
ed, caballeros \u8212?continu\u243?, ech\u225?ndoles el alienta en las narices\u
8212?, que el viejo sir John no es tan tonto como parece\u8212?. Levant\u243? el
dedo \u237?ndice y dijo\u8212?: \u191?As\u237? que viv\u237?s con la se\u241?or
a Aldous, en Grubb Street, cerca de Cripplegate? \u8212?S\u237? \u8212?afirm\u24
3? Flinstead, sorprendido de que sir John hubiera o\u237?do aquel comentario, pu
es parec\u237?a dormido. \u8212?Conozco a la se\u241?ora Aldous \u8212?prosigui\
u243? Cranston\u8212?. Cinco veces se ha presentado ante m\u237? acusada de pros
tituci\u243?n y de regentar un burdel. \u8212?Ahora vive sola \u8212?replic\u243
? Stablegate. \u8212?Sola con estos dos muchachitos, \u191?no? \u8212?S\u237? \u
8212?afirm\u243? el escribiente. \u8212?S\u237?, sir John \u8212?le corrigi\u243
? Cranston. \u8212?S\u237?, sir John. \u8212?Os aconsejo \u8212?agreg\u243? el f
orense con tono amenazador \u8212?que no os burl\u233?is del viejo sir John. Se
ha cometido un asesinato, y alguien ha robado la plata de la Corona. \u8212?Noso
tros no sabemos nada de eso. \u8212?No, amigo m\u237?o, claro que no. Esas cinco
mil libras eran para los cofres del regente; y ahora han desaparecido. \u8212?C
ranston pos\u243? sus enormes manazas sobre los hombros de los j\u243?venes escr
ibientes, que no pudieron contener una mueca de dolor\u8212?. Bueno, amiguitos;
vamos a ver esa maldita ventana. Athelstan, satisfecho de que Cranston hubiera i
mpuesto su autoridad, se volvi\u243? bruscamente hacia la puerta. \u8212?Lo sien
to \u8212?dijo al regresar\u8212?. \u191?No sab\u237?ais que maese Drayton guard
aba cinco mil libras de plata en su contadur\u237?a? \u8212?\u201?l nunca nos de
jaba tocar el dinero \u8212?explic\u243? Stablegate\u8212?; \u233?sa era la norm
a en la que m\u225?s insist\u237?a. Sabemos \u8212?prosigui\u243?\u8212? que uno
s mensajeros del banco de los Frescobaldi visitaron la casa ayer, aunque maese D
rayton nos dijo que nos qued\u225?ramos en nuestra c\u225?mara, pues \u233?l mis
mo abrir\u237?a la puerta. M\u225?s tarde o\u237?mos un murmullo de voces, y lue
go los mensajeros se marcharon. Athelstan asinti\u243? y pregunt\u243? a los esc
ribientes: \u8212?\u191?Y qu\u233? pas\u243? entonces? \u8212?Si los mensajeros
trajeron el dinero \u8212?contest\u243? Stablegate\u8212?, conociendo a maese Dr
ayton, seguro que cont\u243? hasta la \u250?ltima moneda, firm\u243? un recibo y
guard\u243? el dinero en su c\u225?mara acorazada. \u8212?\u191?Os llevabais bi
en con maese Drayton? \u8212?pregunt\u243? Cranston. \u8212?\u161?No! \u8212?con
testaron los escribientes al un\u237?sono. \u8212?Era un ro\u241?oso \u8212?decl
ar\u243? Flinstead\u8212?; nos hac\u237?a trabajar de sol a sol. A la hora del \

u225?ngelus nos daba un poco de cerveza, pan y queso; y despu\u233?s segu\u237?a


mos trabajando. \u8212?Se toc\u243? la manga de la casaca y a\u241?adi\u243?\u82
12?: En Navidad y en Pascua nos daba casacas nuevas, y una moneda de plata el d\
u237?a de San Juan. Casi nunca hablaba con nosotros; s\u243?lo ven\u237?a a vern
os de vez en cuando, sigiloso como una sombra, para comprobar que no est\u225?ba
mos malgastando su tiempo ni su dinero. \u8212?\u191?Mencion\u243? alguna vez a
amigos o parientes? \u8212?Nunca \u8212?respondi\u243? Stablegate\u8212?. Un d\u
237?a le pregunt\u233? si hab\u237?a estado casado, y se puso hecho un basilisco
. \u8212?Y \u191?qu\u233? pas\u243?? \u8212?Baj\u243? murmurando entre dientes,
y nunca volvimos a preguntarle nada. \u8212?No ten\u237?amos m\u225?s remedio qu
e trabajar para \u233?l \u8212?a\u241?adi\u243? Flinstead\u8212?. Maese Drayton
sol\u237?a recordarnos que Londres estaba lleno de escribientes que buscaban tra
bajo, y no quer\u237?amos vernos convertidos en mendigos, padre. Athelstan asint
i\u243? con la cabeza y abri\u243? la puerta. \u8212?Est\u225? bien, caballeros;
vamos a ver esa ventana. Los dos escribientes bajaron delante. Flaxwith estaba
en el piso de abajo, acariciando a su perro y habl\u225?ndole en voz baja. Al ve
rlos, el mast\u237?n levant\u243? la cabeza y gru\u241?\u243?. \u8212?Tranquilo
\u8212?le susurr\u243? Flaxwith\u8212?. Ya sabes que sir John te quiere mucho. \
u8212?\u161?No soporto a ese chucho! \u8212?dijo Cranston\u8212?. Ha intentado m
orderme al menos tres veces. Los escribientes los guiaron hasta una peque\u241?a
sala llena de trastos. El revestimiento de madera de las paredes estaba resqueb
rajado y cubierto de polvo, y la habitaci\u243?n apestaba a juncos podridos; pod
\u237?an verse telara\u241?as por todas partes, y tambi\u233?n oyeron chillidos
de ratas, molestas por aquella intrusi\u243?n. La habitaci\u243?n estaba oscura,
y la \u250?nica luz era la que entraba por los postigos rotos de una ventana. A
thelstan cogi\u243? un taburete, le dijo a sir John que lo sujetara y se subi\u2
43? a \u233?l para examinar la ventana. Le bast\u243? con echar un vistazo para
comprobar que hab\u237?an forzado los postigos. El fraile baj\u243? del taburete
. \u8212?As\u237? es \u8212?dijo\u8212?. La ventana y los postigos han sido forz
ados recientemente. \u8212?Fui yo \u8212?declar\u243? Stablegate, y con voz supl
icante a\u241?adi\u243?\u8212?: Sir John, padre, nosotros no tenemos nada que ve
r con la muerte de Bartholomew Drayton ni el robo de la plata. \u8212?Y \u191?no
ten\u233?is nada que a\u241?adir? \u8212?pregunt\u243? Athelstan. \u8212?No, pa
dre. \u8212?Decidme: \u191?qu\u233? pens\u225?is hacer ahora? Stablegate se enco
gi\u243? de hombros; el polvo que se hab\u237?a levantado en la sala le hizo tos
er. \u8212?\u191?Qu\u233? quer\u233?is que hagamos, padre? \u8212?dijo\u8212?. V
olveremos a San Pablo, a pasearnos por el pasillo central hasta que alg\u250?n c
omerciante rico nos contrate. \u8212?\u191?Hab\u233?is solicitado alguna licenci
a para viajar, por el pa\u237?s o al extranjero? \u8212?pregunt\u243? Cranston.
Al forense no le impresion\u243? el gesto de sorpresa de los escribientes. \u821
2?Sab\u233?is perfectamente a lo que me refiero \u8212?agreg\u243?\u8212?. \u191
?Hab\u233?is solicitado permiso para viajar a la Canciller\u237?a de la Cera Ver
de? \u191?S\u237? o no? \u8212?No, sir John. Cranston se acerc\u243? a los escri
bientes y dijo: \u8212?Estupendo. Pues no lo hag\u225?is hasta que hayamos soluc
ionado este caso. Quedaos en vuestros alojamientos; no pod\u233?is salir de Lond
res sin mi autorizaci\u243?n. Ahora ya pod\u233?is marcharos. Los dos escribient
es salieron de la sala, y al cerrarse la puerta se levantaron nubes de polvo. \u
8212?\u191?Qu\u233? opin\u225?is, hermano? \u8212?Cranston sac\u243? su odre\u82
12?. \u161?Qu\u233? lugar tan seco, por los cuernos del diablo! \u8212?Para vos
todos los lugares son secos, querido sir John. Cranston le gui\u241?\u243? un oj
o al fraile, bebi\u243? un sorbo del odre y se dio unas palmaditas en el est\u24
3?mago. \u8212?Ya va siendo hora de que comamos algo, hermano. Pero no hab\u233?
is contestado mi pregunta. \u8212?Creo que son tan culpables como Herodes y Pila
tos \u8212?contest\u243? Athelstan\u8212?. En mi opini\u243?n, sir Johnson un pa
r de criminales y cre\u237?an haber cometido el asesinato perfecto. \u8212?Exhal
\u243? un suspiro y agreg\u243?\u8212?: Y quiz\u225? tengan raz\u243?n. \u8212?\
u191?Cre\u233?is que mataron a Drayton? \u8212?Estoy convencido de ello, sir Joh
n. Creo que son culpables; lo que no s\u233? es c\u243?mo lo hicieron. \u8212?\u
161?Flaxwith! \u8212?grit\u243? el forense. El alguacil entr\u243? en la sala; {
\i

Sans}{\i
\u243?}{\i
n} iba pis\u225?ndole los talones, con la lengua colgando. Mir\u243? la apetitos
a pierna de sir John y estuvo a punto de lanzarse sobre ella, pero Flaxwith tuvo
el acierto de sujetarlo por el collar, levantarlo y cogerlo en brazos. \u8212?{
\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} y yo estamos a vuestro servicio, sir John. \u8212?\u161?Al cuerno! \u8212?gru
\u241?\u243? Cranston\u8212?. Quiero que hag\u225?is tres cosas. Primero, id a v
er a los banqueros de Leadenhall Street, los Frescobaldi, y comprobad si ayer le
enviaron la plata a Drayton. Segundo, id al Cerdo Danzar\u237?n y preguntad si
esos dos escribientes pasaron all\u237? parte de la noche. Y por \u250?ltimo, qu
iero que vigil\u233?is a los escribientes y esa casa de Grubb Street donde se al
ojan. Si intentan salir de Londres, detenedlos. \u8212?\u191?De qu\u233? se los
acusa, sir John? Cranston cerr\u243? los ojos y dijo: \u8212?De maltratar a vues
tro perro. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\par\pard\hyphpar }{\page } {\s1 \afs32
{\b
{\ql
Cap\u237?tulo II
{\line }
\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Mientras Athelstan y Cranston iban hacia Ratcat Lane,
Luke Peslep, escribano de la Canciller\u237?a de la Cera Verde, entraba tambale
\u225?ndose en la taberna Tinta y Tintero, en la esquina de Chancery Lane, donde
pensaba desayunar. Peslep, un joven de buena familia y con excelentes perspecti
vas, no ten\u237?a ning\u250?n problema. Tres noches atr\u225?s, tras una excele
nte cena, hab\u237?a recibido las atenciones de una prostituta, y esto todav\u23
7?a le manten\u237?a euf\u243?rico. Aquella ma\u241?ana se hab\u237?a levantado,
se hab\u237?a lavado y se hab\u237?a puesto ropa limpia, dispuesto a iniciar un
a nueva jornada en la Canciller\u237?a de la Cera Verde. Luego se plant\u243? en
la barra de la Tinta y Tintero y mir\u243? a su alrededor, exultante. Ech\u243?
un vistazo a la cocina, pero estaba tan contento y satisfecho que no vio los an
imales que rondaban por all\u237?, un chucho y un gato sarnoso, ni los restos de
comida y la basura acumulados en el suelo. Tampoco percibi\u243? el hedor de lo
s excusados que hab\u237?a al fondo del patio, tras unos matorrales. Peslep s\u2
43?lo ve\u237?a el sol reflejado en los charcos, s\u243?lo o\u237?a el tableteo
de las ocas, y, cerrando los ojos, sabore\u243? los apetitosos aromas procedente
s de la despensa. Se sent\u243? en el rinc\u243?n de siempre, y cuando se le ace
rc\u243? Meg, la criada, pidi\u243? su jarra de cerveza y un plato de queso con
manzanas y pan. Peslep, como de costumbre, desliz\u243? una mano bajo el escotad
o corpi\u241?o de Meg y le toc\u243? un pecho. \u8212?Cada d\u237?a las tienes m
\u225?s maduras, \u191?eh, Meg? Pronto estar\u225?n listas para comer. Meg se ap
art\u243? el cabello de la sucia cara y esboz\u243? una sonrisa forzada. No pod\
u237?a quejarse: Peslep siempre pagaba con plata y, si protestaba, el amo le cal
entar\u237?a las orejas. El joven mordisqueaba su manzana y escuchaba los ruidos
que llegaban a la taberna: un coro de villancicos en una iglesia cercana, unas
mujeres cotilleando en la calle, ni\u241?os gritando, un gallo perezoso que cant
aba saludando al amanecer, un mercachifle que pregonaba sus mercanc\u237?as... D
e los talleres descubiertos que hab\u237?a cerca de la prisi\u243?n del Fleet ll
egaba el sonido de las herramientas. Peslep cerr\u243? los ojos y pens\u243? que
le encantaba aquella ciudad. Un grupo de mendigos entr\u243? en la taberna y se
sent\u243? a una mesa para contar las monedas que les hab\u237?an dado los feli
greses al salir de la misa de la ma\u241?ana. El jefe de la banda pidi\u243? una
s jarras de vino y comida caliente para todos. Peslep sab\u237?a que se quedar\u
237?an all\u237? hasta que se les acabara el dinero y cayeran al suelo, borracho
s como cubas, y que despu\u233?s el astuto tabernero los desplumar\u237?a. Uno d
e los mendigos sac\u243? una flauta de su jub\u243?n y se puso a tocar, otro cog
i\u243? el la\u250?d que llevaba en una bolsa y toc\u243? unos cuantos acordes;

los dem\u225?s empezaron a cantar, marcando el comp\u225?s en la gruesa mesa de


madera, haciendo temblar las jarras y los platos. Peslep se arrellan\u243? en el
asiento y los observ\u243? con los ojos entrecerrados. Se sent\u237?a satisfech
o de c\u243?mo iban las cosas: las amenazadoras nubes ya se hab\u237?an retirado
, y todo iba a salir bien. Quer\u237?a comprarse una casa, quiz\u225?s al norte
de Clerkenwell. Abri\u243? los ojos y vio entrar a un joven en la taberna, con l
a capucha puesta, las espuelas tintineando; llevaba un talabarte, con daga y esp
ada, colgado del hombro. Chasc\u243? los dedos y le susurr\u243? algo a Meg, que
fue corriendo a llevarle una jarra de cerveza. El joven se sent\u243? y Peslep
lo mir\u243? con desd\u233?n; luego mir\u243? hacia otra parte. \u161?Un presumi
do! Uno de aquellos j\u243?venes petimetres a los que Peslep y sus compa\u241?er
os despreciaban abiertamente, y a los que sin embargo admiraban en secreto, por
su riqueza y su porte elegante; Alcest incluso los imitaba. Alg\u250?n d\u237?a
Peslep deseaba ser como ellos. El est\u243?mago empez\u243? a hacerle ruidos, y
se termin\u243? r\u225?pidamente la jarra. \u8212?\u161?Maese tabernero! \u8212?
Se levant\u243? y chasc\u243? los dedos. El tabernero sali\u243? de la despensa
con unos trapos limpios que le entreg\u243? a Peslep. Siempre se repet\u237?a la
misma rutina: el escribano desayunaba, luego iba a los excusados y, antes de ma
rcharse a trabajar, se tomaba otra jarra de cerveza. Peslep sali\u243? al patio,
tap\u225?ndose la nariz al pasar junto al estercolero. Los excusados estaban al
fondo, detr\u225?s de unos setos; eran una serie de cub\u237?culos colocados so
bre un alba\u241?al. Entr\u243? en uno de ellos, se baj\u243? las calzas y se pu
so c\u243?modo. Con los trapos en la mano, cerr\u243? los ojos y se puso a pensa
r en el dinero que hab\u237?a reunido. De pronto se abri\u243? la puerta; Peslep
, asombrado, intent\u243? levantarse; vio al joven al que hab\u237?a visto entra
r en la taberna y la espada que le apuntaba el est\u243?mago. El escribano no pu
do hacer nada; el joven le clav\u243? la espada, la hizo girar y la extrajo con
un r\u225?pido movimiento. Peslep se retorci\u243? de dolor, y entonces el joven
volvi\u243? a clavarle la espada, esta vez en el cuello. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Sir John Cranston y Athelstan hab\u237?an regresado a
la contadur\u237?a de maese Drayton para seguir registr\u225?ndola, y oyeron qu
e alguien llamaba a la puerta. Subieron ambos a abrir. Athelstan vio a un indivi
duo alto y elegante cuya silueta se destacaba contra la luz del sol. El individu
o entr\u243?, con la gorra de joyas incrustadas en la mano; las espuelas de sus
botas tintinearon al chocar contra los tablones del suelo. No llevaba espada, pe
ro ten\u237?a la mano apoyada en el pu\u241?o de la daga, tambi\u233?n adornado
con joyas. Vest\u237?a una oscura capa de color azafr\u225?n elegantemente recog
ida sobre un hombro. Cranston escrut\u243? su atractivo y moreno rostro y sus ri
sue\u241?os ojos verdes, y vio que el joven llevaba la barba y el bigote cortado
s a la moda francesa. El forense pens\u243? que el joven le recordaba a alguien.
\u8212?\u191?Nos conocemos, se\u241?or? \u8212?pregunt\u243?. \u8212?\u191?Sois
sir John Cranston, forense de la ciudad? \u8212?As\u237? es. Os he hecho una pr
egunta, se\u241?or. \u8212?Soy sir Lionel Havant, miembro de la Casa Real de su
alteza el duque de Lancaster. \u8212?Ah, ya veo: uno de los esbirros de Juan de
Gante. \u8212?Cranston se levant\u243?, con las piernas separadas, mirando al jo
ven de arriba abajo; luego se le acerc\u243? con el brazo extendido\u8212?. No o
s ofend\u225?is, muchacho. Conoc\u237?a a vuestro padre, sir Reginald Havant de
Crosby, Northampton. El joven sonri\u243?, y a continuaci\u243?n se enderez\u243
?, como si de pronto hubiera recordado cu\u225?l era su misi\u243?n. \u8212?Me a
legro de veros, sir John; pero he venido por orden del regente. Quiere recuperar
sus cinco mil libras de plata. \u8212?\u161?Pues tendr\u225? que esperar! \u821
2?le espet\u243? Cranston\u8212?. Yo soy forense, pero no hago milagros. Havant
mir\u243? al hermano Athelstan, que alz\u243? la mirada hacia el techo. \u8212?S
ir Lionel \u8212?terci\u243? Athelstan antes de que Cranston se enfureciera\u821
2?, puede decirse que acabamos de llegar; todav\u237?a nos queda mucho trabajo.
El joven caballero asinti\u243?. \u8212?\u191?Tra\u233?is un mensaje para nosotr
os? \u8212?pregunt\u243? Athelstan. \u8212?S\u237?. \u191?C\u243?mo lo sab\u233?
is? Athelstan se\u241?al\u243? el peque\u241?o rollo de pergamino que el joven l
levaba en el talabarte. \u8212?Ah, s\u237?. \u8212?Sir Lionel cogi\u243? el mens
aje y, desenroll\u225?ndolo, dijo\u8212?: Sir John, su alteza el regente tambi\u

233?n quiere saber lo que le ha ocurrido a uno de sus escribanos, Edwin Chapler,
de la Canciller\u237?a de la Cera Verde. Anoche hallaron su cad\u225?ver en el
T\u225?mesis, y ahora lo tiene el Pescador de Hombres. No se sab\u237?a nada de
Chapler desde hac\u237?a un par de d\u237?as. Su alteza quiere que reclam\u233?i
s el cad\u225?ver, que pagu\u233?is lo que os pidan y que investigu\u233?is la c
ausa de la muerte del escribano. \u8212?\u161?Estoy demasiado ocupado para inves
tigar la muerte de un escribano borracho! \u8212?protest\u243? Cranston. \u8212?
Chapler no estaba borracho, sir John \u8212?replic\u243? Havant\u8212?. Chapler
muri\u243? asesinado. Unos minutos m\u225?s tarde, Cranston, con Athelstan a su
lado, atravesaba el Cheapside y bajaba por Bread Street. El forense quer\u237?a
ir a la Barca de San Pedro; as\u237? era como el Pescador de Hombres llamaba a s
u \u171?capilla\u187? o dep\u243?sito de cad\u225?veres. Cranston se abr\u237?a
paso a empujones entre la multitud. Las casas, de dos y tres pisos, estrechas y
apretadas, no dejaban pasar la luz del sol, y obligaban a los transe\u250?ntes a
golpearse unos a otros para avanzar por las abarrotadas calles. Los tenderetes
y las tiendas estaban abiertos, y se o\u237?a gritar a los aprendices, sobre tod
o a los de los sastres, con sus enormes carretones cubiertos de una amplia varie
dad de materiales: telas de hilo de Bruselas, de brillantes colores, con lujosos
bordados; telas inglesas, de Louvain y de Arras. M\u225?s abajo, en las calles
de Trinity, los tenderetes estaban llenos de mercanc\u237?as del L\u237?bano y V
enecia: cofres de canela, bolsas de azafr\u225?n y jengibre, toneles llenos de h
igos, naranjas amargas y pieles de lim\u243?n caramelizadas con aromas ex\u243?t
icos. All\u237? estaban expuestos cajones llenos de almendras y nuez moscada, sa
cos de az\u250?car y pimienta, toneles de vino, pizarras y cajas de tiza, divers
os art\u237?culos de cuero... y tambi\u233?n se exhib\u237?an arenques en cajone
s abiertos, junto a frutas y verduras. A Athelstan le habr\u237?a gustado pregun
tarle alguna cosa a Cranston, pero el ruido era ensordecedor. Adem\u225?s, el fo
rense estaba demasiado ocupado amenazando con el pu\u241?o a los descarados apre
ndices que intentaban cogerlo por el brazo. Cranston gru\u241?\u237?a y se los s
acaba de encima a golpetazos, como un oso acosado por perros de caza, mientras A
thelstan lo segu\u237?a, abatido, intentando no prestar atenci\u243?n a los grit
os, los trueques y los regateos. Los campesinos, los artesanos y los transe\u250
?ntes lo empujaban y lo golpeaban, y de vez en cuando el fraile tropezaba y ten\
u237?a que disculparse ante alguna dama que pasaba del brazo de su pretendiente.
Mientras bajaban por la R\u233?ole hacia Vintry y las zonas menos salubres de l
a ciudad, Athelstan no quitaba la mano de su bolsa, pues all\u237? hab\u237?an m
ontado sus puestos los curanderos y las adivinas, que atra\u237?an a carteristas
y descuideros. Aquella gente siempre se reun\u237?a en sitios as\u237?, como la
s abejas alrededor de un panal, o como dir\u237?a sir John, \u171?como moscas al
rededor de un cagarro\u187?. Finalmente Athelstan atisbo jarcias de barcos, y la
brisa matutina le trajo el aire fresco y penetrante del r\u237?o. Cranston, que
estaba malhumorado y no paraba de dar sorbos de su odre milagroso, torci\u243?
por un callej\u243?n que conduc\u237?a a la Barca de San Pedro. Se les acerc\u24
3? un vendedor de reliquias, con una caja que presuntamente conten\u237?a las u\
u241?as de los pies del fara\u243?n que hab\u237?a perseguido a Mois\u233?s. Cra
nston se quit\u243? la capucha. \u8212?\u161?Que Dios nos ampare! \u8212?grit\u2
43? el individuo, y, corriendo{\b
}como un galgo, se perdi\u243? entre las sombras. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} El Pescador de Hombres estaba sentado en un banco del
ante de su capilla, rodeado de su extra\u241?o s\u233?quito, compuesto de mendig
os y leprosos con la cara y las manos cubiertas de llagas; algunos estaban tan d
esfigurados que llevaban m\u225?scaras. Junto al Pescador de Hombres estaba Icth
us; el muchacho no ten\u237?a cejas ni pesta\u241?as, ten\u237?a aspecto de pez,
y de hecho nadaba como un pez. Sir John se detuvo y salud\u243? con la cabeza:
sent\u237?a un profundo respeto por el Pescador de Hombres. \u8212?Buenos d\u237
?as, sir John. \u8212?Buenos d\u237?as, amigos \u8212?respondi\u243? Cranston, s
onriente, mientras Athelstan hac\u237?a la se\u241?al de la cruz. El Pescador de
Hombres se levant\u243? e hizo una reverencia. \u8212?Bienvenido a nuestra humi
lde iglesia, sir John\u8212?. Mir\u243? a Athelstan y a\u241?adi\u243?\u8212?: V
os tambi\u233?n, hermano Athelstan. Una vez m\u225?s, nos une la muerte. \u8212?

\u191?Ten\u233?is el cad\u225?ver de Edwin Chapler? \u8212?pregunt\u243? Cransto


n. El Pescador de Hombres le dio la jarra de cerveza que ten\u237?a en la mano a
Icthus, abri\u243? la puerta de la capilla e invit\u243? a Cranston y a Athelst
an a entrar con \u233?l. El interior era un cobertizo largo y estrecho. En la pa
red del fondo hab\u237?a un rudimentario altar, sobre el que ard\u237?an dos vel
as a ambos lados de un crucifijo. \u171?Las paredes que lo flanqueaban estaban d
ecoradas con pinturas, una de las cuales representaba a Jon\u225?s en el momento
en que se lo tragaba la ballena. En la otra aparec\u237?a Cristo con sus ap\u24
3?stoles, que guardaban un gran parecido con el Pescador de Hombres y sus compin
ches, surcando el mar de Galilea en una gran barcaza. Era un lugar tenebroso, il
uminado con l\u225?mparas de aceite y antorchas de juncos. Hab\u237?a dos mesas,
y en cada una de ellas yac\u237?a un cad\u225?ver que hab\u237?an sacado del T\
u225?mesis, cubiertos ambos con una lona sucia. Pese a los grandes cuencos de hi
erbas que hab\u237?a debajo de cada una de las mesas, Athelstan percibi\u243? el
desagradable olor a descomposici\u243?n; sin embargo, el Pescador de Hombres se
sent\u237?a all\u237? como en su casa, y mientras los guiaba iba hablando solo.
Se par\u243? junto a una de las mesas y retir\u243? la lona, descubriendo el ca
d\u225?ver de un joven empapado de agua del r\u237?o, con los ojos entreabiertos
y el rostro de un blanco amarillento. Athelstan vio que el cad\u225?ver ten\u23
7?a sangre seca en las comisuras de la boca. \u8212?No fue un accidente \u8212?s
entenci\u243? el Pescador de Hombres, y le dio la vuelta al cad\u225?ver. Athels
tan, intentando controlar las n\u225?useas, examin\u243? la herida que el hombre
ten\u237?a en la nuca. \u8212?\u191?Tiene alguna herida m\u225?s? \u8212?pregun
t\u243? Cranston al tiempo que tomaba un sorbo de su odre. Esta vez Athelstan ac
ept\u243? el ofrecimiento del forense y bebi\u243? tambi\u233?n un gran sorbo. \
u8212?Si las tiene, yo no las he visto. \u8212?El Pescador de Hombres tendi\u243
? la mano y a\u241?adi\u243?\u8212?: \u161?Tres chelines, sir John! \u161?Tres c
helines por sacar a una v\u237?ctima de asesinato del T\u225?mesis! \u8212?El ay
untamiento os pagar\u225? \u8212?repuso Cranston. El Pescador de Hombres sonri\u
243?, pero no retir\u243? la mano. \u8212?Vamos, sir John, no jugu\u233?is conmi
go. Si vos vais al ayuntamiento a pedir tres chelines, tres chelines es lo que o
s dar\u225?n; en cambio, si voy yo, me dar\u225?n un par de palos en la cabeza y
me arrojar\u225?n por la escalera. Cranston suspir\u243? y le entreg\u243? el d
inero. \u8212?Le golpearon en la nuca \u8212?explic\u243? el Pescador de Hombres
\u8212?. Se trata de Edwin Chapler; lo sabemos porque hemos encontrado las crede
nciales en su bolsa. Como es un funcionario de la Corona, se las hemos enviado a
l regente, al Palacio Savoy. \u8212?\u191?Hab\u233?is encontrado algo m\u225?s?
\u8212?pregunt\u243? Cranston. \u8212?Unas cuantas monedas, pero... \u8212?El Pe
scador de Hombres se encogi\u243? de hombros. Athelstan le dio la vuelta al cad\
u225?ver, se arrodill\u243? y empez\u243? a susurrar la absoluci\u243?n. El Pesc
ador de Hombres esper\u243? con paciencia mientras Athelstan trazaba la se\u241?
al de la cruz sobre el rostro del joven muerto y susurraba el r\u233?quiem. \u82
12?Le golpearon en la nuca \u8212?prosigui\u243? el Pescador d\u233? Hombres\u82
12?, y conociendo el r\u237?o, yo dir\u237?a que lo arrojaron desde el Puente de
Londres hace tres noches. \u8212?\u191?No deber\u237?a presentar el cad\u225?ve
r heridas y magulladuras producidas por los tabiques y los pilares del puente? \
u8212?No, sir John. El r\u237?o baja con fuerza entre los arcos del puente. Esto
y convencido de que lo arrojaron desde all\u237?: mientras se revolcaba en el ag
ua, se le enredaron algas en la ropa. Si baj\u225?is a examinar los arcos del pu
ente, comprobar\u233?is que es uno de los pocos sitios del r\u237?o donde se acu
mulan las algas. \u8212?El Pescador de Hombres se ri\u243? y a\u241?adi\u243?\u8
212?: Reconozco que estoy fanfarroneando, sir John; uno de mis ayudantes habl\u2
43? con la vieja Harrowtooth, esa bruja que vive en una casucha cerca de uno de
los extremos del puente. Hace tres noches entr\u243? en la capilla de Santo Tom\
u225?s Becket, y all\u237? vio a un hombre cuya descripci\u243?n coincide con la
del cad\u225?ver. \u8212?Claro \u8212?dijo sir John\u8212?. Y detr\u225?s de la
capilla hay una zona desierta, donde mucha gente se suicida. \u191?A qu\u233? h
ora lo vio Harrowtooth? \u8212?Despu\u233?s de v\u237?speras ya empezaba a anoch
ecer. El joven se hallaba muy alterado; rezaba junto a la entrada, como si no se
encontrara c\u243?modo en la capilla. \u8212?Conozco a la vieja Harrowtooth \u8

212?terci\u243? Athelstan\u8212?. Hablar\u233? con ella. \u8212?\u191?Y el cad\u


225?ver? \u8212?pregunt\u243? el Pescador de Hombres. \u8212?Dejadlo aqu\u237? v
einticuatro horas \u8212?respondi\u243? Cranston\u8212?. Si nadie lo reclama, en
vi\u225?dselo al sacerdote de Santa Mar\u237?a le Bow para que lo entierren. En
ese cementerio hay un terreno... \u8212?Eso no puedo hacerlo \u8212?le interrump
i\u243? el Pescador de Hombres\u8212?. El \u250?ltimo cad\u225?ver que les llev\
u233? lo rechazaron, y seguir\u225?n haci\u233?ndolo hasta que limpien el cement
erio y construyan un nuevo osario. Athelstan se qued\u243? mirando al cad\u225?v
er, lamentando la brutal muerte de aquel hombre tan joven. \u8212?En ese caso, e
nviadlo a San Erconwaldo \u8212?dijo\u8212?. Si nadie lo quiere, San Erconwaldo
lo acoger\u225?. Athelstan gir\u243? la cabeza al o\u237?r que se abr\u237?a la
puerta, y vio que Havant, rodeado del s\u233?quito del Pescador de Hombres, que
protestaba como una bandada de estorninos, entraba en la capilla. \u8212?\u161?P
or el amor de Dios! \u8212?exclam\u243? sir John\u8212?. \u161?No me dig\u225?is
que voy a tener que soportaros tan temprano, sir Lionel! \u8212?Hay una epidemi
a de muertes, sir John. Han asesinado a otro escribano. \u8212?\u191?Cerca del r
\u237?o? \u8212?pregunt\u243?, esperanzado, el Pescador de Hombres. Sir Lionel n
i siquiera se molest\u243? en contestarle, y dirigi\u233?ndose a Cranston, prosi
gui\u243?: \u8212?Han matado a Luke Peslep en el excusado de la taberna Tinta y
Tintero. Ten\u237?a una pu\u241?alada en el vientre y otra en el cuello; el ases
ino se ha esfumado. \u8212?\u191?Robo? \u8212?pregunt\u243? Cranston. \u8212?No
le han quitado nada, salvo la vida, aunque hemos encontrado esto. Havant entreg\
u243? al forense un trozo de pergamino, y Cranston se lo pas\u243? a Athelstan.
\u8212?Esta ma\u241?ana no tengo la vista muy bien. \u8212?Era la explicaci\u243
?n que sol\u237?a dar Cranston cuando hab\u237?a bebido demasiado. Athelstan ley
\u243? el texto a la luz de una l\u225?mpara de aceite. \u8212?Dos acertijos \u8
212?dijo lentamente\u8212?. El primero reza: \u171?Hubo un rey que luch\u243? co
ntra un ej\u233?rcito. Consigui\u243? derrotarlo, pero al final vencedor y venci
do acabaron en el mismo sitio\u187?. \u8212?\u191?Qu\u233? demonios significa es
o? \u8212?pregunt\u243? Cranston. \u8212?Eso s\u243?lo Dios lo sabe \u8212?repus
o Athelstan\u8212?. Y el segundo reza: \u171?La primera es el origen del viaje h
acia el infierno\u187?. \u191?Lo llevaba Peslep encima? \u8212?pregunt\u243?. \u
8212?No \u8212?contest\u243? Havant\u8212?, el asesino debi\u243? de dejarlo sob
re el cad\u225?ver. Cranston y Athelstan le dieron las gracias al Pescador de Ho
mbres y salieron con Havant a la calle. Las campanas de la ciudad repicaban llam
ando a las oraciones del mediod\u237?a. Los comerciantes y sus clientes ignoraba
n esa invitaci\u243?n, pero se hab\u237?an tomado un descanso para comer y beber
, as\u237? que las calles no estaban tan abarrotadas, y ahora resultaba m\u225?s
f\u225?cil moverse por ellas. Con todo, cuando llegaron a la taberna Unta y Tin
tero, Athelstan estaba cansado. Havant caminaba a grandes zancadas, como un giga
nte, y sir John, que no se dejaba impresionar, se esforzaba por demostrar que er
a un caballero poderoso, capaz de competir con los mejores y m\u225?s j\u243?ven
es. Frente a la taberna Tinta y Tintero se hab\u237?a formado un corro de curios
os, vigilado por los arqueros de la Torre, que llevaban el blas\u243?n de Juan d
e Gante. Havant se abri\u243? paso entre la multitud all\u237? reunida, habl\u24
3? con el capit\u225?n de los arqueros y entr\u243? en la taberna seguido de Cra
nston y Athelstan. En el sucio patio encontraron a un arquero mordisqueando un h
ueso de pollo mientras piropeaba a Meg, la criada, que les indic\u243? el lugar
con el pulgar. \u8212?Est\u225? ah\u237? dentro \u8212?grit\u243?\u8212?. El cap
it\u225?n le ha subido las calzas y lo ha adecentado un poco; dice que a ning\u2
50?n hombre deber\u237?an encontrarlo as\u237?. Athelstan abri\u243? la puerta d
el excusado. Peslep estaba sentado en el banco de la letrina, y ten\u237?a el ju
b\u243?n manchado de sangre. El fraile vio las dos heridas, una en el cuello y l
a otra en el vientre. \u8212?Sacadlo de ah\u237? \u8212?susurr\u243?. Cranston g
rit\u243? una orden. El arquero, con la ayuda de Athelstan, sac\u243? el cad\u22
5?ver del excusado y lo dej\u243? sobre los adoquines del patio. Athelstan le di
o la absoluci\u243?n y examin\u243? las dos heridas, cogi\u243? la bolsa del dif
unto y vaci\u243? su contenido en la palma de su mano. No hab\u237?a m\u225?s qu
e unas pocas monedas, una piedra p\u243?mez y una medallita de san Crist\u243?ba
l. Athelstan recit\u243? un breve r\u233?quiem, bendijo el cad\u225?ver y se pus

o en pie. El tabernero, fingiendo una gran pena, sali\u243? al patio frot\u225?n


dose las manos y elev\u243? la vista hacia el cielo. \u8212?\u161?Que Dios se ap
iade de nosotros! \u8212?se lament\u243?\u8212?. \u161?Que Dios se apiade de tod
os nosotros! \u8212?\u161?Callaos ya! \u8212?gru\u241?\u243? Cranston\u8212?. No
os preocup\u233?is, maese tabernero: sacaremos el cad\u225?ver de aqu\u237?. De
ntro de muy poco estar\u233?is de nuevo contando monedas. Explicadme qu\u233? ha
pasado. \u8212?He enviado un mensajero a la Torre \u8212?balbuce\u243? el taber
nero\u8212?, porque \u233?se es Luke Peslep, escribano de la Canciller\u237?a de
la Cera Verde. \u8212?No enviasteis al chico a la Torre \u8212?se burl\u243? Me
g. \u8212?A ver si os fij\u225?is en lo que dec\u237?s, por el amor de Dios \u82
12?terci\u243? Havant\u8212?. Enviasteis al chico a la Canciller\u237?a de Fleet
Street: yo estaba all\u237? cuando lleg\u243? con vuestro mensaje. El tabernero
agit\u243? los dedos; luego sac\u243? un trapo sucio de su grasiento delantal y
se sec\u243? la cara. \u8212?\u161?Se\u241?or, ten piedad! \u161?Ten piedad de
nosotros! \u161?Ten\u233?is raz\u243?n! \u161?Ten\u233?is raz\u243?n! Es que pen
saba que hab\u237?an desembarcado los malditos franceses, y que hab\u237?a que i
r a la Torre. Cranston sujet\u243? al tabernero por el hombro y dijo: \u8212?Ami
go m\u237?o, acaban de asesinar a un funcionario de la Corona y vos no hac\u233?
is otra cosa que gimotear como un chiquillo. \u8212?Yo no he visto nada \u8212?a
leg\u243? el tabernero. \u8212?Estaba demasiado ocupado vigilando a los clientes
\u8212?intervino Meg. Athelstan llam\u243? a la muchacha y desliz\u243? un peni
que en su huesuda mano. \u8212?\u191?Y vos? \u191?Qu\u233? hab\u233?is visto, mu
chacha? \u8212?pregunt\u243?. La joven se sec\u243? la nariz con el dorso de la
mano y respondi\u243?: \u8212?Peslep ha venido a desayunar, como de costumbre; m
e ha tocado los pechos, como de costumbre, y se ha sentado a comer como un pr\u2
37?ncipe. Despu\u233?s ha ido a los retretes, como siempre, a hacer sus necesida
des. \u8212?\u191?Algo m\u225?s? \u8212?No s\u233? nada m\u225?s; no he visto sa
lir a nadie detr\u225?s de \u233?l. Sim\u243?n, el ferretero, ha salido al patio
porque ten\u237?a la vejiga rebosante de cerveza, luego le hemos o\u237?do grit
ar y el resto ya lo sab\u233?is. \u8212?\u191?Hab\u233?is visto a alguien en la
taberna esta ma\u241?ana que os haya llamado la atenci\u243?n? \u191?Alg\u250?n
forastero, quiz\u225?? La joven cerr\u243? los ojos y frunci\u243? los labios y
el entrecejo. \u8212?Han entrado unos mendigos \u8212?contest\u243?\u8212?. Ah,
s\u237?, y tambi\u233?n un joven muy apuesto. \u8212?Abri\u243? un ojo y se\u241
?al\u243? a Havant\u8212?. Vest\u237?a como vos, con ropa buena; llevaba un tala
barte y botas altas de montar, con espuelas. Havant esboz\u243? una sonrisa y pr
egunt\u243?: \u8212?Pero no era yo, \u191?verdad? \u8212?Oh, no, se\u241?or \u82
12?contest\u243? la muchacha t\u237?midamente\u8212?. Vos sois mucho m\u225?s at
ractivo que \u233?l. \u8212?Entonces, \u191?le visteis la cara? \u8212?pregunt\u
243? Athelstan. \u8212?Me fij\u233? en que iba reci\u233?n afeitado \u8212?respo
ndi\u243? Meg\u8212?. Pero no, padre, en realidad no le prest\u233? mucha atenci
\u243?n; ten\u237?a demasiado trabajo. Cranston, que estaba de pie, balance\u225
?ndose, con los ojos entrecerrados, chasc\u243? la lengua y dijo: \u8212?Maese t
abernero, haced que se lleven el cad\u225?ver de aqu\u237?. \u8212?Sac\u243? una
s monedas de la bolsa de Peslep, que Athelstan le hab\u237?a dado. \u8212?\u191?
Adonde hay que llevarlo? \u8212?A la iglesia de vuestra parroquia \u8212?contest
\u243? Cranston, sujetando al tabernero por la mu\u241?eca y apret\u225?ndosela
con fuerza\u8212?. Decidle al p\u225?rroco que se lo env\u237?a sir John Cransto
n para que lo entierre. El tabernero se alej\u243? a grandes zancadas, y Meg lo
sigui\u243?. \u8212?\u191?Qu\u233? hac\u237?ais vos en la Canciller\u237?a? \u82
12?le pregunt\u243? Cranston a Havant. Havant se encogi\u243? de hombros. \u8212
?Obedec\u237?a las \u243?rdenes del regente, sir John. Ten\u237?a que ir a infor
mar del hallazgo del cad\u225?ver de Chapler. \u8212?Estaban muy tristes y aflig
idos, y entonces lleg\u243? el chico de la taberna. \u8212?Havant mir\u243? al c
ielo y a\u241?adi\u243?\u8212?: Tengo que irme, sir John\u8212?. Mir\u243? a Ath
elstan, le sonri\u243?, dio media vuelta y entr\u243? en la taberna. Cranston se
sent\u243? en un taburete de madera y se qued\u243? contemplando el cad\u225?ve
r mientras Athelstan examinaba el patio. \u8212?No encontrar\u233?is nada \u8212
?se lament\u243? el forense\u8212?. Ese se ha escabullido como un fantasma. Athe
lstan fue hasta la parte trasera de los excusados y abri\u243? una portezuela qu

e conduc\u237?a a un callej\u243?n. Mir\u243? a uno y otro lado; en un extremo u


nos ni\u241?os jugaban con un sapo, bajo la atenta mirada de un gato escu\u225?l
ido; en el otro, entre dos casas, hab\u237?a un espacio por el que se acced\u237
?a a otra calleja. Athelstan cerr\u243? la portezuela, regres\u243? al patio y s
e sent\u243? junto a sir John. \u8212?Demasiados asesinatos \u8212?murmur\u243?
el forense. Se frot\u243? la cara y agreg\u243?\u8212?: Hermano Athelstan, neces
ito comer algo. \u8212?Le dio un codazo a su compa\u241?ero, que estaba absorto
en sus pensamientos\u8212?. \u191?En qu\u233? pens\u225?is, monje? \u8212?Estoy
perplejo, sir John, y no s\u243?lo por la muerte de Drayton. Adem\u225?s est\u22
5? Chapler, a quien han golpeado en la cabeza y arrojado al r\u237?o. Y ahora ap
u\u241?alan a Peslep en un excusado. \u8212?Y eso \u191?qu\u233? significa? \u82
12?pregunt\u243? Cranston. \u8212?A esos escribanos los ha matado alguien que co
noc\u237?a todos sus h\u225?bitos y costumbres. \u8212?Athelstan exhal\u243? un
suspiro y prosigui\u243?\u8212?: Seguro que Chapler ten\u237?a por costumbre rez
ar en la capilla de Santo Tom\u225?s Becket, y, como acaba de decirnos Meg, Pesl
ep sol\u237?a venir aqu\u237? cada ma\u241?ana a desayunar. \u8212?\u191?Y el as
esino? \u8212?Ese joven, es lo m\u225?s probable \u8212?respondi\u243? Athelstan
\u8212?. Ha venido aqu\u237? con su talabarte, ha esperado a que Peslep saliera
al patio y lo ha seguido. Debe de haber sido f\u225?cil: Peslep estar\u237?a sen
tado en el retrete, con las calzas alrededor de los tobillos; de repente la puer
ta se abre, el asesino le clava la espada en el vientre y luego en el cuello, y
desaparece por el callej\u243?n sin dejar rastro. Vamos, sir John \u8212?dijo At
helstan poni\u233?ndose en pie\u8212?. Ya comeremos m\u225?s tarde, ahora tenemo
s que ir a la Canciller\u237?a. \u8212?No \u8212?le contradijo sir John. \u8212?
\u161?Sir John! \u8212?Los asesinatos de los escribanos son importantes, hermano
, pero el regente no me dejar\u225? en paz. Quiero volver a casa de Drayton y re
gistrar a fondo esa contadur\u237?a. \u8212?Ahora estamos en la ciudad, sir John
\u8212?insisti\u243? Athelstan\u8212?. Chanchery Lane no queda lejos de aqu\u23
7?. El asesinato de Drayton es obra de una mente astuta, y su misterio no se red
uce a un pasadizo secreto. Adem\u225?s \u8212?a\u241?adi\u243? sacando el trozo
de pergamino de su bolsa\u8212?, \u191?por qu\u233? dejar\u237?a el asesino esto
s acertijos? \u191?Qu\u233? mensaje pretend\u237?a transmitir? Creo, sir John, q
ue a Peslep y a Chapler los mat\u243? alguien como ellos, otro escribano. As\u23
7? que levantaos, sir John; todav\u237?a es temprano para pensar en comer. Crans
ton cedi\u243? de mala gana, disimulando su decepci\u243?n por no poder comprars
e un jugoso pastel de carne en el Cordero de Dios. Salieron de la taberna Tinta
y Tintero despu\u233?s de que Cranston le diera \u243?rdenes al tabernero respec
to a lo que ten\u237?a que hacer con el cad\u225?ver de Peslep, y echaron a anda
r hacia el Cheapside, pasando por los Shambles, el ruidoso mercado de carne situ
ado frente a la c\u225?rcel de Newgate, hasta llegar a Holborn Street. All\u237?
tuvieron que pararse un rato, porque un grupo de c\u243?micos hab\u237?a atra\u
237?do a una multitud de curiosos desocupados. Unos cuantos transe\u250?ntes que
no ten\u237?an prisa se hab\u237?an reunido en un descampado cercano para obser
var a los artistas y juglares, que hac\u237?an acrobacias, sacaban fuego por la
boca y danzaban sobre cuerdas. Tambi\u233?n merodeaban por all\u237? varias pros
titutas con vestidos de colores chillones; cuando reconocieron a sir John Cranst
on, se oyeron algunos silbidos, pero no se le acerc\u243? ning\u250?n granuja. F
inalmente sir John, gritando y agitando sus monumentales pu\u241?os, se abri\u24
3? paso entre el gent\u237?o. Pasaron por la posada Obispo de Ely y entraron en
el barrio de los abogados, abarrotado de hombres con indumentaria sobria, con ca
sacas bordeadas de piel, escribientes y secretarios ataviados con prendas de col
or marr\u243?n y verde. Torcieron por Chancery Lane, y Cranston se detuvo ante u
na gran casa de cuatro plantas. Las ventanas estaban cubiertas de polvo, y el ye
so y el entramado de madera de la fachada, descoloridos y resquebrajados. \u8212
?Est\u225? as\u237? desde que yo era ni\u241?o \u8212?observ\u243? Cranston mien
tras golpeaba la aldaba de hierro con forma de pluma. Se\u241?al\u243? a Athelst
an con el dedo \u237?ndice y a\u241?adi\u243?\u8212?: Esta casa encierra grandes
secretos. Estaba a punto de decir algo m\u225?s cuando la puerta se abri\u243?
de par en par. El hombre que los recibi\u243? vest\u237?a, pese al calor, una t\
u250?nica ribeteada de piel que le llegaba hasta los pies; en una mano llevaba u

n mon\u243?culo, en la otra, una pluma, y ten\u237?a los dedos manchados de tint


a. Era calvo, y el color gris\u225?ceo de su cutis hac\u237?a que sus ojos brill
antes y su nariz puntiaguda sobresalieran a\u250?n m\u225?s. Hizo una mueca de f
astidio con los p\u225?lidos labios y dijo: \u8212?\u191?Qu\u233? se os ofrece,
se\u241?ores? \u8212?Se rasc\u243? el delgado cuello. \u8212?Nos env\u237?a el r
ey \u8212?contest\u243? Cranston, y lo apart\u243? de un empuj\u243?n. \u8212?Lo
siento mucho, se\u241?or \u8212?dijo el individuo sujetando a Cranston por el b
razo. \u8212?\u191?Qui\u233?n sois? \u8212?bram\u243? el forense. \u8212?Tibauld
Lesures, el se\u241?or de los pergaminos. \u191?C\u243?mo os\u225?is...? Cranst
on lo cogi\u243? por la mano y dijo: \u8212?Pues yo soy sir John Cranston, foren
se de la ciudad, y he venido obedeciendo las \u243?rdenes expresas del regente.
Este monje es el hermano Athelstan, p\u225?rroco de San Erconwaldo y mi secretar
io personal. \u8212?Y \u191?por qu\u233? no hab\u233?is empezado por ah\u237?? \
u8212?protest\u243? Lesures estirando el largo y delgado cuello como un pollo en
ojado. Meti\u243? los dedos en el cintur\u243?n de batista y, sonriendo a Athels
tan, dijo\u8212?: \u191?Hab\u233?is venido por los asesinatos? \u8212?Chasc\u243
? la lengua y a\u241?adi\u243?\u8212?: Dos hombres j\u243?venes asesinados en la
flor de la vida. \u161?Vivimos tiempos violentos, hermano! Hay m\u225?s hijos d
e Ca\u237?n que de Abel. Est\u225? bien, pod\u233?is pasar. Los gui\u243? por un
oscuro pasillo donde hab\u237?a varias c\u225?maras en las que escribas y escri
bientes copiaban o preparaban borradores de documentos. \u8212?La Canciller\u237
?a de la Cera Verde \u8212?explic\u243? Lesures al llegar al pie de la escalera\
u8212? est\u225? en la primera galer\u237?a. En la segunda galer\u237?a est\u225
? la Canciller\u237?a de la Cera Roja, y en la... \u8212?Gracias \u8212?le ataj\
u243? Cranston\u8212?. Yo tambi\u233?n trabaj\u233? en la Canciller\u237?a, maes
e Tibault. \u8212?Ah, \u191?s\u237?? \u8212?dijo Lesures en un tono m\u225?s afa
ble. Lesures los acompa\u241?\u243? al primer piso, y los condujo hasta una gran
sala amueblada, m\u225?s c\u243?moda que las otras que hab\u237?an visto. Telas
de Damasco y tapices colgaban sobre el revestimiento de madera de las paredes,
junto a escudos con las armas de Inglaterra, Francia, Escocia y Castilla. El sue
lo era de madera; y all\u225? estaban situados varios escritorios altos, que aho
ra se encontraban vac\u237?os. Vieron a cuatro escribanos reunidos en un extremo
de la larga mesa colocada en el centro de la sala. Estaban agrupados alrededor
de una joven rubia que, sentada en una silla, se tapaba la cara con las manos. L
os j\u243?venes levantaron la cabeza cuando Cranston se les acerc\u243?. Rondaba
n todos la treintena, vest\u237?an jub\u243?n y calzas, y por debajo del cuello
del jub\u243?n sobresal\u237?a la gorguera blanca, impecable. Ten\u237?an un asp
ecto limpio y cuidado, y todos llevaban el anillo de la Canciller\u237?a en la m
ano izquierda. Athelstan record\u243? que la Canciller\u237?a siempre reclutaba
a los mejores alumnos de Oxford y Cambridge, j\u243?venes de buena familia. Otro
s acabar\u237?an entrando en la Iglesia, y otros, si obten\u237?an el favor real
, se convertir\u237?an en representantes de la Corona, funcionarios de los juzga
dos o comisionados. Lesures se los present\u243?: William Ollerton, un joven men
udo y enjuto, con una cicatriz que iba desde la nariz hasta la boca; llevaba el
cabello, casta\u241?o, cuidadosamente aceitado, y luc\u237?a un pendiente en una
oreja. Un aut\u233?ntico dandy, pens\u243? Athelstan. Robert Elflain era alto y
delgado como el asta de una lanza; la expresi\u243?n de su rostro denotaba arro
gancia y desd\u233?n. Thomas Napham tambi\u233?n era alto, de espaldas anchas y
mejillas regordetas; no iba tan bien peinado como los dem\u225?s, y parec\u237?a
nervioso y complaciente. Por \u250?ltimo estaba Andrew Alcest, que al parecer e
ra el l\u237?der del grupo: un joven \u225?gil, de cutis suave y grandes ojos. A
thelstan desconfi\u243? de \u233?l al instante: le pareci\u243? que aquel hombre
, pese a su aspecto inocente, era un conspirador nato. Lesures termin\u243? las
presentaciones. Los escribanos estrecharon la mano a sir John y a Athelstan y se
quedaron de pie. La mujer segu\u237?a en su silla, con la barbilla apoyada en u
na mano; mir\u243? a Cranston con ojos llorosos y esboz\u243? una sonrisa. A Ath
elstan le impresion\u243? la belleza de su rostro: grandes ojos grises, labios c
arnosos y una linda expresi\u243?n, pese a que todav\u237?a le corr\u237?an l\u2
25?grimas por las mejillas. La joven parec\u237?a cansada. Por debajo del gri\u2
41?\u243?n de sarga asomaban unos mechones de cabello rojizo. Athelstan se fij\u

243? en que la capa gris de la joven, que estaba colgada en la silla, ten\u237?a
manchas de barro, y vio que el corpi\u241?o y el vestido, cerrado hasta el cuel
lo, estaban arrugados, como si acabara de llegar de un largo viaje. La joven lle
vaba un anillo, pero ninguna otra joya aparte de una cruz de plata colgada del c
uello. El fraile qued\u243? fascinado por sus dedos, largos y muy delgados; se f
ij\u243? en las mellas que ten\u237?a alrededor de las u\u241?as y se pregunt\u2
43? si aquella mujer habr\u237?a trabajado de bordadora o de modista. Cranston s
egu\u237?a observ\u225?ndola, admirado, hasta tal punto que la joven, desconcert
ada, pesta\u241?e\u243? y se volvi\u243? hacia Athelstan, como pidi\u233?ndole a
yuda. \u8212?Es sir John Cranston, se\u241?ora \u8212?explic\u243? Athelstan\u82
12?, forense de la ciudad, y hemos venido a investigar los asesinatos de Luke Pe
slep y Edwin Chapler. \u8212?\u161?Estupendo! \u8212?exclam\u243? la mujer, y la
expresi\u243?n de su rostro se endureci\u243?. Se levant\u243?, le cogi\u243? l
a mano a Cranston y, antes de que \u233?l pudiera impedirlo, se la bes\u243?\u82
12?. Soy Alison Chapler, la hermana de Edwin. Acabo de enterarme de su muerte, s
ir John. Exijo venganza, y que se haga justicia con el asesino de mi hermano. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\par\pard\hyphpar }{\page } {\s1 \afs32
{\b
{\ql
Cap\u237?tulo III
{\line }
\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Sir John solt\u243? la mano de la joven. \u8212?Senta
os, se\u241?ora \u8212?dijo con voz queda, y se retir\u243? de su lado. Athelsta
n cerr\u243? los ojos al o\u237?r las risitas disimuladas de los escribanos. Cra
nston, que estaba bajo los efectos del vino, los mir\u243? con benevolencia. \u8
212?Sentaos a la mesa, caballeros \u8212?dijo. Se sent\u243? a la cabecera y cha
sc\u243? los dedos indicando a Athelstan que se sentara a su lado\u8212?. Y ahor
a... \u8212?empez\u243? Cranston cuando los escribanos se hubieron sentado\u8212
?. Qu\u233? desastre, dos funcionarios de la Corona asesinados. \u8212?Sacudi\u2
43? el dedo \u237?ndice y a\u241?adi\u243?\u8212?: Ya sab\u233?is lo que van a d
ecir, \u191?no? \u8212?\u191?Acaso sois profeta adem\u225?s de forense? \u8212?l
e pregunt\u243? Elflain, sonriendo a sus compa\u241?eros. \u8212?No, se\u241?or,
s\u243?lo soy un humilde servidor del rey \u8212?respondi\u243? Cranston, y la
fatiga desapareci\u243? por completo de su rostro y de su voz\u8212?. El asesina
to de un funcionario de la Corona se considera traici\u243?n; y la ley dice que
a los traidores se les castiga colg\u225?ndolos, sac\u225?ndoles las entra\u241?
as y descuartiz\u225?ndolos. Los escribanos adoptaron una expresi\u243?n m\u225?
s atenta. \u8212?Bien \u8212?prosigui\u243? Cranston\u8212?. Ahora que me escuch
\u225?is, podemos empezar. \u191?Viv\u237?s en Londres, se\u241?ora Alison? \u82
12?No, sir John; he llegado esta ma\u241?ana de Epping, un pueblo de la antigua
carretera romana de Essex. \u8212?Lo conozco \u8212?respondi\u243? Cranston\u821
2?. Se\u241?ora Alison, os ruego que me perdon\u233?is, pero he ordenado que lle
ven el cad\u225?ver de vuestro hermano a San Erconwaldo. El hermano Athelstan ha
accedido a enterrarlo en el cementerio de su iglesia. Alison sonri\u243? a Athe
lstan, y al fraile le dio un vuelco el coraz\u243?n. Hac\u237?a mucho tiempo que
ninguna joven hermosa le sonre\u237?a de aquel modo. Se ruboriz\u243? y baj\u24
3? la cabeza. \u8212?\u191?Quer\u233?is recuperarlo, se\u241?ora? \u8212?pregunt
\u243? Cranston; mir\u243? de reojo a Athelstan, deleit\u225?ndose con el bochor
no de su secretario. \u8212?No, sir John. Hermano Athelstan, sois muy amable. Sa
n Erconwaldo est\u225? en Southwark, \u191?verdad? \u8212?As\u237? es, se\u241?o
ra \u8212?afirm\u243? Athelstan sin apenas levantar la cabeza. \u8212?Os lo agra
dezco de todo coraz\u243?n, hermano. \u8212?\u191?A qu\u233? hab\u233?is venido
a Londres? \u8212?pregunt\u243? Cranston. \u8212?Vine a ver a mi hermano \u8212?
contest\u243? Alison\u8212?. Hace diez d\u237?as, un oficial me entreg\u243? una
carta; era una nota breve en la que Edwin me anunciaba que no se encontraba bie
n. Enseguida comprend\u237? que hab\u237?a algo que le preocupaba. Aqu\u237? la
tengo. Cogi\u243? la gastada alforja de cuero que hab\u237?a dejado en el suelo,
la abri\u243? y rebusc\u243? en su interior. Le pas\u243? la carta a Athelstan,
que la cogi\u243? y la desdobl\u243?. \u171?De Edwin Chapler a su dulce y amada

hermana Alison\u187?, ley\u243? el fraile. En la carta, Chapler explicaba a su


hermana que no se encontraba bien, y que ten\u237?a ciertos problemas; dec\u237?
a que si pudiera ir\u237?a a visitarla, pero ya que no era as\u237?, le propon\u
237?a que fuera ella la que se desplazara. Athelstan vio que la carta ten\u237?a
fecha de diez d\u237?as atr\u225?s, sonri\u243? y le devolvi\u243? la carta a A
lison. \u8212?He llegado esta ma\u241?ana \u8212?continu\u243? Alison\u8212?. Mi
hermano se alojaba en San Mart\u237?n, cerca de Aldersgate, en una sencilla buh
ardilla que da al alba\u241?al de la ciudad. Es un lugar repugnante, sobre todo
en verano. \u8212?Desde luego \u8212?coincidi\u243? Cranston\u8212?. As\u237? qu
e hab\u233?is llegado aqu\u237? y os hab\u233?is enterado de que han asesinado a
vuestro hermano. \u8212?As\u237? es \u8212?intervino Alcest\u8212?. Nosotros le
hemos explicado lo que nos ha contado Havant, se\u241?or: que hab\u237?an encon
trado el cad\u225?ver de su hermano en el T\u225?mesis. \u8212?Y ahora resulta q
ue tambi\u233?n han asesinado al pobre Peslep \u8212?a\u241?adi\u243? Napham. \u
8212?Dos muertes \u8212?dijo Cranston\u8212?. Dos funcionarios de la Corona ases
inados en muy poco tiempo. \u8212?Tamborile\u243? con los dedos en la mesa\u8212
?. No es una casualidad, se\u241?ores: tenemos entendido que a Chapler lo mataro
n mientras rezaba en la capilla de Santo Tom\u225?s Becket, en el Puente de Lond
res, y que arrojaron su cad\u225?ver al T\u225?mesis. A Peslep lo apu\u241?alaro
n en la taberna Tinta y Tintero. Resumiendo, se\u241?ores: el asesino sab\u237?a
adonde ten\u237?a que ir. Nos han hablado de un joven forastero que entr\u243?
en la taberna Tinta y Tintero con capa, talabarte y botas con espuelas. \u191?Cu
\u225?ntos de vosotros encaj\u225?is con esa descripci\u243?n? Los escribanos se
miraron, sorprendidos. \u8212?El forense os ha formulado una pregunta \u8212?te
rci\u243? Athelstan\u8212?. \u191?Cu\u225?ntos de vosotros encaj\u225?is con esa
descripci\u243?n? \u191?Pod\u233?is contestar? Lentamente, los escribanos levan
taron la mano. \u8212?Pero en Londres hay infinidad de j\u243?venes de los que p
odr\u237?a decirse lo mismo \u8212?se quej\u243? Elflain. \u8212?Y \u191?cu\u225
?ntos de esos j\u243?venes \u8212?pregunt\u243? el fraile\u8212? sab\u237?an que
Chapler rezaba en Santo Tom\u225?s Becket, o que Peslep frecuentaba la taberna
Tinta y Tintero? \u8212?\u191?Insinu\u225?is que uno de nosotros es el asesino?
\u8212?pregunt\u243? Alcest, que hab\u237?a sido el primero en levantar la mano.
\u8212?As\u237? es, se\u241?or \u8212?contest\u243? Athelstan\u8212?. Y os rueg
o que no os sint\u225?is ofendidos ni intent\u233?is demostrar vuestra inocencia
. Estamos aqu\u237? por orden de su alteza el regente, Juan de Gante, duque de L
ancaster. \u8212?Le encant\u243? ver c\u243?mo la suficiencia y la arrogancia de
los j\u243?venes se desvanec\u237?an\u8212?. Ya s\u233? que podr\u237?a medir m
is palabras. En este momento, mis sospechas recaen sobre todos vosotros; ahora b
ien, si os gu\u237?a la honradez y respond\u233?is con sinceridad a nuestras pre
guntas, quiz\u225? mis sospechas recaigan en otro. \u8212?\u191?Qu\u233? pregunt
as? \u8212?pregunt\u243? Ollerton. Athelstan mir\u243? a Lesures, que se hab\u23
7?a quedado boquiabierto. El fraile ya hab\u237?a deducido que el se\u241?or de
los pergaminos, pese a su t\u237?tulo, no ejerc\u237?a ning\u250?n control sobre
aquellos j\u243?venes gallos de pelea. Aquellos escribanos ganaban mucho dinero
, y los apadrinaban personajes poderosos. \u8212?\u161?Preguntas! \u8212?bram\u2
43? Cranston\u8212?. \u161?Preguntas, se\u241?or! S\u237?, se\u241?ores; voy a f
ormularos unas cuantas preguntas. La primera es: \u191?d\u243?nde estabais esta
ma\u241?ana cuando asesinaron a Peslep? \u8212?Por el amor de Dios, sir John \u8
212?replic\u243? Alcest, dibujando una mueca de desd\u233?n\u8212?. Todos nosotr
os vivimos en diferentes partes de la ciudad. Llegamos aqu\u237? poco despu\u233
?s de los maitines. Unos vamos a misa, otros pasean por los campos de Clerkenwel
l. A Peslep le gustaba comer, beber y tocarle los pechos a una joven sirvienta.
\u8212?Y \u191?qu\u233? hac\u237?a Chapler? \u8212?pregunt\u243? Athelstan. \u82
12?Era un escribano muy consciente de sus deberes. \u8212?Ahora era Lesures quie
n hablaba, como si quisiera ensalzar las virtudes del difunto\u8212?. Siempre ib
a a misa en Santa Mar\u237?a le Bow y rezaba el \u225?ngelus a mediod\u237?a; er
a famoso por su generosidad con los mendigos del Cheapside. \u8212?Desde luego \
u8212?dijo Athelstan, imitando a Cranston\u8212?. Pero \u191?puede alguno de vos
otros explicar d\u243?nde estaba y qu\u233? hac\u237?a esta ma\u241?ana cuando m
ataron a Peslep? Los escribanos lo miraron y negaron con la cabeza. \u8212?\u191

