Simón Wiesenthal Los Límites Del Perdón
Simón Wiesenthal Los Límites Del Perdón
Simón Wiesenthal Los Límites Del Perdón
Estudi y se instal como arquitecto en Praga en 1932 y ejerci su profesin hasta 1941 cuando, durante la ocupacin
alemana de Checoslovaquia, fue detenido.
Durante su permanencia en los campos de la muerte durante algo ms de cuatro aos, Wiesenthal consigui tomar nota de
los nombres de cada uno de los criminales nazis que participaban en el genocidio y una vez liberado por las tropas de EEUU
se dedic exclusivamente a buscarlos.
Falleci en Viena, mientras dorma el 20 de septiembre de 2005 a la avanzada edad de 96 aos. Fue enterrado en Israel tres
das ms tarde, el 23 de septiembre.
El Girasol
Qu fue lo que dijo Arthur la pasada noche? Intent recordarlo por todos los medios. Saba que era muy
importante. Ojala no estuviera tan agotado!
Me encontraba en la plaza de armas, donde los prisioneros se iban formando en grupos. Acababan de
desayunar un brebaje amargo y oscuro al que el cocinero del campo tena el valor de llamar caf. Los
prisioneros todava lo engullan con avidez mientras se agrupaban para ser llamados a filas, intentando no
retrasarse.
Yo no haba acudido a por m racin de caf ya que no quera ir a empujones entre la multitud. El espacio
que se hallaba enfrente de la cocina era el campo de tiro favorito de algunos sdicos de las SS. Solan
esconderse detrs de los barracones y cada vez que les apeteca se precipitaban como aves de rapia contra
los indefensos prisioneros. Todos los das haba heridos, era parte del programa.
Mientras nos agrupbamos lnguida y silenciosamente esperando la orden de alinearnos mis pensamientos
no se dirigan hacia los peligros que siempre acechaban en estas ocasiones, sino que se centraban
completamente en la conversacin de la pasada noche.
S, ahora lo recuerdo!
1
Ya estaba bien entrada la noche. Estbamos acostados. Slo se escuchaban pequeos quejidos, leves
susurros y algn crujido fantasmal cuando alguien se mova en su lecho de madera. Apenas se podan
distinguir los rostros, pero resultaba fcil identificar a alguien por su voz. Durante el da, dos de los compaeros de nuestro barracn haban estado en el Ghetto. El oficial de guardia les haba dado permiso para
salir. Tal vez fue un capricho irracional o acaso estaba inspirado por algn soborno? No lo saba. Lo ms
probable es que fuera por algn capricho. Con qu iba a poder sobornar un prisionero a un oficial?
Y ahora los compaeros nos informaban de cmo iban las cosas.
Arthur se acurruc junto a ellos para no perderse una palabra. Traan noticias del exterior, noticias sobre la
guerra. Yo escuchaba medio dormido.
Los habitantes del Ghetto disponan de mucha informacin y nosotros, los que estbamos en el campo de
concentracin, apenas tenamos un leve conocimiento de ella. Por eso, lo poco que sabamos lo obtenamos
de las escasas noticias que nos llegaban de los compaeros que durante el da trabajaban fuera y que
acertaban a or a los polacos y a los ucranianos, ya fueran hechos o rumores. Incluso la gente de la calle a
veces les susurraba alguna noticia motivados por la simpata o por su afn de proporcionar algn consuelo.
Las noticias casi nunca eran buenas y cuando lo eran, uno se preguntaba si realmente seran ciertas o si slo
eran producto de nuestro deseo. Las malas noticias, en cambio, las aceptbamos ciegamente. Estbamos
acostumbrados a ellas. Las noticias de hoy eran peores que las de ayer, y las de maana lo seran an ms.
La atmsfera sofocante del barracn pareca ahogar el pensamiento, ya que una semana tras otra dormamos
amontonados con las mismas ropas sudorosas que llevbamos en el trabajo. Muchos nos sentamos tan
agotados que ni siquiera nos quitbamos las botas. De vez en cuando, por la noche, un hombre gritaba en
sueos, tal vez producto de una pesadilla o porque su compaero de lecho le haba dado una patada. El
barracn era un antiguo establo y por el tragaluz no entraba el aire suficiente como para proporcionar
oxgeno a los ciento cincuenta hombres que se tendan sobre las filas de literas.
Entre aquella polglota masa de humanidad haba miembros de diferentes estratos sociales: ricos y pobres,
cultos e incultos, hombres religiosos y agnsticos, bondadosos y egostas, valerosos y cobardes. Un destino
comn los haba convertido en seres iguales. Sin embargo, inevitablemente, se haban formado pequeos
grupos, comunidades que en otras circunstancias jams habran convivido juntas.
En el grupo al que yo perteneca se encontraba mi viejo amigo Arthur y un judo llamado Josek, que haba
llegado al campo haca poco. Ellos eran mis compaeros ms cercanos. Josek era una persona sensible y
profundamente religiosa.
Su fe poda deteriorarse por el ambiente del campo de concentracin y por los insultos o las insinuaciones
de los dems, pero en ningn caso podra quebrantarse. Por ese motivo yo le envidiaba. Siempre tena una
respuesta para todo, mientras que los dems buscbamos explicaciones en vano y en seguida caamos presa
de la desesperacin. Su paz mental a veces nos desconcertaba, especialmente a Arthur, cuya actitud hacia la
vida era irnica y a menudo se senta irritado por la placidez de Josek, llegando incluso a mofarse o a enfadarse con l.
Yo le llamaba en broma rabino. l no lo era, desde luego. Slo era un hombre de negocios, pero la
religin llenaba toda su vida. Josek saba que era superior a nosotros, que nuestra falta de fe nos converta
en seres inferiores, pero siempre estaba dispuesto a darnos fuerzas y a compartir toda su sabidura y piedad
con nosotros.
Pero qu consuelo podamos encontrar en saber que no ramos los primeros judos en ser perseguidos?
Qu alivio podamos hallar cuando Josek, rebuscando entre su inagotable catlogo de ancdotas y
leyendas, nos demostraba que el sufrimiento es el compaero de cada hombre desde el primer da de su
vida?
En cuanto Josek empezaba a hablar se olvidaba o ignoraba completamente todo lo que le rodeaba. Tenamos
la sensacin de que no era consciente de su situacin. Por ese motivo, una vez casi llegamos a discutir.
Era domingo por la tarde. Habamos dejado de trabajar a medioda y nos sentamos en nuestras literas a
descansar. Alguien estaba comentando las noticias, que eran tan malas como siempre. Josek pareca no
escuchar. Al contrario de los dems, l no haca preguntas sino que, de repente, se incorpor y su rostro
adquiri un tono resplandeciente. Entonces empez a hablar.
-Los sabios dicen que durante la Creacin del hombre cuatro ngeles ejercan de padrinos. Los ngeles de la
Misericordia, de la Verdad, de la Paz y de la Justicia. Durante largo tiempo discutieron sobre si Dios debera
crear al hombre. El ngel que se opuso ms firmemente fue el de la Verdad. Esto enfad a Dios y como
castigo lo envi desterrado a la Tierra. Pero los otros ngeles suplicaron a Dios que lo perdonara y
finalmente readmiti al ngel de la Verdad en el Cielo. El ngel trajo consigo un pedazo de tierra regado con
sus lgrimas, lgrimas que haba vertido cuando fue desterrado del Cielo. De ese pedazo de tierra el Seor
nuestro Dios cre al hombre.
El irnico Arthur se sinti molesto e interrumpi el discurso de Josek.
Josek dijo, estoy dispuesto a creer que Dios cre a un judo de un trozo de tierra regado con lgrimas
pero, cmo esperas que crea que l tambin hizo a nuestro comandante de campo, Wilhaus, con la misma
materia?
-Te olvidas de Can replic Josek
Y t te olvidas de dnde ests. Can mat a Abel en un acto de ira, pero nunca lo tortur. Can tena un
vnculo personal con su hermano, pero nosotros somos unos extraos para nuestros asesinos.
En seguida observ que Josek se senta profundamente herido y para evitar una disputa me introduje en la
conversacin.
-Arthur dije te olvidas de los miles de aos de evolucin. Lo que se conoce como progreso.
Los dos se limitaron a rer amargamente: en aquellos tiempos esos tpicos no tenan sentido.
La pregunta de Arthur no era injustificada, despus de todo. Estamos todos los hombres hechos realmente
de la misma materia? Si eso fuera as, por qu unos son asesinos y otras vctimas? Exista realmente
alguna relacin personal entre nosotros, entre los asesinos y sus vctimas, entre nuestro comandante de
campo Wilhaus y un judo torturado?
La pasada noche estaba recostado en mi litera, medio dormido. Me dola la espalda. Me senta un poco
mareado cuando, de repente, escuch unas voces que parecan provenir de lejos. Escuch algo sobre una
noticia que dieron en la BBC de Londres, o en Radio Mosc.
De pronto Arthur me agarro por el hombro y me sacudi.
Lo has odo, Simn? grit.
-S -murmur- lo he odo.
Espero que lo hayas escuchado bien, porque observo que tus ojos estn medio cerrados. Tienes que
escuchar lo que ha dicho esa anciana.
Qu anciana? pregunt. Crea que hablabas de algo que habas odo en la BBC.
-Eso fue antes. Debes de haberte quedado dormido. La anciana deca que...
-Qu puede haber dicho? Sabe ella cundo saldremos de aqu o cundo nos van a matar?
Nadie puede responder a eso. Pero ella dijo otra cosa, algo en lo que deberamos pensar en momentos
como ste. Ella crea que Dios estaba de permiso.
Arthur se detuvo un instante para dejar que sus palabras me produjeran algn efecto.
Qu te parece, Simn? pregunt-. Dios est de permiso.
Djame dormir repliqu. Avsame cuando regrese.
Por primera vez desde que llegamos al establo escuch a mis amigos rerse. O tal vez lo so?
Todava estbamos esperando a que nos dieran la orden de alinearnos. Se produjo una especie de
interrupcin, as que tuve tiempo para preguntar a Arthur sobre si lo que habamos hablado ayer fue un
sueo o fue realidad.
-Arthur pregunt De qu hablbamos anoche? De Dios? De que Dios estaba de permiso?
-Josek estuvo ayer en el Ghetto. Le pidi a una anciana que le diera alguna noticia, pero ella se limit a
mirar al cielo y a decir: Oh Dios Todopoderoso, regresa de tu permiso y mira otra vez a Tu tierra.
-De modo que sas eran las noticias: vivimos en un mundo al que Dios ha abandonado -coment.
Conoca a Arthur desde haca muchos aos, desde que yo era un joven arquitecto y l era mi consejero y
amigo. ramos como hermanos, l era un abogado y escritor que siempre mostraba una eterna sonrisa
irnica en su boca mientras que yo me haba resignado poco a poco a la idea de que ya nunca ms
construira casas en las que la gente pudiera vivir libre y feliz. Nuestros pensamientos en el campo de
concentracin a menudo iban por caminos distintos. Arthur todava viva en otro mundo e imaginaba cosas
que probablemente no sucederan en muchos aos. l no crea que pudiera sobrevivir, pero estaba
convencido de que, en ltima instancia, los alemanes no escaparan sin recibir su castigo. Puede que se
salieran con la suya y que nos mataran a todos, as como a millones de inocentes ms, pero saba que
finalmente seran destruidos.
Yo viva ms en el presente: hambre, agotamiento, inquietud por mi familia, humillaciones... casi todo eran
humillaciones.
Una vez le en alguna parte que es imposible romper las creencias firmes de un hombre. Si alguna vez llegu
a pensar que eso era cierto, la vida en el campo de concentracin me ense que estaba equivocado. Es
imposible creer en nada viviendo en un mundo que ha dejado de considerar al hombre como tal, que
constantemente demuestra que uno ya no es un hombre. As que uno empieza a dudar, empieza a dejar de
creer en que existe un orden mundial en el que Dios ocupa un lugar definido. Uno realmente empieza a
pensar que Dios est de permiso. De otro modo, todo lo que est ocurriendo sera imposible. Dios debe
haberse marchado. Y l no tiene un sustituto.
Lo que dijo la anciana no me afect. Simplemente expuso lo que yo pensaba desde haca tiempo.
Llevbamos una semana sin salir del campo de concentracin. Los guardias para los que trabajbamos en
los Ferrocarriles del Este haban llevado a cabo un nuevo alistamiento. Eso significaba una serie de
peligros que seran totalmente inimaginables en un mundo normal. Cuantas ms veces nos alistaban menos
prisioneros quedbamos. En el lenguaje de las SS, el alistamiento no era un mero recuento. Significaba
mucho ms: redistribuir el trabajo, matar a los hombres que ya no eran trabajadores esenciales y deshacerse
de los que ya no eran tiles (normalmente llevndolos a la cmara de la muerte). Por propia experiencia
desconfibamos de algunas palabras cuyo significado natural parecera inofensivo. Sospechbamos de todo
y tenamos razones para ello.
Hasta hace unos das doscientos de nosotros trabajbamos en los Ferrocarriles del Este. Aquella tarea estaba
lejos de resultar ligera, pero en cierto modo all nos sentamos libres y no tenamos la obligacin de regresar
cada noche. Nos traan la comida del campo de concentracin, cuyo sabor era inconfundible. Pero como los
guardias que nos vigilaban pertenecan a la polica de ferrocarriles no estbamos continuamente expuestos a
los impredecibles caprichos de los soldados de las SS.
Los alemanes vean a la mayora de los inspectores y de los capataces como ciudadanos de segunda clase. A
los alemanes tnicos se les trataba mejor, pero los polacos y los ucranianos formaban un estrato especial
entre los autodenominados superhombres alemanes y los infrahumanos judos, y hacan votos para que no
llegara el da en que ya no quedaran ms judos. Saban que cuando eso sucediera, la perfecta maquinaria de
exterminacin apuntara hacia ellos. Los alemanes tnicos no siempre se sentan conformes con lo que
estaba pasando y algunos de ellos demostraban su inconformidad siendo ms alemanes que los propios
alemanes. Unos pocos nos mostraban simpata dndonos algunos pedazos de pan a escondidas, convencidos
de que eso demostraba que no trabajbamos para morir.
Entre aquellos que necesitaban una racin diaria de crueldad se encontraba un viejo borracho llamado
Delosch que, cuando ya no le quedaba bebida, pasaba el tiempo golpeando a los prisioneros. El
destacamento que diriga sola sobornarle con dinero para comprar bebidas y a veces algn prisionero sola
intentar granjearse su simpata relatndole el destino final de los judos. Aquello funcionaba cuando estaba
bajo la influencia. Su abuso de autoridad era tan evidente como su agudeza. Cuando se enteraba de que en
el Ghetto haban matado a algn familiar de un prisionero la respuesta de Delosch era: Siempre quedar un
millar de judos para acudir al entierro del ltimo judo en Lemberg. Le escuchamos pronunciar esa
sentencia varias veces al da y veamos como Delosch se senta tremendamente orgulloso de su particular
sentido del humor.
Los grupos se alinearon ante la orden de formar y nosotros, que durante tanto tiempo habamos trabajado
fuera del campo de concentracin, ya nos habamos resignado a la idea de permanecer dentro de l. Dentro
del campo los trabajos de construccin seguan sin cesar y cada da haba varios muertos. A los judos se les
ahorcaba, se les pisoteaba, les soltaban perros adiestrados, se les azotaba y se les humillaba de todas las
maneras que uno pueda imaginar.
Muchos de ellos no lo podan soportar por ms tiempo y decidan poner fin a ms vidas. Sacrificaban varios
das, semanas o meses de vida, pero al menos as se libraban de innumerables brutalidades y torturas.
Vivir dentro del campo de concentracin significaba que uno no estaba bajo el dominio de un nico
miembro de las SS sino de muchos y a menudo stos se divertan yendo de un taller a otro, azotando a los
prisioneros indiscriminadamente o acusndolos ante el comandante de intento de sabotaje, algo que siempre
daba lugar a terribles castigos. Si un miembro de las SS alegaba que un prisionero no trabajaba
adecuadamente se aceptaba su palabra, sin importar si ste poda demostrar que haba hecho bien su trabajo.
La palabra de un miembro de las SS era incontestable.
Ya casi se haba terminado de asignar la tarea a los prisioneros y los que trabajbamos en los Ferrocarriles
del Este nos quedamos un tanto abatidos. En cierto modo, pareca que ya no nos queran en los ferrocarriles.
De repente, un cabo se acerc y eligi a cincuenta de nosotros. Yo me encontraba entre ellos, pero no
escogieron a Arthur. Nos formaron por tros y marchamos hacia la puerta de entrada, donde seis guardias
askaris nos esperaban. Los askaris eran desertores o prisioneros rusos que se haban alistado para servir a
los alemanes. El trmino askari se emple durante la Primera Guerra Mundial para designar a los
soldados de color que Alemania utiliz para su campaa en el este de frica. Por alguna razn las SS usaron
ese nombre con los auxiliares rusos. Trabajaban asistiendo a los guardias en los campos de concentracin y
saban perfectamente lo que los alemanes esperaban de ellos. Y la mayora de ellos estaban a la altura de sus
expectativas. Su brutalidad slo se mitigaba con su corruptibilidad. Mantenan una estrecha relacin con los
kapos (capitanes del campo de concentracin) y los capataces, ya que les proporcionaban alcohol y
cigarrillos. Por tanto, los prisioneros que trabajaban fuera del campo gozaban de un grado mayor de libertad
bajo la custodia de los askaris.
Por extrao que pudiera parecer, los askaris eran magnficos msicos. La msica, en general, era muy
importante dentro de la vida del campo de concentracin. Incluso haba una banda. Entre sus miembros se
incluan algunos de los mejores msicos de Lemberg y sus alrededores. Richard Rokita, el teniente de las SS
que fue violinista del caf Silesian, estaba como realmente satisfecho de su banda. Este hombre, que a
diario asesinaba prisioneros por el simple placer de matar tena, a la vez, slo una ambicin: dirigir una
banda de msica. Busc un alojamiento adecuado para sus msicos y los agasaj de diferentes maneras,
pero nunca les permiti salir del campo de concentracin. A media tarde interpretaban obras de Bach,
Wagner y Grieg. Un da, Rokita trajo a un compositor llamado Zygmund Schlechter y le orden que
escribiera un tango de la muerte. Y cada vez que la banda interpretaba esa meloda los ojos de Rokita se
llenaban de lgrimas.
