100% encontró este documento útil (24 votos)
8K vistas505 páginas

Susanne M. Beck - Redención

Desde una cárcel de mujeres en la época actual conocida como el Pantano, Ángel cumple condena por asesinato, y nos cuenta su historia, que sigue el drama cotidiano de la vida en un entorno donde la violencia es el estado predominante del día, la lucha por la supervivencia consume la mayor parte de las horas, y la desesperación se mete en el alma. Brillante, amable y decidida a no ceder a la desesperación, Angel se hace un lugar dentro de la prisión, sobreviviendo a unos primeros encuentros con las reclusas más violentas. se convierte en una reclusa respetada y conocida por sus habilidades en la adquisición de cosas para las presas. Es una habilidad que le traerá la atención de la infame delincuente Morgan Steele, cuando la legendaria presa más conocida como "Ice " vuelve a la carcel. Ambas sentirán una conexión que no podrán explicar y no dejará de crecer con el tiempo y las hará más fuertes y vulnerables que nunca en su camino a la redención.

Cargado por

LeiAusten
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
100% encontró este documento útil (24 votos)
8K vistas505 páginas

Susanne M. Beck - Redención

Desde una cárcel de mujeres en la época actual conocida como el Pantano, Ángel cumple condena por asesinato, y nos cuenta su historia, que sigue el drama cotidiano de la vida en un entorno donde la violencia es el estado predominante del día, la lucha por la supervivencia consume la mayor parte de las horas, y la desesperación se mete en el alma. Brillante, amable y decidida a no ceder a la desesperación, Angel se hace un lugar dentro de la prisión, sobreviviendo a unos primeros encuentros con las reclusas más violentas. se convierte en una reclusa respetada y conocida por sus habilidades en la adquisición de cosas para las presas. Es una habilidad que le traerá la atención de la infame delincuente Morgan Steele, cuando la legendaria presa más conocida como "Ice " vuelve a la carcel. Ambas sentirán una conexión que no podrán explicar y no dejará de crecer con el tiempo y las hará más fuertes y vulnerables que nunca en su camino a la redención.

Cargado por

LeiAusten
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Está en la página 1/ 505

Redención

Serie Ángel & Ice #1

(Sword'n'Quill)
Susanne Beck
Índice

Sinopsis
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo12
Capítulo13
Capítulo14
Capítulo15
Capítulo16
Capítulo17
Capítulo18
Epílogo
Nota de la autora
Biografía de la autora
Libros de la Serie
Sinopsis

D
esde una cárcel de mujeres en la época actual conocida como el
Pantano, Ángel cumple condena por asesinato y nos cuenta su historia,
que sigue el drama cotidiano de la vida en un entorno donde la
violencia es el estado predominante del día, la lucha por la supervivencia
consume la mayor parte de las horas, y la desesperación cala en el alma.

Brillante, amable y decidida a no ceder a la desesperación, Ángel se hace un


lugar dentro de la prisión, sobreviviendo a unos primeros encuentros con las
reclusas más violentas y se convierte en una reclusa respetada y conocida por
sus habilidades en la adquisición de cosas para las presas. Es una habilidad que
atraerá la atención de la infame delincuente Morgan Steele, cuando la
legendaria presa más conocida como Ice vuelve a la cárcel.

Ambas sentirán una conexión que no podrán explicar y no dejará de crecer con
el tiempo, y las hará más fuertes y vulnerables que nunca en su camino a la
redención.
Créditos

Traducido por Xirant, mom1977 y Dardar


Corregido por Dardar
Diseño de documento y portada por Dardar
Editado por Xenite4Ever 2015

Agradecimientos especiales a la autora por escribir este maravilloso libro y


dejarnos traducirlo al español.

Dedico la traducción de este libro a mi Ángel particular,


ya que por ti se ha traducido.

Descargos: Los personajes de esta novela son de mi propia creación. Esta


es una historia Uber. Algunos pueden tener un parecido a esos personajes
que conocemos y amamos y que pertenecen a PacRen y Universal
Studios.

Violencia y lenguaje obsceno: Sip, ambos. Y bastante de cada uno, para


ser sincera. Esto tiene lugar en una prisión, y donde hay delincuentes,
habrá violencia y malas palabras.

Subtexto: Sip, hay eso también. Este relato está de acuerdo con el amor
y la expresión física de ese amor, entre dos mujeres adultas. Hay algunas
escenas gráficas localizadas dentro de esta obra, pero he intentado
hacerlas tan de buen gusto como me fue posible para evitar no herir las
sensibilidades de nadie. Dejadme saber si he tenido éxito.
Capítulo 1

M
i nombre es Ángel, y por aquí, soy conocida como la mujer que
puede conseguir lo que necesites. Aquí, en realidad, es el
Correccional de Mujeres de Rainwater, más generalmente
conocido como el Pantano porque está rodeada de un bosque seco de
cedros y por un pantano de arándanos. Eso probablemente es más de lo
que necesitas saber, pero me prometí, cuando empecé a escribir esto,
que daría lo mejor de mí para no omitir nada y ahora sabes el nombre de
nuestra pequeña comunidad.

