Susanne M. Beck - Redención
Susanne M. Beck - Redención
(Sword'n'Quill)
Susanne Beck
Índice
Sinopsis
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo12
Capítulo13
Capítulo14
Capítulo15
Capítulo16
Capítulo17
Capítulo18
Epílogo
Nota de la autora
Biografía de la autora
Libros de la Serie
Sinopsis
D
esde una cárcel de mujeres en la época actual conocida como el
Pantano, Ángel cumple condena por asesinato y nos cuenta su historia,
que sigue el drama cotidiano de la vida en un entorno donde la
violencia es el estado predominante del día, la lucha por la supervivencia
consume la mayor parte de las horas, y la desesperación cala en el alma.
Ambas sentirán una conexión que no podrán explicar y no dejará de crecer con
el tiempo, y las hará más fuertes y vulnerables que nunca en su camino a la
redención.
Créditos
Subtexto: Sip, hay eso también. Este relato está de acuerdo con el amor
y la expresión física de ese amor, entre dos mujeres adultas. Hay algunas
escenas gráficas localizadas dentro de esta obra, pero he intentado
hacerlas tan de buen gusto como me fue posible para evitar no herir las
sensibilidades de nadie. Dejadme saber si he tenido éxito.
Capítulo 1
M
i nombre es Ángel, y por aquí, soy conocida como la mujer que
puede conseguir lo que necesites. Aquí, en realidad, es el
Correccional de Mujeres de Rainwater, más generalmente
conocido como el Pantano porque está rodeada de un bosque seco de
cedros y por un pantano de arándanos. Eso probablemente es más de lo
que necesitas saber, pero me prometí, cuando empecé a escribir esto,
que daría lo mejor de mí para no omitir nada y ahora sabes el nombre de
nuestra pequeña comunidad.
Una tarde, Peter vino casa apestando a prostituta barata y exigiendo sus
derechos de esposo. Cuando me negué, me arrojó a la cama y
comenzó a hacer jirones mi ropa. Estallé. Yo había tomado la costumbre
de dormir con un bate de béisbol al lado de mi cama, en un sentido de
protección contra intrusos. Nunca pensé que necesitaría usarlo contra mi
propio marido. Pero lo hice. Dios sabe que no quise matarlo, sólo aturdirlo
bastante tiempo como para escaparme. Pero cuando esa madera entró
en contacto con mi mano, bien... Yo realmente no puedo explicarlo. Era
como si supiera manejarlo como un arma y exactamente, eso hice.
Todavía puedo recordar el sonido cuando chocó en su cráneo. Aún me
pone físicamente enferma el recordarlo. Él se puso flácido y lo empujé
fuera de mí. Estaba muerto antes de que tocara el suelo. Por lo menos
eso es lo que el juez dijo en el juicio, y yo no tengo ninguna razón para no
creerlo.
No entraré en los detalles del juicio. Basta con decir que estoy escribiendo
desde los vestíbulos benditos del Pantano, el veredicto realmente no fue
cuanto yo había esperado. Mi cuerpo machacado y ropa destrozada
que yo había asumido demostrarían mi caso, fue manifestado como las
marcas del forcejeo de un hombre valiente contra la rabia de una esposa
celosa y mortal, en cambio. Mi súplica de defensa propia se desmenuzó
ante mis ojos y antes de darme cuenta, era una criminal, declarada
culpable y con una condena por homicidio en segundo grado.
* * *
Cuando miro hacia atrás, a las cuatro páginas que he logrado escribir
entre los sonidos metálicos de choques y gritos de una noche de cárcel
húmeda, comprendo que me he marchado en una tangente increíble.
Esta historia no ha querido centrarse en mí, no realmente. Pero, ya que
soy una gran parte de esta narrativa, siendo la que lo escribe por así decir,
continuaré de esta manera con la esperanza de que no lo encontréis
muy infructuoso y en extremo aburrido.
Como dije antes de desviarme hacia este lateral un poco extenso, soy
conocida aquí como la persona que puede conseguir cosas. Claro, sé
que eso me hace parecer como si fuese una chica importante en el
campus y, de hecho, me da una afortunada influencia con los guardias
y prisioneras por igual, pero principalmente, significa que muchas de mis
compañeras, algunas realmente importantes a quienes les gustaría, por
otra parte, ver de qué formas interesantes pueden torcer mi nariz, en
cambio vienen a mí con el más diminuto fragmento de respeto que brilla
en sus ojos. Claro, a pesar de la depravación de mi crimen, soy todavía
en el fondo una Señorita de un pueblucho de América. Lo que significa,
en castellano, es que sólo yo consigo lo que otros no podrían conseguir
por sus propios medios, y eso de una manera totalmente legal.
Así, si no traen tu marca de cigarros, o si estás queriendo negociar una
visita conyugal con tu hombre, o cualquiera de otras cientos de cosas
pequeñas, yo soy la persona que vienes a ver. Porque realmente no
tengo mucha necesidad de cobrar altos intereses, sólo marco el precio
ligeramente sobre el costo. Una muchacha debe ganarse la vida de
algún modo, y para mí esto es tan bueno como cualquier otra cosa. He
podido desarrollar una buena relación con los guardias, y las prisioneras
que normalmente se divierten pillando a una mujer como yo, me dejan
en paz. Así que funciona bastante bien para mí, como puedes suponer.
El Alcaide, los guardias y las diferentes prisioneras que llegan, hacen que
nuestro grupo sea bastante extraordinario. La guardia en jefe es una
mujer con el nombre de Sandra Pierce y a los ojos de las prisioneras, ella
es una merced divina. Alta y ancha de cuerpo, con brazos que un
culturista envidiaría, su sola presencia física es bastante para intimidar a
todos, al menos a la mayoría de las reclusas más depravadas. Debajo de
todo eso, sin embargo, lleva un corazón que es compasivo, afectuoso y
considerado. Sus ojos avellana siempre están centelleando, como
riéndose de un chiste que sólo ella conoce. Sus compañeros guardias
siguen bien su ejemplo, ya sea riesgo de expulsión o lo que sea. Pero, por
reducciones en el sistema de la prisión, que es lo que ellos son, no hay
bastantes personas que estén deseosas de simplemente arriesgarse al
peligro diario por la magra paga que ofrecen.
Y entonces, cuando todo se ha dicho y hecho, son las prisioneras quienes
gobiernan la percha.
Los grupos en la prisión son una realidad de la vida cotidiana de las
penitenciarías de todo el mundo, y el Pantano no es ninguna excepción.
Los grupos están separados en su mayoría por razas, con las afro-
americanas en la cima por ser las más numerosas, seguidas
estrechamente por las blancas, y la cuarta cima formada por el grupo
más reducido, las hispanas y asiáticas. Contrariamente a la creencia
popular, no todas las prisioneras son miembros de bandas. El tercer grupo,
que es el que domina por importancia y no por el número de sus
miembros, está formado por depredadoras, violadoras y cosas por el
estilo. La mayoría del resto de personas son simpatizantes de los miembros
de las bandas y se les incluye en este grupo para que no queden
colgados y tengan algún tipo de estatus. El último escalón está formado
por victimas. Con esto, me refiero a mujeres jóvenes que no han sido
capaces, por la razón que fuese, de encontrar un nicho en la sociedad
de la prisión y quienes ruegan diariamente a las demás prisioneras que las
dejen en paz. Muchas de estas mujeres buscan protección en las bandas
contra este abuso sistémico en el que están envueltas, sin darse cuenta
de que sus protectoras resultan a menudo ser peor que sus pesadillas.
Estas mujeres de ojos hundidos, bastante similares a las víctimas de los
campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial, vagan a
través de la vida de la prisión, meramente viviendo el día a día, sujetas a
las depravaciones más bajas, mientras las que llaman sus protectoras
observan los ataques permitiendo que se realicen.
—Por favor —sollocé a la figura gris sentada detrás del escritorio—, tiene
que ayudarme. Van a matarme.
—Ellas van a matarme. Por favor, tiene que ayudarme. Por favor, se lo
pido. Haré lo que sea...
—¿No? Pruébame.
Podría jurar que vi a mi rescatador crecerle los colmillos. Pestañeé,
frotando mis ojos, desterrando así la ilusión finalmente como un truco de
la luz.
Supe que mis mejillas ardían pues podía sentir el calor hasta los dedos de
mis pies.
—Yo... mmm... supongo que escogí la mesa equivocada para
sentarme esta mañana.
Sólo había estado en el Pantano durante dos semanas, y solo cuatro días
fuera de la unidad de segregación en que ponen a todas las nuevas
reclusas al entrar en la prisión por primera vez. Como no tenía ninguna
amiga para decirme las reglas, bajé para desayunar con el resto y,
después de llenar mi bandeja con la insípida comida, encontré una mesa
vacía en una esquina envuelta en sombras, apenas distinguiendo a las
dos que comían y observaban calladamente. Mouse y sus amigos habían
cambiado rápidamente mi idea de que algo en el Pantano podría ser
relativamente fácil.
—A mí también me pasó una o dos veces. Este lugar debería venir con
un manual de instrucciones —Su mueca se ensanchó—. Quizá yo escriba
uno. Seguramente eso me traería el aprecio de más de una de las nuevas
—Extendiendo la mano, tomó mi mano de nuevo, de una manera mansa,
calurosa y me acercó a una larga mesa, gastada y llena de marcas,
arrastró un asiento tambaleante y empujándome suavemente sobre él
exclamó—: Siéntate aquí, haré un poco de té. Entonces podremos tener
una conversación como dos adultas civilizadas. Y créeme, jovencita, ése
será un cambio agradable.
—Me temo que yo no era tan valiente como tú en lo que a ellos se refería.
El arsénico era el arma de mi elección. No bastante rápido, pero
satisfactoriamente eficaz, no obstante
—Quítate de la cabeza que eres mejor que yo, niña. He oído esa historia
acerca de que no quisiste matar a tu amado. Simplemente porque yo sí
quise hacerlo no te hace mejor que yo. Las dos estamos atoradas aquí
mientras dure la condena, ¿No es así?
De alguna extraña manera, las palabras de la mujer tuvieron sentido y,
después de un momento, deseché mi repentina reacción, mientras le
devolvía una débil sonrisa a mi bienhechora. Alcé mi taza para beber mi
té, pero a medio camino mis manos se detuvieron temblorosas.
Todos los días, la biblioteca veía a dos o tres mujeres jóvenes que
estudiaban para su CED1 entre los papeles mohosos y los gritos de las otras
prisioneras. Había incluso algunas, como yo, que tomaban cursos
universitarios. Sí, así como lo lees, aquí quien suscribe, es la orgullosa
dueña de un título de Bachiller en Artes y Literatura Americana y está a
1
CED: Centro de Estudios a Distancia.
sólo seis créditos de obtener su MBA2. Ahora, antes de que preguntes qué
posible uso le encontraría una asesina como yo a un MBA, permíteme
recordarte lo que he dicho antes. Soy una optimista. Y un día, voy a salir
de este lugar. Claro, dado que yo ya he vivido gracias a la generosidad
de tus dólares en impuestos por cinco largos años ¿qué preferirías? ¿Qué
fuera una persona capaz, una mujer joven e inteligente que pasa el resto
de su vida gastando la ayuda estatal, o una persona capaz, joven e
inteligente que contribuye a tu economía local? Piénsalo al menos.
Corinne era una de las favoritas de las guardias, siempre capaz de prestar
una oreja dispuesta cuando los problemas con los maridos, los amantes,
niños o finanzas abundaban. Aunque había matado a sus propios
maridos, ella era una firme creyente en el poder del amor y era conocida
por dar prudente consejo en lo que concernía a asuntos del corazón. Sus
consejos habían salvado a varios matrimonios. Ella también era un genio
financiero, manejando, de un modo u otro, la fortuna obtenida con el
asesinato de sus maridos. Esa fortuna creció detrás de los barrotes,
haciéndole una de las mujeres más ricas en Pittsburgh, un pensamiento
que le trajo gran alegría durante años. A Corinne, no le importaba que
no pudiera gastar su dinero. Todo lo que le importaba es que estaba
jugando con el sistema y aun así salía adelante.
2
MBA: Máster en Administración de Empresas.
Fue al día siguiente de mi primer encuentro con Corinne, y yo estaba
acostumbrándome a pasar el día en su agradable compañía. Había
tomado mi almuerzo incluso dentro de los confines calurosos de la
biblioteca. El sándwich de atún y té que me ofreció era la mejor comida
que había probado en meses y lamí cada miga y bebí cada gota
ofrecida, para la total diversión de mi nueva amiga.
3
Culebrones: Telenovelas
como mejor pude, contuve una profunda respiración y las enfrenté,
centrando mi mirada en Mouse.
—¿Qué quieres?
Mouse dio un paso amenazante hacia mí, sus grandes puños colocados
al nivel de su cintura.
Mis ojos estaban hinchados, casi cerrados y mi visión se triplicó con las
lágrimas, pero conseguí abrirlos lo suficiente como para ver a una mujer
no muy alta, de largo pelo oscuro y una figura muy musculada. Tenía una
mueca en su cara y su antebrazo macizo sujetó duramente la garganta
de la tercera participante de mi fiesta de paliza.
—¡Que se jodan las reglas! ¡Nosotras la vimos primero! ¡Eso hace a esta
pescadita nuestra!
La mujer sonrió.
Asentí de nuevo.
—Un placer.
* * *
En los meses y los años que siguieron, aprendería muchísimo acerca de
esta mítica banda. Era una especie de sociedad secreta, integrada por
lo mejor de lo mejor y llevando a cabo el sagrado deber de protección
a las reclusas. Las Amazonas se mantenían dando vueltas, asegurándose
que ninguna de las otras bandas consiguiese demasiado control sobre la
población de la prisión, poniendo así en peligro a reclusas y guardias. Si
la líder de alguna banda necesitaba ser desarmada sin armar ningún
alboroto, las Amazonas hacían el trabajo. Si un nuevo pez como yo tenía
la suerte de contar con una amiga de las Amazonas, estaba protegida,
en gran magnitud.
Todavía puedo recordar la primera vez que salí afuera, el olor a nieve en
el aire invernal, el dolor acumulado en mi barriga y espalda gracias a la
paliza de la noche anterior y el latido insistente de mi nariz al ritmo de mi
corazón con cada paso que daba.
Aún cuando era bastante pobre, fue el primer chiste que dejé surgir en
meses, y me sentí mucho mejor gracias a él. Las otras se rieron de mi
esfuerzo, entonces se pusieron serias cuando me volví hacia Pony.
Tragué.
—Tienes toda la razón, niña —El escozor de las palabras se suavizo por el
regreso de la sonrisa de Critter que cambio su rostro de oscuro a hermoso.
Me sentí atraída por su cara, y un sentimiento de vaga familiaridad se
apoderó de mí de repente, observando su sonrisa.
4
Critter: Bicho, también se puede referir a la película de los Critters.
Como si leyese mis pensamientos, Critter hizo una reverencia, en cierto
modo, inclinando su cabeza en una muestra de respeto.
—Me encantaría oír más de esa historia, pero me temo que necesito a
estas tres para cierto asunto. ¿Si nos disculpas?
—Dale un par de días a tu cuerpo para que descanse. Deberá estar mejor
cerca del fin de semana. Encuéntranos aquí el sábado alrededor del
mediodía y empezaremos tu entrenamiento, ¿ok?
Podía sentir la sonrisa amenazando invadir mi cara entera.
—Adiós, Pony.
5
Copista: Escritora.
6
ACLU: Unión estadounidense por las Libertades Civiles.
cosa que pudieran utilizar para poder conseguir una buena vida una vez
afuera de estas frías paredes.
** *
Dicen que las hojas del árbol del orgullo caen antes de otoño, y eso era
verdadero en mi caso.
Saludé con la cabeza a uno de los guardias que se sentaban detrás del
espeso Plexiglás7 en la estación de observación, tomé el pasillo corto y
seguí el olor al cuarto de la ducha. Para entonces, nuestros uniformes se
habían cambiado a esos naranja chillones atroces y yo tenía uno limpio
bajo mi brazo, con mis zapatos para ducha en mi otra mano.
7
PLexi-glass: plásticos transparente en cuanto a resistencia a la intemperie y al rayado.
El agua se cerró abruptamente y el sonido de una risa sádica vino a mis
oídos, amortiguado por la tela mojada.
—Bien, bien, bien. ¿El angelito tiene cuernos, eh? Eso hará esto más
divertido.
Por el rabillo del ojo, vi la salida del palo hacia mí mientras Mouse
plantaba sus pies adelante del mojado hormigón y giraba. Intenté
eludirlo, pero Shorty me sostuvo rápido y la madera crujió contra mi lado
indefenso, rozando mi hueso de la cadera.
Apretando mis dientes para evitar un grito, sentí que mis rodillas se
trababan mientras mi pierna derecha era inmovilizada. Shorty me sostuvo
firme contra su cuerpo, y se reía mientras Mouse volvía atrás para otro
golpe. El palo fue abajo, golpeando sólidamente contra el exterior de mi
rodilla derecha, haciendo jirones la piel y entorpeciendo totalmente mi
pierna. Conté hasta cinco, ebria del dolor, mientras casi consigo
liberarme del agarre resbaladizo de Shorty antes de que ella me sujetara
una vez más, duramente.
Hoy en día, casi cinco años después, creo que la única cosa que salvó
mi vida aquella noche fue el hecho de haber escogido una hora tan
tarde para entrar en las duchas. Las luces fuera se toman con total
seriedad y responsabilidad en el Pantano y el timbre de advertencia
debió sonar durante la paliza porque cuando me desperté, estaba sola,
salvo el roto y ensangrentado mango de la fregona y los dientes rotos de
la tercera mujer que compartían el espacio conmigo.
Sigue moviéndote, mujer. No les permitas ganar. Tienes que hacer esto
¿De acuerdo? De acuerdo. Así que sólo levanta y sigue moviéndote.
El espíritu fue más que la voluntad, pero la carne más débil. Levantarme
no era una opción, por lo que me resigné a arrastrarme lentamente por
el áspero suelo de la ducha, luchando contra la fuerza seductora de la
inconsciencia con cada centímetro de progreso que conseguí dar.
Forzándome a abrir los ojos, levanté el cuello para buscar los ojos
interesados de Sandra Pierce, que estaba de turno ese mes.
He oído que dicen a veces que cuando las oraciones son hechas con un
corazón puro y lastimado, alguien escucha y da una respuesta. Las mías
ciertamente, fueron oídas.
* * *
* * *
—Bebe esto, Ángel. Tiene algunas cosas que ayudarán a aliviar tu dolor.
—Deberías estarlo.
—Bien, no lo estoy.
—Ellas no sufrirán, Ángel. Sólo será por un día o dos, hasta que estés lo
bastante bien para enseñar de nuevo.
Su sonrisa se ensanchó.
—Pruébame.
—Sí.
Cualquier réplica mordaz que podría haber hecho, fue acallada por la
entrada de mis dos estudiantes que caminaron riéndose tontamente y
mirándome de cierto modo que antes yo nunca había visto. El culto del
héroe.
Los sonidos de la pluma sobre el papel, más el tic tac del reloj, se
compincharon para llevarme a un sueño ligero, que fue más curativo que
todo lo que pude haber dormido la noche anterior. Un sonido diferente
se filtró través de mis sentidos de repente, haciendo que me sentara
derecha en mi silla, mi cuerpo reaccionando con una sonora protesta.
8
Fight: lucha.
Como era a menudo en ella, Corinne parecía leer mi mente y sonrió, con
una sonrisa tranquilizante.
Traté cuanto pude, pero sólo podía oír la palabra fight ser repetida una y
otra y otra vez. Me volví hacia mi amiga.
—No.
—¡Ya lo verás!
—¿Ice?
9
Ice: Hielo.
Devolviendo mi atención a la puerta de espera, mis ojos captaron una
llamarada de naranja luminosa rodeada por el castaño pardo de los
uniformes de las guardias. Una de ellas caminó adelante y agarró las
llaves que colgaban de su cinturón, usando una para abrir la maciza
puerta. Un expectante silencio cayó sobre la prisión cuando la guardia
dio un paso atrás con la mano en la porra10 que colgaba de su cinturón.
Con una inclinación a su compañera, se adelantó una vez más. Cuando
caminaron a través de la puerta, la prisión explotó en una cacofonía de
sonido. Asegurando mis manos sobre mis orejas, contemplé el
espectáculo desplegado ante mí.
10
Porra: Palo pequeño que utiliza la policía y otros cuerpos de seguridad para golpear
Su mirada fija ardía, fría y caliente al mismo tiempo, incendiando toda la
habitación mientras nos desechaba a todas nosotras. Ella se acercó
tomándose su tiempo, sus largas y musculadas piernas la hacían moverse
como una pantera, sigilosamente rapaz. Sus guardias la siguieron como
un séquito de consejeros, permitiendo a su público adorarla desde una
distancia segura, para que ni una pestaña estuviese fuera de lugar, ya
que aún con sus miembros encadenados y todo, parecía poder matar
sólo con un pensamiento. Su mirada enfocada hacia delante, hasta que
dio el primer paso. Entonces, siempre muy lentamente, su cabeza se
volvió y sentí el calor de esos fríos ojos cuando se sumergieron dentro,
ahogándome en una piscina tan pura y profunda, que no podría pedir
auxilio, pero sí ir gustosamente a mi muerte.
Recuerdo muy poco de ese corto viaje. La mejor metáfora que puedo
encontrar es asemejarlo a tocar un cerco electrizado sin estar preparado,
siendo envuelto por la corriente y si eres afortunado, viviendo para sentir
las imágenes posteriores, cuando hormiguean a través de tus
chamuscadas terminaciones nerviosas.
Corinne sonrió.
—Ice pasó.
Capítulo 2
Morgan tenía quince años y era una niña de la calle cuando su mejor
amigo fue asesinado en una compra de droga que había ido mal. Se
dice que Morgan estaba fuera de la ciudad en otro asunto en ese
momento, pero cuando regresó y se enteró de lo sucedido, se volvió loca.
Robó un arma en una casa de empeño, la adolescente acechó a las
personas que habían asesinado a su amigo y casi un mes después, los
atrapó a todos en un almacén. Había dieciséis miembros de una pandilla
callejera en ese almacén esa noche. Morgan los mató a todos. Cuando
el arma se quedó sin munición, fue tras los supervivientes con una barra
de hierro. Y cuando se rompió, terminó con el último adolescente con los
pies y los puños.
—No era más que una niña cuando vino aquí. ¿Qué pasó que la convirtió
en la persona que merece una bienvenida como la que acabo de ver?
—Deberías saberlo, Ángel. Tres de las mejores miembros son tus mejores
amigas.
—¿Quiénes?
—Así es.
—Oh, eso es bastante simple. Aunque yo era una anciana sin valor como
luchadora, todavía tenía alguna influencia en esta prisión. Las blancas
querían esa influencia y las negras querían destruirla. Era la única cosa en
que estaban de acuerdo. Una noche, los miembros de ambas bandas
llegaron con cócteles molotov, amenazándome a mí y a mi biblioteca
con quemarnos si yo no elegía. Sus ojos adquirieron ese brillo duro peculiar
que me había dado cuenta que tenía de vez en cuando antes. Ice salió
de la nada y fue a por todas, ella sola. Las bandas perdieron a ocho
personas esa noche. Una todavía está en el hospital. En coma.
—¿Y el resto?
—Oh, todas ellas recuperadas. Finalmente —Corinne se burló—. Nunca
me molestaron de nuevo, creo que parte de mí se enamoró de ella esa
noche… Mi vengadora oscura. Lo que hizo fue... hermoso —Se volvió
hacia mí, con los ojos llenos de amor a la mujer conocida como Ice—.
Ella ha mantenido un ojo desde fuera en mí desde entonces. Incluso
cuando no estaba en la cárcel, se aseguró de que estuviera a salvo. La
biblioteca ha sido dejada existir y crecido en paz y me han permitido
hacer lo mismo. Gracias a ella.
—Eso es increíble.
—Sí, lo es.
—No está muy claro. Por lo que he podido captar, cuando salió la última
vez, fue abordada por algunas personas muy importantes.
—¿Quiénes?
—Es difícil de decir, pero he oído que son del tipo que visten trajes oscuros
y deportivas, con apellidos que suenan muy italianos.
—¿La Mafia?!?
—Bueno, parece que la Ice que conocías cambió mucho una vez que
salió de la cárcel.
—Ángel —dijo Corinne seria—, ve con cuidado. Ice es una mujer muy
privada y si investigas sin su consentimiento, vas a tener muchos
problemas, sin importar quiénes sean tus amigas. Aunque tengo la
sensación de que va a haber una conexión muy fuerte entre vosotras, es
una mujer muy, muy peligrosa. Por encima de todo, tienes que recordar
eso.
—Entiendo.
—No tengas miedo, Ángel. No estoy aquí para hacerte daño — Su risa,
cuando llegó, era casi amarga—. No soy más que una mujer después de
todo. Que ha visto mucho en la vida.
—Eres mucho más que una mujer para mí, Corinne. Eres mi amiga —Estoy
segura de que estaba sonrojada en ese momento—. Siento haber
reaccionado así. Es sólo que... todo esto de ver cosas que no están ahí y
almas antiguas... Yo sólo soy de un pequeño pueblo metodista, después
de todo. No se supone que creamos en esas cosas.
—Está bien, Ángel. He estado aquí tanto tiempo que a veces me olvido
de lo aterrador que este lugar puede ser —Se encogió de hombros—. Es
un hogar para mí ahora, pero tengo que darme cuenta que la mayoría
no os sentís de esa manera —Liberándose de mis manos, alejó su silla de
la mesa y se levantó—. De todos modos, recuerda lo que dije. Mantén tus
ojos y oídos abiertos, sé suave y sin pretensiones alrededor de Ice y todo
va a ir bien.
—Gracias, Corinne.
* * *
Como estoy segura de que has notado que sucede a menudo conmigo,
estaba tan envuelta en el placer del momento que no me di cuenta que
las cosas habían cambiado a mi alrededor. Mi primera pista vino cuando
una parte de mi cerebro difusa notó de pronto la ausencia de sonido
humano en el patio. Entonces, sintiendo una presencia muy cálido detrás
de mí, me giré, logrando ponerme de rodillas y poniendo mis manos en
una postura defensiva mientras lo hacía. Respirando con dificultad, me
las arreglé para mirar hacia arriba, luego hacia arriba otra vez, hasta que
me encontré con los ojos azules feroces de Ice, que estaba sonriendo
hacia mí, aparentemente muy satisfecha de sí misma por pillarme
desprevenida.
—¿Qué?
Un largo brazo arrojó la hoja de hierba a lo lejos y Ice juntó las manos
entre sus piernas abiertas.
A día de hoy, todavía puedo recordar rezar con más ahínco de lo que lo
había hecho en toda mi vida. Recé para que una gran revuelta estallara
en el patio, o que un repentino tornado apareciera de repente,
llevándome de esta tierra de Oz11 en la que me encontraba de repente.
Incluso un terremoto serviría, con tal de que yo estuviera cerca de la fisura
y pudiera arrojarme en la brecha. El flash de caer en un pozo de lava
burbujeante vino a mi mente, cerrando esa fantasía en particular
rápidamente.
Ice me miró con una mirada de casi infinita paciencia y una débil chispa
de diversión brillando en sus magníficos ojos.
11
Oz: Referencia a la película El mago de Oz.
»¿Hay... algo que pueda conseguirte a ti?
¡Por fin! Mi primera frase coherente del día. Y ya era hora, mi ego hundido
estaba más que feliz de señalarlo.
—No mucha gente sabe sobre ellos —reconoció—. Bonsái es... una
especie de arte —Sus maravillosas manos se desplegaron, describiendo
sus palabras—. Se empieza con un árbol. Uno pequeño. Y lo podas y le
das forma hasta que se convierte en la visión que tienes en tu mente.
—Suena hermoso.
—Supongo.
—¿Un rastrillo?
—Sí.
—Te diré algo. ¿Por qué no te tomas un tiempo para pensar en ello? Te
voy a dar el dinero y el número de catálogo y si decides seguir adelante
y comprarlo para mí, genial. Si no es así, puedes quedarte el dinero, sin
hacer preguntas, ni perjuicios.
—Pero...
—¿Trato hecho?
Nos miramos a los ojos de nuevo. Su mirada era directa y sin pretensiones
y caí en ella una vez más. Esa extraña sensación de ahogo me abrumó y
sentí mi mano estrechando la suya. El toque de su cálida palma en la mía
me fundió y atrajo la imagen de tocar una cerca electrificada ardiente
de aquel rincón oscuro de mi mente donde se las había arreglado para
permanecer latente hasta ese momento.
—¿Estás bien?
Con un gesto con la cabeza, se dio la vuelta y se fue con zancadas ágiles,
y ese paso arrogante suyo hacia la zona de recreo.
—¿Cómo lo supiste?
La prisión estaba bastante tranquila para ser una tarde lluviosa de sábado
y, mientras pasaba el cuarto de lavado cavernoso en mi camino a las
duchas, escuché un suave sonido, casi un gemido, seguido de susurro
áspero y el sonido de carne contra carne. Dejando caer el uniforme
limpio en las baldosas del suelo, me acerqué a la esquina, lista para la
acción.
12
Roller derby: es un deporte de contacto que tiene su origen en EEUU. Está basado en el patinaje sobre
ruedas formado alrededor de una pista oval.
13
National Geographic: es una de las organizaciones sobre ciencia y educación más grandes del mundo.
Actualmente sus intereses incluyen la geografía, la arqueología, las ciencias naturales, el estudio de las
culturas del mundo, la historia y la promoción de la conservación del medio ambiente y del
patrimonio histórico. Para este fin, realiza becas de exploración y publica mensualmente una
revista, National Geographic.
jadeantes. Tenía la cara ensangrentada de varios golpes y sus ojos
estaban empezando a oscurecerse e hincharse. Mi mente se remontó a
la época en que yo estaba en la misma posición y, de nuevo, me hundí
mientras veía las manos rudas y contundentes de Derby retorciendo
cruelmente los pezones de la joven, ganando otro gemido. Tres
compañeras de la líder de la banda, ninguna de las cuales reconocí a
primera vista, se rieron y se codearon entre sí.
Después de una búsqueda visual rápida y sin fruto me dije que tendría
que entrar en esto sin más armas que mi ingenio, así que salí de mi
escondite con el cuerpo tenso y listo.
—Vete a la mierda.
Corrió hacia mí, con los brazos bien abiertos, como si me fuera a dar un
abrazo. Ella podía ser enorme, pero yo era ágil y rápida. A medida que
avanzaba pesadamente hacia mí, simplemente me agaché debajo de
su brazo enorme, girando rápidamente y casi rompiendo a reír cuando
su impulso la llevó a la ducha contra la que yo había aterrizado un
momento antes.
A veces mi boca tenía una mente propia, y este era sin duda uno de esos
momentos. El rostro de Derby se volvió de un tono de rojo que nunca
había visto antes y le saltaron venas como mangueras de jardín desde el
grosor de su cuello.
Con un rugido que hizo temblar los cimientos de la habitación, ella vino a
mí nuevamente. Esquivándola por segunda vez, me tomé un breve
momento para preguntarme donde se habrían metido las otras tres.
Como ella me lanzó una la pata sin darme, miré a mi alrededor, para ver
finalmente a las otras tres miembros de la banda tendidas inconscientes
en el suelo. Perpleja, fruncí el ceño, sabiendo que mis patadas no podrían
haber hecho tanto daño.
—Podemos hacer esto de dos maneras, Derby. Puedes dejar las cosas
como están y salir de aquí con la mano que te acabo de romper, o
puedes ser una idiota y venir a por mí, en cuyo caso, saldrás de aquí en
una camilla. ¿Qué es lo que va a ser?
Estrechando su mano hinchada, Derby miró con odio a Ice, que miró
hacia atrás, fresca y tranquila como su alias.
No pude resistirme.
Aterrizó con fuerza contra una de las duchas, con la espalda doblada
casi el doble por los bordes. La parte posterior de su cráneo se aplastó
contra la parte superior con un enorme sonido estruendoso. Sus piernas
cedieron y se deslizaron por la ducha, aterrizando en el suelo en un
montón de sangre.
—¿Tienes bastante, Derby? Porque hay mucho más de donde vino eso —
Ice esbozó una sonrisa que sólo puedo describir como puramente
erótica. Y yo debería saberlo, porque cuando la vi, todas las hormonas
en mi cuerpo inmediatamente se levantaron y bailaron el mambo—. Y es
todo para ti.
Miré a Ice, con curiosidad por saber qué iba a hacer. Claramente, Derby
no era una amenaza para nadie. La mujer medio tropezó hacia su
oponente más alta, arrastrando una pierna torpemente detrás de otra
mientras se limpiaba la sangre de la nariz con el dorso de la mano.
Ice estaba tranquila y quieta, observando todo con esa mirada
penetrante intensa que me recordaba a un ave de presa curiosa
mirando una posible comida.
—Tropezó.
—¡Al diablo con eso! Voy a matar a esa maldita perra ¡Suéltame!
—¿Qué? Joder, mujer, ¿estás ciega? —Derby gritó con la voz ahogada
con sangre y la toalla—. ¡La maldita perra me dio una paliza! Hace juego
sucio.
Era obvio que las dos guardias no nos habían notado antes, porque
Nancy soltó un oh mierda y se apresuró otra vez, tomando suavemente a
la joven mujer de mis brazos y agarrando otra toalla para limpiar la sangre
en su rostro.