A primera hora de la maana, cuando los prisioneros abandonaban el campo de concentracin para ir a
trabajar, la banda tocaba alguna pieza y los oficiales de las SS insistan en que debamos marchar llevando
el comps de la msica. Cuando cruzbamos la puerta comenzbamos a cantar.
Las canciones del campo de concentracin eran especiales, con una mezcla de melancola, humor negro y
procacidad, en una extraa amalgama entre ruso, polaco y alemn. Las obscenidades encajaban
perfectamente con la mentalidad de los askaris, que siempre pedan una cancin en concreto. Cuando la
escuchaban esbozaban amplias sonrisas y su aspecto perda algo de su brutal apariencia.
Una vez que se cruzaba por debajo del alambre de espino, daba la sensacin de que el aire era ms fresco.
Las casas ya no aparecan a travs de una malla de alambre ni tampoco se ocultaban entre las torres de
vigilancia.
Los transentes se paraban y nos observaban con curiosidad e incluso a veces nos hacan seales con la
mano, pero en seguida se contenan, temerosos de que las SS se dieran cuenta de sus gestos de amistad.
La guerra no pareca afectar al trfico. El frente estaba a ms de mil kilmetros y slo la presencia de unos
cuantos soldados recordaba que no eran tiempos de paz.
Un askari comenz a cantar y el resto nos unimos a l, aunque muy pocos estaban de humor para el canto.
Las mujeres que se encontraban entre los transentes volvan la cabeza ruborizadas cuando escuchaban los
obscenos pasajes que relataba la cancin algo que, naturalmente, provocaba el regocijo de los askaris. Uno
de ellos abandon la columna y corri a abordar a una muchacha. No conseguimos escuchar lo que le dijo,
aunque pudimos imaginarlo al ver cmo la chica se sonrojaba y se marchaba con rapidez.
Nuestra mirada recorri a la multitud que se agolpaba sobre la acera buscando desesperadamente algn
rostro que pudiramos reconocer, aunque algunos llevaban la mirada fija en el suelo por temor a encontrarse
con algn conocido.
Podas leer en las caras de los transentes que estbamos condenados. Los habitantes de Lemberg se haban
acostumbrado a presenciar torturas contra los judos y nos observaban como si furamos el ganado cuando
lo conducen al matadero. En aquellos tiempos yo estaba obsesionado con la sensacin de que el mundo
haba conspirado contra nosotros y de que aceptaban nuestro destino sin protestar, sin un solo gesto de
solidaridad.
Por una vez ya no deseaba mirar los rostros indiferentes de los espectadores. Alguno de ellos reflejaba que
todava haba judos y que mientras stos continuaran all, mientras los nazis estuvieran ocupados con los
judos dejaran en paz a los ciudadanos? En aquel momento record una experiencia que tuve das atrs, no
muy lejos de all. Un da, mientras regresbamos al campo de concentracin, un hombre al que conoca pas
a nuestro lado. Haba sido un compaero de estudios y ahora era un ingeniero polaco. Tal vez, comprensiblemente, no se atrevi a saludarme abiertamente, pero pude comprobar por la expresin de sus ojos que
se sorprenda de verme todava vivo. Para l yo ya estaba muerto, todos nosotros portbamos nuestro
certificado de defuncin. Solamente faltaba aadir la fecha.
De repente, nuestra columna se detuvo en un cruce.
No alcanc a ver nada que pudiera detenernos pero luego me di cuenta de que a la izquierda de la calle haba
un cementerio. Estaba cercado por una pequea alambrada de espino. Los alambres se enredaban por entre
los arbustos, pero a travs de ellos se podan ver las sepulturas alineadas en varias columnas.
Y en cada tumba haba plantado un girasol, recto y firme como un soldado en un desfile.
Me qued mirndolos hechizado. Recorr con mi mirada a un girasol que se elevaba desde la tumba. La
cabeza de la flor pareca absorber los rayos de Sol como espejos y los atraa hacia la oscuridad del suelo.
Pareca emerger desde el interior de la tierra y se asomaba al exterior como si fuera un periscopio. Estaba
pintado de vivos colores y a su alrededor las mariposas volaban de flor en flor. Llevaban mensajes de una
tumba a otra? Acaso susurraban a cada flor que le dieran un mensaje al soldado que yaca bajo ella? Si, eso
era exactamente lo que hacan: los muertos estaban recibiendo luz y mensajes.
En ese momento envidi a los soldados muertos. Cada uno tena un girasol que los una al mundo exterior,
y mariposas que visitaban su tumba. Para m no habr ningn girasol. Me enterrarn en una fosa comn en
la que los cuerpos se apilarn sobre m.
Ningn girasol traer luz a mi oscuridad ni ninguna mariposa bailar sobre mi espantosa tumba.
No recuerdo cunto tiempo estuve all. El prisionero que iba detrs de m me dio un empujn y la procesin
reanud su marcha. Mientras caminbamos no poda quitarme de la cabeza los girasoles. Haba cientos de
ellos y era imposible distinguir a unos de otros. Sin embargo, los hombres que se encontraban enterrados
debajo de ellos no haban perdido el contacto con el mundo exterior. Incluso muertos eran superiores a
nosotros...
Yo casi nunca pensaba en la muerte. Saba que me estaba esperando y que debera llegar tarde o temprano
as que, poco a poco, me fui acostumbrando a su proximidad. Ni siquiera senta curiosidad por saber cmo
llegara. Haba demasiadas posibilidades. Lo nico que esperaba es que llegara rpidamente. Sobre cmo
iba a ser, era algo que se lo reservaba el destino.
Pero por alguna extraa razn, la escena de los girasoles me hizo ver las cosas de otra manera. Senta que
necesitaba verlos de nuevo, que eran un smbolo que encerraba un significado especial para m.
Cuando llegamos a la calle Janowska y dejamos atrs el cementerio, volv mi cabeza para mirar los girasoles
por ltima vez.
Todava no sabamos a dnde nos llevaban. Mi vecino me susurr:
Tal vez hayan construido nuevos talleres en el Ghetto.
Era posible. Los ltimos rumores apuntaban a que se estaban abriendo nuevos talleres. Cada vez se
asentaban en Lemberg ms hombres de negocios alemanes. Y no porque buscaran enriquecerse. Para ellos
era ms importante mantener sus empleados y librarse del servicio militar, algo que era relativamente fcil
de conseguir en la pacfica Lemberg, a muchos kilmetros del frente. Lo nico que traan de Alemania era
papel de escribir, una licencia, unos cuantos capataces y algunos muebles de oficina. Hasta haca poco
tiempo Lemberg estaba en manos de los rusos, que haban nacionalizado la mayora de las empresas,
muchas de las cuales haban pertenecido a los judos. Cuando los rusos se replegaron no pudieron llevarse
consigo las mquinas ni las herramientas. Por lo tanto, todo lo que dejaron fue considerado como botn de
guerra y se dividi entre las nuevas fbricas alemanas que se establecieron all.
En cualquier caso, encontrar trabajadores no era un problema. Mientras todava hubiera judos, uno siempre
poda disponer de mano de obra barata, por no decir casi gratuita. La concesin de un taller no slo tena
importancia para la guerra, sino que tambin era la manera de conseguir cierto grado proteccin y algn que
otro soborno. Los que tenan contactos conseguan licencias para abrir nuevas sucursales en los territorios
ocupados, se les proporcionaba mano de obra en forma de cientos de judos y disponan de toda la
maquinaria que los rusos haban abandonado. Los hombres que traan desde Alemania estaban exentos del
servicio activo. Se les asignaba hogares en el cuartel alemn de Lemberg, unas casas preciosas abandonadas
por polacos y judos acaudalados para hacer sitio a la raza dominante.
Para los judos era una ventaja que tantos empresarios alemanes establecieran sus empresas en Polonia. El
trabajo no era particularmente duro y los directores normalmente luchaban por conservar a sus judos,
cuya mano de obra barata haca que el taller no tuviera que trasladarse hacia el este, cerca del frente.
Slo se oan los susurros de mis compaeros preguntando:
Dnde vamos?
La palabra ir normalmente significa trasladarse hacia donde tu cerebro ha decidido dirigirse, pero en
nuestro caso nuestros cerebros no tomaban decisiones. Nuestros pies se limitaban a imitar lo que haca la
persona que tenamos delante. Se paraban cuando l se paraba y se movan cuando l se mova.
Giramos a la derecha, hacia la calle Janowska. Cuntas veces haba paseado cuando era estudiante, e
incluso cuando ya era arquitecto, por aquella calle! Durante un tiempo hasta me aloj all con un compaero
de estudios de Przemysl.
Ahora marchbamos mecnicamente por aquella calle formando una columna de hombres condenados.
Todava no eran las ocho pero ya haba mucho trfico. Los campesinos llegaban a la ciudad para canjear sus
productos. Tal y como sucede en tiempos de guerra y crisis, ya no confiaban en el dinero. Los campesinos
no prestaban atencin a nuestra columna.
Cuando salimos de la ciudad, los askaris, roncos de tanto cantar, se tomaron un descanso. Los militares que
llegaban en tren con sus equipajes caminaban de prisa por la calle Janowska, los soldados de las SS pasaban
de largo mirndonos con desprecio y, en un punto de la calle, un oficial del ejrcito se paraba a mirar. De su
cuello colgaba una cmara, pero no acababa de decidirse a usarla con nosotros. La pasaba de una mano a
otra y despus la soltaba. Puede que tuviera miedo a los oficiales de las SS.
Al final de la calle Janowska alcanzamos a divisar la iglesia con su grandiosa estructura de ladrillo rojo y
sus firmes sillares. Qu direccin tomara el askari que diriga la columna? A la derecha, hacia la estacin
o a la izquierda, hacia la calle Sapiehy, en donde se encuentra la famosa prisin Loncki?
Torcimos hacia la izquierda.
Conoca perfectamente el camino. En la calle Sapiehy se encontraba el Instituto Tecnolgico. Durante aos
pasaba a diario por esta calle, cuando estaba sacando mi licenciatura. Ya incluso entonces, la calle Sapiehy
estaba maldita para los judos. Tan slo unas cuantas familias judas vivan all y cuando haba disturbios
evitbamos pasar por ella. La mayora de los que vivan all eran polacos: oficiales, profesionales, artesanos
y funcionarios. A sus hijos se les conoca como la juventud dorada de Lemberg y formaban el grueso de
los estudiantes del Instituto Tecnolgico y de la Escuela de Agricultura. Muchos de ellos eran alborotadores,
gamberros y antisemitas. Los judos que caan en sus manos siempre acababan golpeados y sangrando sobre
el suelo. Colocaban cuchillas de afeitar en el extremo de unos palos que usaban como armas contra los
estudiantes judos. Por la noche era peligroso caminar por esa calle, tan solo por tener apariencia juda,
especialmente cuando los jvenes de la Nacional Democracia o los Nacionales Radicales decidan poner en
marcha sus teoras antisemitas y pasar a la accin. No era frecuente ver a la polica protegiendo a sus
vctimas.
Lo que ya era incomprensible es que cuando Hitler lleg a la frontera de Polonia dispuesto a conquistar su
territorio esos patriotas polacos slo tenan una cosa en la mente: los judos y su odio hacia ellos.
En aquella poca se estaban creando en Alemania nuevas fbricas para aumentar el potencial
armamentstico. Estaban construyendo nuevas carreteras que condujeran directamente a Polonia y
reclutando cada vez a ms jvenes para el servicio militar. Pero el parlamento polaco no prest atencin a
esa amenaza. Tena cosas ms importantes que hacer (nuevas regulaciones a las carniceras judas, por
ejemplo) y estaba ocupado en hacer la vida ms difcil a los judos.
A los debates parlamentarios siempre le seguan disturbios callejeros: la mentalidad juda siempre haba sido
una espina clavada en el corazn de los antisemitas.
Dos aos antes de que se declarara la guerra, los elementos radicales haban creado el da sin judos, en el
10
cual esperaban reducir el nmero de licenciados judos interfiriendo en sus estudios e imposibilitando que se
presentaran a los exmenes. Durante esos das sealados, en la entrada del instituto se reuna una fraternidad
de estudiantes luciendo unos lazos en los que se poda leer la inscripcin el da sin judos. Siempre
coincida con las fechas de los exmenes. De ese modo, el da sin judos se convirti en una fiesta sin da
fijo y, como el campus del Instituto Tecnolgico posea su propia jurisdiccin, la polica no poda intervenir
salvo expresa peticin del rector. Esa peticin casi nunca se produca. Aunque los Radicales apenas
representaban el veinte por ciento de los estudiantes, eran una minora reinante gracias a la cobarda y a la
pereza de la mayora. La gran masa de estudiantes no reparaba en los judos, ni siquiera en el orden y la
justicia. No estaban dispuestos a exponerse al peligro, carecan de fuerza de voluntad y estaban sumidos en
sus propios asuntos, completamente indiferentes a la suerte que pudieran correr los estudiantes judos.
Entre los profesores haba aproximadamente la misma proporcin. Algunos proclamaban abiertamente su
condicin de antisemitas, pero hasta los profesores que no lo eran ponan trabas a los estudiantes judos para
cambiar la fecha de los exmenes que se perdan por culpa de los disturbios del da sin judos. Para los
judos que procedan de familias humildes la prdida de un trimestre significaba el final de sus estudios. De
modo que tenan que acudir al instituto el da de las celebraciones antisemitas, dando lugar a situaciones
bastante desagradables. A ambos lados de la calle las ambulancias aguardaban cadentemente, ya que saban
que los das de exmenes haba mucho trabajo. La polica tambin se apostaba en la calle y se desplegaba
por el exterior del campus tratando de prevenir cualquier estallido de violencia. De vez en cuando arrestaban
a algunos de los estudiantes ms agresivos y los llevaban a prisin, pero stos en seguida salan de crcel
aclamados como hroes y portando con orgullo en sus solapas la insignia de la prisin. Haban sufrido por
la causa de su pas! Sus compaeros los reverenciaban, algunos profesores les concedan privilegios
especiales y nunca se planteaba la posibilidad de expulsarlos.
Todos esos recuerdos ocupaban mi mente cuando, bajo la guardia de los askaris, pasamos por delante de los
apartamentos. Examin los rostros de los transentes. Tal vez podra encontrarme con un antiguo
compaero de estudios. Estaba seguro de que lo habra reconocido en seguida, ya que siempre demostraba
abiertamente el odio y el desprecio que evidenciaba cada vez que tena ante s a un judo. Durante mi poca
de estudiante vi esa expresin demasiadas veces como para olvidarla.
Dnde estn ahora todos esos patriotas que soaban con una Polonia sin judos? Puede que ese da no
est tan lejos y que sus sueos pronto se hagan realidad. Lo malo es que tampoco quedarn polacos!
Nos detuvimos delante del Instituto Tecnolgico. Tena aspecto de que nada en l haba cambiado. El
edificio principal, con su estructura neoclsica de terracota y amarillo, estaba situado al otro lado de la calle
y entre ambos se levantaba un pequeo muro rematado con una valla de acero. Cuando haba exmenes
sola pasar por esa valla mientras miraba a travs del pasamano cmo los estudiantes radicales esperaban a
sus vctimas. Ms all de la entrada haba una pancarta que rezaba: El da sin judos. Desde la entrada
hasta la puerta se formaba un cordn de estudiantes armados que examinaban a todo aqul que quisiera
entrar en el edificio.
Y ah me encontraba de nuevo, otra vez de pie fuera de la puerta. Esta vez no haba pancartas, no haba
estudiantes dispuestos a echar el guante a los judos. Slo haba unos cuantos soldados alemanes y, en la
entrada, un cartel que rezaba: Hospital de la Reserva. Un oficial de las SS tuvo unas palabras con el
11
centinela y entonces se abri la puerta. Marchamos por el cuidado csped, torcimos a la izquierda y
rodeamos el edificio en direccin al patio. All reinaba la penumbra. Las ambulancias entraban y salan y
ms de una vez tuvimos que apartarnos para que pudieran pasar. Despus nos confiaron a un sargento del
cuerpo mdico que se encarg de asignarnos la tarea. Aunque haba pasado varios aos all, tena una
curiosa sensacin de extraeza. Intent recordar si alguna vez haba estado en ese patio. Qu podra
haberme hecho venir aqu? Normalmente nos conformbamos con poder entrar y salir del edificio sin ser
molestados, o sin tener que explicar a nadie nuestro itinerario.
Colocaron por el patio grandes contenedores de cemento que parecan estar llenos de vendajes teidos de
sangre. El suelo estaba cubierto con cajas vacas, sacos y material de embalaje que un grupo de prisioneros
cargaba en los camiones. El aire estaba impregnado de una mezcla de medicamentos, desinfectantes y
putrefaccin.
Las hermanas de la Cruz Roja y los mdicos asistentes iban de un lado a otro. Los askaris haban
abandonado el pestilente y lgubre patio y estaban tomando el Sol sobre la hierba, a poca distancia de
nosotros. Algunos liaban cigarrillos con papel de peridico disecado y tabaco, tal y como solan hacer en
Rusia.
Algunos heridos leves y unos cuantos convalecientes se sentaban en los bancos y miraban a los askaris,
cuyo aspecto delataba su origen ruso a pesar del uniforme alemn que llevaban. Omos cmo tambin les
preguntaron por nosotros.
Un soldado se levant del banco y se acerc a nosotros. Nos mir con frialdad, como si furamos animales
en un zoo. Probablemente se preguntaba cunto tiempo bamos a vivir. Entonces seal su brazo, que
llevaba en cabestrillo, y grit:
-Cerdos judos, esto es lo que vuestros hermanos, los malditos comunistas, me han hecho. Pero muy pronto
os vamos a dar pasaporte a todos.