?No ten\u233?is ning\u250?n testigo \u8212?continu\u243? Athelstan\u8212? que pu


eda confirmar qu\u233? hac\u237?ais a una hora determinada? \u8212?\u191?Hay alg
uien en Londres que los tenga? \u8212?dijo Napahm rasc\u225?ndose la cabeza\u821
2?. Hermano Athelstan, nosotros nos levantamos, nos aseamos, nos vestimos y real
izamos nuestras tareas diarias. No nos fijamos en lo que ocurre a cada minuto qu
e pasa. \u8212?Entonces, hablemos de lo que hicisteis hace tres noches... Athels
tan oy\u243? un ronquido y mir\u243? alrededor. Cranston se hab\u237?a recostado
en la silla y ten\u237?a los ojos cerrados. El forense eruct\u243? y el fraile,
avergonzado, mir\u243? a los dem\u225?s. La joven observaba, fascinada, a sir J
ohn. En otras circunstancias, los escribanos habr\u237?an tenido que taparse la
boca para disimular la risa; pero ahora estaban muy alerta. Quiz\u225? considera
ran que Cranston era un payaso y un borracho; pero aquel fraile mordaz, aunque d
e aspecto inocente, no les inspiraba demasiada confianza. \u171?Esto es una fars
a\u187?, pens\u243? Athelstan, quien ten\u237?a una intensa y agobiante sensaci\
u243?n de pecado, de arrogancia y de secretismo. Aquellos hombres escond\u237?an
algo; Athelstan estaba convencido de que el asesino se encontraba en aquella ha
bitaci\u243?n. \u8212?\u191?Duerme mucho sir John? \u8212?Alcest lade\u243? la c
abeza y mir\u243? a Athelstan con los ojos muy abiertos, como un ni\u241?o. Athe
lstan capt\u243? el tono de burla de aquel comentario. \u8212?Una vez vi un le\u
243?n en la Torre \u8212?contest\u243? Athelstan\u8212?. Sol\u237?a tumbarse a d
ormir en la arena, pero s\u243?lo un necio se habr\u237?a atrevido a despertarlo
. Vos no sois necio, \u191?verdad, maese Alcest? El escribano hizo una mueca y m
ir\u243? hacia otro lado. \u8212?Bien, volvamos a lo ocurrido hace tres noches,
la noche que mataron a Chapler \u8212?prosigui\u243? Athelstan. Mir\u243? a Alce
st y vio que el escribano no ten\u237?a ninguna prisa por contestar aquella preg
unta. \u8212?\u191?Hace tres noches? \u8212?dijo Alcest con descaro\u8212?. \u19
1?A qu\u233? hora, hermano? \u8212?\u191?A qu\u233? hora termin\u225?is aqu\u237
?? \u8212?En verano, tan pronto como oscurece. Pero ese d\u237?a era diferente:
era la festividad de San Edmundo, nuestro patr\u243?n, y nos marchamos poco ante
s de v\u237?speras. \u8212?Y \u191?sali\u243? Chapler con vosotros? \u8212?No, n
o. \u201?l se march\u243? por su cuenta, como siempre. \u8212?\u191?Y vosotros?
\u8212?Pregunt\u225?dselo al due\u241?o del Cerdo Danzar\u237?n. Estuvimos en es
a taberna hasta m\u225?s all\u225? del amanecer; alquilamos una habitaci\u243?n
para celebrar una fiesta y ciertas damas de la ciudad nos honraron con su compa\
u241?\u237?a. \u8212?Y \u191?ninguno de vosotros sali\u243? de la taberna? \u821
2?\u161?No! \u8212?respondi\u243? Ollerton, rasc\u225?ndose la cicatriz de la ca
ra\u8212?. Ninguno de nosotros sali\u243? de all\u237?, y cada uno puede ser fia
dor de los dem\u225?s. Adem\u225?s, el tabernero del Cerdo Danzar\u237?n os dir\
u225? que no ten\u237?amos motivo para marcharnos. \u8212?\u191?Pasasteis toda l
a noche en la taberna? \u8212?Desde antes del anochecer hasta poco despu\u233?s
del amanecer. \u8212?\u161?Ay, mis ni\u241?itos! \u161?Qu\u233? lindos son! \u82
12?murmur\u243? Cranston\u8212?. \u161?Una copa de vino! Los escribanos rieron p
or lo bajo, y Athelstan se ruboriz\u243? de verg\u252?enza. \u8212?Hubo un rey q
ue luch\u243? contra un ej\u233?rcito \u8212?se apresur\u243? a decir el fraile\
u8212?. Consigui\u243? derrotarlo, pero al final, vencedor y vencido acabaron en
el mismo sitio. Las risitas se interrumpieron. \u8212?\u191?Qu\u233? significa
{\i
eso?} \u8212?pregunt\u243? Alcest. \u8212?La primera \u8212?a\u241?adi\u243? Ath
elstan, recordando el segundo acertijo\u8212? es el origen del viaje hacia el in
fierno. \u8212?\u191?Ahora os da por hablar en clave, padre? \u8212?El hermano A
thelstan \u8212?Cranston abri\u243? los ojos y se inclin\u243? hacia delante, fr
ot\u225?ndose la cara\u8212? est\u225? citando la nota que hemos encontrado esta
ma\u241?ana junto al cad\u225?ver de vuestro amigo Peslep. Se trata de dos acer
tijos, se\u241?ores. \u191?Pod\u233?is decirme qu\u233? significan? Cranston se
desperez\u243? y se pas\u243? la lengua por los labios; le habr\u237?a gustado d
ar un sorbo de su odre milagroso, pero Athelstan le dio una patada en la espinil
la por debajo de la mesa. \u8212?\u161?Una adivinanza! \u8212?exclam\u243? Lesur
es. Ech\u243? un vistazo a la mesa, deseoso de participar en aquella misteriosa
conversaci\u243?n\u8212?. Vosotros os pon\u233?is acertijos continuamente, se\u2
41?ores. \u8212?\u191?Es eso cierto? \u8212?pregunt\u243? Athelstan. \u8212?S\u2

37?, es cierto \u8212?contest\u243? Alcest\u8212?. Sir John, vos tambi\u233?n ha


b\u233?is sido escribano. Y vos, hermano Athelstan, hab\u233?is realizado estudi
os, \u191?no es as\u237?? \u8212?Alcest extendi\u243? las manos, y a\u241?adi\u2
43?\u8212?: A veces la vida resulta aburrida, incluso cuando uno es escribano de
la Canciller\u237?a de la Cera Verde. Pues bien, s\u237?, nosotros hemos acabad
o dominando el arte de los acertijos. Nos ponemos acertijos unos a otros y, al f
inalizar la semana, el que ha resuelto m\u225?s tiene la cena pagada. \u8212?Ofr
ecedme un ejemplo \u8212?dijo Athelstan. Alcest se rasc\u243? la barbilla y dijo
: \u8212?Decidme, hermano, \u191?en qu\u233? lugar el cielo no tiene m\u225?s de
tres metros de ancho? Athelstan mir\u243? a sir John, que hizo una mueca. \u821
2?Pensad, hermano \u8212?a\u241?adi\u243? Alcest, confiado\u8212?. \u191?En qu\u
233? lugar el cielo no mide m\u225?s de tres metros? Athelstan cerr\u243? los oj
os. Record\u243? la noche pasada: hab\u237?a estado en lo alto de, la torre de S
an Erconwaldo, contemplando el firmamento. A veces lo miraba tanto rato que ten\
u237?a la impresi\u243?n de que el cielo iba a bajar y lo iba a envolver, y que
las estrellas, danzando a su alrededor, esperaban a que las arrancara con la man
o. Entonces pens\u243? en la escalera que conduc\u237?a a la torre, tortuosa y e
strecha; a veces Athelstan dejaba la trampilla abierta... Athelstan abri\u243? l
os ojos. \u8212?\u191?En qu\u233? lugar el cielo no tiene m\u225?s de tres metro
s de ancho? \u8212?repiti\u243?. Alcest asinti\u243? con la cabeza. \u8212?En el
fondo de un pozo \u8212?respondi\u243? el fraile. Alcest aplaudi\u243? y dijo:
\u8212?Muy bien, hermano. \u8212?He resuelto el enigma \u8212?dijo Athelstan. \u
8212?Repetid el vuestro \u8212?le pidi\u243? Elflain. Athelstan lo repiti\u243?;
los escribanos estuvieron un rato murmurando y susurrando, sin prestar atenci\u
243?n a la joven, que permanec\u237?a sentada a la cabecera de la mesa. \u8212?S
on nuevos \u8212?declar\u243? Napham\u8212?. Hermano Athelstan, tendr\u233?is qu
e darnos tiempo. \u8212?Lo tendr\u233?is \u8212?terci\u243? Cranston\u8212?. Per
o antes decidme, se\u241?ores, \u191?conoc\u233?is a alguien que, por alg\u250?n
motivo, quisiera ver muertos a Chapler y a Peslep? Todos contestaron negativame
nte. \u8212?\u191?Est\u225?is seguros? \u8212?insisti\u243? el forense. \u8212?S
omos escribanos, sir John \u8212?repuso Elflain\u8212?. Procedemos de diferentes
regiones del pa\u237?s. Aqu\u237? no tenemos familia; los compa\u241?eros que t
enemos en la Canciller\u237?a son nuestra familia. Si a alguno de nosotros lo am
enazara alg\u250?n peligro, el resto lo sabr\u237?a. Cranston silb\u243? y, poni
\u233?ndose en pie, dijo: \u8212?En ese caso, se\u241?ores, no pod\u233?is salir
de Londres. \u8212?Aqu\u237? hay mucho trabajo \u8212?declar\u243? Lesures remi
lgadamente\u8212?. De todos modos, nadie podr\u237?a marcharse. Athelstan ech\u2
43? un vistazo a la Canciller\u237?a: todos los escritorios estaban cubiertos de
hojas de pergamino. En un rinc\u243?n hab\u237?a siete copas de cer\u225?mica r
ojas, con una letra cada una. Alcest se percat\u243? de que Athelstan se hab\u23
7?a fijado en ellas. \u8212?\u201?sas son nuestras copas, hermano. \u8212?Su sem
blante se entristeci\u243?\u8212?. Siete, incluyendo la de maese Tibault. Ahora
que Peslep y Chapler han muerto, esta noche beberemos por sus almas. \u8212?Es n
uestra costumbre \u8212?intervino Lesures\u8212?. Despu\u233?s de trabajar todo
el d\u237?a, siempre acabamos la jornada con una copa de malvas\u237?a. Esta noc
he brindaremos por nuestros malogrados amigos. \u8212?\u191?Qu\u233? es lo que h
ac\u233?is aqu\u237?? \u8212?pregunt\u243? Athelstan poni\u233?ndose en pie, con
la bolsa donde guardaba sus utensilios de escritura entre las manos. \u8212?Est
o es la Canciller\u237?a de la Cera Verde \u8212?dijo Lesures en {\i
voz} baja, con tono reverente. \u8212?S\u237?, eso ya lo s\u233?. \u8212?Si algu
ien quiere renovar un fuero \u8212?explic\u243? Cranston\u8212?, obtener una lic
encia para viajar al extranjero, pedir autorizaci\u243?n para entrar en la propi
edad de su padre o conseguir un mandato contra un enemigo, lo solicita al cancil
ler. El canciller y sus escribanos aprueban o rechazan la solicitud; si la aprue
ban, redactan y sellan el mandato, el fuero o el documento que sea. \u8212?Y eso
\u191?lo hac\u233?is, en esta sala? \u8212?pregunt\u243? el fraile. \u8212?S\u2
37? \u8212?respondi\u243? Napham\u8212?. Y por cierto, hermano \u8212?agreg\u243
? se\u241?alando la vela que marcaba la hora, clavada en un gran pincho de hierr
o, cerca de la puerta\u8212?, tenemos trabajo. \u8212?\u191?D\u243?nde viv\u237?
a Peslep? \u8212?pregunt\u243? Athelstan, ignorando las insinuaciones del escrib

ano. \u8212?En Little Britain, cerca del priorato de San Bartolom\u233? \u8212?r
espondi\u243? Alcest. \u8212?\u191?Y Edwin Chapler? \u8212?Cerca del alba\u241?a
l de la ciudad. \u8212?Creo que visitaremos sus aposentos \u8212?coment\u243? At
helstan. Ech\u243? un r\u225?pido vistazo y alcanz\u243? a ver un leve gesto de
fastidio en el rostro de Ollerton; tambi\u233?n se fij\u243? en que Elflain, ner
vioso, se pasaba la lengua por los labios. \u8212?\u191?Seguro que pod\u233?is h
acerlo? \u8212?pregunt\u243? Alcest. \u8212?Soy el forense del rey \u8212?respon
di\u243? Cranston, tambale\u225?ndose levemente\u8212?, y s\u233? perfectamente
lo que puedo hacer, se\u241?or, y lo que no puedo hacer; visitar\u233? sus apose
ntos. \u8212?Tamborile\u243? con los dedos en la mesa y a\u241?adi\u243?\u8212?:
No lo olvid\u233?is, se\u241?ores: sois escribanos de la Cera Verde, un cargo i
mportante. S\u243?lo Dios sabe por qu\u233? han matado a vuestros compa\u241?ero
s, pero a su alteza el regente le interesa much\u237?simo averiguarlo. \u8212?Sa
cudi\u243? el dedo \u237?ndice, apuntando a los escribanos, y agreg\u243?\u8212?
: Todo predicador termina con un buen texto, y eso mismo voy a hacer yo. Han mue
rto dos de vuestros colegas. Quiz\u225? todo acabe ah\u237?, pero sospecho que a
l asesino podr\u237?a interesarle que muriera alguien m\u225?s, o incluso todos
vosotros, de modo que os ruego que se\u225?is prudentes. \u8212?Mir\u243? alrede
dor y se alegr\u243? de comprobar que aquellos j\u243?venes arrogantes hab\u237?
an perdido parte de su petulancia\u8212?. Tambi\u233?n os ruego que pens\u233?is
, que reflexion\u233?is. \u191?Ten\u233?is alg\u250?n enemigo? \u191?Han ofendid
o a alguien los escribanos de esta Canciller\u237?a? \u191?Qui\u233?n podr\u237?
a estar resentido con vosotros? Hermano Athelstan, no perdamos m\u225?s tiempo.
\u8212?\u191?Puedo acompa\u241?aros? \u8212?Alison cogi\u243? su capa y se la ec
h\u243? sobre los hombros\u8212?. He alquilado una habitaci\u243?n en el La\u250
?d de Plata, en la esquina de Milk Street. \u8212?Por supuesto \u8212?respondi\u
243? Athelstan\u8212?. Ser\u225? un honor, se\u241?ora. \u191?D\u243?nde est\u22
5? vuestro equipaje? \u8212?En la posada \u8212?contest\u243? Alison. La joven c
ogi\u243? las alforjas de cuero, pero Cranston, galante, se las quit\u243? de la
s manos. Se despidieron y salieron de la Canciller\u237?a. Una vez fuera, en la
calle, Athelstan se detuvo. \u8212?\u191?So\u241?\u225?is despierto, monje? \u82
12?No, sir John\u8212? Athelstan mir\u243? a Alison y sonri\u243?\u8212?; s\u243
?lo estaba pensando. Esos j\u243?venes no me han gustado nada. \u8212?Se frot\u2
43? las manos y a\u241?adi\u243?\u8212?: No sabr\u237?a deciros por qu\u233?, pe
ro no me han gustado. \u8212?\u191?A qu\u233? os refer\u237?s, hermano? \u8212?p
regunt\u243? Alison. Cranston le puso una mano en el hombro a Athelstan y dijo:
\u8212?Este fraile es astuto como un zorro, se\u241?ora: siempre anda buscando l
a soluci\u243?n a alg\u250?n misterio, menos cuando se dedica a escuchar a esos
angustiados feligreses suyos, o a contemplar las estrellas desde lo alto de su t
orre. \u8212?\u191?Estudi\u225?is los astros, padre? Athelstan mir\u243? el dulc
e rostro de la joven, y respondi\u243?: \u8212?Pues s\u237?, y si lo dese\u225?i
s, por el camino puedo hablaros de un libro que estoy leyendo, escrito por un mo
nje llamado Richard de Wallingford. Era abad de San Albans... Athelstan sigui\u2
43? hablando, contento de tener a alguien que demostrara tanto inter\u233?s por
las obras de astrolog\u237?a y astronom\u237?a. Cranston, un tanto malhumorado,
los segu\u237?a a corta distancia, y de vez en cuando murmuraba algo sobre los m
alditos monjes y sus estrellas, o beb\u237?a un sorbo de su odre milagroso. Sigu
ieron andando por Holborn. Las calles ya no estaban tan concurridas; s\u243?lo h
ab\u237?a alg\u250?n carro solitario que hab\u237?a llegado tarde al mercado, o
los cl\u225?sicos viajeros, oficiales y vendedores ambulantes que llegaban ahora
a la ciudad. Athelstan comprob\u243? que Alison era una interlocutora atenta, m
uy interesada en la astrolog\u237?a y la astronom\u237?a, y sobre todo en el efe
cto que ejerc\u237?a Saturno sobre los seres humanos. Athelstan s\u243?lo se det
uvo en una ocasi\u243?n, al pasar por Cock Lane, donde sol\u237?an reunirse las
prostitutas. Generalmente, la entrada del callej\u243?n estaba abarrotada de bus
conas con espectaculares pelucas y estrafalarios vestidos, en busca de clientes.
Cuando ve\u237?an a sir John, se pon\u237?an a silbar y a hacer morbosas descri
pciones de lo que les gustar\u237?a hacerle. Sin embargo, aquella ma\u241?ana la
calle estaba tranquila, y no hab\u237?a por all\u237? ni una sola ramera. Dos e
normes troncos cerraban la entrada del callej\u243?n, vigilada por una hilera de

arqueros. Iban todos vestidos de negro y encapuchados, y armados con espada y d


aga, y llevaban el carcaj en la espalda; ten\u237?an los arcos preparados en la
mano, con una flecha tensada. Sobre la barrera de troncos alguien hab\u237?a col
ocado un trozo de tela blanca con una gran cruz roja y las palabras: JESU MISERE
RE. \u8212?\u161?Que Dios se apiade de nosotros! \u8212?susurr\u243? Cranston\u8
212?. \u161?Ha llegado la peste! Athelstan not\u243? que se le erizaba el vello
de la nuca; hab\u237?a vuelto una de las grandes pesadillas de Londres. De vez e
n cuando, con relativa frecuencia, la mortal enfermedad se filtraba en su interi
or. A veces afectaba a toda la ciudad; otras, en cambio, como entonces, s\u243?l
o entraba en un callej\u243?n, una calle o un barrio. Cuando eso ocurr\u237?a, t
odos los habitantes eran encerrados en sus casas, y mor\u237?an juntos en sus ca
mas. Los ni\u241?os lloraban junto a los cad\u225?veres de sus padres; los sacer
dotes se negaban a administrar los sacramentos, los m\u233?dicos se negaban a vi
sitar a los enfermos; hasta los enterradores se negaban a tocar a los muertos. \
u8212?\u161?Virgen de la Peste! \u8212?susurr\u243? Alison. \u8212?\u191?C\u243?
mo dec\u237?s? \u8212?pregunt\u243? Cranston, contemplando la barrera. \u8212?Es
una leyenda de Norfolk \u8212?explic\u243? la mujer\u8212?. La Virgen de la Pes
te es un espectro que vuela por el aire, con forma de llama azulada, y se detien
e donde se le antoja. Despu\u233?s adopta forma humana y va de casa en casa ungi
endo puertas y ventanas con su febril veneno. A veces hasta pod\u233?is ver su p
a\u241?uelo rojo, agitado por el viento. El que la ve o la toca, muere ese mismo
d\u237?a. \u8212?\u191?Qu\u233? opina vuestro Richard de Wallingford de eso? \u
8212?pregunt\u243? Cranston con sorna. \u8212?Algo parecido \u8212?respondi\u243
? Athelstan. El monje se acerc\u243? a la barrera, y uno de los arqueros levant\
u243? su arco. Athelstan alz\u243? una mano y retrocedi\u243?; exhal\u243? un su
spiro y sigui\u243? su camino. \u8212?Richard de Wallingford dice algo parecido
\u8212?repiti\u243?\u8212?; habla de unos perros negros que rondan por la noche,
con ojos llameantes y el pelaje ra\u237?do. Cada \u233?poca \u8212?continu\u243
?\u8212? tiene sus propios signos, y se hace preguntas sobre la peste. \u8212?Lo
s\u233? \u8212?replic\u243? Cranston, que tambi\u233?n se alegraba de la compa\
u241?\u237?a de la hermosa Alison\u8212?. Cuando era ni\u241?o, mi abuelo me dec
\u237?a que la peste cabalgaba a lomos de un caballo negro por el Puente de Lond
res, o bajaba por el T\u225?mesis en una siniestra barcaza. \u8212?En Epping \u8
212?le interrumpi\u243? Alison\u8212? los campesinos creen que la peste es un pe
rsonaje que excava la tierra con su guada\u241?a y desentierra serpientes, sangr
e negra y gusanos. El a\u241?o pasado, cuando la peste visit\u243? la ciudad, se
oy\u243? un inquietante lamento procedente del cementerio. Hubo gente que vio f
antasmas bailando en los prados y un tabernero dijo haber visto treinta ata\u250
?des dispuestos en hilera, cubiertos con pa\u241?os negros. Encima de cada uno h
ab\u237?a una figura oscura, con una reluciente cruz blanca en la mano. Athelsta
n se par\u243? y se volvi\u243? para mirar de frente a la joven. \u8212?Sois una
mujer muy instruida, se\u241?ora. Conoc\u233?is a Richard de Wallingford, ten\u
233?is nociones de astrolog\u237?a y astronom\u237?a y hab\u233?is o\u237?do hab
lar de la Virgen de la Peste. \u8212?Mi padre nos educ\u243? a m\u237? y a mi he
rmano Edwin \u8212?repuso ella, ruboriz\u225?ndose ligeramente. Athelstan le cog
i\u243? los dedos y dijo: \u8212?Pero ahora no estudi\u225?is vuestro manual, \u
191?verdad? Alison sonri\u243?, coqueta, y mir\u243? al fraile. \u8212?No, herma
no. Soy modista, y muy buena, por cierto. \u8212?Se acerc\u243? m\u225?s a Athel
stan y le bes\u243? dulcemente en las mejillas\u8212?. Os agradezco vuestra bond
ad y vuestra generosidad, hermano; cuando hayamos enterrado a Edwin, y todo esto
haya terminado, confeccionar\u233? ropas nuevas para el altar de vuestra iglesi
a. Athelstan vio que, detr\u225?s de \u233?l, Cranston sonre\u237?a con disimulo
, deleit\u225?ndose con la turbaci\u243?n del religioso. \u8212?Gracias \u8212?m
urmur\u243?, y tosi\u243?, un tanto abochornado\u8212?, Pero ahora deber\u237?am
os continuar, sir John. Se\u241?ora Alison, no es necesario que nos acompa\u241?
\u233?is. \u8212?Oh, Peslep no me importa \u8212?replic\u243? ella\u8212?. Pero
quiero estar presente cuando visit\u233?is la vivienda de Edwin. Siguieron su ca
mino por la gran extensi\u243?n de Smithfield. Un aguador borracho pas\u243? por
su lado tambale\u225?ndose, derramando el agua que llevaba en los cubos para gr
an regocijo de un grupo de golfillos andrajosos. Athelstan se dirigi\u243? al en

orme edificio del asilo de San Bartolom\u233?. Al principio crey\u243? que la mu


ltitud que hab\u237?a all\u237? reunida esperaba para rezar ante la tumba del be
ato Rahere, en un priorato cercano, o que quiz\u225?s hab\u237?a ido al asilo a
buscar provisiones; pero de pronto sinti\u243? una punzada de dolor en el est\u2
43?mago. \u8212?\u161?Oh, no! \u8212?susurr\u243? Cranston\u8212?. \u161?Hoy es
d\u237?a de marcar! Athelstan aceler\u243? el paso. \u8212?No mir\u233?is \u8212
?le susurr\u243? a Alison\u8212?; cuando pasemos por delante de la puerta del as
ilo, girad la cabeza. Athelstan se puso la capucha, entrecerr\u243? los ojos y r
ecit\u243? una oraci\u243?n. Cranston, que iba un poco rezagado, se asom\u243? p
or encima de las cabezas de la multitud, y vio una peque\u241?a plataforma insta
lada junto a la puerta del asilo. Junto a la plataforma hab\u237?a una fila de c
riminales de las c\u225?rceles de Fleet y Newgate esperando a que los marcaran:
una {\i
F} para el falsificador, una {\i
B} para el blasfemo, una {\i
L} para el ladr\u243?n reincidente. A los carteristas les cortaban las orejas; a
las prostitutas a las que hab\u237?an sorprendido por cuarta vez vendi\u233?ndo
se en los l\u237?mites de la ciudad les cortaban la nariz. Algunos soportaban el
castigo con valor; otros chillaban y protestaban, y sacud\u237?an las cadenas m
ientras los corpulentos alguaciles los sujetaban. \u8212?\u161?Deprisa, sir John
! \u8212?dijo Athelstan por encima del hombro\u8212?. \u201?ste no es lugar para
una dama. \u8212?No es lugar para nadie \u8212?gru\u241?\u243? Cranston\u8212?.
En mi tratado sobre el gobierno de esta ciudad... \u8212?Se interrumpi\u243? y
cerr\u243? los ojos\u8212?. S\u237?, en el cap\u237?tulo d\u233?cimo, \u171?Sobr
e la aplicaci\u243?n de peque\u241?os castigos\u187?, propongo que marquen a los
delincuentes en el patio de las prisiones. Cranston abri\u243? los ojos, pero A
thelstan y la joven ya se hab\u237?an alejado de aquel horrible espect\u225?culo
, y bajaban por Little Britain, por lo que Cranston tuvo que acelerar el paso pa
ra alcanzarlos. Athelstan se detuvo y le pregunt\u243? el camino a un puestero,
y luego continu\u243? hasta detenerse ante una mansi\u243?n de cuatro plantas, b
ien conservada, con un callej\u243?n a cada lado de la fachada. El fraile llam\u
243? a la puerta con la aldaba. Les abri\u243? una joven sirvienta, p\u225?lida
y delgada, que llevaba una peque\u241?a cofia. La joven se asust\u243? al ver al
hermano Athelstan y al corpulento sir John. \u8212?\u191?Viv\u237?a aqu\u237? L
uke Peslep? \u8212?pregunt\u243? el forense. \u8212?S\u237?, se\u241?or. \u8212?
La joven sirvienta hizo una reverencia\u8212?. Tiene dos habitaciones en el segu
ndo piso. \u8212?\u191?Dos? \u8212?murmur\u243? Cranston\u8212?. Al parecer, a n
uestro escribano le sobraba el dinero. \u191?Ten\u233?is la llave? \u8212?El amo
ha salido \u8212?contest\u243? la sirvienta\u8212?, pero s\u237? \u8212?se apre
sur\u243? a a\u241?adir al ver que sir John frunc\u237?a el entrecejo\u8212?, te
ngo una llave. Los gui\u243? por un pasillo y por una cuidada escalera de roble,
hasta la entrada de una habitaci\u243?n. Introdujo la llave en la cerradura y a
bri\u243? la puerta de par en par. Sir John entr\u243? en la habitaci\u243?n de
Peslep, seguido de Alison y Athelstan. La estancia estaba oscura, y la sirvienta
abri\u243? algunos postigos; Cranston silb\u243? y Athelstan exclam\u243? sorpr
endido. Los aposentos de Peslep no eran una modesta c\u225?mara, sino dos habita
ciones, un peque\u241?o sal\u243?n y un dormitorio. La sirvienta encendi\u243? u
nas velas y abri\u243? m\u225?s ventanas, y Athelstan comprob\u243? que Peslep h
ab\u237?a llevado una vida de grandes lujos. Cortinas de damasco colgaban en las
paredes; un cubrecama de terciopelo, mesas, sillas, taburetes y ba\u250?les com
pletaban el mobiliario. De una de las paredes colgaban dos estantes: uno con caz
os de plata y peltre y el otro con tres libros y una colecci\u243?n de manuscrit
os enrollados. En la pared que quedaba frente a la cama, vieron un peque\u241?o
tapiz que representaba una escena del Antiguo Testamento, en la que aparec\u237?
a Dalila seduciendo a Sans\u243?n. Dalila iba pr\u225?cticamente desnuda, y esta
ba en una postura provocativa. \u8212?Hasta el diablo sabe citar las escrituras
\u8212?le susurr\u243? Cranston al o\u237?do a Athelstan. La sirvienta se escabu
ll\u243? de la habitaci\u243?n. \u8212?\u161?Volved! \u8212?le grit\u243? Athels
tan. La joven obedeci\u243?. Athelstan se\u241?al\u243? la llave y dijo: \u8212?
\u191?Sab\u233?is que maese Peslep ha muerto? La sirvienta lo mir\u243? fijament

e, pero no contest\u243?. \u8212?No hemos encontrado ninguna llave en el cad\u22


5?ver \u8212?explic\u243? Athelstan. \u8212?Oh \u8212?dijo la joven\u8212?. \u20
1?l siempre me dejaba la llave, se\u241?or, para que yo pudiera limpiar sus habi
taciones. \u8212?\u191?Os la ha dejado esta ma\u241?ana? \u8212?S\u237?, se\u241
?or. \u8212?Y \u191?nadie ha entrado aqu\u237? desde que maese Peslep se march\u
243?? \u8212?No, se\u241?or; nadie \u8212?contest\u243? la sirvienta\u8212?. Per
o he visto marcharse a maese Peslep. Yo estaba barriendo la entrada, y mientras
lo hac\u237?a me he fijado en otra persona, un joven con capa y capucha, con esp
uelas en las botas. Ha seguido a maese Peslep calle abajo, como si hubiera estad
o esper\u225?ndolo. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\par\pard\hyphpar }{\page } {\s1 \afs32
{\b
{\ql
Cap\u237?tulo IV
{\line }
\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} \u191?Cre\u233?is que podr\u237?ais reconocerlo? \u82
12?pregunt\u243? Cranston. \u8212?No, se\u241?or; no me fij\u233? mucho en \u233
?l, s\u243?lo lo vi desde lejos cuando se march\u243? detr\u225?s de maese Pesle
p. La sirvienta abandon\u243? la habitaci\u243?n y Athelstan y Cranston iniciaro
n el registro. Alison, que parec\u237?a aburrida, se sent\u243? en una butaca y
empez\u243? a dar golpecitos con el pie, como si estuviera impaciente por salir
de all\u237?. Finalmente, Athelstan encontr\u243? la caja de escribir del difunt
o escribano. Como estaba cerrada, Cranston rompi\u243? el cierre con su daga, y
vaci\u243? el contenido sobre la mesa. Lo que m\u225?s les llam\u243? la atenci\
u243?n fue un rollo de pergamino con una lista de acertijos que examin\u243? inm
ediatamente. \u8212?A estos escribanos les gustan mucho los jerogl\u237?ficos \u
8212?murmur\u243?. \u8212?Es algo m\u225?s que un juego \u8212?explic\u243? Alis
on\u8212?; mi hermano siempre me hablaba de esos acertijos, y me ped\u237?a que
buscara algunos nuevos. \u8212?Y el asesino lo sab\u237?a \u8212?coment\u243? At
helstan\u8212?. Cogi\u243? otro rollo m\u225?s peque\u241?o, lo desenroll\u243?
y solt\u243? un silbido\u8212?. Mirad esto, sir John. Cranston lo cogi\u243? y e
xamin\u243? la lista de cifras. \u8212?Es de Orifab, el orfebre de Cheapside \u8
212?murmur\u243?. Mir\u243? el total escrito al final, cerca de la fecha, que co
rrespond\u237?a a dos semanas atr\u225?s\u8212?. Maese Peslep era un hombre rico
\u8212?observ\u243?\u8212?, tan rico que no entiendo por qu\u233? trabajaba de
escribano en la Canciller\u237?a. \u8212?Muchos escribanos proceden de familias
acomodadas \u8212?terci\u243? Alison. Se acerc\u243? a sir John y mir\u243? por
encima de su hombro\u8212?. Son los hijos menores de los nobles \u8212?prosigui\
u243?\u8212?; sus hermanos mayores heredaban las tierras o tomaban los h\u225?bi
tos. Cranston dej\u243? el rollo en la caja. \u8212?Dir\u233? a mis alguaciles q
ue vengan a sellar la habitaci\u243?n \u8212?dijo\u8212?. \u191?Hay algo m\u225?
s? Athelstan neg\u243? con la cabeza y contest\u243?: \u8212?Efectos personales,
pero nada importante. Salieron de la habitaci\u243?n de Peslep; Cranston cerr\u
243? la puerta y, tras decirle a la sirvienta que la llave la guardar\u237?a \u2
33?l personalmente, salieron a la calle. Alison iba en silencio, un poco rezagad
a, mientras que Cranston y Athelstan se abr\u237?an paso por entre la muchedumbr
e hacia el alba\u241?al de la ciudad. Finalmente llegaron a la casa donde se hos
pedaba Chapler, un edificio destartalado de dos plantas que parec\u237?a metido
con cu\u241?as entre la taberna que hab\u237?a a un lado y la bodega que hab\u23
7?a al otro. El entramado de madera estaba {\i
torcido}; el yeso, desconchado, y la pintura blanca se desprend\u237?a. La porte
ra, una anciana andrajosa, los salud\u243? con una sonrisa sin dejar de mascarse
las enc\u237?as. La anciana les confirm\u243? que maese Chapler viv\u237?a all\
u237?. La puerta de su habitaci\u243?n estaba abierta; el amigo de Chapler hab\u
237?a pasado por la casa. \u8212?\u191?Cu\u225?ndo? \u8212?pregunt\u243? Cransto
n. \u8212?Esta ma\u241?ana, temprano, cuando las campanas tocaban a maitines. La
descripci\u243?n de la anciana coincid\u237?a con la de la sirvienta: un joven
con capa y capucha, y con espuelas en las botas de montar. No le hab\u237?a vist
o la cara, pero aquel desconocido le hab\u237?a dado una moneda. Subieron por la

desvencijada escalera, y Athelstan frunci\u243? la nariz, pues la casa apestaba


. Los ratones correteaban entre sus pies, y el fraile se imagin\u243? c\u243?mo
habr\u237?a disfrutado {\i
Buenaventura}, su gato, en un sitio como aqu\u233?l. La puerta del piso superior
estaba entreabierta. Athelstan fue el primero en entrar, y se dirigi\u243? haci
a las ventanas para abrir los postigos. Pese al mal estado de la casa, aquella h
abitaci\u243?n era bonita, y las paredes estaban reci\u233?n pintadas de color v
erde claro. El suelo del sal\u243?n y de la peque\u241?a cocina estaba limpio, y
los muebles, bastos pero s\u243?lidos, tambi\u233?n estaban impecables. Alison
mir\u243? alrededor, se tap\u243? la cara con las manos y rompi\u243? a llorar.
Cranston se le acerc\u243? y la rode\u243? con su enorme brazo. \u8212?\u161?Tra
nquila, chiquilla! \u161?Tranquila! Mi hermana perdi\u243? a su marido; lo matar
on cuando luchaba contra los espa\u241?oles en el Canal. Estas cosas no se olvid
an, pero uno aprende a convivir con ellas, y as\u237? se supera el sufrimiento.
A Athelstan, que se hab\u237?a sentado en la cama, le sorprendieron las palabras
de sir John. \u201?l tambi\u233?n hab\u237?a tenido que superar la muerte de su
hermano Francis cuando, hac\u237?a ya muchos a\u241?os, ambos se alistaron en e
l ej\u233?rcito del rey para combatir en Francia. A Francis lo mataron, y Athels
tan regres\u243? al noviciado. Pag\u243? un precio muy elevado por el delito de
deserci\u243?n y por haber sido, en parte, responsable de la muerte de su herman
o. Sus padres murieron sumidos en la tristeza, y su orden nunca olvid\u243? lo s
ucedido. Ahora, en lugar de ser becario, era el p\u225?rroco de San Erconwaldo,
en Southwark. Pero \u191?seguir\u237?a si\u233?ndolo mucho tiempo? \u8212?\u161?
Hermano! Athelstan despert\u243? de su ensue\u241?o e inici\u243? el registro co
n Cranston. Tal como hab\u237?an imaginado, hallaron varios acertijos, cartas y
listas de provisiones, pero nada destacable. Lo que no encontraron fueron las se
\u241?ales de lujo y riqueza que hab\u237?an visto en casa de Peslep. Despu\u233
?s sir John abraz\u243? a la llorosa Alison, y Athelstan se reuni\u243? con ello
s. \u8212?Aqu\u237? no hay nada, sir John: absolutamente nada. Cranston se separ
\u243? de la joven y le sujet\u243? la mano. Le cogi\u243? suavemente la barbill
a y le levant\u243? la cabeza. \u8212?Har\u233? que sellen la habitaci\u243?n \u
8212?le prometi\u243?\u8212?. Enviar\u233? a un alguacil, un hombre llamado Flax
with; es de confianza. \u201?l se encargar\u225? de empaquetar todas las pertene
ncias de vuestro hermano y de que las guarden en el ayuntamiento. La joven le di
o las gracias. \u8212?Ser\u225? mejor que me marche. Como ya he dicho, me hosped
o en el La\u250?d de Plata, en Milk Street; me gustar\u237?a que enviaran las pe
rtenencias de mi hermano all\u237?. \u8212?\u191?Quer\u233?is que os acompa\u241
?emos? \u8212?pregunt\u243? Athelstan. \u8212?Oh, no. Ya encontrar\u233? el cami
no. \u8212?Alison se acerc\u243? al fraile y le bes\u243? en las mejillas\u8212?
. Si os parece bien, hermano, m\u225?s tarde ir\u233? a San Erconwaldo para vela
r el cad\u225?ver de mi hermano. \u8212?Por supuesto \u8212?replic\u243? Athelst
an. Alison los dej\u243?, y Cranston y Athelstan la oyeron bajar la escalera. En
tonces Cranston se frot\u243? la cara. \u8212?Necesito un buen pastel de carne,
hermano: con la corteza dorada y blanda, y jugoso por dentro. \u8212?Tom\u243? a
l fraile del brazo y a\u241?adi\u243?\u8212?: Y, por la autoridad que ostento, o
s pido que me acompa\u241?\u233?is al Cordero de Dios. \u8212?No ten\u233?is nin
guna autoridad sobre la Santa Madre Iglesia \u8212?brome\u243? Athelstan. \u8212
?Entonces, acompa\u241?adme como amigo. Encontraron la taberna favorita de sir J
ohn medio vac\u237?a; la atm\u243?sfera estaba cargada de agradables olores proc
edentes de la despensa de la parte trasera. Leif, el mendigo cojo, estaba sentad
o junto a la ventana que daba al jard\u237?n, en el sitio de sir John. Al ver en
trar al forense, se levant\u243?. \u8212?\u161?Por los cuernos de Satan\u225?s!
\u8212?bram\u243? Cranston. El mendigo, que llevaba el grasiento y rojizo cabell
o peinado hacia atr\u225?s, dejando al descubierto el p\u225?lido y delgado rost
ro, se abalanz\u243? sobre ellos como un saltamontes. \u8212?\u161?Sir John! \u1
61?Sir John! \u161?Que Dios os bendiga, hermano! Me env\u237?a lady Maude para d
eciros que ten\u233?is la comida en la mesa. \u161?Tres chuletas de cordero asad
o con romero! Los gemelos se han peleado, y {\i
Gog} y {\i
Magog} han robado la carne de buey que pensabais comeros esta noche. Blaskett, v

uestro criado, dice que necesita la llave para limpiar vuestra habitaci\u243?n.
Maese Flaxwith, el alguacil, os ha estado buscando. Un joven noble, sir Lionel H
avant, ha pasado a veros. En el mercado han detenido a dos carteristas. Osbert,
vuestro escribiente... \u8212?\u161?C\u225?llate, Leif! \u8212?bram\u243? Cranst
on\u8212?. \u161?C\u225?llate, por el amor de Dios! \u8212?Como orden\u233?is, a
lteza. \u8212?Leif hizo una reverencia\u8212?. Ir\u233? a ver a lady Maude y le
dir\u233? que est\u225?is aqu\u237?, pero que no tardar\u233?is en ir a casa. Si
r John estir\u243? un robusto brazo y cogi\u243? a Leif por el hombro; el mendig
o hizo una mueca de dolor. \u8212?Pens\u225?ndolo bien, sir John, si me pagarais
una cerveza, me sentar\u237?a en el jard\u237?n y... Leif atrap\u243? el peniqu
e que le lanz\u243? sir John, y sali\u243? a toda prisa de la cervecer\u237?a. S
e sent\u243? en el jard\u237?n, de espaldas a la ventana, pero de vez en cuando
giraba la cabeza y miraba al forense con despecho. Sin embargo, Cranston estaba
embelesado, y se frotaba las manos mientras la esposa del tabernero, sol\u237?ci
ta, revoloteaba a su alrededor. \u8212?Una jarra de cerveza \u8212?dijo Cranston
con su vozarr\u243?n\u8212?. Y uno de esos pasteles de carne, con la cebolla ti
erna mezclada con la carne, y una jarra de... \u8212?Se qued\u243? mirando a Ath
elstan. \u8212?Cerveza rebajada \u8212?dijo el fraile. \u8212?Un poco de cerveza
para mi amigo el monje, y si quer\u233?is acercaros, se\u241?ora, os dar\u233?
un beso en esas sonrosadas y redondas mejillas. La esposa del tabernero fue a re
fugiarse en la cocina. Athelstan se apoy\u243? en la pared; notaba el fr\u237?o
del yeso en la nuca. Sir John no paraba de hablar, pero \u233?l no le prestaba d
emasiada atenci\u243?n; cerr\u243? los ojos y pens\u243? en todo lo que hab\u237
?a visto desde aquella ma\u241?ana: aquellos dos j\u243?venes a los que la muert
e hab\u237?a sorprendido, el llanto de Alison, los engre\u237?dos escribanos de
la Canciller\u237?a de la Cera Verde, los rostros burlones de Stablegate y Flins
tead y el cad\u225?ver de Drayton tendido en su solitaria contadur\u237?a. \u191
?C\u243?mo hab\u237?an asesinado al prestamista? Un criado le llev\u243? el past
el y la cerveza a sir John. Athelstan se tom\u243? su cerveza y dej\u243? disfru
tar al forense, que exclamaba de placer, ensalzando el aroma de la carne de buey
y la intensa dulzura de la cebolla. El fraile s\u243?lo ped\u237?a que Cranston
no empezara de nuevo con las preguntas de siempre: \u191?Iba a mandarlo el padr
e prior lejos de Southwark? \u191?Era cierto que Athelstan pudo haber sido becar
io en Oxford? As\u237? que, mientras el forense se secaba las manos con un lienz
o, Athelstan tom\u243? la iniciativa. \u8212?Tengo que marcharme, sir John. Nos
enfrentamos a un verdadero misterio: estoy seguro de que Stablegate y Flinstead
son tan culpables como Judas, pero no s\u233? c\u243?mo mataron a Drayton. \u821
2?Exhal\u243? un suspiro y a\u241?adi\u243?\u8212?: En cuanto al asesinato de es
os dos escribanos de la Canciller\u237?a de la Cera Verde, su muerte es tan desc
oncertante como su vida. \u8212?\u191?Qu\u233? quer\u233?is decir? \u8212?Cranst
on ignor\u243? el juego de palabras. \u8212?Veamos. \u8212?Athelstan cogi\u243?
la jarra de cerveza con ambas manos\u8212?. Por una parte tenemos a un escribano
al que golpearon en la cabeza y arrojaron al T\u225?mesis, y a otro lo han apu\
u241?alado cuando estaba sentado en un excusado. En el segundo cad\u225?ver el a
sesino ha dejado unos acertijos. Chapler era pobre, pero Peslep era muy rico. Y
\u191?qui\u233?n es ese misterioso joven que al parecer los conoc\u237?a a ambos
? \u8212?As\u237? pues, \u191?qu\u233? propon\u233?is que hagamos? \u8212?Decidl
e a Flaxwith \u8212?contest\u243? Athelstan vaciando su jarra\u8212? que comprue
be si Stablegate y Flinstead estaban donde afirman que estaban. Y lo mismo con e
sos escribanos de la Cera Verde. \u191?Pasaron la noche en el Cerdo Danzar\u237?
n? Y \u191?d\u243?nde estaba Lesures, el se\u241?or de los pergaminos? \u8212?\u
191?Algo m\u225?s? \u8212?S\u237?. Haced uso de vuestra autoridad, sir John, par
a interrogar a Orifab. Descubrid la fuente de la riqueza de Peslep. Cranston lo
mir\u243? con gesto lastimero y dijo: \u8212?Supongo que os quedar\u233?is un ra
to y os tomar\u233?is otra jarra, \u191?no? \u8212?No, sir John. Y vos tampoco d
eber\u237?ais seguir bebiendo: lady Maude y los gemelos os esperan. Athelstan se
levant\u243?, hizo la se\u241?al de la cruz y sali\u243? de la taberna. Se tap\
u243? la cabeza con la capucha y, metiendo las manos en las mangas de la t\u250?
nica, ech\u243? a andar, con la vista clavada en el suelo. Cuando sub\u237?a por
el Poultry hacia Walbrooke, se sinti\u243? acalorado y sudoroso, y se le ocurri

\u243? bajar a la orilla del r\u237?o; quiz\u225? Moleskin, el barquero, lo llev


ara hasta Southwark. A Athelstan le gustaba la fresca brisa del r\u237?o, su olo
r penetrante. Adem\u225?s, siempre le hab\u237?a complacido ver qu\u233? barcos
entraban en el puerto. A veces, cuando hab\u237?a alguna carabela veneciana, Ath
elstan buscaba a su oficial de derrota, pues en su orden corr\u237?a el rumor de
que {\i
los} venecianos ten\u237?an mapas secretos y navegaban por mares a los que ning\
u250?n barco ingl\u233?s se atrever\u237?a a llegar. Se contaban historias legen
darias sobre barcos que hab\u237?an pasado el Estrecho de Gibraltar y, en lugar
de virar hacia el norte y entrar en el golfo de Vizcaya, hab\u237?an seguido nav
egando hacia el sur bordeando la costa occidental de \u193?frica. Athelstan se d
etuvo ante una peque\u241?a estatua de Nuestra Se\u241?ora que hab\u237?a en Can
dlewick Street, cerca de la Piedra de Londres; luego cerr\u243? los ojos y rez\u
243? una ave mar\u237?a, pero estaba distra\u237?do. Le habr\u237?a encantado ha
blar con aquellos marinos: si la tierra era plana, \u191?por qu\u233? nunca lleg
aban al borde? Y \u191?eran las estrellas del cielo diferentes cuanto m\u225?s s
e acercaban al sur? Se le acerc\u243? un chiquillo con la cara tiznada. \u8212?\
u161?Dadme vuestra bendici\u243?n, padre! \u8212?le suplic\u243? dando brincos.
\u8212?Por supuesto. \u8212?Athelstan se quit\u243? la capucha. \u8212?Una bendi
ci\u243?n de verdad, padre. \u8212?Al ni\u241?o le brillaban los ojos. \u8212?\u
191?Por qu\u233?? \u8212?pregunt\u243? Athelstan con curiosidad. \u8212?Porque a
cabo de pellizcar a mi hermana \u8212?contest\u243? el chiquillo\u8212?, y si no
me dais vuestra bendici\u243?n, mi madre me pegar\u225?. Athelstan pos\u243? un
a mano en la acalorada frente del ni\u241?o. \u8212?Que el Se\u241?or te bendiga
y te proteja \u8212?dijo\u8212?, que te muestre su rostro y se apiade de ti. \u
8212?Levant\u243? la mano derecha y prosigui\u243?\u8212?: Que el Se\u241?or te
sonr\u237?a y te conceda la paz, que te bendiga y te guarde todos los d\u237?as
de tu vida. \u8212?Meti\u243? la mano en su bolsa y extrajo un penique, y sin so
ltar al chiquillo, dijo\u8212?: C\u243?mprale unos dulces a tu hermana. S\u233?
siempre generoso, y el Se\u241?or ser\u225? generoso contigo. El ni\u241?o cogi\
u243? la moneda y se alej\u243? corriendo. Athelstan se sinti\u243? mejor. \u171
?No, no bajar\u233? al r\u237?o \u8212?pens\u243?\u8212?; ir\u233? a ver a la vi
eja Harrowtooth.\u187?Sigui\u243? caminando por Candlewick hasta llegar a Bridge
Street. Junto a la torre de entrada estaba maese Roben Burdon, el guarda del pu
ente, padre de nueve hijos. El hombre, de reducida estatura, se paseaba ufano po
r el puente, contemplando los largos palos en los que estaban clavadas las cabez
as de varios traidores ejecutados. \u8212?Buenos d\u237?as, maese Burdon. \u191?
Tengo permiso para cruzar vuestro puente? \u8212?Ten\u233?is autorizaci\u243?n d
e la Santa Madre Iglesia \u8212?replic\u243? Burdon, sigui\u233?ndole la corrien
te\u8212?, y del se\u241?or forense, \u161?que el Se\u241?or bendiga sus calzas
y todo lo que hay dentro de ellas! \u191?Qu\u233? es lo que quer\u233?is en real
idad, padre? Athelstan respir\u243? hondo, pero sinti\u243? n\u225?useas a causa
del hedor procedente de un mont\u243?n de pescado podrido apilado junto a la ba
randilla del puente. Burdon se dio cuenta y dijo: \u8212?Ya lo s\u233?, padre: t
engo que arrojarlo al r\u237?o, junto con el desgraciado que lo ha dejado ah\u23
7?. \u8212?\u191?D\u243?nde vive la vieja Harrowtooth? \u8212?pregunt\u243? Athe
lstan. Burdon chasc\u243? los dedos, y Athelstan lo sigui\u243?. Tuvo la misma s
ensaci\u243?n de siempre: el puente era una calle, con casas y tiendas a ambos l
ados, y sin embargo notaba el agua que corr\u237?a por debajo, atrapada como un
alma aprisionada entre el cielo y el infierno. Burdon se par\u243? junto a la pu
erta de un sastre y dio unos fuertes golpes. Harrowtooth, la cabeza envuelta en
una aureola de cabello gris, abri\u243? la {\ul
{\super
puerta de}} par en par. \u8212?\u161?Vete al infierno! \u8212?grit\u243? la anci
ana al ver a Burdon. \u8212?\u161?Despu\u233?s de ti, zorra inmunda! \u8212?le c
ontest\u243? Burdon. \u8212?Ya basta \u8212?intervino Athelstan\u8212?. Gracias,
maese Burdon. Se\u241?ora Harrowtooth, \u191?puedo hablar con vos un momento? B
urdon los dej\u243?, pero mientras se alejaba se volvi\u243? e hizo un gesto obs
ceno con el dedo coraz\u243?n. Harrowtooth quiso contestarle, pero Athelstan le
sujet\u243? la mano. \u8212?Os lo ruego, se\u241?ora. \u191?Me conced\u233?is un

os minutos de vuestro tiempo? La anciana se volvi\u243? y entrecerr\u243? los oj


os para protegerse de la luz. \u8212?\u191?No sois vos el dominico de Southwark?
\u8212?\u191?Puedo entrar? \u8212?No, no pod\u233?is entrar. No dejo entrar a n
ing\u250?n sacerdote aqu\u237?: son todos unos ladrones. \u8212?No voy a robaros
nada. \u8212?Athelstan levant\u243? las manos. \u8212?Hace un bonito d\u237?a \
u8212?dijo Harrowtooth. Se\u241?al\u243? hacia el otro lado de la calle y a\u241
?adi\u243?\u8212?: Podemos dar un paseo por el callej\u243?n que da al r\u237?o.
Athelstan suspir\u243?: no ten\u237?a escapatoria. El callej\u243?n estaba llen
o de basura acumulada, y el hedor era insoportable. El fraile se apoy\u243? en l
a barandilla del puente; corr\u237?a una fresca brisa, y desde all\u237? se o\u2
37?an los gritos de los barqueros. R\u237?o abajo, dos enormes barcos de guerra
de la Corona se preparaban para salir a patrullar por el Canal de la Mancha; var
ias barcazas y botes de mercaderes se balanceaban a su alrededor, min\u250?sculo
s a su lado. \u8212?Me encanta este sitio \u8212?coment\u243? Harrowtooth\u8212?
. Mi padre sol\u237?a traerme aqu\u237?. \u8212?\u191?Vuestro padre? \u8212?Era
sacerdote \u8212?dijo esbozando una sonrisa\u8212?. Cuando muri\u243? mi madre,
\u233?l inici\u243? un peregrinaje para reparar sus pecados; el muy vago nunca r
egres\u243?. \u8212?\u191?Qu\u233? sab\u233?is de Edwin Chapler? \u8212?pregunt\
u243? Athelstan bruscamente. \u8212?Ah, ese joven escribano al que arrojaron al
r\u237?o. \u8212?Harrowtooth sorbi\u243? por la nariz y a\u241?adi\u243?\u8212?:
Yo lo vi. Seguramente fui la \u250?ltima persona que lo vio antes de que se pre
sentara ante Dios. \u8212?Excepto el asesino \u8212?le corrigi\u243? Athelstan.
\u8212?\u161?Ah, claro! \u8212?Decidme, \u191?qu\u233? visteis, madre? \u8212?\u
161?Yo no soy vuestra madre! \u8212?protest\u243? Harrowtooth; pero luego, apoy\
u225?ndose en la barandilla, le cont\u243? a Athelstan que hab\u237?a entrado en
la capilla de Santo Tom\u225?s Becket, que hab\u237?a encontrado a Chapler reza
ndo all\u237? y que lo hab\u237?a notado nervioso. \u8212?Y \u191?no visteis a n
adie m\u225?s? \u8212?A nadie m\u225?s, padre. \u8212?\u191?Visitaba a menudo Ch
apler la capilla de Santo Tom\u225?s Becket? \u8212?S\u237?, ya lo creo. Una vez
lo vi... \u8212?se apresur\u243? a a\u241?adir al ver el penique que Athelstan
ten\u237?a en la mano\u8212?. Lo vi... Por cierto, padre, pod\u233?is llamarme m
adre siempre que quer\u225?is. Lo vi con otro joven, muy bien vestido. Aqu\u237?
, en el puente. Athelstan le pidi\u243? a la anciana que describiera al desconoc
ido, pero ella sacudi\u243? la cabeza: \u8212?Ya os he dicho todo lo que s\u233?
, padre. Athelstan le dio el penique. Luego cruz\u243? de nuevo el puente, sigui
endo a Harrowtooth con la mirada. La anciana esper\u243? a que se abriera un esp
acio entre los carros y las mulas, y se escabull\u243? como una ara\u241?a que h
uye de la luz. Athelstan se dirigi\u243? hacia Southwark. Cerca del priorato de
Santa Mar\u237?a Overy, Mugwort, el campanero, y Pernell, la anciana flamenca, q
ue entonces llevaba el cabello te\u241?ido de naranja, hablaban con Amisias, el
sastre. Los tres feligreses se volvieron para saludar a Athelstan. Al fraile le
habr\u237?a gustado pararse y preguntarles de qu\u233? hablaban tan animadamente
, pero sigui\u243? su camino. Pas\u243? por delante de la casa de Sim\u243?n, el
carpintero, y se alegr\u243? de ver que a Tabitha, una viuda a cuyo marido hab\
u237?an colgado hac\u237?a poco, le iban mejor las cosas. Athelstan se preguntab
a si ser\u237?an ciertos los rumores de que el difunto carpintero ten\u237?a muy
mal car\u225?cter, y que pegaba a menudo a su pobre esposa. Sigui\u243? caminan
do por las calles llenas de destartalados tenderetes y casuchas. El aire estaba
impregnado de los acres olores de los patios de curtido; pero el aroma que sal\u
237?a de la tienda de pasteles de Merryleg era m\u225?s dulce y atrayente que nu
nca. El barrio estaba bastante animado: perros y chiquillos correteaban por las
calles, y las gallinas picoteaban en los estercoleros. {\i
\u218?}{\i
rsula}, la cerda favorita de la porquera, sali\u243? por un callej\u243?n, con l
as orejas ondeando y los flancos temblorosos. El animal se par\u243?, levant\u24
3? el hocico y mir\u243? fijamente a Athelstan. El fraile estaba seguro de que,
si los cerdos pod\u237?an sonre\u237?r, aquella acababa de hacerlo. \u171?Ojal\u
225? llevara un bast\u243?n\u187?, pens\u243? Athelstan, recordando con pesar la
s suculentas coles que aquella bestia le hab\u237?a robado del jard\u237?n. Pero
suspir\u243?, hizo la se\u241?al de la cruz y prosigui\u243? su camino. En la e

scalinata de la iglesia no hab\u237?a nadie; s\u243?lo {\i


Buenaventura}, el enorme gato tuerto, que estaba tumbado en un escal\u243?n con
aire disoluto, como un emperador romano. Cuando Athelstan se le acerc\u243? y se
agach\u243? a su lado, el gato abri\u243? su ojo bueno. \u8212?Eres el gato m\u
225?s pac\u237?fico que he visto \u8212?susurr\u243? Athelstan acarici\u225?ndol
e suavemente las ra\u237?das orejas. El fraile abri\u243? la puerta de la iglesi
a y entr\u243?, aspirando con placer el aire impregnado de incienso. La nave est
aba vac\u237?a; Athelstan sinti\u243? remordimientos, porque aquel d\u237?a debe
r\u237?a haber habido escuela. Comprob\u243? la l\u225?mpara del tabern\u225?cul
o, un peque\u241?o farolillo rojo que reluc\u237?a en la oscuridad bajo la p\u23
7?xide de plata que colgaba de una cadena sobre el altar mayor. Cuando se dispon
\u237?a a bajar las gradas del altar, olfate\u243? el aire y murmur\u243?: \u821
2?Pintura fresca. Entonces record\u243? que Huddle, el pintor, y Tab, el caldere
ro, hab\u237?an terminado un nuevo crucifijo que pensaban colgar en el peque\u24
1?o nicho situado detr\u225?s de la pila bautismal. Athelstan fue a examinarlo,
y observ\u243? que la pared que hab\u237?a detr\u225?s de la pila estaba decorad
a con una pintura muy llamativa en la que aparec\u237?an varias almas con forma
de gusanos, a las que un demonio con cuerpo de mono y cabeza de macho cabr\u237?
o introduc\u237?a a empujones en un horno encendido. \u8212?Demasiado violento \
u8212?murmur\u243? Athelstan contemplando las llamas que Huddle hab\u237?a pinta
do, y que devoraban a los negros diablillos y otras grotescas bestias del infier
no. Sin embargo, lo que m\u225?s le llam\u243? la atenci\u243?n fue el crucifijo
. Era muy grande: med\u237?a al menos un metro de alto y medio metro de ancho; l
a cruz era negra, y la figura de Cristo, blanca como el alabastro. El Cristo, qu
e se retorc\u237?a de dolor, ten\u237?a la cabeza cubierta de espinas, el sembla
nte cansado, y Huddle hab\u237?a pintado la sangre que le brotaba de las heridas
de las manos, los pies y el costado. Debajo estaba la aportaci\u243?n de Watkin
, el basurero y jefe del consejo parroquial: un nuevo candelabro de hierro forja
do, con peque\u241?os pinchos para clavar las velas de devoci\u243?n. Athelstan
analiz\u243? el conjunto con atenci\u243?n. \u171?Demasiado vivido\u187?, pens\u
243?, pero admiraba la habilidad de Huddle, y sab\u237?a que sus feligreses exam
inar\u237?an meticulosamente todos los aspectos de la cruz en la reuni\u243?n de
l consejo parroquial que iba a celebrarse aquella noche. Athelstan hizo una genu
flexi\u243?n mirando hacia el tabern\u225?culo, cerr\u243? la puerta y fue a la
casa parroquial, con {\i
Buenaventura} enganchado a los talones. Lo primero que hizo fue ir a ver a {\i
Philomel}, su viejo caballo. Lo encontr\u243? bien, apoyado contra la pared, con
los ojos cerrados, mascando la avena que le quedaba. Athelstan entr\u243? en la
casa; la cocina y el peque\u241?o sal\u243?n estaban limpios y ordenados, hab\u
237?an cambiado los juncos del suelo y hab\u237?an esparcido flores y hierbas se
cas sobre ellos. La mesa de madera que hab\u237?a ante el hogar de la cocina est
aba fregada, y en la despensa hab\u237?a pan fresco, queso y un tarrito de dulce
de almendras. El fraile cerr\u243? los ojos y bendijo a Benedicta, la viuda que
le limpiaba la casa. Cogi\u243? la comida y regres\u243? al sal\u243?n, y llen\
u243? de leche el cuenco de {\i
Buenaventura}, quien se sent\u243? en la mesa y se puso a beber, levantando de v
ez en cuando la cabeza para mirar a su amo. Pero Athelstan pensaba en otras cosa
s; mientras masticaba, despacio, con los ojos entrecerrados, recordaba los probl
emas a que se hab\u237?a enfrentado aquella ma\u241?ana, sin entender c\u243?mo
hab\u237?an podido asesinar al prestamista. \u171?Piensa, Athelstan. Tiene que h
aber una soluci\u243?n, por el amor de Dios.\u187?Dej\u243? el trozo de queso qu
e ten\u237?a en la mano, cerr\u243? los ojos y record\u243? la contadur\u237?a d
e Drayton. Era un cuadrado de piedra: cuatro paredes, un techo y un suelo sellad
os por una \u250?nica puerta de roble con tachones de hierro, cerradura y cerroj
os. \u191?C\u243?mo hab\u237?a entrado el asesino, y c\u243?mo hab\u237?a salido
con la plata? Cab\u237?a la posibilidad de que hubiera llamado a la puerta y Dr
ayton hubiera abierto, pero \u191?qui\u233?n habr\u237?a podido cerrar la puerta
con llave y echar los cerrojos despu\u233?s? Athelstan record\u243? la casa: \u
191?c\u243?mo sali\u243? el asesino, asegur\u225?ndose de que dejaba todas las p
uertas y las ventanas cerradas? Athelstan abri\u243? los ojos y sacudi\u243? la

cabeza; vio que el pedazo de queso hab\u237?a desaparecido, y amenaz\u243? al ga


to con el dedo \u237?ndice. \u8212?No codiciar\u225?s el queso de tu pr\u243?jim
o, {\i
Buenaventura}. El gato se relami\u243? con su leng\u252?ecita rosada y Athelstan
se puso a pensar en los asesinatos de los dos escribanos de la Canciller\u237?a
de la Cera Verde. A Chapler lo hab\u237?an matado de forma brutal: golpe\u225?n
dolo en la cabeza y arroj\u225?ndolo al T\u225?mesis desde el Puente de Londres.
Pero \u191?por qu\u233? motivo? \u191?A qui\u233?n pod\u237?a interesarle matar
a un escribano? Y \u191?qui\u233?n era aquel misterioso joven con el que Chaple
r se hab\u237?a reunido, y que seguramente era el responsable de la muerte de Pe
slep? \u191?Y la fortuna de Peslep? \u191?La hab\u237?a conseguido por medios le
g\u237?timos? \u191?Y sus colegas? \u191?Por qu\u233? hab\u237?a tenido Athelsta
n, en su presencia, aquella sensaci\u243?n de...? Reflexion\u243? un instante: s
\u237?, de maldad, una sensaci\u243?n de maldad. \u191?Y los acertijos? \u191?Qu
\u233? sentido ten\u237?an? Un rey que vence a su enemigo, pero al final, venced
ores y vencidos acaban en el mismo sitio. \u191?Y el otro, el que hab\u237?an de
jado sobre el cad\u225?ver de Peslep? \u171?La primera es el origen del viaje ha
cia el infierno.\u187?Athelstan sacudi\u243? la cabeza y dijo: \u8212?Los proble
mas hay que solucionarlos de uno en uno. Al menos, afortunadamente, Cranston no
lo hab\u237?a sometido a uno de sus interrogatorios. Lo que el forense no sab\u2
37?a \u8212?tampoco lo sab\u237?an sus feligreses de Southwark\u8212? era que el
padre prior parec\u237?a decidido a trasladarlo a Oxford. Athelstan hab\u237?a
protestado, y al hacerlo se hab\u237?a dado cuenta de que se hab\u237?a encari\u
241?ado mucho con aquella peque\u241?a y pobre parroquia de la orilla sur del T\
u225?mesis. Adem\u225?s, pese a los sangrientos asesinatos que estaban investiga
ndo, Cranston era su amigo. Athelstan suspir\u243?: no iba a conseguir nada d\u2
25?ndole tantas vueltas al asunto. Dej\u243? que {\i
Buenaventura} se acabara el resto del queso y subi\u243? al peque\u241?o desv\u2
25?n donde ten\u237?a su dormitorio. Se sent\u243? en la cama y cogi\u243? el li
bro que sus hermanos de Blackfriars hab\u237?an tenido la amabilidad de prestarl
e: las obras del abad Richard de Wallingford, el eminente estudioso y fabricante
de instrumentos que cien a\u241?os atr\u225?s hab\u237?a construido un gran rel
oj en San Albans. \u171?Me encantar\u237?a ir a verlo\u187?, pens\u243? Athelsta
n. Pas\u243? las p\u225?ginas del volumen y contempl\u243? el dibujo del Albi\u2
43?n, un complicado astrolabio; pero no lograba concentrarse. Su pensamiento sal
taba de un lado a otro constantemente, como una pulga. El cad\u225?ver de Drayto
n encerrado en una c\u225?mara acorazada, Peslep apu\u241?alado mientras hac\u23
7?a sus necesidades en un excusado, el cad\u225?ver de Chapler, los acertijos...
Y algo m\u225?s que hab\u237?a visto u o\u237?do ese d\u237?a, pero que su cans
ado cerebro no hab\u237?a sido capaz de retener. Dej\u243? el libro y se tumb\u2
43? en la cama. {\i
Buenaventura} subi\u243? y se acurruc\u243? junto a su amo. \u8212?Seg\u250?n la
s leyes de mi orden, {\i
Buenaventura} \u8212?murmur\u243? el fraile\u8212?, los dominicos tienen que dor
mir solos. \u191?Qu\u233? pensar\u225? el padre prior? Athelstan cerr\u243? los
ojos y so\u241?\u243? que, con la ayuda de sir John Cranston, constru\u237?a un
maravilloso reloj en lo alto de la torre de San Erconwaldo. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Unas horas m\u225?s tarde, en la Canciller\u237?a de
la Cera Verde, los escribanos acababan sus tareas. Maese Lesures pens\u243? que
hab\u237?an estado muy callados; pero no era un silencio respetuoso debido a la
muerte de sus colegas, sino algo diferente: daba la impresi\u243?n de que ten\u2
37?an miedo. Fue hacia el centro de la habitaci\u243?n y toc\u243? su campanilla
. \u8212?Ya hemos acabado por hoy \u8212?anunci\u243?\u8212?. Ya va siendo hora
de que bebamos algo y descansemos de nuestros deberes, y quiz\u225? de que brind
emos en memoria de nuestros compa\u241?eros. Los escribanos bajaron de sus altos
taburetes, dejaron las plumas sobre los escritorios o las metieron en las bolsa
s que llevaban atadas a los cinturones, formaron un c\u237?rculo y se pusieron a
hablar en voz baja, dejando a un lado a Lesures, que se encogi\u243? de hombros
y fue hacia la mesa donde guardaban las copas. Cogi\u243? la jarra de malvas\u2
37?a, retir\u243? el lienzo de lino que la cubr\u237?a y llen\u243? las copas. L

uego fue pasando la bandeja; cada escribano cogi\u243? la copa que llevaba la in
icial de su apellido, y todos bebieron agradecidos, paladeando la sabrosa y dulc
e bebida. Aquella noche, sin embargo, Lesures se sent\u237?a como un intruso ent
re ellos. Los escribanos lo miraban de soslayo, y Lesures era consciente de que
les habr\u237?a gustado que \u233?l no estuviera all\u237?. \u8212?\u191?Tendrem
os que asistir a los funerales? \u8212?pregunt\u243?. \u8212?Chapler era un cono
cido \u8212?replic\u243? Alcest\u8212?, pero no era amigo nuestro. No me gusta S
outhwark, y no quiero acercarme al hermano Athelstan ni a ese forense borracho.
\u8212?\u191?Y Peslep? \u8212?pregunt\u243? Lesures. \u8212?Supongo que lo enter
rar\u225?n en Santa Mar\u237?a le Bow \u8212?respondi\u243? Napham\u8212?. Pagar
emos a un sacerdote para que cante una misa y lo acompa\u241?e cuando lo metan e
n la tumba. \u8212?Qu\u233? duros sois \u8212?balbuce\u243? Lesures. \u8212?Es l
o que habr\u237?a querido Peslep \u8212?respondi\u243? Elflain\u8212?. \u201?l n
o cre\u237?a en Dios, as\u237? que \u191?qu\u233? sentido tiene que nosotros mon
temos una farsa alrededor de aquello de lo que \u233?l se burlaba en vida? Lesur
es iba a contestar algo, pero en ese momento Ollerton se tambale\u243?. Solt\u24
3? la copa de peltre que ten\u237?a en las manos e hizo una mueca de intenso dol
or; en ese momento se llev\u243? una mano al cuello y la otra al est\u243?mago.
\u8212?\u161?Dios m\u237?o! \u8212?susurr\u243?\u8212?. \u161?Cielo Santo! \u821
2?Cay\u243? de rodillas. Sus compa\u241?eros corrieron a ayudarlo, pero Ollerton
los apart\u243? con un adem\u225?n y cay\u243? de bruces al suelo, donde perman
eci\u243?, sacudido por fuertes convulsiones. Alcest consigui\u243? sujetarlo, a
si\u233?ndolo por los brazos. Lo \u250?nico que pod\u237?a hacer, mientras los d
em\u225?s gritaban a su alrededor, era intentar controlar los violentos espasmos
que sacud\u237?an el cuerpo de su amigo. Ollerton estaba empezando a perder el
conocimiento: ten\u237?a los ojos en blanco, la boca abierta, la mand\u237?bula
tensa y una larga l\u237?nea de saliva le colgaba por la barbilla. Cerr\u243? lo
s ojos, tosi\u243?, y su cuerpo volvi\u243? a estremecerse. De pronto se puso r\
u237?gido, y luego fl\u225?ccido, con la cabeza hacia atr\u225?s, los ojos y la
boca entreabiertos. Alcest lo dej\u243? suavemente en el suelo. Los otros lo mir
aron fijamente, horrorizados. \u8212?\u161?No beb\u225?is! \u8212?susurr\u243? E
lflain, al tiempo que dejaba su copa sobre la mesa. \u8212?\u191?Apoplej\u237?a?
\u8212?pregunt\u243? Lesures. \u8212?\u161?Apoplej\u237?a! \u8212?dijo Alcest c
on sarcasmo. Le gir\u243? la cabeza a Ollerton, que ahora ten\u237?a el rostro p
\u225?lido y unas oscuras manchas debajo de los ojos\u8212?. Esto no es ning\u25
0?n ataque: a Ollerton lo han envenenado. Fue a recoger la copa que se hab\u237?
a ca\u237?do al suelo, y cuyo contenido se hab\u237?a derramado en las tablas de
madera. Alcest oli\u243? la copa, pero el dulce aroma del vino pod\u237?a disim
ular el olor de cualquier veneno. Luego fue a coger la jarra. \u8212?\u191?Hab\u
233?is servido vos la copa, Lesures? \u8212?Yo... \u8212?El se\u241?or de los pe
rgaminos levant\u243? una mano, asustado\u8212?. Deber\u237?amos ir a buscar a u
n m\u233?dico \u8212?dijo con tono lastimero. \u8212?A menos \u8212?dijo Alcest
con sarcasmo\u8212? que conozc\u225?is a uno capaz de devolver la vida a los mue
rtos, maese Lesures, ser\u225? mejor que vayamos a buscar a un sacerdote. Un her
mano de San Bartolom\u233?, os lo agradecer\u237?a mucho. Lesures capt\u243? la
indirecta y sali\u243? de la c\u225?mara a toda prisa. En cuanto la puerta se ce
rr\u243? tras \u233?l, los escribanos se agruparon alrededor del cad\u225?ver. \
u8212?\u161?Ya son tres! \u8212?susurr\u243? Napham\u8212?. \u161?Tres escribano
s muertos! Alcest ya hab\u237?a empezado a registrarle la cartera y la bolsa a O
llerton. \u8212?\u191?Es imprescindible que hag\u225?is eso? \u8212?S\u237?, lo
es \u8212?respondi\u243? Alcest\u8212?. Y esta noche, antes de que llegue ese fo
rense tan curioso, hemos de visitar sus aposentos. Oy\u243? pasos en la escalera
y se call\u243? de inmediato. Lesures entr\u243? corriendo en la sala, con un t
rozo de pergamino en la mano; le lanz\u243? el pergamino a Alcest, que ley\u243?
en voz alta el acertijo: \u8212?\u171?La segunda es el centro del desasosiego y
la base del horror.\u187? \u8212?Mir\u243? a sus compa\u241?eros\u8212?. Nos pe
rsiguen \u8212?dijo\u8212?. \u161?La muerte de Ollerton no ser\u225? la \u250?lt
ima! {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\par\pard\hyphpar }{\page } {\s1 \afs32
{\b