—Derby —empecé yo, sólo para ser detenida por una mirada
verdaderamente escalofriante de Ice. Miré de nuevo a ella, confundida,
pero mantuve la calma. El significado de su mirada era claro. Cállate.
Phyllis era una buena guardia y era evidente que no creía la historia de
Derby. Pero sin ningún tipo de pruebas contradictorias, no podía hacer
nada al respecto.
Era la gota que colmaba el vaso. Con mirada congeladora o sin ella, yo
no iba a cruzarme de brazos y dejar que Derby continuara vomitando sus
mentiras mientras Ice no hacía nada para defenderse. Con los brazos
libres de mi carga herida, me puse en pie con fuego en los ojos.
—No, Ice. Lo siento, pero no —Me giré con ojos suplicantes hacia la
guardia—. Phyllis, ya me conoces. Sabes que no miento. Yo me dirigía a
las duchas cuando escuché a esta mujer lloriqueando. Entrando me
encontré a Derby y a sus tres amigas golpeándola. La habían atado y
amordazado. Traté de detenerlas cuando Ice entró, le dio a Derby la
oportunidad de marcharse por la buenas. Derby eligió pelear.
—¡Eso es una maldita mentira! —Derby rugió una vez más tratando de
alejarse de Phyllis—. ¡Jodida puta mentirosa de mierda!
—¿Ángel?
Por último, Phyllis miró a la joven cuya golpiza había empezado todo esto.
—Vamos, cariño. Sólo tienes que decírnoslo. Aquí nadie te hará daño
nunca más. Lo prometo.
—D-Derby. ¡Ella... ella... iba a... violarme! —Laura rompió a llorar de nuevo
y Nancy acunó su forma meciéndola suavemente.
Phyllis dejó que Derby luchara para ponerse de pie, y luego la tomó por
el brazo y lo retorció, alto y fuerte, contra su espalda.
—La única mentirosa aquí eres tú, Derby. Vamos —Miró por encima del
hombro—. Llévala a la enfermería y nos vemos en la oficina —Entonces
ella me miró—. Y vosotras, salid de aquí antes de que el Alcaide escuche
lo que pasó.
Ice volvió sus fríos ojos mortales hacia mí, con el rostro totalmente
inexpresivo.
—Puedo cuidar de mí misma, Ángel —Su voz era tan fría como el fondo
de una nueva tumba. Sin decir una palabra, se giró y salió de la
habitación, dejándome llena de confusión. Los tres miembros aún
inconscientes de la banda de Derby no eran de ninguna ayuda
tampoco. Con un pequeño encogimiento de hombros, me di la vuelta y
salí de la habitación.
Lo que no sabía es por qué había reaccionado tan mal a lo que había
hecho. Después de todo, había evitado su estigma como violadora que,
incluso en una cárcel de mujeres, es algo que se ubica justo en el peldaño
más bajo junto con el maltrato infantil y el abuso sexual. Aunque no
esperaba recibir alabanzas, tampoco esperaba la frialdad que recibí.
Todos los pensamientos de una ducha se fueron con la emoción y sus
secuelas, vagué sin rumbo sin saber qué hacer. Una parte de mí quería
hablar con Corinne con la esperanza de que ella pudiera decirme lo que
hice mal. Pero la mayor parte de mí sólo quería volver a meterse en la
cama y olvidar que el día incluso había sucedido.
Mi mente eligió ese momento para insertar una escena que representaba
la lucha en todo su glorioso detalle. Mis hormonas felizmente aplaudieron
cuando me moví en la cama. Sentirme atraída por una mujer no era algo
que yo hubiera considerado antes. Pero claro, nunca hubo una mujer en
mi vida que se pareciera sonara y oliera como Ice. Aun así, no me
molestaba demasiado. Chica de pueblo pequeño o no, tenían una
mente abierta y sabía cómo usarla. En general.
Gimiendo, dejé caer mi cuerpo cansado de lado, justo a tiempo para ver
los rizos dorados de Critter mientras ella se asomaba a mi celda.
—Nop. Corinne. Supuso que podrías necesitar a alguien con quien hablar.
Mi amiga sonrió.
—Me lo imaginaba.
—¿Por qué lo que hice estuvo mal? Yo sólo estaba tratando de hacer
que se hiciera justicia.
—Pero...
Critter levantó una mano.
—Exactamente. Justicia de prisión. Por lo que oí, Ice más o menos limpió
el suelo con Derby.
—Sí. Lo hizo.
—Bueno, sí. ¡Pero Ice no merecía ser puesta en aislamiento por algo que
no hizo! Y yo no podía mantenerme al margen y dejar que las guardias y
todos los demás creyeran que Ice era una violadora!
—Lo sé, Ángel. Lo sé. Es difícil quedarse sin hacer nada. Pero a veces
tienes que hacerlo. Especialmente aquí. La mayoría de la gente en esta
prisión conoce a Ice. Saben de lo que es capaz y cuáles son las líneas
que no cruzaría. Saben que no se rebajaría a la violación. Maldición,
Ángel, ¡la mitad de las mujeres aquí darían sus colmillos simplemente por
pasar una noche con ella! No tiene necesidad de tomar lo que se le
ofrece gratuitamente.
—Pero...
—Confía en mí, Ángel. Confía en Ice. Nada va a pasar. Ella estará a salvo.
En cierto modo, le hiciste un gran favor. No todo el mundo está bajo la
protección de las Amazonas. Gracias a ti, ella ahora lo está. No te
preocupes, ¿de acuerdo?
—Lo siento. Supongo que acabo de hacer que tengas más trabajo.
—¿Cómo te va?
Miré bajo la mesa, mis dedos recorrían algunos de los graffitis tallados,
tratando de poner en palabras el flujo de mis pensamientos. Finalmente
decidí coger el toro por los cuernos, por así decir, miré la cabeza gris de
mi compañera, que se balanceaba ligeramente con sus trazos del lápiz.
Sus ojos eran cálidos y amables mientras se encontraron con los míos.
—Bueno, sí, supongo que sí. No a todas, claro está. Esa Derby me da un
dolor de estómago, pero algunas... sí.
—Y... bueno... ¿alguna vez te has sentido atraída por una? Una mujer,
quiero decir. O sea, sé que estuviste casada y todo, pero...
Arrugó su rostro con una mueca mientras parecía leer mis pensamientos
perfectamente.
—De hecho sí, Ángel. A unas cuantas, de hecho. Aún lo hago a decir
verdad.
—Hay que recordar, Ángel, que soy un poco mayor que tú. Las cosas eran
diferentes cuando yo estaba creciendo.
—¿Cómo es eso?
—Oh.
—Como he dicho, las cosas eran muy diferentes cuando yo era una cría,
y mi familia tenía estatus en la comunidad. Un matrimonio fue arreglado
para mí, y se esperaba que lo aceptara como mi destino en la vida. Y lo
hice, por un tiempo. No tenía ninguna habilidad que no fuera la de
esposa y anfitriona, y carecía de dinero propio con el que iniciar una vida
diferente —Hizo una pausa, y cuando miré hacia arriba, pude ver una
leve sonrisa en su rostro y una mirada perdida en sus ojos—. Después llegó
la guerra y Todd, mi marido en ese momento, fue reclutado para servir a
su país. De repente, mi pequeño rincón del mundo fue privado de los
hombres y me encontré rodeada de exuberante feminidad —Su sonrisa
se amplió, aunque sus ojos estaban todavía muy lejos—. Ah, qué tiempo
dichoso fue. Como degustar chocolate por primera vez, o estar bajo la
influencia de una droga adictiva. Una vez que lo probé, quería más —Sus
pálidas mejillas adquirieron un leve rubor—. Me temo que me excedí un
poco.
—¿Qué pasó?
—¿Qué hiciste?
—Entonces, ¿qué pasó? —Estoy segura de que debí haber sonado como
una niña persistente, rogando por una historia a la hora de acostarse,
pero no pude evitarlo. Estaba totalmente fascinada por su historia.
—El dinero se acabó muy rápido, me temo. Así como la criada. Así que,
siendo una viuda pobre en el mejor momento de su vida con un estatus
social para arrancar, me mudé a una ciudad cercana y encontré otro
marido. Esta vez, tuve la suerte de encontrar un rico caballero, más viejo
que ya tenía algunos problemas de estómago. Quería casarse pronto, y
yo estaba feliz de complacerlo. Rápidamente me puse en el rol de
adorable y sufrida esposa. Acompañándolo a la multitud de viajes al
médico o cosas así, siempre cuidando de ser vista y estar preocupada.
Era todo un hipocondríaco, aunque en aquellos días, era conocido como
excéntrico. ¿Y sabes lo que dicen sobre el chico que gritó lobo?
—Exactamente.
—¿Cuál?
—Exactamente.
Mientras miraba a mi amiga, pensé largo y tendido sobre las cosas que
me había dicho. Y sabía que me había dicho la verdad. Corinne nunca
había fingido ser alguien que no era. Nunca había escondido sus obras,
ni las trivializó. Habló de su pasado con honestidad y nunca trató de
endulzarlo para el beneficio de mi amistad. Me di cuenta de que, en el
momento en que la había conocido, había sido siempre una asesina,
pero había llegado a conocerla mucho y a preocuparme por ella a pesar
de ese hecho, o incluso, si tuviera que ser totalmente honesta conmigo
misma, a causa de ello. Y también me di cuenta de que sin su presencia,
a mi vida le faltaría algo a lo que yo no quería renunciar.
—No quiero eso, Corinne. No quiero perderte como amiga a causa de
mis pensamientos superficiales. Eres una persona importante en mi vida y
si me puedes perdonar el miedo y la ignorancia, me gustaría continuar
nuestra relación.
—Me gustaría mucho, Ángel —Con una sonrisa feliz, se dejó caer en su
silla—. Ahora, antes de que empezáramos con esta tangente tortuosa
nuestra, estábamos hablando acerca de la atracción a las mujeres, ¿no?
—¿Critter? No. No, Critter es una mujer muy atractiva, pero es sólo una
amiga.
—Entonces, ¿quién, querida Ángel? Olvidas que soy una vieja. Mi mente
no es tan fuerte como lo era antes. Estos juegos de adivinanzas me
superan, me temo.
—Ahhhh. Así que la alta, oscura y mortal se las ha arreglado para cautivar
a mi pequeña y dulce Ángel, ¿no?
—Corinne, por favor —Si hubiera habido una silla eléctrica útil, me habría
encantado atarme a mí misma y utilizar un palo de escoba para tirar de
la palanca. ¿Se puede morir de la vergüenza?
—Corinne...
—¿Alguna vez has pensado en hablar con Ice sobre ellos? —Levanté la
vista hacia ella, sorprendida. Mi boca se abrió y cerró varias veces, pero
no podía pronunciar palabra—. ¿Te ha comido la lengua el gato? —
Corinne estaba extremadamente petulante.
—¿Estás loca?
—¡Quiero decir con esto! ¿Has olvidado que sólo hablé con la mujer por
primera vez antes de ayer?
—Tienes que estar bromeando, Corinne. Por favor, dime que me estás
tomando el pelo.
14
Primer grado: en España equivale a 1º de EGB.
—Lo dije muy serio, en realidad.
—Corinne, lo siento. Esto es todo muy confuso para mí. Mis sueños como
niña no incluían cumplir una condena por asesinato o tener una
atracción intensa hacia un preso, mujer u hombre. Estoy empezando a
sentirme fuera de control otra vez, y eso no me gusta.
—Oh Ángel, sé lo que estás pasando, créeme. Recuerda, que sin
embargo, sólo has tenido un día o dos para averiguar lo que está
pasando en cuanto a Ice. Entender ese tipo de sentimientos tomará
tiempo, y si hay una cosa que tenemos en abundancia aquí en el
Pantano, es el tiempo —Puso una mano sobre mi muñeca y absorbí el
calor de su piel con gratitud—. Mi sugerencia para ti es que simplemente
te sientes, te relajes, bebas un poco de té, y dejes que el mundo gire sin
ti por un tiempo.
—No empieces.
E
l final de la semana me encontró, como siempre, en la biblioteca,
mis pensamientos sobre el tema en particular, se tranquilizaron o al
menos eran más ordenados. Sólo había visto a Ice para saludarla
con la cabeza por los pasillos. Sus ojos, cuando se encontraban con los
míos, eran cautelosos, pero no fríos. Supuse que eso significaba que me
había perdonado por mi metedura de pata.
Acababa de dar los toques finales a un examen a libro abierto para uno
de mis cursos de la universidad, cuando Phyllis entró en la habitación
llevando un paquete pequeño y una sonrisa para todas nosotras, sobre
todo, para Corinne. Desde nuestra discusión de la semana anterior, había
dedicado tiempo para estudiar la interacción entre las dos y notado
pequeñas cosas que nunca había tenido ocasión de ver antes. Aunque
la confraternización entre las reclusas y las guardias estaba estrictamente
prohibida, parecía que había más cosas entre ellas de lo que se veía.
—No está mal. Acabo de terminar el último de mis cursos para el semestre.
—¿Cómo te fue?
—Bueno, ya que era a libro abierto, creo que tengo una “A”.
Ella sonrió.
—Vida dura.
—Ángel, puede ser que yo no lo quiera así, pero el hecho triste de la vida,
cariño, es que las chicas como Laura siempre van a ser objetivos sin
importar lo que hagan. No es más que una chica que cometió un
estúpido error. Dios sabe que éste no es lugar para ella, pero ¿qué
podemos hacer? Sólo hacer nuestro trabajo y protegerla a ella y al resto
de las internas lo mejor que podamos.
—Me duele que digas eso, Ángel, a pesar de que sé que es verdad. La
economía es lo que es, la gente presta más atención a los precios del gas
que a los gastos de la cárcel. La paga no es suficientemente alta para
atraer a nadie a este tipo de trabajo. Y los que son atraídos, por lo general
no se quedan mucho tiempo —Ella sonrió—. Las condiciones de trabajo
no son precisamente, agradables.
—Me doy cuenta de eso, Phyllis, y no te estoy culpando a ti
personalmente. Es sólo que creo que la mayoría del mundo exterior nos
ve como un manojo de monstruos depravados que hemos conseguido
nuestra justa recompensa. Sin embargo, no todo el mundo aquí es así. Y,
en el fondo, seguimos siendo seres humanos.
—Cuando miré el remitente, supe para quién era —dijo como si eso lo
explicara todo.
—Hasta entonces.
Suspiré.
—Lo sé. Pero sólo ha pasado una semana. Por lo que sé, ella va a
echarme una ojeada, y a enviarme volando fuera de su celda con una
de esas patadas suyas. ¡Voy a quedar fuera de combate durante
semanas! ¿Quién te ayudará con la biblioteca?
Mi amiga me miró.
—Corinne...
—Sólo entrega tu paquete y déjame en paz. Tengo una cita para la que
prepararme.
—Ángel —me susurré a mí misma—, hay que empezar a salir más. Creo
que esa biblioteca está comenzando a tener una mala influencia sobre
ti.
Una de las presas que pasaba, una de las pocas que había arriba y
alrededor del nivel ocho, se detuvo a mi lado, mirándome con
preocupación.
—¿Estás bien?
—¡Gracias!
—¡Ey, no hay problema! Nos vemos por ahí —No me perdí la mirada
especulativa que recibí de mi nueva conocida, y por alguna razón, hizo
que mi corazón se volviera más ligero.
—¡Tal vez ella no esté ahí! —Mi mente gritaba—. Sí, claro. No tienes tanta
suerte.
—Yo... mmm... el paquete llegó hoy. Corinne sugirió que viniera aquí y te
lo dejara.
Viendo como ella se acercaba a mí, me lamí los labios, sin soltar mi brazo
y con mi mano dispuesta a no temblar ante el calor de su cuerpo
envolviendo mi mano, acariciando mi piel. Un largo brazo, cogió la caja
de mi mano, mirando el envoltorio sin abrir, a continuación, me miró
arqueando una ceja y la elevó.
—¿Qué?
—Gracias —dijo ella con voz suave y con su mano levantó el paquete y
lo agitó ligeramente.
En el paño, uno junto a otro, había cuatro árboles bonsái que parecían
visiones de un mundo lejano. El amor y el cuidado que había puesto en
su formación era evidente, inconscientemente, mi cuerpo se sintió
atraído por lo que mis ojos estaban viendo. Apenas sentí que se movió
hasta que Ice dio un paso atrás para permitirme entrar en la celda.
Mirarlos era como ver el alma de otra persona, toda la belleza violenta,
cariñosa y las gentiles emociones turbulentas luchando por un espacio
dentro de la frágil concha de un ser vivo. Lo más profundo en mí, se quejó
de los significados que se ocultaban, agitando mi curiosidad, pero en
lugar de dar con ellos, opté por mirar la simplicidad cruda de las obras
ante mí. Me imaginé la sensación del calor, la luz del sol en mi cara,
brillando a través de las hojas de una cañada boscosa. El sentimiento de
máxima libertad y tierna paz filtrándose en mí con la luz, confortándome
con su halo de calor. Era como mirar por una ventana y ver una imagen
interminable llena de calidez, paz y amor.
—Hermoso —suspiré.
Cuando sus ojos se encontraron con los míos, vi que la vergüenza la había
puesto un poco a la defensiva.
—Vamos, Ice. ¡La gente debe decírtelo cientos de veces al día! Son
magníficos.
Ohhhhh mierda.
—Yo... lo siento. No... no pensé... Es sólo que... son tan hermosos que yo...
Ella sonrió ligeramente, y su efecto llegó hasta sus ojos, volviéndolos
suaves y cálidos.
—Gracias.
A falta de algo mejor que hacer, dejé que mi mirada vagara de nuevo.
En la pared, sobre los bonsáis había un gran mapa que parecía ser del
National Geographic. El título decía El ascenso y la caída del Imperio
Romano. Tenía pequeños iconos de los planes de batalla y el armamento
utilizado, pero desentonaba al estar situado como estaba, por encima
de un escenario de tan absoluta tranquilidad. Al mirar a mi alrededor, me
di cuenta de que había mapas más pequeños esparcidos por las paredes
pintadas de verde, cada uno mostrando el territorio que una vez fue del
poderoso Imperio, que finalmente, fue aplastado y reducido a polvo bajo
las botas de un ejército más fuerte.
—Interesante afición —comenté, más para oír mi voz que otra cosa—.
¿Hay un mensaje detrás de esto?
—Muy graciosa.
—No hay de qué. Cuando quieras. Si alguna vez necesitas algo más,
recuerda que puedo conseguírtelo.
—Sí, hazlo. Bueno, supongo que te veré por ahí —Aunque la situación era
intensa, una parte de mí, una gran parte, absolutamente detestó salir de
allí.
»¿Ice?
—¿Sí?
—Sólo quería decir que lo siento. Por lo que pasó la semana pasada. Mis
palabras te pusieron en una mala posición y quiero que sepas que nunca
quise eso.
—Adiós, Ángel.
Cuando salí de la celda, sin mirar atrás, tuve una clara sensación de
pérdida. Pero el saber que me había perdonado por mi indiscreción y me
había permitido entrar en un lugar donde nadie más había estado nunca,
me calentaba como una manta en una fría mañana de invierno. Guardé
esa sensación dentro de mí y la saboreé unos momentos.
* * *
—Claro que lo eres —dijo una voz baja y sensual en mi oído. La voz de
tenor y la fuerza flexible del cuerpo detrás de mí, enviaron señales
completamente diferentes a mis tendones y a otras zonas cercanas a mi
ingle. La voz vino a mí otra vez, acariciando mis sentidos mientras la
calidez del cuerpo fuerte se filtraba a través de la tela elástica de mi
uniforme—. Solo que no estás en la posición correcta.
Nos fusionamos sin problemas, Ice lanzó una patada circular a la parte
superior de la pesada bolsa. Incluso con un golpe de mentira, la cadena
hizo temblar la bolsa, que se tambaleó como si hubiese sido movida por
un viento violento. La sensación del cuerpo de Ice enrollado contra mí
cuando lanzó el golpe fue indescriptible.
»¿Sientes eso?
—Oh, sí.
—¿Lista para intentarlo?
—¿Mejor?
—Oh, sí, mucho mejor, gracias. Estoy segura de que ya casi lo tengo bajo
control.
—Vale.
Una vez más, con las manos apretadas contra mí, me apoyó en su fuerte
cuerpo con los músculos apretados, a continuación soltó su movimiento,
abandonando la caricia sensual sobre mi espalda.
—¿Estaban cerrados?
—Sentir la patada.
—¡Ey! —Mi amiga gritó con indignación fingida, mientras que las lágrimas
de risa seguían rodando por sus mejillas.
—Ignórala —Ice dijo mientras soltaba mis caderas y dio un paso hacia
atrás, alejándose de mí. Tuve que poner todo mi esfuerzo para no dar un
paso atrás con ella, pero una larga mirada a la cara todavía roja de Pony
me convenció de que me quedara donde estaba.
—Está bien, Ángel —dijo Ice desde detrás de mí—. Prueba ahora.
Recuerda, todo está en la posición de tu cuerpo. Visualiza la patada y
luego hazla.
Que visualice la patada dice. La única cosa que puedo visualizar en este
momento son sus brazos alrededor de mí. Bien, Ángel. Basta ya. Tienes un
trabajo que hacer, así que ve y hazlo.
—Muy bien, lo hiciste una vez. Genial. Ahora a seguir practicando hasta
que puedas llegar a ese mismo lugar varias veces sin fallar.
Me quejé.
Ella me miró entrecerrando los ojos, después, su expresión se aclaró.
—No. Quiero decir que tienes un buen cuerpo, fuerte, compacto, con un
centro de gravedad bajo. Eso te hace difícil de golpear. Además, eres
rápida. Si intentas una de estas patadas altas en un oponente, digamos
como Derby, le sorprenderás jodidamente.
Asentí.
—¿Qué?
Ice se acercó una vez más, extendiendo las manos y colocándolas sobre
mis hombros. Su mirada era profunda, directa y totalmente seria.
—Atácame.
Luego, con un grito, se lanzó hacia Ice. Las manos, los pies, los brazos y
las piernas no tenían definidos el movimiento que iban a realizar. Me
recordó a una de esas películas japonesas horriblemente dobladas de
kung fu que mi padre solía ver en lugar de ir a la iglesia los domingos por
la mañana.
Ice era una bestia completamente diferente. Tenía los ojos medio
cerrados, y medio aburrida, bloqueaba cada uno de los golpes con
perezosa facilidad, desviando los golpes de Pony y desgastando sus
fuerzas sin hacer nada para contra-atacar. Los músculos de su cuerpo
estaban sueltos, relajados y su respiración uniforme y constante.
Sacando otra arma de su arsenal, Pony torció el cuerpo y luego lanzó una
serie espectacular de golpes a la sección media de Ice. Más rápido que
una cobra, Ice capturó perfectamente el pie tendido de Pony, girándole
el tobillo hacia fuera, hasta el punto casi de romperlo. Pony gritó y luego
se dio una palmada en el muslo con la mano abierta, pidiendo
clemencia con la acción.
—Sabes que esos movimientos nunca funcionan conmigo, Pony. ¿Por qué
sigues intentándolo?
Pony plantó el pie dolorido en el suelo, se puso las manos en las caderas
y frunció el ceño.
Ice resopló.
Asentí.
—Muy bien, Pony. Pon a Montana y a Critter a trabajar con ella. Media
hora de Aikido, y media hora de bloqueos. Hora y media de cada uno los
sábados.
Pony asintió con la cabeza morena, con el pelo mojado con el sudor del
esfuerzo.
—Lo haremos.
—Gracias.
—Nah. Ella está mucho más allá que cualquiera de las que estamos aquí
—Ella sonrió abiertamente otra vez, con una sonrisa salvaje, que hizo brillar
sus ojos oscuros—. Aunque es divertido probar —Me liberó a medida que
entramos en el edificio y se volvió—. ¿De vuelta a la biblioteca?
—Sí. ¿Y tú?
—Abajo, a tomar una ducha. Dile a Corinne que le envío saludos, ¿eh?
Yo también seguí por el pasillo unos metros más, y luego fui a la izquierda
hacia la biblioteca, alcanzando a ver un destello de naranja de otra
presa que entró en mi campo de visión. Y me encontré de lleno con la
ancha espalda de Ice que se paró justo en la entrada de la sala.
Disculpándome a toda prisa, me alejé, viendo como una enorme sonrisa
se dibujó en la cara de Corinne.
—Tan cierto como que vivo y respiro. ¡La Gran Morgan Steele está
honrando mi biblioteca con su presencia! —Llevándose mi amiga la
mano bajo su seno izquierdo con dolor fingido—. Tómame ahora, Señor,
¡por fin he vivido para ver esto!
—Por lo tanto, ¿que te trae a mi red del mal? ¿Vienes a hablar con una
vieja?, porque no me estoy volviendo más joven, amiga. ¿O era algo
más?
—No te preocupes por Ángel. Ella es sólo una esnob literaria. No creo que
el resto de nosotras, la gente común, pueda decirte la diferencia entre
Dostoievski y Doonesbury.
—Corinne
—Ah, ah, ah, querida Ice. No tan rápido. Estás en mis dominios ahora,
donde soy soberana. Ahora siéntate a esa mesa, relájate y bebe un poco
de té, si no…
—No te preocupes por el si no, Ice. El té está listo y esperando para ser
bebido. Ve a aquel extremo de la mesa y siéntate.
Hay momentos en los que me podría morder la lengua, y este fue sin duda
uno de ellos. Una risa estalló antes de que pudiera detenerla,
ganándome otra mirada gélida de los ojos de mi intimidante compañera.
Me estremecí, esperando alguna forma de venganza, sólo relajándome
cuando ninguna llegó de forma inmediata.
—Está bien —Se acercó a la mesa, sacó una silla, se volvió, y se sentó a
horcajadas con la respaldo de la silla al revés.
Corinne sonrió triunfante, aunque sus ojos todavía mantenían esa chispa
burlona.
—Se toma las burlas casi tan mal como lo haces tú —le susurró a Ice.
—Me pregunto por qué —Ice comentó jocosamente—. Esa lengua tuya
debe ser declarada arma letal y confiscada como contrabando.
Corinne sonrió.
Corinne rio más fuerte, golpeando la mano sobre la mesa, lo que provocó
que las tazas se tambalearan violentamente, salpicando el té por los
extremos y aumentando el lío que ya había.
—Ice —jadeó agarrando su pecho que subía y bajaba—, tienes que venir
rápido. Psycho estalló y tiene una navaja en el cuello de una guardia. Y
pregunta por ti.
* * *
No es mentira decir que era obvio para todos, que Cassandra Smythson
estaba totalmente loca. La policía lo sabía, el juez lo sabía, los psiquiatras
lo demostraron, y el público lo sabía. Lo mejor que cualquiera pudo haber
hecho para todos los interesados era ponerla en una bonita, y segura
institución mental y tirar la llave. Pero eso, por supuesto, no fue así. Los
Jurados son lo que son, a veces, encontrando a Cassandra apta para ser
juzgada, y así lo hicieron. Su culpa era una conclusión inevitable, aunque
su equipo de abogados se esforzó al máximo. Lo hicieron lo mejor que
pudieron y se hizo toda la presión para que casi todos los dedos
imaginables señalaran hacia su locura.
Parece que una rata industrial gris encontró su camino tanto a la celda
de Cassandra, como a su corazón.
Cassandra echaba su cabeza rubio platino hacia atrás y se reía, con una
carcajada loca que parecía atravesar su alma como el cuchillo de
carnicero que había utilizado con tan devastadores resultados.
Nunca funcionó.
Nadie sabe exactamente por qué la otra obsesión de Cassandra era Ice.
Ellas nunca habían hablado, pero cuando Cassandra era llevada
alrededor del patio de ejercicios como un perro con una correa, el color
marrón oscuro de sus ojos permanecía clavado en Ice por largo rato, con
el rostro totalmente inexpresivo.
* * *
—Cassandra...
—Oh, por favor, Ice. ¿Tienes que ser tan formal? Sólo llámame Psycho.
Todos mis amigos lo hacen —Su mirada lasciva regresó mientras pasaba
sus ojos descaradamente sobre la forma naranja vestida de Ice—. Y yo te
considero una de mis... más cercanas... amigas.
—Oh sí, Sandra, dile a nuestra querida Ice lo que pasó. Y no dejes de lado
ningún detalle. Mientras escuchas toda la triste historia, voy a jugar con
mi acerito y la dulce cerdita. Te gustaría eso, ¿no es cierto cerdita?
¿Puedes cantar para mí? ¿Chillar amablemente para tía Psycho?
—Oh, muy bien, pequeña cerdita. Sólo quería tenerte alrededor para
jugar un rato. ¿Quieres, te gusta eso?
La rubia suspiró.
—Oh bien, Ice. Sabes, realmente deberías aprender a tomarte las cosas
menos en serio. Eres mucho más hermosa cuando sonríes —Ella liberó
ligeramente la tensa presión sobre el cuello de la guardia, riendo al ver
que de su navaja salía una gota de sangre. Pegó el extremo puntiagudo
a la boca, con los ojos en blanco en su cabeza, mientras lamía la sangre
del arma, haciendo de la acción una demostración erótica.
—El Alcaide recibió otra denuncia de uno de los novatos. Envió a Carla a
deshacerse de Heracles.
—No puedo hacerlo, me temo. No, esta cerdita necesita que se le enseñe
una lección. La única razón por la que te pedí que vinieras, Ice, es que yo
sé, que de todos los otros pequeños roedores en esta infección que ellas
llaman cárcel, tú eres la que más puede disfrutar con la vista de una
buena matanza.
—Olvídalo, Cassandra.
La reclusa sacó su navaja de nuevo.
—Ice...
—Ice, no puedo.
Los ojos de Ice se volvieron fríos y de piedra. Sandra miró hacia abajo
después de un momento.
—Está bien, está bien —Antes de que nadie pudiera pensar en detenerla,
Ice se dirigió hacia Cassandra, que apretó su agarre en el cuello de Carla.
Levantando las manos vacías, Ice permitió que la otra mujer la agarrara
por el brazo, mientras que liberaba su férreo control sobre Carla. Llevando
su pierna hacia arriba, Cassandra pateó a la guardia por la espalda y la
empujó hacia los demás, entonces torció el brazo de Ice detrás de ella,
poniendo la navaja al cuello elegante de la mujer más alta.
—Oh, Ice —dijo con voz ronca—, esto está mucho mejor. No sabes
cuantas noches he soñado con esto. Tú en mis brazos, mi cuchillo en tu
hermosa garganta. Estoy sintiendo escalofríos sólo de pensarlo. Y ahora
te tengo.
—En primer lugar tienes que prometerme que hablarás con ese
repugnante Alcaide en mi nombre. Convéncele de que mi pequeño y
dulce Heracles está aquí para quedarse si quiere paz en su cárcel. ¿Lo
harías por mí, Ice?
—No prometo nada, Cassandra, pero puedo intentarlo.
—Dame un beso.
—¿Qué?
—Muy bien —dijo Ice arrastrando las palabras en una voz mortalmente
baja, con una sonrisa totalmente salvaje.
El beso fue crudo, duro, casi exactamente como me imaginaba que sería
un beso de Ice. Mientras la boca cubría los labios suaves y llenos de
Cassandra, los ojos de la mujer rubia revolotearon, como sus párpados,
antes de cerrarse por completo. Un profundo gemido resonó en su
garganta, claramente audible a todo el mundo que miraba.
Incluso desde donde yo estaba, podía ver la piel de gallina que siguió al
toque de Ice. Me temo que me estremecí al ver mi propia piel
reaccionando de forma empática mientras me imaginaba los dedos de
Ice arrastrándose sobre mi propia piel.
Luego, con una rapidez que me sacó de mi bruma erótica, con el pulgar
presionó los nervios de la muñeca de Cassandra, haciendo que la mujer
mas pequeña dejara caer su navaja. Tranquilamente, Ice llevó el brazo
de Cassandra a la espalda, rompiendo el beso e intensificando la presión
de detrás de la mujer rubia mientras lo hacía.
—Buena suerte.
—Gracias.
Una hora más tarde, Ice regresó a la prisión principal, con una expresión
pétrea, sus ojos fríos y furiosos. Las reclusas que se cruzaban en su camino,
yo entre ellas, desaparecimos rápidamente de su vista, no fuera que esa
mirada penetrante se cruzara en nuestro camino. Ella fue hasta las
escaleras hacia su celda y yo no pude dejar de preguntarme lo que pasó
dentro de la oficina del Alcaide.
* * *
Las noches son muy largas y muy oscuras cuando eres una presa. El
tiempo pasa como si fueran eones en lugar de segundos. Las celdas se
congelan en el invierno, cuando las tormentas bajan de Canadá,
afianzando la vieja prisión de piedra en un bloque de hielo impecable.
En verano, esto se hace una sauna. Si escuchas lo suficiente, casi se
puede oír el calor, ya que insidiosamente irradia su sendero a través de
los bloques de hormigón permeable, bañándose en su esencia pegajosa.
Mientras descansas en la estrecha litera por la noche, contando los bultos
del colchón y con la esperanza de no estar compartiendo el lugar para
dormir con animaluchos o algún tipo de insecto, no puedes dejar de
escuchar el sonido lúgubre del viento que silba a través de los techos o
los ruidos fantasmales que suenan como arreglos de fontanería en la
noche. Sonidos de ronquidos, gritos y placeres solitarios se filtran a través
de los barrotes de tu celda en el silencio del momento.