Los otros soldados no parecan compartir su punto de vista. Nos miraban con benevolencia y uno de ellos
sacudi la cabeza en un gesto de desaprobacin, pero ninguno se atrevi a decir nada. El soldado que se
dirigi a nosotros profiri unos cuantos insultos ms y se volvi a sentar al Sol.
Pens que algn da esta vil criatura tendra un girasol sobre su tumba. Le mir fijamente y lo nico que
pude ver fue un girasol. Mi mirada pareci molestarle, ya que cogi una piedra y la arroj contra m. La
piedra err su objetivo y el girasol desapareci. En aquel momento me sent terriblemente solo y deseaba
que hubieran incluido a Arthur en mi grupo.
El asistente que estaba a nuestro cargo finalmente nos llev a otra parte del instituto. Nuestro trabajo
consista en sacar del edificio los contenedores de basura. Su contenido pareca proceder de los quirfanos y
el hedor que desprendan nos contraa la garganta.
Cuando sal a tomar un poco de aire fresco, repar en una enfermera pequea y rolliza que llevaba un
uniforme grisceo con solapas blancas y la reglamentaria cofia. Me mir con curiosidad y luego se acerc.
12
Torciendo a la derecha se encontraba el pasillo que conduca al despacho del profesor Bagierski y girando a
la izquierda estaba el del profesor Derdacki. Ambos se distinguan por su aversin hacia los estudiantes
judos. Hice mi proyecto de fin de carrera con Derdacki (un diseo para un sanatorio). Y Bagierski haba
corregido muchos de mis trabajos. Cuando tena que tratar con un estudiante judo pareca como si le faltara
la respiracin y tartamudeaba ms de lo habitual. Todava poda ver su mano tachando mis dibujos con un
grueso lpiz. Recuerdo que en esa mano llevaba un anillo.
Entonces la enfermera me indic que esperara y regres a la tierra. Me apoy en la balaustrada y baj mi
mirada hacia la multitud que pasaba por el vestbulo. Vi como traan en camilla a los heridos. Haba un
ajetreo constante. Los soldados pasaban con sus muletas y un oficial que estaba tendido sobre una camilla
me mir con el rostro desencajado por el dolor.
Entonces me vino a la memoria otro suceso del pasado. Fue durante los disturbios de los estudiantes en
1936. Las bandas antisemitas arrojaron por la barandilla a un estudiante judo que fue a caer sobre el
vestbulo inferior. Recuerdo que mientras estaba tendido tena la misma postura que ese soldado.
Posiblemente cay en el mismo sitio en que ahora estaba l.
Pasando la balaustrada haba una puerta que llevaba al despacho del decano de arquitectura. All era donde
esperbamos con nuestros libros de ejercicios a que los profesores los corrigieran. El decano que haba en
mi poca de estudiante era un hombre reservado, muy educado y muy correcto. Nunca supimos si estaba a
favor o en contra de los judos. Siempre responda a nuestros saludos con una cortesa distante. Casi se
poda sentir fsicamente su frialdad. Tal vez tenamos un exceso de susceptibilidad que nos haca dividir a la
gente en dos grupos: los profesores a los que les gustaban los judos y los que no. Los constantes acosos a
los judos nos hacan ver las cosas de esa manera.
La enfermera regres y me rescat de nuevo del pasado. Pude ver por el brillo de sus ojos que se alegraba de
que todava siguiera all.
Camin con rapidez bordeando el vestbulo y se par delante del despacho del decano.
Espera aqu hasta que te llame.
Asent con la cabeza y luego mir hacia la escalera. Los asistentes traan una figura inmvil en una camilla.
Nunca hubo ascensor en ese edificio y los alemanes tampoco instalaron uno. Momentos despus, la
enfermera sali del despacho del decano, me agarr por el brazo y me hizo pasar por la puerta.
Busqu con la mirada cualquier objeto que me resultara familiar (el escritorio, los armarios donde
guardaban nuestros papeles), pero todas esas reliquias del pasado haban desaparecido. Ahora slo haba una
cama blanca con una mesilla negra al lado. Algo blanco me observaba por fuera de las mantas. Al principio
no pude comprender la escena.
Luego, la enfermera se inclin sobre la cama y susurr. Escuch una especie de quejido profundo,
aparentemente una respuesta. Aunque la habitacin estaba en penumbra vi a una figura toda envuelta de
blanco que estaba inmvil sobre la cama. Intent trazar con la mirada el contorno del cuerpo que yaca bajo
14
15
Sus palabras no me conmovieron. El modo de vida que me obligaban a llevar en el campo de concentracin
haba acabado con cualquier sentimiento o con cualquier temor hacia la muerte.
La enfermedad, el sufrimiento y la muerte eran los compaeros constantes de los judos. Esas cosas ya no
nos asustaban.
Dos semanas antes del encuentro con el moribundo tuve la ocasin de visitar un almacn que guardaba
sacos de cemento. Escuch unos quejidos y fui a investigar. Encontr a un prisionero echado entre los sacos.
Le pregunt qu le ocurra.
Me muero respondi con voz cortada. Voy a morir. Nadie puede ayudarme ni nadie lamentar mi
muerte.
Entonces aadi con indiferencia:
Tengo veintids aos.
Sal corriendo del almacn y encontr al mdico de la prisin. El mdico se encogi de hombros y volvi la
cara.
Aqu trabajan unos doscientos hombres. Seis de ellos estn a punto de morir.
Ni siquiera me pregunt dnde estaba el enfermo.
-Por lo menos deberas ir a ver qu le ocurre -protest.
No puedo hacer nada por l respondi.
Pero como mdico tienes ms libertad para moverte por la prisin. Puedes explicar tu ausencia a los
guardias mejor que yo. Es terrible que un hombre muera solo y abandonado. Al menos aydale en sus
ltimas horas.
-De acuerdo, de acuerdo -dijo.
Pero yo saba que no acudira. l tambin se haba hecho insensible a la muerte.
Cuando pasaron lista por la noche, haba seis cadveres. Anotaron sus nombres en la lista sin ningn
comentario. Las predicciones del mdico eran correctas.
-Yo s -murmur el enfermo- que en este mismo momento estn muriendo miles de hombres. La muerte
est por todas partes. No es nada extrao ni extraordinario. Estoy resignado a morir pronto, pero antes de
eso quiero hablar de un suceso que me tortura continuamente. De otro modo, no podr morir capaz.
Respiraba con dificultad. Tena la sensacin de que poda mirarme a travs de los vendajes. Tal vez poda
16
ver por entre las manchas amarillas, aunque no tena ninguna cerca de los ojos. Yo ni siquiera poda mirarlo.
-O decir a una de las hermanas que en el patio estaba trabajando un grupo de prisioneros judos.
Previamente, me trajo una carta de mi madre... Me la ley y luego se march. Llevo aqu tres meses. Luego
tom una decisin. Despus de pensar durante mucho tiempo...
Cuando la hermana regres le ped que me ayudara. Quera que me trajera a un prisionero, pero le advert
que tuviera cuidado, que nadie debera verla. La enfermera, que desconoca el motivo de mi demanda, no
me respondi y se march. Perd toda esperanza de que tomara un riesgo tan grande por m. Pero poco
tiempo despus regres, se inclin sobre la cama y me susurr que afuera haba un judo. Lo dijo como si
estuviera complaciendo el ltimo deseo de un moribundo. Ella sabe muy bien lo que me ocurre. Estoy en
una cmara de la muerte, lo s. Aqu dejan morir solos a los desahuciados. Tal vez lo hacen para no
preocupar a los dems.
Quin era este hombre al que escuchaba? Qu me intentaba decir? Acaso era un judo disfrazado de
alemn y ahora, en su lecho de muerte, quera volver a ver a uno de su raza? Por el Ghetto, y ms tarde por
el campo de concentracin, corra el rumor de que haba judos que tenan apariencia aria y que se haban
alistado en el ejrcito con papeles falsos. Algunos hasta ingresaron en las SS. Esa era su forma de
sobrevivir. Este hombre era uno de esos judos? ; O tal vez era medio judo, fruto de un matrimonio mixto?
El enfermo hizo un leve movimiento y observ que en su otra mano descansaba una carta que resbal entre
sus dedos y fue a caer al suelo. Me agach y la dej sobre el cobertor.
No toqu su mano, ni tampoco pudo haberme visto. Sin embargo, el hombre reaccion.
Gracias. Es la carta de mi madre las palabras salan de sus labios con suavidad.
Y de nuevo tuve la sensacin de que me observaba.
Su mano busc a tientas la carta y se la acerc a su cuerpo, como si esperara adquirir un poco de fuerza y de
coraje con el contacto del papel. Me acord de mi madre, que nunca ms volvera a escribirme una carta.
Haca cinco semanas se la haban llevado del Ghetto durante una redada. El nico artculo de valor que
poseamos tras el saqueo era un reloj de oro que le entregu para que pudiera sobornar a los soldados
cuando vinieran a detenerla. Un vecino que tena papeles legales me cont despus lo que ocurri con el
reloj. Mi madre se lo entreg a un polica ucraniano que vino a llevrsela. El polica se march, pero regres
poco despus, meti a mi madre y a otros cuantos ms dentro de un camin y los condujeron hasta un lugar
desde donde ya no se envan ms cartas...
Mientras escuchaba los gruidos del moribundo el tiempo pareca detenerse.
-Mi nombre es Karl... Me alist en las SS como voluntario. Cuando se pronuncia la palabra SS estoy
convencido de que t...
Se detuvo. Su boca pareci secarse y se le hizo un nudo en la garganta.
17
Ahora ya saba que no poda ser un judo o un medio judo escondido en un uniforme alemn. Cmo pude
haber imaginado una cosa as? Sin embargo, en aquellos tiempos todo era posible.
Tengo que decirte algo terrible... Algo inhumano. Sucedi hace un ao... Ya ha pasado un ao? Eso
ltimo se lo dijo casi a s mismo.
S, hace ya un ao prosigui. Un ao desde que comet aqul crimen. Necesito contrselo a alguien.
Puede que eso me ayude.
Entonces me cogi la mano. Sus dedos apretaron los mos con fuerza, como si sintiera inconscientemente
que yo iba a retirar mi mano al escuchar la palabra crimen. De dnde haba sacado tanta fuerza? O es
que yo estaba tan dbil que ni siquiera poda retirar mi mano?
Tengo que hablarte de ese terrible suceso. Tengo que contrtelo porque... porque eres judo.
Existe acaso algn horror que no conozcamos?
Todas las atrocidades y torturas que una mente enferma pueda crear me resultan familiares. Las he padecido
todas en mi propia persona y las he visto en el campo de concentracin. Cualquier cosa que pueda contarme
este enfermo no puede superar las terribles historias que por las noches cuentan mis compaeros de prisin.
No senta ninguna curiosidad por conocer su relato y en mi interior slo esperaba que la enfermera no se
hubiera olvidado de comunicar al askari dnde estaba. De otro modo, me deberan estar buscando. Tal vez
pensaran que me haba fugado...
Me senta intranquilo. Oa voces detrs de la puerta, pero entre ellas reconoc a la de la enfermera y eso me
calm. La voz ahogada continu:
Pas un tiempo antes de darme cuenta de lo que haba hecho.
Me qued mirando a la cabeza vendada. No saba qu era aquello que quera confesarme, pero estaba
seguro de que cuando muriera tendra un girasol sobre su tumba. Tuve la sensacin de que entraba un
girasol por la ventana, la ventana por donde los rayos de Sol penetraban en la cmara de la muerte. Por qu
haba ya un girasol? Porque tena que acompaarle hasta el cementerio, quedarse en su tumba y mantenerle
en contacto con la vida, pens. Por esa razn le envidiaba. Tambin le envidiaba porque en sus ltimas
horas poda pensar en una madre viva que llorara su muerte.
-Yo no nac siendo un asesino... -jade.
Respir profundamente y luego guard silencio.
Nac en Stuttgart y tengo veintin aos. Es muy pronto para morir. Apenas he disfrutado de la vida.
Yo tambin pensaba que era muy pronto para morir. Acaso preguntaron ellos si nuestros hijos, a los que
18
enviaron a la cmara de gas, haban disfrutado de la vida? Les preguntaron si era demasiado pronto para
morir? Evidentemente, a m nadie me hizo nunca esa pregunta.
Aqul hombre respondi como si hubiera ledo mi pensamiento:
-S lo que piensas y lo entiendo. Pero acaso no puedo decir que todava soy muy joven...?
Despus, en un arranque de coherencia, prosigui:
-Mi padre, que trabajaba como director de una empresa, era un social demcrata convencido. Despus de
1933 tuvo algunos problemas, pero eso le ocurri a mucha gente. Mi madre me educ en la religin catlica
y, de hecho, durante un tiempo ayud en la iglesia, siendo uno de los favoritos de nuestro prroco, quien
esperaba que algn da estudiara teologa. Pero los acontecimientos dieron un vuelco radical. Me afili a la
Juventudes Hitlerianas1 y ah, por supuesto, dej de tener contacto con la iglesia. Mi madre se disgust mucho, pero al final dej de reprochrmelo. Yo era el nico hijo que tena. Mi padre nunca coment una
palabra de todo aquello...
1 tena miedo de que yo pudiera contar en las Juventudes Hitlerianas todo lo que escuchaba en casa...
Nuestro lder nos obligaba a defender la causa en todas partes... incluso en casa... Nos deca que si alguien
las criticaba se lo contramos. Muchos as lo hicieron, pero yo no. A pesar de todo, mis padres tenan miedo
y dejaban de hablar cuando estaba cerca. Su desconfianza me molestaba pero, por desgracia, en aquellos
das no haba lugar a la reflexin.
En las Juventudes Hitlerianas hice muchos amigos. Mis das siempre estaban ocupados. Despus del
colegio, la mayora de nosotros corramos hacia las sedes o hacia los centros deportivos. Mi padre casi
nunca me hablaba y cuando tena algo que decirme, lo haca con suma cautela y con reservas. Ahora me doy
cuenta de cmo le disgust. A menudo le vea sentarse en su silln durante horas, meditando tristemente sin
pronunciar una sola palabra...
Cuando estall la guerra yo me alist voluntario en las SS, por supuesto. No era ni mucho menos el nico
de nuestra pandilla que lo hizo. Casi la mitad de ellos se enrolaron voluntariamente en el ejrcito, sin pensar,
como si se apuntaran a un baile o a una excursin. Mi madre llor amargamente cuando part. Mientras
cerraba la puerta tras de m, escuch cmo mi padre deca: "Nos apartan de nuestro hijo. Esto no puede traer
nada bueno".
1. Juventudes Hitlerianas (Hitlerjugend): Organizacin juvenil del Partido Nacionalsocialista Alemn. Fue
fundada en 1926 por Baldur von Schirach con el fin encuadrar a la juventud entre los 10 y los 18 aos, a la que formaba
ideolgica, poltica y militarmente. Particip en misiones de vigilancia y de tipo paramilitar. (N. del t.)
19
Sus palabras me indignaron. Deseaba regresar y discutir con l. Quera decirle que su problema era que no
entenda los nuevos tiempos. Pero lo dej estar, para no empeorar mi partida con una escena desagradable.
Aquellas palabras fueron las ltimas que escuch pronunciar a mi padre... A veces aada unas cuantas
lneas a las cartas que mi madre me escriba, aunque casi siempre ella sola excusarlo dicindome que mi
padre an no haba vuelto del trabajo y que tena prisa por echar la carta al correo.
Hizo una pausa y busc a tientas el vaso de la mesilla. Aunque no poda verlo, saba dnde estaba. Bebi un
sorbo de agua y volvi a colocarlo sobre la mesilla antes de que yo pudiera hacerlo por l. Realmente se
encontraba tan mal como deca?
Primero nos enviaron a hacer la instruccin a una base militar donde escuchbamos con fervor las
noticias que daba la radio sobre la campaa en Polonia. Devorbamos los artculos de los peridicos y nos
preocupaba que nuestros servicios no fueran a ser necesarios. Yo anhelaba tener experiencias nuevas,
conocer mundo y as poder relatar luego mis aventuras... Mi to nos haba contado muchas historias
apasionantes sobre la guerra en Rusia, sobre cmo haban obligado retroceder a Ivn hacia los lagos de
Mazuria. Yo quera tomar parte en ese tipo de acontecimientos...
Me sent como un gato sobre ladrillos calientes e intent quitar mi mano de la suya. Quera marcharme,
pero era como si quisiera hablarme con sus manos, adems de con su voz. Cada vez me apretaba con ms
fuerza... como si me rogara que no le abandonase. Tal vez su mano haca las veces de ojos.
Recorr la habitacin con la mirada y me asom por la ventana. Vi una parte del patio iluminado por el Sol y
observ que la sombra del tejado lo atravesaba diagonalmente, formando una frontera entre la luz y la
sombra. Una frontera que no tena transicin.
Entonces, el soldado moribundo me habl de su experiencia en la campaa de Polonia y mencion un
nombre. Haba dicho Reichshof? No pregunt.
Por qu haca un preludio tan largo? Por qu no me deca lo que quera contarme? No haba necesidad de
narrarlo tan pausadamente.
En ese momento su mano comenz a temblar y tuve la oportunidad de soltar la ma, pero la volvi a asir y
susurr:
Por favor.
Acaso quera coger fuerzas? Qu pasaba conmigo? Para qu me hizo venir?
Y entonces... entonces sucedi algo terrible... Pero djame primero que te cuente algo ms de m.
Pareca detectar mi intranquilidad. Debi darse cuenta de que yo estaba mirando hacia la puerta porque, de
repente, dijo:
20
21
La primavera pasada vimos que se estaba tramando algo. Nos insistieron repetidas veces que debamos
prepararnos para realizar grandes proezas. Nos dijeron que tenamos que demostrar que ramos hombres...
que debamos ser valientes. No haba lugar para tonteras humanitarias. El Fhrer necesitaba hombres de
verdad. En ese momento, esas palabras nos causaron una gran impresin.