{\ql
Cap\u237?tulo V
{\line }
\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Athelstan estaba en lo alto de la torre de San Erconw
aldo, mirando por un enorme telescopio. {\i
Buenaventura} le estaba diciendo algo, y Cranston lo llamaba desde abajo. Athels
tan abri\u243? los ojos y mir\u243? a su alrededor, sobresaltado; el gato hab\u2
37?a desaparecido. Entraba poca luz por la peque\u241?a ventana que hab\u237?a e
ncima de su cama. Athelstan baj\u243? las piernas de la cama y se dio cuenta de
que lo que lo hab\u237?a despertado eran los golpes que se o\u237?an en la puert
a de la casa parroquial. \u8212?\u191?Est\u225?is bien, padre? \u161?Padre! Bene
dicta hab\u237?a entrado en la cocina. \u8212?Estoy aqu\u237? arriba, Benedicta
\u8212?dijo Athelstan frot\u225?ndose la cara\u8212?. He subido a echar una cabe
zadita. \u8212?\u191?Est\u225?is bien, hermano Athelstan? El fraile se levant\u2
43? y se asom\u243? por la escalera. Benedicta llevaba un vestido de verano de c
olor verde claro, y una cadenilla de plata adornaba su cuello. Alguien, segurame
nte alg\u250?n chiquillo, le hab\u237?a hecho una guirnalda de margaritas, y Ben
edicta todav\u237?a la llevaba en la cabeza, contrastando con su negro cabello.
La mujer ten\u237?a tal expresi\u243?n de congoja en los oscuros y hermosos ojos
, que a Athelstan le dio un vuelco el coraz\u243?n, pues en el fondo \u233?l ama
ba a aquella viuda, aunque jam\u225?s habr\u237?a osado confes\u225?rselo. \u171
?Os amo apasionadamente\u187?, pens\u243?, y, arrepentido, record\u243? el conse
jo que le hab\u237?a dado su maestro en el noviciado: \u171?El que est\u225? ham
briento, Athelstan, no es el cuerpo, sino el alma. El deseo f\u237?sico es como
una llama. A veces salta y chispea; otras arde suavemente. En cambio, el amor de
l alma es un fuego abrasador que no hay forma de sofocar\u187?. \u8212?\u161?Ath
elstan! \u8212?exclam\u243? Benedicta, golpeando el suelo con el pie\u8212?. \u1
91?Hab\u233?is perdido la raz\u243?n? \u161?Os hab\u233?is quedado embobado mir\
u225?ndome! \u8212?Estaba pensando \u8212?dijo Athelstan, sonriente\u8212?. Ya s
\u233? c\u243?mo va a ser la vida en el cielo. Benedicta suspir\u243?, exasperad
a. \u8212?Athelstan, el consejo no tardar\u225? en reunirse. Ya sab\u233?is c\u2
43?mo es Watkin. Si no est\u225?is all\u237? a la hora acordada, empezar\u225? l
a reuni\u243?n sin vos. Adem\u225?s, hoy tenemos visita, una joven llamada Aliso
n Chapler. \u161?Y no sab\u237?a que hab\u237?a un cad\u225?ver en la capilla! A
thelstan se toc\u243? los labios con las yemas de los dedos y exclam\u243?: \u82
12?\u161?Que Dios nos ampare! Lo hab\u237?a olvidado, Benedicta: he estado con C
ranston, y ya sab\u233?is lo que eso significa. Athelstan baj\u243? la escalera
a toda prisa, sujet\u243? a Benedicta por los hombros y la bes\u243? en las meji
llas. \u8212?\u191?A qu\u233? viene esto, padre? \u8212?Alg\u250?n d\u237?a os l
o explicar\u233?. \u161?Esa pobre mujer! Athelstan se apresur\u243? a coger su e
stola y la ampolla de los \u243?leos sagrados que guardaba en uno de los armario
s de la cocina, se at\u243? el cintur\u243?n alrededor de la t\u250?nica y sali\
u243? corriendo. Hac\u237?a una tarde espl\u233?ndida: el sol ya no calentaba ex
cesivamente, y una refrescante brisa inclinaba la hierba y las flores del cement
erio. Crim, el monaguillo, estaba orinando junto a la verja. \u8212?\u161?Hola,
padre! \u8212?dijo el muchacho por encima del hombro. \u8212?\u161?S\u250?bete l
as calzas ahora mismo! \u8212?le reprendi\u243? Athelstan\u8212?. Te tengo dicho
que no hagas eso en el camposanto. \u8212?Lo siento, padre, es que me han invit
ado a una bebida, dulce y refrescante. \u191?A d\u243?nde vais, padre? He echado
a la cerda de vuestro jard\u237?n. Suerte que no hab\u233?is llegado antes. \u8
212?Crim corr\u237?a junto a Athelstan sin parar de hablar un instante. Se volvi
\u243? para ver si Benedicta los segu\u237?a y dijo\u8212?: \u161?Ha venido Ceci
ly, la cortesana! \u8212?\u191?Qu\u233?? \u8212?Athelstan se par\u243?\u8212?. Y
\u191?con qui\u233?n iba? \u8212?No lo s\u233? \u8212?contest\u243? el chiquill
o, alica\u237?do. Athelstan le acarici\u243? el cabello y dijo: \u8212?Ve y trae
una vela encendida. \u8212?Ah, en la capilla hay una mujer \u8212?a\u241?adi\u2
43? Crim\u8212?. \u191?Hay un cad\u225?ver dentro? \u191?Puedo verlo? \u8212?Ve
a buscar una vela, como te he pedido. Athelstan sigui\u243? andando por el estre
cho sendero que serpeaba entre las tumbas, las cruces y las losas. La peque\u241

?a capilla mortuoria se alzaba a la sombra de un tejo, en la parte m\u225?s alej


ada del cementerio. La puerta estaba abierta. Dentro vio a Alison, arrodillada j
unto al cad\u225?ver de Chapler, metido en un ata\u250?d de madera. Alison ya ha
b\u237?a encendido una vela y la hab\u237?a colocado en un nicho de la pared. Ol
\u237?a bien, y Athelstan no not\u243? el olor a humedad. Alison se levant\u243?
al ver entrar al fraile; ten\u237?a los ojos llenos de l\u225?grimas. \u8212?Lo
siento \u8212?se disculp\u243? Athelstan\u8212?: me olvid\u233? por completo. \
u8212?No pasa nada, padre \u8212?repuso Alison\u8212?. Le he comprado un ata\u25
0?d a un enterrador que vive cerca de Crutched Friars, y me lo ha tra\u237?do ha
sta aqu\u237?. Alison fue a levantar la tapa del ata\u250?d, y Athelstan la ayud
\u243?. Ahora el cad\u225?ver de Chapler ya no ofrec\u237?a un aspecto tan espan
toso. Hasta le hab\u237?an peinado el cabello, y Alison hab\u237?a llenado de ro
mero los huecos que el cad\u225?ver dejaba en el ata\u250?d. Alison se qued\u243
? de pie; Benedicta estaba detr\u225?s de ella, con las manos cogidas, y Athelst
an inici\u243? la misa de difuntos. Ungi\u243? el cad\u225?ver: la frente, los o
jos, la nariz, la boca, las manos y el pecho. Crim entr\u243? con una vela encen
dida en la mano. Cuando Athelstan hubo terminado, recit\u243? la oraci\u243?n de
los difuntos, y termin\u243? con el r\u233?quiem. \u8212?Conc\u233?dele el desc
anso eterno, Se\u241?or. Benedicta y Alison replicaron: \u8212?Y que la luz eter
na brille siempre sobre \u233?l. Una vez recitada la oraci\u243?n, Athelstan ord
en\u243? que taparan el ata\u250?d y lo cerraran. \u8212?Ahora ya podemos llevar
lo a la iglesia \u8212?declar\u243?. \u8212?No, padre: dejadlo aqu\u237? esta no
che \u8212?dijo Alison esbozando una sonrisa que ilumin\u243? su delicado rostro
\u8212?. A Edwin le gustaban la hierba, la soledad, las flores. \u201?ste es un
lugar muy agradable. \u8212?\u191?Est\u225?is segura de que quer\u233?is que lo
enterremos en San Erconwaldo? \u8212?pregunt\u243? Athelstan. \u8212?S\u237?, pa
dre. \u8212?En ese caso, ma\u241?ana por la ma\u241?ana, despu\u233?s del amanec
er, celebrar\u233? una misa de r\u233?quiem. \u8212?Se volvi\u243? y dijo\u8212?
: Os presento a Benedicta. Las mujeres se sonrieron. \u8212?Pod\u233?is quedaros
con ella. Har\u233? que Pike prepare una tumba\u8212?. Athelstan sali\u243? y s
e\u241?al\u243? un rinc\u243?n del cementerio\u8212?. \u191?Qu\u233? os parece a
quel rinc\u243?n? En verano le da el sol. Alison, llorosa, dio su aprobaci\u243?
n. Athelstan se quit\u243? la estola y se la dio, junto con los \u243?leos, a Cr
im, pidi\u233?ndole que lo llevara todo a la casa parroquial. \u8212?Entonces, s
e\u241?ora Alison, \u191?acept\u225?is mi invitaci\u243?n y os qued\u225?is con
nosotros? \u8212?S\u237?, padre. Benedicta la cogi\u243? del brazo y le pregunt\
u243?: \u8212?\u191?Os hace falta dinero? \u8212?No \u8212?contest\u243? Alison\
u8212?, Edwin era un buen hermano: todo lo que ganaba me lo enviaba a m\u237?. \
u8212?Ahora tenemos una reuni\u243?n del consejo parroquial \u8212?explic\u243?
Athelstan\u8212?. Pod\u233?is esperar aqu\u237?, pero si lo prefer\u237?s pod\u2
33?is acompa\u241?arnos. Alison le apret\u243? la mano a Benedicta y dijo: \u821
2?Me gustar\u237?a acompa\u241?aros, padre. Athelstan se dispon\u237?a a regresa
r con ellas por el sendero cuando Alison, muy erguida, dijo: \u8212?Hermano Athe
lstan... Al fraile le sorprendi\u243? la severa expresi\u243?n del rostro de la
joven; aquella mujer ten\u237?a algo misterioso, como si ocultara acero debajo d
e una capa de terciopelo. \u8212?\u191?Qu\u233? ocurre, se\u241?ora? \u8212?Los
asesinos de mi hermano... \u191?Los apresar\u233?is? \u191?Cre\u233?is que los c
olgar\u225?n? \u8212?\u191?Los asesinos? \u8212?dijo Athelstan\u8212?. Se\u241?o
ra Alison, \u191?qu\u233? os hace pensar que pueda haber m\u225?s de uno? \u8212
?Oh \u8212?exclam\u243? Alison\u8212?. Edwin era un hombre muy robusto; no debi\
u243? de ser f\u225?cil acabar con \u233?l. \u8212?\u191?Sospech\u225?is de algu
ien? \u8212?pregunt\u243? Athelstan. \u8212?De los escribanos \u8212?contest\u24
3? ella\u8212?. Sobre todo de Alcest, que es el m\u225?s arrogante de todos ello
s. Edwin sol\u237?a hablarme de \u233?l; no le ca\u237?a nada bien, y a Alcest t
ampoco le gustaba Edwin. \u8212?S\u237?, pero de ah\u237? a cometer un asesinato
... \u8212?dijo Athelstan\u8212?. Se\u241?ora Alison, a veces a m\u237? no me gu
sta alguno de mis feligreses, y sin embargo eso no es excusa para el peor de los
cr\u237?menes. \u8212?No era m\u225?s que una corazonada, padre \u8212?repuso l
a joven, y se pas\u243? un dedo por el labio inferior. Athelstan sab\u237?a que
Alison ten\u237?a raz\u243?n: los escribanos de la Cera Verde ocultaban algo; pe

ro \u191?qu\u233?? \u191?Un asesinato? Y \u191?c\u243?mo pod\u237?an haber matad


o a Chapler si esa noche la hab\u237?an pasado de juerga en una taberna? Athelst
an ech\u243? a andar por el sendero del cementerio; detr\u225?s de \u233?l, Bene
dicta consolaba a Alison, escuchando los detalles del asesinato de su hermano y
asegur\u225?ndole que sir John Cranston, pese a ser un gran aficionado al claret
e, era astuto como un zorro, y un gran defensor de la justicia. Llegaron a la en
trada de la iglesia, donde Athelstan salud\u243? al consejo parroquial. \u8212?O
s est\u225?bamos esperando, padre. \u161?Lleg\u225?is tarde! \u8212?bram\u243? H
ig, el porquero, frunciendo el entrecejo. \u8212?He tenido que ungir un cad\u225
?ver \u8212?se disculp\u243? Athelstan, y a continuaci\u243?n les present\u243?
a Alison. \u8212?\u191?C\u243?mo os atrev\u233?is a sermonear a vuestro p\u225?r
roco? \u8212?Watkin, el basurero, baj\u243? por la escalinata, y estuvo a punto
de derribar a Hig, el porquero, de un empuj\u243?n. Watkin ten\u237?a un rostro
carnoso y sonrosado y los ojos saltones, y, desde donde estaba, Athelstan percib
i\u243? el fuerte olor a cerveza de su aliento\u8212?. Yo soy el jefe del consej
o parroquial \u8212?a\u241?adi\u243? Watkin\u8212?, y soy el que habla con el p\
u225?rroco. \u8212?\u161?No por mucho tiempo! \u8212?exclam\u243? desde el fondo
la esposa de Pike, el excavador. Athelstan dio unas palmadas y, antes de que es
tallara una pelea, dijo: \u8212?Calmaos, hermanos. Ranulfo, el cazador de ratas,
que pese al calor que hac\u237?a llevaba puestos el jub\u243?n negro y la capuc
ha, abri\u243? la puerta de la iglesia y los invit\u243? a entrar. Athelstan le
tir\u243? de la manga a Cecily, la cortesana, que sub\u237?a la escalinata lenta
mente, cogi\u233?ndose el vestido y balanceando provocativamente el trasero dela
nte de Pike. \u8212?Cecily \u8212?susurr\u243? Athelstan. \u8212?\u191?S\u237?,
padre? \u8212?La mujer, con sus ojos azul lavanda y su agraciado rostro rodeado
de rizos dorados, parec\u237?a m\u225?s angelical que nunca. \u8212?\u191?Cu\u22
5?ndo aprender\u233?is, Cecily \u8212?susurr\u243? el fraile\u8212?, fue s\u243?
lo a los muertos les corresponde yacer en el cementerio? \u8212?Pero padre \u821
2?dijo Cecily abriendo mucho los ojos\u8212?, si s\u243?lo fui a coger unas flor
es. \u8212?\u191?Es eso cierto? \u8212?No, padre, pero es lo \u250?nico que pien
so deciros. \u8212?Y dicho eso, la descarada se escabull\u243?. Los miembros del
consejo parroquial se reunieron cerca del baptisterio, sent\u225?ndose en banco
s dispuestos formando un cuadrado. Watkin ocup\u243? el asiento de honor, a la d
erecha de Athelstan; Pike se sent\u243? a su izquierda, y el resto se pele\u243?
, como de costumbre, por los otros asientos. Benedicta y Alison encontraron siti
o en el banco opuesto al de Athelstan, y el fraile inici\u243? la reuni\u243?n c
on una oraci\u243?n. Los temas a tratar eran los habituales: hab\u237?a que cort
ar la hierba del cementerio, y hab\u237?a que preparar el entierro del d\u237?a
siguiente. Todos miraban a Alison con compasi\u243?n; Pike se ofreci\u243? para
cavar la tumba, y Hig y Watkin, para transportar el ata\u250?d de su hermano. At
helstan pregunt\u243? qui\u233?n era el que se hab\u237?a emborrachado, dos noch
es atr\u225?s, delante de la iglesia. Nadie contest\u243?, pero Bladdersniff, el
alguacil, Pike y Watkin se pusieron a mirar el suelo como si no lo hubieran vis
to nunca antes. \u8212?Y ahora \u8212?continu\u243? Athelstan\u8212?, los prepar
ativos del d\u237?a de la Santa Cruz. Dentro de un mes, el catorce de septiembre
, celebramos la festividad de la Exaltaci\u243?n de la Santa Cruz. Aquella era l
a se\u241?al para que todo el mundo se levantara a contemplar el nuevo crucifijo
de Huddle. El pintor, que no pod\u237?a disimular su satisfacci\u243?n, describ
i\u243? c\u243?mo hab\u237?a logrado su obra maestra. Todos expresaron su admira
ci\u243?n y coincidieron en afirmar que esta vez Huddle se hab\u237?a superado a
s\u237? mismo. \u8212?El d\u237?a de la Santa Cruz es festivo \u8212?prosigui\u
243? Athelstan cuando todos se hubieron sentado de nuevo\u8212?. Celebraremos un
a misa y despu\u233?s bendeciremos el crucifijo. \u8212?Yo lo llevar\u233? \u821
2?grit\u243? Watkin. \u8212?\u161?Ni hablar! \u8212?protest\u243? Pike\u8212?. \
u161?Quer\u233?is hacerlo todo, Watkin! \u8212?Yo no me acuesto con nadie en el
cementerio \u8212?susurr\u243? el basurero con desprecio. \u8212?\u191?C\u243?mo
dec\u237?s? \u8212?La varonil esposa de Pike se inclin\u243? hacia delante. \u8
212?Callaos. \u8212?Tab, el calderero, que se sentaba a su lado, le cogi\u243? l
a mano\u8212?. Ya sab\u233?is que Pike tiene que cavar las tumbas y ocuparse de
ellas. Pike sonri\u243? al calderero, y Athelstan comprendi\u243? que se estaban

estableciendo nuevas alianzas en el consejo parroquial. \u8212?Despu\u233?s de


la bendici\u243?n \u8212?continu\u243? el p\u225?rroco\u8212?, beberemos cerveza
y haremos algunos juegos, y por la noche celebraremos el banquete parroquial. \
u8212?\u191?Y la procesi\u243?n? \u8212?Pernell, la flamenca, se apart\u243? el
cabello de la cara. Athelstan contuvo un gru\u241?ido: confiaba en que lo hubier
an olvidado. \u8212?Ya sab\u233?is, padre \u8212?continu\u243? Pernell\u8212?, q
ue hay que dar una vuelta al cementerio con la cruz. \u191?Qui\u233?n har\u225?
de Cristo este a\u241?o? A continuaci\u243?n tuvo lugar una acalorada discusi\u2
43?n sobre qui\u233?n har\u237?a qu\u233?. Athelstan mir\u243? a Alison, que, co
mo Benedicta, intentaba contener la risa. Al final se restableci\u243? el orden,
pero s\u243?lo despu\u233?s de que Athelstan se levantara, diera unas palmadas
y mirara con gesto amenazador a los miembros del consejo parroquial. Decidi\u243
? que Ranulfo, el cazador de ratas, llevar\u237?a la cruz; Watkin y Pike har\u23
7?an de soldados romanos; los dem\u225?s se repartieron el resto de los papeles.
S\u243?lo qued\u243? una persona sin papel: la esposa de Pike, el excavador, qu
e pagaba as\u237? por su car\u225?cter rencoroso y sus comentarios, cargados de
malicia. Athelstan intent\u243? cambiar el reparto o introducir alg\u250?n perso
naje nuevo, pero la mujer se negaba a aceptar remiendos. Furiosa, miraba con odi
o a Cecily, la cortesana, quien le sonre\u237?a impasible. \u8212?Padre \u8212?d
ijo Alison Chapler poni\u233?ndose en pie\u8212?, quisiera haceros una sugerenci
a. Mi familia proced\u237?a de Norfolk, y en mi casa siempre celebr\u225?bamos e
l d\u237?a de la Santa Cruz. Me he fijado en que os falta un personaje: la Bruja
Buena. \u8212?\u191?La Bruja Buena? \u8212?pregunt\u243? Athelstan. \u8212?Seg\
u250?n la leyenda \u8212?explic\u243? Alison\u8212?, la Bruja Buena era una muje
r que viv\u237?a en el Valle de la Muerte, cerca de Jerusal\u233?n, y a la que t
odo el mundo odiaba. Athelstan rez\u243? para que nadie hiciera ning\u250?n come
ntario. \u8212?Pues bien \u8212?continu\u243? Alison\u8212?, cuando Cristo fue c
rucificado, ella se mantuvo a cierta distancia, y gracias a su fe, se transform\
u243? y se convirti\u243? en santa. Todos aplaudieron, y volvi\u243? a reinar la
calma. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} En una peque\u241?a c\u225?mara de la planta baja de
la Canciller\u237?a de la Cera Verde, sir John Cranston examinaba el cad\u225?ve
r de William Ollerton, el escribano muerto. \u8212?Ese veneno deb\u237?a de ser
mortal. \u8212?Cranston le dio un puntapi\u233? al escribano en la bota, y a\u24
1?adi\u243?\u8212?: Muy pernicioso. El forense tamborile\u243? con los dedos sob
re su barriga. Estaba sentado en su jard\u237?n, mirando c\u243?mo los gemelos j
ugaban con {\i
Gog} y {\i
Magog}, y reflexionando sobre su sabio tratado, {\i
Sobre el gobierno de Londres}, cuando Flaxwith, el alguacil, lleg\u243? con la n
oticia. Cranston se march\u243? maldiciendo por lo bajo; la noticia de la muerte
de Ollerton no tardar\u237?a en llegar al Palacio Savoy, y el regente empezar\u
237?a a hacer preguntas. Tambi\u233?n Cranston ten\u237?a unas cuantas preguntas
sin respuesta. Maese Tibault Lesures, que estaba a su lado, parec\u237?a a punt
o de desmayarse; estaba p\u225?lido y sudoroso, y no paraba de parpadear. El se\
u241?or de los pergaminos se humedeci\u243? los labios y empez\u243? a hacer mov
imientos nerviosos con los dedos. Los tres escribanos \u8212?Elflain, Napham y A
lcest\u8212? parec\u237?an m\u225?s serenos. \u8212?Empecemos de nuevo \u8212?di
jo Cranston\u8212?. \u191?Ten\u233?is una copa...? \u8212?S\u237?, sir John \u82
12?afirm\u243? Lesures\u8212?. Cada uno tiene una copa con su inicial. A \u250?l
tima hora de la tarde, terminadas nuestras tareas, tenemos por costumbre tomar u
na copa de malvas\u237?a; as\u237? nos quitamos el sabor a polvo de la boca y no
s la endulzamos un poco. \u8212?Y esas copas \u191?estaban en una bandeja? Crans
ton se apart\u243? del cad\u225?ver y se acerc\u243? a una mesita donde estaban
las copas, todav\u237?a medio llenas, en una bandeja de peltre. Cogi\u243? la de
Ollerton, la olisque\u243? y percibi\u243? el dulce olor del vino, y otro olor
acre. Sir John record\u243? lo que Athelstan hab\u237?a dicho sobre el ars\u233?
nico y la belladona: \u171?Ambos tienen un efecto mortal \u8212?le hab\u237?a ex
plicado\u8212?, pero son f\u225?ciles de disimular\u187?. Cranston cogi\u243? to
das las copas y las olfate\u243?. \u8212?Y \u191?qui\u233?n lavaba las copas cad

a ma\u241?ana? \u8212?Lo hac\u237?amos por turnos, sir John. \u8212?\u191?A qui\


u233?n le tocaba hacerlo esta ma\u241?ana? Napham levant\u243? una mano y dijo:
\u8212?Pero estaban todas limpias, sir John. \u8212?De acuerdo. \u8212?Sir John
se apoy\u243? en la pared, y lament\u243? que Athelstan no se encontrara all\u23
7? con \u233?l\u8212?. Necesito una lista de todas las personas que hoy han entr
ado en la Canciller\u237?a. Lesures empez\u243? a contar con los dedos. \u8212?V
eamos \u8212?dijo\u8212?. Los escribanos y yo, sir Lionel Havant, vos, sir John,
el hermano Athelstan y la se\u241?ora Chapler. \u8212?\u191?Nadie m\u225?s? \u8
212?Alg\u250?n criado; suelen entrar a traernos mensajes, o pergaminos y plumas
nuevas. \u8212?Y sin embargo \u8212?continu\u243? el forense\u8212?, el veneno l
o pusieron en el mismo momento en que llegaba este cr\u237?ptico mensaje: \u171?
La segunda es el centro del desasosiego y la base del horror\u187?. \u8212?Crans
ton mir\u243? a los escribanos\u8212?. Tengo entendido que os gustan los acertij
os y los jerogl\u237?ficos. \u191?Sabe alguno de vosotros qu\u233? significa \u2
33?ste? Los escribanos negaron con la cabeza. \u8212?Dejadme continuar \u8212?di
jo Cranston\u8212?. El que puso el veneno en la copa sab\u237?a a qu\u233? hora
ibais a beberos la malvas\u237?a, y se encarg\u243? de que os entregaran el mens
aje en ese preciso momento. Con lo cual se reduce el n\u250?mero de sospechosos,
\u191?no? \u8212?Se inclin\u243? hacia delante. \u8212?\u191?Qu\u233? quer\u233
?is decir? \u8212?pregunt\u243? Alcest. \u8212?Lo que quiero decir es esto, jove
n: cuando Ollerton muri\u243?, yo estaba en mi jard\u237?n, Athelstan y la se\u2
41?ora Chapler estaban en Southwark, y Havant, seguramente, en el Palacio Savoy;
eso por lo que respecta a las visitas. En mi opini\u243?n, el asesino de Ollert
on trabaja en la Canciller\u237?a de la Cera Verde, y podr\u237?a estar ahora en
esta habitaci\u243?n. Sus palabras provocaron un coro de negativas enardecidas.
Cranston dio unas palmadas y pidi\u243? silencio. \u8212?Soy un hombre de ley,
y mi trabajo consiste en descubrir pruebas. Ahora podr\u237?a ordenar que os reg
istraran: no todo el mundo lleva encima una bolsa de veneno. \u8212?\u161?Bah! \
u8212?Napham hizo un gesto de desprecio con la mano y se dirigi\u243? hacia la p
uerta, como si tuviera intenci\u243?n de marcharse. \u8212?\u161?Si lo hac\u233?
is, ordenar\u233? que os arresten, se\u241?or! \u8212?grit\u243? Cranston\u8212?
. Mi alguacil espera en la calle. Napham volvi\u243? a su sitio. \u8212?\u161?Cu
alquiera pudo entrar aqu\u237?! \u8212?protest\u243? Alcest. \u8212?\u191?Cualqu
iera? \u8212?pregunt\u243? Cranston\u8212?. Vosotros estabais aqu\u237? cuando m
uri\u243? Ollerton, y cualquiera de vosotros pudo ir a aquella taberna y matar a
Peslep. \u8212?Pero \u191?qu\u233? nos dec\u237?s de Chapler? \u8212?dijo Alces
t en tono desafiante\u8212?. Podemos demostrar, sir John, que est\u225?bamos cel
ebrando una fiesta en una c\u225?mara del Cerdo Danzar\u237?n cuando muri\u243?
nuestro compa\u241?ero. \u8212?\u191?Ten\u237?ais buena relaci\u243?n con \u233?
l? \u8212?pregunt\u243? Cranston de pronto. \u8212?\u191?Con qui\u233?n? \u8212?
Con Chapler. \u191?Os ca\u237?a bien? Lo hab\u233?is llamado compa\u241?ero. \u8
212?Chapler no era como los dem\u225?s \u8212?respondi\u243? Alcest\u8212?; pod\
u233?is pregunt\u225?rselo a maese Tibault: Chapler era muy reservado. El s\u225
?bado por la ma\u241?ana, cuando se cerraba la Canciller\u237?a, antes del \u225
?ngelus, \u233?l se iba a Epping a ver a su querida hermana. \u8212?\u191?Sab\u2
33?is si Peslep era rico? \u8212?pregunt\u243? Cranston. \u8212?Era de buena fam
ilia. Cranston cerr\u243? los ojos; estaba agotado. Le habr\u237?a encantado int
errogar a aquellos j\u243?venes, pero en realidad no pod\u237?a decir nada m\u22
5?s. No hab\u237?a ning\u250?n indicio real sobre el que trabajar. El forense se
dirigi\u243? hacia la puerta. \u8212?Que envuelvan el cad\u225?ver con una s\u2
25?bana \u8212?orden\u243?. Pens\u243? en el Cordero de Dios, y entonces se acor
d\u243? de lo que Alcest hab\u237?a dicho sobre el Cerdo Danzar\u237?n. Se volvi
\u243?, con la mano en el picaporte, y dijo\u8212?: Maese Alcest, la noche que m
uri\u243? Chapler, \u191?salisteis de la Canciller\u237?a y os dirigisteis direc
tamente al Cerdo Danzar\u237?n? \u8212?As\u237? es. \u8212?Y \u191?estuvisteis s
olos en esa c\u225?mara reservada? \u8212?S\u237?. Bueno, con otras personas. \u
8212?\u191?Hab\u237?a mujeres? \u191?De d\u243?nde eran? Alcest se frot\u243? la
boca. \u8212?\u161?Vamos, maese Alcest! \u8212?bram\u243? sir John\u8212?. Paga
steis a unas cuantas prostitutas, \u191?no? J\u243?venes cortesanas. \u191?Qui\u
233?n era la jefa del grupo? \u8212?Nell Broadsheet. Cranston sonri\u243?. \u821

2?Veo que no vais escasos de dinero \u8212?coment\u243?\u8212?: las muchachas de


la se\u241?ora Broadsheet son las m\u225?s lindas y las m\u225?s caras de Londr
es. \u191?No es cierto que tienen una casa cerca de Greyfriars, un poco m\u225?s
all\u225? de Newgate? El joven asinti\u243? con la cabeza. \u8212?Bien. En ese
caso \u8212?dijo Cranston\u8212?, creo que ir\u233? a visitarla. Cranston sali\u
243? a la calle, donde Flaxwith lo esperaba apoyado en una pared. {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} estaba sentado a su lado. \u8212?\u161?Apartad esa bestia asquerosa de m\u237
?! \u8212?dijo Cranston\u8212?. Bueno, Henry, hoy voy a haceros un regalo. Tendr
\u233?is que visitar el establecimiento de la se\u241?ora Broadsheet. \u191?Lo c
onoc\u233?is? El alguacil se sonroj\u243? y empez\u243? a arrastrar los pies; in
cluso {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} parec\u237?a m\u225?s alica\u237?do. \u8212?\u161?Henry! \u8212?Cranston le s
ujet\u243? la barbilla al alguacil\u8212?. \u161?No me dig\u225?is que hab\u233?
is estado mojando la pluma en el tintero de la se\u241?ora Broadsheet! \u8212?A
veces me siento solo, sir John \u8212?murmur\u243? Flaxwith. \u8212?Pero si ten\
u233?is esposa \u8212?replic\u243? Cranston\u8212?. La dulce \u218?rsula. La exp
resi\u243?n de confusi\u243?n de Flaxwith se transform\u243? de pronto en expres
i\u243?n de puro terror. Cranston record\u243? a \u218?rsula, una mujer fornida
como una torre del homenaje, con la mirada penetrante y una lengua mordaz. \u821
2?Oh, sir John. Que quede entre nosotros, os lo ruego. A lady \u218?rsula... \u8
212?Flaxwith se inclin\u243? y dio unas palmadas a {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n}, que parec\u237?a a\u250?n m\u225?s acobardado despu\u233?s de o\u237?r el no
mbre de la esposa de Flaxwith. \u8212?\u191?Qu\u233?? \u8212?pregunt\u243? Crans
ton. \u8212?A lady \u218?rsula... \u8212?Flaxwith trag\u243? saliva\u8212? no le
atraen los placeres de la carne. Cranston pens\u243? en los alegres revolcones
que se daba con su esposa y, compasivo, le dio unas palmadas en el hombro al alg
uacil. \u8212?Bueno, vamos a visitar a la se\u241?ora Broadsheet, a ver qu\u233?
puede contarnos ella de nuestros escribanos. \u8212?Eso ten\u237?a que hacerlo
yo \u8212?murmur\u243? Flaxwith. \u8212?Ver\u233?is, Henry \u8212?dijo Cranston,
risue\u241?o, y le dio un codazo a su alguacil\u8212?, quiero asegurarme de que
no os qued\u225?is en esa casa m\u225?s tiempo del imprescindible. Ah, por cier
to, quiero que os enter\u233?is de d\u243?nde pasaron la noche Stablegate y Flin
stead, los dos escribientes de maese Drayton, el d\u237?a que asesinaron a su pa
tr\u243?n. Os lo pasar\u233?is bien visitando las tabernas de la ciudad \u8212?a
\u241?adi\u243? el forense\u8212?, y {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} tambi\u233?n. El mast\u237?n gir\u243? la cabeza, con los labios ligeramente
torcidos, a punto de gru\u241?ir. Cranston, precavido, sonri\u243?, y siguieron
atravesando el Holborn; pasaron por Cock Lane, que segu\u237?a cerrado y vigilad
o por los arqueros reales, y atravesaron la antigua muralla de la ciudad hasta l
legar a Newgate. Los carniceros ya hab\u237?an desmontado sus puestos, pero el o
lor a sangre y a despojos excit\u243? a {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n}, quien brincaba de un lado para otro, recogiendo alg\u250?n que otro bocado.
Cranston atrap\u243? a un carterista que iba siguiendo a dos ancianas que se dir
ig\u237?an a Santa Mar\u237?a le Bow, cuyas campanas llamaban a misa; el farolil
lo del campanario ya estaba encendido. Cranston agarr\u243? al truh\u225?n por e
l cuello y le peg\u243? un bofet\u243?n en la oreja con el que lo envi\u243? al
otro lado de la calle. \u8212?\u191?Sab\u233?is una cosa, Henry? \u8212?Cranston
se detuvo ante la oscura e imponente prisi\u243?n de Newgate, donde se amontona
ba la gente que esperaba para entrar a visitar a sus amigos o parientes\u8212?.
Si el regente aceptara mi tratado sobre el gobierno de esta ciudad, har\u237?a q

ue encendieran antorchas en todas las calles importantes. Cranston se\u241?al\u2


43? el pat\u237?bulo, donde estaban cubriendo de brea los cad\u225?veres de cuat
ro criminales a los que hab\u237?an colgado aquella ma\u241?ana; despu\u233?s lo
s colocar\u237?an en unas jaulas de hierro y los colgar\u237?an en las encrucija
das de las afueras de Londres, como advertencia. Los dos verdugos silbaban, feli
ces con su tarea. De vez en cuando la brea salpicaba a las prostitutas que se ap
i\u241?aban alrededor de la horca; los verdugos no se preocupaban por los amigos
y familiares de los condenados, que esperaban pacientemente para enterarse de d
\u243?nde iban a colgar a sus seres queridos. \u8212?\u191?Qu\u233? ibais a deci
r, sir John? \u8212?pregunt\u243? Flaxwith. \u8212?Eso lo eliminar\u237?a \u8212
?mascull\u243? Cranston\u8212?. \u161?Vamos! El establecimiento de la se\u241?or
a Broadsheet estaba situado en un peque\u241?o y tranquilo callej\u243?n. Era un
a mansi\u243?n de tres plantas rodeada de jard\u237?n; la planta baja era una ta
berna con un arbusto colgado sobre la puerta. Los pisos de arriba eran lo que la
se\u241?ora Broadsheet llamaba su \u171?capilla de reposo\u187?, donde sus clie
ntes se citaban con las m\u225?s hermosas meretrices de Londres. Flaxwith at\u24
3? a {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} fuera y le dijo que se portara bien. \u201?ste, con las mand\u237?bulas llena
s de despojos que hab\u237?a ido recogiendo por la calle, contest\u243? con un g
emido. La taberna era un lugar tranquilo y agradable: el techo era alto, y los j
uncos del suelo estaban limpios; las mesas estaban rodeadas de taburetes en buen
estado, y no de barriles volcados. En la pared del fondo, ordenadamente colocad
os, hab\u237?a cubas y barriles de cerveza; de las vigas del techo colgaban jamo
nes y sacos de cebollas, y hab\u237?a cestos de flores en los alf\u233?izares. D
e la despensa sal\u237?an dulces aromas: la cocinera francesa de la se\u241?ora
Broadsheet estaba trabajando. Cranston chasc\u243? los labios, y se dio unas pal
maditas en la barriga, pero permaneci\u243? en el umbral, deleit\u225?ndose con
aquellas im\u225?genes y aquellos sonidos. Flaxwith, detr\u225?s del forense, te
n\u237?a la mano encima de la daga. La casa de la se\u241?ora Broadsheet ten\u23
7?a fama de ser el escondite de los bandidos de la ciudad, y sir John no iba a s
er bien recibido all\u237?. Cranston dudaba entre hacer una entrada triunfal o e
ntrar deprisa y subir por la escalera que hab\u237?a al fondo, y decidi\u243? lo
segundo. Mir\u243? a su alrededor y reconoci\u243? muchas caras: ladrones, fals
ificadores, charlatanes, matones y alg\u250?n que otro joven inocente que hab\u2
37?a salido a divertirse, dispuesto a alargar la fiesta hasta el amanecer. Entre
esos personajes estaban las meretrices de la ciudad; no eran rameras normales y
corrientes, sino, como afirmaba la se\u241?ora Broadsheet, \u171?damas refinada
s que sab\u237?an complacer a un caballero\u187?. El forense acababa de decidir
echar una carrera hasta la escalera cuando, de pronto, una voz grit\u243?: \u821
2?\u161?Por los cuernos de Satan\u225?s! \u161?Pero si es Cranston! Los chiquill
os que tocaban el viol\u237?n, la flauta y la pandereta interrumpieron su suave
m\u250?sica, al tiempo que todos callaban. Cranston se situ\u243? en el centro d
e la sala, se quit\u243? el sombrero de castor e hizo una exagerada reverencia.
\u8212?Damas y caballeros, buenas noches. Sir John Cranston os presenta sus resp
etos. \u8212?\u161?Que se vaya al cuerno! \u8212?grit\u243? alguien. Cranston ni
siquiera se molest\u243? en volverse. \u8212?\u201?se ha sido Ned, \u191?verdad
? Ned {\i
el Retratista}. Os aconsejo que mid\u225?is vuestras palabras, porque si no, que
rido amigo Ned, ma\u241?ana mismo ordenar\u233? que os arresten, acusado de cont
umacia contra un funcionario real. \u8212?Cranston separ\u243? las piernas y met
i\u243? los pulgares en su ancho talabarte\u8212?. No se\u225?is crueles con el
viejo sir John. Aqu\u237? tengo a Henry Flaxwith, y fuera hay unos cuantos algua
ciles m\u225?s, por no mencionar a {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n}, el perro. Ya conoc\u233?is a {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i

n}, \u191?verdad? No hay nada que le guste m\u225?s que pegarle un mordisco a un
jugoso tobillo. \u8212?\u191?A qu\u233? viene ese tono, sir John? Es del todo i
nnecesario. Una mujer bajaba la escalera, con el rubio cabello recogido bajo un
velo de lino con reborde plateado. Luc\u237?a un vestido granate oscuro, y una c
adena de oro alrededor de la delgada cintura. Se mov\u237?a despacio, l\u225?ngu
idamente, y caminaba con la cabeza muy alta, como si fuera una dama de la noblez
a y no la due\u241?a de una casa de dudosa reputaci\u243?n. Ten\u237?a el cutis
aterciopelado, los ojos grandes y chispeantes. Lo \u250?nico que le delataba era
la boca, de labios delgados y ligeramente socarrones. Cranston hizo otra revere
ncia y dijo: \u8212?Se\u241?ora Broadsheet, cu\u225?nto me alegro de veros. \u82
12?Me encantar\u237?a poder decir lo mismo, sir John. Cranston se fij\u243? en q
ue la mujer hab\u237?a elevado el tono de voz. Se hab\u237?a quedado agarrada a
la barandilla, como si no pensara acabar de bajar la escalera. \u8212?Entonces,
\u191?soy bienvenido aqu\u237?? \u8212?pregunt\u243? sir John, intrigado. \u8212
?Por supuesto, sir John Cranston. Sois el forense de esta ciudad: mi casa es vue
stra casa. Sin pens\u225?rselo dos veces, Cranston subi\u243? la escalera con un
par de zancadas. Oy\u243? pasos amortiguados en el piso de arriba. Pese al cans
ancio, y pese a su corpulencia, sir John subi\u243? el siguiente tramo con gran
agilidad, y tan deprisa que casi tropez\u243? con el hombre que hab\u237?a en el
rellano; llevaba una peque\u241?a ballesta, con la que le apuntaba en el pecho.
Cranston se qued\u243? mirando el rostro sonriente del joven. Aquel individuo,
con unos bonitos ojos, tez cetrina y cabello oscuro, le record\u243? a Athelstan
. \u8212?\u161?El Vicario del Infierno! \u8212?Cranston mir\u243? al joven de ar
riba abajo; iba vestido de negro, como de costumbre. Detr\u225?s de \u233?l, una
muchacha envuelta en una s\u225?bana miraba, nerviosa, al forense\u8212?. \u161
?Vuelve a tu habitaci\u243?n! \u8212?le orden\u243? Cranston, y puso la mano en
el pu\u241?o de su daga. El joven se le acerc\u243? un poco m\u225?s y dijo: \u8
212?No comet\u225?is ninguna estupidez, sir John. \u8212?Vais a venir conmigo \u
8212?gru\u241?\u243? Cranston. \u8212?Uno no siempre consigue lo que quiere, sir
John. El Vicario del Infierno levant\u243? la ballesta. Sir John se encogi\u243
?, pero en lugar de disparar, el Vicario del Infierno le dio un empuj\u243?n a C
ranston, que cay\u243? rodando por la escalera. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\par\pard\hyphpar }{\page } {\s1 \afs32
{\b
{\ql
Cap\u237?tulo VI
{\line }
\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Sir John Cranston, forense de la ciudad, estaba furio
so. Lo hab\u237?an tirado por la escalera, pero m\u225?s que los huesos, lo que
ten\u237?a herido era el orgullo. El Vicario del Infierno, \u225?gil {\i
como} una ardilla, hab\u237?a escapado por una ventana, y sir John sab\u237?a qu
e de nada serv\u237?a perseguirlo. Ahora estaba en la taberna; los clientes se h
ab\u237?an marchado, asustados por la ira del forense, que impon\u237?a mucho re
speto con el rostro enrojecido, los bigotes erizados y la daga en la mano. Flaxw
ith hab\u237?a entrado a toda prisa en la taberna, seguido por {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n}, que iba gru\u241?endo y mordiendo todos los tobillos que encontraba en su ca
mino. Sir John fulmin\u243? con la mirada a la se\u241?ora Broadsheet, que pese
a su altivez y su aplomo, ahora temblaba de pies a cabeza. \u8212?\u191?Entend\u
233?is lo que os digo? \u8212?bram\u243? Cranston, con los brazos en jarras. La
se\u241?ora Broadsheet pesta\u241?e\u243?. \u8212?Os lo explicar\u233? mejor \u8
212?continu\u243? Cranston\u8212?: os meter\u225?n en un calabozo, a vos y a vue
stras muchachas; cerrar\u225?n y tapiar\u225?n esta casa, y todos los muebles y
accesorios ser\u225?n transportados a un s\u243?tano del ayuntamiento. La se\u24
1?ora Broadsheet mir\u243? los penetrantes ojos de Cranston; sab\u237?a que no p
od\u237?a sobornar a aquel hombre tan \u237?ntegro, ni con dinero ni en especie.
Sin embargo, conoc\u237?a su punto d\u233?bil, y dej\u243? que dos gruesas l\u2
25?grimas rodaran por sus mejillas. Cranston trag\u243? saliva: era la se\u241?a

l que la se\u241?ora Broadsheet estaba esperando para taparse la cara con las ma
nos y romper a llorar a l\u225?grima viva. Como el coro de una obra de teatro su
s muchachas, que se encontraban en diferentes grados de desnudez, tambi\u233?n r
ompieron a llorar, y lo mismo hicieron los mozos, las cocineras, las criadas y l
os pinches. Algunas mujeres incluso se arrodillaron, y juntaron las manos con ge
sto de s\u250?plica. Cranston mir\u243? a su alrededor: hasta {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} agach\u243? la cabeza y se puso a aullar desconsoladamente. \u8212?\u161?Oh,
sir John! \u161?Pobres de nosotras! \u8212?La se\u241?ora Broadsheet se quit\u24
3? las manos de la cara\u8212?. \u161?Cu\u225?nto lo lamento, sir John! Cranston
contempl\u243? sus hermosos ojos, llenos de l\u225?grimas, y su rabia empez\u24
3? a desvanecerse. Los llantos eran cada vez m\u225?s fuertes, y {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} levant\u243? la cabeza, estir\u243? el cuello y se uni\u243? a ellos sin disi
mulo. Flaxwith no sab\u237?a d\u243?nde meterse. Cranston se sent\u243? en un ba
nco. \u8212?\u161?Callaos! \u8212?grit\u243?\u8212?. \u161?Por lo que m\u225?s q
uer\u225?is, callaos! Los llantos cesaron, la se\u241?ora Broadsheet mir\u243? l
lorosa a sir John, sin levantar del todo los p\u225?rpados. \u8212?Sois muy pica
ra \u8212?dijo Cranston. \u8212?Qu\u233? valiente sois, sir John \u8212?susurr\u
243? ella\u8212?. C\u243?mo hab\u233?is subido por la escalera, dispuesto a luch
ar. \u8212?Capt\u243? la mirada de advertencia de Cranston y a\u241?adi\u243?\u8
212?: Como un aut\u233?ntico caballero; lady Maude debe de ser una mujer muy afo
rtunada. \u8212?Levant\u243? una mano y chasc\u243? los dedos\u8212?. Traedle al
go a sir John. \u191?Un pastelito de carne, se\u241?or forense? La ira de Cranst
on se esfum\u243? por completo. El forense se sent\u243? con la se\u241?ora Broa
dsheet junto a la ventana, y la mujer apoy\u243? los codos en la mesa. Se le hab
\u237?an desabrochado algunos botones del vestido, y si Cranston hubiera querido
, habr\u237?a podido verle los suaves y abundantes pechos. Sir John tosi\u243? e
hizo un gesto con los dedos, y la se\u241?ora Broadsheet se abroch\u243? r\u225
?pidamente el vestido, como una monja gazmo\u241?a. Luego Cranston se puso a com
er el pastel de carne, acompa\u241?\u225?ndolo con vino. \u8212?Yo no sab\u237?a
que \u233?l estaba arriba \u8212?aleg\u243? la se\u241?ora Broadsheet cuando si
r John apart\u243? el plato. \u8212?Claro que lo sab\u237?ais \u8212?replic\u243
? Cranston\u8212?. Ya sab\u233?is qui\u233?n es el Vicario del Infierno: un cura
apartado del sacerdocio, un tunante, responsable de m\u225?s delitos y maldades
que todo un regimiento de granujas. \u161?Roba, falsifica, comercia con mercanc
\u237?as robadas y hace contrabando! \u8212?Pero tiene un gran coraz\u243?n \u82
12?dijo la se\u241?ora Broadsheet, parpadeando\u8212?. Tiene un gran coraz\u243?
n, sir John; si hubiera querido, habr\u237?a podido mataros con esa ballesta. \u
8212?Bueno, pues el Vicario del Infierno tendr\u225? que esperar, \u191?no os pa
rece? \u8212?Cranston cogi\u243? su copa de vino y apoy\u243? la espalda en la p
ared\u8212?. Pero me alegro de saber que ha regresado a la ciudad, porque si est
\u225? en Londres podemos atraparlo. La \u250?ltima vez que o\u237? hablar de \u
233?l estaba organizando peregrinajes al manantial de San Eadric, que presuntame
nte se encuentra en el coraz\u243?n del bosque de Ashdown. Pues bien, San Eadric
no existe, ni tampoco ese manantial. La se\u241?ora Broadsheet agach\u243? la c
abeza para ocultar una sonrisa. \u8212?Pero no he venido por el Vicario del Infi
erno \u8212?prosigui\u243? Cranston\u8212?. Y mis amenazas siguen en pie: si no
cooper\u225?is conmigo, se\u241?ora, volver\u233? por la ma\u241?ana con los alg
uaciles. \u8212?\u191?Qu\u233? tipo de cooperaci\u243?n esper\u225?is de m\u237?
? \u8212?pregunt\u243? ella con iron\u237?a. \u8212?Hace tres noches \u8212?cont
est\u243? Cranston\u8212?, fuisteis, junto con algunas de vuestras muchachas, al
Cerdo Danzar\u237?n a acompa\u241?ar a unos escribanos de la Canciller\u237?a d
e la Cera Verde. \u8212?As\u237? es; estuvimos all\u237? desde el anochecer hast
a el alba. Eso no es ning\u250?n delito: nos invitaron a una fiesta privada. \u8
212?Sois rameras \u8212?replic\u243? Cranston\u8212?. \u191?Dec\u237?s que estuv
isteis en esa taberna desde el anochecer hasta el alba? La mujer asinti\u243?. \
u8212?\u161?Qu\u233? m\u225?s! \u8212?le espet\u243? Cranston. \u8212?Llegamos a

ntes de que se pusiera el sol \u8212?prosigui\u243? la se\u241?ora Broadsheet\u8


212?. Cuatro de mis muchachas (Roesia, Melgotta, Hilda y Clarice) y yo. Los escr
ibanos hab\u237?an reservado una gran sala. Y como la mesa estaba preparada, cen
amos con ellos. Luego \u8212?a\u241?adi\u243?\u8212? llegaron dos j\u243?venes c
on un viol\u237?n y un tambor, tocaron para nosotros, y todos bailamos. Eso fue
cuando todav\u237?a no hab\u237?a oscurecido. \u8212?\u191?Y despu\u233?s? \u821
2?Cada una se fue con su acompa\u241?ante. Yo estuve con un joven llamado... \u8
212?cerr\u243? los ojos y dijo\u8212?: Ollerton. \u8212?Ollerton ha muerto \u821
2?dijo Cranston. La se\u241?ora Broadsheet abri\u243? mucho los ojos, asombrada.
\u8212?\u191?Que ha muerto? \u8212?S\u237?, lo han envenenado. Y a otro, Peslep
, lo han apu\u241?alado esta ma\u241?ana mientras hac\u237?a sus necesidades en
un excusado. \u8212?\u161?Que Dios nos proteja, sir John! La se\u241?ora Broadsh
eet se llev\u243? los dedos a los labios. Sin embargo, Cranston capt\u243? una p
izca de malicia en su mirada. Le cogi\u243? las manos y se las apret\u243? con f
uerza. \u8212?Ya lo sab\u237?ais, \u191?verdad? No os hag\u225?is la inocente. \
u8212?\u161?Sir John! \u8212?\u161?Ya lo creo! \u8212?Cranston le apret\u243? m\
u225?s fuerte la mano\u8212?. Decidme, \u191?c\u243?mo es que la se\u241?ora Bro
adsheet est\u225? al corriente de la muerte de dos escribanos recientemente ases
inados? \u8212?Me lo ha contado el Vicario del Infierno. \u8212?\u191?El Vicario
del Infierno? Y \u191?qu\u233? tiene \u233?l que ver con unos importantes escri
banos de la Canciller\u237?a de la Cera Verde? La se\u241?ora Broadsheet retir\u
243? las manos y compuso una expresi\u243?n de inocencia. \u8212?Os dir\u233? la
verdad, sir John: yo no s\u233? nada. El Vicario vino a mi casa; nos tomamos un
a copa de vino y despu\u233?s \u233?l se retir\u243? con la joven Clarice. Me pr
egunt\u243? si estaba enterada de la muerte de los escribanos, y yo le contest\u
233? que no. \u8212?Se encogi\u243? de hombros y agreg\u243?\u8212?: Eso es todo
. Cranston bebi\u243? un sorbo de vino. \u8212?\u191?Y la noche de la fiesta? \u
8212?pregunt\u243?. \u8212?Como ya os he dicho, sir John, bebimos y bailamos, y
despu\u233?s cada una se retir\u243? a otra habitaci\u243?n o buhardilla con su
acompa\u241?ante. Los escribanos estaban muy animados. \u161?Era una combinaci\u
243?n perfecta! \u8212?\u191?Qu\u233? pas\u243? a la ma\u241?ana siguiente? \u82
12?Me despert\u233? poco antes del amanecer. Ollerton estaba profundamente dormi
do a mi lado. Me vest\u237?, recog\u237? a las muchachas y vinimos aqu\u237?, a
descansar. Despu\u233?s \u8212?a\u241?adi\u243? r\u225?pidamente\u8212? iniciamo
s nuestra jornada. \u8212?Traed a las muchachas \u8212?orden\u243? Cranston. La
se\u241?ora Broadsheet obedeci\u243?, y en un minuto llegaron las j\u243?venes a
taviadas con vestidos largos, y con el cabello recogido bajo unos gri\u241?ones
de un blanco inmaculado. De no ser por sus risue\u241?as miradas y por su aspect
o descarado, podr\u237?an haberlas confundido con un grupo de devotas novicias d
e un convento. Se quedaron de pie alrededor de la mesa, con las manos cogidas y
la cabeza agachada. \u8212?Unas muchachas encantadoras \u8212?susurr\u243? sir J
ohn\u8212?. \u191?Qui\u233?n era el jefe? \u8212?le pregunt\u243? a la se\u241?o
ra Broadsheet. \u8212?\u191?Qu\u233? jefe, sir John? \u8212?El jefe de los escri
banos. \u191?Qui\u233?n organiz\u243? la fiesta? \u8212?Alcest, por supuesto. \u
8212?Y \u191?qui\u233?n pas\u243? la noche con \u233?l? \u8212?Yo \u8212?contest
\u243? una joven rubia. Cranston se le acerc\u243? y dijo: \u8212?Levantad la ca
beza. \u191?C\u243?mo os llam\u225?is? \u8212?Clarice, sir John. Clarice Clutter
buckle. Sir John no prest\u243? atenci\u243?n a las risitas de sus compa\u241?er
as; sab\u237?a perfectamente que aqu\u233?l no era el verdadero nombre de la jov
en. \u8212?\u191?Estuvisteis con Alcest toda la noche, Clarice? \u8212?S\u237? \
u8212?afirm\u243? la muchacha con un hilo de voz\u8212?. Nos retiramos a una c\u
225?mara privada, se\u241?or forense; era muy peque\u241?a: en ella s\u243?lo ca
b\u237?a la cama. \u8212?Estuvimos retozando y bebiendo vino. \u8212?Sonri\u243?
\u8212?. Me qued\u233? dormida, y cuando despert\u233? ya era de d\u237?a, y la
se\u241?ora Broadsheet hab\u237?a venido a buscarme. \u8212?\u191?Alcest segu\u2
37?a all\u237? con vos? \u8212?S\u237?, sir John, roncando como un animal. \u821
2?Y \u191?no abandon\u243? la habitaci\u243?n en ning\u250?n momento? \u8212?A m
\u237? nadie me abandona en el lecho, sir John. \u8212?\u161?Basta de tonter\u23
7?as! \u8212?grit\u243? Cranston. \u8212?Yo estaba dormida, sir John; pero si \u
233?l hubiera salido de la habitaci\u243?n, yo le habr\u237?a o\u237?do. Su ropa

estaba donde yo la hab\u237?a dejado la noche anterior \u8212?agreg\u243? con u


na sonrisa. \u8212?Y \u191?lo mismo hicieron las dem\u225?s? Las otras j\u243?ve
nes asintieron al un\u237?sono. \u8212?\u191?No visteis nada sospechoso? \u8212?
pregunt\u243? Cranston. \u8212?No, sir John, nada. Cranston las despach\u243?; l
uego mir\u243? a la se\u241?ora Broadsheet y dijo: \u8212?Debieron de pagaros bi
en. \u8212?Eso le coment\u233? yo a Alcest \u8212?se apresur\u243? a decir ella\
u8212?: lo cara que le iba a salir la noche. Me contest\u243? que hab\u237?a ido
a visitar a maese Drayton. \u8212?\u191?A qui\u233?n? \u8212?pregunt\u243? Cran
ston, sorprendido. \u8212?A maese Drayton, el prestamista. Alcest le hab\u237?a
pedido un pr\u233?stamo. Los escribanos de la Cera Verde ganan mucho dinero, per
o la fiesta les sali\u243? muy cara, desde luego. Cranston, boquiabierto, se arr
ellan\u243? en el asiento. De modo que Alcest hab\u237?a visitado a un prestamis
ta y le hab\u237?a pedido dinero para financiar una noche de jolgorio. \u191?Por
qu\u233? motivo lo har\u237?a? Peslep ten\u237?a mucho dinero, y los cinco escr
ibanos debieron de contribuir a pagar los gastos. \u191?Qu\u233? necesidad hab\u
237?a de pedir un pr\u233?stamo? Y \u191?por qu\u233? ped\u237?rselo a Drayton?
\u191?Por qu\u233? no ped\u237?rselo a los banqueros italianos? \u8212?\u191?Qu\
u233? ocurre, sir John? Cranston mir\u243? a la se\u241?ora Broadsheet. \u8212?\
u191?Os pasa algo? \u8212?insisti\u243? la mujer. Y con un deje ir\u243?nico a\u
241?adi\u243?\u8212?: \u191?Quer\u233?is descansar un poco? \u8212?No, se\u241?o
ra, gracias. \u8212?Cranston se puso en pie\u8212?. De momento hemos terminado.
\u8212?Entonces, \u191?no enviar\u233?is a los alguaciles? \u8212?No, se\u241?or
a. No ser\u225? necesario. Cranston cruz\u243? la habitaci\u243?n y llam\u243? a
Flaxwith, que estaba sentado junto a la puerta con una jarra de cerveza en las
manos. \u8212?\u191?Qu\u233? hacemos ahora, sir John? \u8212?pregunt\u243?. \u82
12?Id al Cerdo Danzar\u237?n. Preguntadle al tabernero si alguno de los escriban
os sali\u243? de su establecimiento durante el transcurso de la fiesta. \u8212?\
u191?Algo m\u225?s, sir John? \u8212?S\u237?, no os olvid\u233?is de Stablegate
y Flinstead. \u8212?Hay algo m\u225?s, \u191?verdad? \u8212?S\u237?, Henry, en e
fecto. \u8212?Cranston rode\u243? a Flaxwith con el brazo y se acerc\u243? a \u2
33?l para susurrarle al o\u237?do\u8212?: Buscad a vuestros mejores hombres y qu
e vigilen esta casa. \u161?Me apuesto una jarra de cerveza a que el Vicario del
Infierno regresar\u225?! Cranston retrocedi\u243? al abrirse la puerta de la tab
erna. Sir Lionel Havant entr\u243? con la mano en el pu\u241?o de la espada, e h
izo una reverencia. \u8212?Sir John Cranston, os traigo una invitaci\u243?n pers
onal de su alteza el regente. Quiere que os reun\u225?is con \u233?l en sus apos
entos del Palacio Savoy. \u8212?Estoy cansado, sir Lionel, me duelen los pies de
tanto andar, y por si fuera poco me he ca\u237?do por una escalera. Sir Lionel
sonri\u243?. \u8212?Sir John, es una de esas invitaciones que no os aconsejar\u2
37?a rechazar. Nos han pedido que os escoltemos hasta el Palacio Savoy, tanto si
os gusta como si no \u8212?a\u241?adi\u243?. Cranston exhal\u243? un suspiro y
se volvi\u243? hacia Flaxwith. \u8212?Haced lo que os he ordenado, y decidle a l
ady Maude que he recibido una invitaci\u243?n de su alteza y que no s\u233? cu\u
225?ndo podr\u233? acostarme en mi cama. Cranston sali\u243? a la calle; oy\u243
? un ladrido a su espalda, y sonri\u243? con malicia. No le hab\u237?a advertido
a sir Lionel Havant que no se acercara a {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n}. \u171?Ojal\u225? \u8212?pens\u243? el forense\u8212?, pudiera llev\u225?rmel
o al Savoy, donde ese maldito perro podr\u237?a mearse y morder tobillos a su an
tojo.\u187? {
\~\par\pard\plain\hyphpar} A la ma\u241?ana siguiente, se celebr\u243? en San Er
conwaldo el solemne funeral por Edwin Chapler. El ata\u250?d se encontraba en la
entrada de la mampara del coro, rodeado de velas rojas que encendieron cuando A
thelstan inici\u243? la misa de r\u233?quiem. La se\u241?ora Alison, acompa\u241
?ada de Benedicta, observ\u243? un respetuoso silencio mientras sacaban el ata\u
250?d, en el que hab\u237?a colocado s\u243?lo una rosa blanca, de la iglesia, y
lo llevaban a la tumba que Pike, el excavador, hab\u237?a cavado antes del aman
ecer. Metieron el ata\u250?d en la tumba; Athelstan lo roci\u243? con agua bendi
ta y lo incens\u243? con el tur\u237?bulo, cuyo aroma se extendi\u243? por todo

el camposanto. Echaron la tierra y colocaron una cruz de madera sobre el t\u250?


mulo, a la espera de que Tab, el calderero, hiciera otra mejor. Athelstan y Alis
on estaban hablando de ese asunto cuando Simplicatas, un feligr\u233?s, sali\u24
3? corriendo de la iglesia, gritando que se hab\u237?a producido un milagro. \u8
212?\u161?El crucifijo! \u8212?gritaba\u8212?. \u161?El crucifijo de Huddle! \u1
61?Est\u225? sangrando! Athelstan, seguido de los dem\u225?s, subi\u243? a toda
prisa la escalinata de la iglesia. Un grupo de gente rodeaba el peque\u241?o nic
ho donde estaba colgado el crucifijo. Al principio Athelstan no daba cr\u233?dit
o a lo que ve\u237?an sus ojos: las heridas de las manos, los pies, el costado y
la cabeza de Cristo estaban te\u241?idas de un rojo reluciente. En efecto, una
gota de sangre, como un peque\u241?o rub\u237?, estaba a punto de caer. Huddle s
e encontraba arrodillado ante la cruz, con las manos unidas; a su lado estaban W
atkin y Pike; al verlos, Athelstan pens\u243? en los tres reyes magos ante el pe
sebre. \u8212?\u161?Huddle! \u8212?grit\u243? el fraile\u8212?. \u191?Se trata d
e otro de tus trucos? \u8212?Estuvo a punto de a\u241?adir que en un sitio como
San Erconwaldo no pod\u237?an obrarse milagros, pero se mordi\u243? la lengua. E
l pintor lo mir\u243? fijamente y trag\u243? saliva. \u8212?\u191?C\u243?mo pod\
u233?is decir eso, padre? Alison se adelant\u243? y toc\u243? la gota reluciente
, se llev\u243? el dedo a los labios y lo lami\u243?. \u8212?Es sangre \u8212?de
clar\u243?, p\u225?lida como la cera\u8212?. No es sangre de mentira, padre. \u8
212?Hizo una pausa y a\u241?adi\u243?\u8212?: No es como la que usan los c\u243?
micos. Athelstan se acerc\u243? y prob\u243? tambi\u233?n la sangre; tuvo la mis
ma sensaci\u243?n que la semana anterior, cuando se cort\u243? el labio: un sabo
r salado y \u225?cido. Retrocedi\u243?, intentando ocultar los temblores que sac
ud\u237?an su cuerpo. La noticia empezaba a extenderse, y la iglesia se estaba l
lenando de feligreses. \u8212?\u161?Fuera de aqu\u237?! \u8212?orden\u243? Athel
stan levantando los brazos\u8212?. \u161?Volved a vuestras casas! \u161?Por el a
mor de Dios! \u8212?No sab\u237?a qu\u233? pensar; aqu\u233?lla no era la primer
a vez que se obraba un milagro en San Erconwaldo. Mir\u243? con desconfianza a W
atkin y a Pike, pero estaban enfrascados en sus oraciones. Athelstan se quit\u24
3? r\u225?pidamente la casulla y la sobrepelliza, se las lanz\u243? a Crim y, co
giendo el lienzo de lino que utilizaba para secarse las manos despu\u233?s de to
car los Sacramentos, fue hacia la cruz. Toc\u243? las manchas rojas con la tela
y comprob\u243? que el l\u237?quido parec\u237?a sangre. \u8212?\u191?Qu\u233? h
ac\u233?is, padre? \u8212?susurr\u243? Benedicta, que hab\u237?a seguido al frai
le. \u8212?Podr\u237?a tratarse de un truco \u8212?explic\u243? Athelstan\u8212?
. El crucifijo es nuevo; podr\u237?a ser un pigmento... \u8212?S\u243?lo he util
izado pintura normal \u8212?intervino Huddle. Athelstan se qued\u243? plantado d
elante de la cruz. Hab\u237?a limpiado el l\u237?quido rojo y reluciente; le dio
un vuelco el coraz\u243?n al ver que empezaba a aparecer de nuevo. \u8212?\u161
?Bajad el crucifijo! \u8212?orden\u243? a Watkin. \u8212?No, padre. \u8212?El ba
surero se puso en pie y, apretando fuertemente los pu\u241?os, dijo\u8212?: Este
crucifijo es nuestro, padre; est\u225? en la nave, y la nave pertenece al puebl
o. \u8212?\u161?He dicho que lo baj\u233?is! \u8212?insisti\u243? Athelstan. \u8
212?El cementerio es nuestro \u8212?terci\u243? Pike\u8212?; tambi\u233?n el cam
posanto pertenece al pueblo. Vos mismo lo hab\u233?is dicho en m\u225?s de una o
casi\u243?n, padre. Athelstan lo fulmin\u243? con la mirada. Quer\u237?a coger e
l crucifijo y llevarlo al presbiterio, pero Watkin se le adelant\u243?. Descolg\
u243? el crucifijo de la pared y, levant\u225?ndolo como si fuera un estandarte,
sali\u243? con \u233?l solemnemente por la puerta de la iglesia y baj\u243? por
la escalinata. El resto de feligreses lo siguieron. \u8212?Dejad que hagan lo q
ue quieran, padre \u8212?dijo Benedicta\u8212?; no os precipit\u233?is. \u8212?L
o siento, tengo que irme. \u8212?Alison extendi\u243? la mano, ofreci\u233?ndole
al fraile una moneda de plata. Athelstan sacudi\u243? la cabeza. \u8212?El enti
erro de vuestro hermano ha sido una obra de caridad \u8212?dijo. La joven se pus
o de puntillas y bes\u243? a Athelstan en las mejillas. \u8212?Me quedar\u233? e
n el La\u250?d de Plata hasta que se haya aclarado este misterio. \u8212?Mir\u24
3? a Benedicta y a\u241?adi\u243?\u8212?: Voy a recoger mis cosas. \u8212?\u191?
No deber\u237?ais acompa\u241?arla? \u8212?pregunt\u243? Athelstan a Benedicta a
l marcharse Alison. \u8212?Hay una costurera trabajando en mi casa \u8212?contes

t\u243? la mujer\u8212?: ella le abrir\u225? la puerta. \u191?Qu\u233? pens\u225


?is hacer respecto al crucifijo, padre? \u8212?\u191?Qu\u233? puedo hacer, Bened
icta? Vos conoc\u233?is mejor que yo a estas gentes: para ellos lo sobrenatural
es tan real como el sol, el viento y la lluvia. Los demonios rondan a los enferm
os y matan a los reci\u233?n nacidos; se esconden en los rincones y detr\u225?s
de los \u225?rboles. \u8212?Athelstan se frot\u243? la cara y prosigui\u243?\u82
12?: Seg\u250?n Watkin, por la noche, unos esp\u237?ritus malignos acechan su ca
sa, golpean el tejado y hacen crujir las vigas. Los demonios gimen con el viento
, matan el ganado en los prados y hacen que se desborden los r\u237?os. Un herma
no me cont\u243? que en Blackfriars un feligr\u233?s extrajo un clavo de un ata\
u250?d medio podrido y lo clav\u243?, sin que nadie lo viera, en un banco. El pr
imero que se sent\u243? en ese banco contrajo la misma enfermedad que le hab\u23
7?a provocado la muerte al hombre que yac\u237?a en aquel ata\u250?d. \u8212?Esb
oz\u243? una sonrisa y agreg\u243?\u8212?: Yo creo que si mis feligreses ven dem
onios y esp\u237?ritus malignos por todas partes, tambi\u233?n es natural que ve
an milagros y obras divinas: \u225?ngeles que descienden del cielo, reliquias qu
e curan las m\u225?s espantosas enfermedades y crucifijos que sangran. De pronto
la puerta se abri\u243? de par en par. \u8212?\u191?Qu\u233? demonios est\u225?
pasando aqu\u237?? \u8212?pregunt\u243? Cranston al entrar en la iglesia\u8212?
. Hermano Athelstan, \u191?se han vuelto todos locos? \u161?Est\u225?n montando
un santuario en el cementerio! \u8212?Cranston se quit\u243? el gorro de castor
y se golpe\u243? la pierna con \u233?l\u8212?. Esos chalados \u8212?continu\u243
?\u8212? dicen que hay un crucifijo que sangra, est\u225?n construyendo un altar
y cobran un penique por rezar ante \u233?l. Han encendido velas, \u161?y preten
d\u237?an hacerme pagar a m\u237?! Les he dicho que lo \u250?nico que les va a d
ar el forense de la ciudad es una patada en el trasero. \u8212?Cranston mir\u243
? a Benedicta, la abraz\u243? y la bes\u243? con dulzura en las mejillas. \u8212
?\u191?Est\u225?is bien, sir John? \u8212?pregunt\u243? ella, casi sin aliento.
\u8212?No, estoy muy mal. \u8212?El forense dio un golpe en el suelo con el pie\
u8212?. Venid, Athelstan, os necesito; dejad a vuestros feligreses. \u161?Est\u2
25?n como cencerros! \u8212?Tendr\u237?a que quedarme... \u8212?repuso Athelstan
. \u8212?\u161?Tonter\u237?as! \u8212?bram\u243? Cranston\u8212?. Vamos, hermano
, dejadles hacer lo que se les antoje. \u8212?Sir John tiene raz\u243?n, hermano
\u8212?a\u241?adi\u243? Benedicta con tono cari\u241?oso\u8212?. Id con \u233?l
: yo arreglar\u233? la iglesia y la casa, y despu\u233?s ir\u233? al cementerio
y los vigilar\u233?. Athelstan cerr\u243? los ojos y pidi\u243? a Dios que lo gu
iara. Sab\u237?a que sir John y Benedicta ten\u237?an raz\u243?n: si se quedaba
all\u237?, s\u243?lo conseguir\u237?a preocuparse o interferir, y Watkin, adem\u
225?s se ser un hombre muy corpulento, era tozudo como un buey. Athelstan abri\u
243? los ojos y pregunt\u243?: \u8212?\u191?Me llevo a {\i
Philomel?} \u8212?No, olvidaos del caballo \u8212?respondi\u243? Cranston\u8212?
. He venido por el r\u237?o. Moleskin nos espera en el embarcadero que hay cerca
de Pissing Alley. Athelstan sali\u243? de la iglesia con sir John y contempl\u2
43?, boquiabierto, el cementerio. Watkin se hab\u237?a dado prisa: hab\u237?a mo
ntado un Calvario amontonando tierra y piedras; en lo alto estaba el crucifijo,
con velas encendidas debajo. Adem\u225?s hab\u237?a corrido la noticia: la gente
entraba en tropel en el cementerio, y los curiosos pagaban a Pike y a Tab, mien
tras las esposas de Watkin y del excavador se paseaban arriba y abajo. Ambas iba
n armadas con unos garrotes de fresno, y fulminaban con la mirada a todo el que
se atrev\u237?a a acercarse a su santuario sin haber realizado el pago de rigor.
\u8212?Si el padre prior se entera de esto \u8212?murmur\u243? Athelstan\u8212?
, har\u225? que me corten la cabeza. Cranston se detuvo y dijo: \u8212?En ese ca
so, ser\u225? mejor que no se lo cont\u233?is, \u191?no os parece? \u8212?Le tir
\u243? de la manga y a\u241?adi\u243?\u8212?: Vamos, Athelstan; Moleskin nos esp
era, y tengo hambre. Athelstan fue a la casa parroquial a buscar sus utensilios
de escribir, y despu\u233?s sir John y \u233?l tomaron el estrecho callej\u243?n
que conduc\u237?a a la orilla del r\u237?o. Se pararon en la casa de comidas de
Merrylegs, donde sir John compr\u243? un pastel que se comi\u243? por el camino
, relami\u233?ndose y murmurando que Merrylegs merec\u237?a que lo nombraran cab
allero por los servicios prestados a los est\u243?magos del reino. \u8212?\u191?