Una y otra vez vi la lisa y oscura melena de Ice descender, sus labios
carnosos cubriendo los anhelantes de Cassandra. Casi podía ver sus
lenguas deslizándose entre sí, batiéndose en duelo en una batalla por la
supremacía sensual.
C
omo los últimos días cálidos de verano que dan paso al descenso
de temperaturas, las coloridas hojas del otoño marcaban mi
aniversario. Un año tras las rejas. Ya no era la joven que entró en
el edificio un año atrás, temblando y llorando tan fuerte que todas las
tipas que pasaban a mi lado parecían irradiar fulgor al burlarse de mí y
gritarme cosas que nunca había oído gritar en ese preciso contexto.
No, yo era ahora un año más vieja, un año más sabia. El Pantano era
todavía un lugar muy aterrador, pero en ese momento, había logrado
convertirse, con un ataque de mórbida perversidad, en un hogar para mí
y, muchas de sus reclusas, familiares. Nunca he entendido realmente la
frase hombre institucional hasta la primera mañana que desperté
después de un sueño profundo, sin un recuerdo del mismo, llena de
absoluto terror, claustrofobia y pérdida total de la libertad. En algún
momento durante ese pasado año, dejé de mirar cada mañana como
un paso más cerca a la libertad eventual y comencé a esperar con
impaciencia la aventura que esto traería.
Sin embargo, los días que pasaron nos vieron acercarnos, aunque sólo
fuesen unos centímetros, y me contenté con la espera, observando y
escuchando, con la certeza de que iba a encontrar algún día la magia
necesaria para mirar por la ventana de su alma. Después de todo, ¿no
hay que pelar la dura piel de una naranja para llegar a la fruta suculenta
que hay debajo?
La llegada del otoño trajo consigo un aumento de las tensiones entre las
internas. Era como si, sabiendo que el invierno las obligaría a estar en
íntima compañía los próximos meses, estuvieran ya vigilando las
reclamaciones del territorio principal, con el fin de evitar las prisas.
Tomando su no tan sutil consejo, decidí dar un paseo al aire libre. Era un
sábado, el día en el que no había restricciones externas y así, cuando salí
al fresco, pero soleado día, no pude dejar de notar que la mayoría de la
prisión parecía querer un cielo abierto sobre sus cabezas. El patio estaba
lleno de prisioneras y, cerca de las canchas de baloncesto, las dos
pandillas más grandes parecían estar preparándose para otra pelea.
—¿Qué?
—Una pelea sin importancia. Ya sabes. Derby empuja Trey. Trey empuja
a Derby. Intercambian insultos sobre qué madre es la puta más grande —
Ella se encogió de hombros—. Gilipolleces por el estilo.
—¿Y eso no te preocupa? —Mirando hacia atrás por encima del hombro,
estimé que al menos unas cien mujeres de ambas bandas se habían
sumado a la multitud, que seguía creciendo.
—Así es.
—Sabes las reglas, Derby —mi amiga dijo en un bajo tono de voz—. Sin
armas.
Con un rugido, Derby se abalanzó sobre Trey, para ser detenida por la
mano firme de Ice contra su pecho.
—¿Y ahora qué? —le pregunté mientras mis amigas se acercaban a mí.
Detrás de ellas, las dos bandas reanudaban su tenso enfrentamiento.
—Supongo que se golpearán las unas a las otras hasta que acaben de
una vez.
—Es territorio. Eso es importante para gente como ellas. La ley de la jungla.
Frente a mí, las voces se habían levantado una vez más cuando Trey y
Derby comenzaron a empujarse una a otra de nuevo, respaldadas por
sus respectivos grupos. Podía sentir como mi propia ira se acumulaba
dentro de mí.
—¡Esto es absurdo! No puedo creer que adultas ya crecidas se rebajen a
estas chiquilladas.
—¿Y no ves ningún problema con eso? —le contesté con incredulidad
evidente en mi tono.
—Bueno, yo sí —Di a todas una última mirada funesta, giré sobre mis
talones y comencé a caminar hacia la multitud con gran determinación
en cada uno de mis pasos.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —Yo dirigí mis palabras a ambas partes
—Derby gruñó—. ¿Qué demonios estáis haciendo aquí?
—Lo que parece es una riña de niñas de tres años por una pala de
plástico en la arena. Me gustaría pensar que las dos sois algo más
maduras que eso.
Derby frunció el ceño, sin duda por la imagen visual que le había
proporcionado a su mente.
—¿Y tú, Trey? ¿Puedes decirme por qué estás haciendo esto? Pensé que
eras más inteligente.
—La inteligencia no tiene nada que ver con esto, Ángel. Es una simple
cuestión de espacio y tiempo. No hay mucho en la cárcel que sea propio.
Esto es nuestro. Alguien viene y quiere quitárnoslo, nos peleamos. Nada
más que eso.
—Te das cuenta de que los guardias podrían venir aquí y quitarte la
cancha en un segundo, ¿no?
—Por supuesto que soy consciente, Ángel. Todas nos damos cuenta de
eso. Pero hasta que los guardias vengan y tomen posesión, vamos a
luchar para mantenerla. Ellas tienen su espacio, nosotras tenemos el
nuestro. Nos mantiene felices.
—Bien, entonces, ¿qué tal esto? Parece que estáis dispuestas a golpear
las cabezas de las demás por unos pocos metros cuadrados de hormigón
roto y tablas roñosas, ¿verdad?
—Sí, sí y lo vas a hacer pasando por el neumático inflado que tienes por
vientre, blancucha. ¡Tu grasa rebota más que una pelota!
Puse los ojos en blanco y me tensé cuando las dos colosas comenzaron
a discutir de nuevo. Esto sin duda no era lo que tenía en mente cuando
comencé esta pequeña expedición, inclinando molinos de viento.
—¡Olvídalo! —El timbre bajo de la voz de Ice, fue fácil de oír por encima
del estruendo de la multitud. Las internas se callaron—. Es vuestro partido.
Jugad vosotras.
—¡Por lo menos haz de árbitro Ice! —gritó alguien con el acuerdo del
resto.
—¿Es una broma? ¡Mírame, Ice! No duraría un segundo con estas moles.
Tú lo harías mucho mejor —Probé una sonrisa—. Además, eres bastante
más intimidante que yo —Como conocía sus ojos, mi sonrisa se hizo más
profunda. Simplemente no pude evitarlo. Me quedé mirando esos zafiros
perfectos y decidí ir a por todas cuando parecía que no iba a flaquear—
. ¿Por favor?
—Está bien. Estad aquí mañana al mediodía. Gane quien gane obtiene
la cancha para el próximo año y todas mis decisiones son definitivas.
¿Entendido?
—¿En serio?
Oh Dios.
* * *
Decir que sentirme miserable sería decir poco, pero era tarde y no iba a
tentar a la suerte con otro encuentro en las duchas, no importaba lo
buena que fuera ahora en defensa personal. Aunque Derby y sus
compinches parecían estar contentas con el arreglo que había logrado
alcanzar, los cambios bruscos de humor de la mujer, hacían demasiado
peligroso ese destino para ser tentada por segunda vez.
Una vez que me di cuenta de cuál era mi destino final, dejé de luchar.
Aunque la parte racional de mí sabía que estaba tan segura como era
de esperar, la prudente mujer que había en mí, escrutaba cada sombra
de cada esquina para asegurarse de que todo estuviera bien y
verdaderamente estuviera sola.
Su mirada bajó hasta mis pies y luego hizo un lento recorrido por el resto
de mi cuerpo hasta que llegó a mis ojos una vez más.
—El momento es ahora, Ángel. ¿Es este el lugar que tenías en mente?
Miré alrededor de las duchas vacías por un momento, tratando de
averiguar exactamente a lo que se estaba refiriendo. Cuando me di
cuenta, de repente, eché la cabeza hacia atrás para mirarla, segura de
que toda la sangre había desaparecido de mi cara.
—¿Qué...?
El primer contacto de sus labios sobre los míos, trajo sentimientos que
nunca seré capaz de describir plenamente. Fue como morir. Era como
nacer. Como ahogarse. Como volar. Como la inocencia inmaculada y el
deseo primario. Era crudo y tierno. Dolorosamente familiar, a pesar de
que nunca había sentido algo así antes.
Cuando mis rodillas amenazaron con una rebelión total, ella sin
problemas introdujo su propia pierna entre las mías, poniendo mi cuerpo
contra la longitud de su muslo.
—Eres muy bonita, lo sabes —Su voz estaba ronca por una emoción sin
nombre, aunque por la expresión de su cara, supuse que era el deseo.
Ice me siguió, bajando la cabeza aún más, posando sus labios, la lengua
y los dientes a mi cuello, mordiendo, succionando y lamiendo mientras mi
cabeza se echaba hacia atrás y adelante contra los agrietados azulejos
de la pared. Podía sentir cómo se tensaban los tendones en mi cuello y
cómo se marcaba mi mandíbula, apretada con fuerza mientras el placer
se elevaba a través de mi cuerpo.
Sé que ella sintió que iba a llegar, porque liberó mi cuello y enterró la cara
en mi hombro, agarró mis caderas y las empujó contra su muslo. Me
estremecí y temblé con un gran gemido que salió del cautiverio de mis
pulmones.
—Lo siento —le susurré todavía sollozando y sin saber muy bien por qué.
—¿Estás bien?
Luego dio un paso atrás y me miró, con los ojos tan cálidos y llenos de
ternura que sentí que mi ojos comenzaban a humedecerse una vez más.
—Ice, yo...
* * *
Voy a admitir que sentí un poco de decepción, pero pronto atribuí todo
el asunto a otro de los aparentemente interminables cuentos de viejas
que enseñan a casi todas las chicas jóvenes durante sus años de
formación.
Una de las peores partes era que yo no podía decir exactamente cómo
me sentía con todo esto. ¿Bien? ¿Mal? No lo sabía y eso me frustraba. Por
un lado, estaba feliz, gloriosa porque mis fantasías nocturnas finalmente
habían llegado a buen término. Por otro lado, sentía una curiosa
sensación de profundo vacío dentro de mí, como si hubiera estado
esperando un futuro maravilloso lleno de posibilidades, sólo para que me
lo arrebataran de las manos en el último segundo.
Y ella era tierna, más allá de toda duda. Increíblemente tierna. Sobre
todo en la forma en que me sostuvo y tranquilizó al final.
* * *
Cuando la mañana no trajo consigo ninguna inspiración divina, me
decidí a ceder a las exigencias de mi estómago y con la cabeza gacha
me dirigí hacia el desayuno. Al llegar antes de lo que normalmente habría
hecho, me sorprendió ligeramente ver la cafetería casi totalmente llena.
Podría haberlo imaginado, pero el nivel de ruido parecía tenue cuando
entré en la habitación sofocante, sólo para aumentar de nuevo en el
momento en que cogí mi bandeja, esperando en la fila para obtener mi
porción de gachas espesas que sabían a cola blanca.
El grupo dio unas palmadas con las manos mientras reían y se daban
codazos unas a otras.
—¡No, era más como una perra en celo! —La cuarta levantó la cabeza y
dejó escapar un aullido gritando a modo de demostración.
Atrapada a medio camino entre el llanto y los gritos, me decidí por salir
de la cafetería con la mayor dignidad que pudiera conservar. Que no
era mucha.
—Finaliza lo que has venido a decir, Ángel —ronroneó con voz sepulcral
suave y lisa como la seda.
—Muy bien —dijo arrastrando las palabras, sonriendo con una sonrisa tan
fría que me heló hasta la médula—. Voy a hacer a Sonny y a Critter una
pequeña visita. Veremos cómo propagan historias con sus lenguas
arrancadas de sus bocas.
Cuando se volvió una vez más, tendí mi mano, deteniéndome justo antes
de tocarle el brazo.
—No, espera. No hagas eso. No difundirían historias sobre mí. Ellas son mis
amigas.
Se volvió a mirarme a los ojos de nuevo, aunque esta vez juraría que pude
ver una pequeña semilla de dolor en ellos antes de que la máscara sin
emociones se instalara perfectamente en su cara. El lado de su boca se
convirtió en una sonrisa.
—Ya veo. Tus... amigas... no difundirían cuentos por ahí, pero yo sí lo haría,
¿es eso?
—Ice, yo...
—No, Ángel, está bien. Creo que hemos dicho más o menos todo lo que
había que decir. No tienes que preocuparte por las historias, van a parar.
Tienes mi palabra. En cuanto al resto... —Ella retorció su muñeca, como si
tirara algo lejos al viento.
Mientras estaba allí, mirándola con un cruce entre niña azotada y una
amante desdeñada, mi mente buscó entre todas las cosas que quería
decir. Me mordí el labio, un mal hábito mío, y me estremecí por el dolor
aún presente desde la noche anterior. Tomando una respiración
profunda, decidí ir a por todas.
—¿Por qué hiciste lo que hiciste? Ayer por la noche, quiero decir. ¿Por
qué viniste a mí en las duchas? ¿Por qué lo hiciste...? —Mi voz se apagó,
junto con mis pensamientos. ¿Qué hicimos anoche? ¿El amor? ¿Tener
relaciones sexuales? ¿Qué? Que yo no lo supiera era la parte más
frustrante para mí. Miré hacia Ice y traté de leer sus emociones a través
del cuadro cuidadosamente en blanco de su cara, pero era algo
parecido a ser ciega y entrar en el Museo de Arte de Filadelfia. No es muy
esclarecedor, por así decir —Fue por muy poco que me resistí a pisotear
fuertemente el suelo—. Maldita sea, Ice. ¡Di algo! ¡Cualquier cosa!
Los ojos que finalmente se encontraron con los míos eran fríos y vacíos.
Si eres muy afortunada, habrá muy pocas veces en tu vida que sentirás
lo que me hicieron sentir esas palabras cuando se filtraron en mis oídos.
Casi podía sentir mi corazón encogerse sobre sí mismo, acobardado. Las
lágrimas brotaron de nuevo, pero las contuve con determinación de
acero.
—¿Por qué estás tan sorprendida? Es lo que esperabas oír, ¿no es así? Una
asesina a sangre fría que toma a una niña inocente como un trofeo para
luego jactase de ello con sus amigas —Ella se encogió de hombros otra
vez—. Sucede todo el tiempo aquí. Si no hubiera sido yo, habría sido otra.
—Yo no haría eso si fuera tú, o averiguarás cuán ciertas son esas palabras
en realidad.
—No lo creo, ya ves —por fin logré decir, en lo que me sorprendió ser un
tono de voz normal.
—¿El qué?
—Lo que dijiste. Lo de que era un juego, eso de que yo era un trofeo. Es
posible que hayas dicho las palabras, pero no creo que quisieras decirlas
en absoluto —Levantando una ceja, ella siguió mirándome, con el rostro
todavía completamente inexpresivo—. Estás escondiendo algo.
—Soy una asesina, Ángel. Una asesina a sueldo. Perdí todo lo que se
parece a sentimientos hace mucho tiempo. No pierdas tu tiempo
buscando algo que no está ahí.
—Oh, claro que está ahí. Sólo tienes que saber dónde mirar.
—No, todavía no. No del todo. Pero lo haré —Tomando un gran riesgo,
saqué mi mano de nuevo, extendí un dedo y empujé a Ice en el pecho—
. Debajo de ese exterior tan frío hay vida y un corazón lleno de
sentimientos, Morgan Steele. Y voy a encontrarlos. No tengo nada, salvo
tiempo en mi manos, y créeme, los voy a encontrar —Sonriendo
triunfalmente, giré sobre mis talones, preparada para hacer mi salida
dramática.
* * *
El domingo amaneció frío y con llovizna, a tan sólo un grado o dos de ser
aguanieve. Aparentemente, sin embargo, yo era la única persona de la
prisión sorprendida cuando el muy esperado partido de baloncesto logró
acabar sin problemas. Eso no quiere decir que fuera viento en popa. Al
parecer, el juego de baloncesto de prisión era diferente a cualquiera que
hubiese visto antes, y créeme cuando digo que, siendo del Centro-Oeste,
había visto suficiente de baloncesto normal para que me durase varias
vidas. Las reglas parecían ser inexistentes y el objetivo parecía ser meter
el balón en la canasta mientras herías a tantas oponentes como fuera
posible sin llegar a ser tú misma una víctima. Hubo varios momentos en los
que empecé a dudar de mi sabiduría y del supuesto de que ésta sería
una manera pacífica de resolver las diferencias entre las dos bandas.
E
l último día cálido de 1978 amaneció claro y soleado, como si la
madre naturaleza estuviera permitiéndonos disfrutar de un último
reflejo de un verano que no veríamos durante medio año o más.
Zambulléndome hacia el exterior a la mínima oportunidad, me dirigí al
patio casi vacío y me senté con las piernas cruzadas sobre la hierba que
aún mantenía algo de su vibrante color a pesar de las diversas heladas
que la habían asolado.
—¿Puedo hacerte una pregunta, Ice? —Hice una mueca mientras las
palabras salían de mis labios. Parecía que esas palabras eran siempre las
primeras en salir cuando hablaba con ella y una parte de mí se
preguntaba si alguna vez no se cansaría de escucharlas tan a menudo.
—Los llamo las Cuatro Libertades —dijo con suave voz, como el susurro
del viento sobre la hierba.
—El que está más a la izquierda, el pequeño que parece algo salvaje...
Ese es la Libertad de la Inocencia. El de su lado, el grande, es la Libertad
del Poder. El siguiente es la Libertad del Amor y el último es la Libertad del
Conocimiento.
Se encogió de hombros.
—Porque soy una asesina, Ángel. Tan simple como eso. Fui condenada
por matar a un testigo del gobierno —Se encogió nuevamente de
hombros y meneó la cabeza, riendo tristemente—. No es algo que a la
Junta le guste oír cuando revisan los papeles de la condicional.
—No tanto como solía hacerlo, pero sí, casi todos los días.
Cuando volví la mirada a mi silenciosa oyente, encontré sus ojos tan llenos
de profunda nostalgia que hizo que mi corazón se detuviera sólo para
observar esa expresión. Sentí como mi mano se dirigía hacia ella, sentí
cómo me la cogía y la mecía tiernamente mientras una leve y triste
sonrisa se alzaba en la comisura de sus labios.
Sonreí.
—No, está bien así. Es tu sueño. Algo que te pertenece a ti, y sólo a ti. Ese
lugar y esa gente son algo que no se te puede quitar. Guárdalos.
—Me gustaría compartirlo contigo, Ice. La única cosa que es mejor que
tenerlo sólo para mí es poder compartirlo con alguien. Compartirlo...
contigo.
—Vamos, ¡será divertido! Simplemente cierra los ojos e imagina que estás
en medio del bosque, rodeada de árboles. Sientes el roce cálido del
viento contra tu piel. Huele a pino a tu alrededor —Tomé una profunda y
tonificante respiración—. ¿No es maravilloso?
Me eché a reír.
—¡Por supuesto que lo es! ¡Por eso es muy divertido! Vamos, Ice, suéltate
un poco. Sólo cierra los ojos y piensa en lo que te he dicho. Piensa en el
calor del sol sobre tu cara.
Tras mirarme impaciente, bajó su barbilla a las rodillas y cerró los ojos.
Aprovechando la oportunidad, me deshice del último espacio que
quedaba entre nuestros cuerpos y extendí una mano hasta apoyarla
suavemente sobre su ancha espalda. Los músculos que sentí estaban
marcados y tensos y no me pude resistir a frotarlos suavemente con un
leve movimiento circular. Comenzó a relajarse simplemente ante el más
mínimo de los movimientos.
»Eso es. ¿Puedes oír el canto de los pájaros? ¿El agua lamiendo
suavemente el muelle de madera? —Hubo un largo silencio sólo
interrumpido por su respiración—. ¿Y? ¿Puedes?
—Nop.
Antes de que yo pudiera siquiera abrir los ojos, el brazo de Ice se disparó,
agarrando con el puño un uniforme y tirando del asustado cuerpo de
Critter hasta que su cara estuvo apenas a unos centímetros de las
nuestras.
—Yo… pensé que tenías que saber… que Psycho está suelta de nuevo —
jadeó Critter mientras su rostro tornaba a un color céreo.
—¿Estás bien?
Como la vez anterior, Critter me hizo dar una vuelta hacia un espacio más
abierto desde el que podía mirar el interior del círculo de tensas mujeres.
Psycho tenía lo que parecía un cuchillo de carnicero, aunque cómo se
las había arreglado para hacerse con uno no tenía ni idea, en el cuello
de una llamativa mujer. Parecía de unos cuarenta y muchos, con un largo
y oscuro cabello atravesado por mechones plateados. Su piel era
aceitunada y sus ojos oscuros y brillantes. Tenía una regia, antigua
elegancia que incluso en las circunstancias de ese momento no parecía
disminuir.
—No puedo hacerlo, mi querida Ice. Este pequeño pescadito tiene que
morir. Lo siento si te molesta, mi amor, pero a veces no se puede evitar.
Los ojos de la mujer se abrieron mientras el cortante filo mordía
cruelmente su cuello.
—Lo siento, Sandra, ¿has dicho algo? Siento no haberte oído con los
gemidos de este pobre pescadito en mis orejas. ¿Te importaría repetirlo?
—¡¡Cassandra!!
—Oh, vamos, Ice. Tú por encima de todas debes saber lo bien que se
siente una al clavar tu hoja contra la tierna carne de una víctima
inocente —Rio como una niña—. Me dan escalofríos solo de pensarlo. ¿Y
a ti?
La mujer se atragantó.
—Eso es, ¡Josephina! Qué estúpido por mi parte olvidar un nombre tan
bonito. Josephina, dile a nuestras admiradoras porqué estás en una
situación tan incómoda.
—Por supuesto que lo sabes, querida. Dilo bien alto para que todas
puedan oírte, amor. No debes dejar que la gente de detrás no pueda oír
tus sabias palabras, ya lo sabes —Josephina se mantuvo callada y
Cassandra la sacudió como si fuera una muñeca de trapo, frunciendo
sus cejas en un gesto feroz—. No debes hacer que nuestro público espere,
querida Josephina. Ahora suéltalo.
»¡Atrás! ¡Echaos atrás antes de que corte su linda cabecita! Y sabéis que
lo haré.
Me volví una vez más hacia Critter, que estaba mirando la escena
fascinada.
—!Nooo!
La va a matar. Dios mío, ¡va a asesinar a Psycho con sus propias manos!
—!!Ice, no!! —Sandra echó a correr de nuevo, esta vez con algo más de
cautela—. Ice, por favor. Piensa en lo que estás haciendo. No lo hagas.
¡Por favor!
Mientras yo luchaba con el férreo agarre de Critter, pude ver los nudillos
de las manos de Ice ponerse blancos cuando sus manos apretaron más
el delgado cuello de Cassandra. El rostro de su prisionera estaba pasando
poco a poco del rojo al pálido, con sus ojos abiertos y la mirada fija. Aun
así, sonreía, como si la muerte fuera una amiga a la que veía acercarse
con cada agitado intento de respirar.
—¡Por favor, Ice! ¡No puedo darte más oportunidades! ¡Piensa en lo que
estás haciendo! Por favor, te lo ruego. ¡Suéltala! ¡Por favor!
—¡Ahora, Sra. Pierce! ¡Hágalo YA! —El Alcaide miró a las demás
guardias—. ¡Todos ustedes! ¡YA!
—¡Ice! ¡Ya! ¡Es tu última oportunidad! ¡Por favor! —Cuando Ice no dio
señales de haberla oído, Sandra dejó escapar un profundo suspiro de
derrota, se volvió ligeramente hacia el resto de los guardias y asintió—.
Procurad no hacerle daño.
Desde esa distancia, podía ver fácilmente que el tiempo que nos
quedaba estaba a punto de finalizar. Los labios de Cassandra estaban
azules y sus ojos estaban muy abiertos y prominentes ante la presión del
cuello. Esa maldita sonrisita de superioridad seguía en su cara y quise, en
esos momentos, no hacer otra cosa que ir allí y quitársela.
—Vete de aquí, Ángel —La voz de Ice era profunda, repleta de rabia y
dolor.
—Lo siento, Ice, pero no me voy a ninguna parte. No quieres hacerlo. Por
favor, déjala ir.
Pude oír a los guardias tras de mí y supe que no tenía mucho tiempo.
—Ni me toques —dijo Ice con total claridad en sus palabras, por entre sus
apretados y desnudos dientes.
—Irá al agujero durante un mes por esta infracción, Sra. Steel. Suélteme o
serán dos.
—¿Que le hace pensar que hago tratos con asesinas, Sra. Steel? A pesar
de lo que usted y algunos más puedan pensar, ¡en esta prisión mando yo!
—Podía haberle dejado inconsciente en un abrir y cerrar de ojos. Aunque
no podía verlo, sabía que una de las cejas de Ice había hecho una
dramática elevación.
—Inténtelo —Su voz era un ronroneo sensual y mi piel se erizó
reaccionando inconscientemente al tono seductor.
Después de unos largos y tensos momentos, pude ver los hombros del
Alcaide reducirse mientras retrocedía levemente, aceptando la tregua.
—Muy bien, Sra. Steel. Nadie le hará daño. Pero entérese de esto. Acaba
de crearse un enemigo muy poderoso. Su estancia no va a ser tan
agradable desde ahora. Y eso, querida, no es una amenaza. Es la
declaración de un hecho.
—Sí, señor.
—¿Sí, señor?
Morrison sonrió, alargando una indolente mano hacia el cuerpo de
Josephina.
—Siento lo de tu pie.
—¿De veras? Debo ser mejor profesora de lo que pensaba —Mi amiga
parecía bastante satisfecha de sí misma. Después su rostro se
ensombreció al mirar el cuerpo de Josephina—. Qué desastre.
—Me pregunto quién era. Es evidente que Ice y ella eran en cierto modo
amigas.
—Tal vez. Solo que no me siento lista para verla a ella, ni a nadie ahora
mismo. Creo que me voy a ir simplemente a mi celda a pensar.
—Lo has hecho bien, Ángel. No pensaba que hubiera alguien capaz de
hablar con Ice en el estado en el que estaba. Has impedido un baño de
sangre. Bien hecho.
—Gracias, Critter.
Me quedé allí de pie por un rato, viendo cómo los dorados rizos de Critter
desaparecían por las escaleras. Mirando una última vez a Josephina, me
giré y me fui a mi celda, logrando entrar justo antes de desplomarme.
* * *
Una de las guardias del turno de noche estaba allí, con su larga figura
levemente iluminada por los fluorescentes que se encendían uno a uno
sobre ella.
—Sí. Sí, estoy bien. Sólo una pesadilla —Retirando el pegajoso pelo de mi
cara, me las arreglé para soltar una temblorosa risa—. No había tenido
una así desde hacía tiempo. Supongo que me la merecía, ¿eh?
—Me violara o no, lo maté. La ley exige el pago de un castigo por ello, y
aquí estoy. Pero gracias por tu preocupación. Quiero decir que significa
mucho para mí saber que la gente se preocupa.
—De todas formas, ¿quieres salir ya? Es casi hora de arrancar un nuevo
día.
Me sentí a mí misma sonreír, indescriptiblemente contenta de que se
acabara la noche por fin.
—Suena genial.
* * *
Revisando las columnas del texto, supe que Josephina también era
conocida como la Sra. Josephina Briacci, la mujer de Salvatore Briacci,
una figura de los bajos fondos de Pittsburgh. Al parecer, el señor Briacci
se había metido en diversos problemas de extorsión, impago de los
impuestos y cargos de conspiración por asesinato y había sido acusado
por el estado de Pennsylvania.
—Ni de cerca. ¿Cuál era su relación con Ice? No la viste, Corinne. Estaba
completamente devastada cuando Josephina murió. Era casi como si un
miembro de su familia hubiera muerto o algo así —No podía dejar de
temblar al recordar el lastimero grito y el ataque asesino de Ice contra
Cassandra.
Crucé las manos sobre el montón de papeles que estaban frente a mí.
—Bueno, una de las cosas que sí que sé, como ya te había dicho antes,
es que Ice estaba metida en una organización criminal cuando la
trajeron al Pantano. Nunca había oído su nombre relacionado con el de
Salvatore Briacci, pero todo su juicio se llevó en secreto, así que no
podemos descartar que tengan algún tipo de conexión. ¿Tal vez fue así
como se conocieron?
—Tal vez, pero me dijiste que la mafia se retiró cuando fue acusada de
asesinato. No tiene mucho sentido que fueran tan cercanas si Ice fue
traicionada por su marido, ¿no?
—¿Ice? Supongo que bien. Se las arregló para meterse de vez en cuando
en problemas cuando creó las Amazonas. El agujero es casi como un
segundo hogar para ella —Corinne se recostó en su silla, se quitó las gafas
y sonrió—. Siempre ha preferido su propia compañía que la de otro ser
humano. No te preocupes por ella, mi pequeña Ángel. Estará bien.
—¿Y yo qué?
Suspiré largamente, dejando caer mis manos sobre la mesa desde la que
hablaba.
—Ahí estamos. Es un hueso duro de roer, pero podré con ella. De un modo
u otro.
—Si alguien en esta verde tierra del Señor puede hacerlo, mi pequeña
Ángel, esa eres tú.
Miré hacia ella, deseando estar tan segura y rezando a ese mismo Dios,
así como aquel que quisiera escuchar, por tener la oportunidad de
averiguarlo.
* * *
Una de las primeras cosas que noté fue que el rastrillo de los bonsáis, esa
pequeña adquisición que comenzó todas las cosas que habían
sucedido, estaba irregular y desgastado. Lo sopesé, sorprendida por su
escaso peso, repasando con mi pulgar el largo de la madera como me
imaginaba que hacía Ice silenciosamente frente a su pequeño jardín. El
pensamiento trajo una sonrisa a mi cara y silenciosamente comencé a
tararear mientras trabajaba con los árboles, tratando de mantenerlos lo
más saludables que podía. Me prometí a mí misma sustituir el rastrillo por
uno nuevo tan pronto como pudiera.
Mi resolución de dejar todas las cosas tal cual estaban, sin embargo,
cambió cuanto más pasaba por su celda. La tentación de echar un
vistazo alrededor era demasiado grande y solté tanto ojos como mente
mientras trabajaba en los bonsáis. Mi mirada se desvió de los árboles a los
mapas, que no habían cambiado desde la última vez que había visto a
Ice allí, hasta la ordenada hilera de libros de la pequeña litera.
Lo que tenía entre mis manos era la fotografía en blanco y negro de tres
personas y un perro. El hombre, alto y fornido, era increíblemente guapo.
Su oscuro peinado iba hacia atrás, con un rostro cincelado y un fino
bigote al estilo de Clark Gable. Vestía un conservador traje oscuro, una
brillante camisa y una estrecha corbata. Junto a él, con un brazo sujeto
al suyo, estaba una mujer absolutamente magnífica. Alta y exótica,
mostraba un peinado al estilo Jackie Kennedy con un pequeño sombrero
encima del mismo. Llevaba un traje de falda de color claro, con guantes
blancos y un bolso agarrado a la mano. Su mano libre descansaba sobre
el hombro de una joven que reconocí al instante como Ice. Vestida con
lo que parecía un jersey a cuadros escoceses, medias hasta la rodilla y
zapatos de charol, con su largo pelo cayendo sobre los hombros, pude
fácilmente ver a primera vista la que evidentemente iba a convertirse en
una gran belleza con sus hermosos rasgos. Pero lo que más me
impresionó, de hecho lo que hizo que mi corazón se encogiera en mi
pecho, fue esa radiante sonrisa de su rostro y su inocente y confiada
felicidad en aquellos ojos color claro. En ese momento, deseé más que
nada en el mundo poder traspasar esa fotografía, arrodillarme, y mirar de
frente a ese abierto y honesto rostro de la Ice que una vez había sido.
* * *
Yo fui lo que se dice la cría que cambió sus vidas. Mis padres eran muy
creyentes y trabajaron muy duramente para intentar tener y criar una
familia numerosa de acuerdo con las enseñanzas de la iglesia. Cada mes
pensaban y planificaban estrictamente ese irrisorio método del ritmo de
los intentos, y cada mes no funcionaba. Cuando el sistema reproductivo
de mi madre finalmente decidió entregar su alma, lo que ella pensó que
debía ser la menopausia, nueve meses más tarde, aparecí yo.
No fue mi caso.
Nacida en una familia repleta de las más arcaicas tradiciones, fui criada
tan remilgada como una chica debía ser. Vestidos de volantes cortados
cuidadosamente por debajo de la rodilla, para no tentar que los chicos
se arremolinaran a mi alrededor, pantalones y zapatos de charol blancos,
cintas y lazos, todo ello era mi uniforme diario. Cocinar, coser y aprender
a ser una apropiada mujer eran todas mis lecciones; mi madre y sus
amigas, mis profesoras.
Aunque nos reunimos en la sala de visitas, sin nada entre nosotras salvo el
tiempo y la fría reserva, ni siquiera me tocó una vez, ni me miró realmente
a los ojos. Cuando le dije que la quería, no me respondió. Supe entonces
que yo estaba tan muerta para ella como su marido. Eso debería
haberme destrozado el corazón, pero no lo hizo. Por fin había madurado
lo suficiente como para darme cuenta de que a veces la familia que
creas es más importante que la familia en la que naces.
T
res semanas más tarde, una vez más me encontraba en la biblioteca,
aunque esta vez estaba rodeada de Amazonas. Amazonas
magulladas y maltratadas, para ser exacta. La prisión había
explotado en un frenesí de violencia, cada vez más grande y destructivo.