Cuando comenz la guerra con Rusia, antes de partir al frente escuchamos por la radio un mensaje de
Himmler. Hablaba de la victoria final de la misin del Fhrer... de exterminar a los infrahumanos... Nos
dieron muchos libros sobre los bolcheviques y los judos, devoramos con fervor el Sturmer y muchos
recortaban las caricaturas y las prendan en la cabecera de la cama. Pero se no era el tipo de cosas que yo
buscaba... Por la noche, nos atiborrbamos de cerveza en la cantina y hablbamos del futuro de Alemania.
Al igual que sucedi en Polonia, pensbamos que la guerra con Rusia iba a ser una campaa rpida gracias
al ingenio de nuestro lder. Nuestra frontera se extendera cada vez ms hacia el este. Los alemanes
necesitaban espacio para vivir.
Se par un instante como si estuviera cansado.
Ya puedes ver qu tipo de vida haba emprendido.
Senta lstima de s mismo. Sus palabras tenan un poso de resignacin y amargura.
Mir de nuevo por la ventana y observ que la separacin entre la luz y la sombra ascendi por las otras
ventanas de la fachada. El Sol haba ascendido. Una de las ventanas cortaba los rayos y los reflejaba cuando
se cerraba. Por un instante, el destello me pareci como una seal heliogrfica. En esos das estbamos
dispuestos a ver seales por todas partes. Era una poca proclive al misticismo y a la supersticin. A
menudo mis compaeros del campo de concentracin contaban historias fantsticas. Para nosotros todo era
irreal e insustancial: la tierra estaba poblada por figuras msticas. Dios estaba de permiso y durante su
ausencia, otros haban pasado a tomar el control con el fin de darnos signos e indicios. En una poca normal,
nos habramos redo de cualquiera que creyera en poderes sobrenaturales. Pero en aquellos das esperbamos que stos intervinieran en el curso de los acontecimientos. Escuchbamos con atencin cada palabra
que decan los supuestos adivinos y los videntes. A menudo nos aferrbamos a interpretaciones que carecan
de sentido con el fin de adquirir un rayo de esperanza en unos tiempos tan amargos. El eterno optimismo de
los judos sobrepasaba los lmites de la razn pero, en aquella poca, la propia razn careca ya de sentido.
Haba algo razonable y lgico en este mundo nazi? Te perdas en fantasas slo para poder evadirte de la
terrible realidad. En esas circunstancias la razn no habra sido ms que un obstculo. Nos sumergamos en
sueos de los que no queramos despertar.
Por un instante olvid dnde estaba y entonces escuch un zumbido. Una mosca, probablemente atrada por
el olor, revoloteaba sobre la cabeza del herido, que no poda verla, como tampoco poda verme apartarla con
mi mano.
Gracias suspir a pesar de todo. Y por primera vez, me di cuenta de que yo, un indefenso subhumano,
haba ayudado a aliviar el sufrimiento de un igualmente indefenso superhombre. As, sin pensar; sin darle la
menor importancia.
22
La narracin prosigui:
-A finales de junio nos unimos a una unidad de asalto y nos trasladaron al frente en camiones. Atravesamos
inmensos campos de trigo que se extendan ms all de la mirada. El jefe de nuestro pelotn dijo que Hitler
haba comenzado la campaa contra Rusia en ese mes con el fin de que nos diera tiempo a recoger su
cosecha. Aquello nos pareci muy inteligente. Durante los largos das de viaje veamos a ambos lados de la
carretera los cadveres de los rusos, tanques incendiados, camiones averiados, caballos muertos. Tambin
haba rusos heridos, yaciendo indefensos, sin nadie que cuidara de ellos. Durante el camino podamos or
sus gritos y sus lamentos.
Uno de mis compaeros les escupi y yo protest. l se limit a contestar citando una frase que siempre
pronunciaba nuestro lder: "Sin piedad con Ivn...".
Sus palabras sonaron como una simple orden militar. Hablaba como si fuera un corresponsal de guerra.
Pronunciaba las palabras como un loro, sin pensar en lo que deca. Su conversacin estaba llena de
estpidas frases que haba extrado de los peridicos.
Por fin llegamos a un pueblo de Ucrania y all tuve mi primer contacto con el enemigo. Atacamos una
granja abandonada donde los rusos se haban hecho fuertes. Cuando conseguimos entrar slo encontramos
unos cuantos heridos que yacan en el suelo y de los que no nos ocupamos. Bueno, quiero decir que yo no
me ocup de ellos. Pero nuestro jefe de pelotn... l les dio el golpe de gracia...
Desde que ingres en el hospital todos esos detalles me vienen constantemente a la memoria. Los vuelvo a
vivir de nuevo, solo que esta vez con ms precisin e intensidad... Ahora dispongo de mucho tiempo.
E1 combate fue encarnizado. Muchos de los nuestros apenas podan soportarlo. Cuando nuestro
comandante se dio cuenta de ello nos grit: "Escuchadme bien lo que os digo. Acaso pensis que los rusos
actan de manera diferente con nuestros hombres? No tenis ms que ver cmo se comportan con su propia
gente. Todos esos soldados con los que nos hemos cruzado tienen muchos asesinatos sobre sus espaldas. Se
limitan a acabar con sus prisioneros cuando no pueden llevrselos consigo. l, que ha sido elegido para
hacer historia, no puede entretenerse en esas tonteras".
Una noche, un compaero me llev aparte para confesarme su horror, pero despus de pronunciar la
primera frase se detuvo. No confiaba en m.
Continuamos haciendo historia. Da tras da escuchbamos las crnicas de nuestras victorias y a todas
horas nos repetan que la guerra acabara pronto. Hitler se lo dijo a Himmler... y ahora para m ya se ha
acabado todo...
Respir profundamente. Luego tom un sorbo de agua. Escuch un ruido a mis espaldas y me volv a mirar.
No me haba dado cuenta de que la puerta estaba abierta. Pero l s lo haba advertido.
Hermana, por favor...
23
24
Observ que su voz tena un trasfondo afectuoso cuando hablaba de los judos. Nunca encontr un tono de
voz parecido en un miembro de las SS. Acaso este hombre era mejor que los dems o es que la voz de los
oficiales de las SS cambia cuando estn a punto de morir?
Nos dieron una orden continu, y marchamos hacia donde se encontraban los judos. All haba
ciento cincuenta o quiz doscientos, entre los que se incluan muchos nios que nos miraban con ojos
suplicantes. Unos cuantos lloraban en silencio. Haba nios a los que sus madres cogan en brazos, pero
entre ellos apenas se encontraba ningn joven. La mayora eran mujeres y ancianos.
A medida que nos acercamos a ellos, pude ver la expresin de sus ojos: miedo, miedo indescriptible... al
parecer saban lo que les esperaba...
Lleg un camin con bidones de gasolina que descargamos y los introdujimos en el edificio. Ordenaron a
los judos ms fuertes que llevaran los bidones a los pisos superiores. Obedecieron con indiferencia, sin el
menor asomo de voluntad, como si fueran autmatas.
Despus empezamos a conducir a los judos hacia el interior de la casa. Un sargento que llevaba un ltigo
ayudaba a aqullos que no caminaban con rapidez. Hubo una lluvia de maldiciones y patadas. La casa no era
muy grande, slo tena tres pisos. Nunca cre que fuera posible que todos pudieran entrar. Pasados unos
minutos, ya no quedaba ningn judo en la calle.
Guard silencio y mi corazn comenz a latir con violencia. Poda imaginarme la escena. Me resultaba
demasiado familiar. Yo mismo poda haberme encontrado entre esos que entraron en la casa con los bidones
de gasolina. Poda sentir cmo se apretaban unos contra otros. Poda escuchar sus gritos de rabia cuando se
dieron cuenta de lo que les iba a ocurrir.
El nazi moribundo prosigui su relato:
Entonces apareci otro camin con ms judos y tambin los condujeron al interior de la casa con los
dems. Despus cerraron la puerta y apostaron una metralleta al otro lado de ella.
Saba cmo iba a acabar la historia. Mi propio pas haba sido ocupado por los alemanes desde haca ms de
un ao y habamos escuchado que algo similar haba ocurrido en Bialystok, Brody y Grdek. El mtodo
siempre era el mismo. Poda ahorrarse el resto de aquel escabroso relato.
Por tanto, me levant dispuesto a marcharme, pero l me suplic:
Por favor, qudate. Tengo que contarte el resto.
Realmente no saba qu era lo que me retena. Haba algo en su voz que me impeda zanjar el encuentro. Tal
vez deseaba escuchar en su propia voz, con sus propias palabras, todo el horror de la crueldad nazi.
Cuando nos dijeron que todo estaba preparado retrocedimos unos metros, recibimos la orden de retirar las
anillas de seguridad de nuestras granadas de mano y las arrojarnos por las ventanas hacia el interior de la
25
. Pascua Seder: Da de la Pascua Juda correspondiente a las dos primeras noches de la misma. La Pascua
conmemora el xodo de Egipto de los judos a travs de las aguas del Mar Rojo. La Pascua comienza despus de la
puesta de Sol del decimocuarto da de Nisn, primer ao eclesistico judo. Segn la Ley Juda, los judos que vivan
fuera de los lmites de la antigua Palestina han de celebrar la Pascua durante ocho das, as como una comida
ceremonial conocida como Seder durante las dos primeras noches. El Seder consiste en una serie de alimentos
prescritos, donde cada uno de ellos simboliza algn pasaje de las penosas experiencias que sufrieron los judos
durante su esclavitud en Egipto. Durante el Seder se repasan los pasajes del xodo y se ofrece una Accin de Gracias a
Dios por su proteccin. (N. del t.)
27
mantuvieran alejado de la puerta, pero todo era intil. Los policas alemanes que la custodiaban a menudo le
daban algo de comer.
Un da, cuando entr en el Ghetto, Eli no estaba cerca de la puerta, aunque pude verlo ms tarde. Estaba
cerca de una ventana y su pequea mano estaba cogiendo algo del alfizar. Luego se acerc sus dedos a la
boca. Mientras me acercaba, me di cuenta de lo que haca y se me llenaron los ojos de lgrimas: estaba
recogiendo las migas que alguien haba dejado para los pjaros. Sin duda pensaba que los pjaros podran
encontrar alimento fuera del Ghetto, que algn alma caritativa de la ciudad les dara de comer, esas mismas
almas que no se atrevan a dar un pedazo de pan a un judo hambriento.
Al otro lado de la puerta a menudo haba mujeres con sacos de pan o de harina que intentaban canjear con
los habitantes del gueto. Pedan comida a cambio de ropa, de una vajilla de plata o de alfombras. Pero
quedaban pocos judos que poseyeran algo para canjear.
Los padres de Eli no tenan nada que ofrecer, ni siquiera a cambio de una rebanada de pan.
El jefe de las SS, Katzmann (el clebre Katzmann), saba que a pesar de sus repetidas bsquedas todava
tenan que quedar nios en el Ghetto, as que su malvado cerebro concibi un plan: abrira una guardera!
Prometi al Consejo Judo que si podan encontrar un lugar para construirla y una institutriz que la dirigiera
creara una guardera. As los nios estaran atendidos mientras los mayores trabajaban fuera. Los judos,
eternos e incorregibles optimistas, vieron en ello un gesto de humanidad. Incluso se corri la voz de que
haba una nueva ley que prohiba los fusilamientos. Alguien dijo haber escuchado en la radio americana que
Roosevelt haba amenazado a los alemanes con tomar represalias si mataban a algn judo. Por ese motivo,
los alemanes iban a ser ms benvolos en el futuro.
Otros hablaban de una Comisin Internacional que iba a visitar el Ghetto. Los alemanes queran ensearles
la guardera como prueba de su tratamiento considerado hacia los judos.
Un oficial de la Gestapo de pelo cano llamado Engels vino con un miembro del Consejo Judo para
comprobar si efectivamente se estaba construyendo una guardera en un lugar adecuado. Afirm estar
seguro de que en el gueto todava quedaban nios suficientes como para poner en marcha una guardera y
prometi una racin extra de comida. Incluso la Gestapo envi latas de cacao y leche.
Y as, los padres de los nios que quedaban se convencieron poco a poco de que sus hijos deberan ir a la
guardera. Esperaban con impaciencia a una comisin de la Cruz Roja. Pero la comisin nunca apareci. Por
contra, una maana llegaron tres camiones de las SS a la guardera y se llevaron a los nios a la cmara de
gas. Esa noche, cuando los padres regresaron del trabajo, se vivieron escenas desgarradoras en la desierta
guardera.
A pesar de todo, unas semanas ms tarde vi de nuevo a Eli. Su instinto haba hecho que se quedara en casa
aquella desafortunada maana.
Para m, el nio de ojos oscuros del que hablaba el moribundo era Eli. Su pequea carita se haba grabado
en mi memoria para siempre. Era el ltimo nio judo que haba visto.
28
Hasta ese momento, mis sentimientos hacia aquel hombre eran de compasin: ahora, esos sentimientos
haban cambiado. El tacto de su mano sobre la ma casi me causaba dolor fsico y decid retirarla.
Pero todava no pensaba en marcharme. An faltaba algo ms por llegar: de eso estaba seguro. Su historia
deba continuar...
Murmur algo que no alcanc a comprender. Mis pensamientos estaban lejos de aquel lugar, aunque
permaneca all con la idea de escuchar lo que aquel hombre tena que decirme. Me daba la impresin de
que haba olvidado mi presencia, de igual modo que yo haba olvidado la suya por un tiempo. Hablaba
consigo mismo en un tono montono. Los enfermos a menudo lo hacen cuando se encuentran solos. Iba a
seguir relatando su historia o acaso quera decirme algo y no se atreva a manifestarlo abiertamente? Quin
saba lo que an tena que contar? Era algo inimaginable. Haba aprendido una cosa: ningn hecho es tan
horrible como para que resulte imposible superar su crueldad.
S, ahora los veo justo delante de m... murmur.
De qu me hablaba? Cmo poda verlos? Su cabeza y sus ojos estaban cubiertos por los vendajes.
Veo al nio y a su padre y a su madre prosigui.
Gimi y su respiracin se entrecort.
-Quiz ya estaban muertos cuando se golpearon contra el asfalto. Aquello era horrible. Los gritos se
mezclaron con una salva de disparos que probablemente intentaban apagar los quejidos. Nunca lo olvidar.
Su recuerdo me persigue continuamente. He tenido mucho tiempo para pensar, aunque quiz no el
suficiente...
Era yo el que ahora escuchaba los disparos? Estbamos tan acostumbrados a los tiroteos que nadie les
prestaba atencin. Pero yo los escuchaba de forma clara. En el campo de concentracin siempre haba
disparos. Cerr los ojos y me imagin la escena con todos sus espantosos detalles.
Mientras avanzaba la narracin, que a menudo consista en frases breves y entrecortadas, poda ver y
escuchar la escena como si realmente hubiera estado all. Vi cmo conducan a aquellos desgraciados al
interior de la casa, escuch sus gritos, o cmo rezaban por sus hijos y los vi saltar por las ventanas envueltos en llamas.
-Poco despus proseguimos la marcha. Durante el camino nos dijeron que la masacre de los judos era en
venganza por las bombas rusas que nos haban costado unos treinta hombres. A cambio, habamos matado a
trescientos judos. Nadie pregunt qu tenan que ver los judos con las bombas rusas.
Por la noche corri el brandy. El brandy ayuda a olvidar... Por la radio llegaban noticias del frente, la cifra
de barcos torpedeados, de prisioneros tomados o de aviones derribados, y el rea de territorios
conquistados... Estaba oscureciendo...
29
Enardecidos por el brandy nos sentamos y comenzamos a cantar. Yo tambin cant. Hoy me pregunto
cmo pude haber hecho aquello. Tal vez quera anestesiarme a m mismo. Durante un tiempo fui capaz de
conseguirlo. Los acontecimientos parecan desvanecerse en mi memoria cada vez ms. Pero durante la
noche se me presentaban otra vez...
Peter, un compaero que dorma junto a m tambin era de Stuttgart. Mientras dorma, jams hallaba
descanso, dando vueltas sobre su cama y murmurando en sueos. Me incorpor y me qued mirndolo, pero
estaba demasiado oscuro para ver su cara y slo pude escucharle decir: "No, no!" y "No lo har!". Por la
maana se poda observar en los rostros de algunos compaeros que ellos tampoco haban tenido una
noche descansada. Pero nadie hablaba de ello. Se evitaban unos a otros. Incluso el jefe de nuestro pelotn
se dio cuenta de ello.
"Vosotros y vuestro sentimentalismo! Seores, no podis seguir as. Esto es la guerra! Los judos no son
seres humanos! Los judos son los culpables de todas nuestras desgracias! Disparar a uno de ellos no es
como disparar a uno de los nuestros. No importa si son hombres, mujeres o nios: son distintos a nosotros.
Debemos eliminarlos sin vacilar. Si hubiramos sido blandos con ellos ahora seramos sus esclavos, pero el
Fhrer..."
S, ya lo ves -comenz, pero luego se detuvo.
Qu me iba a decir? Tal vez algo que le reconfortara. Algo que justificara por qu me contaba la historia de
su vida. No obstante, no volvi a tocar el tema.
Nuestro descanso no dur mucho tiempo. A medioda continuamos avanzando, ya que ahora formbamos
parte de las tropas de asalto. Nos subamos a los camiones y nos llevaban al frente, pero all tampoco
quedaban muchos enemigos. Haban evacuado los pueblos y las pequeas ciudades. Los haban abandonado
sin luchar. De vez en cuando haba algunas escaramuzas mientras el enemigo retroceda. Hirieron a Peter,
Karlheinz muri. Despus tuvimos otro descanso para lavarnos y escribir cartas. Hablbamos de cientos de
cosas, pero nadie deca una palabra de los sucesos en Dnepropetrovsk.
Fui a ver a Peter. Le haban disparado en el abdomen pero todava estaba consciente. Me reconoci y me
mir con lgrimas en los ojos. Me sent a su lado y me dijo que pronto le daran de alta. Dijo: "La gente de
aquella casa, ya sabes de lo que hablo...". Entonces se desvaneci. Pobre Peter. Muri con el recuerdo de la
experiencia ms terrible de su vida.