Como puedes haber supuesto, mi nombre realmente no es Ángel, pero


voy a salvarnos a ambos de un puñado de dolor en el corazón y
simplemente me apegaré al nombre con el que soy conocida por aquí.
Los nombres son muy importantes en el Pantano. Conseguir uno significa
que has tenido éxito dominando algún rito de pasaje metafísico en el
cual realmente no se conocen las reglas y jugadores después de que has
tenido éxito. Un día te están llamando por tu nombre real y pegándote a
cada oportunidad; al siguiente, obtienes alguna clase de estatus y el
abuso parece disminuir. O nunca se detiene del todo, a menos que
realmente tengas suerte o seas muy, muy fuerte, pero por lo menos
puedes cerrar los ojos por la noche bastante segura de que tu cuerpo
estará más o menos en la misma forma que antes de que te fueras a
dormir. Y créeme, en un lugar así, eso es muy importante.

Dicen que me dieron el nombre Ángel debido a mis miradas inocentes.


Y, mirándome en el espejo, supongo que eso es bastante cierto, aunque
puedo decirte que la cara que me mira no es la misma que entró hace
cinco largos años en este lugar. Entonces, mi pelo era muy largo y más
rojo que rubio. Mi rostro era terso y mi figura, lo que podrían describir,
supongo, como joven y torpe. Ahora mi pelo es corto y rubio, mi cara
tiene líneas agregadas por el sol y las preocupaciones tanto más que por
el simple envejecimiento, y mi cuerpo tiene músculos que harían, incluso,
a un instructor de aeróbic ponerse celoso.

Mi tiempo aquí me ha cambiado ciertamente, y no todo para bien. Pero


me gustaría pensar que por lo menos he podido retener algo de esa
inocencia juvenil que entró en este lugar conmigo. Y créeme cuando
digo que eso es muy difícil de conservar aquí. He visto a mujeres buenas
convertirse en asesinas sin corazón en el Pantano. He visto a mujeres
fuertes acabar con sus propias vidas con un cinturón. Por la gracia de
Dios, imagino.

Supongo que si voy a ser totalmente honesta, podría decirte en primer


lugar por qué me encerraron. En 1978 me declaré culpable de asesinato.
De mi marido, para ser precisa. Claro, la mayoría de las mujeres en el
Pantano te dirán que están aquí siendo inocentes. Yo no soy ninguna de
ellas. Yo sí maté a mi marido. Oh, eso no es lo que quise decir, pero como
dicen, el muerto está muerto.

Mi historia es bastante parecida a la de cualquier otra. Simplemente una


muchacha de pueblo pequeño, básicamente desesperada por
escaparse, agarrándome a lo primero que me sacase de allí. Mi boleto
pasó por mi novio de secundaria; un dulce, aunque bastante embotado,
muchacho que pasó de camino a un trabajo en alguna fundición de
acero o algo parecido en Pittsburgh. Él quería compañía y yo irme, así
que escapamos, encontramos al primer Juez de paz que nos casara sin
permiso de nuestros padres, e instalamos nuestro hogar en un suburbio de
Pittsburgh. Si ignoras los escuadrones de cucarachas que compartieron
nuestro apartamento con nosotros, vecinos ruidosos y tiroteos a mitad de
la noche, nuestros primeros seis meses jugando a las casitas juntos, como
una pareja de adultos de buena fe, fueron bastante sencillos. Conseguí
un trabajo como secretaria y otro para los fines de semana en un
almacén local mientras mi marido trabajaba por las noches en un molino.
No conseguimos vernos demasiado, pero en el momento, me consolaba
simplemente con haber conseguido salir de la sombra opresiva de la vida
del pueblucho, así que no tenía tiempo para estar sola.

Entonces Peter, mi marido, empezó a llegar más tarde y después cambió.


Dijo que estaba trabajando horas extras para que pudiéramos comprar
cosas mejores, y yo le creí. A partir de ahí, días enteros pasaron sin tener
noticias de él y empecé a sospechar que las cosas no iban de la manera
en que debían. Entonces él venía a casa con esas borracheras que olían
a sexo y licor barato y comprendí que había cometido un error muy
grande. Pero como muchas mujeres jóvenes, y quizá eres una de ellas, yo
estaba demasiado avergonzada para pedir ayuda a mi gente. Además,
siempre he sido de fuertes y optimistas convicciones. Pensé que podría
cambiarlo. Claro, estaba equivocada.
Lo que yo llamaba intentar cambiar los hábitos de mi marido para mejor,
Peter lo llamaba la bronca. Él venía borracho a casa, yo comenzaba a
regañarlo, y las peleas empezaban. No eran tan malas al principio.
Principalmente gritos. Entonces él terminó volviéndose un hombre
habilidoso con sus puños y yo demostraba mis habilidades histriónicas
incipientes, explicando cómo podía golpearme en la cara con una
puerta de armario en el mismo lugar exacto tres semanas seguidas.