Pony tenía un brazo en cabestrillo y todos sus dedos hinchados, y Sonny
lucía un ojo morado en consonancia con su nariz rota. Sólo Critter parecía
haber salido relativamente indemne.
—Alguien tiene que hablar con ella —dijo Pony haciendo una mueca
mientras se estiraba—. No podemos mantener la posición por más tiempo
y los guardias tampoco. El Alcaide parece estar ensimismado, el idiota.
Varios pares de ojos se volvieron hacia Corinne, que levantó las manos.
—A mí no me miren, señoras.
—Creo que no, chicas. No ha vuelto a salir de su celda ni una sola vez
desde lo que pasó. Ya visteis lo que parecía, mitad muerte y tres cuartos
de locura. Lo he intentado dos veces ya y casi consigo que me arranque
la cabeza de un mordisco en ambas ocasiones. Tal vez alguien más
debería intentarlo.
—Está bien, pero si no vuelvo a bajar en unas pocas horas, recuerda que
no quiero un visionado de mi vida en mi funeral, ¿de acuerdo?
Casi gimiendo, caminé hasta el trío, llegando a tocar esta presencia bajo
la apariencia de mi amiga. De hecho, flaqueó en su camino y grité.
Sandra tristemente sacudió la cabeza, empujándome suavemente al
pasar, en dirección a las escaleras. Llena de horror, me di la vuelta y corrí
a la biblioteca, abrazando a Corinne, tan pronto como la vi.
Había estado en la celda de Ice dos veces desde entonces, las dos veces
fui recibida por los gruñidos, medio enloquecidos del animal en que mi
amiga se había convertido.
—¡Ángel! Vamos Ice, mira. Ángel está aquí —Cuando Ice no respondió,
Sandra me hizo señas para que me acercara más—. Venga, siéntate en
la cama junto a ella. Cógele la otra mano. Sus uñas están haciendo polvo
la palma de su mano.
Haciendo lo que ella me pidió, entré con cautela y cubrí el resto del
camino de la celda, luego me senté en la litera. Extendiendo la mano,
agarré la mano libre de Ice y, lo más suavemente que pude, introduje, en
el puño apretado, mis dedos a través de los suyos, mucho más largos.
¡Dios, su mano estaba fría como una tumba! Ya que su calor siempre me
había incendiado abriéndose paso hasta mi alma, esta frialdad era
aterradora. Podía sentir pequeños puntos de sangre donde nuestras
manos se encontraron, los únicos puntos de calor en nuestro cuerpo
unido. Miré como pude sus ojos, pero no había nadie mirándome.
Temblando, miré más allá de mi amiga, encontrando la mirada
compasiva de la guardia.
—¿Cómo está?
—Un poco mejor. Por lo menos ha comido algo esta vez. Soy la primera
en admitir que no soy la mejor cocinera del mundo, pero cualquier cosa
es mejor que la bazofia que nos dan de comer aquí.
Mirando hacia abajo a la bandeja, sólo pude asentir en un gesto. Por lo
menos los elementos del plato eran fácilmente identificables, que era
más de lo que se podía decir sobre la versión de la prisión de los alimentos.
—¿Diane?
Sandra sonrió.
—Mi hija. Ice le salvó la vida. ¿No es cierto? —Cuando Ice no respondió,
la guardia me miró de nuevo—. Mi marido era un oficial de policía que
fue asesinado en el cumplimiento del deber cuando Diane tenía seis
años. Desde entonces tuve que trabajar para mantener un techo sobre
nuestras cabezas y comida sobre la mesa. La dejaba en casa de mi
madre antes de ir a la escuela y la recogía después de salir de trabajar.
Todo salió bien durante un tiempo, pero mi madre es mayor y un poco
frágil.
—No es culpa suya... —Ice repitió con los ojos aún huecos y su boca
trabajando para formar palabras—. Es mi culpa. No la suya.
—Gracias a Dios que estás de vuelta —susurré a través del velo de mis
lágrimas.
Con una maldición entre dientes, Sandra, aunque a esa hora estaba
fuera de servicio, saltó de la cama y agarró su porra. Salió corriendo a la
pasarela y miró hacia abajo, luego se volvió hacia nosotras con un leve
indicio de miedo en sus ojos.
—¡Es un motín! —gritó para hacerse oír por encima de los sonidos de gritos
y la alarma. Corrió de vuelta a la celda, puso una mano en mi hombro—
. Cuida de ella. Apuesto mí sueldo a que Derby está detrás de esto y este
es el primer lugar al que va a venir.
—Siempre supe que había algo entre usted y Madame Ice, Sandra. Lo
que no sabía es que te lo hacías con la dulce Ángel también —Su mirada
chispeante se volvió hacia mí—. Dime, Ángel, ¿te gustó robarle la guardia
a Ice? ¿Ella te hace gritar tanto como lo hace Ice? —Echando hacia
atrás la cabeza, Derby aulló al techo mientras sus amigas sonrieron y se
golpearon unas a otras como chicos adolescentes.
Con eso fue suficiente. Salí disparada de la cama como si mis pantalones
estuvieran en llamas, sólo para ser detenida por Sandra.
—Buena chica.
Era un poco extraño estar protegiendo a una mujer que siempre había
estado protegiéndome a mí. Pero al mismo tiempo, también me sentía
muy bien, como si estuviera en otro momento, en algún otro lugar, y yo
ya hubiese hecho exactamente lo mismo. Me pregunté, brevemente, por
qué Sandra no se limitaba a cerrar la puerta con nosotras en el interior,
pero el siguiente impulso del arma de Derby sacó ese pensamiento de mi
mente cuando Sandra se volvió atrás un paso. Miré rápidamente a Ice
tratando de medir su reacción a la pelea, pero me encontré mirando a
los ojos de una mujer perdida una vez más.
Sandra logró sacar a Derby de nuevo fuera de la celda, manteniendo
alejadas de su cuerpo las porras de todas sus atacantes. Derby recibió un
cuchillo de una de sus subordinadas y empujó hacia adelante, tratando
de romper las defensas de Sandra. Respirando pesadamente, Sandra
logró bloquear cada golpe, pero me di cuenta de que estaba cansada,
sobre todo cuando las demás miembros de la banda comenzaron a
meter la punta de sus porras través de los barrotes, golpeándola con ellas.
Sin embargo, ella mantuvo su posición valientemente, usando su porra
estrictamente para defensa al tratar de evadir tantos golpes como pudo.
Su cabello se mojó con el sudor y pude ver la sangre de varios pequeños
cortes que comenzaban a brotar en sus manos agitadas y los brazos.
—¿Estás bien?
Otra mujer trató de golpearme con otra porra, pero yo esquivé el golpe
fácilmente, el movimiento me produjo una sensación más natural de lo
que debería ser. En el giro rápido, me las arreglé para coger a otra mujer
por debajo de la barbilla, echándole la cabeza hacia atrás y enviándola
al país de los sueños.
No lo hizo.
Por desgracia para mí, fue en ese momento, que rara vez salía, que
decidió aparecer el gen rápido de Derby. Me agarró de los tobillos a
centímetros de su vientre y sonriendo maliciosamente, tiró con fuerza.
Hice una mueca cuando mi rabadilla golpeó en el suelo. Mirando hacia
arriba, me quedé mirando el mar de rostros que me rodeaba. Todos
estaban mirando hacia abajo, a mí, con miradas maliciosas, ávidas.
—Mira esto Srta. Altiva y Poderosa, ya no te ves tan especial, ¿verdad
chicas?
—¡Eh! Derby —habló una—, ¿por qué no dejas algo para nosotras antes
de que acabes con ella?
No había forma de que aceptara esto sin chistar, por así decirlo. Así que
haciendo palanca con la parte superior de mi cuerpo hasta mis brazos,
usé un pequeño movimiento de torsión que Montana me había
enseñado antes de que le dieran la condicional, luego, usé el impulso
para saltar sobre mis pies. Con los puños sólidamente cerrados, propiné
un rápido golpe uno-dos a la barriga de Derby, lo que hizo que se doblara
y jadeara en busca de aire. Cuando ella estaba así, levanté la rodilla,
sacándole una mueca de dolor cuando chocó con su frente, enviado su
cuello hacia atrás.
De pie otra vez, Derby trajo su gran cuerpo a escasos centímetros del mío,
inclinando mi cabeza hacia arriba con una mano carnosa.
—Ya sabes, te iba a reservar para echar unas risas, rubia. Pero ese
pequeño movimiento sólo te hizo ganar un billete al infierno. No te
preocupes por no decir adiós a tu amante. Ella se reunirá contigo allí en
breve.
—Vete a la mierda.
—¿Eso es lo mejor que tienes, Derby? Y yo que pensaba que eras dura.
No me preguntes por qué estaba agitando una capa roja ante un toro
furioso, porque con toda honestidad, no tengo ni idea del por qué. Era
como si supiera que iba a morir en ese momento, allí mismo. Y no quería
acabar como una cobarde. Algo primordial y oscuro lamió mis tripas, y el
sentimiento me aterrorizó. Pero en cierto modo, me sentía muy bien. Era
estimulante y aterrador. Sin embargo, estaría mintiendo si no admitiera
que una parte profunda y oscura de mí misma estaba suplicando,
arrastrándome sobre mis rodillas, para que Ice o incluso Sandra salieran
de sus respectivos estupores para sacarme del profundo agujero que
acababa de cavarme yo misma.
No tuve que mirar para ver que las mujeres que me rodeaban asentían.
»Bien. Así que, imagino que ya que tú te alejas de mí, yo tendré que
alejarme de ti.
»Ya sabes, es increíble lo bien que un cuello se siente bajo los dedos,
pescadito. Todo agradable y caliente. Vida golpeando, cada vez más
débil y más débil cuanto más tiempo pasa. Tu cara se pone realmente
de color rojo intenso, luego morado y tus labios se vuelven azules. Tus ojos
se ponen un poco saltones y miras todo asustado. Realmente me gusta.
La oscuridad debida a la falta de oxígeno llenó mi visión y me encontré
dando la bienvenida a su presencia. Traté de levantar los brazos, pero los
encontré inmovilizados contra mi cuerpo por una fuerza que no era
capaz de romper. Moverme no parecía ser tan importante ya.
Al darme cuenta de que todavía estaba entre los vivos, empecé a luchar
contra el peso que me mantenía en el suelo, un peso que se fue de
repente cuando mi oscura vengadora se agachó y tiró de Derby y de mí,
echándola a un lado sin más esfuerzo que una brizna de hierba en el
viento. Se agachó de nuevo y me arrastró por mis pies. Entonces, después
de mirarme con esa penetrante mirada, se volvió y me dejó pegada a
Sandra, que había logrado recuperar la conciencia durante mi viaje al
callejón de la asfixia.
—Vigílala —Ice graznó antes de lidiar con las reclusas que se estaban
aglomerando. Se convirtió en puños y furia, golpeando a la reclusa
después de caer en la dolorosa inconsciencia y lanzándola fuera de su
celda, desplomándose en tierra contra el verde de la pasarela
La miré, a salvo dentro de la seguridad de los fuertes brazos de Sandra
mientras luchaba por recobrar el aliento que había perdido. Cada vez
que una de las oponentes de Ice se acercaba a la larga mesa donde
estaban sus preciosos árboles, me estremecía, pero ella siempre se las
arreglaba para machacar a la basura antes de que pudieran hacer
algún daño.
Huesuda, delgada y pálida, aún poseía una fuerza que yo nunca había
visto en nadie. Las reclusas volaban como las muñecas con la fuerza de
sus golpes, acumulándose fuera de la puerta de la celda en montones
desordenados. Se movía a la velocidad de una estrella fugaz, siempre
desviando el golpe una fracción de segundo antes de que fuera a
establecer contacto.
Sin pensarlo, puse la mano en la espalda de Ice. Ella se dio la vuelta, sus
ojos todavía estaban llenos de rabia, y levantó la mano preparándose
para golpearme. Nos quedamos paralizadas durante unos segundos, solo
mirándonos. Yo la miraba sin poder hacer nada, esperando a que alguna
chispa de cordura o de humanidad oscureciera aquellos ojos árticos.
Desde detrás de su ancha espalda aún podía ver lo que parecía ser un
ejército de internas que se acercaban hacia nosotras. Hubo otro sonido
a la derecha y, mirando hacia atrás, vi el mismo ejército viniendo desde
el otro lado.
—Ohhhh mierda.
La cabeza morena se volvió fraccionadamente, y juraría que vi el
comienzo de una sonrisa en su pálido rostro.
Fue increíble lo diferente que era mi actitud hacia la muerte ahora que
Ice había vuelto al reino de los cuerdos. No estaba ahora tan dispuesta a
morir y el miedo regresó, aferrándose a mí con su dedos viscosos.
Mordiéndome el labio, me forcé a agacharme.
Era una situación muy tensa. Debajo de nosotras, podía escuchar los
sonidos de los continuos disturbios. Gritos y gritos llenaban el aire, aunque
en algún momento a lo largo de la línea, las alarmas habían dejado de
sonar. Ice volvió la cabeza de nuevo, con la voz ronca en tono bajo.
—Entendido.
—Bien.
El enfrentamiento continuó durante tanto tiempo que finalmente Derby,
desde su lugar en la parte inferior de la pila, levantó la cabeza.
Dejó caer la cadena en mis manos una vez más y aulló, llevando sus
propias manos a su ingle. La empujé hacia atrás, derribando con ella a la
mujer que venía detrás. Entonces me giré justo a tiempo para ver como
Derby conseguía acertar en una de las piernas de Ice, cuando venía de
bajada tras haber realizado una maravillosamente bien ejecutada
patada alta.
Asegurando las piernas, Ice intentó tirar hacia arriba de nuevo. Ayudé a
sostenerla tanto como pude, apretando mis manos alrededor de su
estrecha cintura y entrelazando los dedos. Las demás nos miraban, con
la boca abierta y los ojos muy abiertos. Su progreso fue lento y constante,
pero eficaz. Se las arregló, milímetro a milímetro, para tirar del cuerpo
retorcido de Derby y alzarla una vez más hacia la seguridad de la
barandilla.
Ice tiró hacia arriba de nuevo, todavía unida por el agarre de Derby en
el brazo. Su movimiento se detuvo abruptamente cuando la otra mujer
se negó a soltarse de la barandilla.
—¡Oh no, yo no! —Ice contrarrestaba, usando su rodilla para triturar los
dedos de Derby en la barandilla.
Con un aullido, la otra mujer soltó el peldaño. Ice tiró hacia arriba, fuerte
y rápidamente, y Derby, agitándose de nuevo, perdió su agarre y se
retorció nuevamente, mucho más fuerte esta última vez.
Supe lo que iba a pasar una fracción de segundo antes de que pasase.
Pude ver los dedos de Derby aflojar su agarre en el brazo de Ice con el
impulso de su movimiento y empezar a deslizarse. Sé que Ice también lo
vio, porque hizo un intento desesperado por alcanzar a la líder de la
banda, que se escapó por muy poco.
Era su voz, aunque ronca y rota, la que impregnaba todos los rincones del
Pantano y las reclusas respondieron, dejando caer sus armas al suelo y
alejándose para regresar a sus celdas. Las mujeres que estaban en la
pasarela con nosotras hicieron lo mismo, con sus hombros caídos y la
cabeza colgando hacia abajo, como perros apaleados que, en cierto
modo, era exactamente lo que eran.
—Buen intento. Quería salir aquí y ayudar, pero esas idiotas tenían la
puerta bloqueada.
—Cuando hables con Diane de nuevo, dile... dile que no fue su culpa.
Dile... todos cometemos errores.
—Lo haré. Que estés bien. Ambas —Con una última sonrisa, se volvió
hacia nosotras al caminar por la pasarela hacia la escalera.
No pude evitar sonreír, adivinando lo duro que debía ser para ella pedir
disculpas, justificadas o no.
—Culpable de los cargos, por así decirlo. No podía soportar la idea de tal
belleza consumiéndose —Mientras hablaba, me di cuenta de cuánto
más significados tenían esas palabras utilizadas de forma casual por mí.
Apretándola una vez más por el puro placer de hacerlo, la solté y
retrocedí—. Así que... ¿necesitas ayuda para limpiar tu celda?
—Vamos.
Apenas si pude contenerme de correr cuando nos encaminamos a las
escaleras. De repente sentí que seguramente la biblioteca había sido
destruida y mis amigas, heridas o incluso muertas.
—Debería quedarme.
—¡No! Ve... por favor. Ayúdalas. Yo… me las he arreglado hasta ahora.
Por favor —Incapaz de resistir a la súplica en los ojos oscuros de Sonny,
me puse de pie y me dirigí a la biblioteca. Cuando entré en el interior, no
pude contener un grito de terror.
—¿Ice? Eres... ¡Oh, Dios mío! —Critter trató de incorporarse, pero fue
detenida por Ice que le apretó en el hombro.
—Está bien —Ice la consoló. —Está aquí. Parece que le dieron también
un golpe muy grande en la cabeza, pero creo que va a estar bien.
Critter se relajó.
—Corinne, soy Ángel. Ahora estás a salvo. Sólo relájate, ¿de acuerdo?
—Es lo mismo, dulce Ángel —Ella levantó la mano libre de la tetera hasta
mi mejilla mientras la conciencia lentamente volvió a sus ojos. La sonrisa
desapareció, poniendo su boca en una línea dura, mientras comenzó a
luchar contra mi mano que la aprisionaba—. Oh Dios, mi pobre
biblioteca. Esa Derby va a pagar por esto.
—¿Muerta?
Asentí con la cabeza y ella siguió mi mirada hacia donde Ice estaba
arrodillada atendiendo a nuestras amigas heridas.
—¿Está bien?
—No estoy segura. Me dijo que me adelantara para ver como estabais
vosotras. Tan pronto sepa algo, te digo.
Incorporándome de nuevo en mis pies, pasé a Ice, Critter y Pony, que aún
seguía inconsciente, luego salí de la biblioteca. Sonny estaba todavía
despierta y consciente cuando regresé a ella.
—Parece que la ayuda está en camino —le dije—. Vas a salir adelante,
¿de acuerdo? Voy a traer a alguien aquí.
—Lo sé, pero me los pueden dar en la enfermería. El doctor estará aquí
por la mañana.
—Diez minutos, tal vez más —dijo Corinne reuniéndose con nosotras—. Es
difícil de decir. Estábamos todas noqueadas.
—Iré a traer una camilla —dijo en voz baja Ice, y luego salió de la
habitación.
—Probablemente no.
E
l año nuevo llegó y se fue con una marcada ausencia de festejo. La
prisión se fue lentamente superando de los disturbios pasados. Tres
de las prisioneras, incluyendo a Derby, y una de las guardias fueron
asesinadas. Cuarenta y siete resultaron heridas, y siete de gravedad tanto
para requerir una prolongada hospitalización.
Sonny y Pony fueron dos de las siete, por suerte para todas nosotras, se
enfrentaron a la muerte y salieron victoriosas. Sus cicatrices se convirtieron
en insignias de coraje, su valentía adquirió un nuevo respeto entre las
otras prisioneras. Se vieron como héroes en un mundo que no tenía
ninguno.
Por lo que Ice me había dicho, Josephina era la típica esposa de los
miembros de la mafia que había llegado a conocer. Ingenua respecto a
la otra vida de su esposo, ella se hacía la desentendida a todo aquello
que no fuera evidente. Al propio Briacci también le costaba un gran
esfuerzo mantener sus vidas separadas y trataba a su esposa como un
objeto muy preciado. Estaban evidentemente muy enamorados uno del
otro, según me dijo ella.
Con nada más que el apoyo de Josephina, Ice intentó hacer una vida
propia dentro de la legalidad, pero su pasado la perseguía obstruyendo
la mayoría de los intentos que hacía para superarse a sí misma y a las
circunstancias que la rodeaban. Ella me admitió que pudo y debió
simplemente haberse mudado a otra parte del país donde nadie hubiera
podido escuchar el nombre de Morgan Steele. Los Briacci no habrían
podido retenerla contra su voluntad.
15
GED: Examen de desarrollo de educación acelerada.
La elección era fácil, dijo ella. Después de un año intentando obtener un
empleo remunerado en una ciudad que rechazaba su nombre,
simplemente fue a las oficinas de Salvatore y le ofreció sus servicios.
Después de eso, Ice me dijo que Salvatore Briacci, se dio cuenta de que
tenía entre manos a una asesina de primera clase y eso era exactamente
en lo que él quería convertirla.
La primera vez que la envío a una misión fue con compañeros, el golpe
fue simple y directo, y provocó a su conciencia, tenue incluso en lo mejor
de los casos, sin remordimientos. Entonces empezó a salir sola y los
trabajos se convirtieron en más difíciles y exigentes. Y de alto perfil
también.
Hasta hoy, nunca fue más allá de este tema, voy a arriesgarme a suponer
que algunos de los más populares sin resolver en esta ciudad pueden
haber tenido su fuente en ella, especialmente si las víctimas eran
miembros reconocidos de la Mafia. Como Salvatore, Ice se empleó a
fondo en mantener su vida oculta a la cariñosa mirada de Josephina.
Briacci se dispuso a encontrarle a Ice un trabajo remunerado en una de
sus muchas empresas legales. Como ciudadano normal era mejor
conocido por su cadena de autos nuevos y usados, y allí era donde él
deseaba ubicarla.
* * *
Al fin, el frío que calaba hasta los huesos del invierno, dio paso a la
esperada calidez de la primavera. El brillante sol y el trino de los pájaros
devolvieron el verde a la tierra, que recibió el cambio con alegría
después del marrón del invierno, desolado y vacío. Las presas salieron por
docenas al patio, su piel con la palidez del invierno se complació de no
tener techo sobre sus cabezas, excepto el cielo, aunque fuera por breves
instantes. Uno de esos primeros días cálidos a las once en punto, caminé
a grandes pasos con el resto de ellas, llena de dicha por lo que sólo por
vez primera podía conseguir. Nueva vida me rodeaba por todas partes
hacia donde mirara y renacía algo profundo dentro de mí, que había
perdido desde que las primeras escarchas habían cubierto la tierra hacía
unos cuantos meses.
Sin duda, yo estaba fascinada, tanto así que casi consigo ortodoncia
gratuita de una pelota que me lanzaron a la cara. Como reflejo puse el
guante delante y atrapé el misil, y de este modo se terminó el juego.
Pronto me encontré debajo de un montón de mis compañeras de
equipo, sufriendo palmaditas de felicitación y ánimos en todas las partes
expuestas de mi cuerpo, sonriendo como tonta, estoy segura. Finalmente
fui rescatada del montón, por una solícita primera base que me sonreía
tímidamente mientras me ayudaba a ponerme en pie y me sacudía lo
que quedaba del polvo de mis hombros.
—Gracias.
—¡Ey, no hay problema!, lo hiciste muy bien por cierto. ¡Menudo agarre!
—Eh, estaba un poco oxidada, pero lo haré bien una vez que tenga
tiempo para entrenar un poco y volver a mi nivel. ¿Quieres que
practiquemos juntas alguna vez?
Oh, podía sentir que mi sonrisa se ponía un poco forzada, pero esperaba
que no pudiera detectarlo.
—Gracias.
—¿Vas a pasar el rato con las Amazonas? ¡Wow! Tal vez podrías
presentármelas.
—Claro. Vamos.
Ella me siguió como un cachorrito recién nacido. Hice una mueca ante
las sonrisas petulantes que recibí ante mis amigas que como siempre
estaban reunidas en la zona de peso libre. Al entrar en la zona, Ponny se
sentó en su sitio en uno de los bancos y me dio un palmadita en la
espalda.
A medida que mis pasos me llevaron más cerca de Ice y la cerca, la vista
de la prisión quedó fuera de mi visión, y tuve una visión clara del
estacionamiento más allá. Era dolorosamente obvio para mí que Ice
observaba con sombría determinación algo que sucedía en el
estacionamiento y yo tenía muchas ganas de saber lo que estaba
pasando.
—¿Estás ocupada?
Mientras que en muchas prisiones se espera que las reclusas trabajen por
su alojamiento y comida, es diferente en el Pantano. Las presas que
tienen el deseo por trabajar, ya sea por dinero o por pasar el tiempo más
rápido, lo hacen. Se les paga un salario base de 25 centavos la hora, que
va directamente a su cuenta personal en la penitenciaria. Las reclusas
que no tienen ganas de trabajar no están obligadas.
—Algo así —Admitió Ice, levantando los brazos, para que la guardia
pudiera registrarla.
Ella nos condujo por unos peldaños estrechos hacia el piso principal de la
estancia. Dos coches patrullas de la policía en varios estados de deterioro
se hallaban en las naves. Los otros espacios estaban vacíos. Caminamos
por el suelo de cemento manchado de aceite, nuestras pisadas hacían
eco a través de la oscura sala. Había otra puerta, hecha de madera,
situada a un lado de la pared, y fue la puerta a la que Ice nos dirigió.
Supuse que eran oficinas de algún tipo y no le di mucha importancia
cuando ella tomó la llave de su escondite de la parte superior en la
cornisa, y la introdujo en la cerradura.
La puerta se abrió con sus bisagras silenciosas y Ice entró dejando que la
siguiera mientras ella encendía las luces de la nueva habitación.
Inmediatamente pude ver que mi suposición sobre ser una oficina estaba
lejos de la realidad. Esta segunda estancia era más pequeña que la
primera, con dos naves en vez de seis, pero con todo el demás equipo
en su lugar. Dos autos se encontraban en las naves, casi llenando la
estancia por completo. Uno era un Volkswagen Beetle desmantelado
completamente y el otro parecía ser un Corvette que estaba,
obviamente, siendo pintado de nuevo.
Miré hacia Ice con una pregunta en los ojos.
—Desguace.18
—¿Disculpa?
— Y un desguace es…
—¡Estás bromeando!
Miré a mi alrededor una vez más con las manos en las caderas.
18
Desguace: también conocido como deshuesadero.
salimos del taller de reparación. Tuve que soportar otro rápido registro de
mi sonriente amiga la guardia, entonces casi tuve que correr para
mantener el ritmo de las largas zancadas de Ice mientras ella se dirigía
de regreso por los numerosos pasillos serpenteantes y tomaba el indicado
de vuelta a la prisión.
—¿Y bien?
Lo que quiera que hubiera estado esperando, no tenía nada que ver con
esa declaración.
—¿Que qué?
Rodando sobre sí misma hasta sentarse, Ice plegó sus largas piernas,
enrollando los brazos alrededor de ellas y apoyando la barbilla en las
rodillas levantadas.
—Lo que quiero decir es… bueno… ella la mató, claro. Pero no por la
razón que dijo.
—¿Cómo lo sabes?
—Yo la creo.
—Por muchas razones. Una de la cuales fue confirmada por mí esta tarde.
Su sonrisa se ensanchó.
—Yo… mmm… Supongo que porque supuse que si querías que lo supiera
me lo habrías dicho. Realmente no es asunto mío.
—¿Qué pasó? —le pregunté, rezando para que la puerta que ella había
abierto tenuemente para mí se mantuviera abierta y no se fuera a cerrar
pronto golpeándome en la cara.
—Es una historia muy larga —respondió ella dándonos a ambas una
salida fácil.
No la acepté.
—Bueno, considerando que estaré por aquí unos años más. Estoy segura
de que podrás encontrar un hueco si lo intentas.
—Está bien. Te dije que era una asesina a sueldo para Briacci, pero no
siempre tomaba órdenes directas de él. Tenía un montón de subordinados
y otros lacayos que transmitían sus órdenes por él. Uno de ellos es un tipo
llamado Nunzio Callestrano —Hizo una mueca—. Un tipo feo que tiene más
pelo en sus nudillos que la mayoría de los demás en sus cabezas —No
puede evitar reír por la imagen y ella se encogió de hombros—. Es verdad.
Como sea, Briacci y su esposa estaban en Sicilia para el funeral de una de
sus tías abuelas cuando la orden llegó. Nunzio mandó a uno de sus lacayos
a decirme que necesitaban que alguien se encargase de ello. Este tipo era
supuestamente un gran problema; estaba metido en cosas en que ni
siquiera la Mafia se mezclaría, como pornografía infantil. Este tipo me dijo
que Callestrano le contó que este hombre, cuyo nombre era Tony Selleti,
estaba jugando con algunas de las casas de droga que Biracci controlaba.
Al igual que cualquier otra banda, la Familia no desiste de su territorio sin
luchar y yo estaba siendo obviamente contratada para hacerme cargo
del problemita de una vez por todas.
—Siempre hago los deberes antes de hacer un trabajo —Ella continuó con
el asunto con naturalidad—. Y esta vez no fue la excepción. Inspeccioné la
casa del tipo y su trabajo para conseguir una idea general de él y, quizás,
sacar una idea del lugar al que lo podría llevar con pocos problemas.
Dejamos salir un largo suspiro, ella apoyó la barbilla en sus rodillas una vez
más.
—Que era un testigo del gobierno para un juicio que involucraba a una
Familia rival.
Ocultó de nuevo sus ojos tras un fino velo y me resistí a la tentación de poner
mi mano en su brazo como apoyo.
—Eso pensé al principio. Estrujé mis sesos tratando de pensar en algo que
hubiera hecho para hacer que quisiera ponerme una trampa así. No podía
pensar en nada. Siempre había sido una buena soldado, acatando sus
órdenes y obedeciéndolas sin dudar. Esta era la primera vez que yo
rechazaba un golpe —Rodando su cabeza contra la pared, se pasó la
mano por el pelo recuperándose un poco—. Lo que no podía entender era
por qué él querría que yo quitara del medio a un testigo que podía poner
a un rival tras las rejas. No tenía sentido para mí. Después de todo, Briacci
siempre había tenido problemas con este tipo. Se podría pensar que se
alegraría de que hubiera pruebas suficientes para quitarlo de en medio al
fin, sin tener que mancharse las manos.
Se echó a reír de nuevo, aunque pude ver, gracias a las luces intensas, el
brillo de las lágrimas en sus ojos. Era algo asombroso.
—Ice…
—Sí. Lo hizo. Lo que me dolió más fue el hecho de que Josephina no quisiera
hablarme tampoco. No me importaba lo que el resto de ellos pensara, pero
quería… No, la necesitaba para mi versión de los hechos. Intenté llamarla
un par de veces, pero siempre había excusas sobre por qué no podía
atender el teléfono. Después de un tiempo, me di por vencida.
—Estoy llegando a eso. Cuando la vi esa mañana, supe que algo no iba
bien. A parte del cuchillo de Cassandra en su garganta, claro. Josephina
podía no ser una santa, pero a pesar de quién era su marido, era una
buena mujer, no había una buena razón para que estuviera encerrada
aquí al menos que alguien estuviera tras ella. Y para que fuera traída en
medio de la noche… —Sus palabras se desvanecieron mientras negaba
con la cabeza.
—Se enteró sobre los problemas de Salvatore con la ley —Me aventuré.
—Con Cassandra.
—Que yo tenía que estar allí para presenciarlo. Me dijo que fue muy firme
sobre eso.
—El nombre del hombre que había matado a Tony Selleti. Antes de morir,
se las arregló para decírmelo. Era el lacayo de Nunzio, el tipo que me había
dado las ordenes en primer lugar. Un hombre llamado Joseph Cavallo. El
mismo hombre que viste fuera hoy estrechado la mano del Alcaide.
»Cuando Cassandra actuó por primera vez y fui hablar con él acerca de
Heracles, me propuso un trato. La vida de su mascota a cambio de mi
participación en un pequeño negocio que estaba iniciando.
—El desguace.
—Así es. Sabía que no había realmente ninguna manera de evitarlo, así
que accedí. Empecé a tener mis sospechas de nuevo entonces cuando
creí reconocer a algunos de los tipos que traían los coches robados, pero
esperé un tiempo hasta que fue demasiado tarde. El suministro de coches
de Cavallo a Morrison, y sin duda pagándole una suma considerable de
dinero para desguazarlos o pintarlos de nuevo, llena los bolsillos del Alcaide,
y Cavallo consigue nuevos coches a precios reducidos y todos contentos.
—Eso es muy cierto —El deseo repentino del fiscal de ponerse duro con
Josephina tenía mucho más sentido ahora, ya que firmaba sus cheques de
pago.
—A esto se añade el hecho de que si sumas dos y dos, obtienes una imagen
de un tal Joseph Cavallo trabajando como topo para la Familia rival que
tenía un interés personal en que Selleti descendiera de forma permanente.
Era la perfecta puesta a punto. Cavallo consigue matar al testigo en contra
de su jefe real, el Padrino rival. No importaba que yo me negara porque
tenía que hacerlo de todos modos y culparme del mismo. Briacci nunca
recibió mi mensaje así que no tenía más remedio que creer en la pequeña
comadreja. Josephina también me dijo antes de morir que Salvatore había
sospechado de un topo en su propia Familia. Cavallo le convenció de que
era yo quien estaba fastidiando a su Familia. Con Josephina muerta, las
probabilidades de conseguirme un nuevo juicio son nulas. Pero, ya que
ahora sé quién es el verdadero asesino, y ya que también sé que es un
topo, y también que él y Morrison son socios de negocios, podría tener
alguna influencia sobre nuestro querido Alcaide.
—No estoy segura todavía. Morrison cometió su mayor error cuando hizo
de la muerte de Josephina un espectáculo público. Debería haber tenido
que hacerlo en privado, o por lo menos en algún lugar donde yo no
estuviera para verlo. Pero es arrogante. Tomó un gran riesgo y perdió —Sus
dientes brillaron de nuevo—. Simplemente no lo sabe todavía —
Enderezándose un poco, se estiró, alzando sus largos brazos sobre su
cabeza y arqueando la espalda. El sonido del crepitar de sus vértebras era
fuerte en la habitación tranquila—. Pero una cosa es cierta: los días de
Joseph Cavallo están contados. Voy a verlo personalmente.