O pasos en el pasillo. Mir hacia la puerta, que en ese momento deba estar abierta, y me levant. El me
detuvo.
-Qudate, la enfermera espera fuera. Nadie va a entrar. No te retendr durante mucho tiempo, pero todava
tengo algo importante que decirte...
Volv a sentarme con desgana, aunque decid marcharme tan pronto como la enfermera regresara.
Qu era lo que tena que decirme? Que no era la nica persona que haba matado judos? Que slo era un
30
31
En ese momento vi a la familia envuelta en llamas, al padre con el nio y tras l, a la madre: venan a mi
encuentro. "No, no puedo volver a dispararles". Aquel pensamiento recorri mi mente... Y entonces un obs
explot a mi lado. Perd el conocimiento.
Cuando despert en el hospital me di cuenta de que haba perdido la visin. Mi rostro, as como la parte
superior del cuerpo estaban hechos trizas. La enfermera me cont que el cirujano haba sacado de mi cuerpo
una palangana llena de metralla. Era un milagro que todava siguiera vivo. Incluso ahora estara mejor
muerto..."
Suspir. Su mente volva a centrarse en s mismo y le invada la autocompasin.
El dolor se hizo cada vez ms insoportable. Todo mi cuerpo estaba lleno de seales por los analgsicos
que me inyectaban... Me llevaron de un hospital a otro, pero nunca me enviaron a casa... se era mi
autntico castigo. Quera ir a casa y ver a mi madre. Saba que mi padre me dira algo con su inflexible severidad. Pero mi madre... ella me vera con otros ojos.
Not que se estaba torturando. Estaba dispuesto a no perdonarse nada.
De nuevo agarr mi mano, pero yo ya la haba retirado y me haba sentado sobre ella, lejos de su alcance.
No quera que me tocara la mano de un muerto. Se dio cuenta de que senta compasin por l. Pero tena
algn derecho a que los dems sintieran piedad? Una persona as merece que alguien sienta compasin por
ella? Tal vez pensaba que al sentir lstima de s mismo encontrara compasin en los dems...
-Mira dijo, esos judos murieron rpidamente, no sufrieron como yo. Aunque no eran tan culpables
como yo.
En ese punto me levant dispuesto a irme. Yo, el ltimo judo de su vida. Pero rpidamente me agarr con
su plida mano. De dnde puede sacar tanta fuerza un hombre desangrado?
Me llevaron de un hospital a otro, nunca me enviaron a casa. Pero eso ya te lo he contado... Soy
perfectamente consciente del estado en que me encuentro y mientras estaba aqu nunca he dejado de pensar
en los terribles sucesos de Dnepropetrovsk. Ojala no hubiera sobrevivido al obs. Pero todava no puedo
morir, aunque a menudo lo deseo con vehemencia... A veces tengo la esperanza de que el doctor me aplique
una inyeccin que acabe con todas mis desgracias. Incluso le he pedido que me duerma. Pero l no siente
compasin de m, aunque s que ha ahorrado sufrimientos a otros desahuciados por medio de una inyeccin.
Tal vez mi juventud le refrena. En la tablilla que se encuentra al pie de mi cama no slo est anotado mi
nombre, sino tambin mi fecha de nacimiento y puede que eso le contenga. De modo que aqu me tienen,
esperando a la muerte. Tengo unos dolores terribles, pero lo peor de todo es mi conciencia. Nunca deja de
recordarme la casa en llamas y la familia que salt por la ventana.
Guard silencio, tratando de encontrar las palabras. Quera algo de m, pens, ya que no poda creer que me
hiciera ir hasta all slo para escuchar su historia.
Cuando todava era un nio crea firmemente en Dios y en los mandamientos de la Iglesia. Despus todo
32
fue ms fcil. Si todava conservara esa fe estoy seguro de que la muerte no me resultara tan difcil.
No puedo morir... sin lavar mi conciencia. sta debe ser mi confesin. Pero qu clase de confesin es
sta? Una carta sin respuesta...
Sin duda se refera a mi silencio. Qu poda decir? Ah estaba un hombre desahuciado, un asesino que no
quera serlo pero que se haba convertido en un asesino por culpa de una ideologa asesina. Estaba
confesando su crimen a un hombre que quiz maana muera en manos de los mismos asesinos. En su
confesin haba un sincero arrepentimiento, aunque no lo lleg a confesar abiertamente. Tampoco era
necesario, dada la manera en que se dirigi a m, ya que el hecho de que hablara conmigo era la prueba de
su arrepentimiento.
Creme, estara dispuesto a sufrir dolores an ms terribles y penosos si de ese modo pudiera devolver la
vida a los muertos de Dnepropetrovsk. Muchos jvenes alemanes mueren a diario en los campos de batalla.
Lucharon contra un enemigo armado y cayeron en el combate, pero yo... yo estoy postrado aqu, con mi
culpa. En las ltimas horas de mi vida t te encuentras a mi lado. No s quin eres, slo s que eres judo y
para m eso es suficiente. No dije nada. Lo cierto era que en su campo de batalla tambin haba luchado
contra hombres, mujeres, nios y ancianos indefensos. Poda imaginarlos envueltos en llamas y saltando por
la ventana hacia una muerte segura. Se incorpor y junt sus manos como si fuera a rezar. Quiero morir
en paz, y por eso necesito...
Observ que las palabras no podan salir de sus labios. Pero no estaba dispuesto a ayudarle. Me mantuve en
silencio.
-S que lo que te he contado es terrible. En las largas noches, mientras espero que venga la muerte, he
deseado una y otra vez hablar de ello con un judo y rogarle que me perdone. Aunque no saba si quedaban
judos vivos...
S que te estoy pidiendo demasiado, pero sin tu respuesta no puedo morir en paz.
Se hizo un extraordinario silencio en la habitacin. Mir por la ventana. El Sol inundaba la fachada de los
edificios. Estaba en lo alto del cielo. Slo se vea una pequea sombra triangular sobre el patio.
Qu contraste entre la gloriosa luz del exterior y la sombra de este espantoso momento aqu, en la cmara
de la muerte! En su interior yaca un hombre que deseaba morir en paz pero que no poda, ya que el
recuerdo de su horrendo crimen no le dejaba descansar. Y a su lado se sentaba otro hombre que tambin
estaba condenado a morir pero que no quera, ya que deseaba ver el final de todo el horror que cegaba al
mundo.
El Destino haba unido a dos hombres que no se conocan. Uno peda ayuda al otro. Pero el otro no poda
hacer nada por l.
Me levant y mir hacia l, a sus manos cruzadas. Entre ellas pareca descansar un girasol.
33
34
En el camino de regreso nuestros guardias, los askaris, no estaban de humor para cantar. Marchaban a nuestro
lado en silencio y ni siquiera nos ordenaban que caminsemos ms rpido. Todos estbamos cansados, incluso
yo, que haba pasado todo el da en aquella habitacin. Realmente pasaron tantas horas? Una y otra vez mis
pensamientos volvan a aquel macabro encuentro.
En la acera contraria a la que bamos la gente se detena a mirarnos. No pude distinguir una cara de otra, todas
parecan ser exactamente iguales, probablemente porque les resultbamos completamente indiferentes, a pesar
de sus miradas. De todas formas, no veo por qu haba de ser de otro modo. Hace mucho tiempo que se han
acostumbrado a nosotros. Qu tenemos que ver con ellos? Puede que algunos sufrieran remordimientos de
conciencia por haber mirado a unos condenados de manera tan cruel.
No caminbamos deprisa, ya que una carreta tirada por un caballo nos lo impeda. Tuve tiempo para deducir
que entre toda esa gente deba haber muchos que antao se divirtieron durante el da sin judos y me
preguntaba si ramos los nicos a los que los nazis perseguan. No resultaba malvolo que la gente mirara
en silencio sin protestar ante la humillacin que tenan que soportar unos seres humanos? Acaso para ellos
no ramos seres humanos?
Dos das antes los nuevos prisioneros del campo de concentracin nos contaron una triste pero peculiar
historia. Haban ahorcado pblicamente a tres judos. Los haban dejado all, colgados de sus horcas y un
ocurrente muchacho tuvo la feliz idea de pegar sobre cada cuerpo un pedazo de papel que rezaba: Carne
kosher.3 Los espectadores se moran de risa ante aquella brillante broma, y cada vez se sumaba ms gente
para compartir su regocijo. Una mujer que protest por aquella vil obscenidad recibi una paliza.
Todos sabamos que en las ejecuciones pblicas los nazis se tomaban la molestia de llevar a muchos
espectadores. Con esto esperaban atemorizar al pueblo y as sofocar cualquier posible resistencia. Por
supuesto, antes se aseguraban de los sentimientos antisemitas de la mayora de ellos. Esas ejecuciones
correspondan al pan y circo de la antigua Roma, y en modo alguno nadie se opona las terribles escenas
que presenciaban. En el campo de concentracin no nos cansbamos de describir hasta el ltimo detalle los
horrores que habamos presenciado. Algunos hablaban como si acabaran de llegar a casa despus de ver un
espectculo circense. Tal vez, algunos de esos que ahora nos miraban boquiabiertos desde la acera
acostumbraban a acudir a las ejecuciones de los judos. Escuch algunas risas. Tal vez el espectculo que
estaban presenciando, un desfile de carne kosher, les haca gracia.
Al final de la calle Grodezka torcimos a la izquierda, hacia la calle Janowska e hicimos un alto para dejar
Kosher (del hebreo kasher justo, apropiado): Trmino hebreo que se emplea para denominar lo que es apropiado
segn la Ley Juda. Se aplica especialmente a los alimentos que se permiten tomar a los judos. Segn la Biblia, slo se considera
kosher a los animales que tengan las patas hendidas y sean rumiantes. (Vase: Deuteronomio 14:3-21.) (N. del t.)
35
pasar a un tranva lleno de gente. Los pasajeros se sujetaban a la puerta como si fueran racimos de uvas. Iban
cansados pero felices, ansiosos de llegar a casa junto a sus familias y pasar con ellos la noche, jugar a las
cartas, discutir de poltica y escuchar la radio (hasta incluso puede que oyeran emisoras prohibidas). Todos
tenan una cosa en comn: tenan sueos y esperanzas. Nosotros, por el contrario, tenamos que formar para el
recuento de la noche y hacer gimnasia sobre la tierra segn el estado de nimo del oficial al mando. A
menudo hacamos innumerables flexiones de rodillas hasta que el oficial se cansaba de la broma. O tenamos
que hacer el ejercicio denominado vitamina B, que consista en transportar tablones a travs de una hilera
de soldados de las SS. A los trabajos nocturnos los denominaban vitaminas pero, al contrario de las
autnticas, stas mataban en lugar de curar.
Si un hombre no acuda al recuento nos contaban una y otra vez y luego, en lugar del desaparecido, solan
sacar de la fila a diez de sus compaeros y ejecutarlos con el fin de disuadir al resto de futuras ausencias.
Y lo mismo sucedera maana, y tal vez pasado maana, hasta que estuviramos todos muertos.
Pensar en maana... me ha hecho acordarme del soldado de las SS que tena la cabeza vendada. Maana, o
tal vez pasado maana, tendr un girasol. Maana o tal vez pasado maana me esperar una fosa comn. De
hecho, en cualquier momento puede llegar la orden de limpiar el barracn donde vivimos mis compaeros y
yo, o puedo ser uno de los diez elegidos como mtodo de disuasin.
Un da corri el rumor de que iban a traer nuevos prisioneros de las provincias. Si eso fuera as, no habra sitio
para todos en los barracones y si los oficiales del campo de concentracin no podan construir nuevos
acomodos para ellos, les haran sitio de otra manera. Era una tarea sencilla: simplemente liquidaran a los
antiguos prisioneros, barracn por barracn, para hacer sitio a los recin llegados. Eso haca que se acelerara
el descenso de nuestra poblacin y que el objetivo de una Galicia y una Lemberg libre de judos estuviera
cada vez ms cerca.
Las estrechas casas de la calle Janowska estaban sucias y presentaban seales de guerra: haba impactos de
bala en las fachadas y las ventanas estaban entabladas, a veces con un simple cartn. La calle Janowska era
una de las principales arterias de Lemberg y cuando los alemanes tomaron la ciudad se produjeron all
violentos combates.
Al final de las casas pasamos de nuevo por el cementerio militar con sus largas hileras de tumbas. Pero, en
cierto modo, los girasoles presentaban ahora un aspecto diferente. Miraban hacia otra direccin. El Sol de la
media tarde les daba una tonalidad rojiza y se mecan suavemente con la brisa. Pareca que se susurraban unos
a otros. Se incomodaban ante la visin de esos andrajosos que pasaban ante ellos con paso cansino? Los
colores de los girasoles (naranja y amarillo, oro y pardo) danzaban ante mis ojos. Crecan sobre un suelo
cobrizo y frtil, sobre unas cuidadas lomas. Tras ellos se elevaban unos rboles nudosos formando un fondo
oscuro y, sobre todos, se alzaba un cielo claro y azul.
Cuando nos acercamos al campo de concentracin, los askaris nos dieron la orden de cantar y de formar
guardando el paso. El comandante poda estar observando el regreso de sus prisioneros y siempre insista en
que stos deban marchar cantando y (aparentemente) felices y que deban regresar de igual modo.
36
Los askaris tenan que ayudarle a mantener el engao. Debamos irradiar felicidad, y cantar formaba parte del
juego.
Ay de nosotros si nuestra actuacin no era del agrado del comandante! Pagbamos por ello. Los askaris
tampoco tenan motivos para rer: a fin de cuentas slo eran un puado de rusos.
Afortunadamente, el comandante no vigilaba nuestra entrada, as que entramos en el campo sin ser vistos,
detrs de otro grupo de trabajadores y nos alineamos en el patio de armas para que hicieran el recuento.
Vi a Arthur en otra columna y le salud con la mano furtivamente. Me mora de ganas de contarle a l y a
Josek mi experiencia en el hospital.
Me preguntaba qu es lo que diran dos personas tan distintas. Tambin quera hablarles de los girasoles. Por
qu no nos habamos fijado antes en ellos? Haca ya varias semanas que deban haber florecido. Nadie
repar en ellos? Slo tenan significado para m?
Tuvimos suerte. El recuento termin antes de lo habitual. Le toqu en el hombro a Arthur.
Bien. Cmo fue todo? Tuviste mucho trabajo? pregunt sonriendo amistosamente.
-No estuvo mal. Sabes dnde estuve?
No. Cmo iba a saberlo?
-En el Instituto Tecnolgico.
De veras? Supongo que ahora su aspecto debe ser diferente.
Y que lo digas.
Pareces deprimido observ Arthur.
No contest. Los prisioneros se agolpaban hacia la cocina y pronto estuvimos en la cola esperando nuestra
comida.
Josek pas junto a nosotros con su racin de rancho. Nos salud con la cabeza.
Nos sentamos a comer en los escalones de la entrada del barracn mientras en la plaza de armas se formaban
otros grupos de prisioneros que se iban contando los sucesos del da. Tal vez algunos se haban hecho con
unas baratijas durante el trabajo y ahora las estaban canjeando con los dems prisioneros.
Mi mirada se pos en la tubera, un estrecho pasillo con vallas que se extenda alrededor del campo de
concentracin y que iba a dar a las dunas, donde normalmente se llevaban a cabo las ejecuciones.
37
A veces los prisioneros esperaban en la tubera" durante dos o tres das antes de que los mataran. Las SS los
sacaban de los barracones o los arrestaban en la ciudad, donde solan esconderse. Desarrollaban un sistema
racional para ejecutar a un grupo de gente, de modo que a veces los judos tenan que pasar all varios das
hasta que el nmero de prisioneros era lo suficientemente amplio como para garantizar que al ejecutor de las
SS le haba merecido la pena hacer el esfuerzo de ir hasta all.
En aquella tarde en particular no haba nada que ver en la tubera. Arthur me explic por qu.
-Hoy haba cinco prisioneros, pero no tuvieron que esperar mucho. Kauzor los fue a buscar. Un muchacho de
nuestro barracn los conoca y dijo que estaban en un buen escondrijo subterrneo de la ciudad.
Arthur habl con calma y tranquilidad, como si estuviera hablando de algo muy frecuente.
Haba un nio entre ellos continu despus de un tiempo, y ahora su voz tena un tono algo ms
emotivo. Tena un precioso pelo rubio. No pareca judo en absoluto. Si sus padres lo hubieran dejado con
una familia aria nadie se habra dado cuenta del engao.
Pens en Eli.
Arthur, tengo que hablar contigo. En el instituto, que ahora se utiliza como hospital militar, me ocurri un
suceso que me obsesiona. Puede que te ras de m cuando lo oigas, pero me gustara conocer tu opinin.
Confo en tu juicio.
Adelante -dijo.
-No. Ahora no. Hablaremos de ello ms tarde. Quiero que Josek est presente.
Hara bien en contarles lo que haba pasado? Pens en los cinco hombres de la tubera que haban fusilado
ese da. Significaba ms para m ese soldado de las SS que ellos? Tal vez sera mejor mantener la boca
cerrada y no decir nada de lo que pas en la cmara de la muerte.
Tena miedo de que Arthur, siempre tan irnico, pudiera decir: Mrale. Es incapaz de olvidar a un hombre
de las SS mientras a cada hora matan y torturan a miles de judos!. Luego podra aadir: Has dejado que los
nazis te contagien. Empiezas a creer que los nazis son, en cierto modo, superiores y por eso te preocupas por
ese soldado.
Eso podra herirme y entonces seguro que Arthur me contara los crmenes inenarrables que cometieron los
nazis. Yo me avergonzara de m mismo. As que tal vez sera mejor no decir nada de lo que sucedi en el
hospital.
Deambul por la plaza de armas y hable con algunos conocidos.
De repente uno de ellos sise:
38
-Seis!
sa era la seal de que los SS se acercaban. Corr hacia donde estaba Arthur y me sent a su lado mientras los
oficiales de las SS se dirigan hacia el barracn de los msicos.