Claro, ya sé que hay muchos de vosotros ahí, simplemente sacudiendo


las cabezas y preguntándoos por qué no sólo me levanté y dejé al
bastardo. Yo me he hecho esa misma pregunta más veces de las que
puedo recordar desde que llegué a este lugar. Todo lo que puedo decir,
es que no tengo ninguna buena respuesta. Yo era joven e ingenua y
estaba asustada. Pero sobretodo, estaba intentando agarrarme a
cualquier cosa que no me hiciera pensar que estaba tirando mi vida por
el retrete.

Una tarde, Peter vino casa apestando a prostituta barata y exigiendo sus
derechos de esposo. Cuando me negué, me arrojó a la cama y
comenzó a hacer jirones mi ropa. Estallé. Yo había tomado la costumbre
de dormir con un bate de béisbol al lado de mi cama, en un sentido de
protección contra intrusos. Nunca pensé que necesitaría usarlo contra mi
propio marido. Pero lo hice. Dios sabe que no quise matarlo, sólo aturdirlo
bastante tiempo como para escaparme. Pero cuando esa madera entró
en contacto con mi mano, bien... Yo realmente no puedo explicarlo. Era
como si supiera manejarlo como un arma y exactamente, eso hice.
Todavía puedo recordar el sonido cuando chocó en su cráneo. Aún me
pone físicamente enferma el recordarlo. Él se puso flácido y lo empujé
fuera de mí. Estaba muerto antes de que tocara el suelo. Por lo menos
eso es lo que el juez dijo en el juicio, y yo no tengo ninguna razón para no
creerlo.

Decir que estaba completamente devastada después de lo ocurrido,


sería ponerlo de manera muy sencilla. Sin embargo, en el momento, todo
parecía tan surreal, como una película de clase B muy mala. Estaba en
la encrucijada de mi vida; un lugar dónde tendría que tomar la decisión
más importante a la que jamás me había enfrentado. ¿Debía correr?
Nosotros vivíamos en un barrio muy malo. Existían posibles soluciones, la
policía podría haber creído que era un robo simple que había dado un
giro inesperado. ¿O debía quedarme y encarar el hecho de que había
tomado una vida humana?

La madurez es una cosa cómica. Uno nunca sabe cómo va a entrar en


su vida. La mayoría de las personas apenas avanza ganando la madurez
gota a gota mientras envejecen. No saben que han madurado
totalmente hasta que se encuentren haciendo el mismo comentario a
otro que sus padres les hicieron a ellos. Es un momento terrorífico. Para mí,
la madurez caminó apenas detrás de mí y me taladró en el hombro. En
un momento, yo era una muchacha joven sollozando que había tenido
que matar a mi marido en defensa propia. Al siguiente, ya era una adulta
hecha y derecha, con un teléfono en mi mano, lista para asumir la
completa responsabilidad por mis acciones. La madurez no siempre es
todo lo que debería ser, sin embargo. No viene con un manual de
instrucciones, y créeme, debería hacerlo. Cuando la policía vino a mi
casa, yo hice la peor cosa que podría hacer alguna vez. Confesé.

Ahora recuerda que yo crecí en un pueblo pequeño donde el peor


crimen que nosotros oímos en la vida vino de la Señora Simpson que
consiguió otra multa por conducir en el lado contrario de la carretera. Yo
fui criada para creer que la policía era tu amiga y uno siempre debía ser
honesta con ellos. Así que eso es lo que hice.

Me vi esposada en la parte de atrás de un automóvil de la escuadra


antes de que la idiotez de mis acciones floreciese totalmente en mi
cerebro. Aun así, continué con ese optimismo ingenuo por el que soy bien
conocida aquí, en un lugar como éste, tan cercano al infierno como
jamás esperé encontrarme. Quiero decir, la evidencia estaba clara, al
menos desde mi punto de vista. Mi ropa estaba hecha jirones y tenía
golpes y moretones tanto viejos como nuevos, decorando mi cuerpo, con
lo que yo creía, un mudo testimonio del maltrato ebrio de Peter. No podía
permitirme el lujo de un abogado, y también estaba demasiado
mortificada como para llamar a mis padres, así que la Corte me asignó
uno. Era un tipo más bien viejo que siempre lucía una incipiente y
poblada barba matutina, no importaba cuán temprano por la mañana
viniese a verme. Sus trajes eran chillones, sus camisas siempre
manchadas, y apestaba a esas pastillas rojas que la gente consumía para
disfrazar el olor a whisky y cigarros. Tenía un lunar grande en su lóbulo
derecho y siempre que me escuchaba hablar, constantemente lo
frotaba, como intentando, por la pura fricción, alejarlo. Pero sin embargo,
tenía fe en él y su brillante portafolio y le dije todo lo que pude sobre el
infierno viviente que mi vida se había vuelto en los últimos seis meses. Él
siempre parecía distraído, como si escuchase un sonido que sólo él podía
oír. Mientras yo le explicaba las circunstancias, él garabateaba las cosas
en su gran bloc amarillo, usando un lápiz mecánico cuya punta
invariablemente rompía durante las partes más importantes de mi
declaración. Nos pasaríamos el tiempo restante buscando otro.
Consiguió ser una pena tal que incluso las guardias de la cárcel del
Condado dónde yo me alojaba mientras el juicio estaba pendiente,
apenas pudieron ocultar sus miradas de simpatía cuando le traían otro
bolígrafo.