»Probablemente hay muchos que dicen que Briacci sólo consiguió lo que
se merecía, y que Josephina, por extensión, también.
Se volvió hacia mí, con una sonrisa irónica encendiendo sus ojos.
—Hecho.
A medida que sus ojos adquirieron ese brillo lejano una vez más, me
encontré estudiando la mano que se colocó contra la sábana blanca de
la cama. Era una mano fuerte, morena y con buenas venas, con largos
dedos estrechos que eran elegantes y mortales al mismo tiempo. Al igual
que un niño curioso, puse mi mano sobre la suya, maravillándome por la
suavidad y el calor debajo de mi palma, incluso mientras me reía por
dentro ante la diferencia de tamaño.
Cuando volví la cabeza, me encontré con sus ojos sobre mí, totalmente
despierta, consciente del momento. Sabía que esta vez mi corazón no
podía negar lo que estaba buscando con tanta paciencia. Nuestros labios
se encontraron con una dulzura infinita que prácticamente acabó con la
carnalidad primordial de nuestro primer encuentro.
—¿Qué sientes?
—Tal vez. Pero yo sabía lo que estaba haciendo. Sabía lo que quería. Y
estoy acostumbrada a conseguir lo que quiero —afirmó—. Pero esto... esto
es algo que nunca debió ser tomado. Y menos como broma.
—Señoras —dijo casi en tono de disculpa—, es la hora del cierre. Tienes que
volver a tu celda, Ángel.
Me volví hacia Ice, que sonreía ridículamente hacia mí. Créeme cuando te
digo que esa expresión en concreto no hizo nada para amortiguar mi
ardor.
»Ángel...
—¡Muy bien! Muy bien. Dios. —Tuve que decirle a mis músculos lo que hacer
y me satisfizo que mis piernas conservaran la suficiente fuerza para soportar
mi peso y salir de la cama. Fue una decisión difícil, de verdad, pero me las
arreglé para conseguir hacerlo—. Recuerda lo que te dije, Ice. Esto no ha
terminado.
P
ero terminó. Al menos durante un tiempo.
Pero cada vislumbre de esa alma venía con un precio para ella y para
mí. Supongo que era similar al dolor de liberarse de toxinas en el cuerpo.
Siempre necesitas un período de recuperación para recuperar el
equilibro que pierdes.
—No creo que sea problema tuyo —replicó una de las que estaban de
pie.
—¿Y bien?
—¿Ángel, eh? —dijo la segunda, valorándome una vez más. Era una
mujer de talla mediana con pelo liso castaño que colgaba sobre sus ojos,
que en ese momento se entrecerraban hacia mí.
Mi sonrisa brilló.
—Genial. Estoy en el patio todos los días a las once. Mucho de mi tiempo
lo empleo en el equipo de softball ahora, pero si no puedo ayudaros,
tengo un grupo de amigas que lo harán. Encontraos conmigo mañana
en el área de pesas libre y os las presentaré, ¿de acuerdo?
—¿La zona de pesas libre? Pero esa es la zona donde están las Amazonas.
—Exacto.
—Claro que lo soy —Me temo que mi sonrisa creció un poco presumida,
pero en realidad, ¿a vosotros no os pasaría? Sus expresiones se tiñeron
con una nueva emoción: respeto, y me hicieron sentir orgullosa de lo que
era—. Entonces, ¿tenemos un trato? ¿No pegaréis a nadie más?
* * *
Mientras el calor templado de la primavera daba paso al fuerte calor y
la humedad del verano, Ice empezó a salir de su aislamiento de nuevo,
como si la calidez del día y las templadas noches la llevaran a hacerlo.
Con frecuencia nos sentábamos fuera casi al anochecer, después de
que me dieran permiso los guardias, y hablábamos, generalmente de
cosas sin importancia. Era obvio que la herida de la muerte de Josephina,
aún dolía, pero parecía que estaba poniéndose mejor, poco a poco.
Mi padre no pensaba que la pesca fuera para chicas, pero por carencia
alguna vez, y más probablemente por acompañamiento un día, me
concedió ir con él en el pequeño bote que teníamos amarrado en el
muelle. Presumiendo de ser un maestro en la pesca, tenía una hermosa
caña y carrete y una cara caja de aparejos con todo tipo de señuelos
fascinantes, ninguno de los cuales tenía permitido tocar para no ser
contaminados por piojos de chicas o algo así. Me presentó con bombo y
platillos una simple caña de bambú con un trozo de alambre y un
pequeño gancho que colgaba en el extremo. También me dio una taza
de poliestireno con criaturas extrañas y la advertencia de que sería mejor
que no le pidiera ponerme el cebo a él. Al parecer, las ideas de mi padre
de la feminidad no se extendían a ensuciarte las manos empalando
gusanos en ganchos puntiagudos.
Nos condujo a una diminuta isla en el medio del lago, donde echó el
ancla y fijó su caña y los aparejos. Echó la caña en el agua azul mientras
yo intentaba averiguar la mejor manera de poner el cebo en el gancho
sin echarme todos los gusanos encima. Me parecía oír a las pobres
criaturas llorar mientras metía la punta afilada a través de su carne dura
y observaba supurar sangre por el agujerito que había creado.
Así es como más o menos transcurrió el día. Cada vez que tiraba la caña,
aparecía un pez mordiendo el anzuelo. Mi padre, en cambio, aún con
todo su equipo de lujo, solo se las arregló para atrapar a dos percas y un
pececito demasiado pequeño como para molestarse en conservarlo.
Decir que mi padre estaba de mal humor durante las dos horas que duró
la aventura, sería decir poco. Sin decir palabra, abruptamente guardó su
equipo, tiró el ancla y me dio la espalda hacia tierra. Esa noche cenamos
pescado y fue el mejor que he comido, a pesar de que mi padre parecía
estar asfixiándose a cada bocado.
Incluso me las arreglé para conseguir alguna que otra risa a pleno pulmón
de Ice cuando le conté la historia de la semana que tuvimos algunos
amigos de la familia con nosotros. Había estado lloviendo todo el día y mi
madre y su amiga habían colocado sus zapatos junto a la chimenea de
piedra para secarlos. Al parecer, una ardilla había elegido la chimenea
como su nido ese verano. Y además, encontró los zapatos de la amiga
de mi madre como un refugio perfecto de la monotonía de su casa de
piedra. Y a la mañana siguiente, la amiga de mi madre metió su pie en el
zapato y gritó lo suficientemente alto como para despertar a los muertos.
Para cuando llegué a la planta baja, mi madre y su amiga estaban
gritando, con escobas en sus manos, e iban corriendo por la casa
persiguiendo una pequeña ardilla aterrorizada, que había escogido el
zapato equivocado para dormir.
Había otras veces que parecía que ella venía a verme jugar softball, sus
ojos recorrían el campo y a sus jugadoras, y le provocaban una dichosa
sonrisa en sus labios. Aprendí rápidamente a forzar mi atención al juego si
no quería tener los labios hinchados, los ojos negros y las burlas
inmisericordes de mis compañeras de equipo. Había veces que casi
podía sentir el calor de su mirada sobre mí y tenía que resistirme a girarme
y encontrarme con esa mirada sabiendo que sería mi perdición si lo
hacía.
Pero si algo había aprendido en el Pantano, era que la paciencia era una
virtud, Y cuando me empeñaba, podía ser muy virtuosa, Mi nombre es
Ángel, después de todo.
Casi todas las internas podrían decirte al menos doce maneras de dejar
el Pantano sin el beneficio de la libertad condicional. Y, la verdad sea
dicha, algunas de esas maneras tenían una buena probabilidad de éxito.
Esto era el Pantano después de todo, no Alcatraz. Corinne, que era la
mayor conocedora de estas cosas, aseguraba que hubo veintiuna fugas
con éxito del Pantano durante los años que había pasado en esa cárcel
de mujeres. De ellas, quince habían sido capturadas, dos habían muerto
y las otras cinco que quedaban, nunca se escuchó nada de ellas de
nuevo.
El premio para el intento de fuga más idiota y que casi tuvo éxito a pesar
de su estupidez, fue perpetrado por una mujer llamada Slick19. A
diferencia del Pantano, a ella no le pegaba el nombre. Slick trabajaba
en el taller de autos, y por lo que se dice, era buen mecánico. También
era una loca y peligrosa asesina que no se detendría ante nada para
poder escaparse. Una noche, mientras estaba dando los toques finales a
un coche patrulla provincial, decidió esconderse bajo la lona que cubría
19
Slick: Hábil.
el suelo de la parte de atrás y dejar el Pantano con estilo. Los guardas
raramente inspeccionaban los coches patrulla pensando que los
patrulleros que los conducían estarían en mejor posición de saber si algo
estaba fuera de lugar en sus vehículos. Lo que Slick olvidó, sin embargo,
en su entusiasmo, si bien no era demasiado brillante la planificación, fue
que los asientos traseros de los coches patrulla no tienen manijas en las
puertas. Ni que los gruesos cristales que separaban los asientos delanteros
de los de atrás, no permitían el paso fácil entre un compartimiento a otro.
Cuando el oficial que conducía el auto regresaba de su instrucción a la
estación, se encontró con la gran y divertida sorpresa de una presa
fugitiva atascada y esperando su viaje de vuelta al Pantano.
Corinne me dijo que durante los diez años desde ese incidente, nunca
había habido un intento de fuga con éxito. Algunas mujeres aún
intentaron saltar la verja o escaparse con los visitantes, pero nunca nadie
consiguió salir del patio.
Incluso si no hubiera sido ese el caso, tenía mis dudas de que fugarse
fuera algo que Ice estuviera considerando seriamente. Era el tipo de
extraña presa que creía que verdaderamente pertenecía al lugar donde
se encontraba. E incluso habiendo sido encarcelada por un crimen que
no cometió, sentía la culpa de los otros crímenes que sí había cometido
y que continuaban pesándole mucho. Creía que la justicia había
actuado correctamente y parecía contenta con permanecer a donde
sentía que pertenecía. Pero también sabía que costara lo que costara,
de algún modo, Cavallo y Morrison también recibirían justicia servida en
bandeja de plata teñida de sangre. Y eso era lo que me preocupaba.
Aun así, Digger se las arreglaba para tener alguna utilidad, con lo que se
soportaba la frustración constante de tener una sombra viviente, y me
decía a mí misma que al menos no era Psycho. O al menos esperaba que
Digger no fuera también una psicópata, aunque fuera una maniática del
orden. El interior de su celda estaba limpio y era tan espartano como el
de un monje, y sus uniformes estaban siempre sin arrugas, con pliegues
perfectos. Con frecuencia me divertía ver como se pasaba varios minutos
durante un partido de softball, sacudiéndose la tela después de deslizarse
en una base para evitar la eliminación. Como loca de la limpieza, tenía
un don natural para los trabajos de limpieza, tan abundantes en el
Pantano. Enfrentémonos a los hechos. Era una mujer rara que disfrutaba
limpiando aseos para ganarse la vida, pero lo hacía con una sonrisa.
Algunas reclusas la llamaban June Cleaver 20 a sus espaldas, y era causa
de múltiples burlas en nuestro pequeño rincón del infierno.
* * *
20
June Cleaver: personaje de ficción de la serie de televisión norteamericana de 1957, Leave it to
Beaver.
La mañana del primer partido inaugural de softball entre presas y
guardias, amaneció con la proverbial “BCH” en la asistencia. Brumoso,
cálido y húmedo. El cielo lucía apagado, de un gris monocromo, y el aire
lo suficientemente espeso como para poder cortarlo con uno de los
cuchillos de Psycho. A las 9 de la mañana, la temperatura ya alcanzaba
los 27ºC y subiendo. Había decidido en un impulso del momento, llegar
un par de horas antes para practicar un poco más, sabiendo que
nuestras lanzadoras estarían también practicando.
—Lo siento Ángel. Soy sólo yo. ¿Debías estar concentrada en el juego,
no?
—Me imaginé que querrías hacer una práctica de último minuto, así que
aquí estoy —Su sonrisa se amplió al ir pasando su mirada por mi cuerpo—
. Luces muy bien, Ángel.
La verdad es que no creía posible que el algodón pudiera ser tan blanco
y tan absolutamente libre de arrugas, pero de alguna manera, Digger se
las arregló para conseguirlo, como siempre. A diferencia de mí, su sudor
no se atrevió a manchar su pulcro uniforme. Me reí por dentro al
imaginarla gritándole a sus poros, demandándoles que se quedaran
cerrados y tensos mientras entrenaba.
—Claro.
—Dales duro, Ángel —Las manos dieron un breve apretón más en mis
hombros, antes de que una cabeza se girara brevemente en torno a mi
campo de visión, depositando un suave beso en mi mejilla—. Suerte.
—¿Esa era Ice? —dijo Digger junto a mí, con su voz llena de asombro
silencioso. Parpadeé con molestia, el hechizo que Ice había tejido sobre
mí temporalmente se rompió.
—Sí, esa era Ice.
—Ni lo pienses —Su mirada de sorpresa fue tan cómica que tuve que
contener una carcajada—. Vamos a… ir a practicar… ¿ok?
* * *
Mis manos sudaban en el mango del bate, y retorcí mis manos varias
veces para afianzar el agarre en él. Entonces hice unos giros
experimentales y cavé mi pie en el suelo más fuerte, mientras me repetía
en silencio: mirada fija, hombros rectos, swing sencillo.
En el banquillo, nos volvimos todas locas, viendo una posible luz al final
del este túnel en particular. La siguiente bateadora fue rápidamente
eliminada, dejando a nuestra corredora en la segunda base, pero la
siguiente fue una fuerte pelota al ras de suelo que dejó a ambas mujeres
en sus respectivas bases.
Era una de las situaciones en las que todas las jugadoras de beisbol,
desde las Ligas Menores a las Ligas Mayores, sueñan. Bases ocupadas, el
final de la última entrada con el marcador empatado y dos eliminadas.
También era la situación que todo jugador teme.
Falló dos lanzamientos rápidos, y el resto de nosotras con ella, pero no era
nuestra primera bateadora por nada, así que ella simplemente enderezó
los hombros y esperó el siguiente lanzamiento.
21
Plato; zona de lanzamiento
22
Swing; un intento fallido del bateador de golpear la pelota del lanzador.
Todos los ojos se volvieron hacia el árbitro, a la espera de su fatídica
decisión. La espera fue eterna. Su mandíbula se movió, murmurando
palabras que todas luchábamos por escuchar.
—¡Bola cuatro!
—Un buen partido, Ángel. Deberían ficharte para las ligas mayores con
ese triple juego que hiciste.
—Ah, eso fue fácil. Creo que el homerun que golpeaste aterrizó en algún
lugar de Harrisburg.
—Se sintió bien. Hacía mucho tiempo que no me divertía así. Gracias.
—No. Gracias a ti. Por primera vez en dos años, esos barrotes no
parecieron tan cercanos.
—¿Dónde está Ice? Supuse que estaría aquí para felicitarte en persona.
—Así es nuestra Ice —Soltó mis hombros y se volvió hacia mí con expresión
repentinamente seria—. Debajo de toda esa apariencia brabucona, Ice
es una buena mujer, Ángel. Sé que lo sabes, pero a veces es difícil de
recordar cuando se encierra en sí misma. Ha cometido muchos errores,
pero no cambian a la persona que está debajo —Una sonrisa apareció
en sus labios mientras se me acercaba y me ponía una mano en el
antebrazo—. Has sido buena para ella, Ángel. Realmente pensé que la
habíamos perdido después de todo ese tiempo en el calabozo, ya sabes.
—No, pero allí es donde están las duchas, así que supongo que tengo
que hacerlo. Dios, estoy echa un desastre.
—Las dos lo estamos, chica. Tengo zumo de uva en lugares en los que el
buen Dios no tenía intención de que hubiera uvas.
Eché una última mirada al patio, viendo como las últimas rezagadas se
dirigían de nuevo al interior del edificio. Botellas vacías llenaban las bases
como mudo testimonio de la celebración que acababa de ocurrir. Sentí
un poco de melancolía atravesarme, y parpadeé alejando la imagen.
—Claro. Vamos.
* * *
Aunque tenía la intención de dirigirme directamente a las duchas para
quitarme el zumo de uva, tierra y sudor sobre mi repentinamente cansado
y dolorido cuerpo, mis planes cambiaran rápidamente cuando una
interna vino hacia mí con lágrimas en la cara, suplicando mi ayuda. Su
hija se había enfermando y la habían llevado de emergencia al hospital,
pero el padre de la bebé, quien la estaba vigilando, no le daba
información, y estaba desesperada.
Allí frente a mí, con el pelo hacia atrás cayendo sobre sus hombros como
tinta derramada, estaba Ice. Su cuerpo brillaba por el agua que caía de
la ducha y su cuerpo estaba inclinado hacia atrás para eliminar el último
rastro de champú de su pelo, levantando sus húmedos y brillantes pechos
hacia mí, con los pezones duros y apretados.
—¿Te gusta lo que ves? —Su voz era un ronroneo sensual y mis
movimientos se hicieron más urgentes.
—A mí también.
Una vez que estuve vestida, me di cuenta de que no tenía peine para mi
cabello, y podría haberme pateado a mí misma. Como si me leyera la
mente, me entregó un peine negro.
—Es precioso.
—¿Estás lista?
Oh, esa pregunta en particular cubría un amplio abanico de bases, por
seguir con la analogía del softball.
—Eh… sip. Claro. Supongo —¿Qué tal sonaba eso como respuesta
decidida?
—Vamos.
Me volví para ver a Ice sonriendo divertida hacia mí, con una ceja
elevada.
—¿Qué?
Una vez satisfechas por ver que no llevábamos ningún tipo de arma
oculta, la guardia nos dejó entrar en el taller de autos. Sin molestarse en
encender las luces, Ice me condujo hasta la puerta del desguace en la
oscuridad, y dando un paso, dio la vuelta al conjunto de luces. Miré
alrededor mientras entraba, notando que ambas áreas de
aparcamientos estaban vacías.
—Así que —dije finalmente para romper la tensión—, fue un buen partido,
¿no?
—Repítemelo.
Más silencio.
—Ice…
—Ángel…
—Tú primero.
—Ice, tengo que decirte algo. Algo muy importante para mí, y espero
que tal vez, también sea importante para ti.
Hipé.
—Ya me has oído. Te amo, Ángel. Desde hace tiempo ya. Te lo dije en mi
celda, ¿recuerdas?
—Lo estábamos —Me atreví a mirar hacia arriba y lo que vi, hizo que me
quedara sin aliento. Sus ojos, por lo general opacos y fríos, estaban
abiertos, cálidos y cariñosos, y brillaban con tal adoración como nunca
había visto en otra persona antes. Y era por mí.
Las malditas lágrimas, me escocían en los ojos de nuevo, pero esta vez
por una razón muy diferente. Mientras me sentaba, reflexionando sobre
la sabiduría de extirparme los lagrimales quirúrgicamente, Ice se giró
completamente para mirarme de frente, y ahuecando mi cara con las
dos manos, depositó suaves besos en cada uno de mis párpados,
resolviendo el problema de una manera mucho más agradable.
Aunque tal vez no sea una revelación para ti, ese pensamiento me llenó
de asombro, y una gran felicidad floreció, desterrando mi nerviosismo a
los confines más lejanos de mi alma. Sentí un breve instante de pánico
mientras se movía contra mí, pero su firme abrazo me sostuvo mientras se
ponía de pie ante mí, depositando otro beso en mi frente. Apartándose
finalmente, me detuvo con los brazos extendidos, y las manos sobre mis
hombros. Sus ojos estaban llenos de preguntas. Alzándome lentamente,
toqué su mejilla con dedos temblorosos. Observé sin palabras sus ojos
cerrados mientras se apoyaba contra la tentativa caricia. Como si lo viera
desde lejos, sentí mi mano acariciar su mejilla más firmemente, y a
continuación, la deslicé hacia su mandíbula y giré hasta debajo de su
oreja, y luego recorrí la curva de su cráneo.
Se meció contra mí, apretándose contra la estirada tela entre mis piernas.
Gemí con una necesidad que ni si quiera podía identificar, y menos
articular. Sus manos se apretaron en mi cintura, y me acercó aún más
mientras nuestras lenguas se entrelazaban en un dulce duelo.
Carentes de aire, nos alejamos al mismo tiempo y nos miramos a los ojos,
mientras ella seguía rozándose suavemente contra mí. Su mano se
levantó y jugueteó con mi cremallera brevemente, antes de agarrarla
completamente y tirar de ella hacia abajo despacio, para detenerse
donde comenzaba mi escote. Bajándola de nuevo, deslizó sus dedos
bajo la tela de mis hombros, separando aún más mientras recorría,
susurrando, por encima de mi carne ardiente.
Mis ojos se cerraron, y mi cabeza cayó hacia atrás, mientras ella besaba
el punto de mi pulso en mi cuello, antes de succionar mi garganta. Mis
fosas nasales se dilataron con el dulce aroma de su cabello. Me eché
hacia atrás, cargando mi peso sobre mis manos, y mis caderas
respondiendo a su empuje continuo y lento balanceo.
Sus labios se separaron de mi cuello, y pensé en abrir los ojos, pero ese
propósito se desvaneció de mi memoria mientras su cálida y húmeda
boca se cerraba sobre mi pecho, con la suave succión de la caricia de
sus labios, enviando fuego por mis venas. Mi corazón se agitó en mi
pecho, y luego golpeó con fuerza, enviando sangre a borbotones
rápidamente donde necesitaba estar, hinchándome y haciéndome
sentir llena. Pude oler el tenue aroma de mi propia excitación, que sólo
sirvió para excitarme aún más.
Tomé sus firmes pechos con sus apretados pezones y me lamí los labios
como si estuviera ante la visión del festín de un rey. Inclinándome hacia
delante, capturé uno en mi boca, saboreándolo y sintiendo su piel contra
mi lengua y labios. Mi mente estaba gritando, recordándome que no
tenía la menor idea de lo que estaba haciendo, pero con alegría le dije
que se callara mientras Ice gemía profundamente en su pecho, y
enroscando sus dedos en mi pelo, claramente disfrutando de lo que le
hacía. Su olor, almizclado y exótico como las especias de Oriente, se
elevó a mi alrededor, haciendo que mi cabeza diera vueltas. Queriendo
más, cambié mi atención a su otro pecho, tomando los murmullos de
satisfacción en mis alegres oídos. Podría haber salido volando desde mi
asiento, pero por Dios que sería un buen viaje.
—Por favor —dije en voz baja, aunque no tenía ni idea de lo que estaba
pidiendo—. Por favor —Sus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo una
vez más con lentitud, provocándome con sus manos ligeramente
callosas. Bajó por mi abdomen recientemente musculoso, y se detuvo
para juguetear en mi ombligo brevemente, sonriendo mientras me
retorcía.
Luego sus dedos bajaron más, deslizándose bajo la tela para descansar
justo por encima de mi pubis. Sus ojos de nuevo me preguntaron.
Aun así, luché para cumplir con la orden, trabajando mi mano como
mejor podía dada la constricción. Sentí que se expandía a mi alrededor,
y luego estalló duro mientras su cuerpo empezó a ondearse y temblar,
apoyado contra mí pesadamente. Usando mi otro brazo para soportar
nuestros pesos, continué mi labor, gruñendo por el esfuerzo de prolongar
su placer. Con un último y bajo gruñido estremecedor, se relajó contra mí,
respirando con dificultad a través de su boca y nariz. Hice como si fuera
a retirar los dedos, pero ella me agarró de la muñeca de nuevo.
A
la mañana siguiente, hice todo lo posible para no tararear a
cada instante mientras me vestía, comí y me encaminé hacia la
biblioteca para comenzar un nuevo día en El Pantano. Los
recuerdos de la noche anterior pasaban en un bucle continuo ante mis
ojos, como una niebla sobrenatural. Trate de controlar la sonrisilla tonta
que escapaba de mis labios, pero el diablillo que hay mí respondió a las
miradas que recibía de las internas con un Te encantaría saber por qué
estoy sonriendo ¿Verdad?
—Así que... he oído que hay que felicitarte. —Su sonrisa se volvió astuta,
atrevida.
Oh, es buena.
—Lo fue —acepté—. Muy… excitante. Estimulante incluso.
—Me enteré de que estuviste... muy bien. Con un movimiento muy fluido.
Cuando los dos nos las arreglamos para calmarnos, Corinne se arrastró
fuera de su silla y se acercó a mí trayendo el fajo de periódicos que había
solicitado. Dejándolos delante de mí, tomó la silla junto a la mía y se sentó.
—Ángel, discúlpame por las burlas. Aunque sin duda, has aprendido a
hacerlas tan buenas como las que recibes. Es sólo que esta mañana
tienes un brillo especial y tengo la sensación de que es por algo más que
ganar al softball.
Su sonrisa, esta vez casi como la que un padre orgulloso podría otorgar
un niño privilegiado, reapareció en su cara y asintió con la cabeza.
—Me parece justo, Ángel. Me parece bien —Hizo un gesto hacia la pila
de periódicos ante mí—. Entonces, ¿cuál de ellos? Pensé que ya les
habías dado una buena pasada. ¿Qué más es lo que esperas encontrar?
—No lo sé, exactamente. Pero tiene que haber algo aquí. Algo me falta.
Una semana antes, Ice me había dado permiso para compartir la historia
completa de Cavallo y sus compinches con Corinne y yo lo hice sin
dudarlo. Estaba obligada y decidida a que se hiciera justicia contra
Morrison y Cavallo antes de que Ice tuviera la oportunidad de hacer algo
que la dañara a sí misma y a su alma. Corinne, con su sabiduría callejera,
fue una perfecta aliada en mi búsqueda.
Miré a mi amiga.
Mi amiga sonrió.
Mortificada, asentí.
* * *
—¿Y?
Solté un bufido.
—Morgan Steele, así viva hasta los cien años, yo nunca, repito nunca, me
dormiré sobre ti mientras que estemos “activas” de otra manera.
—¿Qué?
—Ya me has oído, Ice. Estás aquí por un asesinato que no cometiste. Tú lo
sabes. Yo lo sé. El Alcaide lo sabe. Por el amor de Dios, Josephina lo sabía
y murió por ello.
»No, Ice. Esta vez no vas a huir. No te voy a dejar. Sé que has matado,
Ice. Lo recuerdo. Sé que te sientes culpable por lo que has hecho. Eso es
totalmente obvio para cualquiera que tenga dos dedos de frente. ¡Lo
que no entiendo, por más veces que lo pienso, es como alguien que es
tan fuerte y tan valiente se conforma con tumbarse y darse la vuelta sin
presentar ninguna pelea! ¡Te tendieron una trampa, Ice! ¡Fuiste
traicionada por alguien en quien pensaste que podías confiar y te alejó
de la gente que consideras tu familia! ¡Sin duda que tiene que significar
algo para ti!
—No quiero hablar de esto ahora, Ángel —Su voz tenía una nota clara de
advertencia.
—Sé que no quieres hablar de esto, Ice. Una nunca quiere hablarlo. Pero
tengo noticias para ti. Esto no va a desaparecer. Esta autoflagelación
que te has impuesto no va a solucionar el problema. Tienes que hacer
algo. Si no es por ti misma, entonces hazlo por Josephina.
—No es lo que eres, Ice. No lo es. Se puede luchar contra esto a través de
las vías legales. Si Josephina lo sabía, eso significa que Salvatore también.
Y ¿quién sabe a quién se lo dijo él? ¡Y Morrison también lo sabe! Hay
mucha gente que conoce la verdad, Ice. ¡Pide que reabran tu caso!
Me puse rígida.
—¿Qué?
—No estoy huyendo, Ice. Estoy aquí. Sólo tengo que pensar.
—¿La hay? Las dos estamos aquí por un crimen que no cometimos. Tu
marido ha muerto, sí. ¡Lo has matado, sí! Pero no cometiste un crimen.
—Ángel…
—Ice…
—Está bien. Lo haré. Pero si te los dan, cosa que dudo, yo los veré en
primer lugar, ¿hecho?
Sonreí tan ampliamente, que creí que mi cara iba a dividirse en dos por
la fuerza con la que lo hice.
—Hecho.
* * *
—Adiós.
Una vez más, un callejón sin salida. Frustrada por sus palabras, colgué el
teléfono de nuevo en su gancho con tanta fuerza que el ruido superó
unos instantes mi indignación. Pasando la mano por el pelo enredado,
me giré alejándome de la pared tan rápido que casi golpeo a Corinne,
lanzándola de culo contra una estancia contigua a la biblioteca.
—Vuelta al principio, ¿no? —preguntó mientras evitó hábilmente nuestra
colisión.
—Está bien. No hay mucho más que pueda hacer hoy de todos modos.
—Sí, bueno, pensé que podría hacer que te olvidaras un poco —dijo
saludándome con su propia taza—. Salud.
Le devolví el saludo.
—Esa fue la parte fácil —le respondí sin dejar de disfrutar de mi té—. No
tendré las transcripciones hasta al menos dentro de cuatro meses o más.
—¿Cuatro meses?
—El hecho de que estés teniendo problemas para encontrar los registros
de Ice no tendrá nada que ver con esta actitud de no intervención que
has adoptado hacia tu propio caso, ¿verdad?
—Una cosa no tiene nada que ver con la otra, Corinne. Si recuerdas, no
he pensado en mi caso desde que llegué aquí, y eso ha sido así desde
antes de conocer a Ice.
Las habilidades que terminé usando fueron muy diferentes a lo que había
previsto.
Levanté la vista de mi tarea feliz hacia sus palmas en alto. Estaban negras
de grasa y la suciedad de su trabajo en el taller. Me temo que mi sonrisa
pícara reflejó bastante bien mis pensamientos mientras me movía hacia
atrás contra ella, tirando de la cremallera hacia abajo ligeramente y
dándome un festín con la carne que había debajo.
—Ángel...
—A menos que quieras caminar por toda la prisión con una fila de
internas riéndose por tener las huellas de dos grandes manos negras en el
culo, te sugiero que me dejes tomar una ducha primero.
—Oh sí.
Me reí de nuevo.
—Debido a que van a tener que pasar primero por encima de mí, y tengo
una política muy estricta de tres brazos rotos al mes. No querrás que
aumente mi cuota por eso, ¿verdad? —En la débil luz proyectada por el
pasillo, pude ver como su ceja se arqueaba mientras una sonrisa jugaba
alrededor de sus ojos.
Suspirando con fingida frustración, me alejé más y, obediente, devolví la
cremallera a su posición original, acariciando primorosamente su pecho
después de haberlo hecho.
—Buena respuesta.
—Vale —De puntillas sobre mis dedos de los pies, la besé rápidamente,
luego me volví y me marché antes de que el efecto que ella siempre
causaba en mí me llevara a la necesidad de cambiar de uniforme.
* * *
—¿Por qué esa sonrisa, Critter? —le pregunté tomando un gran trago de
leche tibia para ayudar a tragar el resto de la carne.
Critter había cumplido cinco años por el cargo de asalto con arma
mortal, junto con allanamiento de morada. El arma en cuestión era un
ladrillo que había usado para romper el cristal de la puerta de una tienda
local para robar alcohol. Había cometido el error de recuperar el ladrillo
después de entrar a oscuras a la tienda, y la imagen de ella, con el arma
en la mano, asustó al propietario de edad avanzada, que acabó con un
ataque al corazón. La cirugía de urgencias la salvó de un homicidio y al
propietario de una cita con un arpa y una túnica blanca.
Por las historias que había oído, que habían crecido mucho en la cárcel,
sobre una joven punk callejero e inteligente con un desmesurado gusto
por el alcohol, era que la mujer joven y bella estaba sentada frente a mí
sonriendo.
Por último, me limpié la boca con una servilleta de papel barato y miré a
Ice, que asintió con la cabeza ligeramente, luego se levantó y llevó
nuestros platos fuera para que pudieran ser lavados por la ayudante de
cocina. Critter y yo, también nos pusimos de pie y me hizo un guiño,
consiguiendo que me pusiera muy roja.
—Vamos.
* * *
—Mmm —concordé besando la piel salada bajo mis labios—. Sólo estar
cerca de ti, especialmente en mi posición actual, hace que lo esté —
Sonreí—. Por supuesto, el elixir mágico de Corinne también ha ayudado.
—¿Elixir mágico?
—Sí. Lo bebí hasta la última gota —Lamí mis labios—. Más o menos como
tú.
Suspiré.
—Puedo intentarlo.
—Hmmmph.
Esto, sin duda, era una oportunidad demasiado grande como para
dejarla pasar. El problema era cómo introducir el tema sin dejar caer que
yo ya había visto la imagen en cuestión. Cuando terminamos, me decidí
a como se dice en el fútbol pillarla fuera de juego.
—¿Qué es qué?
—Sí —dijo ella, su voz apenas un susurro—. Esos son mi madre, mi padre y
Boomer.
—¿Boomer?
—Háblame de ellos.
—La verdad es que no hay mucho que decir. Alexander, mi padre, era
ingeniero químico de DuPont. Mi madre era mezzo-soprano con la
Compañía de Ópera de Baltimore.
Solté un bufido.
—No, no lo eres —le respondí con una sonrisa cómplice mientras miraba
al bello bonsái que reposaba complacientemente en la mesa.