Est\u225?is de buen humor, sir John? \u8212?le pregunt\u243? el fraile\u8212?. \


u191?Hab\u233?is dormido bien? \u8212?Como un cochinillo \u8212?respondi\u243? C
ranston\u8212?. Pero no por haber pasado una agradable velada, hermano. \u8212?L
e describi\u243? la muerte de Ollerton y su encuentro con el Vicario del Infiern
o. \u8212?Ya he o\u237?do hablar de \u233?l \u8212?dijo Athelstan\u8212?. Dicen
que viste de negro y que tiene la cara llena de cicatrices. \u8212?\u161?Tonter\
u237?as! \u8212?exclam\u243? Cranston\u8212?. Es un canalla, capaz de convencer
a cualquier abogado, embaucar al m\u225?s astuto embaucador y enga\u241?ar al di
ablo. Ha cometido m\u225?s delitos de los que \u233?l mismo podr\u237?a recordar
. Las autoridades han ofrecido una recompensa de cien libras esterlinas a quien
lo capture, vivo o muerto. Al Vicario del Infierno le gustan las mujeres, y vice
versa. Si alguien se atreviera a delatarlo a las autoridades, no vivir\u237?a pa
ra contarlo. \u8212?Y \u191?dec\u237?s que sab\u237?a lo de los escribanos de la
Cera Verde? \u8212?Eso y m\u225?s. \u8212?Cranston se termin\u243? el pastel\u8
212?. La se\u241?ora Broadsheet me dijo que Alcest hab\u237?a hecho negocios con
Drayton. \u8212?Qu\u233? jaleo \u8212?coment\u243? Athelstan. El fraile se detu
vo y mir\u243? a un mendigo agazapado al fondo del callej\u243?n. El hombre tara
reaba una melod\u237?a y se mec\u237?a suavemente. Delante de \u233?l hab\u237?a
un saco con una barba de ballena. \u8212?\u161?Una costilla del Leviat\u225?n!
\u8212?pregonaba el individuo\u8212?. \u161?Del monstruo marino! \u161?Pod\u233?
is tocarla por un penique! Athelstan se le acerc\u243? y lanz\u243? una moneda e
n el saco. \u8212?Gracias, hermano, muchas gracias. \u161?Tengo m\u225?s barbas
de ballena! \u8212?grit\u243? el mendigo. Athelstan sacudi\u243? la cabeza y se
volvi\u243? hacia el forense. \u8212?As\u237? que la se\u241?ora Broadsheet ha c
onfesado que Alcest hizo negocios con Drayton; y por otra parte, el Vicario del
Infierno est\u225? al corriente de la muerte de los escribanos de la Cera Verde.
\u8212?Tambi\u233?n sabemos \u8212?agreg\u243? Cranston\u8212? que, seg\u250?n
la se\u241?ora Broadsheet y sus muchachas, ninguno de los escribanos sali\u243?
del Cerdo Danzar\u237?n la noche que asesinaron a Chapler. Adem\u225?s, est\u225
? el asunto de esa aparente riqueza. \u191?C\u243?mo pudo financiar Alcest un ba
nquete tan suntuoso? Por \u250?ltimo tenemos la muerte de Ollerton: el asesino d
eb\u237?a de estar en la habitaci\u243?n cuando el escribano se bebi\u243? la ma
lvas\u237?a. \u8212?\u191?Y el acertijo? \u8212?La segunda es el centro del desa
sosiego y la base del horror. Athelstan sacudi\u243? la cabeza, desconcertado. \
u8212?No tiene sentido, nada tiene sentido, sir John. \u191?Por qu\u233? han mat
ado a esos escribanos? \u191?A qu\u233? vienen los acertijos? \u191?Qui\u233?n e
s ese misterioso joven, con capa y espuelas, al que han visto por la ciudad? Baj
aron al embarcadero. \u8212?\u191?A d\u243?nde vamos ahora, sir John? \u8212?Vol
vemos a casa de Drayton \u8212?dijo Cranston\u8212?. Ayer por la noche el regent
e me hizo ir al Palacio Savoy \u8212?Cranston se detuvo y aspir\u243? la brisa d
el r\u237?o\u8212?. Me dio de beber y de comer, me dio unas palmadas en el hombr
o y me dijo que era el hombre m\u225?s honrado que conoc\u237?a. Pero quiere rec
uperar su dinero, Athelstan, la plata que robaron de casa de maese Drayton. Gant
e la necesita urgentemente, por eso me interesa volver a casa de Drayton. Bajaro
n los resbaladizos escalones hasta donde Moleskin los esperaba con su bote. El b
arquero los recibi\u243? con suma elegancia, como si fuera el capit\u225?n de un
barco de guerra de la Corona. Los sent\u243? en la popa, solt\u243? el cabo y e
mpez\u243? a remar con fuerza, surcando el r\u237?o, en cuyas aguas se reflejaba
la luz del sol. Moleskin sab\u237?a que Cranston guardar\u237?a silencio; y el
hermano Athelstan nunca le hablaba de los asuntos de que se ocupaban. Aun as\u23
7?, el fraile comprendi\u243?, por el brillo de los ojos de Moleskin, que ya le
hab\u237?a llegado la noticia del gran milagro de San Erconwaldo. \u8212?Antes d
e que me lo pregunt\u233?is \u8212?dijo Athelstan\u8212?, ya s\u233? lo del mila
gro, Moleskin, o mejor dicho, lo del presunto milagro. Y s\u237?, estoy enfadado
. Tambi\u233?n estoy intrigado, pero eso puede esperar, \u161?y no pienso decir
ni una palabra m\u225?s! Moleskin lo mir\u243? con resignaci\u243?n y sigui\u243
? remando, hasta que la barca lleg\u243? a Dowgate, junto al Steelyard, donde Cr
anston y Athelstan desembarcaron. El fraile se dio cuenta de lo acertado que hab
\u237?a estado sir John dici\u233?ndole que no cogiera el caballo, pues las call
es estaban abarrotadas: los comerciantes y vendedores ambulantes, aprovechando e

l buen tiempo, pregonaban sus mercanc\u237?as a gritos mientras la gente iba de


tenderete en tenderete. Subieron hasta el Cheapside, donde una multitud se agolp
aba alrededor de un avispado cocinero que hab\u237?a montado su puesto en el cen
tro del mercado para vender queso y vino. Los ni\u241?os correteaban entre la ge
nte; los mendigos, charlatanes, fulleros y descuideros merodeaban en busca de pr
esas; los c\u243?micos y los curanderos esperaban atentos a que apareciera algui
en a quien despojar de su dinero. En la escalinata de Santa Mar\u237?a le Bow, u
n monje de aspecto andrajoso predicaba a voz en grito, enarbolando el pu\u241?o;
profetizaba el inminente fin del mundo y la llegada del anticristo. Athelstan y
Cranston no tuvieron m\u225?s remedio que escuchar su discurso, pues la gente l
es imped\u237?a circular. El monje explicaba que una malvada mujer hab\u237?a da
do a luz recientemente al anticristo en cierta provincia de Babilonia, y que ese
ni\u241?o ten\u237?a dientes de gato y era monstruosamente peludo; el d\u237?a
de su nacimiento, unas horribles serpientes y otros monstruos hab\u237?an ca\u23
7?do del cielo, y a los ocho d\u237?as el ni\u241?o ya sab\u237?a hablar. \u8212
?\u161?Cielo Santo! \u8212?susurr\u243? Cranston\u8212?. \u161?Cuando uno ve can
allas como \u233?se, el Vicario del Infierno parece un \u225?ngel! Cruzaron el C
heapside y siguieron por un laberinto de callejas hasta la casa de Drayton. Un a
lguacil que montaba guardia ante la puerta rompi\u243? los sellos y les dej\u243
? entrar en la casa. Cranston y Athelstan bajaron a la contadur\u237?a; la enorm
e puerta con tachones de hierro segu\u237?a apoyada contra la pared. Se pusieron
a registrar los rollos y los libros de contabilidad del prestamista muerto, rev
isando las transacciones que hab\u237?a realizado en los \u250?ltimos d\u237?as
de su vida. De pronto Cranston dio un grito de triunfo, y llam\u243? a Athelstan
, quien fue hacia \u233?l esquivando la mancha de sangre que hab\u237?a en el su
elo. \u8212?\u161?Mirad! \u8212?exclam\u243? Cranston. Se\u241?al\u243? con el d
edo la p\u225?gina que estaba leyendo, y Athelstan ley\u243? la entrada. \u8212?
Alcest estuvo aqu\u237? \u8212?exclam\u243? el fraile\u8212?. Dos d\u237?as ante
s del gran banquete en el Cerdo Danzar\u237?n, pero no pidi\u243? ning\u250?n pr
\u233?stamo, sino que vino a cambiar oro por monedas de plata. \u191?Por qu\u233
? lo har\u237?a? Athelstan se qued\u243? mirando la puerta y dijo: \u8212?\u191?
Cre\u233?is que a maese Drayton lo mataron nuestros escribanos, sir John? \u191?
Podr\u237?a ser \u233?sa la fuente de su reciente riqueza? \u8212?Es posible \u8
212?conjetur\u243? Cranston\u8212?, pero eso tampoco explicar\u237?a la muerte d
e los escribanos. \u8212?\u191?Y si todos ellos hubieran cometido el robo juntos
y despu\u233?s se hubieran peleado \u8212?especul\u243? Athelstan\u8212?, y lo
que estamos presenciando ahora son las consecuencias de sus desacuerdos? Cransto
n se rasc\u243? la barbilla y dijo: \u8212?Me gustar\u237?a echarle el guante al
Vicario del Infierno: en Londres no se mueve ni un rat\u243?n sin su permiso, y
\u233?l podr\u237?a arrojar algo de luz sobre este enigma. De todos modos, vamo
s a ver a nuestros nobles escribanos, a ver qu\u233? tiene que decirnos maese Al
cest. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\par\pard\hyphpar }{\page } {\s1 \afs32
{\b
{\ql
Cap\u237?tulo VII
{\line }
\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Cranston y Athelstan se dispon\u237?an a salir de la
contadur\u237?a, pero el fraile se par\u243? en el umbral. Mir\u243? las vigas,
las paredes encaladas a ambos lados de la puerta, y luego la pared del fondo. \u
8212?\u191?Qu\u233? sucede, hermano? \u8212?Estoy intrigado, sir John. He estado
en muchas casas de toda la ciudad, igual que vos. \u191?Hab\u237?ais visto algu
na vez una habitaci\u243?n como \u233?sta, un cuadrado absolutamente perfecto? L
as paredes forman \u225?ngulo recto, como si la c\u225?mara la hubiera dise\u241
?ado un matem\u225?tico. \u8212?\u191?Y? \u8212?El resto de la casa est\u225? su
cio y desordenado; las habitaciones son largas y estrechas, los techos est\u225?
n abombados, los suelos no son lisos. Aqu\u237? todo es diferente: el suelo es d
e piedra, y perfectamente liso. \u191?Os hab\u233?is fijado, sir John, en que es
tas paredes las han encalado recientemente? Cranston, perplejo, entr\u243? de nu

evo en la c\u225?mara con Athelstan. Sir John mir\u243? alrededor: era una c\u22
5?mara muy sobria, con algunos ba\u250?les, un escritorio, sillas, un taburete y
un banco, pero sin colgaduras en las paredes. No hab\u237?a nada que alegrara l
a impecable blancura de las paredes. \u8212?\u191?Cre\u233?is que Drayton guarda
ba aqu\u237? su dinero? \u8212?pregunt\u243? Athelstan. \u8212?Por lo poco que s
\u233? \u8212?contest\u243? el forense\u8212?, lo dudo mucho. Quiz\u225? guardar
a peque\u241?as cantidades aqu\u237?, pero seguramente pon\u237?a a buen recaudo
el dinero mal habido en las c\u225?maras acorazadas o en los ba\u250?les blinda
dos de los banqueros genoveses o venecianos. Probablemente eso lo sab\u237?a tod
o el mundo. Drayton s\u243?lo deb\u237?a de pedir que le trajeran el dinero aqu\
u237? ocasionalmente, como el d\u237?a de su muerte. \u8212?Cranston se dio una
palmada en la frente\u8212?, Y ahora que lo recuerdo, cuando estuve en el Palaci
o Savoy el regente me asegur\u243? que le hab\u237?an entregado el dinero a Dray
ton. A los Frescobaldi jam\u225?s se les pasar\u237?a por la cabeza robar esa pl
ata: con eso Juan de Gante habr\u237?a tenido un pretexto perfecto para quitarle
s todo lo que tienen, que no es poco. Athelstan se hab\u237?a acercado a la pare
d del fondo y estaba dando golpecitos en el yeso con los nudillos. \u8212?\u191?
Me prest\u225?is vuestra daga, sir John? El forense se la dio, y el fraile empez
\u243? a rascar el yeso, hasta que al final hizo una larga ranura en la pared, l
evantando peque\u241?as nubes de polvo. Athelstan retir\u243? todo el yeso de es
a zona con los dedos y examin\u243? el ladrillo rojo que asomaba por debajo. \u8
212?\u191?Qu\u233? hac\u233?is, hermano? \u8212?Nada, sir John. Athelstan fue ha
cia otra pared, y una vez retirada la capa de yeso, apareci\u243? un ladrillo de
color gris; lo mismo ocurri\u243? con la pared que hab\u237?a detr\u225?s del e
scritorio. El fraile le devolvi\u243? la daga a Cranston y se limpi\u243? las ma
nos. \u8212?{\i
Quod est demonstrandum}, sir John. \u8212?\u191?C\u243?mo dec\u237?s? Athelstan
se\u241?al\u243? la pared del fondo. \u8212?Esa pared es de ladrillo, y tan s\u2
43?lida como las otras, pero la construyeron mucho m\u225?s tarde. Los ladrillos
son nuevos, pero Drayton puso mucho cuidado en enyesar la pared y pintarla como
las otras dos. Tambi\u233?n la coloc\u243? cuidadosamente para que esta c\u225?
mara se convirtiera en un cuadrado perfecto. \u8212?Y \u191?qu\u233? tiene eso q
ue ver con el asesinato? \u191?Podr\u237?a haber alguna entrada secreta? \u8212?
Quiz\u225?. Drayton era un avaro a quien no deb\u237?a de gustarle gastar dinero
. \u191?Por qu\u233? construy\u243? otra pared y se molest\u243? en cubrirla con
tanto cuidado? Quiero que le dig\u225?is a maese Flaxwith que venga aqu\u237? c
on algunos de sus hombres. Que se re\u250?nan con nosotros m\u225?s tarde. Crans
ton fue al escritorio, cogi\u243? un trozo de pergamino y una pluma y escribi\u2
43? una nota. \u8212?Y ahora \u8212?dijo Athelstan esbozando una sonrisa\u8212?
vamos a hacerle una visita a maese Alcest. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} En la Canciller\u237?a de la Cera Verde, Cranston y A
thelstan vieron a Alcest, a solas, en una peque\u241?a c\u225?mara de la planta
baja, en el pasillo principal. Hab\u237?a perdido gran parte de su arrogancia; e
staba atento y receloso, y se mostr\u243? m\u225?s respetuoso con el forense y c
on aquel frailecillo que, al parecer, lo acompa\u241?aba a todas partes. \u8212?
\u191?Por qu\u233? quer\u233?is hablar conmigo a solas, sir John? \u191?Sab\u233
?is algo del asesino de mis compa\u241?eros? \u8212?No \u8212?contest\u243? Cran
ston animadamente, y dio un sorbo de su odre milagroso\u8212?. Pero quiero saber
por qu\u233? visitasteis a maese Drayton pocos d\u237?as antes de que lo encont
raran muerto en su contadur\u237?a. Yo en vuestro lugar ser\u237?a prudente y di
r\u237?a la verdad, jovencito. Alcest se sent\u243? en un taburete. \u8212?Ya sa
b\u233?is que celebramos una fiesta en el Cerdo Danzar\u237?n, \u191?no? \u8212?
S\u237?, claro. Eso ya lo sabemos \u8212?repuso el forense\u8212?. He mantenido
una larga conversaci\u243?n con la se\u241?ora Broadsheet, y hasta he charlado u
n momento con el Vicario del Infierno. Alcest dio un respingo; por mucho que se
esforzara, le costaba trabajo disimular su desasosiego. \u8212?\u191?Acaso os pr
eocupa eso? \u8212?pregunt\u243? Athelstan\u8212?. Lo de la se\u241?ora Broadshe
et lo entiendo, pero \u191?qu\u233? puede tener que ver un importante escribano
de la Corona con el Vicario del Infierno? \u8212?Nadamos en el mismo estanque, h
ermano \u8212?contest\u243? el escribano con descaro\u8212?. Durante el d\u237?a

trabajamos aqu\u237?, pero lo que hacemos por la noche... \u8212?Asociarse con


bandidos constituye un delito \u8212?coment\u243? Cranston. \u8212?Yo no me asoc
io con ellos, sir John; lo \u250?nico que digo es que nadamos en el mismo estanq
ue: tabernas, burdeles y casas de comidas. El Vicario del Infierno es un persona
je famoso \u8212?prosigui\u243? Alcest\u8212?; su nombre aparece en los document
os de la Canciller\u237?a con diversos alias, y las autoridades intentan detener
lo por varios delitos. \u8212?\u191?Lo conoc\u233?is personalmente? \u191?Hab\u2
33?is compartido alguna vez la mesa con \u233?l? \u8212?pregunt\u243? Athelstan.
\u8212?No, nunca. Alcest respondi\u243? demasiado deprisa, y apart\u243? r\u225
?pidamente la mirada. \u8212?Volvamos a maese Drayton \u8212?propuso Cranston\u8
212?. Fuisteis a visitarlo, \u191?verdad? \u8212?S\u237?; Fui a cambiar monedas
de oro por monedas de plata, pues la se\u241?ora Broadsheet me hab\u237?a exigid
o que le pagara en esa moneda. \u8212?\u191?Por qu\u233? fuisteis a verlo a \u23
3?l? \u8212?pregunt\u243? Athelstan\u8212?. \u191?Por qu\u233? no acudisteis a a
lg\u250?n comerciante o a alg\u250?n banquero? \u191?Ten\u237?a algo malo vuestr
o oro? \u8212?No, no ten\u237?a nada malo. Esas monedas me las hab\u237?a dado m
aese Walter Ormskirk, un comerciante de vinos del Cheapside. \u8212?\u191?Es \u2
33?l quien os guarda el dinero? \u8212?S\u237?; el poco dinero que tengo, herman
o. Mis compa\u241?eros y yo nos turn\u225?bamos para pagar, y esa noche me tocab
a a m\u237?. Con la se\u241?ora Broadsheet hay que tener la bolsa llena. Hay que
dividir el dinero, y con monedas de oro es imposible hacerlo. \u8212?Pero \u191
?por qu\u233? no le pedisteis la plata a maese Ormskirk? \u8212?insisti\u243? At
helstan. Alcest se ruboriz\u243? y empez\u243? a mover un pie. \u8212?Me asegura
ron que las monedas de Drayton eran mejores. En Londres hay muchos farsantes. A
veces, las monedas de los comerciantes son falsas, o est\u225?n refundidas. \u82
12?Vamos, maese Alcest \u8212?dijo Cranston d\u225?ndole unos golpecitos en la r
odilla al joven\u8212?. Quiz\u225? me tom\u233?is por un chalado con mi roja nar
iz, mis largos bigotes y mi protuberante barriga, pero no soy tonto: estoy segur
o de que ten\u237?ais otro motivo. \u8212?Confiaba en \u233?l \u8212?respondi\u2
43? el escribano. \u8212?\u191?Ibais con frecuencia a su casa? \u8212?S\u237?. A
veces, en mis primeros tiempos en la Canciller\u237?a, Drayton me prestaba dine
ro o me lo cambiaba. \u8212?Y \u191?qu\u233? pas\u243? la \u250?ltima vez que fu
isteis a verlo? \u8212?Estuve muy poco rato en su casa, y luego me march\u233?.
\u8212?Y \u191?no notasteis nada raro? \u8212?No, sir John. Y, antes de que form
ul\u233?is vuestra acusaci\u243?n, os dir\u233? que Drayton no me importaba ni l
o m\u225?s m\u237?nimo, igual que Chapler. Cuando lo mataron yo estaba retozando
en el Cerdo Danzar\u237?n. \u8212?Ah s\u237?, con la joven Clarice. \u8212?Pas\
u233? toda la noche con ella \u8212?afirm\u243?. Se puso en pie y a\u241?adi\u24
3?\u8212?: Y ahora, si no ten\u233?is m\u225?s preguntas... \u8212?\u191?Por qu\
u233? cre\u233?is que han asesinado a vuestros colegas? \u8212?pregunt\u243? Ath
elstan de pronto\u8212?. Y \u191?qu\u233? significado cre\u233?is que tienen eso
s acertijos? \u8212?Hermano Athelstan, si lo supiera, os lo dir\u237?a a vos y a
sir John inmediatamente. Alcest sali\u243? de la habitaci\u243?n, y lo oyeron s
ubir la escalera. Cranston se dio unas palmaditas en la barriga. \u8212?\u191?Co
memos algo, hermano? Vamos a ordenar nuestras ideas. Athelstan tambi\u233?n esta
ba hambriento; todav\u237?a no hab\u237?a desayunado, as\u237? que acompa\u241?\
u243? a sir John a una taberna cercana, el Ganso Salvaje, situada en la esquina
de Shoe Lane y Farringdon Ward. Aquel establecimiento ten\u237?a la peculiaridad
de que los clientes pod\u237?an alquilar reservados, unas peque\u241?as habitac
iones con dos largos bancos a lo largo de una gran mesa de roble. Cranston y Ath
elstan se sentaron en uno de esos reservados; sir John pidi\u243? sopa, pastel d
e cap\u243?n y dos jarras de cerveza. Cuando les llevaron los platos, sac\u243?
la cuchara de su bolsa y se puso a comer con fruici\u243?n. Athelstan sab\u237?a
que era imposible mantener una conversaci\u243?n cabal con el forense hasta que
\u233?ste se sintiera satisfecho, se recostara en el banco, con la jarra de cer
veza en la mano, los ojos entrecerrados, y diera gracias a Dios por aquella deli
ciosa comida. Cuando ambos hubieron terminado, el forense pidi\u243? que le llev
aran otra jarra de cerveza y mir\u243? con gesto beat\u237?fico al fraile. \u821
2?Sacad el pergamino y la pluma, Athelstan; vamos a analizar esos asesinatos. At
helstan afil\u243? la pluma y alis\u243? el trozo de pergamino con la piedra p\u

243?mez. Al ver que su tintero estaba casi vac\u237?o, exhal\u243? un suspiro de


exasperaci\u243?n, pero el tabernero les alquil\u243? un tintero. \u8212?Estoy
preparado, sir John. El forense dej\u243? su jarra de cerveza en la mesa. \u8212
?{\i
Primo}. Athelstan empez\u243? a escribir. \u8212?Maese Drayton, un avaro prestam
ista, es hallado en su contadur\u237?a, brutalmente asesinado. Le han robado la
bolsa de plata que se dispon\u237?a a entregar al regente, junto con otros art\u
237?culos, entre ellos las dos monedas de oro que Alcest supuestamente le hab\u2
37?a llevado para cambiarlas por plata. {\i
Secundo}: el cad\u225?ver de Drayton aparece en una habitaci\u243?n cerrada: la
puerta estaba cerrada con llave y cerrojo desde el interior, no hay ninguna entr
ada secreta. \u191?C\u243?mo se las ingeni\u243? el asesino para matar a Drayton
con una ballesta y robarle la plata? {\i
Tertio}: las otras entradas de la casa estaba cerradas, excepto la ventana que l
os escribientes del prestamista utilizaron para entrar a la ma\u241?ana siguient
e. {\i
Quarto}: Flinstead y Stablegate, los escribientes, tienen alguna relaci\u243?n c
on ese crimen, pero pueden demostrar que estaban en otro sitio cuando mataron a
su patr\u243?n. Aunque los acusaran formalmente, no podr\u237?amos explicar c\u2
43?mo se llev\u243? a cabo el asesinato. \u191?Algo m\u225?s, Athelstan? \u8212?
{\i
Quinto} \u8212?contest\u243? el fraile\u8212?: Alcest visit\u243? a Drayton poco
s d\u237?as antes de su muerte; quer\u237?a cambiar oro por plata. Tambi\u233?n
sabemos que existe alguna relaci\u243?n entre Alcest y Drayton, pero es ambigua,
y la explicaci\u243?n que ofrece el escribano no resulta convincente. Creo que
Alcest utiliz\u243? las monedas de oro como pretexto para visitar al prestamista
, pero hicimos bien al no insistir en este punto, pues no tenemos ninguna prueba
, y Drayton est\u225? muerto. \u8212?Tambi\u233?n est\u225? el interrogante del
oro. \u8212?Cierto, sir John, pero tener dos monedas de oro no constituye ning\u
250?n delito, sobre todo trat\u225?ndose de un escribano de la Cera Verde. Alces
t dice que le tocaba a \u233?l pagar; sus colegas lo corroborar\u225?n, y su exp
licaci\u243?n tiene sentido: hab\u237?a que pagar a las muchachas, y tambi\u233?
n al due\u241?o del Cerdo Danzar\u237?n. \u8212?Athelstan dej\u243? la pluma y s
e frot\u243? los dedos\u8212?. De momento, sir John, la \u250?nica sospecha firm
e que tenemos es que la pared del fondo de la c\u225?mara de Drayton podr\u237?a
ocultar alguna pista que explique c\u243?mo mataron al prestamista. \u8212?Exha
l\u243? un suspiro y a\u241?adi\u243?\u8212?: Pero quiz\u225?s est\u233? aferr\u
225?ndome a un clavo ardiendo. El rostro de Cranston se ensombreci\u243?. \u8212
?Tal como est\u225?n las cosas, hermano, no vamos a detener a los asesinos, y el
regente no recuperar\u225? su plata. Ahora pasemos a los escribanos; enumerad l
os datos que tenemos por el momento. Athelstan se recost\u243? y dijo: \u8212?En
primer lugar, sabemos que a Chapler lo mataron despu\u233?s del ocaso. Chapler
visit\u243? la capilla de Santo Tom\u225?s Becket, en el Puente de Londres; el a
sesino sab\u237?a que lo encontrar\u237?a all\u237?, golpe\u243? a Chapler en la
cabeza, por detr\u225?s, y luego lo arroj\u243? al T\u225?mesis, donde lo encon
tr\u243? el Pescador de Hombres. En segundo lugar, todos los que conoc\u237?an a
Chapler estaban, al parecer, en alg\u250?n otro sitio en el momento en que se p
rodujo su muerte. Los escribanos estaban celebrando una fiesta en el Cerdo Danza
r\u237?n, pero maese Lesures no fue con ellos. Sin embargo, dudo mucho que nuest
ro noble se\u241?or de los pergaminos tuviera la fuerza necesaria para golpear a
un joven como Chapler, y mucho menos para levantar su cad\u225?ver y arrojarlo
al r\u237?o desde el Puente de Londres. La otra persona que conoc\u237?a a Chapl
er era su hermana Alison, que estaba en Epping ese d\u237?a, a punto de partir h
acia Londres porque estaba preocupada por su hermano. En tercer lugar... \u8212?
En tercer lugar \u8212?intervino Cranston\u8212?, tenemos la muerte de Peslep, a
l que mataron mientras hac\u237?a sus necesidades en una letrina. Sabemos que lo
segu\u237?a un joven misterioso, que llevaba una capa con capucha y espuelas en
las botas. En cuarto lugar \u8212?prosigui\u243? el forense\u8212? est\u225? la
muerte de Ollerton. \u8212?Cranston levant\u243? una mano y dijo\u8212?: Veamos
, todos sab\u237?an que a Chapler le gustaba ir a rezar a la capilla de Santo To

m\u225?s, Peslep siempre desayunaba en la misma taberna a la misma hora, y los e


scribanos de la Cera Verde ten\u237?an por costumbre beber una copa de malvas\u2
37?a a \u250?ltima hora de la tarde. Por lo tanto, quienquiera que matara a esos
tres hombres conoc\u237?a bien sus h\u225?bitos y costumbres. \u8212?Estoy de a
cuerdo con vos \u8212?repuso Athelstan\u8212?, Adem\u225?s est\u225?n los acerti
jos. Por lo visto, a los compa\u241?eros de Alcest les encantaba ponerse acertij
os; eso el asesino lo sabe, y de momento han aparecido tres: el de un rey que lu
cha contra su enemigo, pero al final vencedores y vencidos acaban en el mismo lu
gar, el segundo... \u191?qu\u233? dec\u237?a el segundo, sir John? \u171?La prim
era es el origen del viaje hacia el infierno\u187?. Y el que apareci\u243? tras
morir Ollerton: \u171?La segunda es el centro del desasosiego y la base del horr
or\u187?. \u8212?Al ver que a Cranston se le ca\u237?an los p\u225?rpados, Athel
stan se puso a batir palmas, y exclam\u243?\u8212?: Vamos, sir John, usad ese ce
rebro tan poderoso y ese ingenio tan agudo que Dios os ha dado. \u8212?Estaba pe
nsando, hermano... \u8212?repuso Cranston con fastidio. Se incorpor\u243? y dijo
\u8212?: \u191?Qu\u233? pasar\u237?a si el padre prior os ordenara abandonar San
Erconwaldo? A Athelstan le dio un vuelco el coraz\u243?n. \u8212?Por favor, sir
John, ahora no estamos hablando de eso. \u191?Le hab\u233?is enviado esa nota a
Flaxwith? \u8212?S\u237?, s\u237?. \u8212?El forense se removi\u243? en el banc
o\u8212?. Antes de reunimos con Alcest le di un penique a un lacayo para que se
la llevara. Athelstan se levant\u243?. \u8212?En ese caso, sir John, basta de da
rle vueltas a lo mismo. Hemos de capturar a unos asesinos para que se haga justi
cia. \u8212?Le dio un golpe en las costillas al forense y a\u241?adi\u243?\u8212
?: \u161?Y hemos de recuperar la plata del regente! Cuando llegaron a casa de Dr
ayton, Flaxwith ya hab\u237?a regresado con dos membrudos ayudantes, armados con
sendos mazos. \u8212?\u161?Bueno, amigos m\u237?os! \u8212?les dijo Cranston\u8
212?. Quiero que derrib\u233?is una pared. Entraron en la casa y bajaron al tene
broso pasillo que conduc\u237?a a la contadur\u237?a, donde, siguiendo las \u243
?rdenes de Cranston, los hombres de Flaxwith se pusieron manos a la obra. Golpea
ban la pared con sus mazos, y los golpes resonaban en la habitaci\u243?n como go
lpes de tambor. La c\u225?mara acorazada no tard\u243? en llenarse de polvo, que
les irritaba la nariz y la garganta. \u8212?No es muy s\u243?lida, a pesar de l
o que pueda parecer por el ruido \u8212?observ\u243? uno de ellos retir\u225?ndo
se un momento para descansar. Cranston, que se hab\u237?a tapado la boca con el
cubrecuello, se acerc\u243? para inspeccionar la pared. \u8212?Pero todav\u237?a
no la hab\u233?is atravesado. \u8212?Sir John, vos hab\u233?is apresado a mucho
s delincuentes, y estoy seguro de que sab\u233?is identificarlos desde lejos en
medio de una multitud; pero yo entiendo m\u225?s que vos de paredes, y os asegur
o que detr\u225?s de \u233?sta hay algo. Athelstan, que hab\u237?a estado examin
ando una vez m\u225?s la puerta, se les acerc\u243? y pregunt\u243?: \u8212?\u19
1?Qu\u233? quer\u233?is decir? \u8212?Detr\u225?s de esta pared hay una peque\u2
41?a c\u225?mara, hermano. Esta pared es mucho m\u225?s nueva que el resto de la
casa. \u8212?\u191?Cre\u233?is que podr\u237?a haber alguna puerta secreta? \u8
212?pregunt\u243? el forense. El hombre se ri\u243? y dijo: \u8212?No, sir John;
la pared es s\u243?lida... Bueno, eso hasta que acabemos con ella. Reanudaron s
u trabajo, y cuando cayeron los primeros ladrillos, gritaron triunfantes. Uno de
los hombres cogi\u243? un ladrillo y se\u241?al\u243? la argamasa. \u8212?Esto
no lo ha hecho un alba\u241?il, sir John, sino alguien que no sab\u237?a demasia
do de construcci\u243?n. La argamasa es muy gruesa, y no est\u225? bien aplicada
, por eso el que construy\u243? la pared la cubri\u243? de yeso y cal. Cranston
asom\u243? la cabeza por el agujero. \u8212?No veo nada \u8212?murmur\u243?. Los
obreros siguieron golpeando la pared con sus mazos, hasta formar una entrada. A
thelstan cogi\u243? una vela de sebo que hab\u237?a en un pincho de hierro; sir
John la encendi\u243? con una yesca, y entraron juntos en la c\u225?mara secreta
, oscura y polvorienta. Athelstan se estremeci\u243? y protegi\u243? la llama de
la vela con una mano, levant\u243? la vela y dio un grito de sorpresa: acababa
de ver un esqueleto. Corri\u243? hacia all\u237?, y Cranston y los obreros lo si
guieron, se agach\u243? junto a los truculentos restos mortales y rez\u243? en s
ilencio. Con el resplandor de la vela examin\u243? meticulosamente el esqueleto,
que estaba en el suelo, parcialmente apoyado en la pared. Los huesos a\u250?n e

staban blancos y duros y a\u250?n ten\u237?an tela adherida. Athelstan dedujo, p


or los polvorientos jirones, que el esqueleto pertenec\u237?a a una mujer, y sig
ui\u243? examin\u225?ndolo, ignorando los comentarios de los obreros. Estir\u243
? el brazo, palp\u243? el suelo y cogi\u243? una taza y un plato de peltre. \u82
12?\u161?Cielo Santo! Ayud\u225?ndose de la vela, registr\u243? el resto de la c
\u225?mara, pero no encontr\u243? nada m\u225?s. Impresionado por aquella atm\u2
43?sfera silenciosa y fantasmal, el fraile regres\u243? a la contadur\u237?a. \u
8212?\u191?Qui\u233?n cre\u233?is que puede ser? \u8212?pregunt\u243? Cranston.
\u8212?Esta casa siempre ha pertenecido a Drayton \u8212?contest\u243? Athelstan
\u8212?; nadie podr\u237?a haber emparedado a otro ser humano ah\u237? dentro si
n que \u233?l lo supiera. De modo que lo m\u225?s l\u243?gico es deducir que lo
hizo Drayton, y por lo tanto que \u233?sos son los restos mortales de su esposa.
Es evidente que la mujer no abandon\u243? a su marido; sospecho que acos\u243?
y hostig\u243? a Drayton hasta que \u233?l se cans\u243? de ella. Seguramente le
puso alguna p\u243?cima en el vino, la baj\u243? aqu\u237? y la empared\u243? v
iva. \u161?Que Dios la acoja en su seno! Debi\u243? de tardar varios d\u237?as e
n morir. Cranston dio las gracias a los obreros y los despach\u243?, d\u225?ndol
es una moneda a cada uno. Despu\u233?s el, forense llam\u243? a Flaxwith, quien
baj\u243? a toda prisa, con su perro pegado a los talones, aunque {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} fue prudente y no se acerc\u243? a Cranston. \u8212?\u191?Qu\u233? sucede, si
r John? \u8212?Ah\u237? dentro hay un esqueleto \u8212?le explic\u243? el forens
e, se\u241?alando hacia atr\u225?s con el pulgar\u8212?. Encargaos de que se lo
lleven. Decidle al vicario de Santa Mar\u237?a le Bow que el ayuntamiento pagar\
u225? su entierro. No pong\u225?is esa cara de susto, Henry; esa mujer lleva var
ios a\u241?os muerta. Y ahora, decidme, \u191?ten\u233?is noticias para m\u237??
\u8212?Ah, s\u237?. \u8212?Flaxwith mir\u243? disimuladamente por encima del ho
mbro de Cranston, como si temiera que el esqueleto fuera a salir de aquella c\u2
25?mara secreta por su propio pie. \u8212?\u191?A qu\u233? esper\u225?is? \u8212
?le espet\u243? sir John. \u8212?En primer lugar, sir John, tenemos la casa de l
a se\u241?ora Broadsheet vigilada, sin que ella lo sospeche. Hemos o\u237?do rum
ores de que el Vicario del Infierno est\u225? muy enamorado de esa joven, Claric
e. \u8212?\u191?Algo m\u225?s? \u8212?Stablegate y Flinstead estuvieron bebiendo
y divirti\u233?ndose la noche que mataron a Drayton. Seg\u250?n unos testigos,
bebieron hasta perder el sentido, y no volvieron aqu\u237?. Lo mismo sucede con
los escribanos de la Cera Verde: el tabernero del Cerdo Danzar\u237?n afirma que
despu\u233?s de que se retiraran a las habitaciones del piso de arriba no se le
s vio el pelo hasta el amanecer. Por \u250?ltimo, sir John, tengo un amigo que t
rabaja en la sala de archivos de la Torre. \u8212?Ah, \u191?s\u237?? \u8212?Hemo
s revisado los archivos de 1380 de Epping, en Essex, y en ellos figuran Edwin y
Alison Chapler, \u233?l como escribano y ella como costurera. Por lo visto, ambo
s viven desahogadamente. \u8212?Muy bien \u8212?dijo Cranston, y le dio unas pal
maditas en el hombro a su alguacil. \u8212?Antes de que os march\u233?is \u8212?
intervino Athelstan\u8212?, \u191?qu\u233? os parece si hacemos una peque\u241?a
representaci\u243?n teatral, sir John? Cranston y Flaxwith, intrigados, siguier
on a Athelstan hasta la polvorienta contadur\u237?a. \u8212?Yo ser\u233? Drayton
\u8212?dijo Athelstan. Cogi\u243? la bolsa de los utensilios para escribir y di
jo\u8212?: esto es la plata del regente. \u191?C\u243?mo me matan, sir John? Cra
nston se\u241?al\u243? el pecho de Athelstan. \u8212?En efecto \u8212?afirm\u243
? Athelstan\u8212?. Tengo una flecha de ballesta clavada en el pecho, me estoy m
uriendo, caigo al suelo, agonizante. Entonces me invaden los remordimientos: rec
uerdo a la mujer que empared\u233? viva y me arrastro hacia esa pared, pidiendo
perd\u243?n. Eso explicar\u237?a por qu\u233? encontramos a Drayton en la posici
\u243?n en que estaba, pero el problema sigue sin soluci\u243?n. Si los dos escr
ibientes mataron a Drayton, \u191?c\u243?mo salieron de la c\u225?mara? \u8212?A
thelstan se\u241?al\u243? la puerta y a\u241?adi\u243?\u8212?: \u191?C\u243?mo l
a cerraron por dentro con llave? Si Drayton se hab\u237?a encerrado dentro \u821
2?prosigui\u243? el fraile\u8212?, \u191?c\u243?mo se las ingeniaron los escribi
entes para entrar en la c\u225?mara y matar a su patr\u243?n? \u8212?Todo eso ya

lo hemos pensado \u8212?gru\u241?\u243? Cranston. \u8212?No, sir John. Mirad, a


hora ya sabemos que la \u250?nica forma de entrar en esta c\u225?mara es por la
puerta. \u8212?S\u237?, s\u237?, ya lo s\u233? \u8212?dijo Cranston con fastidio
\u8212?; y la puerta estaba cerrada por dentro a cal y canto. \u8212?Sir John, m
aese Henry, venid conmigo. El fraile se dirigi\u243? hacia la puerta, que estaba
apoyada contra la pared. \u8212?\u191?Pod\u233?is aguantarla, por favor? Sir Jo
hn y Henry, maldiciendo por lo bajo, separaron la puerta de la pared. Athelstan
se acerc\u243? y abri\u243? la tapa que cubr\u237?a la rejilla; permaneci\u243?
un rato as\u237?, y luego se asom\u243? al otro lado de la puerta. \u8212?\u191?
Podemos soltar ya la condenada puerta? \u8212?gimi\u243? Cranston. \u8212?S\u237
?, sir John. Cranston y Flaxwith volvieron a apoyar la puerta contra la pared. \
u8212?\u191?Y bien, hermano? \u8212?No lo s\u233? \u8212?respondi\u243? Athelsta
n\u8212?. No estoy seguro, sir John. Maese Flaxwith, \u191?conoc\u233?is a alg\u
250?n carpintero de confianza? \u8212?S\u237?, hermano; se llama Laveck, y vive
en Stinking Alley. \u8212?Traedlo aqu\u237? \u8212?orden\u243? Athelstan\u8212?.
Quiero que examine esta puerta a conciencia: la rejilla, las cerraduras, los ce
rrojos, los tachones... Todo. No me importa que la estropee\u8212?. Le dio un co
dazo a Cranston y a\u241?adi\u243?\u8212?: Decidle que el ayuntamiento pagar\u22
5? los gastos; si no lo hace el ayuntamiento, lo har\u225? el regente, sin duda.
Proporcionadle pan y cerveza, pero que no salga de esta casa hasta que haya ter
minado su trabajo y sir John y yo hayamos regresado para hablar con \u233?l. Fla
xwith solt\u243? la cuerda con que hab\u237?a amarrado a {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n y} sali\u243? por el pasillo. \u8212?\u191?Qu\u233? es lo que pretend\u233?is,
hermano? \u8212?Descubrir un truco, sir John. El mundo est\u225? lleno de truco
s y enga\u241?os. Todo es un acertijo: asesinan a unos escribanos, pero nadie ha
visto al asesino; un prestamista aparece muerto en su contadur\u237?a, cerrada
por dentro, y en Southwark \u8212?a\u241?adi\u243? con amargura\u8212? los cruci
fijos sangran. \u8212?No cre\u233?is que eso sea un milagro, \u191?verdad? \u821
2?No, sir John; pero mis feligreses s\u237?. Sir John, vos conoc\u233?is a todos
los farsantes de los bajos fondos de esta ciudad. \u191?C\u243?mo cre\u233?is q
ue lo han conseguido? \u8212?Conozco alg\u250?n caso \u8212?contest\u243? el for
ense\u8212?, pero generalmente son trucos sencillos, hermano. La sangre suele se
r, en realidad, vino o pintura. \u8212?\u201?sta era sangre aut\u233?ntica \u821
2?repuso Athelstan. \u8212?En los casos que yo he visto \u8212?continu\u243? Cra
nston\u8212? los estafadores utilizaron palancas secretas u otros mecanismos. \u
8212?No creo que los haya en nuestro crucifijo \u8212?dijo Athelstan\u8212?, por
que sangraba cuando nadie lo estaba sujetando. \u8212?\u191?Qu\u233? me dec\u237
?s de Huddle? \u8212?pregunt\u243? Cranston. \u8212?Es un pintor muy astuto, cap
az de hacer maravillas con el pincel. Pero \u191?a qu\u233? viene esto, sir John
? \u8212?Pas\u243? el brazo por el de Cranston y echaron a andar por el pasillo\
u8212?. Como siempre os digo, se\u241?or forense, yo soy dominico; y a los miemb
ros de mi orden, para su verg\u252?enza o para su orgullo eternos, se los conoce
como los {\i
Domini Canes}. \u8212?\u161?Los perros de Dios! \u8212?tradujo Cranston\u8212?.
\u191?La inquisici\u243?n? \u8212?Exactamente, sir John. Su deber consiste en in
vestigar presuntos milagros e interrogar a presuntos profetas. En nuestra biblio
teca de Blackfriars hay un libro en que est\u225?n registradas todas esas invest
igaciones. Y ahora, Laveck va a venir a examinar esa puerta, y yo no siento ning
unas ganas de regresar a Southwark, de modo que lo que os propongo, sir John, es
que visitemos Blackfriars. No os preocup\u233?is \u8212?se apresur\u243? a a\u2
41?adir\u8212?: acabo de recordar que el padre prior est\u225? de peregrinaje a
la tumba de santo Tom\u225?s, en Canterbury. Cranston se detuvo, poco convencido
. \u8212?Adem\u225?s, en nuestra casa madre hay un cocinero nuevo \u8212?a\u241?
adi\u243? Athelstan astutamente\u8212?, un hombre capaz de hacer milagros con un
pedazo de buey o de fais\u225?n. Hasta su alteza el regente intent\u243? llev\u
225?rselo a las cocinas del Palacio Savoy. El forense le dio una palmada en el h
ombro a Athelstan y dijo: \u8212?Si no fuerais dominico, hermano, ser\u237?ais u
n excelente tentador. El esp\u237?ritu es fuerte, pero la carne es muy d\u233?bi

l; de modo que lo \u250?nico que puedo contestar a vuestra tentaci\u243?n es que


s\u237?. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Robert Elflain, escribano de la Cera Verde, sali\u243
? de la Canciller\u237?a y subi\u243? por Holborn hacia Fleet Street. Era mi\u23
3?rcoles, y Elflain estaba decidido a pasar parte del d\u237?a lejos de sus empa
lagosos y desconfiados compa\u241?eros. Todo se hab\u237?a complicado mucho. Alc
est le hab\u237?a asegurado que al final no habr\u237?a nada que temer, pero Elf
lain estaba preocupado. Aquel forense no le gustaba nada, y el perspicaz fraile
intu\u237?a que los escribanos ocultaban algo. Alcest les hab\u237?a pedido que
se mantuvieran unidos, que ninguno se separara del grupo; pero era mi\u233?rcole
s, y Laetitia lo esperaba en casa de la se\u241?ora Broadsheet. Pens\u243? en su
s dulces ojos y en su suave piel, en su largo y sinuoso cuerpo... Elflain se sen
t\u237?a tenso, y necesitaba hundir el rostro en el cuello de cisne de la joven
y abrazarla. Pas\u243? por delante de Newgate y procur\u243? no mirar el pat\u23
7?bulo, pues aquella visi\u243?n despertar\u237?a de nuevo sus temores. Pens\u24
3? que si Chapler hubiera sido m\u225?s complaciente todo habr\u237?a salido bie
n; luego se afloj\u243? el cuello de la camisa y maldijo al resbalar con los des
pojos del puesto de un carnicero. Al llegar a la esquina de un callej\u243?n, se
volvi\u243? y mir\u243? hacia atr\u225?s para ver si lo segu\u237?a alguien; la
gente daba vueltas, se agrupaba alrededor de los tenderetes, regateando con los
vendedores. Elflain exhal\u243? un suspiro y sigui\u243? su camino. Cuando atis
bo la fachada de la casa de la se\u241?ora Broadsheet, le dio un vuelco el coraz
\u243?n. Aceler\u243? el paso hasta llegar a la puerta, que estaba cerrada, porq
ue la se\u241?ora Broadsheet s\u243?lo ten\u237?a permiso para servir cerveza po
r la noche. Tendr\u237?a que explicarle al desconfiado portero qui\u233?n era y
a qu\u233? hab\u237?a ido all\u237?, pues la se\u241?ora Broadsheet viv\u237?a c
on el temor de que alg\u250?n alguacil u otro funcionario del orden le pusiera u
na trampa y la acusara de dirigir una casa de mala reputaci\u243?n. Elflain dio
unos golpes en la puerta, pero {\i
como} no se o\u237?a nada volvi\u243? a llamar. \u8212?\u161?Elflain! El escriba
no se volvi\u243? y vio al personaje encapuchado que, como un fantasma, hab\u237
?a aparecido detr\u225?s de \u233?l. \u8212?Pero \u191?qu\u233?...? \u8212?Elfla
in dio un paso hacia delante, pero era demasiado tarde. El individuo accion\u243
? el gatillo de la peque\u241?a ballesta, y la flecha se clav\u243? en el pecho
de Elflain. El escribano se tambale\u243? y se apoy\u243? en la puerta, retorci\
u233?ndose de dolor. Vio c\u243?mo el asesino soltaba un peque\u241?o rollo de p
ergamino, y entonces muri\u243?, en el preciso instante en que se abr\u237?a la
puerta. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\par\pard\hyphpar }{\page } {\s1 \afs32
{\b
{\ql
Cap\u237?tulo VIII
{\line }
\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Cuando sir John Cranston sali\u243? de Blackfriars te
n\u237?a el est\u243?mago lleno de pastel de cap\u243?n; pero estaba absolutamen
te desconcertado por lo que hab\u237?a le\u237?do en la biblioteca. Cuando Athel
stan y \u233?l llegaron a Ludgate, el forense se quit\u243? el gorro de castor y
sacudi\u243? la cabeza. \u8212?He visto muchos cr\u237?menes en esta ciudad, he
rmano \u8212?declar\u243?\u8212?, y s\u233? lo f\u225?cil que resulta embaucar a
la gente. Pero lo que he le\u237?do ah\u237? dentro est\u225? muy por encima de
la comprensi\u243?n humana: un c\u225?liz que milagrosamente se llena de vino,
estatuas que lloran y se mueven. Un trozo de tela con el que presuntamente le se
caron la cara a Jes\u250?s aparece, de pronto, manchado de sangre; una roca en l
a que Jes\u250?s se sent\u243? brilla en la oscuridad; la paja del pesebre de Be
l\u233?n desprende un perfume celestial... \u8212?Solt\u243? una carcajada\u8212
?, \u161?Por no hablar de las personas! \u191?De verdad hab\u237?a un individuo
en Salisbury que se vest\u237?a con pieles de cabra, com\u237?a hormigas y miel
y se hac\u237?a pasar por Juan Bautista? \u8212?S\u237? \u8212?confirm\u243? Ath
elstan\u8212?. La mente humana es una maravilla, sir John; a la gente le gusta c

reer en algo. Entrad en cualquier iglesia importante: conozco al menos diez que
afirman guardar el brazo de san Sebasti\u225?n, y cinco que guardan la aleta dor
sal de la ballena que se trag\u243? a Jon\u225?s. \u8212?La sonrisa de Athelstan
se desdibuj\u243?\u8212?. Pero en ninguna hay un crucifijo que sangra. \u8212?\
u191?Cre\u233?is que podr\u237?a ser real? \u8212?pregunt\u243? el forense. \u82
12?Me encantar\u237?a creerlo, sir John, os lo aseguro. Yo no soy distinto del r
esto de los mortales. Tengo ansias de se\u241?ales y prodigios, como todos; aunq
ue hay algo... \u8212?Athelstan se mordi\u243? el labio\u8212?. No me f\u237?o d
e Watkin, ni de Pike. Pero hablando de trucos, maese Flaxwith y Laveck deben de
haber llegado ya a casa de Drayton; siento curiosidad por saber {\i
si} han averiguado algo. Se abrieron paso entre el gent\u237?o; Cranston, que de
spu\u233?s del pastel de carne se hab\u237?a puesto de muy buen humor, saludaba
quit\u225?ndose el gorro a las damas de la ciudad, y les devolv\u237?a los cumpl
idos. Cuando llegaron a casa de Drayton, Laveck, el carpintero, un hombre moreno
de escasa estatura, hab\u237?a adelantado mucho su trabajo. Hab\u237?a abierto
la madera de la puerta y hab\u237?a retirado varias hileras de pernos. Flaxwith
estaba sentado en un rinc\u243?n, con una mano apoyada en el vigilante {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n}, que al ver a Cranston se relami\u243? y empez\u243? a gru\u241?ir. \u8212?Co
ntrola a tu perro \u8212?dijo el forense\u8212?. Decidnos, maese Laveck, \u191?q
u\u233? hab\u233?is descubierto? \u8212?De momento nada, sir John; las bisagras
son fuertes, y las cerraduras y las llaves son buenas. \u8212?El carpintero mir\
u243? sonriente al juez y a\u241?adi\u243?\u8212?: Maese Flaxwith me lo ha conta
do todo. Yo conoc\u237?a a Drayton: era un avaro asqueroso. \u8212?S\u237?, eso
ya lo s\u233? \u8212?repuso el forense\u8212?. Pero \u191?qu\u233? hab\u233?is e
ncontrado? \u8212?Nada del otro mundo, sir John. \u8212?Laveck cogi\u243? uno de
los enormes pernos de hierro\u8212?. \u201?ste estaba sujeto a la puerta median
te una tuerca situada en la parte interna de la puerta; pues bien, alguien hab\u
237?a aflojado el perno. \u8212?\u191?Aflojado? \u8212?Cranston lanz\u243? una m
irada amenazadora a Flaxwith\u8212?. \u191?No se supon\u237?a que hab\u237?ais e
xaminado ya la puerta? \u8212?No, no; dejad que os lo explique \u8212?terci\u243
? Laveck. No quer\u237?a molestar al alguacil, quien le hab\u237?a asegurado que
le pagar\u237?an bien por aquel trabajo\u8212?. Cuando construyeron esta puerta
, el carpintero hizo unos agujeros en la madera, y despu\u233?s introdujo por el
los estos grandes pernos de hierro, con el tach\u243?n hacia fuera. Se sujetan m
ediante una tuerca en la parte interna de la puerta. \u8212?\u191?Para qu\u233?
sirven? \u8212?pregunt\u243? Athelstan\u8212?. Los he visto en muchas c\u225?mar
as acorazadas \u8212?a\u241?adi\u243? sonriendo a Laveck\u8212?, pero no s\u233?
cu\u225?l es su utilidad. \u8212?Si alguien intenta forzar la puerta, hermano,
estos pernos de hierro, con salida por la parte exterior, absorben la fuerza y p
rotegen la madera de los golpes. Es muy dif\u237?cil extraerlos, pero en este ca
so alguien ha sacado uno; aqu\u237?, en la segunda hilera debajo de la rejilla.
Deduzco que lo que ha pasado es esto. \u8212?Laveck se hizo a un lado para que l
os dem\u225?s pudieran ver la puerta entera\u8212?. Alguien afloj\u243? la tuerc
a de la parte interna y extrajo el perno. \u8212?Laveck les mostr\u243? uno de l
os pernos de hierro\u8212?. Mirad, sir John: est\u225? limpio como una patena. E
so quiere decir que lo han sacado, lo han pulido y lo han engrasado. Este otro,
en cambio \u8212?dijo cogiendo otro perno\u8212?, est\u225? mucho m\u225?s oscur
o. Me imagino que alguien sac\u243? un perno, lo engras\u243? y volvi\u243? a co
locarlo en su sitio. \u8212?Se encogi\u243? de hombros y agreg\u243?\u8212?: \u1
91?Os sirve eso de ayuda? \u8212?Cogi\u243? la tuerca\u8212?. Esta pieza era la
que lo sujetaba por dentro. Mirad \u8212?dijo mostr\u225?ndosela\u8212?. Tambi\u
233?n la han engrasado. \u161?El que lo hizo era muy h\u225?bil! \u8212?\u191?Al
go m\u225?s? \u8212?pregunt\u243? Cranston. Laveck neg\u243? con la cabeza y dij
o: \u8212?\u191?Quer\u233?is que lo ponga de nuevo en su sitio? \u8212?S\u237?,
s\u237? \u8212?respondi\u243? Cranston, mirando por encima del hombro a Athelsta
n, que se hab\u237?a quedado absorto\u8212?. \u191?Hay algo m\u225?s, hermano? \
u8212?le pregunt\u243?. Athelstan se dispon\u237?a a contestar al forense cuando
se oyeron unos golpes en la escalera, y sir Lionel Havant apareci\u243? en el p

asillo. \u8212?\u191?Ya hab\u233?is recuperado la plata del regente, sir John? \


u8212?\u161?No, maldita sea! Pero no hab\u233?is venido s\u243?lo para hacerme e
sa pregunta, \u191?verdad que no? \u8212?No, sir John. \u8212?El joven caballero
se golpe\u243? el muslo con los guantes de piel\u8212?. Ahora, a su alteza el r
egente le preocupan m\u225?s sus escribanos de la Canciller\u237?a de la Cera Ve
rde: han matado a otro delante de la casa de la se\u241?ora Broadsheet; ten\u237
?a una flecha de ballesta clavada en el coraz\u243?n. Seg\u250?n el portero de l
a casa, no hab\u237?a nadie en la calle. Elflain muri\u243? en el acto; intent\u
243? decir algo, pero de su boca s\u243?lo sali\u243? un chorro de sangre. Como
comprender\u233?is, el regente est\u225? nervioso... \u8212?Por supuesto \u8212?
repuso sir John. \u8212?Ah \u8212?dijo Havant, y le entreg\u243? a sir John un s
ucio trozo de pergamino\u8212?. Cerca del cad\u225?ver han encontrado esto. Cran
ston desenroll\u243? el pergamino, lo ley\u243? y se lo pas\u243? a Athelstan. \
u8212?\u171?La tercera es como el d\u237?a\u187? \u8212?ley\u243? el fraile. \u8
212?\u191?Qu\u233? significa? \u8212?pregunt\u243? Havant. \u8212?Eso s\u243?lo
Dios lo sabe. \u8212?Bueno \u8212?replic\u243? el caballero\u8212?, vos sab\u233
?is tanto como yo. Han matado a Elflain y han dejado un acertijo junto a su cad\
u225?ver. El regente ha perdido a otro escribano, adem\u225?s de su plata; por l
o que no est\u225? de muy buen humor, sir John. \u8212?En ese caso, lo mejor ser
\u225? que le dig\u225?is a su alteza que por lo menos tenemos algo en com\u250?
n \u8212?contest\u243? Cranston. Havant se march\u243? de la contadur\u237?a. At
helstan le dijo a Laveck que pusiera los pernos en su sitio, y despu\u233?s se r
euni\u243? con sir John en el pasillo. \u8212?Cuatro escribanos muertos \u8212?m
urmur\u243? Cranston\u8212?. Y junto a todos los cad\u225?veres, un acertijo. \u
171?La tercera es como el d\u237?a\u187?. \u8212?Hizo una pausa\u8212?. Qu\u233?
raro, \u191?no, Athelstan? \u8212?\u191?Qu\u233? es lo que os parece raro, sir
John? \u8212?Veamos; han asesinado a cuatro escribanos: Chapler, Peslep, Ollerto
n y ahora Elflain. Sin embargo, el asesino no dej\u243? ning\u250?n acertijo jun
to al cad\u225?ver del pobre Chapler; y, al parecer, el asesino considera que El
flain es su tercera v\u237?ctima, y no la cuarta. Athelstan le pellizc\u243? la
mejilla al forense. \u8212?\u161?Qu\u233? perspicacia, sir John! Los gemelos deb
er\u237?an enorgullecerse de su padre. Sir John, halagado, esboz\u243? una sonri
sa; pero \u233?sta se desvaneci\u243? r\u225?pidamente. \u8212?\u191?Por qu\u233
? os emocion\u225?is tanto, hermano? \u8212?Porque ten\u233?is raz\u243?n, sir J
ohn: el asesino establece una diferencia entre los asesinatos de Peslep, Ollerto
n y Elflain y el de su primera v\u237?ctima, Chapler. \u8212?Athelstan se sent\u
243? al pie de la escalera y apoy\u243? la barbilla en una mano\u8212?. \u191?Cr
e\u233?is que esos escribanos de la Cera Verde podr\u237?an estar implicados en
alg\u250?n delito, sir John? \u8212?\u191?Como cu\u225?l? \u8212?Falsificaci\u24
3?n, robo, chantaje... Cranston se rasc\u243? la barbilla. \u8212?Ellos se dedic
an a redactar cartas y licencias, hermano. Maese Lesures es quien guarda el sell
o de la Canciller\u237?a, y dudo mucho que \u233?l pudiera estar implicado en es
a clase de delitos. \u8212?\u191?Podr\u237?an falsificar los escribanos un sello
? Cranston arque\u243? las cejas y respondi\u243?: \u8212?No ser\u237?a el prime
r caso, hermano. Deber\u237?amos volver a la Canciller\u237?a. \u8212?Ser\u237?a
en vano. \u8212?Athelstan se dio unos golpecitos en la sandalia\u8212?. Estoy c
onvencido de que maese Alcest y maese Napham tendr\u225?n buenas coartadas, y me
apuesto una jarra de vino a que todos sab\u237?an que Elflain sol\u237?a ir a c
asa de la se\u241?ora Broadsheet un d\u237?a determinado de la semana, a una det
erminada hora. S\u237?, ser\u237?a una p\u233?rdida de tiempo. Me interesan m\u2
25?s los acertijos. \u8212?Athelstan cerr\u243? los ojos\u8212?. \u171?La primer
a es el origen del viaje hacia el infierno\u187? \u8212?recit\u243?\u8212?. \u17
1?La segunda es el centro del desasosiego y la base del horror.\u187? \u171?La t
ercera es como el d\u237?a.\u187? \u8212?Levant\u243? la cabeza y mir\u243? a Cr
anston\u8212?. \u191?Qu\u233? es el centro del desasosiego, sir John? \u8212?Ni
idea \u8212?confes\u243? el forense. Athelstan sonri\u243? y dijo: \u8212?\u171?
El centro del desasosiego.\u187? \u191?No se referir\u225? a la palabra en s\u23
7?? \u161?Por supuesto! \u8212?El fraile se puso en pie\u8212?. El centro de la
palabra \u171?desasosiego\u187? es la letra {\i
o}, y sin ella no existir\u237?a la palabra \u171?horror\u187?. Veamos, eso dec\

u237?a el acertijo que encontraron junto al cad\u225?ver de Ollerton. Y \u191?qu


\u233? es el d\u237?a, sir John? \u8212?El final... \u8212?balbuce\u243? el fore
nse\u8212?. El final de la noche. \u8212?Y \u171?noche\u187? acaba en {\i
e}, la inicial de Elflain. El acertijo correspondiente a Peslep es el m\u225?s d
if\u237?cil. \u171?La primera es el origen del viaje hacia el infierno\u187?. \u
191?Qu\u233? empieza por p, sir John? \u8212?Athelstan, completamente concentrad
o, empez\u243? a caminar arriba y abajo\u8212?. \u171?El viaje hacia el infierno
\u187? \u8212?repiti\u243?\u8212?. Es indudable que el acertijo se refiere a la
letra/?, la inicial de Peslep. \u8212?Hizo una pausa\u8212?. Eso es, sir John: e
l origen del viaje hacia el infierno es el pecado, que tambi\u233?n empieza por
p. Pero \u191?por qu\u233? esas letras? Al parecer, a esos escribanos los han as
esinado de acuerdo con una secuencia: P, O, E. \u8212?\u191?{\i
Poe?} Esa palabra no existe \u8212?razon\u243? Cranston. \u8212?Ah, pero todav\u
237?a no hemos terminado, \u191?verdad, sir John? Quedan Napham y Alcest. Si a\u
241?adimos una {\i
n} y una {\i
a},{\i
}\u191?qu\u233? obtenemos? La palabra {\i
poena},{\i
}que en lat\u237?n significa \u171?castigo\u187?. \u8212?\u161?Castigo! \u8212?
exclam\u243? Cranston\u8212?. El asesino est\u225? jugando con sus v\u237?ctimas
. La inicial de cada uno de sus nombres est\u225? oculta en esos acertijos, y co
n ellos el asesino declara que est\u225? infligiendo un castigo. Pero \u191?por
qu\u233?? \u8212?Lo que est\u225? claro \u8212?dijo el fraile\u8212? es que el a
sesino considera que los escribanos son culpables de algo, pero, como dec\u237?s
, \u191?culpables de qu\u233?? Y quedan otros dos interrogantes: \u191?por qu\u2
33? no se menciona el nombre de Chapler? \u201?l trabajaba con los otros escriba
nos. \u191?Acaso \u233?l era inocente? \u8212?\u191?C\u243?mo sabemos que Chaple
r ha muerto? \u8212?pregunt\u243? el forense. \u8212?Vamos, sir John, no dig\u22
5?is tonter\u237?as. \u8212?No es ninguna tonter\u237?a \u8212?se defendi\u243?
Cranston\u8212?. Rescataron el cad\u225?ver de un joven del T\u225?mesis, pero l
a \u250?nica prueba que tenemos de su identidad son las credenciales que encontr
aron en su bolsa. \u8212?Pero Alison, su hermana, tambi\u233?n vio el cad\u225?v
er e identific\u243? a su hermano. \u8212?No \u8212?dijo Cranston sacudiendo la
cabeza y apoy\u225?ndose en la pared\u8212?. \u191?Y si Chapler no estuviera mue
rto? Conoc\u237?a los h\u225?bitos y las costumbres de sus compa\u241?eros y sab
\u237?a que les gustaban las adivinanzas. Quiz\u225? su hermana y \u233?l est\u2
33?n llevando a cabo su venganza particular, aunque Dios sabe por qu\u233? motiv
o. \u8212?Es imposible \u8212?murmur\u243? Athelstan\u8212?. Alison no estaba en
Londres cuando mataron a Peslep, y cuando mataron a Ollerton estaba en Southwar
k. Sabemos que Havant vio el cad\u225?ver de Chapler, y que el pobre escribano f
ue visto con vida por \u250?ltima vez cerca del lugar donde lo mataron. Athelsta
n mir\u243? hacia el otro extremo del pasillo, donde Flaxwith segu\u237?a hablan
do con Laveck, el carpintero. \u8212?Es como cualquier jerogl\u237?fico, \u191?n
o, sir John? \u8212?continu\u243?\u8212?. Hay muchas respuestas, pero s\u243?lo
una es correcta. Quiz\u225? me equivoque con los acertijos. Es muy posible que C
hapler est\u233? vivo. Adem\u225?s, no debemos descartar a maese Lesures: \u233?
l debe de saber lo que pasa en su Canciller\u237?a. Y todav\u237?a queda otro ca
bo suelto: vuestro amigo, el Vicario del Infierno, quien por lo visto est\u225?
muy informado acerca de nuestros queridos escribanos. Quiz\u225? tenga una cuent
a pendiente con alguien, y \u233?l sabe moverse por la ciudad como un fuego fatu
o. Y por \u250?ltimo... \u8212?Athelstan hizo una pausa, y se limpi\u243? el pol
vo de la sandalia. \u8212?\u191?Qu\u233?, hermano? \u8212?No debemos precipitarn
os; hay otros, adem\u225?s de Lesures, a los que no debemos olvidar. Sobre todo
Napham y maese Alcest. \u191?C\u243?mo podemos estar seguros de que ninguno de l
os dos es el asesino? \u191?Estaban peleados los escribanos? Es posible que a Pe
slep la riqueza le venga de familia, pero el resto de esos j\u243?venes tambi\u2
33?n manejaba mucho dinero. \u8212?En ese caso, una visita a la Canciller\u237?a
de la Cera Verde no ser\u237?a mala idea, \u191?no os parece? \u8212?sugiri\u24
3? Cranston. \u8212?Creo que podr\u237?a resultar muy fruct\u237?fera, sir John.