Los días entre mi arresto y el juicio se prolongaron interminablemente.


Aparte de hablar con mi abogado, todo lo que podía hacer sentada en
mi diminuta celda y en mi diminuto espacio era intentar descifrar los
grafittis de las personas que habían sido alojadas aquí antes de mí. Las
escrituras de la cárcel van de lo profundo a lo sublime y si llega el día en
que pueda salir de aquí, caminando como una mujer libre, espero escribir
una tesis sobre ellos.

No entraré en los detalles del juicio. Basta con decir que estoy escribiendo
desde los vestíbulos benditos del Pantano, el veredicto realmente no fue
cuanto yo había esperado. Mi cuerpo machacado y ropa destrozada
que yo había asumido demostrarían mi caso, fue manifestado como las
marcas del forcejeo de un hombre valiente contra la rabia de una esposa
celosa y mortal, en cambio. Mi súplica de defensa propia se desmenuzó
ante mis ojos y antes de darme cuenta, era una criminal, declarada
culpable y con una condena por homicidio en segundo grado.

La parte de católica y cristiana de mí dio la bienvenida al veredicto y la


condena subsiguiente, siete años de vida, como una penitencia
justificada por mis pecados. El resto de mí creció rojo con la rabia. Y
créeme cuando te lo digo, el color de la rabia es rojo. Todo luminoso y
brillante, como sangre recientemente derramada, e imposible pensar en
el pasado una vez que te atrapa con su agarre hambriento.

Si rojo es el color de los enfurecidos, el color de la desesperanza es verde.


El verde industrial, de la pintura barata que adorna el interior de mi más
nueva casa, el Correccional de Mujeres de Rainwater. Es el color de la
esperanza perdida y los sueños estrellados. Es el color monocromático y
chato de la pérdida de la inocencia.
En los cinco años desde que entré por primera vez por las puertas
abolladas de acero, ese color se ha vuelto más en una bendición que
una maldición, pero cuando posé por primera vez los ojos en él,
experimenté la extraña sensación de una gran ola oceánica, verde,
sedimentosa y violenta, elevándose sobre mí y llevándome abajo con ella
a descansar, rota, al fondo de su casa oceánica. Era un tipo extraño de
sensación, casi familiar, como si me hubiese pasado antes, en alguna
desconocida vida pasada.

Claro, normalmente no soy el tipo de persona que cree en el karma, vidas


pasadas o proyección astral, pero si puedo utilizar alguna de estas ideas
de lo más profundo de mi subconsciente para encontrar consuelo estoy
dispuesta a utilizarlas. Ese sentimiento me mantuvo sensata aquellos
primeros meses de mi nuevo encarcelamiento.

* * *

Cuando miro hacia atrás, a las cuatro páginas que he logrado escribir
entre los sonidos metálicos de choques y gritos de una noche de cárcel
húmeda, comprendo que me he marchado en una tangente increíble.
Esta historia no ha querido centrarse en mí, no realmente. Pero, ya que
soy una gran parte de esta narrativa, siendo la que lo escribe por así decir,
continuaré de esta manera con la esperanza de que no lo encontréis
muy infructuoso y en extremo aburrido.

Como dije antes de desviarme hacia este lateral un poco extenso, soy
conocida aquí como la persona que puede conseguir cosas. Claro, sé
que eso me hace parecer como si fuese una chica importante en el
campus y, de hecho, me da una afortunada influencia con los guardias
y prisioneras por igual, pero principalmente, significa que muchas de mis
compañeras, algunas realmente importantes a quienes les gustaría, por
otra parte, ver de qué formas interesantes pueden torcer mi nariz, en
cambio vienen a mí con el más diminuto fragmento de respeto que brilla
en sus ojos. Claro, a pesar de la depravación de mi crimen, soy todavía
en el fondo una Señorita de un pueblucho de América. Lo que significa,
en castellano, es que sólo yo consigo lo que otros no podrían conseguir
por sus propios medios, y eso de una manera totalmente legal.
Así, si no traen tu marca de cigarros, o si estás queriendo negociar una
visita conyugal con tu hombre, o cualquiera de otras cientos de cosas
pequeñas, yo soy la persona que vienes a ver. Porque realmente no
tengo mucha necesidad de cobrar altos intereses, sólo marco el precio
ligeramente sobre el costo. Una muchacha debe ganarse la vida de
algún modo, y para mí esto es tan bueno como cualquier otra cosa. He
podido desarrollar una buena relación con los guardias, y las prisioneras
que normalmente se divierten pillando a una mujer como yo, me dejan
en paz. Así que funciona bastante bien para mí, como puedes suponer.