Cuando me di la vuelta, juré que podía haber visto un leve rastro de rubor
en sus mejillas bronceadas, pero sabiamente decidí no mencionarlo
mientras su cara volvía a asumir su máscara de tipo empresarial. Se
encogió de hombros.
—De todos modos no lo sé. Lo dejó después de tenerme. Dijo que quería
ser madre a tiempo completo y eso fue todo —Una pequeña, casi tímida
sonrisa, quebró su fachada sombría—. Sin embargo, me cantaba
canciones de cuna.
—¿Y tu padre?
—Eh… ¿varonil?
—Ice…
—No estás presionando. Solo que tengo que ser capaz de contarlo a mi
manera, a mi ritmo, ¿de acuerdo?
Le sonreí cálidamente.
Ella se rio.
—Sí. Su voz sonaba muy extraña, haciendo eco a través del Estadio. Fue…
una experiencia interesante, por decirlo de alguna manera. Solía tener
un montón de recuerdos firmados por ellos. Ya sabes, como jerséis,
guantes, pelotas, bates —Se encogió de hombros—, cosas por el estilo —
Hubo un momento de silencio mientras miraba hacia la foto como si viera
un pasado largamente enterrado—. Tenía un toque muy suave, como las
madres tienen. Me dejaba intentar todo lo que me interesara hacer,
mientras no me metiera en problemas con la ley —El sonido de su risa esta
vez era amargo—. Apuesto a que se está revolcando en su tumba ahora.
Y mi padre también.
»En lo único en lo que insistió es en que diera clases de canto. Decía que
la voz humana era el instrumento de Dios, y era mejor mantenerlo bien
afinado para no arriesgarse a molestarle en algún momento de la vida.
—Nah. No estaban tan mal. Supongo que podría haber sido peor si
hubiera nacido con una voz como mi padre. Sin embargo tuve suerte. El
canto era algo natural para mí, aunque odiaba todo lo referido a ópera.
Aún lo hago.
—Puede ser.
—Oh, sí. Decía que cuando miró a mi padre a los ojos, fue como si lo
conociera de antes, a pesar de que nunca lo había visto —Ice rio.
Sonaba casi asustada—. En toda mi vida nunca supe lo que significaba.
Hasta ahora.
Cuando me besó, fue casi como una copia exacta del primer beso que
compartimos. Imágenes atravesaron mi mente, aunque demasiado
rápidas como para seguirlas, aunque sabía, en el fondo de mi alma, que
estábamos conectadas a un nivel mucho más profundo que la mera
atracción superficial. Había algo elemental y con fundamento en lo que
compartíamos, algo a la vez primitivo y nuevo, y eterno en sus cimientos.
—¿Más?
—Eso sé.
Ella sonrió.
—Sí, es cierto.
* * *
Lloré por nosotras esa noche. Por las jóvenes que habíamos sido y las
mujeres en las que tuvimos que convertirnos. Por nuestras familias. Por
nosotras mismas. Pero dentro de las lágrimas de tristeza, también se
mezclaban lágrimas de alegría. Si una nueva vida puede surgir de las
cenizas, entonces una nueva vida había surgido entre nosotras desde
nuestras propias tragedias.
S
egún los días se convertían en semanas, sentí cómo mi nivel de
frustración alcanzaba nuevos límites. Cada nueva pista sobre el
paradero de las transcripciones de Ice me llevaba a un callejón sin
salida, sin respuestas y con pocas esperanzas de encontrarlas.
Cuando cada callejón sin salida espoleaba mis fantasías homicidas, salía
al aire fresco del otoño y expulsaba mis frustraciones con el siempre
preparado saco de boxeo. A menudo me encontraba compartiéndolo
con una decepcionada Critter, a la que habían denegado su primera
Apelación de libertad condicional. Había descubierto durante la misma,
que aunque la cirugía había salvado la vida al propietario de la tienda,
nunca había recuperado por completo la salud. Mientras los meses se
habían ido convirtiendo en años, él se encontraba más y más frágil. Si
muriera como resultado directo del anterior ataque cardíaco, Critter
temía que le añadieran el cargo de homicidio a los años que ya había
cumplido. En cualquier caso, parecía que iba a tener que esperar un año
más para su próxima oportunidad de ser libre.
Las dos siguientes semanas pasaron con lentitud, con los informes
irregulares del hombre que se hacía llamar Slim Jim por razones, estoy
segura, que no quiero conocer. Y esos informes no me decían nada que
no supiera ya; sólo que parecía que había una especie de encubrimiento
sobre las transcripciones jurídicas de Ice. Sus contactos en el sistema de
justicia estaban rechazando sus propuestas con una anormal frialdad y
tenía la sensación de que algo gordo había tras ello. Algo que no podía
esperar conseguir sin reventar las estrictas reglas del juego que le
habíamos impuesto. Aunque entendí la indirecta, no piqué el anzuelo y
dejé al hombre refunfuñando pero decidido a destapar lo que podría ser
el caso de su vida.
—Sí, claro.
—Pero... Ice...
—No, Ángel. No. Escúchame. Llama al chucho que sea al que has
mandado a husmear y enciérralo. Ahora.
—Ice...
—En cualquier caso, esto ha sido más culpa mía que tuya. Intentaré
explicárselo.
—No. No creo que sea una buena idea en estos momentos. No creo que
quiera escuchar a nadie.
Corinne asintió.
—Tendré que estarlo, ¿no? —Mis palabras salieron más rudas de lo que
pensaba y la cogí por la muñeca—. Lo siento, Corinne. Eso sobraba —
Suspiré—. Le voy a dar un tiempo para que se calme y luego iré a su
celda. Tal vez para entonces esté dispuesta a decirme qué está pasando,
¿eh?
Como casi era la hora para mi entrenamiento, me dirigí por el pasillo con
la intención de tomar un poco de aire fresco y calmar mis turbulentas
emociones. Justo cuando salía al patio, Digger me miró y se acercó a mí
a grandes zancadas, evidentemente nerviosa por lo que mostraba su
rostro.
—Ahora no, Digger. Necesito un rato de aire fresco. Tal vez luego, ¿vale?
—Muy bien, Digger —dije finalmente—. Pero sólo unos minutos, ¿vale? La
cabeza me está matando.
La seguí por la prisión y saliendo por la puerta del patio, sentí el sol en la
cara y esto comenzó a hacer que la tensión que ataba en fuertes nudos
mi cuerpo comenzara a disiparse. Después de tomar sanadoras y
profundas respiraciones de aire otoñal, me volví hacia Digger con las
cejas levantadas.
—¿Qué?
Ella asintió.
Su lastimera mirada parecía exigir algún tipo de respuesta, así que forcé
una sonrisa en mi cara.
—Bien. Así que, estando como estaba sola en ese momento, cogí mi
trapo de pulir y fui hasta la puerta haciendo como que estaba sacando
brillo a la manilla y a la placa de identificación, ¿sabes? Y oí al Alcaide
diciéndole a Ice que la tenía fichada por algo. Y Ice le contestó que no
sabía a qué se refería. Entonces otro guardia entró, así que hice como
que trabajaba y no pude oír nada hasta que el guardia se volvió a ir.
Cuando volví a poner la oreja, oí cómo le decía al Alcaide que lo iba a
parar todo. Yo no sabía a qué se refería, pero el Alcaide fijo que sí, porque
le empezó a gritar.
—¿Qué le gritaba?
—Le decía algo así como que más vale que lo detuviera si sabía lo que
le convenía. Que si no se amoldaba las cosas iban a comenzar a ir muy
mal para ella. Incluso le dijo que se las arreglaría para mandar a su
noviecita a la Cocina del Infierno. Yo ni siquiera sabía que tenía novia, ¿y
tú?
—¿El Alcaide dijo algo cuando ella se fue? ¿Llamó por teléfono o algo?
—No lo sé. En esos momentos lo único que quería hacer era terminar de
limpiar y bajar aquí a contártelo. Supuse que siendo amiga de Ice, quizá
tú sabrías lo que estaba pasando —Alzó la mirada hacia la cerca, donde
los guardias observaban desde las torres de vigilancia—. Será mejor que
me vaya. No quiero tener problemas por estar aquí. ¿Hablamos más
tarde?
—Adiós, Ángel.
—Adiós, Digger.
Girándome desde la puerta, atravesé lentamente el patio hasta la cerca
que me separaba del mundo exterior. Mis pensamientos eran un tumulto
desordenado que corría frenéticamente por mi mente dando vueltas
como un perro que se muerde la cola. No era difícil rellenar los huecos de
la conversación entre Morrison y Ice. El Alcaide, obviamente, se había
enterado de la investigación sobre las transcripciones desaparecidas de
Ice, cosa que yo había tratado de evitar desesperadamente. Lo más
probable es que él la hubiera llamado por ello y ella le hubiera respondido
amenazándolo con dejar de contribuir en su pequeño negocio de autos,
lo que había llevado a las amenazas del Alcaide contra ella y sus amigas,
yo incluida.
—Mierda. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudar? ¿Tal vez reunirnos
todas?
—No. Pero gracias. Es algo que tengo que hacer con Ice.
—¿Estás segura?
—Estoy segura.
—No lo haré.
* * *
»¿Y bien?
Parpadeó una vez, volviendo poco a poco del lugar al que su rabia la
había llevado.
Sonreí levemente.
—Yo no.
Sopesándolo, di un pequeño paso hacia ella y puse una mano sobre su
tenso y musculado antebrazo.
—Yo sí. Creo que tengo derecho a saber cuándo estoy siendo utilizada
como una espada de Damocles pendiendo de tu cabeza.
Le devolví la sonrisa.
—Puede, pero soy lo suficientemente egoísta como para creer que soy
una de las grandes —bromeé.
—Ice, necesito saber que iré a la Cocina del Infierno si eso significa que
tú puedes continuar peleando para que salgas de aquí de la forma
correcta.
—De tu forma correcta, Ángel, no de la mía. Y no. No voy a dejar que eso
suceda. Como te he dicho antes, yo me encargaré de Morrison a mi
manera y en el momento que diga. Tú sólo concéntrate en salir de toda
esta mierda correctamente, ¿de acuerdo?
—Ice...
—¿Sí?
—¿Un qué?
—Lo sé, Ice. Lo sé. Fue una estupidez. Y no debería haberlo hecho. Pero
estaba a punto de decirle que lo dejara cuando has entrado en la
biblioteca. Me encargaré ahora mismo de ello. Lo prometo.
—¿Perdonarme?
Sonrió.
* * *
El invierno llegó de lleno y trajo una epidemia de gripe con él. Corrió a
través del Pantano como un reguero de pólvora, no dejando a casi nadie
en pie a su paso. Mientras todos los hospitales del alrededor estaban
llenos, el único lugar donde se permitía tratar a las reclusas, el Hospital del
Condado, había cerrado sus puertas para todos menos para los casos
más graves. Y eso no incluía a ninguna de nosotras.
Yo sólo gemía.
Retirándolo y dejándolo sobre la mesilla de noche, Ice secó mis labios con
un paño suavemente, retiró el pelo de mi frente y me envolvió en un
abrazo apoyando su barbilla sobre mi coronilla.
—¿Qué? —Me puse rígida entre los brazos de Ice—. ¿Ha muerto?
* * *
—Buenos días.
—Buenos días.
Se echó a reír.
—Una larga siesta, Ángel. Has estado KO desde ayer por la tarde.
—¿Cómo te encuentras?
—Bien. Te ves mejor. Tus mejillas ya tienen un poco más de color —replicó
ella acariciándome suavemente las partes de mi cuerpo en cuestión
para mi inmenso placer—. Tienes la piel muy suave.
—¿Tienes sed?
—Vale —Por mucho que odiara admitirlo, estaba agotada casi por ese
débil intento de sentarme. Pero en esos momentos, estaba determinada
a permanecer despierta y disfrutar de la compañía de Ice—. ¿Qué tal si
me cuentas una historia?
Su voz dudó.
—Lo sé, Ice. Pero quiero saber más de ti. ¿Y cómo lo voy a hacer si no lo
compartes conmigo?
Cuando ella empezó a hablar de nuevo, su voz era tan suave que pensé
que mi mente estaba alucinando.
—Oh, Ice...
—Lo sé. Yo no conocía casi nada del mundo a esa edad, pero sabía que
no iba a dejar que me metieran en una casa de acogida.
—¿Qué hiciste?
—Me escapé. Esperé a que todo el mundo estuviera liado con sus cosas
y me fui. La funeraria no estaba lejos de mi casa, y mis padres me habían
dado una llave cuando cumplí los cinco años, así que me dirigí a casa.
Entré, cogí algo de ropa, la metí en una mochila, cogí el dinero que mi
madre tenía escondido, agarré a Boomer y me fui.
—Oh.
—Sí, oh.
—Seguramente.
—No estarás tratando de desviar la atención del tema que nos ocupa,
¿verdad? —murmuré.
—Mmmmmmm hmmmmmm.
Se echó a reír.
—¡Oh, no! Puedes seguir haciendo eso hasta que se te caigan las manos.
No oirás ni media queja.
Escondí mi sonrisa.
—Debió serlo.
—En cualquier caso... —El timbre de su voz me hizo saber que había
descubierto algo—. Llegué rápidamente a la carretera. Después bastó
con encontrar al conductor indicado.
—¿Hiciste auto-stop?
—Por supuesto que me daba cuenta, Ángel. Era joven. No idiota. Pero,
¿qué opción tenía? Mis padres estaban muertos y no me iba a quedar
sentada esperando a que me metieran en alguna casa en contra de mi
voluntad. Vi la oportunidad de irme, y me fui. No tuve realmente mucho
tiempo para pensar en otra cosa, aunque pensara de manera clara,
cosa que no era así.
Ella suspiró.
—Está bien. Fue algo estúpido. Pero sabía lo suficiente como para no ir
con determinada gente. Boomer también juzgaba muy bien a las
personas —Pude oír la sonrisa en su voz—. Y tuve bastante suerte. Era casi
final de verano y muchos chavales volvían al colegio. Me las arreglé para
coger tres coches, el último hasta Pittsburgh. Tenía intención de ir más al
Oeste, pero por alguna razón, me quedé allí. Supongo que cuando eres
una cría, unos cientos de kilómetros te parecen un mundo.
—¿Qué hiciste después?
—¿Y un refugio?
Sus manos, que habían reanudado sus suaves caricias por mi cuerpo, se
detuvieron de pronto y sentí un pequeño escalofrío de temor recorriendo
mi espina dorsal. De repente, estuve segura de que no quería escuchar
sus siguientes palabras. De repente, quería estar en cualquier otro lugar.
Luché contra mi miedo. Después de todo, esto es lo yo quería saber, ¿no?
Cierto. Lo que fuera que iba a oír me daría una idea de la persona de la
que me había enamorado, y no importaba nada lo que fuera, la querría
por encima de todo ello.
Detrás de mí, Ice suspiró varias veces. Podía sentir el acelerado latido de
su corazón contra mi espalda y supe que cualquiera que fuera su secreto,
le asustaba decírmelo y que me asustara.
Pasaron varios minutos hasta que se aclaró la garganta.
—En fin —dijo—, hay una forma de vivir en la calle a través de un tipo de
geste que paga bien... por sacar fotos de críos. Chicos, chicas, da igual
—Se aclaró de nuevo la garganta—. Siempre que fueran jóvenes. De
hecho, cuanto más jóvenes, mejor.
—Un pedófilo —Más cosas tenían sentido ahora en mi cabeza. Como por
qué Cavallo había usado el tema de la pedofilia con Ice, algo que
evidentemente garantizaba sacarla de sus casillas.
—Dios, Ice...
—Por favor, Ice, sigue. Necesito escuchar esto y creo que tú necesitas
contarlo. Ha estado demasiado tiempo dentro de ti.
—No mucho.
—Sí. No suena a una gran cantidad, ¿verdad? Pero para mí era un buen
trato, teniendo en cuenta que apenas tenía un cuarto de dólar conmigo
en esos momentos.
Pude sentir el recorrido de mis lágrimas cuando saltaron de mis ojos. Ice
frotó con sus manos mis brazos confortándonos.
»Después de que hubiera terminado —dijo volviendo a respirar hondo—,
me ofreció veinte más si se acostaba conmigo. Lo subí. Cincuenta dólares
podían mantenerme viva una semana, así que jugué mis cartas. Mi
virginidad no me parecía un precio tan alto a pagar, visto hasta dónde
había llegado.
—No llores, Ángel. Por favor, no llores. Pasó hace mucho tiempo.
—Un oso no sabe que está caminando hacia una trampa, Ángel. Yo
sabía lo que estaba haciendo.
—Ice, todos los cachorros de todo tipo de animales son atraídos hacia
trampas continuamente. Al igual que los niños son atraídos a los coches
desde los que se les ofrece un dulce o alguna otra golosina. Tú no fuiste
algo diferente. Fuiste allí porque él te ofreció algo que necesitabas.
Dinero para seguir con vida.
Aunque ella no dijo nada, sabía que mis palabras habían atravesado el
grueso escudo que ella se había autoimpuesto a su alrededor como una
mortaja. Su cuerpo se relajó lentamente y pensé por un momento haber
visto un leve destello de gratitud en sus ojos. Abrí mis brazos y, para mi
sorpresa, ella se dio a ellos, permitiéndome abrazarla.
No lloró. Creo que sus lágrimas hacía mucho que se habían agotado.
Pero sabía que algo escondido muy profundamente en su ser estaba
consolándose a través de mi amor, y que sentirlo era una parte
simplemente esencial de mí. Al fin y al cabo, yo había preguntado. Había
sido una pelea de dos años. Dos años para conocer a la mujer que había
detrás de aquella máscara. Y ahí estaba, acurrucada contra mí, su
cabeza en mi pecho, mostrando una desnuda vulnerabilidad que nunca
habría imaginado ver. Era un regalo de proporciones tan inmensas, que
las simples palabras no le hacían justicia.
Cuando comenzó de nuevo a hablar me sorprendió, pero la abracé y
escuché sus liberadoras palabras, sabiendo que probablemente yo era
la primera persona en escucharlas.
—¿Qué hiciste?
—¿Sí?
—Corinne me dijo que tú..., bueno, que te volviste loca cuando tu mejor
amigo fue asesinado. Estaba hablando de Boomer, ¿verdad?
Parpadeó liberando las lágrimas de sus ojos. Éstas rodaron por sus mejillas
en silencio mientras su mirada se encendía con el fuego de la ira.
»Los maté a todos. Poco a poco. Quería torturarlos como habían hecho
con mi pobre e indefenso animal. Quería que sintieran dolor. Un exquisito
dolor. Ver miedo en sus ojos, el dolor saliendo por sus poros. Omití sus gritos
y me reí cuando suplicaron clemencia. A mis ojos ellos eran menos que
nada y es lo que les hice. Como las piedras del suelo.
—Sí, me lo dijiste. Pero creo que necesitaba oírla tanto como tú contarla.
Ice resopló.
—¿Lo haces?
—Ice, sé que crees eso. Que no eres nada más que una asesina. Pero no
es así, lo sabes. Eres mucho más que eso —Acariciando suavemente sus
manos con mis pulgares, sonreí—. Puedes pensar que lo que pasó con
Psycho te da la razón, pero también me la da bastante bien a mí.
Ice inclinó la cabeza.
—No.
—No hay peros, Ice. Hay una buena mujer debajo de esa ferocidad y
fuerza. Tú lo sabes. Yo lo sé. Hay cosas que has hecho que son horribles,
algunas incluso maléficas. Pero también has hecho cosas maravillosas.
Cosas que incluso gente que supuestamente son buenas por naturaleza
no hacen. Sí, hay una parte de ti que se mueve por una rabia intensa. Y
otra parte que es capaz de hacer grandes cosas. Lo que tienes que hacer
es decidir qué parte gobierna tus acciones.
—No, no lo es. Y tal vez es parte de la razón por la que yo estoy aquí. Por
la que somos tan buenas amigas. Porque yo puedo ver esa parte de ti
que tal vez la mayoría desconoce. Y tal vez pueda ayudarte a sacarla
más a menudo en situaciones en las que la rabia es la única opción a la
que puedes recurrir.
—Yo no...
—Ice, deja que te ayude. Déjame intentar hacerte ver la persona que yo
veo cada vez que te miro.
Con una triste sonrisa, Ice tomó mi mano mientras se levantaba, rozando
con sus labios mis nudillos.
—No creo que sea posible, Ángel. Pero gracias. Significa mucho para mí
que quieras hacerlo.
—De acuerdo —dijo tras un breve momento, con voz cálida y profunda.
Inclinándose, selló sus palabras con un suave beso. Luego, sonriendo, se
puso en pie y tiró de mis piernas, haciendo que me apoyara por completo
en la cama—. Y eso, querida, finaliza la hora de los cuentos. A la cama,
inmediatamente. Tendré un poco de caldo y de té preparados cuando
despiertes.
»A dormir. Ahora.
—¡Sí, mamá...!
—¿Ice?
—¿Sí?
—Gracias.
Con otro guiño y un gesto casual, salió de mi celda. Me quedé dormida
casi de inmediato, con una sonrisa en mis labios.
Capítulo 11
E
l retorno triunfante de la primavera, trajo consigo la salud para la
mayoría de las residentes del Pantano. La gripe había sido fuerte y
larga, llevándose la vida de tres presas más antes de
abandonarnos.
Mientras era niña, siempre fui propensa a los resfriados que se convertían
rápidamente en bronquitis, y de adulta, al parecer las cosas no habían
cambiado. La enfermedad se quedó conmigo cual amante secreto
durante el resto del largo y oscuro invierno, dejándome delgada, pálida
y débil.
Cada vez que salía al exterior, me encontraba con las súplicas de mis
compañeras de prisión para que volviera al equipo. La aspiración de
polvo en el campo era algo que tenía la sensación de que mis pulmones
no agradecerían, por lo que me dediqué a recuperarme lentamente de
mis debilitados músculos con las demás Amazonas en la zona de pesas.
23
Rosetta Stone: software para aprender idiomas.
Durante una de esas tardes, Ice llegó a la biblioteca para visitarme en
uno de sus infrecuentes descansos del taller de reparación. Su pelo se
veía desordenado, su cara estaba manchada de grasa y, hasta ese
mismo momento, mis ojos nunca habían visto un espectáculo más
hermoso en su vida.
—No lo hagas por el momento. Puedo tener a alguien que podría ayudar.
—¿En serio?
—¿Sobre qué?
Rodando los ojos, Ice miró a Corinne, que estaba sentada a mi lado, y
luego me miró de nuevo a mí.
—Ángel, en realidad no hay nada más que decir.
—Por un par de razones. Por una parte, era un caso relacionado con
personas muy peligrosas, que como sabes, no se detendrán ante nada
para conseguir lo que quieren. No quería que ella se involucrara en eso.
Asentí.
Ice y yo, saltamos al mismo tiempo, aunque sus pasos más largos la
hicieron salir antes de la biblioteca hacia el lugar del incendio. La alarma
sonaba con fuerza en mis oídos, y pronto se le unieron los gritos de terror
que venían desde dentro de la lavandería.
—Creo que empezó con una de las secadoras —dijo Pony con voz
ahogada y ronca por la gruesa cortina de humo que rugía por la sala—.
Una pila de sábanas actuaron como una bomba. Critter y yo tratamos
de sacar a tantas como pudimos, pero luego ese travesaño cayó y
atrapó al resto en el interior. Por favor, ¡Ice, tienes que hacer algo!
—¡Ice, no!
Luchando contra el férreo control de Pony, agarré uno de los cubos y tiré
el agua sobre el fuego bloqueando la puerta. El vapor saltó hacia mí
mientras las llamas se alejaron por un momento, para regresar
rápidamente a la vida. Sandra me empujó a un lado para añadir más
agua, luego arrojó la cubeta y aceptó otra que le llegó rápidamente de
la fila de guardas y reclusas.
Miré hacia arriba para ver a Ice llevar a otra mujer en sus brazos. Corrió
hacia la puerta empujando el cuerpo inerte en las seguras manos de
Pony antes de volver a por más. Había dado un paso o dos de distancia
a la puerta cuando una enorme explosión sonó dentro del cuarto. Una
lengua de fuego salió desde la puerta carbonizada, instantáneamente
convirtiendo a una de las guardias en una antorcha humana.
Yo me giré.
—¿Qué?
Alcanzando mi pelo, con las manos quemadas de nuevo para tocar las
llamas que había en mi larga cabellera. Casi pierdo la consciencia,
mientras una pesada toalla con agua se precipitó en picado hacia mi
cabeza, apagando las llamas y oscureciendo mi respiración y visión. Al
arrojar la toalla, mi primera visión fue de Pony que me miraba de cerca.
Cuando miré de nuevo al cuarto de lavado, todo lo que pude ver era
una pared que interrumpía el fuego hacia la puerta. Mis tripas se
retorcieron al darme cuenta de las implicaciones, y tuve que luchar para
no vomitar a mis pies.
»¡Ice! —grité luchando para ser escuchada desde más allá de las llamas.
Al no oír réplica del otro lado, me giré para mirar a Sandra—. ¿Dónde
diablos están los bomberos?
—¡Al diablo con ellos! —Grité agarrando algunas de las toallas de una
guardia y tirándosela a Pony—. ¡No voy a esperarlos! Hay gente que
podría estar viva aún ahí dentro.
Varias manos me alcanzaban para que me alejara. Gruñí como una fiera,
negándome a abandonar mi tarea. Mi garganta se sentía en carne viva
de tanto gritar, y mis ojos picaban por el humo, el calor y las lágrimas
desconsoladas.
»¡Noooo!
Una voz que ni si quiera reconocí como propia, llenó el silencio mientras
corría hacia delante, esquivando hábilmente el brazo extendido del
bombero.
Cuerpos cubrían el suelo, muchos quemados más allá del
reconocimiento. Tropecé con ellos, corriendo hacia delante, buscando,
sollozando. El sonido de pasos corriendo creció en mis oídos, y cuando
una mano pesada cayó sobre mi hombro, me giré y empujé a un
sorprendido bombero en el pecho, alejándolo varios pasos.
—¿Ice? Oh Dios, Ice. Por favor, despierta. ¡Por favor! —Toqué la piel de su
cara. Todavía estaba caliente, pero podía haber sido por el fuego. Su
cabello estaba oscurecido por la viga que la aplastaba, su espalda y sus
brazos estaban inmovilizados por debajo de las dos mujeres que había
tratado de salvar. Poniéndome de pie con rapidez, agarré la viga
humeante, sin importar que mis manos estuvieran siendo escaldadas.
Con un esfuerzo sobrehumano que no sé de dónde provenía, moví la viga
algunos centímetros, y tiré de ella hacia mí, gruñendo por el esfuerzo.
—Esa viga que cayó sobre su espalda es muy pesada, señora. Hay una
buena posibilidad de que se le haya dañado la columna vertebral. Si la
movemos, podríamos empeorar las cosas. Sólo tiene que esperar un poco
más. Los paramédicos deben estar al llegar, ¿de acuerdo?
Como si mi toque suave fuera una especie de elixir mágico, sus ojos
parpadearon, y un gemido salió de sus labios agrietados.
—¿Ice?
—¿Ángel?
Ella parpadeó con rapidez, luego hizo una mueca mientras trataba de
moverse.
—¿Qué pasó?
—Es mejor que haga lo que le dicen, señora. Los paramédicos están en
camino.
—Ice…
—No.
»Estoy bien, Sandra —dijo Ice con voz áspera, en un tono que no admitía
réplica.
Sandra volvió a mirar a Ice, que negó con la cabeza en gesto salvaje.
»Tú también, Ángel. Y antes de que trates de poner esa cara de inocente,
puedo ver tus manos desde aquí. Tienes suerte de que no echara a los
paramédicos sobre ti.
—Sí, señora —le dije tratando de no sonreír. La verdad sea dicha, tanta
adrenalina bombeaba a través de mi cuerpo que ni siquiera podía sentir
mis manos, y mucho menos saber si me dolían o no. Estaba segura de que
dolerían más tarde, y no era algo que deseaba que llegara.
* * *
Esa noche en la enfermería fue la primera noche que pasamos juntas. Por
desgracia, no pudimos hacer mucho, ni si quiera hablar. Mis manos
estaban cubiertas de pomada para quemaduras y vendadas, mientras
que Ice estaba acostada sobre su estómago, con la espalda quemada
igualmente vendada y una máscara de oxígeno sobre su cara. Y créeme
cuando te digo que ver la graciosa curva de su trasero elevándose desde
las prístinas sábanas de la cama del hospital me hacían sentir muy
frustrada. Ambas habíamos sido desvestidas, lavadas y atendidas por un
muy amable, aunque algo anciano y renqueante, médico de la cárcel,
el doctor Soames y su trío de eficientes enfermeras. Chasqueaba la
lengua, y murmuraba y carraspeaba mientras examinaba, pero a pesar
de sus gestos bruscos, sus manos eran muy suaves y relajantes para mis
manos quemadas y espíritu inquieto.
Después de que terminó el tratamiento de las dos, hizo que las enfermeras
nos inyectaran algún tipo de calmante para el dolor, luego atenuaron las
luces y nos encerraron para la noche. Una de las enfermeras nos vigilaría
a través del reforzado cristal de la ventana adyacente a la oficina.
Solas por fin, giré mi cabeza de lado para ver a Ice mirándome, con la
máscara oscureciendo sus facciones. Sus ojos estaban llenos de una
curiosa combinación de diversión y adoración, mientras casi
centelleaban a la luz de las débiles luces. Mi corazón de nuevo se rebosó
del amor que le tenía a esta a veces violenta mujer, otras gentil, pero
siempre heroica que había elegido compartir su amor conmigo.
* * *
Varias semanas más tarde, me encontraba sentada con Ice en una de
las sillas de vinilo que había en la sala de visitas del Pantano. Me habían
quitado las vendas por fin el día anterior, y la piel recién cicatrizada me
estaba volviendo loca por los incesantes picores. Ice parecía estar
completamente curada, por supuesto. Aunque para ser sinceros, todavía
podría estar en agonía y ni yo ni nadie lo sabríamos nunca por su
comportamiento. La reina del estoicismo… esa era Ice.
* * *
Mientras Ice se volvía hacia mí, sin embargo, la mirada de sus ojos alejó
mi inseguridad como una babosa bajo la sal, y sentí que una sonrisa
rompía en mi cara creciendo aún más amplia cuando respondió con una
de las suyas.
—Es un placer conocerte, Ángel —dijo ella en voz baja, suave y culta—.
Soy Donita como probablemente ya habrás adivinado, y Ice me ha
hablado de tu caso. Me gustaría saber más, si te parece bien.
—Pero…
Ella levantó una mano.
—Relájate, ¿quieres? Vas a estar bien. Solo tienes que responder las
preguntas que te haga y llevarlo a partir de ahí —sonrió mirando a
Donita—. No muerde, ¿sabes? —La abogada sonrió—. No muy duro, en
cualquier caso.
Tragué saliba. Ice nos guiñó un ojo, nos saludó y salió de la sala. Donita
me lanzó una sonrisa llena de brillantes dientes.
* * *
—Sip. Tengo que conseguir su papeleo, lo que los testigos, si los hubo, le
respondieron a las preguntas que les hizo, cosas por el estilo. Así podremos
ver exactamente por dónde empezar.
—¿Sí?
—¿Nosotras?
—¿Hay eco aquí? Por supuesto que nosotras. A menos que hayas pasado
en el bar la última semana y Ice se haya olvidado de mencionármelo.
—Claro que puedes. Solo tienes que decir Donita, me encantaría que
llevaras mi caso —La miré estupefacta—. Dilo.
—El placer es mío, Ángel. Y dile a Ice gracias de mi parte, ¿de acuerdo?
Esto va a ser divertido.
L
os siguientes meses, pasaron muy rápido para mí. Las continuadas
noticias positivas sobre mi apelación me mantuvieron con buen
estado de ánimo, aunque a veces parecía que las ruedas de la
justicia de Donita, se habían sumido en arenas movedizas, hundiéndose
rápidamente.
—El nombre del libro que estás sosteniendo como una niña que encontró
la colección de Penthouse de sus padres.
—Podría ser una caja, ya sabes. Una llena de todo tipo de golosinas
interesantes.
—Tengo mejores usos para mi boca que derramar por ella un chorro de
poesía, mi querida Ángel —Su tono era absolutamente seductor, y
teniendo en cuenta su edad, hizo un buen trabajo. Para darme crédito,
sin embargo, pude detener mi incipiente rubor. Cuando vio que su
estrategia no iba a funcionar, frunció el ceño, mirándome una vez más,
a través de los cristales de sus gafas.
—Está bien. Ángel, querida, ¿podrías por favor decirme lo que hay dentro
de ese envoltorio tuyo?
—Ángel…
—¿Y?
—Es una impresión original de Un día en la vida, de Ivan Denisovich,
firmado por el propio autor, y como sabes no firmaba autógrafos. Está en
ruso.
—En una Subasta, si puedes creerlo. Uno de mis contactos con el exterior
es amante de la literatura. Lo vio y me preguntó si quería hacer una oferta
por él.
—Filisteos.
—Buena analogía.
—Esa parte de sus estudios la llevó a cabo antes de ir a vivir a las calles,
Ángel. Su madre, como cantante de ópera, era una fanática absoluta
de otras culturas. Ice me dijo que le enseñaron a leer otros idiomas al
mismo tiempo que le enseñaron a leer en inglés. Era algo en lo que sus
padres creían.