\u8212?\u191?Y lo de Drayton? \u8212?Bueno, ya han retirado el cad\u225?ver de


su esposa, y Maese Laveck nos ha contado todo lo que sabe sobre esa puerta. Sin
embargo \u8212?dijo Athelstan mirando alrededor\u8212?, \u191?es eso suficiente
para acusar a los escribientes? \u191?C\u243?mo mataron a Drayton? Es posible qu
e d\u237?as antes de asesinarlo distrajeran a Drayton y aflojaran uno de esos pe
rnos. Pero \u191?c\u243?mo mataron a su patr\u243?n, y c\u243?mo lograron entrar
y salir de la casa sin dejar ninguna puerta ni ninguna ventana abierta? \u8212?
Athelstan cogi\u243? su bolsa y dijo\u8212?: Se hace tarde, sir John; vayamos a
ver a maese Lesures y a sus escribanos. Despu\u233?s he de volver a Southwark a
ver si han ocurrido m\u225?s milagros. Salieron de la casa y casi tropezaron con
Alison. La joven respiraba entrecortadamente, y se qued\u243? un momento quieta
, con las manos sobre el pecho, jadeando. \u8212?Sir John, hermano Athelstan \u8
212?dijo esbozando una sonrisa\u8212?; lo siento. He ido a preguntar al ayuntami
ento, y me han dicho que ibais a reuniros con vuestro alguacil aqu\u237?. \u8212
?As\u237? es. Pero \u191?qu\u233? ocurre, buena mujer? \u8212?Nada, s\u243?lo qu
er\u237?a deciros que me marcho de Londres, sir John. \u8212?Lo bes\u243? en las
mejillas, y luego bes\u243? tambi\u233?n a Athelstan\u8212?. No quer\u237?a irm
e sin despedirme de vos, y quiero ponerme en camino antes de que anochezca. \u16
1? Ah! \u8212?exclam\u243? de pronto\u8212?. Hermano Athelstan, he tenido que vo
lver a casa de Benedicta, porque me hab\u237?a olvidado una cosa all\u237?. Vues
tro crucifijo sigue sangrando, y ha ido mucha gente a verlo. Athelstan cerr\u243
? los ojos y solt\u243? un gru\u241?ido. \u8212?Pero Benedicta me ha dado un men
saje para vos: dice que Watkin lo tiene todo controlado. Y ahora, debo partir. \
u8212?Me temo que no podr\u233?is hacerlo. Athelstan mir\u243? a Cranston, sorpr
endido. El forense encogi\u243? los hombros y dijo: \u8212?Se\u241?ora Alison, t
odav\u237?a no hemos descubierto a los asesinos de vuestro hermano. \u8212?Pero
pod\u233?is enviarme un mensaje a Epping, \u191?no? No tengo ning\u250?n inconve
niente en regresar a Londres si lo cre\u233?is necesario, pero no me gusta esta
ciudad. \u8212?Sus ojos se llenaron de l\u225?grimas\u8212?. Id a pregunt\u225?r
selo al tabernero del La\u250?d de Plata: anoche, y tambi\u233?n esta ma\u241?an
a, un hombre fue a la taberna preguntando por m\u237?, hermano Athelstan. Se par
ec\u237?a mucho al joven al que vieron en la taberna en que muri\u243? Peslep; e
l posadero lo recordaba bien: llevaba capa y capucha, y espuelas en las botas. \
u8212?\u191?Acaso lo hab\u233?is visto? \u8212?pregunt\u243? Cranston. \u8212?No
, sir John. Sin embargo, recuerdo que describisteis a ese hombre la primera vez
que nos vimos en la Canciller\u237?a. \u8212?Alison se apart\u243? un mech\u243?
n de cabello de la cara y agreg\u243?\u8212?: Tengo miedo. \u8212?Se\u241?ora Al
ison \u8212?dijo Athelstan cogi\u233?ndole una mano y acarici\u225?ndosela suave
mente\u8212?, vos vinisteis a Londres a ver a vuestro hermano, \u191?verdad? \u8
212?As\u237? es. \u8212?\u191?Ven\u237?ais a menudo? \u8212?No tanto como me hab
r\u237?a gustado. Cuando cambiaba el tiempo y la nieve y la lluvia entorpec\u237
?an los caminos no ven\u237?a, pero en verano le visitaba siempre que pod\u237?a
. \u8212?Y esta vez, \u191?vinisteis porque estabais preocupada? \u8212?S\u237?,
ya os lo he contado. Edwin cay\u243? enfermo, ten\u237?a v\u243?mitos y diarrea
. Supongo que era alguna enfermedad intestinal. Athelstan la mir\u243? atentamen
te. \u8212?\u191? {\i
Qu}{\i
\u233?} {\i
enfermedad} ? \u8212?Ocurri\u243? de repente \u8212?respondi\u243? Alison\u8212?
, empez\u243? a encontrarse mal una tarde, en la Canciller\u237?a. Edwin sospech
\u243? que alguien hab\u237?a envenenado su bebida. \u8212?Hizo una mueca y agre
g\u243?\u8212?: Pero no ten\u237?a ninguna prueba de ello, y Edwin estaba muy ne
rvioso. \u8212?\u191?Os cont\u243? por qu\u233?? \u8212?No. \u8212?\u191?Ten\u23
7?a otros amigos en Londres? \u8212?Creo que alguna vez mencion\u243? a Tibault
Lesures, el se\u241?or de los pergaminos. \u8212?\u191?Mujeres? Alison ri\u243?
y dijo: \u8212?Si las ten\u237?a, guardaba muy bien el secreto. Pero sir John \u
8212?dijo Alison volvi\u233?ndose hacia el forense\u8212?, quiero marcharme; nad
a me retiene en Londres ahora que mi hermano ha recibido sepultura. En Epping te
ngo un negocio, y asuntos de que ocuparme. \u8212?Volved al La\u250?d de Plata \
u8212?propuso Athelstan\u8212?, haced vuestro equipaje y dirig\u237?os a casa de

Benedicta. Alison baj\u243? la vista. \u8212?All\u237? estar\u233?is a salvo \u


8212?insisti\u243? Athelstan\u8212?: nadie podr\u225? haceros da\u241?o. \u8212?
De acuerdo \u8212?dijo ella. \u8212?Nos veremos all\u237? \u8212?dijo Athelstan
d\u225?ndole unas palmaditas en el hombro. Athelstan se despidi\u243? de Alison,
y despu\u233?s acompa\u241?\u243? a sir John a la Canciller\u237?a de la Cera V
erde, sin prestarle demasiada atenci\u243?n por el camino. Cuando dejaron atr\u2
25?s la antigua puerta de la ciudad por donde se acced\u237?a al camino de Holbo
rn, Cranston se detuvo y cogi\u243? por el brazo a Athelstan; el forense se qued
\u243? mirando la entrada de un callej\u243?n. \u8212?\u191?Qu\u233? sucede, sir
John? Cranston se rasc\u243? la barbilla y bebi\u243? un sorbo de su odre milag
roso. Athelstan mir\u243? hacia donde miraba el forense, vio unos cuantos tender
etes y unos ni\u241?os jugando con una vejiga de cerdo inflada cerca de un jugla
r borracho que intentaba ejercer su oficio para regocijo de unos obreros. \u8212
?\u191?Es alguno de vuestros viejos conocidos, sir John? \u8212?S\u237? \u8212?a
firm\u243? Cranston\u8212?, un muchacho encantador: William {\i
la Comadreja}. Hace tiempo que lo conozco; no hay ventana que se le resista: es
capaz de colarse por la rendija m\u225?s estrecha como un rat\u243?n. \u8212?Pue
s yo no lo veo. \u8212?Ni lo ver\u233?is, hermano; se ha esfumado. William no es
taba preparando ninguna vileza, sino que me estaba observando. La Comadreja es u
no de los m\u225?s fieles secuaces del Vicario del Infierno, y si el joven Willi
am me est\u225? vigilando, eso significa que al Vicario del Infierno le interesa
mucho saber adonde voy y qu\u233? hago. De modo que lo que Flaxwith nos ha cont
ado es cierto: el Vicario debe de estar muy enamorado de Clarice. Creo que es s\
u243?lo cuesti\u243?n de tiempo que caiga en la trampa. \u8212?Pero debe de sabe
r que ten\u233?is vigilada la casa de la se\u241?ora Broadsheet. \u8212?S\u237?,
por supuesto: tendr\u233? que hacer algo al respecto. Pero ahora, vamos, herman
o. El se\u241?or de los pergaminos los recibi\u243? en una peque\u241?a c\u225?m
ara de la parte trasera de la Canciller\u237?a. Tom\u243? asiento, y Cranston y
Athelstan se sentaron frente a \u233?l. \u8212?Maese Tibault, os veo nervioso \u
8212?coment\u243? Athelstan. El se\u241?or de los pergaminos se rasc\u243? la me
jilla sin afeitar y se frot\u243? los enrojecidos ojos. \u8212?Estoy alterado po
r estas muertes \u8212?dijo con tono lastimero\u8212?. Hermano Athelstan, \u233?
sta es una oficina importante. El regente, el canciller y hasta el rey nos han e
nviado mensajes. \u8212?\u191?Han reemplazado ya a los escribanos muertos? Maese
Tibault sac\u243? un pa\u241?uelo del pu\u241?o de su casaca y se sec\u243? con
\u233?l la frente. \u8212?S\u237?, por supuesto. En esta ciudad no faltan j\u24
3?venes bien preparados. \u8212?Hemos venido para hablar de Chapler \u8212?conti
nu\u243? el fraile\u8212?. Describ\u237?dmelo, por favor, maese Tibault. El se\u
241?or de los pergaminos hizo lo que Athelstan le hab\u237?a pedido, y el forens
e y su secretario reconocieron al joven al que hab\u237?an rescatado del T\u225?
mesis. Athelstan alz\u243? la vista hacia el cielo al comprobar que una de sus t
eor\u237?as se ven\u237?a abajo. \u8212?\u191?Por qu\u233? me lo ped\u237?s? \u8
212?pregunt\u243? Tibauld mientras jugueteaba con el pa\u241?uelo. \u8212?Por na
da \u8212?contest\u243? Athelstan\u8212?. Sir John y yo quer\u237?amos asegurarn
os, pues, aparte de su hermana, nadie identific\u243? el cad\u225?ver que rescat
aron del r\u237?o. Sin embargo, el hombre al que acab\u225?is de describir encaj
a con la descripci\u243?n de Chapler, desde el color del cabello hasta el peque\
u241?o lunar que ten\u237?a en la mejilla derecha. \u8212?S\u237?, s\u237?; as\u
237? es. \u8212?\u191?C\u243?mo era Chapler? Me refiero a su car\u225?cter. \u82
12?Era un hombre muy t\u237?mido, muy reservado: no le gustaba ir de jarana con
los dem\u225?s. Athelstan se fij\u243? en el sudor que hab\u237?a aparecido en e
l labio superior de Lesure. \u171?Ment\u237?s \u8212?pens\u243?\u8212?. Lo vuest
ro no es simple nerviosismo porque hayan asesinado a vuestros escribanos: escond
\u233?is alg\u250?n secreto.\u187?-As\u237? que no sab\u233?is nada de su vida p
rivada \u8212?dijo el fraile. Lesures neg\u243? con la cabeza. \u8212?Y antes de
la muerte de Chapler no sucedi\u243? nada extra\u241?o que pudiera explicar que
lo hayan matado. Lesures volvi\u243? a negar con la cabeza. \u8212?\u191?Ni siq
uiera la enfermedad de Chapler? Lesures trag\u243? saliva. \u8212?Estaba enfermo
, \u191?no? \u8212?continu\u243? Athelstan\u8212?. Padec\u237?a alguna enfermeda
d intestinal: v\u243?mitos, diarrea... Nos lo ha contado su hermana. \u8212?S\u2

37?, s\u237? \u8212?balbuce\u243? Lesures\u8212?. Estuvo unos d\u237?as indispue


sto. \u8212?\u191?Cay\u243? enfermo repentinamente? \u8212?Athelstan le cogi\u24
3? la fr\u237?a y sudorosa mano al anciano\u8212?. Maese Lesures, nos est\u225?i
s haciendo perder el tiempo; empiezo a tener sospechas sobre las actividades de
vuestros escribanos en la Canciller\u237?a. Athelstan mir\u243? de soslayo a Cra
nston, que dormitaba en el banco con los ojos entrecerrados. \u8212?\u191?Quer\u
233?is hacer el favor de responder nuestras preguntas? \u8212?insisti\u243? Athe
lstan\u8212?. Pod\u233?is hacerlo aqu\u237? o en la Torre, como lo prefir\u225?i
s. Lesures se pas\u243? la lengua por los labios. \u8212?Estoy asustado \u8212?g
imote\u243?\u8212?. Eso es todo, hermano Athelstan: el miedo atenaza mi mente. C
uando llego a mi casa me encierro en ella y... \u8212?\u191?Viv\u237?s solo? \u8
212?dijo Cranston abriendo los ojos. \u8212?Soy soltero, sir John. \u8212?Y \u19
1?no acompa\u241?\u225?is a vuestros escribanos por la noche cuando ellos celebr
an sus fiestas? \u8212?Sir John \u8212?dijo Lesures con una risita tonta\u8212?,
soy soltero pero tambi\u233?n soy muy vulnerable. \u8212?Est\u225?bamos habland
o de la enfermedad de Chapler \u8212?intervino Athelstan\u8212?. Se puso enfermo
aqu\u237?, \u191?no es as\u237?? \u8212?S\u237?, en efecto. \u8212?Lesures trag
\u243? saliva\u8212?. Despu\u233?s de que yo sirviera la malvas\u237?a, Chapler
se sinti\u243? mal, y fue corriendo al excusado del jard\u237?n. \u8212?Y \u191?
nadie m\u225?s present\u243? s\u237?ntomas parecidos? \u8212?No. \u8212?\u191?No
lo encontrasteis sospechoso? \u8212?Yo... \u8212?Vamos, maese Tibauld. \u8212?C
ranston dio un fuerte pu\u241?etazo en la mesa\u8212?. Un joven sano se toma una
copa de malvas\u237?a, igual que los dem\u225?s, pero s\u243?lo a \u233?l le da
n retortijones. \u8212?S\u237?, claro que me pareci\u243? sospechoso \u8212?conf
es\u243? Lesures\u8212?; aunque los escribanos siempre andaban gast\u225?ndose b
romas y Chapler no les ca\u237?a bien \u8212?se apresur\u243? a a\u241?adir. Se
tap\u243? la cara con las manos\u8212?. Qu\u233? idea tan descabellada; le pregu
nt\u233? a Peslep qu\u233? hab\u237?a pasado, pero \u233?l se limit\u243? a re\u
237?r. \u8212?Podr\u237?ais hab\u233?rnoslo contado antes \u8212?le reprendi\u24
3? Athelstan\u8212?. \u191?C\u243?mo sab\u233?is, maese Tibauld, que no fue m\u2
25?s que una broma de mal gusto? Cabe la posibilidad de que envenenaran a Chaple
r. A veces el veneno surte efecto de inmediato; pero si uno tiene suerte, si pos
ee un est\u243?mago fuerte, el cuerpo lo elimina. El veneno lo debilita, pero no
llega a producirle la muerte. Lesures palideci\u243?. \u8212?\u191?Qu\u233? est
\u225? pasando aqu\u237?? \u8212?pregunt\u243? Cranston sin alzar la voz. Cogi\u
243? a Lesures por la mu\u241?eca y a\u241?adi\u243?\u8212?: Maese Tibauld, sois
uno de los m\u225?s destacados funcionarios de la Corona, y sin embargo tembl\u
225?is como una hoja. \u191?Qu\u233? saben esos j\u243?venes tunantes sobre vos?
Quiz\u225? se\u225?is su superior, pero ahora mismo parec\u233?is su criado. Ba
jad el sello inmediatamente. \u8212?No ser\u225? necesario que lo baje. \u8212?L
esures se desabroch\u243? los cordones de la casaca. Athelstan vio la cadena y l
a cajita redonda que colgaba de ella. Lesures cogi\u243? la caja, abri\u243? los
cierres y le entreg\u243? el sello a Cranston, que lo cogi\u243? como, si se tr
atara de una reliquia santa. Era de color verde oscuro; en un lado aparec\u237?a
el rey Ricardo II a caballo, con la espada en la mano; en el otro lado hab\u237
?a una corona y los escudos de Inglaterra, Francia, Escocia y Castilla. \u8212?\
u191?Qu\u233? insinu\u225?is, sir John? \u8212?pregunt\u243? Lesures\u8212?. Sab
\u233?is perfectamente que soy el \u250?nico que puede guardar el sello, el \u25
0?nico que puede estamparlo en un documento. \u8212?Lesures fue a levantarse, co
mo si se hubiera ofendido y pensara marcharse. \u8212?Todav\u237?a no hemos term
inado \u8212?dijo Athelstan\u8212?. Pero pod\u233?is ir a decirles a Napham y a
Alcest que los esperamos aqu\u237?; tenemos que contarles una cosa. Lesures sali
\u243? a toda prisa y regres\u243? con los escribanos, que estaban acongojados y
p\u225?lidos; toda su arrogancia y su sorna hab\u237?an desaparecido. \u8212?\u
191?Os llevabais bien con Chapler? \u8212?les pregunt\u243? Cranston sin andarse
por las ramas. \u8212?No \u8212?admiti\u243? Alcest\u8212?. Ya os lo he dicho:
\u233?l no era como nosotros, y nosotros lo dej\u225?bamos en paz. Chapler ven\u
237?a a trabajar aqu\u237?, y cuando terminaba se marchaba a su casa. No sab\u23
7?amos nada de \u233?l, salvo que ten\u237?a una hermana en Epping. \u8212?\u191
?Cu\u225?nto tiempo trabaj\u243? Chapler en la Canciller\u237?a? \u8212?pregunt\

u243? Athelstan. \u8212?Dos a\u241?os \u8212?contest\u243? Lesures desde la puer


ta\u8212?. Tra\u237?a muy buenas recomendaciones de un comerciante de Cambridge.
\u8212?Y \u191?fue el \u250?ltimo en a\u241?adirse al grupo? \u8212?S\u237? \u8
212?afirm\u243? Alcest\u8212?. Y siempre lo consideramos un intruso. \u8212?\u19
1?Por eso intentasteis envenenarlo? \u8212?pregunt\u243? el forense. Napham se e
ch\u243? hacia atr\u225?s, como si una flecha se le hubiera clavado en el pecho.
\u8212?Intentasteis envenenarlo, \u191?no? Hace unas semanas, bebi\u243? una co
pa de malvas\u237?a y... \u8212?No lo envenenamos \u8212?replic\u243? Alcest\u82
12?. Eso fue idea de Peslep, que puso un purgante en la copa de Chapler. A Pesle
p le pareci\u243? que era una idea graciosa, pero nosotros no opin\u225?bamos ig
ual que \u233?l. \u8212?Eso no pod\u233?is demostrarlo \u8212?dijo Athelstan. \u
8212?Estoy diciendo la verdad. \u8212?S\u237?, claro, la verdad \u8212?terci\u24
3? Cranston\u8212?. Pilatos tambi\u233?n pregunt\u243? cu\u225?l era la verdad.
Hermano Athelstan, contadles lo que hemos averiguado hasta este momento. Athelst
an les explic\u243? los tres acertijos, y les hizo ver que cada uno de ellos era
una referencia a la inicial del apellido de los escribanos asesinados. Alcest y
Napham cada vez estaban m\u225?s consternados, y su preocupaci\u243?n aument\u2
43? cuando Athelstan les demostr\u243? que hab\u237?a muy poca relaci\u243?n ent
re el asesinato de Chapler y el de los otros tres escribanos. \u8212?De momento
\u8212?concluy\u243? el fraile\u8212? tenemos tres letras: P, O, E, las iniciale
s de Peslep, Ollerton y Elflain. Si a\u241?adimos las iniciales de Napham y Alce
st, se forma la palabra {\i
poena}, que significa \u171?castigo\u187? en lat\u237?n. Lo que me gustar\u237?a
saber \u8212?prosigui\u243?\u8212? es qu\u233? hicisteis los cinco escribanos p
ara merecer ese castigo. Napham se puso a temblar, pero Alcest se levant\u243?,
se quit\u243? el anillo de la Canciller\u237?a y lo arroj\u243? sobre la mesa. \
u8212?\u191?Qu\u233? ocurre, se\u241?or? \u8212?pregunt\u243? Cranston. \u8212?S
oy escribano real de la Canciller\u237?a de la Cera Verde \u8212?declar\u243? Al
cest\u8212?: trabajo para la Corona. Me est\u225?is amenazando. Seg\u250?n vos,
si no tomamos medidas, maese Napham y yo tambi\u233?n seremos brutalmente asesin
ados, mientras vos, sir John, busc\u225?is a ciegas. \u8212?\u191?Y? \u8212?preg
unt\u243? Athelstan mientras jugueteaba con el anillo de la Canciller\u237?a, qu
e hab\u237?a quedado sobre la mesa. \u8212?Sir John os explicar\u225? cu\u225?l
es la costumbre en estos casos \u8212?dijo Napham, y se quit\u243? tambi\u233?n
el anillo\u8212?. En momentos de grave peligro, los escribanos reales pueden sol
icitar la protecci\u243?n de la Corona. \u8212?\u161?Por supuesto! \u8212?dijo C
ranston\u8212?. Y \u191?a d\u243?nde pens\u225?is ir, se\u241?or? \u8212?A la To
rre. \u8212?Alcest recogi\u243? los dos anillos y se los meti\u243? en la bolsa\
u8212?. Ir\u233? a ver al guarda de la Torre y le pedir\u233? que nos d\u233? al
ojamiento. \u8212?Se\u241?al\u243? con el dedo a Cranston y agreg\u243?\u8212?:
\u161?Hasta que vos, el forense de esta ciudad, descubr\u225?is al asesino! Alce
st fue hacia la puerta, y Napham lo sigui\u243?. \u8212?Nos quedaremos en la Tor
re, desde donde solicitaremos la protecci\u243?n del regente y nos quejaremos de
la torpeza de un forense borracho. Cranston se puso en pie de un brinco, y excl
am\u243?: \u8212?\u161?Por m\u237?, se\u241?or, pod\u233?is bajar al infierno a
pedirle protecci\u243?n al mism\u237?simo Satan\u225?s! Pero todav\u237?a no hab
\u233?is contestado nuestras preguntas \u8212?continu\u243? el forense\u8212?. \
u191?Por qu\u233? os persiguen y os matan? \u191?Qu\u233? hab\u233?is hecho para
merecer tan terrible castigo? \u8212?Esboz\u243? una sonrisa y a\u241?adi\u243?
\u8212?: Al regente tambi\u233?n le va a interesar la respuesta. \u8212?Mir\u243
? al se\u241?or de los pergaminos y dijo\u8212?: Lesures, \u191?pens\u225?is aco
mpa\u241?arlos? \u8212?No, no. Yo tengo que permanecer aqu\u237?. \u8212?Est\u22
5? bien \u8212?dijo Cranston\u8212?. Maese Alcest, ma\u241?ana por la ma\u241?an
a pienso ir a visitaros a la Torre. Los dos escribanos ya hab\u237?an salido de
la habitaci\u243?n, {\i
y} cerraron dando un portazo. Cranston sac\u243? su odre y dio un generoso sorbo
. \u8212?Deber\u237?an tener cuidado \u8212?observ\u243? Athelstan\u8212?, Todav
\u237?a no han llegado a la Torre, y el asesino a\u250?n anda suelto. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\par\pard\hyphpar }{\page } {\s1 \afs32
{\b

{\ql
Cap\u237?tulo IX
{\line }
\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Athelstan dej\u243? a Cranston en el Cheapside. El fo
rense estaba cansado; se frotaba la cara y murmuraba algo sobre lady Maude y los
gemelos. Se estaba haciendo tarde. Son\u243? la campana del mercado, y los camp
esinos empezaron a cargar los carros, prepar\u225?ndose para salir de la ciudad
antes de la puesta de sol. Ol\u237?a a fruta y a verdura pasada. Athelstan pidi\
u243? a un chiquillo que lo acompa\u241?ara a la taberna del La\u250?d de Plata,
una posada con una peque\u241?a caseta que dominaba el amplio patio. Athelstan
entr\u243? en la taberna. El due\u241?o, que llevaba un gran delantal de cuero,
se le acerc\u243? r\u225?pidamente con una sonrisa en los labios. \u8212?S\u237?
, s\u237? \u8212?dijo rasc\u225?ndose la calva\u8212?. La se\u241?ora Alison Cha
pler est\u225? aqu\u237?. Enviaron a un criado a llamarla. \u8212?Tomar\u233? un
a jarra de cerveza \u8212?dijo Athelstan\u8212?. Y si sois tan amable, me gustar
\u237?a haceros algunas preguntas. El tabernero le llev\u243? la cerveza, pero r
echaz\u243? la moneda que Athelstan le ofreci\u243?. \u8212?No, hermano; recorda
dme en vuestras misas. Decidme, \u191?qu\u233? quer\u233?is saber? Athelstan le
explic\u243? lo que le hab\u237?a contado Alison, y el tabernero se rasc\u243? l
a mejilla. \u8212?Es cierto \u8212?repuso\u8212?; la se\u241?ora Alison me pidi\
u243? que vigilara por si alguien ven\u237?a a la taberna preguntando por ella,
sobre todo si se trataba de un joven con capa y capucha, y con espuelas en las b
otas. Parec\u237?a muy asustada. \u8212?Y \u191?visteis a ese individuo? \u8212?
Pues s\u237?, lo vi ayer, y otra vez esta ma\u241?ana. Mi taberna tiene una vent
ana que da al patio, y desde all\u237? veo a todo el que pasa por la puerta. He
visto a ese joven dos veces, aunque he de reconocer que si la se\u241?ora Alison
no me hubiera pedido que estuviera alerta, no me habr\u237?a fijado en \u233?l.
\u8212?\u191?Sab\u233?is qui\u233?n era, o a qu\u233? ven\u237?a aqu\u237?? El
tabernero neg\u243? con la cabeza. \u8212?La primera vez no lo mencion\u233?, pe
ro al verlo otra vez esta ma\u241?ana, se lo he dicho a la se\u241?ora Alison, y
entonces ella me ha pedido que le preparara la cuenta, porque ten\u237?a que ma
rcharse. \u8212?S\u237?, he venido a buscarla \u8212?dijo Athelstan\u8212?. Va a
quedarse en casa de una amiga m\u237?a, en Southwark. El tabernero iba a pregun
tarle algo, pero en ese momento lleg\u243? el criado con Alison, cargados ambos
con alforjas. Alison y Athelstan se despidieron del tabernero, y el muchacho los
acompa\u241?\u243? hasta el patio. Ensill\u243? un palafr\u233?n de aspecto tra
nquilo, sobre el que Athelstan puso el equipaje. Athelstan asi\u243? las riendas
y partieron hacia el Puente de Londres. Hicieron la primera parte del trayecto
en silencio. Alison parec\u237?a fascinada por todo lo que ve\u237?a: una mujer,
condenada por calumnias, de pie con la coroza; cerca de ella hab\u237?a dos mis
erables ladronzuelos con los dedos en el cepo, y con las calzas bajadas hasta lo
s tobillos. Circulaban mendigos de toda \u237?ndole, algunos aut\u233?nticos y o
tros fraudulentos. Pas\u243? un grupo de jinetes con cota de malla, obligando a
la gente a meterse en los portales de tiendas y casas. Los segu\u237?a un joven
muy elegante que llevaba un halc\u243?n encapuchado en el pu\u241?o; detr\u225?s
iban dos guardabosques cargados con liebres, faisanes y codornices. \u8212?Un s
e\u241?or que regresa de la cacer\u237?a \u8212?coment\u243? Athelstan, mientras
los jinetes se alejaban en medio de un ruidoso tintineo\u8212?. Ese hombre al q
ue visteis \u8212?continu\u243?\u8212?, el que llevaba espuelas y al que vieron
cuando mataron a Peslep, \u191?cre\u233?is que os busca? Alison se detuvo y le a
carici\u243? el hocico al palafr\u233?n, que resopl\u243? y le dio un suave empu
j\u243?n. La muchacha se sac\u243? una manzana del bolsillo; el animal la vio y
sacudi\u243? la cabeza. Luego siguieron caminando. \u8212?Os he formulado una pr
egunta. \u8212?No s\u233? qu\u233? contestar \u8212?dijo Alison\u8212?. Edwin no
hablaba mucho de los otros escribanos; creo que no le gustaban. Dec\u237?a que
Peslep era un libidinoso, y Ollerton, un glot\u243?n. \u8212?\u191?Qu\u233? dec\
u237?a de Alcest? \u8212?Eso es, precisamente, lo que me dio miedo, hermano. En
una ocasi\u243?n Edwin me dijo que Alcest era un petimetre al que le gustaba pon
erse espuelas en las botas para impresionar. \u8212?Mir\u243? con sus ojos de az

abache a Athelstan y agreg\u243?\u8212?: \u191?Lo hab\u233?is visto con espuelas


alguna vez? \u8212?Se fij\u243? en la expresi\u243?n de sorpresa de Athelstan y
a\u241?adi\u243?\u8212?: Cre\u237?a que Lesures o alguno de los escribanos ya o
s lo habr\u237?a comentado. \u8212?\u191?Est\u225?is segura? \u8212?pregunt\u243
? el fraile. \u8212?Hermano, yo me limito a repetir lo que he o\u237?do. Athelst
an mir\u243? a su alrededor; al otro lado de la calle hab\u237?a una peque\u241?
a taberna. Le dijo a Alison que esperara fuera y entr\u243?. El tabernero, un ho
mbre de baja estatura con el cabello \u225?spero, lo reconoci\u243? enseguida. \
u8212?\u191?Ten\u233?is sed, hermano? \u8212?No, no... \u8212?Athelstan hizo una
pausa, intentando recordar el nombre del tabernero. \u8212?Haman. \u8212?Ah, s\
u237?, Haman. \u191?Podr\u237?ais hacerme un favor? \u8212?Athelstan meti\u243?
la mano en su bolsa, pero Haman rechaz\u243? la moneda que el fraile pensaba ofr
ecerle\u8212?. \u191?Podr\u237?ais ir o enviar a uno de vuestros mozos a casa de
sir John Cranston? \u191?Sab\u233?is d\u243?nde vive? El tabernero asinti\u243?
. \u8212?Decidle que busque a maese Tibauld; debe preguntarle a cu\u225?l de los
escribanos le gustaba ponerse espuelas. Haman parec\u237?a desconcertado. Athel
stan le hizo repetir el mensaje, hasta que se lo aprendi\u243? de memoria; luego
fue a buscar a Alison. \u8212?\u191?Tan importante es ese detalle, hermano? \u8
212?S\u237?, lo es, pero no lo suficiente como para condenar a un hombre. \u8212
?Encontrar\u233?is al asesino, \u191?verdad, hermano? Todas esas muertes... Olle
rton envenenado, Peslep apu\u241?alado en una letrina, con las calzas en los tob
illos... \u8212?Y Elflain \u8212?a\u241?adi\u243? Athelstan\u8212?. Lo han matad
o hoy, dispar\u225?ndole una flecha de ballesta. Athelstan se santigu\u243?, y l
a pareja sigui\u243? su camino. En la esquina de Lombard Street, Athelstan se de
tuvo y mir\u243? hacia atr\u225?s. \u8212?\u191?Qu\u233? ocurre, hermano? \u8212
?Nada \u8212?respondi\u243? el fraile, aunque vacilante. Al cruzar la calle para
hablar con Haman, le hab\u237?a parecido ver a alguien detr\u225?s de \u233?l.
Sacudi\u243? la cabeza. Continuaron por un callej\u243?n que iba a parar a Grace
church Street, desde donde se acced\u237?a al Puente de Londres. Las casas imped
\u237?an el paso de la luz; era un arroyo oscuro y lleno de basura. Las fachadas
estaban manchadas de excrementos que la gente lanzaba por las ventanas, y aquel
hedor hizo que Athelstan recordara el alba\u241?al que hab\u237?a cerca de Cock
Lane. El palafr\u233?n, inquieto, esquiv\u243? el cad\u225?ver hinchado de un g
ato. Alison sac\u243? un ramillete de flores de su bolsa y se tap\u243? la cara
con \u233?l. Athelstan iba a pedirle disculpas por haber tomado aquel atajo cuan
do dos figuras salieron de un portal: iban vestidos de bandoleros; uno era bajo,
y el otro alto llevaban la cara tapada con unas m\u225?scaras de cuero, y la ca
beza cubierta con una capucha puntiaguda; ambos llevaban un pu\u241?al en una ma
no y un garrote en la otra. Alison se par\u243? en seco. Athelstan le dio unas p
almadas en el brazo, y arm\u225?ndose de valor, dio un paso hacia delante. \u821
2?Soy el hermano Athelstan, p\u225?rroco de San Erconwaldo, en Southwark. Esta d
ama y yo no llevamos dinero. \u8212?\u161?No os mov\u225?is! \u8212?orden\u243?
el m\u225?s alto de los bandidos. \u8212?\u191?Por qu\u233? nos deten\u233?is? \
u8212?grit\u243? Alison. \u8212?Callaos, mujer \u8212?dijo el m\u225?s bajo. Ath
elstan mir\u243? al bandido que acababa de hablar y record\u243? lo que le hab\u
237?a contado Cranston. \u8212?Sois William {\i
la Comadreja}, \u191?verdad? Uno de los secuaces del Vicario del Infierno. El in
dividuo se ech\u243? hacia atr\u225?s, como si Athelstan lo hubiera abofeteado.
El otro, desconcertado, tos\u237?a y murmuraba detr\u225?s de la m\u225?scara. \
u8212?A sir John no le va a gustar enterarse \u8212?prosigui\u243? Athelstan, al
tiempo que daba otro paso hacia delante\u8212? de que William {\i
la Comadreja} ha osado asaltar a su secretario y amigo. \u8212?No hemos venido a
robaros \u8212?aclar\u243? el bajito. Athelstan sonri\u243?; aquellos dos bandi
dos de poca monta no eran tan peligrosos como aparentaban. \u8212?Entonces, \u19
1?a qu\u233? hab\u233?is venido? \u8212?le espet\u243?\u8212?. \u191?C\u243?mo o
s atrev\u233?is a asaltar a un sacerdote y a una joven dama que no os han hecho
ning\u250?n da\u241?o? \u8212?\u161?Hemos venido a transmitiros un mensaje del V
icario del Infierno para Sir John! \u8212?\u191?Qu\u233? mensaje? \u8212?El Vica
rio del Infierno est\u225? muy enfadado; tiene un romance con la joven Clarice,
y no le gusta que sir John tenga vigilada la casa de la se\u241?ora Broadsheet t

odo el d\u237?a. Ser\u225? mejor que sir John se ande con cuidado. \u8212?Se lo
dir\u233? \u8212?respondi\u243? Athelstan\u8212?. Pero como ya sab\u233?is, sir
John no se deja intimidar f\u225?cilmente. \u8212?Tenemos otros mensajes \u8212?
a\u241?adi\u243? la Comadreja, con un deje de desesperaci\u243?n en la voz. \u82
12?Pues ser\u225? mejor que os deis prisa, porque no tengo intenci\u243?n de que
darme todo el d\u237?a en este apestoso callej\u243?n. \u8212?Decidle al se\u241
?or forense que el Vicario del Infierno le env\u237?a sus saludos, y que quiere
que sepa que \u233?l no ha tenido nada que ver con las muertes de los escribanos
de la Cera Verde. Athelstan suspir\u243?. \u161?Sir John ten\u237?a raz\u243?n!
Hab\u237?a alguna relaci\u243?n entre el Vicario del Infierno y aquellos escrib
anos. Ahora, el m\u225?s famoso delincuente de Londres intentaba distanciarse de
aquellos espantosos asesinatos. Los dos individuos desaparecieron, y Athelstan
volvi\u243? junto a Alison y le dio unas palmaditas en el hombro. Se alegr\u243?
de ver que aquel incidente no hab\u237?a alterado excesivamente a la joven. \u8
212?No os asust\u225?is f\u225?cilmente, \u191?verdad? \u8212?No, hermano. Sigui
eron andando hacia el Puente de Londres. Los guardias ya estaban ocupando sus pu
estos, y charlaban con Robert Burdon, el guarda del Puente. Burdon estaba peinan
do tres cabezas cortadas que hab\u237?a sobre una mesa, antes de colocarlas en l
as picas. \u8212?Me gustan las cosas limpias y ordenadas \u8212?grit\u243? al ve
r pasar a Athelstan. El fraile hizo la se\u241?al de la cruz y pas\u243? de larg
o. En medio del puente, Alison se detuvo y mir\u243? hacia la peque\u241?a capil
la dedicada a santo Tom\u225?s Becket. Se le llenaron los ojos de l\u225?grimas,
y se mordi\u243? el labio. \u8212?Ojal\u225? yo hubiera estado all\u237? con \u
233?l, hermano. Athelstan intent\u243? animarla hablando con ella. Entraron en S
outhwark, que empezaba a cobrar vida ahora que se pon\u237?a el sol, y donde los
vendedores montaban su mercado nocturno. Uno de los comerciantes llam\u243? al
fraile. \u8212?Compradme algo, hermano Athelstan. Agujas, alfileres, un trozo de
tela... \u191?No os interesa una brida nueva para vuestro caballo? \u8212?Tengo
prisa \u8212?respondi\u243? Athelstan. \u8212?Ah, claro. Todo el mundo se ha en
terado del gran milagro de San Erconwaldo; yo tambi\u233?n he ido a ver la cruz.
Decid a vuestros feligreses que vendo cosas muy bonitas a muy buen precio. \u82
12?Nada de lo que vende le pertenece \u8212?murmur\u243? Athelstan mientras segu
\u237?a adelante\u8212?. No es que sean ladrones, se\u241?ora Alison. Como dice
sir John Cranston, lo que pasa es que les cuesta distinguir entre lo que es suyo
y lo que es de otros. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Mientras Alison y Athelstan avanzaban por los callejo
nes de Southwark, Thomas Napham, escribano de la Canciller\u237?a de la Cera Ver
de, tambi\u233?n se dirig\u237?a hacia su casa. Napham estaba muy nervioso. No s
e fiaba de Alcest, pero se daba cuenta de que corr\u237?a peligro. Aquel fraile
del que se hab\u237?an re\u237?do era m\u225?s listo que el hambre, y alguien es
taba matando a sus colegas, al tiempo que insinuaba que sab\u237?a qu\u233? deli
to hab\u237?an cometido. Napham hab\u237?a cedido ante la insistencia de Alcest;
saldr\u237?a de la Canciller\u237?a, recoger\u237?a algunos objetos personales
y bajar\u237?a a la Torre. All\u237? estar\u237?a a salvo, y no pensaba abandona
r la fortaleza hasta que atraparan al asesino. Se par\u243? en el portal de su c
asa y escrut\u243? la penumbra. \u191?Hab\u237?a alguien dentro? Se abri\u243? u
na puerta al fondo del pasillo, y apareci\u243? otro inquilino, un oficial que h
ab\u237?a sido aprendiz de un sastre del Cheapside. \u8212?\u191?Hab\u233?is est
ado aqu\u237? todo el d\u237?a? \u8212?le pregunt\u243? Napham. \u8212?S\u237?,
trabajando en las cuentas de mi patr\u243?n. \u191?Por qu\u233?? \u8212?\u191?Ha
venido alguien preguntando por m\u237?? \u8212?Que yo sepa, no ha venido nadie,
pero yo soy un oficial, y no el portero de esta casa. Napham abri\u243? la puer
ta de su habitaci\u243?n y asom\u243? la cabeza, pero no vio el trozo de pergami
no clavado en la pared, encima de la puerta. Se detuvo y sabore\u243? el dulce o
lor que sal\u237?a de los tarros de hierbas distribuidos por la estancia. \u8212
?No hay nada que temer \u8212?susurr\u243?. La puerta estaba cerrada con llave,
lo cual significaba que no la hab\u237?an forzado. Napham entr\u243? en la oscur
a habitaci\u243?n, sac\u243? su yesca y encendi\u243? la vela que hab\u237?a enc
ima de la mesa. El viento azot\u243? los postigos de la ventana, y Napham se que
d\u243? inm\u243?vil. \u161?Aquella ma\u241?ana, antes de marcharse, la hab\u237

?a dejado cerrada! Levant\u243? la vela, pero no vio nada raro: el estante donde
ten\u237?a sus libros, los peque\u241?os cofres, los pergaminos que hab\u237?a
encima de la mesilla de noche... Todo segu\u237?a tal como \u233?l lo hab\u237?a
dejado. Fue hacia la ventana para abrir los postigos y dejar que entrara un poc
o de luz, y entonces tropez\u243? con algo duro. Oy\u243? un chasquido, y a cont
inuaci\u243?n sinti\u243? un intenso dolor en el pie derecho. Napham grit\u243?.
El dolor se le extendi\u243? por toda la pierna. El escribano cay\u243? al suel
o, y la vela encendida que llevaba en la mano sali\u243? rodando. En lugar de ap
agarse, la llama se aviv\u243? al prenderse los juntos secos del suelo. Al princ
ipio, Napham no le dio importancia al fuego, porque el dolor que sent\u237?a en
el pie era insoportable. Se incorpor\u243? como pudo y vio que un enorme cepo oc
ulto entre los juncos le hab\u237?a atravesado la bota y se le hab\u237?a clavad
o en el pie, de donde sal\u237?a un chorro de sangre. Napham grit\u243? pidiendo
ayuda, mir\u243? hacia atr\u225?s y se asust\u243? a\u250?n m\u225?s al ver c\u
243?mo ard\u237?an los juncos. Pronto prendi\u243? la tela del cubrecama. Entre
jadeos y sollozos, Napham intent\u243? arrastrarse hasta la puerta para proteger
se del fuego. Consigui\u243? avanzar un poco, pero el dolor era demasiado intens
o, y se desmay\u243? cuando las llamas alcanzaban la tela de la peque\u241?a cam
a con dosel, con lo que se avivaron hasta alcanzar el techo. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Athelstan estaba sentado en la cocina de la casa parr
oquial. Aunque los \u250?ltimos rayos de sol entraban por la ventana abierta, el
fraile estaba furioso por lo que hab\u237?a visto en el cementerio. {\i
Buenaventura}, sentado encima de la mesa, contemplaba a su amo con su ojo bueno.
El gato estaba inm\u243?vil, como si intuyera que algo andaba mal. Athelstan so
nri\u243? y le acarici\u243? las ra\u237?das orejas al minino. \u8212?Contra ti
no tengo nada, gato \u8212?murmur\u243?\u8212?. \u161?Pero tendr\u237?as que hab
er visto al idiota de Watkin! Se paseaba arriba y abajo con una olla en la cabez
a y una cuchara en la mano, vigilando la entrada del cementerio. \u161?Y los dem
\u225?s! Tab, Pike, Pernell, y hasta Ra\u250?l, organizando a los curiosos que a
hora acuden en tropel a San Erconwaldo para rezar ante el crucifijo milagroso. A
thelstan se levant\u243? y empez\u243? a dar vueltas por la cocina. {\i
Buenaventura} lo sigui\u243? solemnemente. \u8212?No puede ser \u8212?murmur\u24
3? el fraile\u8212?. \u161?Los crucifijos no sangran! Athelstan se par\u243? en
seco, y el enorme gato estuvo a punto de chocar contra las piernas del fraile. E
staba pasando algo. Watkin estaba violento, y Pike y los dem\u225?s gritaban rei
vindicando sus derechos. Athelstan vio que la figura de Jesucristo hab\u237?a vu
elto a sangrar, y la sangre reluc\u237?a iluminada por las numerosas velas que h
ab\u237?an colocado bajo la cruz. Athelstan mir\u243? a su gato y dijo: \u8212?\
u191?Y si no ha sido un milagro. {\i
Buenaventura?} El gato parpade\u243? y bostez\u243?. \u8212?\u161?Exacto! \u8212
?prosigui\u243? Athelstan\u8212?. \u161?En Southwark no se producen milagros! \u
8212?\u161?En Bel\u233?n se produjeron! Athelstan se dio la vuelta. Hab\u237?a o
tro dominico en el umbral, oculto en la penumbra. \u8212?\u161?Hermano Niall! El
lugarteniente y mensajero del padre prior entr\u243? en la cocina. Athelstan y
su viejo amigo se abrazaron y se dieron el beso de la paz. Athelstan mir\u243? a
l fraile de cutis p\u225?lido, ojos verdes y una mata de cabello rojizo. \u8212?
Bienvenido a San Erconwaldo, hermano Niall. {\i
Pax tecum}. \u8212?{\i
Et cum spirito tuo}. \u8212?\u191?Quer\u233?is un poco de vino, hermano? El domi
nico acept\u243? la invitaci\u243?n. \u191?Ten\u233?is un poco de pan y un poco
de queso? \u8212?dijo Niall mientras Athelstan entraba en la despensa\u8212?. Ha
b\u237?a decidido ayunar, pero estoy agotado del viaje. El Se\u241?or es miseric
ordioso y lo entender\u225?. \u8212?No s\u243?lo de pan vive el hombre, hermano
\u8212?replic\u243? Athelstan. \u8212?Por eso os he pedido tambi\u233?n el queso
\u8212?contest\u243? Niall. Athelstan sali\u243? de la despensa con comida y be
bida para ambos, y con un cuenco de leche. Si no le daba algo a {\i
Buenaventura} para distraerlo, el gato intentar\u237?a quitarle la comida de la
boca a su invitado. Se sentaron a la mesa. El hermano Niall sac\u243? un peque\u
241?o cuchillo, cort\u243? un pedazo de queso y se lo meti\u243? en la boca. Mir
\u243? alrededor y dijo: \u8212?La casa est\u225? limpia y huele muy bien, Athel

stan. El pan y el queso est\u225?n frescos y sabrosos. Athelstan se encogi\u243?


de hombros y repuso: \u8212?Los Evangelios no dicen que haya que ser sucio para
ser santo. Niall ri\u243?, tap\u225?ndose la boca con la mano. \u8212?Siempre h
ab\u233?is sido muy r\u225?pido, Athelstan. \u8212?Su semblante adopt\u243? una
expresi\u243?n m\u225?s seria, y Niall agreg\u243?\u8212?: Vengo del cementerio;
he visto el crucifijo. \u8212?No tengo nada que ver con ese lamentable espect\u
225?culo \u8212?afirm\u243? Athelstan\u8212?. \u161?Y no me dig\u225?is que hab\
u233?is venido aqu\u237? en peregrinaje! Niall neg\u243? con la cabeza. \u8212?\
u191?Cu\u225?nto tiempo llev\u225?is en Southwark, hermano? \u8212?Casi tres a\u
241?os. \u8212?Athelstan, Athelstan \u8212?dijo Niall sacudiendo la cabeza\u8212
?. Erais uno de los mejores alumnos de las escuelas, famoso por vuestra afici\u2
43?n a las matem\u225?ticas y las ciencias. Y entonces... \u8212?Y entonces \u82
12?le interrumpi\u243? Athelstan\u8212? lo estrope\u233? todo tres a\u241?os ant
es de tomar los votos definitivos, march\u225?ndome a la guerra con mi hermano F
rancis. \u8212?\u191?Por qu\u233? lo hicisteis? \u8212?Mi hermano y yo siempre e
stuvimos muy unidos \u8212?Athelstan entrecerr\u243? los ojos\u8212?; \u233?ramo
s como dos gotas de agua, Niall. S\u237?, \u233?l era muy alegre, una fuente de
energ\u237?a y felicidad que se contagiaban. Mi hermano no quer\u237?a matar; se
ve\u237?a como un caballero errante. Me pidi\u243? que lo acompa\u241?ara; era
la \u250?ltima oportunidad que ten\u237?amos, antes de que yo me hiciera dominic
o, de compartir algo, y de volver convertidos en h\u233?roes. Por eso me fui con
\u233?l. \u8212?Athelstan hizo un esfuerzo para que no seje quebrara la voz\u82
12?. Mataron a mi hermano, y yo conoc\u237? la gloria de la guerra: cuerpos desm
embrados, viudas y hu\u233?rfanos. Comet\u237? un gran pecado ante Dios y ante m
is padres. A mis padres les destroc\u233? el coraz\u243?n, y viol\u233? las regl
as de santo Domingo. Regres\u233? a Blackfriars, hice los votos y pas\u233? tres
a\u241?os limpiando letrinas, cocinas y pasillos. \u8212?S\u237?, eso ya lo s\u
233? \u8212?dijo Niall. Athelstan estaba a punto de romper a llorar. \u8212?Ento
nces el padre prior me envi\u243? aqu\u237?, a trabajar entre los pobres. Yo me
enamor\u233? de estas gentes tan normales, que llevaban una vida tan extraordina
ria. No saben leer ni escribir, los maltratan y se aprovechan de ellos; pero tie
nen una alegr\u237?a y un valor que yo desconoc\u237?a. \u8212?Athelstan cerr\u2
43? los ojos\u8212?. Y a veces se comportan como est\u250?pidos. \u161?S\u243?lo
Dios sabe qu\u233? hay detr\u225?s de esa farsa que han organizado! \u8212?\u19
1?Y Cranston? \u8212?Sir John es como mi hermano. Un forense gordinfl\u243?n, or
dinario y cascarrabias; pero valiente como el que m\u225?s, e inocente como un c
hiquillo. Es un buen padre, un buen esposo, un hombre muy \u237?ntegro. Le gusta
comer y beber, aunque no encierra ni una pizca de malicia. Pero decidme, \u191?
por qu\u233? os ha enviado el padre prior? \u8212?Opina que ya llev\u225?is much
o tiempo aqu\u237?. En nuestra casa de Oxford necesitan un maestro de ciencias n
aturales, un hombre con vuestra l\u243?gica y vuestro amor a los estudios... \u8
212?\u161?Tonter\u237?as! \u8212?replic\u243? Athelstan\u8212?. Es el regente, \
u191?verdad? Juan de Gante, duque de Lancaster. No le caigo bien desde que inves
tigu\u233? la muerte de aquellos caballeros de los condados rurales. \u201?l sab
e que no se me escapan sus sutiles estrategias y sus astutas tretas. \u8212?Su a
lteza os admira mucho \u8212?le contradijo Niall al tiempo que dejaba el cuchill
o encima de la mesa\u8212?. Pero no puedo mentiros, hermano: os tiene miedo. Os
teme por vuestra perspicacia, pero sobre todo por lo mucho que os aman y os resp
etan aqu\u237?, en Southwark. El verano llega a su fin; se acerca el oto\u241?o,
y pronto empezar\u225?n las cosechas. En los condados rurales, los campesinos s
e re\u250?nen y conspiran. Gante teme que se produzca un levantamiento. Que env\
u237?en un ej\u233?rcito a Londres. \u161?No quiere que ning\u250?n fraile agite
a las gentes de Southwark! \u8212?\u161?Yo jam\u225?s har\u237?a eso! \u8212?Ya
lo s\u233?, y el padre prior tambi\u233?n lo sabe; pero Juan de Gante no. \u821
2?Niall se levant\u243? y se sacudi\u243? las migas de la t\u250?nica\u8212?. El
padre prior quiere trasladaros, y ese asunto del cementerio podr\u237?a ser el
pretexto que necesita. Athelstan suspir\u243? y se puso en pie. \u8212?Pues deci
dle al padre prior \u8212?declar\u243? \u8212?que soy un fiel hijo de la Orden.
Har\u233? lo que \u233?l me ordene, pero si me traslada me sentir\u233? muy desg
raciado, por tercera vez en mi vida. As\u237? que interceded por m\u237?, Niall.