Supongo que para mantener esta narrativa completa, debo desandar


un poco, una vez más, y hablar un poco sobre la estructura jerárquica de
esta prisión estatal en particular. En los ocho años que he estado aquí, he
visto a dos Alcaides llegar a la oficina. El primero, una mujer con el
nombre de Antonia Davis: era el sueño de cada escritor, si él o ella
estuvieran intentando pensar en un estereotipo del Alcaide para un
revival de una de esas horribles mujeres de prisión de las películas de los
años cincuenta. Su pelo rubio siempre se mantenía en el más severo de
los recogidos y sus labios siempre se cubrían pesadamente con un color
rojo tan común como para calentar motores y señoras. Llevaba su
uniforme por lo menos dos tallas más pequeño, como para mostrarnos el
tamaño de, cómo calificarlo, sus recursos, y que ella era la mandamás.
También era conocida por tener un apetito voraz, tendiente hacia
jóvenes núbiles y rubias, frescas de las calles. Como un miembro de ese
género en particular, siempre consideré una especie de milagro el no
haber caído bajo su escrutinio. En este caso, me consideré bendecida,
ya que sus conquistas nunca acababan bien una vez que se cansaba de
ellas. Antonia era la querida de las bandas de la prisión, un asunto en el
que profundizaré con más detalle más adelante. Ella devolvía sus favores
con pasión y ellas, con la suya. Baste decir, por ahora, que cuando
Antonia superó su última convicta del día, echaría las sobras a sus
animales domésticos de la prisión. Lo que quedó después de que ellas
hubieron terminado no fue bonito. Su caída sobrevino cuando le permitió
a sus hormonas gobernar su mente y escogió a la prisionera equivocada
para amar y dejar.

Podrás recordar, si has estado por los alrededores lo suficiente, la historia


de Missy Gaelen, la hija de un Senador del Estado que fue pillada
comprando la droga equivocada al proveedor equivocado en una
enorme redada policial. Ni todo el dinero y prestigio del Senador,
pudieron salvar a su hija de la trampa en la que ella misma se había
metido, aunque él logró conseguir reducir su sentencia de cinco a diez
años a una condena de dos años más uno de servicio comunitario. Nada,
sin embargo, podría prevenirla de caer en el Pantano, y por consiguiente
caer bajo la mirada apreciativa y rapaz de Antonia Davis. Esta Missy era
una belleza, no hay ninguna duda. Alta y delgada, tenía un impactante
pelo rubio que daba volteretas en olas gloriosas bajo sus profundos ojos
verdes que parecían fundirte mientras miraban en las profundidades de
tu alma. Ella también cayó en las drogas que consumieron su existencia
de manera tal que su belleza palideció comparada con su necesidad
voraz.

La Alcaidesa Davis enganchó sus garras en Missy realmente deprisa,


descubriendo el camino más rápido al corazón de la bella joven: las
drogas comerciales a cambio de los favores sexuales. A dos meses ya, la
relación había durado mucho más que las conquistas anteriores de
Antonia, pero al fin, ella encontró a su concubina esperando y la echó
en el tanque con sus queridas tiburones, atreviéndose éstas a hacerle lo
peor. No fueron las palizas repetidas y el sexo áspero. Más bien, era la
pérdida abrupta de sus drogas lo que costaron su vida. Su cabeza las
había extrañado más de la cuenta una noche, y por la mañana siguiente,
encontraron en el cuarto de lavado, su frío y blanco cadáver como las
sábanas que ella había envuelto a su alrededor en una pesadilla
alucinógena por la suspensión de droga. La causa de muerte fue
descubierta fácilmente y la Alcaidesa Antonia Davis, contaminadora de
la inocente, e igual de culpable, se fue en una llama de gloria;
encontraron en su escritorio su revólver de servicio, algo que ella amó usar
en sus juegos de poder sexual, agarrado a un frío puño muerto. Como
pago por no usar su considerable influencia cerrando en un abrir y cerrar
de ojos el penal entero, al Senador Gaelen se le permitió escoger al
próximo Alcaide. Y él escogió, trayendo a un hombre que tenía tanta
experiencia en la administración de un sistema de prisión como yo en la
cría de pollos. Es decir; ninguna. Lo que sí tenía, este hombre con el
nombre de William Wesley Morrison, es que era el Pastor de la iglesia de
Pentecostés más grande en Pittsburgh y su contorno circundante.