Qu era eso que nos tenas que contar? pregunt Arthur.
He estado dndole vueltas al asunto y me parece que no quiero hablar de ello. Puede que no lo entendierais
o...
-O qu? Cuntanoslo insisti Arthur.
Guard silencio.
De acuerdo, como quieras Arthur se levant. Pareca contrariado.
Pero dos horas despus les cont la historia. Estbamos sentados en las literas de nuestro maloliente barracn.
Les relat nuestra marcha por la ciudad y les habl de los girasoles.
-Os fijasteis en ellos alguna vez?
Claro que s-dijo Josek. Qu tienen de especial?
No quise contarles la impresin que me haban causado los girasoles. No poda decirles que senta envidia de
los alemanes muertos y de sus girasoles ni que me invadi el infantil deseo de tener un girasol propio.
Arthur intervino en el debate:
Bien, los girasoles son gratos a la vista. Despus de todo, los alemanes son unos grandes romnticos. Pero
los girasoles no sirven de mucho a los que se pudren bajo la tierra. Los girasoles se corrompern como ellos y
el ao que viene no quedar ni rastro de ellos, a no ser que alguien plante unos nuevos. Pero quin sabe lo
que pasar dentro de un ao? aadi con desdn.
Yo prosegu la historia. Les describ cmo la enfermera se me acerc y me llev al despacho del decano.
Luego les narr al detalle mi encuentro con el soldado d las SS. Les dije que me sent junto a su cama
durante horas y despus les cont su confesin. Al nio que se haba precipitado hacia la muerte con su padre
le asign el nombre de Eli.
Cmo poda saber el soldado el nombre del nio? pregunt uno de ellos.
No lo saba. Yo le puse ese nombre porque me recordaba a un muchacho del Ghetto de Lemberg.
Parecan fascinados por mi historia y cuando me detena para ordenar las ideas ellos me apremiaban para que
prosiguiera.
39
Cuando finalmente les expliqu que el moribundo me rog que le perdonara su crimen y que me march sin
decir palabra not que una leve sonrisa apareca en el rostro de Josek. Estaba seguro de que eso significaba
que aprobaba mi actitud y le hice un gesto con mi cabeza.
Arthur fue el primero en romper el silencio:
-Uno menos! -exclam.
Aquellas palabras resuman perfectamente lo que sentamos en esos das, pero la reaccin de Arthur en cierto
modo me molest. Uno de los prisioneros, Adam, que apenas hablaba, dijo pensativamente:
-De modo que viste agonizar a un asesino... Me gustara poder hacer eso diez veces al da. Todas las visitas a
ese hospital me pareceran pocas.
Comprend su sarcasmo. Adam haba estudiado arquitectura, pero tuvo que abandonar su profesin cuando
estall la guerra. Durante la ocupacin rusa trabajaba en un proyecto de construccin. Todas las posesiones de
su familia fueron expropiadas por los rusos. Durante el verano de 1940 comenz la gran ola de deportaciones
a Siberia, que abarcaban todos las clases sociales nocivas (esto es, especialmente las clases ms
acomodadas), y l y su familia tuvieron que esconderse durante varias semanas.
Durante nuestro primer encuentro tras su llegada al campo de concentracin dijo:
Como vers, mereci la pena haberme escondido de los rusos. Si me hubieran atrapado ahora estara en
Siberia. De este modo, todava permanezco en Lemberg. Si esto puede ser una ventaja...
Le traa sin cuidado lo que haba a su alrededor. Su prometida estaba en el Ghetto, pero pocas veces tena
noticias de ella. Deba estar metida en alguna formacin armada.
Sus padres, de quienes era un gran devoto, haban fallecido en los primeros das de la ocupacin alemana. A
veces, en su indiferencia hacia todo lo que ocurra a su alrededor, me pareca un sonmbulo. Su actitud cada
vez era ms distante y al principio yo no poda entender por qu. Pero poco a poco todos comenzamos a
parecemos a l. Tambin habamos perdido a la mayora de nuestros familiares.
Aparentemente, mi historia haba despertado un poco a Arthur de su apata, pero durante mucho tiempo
ninguno de mis colegas dijo nada ms.
Despus Arthur se levant y se dirigi a una litera donde un amigo suyo relataba las noticias de la radio. Y los
dems fueron a ocuparse de sus asuntos.
Slo Josek se qued conmigo.
-Sabes? -comenz. Cuando nos contaste tu encuentro con el soldado de las SS al principio tuve miedo de
que le hubieras perdonado. No tenas ningn derecho a hacerlo en nombre de unas personas que no te dieron
su autorizacin. Si quieres, puedes perdonar y olvidar lo que los dems te hayan hecho. Eso es cosa tuya. Pero
40
habra sido un terrible pecado haber tenido que cargar sobre tu conciencia con los sufrimientos de los dems.
-Pero acaso no somos una comunidad con un mismo destino y uno debe responder por el otro? -respond.
Ten cuidado, amigo mo continu Josek. En la vida de cada persona se dan momentos histricos que
rara vez ocurren, y hoy has vivido uno de ellos. Para ti no es un simple problema... observo que no ests
completamente satisfecho contigo mismo. Pero te aseguro que yo hubiera hecho lo mismo que t. Tal vez la
nica diferencia est en que yo le hubiera negado el perdn de manera abierta y consciente. T actuaste de un
modo ms inconsciente y ahora no sabes si hiciste bien o mal. Creme, hiciste lo correcto. No has tenido que
sufrir directamente por su culpa, por lo tanto, no ests en situacin de perdonarle por lo que hizo a los dems.
La cara de Josek haba cambiado.
Creo en Haolam Emes, en la vida despus de la muerte, en un mundo mejor donde todos nos
encontraremos despus de morir. Qu pasara si le hubieras perdonado? Acaso no iran a tu encuentro los
muertos de Dnepropetrovsk y te preguntaran: Quin te dio permiso para perdonar a nuestro asesino?
Sacud mi cabeza pensativamente.
Josek -dije haces que todo suene muy simple, probablemente porque tu fe es fuerte. Podra discutir
contigo durante horas, pero no me gustara cambiar mi actitud aunque pudiera. Slo dir una cosa, y deseo
saber lo que opinas: el joven mostr un profundo y sincero arrepentimiento, en ningn momento trat de
excusarse por lo que haba hecho. Vi que estaba realmente atormentado
Josek me interrumpi:
Ese tormento no es ms que una pequea parte de su castigo.
-Pero prosegu, no le quedaba tiempo para arrepentirse o para expiar sus crmenes.
Qu quieres decir con expiar?
Ahora me tena donde l quera: me qued sin respuesta. Abandon el razonamiento e intent otra estrategia.
Ese moribundo me vea como un representante, como un smbolo de todos los dems judos con los que no
poda hablar ni contactar. Y adems, mostr su arrepentimiento por voluntad propia. l, naturalmente, no
naci siendo un asesino ni quera serlo. Fueron los nazis los que le hicieron matar a gente indefensa.
De modo que crees que deberas haberle perdonado?
En ese momento Arthur regres. Slo haba odo la ltima frase de Josek y dijo con violencia:
Un superhombre le pide a un subhumano que haga algo sobrehumano. Si le hubieses perdonado, no te lo
habras perdonado en toda tu vida.
41
Arthur dije. No pude conceder el ltimo deseo de un moribundo. No respond a su ltima pregunta!
-Pero seguramente debes saber que hay demandas que uno no puede ni debe atreverse a satisfacer. Debera
haber pedido que le trajeran a un sacerdote de su propia Iglesia. Pronto habran llegado a un acuerdo.
Las palabras de Arthur eran delicadas, con una irona casi imperceptible.
Por qu? -pregunt. No existe una ley universal que juzga las faltas y su expiacin? O es que cada
religin tiene su propia tica, sus propias respuestas?
Probablemente s.
No haba ms que decir. Todo lo que se pudiera aadir en aquellas terribles circunstancias, en aquellos
terribles tiempos, ya estaba dicho. Decidimos zanjar la cuestin.
Para distraer nuestra atencin, Arthur nos cont las noticias que haba escuchado, pero sus palabras no
despertaron mi inters.
Mi pensamiento todava se hallaba en la cmara de la muerte del hospital alemn.
Tal vez Arthur estuviera equivocado. Tal vez su argumento del superhombre que le pide a un subhumano que
haga algo sobrehumano no era ms que una frase que sonaba muy ingeniosa pero que, en realidad, no era una
autntica respuesta. La actitud del soldado de las SS hacia m no haba sido la de un superhombre arrogante.
Probablemente yo no me haba sabido explicar: un subhumano condenado a muerte estaba en el lecho de
muerte de un soldado de las SS condenado a muerte... Quiz no supe expresar con la misma claridad que l la
atmsfera del lugar y la desesperacin que le provocaba su crimen.
Y, de pronto, me asalt la duda de si efectivamente el encuentro ocurri en realidad. Realmente estuve aquel
da en el despacho del decano?
Todo me pareca confuso e irreal, como nuestra propia existencia... aquello no poda ser cierto. Era un sueo
provocado por el hambre y la desesperacin... nada tena sentido, como nuestra propia vida.
A los prisioneros que vivamos recluidos en los campos de concentracin nos ordenaban lo que tenamos que
hacer y tenamos que aprender a obedecer las rdenes sin expresar nuestra propia voluntad. En nuestro
mundo, ya nada obedeca a las leyes de la vida. Aqu todo tena su propia lgica. Qu normas tienen validez
cuando se est en cautividad? La nica regla que segua manteniendo una base fiable de enjuiciamiento era la
ley de la muerte. Esa ley, por s misma, era lgica, cierta e irrefutable. Todas las dems carecan de sentido y
nos hacan caer en una pasividad general. Constantemente nos recordbamos a nosotros mismos que sa era la
nica ley inevitable, que no podamos hacer nada para cambiarla. El resultado de todo ello era una pasividad
mental y el abatimiento que nos dominaba era la clara expresin de nuestra desesperacin.
Durante la noche vi a Eli. Su rostro estaba ms plido que nunca y sus ojos expresaban la eterna pregunta sin
respuesta: Por qu?
42
Su padre me lo trajo en brazos. Mientras se acercaba, cubri su rostro con sus manos. Detrs de ambos,
emerga un mar de llamas del que trataban de escapar. Quera coger a Eli, pero la muerte y la confusin lo
invadan todo...
Por qu gritas? Vas a hacer que vengan los guardias.
Arthur me sacudi los hombros. Vi su cara a travs de la tenue bombilla que colgaba del techo.
Todava no estaba completamente despierto. Delante de m se agitaba algo semejante a una cabeza cubierta de
vendajes y manchas amarillas. Eso tambin era un sueo? Presenci todo aquello como a travs de un cristal
alcorzado.
-Puede que tengas fiebre. Te traer un vaso de agua -dijo Arthur mientras me volva a sacudir. Y entonces
pude ver su rostro completamente.
-Arthur -tartamude-. Arthur, maana no quiero ir a trabajar al hospital.
En primer lugar replic, ya ha amanecido y, en segundo lugar, puede que te asignen otro grupo de
trabajo. Yo ir al hospital por ti.
Arthur intentaba calmarme. Hablaba como si yo fuera un nio.
De repente te asusta mirar a la muerte a los ojos, slo porque has visto agonizar a un soldado de las SS?
A cuntos judos has visto morir? Te hicieron ellos gritar por la noche? La muerte es nuestra fiel
compaera. Lo habas olvidado? Ni siquiera perdona a los SS.
Te has debido quedar dormido justo cuando los guardias entraron y se llevaron a uno de los nuestros (al
hombre que duerme ah detrs, junto a la esquina). Slo lo condujeron hasta la puerta. Despus se desvaneci.
Estaba muerto. Despablate y ven conmigo. Mralo y entonces comprenders que ests concediendo
demasiada importancia a tu soldado de las SS.
Por qu recalc tu soldado de las SS? Acaso pretenda herirme?
Arthur se dio cuenta de que me invada el miedo.
Los buenos sentimientos son un lujo que ni t ni yo no nos podemos permitir.
-Arthur repet-, no quiero volver al hospital.
Si te piden que vayas tendrs que ir: no puedes hacer nada. Muchos se alegraran de no tener que quedarse
en el campo de concentracin durante todo el da.
Arthur era incapaz de comprenderme.
43
No te he contado lo de la gente de la calle. No quiero volver a verlos, ni tampoco quiero que me vean. No
quiero su compasin.
Arthur se rindi. Se dio la vuelta en su litera y sigui durmiendo. Yo tena miedo de volver a tener pesadillas.
Pero, de pronto, vi de nuevo a los transentes y me di cuenta de que mi ruptura con el mundo era total. Ellos
no queran a los judos, aunque eso no era nada nuevo. Nuestros padres haban salido silenciosamente al
mundo exterior desde los confines del Ghetto. Haban trabajado muy duro, haban hecho todo lo posible para
que la gente los reconociera. Pero todo fue intil. Si los judos se cerraban al resto del mundo se convertiran
en criaturas irreconocibles. Si acordaban abandonar su propio mundo y ajustarse al que haban creado los
dems se convertiran en inmigrantes indeseables que seran odiados y rechazados por todo el mundo. Cuando
era joven ya saba que no era ms que un ciudadano de segunda clase.
Un sabio dijo una vez que los judos eran la sal de la vida. Pero los polacos pensaban que su tierra se
arruinara por la saturacin. Por eso, comparados con los judos de otros pases, tal vez estbamos mejor
preparados para soportar lo que los nazis nos tenan reservado. Y aquello puede que nos hiciera ms resistentes.
Desde el da que nac he vivido con los polacos, he crecido con ellos, he ido a la escuela con ellos, pero para
ellos siempre he sido un extranjero. Era raro que hubiera alguna relacin de mutuo entendimiento entre un
judo y otra persona que no lo fuera. Y en ese respecto nada ha cambiado, aunque los polacos ahora tambin
estuvieran subyugados. A pesar de compartir las mismas desgracias, todava existan barreras entre nosotros.
Ya no quera volver a ver a los polacos. A pesar de todo, prefera quedarme en el campo de concentracin.
A la maana siguiente, nos volvimos a reunir para el recuento. Tena la esperanza de que Arthur me
acompaara en caso de tener que volver al hospital y as, si la enfermera me buscaba de nuevo, le pedira a
Arthur que acudiera en mi lugar. Despus vino el comandante. No siempre estaba presente mientras pasaban
lista. Ayer, por ejemplo, no apareci. Trajo consigo a un gran doberman negro atado con una correa. A su
lado estaba el oficial (que era el que haca el recuento) y otros miembros de las SS.
Lo primero que hicieron fue contar los prisioneros. Afortunadamente la cifra era correcta.
Despus el comandante orden:
Que se formen las mismas partidas de trabajo que ayer.
Se form una gran confusin. Se supona que los prisioneros deban formar de acuerdo a los barracones que
ocupaban, y no segn su grupo de trabajo. La rapidez con la que se formaron los grupos no fue del agrado del
comandante y en seguida comenz a vociferar.
Aflojaron la correa del perro. El comandante podra soltarlo en cualquier momento. Pero volvimos a tener
suerte. Un oficial se acerc al comandante con un mensaje. Fuera lo que fuera, ste se march con el perro, y
por esa vez nos salvamos de las habituales escenas de pnico y de que hubiera heridos o, tal vez, algunos
muertos.
44
Mientras salamos, la banda de msicos de la puerta tocaba una animada marcha. Los oficiales de las SS
miraban atentamente a las filas. De vez en cuando se llevaban a algn hombre porque, de algn modo u otro,
les llamaba la atencin. Tal vez no guardaba el paso. O quiz pareca ms dbil que los dems. Despus lo
enviaban a la tubera.
Nos escoltaron los mismos askaris de ayer. Un soldado de guardia de las SS se coloc al frente de nuestra
columna. Por el camino, me preguntaba dnde me podra esconder en caso de que la enfermera volviera a
buscarme.
Alcanzamos a ver de nuevo el cementerio con los girasoles. El soldado moribundo del hospital pronto se
unira a los camaradas que estaban all enterrados. Intent imaginar el lugar que le haban reservado.
Ayer mis compaeros vieron los girasoles como si estuvieran embelesados, pero hoy no les prestaban
atencin. Slo unos pocos los observaban. Pero mi mirada atravesaba una fila tras otra, hasta el punto de que
casi me tropec con los pies del hombre que caminaba delante de m.
En la calle Grodezska los nios jugaban despreocupados. A fin de cuentas, ellos no necesitaban esconderse
cada vez que se acercaba alguien de uniforme. Qu afortunados eran.
Mi vecino me llam la atencin sobre un transente.
Ves aquel individuo que lleva un sombrero tirols? El que tiene una pluma.
-Seguro que es alemn dije.
Algo as. Ahora es un alemn tnico, pero hace tres aos era un farmacutico polaco. Lo conozco muy
bien. Viva cerca de l. Cuando saquearon las tiendas judas l estaba all y tambin estaba presente cuando
linchaban a los judos en la universidad. Es ms, se sabe que se alist voluntario cuando los rusos buscaban
colaboradores. Es de esa clase de tipos que siempre estn en el bando de los poderosos. Probablemente se ha
sacado de la manga algn antepasado alemn. Pero apostara que hasta hace pocas semanas no saba decir una
palabra de alemn. Los nazis necesitan a gente como l. Estaran perdidos sin tipos as.
De hecho, constantemente se escuchaba que los alemanes tnicos se esforzaban por aparentar ser un ciento
cincuenta por ciento alemanes. En los grupos de trabajo uno tena que cuidarse de evitarlos. Siempre estaban
dispuestos a demostrar que se ganaban la cartilla de racionamiento. Muchos intentaban ocultar su imperfecto
conocimiento del alemn comportndose de forma particularmente violenta con los polacos y los judos y
reciban con entusiasmo la libertad de poder torturarlos.
Cuando entramos en el patio del instituto los askaris en seguida se echaron sobre la hierba y liaron sus gruesos
cigarrillos. Nos estaban esperando dos camionetas. De nuevo los contenedores estaban llenos a rebosar. Haba
unas cuantas palas apoyadas contra la pared y cada uno de nosotros cogi una.