Los frailes se abrazaron; Niall abri\u243? la puerta y sali\u243? afuera, donde


ya estaba oscureciendo. Athelstan se sent\u243? a la mesa, se tap\u243? el rost
ro con las manos y llor\u243? en silencio. Al cabo de un rato se sec\u243? las l
\u225?grimas y respir\u243? hondo. \u8212?Voy a beberme un vaso de vino \u8212?l
e dijo a {\i
Buenaventura}; pero el gato, que estaba ocupado acab\u225?ndose los restos de pa
n y queso del plato de Niall, se limit\u243? a sacudir ligeramente la cola. Athe
lstan se sirvi\u243? un vaso de vino y se sent\u243?. Sab\u237?a que no consegui
r\u237?a conciliar el sue\u241?o. Dej\u243? el vaso de vino en la mesa y lo apar
t\u243?. Conoc\u237?a los peligros del vino: muchos sacerdotes se aficionaban a
la bebida hasta que el diablo se apoderaba de su alma. Cogi\u243? un trozo de pe
rgamino y la bolsa donde guardaba los utensilios para escribir, y puso el tinter
o encima de la mesa. Se concentr\u243? en los acontecimientos del d\u237?a. Hizo
un boceto de la puerta de la contadur\u237?a de Drayton e intent\u243? imaginar
se c\u243?mo hab\u237?an asesinado a aquel desgraciado y c\u243?mo le hab\u237?a
n robado la plata. A lo mejor, si \u233?l encontraba la plata del regente, Juan
de Gante acceder\u237?a a hablar con el padre prior. \u191?C\u243?mo hab\u237?an
podido matar a aquel hombre en una c\u225?mara cerrada a cal y canto? Record\u2
43? aquellos pernos de hierro de la puerta y a los dos escribientes, Flinstead y
Stablegate. \u191?Eran ellos dos los culpables? \u191?O lo era uno solo? Si el
asesino era s\u243?lo uno... Athelstan cerr\u243? los ojos y se concentr\u243?.
Tan dif\u237?cil era cometer aquel crimen solo que con ayuda de otra persona. At
helstan se qued\u243? mirando la puerta de la cocina. \u171?Imag\u237?nate que e
res Drayton \u8212?pens\u243?\u8212?. Nadie podr\u237?a entrar aqu\u237? a menos
que yo mismo abriera la puerta. Imag\u237?nate que alguien sale de la cocina. T
engo una flecha de ballesta clavada en el pecho, o sea que no tengo fuerzas para
cerrar la puerta. \u191?Para qu\u233? iba a gastar tanta energ\u237?a cerrando
la puerta de la cuadra si el caballo ya ha salido? Estir\u243? el brazo para aca
riciar a {\i
Buenaventura}. \u8212?Ahora que lo pienso, debo ir a visitar a nuestro buen amig
o {\i
Philomel} \u8212?dijo. Y sigui\u243? pensando: \u191?uno o dos asesinos? \u191?E
ra relevante ese detalle? Sonri\u243? y dio una fuerte palmada que sobresalt\u24
3? a {\i
Buenaventura}. \u8212?\u161?Claro que s\u237?! \u8212?grit\u243? el fraile\u8212
?. Ten\u237?an que ser dos. \u161?S\u243?lo as\u237? pod\u237?an hacerlo! \u191?
Y la casa? \u191?C\u243?mo se las ingeniaron para salir de ella? Athelstan se fr
ot\u243? la cara: era un truco antiqu\u237?simo. Llevaron al pobre Flaxwith hast
a una ventana que estaba cerrada. \u161?Eso no significaba que en el momento en
que los alguaciles entraron en la casa todas las otras ventanas estuvieran tambi
\u233?n cerradas! Athelstan cogi\u243? el vaso de vino y bebi\u243? un sorbo. De
j\u243? la pluma y se qued\u243? contemplando el vaso. \u191?Y la muerte de Chap
ler? \u191?Y las de los otros escribanos de la Cera Verde? Athelstan estaba conv
encido de que Alcest estaba implicado en aquellos cr\u237?menes. \u191?Era \u233
?l el joven de las espuelas? Le habr\u237?a resultado muy f\u225?cil seguir a Pe
slep hasta aquella taberna. Athelstan se mordi\u243? el labio. En el asesinato d
e Peslep hab\u237?a un detalle... Algo que Athelstan hab\u237?a o\u237?do decir.
Pero \u191?qu\u233?? El dominico lleg\u243? a la conclusi\u243?n de que Alcest
pudo poner el veneno en la copa de Ollerton; sab\u237?a adonde iba Elflain todos
los mi\u233?rcoles, y hab\u237?a visitado a Drayton poco antes de que el presta
mista apareciera muerto. Pero Alcest, seg\u250?n los testigos, hab\u237?a pasado
toda la noche en la cama con una prostituta. \u191?Era eso cierto? \u191?Dec\u2
37?a Clarice la verdad? \u191?Y el Vicario del Infierno? \u191?Por qu\u233? le i
nteresaba tanto convencer a sir John de que \u233?l no ten\u237?a nada que ver c
on la muerte de los escribanos de la Cera Verde? \u191?Tan importante era como p
ara que le enviara a William {\i
la Comadreja} como mensajero? Por \u250?ltimo estaba Lesures, el se\u241?or de l
os pergaminos; estaba muerto de miedo. \u191?Era culpable? \u191?Qu\u233? preten
d\u237?a ocultar? Athelstan volvi\u243? a coger la pluma. \u171?Alcest y Clarice
\u187?, escribi\u243?, y subray\u243? los nombres. Si consegu\u237?a desmontar l

a coartada de Alcest, todas las piezas del rompecabezas encajar\u237?an. Athelst


an se desperez\u243?, y entonces lo sobresaltaron unos golpes en la puerta. \u82
12?\u161?Fuera de aqu\u237?, Watkin! \u8212?grit\u243?\u8212?. Ma\u241?ana tengo
que decir misa, y despu\u233?s me ir\u233? a ver a sir John. La puerta se abri\
u243?, y Benedicta, p\u225?lida como la cera, entr\u243? seguida de Alison, igua
l de p\u225?lida. \u8212?\u191?Qu\u233? ocurre? \u8212?pregunt\u243? el fraile\u
8212?. Pasad y sentaos. \u191?Quer\u233?is un poco de vino? Las mujeres negaron
con la cabeza. \u8212?Est\u225?bamos en mi casa \u8212?explic\u243? Benedicta, d
esabroch\u225?ndose la capa\u8212?, Alison hab\u237?a subido a acostarse. \u8212
?S\u237? \u8212?dijo Athelstan sonriendo\u8212?. Os vi marchar antes de pelearme
con Watkin. \u8212?Yo estaba sentada en el sal\u243?n \u8212?prosigui\u243? la
mujer. Cogi\u243? la copa de vino de Athelstan y bebi\u243? un sorbo\u8212?. O\u
237? un ruido en el callej\u243?n que hay junto a mi casa. \u8212?\u191?Qu\u233?
quer\u233?is decir? \u191?Qu\u233? clase de ruido? \u8212?Estaba bordando, pero
a decir verdad, no dejaba de pensar en Watkin y su cruz milagrosa. Al principio
no me di cuenta, pero despu\u233?s o\u237? un tintineo parecido al de unas espu
elas. Me asom\u233? por la ventana; fuera estaba oscuro, y el callej\u243?n pare
c\u237?a vac\u237?o. \u171?\u191?Qui\u233?n anda ah\u237??\u187?, grit\u233?, pe
ro no me contest\u243? nadie. Cerr\u233? los postigos y volv\u237? a mi bordado.
Unos minutos m\u225?s tarde, o\u237? de nuevo aquel tintineo. Llam\u233? a Alis
on para ver si estaba bien, y me contest\u243? que s\u237?. \u8212?Benedicta res
pir\u243? hondo\u8212?. Reconozco que ten\u237?a miedo, as\u237? que... \u8212?P
os\u243? la mirada en la mesa\u8212?. Athelstan, \u191?hab\u233?is tenido visita
? \u8212?Ah, s\u237?, ha venido un mensajero. \u8212?Athelstan apart\u243? el pl
ato\u8212?. Pero seguid, me interesa mucho lo que me est\u225?is contando. \u821
2?Sub\u237? al piso de arriba y le pregunt\u233? a Alison si hab\u237?a o\u237?d
o algo. \u8212?Yo tambi\u233?n lo o\u237? \u8212?terci\u243? Alison\u8212?. Pens
\u233? que eran imaginaciones m\u237?as. Le dije a Benedicta que no saliera a la
calle, pero ella me propuso que sali\u233?ramos juntas. \u8212?Bajamos por la e
scalera \u8212?prosigui\u243? Benedicta. Sac\u243? un trozo de pergamino del pu\
u241?o de la manga y se lo entreg\u243? a Athelstan. \u8212?\u171?La \u250?ltima
\u8212?ley\u243? el fraile\u8212? es la que est\u225? detr\u225?s de todo; a la
primera y \u250?ltima siempre la encontrar\u233?is en el coraz\u243?n del ave.\
u187? \u8212?\u191?Qu\u233? significa? \u8212?pregunt\u243? Benedicta. \u8212?Es
tamos buscando a un asesino \u8212?contest\u243? Athelstan\u8212?, alguien que m
ata y siempre deja un acertijo junto al cad\u225?ver de su v\u237?ctima. Pero po
r primera vez \u8212?Athelstan esboz\u243? una sonrisa\u8212? hemos encontrado e
l acertijo antes de que se haya cometido el crimen. \u8212?Hizo una pausa\u8212?
. No, eso no es cierto. Junto al cad\u225?ver de Chapler no se encontr\u243? nin
g\u250?n acertijo. En fin \u8212?prosigui\u243?\u8212?. Sabemos que los otros ac
ertijos dan la inicial del apellido de cada uno de los escribanos asesinados. Si
n embargo, este \u250?ltimo parece diferente. \u191?Puedo qued\u225?rmelo? Bened
icta asinti\u243?. \u8212?\u191?Pens\u225?is volver a casa? \u8212?S\u237?, clar
o \u8212?contest\u243? Benedicta\u8212?. He hablado con Watkin; le ha pedido a B
laddersniff, el alguacil, y a dos amigos suyos que vigilen mi puerta. \u8212?Ah,
s\u237? \u8212?dijo Athelstan\u8212?. Sir Watkin, el caballero de la cuchara de
palo. \u191?Seguro que no quer\u233?is quedaros un rato m\u225?s? \u8212?pregun
t\u243?. Las mujeres se excusaron y se marcharon. Athelstan se puso a analizar e
l acertijo. \u8212?La \u250?ltima \u8212?murmur\u243?\u8212?. \u191?Qu\u233? es
el coraz\u243?n de un ave? \u8212?Se mordi\u243? el labio\u8212?. La {\i
v} es la letra central de \u171?ave\u187?... \u8212?Athelstan reflexion\u243? un
os instantes. La {\i
v} era{\i
}la primera y \u250?ltima. \u161?El asesino estaba revelando su m\u243?vil: ven
ganza! {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\par\pard\hyphpar }{\page } {\s1 \afs32
{\b
{\ql
Cap\u237?tulo X
{\line }

\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Sir John Cranston, sentado en el peque\u241?o estudio
que ten\u237?a en el \u250?ltimo piso de su casa, en el Cheapside, miraba por l
a ventana a la espera de ver aparecer los primeros rayos de sol. Sir John se hab
\u237?a despertado temprano, como siempre, y se hab\u237?a levantado sin hacer r
uido, pues Lady Maude segu\u237?a sumergida en sus sue\u241?os, mientras en la h
abitaci\u243?n contigua, los gemelos, con sus camisones de lino, dorm\u237?an en
sus cunas. Se parec\u237?an mucho: ten\u237?an el cabello rubio y liso, las mej
illas sonrosadas y la boca y la barbilla firmes, como su padre. \u8212?\u161?Qu\
u233? ni\u241?os tan maravillosos! \u8212?susurr\u243? el forense, y sonri\u243?
al fijarse en que hasta respiraban al un\u237?sono. Luego se alej\u243? de punt
illas por la galer\u237?a, rezando para que los ni\u241?os no se despertaran, pu
es si lo hac\u237?an y se daban cuenta de que su padre estaba en la casa despert
ar\u237?an a todos con sus gritos. Sir John iba a tener un d\u237?a muy ajetread
o; baj\u243? a la cocina, donde se lav\u243?, se afeit\u243? y se visti\u243? r\
u225?pidamente, poni\u233?ndose la ropa limpia que lady Maude le hab\u237?a deja
do preparada la noche anterior. En la despensa hab\u237?a un pastel de carne pro
tegido con un lienzo, y una jarrita de cerveza rebajada. Despu\u233?s de desayun
ar, sir John se arrodill\u243? y, cerrando los ojos, rez\u243? sus oraciones ant
es de subir a su estudio. Se sent\u243? y oje\u243? varios manuscritos, aunque s
e le iban los ojos hacia el que ten\u237?a a su derecha: el famoso tratado de Cr
anston, {\i
Sobre el gobierno de Londres}. Sir John se recost\u243? en el respaldo acolchado
de la silla. Hab\u237?a llegado a un nuevo cap\u237?tulo: \u171?Del mantenimien
to de las calles, callejones y arroyos limpios de toda suciedad\u187?. Cranston
aconsejaba que se construyeran letrinas p\u250?blicas, y que se redactaran leyes
estrictas que impidieran llenar las calles de desperdicios y vaciar en ellas lo
s orinales. Los alba\u241?iles ser\u237?an trasladados fuera de las murallas de
la ciudad, mientras que los basureros formar\u237?an un gremio. Sir John suspir\
u243? y, concentr\u225?ndose en asuntos m\u225?s mundanos, ley\u243? la primera
entrada de otro de los manuscritos: {
\~\par\pard\plain\hyphpar} El jueves, festividad de San Joaqu\u237?n y Santa Ana
, Richard Crinkler se sent\u243? en la letrina de sus aposentos, en una casa pro
piedad de Owen Brilchard, en la esquina de Bore Street. Dicha letrina se rompi\u
243?, y Richard encontr\u243? all\u237? la muerte, que no fue una muerte digna.
{
\~\par\pard\plain\hyphpar} Sir John se rasc\u243? la mejilla. \u191?Por qu\u233?
empleaba su escribiente frases tan enrevesadas? Y \u191?c\u243?mo pod\u237?a al
guien encontrar la muerte al caerse de una letrina? Cranston cerr\u243? los ojos
y record\u243? las viejas mansiones de Bore Street. \u8212?Ah, ya entiendo \u82
12?murmur\u243?. Imagin\u243? lo que le hab\u237?a pasado al pobre Richard Crink
ler. Aquellas casas ten\u237?an unos armarios que serv\u237?an de letrinas, cons
truidos sobre un pozo que recorr\u237?a toda la longitud de la casa. Crinkler de
b\u237?a de estar medio dormido o borracho. Al romperse la tabla de madera, Crin
kler cay\u243? al pozo. \u8212?\u161?Santo cielo! \u8212?susurr\u243? Cranston\u
8212?. Todos hemos de morir, pero a veces el buen Dios nos llama de formas muy e
xtra\u241?as. Se sobresalt\u243? al o\u237?r la campana de Santa Mar\u237?a le B
ow: aqu\u233?lla era la se\u241?al de que hab\u237?a terminado el toque de queda
nocturno. Dej\u243? la pluma en su caja y apag\u243? la vela, cogi\u243? su tal
abarte y su capa y baj\u243? al Cheapside. La calle todav\u237?a estaba desierta
: los mendigos, bandidos y prostitutas que hab\u237?an estado deambulando por lo
s callejones toda la noche desaparec\u237?an en el acto en cuanto se enteraban d
e que el se\u241?or forense hab\u237?a bajado a la calle. Cranston se dirigi\u24
3? a Santa Mar\u237?a, en cuyo campanario todav\u237?a estaba encendido el farol
. Contempl\u243? la oscura puerta de la iglesia y sonri\u243? al ver a Henry Fla
xwith all\u237?, con el siempre alerta {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n}. \u8212?Buenos d\u237?as, sir John \u8212?dijo el alguacil, y sujet\u243? con
fuerza la cuerda con que llevaba atado a su perro. \u8212?\u191?Est\u225? todo

preparado? \u8212?pregunt\u243? Cranston, y, sorprendido, vio aparecer a Athelst


an por una puerta lateral de la iglesia. \u8212?Hermano, \u191?qu\u233? hac\u233
?is aqu\u237?? \u8212?Rezar, sir John, rezar. Athelstan se hab\u237?a lavado y a
feitado, y llevaba una t\u250?nica limpia, pero ten\u237?a los ojos hinchados, c
omo si hubiera dormido mal, o muy poco. \u8212?\u191?Va todo bien? \u8212?S\u237
?, sir John. Ayer dije la misa poco despu\u233?s de medianoche, cuando el tumult
o del cementerio se hubo calmado. Estoy demasiado enfadado con mis feligreses, y
no quiero ni verlos; creo que podr\u225?n pasar un d\u237?a sin su p\u225?rroco
. \u8212?No se\u225?is demasiado severo con ellos \u8212?dijo Cranston\u8212?; s
\u243?lo Dios sabe por qu\u233? hacen esas tonter\u237?as. \u8212?\u191?Recibist
eis mi mensaje? \u8212?le pregunt\u243? el fraile, cambiando de tema. \u8212?S\u
237? \u8212?afirm\u243? sir John\u8212?, fui a ver a maese Lesures; lo encontr\u
233? agazapado en su c\u225?mara, t\u237?mido como un conejo. Seg\u250?n \u233?l
, a veces Alcest se pon\u237?a espuelas en las botas para darse importancia. \u8
212?Cranston silb\u243? entre dientes\u8212?. Y quiero interrogar de nuevo a Alc
est, puesto que han asesinado a Napham. \u8212?Ya me imaginaba que suceder\u237?
a. \u191?C\u243?mo ha muerto? \u8212?Hab\u237?an escondido un cepo entre los jun
cos del suelo... \u8212?\u191?Un cepo? \u8212?S\u237?, de esos que se usan contr
a los caballeros que llevan armadura \u8212?explic\u243? Cranston al ver la expr
esi\u243?n de desconcierto de la cara de Athelstan\u8212?. Son unas trampas de a
cero que se colocan en los caminos cuando se prepara una emboscada, o para defen
der una zanja durante un sitio. Se trata de unos artilugios muy sencillos, pero
infalibles, como una ratonera. El caballo o el caballero meten el pie dentro, y
entonces se acciona la trampa. \u8212?Qu\u233? muerte tan espantosa \u8212?comen
t\u243? el fraile. \u8212?El cepo estuvo a punto de cortarle el pie a Napham \u8
212?continu\u243? Cranston\u8212?. Sin embargo, el escribano debi\u243? de derri
bar una vela sin darse cuenta; los juncos y el cubrecama de su c\u225?mara empez
aron a arder, y Napham muri\u243? quemado. Otro inquilino vio las llamas y apag\
u243? el incendio. La c\u225?mara estaba en la planta baja, y el suelo era de pi
edra; eso impidi\u243? que el fuego se extendiera demasiado deprisa. Fui a ver e
l cad\u225?ver de Napham \u8212?Cranston sacudi\u243? la cabeza\u8212?: estaba t
otalmente calcinado, pero todav\u237?a ten\u237?a el cepo en el pie. \u8212?\u19
1?Y el asesino? \u8212?Seguramente entr\u243? por una ventana de la planta baja
\u8212?contest\u243? el forense\u8212? y coloc\u243? el cepo, que le habr\u237?a
comprado a cualquier ferretero o armero de la ciudad. \u8212?\u191?Qu\u233? me
dec\u237?s del acertijo? \u8212?Ah, s\u237?. Napham no lo vio cuando entr\u243?
en su estancia: estaba clavado en la pared, encima de la puerta. \u171?La siguie
nte \u8212?Cranston cerr\u243? los ojos para recordar el acertijo\u8212? es como
la cola del le\u243?n\u187?. \u8212?Abri\u243? los ojos\u8212?. La {\i
n} es la \u250?ltima letra de \u171?le\u243?n\u187?. \u8212?Tenemos que irnos, s
ir John \u8212?intervino Flaxwith\u8212?. Los renacuajo? nos esperan. \u8212?\u1
91?Qui\u233?nes? \u8212?Los renacuajos \u8212?explic\u243? Cranston\u8212?. Mis
queridos amigos del Castillo de las Ratas. Voy a detener al Vicario del Infierno
. \u8212?En ese caso \u8212?repuso Athelstan\u8212?, podemos seguir hablando por
el camino. El forense escuch\u243? con atenci\u243?n a Athelstan mientras recor
r\u237?an el Cheapside. El fraile le relat\u243? su encuentro con William {\i
la Comadreja} y el extra\u241?o incidente ocurrido en casa de Benedicta la noche
anterior. \u8212?\u161?Por los cuernos de Satan\u225?s! \u8212?exclam\u243? Cra
nston de pronto, par\u225?ndose en seco\u8212?. \u161?Por los cuernos de Satan\u
225?s! \u8212?repiti\u243?. \u8212?Eso es exactamente lo que opino yo, sir John
\u8212?replic\u243? Athelstan\u8212?. Aunque quiz\u225? yo no emplear\u237?a las
mismas palabras. Me gustar\u237?a saber, sir John, por qu\u233? le interesa tan
to al Vicario desmarcarse de los asesinatos de los escribanos. Tambi\u233?n me p
regunto d\u243?nde estar\u237?a Alcest anoche, y por qu\u233? ahora se interesa
por Alison. \u8212?\u161?Por los cuernos de Satan\u225?s! \u8212?repiti\u243? el
forense. \u8212?\u191?Qu\u233? ocurre, sir John? \u8212?Me he dejado el odre mi
lagroso. Ya sab\u237?a que me olvidaba algo... \u8212?\u161?Pero sir John! \u821
2?protest\u243? Athelstan\u8212?. \u191?Os hab\u233?is enterado de lo que os he
dicho? \u8212?Por supuesto, querido monje. \u8212?Fraile, sir John. \u8212?Exact
o. El Vicario del Infierno me ha enviado un mensaje. Vos cre\u233?is que Alcest

es el asesino, y ahora \u233?l se interesa por Alison. \u161?Pero yo me he dejad


o mi condenado odre! En fin, \u191?cre\u233?is que Alcest es el asesino? \u8212?
pregunt\u243? Cranston acelerando el paso. \u8212?S\u237?. Adem\u225?s, ya s\u23
3? c\u243?mo pudieron Flinstead y Stablegate matar a su patr\u243?n. Cranston vo
lvi\u243? a detenerse; esta vez, Flaxwith y {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} estuvieron a punto de tropezar con \u233?l. El forense cogi\u243? a Athelstan
por los hombros y lo bes\u243? en las mejillas. \u8212?\u161?Sois un monje mara
villoso! \u8212?grit\u243?, e inmediatamente se hizo a un lado al ver que alguie
n abr\u237?a una ventana y arrojaba el contenido de un orinal a la calle. Los ex
crementos estuvieron a punto de caerle encima a sir John. Cranston sacudi\u243?
los pu\u241?os y grit\u243?: \u8212?\u161?Har\u233? que os arresten! Entonces le
dio un empuj\u243?n a Athelstan, pues volvieron a abrirse los postigos, y vacia
ron otro orinal; esta vez fue a {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} al que salpicaron; el perro mir\u243? hacia arriba y gru\u241?\u243? amenazad
oramente. \u8212?\u191?Y los renacuajos? \u8212?Esperad un momento. \u8212?Sir J
ohn se apart\u243? para dejar paso a un enorme carro lleno de basura del d\u237?
a anterior. \u8212?Los renacuajos \u8212?explic\u243? Cranston\u8212? son un gru
po de hombrecillos muy bajitos; en realidad son enanos. Viven en una casa en ese
sucio laberinto de callejones cerca de Whitefriars, y yo los llamo los Se\u241?
ores del Castillo de la Rata. Pues bien, son una gente muy dejada de la mano de
Dios: nadie se f\u237?a de ellos, a nadie le caen bien. De vez en cuando los con
trata alg\u250?n se\u241?or o alguna compa\u241?\u237?a de c\u243?micos ambulant
es. \u8212?\u191?Como maese Burdon, el guarda del Puente de Londres? \u8212?No,
no \u8212?dijo Cranston sacudiendo la cabeza\u8212?. \u201?stos son m\u225?s peq
ue\u241?os a\u250?n: tienen cuerpo de ni\u241?o y cara de viejo. Cranston sacudi
\u243? su bolsa y a\u241?adi\u243?: \u8212?A veces roban en alguna casa, col\u22
5?ndose por las rendijas por donde otros no podr\u237?an pasar. Pues ver\u233?is
, resulta que les caigo bien, y a m\u237? me caen bien ellos. \u8212?Entiendo \u
8212?dijo Athelstan. Hab\u237?an llegado a la esquina del callej\u243?n que cond
uc\u237?a al establecimiento de la se\u241?ora Broadsheet, y se pararon all\u237
?. \u8212?Si hac\u233?is memoria \u8212?dijo Cranston sonriendo\u8212?, recordar
\u233?is que cada a\u241?o, el d\u237?a de San Rahere, lady Maude y yo les ofrec
emos un peque\u241?o banquete en el jard\u237?n... \u8212?Y \u191?vais a utiliza
rlos para atrapar al Vicario del Infierno? \u8212?S\u237?. \u8212?Cranston se\u2
41?al\u243? con el dedo a Flaxwith\u8212?. El bueno de Henry ha vigilado la casa
de la se\u241?ora Broadsheet d\u237?a y noche. Clarice, el gran amor de nuestro
Vicario, no ha salido ni una sola vez, y sin embargo, el Vicario tampoco ha ent
rado. \u8212?\u191?Y eso qu\u233? quiere decir? \u8212?No me lo creo, sencillame
nte \u8212?dijo Cranston\u8212?. El Vicario del Infierno come test\u237?culos de
cordero y bebe vino espa\u241?ol; es m\u225?s libidinoso que un jabal\u237? en
celo. Estoy convencido de que ha entrado, varias veces, en esa casa; pero no s\u
233? c\u243?mo. \u8212?\u191?Y los renacuajos? \u191?Qu\u233? pintan ellos en to
do esto? Cranston se qued\u243? mirando la casa de la se\u241?ora Broadsheet, qu
e parec\u237?a tranquila. \u8212?Estoy seguro de que ese desgraciado est\u225? a
h\u237? dentro \u8212?gru\u241?\u243?\u8212?. Henry, \u191?est\u225?n preparados
vuestros hombres? \u8212?S\u237?, sir John. \u8212?\u191?D\u243?nde est\u225?n
los renacuajos? \u8212?insisti\u243? Athelstan. \u8212?\u161?Donde menos imagina
n la se\u241?ora Broadsheet y el Vicario del Infierno! \u8212?Me alegro de haber
venido con vos \u8212?declar\u243? el fraile\u8212?. Quiero hablar con la joven
Clarice; no me creo que Alcest pasara toda la noche con ella el d\u237?a que ma
taron a Chapler. \u8212?Lo primero es lo primero \u8212?murmur\u243? Cranston. P
ermanecieron all\u237? al menos un cuarto de hora. Cranston cada vez estaba m\u2
25?s nervioso; cambiaba el peso del cuerpo de una pierna a otra, maldec\u237?a p
or lo bajo y se daba palmaditas en la capa, bajo la que deber\u237?a haber lleva
do su odre. Las calles empezaron a llenarse de gente: comerciantes y oficiales,
tenderos que montaban sus puestos, aprendices adormilados que sacaban las mercan

c\u237?as de los almacenes; los deudores, reci\u233?n salidos de la c\u225?rcel


de Fleet, mendigaban en grupo en el lugar que les ten\u237?an asignado; dos sier
vos de Abraham bailaban y cantaban como Dios los trajo al mundo, con s\u243?lo u
n taparrabos, y cubiertos de holl\u237?n. Uno llevaba un plato de metal con carb
\u243?n encendido sobre la cabeza, y anunciaba que su compa\u241?ero y \u233?l e
ran {\i
Gog} y {\i
Magog}, y que iban a Sodoma y Gomorra a castigar a los pecadores en nombre de Di
os. \u8212?\u191?Sab\u233?is d\u243?nde est\u225?? \u8212?le grit\u243? uno de e
llos a Cranston\u8212?. \u191?Pod\u233?is indicarnos el camino, hermano? \u8212?
S\u237?, bajad por el Cheapside y torced a la izquierda cuando llegu\u233?is a l
os cepos \u8212?gru\u241?\u243? el forense\u8212?. Y ahora, \u161?largaos y deja
dme en paz! Los dos siervos de Abraham se alejaron danzando. \u8212?\u161?Sir Jo
hn! \u161?Sir John Cranston! \u161?Que Dios os bendiga! El mendigo se detuvo al
ver que Cranston levantaba un pu\u241?o. \u8212?\u161?Ahora no, Cabeza de Ardill
a! \u8212?le grit\u243? el forense. Cabeza de Ardilla atrap\u243? h\u225?bilment
e la moneda que le lanz\u243? Cranston y se meti\u243? en una casa de comidas qu
e hab\u237?a all\u237? cerca. Cranston mir\u243? hacia el fondo del callej\u243?
n y se puso en tensi\u243?n al ver que se abr\u237?a la puerta de la casa. Sali\
u243? un gal\u225?n tambale\u225?ndose, y la puerta se cerr\u243? de nuevo; desp
u\u233?s salieron otros: un criado que llevaba unos cubos, una joven que meneaba
provocativamente las caderas. Athelstan empezaba a desesperarse, cuando de pron
to volvi\u243? a abrirse la puerta y se produjo una escena sorprendente. Una anc
iana intent\u243? salir corriendo a la calle; pero unos chiquillos se le enganch
aron a las faldas y tiraron de su capa. De pronto la anciana resbal\u243?, y la
peluca gris que llevaba se le cay\u243?. \u8212?\u161?Es el Vicario! \u8212?excl
am\u243? Cranston\u8212?. \u161?Flaxwith! El alguacil ya hab\u237?a soltado a {\
i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n}, que sali\u243? corriendo como una flecha hacia la anciana y los chiquillos.
El Vicario del Infierno, descubierto su disfraz, forcejeaba con los renacuajos,
que zumbaban como moscas a su alrededor. {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} le mordi\u243? un tobillo, y el Vicario grit\u243? de dolor; luego resbal\u24
3? en un charco de barro y desapareci\u243? en medio de un amasijo de cuerpos. {
\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n}, que pens\u243? que ya hab\u237?a cumplido con su deber, le mordi\u243? el to
billo a uno de los alguaciles que hab\u237?a ido a ayudar. Se abrieron varias ve
ntanas, y empez\u243? a formarse un corro de curiosos; Cranston y Athelstan corr
ieron tambi\u233?n hacia all\u237?. Flaxwith agitaba su bast\u243?n. {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n}, atra\u237?do por los dulces aromas de la cocina de la se\u241?ora Broadsheet
, se col\u243? en la casa en busca de bocados m\u225?s sabrosos. Cranston desenf
und\u243? la espada, hasta que por fin logr\u243? imponer el orden. Dos alguacil
es esposaron al Vicario del Infierno, un tanto rid\u237?culo con su vestido estr
opeado, y con la cara cubierta de tiza blanca. De vez en cuando hac\u237?a una m
ueca de dolor o miraba con odio a los renacuajos. \u8212?\u161?Lo hemos atrapado
! \u8212?grit\u243? uno de los enanos, saltando de alegr\u237?a\u8212?. Lo vimos
bajar sigilosamente la escalera, sir John, y entonces bes\u243? a la chica. \u1
61?Nunca hab\u237?a visto a una dama besar de ese modo! Cranston, ignorando al V
icario, felicit\u243? a los renacuajos, que danzaban a su alrededor como ni\u241
?os, atrapando al vuelo las monedas que el forense les lanzaba. Athelstan contem
plaba la escena, perplejo. Los enanos parec\u237?an ni\u241?os que hubieran enve
jecido prematuramente, y la ropa que llevaban acentuaba esa impresi\u243?n: luc\
u237?an harapos de colores y unas botitas de piel, y cada uno llevaba un pu\u241

?al diminuto. \u8212?\u161?Sois muy listo! \u8212?grit\u243? el Vicario. Cransto


n esboz\u243? una sonrisa. \u8212?Era la \u250?nica forma de hacerlo, se\u241?or
: pedirles a los renacuajos que se colaran en la casa. Han entrado por una venta
na de la parte trasera. \u8212?Vigilamos las escaleras y los pasillos \u8212?gri
t\u243? un enano\u8212?, y no nos vio nadie. \u8212?Y si nos hubieran visto \u82
12?a\u241?adi\u243? otro\u8212?, habr\u237?amos escapado y no habr\u237?an podid
o atraparnos. \u8212?Hemos entrado esta ma\u241?ana temprano. Esa casa est\u225?
muy concurrida, sir John; continuamente entraban y sal\u237?an muchachas, se o\
u237?an pasos en las galer\u237?as, carcajadas y tintineo de copas de vino. \u82
12?El jefe de los renacuajos se golpe\u243? el muslo con el guante, levantando n
ubecillas de polvo. \u8212?Pero ya hab\u233?is cumplido vuestra misi\u243?n \u82
12?declar\u243? Cranston con orgullo\u8212?. Id todos al ayuntamiento y buscad a
l jefe de alguaciles: \u233?l tambi\u233?n os dar\u225? algunas monedas, y provi
siones. Tomad esto... \u8212?Sac\u243? uno de los peque\u241?os sellos que siemp
re llevaba en su bolsa y se lo entreg\u243? al enano. \u8212?Mostradle esto y no
tendr\u233?is ning\u250?n problema. Los enanos desaparecieron, chillando y rien
do como chiquillos. Cranston chasc\u243? los dedos, y Flaxwith hizo entrar al Vi
cario en la taberna de la se\u241?ora Broadsheet. La cortesana estaba plantada a
l pie de la escalera, tap\u225?ndose la boca con una mano. Detr\u225?s estaban l
as muchachas, que contemplaban, anonadadas, al corpulento forense y a su ilustre
prisionero. Empezaron a salir mozos y criados de detr\u225?s de las puertas. Cr
anston, encantado, se coloc\u243? en el centro de la sala. \u8212?Una copa de vu
estro mejor clarete, del mejor que teng\u225?is. Le llevaron el vino en un abrir
y cerrar de ojos. Cranston alz\u243? la copa y, dirigi\u233?ndose al Vicario, d
ijo: \u8212?\u191?Cu\u225?ntos a\u241?os hace que intento echaros el guante, se\
u241?or? \u191?Tres o cuatro? Ahora ir\u233?is a Newgate, amigo m\u237?o, y desp
u\u233?s a Westminster, donde responder\u233?is ante los jueces del rey. Vos \u8
212?a\u241?adi\u243? Cranston mirando a la se\u241?ora Broadsheet con una malici
osa sonrisa en los labios\u8212? y vuestros c\u243?mplices. Dar alojamiento a un
malhechor constituye un grave delito. \u8212?Ellas no sab\u237?an que yo estaba
aqu\u237? \u8212?contest\u243? el Vicario. \u8212?\u191?C\u243?mo os llam\u225?
is? \u8212?pregunt\u243? Athelstan, acerc\u225?ndose al Vicario. \u8212?No tengo
nombre, padre. En mis tiempos fui sacerdote, igual que vos; ahora soy una hoja
que se deja llevar por la corriente de la vida, y que, por lo que parece, pronto
desaparecer\u225?. Interceded por m\u237? ante sir John, padre. Estas damas no
tienen nada que ver conmigo. \u8212?\u191?Tampoco Clarice? \u8212?pregunt\u243?
Athelstan\u8212?. William {\i
la Comadreja} vino a visitarme; s\u233? que est\u225?is enamorado de esa joven.
\u8212?Se acerc\u243? m\u225?s al Vicario, y redujo la voz a un susurro\u8212?:
\u191?Por qu\u233? ten\u237?ais tanto inter\u233?s en distanciaros del asesinato
de los escribanos de la Cera Verde? El Vicario mir\u243? hacia otro lado. \u821
2?Aqu\u237? no, padre \u8212?dijo sin apenas mover sus gruesos labios\u8212?. Ca
da cosa a su tiempo. \u8212?Levant\u243? la vista; ten\u237?a unos ojos chispean
tes, tan infantiles que Athelstan se enterneci\u243?\u8212?. Es posible que hast
a pueda arrojar algo de luz sobre el milagro de San Erconwaldo. \u8212?\u191?Per
o no aqu\u237?? \u8212?No, padre. Aqu\u237? no. Athelstan mir\u243? a Cranston p
or encima del hombro, y el forense dio su aprobaci\u243?n. \u8212?\u161?Llev\u22
5?oslo! Y el Vicario del Infierno, con la cabeza muy alta, sali\u243? a la calle
acompa\u241?ado de los alguaciles. Cranston dio unas palmadas y llam\u243? a la
se\u241?ora Broadsheet. \u8212?Quiero hablar con Clarice. La joven se le acerc\
u243?, t\u237?mida y acongojada. Cranston le hizo una se\u241?a a Athelstan y le
pregunt\u243?: \u8212?\u191?Quer\u233?is interrogar a la joven? Athelstan conte
mpl\u243? los azules y hermosos ojos de la muchacha. Le recordaba a Cecily, la c
ortesana de Southwark; habr\u237?a jurado que eran hermanas. La se\u241?ora Broa
dsheet permanec\u237?a, nerviosa, junto a la joven. \u8212?\u191?Os acord\u225?i
s \u8212?le pregunt\u243? el fraile\u8212? de aquella noche que pasasteis con lo
s escribanos en el Cerdo Danzar\u237?n? Clarice asinti\u243?. \u8212?\u191?Os ac
ord\u225?is de lo que me contasteis despu\u233?s, que el joven con quien hab\u23
7?ais estado, Alcest, no abandon\u243? vuestro lecho en toda la noche? Me mentis
teis, \u191?verdad? Clarice mir\u243? por encima del hombro a la se\u241?ora Bro

adsheet. \u8212?\u161?Contestad! \u8212?bram\u243? Cranston\u8212?. \u161?Si no


lo hac\u233?is, os encerrar\u233? a todas en el Fleet! Al o\u237?r aquel nombre,
la se\u241?ora Broadsheet y sus muchachas se pusieron a temblar. \u8212?Me desp
ert\u233? \u8212?dijo Clarice\u8212? y vi c\u243?mo Alcest pon\u237?a algo en mi
copa, as\u237? que escup\u237? la bebida al suelo e hice ver que dorm\u237?a. A
lcest se visti\u243? deprisa y me dej\u243?; sali\u243? por una ventana. Nuestra
c\u225?mara estaba en la parte trasera del Cerdo Danzar\u237?n, y Alcest baj\u2
43? a la calle trepando por la pared. Debi\u243? de estar fuera una hora y media
aproximadamente, y luego regres\u243? a mi lado. Eso es lo \u250?nico que s\u23
3?. \u8212?Y tambi\u233?n es lo \u250?nico que necesitamos saber. Athelstan se d
irigi\u243? a sir John y dijo: \u8212?Sir John, los jueces decidir\u225?n el des
tino de estas damas y esta casa; pero la joven Clarice ha sido de gran ayuda. Cr
anston le devolvi\u243? la copa de vino a la se\u241?ora Broadsheet y respondi\u
243?: \u8212?Ya me lo pensar\u233?. Hablar\u233? con el Vicario y despu\u233?s e
mitir\u233? un juicio. La se\u241?ora Broadsheet se arrodill\u243? y junt\u243?
las manos. \u8212?Sir John, s\u233? que ten\u233?is un gran coraz\u243?n. Mi cas
a y todo lo que hay en ella est\u225?n para siempre a vuestra disposici\u243?n \
u8212?gimote\u243?. \u8212?\u161?No dig\u225?is estupideces! \u8212?le espet\u24
3? Cranston\u8212?. Si lady Maude os oyera, os embarcar\u237?a a todas y os envi
ar\u237?a al palacio del gran kan de Tartaria. El forense mir\u243? torvamente a
su alrededor y sali\u243? de la taberna con Athelstan y Flaxwith. Una vez fuera
, en el callej\u243?n, Cranston le estrech\u243? la mano al alguacil. \u8212?\u1
61?Buen trabajo, Henry! Hemos atrapado al Vicario. La se\u241?ora Broadsheet ya
sabe la diferencia entre el bien y el mal, y ya podemos interrogar a maese Alces
t. \u8212?Se desperez\u243? hasta que le crujieron los m\u250?sculos\u8212?. Y a
hora, Henry, hacedme el favor de volver al ayuntamiento. En mi c\u225?mara hay u
n ba\u250?l; la llave est\u225? en un rinc\u243?n, bajo la estatua de la Virgen
y el Ni\u241?o. Abridlo y traedme mi otro odre. \u8212?Mir\u243? a Athelstan y a
greg\u243?\u8212?: \u191?Adonde vamos ahora, hermano? \u8212?A casa de maese Dra
yton \u8212?contest\u243? Athelstan\u8212?. Quiz\u225? Henry podr\u237?a ir con
dos de sus hombres a buscar a Flinstead y a Stablegate: tambi\u233?n ellos tiene
n que contestar algunas preguntas. \u8212?Mir\u243? hacia el cielo y a\u241?adi\
u243?\u8212?: Pero mientras tanto, sir John, me gustar\u237?a hablar con maese L
esures. El se\u241?or de los pergaminos estaba a\u250?n m\u225?s nervioso que la
vez anterior. \u8212?\u161?Oh, sir John! Me he enterado de la muerte de maese N
apham, y Alcest se ha refugiado en la Torre. \u8212?Por m\u237? puede quedarse a
ll\u237? todo el tiempo que quiera. Cranston meti\u243? de un empuj\u243?n al se
\u241?or de los pergaminos en una estancia. Una vez dentro, Lesures, con las man
os extendidas, mir\u243? suplicante al hermano Athelstan. \u8212?Yo no he cometi
do ning\u250?n delito \u8212?le asegur\u243?, pero el fraile segu\u237?a desconf
iando de \u233?l. \u8212?Vamos, maese Tibauld \u8212?dijo Athelstan\u8212?; vos
sab\u233?is m\u225?s de lo que admit\u237?s saber. \u191?En qu\u233? l\u237?o an
daba metido maese Alcest? Y lo que es m\u225?s importante, se\u241?or: \u191?c\u
243?mo se convirti\u243? en el l\u237?der del grupo? \u8212?Athelstan mir\u243?
fijamente a Lesures\u8212?. Para hacer el mal no es necesario cometer ning\u250?
n pecado: bastan con girar la cabeza y fingir que uno no ve nada. \u8212?Yo no s
\u233? qu\u233? hicieron \u8212?balbuce\u243? maese Tibauld. \u8212?Lo que m\u22
5?s me interesa \u8212?insisti\u243? Athelstan\u8212? es saber c\u243?mo lograro
n que volvierais la cabeza. Pod\u233?is contestar aqu\u237? o, si lo prefer\u237
?s, acompa\u241?arnos a la Torre. Tenemos que ir all\u237? a interrogar a maese
Alcest; \u233?l todav\u237?a no lo sabe, as\u237? que ser\u225? mejor que lo man
tengamos en secreto. Tibauld respir\u243? hondo. \u8212?Hace dos a\u241?os \u821
2?empez\u243?\u8212? Alcest descubri\u243? mi peque\u241?o secreto. En Cross Str
eet hay una casa \u8212?dijo, y mir\u243? a Cranston\u8212?, cerca del priorato
de San Juan de Jerusal\u233?n; est\u225? fuera de las murallas de la ciudad. All
\u237? uno puede beber en compa\u241?\u237?a de... \u8212?\u191?De muchachos j\u
243?venes? \u8212?pregunt\u243? Athelstan. \u8212?S\u237?, hermano, por decirlo
de alg\u250?n modo. \u8212?\u191?Y Alcest os descubri\u243?? \u8212?S\u237?, Alc
est me descubri\u243?. No me amenaz\u243?; s\u243?lo me dijo que aqu\u233?l ser\
u237?a nuestro secreto. \u8212?\u191?Y a cambio? \u8212?A cambio, nada, hermano.

\u8212?Tibauld le cogi\u243? la mano a Athelstan\u8212?. Os juro que no s\u233?


qu\u233? hicieron \u8212?dijo con voz ronca. \u8212?Pero ten\u237?ais vuestras
sospechas, \u191?no? \u8212?S\u237?, claro. De vez en cuando, durante el d\u237?
a, Alcest sal\u237?a de la Canciller\u237?a y se reun\u237?a con diferentes pers
onas en varias tabernas. \u8212?\u191?C\u243?mo sab\u233?is eso? \u8212?Una vez
lo segu\u237?. A veces, cuando los escribanos cre\u237?an que yo me hab\u237?a i
do, escuchaba sus conversaciones; hablaban en voz baja. En una ocasi\u243?n o\u2
37? a Alcest y a Peslep discutiendo con Chapler, que estaba muy indignado por al
go, y despu\u233?s se mantuvieron alejados de \u233?l. En otra ocasi\u243?n, dej
aron las puertas entreabiertas; yo sub\u237? sin hacer ruido. Chapler no estaba,
porque ten\u237?a aquellos retortijones. Los escribanos estaban api\u241?ados a
l fondo de la sala y hablaban de dinero. Me pareci\u243? que Alcest se defend\u2
37?a de alguna acusaci\u243?n. \u8212?\u191?Os enterasteis de algo m\u225?s? \u8
212?Me pareci\u243? que acusaban a Alcest de quedarse un dinero que no era suyo,
pero creo que resolvieron el asunto. \u8212?\u191?Mencionaron alg\u250?n nombre
? Lesures cerr\u243? los ojos. \u8212?\u161?Vamos, se\u241?or! \u8212?le anim\u2
43? Cranston. \u8212?Una vez los o\u237? hablar del Vicario. \u8212?Y vos ya sab
\u233?is qui\u233?n es el Vicario: un famoso malhechor. Tibauld estaba p\u225?li
do como la cera. \u8212?Ser\u225? mejor que lo confes\u233?is todo \u8212?murmur
\u243? Athelstan. \u8212?Tambi\u233?n les o\u237? mencionar al prestamista al qu
e asesinaron. \u8212?\u191?Drayton? \u8212?S\u237?, eso es. Alcest conoc\u237?a
a uno de sus escribientes, un tal Stablegate. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\par\pard\hyphpar }{\page } {\s1 \afs32
{\b
{\ql
Cap\u237?tulo XI
{\line }
\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Sir John y Athelstan estaban en el sal\u243?n de la c
asa de Drayton. El forense no dejaba de mirar hacia atr\u225?s, esperando que ll
egara Flaxwith. \u8212?Lesures todav\u237?a nos oculta algo \u8212?coment\u243?
Athelstan. \u8212?S\u237?, eso creo yo, hermano \u8212?replic\u243? Cranston\u82
12?; est\u225? con el agua al cuello. El se\u241?or de los pergaminos deber\u237
?a controlar mejor a sus escribanos. Es un hombre corrupto \u8212?continu\u243?\
u8212?, d\u233?bil y traicionero, y le gusta conseguir lo que quiere. Ya me ocup
ar\u233? de \u233?l a su debido tiempo. Ahora, hermano, \u191?hab\u233?is soluci
onado este asunto? \u8212?Creo que s\u237?, sir John, pero voy a necesitar la co
laboraci\u243?n de nuestros dos escribanos. \u191?Cu\u225?l de los dos cre\u233?
is que es el m\u225?s d\u243?cil? Cranston hizo una mueca, y dijo: \u8212?Stable
gate es duro como el acero. \u8212?Entonces ya est\u225? todo preparado \u8212?r
eplic\u243? Athelstan\u8212?. Vamos, sir John. Bajaron por el oscuro pasillo, qu
e ol\u237?a m\u225?s que nunca a podrido y a moho. Athelstan se par\u243? y escr
ut\u243? la oscuridad. \u8212?Qu\u233? lugar tan desagradable, sir John. \u191?Q
u\u233? ser\u225? de esta casa cuando hayamos terminado? \u8212?Pasar\u225? a se
r propiedad de la Corona \u8212?contest\u243? el forense\u8212?; supongo que el
regente la vender\u225?. \u8212?Habr\u237?a que exorcizarla y purificarla \u8212
?murmur\u243? Athelstan\u8212?: est\u225? llena de fantasmas. La puerta de la co
ntadur\u237?a volv\u237?a a estar en su sitio, pero Athelstan vio que hab\u237?a
n aflojado uno de los pernos de hierro de debajo de la rejilla: el del interior
se pod\u237?a girar f\u225?cilmente. Le hizo una se\u241?al a sir John y cerr\u2
43? la puerta. Athelstan abri\u243? la rejilla y mir\u243? por ella, como si bus
cara algo. Cranston oy\u243? un ruido y suspir\u243?. \u8212?Ya llega Flaxwith c
on el odre milagroso. Tambi\u233?n ha tra\u237?do a nuestros invitados. Athelsta
n abri\u243? la puerta. Flaxwith, acalorado, le dio el odre a sir John. Detr\u22
5?s de \u233?l iban los dos escribientes, con gesto sombr\u237?o. Athelstan pens
\u243? que Cranston ten\u237?a raz\u243?n: Stablegate era irreductible, pero a F
linstead le temblaba el labio superior, y parpadeaba constantemente. Athelstan t
om\u243? una decisi\u243?n. \u8212?Henry, llevaos a maese Stablegate al sal\u243
?n y quedaos all\u237? con \u233?l. Flinstead puede quedarse conmigo un momento.
Flaxwith le hizo una se\u241?al al escribiente. Stablegate estuvo a punto de ne

garse a acompa\u241?arlo, pero {\i


Sans}{\i
\u243?}{\i
n}, que se hab\u237?a quedado olfateando por la galer\u237?a, apareci\u243? en e
se momento; mir\u243? al escribiente y empez\u243? a gru\u241?ir, y Stablegate o
bedeci\u243?. Entonces Athelstan le dijo a Flinstead: \u8212?Un asesinato muy in
teligente, \u191?verdad, maese Flinstead? \u8212?Hermano Athelstan \u8212?balbuc
e\u243? Flinstead\u8212?, no s\u233? de qu\u233? me est\u225?is hablando. \u8212
?Ya lo creo que s\u237? \u8212?replic\u243? Athelstan. Le gui\u241?\u243? un ojo
a Cranston, que estaba de pie, con el odre en una mano, observ\u225?ndolos aten
tamente. Athelstan cogi\u243? a Flinstead por el brazo y lo condujo hasta la pue
rta de pernos de hierro\u8212?. Mirad, se\u241?or: una puerta como otra cualquie
ra, con fuertes bisagras... Flinstead gir\u243? la cabeza y se qued\u243? mirand
o el boquete abierto en la pared del fondo de la c\u225?mara. \u8212?No, no os p
reocup\u233?is por eso \u8212?dijo Athelstan\u8212?. Esta habitaci\u243?n ten\u2
37?a sus secretos, maese Flinstead. No ten\u237?a puertas ni pasillos ocultos, p
ero s\u237? secretos que s\u243?lo conoc\u237?a maese Drayton. Y Stablegate y vo
s, por supuesto. \u8212?\u161?No s\u233? lo que quer\u233?is decir! \u8212?Enton
ces, os lo explicar\u233?. Drayton era un taca\u241?o, un usurero, un patr\u243?
n estricto y exigente; os hac\u237?a trabajar como esclavos, guardaba su dinero
fuera de esta casa, lejos de vuestras \u225?vidas manos. Sin embargo, Stablegate
y vos os enterasteis de que los lombardos iban a traerle una bolsa de plata, mi
les de libras. As\u237? que trazasteis un plan. \u191?C\u243?mo pod\u237?ais mat
ar a maese Drayton sin que os acusaran del crimen? Si le birlabais la plata y Dr
ayton conservaba la vida, \u191?c\u243?mo podr\u237?ais huir? Si la robabais abi
ertamente, y Drayton mor\u237?a, os acusar\u237?an de asesinato y no ir\u237?ais
m\u225?s lejos de Dover. As\u237? que preparasteis meticulosamente el crimen. A
ntes de que llegara la plata \u8212?continu\u243? Athelstan caminando hacia la p
uerta\u8212?, trabajasteis en uno de estos pernos, y visteis que el punto d\u233
?bil de la puerta es que \u233?stos est\u225?n sujetos por la parte interna medi
ante unas tuercas. Athelstan se\u241?al\u243? uno de los pernos que hab\u237?a d
ebajo de la rejilla. \u8212?Os concentrasteis en ellos, y cuando Drayton sal\u23
7?a de su c\u225?mara, vos intentabais aflojar la tuerca de la parte interna. No
debi\u243? de costaros mucho: soltasteis la tuerca y conseguisteis extraer el p
erno de hierro; entonces lo limpiasteis, lo engrasasteis para que no se clavara
en la madera y pudierais quitarlo y ponerlo cuando quisierais. \u8212?Athelstan
hizo una pausa y mir\u243? fijamente a Flinstead, que estaba p\u225?lido y cubie
rto de sudor\u8212?. Ah, maese Flinstead \u8212?susurr\u243?\u8212?; por la cara
que pon\u233?is, veo que he acertado. \u8212?Yo, yo... \u8212?balbuce\u243? el
escribiente\u8212?. No s\u233? qu\u233? quer\u233?is decir, hermano. \u8212?\u16
1?Claro que s\u237?, zopenco! \u8212?le espet\u243? Cranston. \u8212?La noche en
cuesti\u243?n \u8212?prosigui\u243? Athelstan \u8212?todo estaba preparado. Por
la tarde retirasteis la tuerca del interior. Drayton no se fij\u243? en ese det
alle, porque el perno de hierro segu\u237?a en su sitio. Por la noche, antes de
marcharos, robasteis la plata. Drayton no os esperaba, pero uno de vosotros entr
\u243? por sorpresa en esta contadur\u237?a, cogi\u243? las bolsas de plata, ame
nazando a maese Drayton con un cuchillo, una ballesta u otra arma. El ladr\u243?
n lo amenaz\u243?, y luego se march\u243?. Drayton, muy agitado, cierra la puert
a con llave y echa el cerrojo. No levanta un revuelo, pues el ladr\u243?n podr\u
237?a estar esperando fuera; ha perdido la plata, pero no quiere perder la vida.
Y el ladr\u243?n huye. Athelstan hizo una pausa, cerr\u243? la puerta y ech\u24
3? los cerrojos. \u8212?Y ahora viene lo mejor. El otro escribiente baja a toda
prisa, fingiendo una total inocencia. \u171?\u191?Qu\u233? pasa, patr\u243?n?\u1
87?, grita. Drayton se acerca a la puerta y abre la rejilla, pues nuestro pobre
prestamista cree estar hablando con un hombre inocente que condena a su colega.
Drayton se acerca m\u225?s a la puerta, muy preocupado... \u8212?\u191?No abri\u
243? la puerta? \u8212?le interrumpi\u243? Flinstead. Cranston se le acerc\u243?
con el odre en una mano. \u8212?Claro que no, miserable mentiroso. Acababan de
robarle la plata, y se hab\u237?a encerrado en su c\u225?mara acorazada. No esta
ba seguro de lo que estaba ocurriendo, e hizo lo que habr\u237?a hecho cualquier

hombre sensato: se encerr\u243? por si el criminal regresaba para matarlo. Pero


oye unos golpes en la puerta, gritos. Pase lo que pase, Drayton sabe que est\u2
25? a salvo mientras no abra la puerta. \u8212?Y eso es lo que haremos ahora \u8
212?anunci\u243? Athelstan. El fraile abri\u243? la puerta e invit\u243? a sir J
ohn a salir de la c\u225?mara. Despu\u233?s volvi\u243? a cerrarla y baj\u243? l
a rejilla, mirando por ella. \u8212?Drayton est\u225? muy nervioso \u8212?prosig
ui\u243?\u8212?. Uno de sus escribientes es un malhechor, pero el otro parece in
ocente. Drayton es demasiado astuto como para abrir la puerta; pero se acerca a
la rejilla y le pide ayuda al escribiente fiel. Lo que no sabe es que el escribi
ente que est\u225? al otro lado de la puerta ha retirado el perno de hierro sin
hacer ruido. Lleva una peque\u241?a ballesta, y ya ha puesto la flecha en la gu\
u237?a, introduci\u233?ndola por el orificio donde antes estaba alojado el perno
. Drayton est\u225? apoyado contra la puerta. El asesino, desde el otro lado, di
spara y lanza la flecha, que se clava en el pecho de Drayton. El prestamista se
tambalea y cae al suelo. Agonizante, s\u243?lo piensa en llegar a la pared del f
ondo, en busca de perd\u243?n por otro pecado anterior. Athelstan vio la expresi
\u243?n de perplejidad de Flinstead. \u8212?S\u237?, se\u241?or \u8212?continu\u
243?, y abri\u243? la puerta para dejar entrar a sir John\u8212?; esta c\u225?ma
ra encierra m\u225?s de un secreto. Y a vos os ofrec\u237?a la posibilidad de ej
ecutar el crimen perfecto: la plata ha desaparecido, la puerta est\u225? cerrada
por dentro, y Drayton est\u225? muerto. \u191?Qui\u233?n podr\u237?a acusaros d
e su muerte? Volv\u233?is a colocar el perno en su sitio, y os reun\u237?s con v
uestro c\u243?mplice. Athelstan se qued\u243? mirando la puerta. \u8212?No lo ha
b\u237?a pensado \u8212?murmur\u243?. Abri\u243? la puerta, extrajo el perno, se
arrodill\u243? y mir\u243? por el orificio\u8212?. Aunque Drayton no se hubiera
pegado a la puerta \u8212?dijo\u8212?, podr\u237?ais haberle disparado con una
peque\u241?a ballesta. Flinstead se pas\u243? la lengua por los labios. \u8212?U
na vez cometido el crimen \u8212?prosigui\u243? el fraile\u8212?, cerr\u225?is l
a puerta principal por dentro y sal\u237?s por una ventana, asegur\u225?ndoos de
que no os ve nadie. Despu\u233?s os vais a una taberna. A la ma\u241?ana siguie
nte volv\u233?is a la casa de vuestro patr\u243?n, y esper\u225?is a que aparezc
a maese Flaxwith, que est\u225? haciendo la ronda. Parec\u233?is preocupados, y
Flaxwith, el honrado alguacil, intenta ayudaros. Le explic\u225?is lo que ha pas
ado y enga\u241?\u225?is al pobre Flaxwith. Rode\u225?is la casa, ignor\u225?is
deliberadamente la ventana por la que salisteis la noche anterior, y entr\u225?i
s en la casa por otra ventana, que dejasteis bien cerrada. \u8212?Una vez dentro
\u8212?continu\u243? Cranston\u8212?, ya estabais a salvo. Llev\u225?is a Flaxw
ith, que est\u225? preocupado por saber qu\u233? le ha pasado a Drayton, a la co
ntadur\u237?a. Uno de vosotros, sin que Flaxwith se d\u233? cuenta, va a cerrar
la ventana por la que hab\u237?ais salido la noche antes, de modo que parezca qu
e la casa estaba cerrada por dentro. \u8212?Y ahora llegamos a esta puerta \u821
2?dijo Athelstan\u8212?. Est\u225? cerrada, pero con la rejilla abierta. Flaxwit
h se asoma por la rejilla, pero est\u225? oscuro, y no ve gran cosa. Despu\u233?
s de muchos trabajos, derriban la puerta, y entran todos en la contadur\u237?a,
donde encuentran el cad\u225?ver de Drayton, tendido en el suelo. Mientras los a
lguaciles registran la c\u225?mara, y aprovechando el desconcierto de los primer
os momentos, Stablegate y vos coloc\u225?is de nuevo la tuerca del perno de la p
uerta, lo cual no os lleva m\u225?s de unos segundos, pues el perno y la tuerca
est\u225?n bien engrasados, y si es necesario, pod\u233?is apretarlos m\u225?s t
arde. El crimen perfecto, \u191?verdad, maese Flinstead? \u8212?\u161?Eso es rid
\u237?culo! \u8212?farfull\u243? el escribiente\u8212?. \u161?No pod\u233?is dem
ostrarlo! \u8212?S\u237? que podemos \u8212?repuso Cranston\u8212?. El carpinter
o que examin\u243? la puerta comprob\u243? que el perno de metal de debajo de la
rejilla ha sido aflojado, retirado, engrasado y colocado de nuevo en su sitio.
Es la \u250?nica posibilidad, maese Flinstead. Y adem\u225?s, tampoco es ning\u2
50?n misterio c\u243?mo abandonasteis la casa. \u8212?Cranston bebi\u243? un sor
bo de vino, y luego se desperez\u243?\u8212?. Amigo m\u237?o, me temo que os esp
eran en el Tyburn. \u8212?Un crimen perfecto \u8212?declar\u243? Athelstan\u8212
?. Sab\u237?ais que iban a traer la plata, y aflojasteis el perno. Sab\u237?ais
cu\u225?l ten\u237?ais que aflojar, pues Stablegate y vos hab\u237?ais visto muc

has veces a vuestro patr\u243?n asomarse por la rejilla. Flinstead sacudi\u243?


la cabeza. \u8212?Algo pudo haber salido mal, por descontado \u8212?a\u241?adi\u
243? el fraile\u8212?. Sin embargo, vuestro patr\u243?n no ten\u237?a familiares
ni amigos, y vos ten\u237?ais toda la noche, y parte del d\u237?a siguiente, pa
ra llevar a cabo vuestro plan. \u8212?Se encogi\u243? de hombros y a\u241?adi\u2
43?\u8212?: Hasta pod\u237?ais haber huido. Cre\u237?ais que no podr\u237?an acu
saros del crimen que hab\u237?ais cometido. Flinstead se apoy\u243? en la pared,
se cruz\u243? de brazos, como si lo hubiera invadido un fr\u237?o glacial, y fu
e resbalando hasta el suelo. Cranston se agach\u243? junto a \u233?l. \u8212?\u1
91?Quer\u233?is un trago? Os har\u225? entrar en calor y os despejar\u225? la me
nte. Flinstead neg\u243? con la cabeza. \u8212?El robo y el asesinato se castiga
n con la horca \u8212?dijo Cranston, como si hablara del tiempo\u8212?, pero la
plata que robasteis pertenec\u237?a al regente, su alteza Juan de Gante, duque d
e Lancaster; y eso se considera traici\u243?n, de modo que no tendr\u233?is una
muerte r\u225?pida. El verdugo esperar\u225? hasta que est\u233?is medio muerto,
y entonces os bajar\u225? de la horca, os abrir\u225? en canal, os sacar\u225?
el coraz\u243?n y las entra\u241?as para que los ve\u225?is antes de cerrar defi
nitivamente los ojos. Despu\u233?s os cortar\u225? en pedazos, como si fuerais u
na pieza de carne, y expondr\u225?n vuestra cabeza en el Puente de Londres; con
los pedazos s\u243?lo Dios sabe lo que har\u225?n. Flinstead dej\u243? caer la c
abeza. \u8212?\u161?Sacadlo de aqu\u237?! \u8212?dijo Athelstan\u8212?. Sir John
, ponedlo en otra habitaci\u243?n de la casa, lejos de Stablegate. \u8212?Le gui
\u241?\u243? un ojo al forense, y a\u241?adi\u243?\u8212?: \u191?Hab\u233?is le\
u237?do el Libro de Daniel, sir John? Cranston capt\u243? la indirecta, levant\u
243? a Flinstead y lo sac\u243? de la contadur\u237?a. Athelstan se qued\u243? m
irando el suelo, con los brazos cruzados: se sent\u237?a emocionado, pero ten\u2
37?a fr\u237?o, como le ocurr\u237?a cada vez que atrapaba a un asesino. Estaba
contento porque hab\u237?a resuelto el misterio, pero muy afligido ante la terri
ble maldad que hab\u237?a presenciado. Por una parte, la muerte de Drayton exig\
u237?a venganza, pero por otra, Athelstan sab\u237?a que las palabras de Cransto
n no eran falsas amenazas. Flinstead ser\u237?a juzgado y condenado, y el joven
escribiente recibir\u237?a una sentencia espantosa. Athelstan cerr\u243? los ojo
s. \u8212?Oh, Se\u241?or \u8212?rez\u243? en silencio\u8212?, no me culpes a m\u
237? de su muerte. T\u250? sabes que soy inocente, y que no les deseo ning\u250?
n mal. Abri\u243? los ojos y vio a Cranston, que hab\u237?a bajado con el arroga
nte Stablegate. \u8212?\u191?Qu\u233? significa esto, sir John? \u8212?protest\u
243? el escribiente. \u8212?\u161?Callaos! \u8212?bram\u243? el forense. Se\u241
?al\u243? un taburete y orden\u243?\u8212?: \u161?Sentaos! \u8212?Cranston fue j
unto a Athelstan; ten\u237?a las mejillas encendidas, los bigotes erizados y los
azules ojos fuera de las \u243?rbitas\u8212?. \u191?Qu\u233? hacemos ahora, que
rido monje? \u8212?susurr\u243?. \u8212?\u161?Fraile, sir John! \u8212?\u161?Al
diablo! \u191?Vais a contarle la misma historia a Stablegate? Athelstan cogi\u24
3? a Cranston por la manga y, asom\u225?ndose por detr\u225?s del voluminoso cue
rpo del forense, mir\u243? a Stablegate. El joven escribiente le clav\u243? una
mirada llena de odio. \u8212?\u191?Hab\u233?is estado alguna vez ante un demonio
, sir John? \u8212?murmur\u243? Athelstan\u8212?. Pues bien, si la respuesta es
no, considerad \u233?sta la primera vez. Stablegate no nos dir\u225? nada. \u821
2?Entonces, \u191?qu\u233? hacemos? \u8212?Guardar silencio, sir John. El forens
e y el hermano Athelstan esperaron. De vez en cuando el fraile caminaba hacia la
puerta y aflojaba \u233?l perno. Mir\u243? por encima del hombro a Stablegate,
que lo observaba con los ojos entrecerrados. \u8212?\u191?Qu\u233? estoy haciend
o aqu\u237?? \u8212?protest\u243? el escribiente\u8212?. Sir John, si pens\u225?
is arrestarme, traed una orden judicial. Si no, dejadme marchar. Athelstan volvi
\u243? a apretar la tuerca del perno. \u8212?\u191?Qu\u233? juego es \u233?ste?
\u8212?dijo Stablegate con sorna. De pronto, Sir John desenfund\u243? su daga, s
e acerc\u243? al escribiente y lo cogi\u243? por el pelo, hinc\u225?ndole la pun
ta de la daga debajo de la barbilla. \u8212?En mi larga y azarosa vida \u8212?di
jo el forense con voz ronca\u8212? he matado a hombres buenos. Dios sabe que lo
siento, pero les quit\u233? la vida en la batalla. Eran guerreros, luchaban para
defender su causa, igual que yo. Lamento cada gota de sangre que he vertido, re

zo cada d\u237?a por sus almas y doy dinero a las casas de beneficencia, \u161?p
ero vos, se\u241?or, no sois m\u225?s que un desgraciado, un ladr\u243?n, un est
afador, un asesino, un mentiroso repugnante! Stablegate no se inmut\u243?. Athel
stan se maravill\u243? de la maldad y la fuerza de aquel hombre. \u8212?Matadme
o soltadme \u8212?dijo Stablegate. \u8212?Ya lo creo que os matar\u233? \u8212?d
ijo sir John enfundando de nuevo la daga\u8212?. Hermano, \u191?cu\u225?nto tiem
po tendr\u233? que seguir soportando el pestazo de este cag\u243?n? \u8212?Llev\
u225?oslo \u8212?orden\u243? Athelstan\u8212?. Dejadlo con maese Flaxwith, y tra
ed a Flinstead. Sir John levant\u243? al escribiente y lo sac\u243? de la c\u225
?mara. Flinstead regres\u243?, sec\u225?ndose las l\u225?grimas de los ojos. Ath
elstan le se\u241?al\u243? el taburete para que se sentara. \u8212?Ten\u233?is m
otivos para llorar, se\u241?or \u8212?dijo el fraile\u8212?. Le he cantado la mi
sma canci\u243?n a maese Stablegate. Flinstead levant\u243? la cabeza. \u8212?Vu
estro colega ha confesado. Dice que \u233?l rob\u243? la plata, pero que fuistei
s vos quien mat\u243? a Drayton. \u8212?\u161?Eso es mentira! \u8212?grit\u243?
Flinstead poni\u233?ndose en pie\u8212?. \u161?Fue Stablegate! \u161?Todo fue id
ea suya! Cuando Drayton nos hac\u237?a esperar fuera, Stablegate siempre examina
ba esa maldita puerta. Por la noche, en la taberna, ide\u243? el crimen. Tard\u2
43? una semana en aflojar el perno; yo le llevaba las cuentas a Drayton y lo dis
tra\u237?a, mientras Stablegate trabajaba en el perno. \u8212?Flinstead levant\u
243? los brazos\u8212?. Es verdad, yo rob\u233? la plata. Le dije a Drayton que
hab\u237?a dejado inconsciente a Stablegate y que hab\u237?a unos malhechores en
la casa dispuestos a rebanarle el cuello. Sal\u237? corriendo con la plata; ent
onces Drayton se encerr\u243? en la c\u225?mara acorazada y se puso a gritar. En
aquel momento baj\u243? Stablegate, fingiendo que estaba herido. \u171?Amo\u187
?, susurr\u243?. Yo estaba escondido, y le o\u237?. \u171?Amo, Flinstead me ha h
erido. Soy yo. \u161?Mirad, amo!\u187? \u8212?\u191?Estaba oscuro el pasillo? \u
8212?pregunt\u243? Athelstan. \u8212?S\u237?. Stablegate hab\u237?a sacado el pe
rno; entonces dispar\u243? con la ballesta. \u8212?Flinstead se encogi\u243? de
hombros\u8212?. Lo dem\u225?s ya lo hab\u233?is dicho vos mismo. Salimos por una
ventana, Stablegate insisti\u243? en que deb\u237?amos dejarnos ver, y por eso
fuimos a la taberna. A la ma\u241?ana siguiente regresamos; sab\u237?amos que Fl
axwith estar\u237?a haciendo la ronda. Entramos por una ventana y mientras Stabl
egate conduc\u237?a al alguacil hasta la c\u225?mara acorazada, yo cerr\u233? lo
s postigos que hab\u237?amos abierto para salir la noche antes. \u8212?Y entonce
s maese Flaxwith se encarg\u243? de que derribaran la puerta, \u191?no? Flinstea
d asinti\u243?. \u8212?Y Stablegate coloc\u243? el perno en su sitio \u8212?a\u2
41?adi\u243? Athelstan\u8212?. Le hab\u237?a puesto cola, para que cuando echara
n la puerta abajo no se soltara; despu\u233?s, aprovechando la confusi\u243?n, u
no de vosotros coloc\u243? la tuerca en la parte interna de la puerta. \u8212?S\
u237? \u8212?gimote\u243? Flinstead\u8212?, hab\u237?amos practicado mucho. Stab
legate ten\u237?a un trozo de madera con un perno y una tuerca, y me ense\u241?\
u243? c\u243?mo hacerlo: las flechas de ballesta son delgadas, y pod\u237?amos h
acerlas pasar f\u225?cilmente por el orificio del perno. Stablegate dijo que Dra
yton se acercar\u237?a a la puerta; a aquella distancia tan corta, cualquier her
ida resultar\u237?a mortal. Drayton habr\u237?a muerto al amanecer... \u8212?\u1
91?Y la plata? Flinstead se sent\u243? en el taburete. \u8212?No lo s\u233?, sir
John. Stablegate me la quit\u243?; dice que la ha escondido. \u8212?\u191?Sab\u
233?is d\u243?nde? Flinstead neg\u243? con la cabeza. \u8212?Pongo a Dios por te
stigo, sir John. Estaba tan nervioso, tan preocupado por... \u8212?Por la muerte
de Drayton \u8212?termin\u243? Athelstan. \u8212?\u191?C\u243?mo es posible que
no lo sep\u225?is? \u8212?terci\u243? Cranston\u8212?. Sois su c\u243?mplice en
el crimen. \u8212?Stablegate dijo que no se fiaba de m\u237?, porque yo estaba
demasiado nervioso; pero que cuando llegara el momento nos repartir\u237?amos la
plata. \u8212?\u191?Adonde pensabais ir? \u8212?Stablegate estaba convencido de
que, aunque sospecharan de nosotros, no podr\u237?an demostrar nada. Saldr\u237
?amos del pa\u237?s y cruzar\u237?amos el canal. \u8212?Ah. \u8212?Athelstan sus
pir\u243? y se agach\u243? junto al joven\u8212?. \u161?Escuchadme! Flinstead le
vant\u243? la cabeza. \u8212?Es posible que est\u233?is preocupado y nervioso \u
8212?dijo el fraile\u8212?, pero sois un asesino. Matasteis a un hombre a sangre

fr\u237?a y le robasteis. Stablegate ten\u237?a raz\u243?n: era dif\u237?cil de


mostrar que vosotros erais los asesinos. De no ser por esa puerta, no habr\u237?
amos resuelto el misterio. \u8212?\u161?Al grano, hermano! \u8212?exclam\u243? C
ranston, que estaba de pie detr\u225?s del fraile\u8212?. Es d\u237?a es largo y
tenemos otros asuntos de que ocuparnos. \u8212?Flinstead ya sabe a qu\u233? me
refiero \u8212?repuso Athelstan\u8212?. Muchas sospechas, pero pocas pruebas, \u
191?no? Pero ya sab\u233?is, sir John, que a estos dos jovencitos no les habr\u2
37?a resultado f\u225?cil salir del reino, sobre todo siendo sospechosos de habe
r robado tanta plata. Para cruzar el canal se necesita una licencia, y por eso A
lcest, el escribano de la Canciller\u237?a de la Cera Verde, vino a esta casa, \
u191?verdad? \u8212?Eso creo \u8212?balbuce\u243? Flinstead\u8212?. Stablegate d
ijo que \u233?l se encargar\u237?a de eso. \u8212?Ya me lo imagino, maese Flinst
ead \u8212?dijo el fraile\u8212?. Y tambi\u233?n pensaba encargarse de vos. Os h
abr\u237?an sacado del T\u225?mesis con un pu\u241?al clavado en la espalda, \u1
91?no? \u8212?Athelstan se levant\u243? y dijo\u8212?: Creo que ya va siendo hor
a de que hablemos con Stablegate. En cuanto entr\u243? en la c\u225?mara, el seg
undo escribiente mir\u243? a Flinstead y se dio cuenta de lo que hab\u237?a pasa
do. \u8212?\u161?Cerdo asqueroso! \u8212?grit\u243?\u8212?. \u161?Imb\u233?cil!
Os han enga\u241?ado, \u191?verdad? \u161?Yo no les he dicho nada! Stablegate se
habr\u237?a abalanzado sobre Flinstead si Flaxwith, que estaba detr\u225?s de \
u233?l, no le hubiera dado un fuerte golpe en el hombro con el garrote. Stablega
te, dolorido, cay\u243? de rodillas; pero Flaxwith lo levant\u243?. Pese al golp
e que acababa de recibir, el escribiente no mud\u243? su expresi\u243?n desafian
te. \u8212?\u161?Miserable desgraciado! \u8212?le grit\u243? a Cranston\u8212?.
Vos y vuestro rid\u237?culo frailecillo. Bueno, no me importa, Drayton era un pu
erco taca\u241?o y avaro. La vida es dura: no me importa acabar en la horca. \u8
212?Ten\u237?a el rostro crispado por la ira\u8212?. \u161?Mientras Flinstead mu
era a mi lado, me importa un comino que me cuelguen! \u8212?Agit\u243? un pu\u24
1?o y, mirando al forense, a\u241?adi\u243?\u8212?: \u161?Pod\u233?is dec\u237?r
selo al regente! \u161?Nunca recuperar\u225? su plata! \u8212?Stablegate se qued
\u243? callado y esboz\u243? una malvada sonrisa. \u8212?\u191?D\u243?nde hab\u2
33?is escondido la plata? \u8212?le pregunt\u243? Cranston, acerc\u225?ndose al
escribiente. Desenfund\u243? la daga y le puso la punta en la barbilla. Stablega
te extendi\u243? los brazos. \u8212?\u191?Qu\u233? pens\u225?is hacer, Cranston?
\u191?Llevarme a la Torre? \u191?Entregarme a los torturadores del rey? \u191?C
re\u233?is que as\u237? revelar\u237?a d\u243?nde la he escondido? \u191?Y si mu
ero? \u191?Qu\u233? dir\u225? su alteza el regente si muero? \u8212?Sois un jove
n lleno de maldad \u8212?le acus\u243? Athelstan. \u8212?\u161?Iros al cuerno, s
acerdote! Sir John ya sabe de qu\u233? estoy hablando. \u191?No os dais cuenta,
Flinstead, de que todav\u237?a tenemos esperanzas? \u8212?dijo el escribiente al
zando la voz\u8212?. Ahora entender\u233?is por qu\u233? escond\u237? la plata.
Se lo hab\u233?is contado todo. \u8212?\u191?Qu\u233? quer\u233?is? \u8212?pregu
nt\u243? Cranston. \u8212?Acogerme a sagrado \u8212?contest\u243? Stablegate\u82
12?. Solicito refugio para m\u237? y para Flinstead en Santa Mar\u237?a le Bow.
Permaneceremos all\u237? cuarenta d\u237?as. \u8212?Y despu\u233?s abandonar\u23
3?is el reino \u8212?dijo Cranston\u8212?. Os conducir\u225?n al puerto m\u225?s
cercano, os embarcar\u225?n en el primer barco y, si volv\u233?is a pisar Ingla
terra, os colgar\u225?n. \u8212?Cranston se frot\u243? la barbilla\u8212?. La Co
rona pondr\u225? precio a vuestras cabezas \u8212?a\u241?adi\u243?\u8212?: cien
libras, vivos o muertos. Una vez que hay\u225?is cruzado el canal, podr\u233?is
mendigar, pero si intent\u225?is poner un pie en cualquier puerto ingl\u233?s, n
o tardar\u225?n en apresaros. Cranston cogi\u243? a Stablegate por el brazo y lo
llev\u243? al escritorio. \u8212?Sentaos \u8212?dijo\u8212?. Coged una pluma. \
u8212?Se\u241?al\u243? un trozo de pergamino y orden\u243?\u8212?: Escribid d\u2
43?nde hab\u233?is escondido la plata; despu\u233?s podr\u233?is marcharos. \u16
1?No se\u225?is est\u250?pido! No intent\u233?is cruzar las murallas de la ciuda
d. Si lo hac\u233?is, os perseguiremos. Flaxwith se asegurar\u225? de que os hab
\u233?is refugiado en Santa Mar\u237?a le Bow. Stablegate forceje\u243? con Cran
ston, pero el forense no lo solt\u243?. \u8212?Sois un joven terrible \u8212?dij
o sir John con desprecio\u8212?. Y os advierto que si esa plata no aparece donde