William Morrison es un hombre que lleva su religión, como una insignia de


oficina, en su manga. También es el hombre que, a través de sus regalos
de oración, pudo conseguirle al Senador, encima de esa joroba del
examen final y en la Casa del Estado, unos cuantos votos extra. Morrison
siempre había expresado un deseo ferviente de atender a un grupo de
las prisioneras ateas y, como patrocinio es lo que sobra en este país, su
espalda fue sobada bastante bien por el Senador de Pittsburgh como
pago por los servicios prestados.

La nueva escoba barrió a través del Pantano con pasión. Desaparecieron


todo tipo de adornos personales que individualizaran a las reclusas. Los
monos anaranjados luminosos, diseñados para destacar del resto de
sociedad como la proverbial Letra Escarlata, se volvieron el nuevo
uniforme de las condenadas. Las celdas fueron revueltas, los artículos
personales quitados y reemplazados con crucifijos y biblias. Un cuadro de
los Diez Mandamientos se colocó en todos y cada una de las celdas de
la prisión, como para asegurarse de que supiésemos exactamente cuáles
eran las reglas que estábamos rompiendo. Se confiscaron cosméticos,
joyería, radios y televisiones. Las horas de comer fueron precedidas por
oraciones y los domingos, el culto de la capilla era obligatorio sin importar
en cual Dios creyeses o dejases de creer.

Él no es una blanca azucena, a pesar de ser el más cuidadoso en cuanto


a apariencias. William Morrison, casi inmediatamente después de
instalarse en su alta oficina, hundió sus dedos en muchos de los pasteles
de la prisión y, si los rumores de la prisión son ciertos, se hizo un hombre
muy rico. Codiciar los bienes de tu prójimo al parecer no es un
mandamiento que Morrison necesitase seguir, y si la red de la prisión daba
cualquier indicación de ello, pronto estará teniendo un rudo despertar.
Esto también se profundizará después en esta historia, y con mucha
satisfacción, podría agregar.

El Alcaide, los guardias y las diferentes prisioneras que llegan, hacen que
nuestro grupo sea bastante extraordinario. La guardia en jefe es una
mujer con el nombre de Sandra Pierce y a los ojos de las prisioneras, ella
es una merced divina. Alta y ancha de cuerpo, con brazos que un
culturista envidiaría, su sola presencia física es bastante para intimidar a
todos, al menos a la mayoría de las reclusas más depravadas. Debajo de
todo eso, sin embargo, lleva un corazón que es compasivo, afectuoso y
considerado. Sus ojos avellana siempre están centelleando, como
riéndose de un chiste que sólo ella conoce. Sus compañeros guardias
siguen bien su ejemplo, ya sea riesgo de expulsión o lo que sea. Pero, por
reducciones en el sistema de la prisión, que es lo que ellos son, no hay
bastantes personas que estén deseosas de simplemente arriesgarse al
peligro diario por la magra paga que ofrecen.
Y entonces, cuando todo se ha dicho y hecho, son las prisioneras quienes
gobiernan la percha.
Los grupos en la prisión son una realidad de la vida cotidiana de las
penitenciarías de todo el mundo, y el Pantano no es ninguna excepción.
Los grupos están separados en su mayoría por razas, con las afro-
americanas en la cima por ser las más numerosas, seguidas
estrechamente por las blancas, y la cuarta cima formada por el grupo
más reducido, las hispanas y asiáticas. Contrariamente a la creencia
popular, no todas las prisioneras son miembros de bandas. El tercer grupo,
que es el que domina por importancia y no por el número de sus
miembros, está formado por depredadoras, violadoras y cosas por el
estilo. La mayoría del resto de personas son simpatizantes de los miembros
de las bandas y se les incluye en este grupo para que no queden
colgados y tengan algún tipo de estatus. El último escalón está formado
por victimas. Con esto, me refiero a mujeres jóvenes que no han sido
capaces, por la razón que fuese, de encontrar un nicho en la sociedad
de la prisión y quienes ruegan diariamente a las demás prisioneras que las
dejen en paz. Muchas de estas mujeres buscan protección en las bandas
contra este abuso sistémico en el que están envueltas, sin darse cuenta
de que sus protectoras resultan a menudo ser peor que sus pesadillas.
Estas mujeres de ojos hundidos, bastante similares a las víctimas de los
campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial, vagan a
través de la vida de la prisión, meramente viviendo el día a día, sujetas a
las depravaciones más bajas, mientras las que llaman sus protectoras
observan los ataques permitiendo que se realicen.

Joven, inocente, ingenua y al borde de una total depresión suicida, yo


estaba destinada a volverme una de esas mujeres. Sólo un encuentro
oportuno con una mujer extraordinaria me salvó de mi destino. Aunque
hace cinco años que sucedió, recuerdo los hechos como si la escena
hubiese transcurrido esta misma mañana. Yo estaba corriendo. Corriendo
como si mi vida dependiera ello, lo que en cierto modo, supongo que así
era. Los restos de mi bandeja del desayuno estaban empapando mi ropa
de algodón y mis pulmones se movían trabajosamente por la necesidad
de tomar aliento. Siempre había sido rápida, pero la banda de tipas
pesadas de mis tres perseguidoras me decía que no podría seguir
buscando un escape por mucho tiempo.