—Ice era muy joven cuando me dijo eso. Supongo que me veía como un
tipo de figura de abuela —Hizo una mueca con los labios en auto
desprecio.
—Lo siento, Corinne. Me alegro de que estuvieras ahí para ella. Debe
haber sido duro, sobre todo al principio. Me alegro de que te tuviera
cuando te necesitó.
—No lo hizo a menudo, pero sí. Había veces que incluso la famosa Ice
necesitaba consuelo —Me sonrió con complicidad—. Sospecho que
sigue siendo así incluso hoy en día —Me aseguré de que mi sonrisa de
respuesta no dejara ver mis emociones y ella asintió en reconocimiento—
. ¿Y es una ocasión especial el motivo de este precioso regalito? —
preguntó finalmente en un tono inocente.
Varias horas más tarde, llegó la hora de la cena y como una escolar en
el último momento de día de clases, salí disparada de mi asiento a la
segunda campana que sonó en el reloj marcando las cinco.
Cuando estaba casi a las puertas, una mano me agarró el codo y me dio
la vuelta. Contenta, puse una sonrisa de bienvenida en mi cara, que se
desvaneció cuando me giré y vi los ojos de color avellana de Sandra.
Ella me condujo a través del corredor lleno de gente, más allá de la sala
de los guardias, hacia la de los visitantes. Me llevó por un pasillo más corto
hacia una puerta de salida vigilada, aunque era un área de la prisión
donde nunca había estado antes, y reduje mi marcha casi hasta
detenerme.
—Sé que esto no te dice mucho, pero será más fácil si te lo muestro —
Entonces sonrió—. Te diré qué. Todo lo que tienes que hacer es
permanecer aquí junto a Bárbara en la puerta. Puedo mostrarte lo que
necesito desde el exterior y si te parece seguro, podrás unirte a mí, ¿de
acuerdo?
Caminar esos pocos metros desde la prisión al remolque fue una de las
cosas más difíciles que he tenido que hacer. Abriendo mis puños cerrados
conscientemente mientras caminaba por las escaleras de madera
desvencijadas, pasé al lado de Sandra sin mirarla, y di pasos firmes hacia
el pequeño remolque.
Cuando miré hacia Ice, realmente viéndola por primera vez desde que
entré en el remolque, mi boca se abrió en estado de shock. Atrás
quedaba su habitual uniforme de prisión. En su lugar, llevaba una túnica
azul que parecía estar hecha de seda y satén. Tenía bordado en oro los
puños y el cinto, y terminaba en las pantorrillas. En la V de su túnica, pude
ver una camisola azul más clara, no revelando mucho, deteniéndose
justo sobre la curva de sus magníficos pechos. Su pelo estaba
brillantemente limpio y suelto, cayéndole sobre sus hombros. Sus piernas
y pies estaban desnudos, y en una mano llevaba una rosa roja, que
tendía hacia mí, sonriendo suavemente.
—¿Ice? ¿Qué…?
—Chicas, creo que os voy a dejar solas. Divertíos —Con una sonrisa y un
guiño, se volvió y salió del remolque, cerrando la puerta con cuidado
detrás de ella.
Miré por encima de Ice, que seguía sonriéndome, aunque sus ojos
estaban llenos de preguntas.
—Entonces, ¿por qué lloras? —me preguntó en voz baja sin moverse de
su sitio junto a la mesita que había junto a una pared.
—¿Estás segura?
Dejando la rosa sobre la mesa, corrí hacia sus brazos, envolviéndome a
su alrededor y apretándola.
Aturdida, me alejé.
—¿Comida china?
—Lo mejor que pude hacer dadas las circunstancias. Espero que te guste
el pollo al kung Pao.
Ella me sonrió.
—Me alegro de que te guste. Si… quieres probártelo o algo, el baño está
justo en la pequeña alcoba de allá.
Seguí con mi mirada hacia donde apuntaba con su dedo, y vi una puerta
medio a oscuras al lado derecho de la habitación principal.
El color del vestido profundizaba el color de mis ojos, por lo que de alguna
manera parecía más sabia. La madurez se reflejaba en mi peinado corto
y alborotado, y nuevas líneas de experiencia se pintaban en mi cara. Los
tirantes del vestido sobre mis hombros recién musculosos llevaban e peso
del mundo sin quejarse. Sin embargo, aun así me sentía como una
princesa de cuento de hadas toda de seda y satén. Cuando me puse la
bata, dejando que la fresca y sensual tela cayera sobre mis brazos
desnudos, sonreí sintiéndome mimada, cuidada y muy muy querida.
Ice estaba sentada detrás de la mesa, sus largos dedos dibujaban formas
abstractas sobre los diseños de la formica. Cuando me vio, sus ojos se
abrieron para mi deleite y se puso de pie con elegancia, sus propias ropas
se movían con suavidad a su paso. Una sonrisa suavizó los ángulos de su
cara y prendió sus ojos azules desde el interior. Ella era, en ese preciso
momento, como en muchos otros pasados y futuros, la cosa más hermosa
que había visto.
—Eres preciosa, Ángel —casi susurró—. Al igual que tus tocayos venidos a
la Tierra.
Ice había terminado mucho antes que yo, recogió los platos y los apiló
en el pequeño lavabo del espacio compartido en la pared con la mesa.
Cuando se volvió a mí, tenía algo en sus manos que no era ni comida ni
bebida.
—Dios mío, Ice —Lloriqueé con una garganta ahogada de lágrimas—. ¡Es
hermoso! ¡Muchas gracias!
—¿Te gusta?
—Tuve suerte.
—Oh, lo hago.
Sentí un tenue tirón y cuando miré hacia abajo, vi que Ice había
desatado el cinturón de mi bata. Sus manos estaban calientes mientras
se deslizaban suavemente por mis caderas. Su cabeza se deslizó
lentamente hasta que sus labios se encontraron con los míos en una
explosión de calidez y deseo. Sus manos recorrían mis caderas y más allá,
agarrando los montículos de mi espalda. Y atrayendo mi cuerpo contra
el suyo, nos fusionamos mientras nos besamos.
Al fin, quedé desnuda ante ella, jurando que podía sentir rastros de fuego
donde su abrasadora mirada se había posado en mi carne. Empecé a
temblar mientras sentía una humedad entre mis piernas que no tenía
nada que ver con el sudor que de repente estalló por mi cuerpo.
Acaricié su cuerpo una vez más antes de mirarla a los ojos y sonreírle
suavemente.
Mi dedo recorrió sus labios una vez más, y luego recorrí sus pómulos
afilados antes de alisar sus cejas expresivas y llegar a su frente,
acariciando la franja del pelo que la cubría.
Acaricié más abajo, por la suavidad que cubría su vientre, que subía y
bajaba sobre los músculos que ceñían su torso. Mi mano llegó hasta la
tela de encaje de sus braguitas y su pecho se expandió con el aliento
que repentinamente tomó. Metí un dedo bromeando bajo su tela,
recorriendo a lo largo de la costura de una cadera y la otra, y luego la
otra de nuevo.
Mi dedo bajó de nuevo, aunque esta vez fue por debajo del elástico de
su pierna derecha. Un sonido casi como un gemido salió de sus labios
mientras me acercaba al lugar que tanto necesitábamos las dos. Dios,
estaba tan mojada y abierta que casi me desmayo del hambre de
poseer este regalo que no tiene precio.
—No cierres los ojos. No me dejes fuera. Compártelo conmigo. Por favor
—dije usando mi voz a la par que nuestros movimientos compartidos,
haciéndola elevarse y ser libre.
Arrancó sus labios de los míos al mismo tiempo que entraba en mí,
enterrando la cara en mi pelo y gimiendo mientras empujaba
profundamente en mi interior, usando su peso y el movimiento de todo su
cuerpo para agregar poder a sus movimientos.
M
e desperté a la mañana siguiente con el sonido de un corazón
latiendo de manera constante en mi oído y el tacto de dedos
suaves trazando patrones sin sentido sobre mi espalda.
Parpadeé hasta abrir mis ojos para encontrarme con los suaves ojos
azules centrados en mi cara. Ice sonrió.
—Buenos días.
—Ah, ¿sí?
Cuando levanté la vista, vi esa mirada de tristeza casi infinita en sus ojos
una vez más, y en ese momento habría dado cualquier cosa, incluso mi
oportunidad de libertad, incluso mi oportunidad de amarla, por alejar su
tristeza para siempre. Parpadeé y la mirada se fue, alejando los demonios
que atormentaban su alma.
Su sonrisa era tan triste como lo habían sido sus ojos hacía un momento.
—No lo sientas. Los sueños a veces son lo único que hace que este lugar
sea soportable.
—¿Sueñas?
—A veces.
—¿Sobre qué?
—Nada tan bonito como lo tuyo. Mayormente sobre los que he herido o
matado. Sus familias.
Suspiré.
—Ice, ya te lo he dicho antes. La culpa puede ser algo bueno. Se pueden
dejar de repetir errores. Pero no puedes dejar que controlen tu vida. Si lo
haces, nunca serás capaz de vivir.
—Lo sé.
—¿Sí?
—Sí. Esperanza. De que un día encontraré una forma de lidiar con mi ira.
De que no llegaré a ser esa persona que era antes de conocerte —Su
sonrisa fue más brillante al alborotar mi pelo despeinado por el sueño—.
Realmente eres mi Ángel, ¿sabes?
* * *
Un ruido bajo sonó a mi izquierda, que fue ganando volumen y hasta que
me pregunté, sin comprender, quién habría permitido tener un pájaro
dentro de la prisión. Entonces vi un destello de color naranja y blanco que
se me acercó desde atrás, casi haciéndome caer el bonsái mientras
Cassandra llegaba corriendo hacia mí, con la boca abierta emitiendo un
horrible chillido, mientras sus brazos y piernas esposadas tintinearon por el
peso de las cadenas. Me quedé allí, en silencio preguntándome cómo se
movía tan deprisa, esposada como estaba, antes de que Ice me hiciera
a un lado, interponiéndose entre la banshee24 gritona que se dirigía a
nosotras y yo.
24
Banshee: Son espíritus femeninos que, según la leyenda, se aparecen a una persona para anunciar con
sus gemidos la muerte de un pariente cercano. Son consideradas hadas y mensajeras del otro mundo.
gritando obscenidades en voz muy alta. Por lo que pude captar, tanto
mis ancestros como lo que podría haber hecho para ganarme la vida
antes de ser encarcelada, estaba siendo cuestionado. Entonces, su
cabeza se giró, sus ojos de color chocolate, chispeantes y enloquecidos,
se encontraron con los míos y no tuve duda.
—Estás muerta, Angelita. No eres más que una puta que ha apartado a
mi preciosa Ice lejos de mí. Te veré en el infierno, Ángel. ¿Me escuchas?
Aunque estaba bien protegida, tanto por Sandra como por Ice, no pude
evitar que el miedo me recorriera ante sus insultantes gritos. Si había
alguien en la cárcel que podía fácilmente llevar a cabo sus amenazas,
era Cassandra. Aun así, me tragué el miedo determinada a no darle la
satisfacción de saber que había penetrado en mis defensas.
—¿Estás bien?
—¿Qué? Oh, sí. Bien —Dejé escapar una pequeña sonrisa temblorosa—.
Supongo que debería sentirme halagada, ¿no? Parece que me he
convertido en su enemigo público número uno.
Sonreí.
—Estoy bien. En serio. Entre tú, las Amazonas, Corinne y las guardias, tengo
más ojos en mí que una estrella de Hollywood.
Tan pronto como la zona estuvo despejada, Sandra nos condujo hasta
nuestras celdas.
* * *
El verano volvió a alejarse, dando lugar rápidamente al invierno. Las
cosas siguieron casi igual que antes en el Pantano. Las pandillas se
mantuvieron tranquilas, dejando a las Amazonas libertad para perseguir
otros intereses, sean cuales fueran.
Pronto las dos estuvimos sentadas y bebiendo el agua fría que los
guardias había proporcionado con tanto cuidado (a petición de Donita).
Abriendo su maletín, sacó un grueso expediente con mi nombre
estampado en la portada.
25
Cyrano de Bergerac: obra del poeta y dramaturgo francés Edmond Rostand, basada en la vida del
soldado y poeta Cyrano, con una nariz ridículamente grande. Está enamorado de su prima Roxane, que a
su vez está enamorada de otro, que a diferencia de Cyrano es guapo, pero no posee su ingenio, por lo que
Cyrano pacta con él escribirle cartas de amor a Roxane.
Mi corazón se saltó un latido.
Abriendo la carpeta, sacó varias hojas y las colocó sobre la mesa para
que yo pudiera leerlas fácilmente. La primera era una sencilla recepción
de hotel. La miré interrogante.
—Son swingers.
—No ese tipo de swingers. Me refiero al tipo donde los casados hacen
intercambios de pareja. Sexualmente —Mis ojos se debieron haber
abiertos como platos, porque se tapó la boca por la risa que se le
escapó—. Exactamente. Al parecer, a partir de lo que me enteré de otros
miembros de ese grupo en particular, los Gracesons estaban molestos
porque le habían pedido a tu marido que se uniera a ellos. Y Peter les dijo
que tú no estabas por la labor. Parece que a Tom le gustabas de esa
manera especial —Me guiñó un ojo—. Y Maggie estaba muy atraída por
tu marido.
—¡Estás bromeando!
—Dios mío —Inhalé—. No puedo creer esto —Negué con la cabeza con
la ira creciendo dentro de mí—. ¿¡Testificaron contra mí porque Peter les
había mentido!?
—Eso parece.
—¡Increíble!
Peter había llegado a casa del trabajo, y había intentado conseguir que
saliera a un bar con él. Cuando yo me negué, teniendo que madrugar
para comprar algunas cosas antes de trabajar a la mañana siguiente, me
golpeó severamente, causándome moretones en las costillas y
fracturándome la cuenca del ojo. Logré llamar a un taxi que me llevó a
la Sala de Emergencias, convencida de que tenía un derrame interno.
Gracias a Dios no había sido el caso, pero aun así me sentía como si me
hubiera arrollado un camión. Recordé haberle dicho al personal de
Emergencias que me había caído por las escaleras. Las miradas en sus
ojos me decían que no me creían, pero no insistieron en el tema.
Suspiré.
—Les dije que me caí por las escaleras —Murmuré hacia la mesa.
Miré a Donita.
—No lo sé. Pero la ley dice que cuando un miembro del personal médico
cree que ha habido un tipo de abuso, debe reportarlo a las autoridades
correspondientes, sin importar lo que diga la víctima o no.
—¿Lo hizo?
Puse la cabeza sobre mis manos, con un suspiro que empañaba el poco
barniz que quedaba puesto en la mesa vieja.
—¿Él qué?!
—Eso es lo que dicen los testigos. Tenemos declaraciones juradas de
cuatro de ellos. Todavía no sabemos cómo consiguió formar parte del
Jurado, pero cuando sacamos su declaración, nos dimos cuenta de que
mintió muy convincentemente para entrar.
—Dios.
—Pero hay algo peor. Cuando encuestamos a los miembros del Jurado,
solo había dos mujeres que habían sido convencidas de tu inocencia
cuando fueron a deliberar. Ambas me afirmaron personalmente que
fueron intimidadas para que cambiaran sus votos por el portavoz, Robert
Cort.
—¿Por qué hablan ahora? —No pude evitarlo. Mi voz estaba llena de la
amargura de mi corazón.
—Ambas están siendo carcomidas por la culpa, Ángel. Ambas nos han
dado declaraciones sobre lo sucedido y están dispuestas y listas para
testificar en un nuevo juicio. Saben que han cometido un error, y están
dispuestas a tratar de rectificarlo.
Donita me sonrió.
—Donita, para que mi nombre salga limpio de esto, iría incluso al infierno
—Miré hacia abajo en la mesa de nuevo—. No importaba mucho antes.
Peter estaba muerto. Yo lo hice. Pensé que me lo merecía. Pero esto…
esta parodia ha cambiado mi forma de pensar.
Donita sonrió.
—¿Sobre qué?
—Claro que sí. Por eso acepté venir y hablar contigo para empezar. Ice
no hace cumplidos a la ligera, como sabes —Su cálida mano me apretó
la muñeca—. Ella tiene mucha fe en ti, Ángel. Y te ama profundamente.
—Lo sé.
—¿Y te preocupa que las dos estáis juntas ahora y yo esté aquí para
verlo?
—Ángel, nunca te disculpes por ser feliz. Y nunca te disculpes por hacer
feliz a Ice.
—Pero…
—Nada de peros, Ángel. Ice es una persona muy importante para mí.
Verla tan feliz me alegra mucho. Lo mío con Ice no estaba destinado a
ser. Siempre lo supimos mientras estuvimos juntas —Ella sonrió—. Aun así,
en cierto modo formamos buen equipo. Ella hizo grandes esfuerzos para
mantener su vida personal en secreto para todos, incluyéndome a mí. A
pesar de que no debería haber sido una sorpresa descubrir lo que pasó
con su arresto, lo fue. Por supuesto, nunca vivimos juntas y nunca
estuvimos en presencia de la otra durante largos períodos de tiempo. Aun
así me sentí un poco culpable por no haber visto ningún tipo de señal que
debería haber visto. Y por supuesto, estaba muy enfadada.
—Gracias.
Con una última sonrisa y un saludo con la mano, se alejó dejándome sola
en la sala de visitas, con tan solo mis lágrimas y pensamientos por
compañía.
* * *
—¿Estás bien?
Y de repente, lo hice.
Luego, después de unas pocas inhalaciones, solté toda la historia sin dejar
nada fuera. La expresión de Ice se volvió tormentosa, pero no tuve miedo
de ella, sabiendo que su ira estaba dirigida contra los que me habían
hecho esto. Ella gruñó con frustración, con los puños cerrados inútilmente
contra un enemigo que sabía que tendría que manejar por mí misma.
—Por supuesto, el lado bueno de todo esto —Comencé tomando
suavemente uno de sus puños y relajándolo dentro del mío—, es que va
a conducirme a que me concedan un nuevo juicio. Es un tipo de
evidencia que no pueden ignorar.
Sus ojos clavados en los míos, con una ceja levantada, me desafiaron a
decir lo contrario. No pude. Parpadeé, y luego miré hacia otro lado, con
rubor con aire de culpabilidad.
—Ángel, te has pasado los últimos cuatro años aquí, tratando de ver
dentro de mí. Has intentado hacerme entender que la culpa no debería
controlar mis acciones. Esa es una lección difícil de aprender, y no lo hará
más sencillo si renuncias a luchar por tu libertad.
—No entiendo.
—Claro que quiero que luches, Ángel. Este es tu billete para salir de este
agujero de mierda. Corre hacia ello y no mires atrás.
L
as siguientes semanas pasaron como un borrón lleno de noticias
decepcionantes. Donita llamó dos veces para decirme que el juez
que tenía previsto ver tenía otros casos prioritarios sobre el mío. Era
difícil, esta prisa y espera era como una montaña rusa llena de emociones
para mí. En un momento me sentía arriba, dispuesta a comerme el
mundo. Al siguiente, estaba nadando en un mar de depresión, huyendo
de todo el mundo. Todo el mundo, hasta Ice, comenzó a tratarme con
guantes de seda. Como si se alimentaran de mis emociones, las presas
también comenzaron a inquietarse. Había una sensación de tensión en
el Pantano, una tensión tan espesa que hasta yo, que estaba sumida en
mis cosas, podía sentirlo. Era casi como la época antes de los disturbios,
cuando el estrés era tan espeso que podía cortarse con unas tijeras si
querías.
—Hola, putilla —una voz cantarina sonó muy cerca de mi oído—. ¿Me
echaste de menos?
—Sólo una.
—¿Sí?
Pisando su pie tan fuerte como pude, subí mis manos con fuerza, con los
dedos presioné entre su brazo y mi cuello. Quitándomela de encima, bajé
su brazo con toda mi fuerza.
Psycho luchó como una loba, intentando liberar tanto el cuchillo como
su mano, pero yo no iba a permitirlo.
Ella literalmente aulló esa vez, su voz aumentó tanto el tono que me vi
obligada a poner las manos sobre mis oídos y me pregunté si algún cristal
que hubiese en el cuarto se haría añicos.
Se volvió para morderme una vez más y sabía que no podría soportarlo
de nuevo, así que poniendo todo mi peso en la pierna herida, la que tenía
la mano de Cassandra atrapada contra el cemento del suelo, moví mi
pierna libre y le di un rodillazo en la cabeza tan fuerte como pude. Mi
pierna gritó en agonía, al mismo tiempo que Cassandra gritaba cayendo
sobre su espalda, atrapada solamente por la mano con mi pie.
—Muy bien —le dije tratando de controlar el temblor de mis manos, así
como mi voz—, ahora vas a escucharme, Cassandra.
Eso la hizo callar por un corto período de tiempo mientras pensaba lo que
le había dicho.
—¿Y qué clase de trato haríamos? —dijo ella con el sarcasmo saliendo
de su tono.
Ella simplemente me miró desde donde estaba en el suelo, con los ojos
de color chocolate abiertos de par en par. Podría haber Jurado que vi
una pizca de respeto en ellos. Aun así…
Algún tipo de placer perverso me llenó ante sus palabras, aunque luché
para no demostrarlo. Estaba disfrutando de este pequeño acto de
dominación demasiado, y me estaba asustando más que la idea de lo
que Ice haría si se enteraba alguna vez de esta aventurita.
Endurecí la mirada.
—Pruébame.
—Créeme, no lo hago.
Los pasos que esperaba, nunca llegaron. Entonces mi vejiga gritó una
advertencia demasiado fuerte para ignorarla. Si no salía pronto de mi
escondite, la sangre en mi uniforme no sería la única mancha que tendría
que explicar.
Me las arreglé para volver a mi celda sin que nadie con el que me
cruzada me echara más que un rápido vistazo. Una vez allí, me quité el
uniforme ensangrentado, lo tiré en el compartimiento para lavar, y me
deslicé entre las sábanas limpias con una sensación de alivio total.
* * *
Sus ojos se estrecharon aún más, hasta que brillaron en rendijas azules,
mirando a escondidas por debajo de sus elegantes cejas.
—¿Qué te pasa?
—Mmm… sip. Creo que es el estrés —Intenté una sonrisa que sabía que
se vería monótona—. Ya sabes, por mi caso y todo eso.
—¡No! No, está bien. Mira… cuando estoy muy adolorida como ahora, no
me gusta que me toquen —Vamos, Ice, capta la indirecta, por favor.
Mentirte me está matando.
—No. Espera… sí. Hay algo. Mmm… A veces la leche me hace sentir
mejor. ¿Podrías bajar a la cafetería o al economato y traerme un poco?
—Genial. Gracias.
Ella asintió con esa calculadora expresión todavía en sus ojos, luego se
volvió y salió de la celda. Cuando se hubo ido, me dejé caer hacia atrás,
contra la pared.
Maldita seas, Prycho. Maldita seas tú y tus locas obsesiones. Maldita seas
por hacerme mentirle de esta manera. ¿Por qué no puedes dejarnos en
paz?
Ice regresó justo cuando estaba dando los toques finales a mi vendaje.
Dejando caer rápidamente la sábana sobre mi cuerpo, conseguí esbozar
una sonrisa al entrar en la celda cargando cartones de leche de cuarto
de litro. Ella me devolvió la sonrisa mientras dejaba los otros dos en la
mesita de noche. Abriendo una de las cajas de cartón, me bebí todo el
contenido en un par de tragos. Estaba fría, suave y refrescante, sobre
todo con mi cuerpo deshidratado.
Logré una débil sonrisa, que fue interrumpida por un bostezo enorme.
—Bien. Tengo que tratar algunas cosas con Critter y Pony. Intentaré volver
esta noche y enviaré a alguien para echarte un ojo de vez en cuando,
¿de acuerdo?
—Está bien. Sólo por eso enviaré a Critter aquí a cada hora con un
termómetro y un poco de lubricante para tomarte la temperatura… de
la manera correcta —Sus ojos brillaron con regocijo.
Tragué saliba.
M
ilagrosamente, supongo, me las arreglé el sábado y el domingo
sin mayores incidentes. La leche hizo su trabajo, lo que me
permitió mantener los antibióticos, que a su vez, hicieron su
trabajo disminuyendo la hinchazón, el enrojecimiento y el dolor de mi
pierna, que para el lunes por la mañana, hicieron que la mordedura y la
herida del cuchillo estuvieran sanando bien, y tuve la oportunidad de
vestir de nuevo mi uniforme sin que se notara el bulto.
Aun así, después de que las puertas se abrieran para el día, esperé unos
minutos adicionales para estar segura de que Ice estuviera de camino al
taller de reparación en vez de venir a iniciar mi lunes. La mujer tenía un
sexto sentido para las cosas, y sabía que este fin de semana había
desgastado mi credibilidad al límite, si es que ella me había creído algo
en absoluto.
—¿Y?
La miré confundida.
—¿Y qué?
—¿Cómo te sientes?
—¿Bien?
Ella sonrió.
—Muy bien —escupí—. Suéltalo. ¿Por qué todos en esta maldita prisión
actúan como si tuvieran la necesidad de una buena terapia y por qué
estás ahí sentada como si acabas de comerte al canario?
—¿No? —le pregunté sorprendida por tal admisión—. ¿La mujer que sabe
cuando alguien va a estornudar antes de hacerlo? ¿La gran Corinne,
Oráculo del Pantano?
Me reí.
Para ahora ya conocía a Corinne por más de cuatro años, y podía decir
en general, cuándo su dolor era real o ficticio. Por la mirada en sus ojos,
sabía que me estaba tomando el pelo, al igual que generalmente hacía.
Aun así, me decidí a hacer lo honorable y ceder. Además, realmente
quería saber cuál sería la buena noticia.
Sonreí.
—No me tientes, hija. Solo verte en esa posición casi me haría merecer la
pena que Ice me cortara en pedacitos —Sus ojos oscuros se llenaron de
alegría.
—El sábado por la mañana, Phyllis vino a buscarte para una llamada
telefónica. Ice ya te había ido a ver y nos dijo que estabas un poco mal,
así que le pregunté a Phyllis si yo podía tomar el mensaje. Ella aceptó, y
poco después regresó con esto —Sostuvo el papel burlonamente, con las
palabras impresas solo para sus ojos.
—¡Vamos, Corinne!
Ella vio mi gemido y lanzó un suspiro dramático.
—De tu abogada, Ángel. Era Donita. No dio más información, pero Phyllis
dijo que le había pedido que se asegurara de que la llamarías cuando te
sintieras mejor.
—¡Y este sería el momento! —Sonriendo como loca, me puse de pie con
la nota impresa arrugada entre mis manos. Con un grito que casi provocó
a Corinne un ataque al corazón, salí de la biblioteca corriendo.
* * *
Cuando volví, mi color era brillante, mi pecho estaba alterado y mis ojos
estaban mojados con lágrimas de felicidad. Casi dejé boquiabierta a
Corinne mientras la envolvía en un abrazo de oso, sacándole las gafas
de su nariz y haciendo que colgaran de su cadena de plata alrededor
de su cuello.
—Creo que todos nos hemos dado cuenta de eso a estas alturas, Ángel.
La pregunta sería, ¿qué logró?
—Donita habló con el juez el viernes por la noche. Después de ver las
pruebas, ¡aceptó revocar el veredicto!
—¡El cielo bendice a los persistentes! —Corinne respiró juntando las manos
sobre su pecho—. Ángel, ¡esa es una noticia maravillosa!
—No puedo creer lo que está pasando. Aún no puedo creérmelo. Dios —
Miré alrededor con desesperación—. Tengo que ver a Ice. Tengo que
darle la noticia.
—Digger no lo sabía. Lo único que dijo fue que escuchó muchos gritos.
Cree que tendrá que ver con un trabajo de algún tipo, pero no está
segura.
—No. Volvió al taller, pero yo esperaría. Digger dijo que nunca la había
visto tan enfadada como cuando salió de la oficina. Dijo que casi arrojó
a otra presa contra la pared mientras salía.
La mujer parecía de mi edad, o tal vez un poco más joven, con una
silueta regordeta, bien redondeada, con el pelo rubio y lacio y gruesas
gafas. Su cara redonda era blanquecina y brillante por el sudor. Tenía ojos
grises abiertos de par en par detrás de las gafas, dándole una expresión
absolutamente aterrorizada.
—¡No te muevas! ¡Voy a saltar! ¡Lo juro! ¡Ni un paso más cerca!
Psycho se carcajeaba.
—¿Cómo se llama? —le grité a Critter para que me oyera por encima de
la risa de Psycho.
Le sonreí cálidamente.
—Está bien, Iris —dije con calidez—. Te he oído. ¿Me puedes decir por qué
estás ahí arriba?
—¡Sí, dínoslo, pescadita! Cuéntanos a todas tu problemita. Nos gustaría
mucho escucharlo.
Mientras Cassandra aullaba de risa, una vez más Pony se acercó hacia
su celda. Iris captó el movimiento y cambió de posición, casi deslizándose
de la barra superior.
—Recuerda que me haga pis en las bragas después, Psycho. Por ahora,
solo cierra la puta boca.
—Oblígame, perra.
—Muy bien —murmuró con dulzura—. Está bien. No voy a hacerte daño,
¿ves?
—Iris —dije dirigiendo la atención de la aterrorizada mujer hacia mí de
nuevo—. Por favor, ¿por qué quieres hacer esto? Tiene que haber algo
que podamos hacer.
—¡Ella tiene razón! —gritó Iris señalando con una mano temblorosa a
Psycho—. ¡Todo es culpa suya!
—¡Dos semanas atrapada dentro con ese… ese… monstruo! ¡No me deja
dormir, no me deja comer! ¡Me amenaza cada minuto del día! —Las
lágrimas corrían por su cara, agrandando sus ojos aún más—. Y por las
noches… ¡Cada noche, mete esa maldita y horrible rata suya en mi
celda!
Mientras escuchaba a la histérica mujer, pude ver por mi rabillo del ojo,
la sonrisa maligna de Psycho. Cuando se alejaba de la puerta, extendí
una mano y agarré a Critter, tirando de ella hacia mí.
—¿Qué?
No tuve que estar en la zona cero para saber que Heracles acababa de
hacer acto de presencia. Iris saltó en la barandilla casi como si estuviera
haciendo surfing. Su cuerpo se balanceaba violentamente a ambos
lados, mientras trataba de mantener el equilibrio, todo el tiempo mirando
al suelo y gritando sin parar.
Desde mi punto de vista, desde abajo, supe que este era el momento de
atacar, pero también me di cuenta, de que Pony y Phyllis estaban
congeladas en sus sitios, viendo la situación que se estaba llevando a
cabo. Quería gritarles para que salieran de su parálisis, pero justo cuando
abrí la boca, Iris consiguió enganchar una pierna un peldaño más abajo,
y tiró de ella hacia atrás sobre el carril, todavía gritando de terror.
Phyllis se sacó la porra y la levantó por encima de su cabeza, con los ojos
fijos en Heracles.
—Oh, está bien. Esta prisión es muy aburrida —silbó—. Ven aquí, pequeño
Heracles. Vuelve con mamá, ¿sí? —Al parecer, sin embargo, Heracles
estaba demasiado encariñado con su nueva libertad, porque ignoró las
súplicas de su ama, prefiriendo pasar de los gritos de la mujer hacia él,
con su color marrón y sus ojos pequeños y brillantes pareciendo observar
todos los ángulos—. ¡Heracles! Eres un niño travieso. ¡Vuelve aquí ahora
mismo!
Un destello naranja captó mi atención, y cuando giré la cabeza, vi a Ice
subiendo las escaleras de cuatro en cuatro, con el pelo ondeando tras
ella como una nube de tinta. Las miradas de todo el mundo se dirigieron
a ella. Incluso Iris dejó de gritar.
—Oh, Ice, ahí estás. ¿Serías tan amable de coger a mi pequeño Heracles
por mí? No parecer querer escuchar a su mamá hoy.
—Oh, sí. No temas. Verás, ocurre que por alguna extraña razón acabé
llegando a la biblioteca, cerrada y con las luces apagadas. Claro, como
estoy todo el día encerrada en mi miserable celda, he sido privada del
gran placer de conocer ese bastión de aprendizaje en carne y hueso,
por así decir, y quería la oportunidad de conocer a la gran Corinne —
Suspiró dramáticamente—. Pero por desgracia, ya era la hora del cierre
y nuestra bibliotecaria estaría de camino a su celda, me temo —Entonces
juntó las manos con una expresión de alegría casi beatífica en su rostro—
, pero no salí decepcionada. Oh, no, Porque en vez de a la gran Corinne,
me conseguí a la maravillosa ayudante, Ángel.
»Así que, la invité a entrar a uno de los armarios de pintura. Ya sabes, solo
para charlar —Se encogió de hombros.
—Bueno, no me doy por vencida sin luchar. Me las arreglé para cortarle
la pierna antes de que pudiera tirar mi cuchillo lejos. Pero eso no fue todo.
Me lancé a por mi bonito cuchillo y ella ¡me pisó la mano! —Levantó la
mano en cuestión. Me di cuenta con culpa y satisfacción a partes iguales
de que su mano estaba hinchada y amoratada—. Realmente deberías
golpearla por su impertinencia, Ice —dijo en un tono bajo, que sin
embargo, llegó a todos los oídos. Hubo algunas risas sobre ese
comentario en particular. Ice, sin embargo, se mantuvo impasible—. De
todos modos, como cualquier buena psicótica, tomé mi mejor opción.
—La mordí.
—¿Qué pasó después? —Su voz eran tan suave, que tuve que esforzarme
para oírla.
