La Despedida de Gorgias - José Enrique Rodó

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La despedida de Gorgias- Jos Enrique Rod

Esos que estn sentados a una mesa donde hay flores y nforas devino, y que preside un
viejo hermoso y sereno como un dios; esos que beben, mas no dan muestra de contento;
esos que suelen levantarse a consultar la altura del sol, ya veces se enjugan una lgrima, son
los discpulos de Gorgias. Gorgias ha enseado, en la ciudad que fue su cuna, nueva filosofa.
La delacin, la suspicacia, han hecho que ella ofenda y alarme a los poderosos. Gorgias va a
morir. Se le ha dado a escoger el gnero de muerte, y Iba escogido la de Scrates. A la hora
de entrarse el sol hade beber la cicuta; an tiene vida por dos ms, y 1 las pasa en serenidad
sublime, rector de melanclica fiesta, donde las flores acarician los ojos de los convidados,
que el pensamiento enciende con luz ntima, y un vino suave difunde el soplo para el brindis
postrero. Gorgias dijo a sus discpulos: "Mi vida es una guirnalda a la que vamos a ajustar la
ltima rosa".
Esta vez, el placer de filosofar con gracia, que es propio de las almas exquisitas, se realzaba
con una desusada uncin.
"Maestro -dijo uno-, nunca podr haber olvido en nosotros, para ti ni para tu doctrina". Otro
aadi: "Antes morir que negar cosa salida de tus labios". Y cundiendo este sentimiento, hubo
un tercero que propuso: "Jurmosle ser fieles a cada una de sus palabras, a cuanto est
virtualmente contenido en cada una de sus palabras; fieles ante los hombres y en la intimidad
de nuestra conciencia; siempre e invariablemente fieles..."
Gorgias pregunt al que haba hablado de tal modo: "Sabes, Lucio, lo que es jurar en vano?".
"Lo s -repuso el joven-; pero siento firme el fundamento de nuestra conviccin, y no dudo de
que debamos consolar tu ltima hora con la promesa que ms dulce puede ser tu alma".
Entonces Gorgias comenz a decir de esta manera: -Lucio! Oye una ancdota de mi niez.
Cuando yo era nio, mi madre se complaca tanto en mi bondad, en mi hermosura, y sobre
todo, en el amor con que yo pagaba su amor, que no poda pensar sin honda pena en que mi
niez y toda aquella dicha pasaran. Mil y mil veces la oa repetir: "Cunto diera yo por que
nunca dejases de ser nio!". Se anticipaba a llorar la prdida de mi dulce felicidad, de mi
bondad candorosa, de aquella belleza como de flor o de pjaro, de aquel amor nico, merced
al cual slo ella exista en la tierra para m. No se resignaba a la idea de la obra ineluctable del
Tiempo, brbaro numen que pondra la mano sobre tanto frgil y divino bien, y deshara la
forma delicada y graciosa, y amargara el sabor de la vida, y traera la culpa all donde estaba
la inocencia sin mcula. Menos aun se avena con la imagen de una mujer futura, pero cierta,
que acaso haba de darme penas del alma en pago de amor. Y tomaba al pertinaz deseo:
"Cunto dara porque nunca, nunca, dejases de ser nio!. Cierta ocasin oyla una mujer de
Tesalia, que pretenda entender de ensalmos y hechizos, y le indic un medio de lograr anhelo
tan irrealizable dentro de los comunes trminos de la naturaleza. Diciendo cierta frmula
mgica, haba de poner sobre mi corazn, todos los das, el corazn de una paloma, tibio y
mal desangrado an, que sera esponja con que se borrara cada huella del tiempo; y en mi
frente pondra la flor del ride silvestre, oprimindola hasta que soltase del todo su humedad,
con lo que se mantendra mi pensamiento limpio y puro. Duea del precioso secreto, volvi mi
madre con determinacin de ponerlo al punto por obra. Y aquella noche tuvo un sueo. So
que proceda tal como le haba sido prescrito, que transcurran muchos aos, que mi niez
permaneca en un ser; y que favorecida ella misma con el don de alcanzar una ancianidad
extrema, se extasiaba en la contemplacin de mi ventura inalterable, de mi belleza intacta, de
mi pureza impoluta... Luego, en su sueo, lleg un da en que ya no hall, para traer a casa,
ni una flor de ride ni un corazn de paloma. Y al despertarse y acudir a m, la maana
siguiente, vio, en lugar mo, un hombre viejo ya, adusto y abatido; todo en l revelaba un
ansia insaciable; nada haba de noble ni grande en su apariencia, y en su mirada vibraban
relmpagos de desesperacin y de odio. "Mujer malvada! -le oy clamar, dirigindose a ella
con airado gesto-, me has robado la vida por egosmo feroz, dndome en cambio una felicidad
indigna, que es la mscara con que disfrazas a tus propios ojos tu crimen espantable... Has
convertido en vil juguete mi alma. Me has sacrificado a un necio antojo. Me has privado de la
accin, que ennoblece; del pensamiento, que ilumina; del amor, que fecunda... Vulveme lo