—¡Vamos a atraparte, perra!

—Aquí, pescadito, pescadito, pescadito.


Los gritos de burla se hicieron eco en los pasillos desiertos, haciéndome
querer explotar mis tímpanos sólo para detener las vibraciones que
martilleaban mi cerebro aterrado. Mis ojos temblorosos espiaron un suave
haz de luz proveniente de una puerta justo adelante e hice de ella mi
almenara, mientras corría hacia allí como alma que lleva el diablo. La
puerta estaba finalmente a la vista y yo me zambullí a través de ella,
mientras tropezaba con un asa de la fregona y me deslizaba en mis
rodillas por el suelo pulido, aún abriendo la boca para poder controlar la
respiración.

—Por favor —sollocé a la figura gris sentada detrás del escritorio—, tiene
que ayudarme. Van a matarme.

La mujer elevó sus ojos de la lectura y desplegó una sonrisa amistosa.

—¿Cuál es el problema, niña? Parece como si hubieses visto un fantasma.

—Ellas van a matarme. Por favor, tiene que ayudarme. Por favor, se lo
pido. Haré lo que sea...

Los sonidos de pasos corriendo y forzadas respiraciones se acercaban,


entonces se detuvieron justo en la puerta de mi santuario. La más grande
de mis perseguidoras, una mujer llamada con el incongruente nombre
de Mouse, pasó través de la puerta, mientras se adelantaba hacia mí con
una mueca rapaz.

—Te atrapé, pescadito.

La mujer de pelo gris se levantó despacio de su escritorio, toda evidencia


de su sonrisa se borró de sus mejillas redondeadas.

—Sal de aquí, Mouse. Tus amigas también, o averiguarás lo que es ser la


presa y no la cazadora.

La mueca se cayó de la cara de Mouse. Casi esbocé una sonrisa ante la


mirada de pánico que vi en aquel rostro. Aun así, ella cuadró sus hombros
y empujó su barbilla insolentemente hacia fuera.

—No puedes herirme, vieja.

—¿No? Pruébame.
Podría jurar que vi a mi rescatador crecerle los colmillos. Pestañeé,
frotando mis ojos, desterrando así la ilusión finalmente como un truco de
la luz.

La voz profunda de Mouse mostró un asomo de petulancia.

—Ella es nuestra. Nosotras la vimos primero. Nosotras conseguimos la


recompensa.

Yo sentía la emoción del miedo trabajando a su manera en mis entrañas,


preguntándome si no había saltado de la sartén directamente al fuego.
Mantuve firmemente mis ojos en la rotunda forma de la mujer de cabello
gris.

—Ahora está en mi casa, Mouse. Harás bien en recordar qué límites


puedes o no cruzar. Ahora vete y llévate a tus amigas contigo.

Después de una larga mirada fija en el suelo, Mouse capituló finalmente,


pero antes de irse del todo me disparó:

—No puedes esconderte para siempre detrás de sus faldas, pescadito.


Un día vas a tener que salir fuera de tu escondite. Y nosotros estaremos
esperando —Lanzándome una fiera mueca, giró sobre sus talones y
reunió a sus camaradas con un movimiento de su cabeza.

No pude evitar la bocanada de alivio que expelió de entre mis labios y,


al oírlo, la mueca amistosa agració la cara de mi rescatadora una vez
más. Saliendo de su lugar detrás del escritorio, envolvió su mantón negro
más herméticamente sobre sus hombros y me extendió suavemente su
mano para ayudarme a incorporarme. Yo acepté su ayuda
agradecidamente.

—Gracias —dije con toda la cordial gratitud que había en mí.

—Ni lo pienses, niña. Yo siempre estoy contenta de echar a esas matonas


—Ajustando sus medias gafas, observó mi manchada ropa—. ¿Qué
hiciste como para vestir de desayuno tan temprano por la mañana?

Supe que mis mejillas ardían pues podía sentir el calor hasta los dedos de
mis pies.
—Yo... mmm... supongo que escogí la mesa equivocada para
sentarme esta mañana.

Sólo había estado en el Pantano durante dos semanas, y solo cuatro días
fuera de la unidad de segregación en que ponen a todas las nuevas
reclusas al entrar en la prisión por primera vez. Como no tenía ninguna
amiga para decirme las reglas, bajé para desayunar con el resto y,
después de llenar mi bandeja con la insípida comida, encontré una mesa
vacía en una esquina envuelta en sombras, apenas distinguiendo a las
dos que comían y observaban calladamente. Mouse y sus amigos habían
cambiado rápidamente mi idea de que algo en el Pantano podría ser
relativamente fácil.