—Hicimos un trato.
—¿Cuál?
Pero ella no me miró. E incluso si por algún milagro lo hacía, supe que no
me escucharía. Nunca la había visto tan enfadada como en ese
momento. Sentí como si hubiera perdido mi mundo entero.
—¿Por qué iba a hacer un trato así? —preguntó Ice casi retóricamente.
Pero Cassandra como siempre, tenía lista una respuesta.
—¿No es obvio, querida Ice? Porque sabe que tú y yo somos tal para cual.
Irredimibles. Sabía que si te lo contaba vendrías a intentar matarme sin
pensártelo dos veces. Y así es como debe ser. ¡Es lo que somos! —Ella
ladeó la cabeza con una mirada que parecía compasión en sus brillantes
ojos—. Oh, vamos, Ice. ¿No creerás que ella cree de verdad todo lo que
dice sobre el bien todos los días, no? Acerca del valor de tu alma. ¡Claro
que no! Sabe que nunca serás nada más de lo que eres ahora. Una
asesina a sangre fría —Sonrió—. ¡Como yo! Por eso somos tal para cual.
Por eso yo nunca te mentiré, Ice. Yo sé quién eres.
Pude ver que Ice sacudía la cabeza lentamente, aunque las lágrimas
habían desdibujado mi visión. Quería gritar para negar las palabras de
Cassandra, pero mi garganta no podía abrirse lo suficiente para que las
palabras salieran.
»Que ella te ocultara sus lesiones prueba mi punto, Ice. Sus palabras son
solo palabras. Después de todo, eres una buena guardaespaldas —Ella
me miró de reojo—. Y una amante maravillosa —Se encogió de
hombros—. Y si tiene que mentirte para hacerte sentir bien contigo
misma, bueno, no es un mal modo de retornar su inversión.
Necesitaba hablar con ella, tenía que explicarle lo que pasaba por mi
mente cuando tomé la decisión que tomé para callarme lo que pasó. Yo
creía en la bondad de su corazón. No era palabrería. Nada lo era. Mi
creencia en ella era tan profunda como la piedra madre de la Tierra.
O, ¿no?
¿Podían ser las palabras de Psycho ciertas de algún modo? No, no podía
ser.
Luego saltó al otro lado de la pasarela y bajó las escaleras, saltando por
encima de la barandilla antes de bajar de la tarima y correr de vuelta al
taller de autos.
Me eché a correr tras ella, pero fui detenida de nuevo por el agarre en
mis codos.
—¡No! !Tengo que ir tras ella después de las mentiras de Psycho! ¿No lo
entiendes? Tengo que explicárselo. ¡Por favor! ¡Por favor, te lo ruego!
—Sí. Estoy segura. Simplemente deja que se calme. Creo que pronto se
dará cuenta de quien vienen esas palabras. Después de todo, es obvio
que Psycho tiene su propia agenda en lo que se refiere a Ice. Solo dale
un poco de tiempo, y estoy segura de que estará lista para escucharte.
Miré por encima de sus hombros, por el largo y vacío pasillo, deseando
que Ice apareciera. Cuando eso no sucedió, finalmente asentí.
No volví a ver a Ice ese día. Tampoco nadie a quien pregunté, o incluso
rogué. Era como si ella hubiera desaparecido del planeta.
E
staba soñando.
¡Culpable!
¡Culpable!
¡Culpable!
¡Culpable!
¡Culpable! ¡Culpable!
—¡Por favor, Peter! ¡Detén esto! ¡Ya no quiero hacerte daño! ¡Por favor,
basta! ¡No quiero hacerte daño nunca más! ¡Por favor, solo… quédate…
muerto!
Silencio.
Del tipo que te dan ganas de gritar solo para llenarlo con algo. Del tipo
que te hace saber exactamente cómo se siente ser enterrado a dos
metros bajo tierra.
Por primera vez durante este sueño, lloré. Extendí la mano para aceptar
la rosa, pero estaba muy lejos.
—Perdóname, Ice —Lloré—. Oh, Dios, por favor, perdóname. No quería
hacerte daño, por favor, créeme. Te amo, Ice. ¡Te amo!
Finalmente, me extendía hasta donde podía, con las puntas de mis dedos
rozando los suyos al tomar la rosa. En el momento en que nuestros dedos
se tocaban, ella se caía al suelo, tan silenciosa como el mundo que me
rodeaba.
Me desperté gritando.
Mis nervios eran nudos apretados, pero no podía decir si era solo por la
pesadilla o por algo más urgente. Dejé que mis pies tomaran el mando
mientras dejaba atrás mi celda, y descendía, una vez más, en las
profundidades de este infierno llamado el Pantano.
Corriendo por el pasillo ahora, abrí la puerta al exterior, casi tirando a una
presa con mis prisas. El cielo lucía de un profundo gris, una tormenta se
acercaba y envolví mis brazos a mi alrededor mientras la brisa racheada
tocaba mi piel de gallina en los brazos.
Las reclusas se movieron lentamente y sin propósito, como una colonia
de hormigas entorpecido por el frío penetrante del invierno. Incluso las
Amazonas parecían apáticas en su lugar de costumbre. Miré a mi
alrededor rápidamente, una vez más, con mi corazón sin cesar en su ritmo
frenético.
Algo iba mal. Yo no sabía qué, pero sabía que la tensión de mi cuerpo
iba creciendo. Por el rabillo de mi ojo, de repente vi a Ice de pie junto a
la valla mirando hacia el aparcamiento. Una fuerte sensación de déjà-vu
se apoderó de mí, superando la tensión. Como si siguiera soñando, crucé
el patio con pasos lentos y medidos, viendo algo del mundo exterior
revelándose ante mi visión.
Los miré y luego miré a Ice. Las líneas de su cuerpo radiaban una energía
letal y tensión. Me resistí a acercarme más, y me conformé con controlar
la respiración para tener la oportunidad de escuchar las palabras que
seguro que habría.
—Si es la infame Morgan Steele… ¿Cómo estás, Morgan? ¿Te has dejado
follar por alguna bollera últimamente? —Sus ojos centelleantes irradiaban
buen humor.
Desde mi posición, pude ver el perfil de Ice y la forma en que sus labios
dejaban ver sus dientes al retirarse en un gruñido salvaje.
Cavallo se rio.
El control de Ice se rompió. Tan rápido como una víbora, agarró la cerca
tirando hacia abajo para atrapar los dedos de Cavallo con sus propios
dedos a través de los eslabones. Su risa se convirtió en un chillido, que se
convirtió en un aullido de dolor cuando Ice con una fuerza enorme, le
cortó literalmente los dedos con las finas bandas metálicas. Su sangre
comenzó a pintar el metal en cintas de color rojo.
—Calabozo para usted, Sra. Steel. Noventa días esta vez por los civiles
amenazados. Le sugiero dejarlo ahora mismo, antes de pasar toda su
vida ahí dentro.
Había miedo en sus ojos, brillando a través del dolor como un faro.
Miró hacia abajo, luego hacia mí. Después sus ojos se tornaron tan vacíos
como lo habían estado en mi sueño, y cayó al suelo en silencio.
»Oh Dios, por favor, despierta, Ice. Por favor, no te me mueras. Por favor,
no me hagas esto. Por favor. Oh Dios. Oh Dios.
El sonido de pasos corriendo, me hizo mirar hacia arriba. Los rostros pálidos
y asustados de Sonny, Pony y Critter miraban hacia mí.
—¡Oh mierda! —gruñó Pony en cuclillas a mi lado, presionando su mano
por encima de la mía, en un intento de detener la hemorragia.
—¿Se han ido? —le pregunté a Pony, con mi punto de visión trasera
bloqueada por su cuerpo musculoso.
—Gracias a Dios.
—Estas idiotas solo están buscando una razón para hacer un motín.
Parece que encontraron una.
—¿Está…?
—Está viva… por ahora —dije acariciando con mis dedos temblorosos los
labios de mi amante—. Por favor, Ice, aguanta —susurré—. Lo siento
mucho. Por favor, aguanta. Solo un poco más, ¿de acuerdo?
Pony se llevó a algunas de las Amazonas que nos protegían con ella, y
ahora tenía la oportunidad de ver más del patio. Las internas me
recordaban a avispas furiosas, vestidas de naranja. Sus rostros estaban
enojados, sus posturas tensas, listas para explotar a la menor
provocación. Brotes aislados de violencia estallaron, apagándose
rápidamente. El estado de ánimo y las acciones de la multitud, reflejaban
la brisa intermitente que nos rodeaba perfectamente.
Podía haber sido una situación difícil, pero esta vez no lo dudé. Ice había
pedido tener la oportunidad de manejar a Cavallo por su cuenta
mientras estaba bien, así que iba a mantener mi palabra y a darle esa
oportunidad.
—Pero…
Sandra asintió.
—No puedes ir con ella, Ángel. Lo sabes. ¡Tienes que ser fuerte, tanto por
Ice como por el resto de nosotras! Estas mujeres están a un paso de un
motín. Si ven que colapsas…
Yo sabía que ella tenía razón, y en ese momento sentí una llamarada roja
de odio por ella. ¿Cómo podía esperar que me preocupara de las presas
o los guardias y un potencial motín? ¿Cómo se atrevía a esperar que yo
pretendiera que nada iba mal mientras mi corazón se estaba rompiendo
en mil pedazos? Pero su abrazo era cálido, y tierno. Y por él pude
encontrar la fuerza para tirar de mí misma, aunque solo fuera
temporalmente, aunque solo fuera una falsa cara de confianza para el
mundo exterior.
Sandra sonrió.
* * *
—¿Y bien? —Mi corazón estaba tronando tan rápido en mi pecho que
podía oírlo. Quería escuchar tanto lo que tuviera que decir, como no
quería escucharlo.
—Está en recuperación.
—¿Cómo está?
I
ce escapó hoy.
Empecé a escribir esta historia el día que la hirieron, como una manera,
supongo, de mantenerla cerca de mí durante el tiempo que
estuviéramos apartadas. Siempre he disfrutado escribir, y parece una
buena manera de pasar el tiempo.
Nunca imaginé que sería todo lo que tendría, estas palabras, estos
recuerdos. Parecen inadecuados de alguna manera, teniendo en
cuanta lo que he perdido hoy. Pero si las palabras son todo lo que tendré,
entonces continuaré escribiéndolo hasta el final, a ver a donde me
conduce.
Que sepáis, antes de seguir adelante, que Morgan Steel era (es, tengo
que creer que todavía está viva ahí fuera, en alguna parte) una buena
persona. Si no has aprendido nada más con la lectura de estas páginas,
al menos que sepas que ella se ha ganado a pulso su redención.
* * *
Morrison parecía estar peor que yo. Tenía los ojos hinchados y
enrojecidos, el pelo normalmente perfecto, era una masa de mechones
enredados, y su traje, normalmente impecable, estaba arrugado y mal
ajustado.
—¿Dónde está? —gruñó tan pronto como los guardias cerraron la puerta
detrás de mí.
—Ya sabes quién. ¿Dónde está ella? —La saliva salpicó de sus labios
gruñendo de forma poco atractiva a su escritorio de caoba.
Mientras miraba fijamente al hombre, con sus ojos fuera de las órbitas,
sentí la repentina certeza de que estaba loco. Total y completamente
loco. Tan loco como Cassandra, o más.
Esta vez se lanzó por encima del escritorio a por mí, agarrándome de la
parte delantera de mi uniforme.
Y de repente pude verlo. El hombre estaba furioso, sí. Pero más que eso,
estaba absolutamente aterrorizado. Lo pude ver con facilidad ahora que
sabía dónde buscar. El área alrededor de sus abultados ojos era blanco
y una línea de sudor recorría su labio superior y su frente.
No hay ventanas en mi celda, pero cuando estuve por fin sola y sin
esposas, me senté en la cama mirando el techo en blanco e imaginando
un manto de estrellas por encima.
—Ice —susurré—. Sé que estás ahí fuera. Sólo que no sé dónde. Por favor,
mantente a salvo. Te amo. Y por mucho que quiera verte, por favor, por
favor… simplemente… Mantente alejada. Por favor.
El sonido de una voz que podía ser tan solo de Morrison, se hizo eco de
repente a través de la prisión, silenciando toda la charla. Aunque las
palabras individuales no se oían, me daba cuenta de que el hombre
estaba en un ataque de locura furiosa. Los sonidos de una celda siendo
puesta patas arriba, llenaron el aire con destrucción. No tuve que pensar
mucho para saber qué celda estaba siendo registrada.
—¿Podrías ser un poco más específica? —Sabía muy bien lo que quería
saber, por supuesto, pero no iba a dejarme intimidar.
—Sabes que Ice escapó ayer por la noche —No era una pregunta.
—¿El Alcaide?
—¡Por supuesto que no! No he tenido ningún contacto con ella desde
que le dispararon. ¡Tú lo sabes, Sandra!
Ella me miró por un largo rato, y luego asintió, al parecer convencida por
mi sinceridad. Luego tomó otro aliento y lo dejó salir lentamente.
—¿Quién Ángel?
Yo no dije nada.
—Sí.
—¿Perdón?
—¿Y?
—¿Un túnel? —pregunté confusa—. ¿Desde el octavo piso? —La idea era
ridícula.
—Pero, ¿cómo?
—Bien. Vamos.
—Lo haré.
* * *
Y aquí estoy, sentada en mi celda, con una bombilla y una pila de papel
barato por compañía. Es casi la hora de apagar las luces, y puesto que
nadie ha venido a ponerme al día en las últimas horas, solo puedo
adivinar que Ice aún está por ahí, en algún lado. Sin embargo, ahora lo
saben Corinne y algunas de las Amazonas. Les conté algunos de mis
secretos. Creo que Ice me perdonará esté donde esté. Se merecían
saber por qué le dispararon y bajo el tipo de presión al que estaba siendo
sometida mientras trataba de sobrevivir en este laberinto para ratas día
tras día. Pero más allá de eso, se lo dije porque no podía soportar ver el
brillo tenue de decepción en sus ojos. Y un tipo de dolor. Porque Ice las
había dejado sin ni si quiera decir adiós. Creo que también esperan
perderme a mí. Que me rompa en mil pedazos. Y aunque había habido
veces hoy en que había estado a punto de hacerlo, descubrí que tenía
una fuerza interior que no sabía que poseía. Creo que es lo único que me
mantenía en pie. Eso y la esperanza de que Ice aún estuviera por ahí, viva
aunque no a salvo.
Quiero odiarla, ya sabes. Por ponerme en esta situación. Por ponernos a
todas en esta situación. Quiero, pero no puedo. Esa misma fuerza que no
me deja romperme, tampoco me deja odiarla.
Sigo esperando que llegue la ira, pero parece contentarse con esperar
su momento. Tal vez algún día cuando esté lejos de este lugar y los
recuerdos me embarguen, tal vez entonces sea capaz de gritarle. Quizá
algún día.
* * *
Cuando se abrieron las celdas en esta mañana, fui recibida por una Pony
con el rostro ceñudo.
—¿Qué pasa? —Dios, no. Por favor, no dejes que sea Ice. Por favor.
—Mira.
Mientras la pantalla daba paso a una imagen del mapa del tiempo, me
hundí de nuevo en mi silla, dejando surgir una larga exhalación.
—Joder.
Corinne resopló.
—¿Creéis todas eso, no? Todas pensáis que ella fue por ahí con un par de
socios para cargárselo, ¿verdad?
—Claro. Se la debía.
—Sonáis igual que debieron haberlo hecho los miembros del Jurado
mientras deliberaban, solo que tengo más respeto por ellos, porque al
menos ellos esperaron su juicio para condenarla.
* * *
Han pasado casi tres meses desde la última vez que revisé estas palabras
que he escrito. Mucho ha cambiado, sin embargo, mucho sigue siendo
igual.
La ira llegó mucho antes de lo que pensé que lo haría. Cuando volví a mi
celda aquella lejana mañana, me golpeó como una venganza,
haciéndome destrozar mi celda. Despotriqué. Desvarié. Di puñetazos.
Pataleé. Arrojé cosas. Grité.
Estaba enfadada con las Amazonas por creer que Ice, a fin de cuentas,
había vuelto a las andadas y no había cambiado, que era irredimible.
Estaba enfadada conmigo misma por albergar en el fondo de mi corazón
esas mismas creencias. Pero sobre todo, estaba enfadada con Ice, por
renunciar, por haber cedido, por tomar lo que me parecía el camino fácil.
Creo que podría haberla odiado un poco demasiado, en esos momentos
oscuros de rabia. Si supiera por qué había elegido ese camino, tal vez
hubiera sido más fácil para mí hacer frente a su pérdida. Pero no lo sabía.
Y me estaba matando por dentro.
En cuanto a mí, bueno, si los dioses eran bondadosos, podía ser el último
día en que me sentaba en esta celda que ya no era un hogar para mí.
Donita cumplió su palabra, y mañana tenía programado ser transferida a
la cárcel del condado para esperar que comenzara el juicio, que era al
día siguiente. Me ha traído algunas ropas bonitas para que me las ponga.
Dice que soy inocente y que debería parecerlo, en lugar de llegar a la
Corte con la apariencia de una asesina convicta. Es increíble lo mucho
que la moda ha cambiado en los cinco años que he estado aquí. Me
pregunto qué más ha cambiado. Supongo que lo mejor es mantener esa
pregunta en espera por ahora. Ya estoy bastante nerviosa por tener que
hacer frente en público a los acontecimientos que condujeron a la
muerte de mi marido hace cinco años. No he sido capaz de comer nada
sustancial (aunque la cafetería sirve algo que se podría considerar así) en
el último par de días, y el sueño parece más como un recuerdo lejano
que una realidad.
Desearía creerla.
Capítulo 18
B
ien, Donita cumplió su palabra.
No tengo nada que hacer ahora, excepto mirar las paredes fijamente y
esperar poder dormir esta noche. El miedo y la espera son extraños
compañeros de cama. Han pasado cinco largos años desde la última vez
que estuve en este lugar, y el miedo aún sigue ahí, solo que parece haber
cambiado de dirección. Hace cinco años, tenía miedo de ir a la cárcel.
Ahora temo que no vaya a salir. Y también tengo miedo de salir.
Parece que fue ayer cuando le pregunté a Ice por qué no solo siguió
adelante después de dejar la prisión. ¿Podía haber sido tan ingenua y
condescendiente? Solo pensar que eso me ocurra a mí, hace que mi
estómago se revuelva. Mi familia me ha repudiado. Todas mis amigas
están presas. Los títulos que me he ganado son casi tan inútiles como el
papel con el que están impresos. No tengo casa, ni trabajo, ni dinero. Y
aun así… todavía tengo la sensación a veces abrumadora de optimismo
acerca de todo. El mismo sentido que se desató en mí hace cinco años
cuando pensaba que estaba luchando por mi vida.
¿Sería la misma mujer que soy ahora, con la misma fuerza en sus
propósitos, si estos acontecimientos de hace cinco años hubieran
concluido de otra manera? Quizás. Tal vez, un día hubiera podido
encontrar esa fuerza por mi cuenta, la fuerza para dejar un matrimonio
sin amor y un marido que me veía más como un mueble que como una
pareja. Quizás.
* * *
Tuve un sueño.
—¡Ice! —grité en mi sueño, casi delirante de alegría. Corrí hacia ella, solo
para ser detenida por sus manos en alto—. ¿Qué? —pregunté—. ¿Qué?
—Tengo que pedirte perdón, Ángel —respondió ella, con una voz que
rivalizaba con el mejor concierto de Beethoven en su absoluta belleza
para mí.
—Por alejarme de ti. Por no decir adiós. Por no dar una explicación.
—Sí —le dije sabiendo que aún sin explicación, sin palabras, la había
perdonado, como supe por el amor de sus ojos, que en este espacio de
sueños al menos, ella me había perdonado.
Abrió sus radiantes brazos y me lancé a ellos, sintiendo todo mi corazón
desbocándose mientras me envolvía entre sus cálidos y sólidos brazos,
recordando cada curva y cada línea, cada aroma era igual al de la
última vez que nos habíamos abrazado.
Donita, muy en la tierra de la realidad, dio un paso atrás con los ojos
oscuros parpadeando con sorpresa.
—El vere… —Me senté en el catre de la celda, pasando una mano por el
pelo e intentando alejar el sueño de mis ojos—. ¿Ya? ¿Qué hora es?
* * *
Soy libre.
Mientras estoy aquí sentada, miro a un caballero joven con la que parece
ser su novia. Simplemente salen de la Corte (el buen guardia de
seguridad me dice lo diferente que te tratan cuando estás sentado a este
lado de las rejas. Casi había olvidado eso), y se dirigen hacia la puerta. Y
me vino la idea de repente. Yo también podría hacer eso. Simplemente
podría levantarme de este maltratado banco y caminar los pocos metros
que había hasta la puerta de cristal y caminar hacia la luz del sol.
Simplemente podría elegir una dirección y empezar a caminar y no parar
hasta que mis piernas no aguantaran. No habría barrotes ni verjas que me
detuvieran para mantenerme alejada, tanto a mí de la gente, como a la
gente de mí.
Soy libre.
* * *
—Tú hiciste este lugar mejor para todos nosotros sólo por estar aquí, Ángel.
Gracias. No va a ser lo mismo sin ti. Te deseo lo mejor en la vida. Sé que
te vas a sentir orgullosa de ti misma. Con un corazón como el tuyo, ¿cómo
no hacerlo?
Me volví un poco.
—Sonny, gracias por todo lo que has hecho por mí. Sobre todo por
ayudarme a recobrar mis fuerzas después de mis problemas de gripe. Has
sido una buena amiga.
—Tú nos has enseñado mucho también, Ángel. Buena suerte ahí fuera,
¿ok?
Corinne.
Fue solo con esta mujer, que era más una madre para mí de lo que mi
madre podría ser nunca, en que pude sentirme lo suficientemente segura
para dejar salir los temores sobre mi futuro cerrados herméticamente.
Como una niña pequeña y perdida, lloré sobre su hombro. Incluso la
dulce fragancia de sus bolsitas de té que siempre serían la señal de un
hogar para mí, no me servía de consuelo.
—Oh, Corinne —sollocé—. ¿Qué voy a hacer? Me siento tan perdida. Esta
es mi casa. Tú eres mi familia. No sé si lo conseguiré ahí fuera.
—Pero…
—Mi pequeño y dulce Ángel, si hay algo que me has enseñado por
encima de todo lo demás, es a tener siempre esperanza. Llévatela
contigo ahora. Te dará la fuerza que necesitas.
—¡Corinne! ¡Espera!
—Adiós —susurré.
—Bien. Tenga cuidado, ¿de acuerdo? Hay mucho loco suelto por ahí.
E
stoy escribiendo bajo la lámpara titilante de una habitación de
hotel que fue nuevo hace dos décadas, y limpio hace más o menos
el mismo tiempo, pero la puerta tiene una cerradura que puedo
abrir cuando quiera, y la cama es la más cómoda en la que he dormido
en años. Esa cama me está llamando con anhelo, e iré de buena gana
tan pronto como saque todas estas palabras de mi cabeza y las
impregne en este papel.
Salir por esa puerta y tomar aire fresco, era más difícil y al mismo tiempo
lo más fácil que he tenido que hacer. Cuando comencé a dar mis
primeros pasos hacia la libertad, el Pantano parecía decidido a tirar de
mí hacia él, como con garras invisibles clavándose en mi columna
vertebral. Mis piernas se volvieron pesadas con el esfuerzo que hacía al
alejarme. La prisión parecía susurrarme con la corriente de viento,
prometiéndome sostenerme y mantenerme a salvo si solo regresaba. Pero
no miré atrás. Era una promesa que me había hecho a mí misma y que
estaba decida a mantener. Mirar atrás solo haría las cosas más difíciles y
yo sabía eso. Así que no lo hice. Y como no lo hice, los siguientes pasos se
volvieron más sencillos, ya que se me quitó el peso de los hombros y fue
llevado a la deriva por la brisa de primavera.
El primer sonido que realmente recuerdo haber oído como mujer libre fue
la correa de sujeción de la bandera Americana golpeando con tristeza
contra su poste de metal. Era un sonido solitario, desolado y que me
pareció de mal augurio hasta que me di cuenta de que el sonido de los
pájaros era un contrapunto melódico al golpeteo de la cuerda contra el
metal. El sonido de los autos al pasar, poco comunes a lo lejos, me hizo
mirar hacia a la carretera. Los estilos de los autos habían cambiado en
cinco años. No lo había notado hasta ahora. No me fijé mucho en el
camino hacia la Corte, estando embargada por mi propia lucha
emocional. Miré a ese camino, lleno de hoyos por la helada del invierno,
curvándose suavemente sobre una pequeña colina, y me pregunté a
dónde llevaría. Mi camino estaba en ese camino, en algún lugar, sin
restricciones por el metal constante de las cadenas y barrotes y verjas.
Era tan amplio como mi imaginación y tan estrecho como mis temores.
La sirena de la libertad llamaba infinitamente más dulce que la brutal
cacofonía del Pantano, y así, a paso ligero entré en ese futuro sola, con
miedo, pero llevando conmigo misma la esperanza de que las cosas me
iban a salir bien en esta nueva vida que estaba siendo instada a tomar.
Parejas jóvenes pasaban con las manos entrelazadas y sus caras con la
felicidad que da el amor de la juventud, con una sonrisa que parecía
grabada de manera permanente en las líneas de mi propio rostro hacía
poco. Me embargó una oleada de envidia tan fuerte que me quedé sin
aliento allí sentada, viéndoles pasar lentamente importándoles solo el uno
al otro. Cuando pude respirar de nuevo, me di cuenta de que una joven
madre había venido a sentarse a mi lado, mirando a sus dos hijos
pequeños perseguir patos mientras trabajaba en su labor de costura con
las manos moviéndose rápidamente con habilidad casual. Conversamos
brevemente sobre cosas sin importancia y me relajé de nuevo poco a
poco. Cuando se fue, sujetando con cuidado a sus hijos por sus manos
sucias y llevándoles de vuelta, no me cabe duda, a sus vidas seguras y
cómodas, me contenté con ver el juego de luces del agua ondulante.
Dejé mi mente vagar en blanco durante un largo momento,
concentrándome solo en este momento de paz y soledad perfecta, sin
pensamientos sobre el futuro o el pasado.
La moto sonó más cerca y parpadeé con rapidez, con los ojos
repentinamente secos.
Mantén la calma.
Mantén la calma.
Mantén la calma.
Parpadeé.
Los ojos.
Parpadeé una vez más, poniendo mi mano como sombra para mis ojos y
poder ver. Un paso y el sol fue bloqueado por un cuerpo alto, dejándome
libertad para poder mirar esos magníficos ojos, cautivantes y azules.
Azules como la parte más caliente de la vela de una llama. Azul como el
centro de un bloque de…
Mis palabras salieron como un torrente de agua sobre una presa rota.
»¡Oh, Dios mío! ¡Pensé que estabas muerta! ¡Pensé que te habían
matado! ¿Cómo has llegado aquí? ¿Qué te pasó?
Su mirada era tan cariñosa y tan intensa que sentí que mis mejillas se
ruborizaban. Riendo débilmente por la vergüenza, sequé mis lágrimas, en
pie como podría estar un soldado durante la revisión antes de un desfile.
Por el rabillo del ojo, me di cuenta de algunas miradas curiosas que
lanzaban los transeúntes. Miré de nuevo a Ice, de nuevo nerviosa.
»No deberías estar aquí —le dije en un susurro que esperaba que pudiera
oír a través de su casco y capucha—. La policía te está buscando. No es
seguro que estés aquí. Podrían… haberme seguido.
Sabía que estaba sonando como una idiota paranoica, pero mis temores
eran reales. Sus ojos se calentaron en una sonrisa de nuevo mientras
lentamente negaba con la cabeza.
Entonces, por primera vez habló con voz algo ahogada, pero
exactamente como la recordaba.
—Te he estado siguiendo toda la tarde —Se me elevaron las cejas con
incredulidad.
* * *
—Era lo que tenía que hacer —dijo en voz baja mirando la mesa frente a
nosotras.
—No lo entiendo.
—Lo sé.
—Entonces supe que no podía volver. Tenía que… llevar las cosas con
cuidado para que su amenaza no se hiciera realidad—. Me miró
brevemente antes de mirar hacia nuestras manos de nuevo—. Estaba
encadenada a la cama por unas esposas alrededor de mi tobillo, pero
las dejaron mal puestas —Se encogió de hombros—. No me fui difícil
ocuparme de eso. Luego solo era cuestión de esperar la oportunidad
adecuada —Tomó una fuerte inhalación y la dejó salir lentamente—.
Cuando llegó, me escapé.
—¿Los mataste?
—¿Por qué?
—Oh, Ice…
—Por tanto, me alejé. Le dejé allí sin que se diera cuenta de lo cerca que
estuvo de no volver a despertar. Cuando salía de su casa, vi un bloc de
notas junto al teléfono de la planta baja. El nombre de unos de los lugares
favoritos de Salvatore, un restaurante italiano en Pittsburgh, estaba escrito
en el bloc junto con la hora y el nombre de Sal escrito debajo. Sabía que
era una cita y casi subo de nuevo las escaleras para acabar el trabajo.
—Pero no lo hiciste.
—En realidad no. Yo era un problema que no podía permitirse. Así que le
di mi información, di mis condolencias por la muerte de Josephina y me
fui. No puedo decir que sintiera verme marchar. Y yo no sentí marcharme.
Me di cuenta, justo en ese momento, de que esa no era una vida que
quisiera volver a vivir de nuevo jamás.
—¿Qué hiciste?
Ella sonrió.
—Creo que en ese momento estaban más preocupados sobre quién iba
a entrar en la ciudad que sobre el que fuera a salir. Sabía que Morrison
entraría en pánico cuando se enterara de mi huida. Me imaginé que una
gran parte de las fuerzas policiales estarían custodiando el Pantano.
—¿Cómo lo supiste?
Di un grito ahogado.
—Tú. Nooo.
—Oh, sí.
»!Maldita sea! ¡No puedo creer que ella me ocultara algo así!
—Pero, ¿por qué? Ice, ¡pensé que habías muerto! ¿Tienes idea de por lo
que pasé?! ¿Tienes alguna idea?!!!
—Sí —dijo en voz baja—, pero era lo único que podía hacer.
—Así que… ¿me has estado espiando, eh? —le pregunté chocando su
hombro con mi cabeza.
Ella me sonrió de lado.
Asentí
—¿Por qué no ibas a decir nada? —No pude ocultar el dolor en mi voz, y
la sentí tensarse a mi lado.
—Ángel, ahora eres una mujer libre. Una mujer inocente. Puedes ir a
cualquier parte. Hacer todo lo que desees hacer en esta vida. No podía
meterme de nuevo en tu vida, viviendo huyendo, siempre mirando sobre
mi hombro a la espera de que algún oficial de policía o cualquier
ciudadano me reconozca —Suspiró—. Pero luego, te vi en el parque, vi
la luz del sol jugando con tu cabello y no pude… No pude irme sin decirte
que te amaba, sin despedirme de ti. Al menos te merecías eso. Y
entonces, cuando te tuve en mis brazos, no pude hacerlo. No pude
dejarte ir. No importó lo mucho que quisiera, no pude. Sé que no es justo
para ti y no te estoy pidiendo que te quedes conmigo. Sólo sé que tenía
que decirte más que un simple adiós. Necesitaba explicarte las cosas.
Necesitaba… que no me odiaras.
La mirada en sus ojos era tan perdida, tan infinitamente triste, que me
rompió el corazón en dos.
—Pero…
—No puedo dejar que pierdas la oportunidad de una nueva vida por mi
culpa, Ángel. No es que no lo aprecie, porque créeme, lo hago.
—Entonces, lo que me estás diciendo es que sólo soy tan libre como tú
me permitas que lo sea, ¿es eso?
Mis manos trabajaron con destreza y seguridad sobre los poco familiares
botones, cremalleras y hebillas de sus prendas de cuero, necesitando
sentir la calidez de su cuerpo.
Ella gimió ante el primer toque de mis dedos en su piel y dejé que toda la
fuerza de mi amor y pasión por esta notable mujer me arrastrara con ella.
Fui de buen grado hacia la luz de mi recién descubierta libertad.
* * *
Hemos decidido salir para Canadá por la mañana. Para intentar tener
una vida en la tierra que me hizo tan feliz cuando era niña. Atravesar la
frontera podría ser complicado, pero Ice confía en que podremos
hacerlo. La oportunidad de poder compartir ese lugar de ensueño con
ella es todo lo que podría desear en este mundo.
Fin
Nota de la autora
Así que… Quién quiere saber cómo les va a Ice y a Ángel en Canadá, ¿eh? ;)
Sue,
9/06/99
Biografía de la autora
S
usanne M. Beck es enfermera y una autora publicada que vive en
Atlanta, Georgia. También es una autora muy popular en la red bajo
el seudónimo de Sword'n'Quill.
SwordnQuil@aol.com
Serie Ángel & Ice
#2 Retribución
Ice y Ángel llegan a Canadá e intentan formar una nueva vida en una
pequeña ciudad, intentando superar sus pasados y creando un futuro
juntas.
#3 Restitución
Ice finalmente buscar restituir sus pecados para encontrar la paz y tener
un verdadero futuro en libertad con la mujer que ama.
Únete a la causa. Traigámoslas de vuelta!!
https://www.facebook.com/Xena2011MovieCampaign
http://www.gopetition.com/petitions/xena-warrior-princess-movie.html
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