que me has quitado! Mas ya no es hora de que me lo vuelvas, porque este mismo es el da en
que la ley natural prefij el trmino a mi vida, que t has disipado en una miserable ficcin, y
ahora voy a morir sin tiempo ms que para abominarte y maldecirte. . ." Aqu termin el
sueo de mi madre. Ella, desde que le tuvo, dej de deplorar la fugacidad de mi niez. Si yo
aceptara el juramento que propones oh Lucio!, olvidara la moral de mi parbola, que va
contra el absolutismo del dogma revelado de una vez para siempre; contra la fe que no
admite vuelo ulterior al horizonte que desde el primer instante nos muestra. Mi filosofa no es
religin que tome al hombre en el albor de la niez, y con la fe que le infunde, aspire a
aduearse de su vida, eternizando en l la condicin de la infancia, como mi madre antes de
ser desengaada por su sueo. Yo os fui maestro de amor; yo he procurado daros el amor de
la verdad; no la verdad, que es infinita. Seguid buscndola y renovndola vosotros, como el
pescador que tiende uno y otro da su red, sin mira de agotar al mar su tesoro. Mi filosofa ha
sido madre para vuestra conciencia, madre para vuestra razn. Ella no cierra el crculo de
vuestro pensamiento. La verdad que os haya dado con ella no os cuesta esfuerzo,
comparacin, eleccin; sometimiento libre y responsable del juicio, como os costar la que por
vosotros mismos adquiris, desde el punto en que comencis realmente a vivir. As, el amor
de la madre no le ganamos con los mritos propios, l es gracia que nos hace la Naturaleza.
Pero luego otro amor sobreviene, segn el orden natural de la vida; y el amor de la novia,
ste s, hemos de conquistarlo nosotros. Buscad nuevo amor, nueva verdad. No se os importe
si ella os conduce a ser infieles con algo que hayis odo de mis labios. Quedad fieles a m,
amad mi recuerdo, en cuanto sea una evocacin de m mismo, viva y real, emanacin de mi
persona, perfume de mi alma en el afecto que os tuve; pero mi doctrina no la amis sino
mientras no se haya inventado para la verdad fanal ms difano. Las ideas llegan a ser crcel
tambin, como la letra. Ellas vuelan sobre las leyes y las frmulas; pero hay algo que vuela
an ms que las ideas, y es el espritu de vida que sopla en direccin a la Verdad...
Luego, tras breve pausa, aadi:
-T, Leucipo, el ms empapado en el espritu de mi enseanza: qu piensas t de todo esto?
Y ya que la hora se aproxima, porque la luz se va y el ruido del mundo se adormece: por
quin ser nuestra postrera libacin? Por quin este destello de mbar que queda en el fondo
de las copas?...
-Ser, pues -dijo Leucipo-, por quien desde el primer sol que nos ha de ver, nos d la verdad,
la luz, el camino; por quien desvanezca las dudas que dejas en la sombra; por quien ponga el
pie adelante de tu ltima huella, y la frente aun ms en lo claro y espacioso que t; por tus
discpulos, si alcanzamos a tanto, o alguno de nosotros, o un ajeno mentor que nos seduzca
con libro, pltica o ejemplo. Y si mostrarnos el error que hayas mezclado a la verdad, si hacer
sonar en falso una palabra tuya, si ver donde no viste, hemos de entender que sea vencerte:
Maestro, por quien te venza, con honor, en nosotros!
-;Por se! -dijo Gorgias; y mantenida en alto la copa, sintiendo ya el verdugo que vena,
mientras una claridad augusta amaneca en su semblante repiti-: Por quien me venza con
honor en vosotros!
Jos Enrique Rod
"Jos Enrique Rod - Los gatos del Foro Trajano y otras pginas".
Ediciones de la Banda Oriental - 1998

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