dec\u237?s que la hab\u233?is escondido, entrar\u233? en Santa Mar\u237?a y, co


n asilo o sin \u233?l, os sacar\u233? a ambos de all\u237? y ver\u233? c\u243?mo
os cuelgan, os vac\u237?an y os descuartizan. \u161?Puede que lo haga con mis p
ropias manos! Stablegate se sent\u243?, y sir John se apart\u243? de \u233?l. La
c\u225?mara qued\u243? en silencio; s\u243?lo se o\u237?a el rasgueo de la plum
a de Stablegate. \u8212?Ah, por cierto \u8212?dijo Cranston\u8212?. Si le ocurre
algo a Flinstead antes de que salg\u225?is de Inglaterra, habr\u233?is violado
la ley de asilo, y cualquiera podr\u225? mataros. \u8212?Como dice el Eclesiast\
u233?s, sir John \u8212?dijo Stablegate con tono burl\u243?n\u8212?, hay un luga
r y un momento para cada cosa. \u8212?\u191?Y los escribanos de la Canciller\u23
7?a de la Cera Verde? \u8212?pregunt\u243? Athelstan\u8212?. \u191?Qu\u233? rela
ci\u243?n ten\u237?ais con Alcest? \u8212?Alcest ten\u237?a que darme un salvoco
nducto para viajar por el reino. Pero \u191?por qu\u233? no se lo pregunt\u225?i
s a \u233?l? \u8212?Stablegate se levant\u243? e hizo una bola con el trozo de p
ergamino\u8212?. \u191?Tengo vuestra palabra, Cranston? \u8212?Ten\u233?is mi pa
labra. Tirad ese pergamino al suelo. Flinstead y vos pod\u233?is iros, Flaxwith
os seguir\u225?. Stablegate tir\u243? el pergamino al suelo, le hizo un adem\u22
5?n grosero a sir John y corri\u243? hacia la puerta; Flinstead lo sigui\u243? s
in vacilar. El forense y el fraile los oyeron correr por el pasillo y salir dand
o un portazo. \u8212?\u191?Es eso justo? \u8212?pregunt\u243? Flaxwith. Cranston
sonri\u243? con malicia. \u8212?No pod\u233?is faltar a vuestra palabra, sir Jo
hn \u8212?dijo Flaxwith, alarmado\u8212?. La Santa Madre Iglesia es muy rigurosa
respecto a la ley de asilo. Sir John recogi\u243? el trozo de pergamino y se lo
pas\u243? de una mano a otra. \u8212?No me importa que se queden cuarenta d\u23
7?as a pan y agua en Santa Mar\u237?a le Bow. Despu\u233?s har\u233? que lleven
a ese par de desgraciados a Queenshithe. Quiz\u225? pens\u233?is que soy un desa
lmado, Henry, pero tengo un amigo, Otto Grandessen, entre mercader y pirata... \
u161?\u201?se s\u237? que es un desalmado! Otto tiene un barco con el que comerc
ia por el Mediterr\u225?neo; suele viajar a Aleppo y a Damasco, y se llevar\u225
? a esos dos granujas. Cuando Otto haya terminado con ellos, lamentar\u225?n no
haber muerto en la horca. Los dejar\u225? en Palestina, y no creo que puedan hac
er mucho da\u241?o en el desierto, rodeados de sarracenos dispuestos a cortarles
la cabeza. \u8212?Cranston abri\u243? el pergamino arrugado\u8212?. Aseguraos d
e que se van a donde deben, Henry. El alguacil obedeci\u243? a sir John. \u8212?
\u191?Y bien? \u8212?pregunt\u243? Athelstan. \u8212?\u161?El muy insolente! Bue
no, nos ha dicho d\u243?nde est\u225? el dinero: no llegaron a sacarlo de la cas
a; est\u225? enterrado en el s\u243?tano. Athelstan se dispon\u237?a a acompa\u2
41?ar a Cranston, pero el forense dijo: \u8212?No, hermano, quedaos aqu\u237?; y
o buscar\u233? la condenada plata. Por lo que conozco de esta casa, el suelo deb
e de ser de tierra batida. Cuando regrese Henry, pedidle que baje a reunirse con
migo. Cranston sali\u243? de la c\u225?mara, y Athelstan se sent\u243?. Estaba s
atisfecho: Stablegate y Flinstead eran unos malhechores. Drayton, que tambi\u233
?n hab\u237?a cometido sus pecados, hab\u237?a tenido una muerte triste, y el ac
uerdo a que sir John hab\u237?a llegado con los asesinos le parec\u237?a justo.
Athelstan se recost\u243? en el asiento y cerr\u243? los ojos; estaba contento,
y cre\u237?a que, a su manera, el forense y \u233?l hab\u237?an hecho una buena
obra, tan necesaria como rezar o atender a los feligreses de San Erconwaldo. De
pronto Athelstan abri\u243? los ojos; al recordar a Watkin desfilando por el cem
enterio todos sus sentimientos conciliadores se desvanecieron. \u8212?\u191?Qu\u
233? se llevar\u225?n entre manos? \u8212?murmur\u243? el fraile. \u8212?\u191?C
\u243?mo dec\u237?s, hermano? Era Flaxwith, que estaba de pie en el umbral. \u82
12?Lo siento, Henry: estaba hablando solo. \u191?Y esos dos granujas? \u8212?Han
entrado en Santa Mar\u237?a le Bow como ratas en un agujero. \u8212?Estupendo.
Sir John quiere que baj\u233?is al s\u243?tano. \u8212?Athelstan esboz\u243? una
sonrisa\u8212?. S\u237?, ah\u237? es donde escondieron la plata. Stablegate deb
i\u243? de enterrarla con la intenci\u243?n de volver cuando le pareciera oportu
no. Ser\u225? mejor que os deis prisa. Athelstan oy\u243? una sarta de originale
s juramentos procedentes del s\u243?tano. Flaxwith fue a reunirse con sir John,
y el fraile se puso a pensar qu\u233? pod\u237?a hacer con la cruz milagrosa de
San Erconwaldo. Despu\u233?s se acord\u243? de Alison, y dedujo que pronto la de

jar\u237?an marchar; sir John no pod\u237?a retenerla en Londres indefinidamente


. A continuaci\u243?n pens\u243? en lo que Stablegate hab\u237?a dicho sobre los
escribanos de la Canciller\u237?a de la Cera Verde; estaba seguro de que Alcest
, sus compa\u241?eros y seguramente tambi\u233?n Chapler estaban implicados en a
lg\u250?n delito, quiz\u225? la falsificaci\u243?n de licencias y cartas. Aqu\u2
33?l era un crimen muy grave; el Vicario del Infierno deb\u237?a de estar al cor
riente, pues todos los bandidos y bandoleros que necesitaban una carta o un mand
ato judicial ten\u237?an que pagar un alto precio por ellos. Seguramente Alcest
hab\u237?a falsificado un sello y era posible que Lesures lo sospechara, pero no
se atrev\u237?a a investigar ni a denunciar a los escribanos, porque Alcest le
hac\u237?a chantaje. Pero \u191?qu\u233? sentido ten\u237?an los asesinatos? Ath
elstan rasc\u243? el suelo con la punta de la sandalia. Todos los escribanos imp
licados hab\u237?an tenido una muerte espeluznante, empezando por Chapler. \u191
?Se trataba de ladrones que se peleaban entre ellos? \u191?Hab\u237?a decidido A
lcest quedarse con el bot\u237?n de todos? Oy\u243? la voz de Cranston en el pas
illo. El forense, con la casaca manchada de tierra, entr\u243? en la contadur\u2
37?a con dos sacos cubiertos de barro y los hizo sonar. \u8212?El que busca enco
ntrar\u225? \u8212?dijo. \u8212?\u191?Es la plata del regente? \u8212?Exacto, es
os criminales la hab\u237?an enterrado bajo un viejo ba\u250?l. \u191?Sab\u233?i
s qui\u233?n la ha encontrado? {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n}. Se ha puesto a olfatear como un desesperado... \u8212?Por eso lo tengo \u821
2?dijo Flaxwith con orgullo al entrar con otros dos sacos\u8212?. \u191?No os pa
rece, sir John, que mi perro se merece alg\u250?n estipendio, un hueso jugoso o
un trozo de carne? Cranston le puso los sacos en los brazos a Flaxwith, que ya i
ba bastante cargado. \u8212?El ayuntamiento alquila burros, as\u237? que no s\u2
33? por qu\u233? no va a poder alquilar perros, \u191?verdad, Flaxwith? El algua
cil estaba aturdido. Cranston se agach\u243? y le acarici\u243? la cabeza al per
ro, y a Athelstan le pareci\u243? que {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} sonre\u237?a. \u8212?\u161?Bueno! \u8212?Cranston se levant\u243?\u8212?. Hen
ry, id a buscar a vuestros hombres y llevad esta plata, las monedas de oro y los
candelabros a casa de los Bardi, en Leadenhall Street. Decidles que la env\u237
?a sir John. Que la cuenten, la pesen y se la env\u237?en al regente, con una es
colta, al Palacio Savoy. \u8212?Se\u241?al\u243? los sellos que cerraban los sac
os, y a\u241?adi\u243?\u8212?: Est\u225? toda, y no os preocup\u233?is, a los Ba
rdi ni se les ocurrir\u237?a robarle un penique a Juan de Gante. Despu\u233?s id
al ayuntamiento y echad mano de la bolsa com\u250?n. \u8212?Le dio unas palmada
s al alguacil en el hombro\u8212?. Pod\u233?is llevar a {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} al Cordero de Dios \u8212?a\u241?adi\u243? con un susurro reverencial\u8212?,
y pedidle a esa posadera dos jarras de cerveza y un pastel de cebolla para vos,
y un buen trozo de ganso para vuestro perro. Os invito yo. Flaxwith se alej\u24
3? por el pasillo, orgulloso; y {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n}, tras pararse para orinar en la pared, lo sigui\u243? con andar solemne. \u82
12?Y bien, hermano, \u191?qu\u233? hacemos ahora? \u191?Quer\u233?is que hablemo
s con maese Alcest? \u8212?Cada cosa a su tiempo, sir John. Sin embargo, creo qu
e al Vicario del Infierno podr\u237?a interesarle llegar a un acuerdo con vos; a
s\u237? que no estar\u237?a de m\u225?s que fu\u233?ramos a visitarlo a Newgate.
\u8212?Hoy es d\u237?a de ejecuciones \u8212?le previno Cranston. \u8212?Estupe
ndo \u8212?repuso Athelstan\u8212?. Eso ayudar\u225? al Vicario a concentrarse,
\u191?no os parece? \u8212?Cre\u233?is que Alcest es el asesino, \u191?verdad? \
u8212?S\u237?, sir John; estoy convencido de que mat\u243? a Chapler, y que lueg
o, por la raz\u243?n que sea, mat\u243? tambi\u233?n a sus c\u243?mplices. Athel
stan y sir John salieron de la casa de Drayton. Athelstan cerr\u243? la puerta y

ech\u243? un vistazo a las sucias ventanas. \u8212?{\i


Avaritia, radix malorum}, sir John: la avaricia es la ra\u237?z de todo mal. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\par\pard\hyphpar }{\page } {\s1 \afs32
{\b
{\ql
Cap\u237?tulo XII
{\line }
\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Athelstan se santigu\u243? y murmur\u243? una oraci\u
243?n, como{\b
}hac\u237?a cada vez que se acercaba a la puerta principal de la prisi\u243?n d
e Newgate. Sir John y el fraile se abrieron paso entre la multitud que se agolpa
ba para presenciar las ejecuciones; all\u237? el verdugo se estaba ocupando de s
eis bandidos que hab\u237?an asaltado a unos viajeros en la antigua carretera ro
mana. Newgate era un lugar sucio y horrible. Athelstan no sab\u237?a qu\u233? er
a peor: la suciedad que hab\u237?a por toda la c\u225?rcel o la falsedad de los
carceleros y los alguaciles, que sonre\u237?an con hipocres\u237?a y se retorc\u
237?an las manos cuando aparec\u237?a Cranston. Sir John ten\u237?a sus propias
opiniones al respecto: cuando entraba en la prisi\u243?n, el forense nunca beb\u
237?a, bromeaba o pasaba el rato con ninguno de sus funcionarios. \u8212?Si me d
ejaran hacer a m\u237? \u8212?coment\u243? Cranston mientras segu\u237?an al car
celero por el enorme patio adoquinado hacia las celdas\u8212?, quemar\u237?a est
e edificio, construir\u237?a una nueva prisi\u243?n y le encargar\u237?a su gobi
erno a un buen soldado. Esto es intolerable \u8212?exclam\u243? Sir John se\u241
?alando a un desgraciado que se hab\u237?a negado a alegar ante los jueces; lo h
ab\u237?an desnudado y lo hab\u237?an colocado bajo una pesada puerta de roble,
hasta que accediera a declararse culpable o inocente. Dejaron el patio y entraro
n en un mohoso pasillo con celdas a ambos lados: la atm\u243?sfera era sombr\u23
7?a, y el pestazo hizo que a Athelstan le dieran n\u225?useas. Unas m\u237?seras
antorchas sujetas en unos apliques proporcionaban un poco de luz. Athelstan int
ent\u243? no prestar atenci\u243?n al barullo, los juramentos, las peroratas y l
os desvar\u237?os de los prisioneros locos, ni a los obscenos insultos que le la
nzaban al carcelero que les mostraba el camino. Pasaron por una c\u225?mara en l
a que yac\u237?an los cad\u225?veres de delincuentes ejecutados, como trozos de
carne en el puesto de un carnicero; esos cad\u225?veres los meter\u237?an en una
s celdas de hierro que despu\u233?s colgar\u237?an cruelmente en los caminos que
conduc\u237?an a Londres. En otra c\u225?mara estaban los cad\u225?veres de del
incuentes a los que hab\u237?an colgado, abierto en canal y descuartizado; all\u
237? los herv\u237?an y les daban una capa de brea, para despu\u233?s exhibirlos
en las puertas de la ciudad. \u8212?\u161?Qu\u233? lugar tan espantoso! \u8212?
susurr\u243? Cranston\u8212?. Es francamente repugnante. Cada vez que vengo aqu\
u237?, ruego a Dios que env\u237?e un fuego celestial que consuma esta c\u225?rc
el. Entraron en una gran sala donde alguaciles y carceleros beb\u237?an y jugaba
n a las damas. \u8212?Buenos d\u237?as, sir John. \u8212?Un carcelero con la car
a marcada por la viruela, con un ojo tapado, les hizo se\u241?as para que se ace
rcaran. Se\u241?al\u243? el tablero y dijo\u8212?: \u191?Quer\u233?is echar una
partida, sir John? Cranston neg\u243? con la cabeza: \u8212?En otro momento, y d
esde luego, en otro lugar. Iban a entrar en otro estrecho pasillo, pero Athelsta
n se par\u243?. \u8212?\u191?Qu\u233? ocurre, hermano? \u8212?Sir John, el prime
r acertijo, el que hablaba de un rey que venc\u237?a a sus enemigos. \u191?Lo re
cord\u225?is? \u171?Al final, vencedor y vencido acabaron en el mismo sitio.\u18
7? Se refiere al ajedrez. Cranston le pidi\u243? al carcelero que esperara. \u82
12?\u161?Claro! \u8212?susurr\u243?\u8212?. \u161?Una partida de ajedrez! \u191?
Qu\u233? demuestra eso, hermano? Athelstan se frot\u243? la cara. \u8212?No lo s
\u233?, sir John, pero creo que para el asesino esas muertes son como un juego,
y por otra parte, anuncia que va a jugar una partida, aunque tenga que acabar co
mo los vencidos. \u8212?Eso es, en la tumba \u8212?replic\u243? Cranston\u8212?.
Tiene sentido, hermano. Si Alcest es el asesino, no cabe duda de que \u233?l mo
rir\u225? tambi\u233?n. \u8212?Pero \u191?por qu\u233? iba a estar dispuesto Alc
est a jugarse la vida? \u8212?Eso no lo s\u233?, hermano. Siguieron por el pasil

lo hasta que el carcelero se detuvo frente a una puerta. \u8212?En el coraz\u243


?n de Newgate, sir John \u8212?coment\u243? el carcelero con perversa satisfacci
\u243?n\u8212?. El Vicario del Infierno se merece lo mejor. Abri\u243? la puerta
de la celda, entr\u243? y colg\u243? la antorcha en un aplique oxidado de la pa
red. El Vicario del Infierno estaba sentado en un mont\u243?n de paja que hab\u2
37?a en el rinc\u243?n; ten\u237?a los tobillos y las mu\u241?ecas atados con ca
denas, sujetas a su vez a unos anillos de hierro de la pared, la cara sucia y un
gran cardenal en la mejilla derecha; pero aun as\u237?, sonri\u243? con descaro
. \u8212?Disculpadme si no me levanto, sir John, pero... \u8212?Extendi\u243? lo
s brazos e hizo sonar las cadenas\u8212?. Supongo que hab\u233?is venido a decir
me que el obispo de Londres ha decidido rehabilitarme en mi cargo como sacerdote
, o que el regente me ha indultado. \u8212?Os van a colgar, amigo m\u237?o \u821
2?dijo Cranston\u8212?. Y he de confesar que os echar\u233? de menos. \u8212?Esp
er\u243? a que el carcelero cerrara la puerta tras salir al pasillo. \u8212?\u19
1?Me van a colgar? \u8212?pregunt\u243? el Vicario en voz baja, y contempl\u243?
con gesto lastimero al hermano Athelstan\u8212?. En fin, nada es eterno, y yo y
a he vivido bastante. Cranston retrocedi\u243? y se apoy\u243? en la pared. Athe
lstan fue hacia la puerta y mir\u243? por la rejilla; el carcelero, que se hab\u
237?a quedado escuchando al otro lado de la puerta, se alej\u243? correteando. \
u8212?No sois mala persona \u8212?prosigui\u243? Cranston\u8212?; no sois un alm
a perversa. Sois un granuja de nacimiento, eso s\u237? \u8212?levant\u243? una m
ano antes de a\u241?adir\u8212?; pero juro que no deseo ver c\u243?mo os cuelgan
. No me importar\u237?a que os exiliaran de Londres durante dos o tres a\u241?os
. \u8212?Sir John hizo una pausa y se rasc\u243? la barbilla. El Vicario del Inf
ierno escuchaba con atenci\u243?n. \u8212?\u191?Cu\u225?les son las condiciones,
sir John? \u8212?Los escribanos de la Cera Verde. \u8212?\u161?Eso no, sir John
! \u8212?Eso o nada \u8212?repuso Cranston\u8212?. \u191?Qu\u233? tienen de espe
cial? La mayor\u237?a est\u225?n muertos y ya han sido reemplazados, y de Alcest
ya sabemos lo suficiente para entregarlo al verdugo. \u8212?De acuerdo, pero si
os lo cuento, \u191?me quitar\u233?is estas cadenas, sir John? \u8212?Si me lo
cont\u225?is, ser\u233?is libre antes del anochecer. Eso s\u237?, si vuelven a v
eros en la ciudad, tendr\u233?is un juicio sumario: de rodillas, con el cuello s
obre un trozo de madera y \u161?fuera cabeza! \u8212?Ver\u233?is, sir John \u821
2?empez\u243? el Vicario\u8212?. Las personas como yo tenemos que... \u191?c\u24
3?mo podr\u237?a decirlo? Tenemos que movernos: ir de una ciudad a otra, atraves
ar los mares o, cuando el horno se calienta demasiado, buscar refugio trabajando
para alg\u250?n mercader. Para eso se necesitan cartas, autorizaciones y permis
os. Lo que voy a revelaros significar\u225? el fin de un truco muy valioso para
los maleantes. Decidme, sir John: \u191?qu\u233? tengo que hacer para conseguir
esas cartas y licencias? \u8212?Pod\u233?is ped\u237?rselas al alcalde, o al rep
resentante de la Corona. \u8212?Ya, sir John; pero vos me conoc\u233?is, igual q
ue el buen pastor conoce a todas las ovejas negras de su reba\u241?o. \u191?A qu
\u233? otro sitio puedo recurrir? \u8212?Podr\u237?ais solicitarlas en la Cancil
ler\u237?a, pero ese tipo de cartas s\u243?lo las escriben a instancias del canc
iller. \u8212?Y eso lleva tiempo \u8212?a\u241?adi\u243? el Vicario del Infierno
\u8212?. De modo que lo que hacemos es esto, sir John: cogemos el nombre de una
persona muerta; entonces le pedimos a un escribano como Alcest que solicite al c
anciller, en nuestro nombre... \u8212?Claro \u8212?le interrumpi\u243? Cranston\
u8212?. Y si la solicitud est\u225? recomendada por un escribano, se aprueba sin
retrasos. \u8212?Exacto, sir John. \u8212?De modo que \u8212?dijo Athelstan ade
lant\u225?ndose\u8212? si Philip Stablegate quiere abandonar el pa\u237?s con un
a cantidad considerable de plata, acude a Alcest; el escribano busca en los arch
ivos el nombre de una persona que lleve mucho tiempo muerta, Richard Martlew, po
r decir algo; la solicitud es presentada al canciller, que la aprueba porque lle
va una recomendaci\u243?n. Alcest ni siquiera espera a que el canciller d\u233?
una respuesta: redacta el documento, maese Lesures lo sella y se entrega la cart
a; no hay necesidad de falsificar ning\u250?n sello. \u8212?En efecto \u8212?afi
rm\u243? Cranston\u8212?. Y ahora supongamos que ese tal Martlew decide salir de
Inglaterra por uno de los cinco puertos. Probablemente el alguacil o capit\u225
?n del puerto ni siquiera sabe leer: le tiene sin cuidado si Martlew es Stablega

te, pero su obligaci\u243?n es examinar el sello. Los sellos falsos pueden detec
tarse f\u225?cilmente, pero si el sello es aut\u233?ntico, al alguacil ni se le
ocurrir\u225? retener a la persona en cuesti\u243?n. \u8212?\u191?No hay ning\u2
50?n registro de las peticiones y de las autorizaciones del canciller? \u8212?pr
egunt\u243? Athelstan\u8212?. \u191?Qu\u233? ocurre si alguien puede demostrar q
ue Richard Martlew est\u225? muerto? El Vicario del Infierno dio una palmada, ha
ciendo sonar las cadenas. \u8212?\u191?Para qu\u233?, hermano? \u191?No veis la
sutileza del plan? Fue la Canciller\u237?a la que autoriz\u243? la redacci\u243?
n de la carta; no la autorizaron ni Alcest ni Lesures. Adem\u225?s, Alcest podr\
u237?a demostrar f\u225?cilmente que cre\u237?a que Stablegate era Martlew, y qu
e ni siquiera sospech\u243? nada; simplemente, recibi\u243? una solicitud y se l
a present\u243? al canciller. Esas peticiones nunca se rechazan: se redacta la c
arta o la licencia, y despu\u233?s se sella. Eso fue lo que hizo Alcest. Y \u191
?qui\u233?n lo va a traicionar? Hacerlo equivaldr\u237?a a firmar la propia sent
encia de muerte. \u8212?Pero \u161?alto! \u8212?dijo Athelstan\u8212?. Habr\u237
?a una discrepancia en la fecha, \u191?no? La licencia se emite casi inmediatame
nte. \u8212?No, hermano \u8212?dijo Cranston\u8212?. Ahora entiendo por qu\u233?
nuestro amigo lo llama un truco valioso. Supongamos que hab\u233?is solicitado
permiso al canciller para viajar a Calais: hac\u233?is la petici\u243?n a trav\u
233?s de Alcest, que recomienda o no su aprobaci\u243?n. Alcest tambi\u233?n gar
antiza que en la solicitud aparece la fecha adecuada, quiz\u225? diez d\u237?as
m\u225?s tarde. El canciller no se fija en la fecha: un escribano se limita a es
cribir \u171?aprobado\u187?, {\i
o}{\i
}{\i
placet}, en lat\u237?n. Alcest, mientras tanto, ha redactado la licencia, y quiz
\u225?s ha a\u241?adido otros dos d\u237?as. Por lo tanto, una petici\u243?n que
parece redactada el diez de agosto y emitida el veintid\u243?s, por ejemplo, en
realidad s\u243?lo tiene uno o dos d\u237?as. Eso no es nada nuevo; todo el mun
do se aprovecha del sistema. Lo que hac\u237?a Alcest no era aceptar alg\u250?n
dinero para aprobar una solicitud, sino que se encargaba de que se emitieran car
tas y licencias para bandidos, forajidos y falsificadores. La mayor\u237?a de lo
s escribanos se negar\u237?an a hacer una cosa as\u237?, pero Alcest no. \u8212?
Y \u191?\u233?sa era la fuente de su riqueza? \u8212?\u161?Claro! \u8212?contest
\u243? el Vicario del Infierno\u8212?. Y nadie se atrev\u237?a a traicionar a Al
cest. Por primera vez, hermano, la gente como yo pod\u237?a viajar libremente, y
protegida por la ley, gracias a \u233?l. \u8212?Mir\u243? a sir John y a\u241?a
di\u243?\u8212?: Alcest y sus compinches desaparecer\u225?n, si es que no han de
saparecido ya, porque nuestro querido forense se encargar\u225? de que la Cancil
ler\u237?a impida que alguien vuelva a emplear ese truco. Tambi\u233?n ser\u225?
interesante ver qu\u233? ocurre cuando el canciller ordene a los escrutadores q
ue repasen los archivos antiguos. Desde luego, no quiero que se divulgue el rumo
r en el extranjero de que fui yo quien delat\u243? a Alcest. Quiz\u225? yo haya
logrado conservar la vida, pero a cambio sir John ha recibido una informaci\u243
?n muy valiosa. \u8212?S\u237?, ten\u233?is raz\u243?n \u8212?admiti\u243? Crans
ton\u8212?. Porque esto habr\u237?a continuado, habr\u237?an tentado al sustitut
o de Alcest, y el ofrecimiento de oro a cambio de una simple carta es muy dif\u2
37?cil de resistir. \u8212?Se agach\u243? junto al Vicario\u8212?. \u191?Estaba
Lesures al corriente de esto? \u8212?\u161?Vamos, sir John! Todo el mundo sabe q
ue Lesures pierde el mundo de vista por un par de nalgas bonitas. Seguro que Alc
est lo sab\u237?a tambi\u233?n. \u8212?Se encogi\u243? de hombros\u8212?. Lesure
s no ten\u237?a nada que temer: no hab\u237?a ning\u250?n sello falsificado, as\
u237? que bastaba con que \u233?l hiciera la vista gorda. Athelstan se cruz\u243
? de brazos y se pregunt\u243? si Lesures era en realidad el anciano quejumbroso
que fing\u237?a ser. \u191?Ten\u237?a algo que ver con aquellas muertes? \u191?
Se hab\u237?a hartado del chantaje de Alcest o quer\u237?a encargarse \u233?l mi
smo de las falsificaciones? \u8212?\u191?No sab\u233?is nada m\u225?s? \u8212?pr
egunt\u243? el forense. \u8212?\u191?Me conced\u233?is la libertad, sir John? \u
8212?Le dejar\u233? instrucciones al carcelero jefe: podr\u233?is salir esta mis
ma noche. \u8212?\u191?No se sabr\u225? lo que os he contado sobre Alcest? \u821

2?No. Dir\u233? que Athelstan se enter\u243? bajo secreto de confesi\u243?n. Sin


embargo, no quiero volver a veros por Londres durante una larga temporada. \u82
12?No os preocup\u233?is, sir John. \u8212?El Vicario del Infierno se pas\u243?
la lengua por los labios\u8212?. Me apetece viajar, y quiz\u225? Clarice pueda v
enir conmigo. Pero \u191?me dais vuestra palabra de que no me colgar\u225?n? Cra
nston se lo asegur\u243? una vez m\u225?s. \u8212?Y la m\u237?a \u8212?a\u241?ad
i\u243? el hermano Athelstan, y se volvi\u243? para llamar al carcelero. \u8212?
Sois buenos. Cranston solt\u243? una carcajada. \u8212?Sois buenos \u8212?repiti
\u243? el Vicario del Infierno con seriedad. Por primera vez, Athelstan se imagi
n\u243? a aquel joven vestido de sacerdote, celebrando una misa o pronunciando u
n serm\u243?n desde el pulpito. \u8212?Yo soy un delincuente \u8212?prosigui\u24
3? el Vicario\u8212?, y el mundo est\u225? lleno de maldad, pero vos no sois cor
rupto. Lo que hicieron Alcest y los dem\u225?s... Bueno, no hay ni un solo funci
onario de la Corona que no haya aceptado nunca alguna moneda; pero vos sois dife
rente, sois honrado. As\u237? que os explicar\u233? un par de cosas m\u225?s: en
primer lugar, ese otro escribano, el que encontraron muerto en el T\u225?mesis,
\u191?c\u243?mo se llamaba? \u8212?\u191?Chapler? \u8212?S\u237?, eso es. Era c
omo vos, sir John. \u201?l no aceptaba sobornos, ni ten\u237?a trato con prostit
utas. Todos mis amigos lo evitaban, y trataban siempre con Alcest. \u8212?Eso es
interesante \u8212?murmur\u243? Athelstan. \u8212?S\u237?, hermano, lo es. Y ha
y algo m\u225?s: he o\u237?do hablar de vuestro crucifijo milagroso; hasta los b
andidos y los asesinos de Whitefriars piensan ir a visitarlo. \u8212?Pero vos no
cre\u233?is que se trate de un milagro, \u191?verdad? \u8212?No, hermano. El bu
en Dios est\u225? demasiado atareado como para visitar Southwark. \u161?Vuestros
feligreses tendr\u225?n que contentarse con vos! Athelstan agradeci\u243? el cu
mplido con una inclinaci\u243?n de cabeza. \u8212?Pues bien, si nuestro querido
forense me deja salir antes del toque de queda, conozco a alguien que podr\u225?
ayudaros, suponiendo que pueda entrar y salir de Southwark sin que lo arresten.
\u8212?\u191?Qui\u233?n? \u8212?pregunt\u243? Athelstan. \u8212?El Santo; no ha
y reliquia que \u233?l no haya vendido, ni truco que no haya practicado. Que Cra
nston me deje salir, y estad en vuestra iglesia a la hora de v\u237?speras. Si v
uestro crucifijo es realmente milagroso, el Santo os lo dir\u225?. Cranston dio
unas palmadas y exclam\u243?: \u8212?\u161?Qu\u233? d\u237?a! \u161?Qu\u233? d\u
237?a! El Vicario del Infierno en Newgate, y ahora est\u225? a punto de aparecer
el Santo. \u161?C\u243?mo me gustar\u237?a echarle el guante! \u8212?No, sir Jo
hn; ten\u233?is que darme vuestra palabra de que no lo apresar\u225?n \u8212?sup
lic\u243? Athelstan. \u8212?Ten\u233?is mi palabra, hermano \u8212?repuso el for
ense\u8212?. Pero el Santo es otro granuja de nacimiento: ha vendido la corona d
e espino de Cristo m\u225?s de quince veces; su capacidad para lograr que la gen
te se desprenda de su dinero es un milagro en s\u237?. \u8212?\u191?A la hora de
v\u237?speras? \u8212?insisti\u243? el Vicario del Infierno. Cranston accedi\u2
43?. Athelstan hizo la se\u241?al de la cruz y juntos se dirigieron a la caseta
del carcelero. Cranston entr\u243? en el cub\u237?culo y sali\u243? con una sonr
isa de oreja a oreja. \u8212?Nuestro Vicario ya es libre, hermano, o lo ser\u225
? dentro de poco. \u8212?\u191?Cumplir\u225? su palabra? \u8212?pregunt\u243? el
fraile. \u8212?S\u237?, por supuesto. Para esa gente, las promesas son sagradas
: el Santo ir\u225? a vuestra iglesia. Y ahora, por lo que respecta a maese Alce
st... Cranston y Athelstan bajaron por Friday Street hasta el muelle donde esper
aban las barcas. Se montaron en una, y los barqueros la llevaron hasta el centro
del r\u237?o. \u8212?\u191?Cre\u233?is que Alcest confesar\u225?? \u8212?pregun
t\u243? intrigado Cranston mientras se pon\u237?a c\u243?modo en la popa de la b
arca. \u8212?Es posible \u8212?contest\u243? Athelstan\u8212?. Sabemos que es cu
lpable de falsificaci\u243?n, pero no tenemos pruebas de que haya cometido los a
sesinatos. \u8212?Athelstan cerr\u243? los ojos y se recost\u243?. \u8212?No pen
sar\u233?is dormir, \u191?verdad, hermano? \u8212?No, sir John. Nos acercamos al
Puente de Londres, y cuando pasemos por debajo de los arcos se me revolver\u225
? el est\u243?mago. \u8212?Hombre de poca fe \u8212?brome\u243? Cranston\u8212?.
\u191?Por qu\u233? le ten\u233?is tanto miedo a la muerte? \u8212?No temo a la
muerte, sir John \u8212?dijo Athelstan sonriendo\u8212?; lo que me da miedo es a
hogarme. El forense se puso a charlar y a bromear con los dos barqueros. Cuando

se acercaron al puente, a Cranston le dio un vuelco el coraz\u243?n: el agua bur


bujeaba como aceite en un cazo, y sal\u237?a a borbotones bajo los estrechos arc
os del puente; el ruido era ensordecedor. Cranston perdi\u243? su apuesta con lo
s barqueros, porque, cuando pasaron por debajo del puente, rozando los tabiques
de madera construidos para reforzar los pilares de piedra, cerr\u243? los ojos i
gual que los dem\u225?s, y no los abri\u243? hasta que llegaron a las aguas tran
quilas cerca de Botolph's Wharf, donde aminoraron la marcha. Finalmente la barca
vir\u243? hacia la orilla, cerca del mercado de pescado de Billingsgate, donde
hab\u237?a un fuerte olor a arenques, bacalao y salmuera. Desembarcaron en el mu
elle de la Lana, y al llegar vieron la Torre, con sus enormes paredes, sus balua
rtes, almenas y bastiones. Incluso en un d\u237?a soleado como aqu\u233?l, la en
orme fortaleza ten\u237?a un aspecto amenazador e imponente. A Athelstan no le g
ustaba nada; la hab\u237?a visitado muchas veces con sir John cuando el forense
persegu\u237?a a alg\u250?n asesino. \u8212?Qu\u233? lugar tan cruel \u8212?murm
ur\u243?\u8212?. Que santo Domingo y todos los \u225?ngeles nos permitan entrar
y salir r\u225?pidamente de la Torre, pues en ella siempre acecha la muerte. Cru
zaron el puente levadizo; el foso estaba lleno de agua viscosa y verde, que ol\u
237?a peor que todos los estercoleros de la ciudad juntos. Luego pasaron por deb
ajo del negro arco de la torre central: la puerta parec\u237?a una boca abierta,
donde el rastrillo de hierro eran los dientes; en lo alto hab\u237?a dos cabeza
s pudri\u233?ndose al sol. \u8212?Que Dios nos proteja de todos los demonios, di
ablos, escorpiones y esp\u237?ritus malignos que hay aqu\u237? \u8212?rez\u243?
Athelstan\u8212?. La puerta estaba vigilada por dos centinelas que se hab\u237?a
n refugiado del sol en el estrecho pasadizo abovedado. \u8212?\u161?Sir John Cra
nston, forense de la ciudad! \u8212?grit\u243? Cranston\u8212?. Traigo una orden
judicial del rey, y \u233?ste es mi secretario, el hermano Athelstan, que a cau
sa de sus pecados tambi\u233?n es p\u225?rroco de San Erconwaldo, en Southwark.
Un lugar \u8212?Cranston hizo una pausa y sonri\u243? a Athelstan\u8212? donde,
como demostrar\u225? el Santo, el vicio y la virtud se dan la mano. Uno de los c
entinelas carraspe\u243? y escupi\u243?; el escupitajo estuvo a punto de ir a pa
rar a la bota de Cranston. El forense se acerc\u243? amenazadoramente al soldado
, que esboz\u243? una sonrisa forzada, se disculp\u243? y los acompa\u241?\u243?
hasta la Torre Byward. Al llegar al Wakefield torcieron a la izquierda, y cruza
ron otra muralla, llegando a la Torre Verde. All\u237? estaba reunida la guarnic
i\u243?n: soldados tumbados en la hierba, sus esposas en las tinas de lavar, ni\
u241?os subidos a las catapultas, arietes, balistas, carros con ruedas de hierro
y otros artilugios de guerra. A su derecha estaba el inmenso Great Hall, con en
tramado de madera y otras salas construidas encima. All\u237? el soldado los dej
\u243? con un mozo de cuadra que los condujo al interior del Great Hall. Cransto
n acarici\u243? a un par de perros de caza de pelo \u225?spero que andaban olisq
ueando entre los juncos. Uno de los animales interpret\u243? mal el gesto del fo
rense y estuvo a punto de orin\u225?rsele en la pierna, pero se alej\u243? gru\u
241?endo cuando sir John le peg\u243? una patada. La sala era una habitaci\u243?
n oscura y abovedada con el sucio suelo de piedra y unas gruesas vigas manchadas
de humo. En la pared del fondo hab\u237?a una chimenea, suficientemente grande
para asar un buey en ella. Acababan de servir el almuerzo, y los mozos de la coc
ina limpiaban las mesas que hab\u237?a en la sala, metiendo los platos de peltre
y madera en una cuba de agua sucia que trasladaban con un carro. Junto a la chi
menea hab\u237?a un grupo de hombres. Uno de ellos, alto y delgado, pelirrojo y
con los p\u225?rpados finos, se acerc\u243? a los reci\u233?n llegados, con los
pulgares metidos en el ancho talabarte de piel. Al reconocer a Cranston y a Athe
lstan esboz\u243? una sonrisa forzada. \u8212?\u161?Buenos d\u237?as, se\u241?or
es! \u8212?Maese Colebrooke, \u191?verdad? \u8212?pregunt\u243? Athelstan, y le
tendi\u243? la mano. \u8212?Exacto. Ahora soy el guardi\u225?n de la Torre \u821
2?dijo Gilbert Colebrooke, pavone\u225?ndose\u8212?. \u191?A qu\u233? debemos es
te honor? \u8212?Alcest \u8212?contest\u243? Cranston\u8212?. El escribano de la
Canciller\u237?a de la Cera Verde. Ha venido a refugiarse aqu\u237?. \u8212?Ah,
s\u237?. \u8212?Colebrooke se rasc\u243? la barbilla\u8212?. Estaba muy asustad
o, y exig\u237?a que se cumplieran sus derechos. Le he dado una habitaci\u243?n
en lo alto del Wakefield. \u191?Qu\u233? est\u225? pasando, sir John? \u8212?Sab

\u233?is perfectamente que no os conviene hacer demasiadas preguntas, y yo soy d


emasiado astuto para cont\u225?roslo. \u161?Quiero ver a Alcest ahora mismo! Col
ebrooke hizo una mueca y respondi\u243?: \u8212?Sir John, ya conoc\u233?is las n
ormas de la guerra. La Torre est\u225? bajo mi autoridad, y todo funcionario rea
l que se refugie aqu\u237? goza de mi protecci\u243?n. \u8212?Por supuesto, maes
e Gilbert, y pod\u233?is estar presente mientras lo interrogamos \u8212?Cranston
sonri\u243?\u8212?; pero quiero verlo inmediatamente. Si no, bajar\u233? al Pal
acio Savoy y le dir\u233? a su alteza el regente que no puedo llevar a cabo las
\u243?rdenes que me ha dado, al menos aqu\u237?, en la Torre. Colebrooke sali\u2
43? corriendo de la sala. Regres\u243? poco despu\u233?s, acompa\u241?ado de Alc
est, y condujo a sir John y a Athelstan por un pasillo hasta una peque\u241?a ha
bitaci\u243?n blanca. Athelstan escrut\u243? el rostro de Alcest: el escribano e
staba sucio y despeinado; parec\u237?a que no hubiera dormido, y le temblaba un
m\u250?sculo de la mejilla derecha. Cranston le indic\u243? que se sentara en un
banco; Colebrooke cerr\u243? la puerta y se qued\u243? de pie con la espalda ap
oyada en ella. \u8212?\u191?Os encontr\u225?is a gusto aqu\u237?, maese Alcest?
\u8212?pregunt\u243? Cranston. \u8212?S\u237?. \u8212?El joven se frot\u243? los
ojos. \u8212?\u191?Vinisteis anoche? \u8212?pregunt\u243? Athelstan. \u8212?Tuv
e que recoger mis pertenencias; pero s\u237?, llegu\u233? poco antes de que cerr
aran las puertas. \u8212?\u191?Fuisteis a Southwark? Alcest neg\u243? con la cab
eza. \u8212?\u191?Est\u225?is seguro? \u8212?No lo s\u233? \u8212?balbuce\u243?
Alcest. \u8212?Nosotros tampoco \u8212?replic\u243? Athelstan\u8212?. Porque soi
s un mentiroso, se\u241?or. Vuestra amada, Clarice, dice que la noche que mataro
n a Chapler no dormisteis con ella toda la noche, sino que salisteis de la taber
na y regresasteis m\u225?s tarde. \u8212?Yo... \u8212?\u191?Qu\u233?? \u191?Vais
a confesar que le pusisteis un somn\u237?fero en el vino, que ella no bebi\u243
?? Clarice es una joven astuta y perspicaz. \u191?Adonde fuisteis? \u8212?pregun
t\u243? el fraile Alcest se pas\u243? la lengua por los labios. Mir\u243? disimu
ladamente alrededor, como si buscara alg\u250?n refugio. \u8212?\u191?Adonde fui
steis? \u8212?insisti\u243? Cranston. \u8212?Regres\u233? a mi casa; me hab\u237
?a olvidado la plata, y ten\u237?a que pagar a las muchachas de la se\u241?ora B
roadsheet. \u8212?Ment\u237?s \u8212?sentenci\u243? Athelstan\u8212?; fuisteis a
l Puente de Londres. Todo el mundo sab\u237?a que a Chapler le gustaba ir a reza
r a la capilla de Santo Tom\u225?s Becket. Era tarde y no hab\u237?a gente en la
s calles; fuisteis al puente, golpeasteis a Chapler en la cabeza y arrojasteis s
u cad\u225?ver al r\u237?o. Alcest se tap\u243? la cara con las manos, y empezar
on a temblarle las piernas. \u8212?Matasteis a Edwin Chapler \u8212?continu\u243
? Athelstan implacablemente\u8212?, porque Chapler era un hombre \u237?ntegro. \
u201?l sab\u237?a que os dedicabais a redactar licencias y documentos falsos par
a los delincuentes de Londres. Que utilizabais nombres falsos... \u8212?\u191?Va
is a negarlo? \u8212?pregunt\u243? Cranston\u8212?. Hay muchos como Stablegate y
Flinstead dispuestos a comprar su libertad envi\u225?ndoos a la horca. \u8212?\
u191?D\u243?nde est\u225? el dinero? \u8212?pregunt\u243? Athelstan\u8212?. Los
beneficios que obtuvisteis por medios il\u237?citos. Los juntasteis y se los lle
vasteis a un orfebre, \u191?no? Alcest trag\u243? saliva. \u8212?Cuando sir John
y yo iniciamos nuestra investigaci\u243?n \u8212?continu\u243? Athelstan\u8212?
, a vuestros compa\u241?eros les entr\u243? p\u225?nico, \u191?verdad? \u191?Era
eso precisamente lo que vos pretend\u237?ais? \u191?Convencisteis a los dem\u22
5?s para que os entregaran su dinero, asegur\u225?ndoles que lo pondr\u237?ais a
salvo? \u191?Os negasteis despu\u233?s a repartir los beneficios, y por eso pla
neasteis matar a vuestros compa\u241?eros? \u8212?\u161?No, no! \u8212?gimi\u243
? Alcest. \u8212?Yo creo que s\u237? \u8212?prosigui\u243? Athelstan\u8212?. Soi
s igual que Stablegate y Flinstead, que quer\u237?an que les proporcionarais lic
encias falsas. La avaricia os consume; los placeres de la carne son vuestro \u25
0?nico objetivo, y sin embargo quer\u237?ais m\u225?s y m\u225?s. Erais como un
pozo sin fondo \u8212?Pero \u191?y los acertijos? \u8212?protest\u243? Alcest\u8
212?. \u161?Yo no habr\u237?a dejado ning\u250?n acertijo! \u8212?\u191?No? \u82
12?replic\u243? el fraile\u8212?. Cre\u237?a que dominabais el arte de las adivi
nanzas. Adem\u225?s, maese Alcest, mirad c\u243?mo murieron esos j\u243?venes. P
eslep, sentado en una letrina, con las calzas por los tobillos. \u8212?Athelstan

hizo una pausa y se qued\u243? mirando la luz que entraba por la estrecha venta
na. \u191?Hab\u237?a dicho algo que no deb\u237?a? \u8212?\u191?Hermano? \u8212?
dijo Cranston. \u8212?S\u237? \u8212?dijo Athelstan, retomando el hilo de su dis
curso. Pero ahora ya no estaba tan seguro\u8212?. Seguisteis a Peslep hasta esa
taberna porque sab\u237?ais que \u233?l iba all\u237? todos los d\u237?as, y lo
mismo ocurri\u243? con las otras v\u237?ctimas: vos conoc\u237?ais sus costumbre
s, su estilo de vida. \u191?Le dijisteis a Napham que regresara a su casa? \u821
2?No, \u233?l quiso ir... \u8212?\u191?No preparasteis un encuentro con \u233?l
antes de venir a la Torre? \u8212?No. \u8212?\u191?Por qu\u233? no? \u191?Acaso
sab\u237?ais ya que Napham entrar\u237?a en su c\u225?mara y que un cepo le dest
rozar\u237?a el pie? \u191?Estabais en Southwark intentado aterrorizar a la se\u
241?ora Alison, la hermana de Chapler? Os gusta vestiros como un petimetre, con
capa y espuelas. Alcest se cruz\u243? de brazos y empez\u243? a mecerse. \u8212?
\u191?Os vest\u237?s as\u237?, verdad? Alcest asinti\u243?. \u8212?\u191?Por qu\
u233? dejasteis de hacerlo? \u8212?pregunt\u243? Cranston. \u8212?Me asust\u233?
\u8212?dijo el escribano\u8212?. Cuando o\u237? decir que a Peslep lo hab\u237?
a matado un hombre que llevaba espuelas en las botas... \u8212?Fue muy f\u225?ci
l, \u191?verdad? \u8212?insisti\u243? Athelstan\u8212?. Pusisteis veneno en la c
opa de Ollerton, como ya hab\u237?ais hecho con Chapler. Alcest levant\u243? la
cabeza. \u8212?S\u237? \u8212?dijo el fraile, sonriente\u8212?, eso tambi\u233?n
lo sabemos. \u191?Os dijo Elflain que pensaba ir a visitar a la se\u241?ora Bro
adsheet? \u191?Y despu\u233?s? \u191?Pensabais fingir que a vos tambi\u233?n os
hab\u237?an atacado, y que os hab\u237?ais salvado? \u8212?\u161?Yo no soy ning\
u250?n asesino! \u8212?declar\u243? Alcest con tono desafiante. \u8212?Sois un l
adr\u243?n \u8212?intervino Cranston\u8212?, un delincuente y un asesino. Maese
Alcest \u8212?dijo el forense\u8212?, os acuso de traici\u243?n, homicidio, robo
y complicidad con bandidos y forajidos. \u8212?Se acerc\u243? y, agach\u225?ndo
se junto a \u233?l, lo mir\u243? fijamente\u8212?. Os dir\u233? una cosa, maese
Alcest: lamentar\u233?is haber entrado aqu\u237?. \u8212?Le gui\u241?\u243? un o
jo a Athelstan y a\u241?adi\u243?\u8212?: Fue un error, \u191?verdad, maese Cole
brooke? \u8212?dijo Cranston, volvi\u233?ndose hacia el guardi\u225?n de la Torr
e. A Athelstan no le gust\u243? la expresi\u243?n de Colebrooke, que miraba a Al
cest como un gato mira un rat\u243?n. El guardi\u225?n de la Torre se le acerc\u
243?. \u8212?Maese Alcest \u8212?dijo\u8212?, ahora sois mi prisionero. Hab\u233
?is venido a la Torre, y en la Torre permanecer\u233?is. \u8212?Ver\u233?is \u82
12?explic\u243? Cranston mientras Colebrooke levantaba a Alcest del taburete\u82
12?. Seg\u250?n las leyes, un delincuente puede refugiarse en una iglesia; pero
si lo encuentran en una dependencia de la Corona, ya sea Westminster, Eltham, Sh
een o la Torre, pueden arrestarlo y torturarlo. Maese Colebrooke os refrescar\u2
25? la memoria. El guardi\u225?n de la Torre se hab\u237?a llevado a Alcest a la
puerta, y llam\u243? a los centinelas. Sacaron al escribano de la habitaci\u243
?n, y Colebrooke orden\u243? que lo llevaran a las mazmorras. \u8212?\u191?Es es
o imprescindible? \u8212?pregunt\u243? Athelstan. \u8212?No confesar\u225? \u821
2?le contest\u243? Cranston\u8212?. Y tenemos que ir con cuidado, hermano; si Al
cest saliera de la Torre podr\u237?a refugiarse en alguna iglesia, acogerse a sa
grado y, como escribano de la Corona, exigir los privilegios del clero. \u8212?E
n cuyo caso \u8212?a\u241?adi\u243? Colebrooke\u8212? pedir\u237?a que lo juzgar
a el tribunal eclesi\u225?stico. Hermano Athelstan, me temo que no ten\u233?is a
lternativa. Sir John ha mencionado al regente; su alteza insistir\u225? en que i
nterroguemos a Alcest. \u8212?Pero \u191?por qu\u233? ha venido aqu\u237?? \u821
2?pregunt\u243? Athelstan\u8212?. \u191?Por qu\u233? se ha metido en la boca del
lobo? \u8212?Vamos, hermano. \u8212?Cranston se acerc\u243? a una de las mesas,
donde los criados hab\u237?an dejado unas jarras de cerveza. Se bebi\u243? una
de un solo trago, y a continuaci\u243?n cogi\u243? la que le correspond\u237?a a
Alcest\u8212?. Nuestro escribano es un joven muy arrogante: estaba convencido d
e que no lo \u237?bamos a apresar. \u8212?No, eso no es cierto \u8212?le contrad
ijo Athelstan\u8212?. Sir John, maese Colebrooke, \u191?me disculp\u225?is un mo
mento? Necesito reflexionar. Sin esperar respuesta, Athelstan, absorto en sus pe
nsamientos, sali\u243? de la sala y baj\u243? la escalera. \u8212?Bueno \u8212?d
ijo Cranston exhalando un suspiro. Se termin\u243? la segunda jarra de cerveza y

cogi\u243? la tercera\u8212?. Maese Colebrooke, no quiero que Alcest muera. El


guardi\u225?n de la Torre no disimulaba su avidez. \u8212?Sir John, es un traido
r y un delincuente \u8212?dijo\u8212?. \u161?Ha venido al baile, y os aseguro qu
e bailar\u225?! {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\par\pard\hyphpar }{\page } {\s1 \afs32
{\b
{\ql
Cap\u237?tulo XIII
{\line }
\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Cranston esperaba con impaciencia en la sala: durmi\u
243? un rato, luego se levant\u243?, abri\u243? la puerta y fue a buscar a Athel
stan. Lo encontr\u243? frente a la torre Wakefield, hablando con Colebrooke y co
n uno de los escribientes de la Torre, que tras escuchar atentamente {\i
lo} que Athelstan le dec\u237?a, asinti\u243? con la cabeza y se march\u243? a t
oda prisa. \u8212?\u191?D\u243?nde estabais, hermano? \u8212?Os pido disculpas,
sir John. Adi\u243?s, maese Colebrooke, y gracias. Athelstan cogi\u243? al airad
o forense por el brazo y dijo: \u8212?Vamos, sir John: ten\u237?a que solucionar
un asunto. \u8212?\u191?Qu\u233? asunto? \u8212?Todo llegar\u225?, sir John, to
do llegar\u225?. Salieron de la Torre, y Cranston acompa\u241?\u243? a Athelstan
a Eastcheap. En la esquina de Greychurch street, el forense se par\u243? y arra
str\u243? a Athelstan hacia la puerta de una taberna. \u8212?Hermano, debo regre
sar junto a lady Maude y los gemelos. Tengo trabajo en el ayuntamiento... \u8212
?Es decir, que ten\u233?is hambre y quer\u233?is entrar en el Cordero de Dios pa
ra comeros un pastel y beberos una jarra de cerveza, \u191?no? Cranston sonri\u2
43?. \u8212?\u161?Sois incre\u237?ble, hermano! \u161?Sab\u233?is leer el pensam
iento! \u8212?No, sir John. Lo que pasa es que os ruge el est\u243?mago. \u8212?
\u161?Ah, es eso! \u8212?Pero ir\u233?is a Southwark a la hora de v\u237?speras,
\u191?verdad? \u8212?Por supuesto, hermano. \u8212?Cranston se frot\u243? las m
anos\u8212?. Siempre he querido conocer al Santo, y tambi\u233?n me gustar\u237?
a ver esa milagrosa reliquia vuestra. \u8212?No es m\u237?a \u8212?le corrigi\u2
43? Athelstan, pero sir John ya iba hacia la taberna, despidi\u233?ndose con la
mano. Antes de ponerse en marcha, Athelstan se qued\u243? contemplando a una fil
a de meretrices, con la cabeza rapada, a las que hab\u237?an encontrado buscando
clientes dentro de los l\u237?mites de la ciudad. Ahora las paseaban por las ca
lles; delante de ellas iba un gaitero. Las prostitutas, atadas unas a otras y co
n vestidos amplios, iban escoltadas por un alguacil que llevaba un cesto de pesc
ado con las pelucas rojas de las mujeres; detr\u225?s iba un ni\u241?o tocando u
n tambor. Los segu\u237?a un regimiento de pilluelos, pensando qu\u233? diablura
pod\u237?an hacer. Despu\u233?s iban otros delincuentes: ladrones, carteristas,
descuideros... Iban atados detr\u225?s de unos carros, con las calzas por los t
obillos, y un sudoroso alguacil los azotaba con unas finas varas de fresno. Cuan
do la lamentable procesi\u243?n hubo pasado, Athelstan se dirigi\u243? al Puente
de Londres, y pas\u243? por debajo de las casas y tiendas construidas en cada u
no de sus lados. Se detuvo ante la capilla de Santo Tom\u225?s Becket, y decidi\
u243? entrar. Se qued\u243? junto a la puerta, quieto como un rat\u243?n, contem
plando el enorme crucifijo que colgaba sobre el altar mayor. Estaba seguro de qu
e a Chapler lo hab\u237?an matado all\u237?; deb\u237?a decirle al padre prior q
ue deb\u237?an consagrar y santificar de nuevo la iglesia. Cerr\u243? los ojos y
rez\u243? por Chapler y las otras v\u237?ctimas; despu\u233?s dijo una oraci\u2
43?n por sir John y por \u233?l mismo. Esperaba que el Santo ayudara a aclarar e
l falso milagro de San Erconwaldo. Athelstan sali\u243? de la capilla, cruz\u243
? el puente y, una vez en Southwark, se meti\u243? en el laberinto de callejones
que conduc\u237?a a San Erconwaldo. Hab\u237?a rezado para que se produjera un
milagro y Watkin y sus compinches hubieran entrado en raz\u243?n; pero cuando ll
eg\u243? a San Erconwaldo, comprob\u243? que la situaci\u243?n era peor de lo qu
e imaginaba. Hab\u237?an montado unas casetas junto a la escalinata de la iglesi
a, y hab\u237?an llegado otros vendedores de reliquias. Cecily, la cortesana, ha
blaba con un joven de rostro cetrino dentro del cementerio, en cuyas puertas mon
taban guardia Watkin y Tab el calderero. A Athelstan le herv\u237?a la sangre de

rabia. \u8212?\u191?Me dej\u225?is eso? \u8212?le dijo a un peregrino que lleva


ba un largo bast\u243?n de fresno. El hombre parpade\u243?, abri\u243? la boca p
ara protestar, pero Athelstan ya le hab\u237?a quitado el bast\u243?n de las man
os, y se dirig\u237?a a grandes zancadas hacia la iglesia, dando golpes de bast\
u243?n a derecha e izquierda, ahuyentando a mercachifles y vendedores de reliqui
as. El joven que estaba hablando con Cecily, al ver a Athelstan hecho un basilis
co, ech\u243? a correr como un galgo hacia el callej\u243?n m\u225?s cercano; lo
s que esperaban a que los dejaran entrar en el cementerio se lo pensaron mejor y
retrocedieron, nerviosos. \u8212?\u161?Hermano! \u8212?grit\u243? Watkin sacand
o pecho. Athelstan vio que ya se hab\u237?a bebido parte de los beneficios obten
idos\u8212?. \u161?Ya basta, hermano! \u8212?\u161?\u201?sta es la casa de Dios!
\u8212?bram\u243? Athelstan agitando el bast\u243?n, que Watkin atrap\u243? h\u
225?bilmente\u8212?. \u161?Echad a los vendedores de reliquias, y a todos los qu
e se aprovechan de la debilidad y la avaricia de los hombres, de la puerta de mi
iglesia! \u8212?Deber\u237?ais bendecir nuestra reliquia, hermano. \u8212?S\u23
7?, ya lo creo que la voy a bendecir. \u8212?Athelstan se\u241?al\u243? a Watkin
con el dedo \u237?ndice y a\u241?adi\u243?\u8212?: No os preocup\u233?is por es
o; os espero a todos aqu\u237? a la hora de v\u237?speras, y no se hable m\u225?
s de este asunto. A continuaci\u243?n se dirigi\u243? a las cuadras, donde {\i
Philomel}, apoyado en la pared, mascaba perezosamente, como siempre. Athelstan h
abl\u243? un poco con \u233?l, y luego fue a la casa parroquial, que estaba limp
ia y ordenada. {\i
Buenaventura} hab\u237?a salido a cazar. \u8212?\u161?O a visitar esa condenada
reliquia! \u8212?murmur\u243? Athelstan. Se sent\u243? en un taburete y cerr\u24
3? los ojos, respirando hondo para tranquilizarse. Bebi\u243? un poco de cerveza
, comi\u243? un poco de pan con queso y subi\u243? al desv\u225?n, donde se puso
a leer el libro de Richard de Wallingford, admirando los excelentes dibujos. \u
8212?Cuando hayamos resuelto este asunto \u8212?dijo Athelstan en voz alta\u8212
?, le pedir\u233? unas vacaciones al padre prior. Ir\u233? a San Albans a ver el
reloj de Wallingford. Cerr\u243? el libro y suspir\u243?. No se atrev\u237?a a
hablar con el padre prior; todav\u237?a estaba preocupado por la reciente visita
del hermano Niall e intu\u237?a que iba a pasar algo que cambiar\u237?a su vida
. Se tumb\u243? en la cama y se puso a pensar en Alcest: Athelstan estaba conven
cido de que el escribano era un asesino, pero \u191?de qu\u233? muertes era culp
able? El fraile repas\u243? lentamente los hechos. \u161?Algo no encajaba! Fue e
numerando los problemas mentalmente, sin necesidad de escribirlos. Ten\u237?a un
a soluci\u243?n, pero \u191?ten\u237?a las pruebas? \u8212?Tendr\u233? que esper
ar \u8212?murmur\u243?. {\i
Buenaventura}, que hab\u237?a aparecido silenciosamente, salt\u243? a la cama y
se sent\u243? junto a su amo\u8212?. Dormir\u233? un poco \u8212?dijo el fraile.
Athelstan se despert\u243? al o\u237?r unos fuertes golpes en la puerta, y a al
guien que lo llamaba. Se levant\u243?, baj\u243? la escalera y abri\u243? la pue
rta de la casa parroquial: eran Benedicta y Alison Chapler. \u8212?\u161?Pasad!
Las hizo sentarse a la mesa y les sirvi\u243? cerveza y un poco de pan con queso
. \u8212?Hermano \u8212?dijo Alison\u8212?, tendr\u233?is que disculparme, pero
he venido a despedirme. \u8212?\u191?Os march\u225?is ahora? \u8212?No, ma\u241?
ana temprano. Regreso a Epping. \u191?Y el asesino de mi hermano? \u191?Lo hab\u
233?is apresado? \u8212?Alcest est\u225? bajo arresto en la Torre \u8212?contest
\u243? Athelstan\u8212?. Todav\u237?a tenemos que interrogarlo, pero... \u8212?E
sboz\u243? una sonrisa y a\u241?adi\u243?\u8212?: Pod\u233?is marcharos ma\u241?
ana por la ma\u241?ana; estoy seguro de que sir John no os lo impedir\u225?. \u8
212?Watkin nos ha dicho que estabais furioso \u8212?coment\u243? Benedicta. \u82
12?Watkin todav\u237?a no me ha visto furioso \u8212?replic\u243? Athelstan\u821
2?. Benedicta, quedaos hasta la hora de v\u237?speras, porque lo que va a sucede
r podr\u237?a interesaros. Y vos tambi\u233?n, se\u241?ora Alison. Quiz\u225? de
spu\u233?s pod\u225?is contarlo en Epping. \u191?Os quedar\u233?is all\u237? cua
ndo regres\u233?is? \u8212?Quiz\u225?s \u8212?Alison le devolvi\u243? la sonrisa
al fraile\u8212?, aunque tal vez regrese a Norfolk. \u8212?Ah, \u191?s\u237?? \
u8212?Athelstan cambi\u243? de tema y pregunt\u243?\u8212?: \u191?Sab\u233?is lo
de maese Lesures? \u8212?\u191?El se\u241?or de los pergaminos? \u8212?dijo Ali