Intent conseguir un ocupacin cerca de los camiones, donde la enfermera no pudiera encontrarme, pero un
encargado ya haba elegido a otros cuatro hombres para el trabajo.
45
Entonces vi a la enfermera caminando entre los prisioneros, examinando a cada uno de ellos. Iba a repetirse
la escena de ayer? El soldado haba olvidado algo? De repente se detuvo ante m.
Por favor dijo. Ven conmigo.
Tengo que trabajar aqu protest.
Se volvi hacia el encargado y tuvo unas palabras con l. Despus me seal y se acerc.
Deja la pala dijo secamente y ven conmigo.
La segu aterrorizado. No podra soportar or otra confesin. Era superior a mis fuerzas. Lo que ms tema es
que el moribundo me volviera a suplicar perdn. Quizs ahora fuera lo suficientemente vulnerable como para
concedrselo y as acabar con este desagradable asunto.
Pero para mi sorpresa, la enfermera tom un camino diferente. No tena ni idea de adonde me llevaba. Tal
vez al depsito de cadveres? Busc entre un manojo de llaves y abri una puerta. Entramos en una
habitacin que tena aspecto de ser un almacn. Sobre los estantes de madera, que se extendan casi hasta el
techo, se apilaban cajas y fardos.
-Espera aqu -orden vuelvo en un momento.
Permanec quieto.
Momentos despus regres. En su mano llevaba un fardo envuelto en una sbana verde. Llevaba cosido un
pedazo de tela con una direccin.
Alguien se acercaba por el pasillo. Mir a su alrededor nerviosamente y me empuj hacia el interior del
almacn. Despus me mir y dijo:
-El hombre con el que hablaste ayer muri la pasada noche. Tuve que prometerle que te entregara todas sus
pertenencias, excepto el reloj de su confirmacin, que se lo tengo que enviar a su madre.
-Hermana, no quiero nada. Mndeselo a su madre.
Sin mediar palabra, trat de drmelo por la fuerza, pero yo no quise cogerlo.
-Por favor, enveselo a su madre. La direccin est escrita ah.
La enfermera me mir con extraeza. Di media vuelta y me march. No intent hacerme volver. Al parecer
ella desconoca lo que el soldado me haba contado el da anterior.
Retom el trabajo en el patio. Un coche fnebre pas a nuestro lado. Ya se llevaban al soldado?
46
Talmud: coleccin de textos tradicionales del judaismo tardo (S.-I al V). Sus materiales proceden en buena parte de la dispora
juda. Se divide en dos secciones. La primera, Mtsb-na, recoge los preceptos transmitidos oralmente y que no fueron codificados
hasta el S.II. La segunda edicin, Ganara, consta de compilaciones y sentencias rabnicas procedentes de Babilonia y Palestina,
transcritas en los S. IV y V. El Talmud babilnico recoge la Gemara babilnica y el Talmud palestino recoge la de Palestina. (N. del
t.)
47
el juicio y lo habita gente que ve a sus semejantes como seres humanos, entonces tendremos mucho tiempo
para discutir el asunto del perdn. Habr voces a favor y voces en contra, habr gente que nunca te perdone
por no haberle perdonado... pero, en cualquier caso, nadie que no haya pasado por nuestra experiencia podr
entenderlo completamente. Mientras estamos aqu discutiendo este asunto nos estamos dando un lujo que, en
nuestra posicin, simplemente no nos podemos permitir.
Arthur tena razn, me di cuenta de ello. Aquella noche dorm profundamente sin soar con Eli.
Despus del recuento de la maana, el inspector de los Ferrocarriles del Este nos estaba esperando. Podamos
volver a nuestro antiguo trabajo.
Pasaron ms de dos aos. Aos llenos de sufrimientos y de muerte. Una vez estuve a punto de que me
dispararan, pero me salv de milagro. La experiencia me sirvi para descubrir el tipo de pensamientos que le
vienen a la cabeza a los hombres momentos antes de morir.
Arthur ya no viva. Muri en mis brazos, vctima de una epidemia de tifus. Lo sostuve con fuerza mientras
luchaba contra la muerte y le enjugu la espuma de su boca con un pao. Afortunadamente para l, la fiebre le
haba dejado inconsciente en sus ltimas horas.
Un da Adam se torci un tobillo en el trabajo. Como caminaba fuera de la formacin un guardia advirti que
cojeaba. En seguida lo enviaron a la tubera, donde tuvo que esperar dos das hasta que lo fusilaron junto
con otros prisioneros ms.
Josek tambin haba muerto. Pero esa noticia la supe ms tarde. Nuestro grupo se haba incorporado a los
Ferrocarriles del Este y hacamos noche all. Un da, devolvieron a algunos trabajadores al campo de
concentracin, ya que sus servicios no eran necesarios. Entre ellos se encontraba Josek. En esa poca podra
haber cuidado un poco ms de l. Tenamos algn contacto con el mundo exterior y conseguamos algo de
comida. Le ped a nuestro jefe de los judos que hiciera lo posible para que Josek se quedara entre nosotros,
pero aquello era algo casi imposible de conseguir. Despus intentamos convencer a uno de los vigilantes para
que pidiera ms trabajadores fijos en los ferrocarriles. Pero aquello tampoco result.
Un da llegaron del campamento todos los trabajadores que sobraban, pero Josek no se encontraba entre ellos.
Haba enfermado y le haban asignado un nuevo trabajo dentro de la prisin. Tena fiebre y a menudo, cuando
le fallaban las fuerzas, tena que descansar. Los compaeros le avisaban cuando un soldado de las SS se
acercaba, pero Josek estaba tan dbil que ni siquiera poda levantarse. Acabaron con l de un tiro, como
castigo por ser un gandul.
De todos los hombres que conoc durante aquellos aos apenas quedaba uno vivo. Por lo visto, todava no
haba llegado mi hora o tal vez ya ni siquiera la muerte me quera.
48
Cuando los alemanes se retiraron ante el avance del Ejrcito Rojo evacuamos el campo de concentracin.
Trasladaron a toda una columna de prisioneros y de guardias de las SS hacia otras prisiones del oeste. Sufr
los horrores de Plazsow, conoc Gross-Rossen y Buchenwald y finalmente, despus de incontables periplos
por diferentes campos de concentracin, aterric en Mauthausen.
En seguida me alojaron en el Bloque 6, el bloque de la muerte. Aunque la cmara de gas funcionaba sin
descanso, no daba abasto con la gran cantidad de candidatos que la visitaban. Una gran nube de humo se
elevaba da y noche sobre los hornos crematorios, prueba inequvoca de que la maquinaria de exterminio se
mantena en plena actividad.
No era necesario acelerar el proceso natural de la muerte. Por qu motivo tenan que producir tantos lotes
de cadveres? La desnutricin, el agotamiento y las enfermedades a menudo eran inofensivas pero, sin
embargo, podan llevar a la tumba a los prisioneros ms dbiles y proporcionar as a los hornos crematorios
un lento, continuo y, a la vez, seguro flujo de cadveres.
Los prisioneros del Bloque 6 ya no tenamos que trabajar. Apenas veamos a las SS. All slo haba cadveres
que de vez cuando se llevaban los compaeros a los que an les quedaba un gramo de fuerzas. Y veamos a
otros prisioneros que llegaban a ocupar su lugar.
Padecamos un hambre casi insoportable. Prcticamente no nos daban nada de comer. Cada da, cuando nos
dejaban salir un momento del barracn, nos echbamos al suelo, arrancbamos el escaso csped que quedaba
y lo devorbamos como si furamos ganado. Despus de ese paseo los encargados de retirar los cadveres
tenan un duro trabajo por delante, ya que muy pocos eran capaces de digerir ese alimento. Los cuerpos se
apilaban sobre las carretillas formando una interminable procesin.
En esta prisin tuve tiempo para pensar. Resultaba evidente que el fin de los alemanes estaba prximo. Sin
embargo, nosotros todava seguamos all. La engrasada maquinaria de asesinatos funcionaba de forma
automtica, liquidando a los ltimos testigos de sus inexplicables crmenes. Yo ya imaginaba que sucedera
algo que ms tarde se confirm: haban planeado acabar con todos nosotros antes de que se acercaran los
americanos.
Slo media hora para la libertad, pero slo un cuarto de hora para la muerte -deca uno de los prisioneros.
Me ech sobre mi litera, hecho un manojo de huesos. Todo lo vea a travs de una tenue cortina que, supona,
era consecuencia del hambre. Despus me sola vencer un agitado sueo. Una noche, mientras comenzaba a
dormirme, se me volvi a aparecer el soldado del hospital de Lemberg. Lo haba olvidado haca tiempo, ya
que estaba ocupado en otros asuntos ms importantes y, en cualquier caso, porque el hambre embota el
pensamiento. Me di cuenta de que slo me quedaban unos cuantos das de vida o, en el mejor de los casos,
unas cuantas semanas y sin embargo, todava me acordaba de aquel hombre y de su confesin. Sus ojos ya no
estaban completamente escondidos, sino que me miraban a travs de unos pequeos agujeros que aparecan
entre los vendajes. Mostraban una expresin de enfado. Sus manos sujetaban algo: el fardo que me negu a
aceptar de la enfermera. Deb haber gritado. Un mdico, un joven judo de Cracovia con quien a veces
conversaba, estaba de guardia aquella noche.
49
An hoy desconozco por qu haba un mdico en el Bloque 6. No poda hacer nada por nosotros, ya que todo
su arsenal mdico consista en unas inclasificables pastillas rojas y en un poco de algodn. Pero para las
autoridades del campo era todo un privilegio contar con un mdico al cuidado de los 1.500 prisioneros que se
hacinaban en el Bloque 6.
-Qu te ocurre? -pregunt el doctor al que encontr junto a mi litera. Cuatro de nosotros tenamos que dormir
en una litera simple y, naturalmente, los otros tres se haban despertado.
Qu te ocurre? repiti.
-Slo estaba soando.
Soando? Ojala yo fuera capaz de volver a soar dijo consolndome. Cuando me voy a acostar
siempre deseo tener un sueo que me haga escapar de este sitio. Pero nunca se cumple. Duermo bien, pero
nunca tengo un sueo. El tuyo era agradable?
Soaba con un soldado de las SS dije.
Saba que no entendera mis palabras y me encontraba demasiado cansado para contar toda la historia. Qu
sentido tendra? Ninguno de nosotros iba a escapar de ese barracn de la muerte.
Por tanto, me limit a guardar silencio.
Esa misma noche muri uno de los prisioneros de nuestra litera. Haba ejercido como juez en Budapest... Su
muerte significaba que habra ms sitio en nuestra litera, y por eso nos planteamos la posibilidad de no dar
parte de su marcha, aunque al final decidimos que no iba a ser posible ocultar por mucho tiempo que haba
un sitio libre.
Dos das ms tarde, cuando lleg un nuevo contingente de prisioneros, colocaron en nuestra litera a un joven
polaco. Su nombre era Bolek y vena de Auschwitz, que haba sido evacuado ante la amenaza del avance ruso.
Bolek tena una fuerte personalidad y nada poda afectarle. Pocas cosas le incomodaban y en las peores
situaciones siempre mantena la sangre fra. En cierto modo me recordaba a Josek, aunque no guardaban
ningn parecido fsico. Al principio lo tom por un inteligente campesino.
En Mauthausen nadie preguntaba a un compaero de dnde era o a qu se dedicaba. Aceptbamos cualquier
cosa que nos dijera de s mismo. El pasado ya no tena importancia. No haba diferencia de clases, todos
ramos iguales excepto en una cosa: en la hora de nuestra cita con la muerte.
Bolek nos habl de dos hombres que fallecieron en el trayecto de Auschwitz a Mauthausen. Murieron por el
hambre que padecieron en los dos das de viaje por tren, o puede que cayeran fulminados por la fatiga tras
varios das de caminata. A los prisioneros que ya no podan caminar se les ejecutaba en el acto.
Una maana escuch a Bolek murmurar sus oraciones en polaco, algo que era completamente inusual. Ya casi
50
nadie rezaba. Las personas que continuamente sufren torturas a pesar de su inocencia pronto pierden su fe...
Paulatinamente me fui enterando de que Bolek, que haba estudiado teologa, haba sido detenido fuera del
seminario de Varsovia. En Auschwitz tuvo que soportar el trato ms inhumano, ya que las SS saban que se
estaba preparando para ser sacerdote y nunca se cansaban de idear nuevas humillaciones para l. Pero su fe
nunca se quebrant.
Una noche, mientras descansaba despierto en nuestra litera, le cont mi experiencia en el hospital de
Lemberg.
Despus de todo, no todos son exactamente iguales seal despus de que hubiera terminado.
Entonces se incorpor y mir al frente en silencio.
Bolek insist. T, que ahora seras un sacerdote si los nazis no hubieran invadido Polonia, qu crees
que tena que haber hecho? Debera haberle perdonado? Tena, en cualquier caso, derecho a perdonarle?
Qu dice tu religin al respecto? Qu hubieras hecho en mi lugar?
-Alto. Espera un momento -protest. Me abrumas con tus preguntas. Clmate. Observo que aunque has
vivido multitud de experiencias todava tienes grabado en la memoria este asunto y veo que tu subconsciente
no est completamente satisfecho de la actitud que tomaste en ese momento. Por lo que dices, creo que es as.
Era eso cierto? Vena mi inquietud de mi subconsciente? Era eso lo que me llevaba a pensar una y otra vez
en el encuentro del hospital? Por qu nunca consegu borrarlo de mi memoria? Por qu el problema no
estaba zanjado para m? Esa pregunta me pareca la ms importante.
Durante unos minutos guardamos silencio, aunque los ojos de Bolek nunca se apartaron de los mos. El
tambin pareca haberse olvidado del tiempo y de dnde estbamos.
No creo que el concepto del perdn sea muy distinto en cada una de las grandes religiones. Si existe alguna
diferencia, se observa ms en la prctica que en la teora. Una cosa es cierta: slo puedes perdonar las ofensas
que se cometen contra ti. Pero, por otro lado: a quin poda haber acudido el soldado? Ninguno de los que
haba ofendido segua vivo.
-De modo que pidi algo que no se poda satisfacer?
-Probablemente acudi a ti porque vea a los judos como una sola comunidad condenada. Para l eras un
miembro ms de esa comunidad y, por tanto, su ltima oportunidad.
Lo que Bolek deca me hizo recordar la sensacin que tuve durante la confesin: en ese momento yo era su
nica oportunidad de recibir absolucin.
Haba intentado explicar este punto cuando habl del tema con Josek pero se las arregl para convencerme de
lo contrario. O slo fue una ilusin?
51
No creo que te mintiera. Uno no miente cuando se enfrenta cara a cara con la muerte. Parece que en su
lecho de muerte recuper la fe de su infancia y muri en paz porque escuchaste su confesin. Para l aquello
fue una autntica confesin, aunque no hubiera ningn sacerdote... continu Bolek.
Como sabrs, por medio de su confesin (aunque no fuera una confesin formal) su conciencia se liber y
muri en paz porque le escuchaste. Haba recobrado la fe. Haba vuelto a ser el muchacho que, como dijiste,
tena un estrecho vnculo con la Iglesia.
-Parece que todos estis de su parte protest. Muy pocos SS eran ateos, pero ninguno conserv las
enseanzas de su Iglesia.
sa no es la cuestin. Pens mucho sobre ello cuando estaba en Auschwitz. Tuve fuertes discusiones con
los judos que estaban all y si sobrevivo a esta prisin y algn da me ordeno sacerdote tendr que
reconsiderar todo lo que he dicho de los judos. Sabes muy bien que la Iglesia polaca siempre ha sido
particularmente antisemita... Pero volvamos al asunto. As que ese muchacho de Lemberg dio muestras de
arrepentimiento; un genuino y sincero arrepentimiento por sus fechoras, ya que las describes as.
S respond. Todava estoy convencido de ello.
-Entonces -Bolek habl solemnemente-, entonces se mereca la merced del perdn.
Pero quin deba perdonarle? Yo? Nadie me ha dado autoridad para hacerlo.
Olvidas una cosa: a este hombre no le quedaba el tiempo necesario para reparar su crimen. No tena la
oportunidad de expiar los pecados que haba cometido.
-Tal vez. Pero, haba acudido a la persona adecuada? Yo no poda perdonarle en nombre de otros. Qu
esperaba conseguir de m?
-En nuestra religin, el arrepentimiento es el elemento ms importante para obtener perdn...Y, ciertamente,
l lo senta. Deberas haber tenido en cuenta una cosa: estaba a punto de morir y no fuiste capaz de satisfacer
su ltima voluntad respondi sin dudar Bolek.
Eso es lo que me inquieta. Pero hay peticiones que simplemente no se pueden conceder. Aunque admito
que sent lstima por el muchacho.
Hablamos durante largo tiempo, pero no llegamos a ninguna conclusin. Por contra, Bolek comenz a dudar
de si yo deba haberle perdonado y yo, por mi parte, cada vez estaba menos convencido de que hubiera
actuado correctamente.
A pesar de todo, la conversacin nos recompens a los dos. l, un candidato al sacerdocio catlico y yo, un
judo, habamos expuesto nuestros argumentos y habamos aprendido a comprender mejor los puntos de vista
del otro.
52
Cuando por fin lleg la hora de la libertad, ya era demasiado tarde para muchos de nosotros. Los
supervivientes volvieron a su tierra. Bolek tambin fue a casa y dos aos ms tarde me enter de que haba
enfermado, pero nunca supe lo que finalmente pas con l.
Para m no haba un hogar donde regresar. Polonia era un cementerio y si tena la intencin de comenzar una
nueva vida no poda hacerlo en un cementerio donde cada rbol, cada piedra, me recordaba la tragedia de la
que apenas haba logrado sobrevivir. Tampoco quera volver a ver a los culpables de nuestro sufrimiento.