son con una mueca de disgusto\u8212?. Edwin me cont\u243? que le gustaban los jo
vencitos; era perezoso e incompetente, y no le preocupaba mucho su trabajo. Alce
st hac\u237?a con \u233?l lo que quer\u237?a, como con los dem\u225?s. \u8212?Vu
estro hermano ten\u237?a raz\u243?n. Athelstan se acerc\u243? a la ventana y se
dio cuenta de que hab\u237?a dormido m\u225?s de lo que cre\u237?a. Se qued\u243
? un rato con las mujeres; Alison le hablaba de las misas por su difunto hermano
. Athelstan no la escuchaba, estaba cansado, y se sobresalt\u243? cuando Cransto
n irrumpi\u243? en la cocina, saludando a gritos a Benedicta y a Alison. \u8212?
\u191?Ha llegado ya ese desgraciado? \u8212?pregunt\u243?; cogi\u243? la jarra d
e cerveza que hab\u237?a en la mesa y se puso a beber. \u8212?Si os refer\u237?s
al Santo \u8212?dijo Athelstan con enojo\u8212?, no, se\u241?or: todav\u237?a n
o ha llegado. \u8212?No creo que tarde. \u161?Escuchad! \u8212?Cranston se quit\
u243? el gorro de castor y lade\u243? la cabeza\u8212?. \u161?Debe de estar al l
legar, hermano! Athelstan oy\u243? las campanas de Santa Mar\u237?a Overy llaman
do a v\u237?speras a los escasos fieles de Southwark. Benedicta y Alison, intrig
adas por el estado de \u225?nimo del forense, lo miraron, expectantes, cuando la
s campanas dejaron de tocar. \u8212?No vendr\u225? \u8212?se lament\u243? Cranst
on\u8212?. Seguro que el Vicario del Infierno ha huido de la ciudad y se ha esco
ndido en los bosques. Athelstan mir\u243? hacia la puerta y peg\u243? un brinco.
Alguien hab\u237?a entrado en la casa, y estaba plantado en el umbral como un f
antasma. \u8212?\u191?Sois el Santo? \u8212?pregunt\u243? Athelstan. Mir\u243?,
fascinado, al individuo vestido con calzas, casaca y capa grises que avanzaba ha
cia \u233?l con los brazos extendidos. \u8212?Hermano Athelstan \u8212?dijo el S
anto con una dulce voz. Athelstan le estrech\u243? la mano. \u8212?Soy el Santo.
Cranston contemplaba, anonadado, a aquel legendario personaje de los bajos fond
os de Londres; era un hombre jovial, de rostro angelical, con ojos risue\u241?os
y mejillas sonrosadas. \u8212?Parec\u233?is sorprendido, sir John. Cranston le
estrech\u243? la mano al Santo, que ten\u237?a una fuerza sorprendente. \u8212?N
o apret\u233?is demasiado, se\u241?or forense \u8212?le suplic\u243? el Santo\u8
212?. Me gano la vida con los dedos. \u8212?Un d\u237?a, esos dedos os llevar\u2
25?n a la horca \u8212?repuso Cranston con brusquedad. \u8212?Sir John, lo \u250
?nico que hago es ayudar a la gente rica y est\u250?pida a desprenderse de su di
nero. \u8212?Todav\u237?a se habla de las coronas de espino que vend\u237?ais \u
8212?le record\u243? Cranston\u8212?. Yo mismo vi una, que hasta ten\u237?a manc
has de sangre. \u8212?Una obra de arte \u8212?replic\u243? el Santo\u8212?, una
verdadera obra de arte. Al fin y al cabo, \u191?qu\u233? es una reliquia? Yo ofr
ezco a la gente lo que quiere ver, ayudo a los fieles a rezar \u8212?continu\u24
3?\u8212?, a concentrarse en lo sobrenatural. \u8212?Y al mismo tiempo, os enriq
uec\u233?is. \u8212?Todo trabajador merece una paga, sir John. \u8212?El Santo s
e volvi\u243? y dijo\u8212?: \u191?Qui\u233?nes son estas hermosas damas? Athels
tan hizo las presentaciones pertinentes. Cuando termin\u243?, llamaron a la puer
ta, y Watkin entr\u243? tambale\u225?ndose. \u8212?Bueno, padre, ya estamos list
os \u8212?anunci\u243?\u8212?. \u191?Qui\u233?n es \u233?ste? \u8212?Buenas noch
es, Watkin. \u8212?Cranston le puso una mano en el hombro al basurero\u8212?. \u
191?D\u243?nde est\u225?n vuestros modales? \u191?Acaso no somos amigos? Watkin
solt\u243? un ruidoso eructo. \u8212?\u201?ste es un amigo m\u237?o \u8212?dijo
Athelstan se\u241?alando al Santo\u8212?; ha venido a ver vuestro crucifijo mila
groso. \u8212?No est\u225? a la venta. \u8212?Watkin, desconfiado, fulmin\u243?
con la mirada al visitante. \u8212?No, no me interesa comprarlo, se\u241?or. Per
o vamos, se hace tarde, y el tiempo es oro. \u8212?\u191?Hab\u233?is vaciado el
cementerio? \u8212?pregunt\u243? Athelstan. \u8212?S\u237?, padre \u8212?contest
\u243? Watkin. Athelstan fue el primero en salir, y los gui\u243? por el patio h
asta la entrada techada del camposanto. El crucifijo milagroso se alzaba sobre u
n altar de ladrillos y terrones construido por los feligreses, sobre el que los
visitantes hab\u237?an colocado velas encendidas. \u8212?Impresionante \u8212?mu
rmur\u243? Cranston\u8212?. Hasta se ven las manchas rojas de sangre sobre un ma
r de fuego. El Santo fue hacia el altar y, antes de que Watkin u otro feligr\u23
3?s pudiera imped\u237?rselo, derrib\u243? unas cuantas velas, cogi\u243? el cru
cifijo y lo baj\u243?. \u8212?\u161?Ponedlo donde estaba! \u8212?grit\u243? Pike
, haci\u233?ndose o\u237?r por encima de un coro de amenazas. \u8212?\u161?Apart

aos! \u8212?orden\u243? Cranston. El Santo examin\u243? meticulosamente el cruci


fijo mientras Athelstan miraba las manchas de sangre que cubr\u237?an la cara y
el cuerpo del Salvador. \u8212?Es sangre \u8212?declar\u243?. \u8212?S\u237?, si
n duda \u8212?confirm\u243? el Santo. \u8212?\u191?C\u243?mo lo han hecho? El Sa
nto examin\u243? la figura, y a continuaci\u243?n la cruz. \u8212?No hay ninguna
palanca ni ning\u250?n cierre secretos \u8212?murmur\u243?\u8212?. Y la figura
es s\u243?lida, de buena madera. \u8212?Ech\u243? un vistazo al grupo\u8212?. Va
a hacer una noche preciosa \u8212?coment\u243?, y se\u241?al\u243? hacia el cie
lo\u8212?, una noche templada y agradable. \u8212?\u191?Qu\u233? tiene eso que v
er? \u8212?pregunt\u243? Hig, el porquero. \u8212?He dicho que va a hacer una he
rmosa noche. Sin embargo, si estuviera lloviendo o nevando... \u8212?Se fij\u243
? en los ojos del Cristo crucificado\u8212?. \u191?Qui\u233?n ha tallado esta fi
gura? Huddle el pintor se adelant\u243? t\u237?midamente, evitando mirar a Athel
stan. \u8212?Sois un artista excelente \u8212?afirm\u243? el Santo, con una sonr
isa en los labios\u8212?. Pero decidme, se\u241?or, \u191?se habr\u237?a obrado
el milagro si hubiera estado lloviendo o nevando? \u8212?\u191?Qu\u233? tonter\u
237?as son \u233?sas? \u8212?pregunt\u243? Cranston. El Santo le entreg\u243? el
crucifijo a Athelstan y sac\u243? una moneda de oro de su bolsa. \u8212?Una for
tuna \u8212?susurr\u243?\u8212?. M\u225?s oro {\i
del} que vos jam\u225?s ver\u233?is, y ser\u225? vuestro, con una condici\u243?n
. Hermano Athelstan... \u8212?No se volvi\u243?, pero mantuvo el brazo extendido
\u8212?. Cuando ven\u237?a hacia aqu\u237?, pas\u233? por la taberna El Picazo.
Os dir\u233? lo que vamos a hacer: voy a meter ese crucifijo en una cuba de agua
helada (seguro que el tabernero tiene una), y ver\u233?is c\u243?mo ma\u241?ana
por la ma\u241?ana, cuando saquemos el crucifijo del agua, ya no saldr\u225? sa
ngre. Pero si cuando yo regrese sigue saliendo sangre, este oro ser\u225? para v
uestros feligreses, y declarar\u233? que \u233?sta es una de las mayores reliqui
as de la cristiandad. Os la comprar\u233? \u8212?a\u241?adi\u243? elevando el to
no de voz\u8212? por quinientas libras. Huddle apart\u243? la mirada, Watkin y P
ike retrocedieron y se mezclaron con el grupo de feligreses. Sus ayudantes, Tab
el calderero, Hig el porquero y Cecily, ya no parec\u237?an tan interesados. \u8
212?Pero \u191?c\u243?mo? \u8212?exclam\u243? el Santo\u8212?. \u191?Insinu\u225
?is que el buen Dios permitir\u237?a que una simple tina de agua y un s\u243?tan
o polvoriento impidieran un gran milagro como \u233?ste? \u8212?Se guard\u243? l
a moneda de oro en la bolsa. \u8212?\u191?D\u243?nde est\u225? el truco? \u8212?
Athelstan fue hacia Huddle y lo cogi\u243? por el jub\u243?n. El pintor, p\u225?
lido como la cera, gir\u243? la cabeza buscando a Watkin\u8212?. \u161?Dec\u237?
dselo a vuestro sacerdote! \u161?Vamos, dec\u237?dselo a vuestro sacerdote! \u82
12?Yo os dir\u233? c\u243?mo lo han hecho \u8212?proclam\u243? el Santo\u8212?.
Soltadlo, hermano. \u8212?Le puso el crucifijo en las manos a Athelstan\u8212?.
Mirad los ojos, hermano: aunque no los ve\u225?is, en ellos hay unos peque\u241?
os orificios, que comunican con una cavidad secreta; dentro de cada herida tiene
que haber una cavidad parecida. Pues bien, el agujero est\u225? cubierto con un
a fina capa de cera, Huddle prepar\u243? una poci\u243?n y la mezcl\u243? con la
sangre para que \u233?sta no se secara. Athelstan asinti\u243?, admirado. \u821
2?Si el crucifijo estuviera colgado en una iglesia fr\u237?a \u8212?continu\u243
? el Santo\u8212?, la cera se endurecer\u237?a, y la sangre y el tinte de la cav
idad se habr\u237?an acabado secando. Cuanto m\u225?s tiempo permaneciera all\u2
37?, m\u225?s se endurecer\u237?a. \u8212?\u161?Las velas! \u8212?exclam\u243? A
thelstan\u8212?. Cuando lo pusieron cerca de la pila bautismal, estaban encendid
as. \u8212?El calor hac\u237?a que la sangre y el tinte se licuaran \u8212?expli
c\u243? el Santo\u8212?. Y as\u237? se consigue un Jesucristo que sangra. \u8212
?Pero \u191?de d\u243?nde sale tanta sangre? \u8212?pregunt\u243? Cranston. \u82
12?Las cavidades pueden rellenarse. Athelstan se acerc\u243? a sus acobardados f
eligreses. \u8212?\u191?Por qu\u233?? \u8212?pregunt\u243?\u8212?. \u191?C\u243?
mo se os ha ocurrido hacer esta tonter\u237?a? \u191?Tan escasos and\u225?is de
dinero? \u161?Esto es una blasfemia! \u8212?Dec\u237?dselo \u8212?dijo Huddle; s
uplicante, a Watkin\u8212?. Padre \u8212?continu\u243? el pintor\u8212?, confies
o que fue idea m\u237?a. Un pintor de G\u233?nova hab\u237?a hecho algo parecido
; me lo cont\u243? un marinero en la taberna El Picazo, yo se lo cont\u233? a Wa

tkin... Los feligreses se apartaron del basurero, que se puso a protestar. \u821
2?\u161?Siempre hab\u233?is querido ser el jefe del consejo del distrito! \u8212
?grit\u243? Pike\u8212?. \u161?Decidle la verdad al padre! Watkin dio un paso ad
elante, como un ni\u241?o peque\u241?o. \u8212?Lo hicimos por vos, padre \u8212?
declar\u243? encogi\u233?ndose de hombros\u8212?. Aunque debo admitir, padre, qu
e me he gastado alg\u250?n dinero del recaudado en la taberna... \u8212?\u161?Es
o es un delito! \u8212?exclam\u243? Cranston. Athelstan pidi\u243? silencio. \u8
212?\u191?Vos lo sab\u237?ais, Benedicta? \u8212?pregunt\u243?. La mujer neg\u24
3? con la cabeza. \u8212?Creo que deber\u237?ais preguntarles por qu\u233?, aunq
ue yo ya sospecho la raz\u243?n. \u8212?Hemos o\u237?do decir que vais a marchar
os \u8212?dijo Watkin\u8212?. Cu\u225?ndo el forense y vos regresasteis de Westm
inster, tras solucionar aquel sucio asunto, sir John estuvo bebiendo en El Picaz
o, lament\u225?ndose de vuestra partida. \u8212?\u191?Y? \u8212?pregunt\u243? Cr
anston. \u8212?Quer\u237?amos entregaros el dinero a vos \u8212?declar\u243? Wat
kin, desafiante. \u8212?Pero \u161?c\u243?mo...! \u8212?No, no pretend\u237?amos
sobornaros \u8212?a\u241?adi\u243? Tab el calderero\u8212?. Quer\u237?amos pedi
ros que se lo llevarais al regente de nuestra parte, sir John, como un regalo. \
u8212?Se pas\u243? la lengua por los labios\u8212?. Y si no al regente, al alcal
de o a alg\u250?n regidor que tuviera influencia sobre el padre prior. Athelstan
mir\u243? a sus feligreses y les previno: \u8212?No mint\u225?is. \u8212?No est
amos mintiendo, padre \u8212?contestaron ellos a coro. \u8212?\u191?Jur\u225?is
todos \u8212?dijo Athelstan elevando la voz\u8212? que es \u233?sa y no otra la
raz\u243?n por la que lo hicisteis? \u191?Lo jur\u225?is por la cruz y por las v
idas de vuestros hijos? Los feligreses asintieron. \u8212?De todos modos, no obr
asteis bien \u8212?declar\u243? Athelstan sacudiendo la cabeza\u8212?. Obrasteis
muy mal, y deb\u233?is arrepentiros. \u8212?Le lanz\u243? el crucifijo a Huddle
y dijo\u8212?: \u161?Quemadlo! Dir\u233?is a los curiosos que las velas quemaro
n la madera, que Dios lo quem\u243? con su fuego. \u8212?Lo har\u233? ahora mism
o, padre. Huddle corri\u243? con el crucifijo bajo el brazo hacia un peque\u241?
o cercado de ladrillos que hab\u237?a detr\u225?s de la iglesia, donde Athelstan
quemaba la maleza. \u8212?Sir John recoger\u225? todo el dinero \u8212?continu\
u243? Athelstan\u8212?, hasta el \u250?ltimo penique; lo guardar\u225? y lo llev
ar\u225? a uno de los asilos de la ciudad. Por lo dem\u225?s, tengo que agradece
rle... \u8212?Se volvi\u243?, pero el Santo hab\u237?a desaparecido. \u8212?\u16
1?Sir John! \u161?Sir John! \u8212?Flaxwith, sudoroso, entr\u243? corriendo en e
l cementerio, con {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} trotando tras \u233?l\u8212?. \u161?Ten\u233?is que ir a la Torre, sir John!
\u161?El escribano, Alcest, ha sufrido un ataque! Maese Colebrooke dice que ha s
ido algo imprevisto. Athelstan dio unas cuantas \u243?rdenes a Watkin y a Benedi
cta. \u8212?Yo os llevar\u233? \u8212?se ofreci\u243? Moleskin, el barquero. Sir
John acept\u243? el ofrecimiento, y se dirigieron todos a la orilla del r\u237?
o. Se api\u241?aron en la barca de Moleskin; {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} se coloc\u243? en la proa, con las enormes mand\u237?bulas entreabiertas y lo
s ojos cerrados, disfrutando de la fresca brisa nocturna. \u8212?\u161?Estoy seg
uro de que ese maldito perro piensa! \u8212?murmur\u243? Cranston. Mir\u243? sev
eramente a Moleskin, que estaba sentado enfrente de \u233?l, remando. \u8212?Nue
stra intenci\u243?n era buena \u8212?dijo el barquero\u8212?. De verdad, sir Joh
n: no podemos permitir que el hermano Athelstan nos deje. \u8212?\u161?Silencio!
Athelstan mir\u243? al oscuro cielo y dijo: \u8212?Al parecer, Maese Colebrooke
se ha excedido en su trabajo. \u8212?No, no. Ha ocurrido otras veces \u8212?rep
uso Cranston\u8212?. Alcest era escribano; a veces son los m\u225?s j\u243?venes
y los aparentemente fuertes los que sucumben, no al dolor f\u237?sico, sino a l
a tortura mental. Alcest no ser\u225? el primero, ni el \u250?ltimo, que muera d
e miedo. Cranston y Athelstan se pusieron c\u243?modos, mientras Moleskin guiaba
su bote por entre barcazas de grano, barcas de pesca y esquifes, algunos con lo
s faroles ya encendidos. Finalmente llegaron a la Torre. Moleskin, deseoso de ay

udar, los dej\u243? en el muelle y prometi\u243? que los esperar\u237?a all\u237


?. Cranston, Athelstan y Flaxwith desembarcaron, pero {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} se neg\u243? a bajar del bote. \u8212?\u161?Perro traidor! \u8212?susurr\u243
? el alguacil. \u8212?No dig\u225?is eso \u8212?dijo Athelstan\u8212?, Moleskin
siempre lleva una salchicha en su bolsa, y si yo soy capaz de oler\u237?a, segur
o que {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} tambi\u233?n la ha olido. Tomaron el sendero adoquinado y cruzaron el foso. L
as puertas estaban cerradas, pero un centinela provisto de una antorcha abri\u24
3? una poterna y los condujo hasta la torre Verde. All\u237? los esperaba Colebr
ooke, sentado en la escalera de la gran torre del Homenaje normanda. \u8212?\u16
1?Hab\u233?is sido demasiado duro con \u233?l! \u8212?le reprendi\u243? Cranston
. \u8212?Os aseguro que apenas hab\u237?amos empezado, sir John \u8212?replic\u2
43? Colebrooke poni\u233?ndose en pie\u8212?. Lo hab\u237?a atado a la pared, lo
s interrogadores le pusieron un hierro al rojo en el brazo, y de pronto el escri
bano empez\u243? a sacudirse como una mu\u241?eca de trapo, y empez\u243? a sali
rle sangre por la nariz. Est\u225? casi inconsciente; os conducir\u233? hasta \u
233?l. Cranston orden\u243? a Flaxwith que esperara fuera, y el fraile y \u233?l
bajaron con Colebrooke por la mohosa escalera hasta el enorme y oscuro laberint
o de las mazmorras de la Torre. Encontraron a Alcest en uno de los calabozos, tu
mbado sobre un mont\u243?n de paja limpia. Athelstan se agach\u243? junto a \u23
3?l. Vio que Alcest ten\u237?a un cardenal en la mejilla derecha, y sangre seca
alrededor de la nariz y en las comisuras de la boca. El escribano ten\u237?a los
pies y las manos fr\u237?os como el hielo. Athelstan le busc\u243? el pulso en
el cuello, y comprob\u243? que era lento y d\u233?bil. El fraile se\u241?al\u243
? una vela de sebo que hab\u237?a sobre la mesa. \u8212?\u161?Encended esa vela!
\u8212?orden\u243?. Colebrooke obedeci\u243?, y encendi\u243? tambi\u233?n una
antorcha que hab\u237?a en un aplique de la pared, encima de la puerta. Le dio l
a vela a Athelstan, que la dej\u243? arder un rato y luego la apag\u243?; entonc
es puso la mecha humeante bajo la nariz de Alcest. El pestilente humo hizo que A
lcest abriera los p\u225?rpados. \u8212?Maese Alcest \u8212?le susurr\u243? Athe
lstan al o\u237?do\u8212?. Maese Alcest, est\u225?is muy enfermo. \u8212?Un sace
rdote \u8212?murmur\u243? Alcest\u8212?. Padre, me duele mucho la cabeza. \u161?
Un dolor espantoso! No es la primera vez que tengo estos dolores; a veces, por l
a noche \u8212?balbuce\u243?\u8212?, padre, no me siento los pies ni las manos.
Esto est\u225? muy oscuro y fr\u237?o. \u8212?Cerr\u243? los ojos\u8212?. Confes
adme, padre; confesadme antes de que muera. Athelstan mir\u243? por encima del h
ombro. \u8212?Dejadnos solos \u8212?orden\u243?. Cranston sali\u243? con Colebro
oke al pasillo; luego se reunieron con Flaxwith, que estaba fuera, mirando con t
risteza hacia el r\u237?o. \u8212?Lo siento, sir John \u8212?confes\u243? Colebr
ooke\u8212?. No es la primera vez que me ocurre. A veces, incluso antes de empez
ar, se les rompe una vena de la cabeza o del cuello, y dejan de sentir las extre
midades. \u8212?\u191?Ten\u233?is un m\u233?dico?-pregunt\u243? Cranston. \u8212
?S\u237?, pero es un borracho. Ahora est\u225? durmiendo en su c\u225?mara. Ser\
u237?a incapaz de abrir una puerta, y mucho menos de examinar a un hombre. Crans
ton se acerc\u243? a mirar una de las m\u225?quinas de guerra que hab\u237?a en
el patio. \u8212?\u191?D\u243?nde est\u225? Mano Roja, el enano loco? \u8212?pre
gunt\u243?\u8212?. Lo conoc\u237? aqu\u237? hace unos a\u241?os, viv\u237?a en l
as mazmorras. \u8212?Muri\u243? de unas fiebres la primavera pasada \u8212?conte
st\u243? Colebrooke con tono lastimero. Se\u241?al\u243? el peque\u241?o cemente
rio que hab\u237?a cerca de capilla de San Pedro de Vincula\u8212?. Est\u225? en
terrado all\u237?. Cranston y Colebrooke siguieron charlando sobre personas que
ambos conoc\u237?an. El forense oy\u243? que Athelstan lo llamaba, y lo vio subi
r por la escalera de las mazmorras. \u8212?\u191?Lo hab\u233?is confesado?-pregu
nt\u243? sir John. \u8212?Su muerte ser\u225? m\u225?s dulce que su vida \u8212?
replic\u243? Athelstan\u8212?. No creo que aguante mucho, maese Colebrooke. Ya n
o hay necesidad de interrogarlo; dadle un poco de vino con alguna poci\u243?n qu

e le haga dormir, y ya no despertar\u225?. No lo mov\u225?is de donde est\u225?;


cuanto menos se mueva, menos sufrir\u225?. Cranston iba a darle las gracias al
guardi\u225?n de la Torre, pero Athelstan le interrumpi\u243?. \u8212?Un momento
, sir John \u8212?dijo\u8212?. \u191?D\u243?nde est\u225? el escribiente, maese
Colebrooke? \u8212?En la Torre Byward \u8212?contest\u243? Colebrooke. Athelstan
ech\u243? a correr hacia all\u237?, y regres\u243? al cabo de un rato. Pasando
por alto las miradas inquisitivas de Cranston, le dio las gracias a Colebrooke,
y a continuaci\u243?n se dirigi\u243? hacia el muelle con Cranston y Flaxwith. S
e estaba haciendo de noche, el fuerte viento arrastraba las nubes y el cielo se
estaba tapando sobre el r\u237?o. Athelstan se detuvo y mir\u243? hacia el cielo
. \u8212?No va a hacer una buena noche para contemplar las estrellas, sir John,
pero tenemos trabajo. \u8212?\u191?Qu\u233? trabajo? \u8212?pregunt\u243? Cranst
on\u8212?. Hermano, \u191?qu\u233? hab\u233?is descubierto? \u8212?No puedo dec\
u237?roslo, sir John. No puedo contarle a nadie lo que he o\u237?do bajo secreto
de confesi\u243?n. \u8212?Pero \u191?Alcest es el asesino? \u8212?Alcest es un
asesino, tan culpable como lo fue Judas. Athelstan fue hacia los escalones del e
mbarcadero, y esboz\u243? una sonrisa al comprobar que su profec\u237?a se hab\u
237?a cumplido: {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} estaba sentado en la barca, y le colgaba un trozo de salchicha de la boca. \u
8212?\u161?Por fin regres\u225?is! \u8212?exclam\u243? Moleskin\u8212?. Tem\u237
?a que cuando se terminara la salchicha empezara conmigo. Subieron a la barca. {
\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} se sent\u243? en el regazo de su amo, y empez\u243? a lamerle la cara. Molesk
in tom\u243? los remos y llev\u243? el bote a la otra orilla del r\u237?o. El vi
ento agitaba las aguas del T\u225?mesis, y todos se alegraron de llegar al embar
cadero de Southwark. Flaxwith quer\u237?a regresar a la ciudad, pero Athelstan l
e pidi\u243? que se quedara con ellos. \u8212?Se trata de Lesures, \u191?verdad?
\u8212?pregunt\u243? Cranston tir\u225?ndole de la manga a Athelstan mientras s
ub\u237?an por un callej\u243?n. \u8212?S\u237?, s\u237? \u8212?dijo Athelstan,
distra\u237?do\u8212?. Maese Lesures es responsable de muchas cosas. \u8212?Se d
etuvo al pasar por delante de la taberna El Picazo, y mir\u243? por una ventana\
u8212?. Quedaos aqu\u237? un momento, sir John. No entr\u233?is, os prometo que
no tardar\u233?. Antes de que Cranston pudiera protestar, Athelstan entr\u243? e
n la taberna; cuando sali\u243?, iba meti\u233?ndose algo en la bolsa. Cranston
vio que la sujetaba con cuidado, como si dentro hubiera algo de gran valor. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} El cementerio y los alrededores de la iglesia estaban
desiertos. Todav\u237?a ol\u237?a a quemado y a velas, pero los feligreses hab\
u237?an desmontado el altar del cementerio y ya no quedaba rastro del Santuario
del Crucifijo Milagroso. \u8212?Espero que Benedicta no se haya marchado \u8212?
murmur\u243? Athelstan. \u8212?Creo que no \u8212?replic\u243? Cranston\u8212?;
hay luz en una de vuestras ventanas, hermano. Encontraron a Benedicta y a Alison
sentadas a la mesa. Cranston no pudo contener un grito de j\u250?bilo al ver la
enorme olla de barro, llena de cerveza, que Benedicta deb\u237?a de haber tra\u
237?do de una taberna cercana. La mujer fue a la cocina a buscar jarras limpias
y puso cinco platos en la mesa, con trozos de queso y manzana. {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n}, con las orejas levantadas, mir\u243? a su alrededor. \u8212?\u161?Dios todop
oderoso! \u8212?exclam\u243? Cranston\u8212?. \u161?No permit\u225?is que {\i
Buenaventura} regrese precisamente ahora! \u8212?No vendr\u225? \u8212?repuso At
helstan\u8212?. Es un gato muy inteligente, y ya debe de haber olido a {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n}. Pero venid aqu\u237?, Henry: tengo un regalo para vos y para vuestra esposa.
Est\u225? arriba, en el desv\u225?n. Athelstan pas\u243? por alto las miradas c
uriosas de los dem\u225?s y acompa\u241?\u243? a Flaxwith a su dormitorio. Unos

minutos m\u225?s tarde el fraile regres\u243? solo, y se sent\u243? a la mesa; s


e santigu\u243?, meti\u243? los dedos en un cuenco de agua, se los sec\u243? en
un lienzo y bebi\u243? un sorbo de cerveza. Cranston se puso a hablar, vaticinan
do un cambio de tiempo, pero de pronto Benedicta le cogi\u243? la mano. \u8212?\
u161?Silencio, sir John! \u161?Escuchad! Todos prestaron atenci\u243?n. \u8212?\
u161?Oh, no! \u8212?gru\u241?\u243? Cranston\u8212?. \u191?Hab\u233?is o\u237?do
eso, hermano? El fraile dej\u243? de comer. \u8212?\u161?Es alguien con espuela
s! \u8212?exclam\u243? Benedicta\u8212?. \u161?Est\u225? fuera! \u8212?No puede
ser Alcest \u8212?observ\u243? Alison. \u8212?No, claro que no es Alcest, Alison
. \u8212?Athelstan se inclin\u243? hacia ella y le sujet\u243? la mano\u8212?. Y
, aunque Alcest es un asesino, s\u243?lo es culpable de una{\b
}muerte, \u191?verdad, se\u241?ora? \u8212?\u191?C\u243?mo dec\u237?s, padre? \
u8212?Ya me hab\u233?is o\u237?do \u8212?replic\u243? Athelstan\u8212?. Se\u241?
ora{\b
}Alison, Alcest mat\u243? a un escribano, \u161?pero vos {\i
hab}{\i
\u233?}{\i
i{\b
s}}{\b
}matado a cuatro! {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\par\pard\hyphpar }{\page } {\s1 \afs32
{\b
{\ql
Cap\u237?tulo XIV
{\line }
\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Alison quiso levantarse, pero Athelstan la sujet\u243
? con fuerza y se lo impidi\u243?. \u8212?\u191?Cu\u225?l es vuestro verdadero n
ombre? \u8212?pregunt\u243? el fraile. \u8212?Alison Chapler, por supuesto. Soy
la hermana de Edwin. Cranston, que estaba de pie detr\u225?s de la mujer, sacudi
\u243? la cabeza, pero Athelstan no le hizo caso. Benedicta permaneci\u243? sent
ada, con la boca abierta, y Flaxwith se sent\u243? en un taburete, en un rinc\u2
43?n; se puso a {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} en el regazo y empez\u243? a acariciarle las orejas. \u8212?He ido a la Torre
\u8212?explic\u243? Athelstan\u8212?; en esa l\u250?gubre fortaleza hay una sal
a donde se guardan registros de impuestos que se remontan a varias d\u233?cadas.
Es muy interesante: los \u171?recaudadores de impuestos son muy diligentes anot
ando los detalles, y en esos documentos constan el domicilio y la ocupaci\u243?n
de la gente. Pues bien, en 1362 aparece una familia de Bishop's Lynn, Norfolk.
El padre, la madre, su hijo Edwin y su hija Alison, una ni\u241?a de s\u243?lo t
res a\u241?os. \u8212?Ver\u233?is, padre... \u8212?No, no \u8212?la interrumpi\u
243? Athelstan\u8212?. Le ped\u237? al escribiente que buscara el registro de 13
65, y comprob\u233? que dos miembros de la familia hab\u237?an muerto: el padre
de Edwin y su hermana Alison. Si lo dese\u225?is, puedo pedirle a sir John que e
nv\u237?e a alguien a investigar vuestro pasado. Alison, que hab\u237?a palideci
do, neg\u243? con la cabeza. \u8212?Ah, por cierto \u8212?coment\u243? el fraile
\u8212?, ese tintineo que hab\u233?is o\u237?do era el de un par de espuelas que
le he pedido prestadas al tabernero del Picazo. Maese Flaxwith ha subido al des
v\u225?n, les ha atado un trozo de cuerda y las ha bajado por la ventana. Las ha
sacudido con fuerza desde arriba, para que pareciera que hab\u237?a alguien con
espuelas pase\u225?ndose por fuera. Anoche vos hicisteis lo mismo en casa de Be
nedicta. Bajasteis esas espuelas por la ventana, desde la c\u225?mara que hay en
cima del sal\u243?n, y tirasteis con fuerza de la cuerda; pero antes dejasteis v
uestro \u250?ltimo acertijo, fingiendo que lo hab\u237?an hecho pasar por debajo
de la puerta. \u8212?Creo que os equivoc\u225?is. \u8212?No me equivoco, se\u24
1?ora. Me dej\u243? intrigado que, en vuestra discusi\u243?n con el consejo del
distrito, demostrarais conocer a la perfecci\u243?n una leyenda de Norfolk, la d
e la Bruja Buena. \u8212?Edwin me la cont\u243?. \u8212?No lo creo, se\u241?ora

Alison. No puedo demostrarlo, pero a juzgar por el hecho de que sois costurera,
vuestro conocimiento de las moralidades y de los trucos empleados por los actore
s, como el uso de sangre falsa, yo dir\u237?a que sois hija de c\u243?micos itin
erantes. Creo que Edwin os conoci\u243? y se enamor\u243? de vos. \u8212?Entonce
s, \u191?por qu\u233? no nos casamos? \u8212?Vamos, Alison, o como quiera que os
llam\u233?is; todos sabemos que los escribanos reales que se casan, a menos que
tengan un rango elevado, no consiguen f\u225?cilmente el ascenso. Por otra part
e, \u8212?Athelstan se interrumpi\u243? un instante y recogi\u243? unas migas de
la mesa\u8212?, no s\u233? por qu\u233? Edwin quiso mantener vuestro pasado en
secreto y proporcionaros otra identidad. \u8212?Hermano, yo no estaba en Londres
cuando mataron a algunos de esos hombres. \u8212?Empecemos por el principio \u8
212?dijo Athelstan apartando su plato y bebiendo un sorbo de cerveza\u8212?. Edw
in Chapler naci\u243? en Bishop's Lynn, Norfolk, y sus padres y su hermana murie
ron. Me imagino que estudi\u243? en la escuela de la Catedral de Norwich; era un
alumno muy aplicado y capacitado, y despu\u233?s lo enviaron a Oxford o Cambrid
ge. \u8212?A Cambridge \u8212?confirm\u243? la mujer. \u8212?All\u237?, o poco d
espu\u233?s, fue donde os conoci\u243?. Vos os convertisteis en su hermana; form
abais una pareja tranquila y diligente, y os trasladasteis al peque\u241?o puebl
o de Epping, en Essex. Edwin lleg\u243? cargado de cartas de recomendaci\u243?n,
seguramente de alg\u250?n maestro de Cambridge, y consigui\u243? un empleo en l
a Canciller\u237?a de la Cera Verde. Vos permanecisteis en Epping, y Edwin alqui
l\u243? una sencilla buhardilla con vistas al alba\u241?al de la ciudad; pero de
vez en cuando ven\u237?ais a Londres a visitarlo. \u191?Tengo raz\u243?n, se\u2
41?ora? Alison no respondi\u243?. \u8212?Pues bien, lo que pudo haber sido el in
icio de una brillante carrera al servicio de la Corona \u8212?prosigui\u243? Ath
elstan\u8212? se convirti\u243? en una pesadilla. Chapler era un hombre muy honr
ado, y no tard\u243? en darse cuenta de que, pese a las bromas, el jolgorio y lo
s acertijos, Alcest y sus compa\u241?eros controlaban a Lesures y le hac\u237?an
chantaje, y mientras tanto comet\u237?an traici\u243?n vendiendo mandatos judic
iales y licencias a los delincuentes de los bajos fondos de Londres. Los escriba
nos ofrecieron a Chapler la posibilidad de participar en sus falsificaciones. Mu
chos habr\u237?an aceptado con gusto aquellos sobornos, pero Edwin era diferente
: \u233?l era un hombre \u237?ntegro. \u8212?Era un gran hombre \u8212?le interr
umpi\u243? Alison con los ojos llenos de l\u225?grimas\u8212?. Jam\u225?s le vi
levantar una mano para herir a nadie; pero s\u237?, hermano, para \u233?l Alcest
y sus amigos eran unos demonios del infierno, que se hab\u237?an dejado seducir
por los placeres de la carne. \u8212?Chapler os hablaba mucho de ellos, \u191?v
erdad? \u8212?pregunt\u243? Athelstan\u8212?. Os cont\u243? todas sus costumbres
y aficiones: c\u243?mo se vest\u237?an, qu\u233? beb\u237?an, a qu\u233? burdel
iban, que eran codiciosos y arrogantes. Y Edwin ten\u237?a sus escr\u250?pulos,
como cualquier hombre de bien: aquellos escribanos estaban cometiendo un delito
muy grave, y \u233?l, mediante su silencio, lo estaba aprobando. Alison asinti\
u243? con la cabeza y se sec\u243? las mejillas con el dorso de la mano. \u8212?
No estoy muy seguro de lo que sucedi\u243? a continuaci\u243?n \u8212?sigui\u243
? diciendo Athelstan\u8212?. Pero Edwin debi\u243? de quejarse; es posible que i
ncluso los amenazara. Alcest y los dem\u225?s se defendieron amenaz\u225?ndolo a
\u233?l, y no dijeron nada m\u225?s, hasta que un d\u237?a intentaron asesinarl
o poni\u233?ndole veneno en su copa de malvas\u237?a. \u8212?\u191?C\u243?mo con
sigui\u243? Chapler mantener en secreto su relaci\u243?n con Alison? \u8212?preg
unt\u243? Flaxwith, que no se hab\u237?a movido del rinc\u243?n. \u8212?Como ya
he dicho \u8212?respondi\u243? Athelstan\u8212?, se hac\u237?an pasar por herman
os. Alison viajaba a Londres vestida de hombre; de ese modo despistaba a sus vec
inos de Epping, y tambi\u233?n a los conocidos que pudieran tener en Londres. Ad
em\u225?s, as\u237? Alice estaba m\u225?s protegida cuando viajaba. He visitado
los aposentos de Chapler: eran sumamente sencillos, y sin embargo, \u233?l cobra
ba un buen salario. \u8212?Athelstan hizo un adem\u225?n abarcando toda la cocin
a\u8212?. Todo el mundo merece tener un hogar. Edwin y vos ten\u237?ais otra c\u
225?mara, \u191?verdad? Muy cerca de la Canciller\u237?a de la Cera Verde, quiz\
u225?s en Holywell, fuera de las murallas, o hacia el oeste de Clerkenwell. Pero
cuando Edwin enferm\u243?, vos, vestida de hombre, lo ibais a visitar a sus apo

sentos. Entonces os percatasteis de la gravedad de la situaci\u243?n: aquellos e


scribanos pensaban matar a Edwin. Le rogasteis que dimitiera, que abandonara la
Canciller\u237?a, pero Edwin era valiente y testarudo: se recuper\u243? y volvi\
u243? a su trabajo, de modo que Alcest y los dem\u225?s decidieron matarlo. De t
odos era sabido que a Edwin Chapler le gustaba ir a rezar a la peque\u241?a capi
lla de Santo Tom\u225?s Becket, en el Puente de Londres. Alcest organiz\u243? un
a fiesta; hab\u237?a comida, vino, prostitutas hermosas... Y entonces se puso la
capa, se tap\u243? la cabeza con la capucha y se escabull\u243? hasta el Puente
de Londres. Se qued\u243? all\u237? esperando a que apareciera Edwin, lo mat\u2
43? de un golpe en la cabeza y arroj\u243? su cad\u225?ver al T\u225?mesis. Alis
on agach\u243? la cabeza. Le temblaban los hombros. \u8212?Los caminos del Se\u2
41?or \u8212?observ\u243? Athelstan\u8212? son inescrutables. Los escribanos cre
yeron que podr\u237?an matar a aquel hombre honrado sin que nadie los acusara de
su muerte. Har\u237?an un juramento y tendr\u237?an testigos de que cuando muri
\u243? Edwin Chapler, o al menos la noche en que desapareci\u243?, ellos estaban
borrachos como cubas, y no habr\u237?an podido siquiera caminar. Pero no contar
on con la se\u241?ora Alison. Vos deb\u237?ais de estar todav\u237?a en Londres
la noche en que muri\u243? Edwin, y al ver que al d\u237?a siguiente \u233?l no
se reun\u237?a con vos, sospechasteis lo que hab\u237?a pasado. Lo amabais con t
oda vuestra alma, \u191?verdad? \u8212?continu\u243? Athelstan\u8212?. Su muerte
os doli\u243? mucho, y por eso planeasteis la venganza. \u8212?Pero si yo \u821
2?le interrumpi\u243? Alison levantando la cabeza y mostrando un rostro ba\u241?
ado en l\u225?grimas\u8212? llegu\u233? la ma\u241?ana que vos fuisteis a la Can
ciller\u237?a de la Cera Verde. Athelstan mir\u243? a sir John, con la esperanza
de que el forense lo apoyara en la mentirijilla que iba a decir: \u8212?No lo c
reo, se\u241?ora; sir John envi\u243? a un mensajero a Epping, quien nos confirm
\u243? que llevabais varios d\u237?as fuera del pueblo. Ah, no: preparasteis vue
stro plan con astucia. La ma\u241?ana que nos conocimos, vos ya hab\u237?ais tra
bajado mucho. Edwin os hab\u237?a hablado de las costumbres diarias de Peslep y
fuisteis a la taberna Tinta y Tintero vestida de hombre, imitando a Alcest con l
as espuelas. Peslep fue al excusado; en la taberna hab\u237?a mucho jaleo, y \u2
33?l estaba solo, as\u237? que os decidisteis. Cruzasteis el patio y lo apu\u241
?alasteis dos veces, una en el vientre y otra en el cuello, cuando \u233?l todav
\u237?a ten\u237?a las calzas por los tobillos. Athelstan le acerc\u243? una jar
ra de cerveza a Alison; la mujer bebi\u243? un sorbo, pero sin quitarle los ojos
de encima al fraile. \u8212?Cuando os traje aqu\u237?, a Southwark, la noche qu
e nos encontramos a William {\i
la Comadreja} por el camino, hicisteis un comentario sobre c\u243?mo hab\u237?a
muerto Peslep, apu\u241?alado y con las calzas por los tobillos. \u191?C\u243?mo
conoc\u237?ais ese detalle? \u8212?Vos me lo dijisteis. \u8212?No, se\u241?ora
\u8212?la interrumpi\u243? Cranston \u8212?. El hermano Athelstan y yo nunca rev
elamos a nadie los detalles de un asesinato. \u8212?Entonces debi\u243? de dec\u
237?rmelo otra persona. \u8212?No, se\u241?ora Alison. \u8212?Athelstan hizo una
pausa, para luego a\u241?adir\u8212?: Tambi\u233?n cometisteis otro error: el d
\u237?a que ung\u237? el cad\u225?ver de Edwin en la capilla, vos no hablasteis
de un asesino, sino de varios; me preguntasteis si \u171?los\u187? iban a atrapa
r y castigar. No fue m\u225?s que un peque\u241?o lapsus, pero cuando se produje
ron otras muertes y descubrimos el delito que hab\u237?an estado cometiendo los
escribanos, empec\u233? a sospechar. \u8212?Athelstan bebi\u243? otro sorbo de c
erveza\u8212?. Pues bien, matasteis a Peslep, regresasteis a vuestra c\u225?mara
privada, dondequiera que est\u233?, os pusisteis un vestido manchado de barro y
os dirigisteis al La\u250?d de Plata, fingiendo que acababais de llegar a Londr
es. A continuaci\u243?n fuisteis a la Canciller\u237?a de la Cera Verde, a donde
ya hab\u237?a llegado la noticia de la muerte de Edwin Chapler. Los escribanos
os consolaron; para ellos erais como cualquier otra mujer: una cara bonita y una
cabeza vac\u237?a. Sin embargo, vos sois una mujer muy h\u225?bil e inteligente
, una verdadera Salom\u233? danzando en medio de un grupo de inocentes. \u8212?A
thelstan esboz\u243? una sonrisa\u8212?. \u161?O quiz\u225? no tan inocente! Sab
\u237?ais lo de sus copas de malvas\u237?a; los escribanos os dejaron pasear por
la c\u225?mara, quiz\u225? examinar incluso la copa que hab\u237?a pertenecido

a Edwin. En el momento apropiado pusisteis una poci\u243?n en la copa de Ollerto


n: pensabais pagarles con la misma moneda. \u8212?Edwin os lo hab\u237?a contado
todo, \u191?verdad? \u8212?terci\u243? Cranston\u8212?. Y sobre todo, que a los
escribanos les gustaban las adivinanzas. Por eso redactasteis vos misma unos cu
antos acertijos; cada uno ofrec\u237?a una letra de la palabra {\i
poena}, que en lat\u237?n significa \u171?castigo\u187?. Estabais decidida a cas
tigar vos misma a los asesinos de vuestro hermano. \u8212?Yo estaba en Southwark
cuando encontraron el acertijo despu\u233?s de morir Ollerton. \u8212?Vamos, se
\u241?ora \u8212?dijo sir John d\u225?ndole unas palmaditas en el hombro\u8212?.
\u191?Quer\u233?is que interroguemos a los comerciantes que trabajan cerca de l
a Canciller\u237?a de la Cera Verde? Sin duda alg\u250?n aprendiz recordar\u225?
a un joven con capa y capucha, y con espuelas en las botas, que le entreg\u243?
una nota y le ofreci\u243? dinero para que la deslizara por debajo de la puerta
de la Canciller\u237?a a una determinada hora. \u8212?Nos pedisteis permiso par
a abandonar la ciudad \u8212?a\u241?adi\u243? Athelstan\u8212?, para que os crey
\u233?ramos en otro lugar. Pero en realidad no os habr\u237?ais marchado hasta h
aber terminado vuestra venganza. Alison cerr\u243? los ojos. \u8212?Matar a Elfl
ain fue muy f\u225?cil \u8212?prosigui\u243? el fraile\u8212?: hab\u237?a ido a
visitar a su prostituta favorita. Para matar a Napham comprasteis un cepo, entra
steis en su c\u225?mara por una ventana y lo escondisteis entre los juncos del s
uelo. Pero para Alcest no hubo acertijo. \u191?Qu\u233? le ten\u237?ais preparad
o a \u233?l? Sabiendo lo que sab\u237?ais, quiz\u225? pensabais dejar que los ju
eces del rey se encargaran de \u233?l. Al fin y al cabo, Alcest llevaba espuelas
. Seguramente Chapler os hab\u237?a dicho que \u233?l guardaba el dinero de sus
amigos, que alguien pod\u237?a encontrar. Alcest ser\u237?a el \u250?ltimo en mo
rir; de ese modo completar\u237?ais vuestro acertijo, y adem\u225?s, colmar\u237
?ais vuestros deseos de venganza. Alcest habr\u237?a sido v\u237?ctima de una ej
ecuci\u243?n espantosa. Benedicta, que estaba horrorizada, escuchando atentament
e, se inclin\u243? hacia delante y le toc\u243? la mano a Athelstan. \u8212?Pero
Alison me dijo que hab\u237?an visto a un hombre que encajaba con la descripci\
u243?n del asesino rondando la taberna en que ella se hospedaba. \u8212?S\u237?,
a m\u237? tambi\u233?n me lo dijo \u8212?repuso Athelstan\u8212?. Lo hizo para
que todo resultara m\u225?s misterioso,\u191?verdad? Para desviar las sospechas
de su persona. No, no. En alg\u250?n lugar de esta ciudad, la se\u241?ora Alison
tiene una c\u225?mara, en una casa o en una taberna, donde se reun\u237?a con E
dwin. All\u237? pod\u237?a cambiarse y ponerse calzas, capa, sombrero, botas de
montar y espuelas. Con ese disfraz fue a la taberna El La\u250?d de Plata para q
ue la vieran, para que nadie pensara que aquel misterioso forastero y ella eran
la misma persona. Athelstan mir\u243? a Alison, que hab\u237?a posado ambas mano
s sobre la mesa. \u8212?Sir John tiene pruebas suficientes para arrestaros y con
duciros a prisi\u243?n y a los jueces no van a faltarles motivos para condenaros
. Podemos demostrar \u8212?prosigui\u243? Athelstan contando con las yemas de lo
s dedos\u8212? que no sois Alison Chapler; descubriremos qui\u233?n sois en real
idad, y por qu\u233? os ocult\u225?is detr\u225?s de otro nombre y otra identida
d; buscaremos vuestra c\u225?mara secreta por toda la ciudad. Tambi\u233?n demos
traremos que os marchasteis de Epping mucho antes de lo que dec\u237?s. \u8212?Y
todav\u237?a hay m\u225?s \u8212?aport\u243? Cranston, rodeando la mesa hasta s
ituarse junto a Athelstan\u8212?. Seguramente encontraremos otras pruebas: un pa
r de espuelas, quiz\u225?, con un trozo de cuerda... Los abogados de la Corona q
uerr\u225?n saber c\u243?mo pod\u237?ais conocer los detalles de la muerte de Pe
slep, e interrogar\u225?n a los armeros de la ciudad hasta dar con el que os ven
di\u243? el cepo. \u8212?Cranston mostr\u243? las palmas de las manos y a\u241?a
di\u243?\u8212?: \u191?Qu\u233? vais a conseguir con vuestro silencio? Alison es
boz\u243? una sonrisa tan dulce que por un instante Athelstan dud\u243? que aque
lla mujer fuera capaz de matar ni una mosca. \u8212?\u191?Qu\u233? m\u225?s da?
\u8212?dijo Alison\u8212?. Edwin ha muerto; todos han muerto. \u8212?Su semblant
e se endureci\u243?\u8212?. \u191?Por qu\u233? no dejar\u237?an en paz a Edwin?
\u8212?Mir\u243? a Benedicta y a\u241?adi\u243?\u8212?: Yo se lo supliqu\u233?,
le supliqu\u233? que no les hiciera caso, que hiciera su trabajo y no se metiera
con ellos; pero Edwin era diferente, \u233?l era un buen hombre, un hombre dece

nte. \u8212?Mir\u243? a Athelstan\u8212?. \u191?No es extra\u241?o, padre, que l


os hombres buenos sean precisamente los que nos destrozan el coraz\u243?n? Prime
ro Edwin, y ahora vos. Quiz\u225?s eso demuestre que no podemos escapar a nuestr
o destino. \u8212?\u191?Qu\u233? quer\u233?is decir con eso? \u8212?pregunt\u243
? Cranston. \u8212?Mi padre era un buen hombre, un c\u243?mico de la legua. Tamb
i\u233?n estaba influenciado por las ense\u241?anzas de Wycliffe y los Lollards.
\u8212?He o\u237?do hablar de ellos \u8212?repuso Athelstan\u8212?: condenan la
corrupci\u243?n de la Iglesia. \u8212?Mi padre me ense\u241?\u243? a leer y a e
scribir \u8212?continu\u243? Alison\u8212?. Cuando empez\u243? a ense\u241?ar lo
arrestaron en Cambridge, y los jueces lo condenaron. Le hicieron una raja en la
lengua con un hierro al rojo. Mi padre muri\u243? en la c\u225?rcel cuando yo s
\u243?lo ten\u237?a doce a\u241?os. S\u243?lo Dios sabe qu\u233? habr\u237?a sid
o de m\u237?. Pero Edwin sol\u237?a ir a visitar a los prisioneros. \u8212?Respi
r\u243? hondo, conteniendo las l\u225?grimas\u8212?. Le di l\u225?stima, y se hi
zo responsable de mi buen comportamiento. Cuando me pusieron en libertad, me bus
c\u243? trabajo en su residencia. Despu\u233?s consigui\u243? un empleo con un c
omerciante, alquil\u243? unas habitaciones y me convert\u237? en su ama de llave
s. Edwin era muy valiente. Las autoridades eclesi\u225?sticas sospechaban de nos
otros, as\u237? que nos trasladamos; primero a Ely, y despu\u233?s a Epping. Me
enamor\u233? de Edwin, y viv\u237?amos como marido y mujer. Un cura nos cas\u243
? en secreto, pero nosotros nos hac\u237?amos pasar por hermanos. Entrelaz\u243?
los dedos de las manos y prosigui\u243?: \u8212?El resto ya lo sab\u233?is: Edw
in consigui\u243? un empleo en la Canciller\u237?a de la Cera Verde. Condenaba l
o que hac\u237?an los otros escribanos, y cre\u237?a que su deber era revelar aq
uella corrupci\u243?n a las autoridades. Ellos tomaron represalias contra Edwin,
por supuesto: primero le mataron el caballo, y despu\u233?s intentaron envenena
rlo. Yo sol\u237?a venir a Londres vestida de hombre, y ve\u237?a a Edwin en nue
stros aposentos secretos, cerca de San Albans. Yo tem\u237?a por Edwin y decid\u
237? ir a Londres; estaba aqu\u237? la noche que lo mataron. \u201?l quiso ir a
rezar, solo, a la capilla de Santo Tom\u225?s Becket. Al ver que no regresaba, m
e imagin\u233? lo que hab\u237?a pasado. Se apart\u243? el cabello de la cara y
prosigui\u243?: \u8212?Me alegro de haber hecho justicia. Yo dej\u233? los acert
ijos para que a los escribanos les entrara miedo. Quer\u237?a que probaran la mi
sma medicina que ellos le hab\u237?an dado al pobre Edwin. \u8212?Mir\u243? a At
helstan y le sonri\u243?\u8212?. En cuanto os conoc\u237?, me pregunt\u233? qu\u
233? iba a pasar; por eso actu\u233? con tanta rapidez. Alison bebi\u243? un sor
bo de cerveza. \u8212?S\u237?, estaba en Londres cuando muri\u243? Edwin, pero y
a antes de que ocurriera, tuve una premonici\u243?n. Cuando Edwin enferm\u243? d
espu\u233?s del intento de envenenamiento y me envi\u243? aquella carta, vine a
Londres y me pregunt\u233? qu\u233? pod\u237?a hacer. Edwin nunca se separaba de
m\u237? cuando yo estaba en la ciudad. Me enter\u233? de que los otros escriban
os iban a celebrar una fiesta en el Cerdo Danzar\u237?n, y yo sab\u237?a que ell
os eran los responsables de la muerte de Edwin. \u8212?\u191?Y decidisteis adopt
ar una doble identidad? \u8212?pregunt\u243? Athelstan. \u8212?S\u237?, hermano.
Cuando viv\u237?a con mi padre sol\u237?a disfrazarme, y tambi\u233?n lo hac\u2
37?a para viajar de Epping a Londres. La ma\u241?ana que mat\u233? a Peslep, fui
una vez m\u225?s a la buhardilla de Edwin, para asegurarme. Despu\u233?s s\u243
?lo tuve que cerciorarme de que Alison Chapler estaba en otro sitio cuando viera
n a aquel joven. En el momento en el que muri\u243? Ollerton, yo estaba en South
wark. Despu\u233?s de matar a Elflain cruc\u233? el r\u237?o, y el cepo de Napha
m lo coloqu\u233? por la ma\u241?ana temprano. \u8212?\u191?Cre\u237?ais que sal
dr\u237?ais indemne? \u8212?pregunt\u243? Cranston. \u8212?Sir John \u8212?dijo
Alison con una sonrisa en los labios\u8212?: eso no me importaba. No me disfrac\
u233? por miedo: lo \u250?nico que buscaba era tiempo y medios para llevar a cab
o mi venganza. Si no me hubierais descubierto \u8212?a\u241?adi\u243?\u8212? hab
r\u237?a regresado a Epping, habr\u237?a vendido mis bienes y quiz\u225?s habr\u
237?a ingresado en alg\u250?n convento. Los hombres como Edwin no abundan, y jam
\u225?s hubiera encontrado a otro como \u233?l. \u8212?Fuisteis muy inteligente
\u8212?terci\u243? Athelstan\u8212?. Os dejasteis ver por el La\u250?d de Plata,
le pedisteis al tabernero que os avisara si ve\u237?a a un hombre misterioso...

Aunque eso me dio que pensar, porque cuando nos encontramos a William {\i
la Comadreja} no os asustasteis en absoluto. En cambio, pretend\u237?ais hacerno
s creer que ten\u237?ais que salir del La\u250?d de Plata a toda costa. \u8212?N
o pensaba marcharme de Londres \u8212?replic\u243? Alison\u8212? hasta haber vis
to c\u243?mo terminaba el juego: la destrucci\u243?n de todos esos malvados. \u8
212?\u191?Y Alcest? \u191?Por qu\u233? no os encargasteis del jefe de la banda?
\u8212?Me conven\u237?a esperar, hermano. Su inicial era la \u250?ltima letra {\
i
de}{\i
}{\i
poena}. En realidad, pretend\u237?a que lo acusaran a \u233?l de todos los asesi
natos. \u8212?Mir\u243? a Cranston y pregunt\u243?\u8212?: \u191?Hab\u233?is ave
riguado d\u243?nde escond\u237?a los beneficios de sus fraudes? \u8212?No, todav
\u237?a no \u8212?respondi\u243? el forense\u8212?; pero conozco bien a nuestro
regente: interrogar\u225? a todos los orfebres y todos los banqueros de la ciuda
d hasta dar con el oro. Alison se puso en pie. \u8212?Supongo que eso es todo, \
u191?no? \u8212?S\u237? \u8212?contest\u243? Athelstan con voz queda\u8212?. Sup
ongo que s\u237?. Alcest mat\u243? a Chapler, y vos matasteis a los dem\u225?s.
\u8212?Tengo que arrestaros \u8212?declar\u243? Cranston. Alison meti\u243? la m
ano en su cartera y extrajo una bolsa llena de monedas que dej\u243? sobre la me
sa, delante de Athelstan. \u8212?La partida ha terminado \u8212?dijo\u8212?. Her
mano, cuidad la tumba de Edwin. Le he entregado un testamento al p\u225?rroco de
Epping: quiero que lo vendan todo y que le den el dinero obtenido a los pobres.
Dios lo comprender\u225?. \u8212?Os acompa\u241?ar\u233? \u8212?dijo Benedicta.
\u8212?Lamento tener que decirlo \u8212?susurr\u243? Cranston, al tiempo que le
hac\u237?a una se\u241?a a Flaxwith para que se levantara\u8212?, pero os lleva
r\u225?n a Newgate. Alison esboz\u243? una sonrisa. Athelstan tambi\u233?n se pu
so en pie. Aquella mujer hab\u237?a cometido unos espantosos asesinatos, pero po
r otra parte, hab\u237?a amado profundamente, y hab\u237?a hecho su justicia. \u
8212?\u191?Podemos hacer algo m\u225?s, sir John? \u8212?No, padre \u8212?contes
t\u243? Alison\u8212?. No quiero que sir John me haga falsas promesas. Esos escr
ibanos proced\u237?an de familias acomodadas y poderosas; si solicitara asilo, s
us familiares me buscar\u237?an, y cuando me presentara ante los jueces, ellos l
os sobornar\u237?an. \u8212?Fue hacia Athelstan y lo bes\u243? cari\u241?osament
e en las mejillas\u8212?. No os preocup\u233?is por m\u237? \u8212?dijo con un s
usurro\u8212?: encargaos de la tumba de Edwin, y decid misas por nuestras almas.
Alison fue con Cranston, Flaxwith y Benedicta hacia la puerta. \u8212?Tengo que
irme, hermano. Benedicta, con ojos llorosos, se\u241?al\u243? el peque\u241?o e
scritorio que hab\u237?a bajo la ventana. \u8212?\u161?Oh, lo siento! Mientras e
stabais en la Torre ha venido el hermano Niall, y os ha dejado una nota. \u8212?
Seguramente quiere que le devuelva alg\u250?n libro \u8212?se apresur\u243? a de
cir Athelstan antes de que Cranston pudiera preguntarle qu\u233? dec\u237?a la c
arta; luego fue hacia la puerta. Alison volvi\u243? a sonre\u237?rle; Cranston l
es dio las buenas noches y se marcharon. Athelstan se sent\u243? en un taburete,
se tap\u243? la cara con las manos y rez\u243? una oraci\u243?n por Alison Chap
ler. \u8212?Ni siquiera s\u233? cu\u225?l es su verdadero nombre \u8212?murmur\u
243?. {\i
Buenaventura} entr\u243? por la ventana, como si supiera que {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} se hab\u237?a ido. Con la cola tiesa y el cuello estirado, como ofendido por
el hecho de que su amo hubiera dejado entrar un perro en su casa, salt\u243? sob
re el escritorio, se hizo un ovillo y se puso a dormir. Athelstan se levant\u243
?, cogi\u243? la carta del hermano Niall, la abri\u243? y empez\u243? a leerla.
Cranston y los dem\u225?s llegaron al Puente de Londres. El forense iba delante;
detr\u225?s de \u233?l iba Benedicta, cogida del brazo de Alison; Flaxwith y {\
i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} cerraban la comitiva. Cuando llegaron a la capilla de Santo Tom\u225?s, Aliso

n se detuvo. \u8212?\u161?Sir John! No volver\u233? a tener esta oportunidad \u8


212?exclam\u243?, y se\u241?al\u243? el estrecho callej\u243?n que discurr\u237?
a junto a la fachada de la capilla\u8212?. Me gustar\u237?a acercarme a la baran
dilla y decir una breve oraci\u243?n en el lugar donde muri\u243? Edwin. \u8212?
Le sostuvo la mirada al forense, y agreg\u243?\u8212?: Por favor. \u8212?Se solt
\u243? del brazo de Benedicta y tir\u243? suavemente del jub\u243?n de Cranston\
u8212?. Por favor \u8212?repiti\u243?\u8212?; ya sab\u233?is qu\u233? es lo que
me espera. Los jueces ser\u225?n implacables conmigo. S\u243?lo ser\u225? un mom
ento. \u161?Os lo suplico! Cranston mir\u243? a Benedicta, que apart\u243? la vi
sta. Flaxwith se agach\u243?, fingiendo examinar el collar de cuero de su perro.
Hasta {\i
Sans}{\i
\u243?}{\i
n} mir\u243? hacia otro lado. \u8212?Est\u225? bien \u8212?concedi\u243? Cransto
n\u8212?. Id y decid vuestras oraciones; ir\u233? a buscaros dentro de un rato.
Alison fue hacia la barandilla del puente; sus pasos resonaron por el estrecho c
allej\u243?n. \u8212?\u161?Sir John! \u161?Sir John! El forense gir\u243? la cab
eza. Athelstan corr\u237?a hacia ellos, con la capucha sobre los hombros, sujet\
u225?ndose la t\u250?nica con una mano. Resbal\u243? y cay\u243? en el barro; en
ese momento se abri\u243? una ventana, y alguien se asom\u243? gritando. \u8212
?\u161?El acertijo! \u8212?dijo Athelstan, jadeante\u8212?. El primero de ellos.
Mir\u243? alrededor y pregunt\u243?\u8212?: \u191?D\u243?nde est\u225? Alison?
\u8212?Ha ido a rezar junto a la barandilla \u8212?contest\u243? Cranston se\u24
1?alando el callej\u243?n y esquivando la mirada de Athelstan\u8212?, quer\u237?
a detenerse un momento en el lugar donde mataron a Edwin. Athelstan ech\u243? a
correr por el callej\u243?n. Cranston y los dem\u225?s lo siguieron, pero no vie
ron a nadie: s\u243?lo hab\u237?a un pedazo de seda que Alison se hab\u237?a ata
do a la cintura; estaba atado a uno de los barrotes de la barandilla del puente,
y ondeaba azotado por la brisa nocturna. Athelstan escrut\u243? las aguas del r
\u237?o, cerr\u243? los ojos y recit\u243? el r\u233?quiem. \u8212?Es mejor as\u
237?, Athelstan \u8212?dijo Cranston\u8212?. Ya hab\u237?a sufrido bastante. No
me habr\u237?a gustado ver c\u243?mo la quemaban en Smithfield o c\u243?mo la ah
orcaban en el Tyburn. S\u243?lo Dios sabe qu\u233? horrores le esperaban en Newg
ate. \u8212?\u161?Que Dios la acoja en su seno! \u8212?susurr\u243? Benedicta. \
u8212?Ya lo anunci\u243? \u8212?declar\u243? Athelstan\u8212?. Con su primer ace
rtijo, el que hablaba de un rey que venc\u237?a a su enemigo y dec\u237?a que al
final vencedores y vencidos acababan en el mismo sitio, como las piezas de ajed
rez: guardadas en su caja. Ahora ya han muerto todos: Alcest, Ollerton, Elflain,
Napham, Peslep. Qu\u233? complicada es la vida, sir John. \u8212?Se volvi\u243?
y dijo\u8212?: Y todo, \u191?por qu\u233?? \u191?Por un poco m\u225?s de riquez
a? \u191?Por un par de pechos hermosos? \u191?Por saciar nuestro apetito con el
mejor vino y los mejores manjares? La avaricia es, sin duda, un gran pecado. Eso
s escribanos han muerto por culpa de su avaricia. Alison y Drayton tambi\u233?n
ha muerto. Stablegate y Flinstead est\u225?n condenados a vagar por el mundo el
resto de su vida, como buenos hijos de Ca\u237?n. \u8212?Se frot\u243? la cara\u
8212?. Sir John, decidle al Pescador de Hombres que busque el cad\u225?ver de Al
ison; pedidle que lo trate con cuidado, y que lo lleve a San Erconwaldo. La ente
rraremos junto al hombre que amaba, y al que no dud\u243? en vengar. \u8212?Os a
compa\u241?ar\u233? \u8212?dijo Cranston\u8212?. Est\u225? oscureciendo. Regresa
ron a la orilla de Southwark. Athelstan no quiso acompa\u241?ar a Cranston a com
er nada. \u8212?Llevad a Benedicta a su casa \u8212?dijo. Le cogi\u243? una mano
a Cranston y a\u241?adi\u243?\u8212?: Sois grande, sir John; en cuerpo, en ment
e y en alma. \u161?Que Dios os bendiga! El forense lo mir\u243? extra\u241?ado,
pero Athelstan sacudi\u243? la cabeza y no dijo m\u225?s; estrech\u243? la mano
de sir John y se puso en camino. Cuando lleg\u243? a su casa, Athelstan ech\u243
? los cerrojos de la puerta y se sirvi\u243? una jarra de cerveza. Encendi\u243?
una vela y cogi\u243? la carta del padre prior; la reley\u243? lentamente, y la
dej\u243? sobre la mesa. Llor\u243? un poco. {\i
Buenaventura} se le subi\u243? al regazo, y Athelstan lo acarici\u243? con cari\
u241?o. Luego volvi\u243? a coger la carta, y reley\u243? una vez m\u225?s uno d

e los p\u225?rrafos: {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Abandonar\u233?is San Erconwaldo tan r\u225?pida y si
gilosamente como pod\u225?is. Tomad vuestros objetos personales y dirig\u237?os
inmediatamente a nuestra casa de Oxford. All\u237? recibir\u233?is m\u225?s inst
rucciones. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} Athelstan dej\u243? a {\i
Buenaventura} en el suelo. \u8212?\u161?Bueno! \u8212?suspir\u243?\u8212?. Cualq
uier momento es bueno. Durante una hora, Athelstan se dedic\u243? a hacer el equ
ipaje, metiendo sus manuscritos y sus escasas posesiones en unas gastadas alforj
as de cuero. Recogi\u243? la mesa y limpi\u243? la despensa, dejando fuera la co
mida que quedaba para que se la llevaran sus fieles. Entonces sali\u243? al pati
o, sac\u243? a {\i
Philomel} de la cuadra y lo ensill\u243?, at\u243? las alforjas a la silla de mo
ntar con un cordel y regres\u243? a la casa. Comprob\u243? que todo estaba en or
den, apag\u243? las velas y fue hacia la puerta. {\i
Buenaventura} maull\u243?, y el fraile se qued\u243? mir\u225?ndolo. \u8212?Deci
de t\u250? \u8212?le dijo\u8212?; haz lo que quieras. El padre prior dice que te
ngo que marcharme. Se agach\u243? y acarici\u243? al gato detr\u225?s de las ore
jas. \u8212?No soporto ver a nadie disgustado. No quiero ver llorar al viejo sir
John, ni que Watkin intente encerrarme en la iglesia. Me voy, no porque quiera,
sino porque es mi obligaci\u243?n. El viejo gato lo mir\u243? fijamente con su
ojo bueno. \u8212?Lamento no poder dejar ninguna carta \u8212?continu\u243? Athe
lstan\u8212?. \u191?Qu\u233? podr\u237?a decir? Quiz\u225?s el viejo sir John va
ya a visitarme a Oxford con lady Maude y los gemelos. O Watkin y Pike podr\u237?
an organizar un peregrinaje a alg\u250?n santuario y aprovechar la ocasi\u243?n
para hacerme una visita. {\i
Philomel} viene conmigo, y si quieres, t\u250? puedes venir tambi\u233?n. El gat
o se refugi\u243? en las sombras; Athelstan se encogi\u243? de hombros y cerr\u2
43? la puerta. Sali\u243? al patio {\i
y} cogi\u243? las riendas de {\i
Philomel}. \u8212?Vamos, amigo m\u237?o \u8212?murmur\u243?\u8212?: iremos hacia
el este y buscaremos un lugar donde cruzar el T\u225?mesis. \u8212?Levant\u243?
la vista hacia el cielo, y agreg\u243?\u8212?: Quiz\u225? durmamos al raso. \u1
61?Vamos! Athelstan llev\u243? a {\i
Philomel} hacia el callej\u243?n, se dio la vuelta y contempl\u243? San Erconwal
do; entonces se sobresalt\u243? al notar que algo le rozaba el tobillo. {\i
Buenaventura} lo miraba expectante. \u8212?De acuerdo \u8212?susurr\u243? el fra
ile\u8212?, puedes venir. Y el hermano Athelstan, fraile de la orden de Santo Do
mingo, p\u225?rroco de San Erconwaldo y antiguo secretario de sir John Cranston,
forense de la ciudad de Londres, sali\u243? de Southwark con su viejo caballo y
su fiel gato {\i
Buenaventura}. {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\par\pard\hyphpar }{\page } {\s1 \afs32
{\b
{\ql
FIN
{\line }
\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\i
La charada del asesino} {\i
Paul Harding}.{\i
} {\i
Traductor: Gemma Rovira} {\i
T\u237?tulo original: The assassins\u180?s Riddle} {\i
Edici\u243?n: 2000} {\i
Editorial Edhasa} {\i
ISBN: 8435055124} {
\~\par\pard\plain\hyphpar} {\i
La charada del asesino \u8212? Paul Harding} 05-10-2010 {\i
V.1 LTC & Joseiera} {

\~\par\pard\plain\hyphpar} {\s5 \afs23


{\b
{\i
{\ql
This file was created\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\p
lain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {\s5 \afs23
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with BookDesigner program\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pa
rd\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {\s5 \afs23
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bookdesigner@the-ebook.org\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\p
ard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {\s5 \afs23
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05/10/2010\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpa
r}\par\pard\plain\hyphpar} {\par\pard\hyphpar }{\page } }

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