Por tanto, poco despus de la liberalizacin me alist a una comisin que investigaba crmenes nazis. Los
aos de sufrimiento haban dejado profundas heridas en mi creencia de que existiera justicia en el mundo. Me
resultaba imposible retomar mi vida en el punto en que haba sido tan bruscamente interrumpida. Pens que
trabajando en la comisin recuperara la fe en la humanidad y en todas las cosas esenciales de la vida que se
apartan de lo material.
En el verano de 1946 viaj con mi esposa y unos amigos a las cercanas de Linz. Extendimos una manta sobre
una ladera y contemplamos el soleado paisaje. Yo tom unos prismticos y con ellos estudi la naturaleza.
As, al menos poda llegar con la mirada all donde no me permitan mis dbiles piernas.
Mientras miraba a mi alrededor, descubr que detrs de m haba un arbusto y detrs del arbusto, un girasol.
Me levant y camin lentamente hacia l. Segn me acercaba vea a su lado ms girasoles y en seguida me
perd en mis pensamientos. Recordaba el cementerio militar de Lemberg, el hospital y el soldado muerto
sobre cuya tumba se levantara un girasol...
Cuando regres, mis amigos me miraron con impaciencia.
Por qu ests tan plido? -preguntaron.
No quera contarles el desagradable episodio del hospital de Lemberg. Haca mucho tiempo que no pensaba
en ello y, sin embargo, un girasol hizo que lo recordara. Recordar qu? Tena algo que reprocharme?
Mientras rememoraba los detalles del extrao encuentro pens en el cario con el que haba hablado de su
madre. Incluso record el nombre y la direccin que vena apuntada en el fardo que contena sus pertenencias.
Dos semanas ms tarde, de camino a Munich, tuve la oportunidad de visitar Stuttgart. Quera ver a la madre
del soldado de las SS. Pens que si consegua hablar con ella, tal vez tendra una visin ms clara de su
personalidad. No era la curiosidad la que me inspiraba, sino un incierto sentido del deber... y tal vez la
esperanza de conjurar una de las experiencias ms desagradables de mi vida.
En aquellos das, el mundo trataba de adquirir una conciencia ms profunda de los crmenes nazis. Lo que al
principio nadie poda creer, principalmente porque la mente humana es incapaz de comprenderlo en toda su
enormidad, lo fueron demostrando las pruebas. Poco a poco vieron que los nazis haban cometido crmenes
demasiado terribles como para ser ciertos.
Pero en poco tiempo los sacerdotes, los filntropos y los filsofos instaron al mundo a que perdonara a los
53
nazis. A la mayora de esos altruistas ni siquiera les dieron un tirn de orejas y, sin embargo, pedan
compasin para los asesinos de millones de inocentes. De hecho, los sacerdotes dijeron que los criminales
tendran que presentarse ante el Juez Supremo y que, por tanto, podamos eximirlos de los juicios terrenales,
algo que les convena sumamente a los nazis. Como no crean en Dios, no teman al Juez Supremo. Slo
teman a la justicia terrenal.
Stuttgart estaba en ruinas. Haba escombros por todas partes y la gente viva en los stanos de las casas
bombardeadas para poder tener un techo sobre su cabeza. Recuerdo que tras la Noche de los Cristales
Rotos, cuando quemaron las sinagogas, alguien dijo:
-Hoy han quemado las sinagogas, pero algn da sus casas se reducirn a escombros y cenizas.
Sobre las paredes y las columnas de la ciudad la gente colocaba carteles tratando de encontrar a sus
familiares. Los padres buscaban a los hijos y los hijos buscaban a los padres.
Pregunt por la calle en la que supuestamente viva la madre del soldado. Me dijeron que esa parte de la
ciudad haba sido arrasada por las bombas y que sus habitantes haban sido evacuados. Como no exista el
transporte pblico, camin a pie en busca del lugar. Finalmente, me detuve delante de una casa en ruinas, en
donde slo los pisos inferiores parecan ser parcialmente habitables.
Sub por unas escaleras derruidas y polvorientas y llam a la quebrantada puerta de madera. No recib una
respuesta inmediata y me prepar para recibir la decepcin de una misin incumplida. De pronto, la puerta se
abri speramente y una pequea y dbil anciana apareci en el umbral.
-La seora Mara S? pregunt.
S respondi.
-Puedo hablar contigo y con tu marido?
-Soy viuda.
Me hizo pasar y examin la habitacin. Las paredes estaban resquebrajadas y la escayola del techo se haba
cado. Sobre el aparador colgaba, no del todo recta, una fotografa de un atractivo muchacho de ojos
brillantes. Alrededor de sus esquinas haba colocado una banda negra. No tena ninguna duda de que era la
fotografa del joven que solicit mi perdn. Era hijo nico. Me acerqu a la foto y observ aquellos ojos que
nunca haba visto.
-Es mi hijo, Karl -dijo la anciana con voz rota-. Lo mataron en la guerra.
Lo s murmur.
Todava no le haba explicado el motivo de mi visita. De hecho, todava no saba qu era lo que quera
contarle. En el camino hacia Stuttgart me pasaron por la cabeza muchos pensamientos. Al principio quera
54
hablar con su madre para comprobar la veracidad de su historia. Acaso esperaba secretamente escuchar algo
que demostrara su falsedad? Eso, desde luego, hara que las cosas fueran mucho ms fciles para m. En ese
caso, el constante sentimiento de compasin que senta hacia l desaparecera. Me reprochaba a m mismo por
no haber preparado las palabras con las que abrir la conversacin. Ahora que estaba frente a su madre no
saba por dnde empezar.
Me qued en silencio frente al retrato de Karl. No poda quitar los ojos de l. Su madre lo advirti:
-Era mi nico hijo, un muchacho encantador. Muchos jvenes de su edad estn muertos. Pero qu podemos
hacer? Todava existe mucho dolor y sufrimiento y yo me he quedado sola.
Muchas otras madres tambin se han quedado solas, pens. Me invit a que tomara asiento. Me fij en su
apesadumbrado rostro y dije:
-Le traigo saludos de tu hijo.
Es eso cierto? Lo conocas? Ya casi han pasado cuatro aos desde que muri. El hospital me dio la
noticia. Ellos me enviaron sus cosas.
Se levant y abri una vieja cmoda de donde sac el mismo fardo que la enfermera intent entregarme.
Aqu conservo todas sus pertenencias: su reloj, su agenda y unas cuantas cosas ms... Dime, cundo lo
viste?
Por un instante dud. No quera destrozar el recuerdo de su buen hijo.
Hace cuatro aos, yo trabajaba en los Ferrocarriles del Este en Lemberg comenc-. Un da, mientras
estbamos trabajando, un tren hospital lleg con heridos del frente oriental. Uno de ellos me pas una nota
con tu direccin y me pidi que, si fuera posible, le transmitiera saludos de parte de uno de sus camaradas.
Estaba muy satisfecho con mi rpida improvisacin.
-De modo que en realidad nunca llegaste a verlo pregunt.
No respond. Probablemente estaba tan malherido que no pudo acercarse a la ventana.
-Cmo pudo entonces escribir? se pregunt. Haba perdido la vista y tena que dictar las cartas a las
enfermeras.
-Tal vez le pidi a uno de sus compaeros que anotara su direccin -dije dubitativamente.
S afirm-. Eso debi pasar. Mi hijo me quera mucho. No se llevaba especialmente bien con su padre,
aunque l lo amaba tanto como yo.
55
de millones de vctimas. Estaban en el bando de los vencedores y decidieron romper cualquier relacin con
los derrotados. Expresaban el desprecio del fuerte hacia el dbil, la arrogancia del superhombre hacia el
subhumano.
Mir a la anciana, que era un ser bondadoso, una buena madre y una buena esposa. No me cabe duda de que a
menudo senta compasin por el oprimido, pero la felicidad de su familia era lo ms importante de su vida.
Haba millones de familias a las que slo les preocupaba la paz y la tranquilidad de sus propios hogares. se
era el soporte sobre el que los criminales haban basado su ascensin al poder y eso les permita mantenerse
all.
Debera contarle la verdad desnuda? Debera decirle lo que haba hecho su buen hijo en nombre de sus
lderes?
Qu vnculo haba entre ella, una mujer solitaria que en medio de las miserias de su gente se lamentaba por
las desgracias de su familia y yo, que debera encontrarme entre las vctimas de su hijo?
Vi el dolor que senta y despus pens en el mo. Nuestro vnculo comn era, tal vez, la tristeza? Puede
servir el dolor como lazo de unin?
Desconoca las respuestas a esas cuestiones. De repente, la anciana retom sus recuerdos.
Un da se llevaron a los judos. Entre ellos se encontraba nuestro mdico de cabecera. Segn la propaganda,
los judos ocuparan otras tierras. Decan que Hitler les dara toda una provincia para que pudieran vivir con
su gente sin ser molestados. Por aquel entonces, mi hijo estaba en Polonia y la gente hablaba de las cosas
terribles que ocurran all. Un da mi marido dijo: "Karl est all con las SS. Tal vez han cambiado las tornas y
ahora es nuestro hijo el que se ocupa de nuestro doctor".
Mi marido no pretenda decir lo que dijo, pero supe que estaba disgustado. Se senta muy deprimido.
Entonces la anciana me mir atentamente.
-No eres alemn -dedujo.
No repliqu. Soy judo.
Se sinti un poco avergonzada. En esa poca, todos los alemanes se avergonzaban cuando conocan a un
judo.
Se apresur a decir:
En este distrito siempre hemos vivido en paz con los judos. No somos responsables de su desgracia.
S dije. Eso es lo que ahora dicen todos. Y en tu caso creo que es cierto, pero hay otras personas a las
que no puedo creer. El problema de encontrar culpables entre los alemanes nunca se resolver. Pero una cosa
58
es segura: ningn alemn puede negar su responsabilidad. Aunque no sea directamente culpable de lo que
ocurri, debera compartir la vergenza de lo que hicieron. Como miembro de una nacin culpable no puede
desentenderse del problema, fuera cual fuera su conducta. El deber de los alemanes es encontrar a los
culpables. Y aquellos que no lo sean deben rechazar pblicamente a los asesinos.
Me di cuenta de que mi tono era severo. La viuda me mir con tristeza. Ella no era la persona apropiada para
debatir sobre los pecados y la responsabilidad de los alemanes.
Esta mujer destrozada, profundamente abatida por el dolor, no era el destinatario de mis reproches. Senta
lstima de ella. Quizs no debera haber sacado el tema de los culpables.
-No puedo creer las historias que cuentan prosigui-. No puedo creer lo que les pas a los judos. Durante
la guerra circulaban diferentes historias. Mi marido era la nica persona que pareca conocer la verdad.
Algunos de sus compaeros se haban marchado al este para instalar maquinaria y cuando regresaron
contaban historias que ni siquiera mi marido poda creer, aunque saba que el Partido era capaz de cualquier
cosa. No me deca todo lo que haba escuchado. Probablemente porque tena miedo de que inconscientemente
se lo contara a alguien y eso nos acarreara problemas con la Gestapo, que sospechaba de nosotros y vigilaba
todo lo que haca mi marido. Pero mientras nuestro Karl estuviera en las SS no nos haran nada. Algunas
personas tuvieron problemas: sus mejores amigos les haban denunciado.
Mi marido me dijo una vez que un oficial de la Gestapo haba ido a verle a la fbrica donde trabajaban los
extranjeros. Investigaba un caso de sabotaje. Habl con l durante largo tiempo y finalmente le dijo: "Eres
sospechoso. Tienes suerte de que tu hijo est en las SS".
Cuando volvi a casa y me cont lo que haba sucedido coment amargamente: "Han puesto el mundo al
revs. La cosa que ms detesto en este mundo se ha convertido en mi proteccin". No poda entenderlo.
Mir a esa solitaria mujer que se sentaba tristemente con sus recuerdos. Me form una imagen de cmo viva.
La imaginaba sujetando entre sus brazos el fardo como si estuviera abrazando a su propio hijo.
Creo firmemente todo lo que la gente cuenta. Han pasado tantas cosas terribles... Pero una cosa es cierta:
Karl nunca hizo nada malo. Siempre fue un joven muy honrado. Le echo tanto de menos, ahora que mi
marido ha muerto...
A menudo pienso en todas esas madres que tambin han perdido a sus hijos.
Su hijo no me haba mentido. Su vida familiar era tal y como me la haba descrito. Sin embargo, mi problema
estaba lejos de resolverse...
Me desped sin quebrantar en absoluto el ltimo consuelo de la anciana: su fe en la bondad de su hijo.
Tal vez fue un error no haberle contado la verdad. Tal vez sus lgrimas podran haber ayudado a desvelar
alguno de los misterios del mundo.
59
Aqul no era el nico pensamiento que me rondaba. Saba perfectamente que no poda contarle mucho sobre
lo que hizo Karl ya que cualquier cosa que hubiera dicho sobre los crmenes de su hijo lo habra negado.
Habra preferido pensar que yo era un calumniador antes que reconocer los crmenes de Karl.
Sigui repitiendo una y otra vez las mismas palabras: Era un gran muchacho. Como si pretendiera
convencerme de ello. Pero yo no poda creerlo. Seguira pensando igual si supiera toda la verdad?
Durante su infancia Karl haba sido, en efecto, un buen muchacho. Pero una etapa desgraciada de su vida le
haba convertido en un asesino.
Mi imagen de Karl casi se haba completado. Ya saba cmo era su aspecto fsico, ya que en casa de su madre
haba visto por fin su rostro.
Lo saba todo sobre su infancia y conoca a fondo el crimen que haba perpetrado. Estaba satisfecho de no
haber hablado con la anciana de sus malvolos actos. Me convenc de que haba obrado correctamente. Dadas
las circunstancias, probablemente habra sido tambin un crimen arrebatarle lo nico que le quedaba.
Todava hoy pienso a veces en el joven soldado. Cada vez que entro en un hospital, cada vez que veo a una
enfermera o a un hombre con la cabeza vendada, me acuerdo de l.
O cuando veo un girasol...
Y pienso que todava nace gente como l, gente que puede ser adoctrinada para hacer mal. La humanidad,
supuestamente, se esfuerza por evitar las catstrofes. Los progresos en la medicina nos dan la esperanza de
que un da se vencer a las enfermedades. Pero seremos capaces alguna vez de prevenir la aparicin de
asesinos de masas?
Mi trabajo me pone en contacto con muchos asesinos. Los persigo, escucho a los testigos, presento pruebas
ante los tribunales... y observo su comportamiento cuando son acusados.
En el juicio de criminales nazis que tuvo lugar en Stuttgart slo uno de los acusados demostr
arrepentimiento. De hecho, confes crmenes de los que ya no quedaban testigos. Todos los dems negaron
tajantemente la evidencia.
Muchos de ellos slo se arrepintieron de una cosa: de que hubiera supervivientes que pudieran contar la
verdad.
A menudo trat de imaginarme la reaccin del joven soldado de las SS si le hubieran juzgado veinticinco aos
ms tarde.
Habra hablado ante el juez de la misma manera que ante m momentos antes de morir? Habra reconocido
abiertamente todo lo que me confes en su lecho de muerte?
60
Tal vez, el concepto que me hice de l era ms magnnimo que la realidad. Nunca lo vi en el campo de
concentracin, con el ltigo en la mano. Slo lo conoc en su lecho de muerte, rogndome que lo absolviera
por sus crmenes.
Era, pues, una excepcin?
No tengo una respuesta para esta cuestin. Cmo puedo saber si habra cometido ms crmenes en caso de
haber sobrevivido?
Tena un conocimiento casi detallado de la vida de muchos asesinos nazis. Muy pocos de ellos nacieron
siendo unos asesinos. La mayora haban sido campesinos, artesanos, tenderos o funcionarios, gente que uno
se puede encontrar cada da. En su juventud recibieron una educacin religiosa y ninguno de ellos posea un
historial delictivo. Sin embargo, se convirtieron en asesinos, en expertos asesinos, por sus ideales. Era como si
hubieran sacado su uniforme de las SS del armario y lo hubieran sustituido no slo por su vestuario civil, sino
tambin por su conciencia.
Probablemente no podra conocer cul fue su reaccin ante sus primeros crmenes, pero s muy bien que
todos y cada uno de ellos haban sido asesinos a gran escala.
Cuando recuerdo las insolentes respuestas y las sonrisas burlonas de los acusados me resulta difcil creer que
el joven soldado tambin hubiera reaccionado igual... Sin embargo, debera haberle perdonado? Todava hoy
el mundo pide que perdonemos y olvidemos los terribles crmenes que cometieron contra nosotros. Nos piden
que hagamos borrn y cuenta nueva como si nada hubiera pasado.
A los que sufrimos en aquellos espantosos das, a los que no podemos apartar de la mente el infierno que
soportamos, continuamente se nos aconseja que guardemos silencio.
Pues bien, guard silencio cuando el joven nazi, en su lecho de muerte, me rog que fuera su confesor. Y
luego, cuando visit a su madre, volv a guardar silencio en lugar de echar por tierra todas sus ilusiones sobre
la bondad de su hijo. Cuntos espectadores guardaban silencio cuando vean que los hombres, mujeres y
nios judos eran conducidos a los mataderos de toda Europa?
Hay muchos tipos de silencio. En realidad, ste puede ser ms elocuente que las propias palabras y se puede
interpretar de diferentes formas.
Mi silencio junto al lecho del nazi moribundo fue correcto o incorrecto? Existe una profunda cuestin moral
que provoca una disyuntiva en la conciencia del lector de esta historia, tal y como una vez la provoc en el
interior de mi corazn y de mi mente. Habr algunos que puedan comprender mi dilema y aprueben mi
actitud y habr otros que me condenarn por haberme negado a confortar los ltimos momentos de un
asesino arrepentido.
El punto ms importante es, por supuesto, la cuestin del perdn. Perdonar es algo que slo el tiempo puede
61
conceder, pero tambin el perdn es un acto de voluntad y slo la vctima tiene autoridad para tomar la
decisin.
T, que acabas de leer este lamentable y trgico episodio de mi vida, puedes ponerte mentalmente en mi
lugar y preguntarte a ti mismo: Qu habra hecho yo en su lugar?
62