Mi protectora miraba hacia mí con una mueca inteligente.

—A mí también me pasó una o dos veces. Este lugar debería venir con
un manual de instrucciones —Su mueca se ensanchó—. Quizá yo escriba
uno. Seguramente eso me traería el aprecio de más de una de las nuevas
—Extendiendo la mano, tomó mi mano de nuevo, de una manera mansa,
calurosa y me acercó a una larga mesa, gastada y llena de marcas,
arrastró un asiento tambaleante y empujándome suavemente sobre él
exclamó—: Siéntate aquí, haré un poco de té. Entonces podremos tener
una conversación como dos adultas civilizadas. Y créeme, jovencita, ése
será un cambio agradable.

Mientras la mujer más vieja salió caminando hacia un bien escondido e


ilegal hornillo, eché mi primera mirada alrededor del cuarto que era mi
paraíso. Por primera vez, comprendí que había tropezado de algún
modo con la biblioteca de la prisión. Tres de las cuatro paredes en el
pequeño cuarto estaban cubiertas desde el suelo hasta escasos metros
del techo de cajas de libros, las cuales estaban atiborradas con toda
clase de material de lectura, la mayoría de él en estado andrajoso, con
las hojas rotas y las tapas perdidas. Tomando un profundo suspiro,
le permití al reconfortante olor de la tinta de copiadora y papel mohoso
entrar en mis pulmones, mientras calmaba el palpitar de mi corazón. Yo
siempre había amado la biblioteca, desde que era apenas una niñita.
Pasaba la mayoría de mi tiempo libre allí cuando era más joven,
repasando fantasías que ninguna muchacha respetable de pueblo se
atrevería a tener.
Regresando a la mesa, llevando en sus manos dos tazas humeantes de
fragante té. La anciana las puso sobre la mesa, acercó su propia silla, y
se sentó a mi lado.

—¿Cuál es tu nombre, niña? —Cuando se lo dije, sus ojos oscuros


centellearon—. Estás aquí por matar a tu marido con un bate de béisbol,
¿verdad?

Mis ojos debieron de haberse puesto como platos.

—Sí. ¿Cómo lo supiste?

—Nada permanece en secreto mucho tiempo aquí, niña. Aprenderás


bastante pronto que la red de la prisión es una de las fuentes de
información más exactas en el Pantano. Mucho mejor que el papel —Ella
sonrió de nuevo, poniendo una mano sobre la mía—. Somos entonces
almas gemelas. Yo enterré a cuatro de mis maridos y estaba trabajando
en un quinto antes de que ellos me capturaran.

Me quedé con la boca abierta. No podía creer que cinco hombres


abusasen de una señora tan dulce. Ella parecía alguien que debía estar
sentándose en una silla mecedora en una vieja casa grande con un
montón de nietos felices pidiéndole que contase más historias, con sus
caras y manos cubiertas de migas de las galletas caseras que preparaba.
Mi segunda lección vino ese día rápidamente. Las apariencias engañan.

La sonrisa de la mujer se endureció.

—Me temo que yo no era tan valiente como tú en lo que a ellos se refería.
El arsénico era el arma de mi elección. No bastante rápido, pero
satisfactoriamente eficaz, no obstante

La mirada de horror debió haberse mostrado en mi cara, porque la mujer


perdió su sonrisa. Sus ojos asumieron una mirada calculadora.

—Quítate de la cabeza que eres mejor que yo, niña. He oído esa historia
acerca de que no quisiste matar a tu amado. Simplemente porque yo sí
quise hacerlo no te hace mejor que yo. Las dos estamos atoradas aquí
mientras dure la condena, ¿No es así?
De alguna extraña manera, las palabras de la mujer tuvieron sentido y,
después de un momento, deseché mi repentina reacción, mientras le
devolvía una débil sonrisa a mi bienhechora. Alcé mi taza para beber mi
té, pero a medio camino mis manos se detuvieron temblorosas.

La mujer echó su cabeza atrás y se rio, larga y ruidosamente.

—No preocupes, amor. No tengo interés de agregarte a mi lista —Alcanzó


uno de los extremos de su manta para pasarlo por sus ojos que ya
mostraban la humedad de las lágrimas, producto de la risa—. Además,
tú tienes mucha más calidez en los ojos que cualquiera de mis maridos
tuvo alguna vez.

Y así es como conocí a la infame Corinne Weaver, conocida como la


Viuda Negra, una mujer que se casó por dinero y mató por diversión. En
sus sesenta años y medio, Corinne había estado detrás de los barrotes
más de treinta cuando nos conocimos, haciéndonos la reclusa con más
tiempo y la más nueva en el Pantano, respectivamente. Ella también
tenía la distinción de ser la primera prisionera transferida una vez que la
prisión pasase a ser femenina, allá en los años 40. Corinne era una mujer
relajada y calculadora que nunca expresó el menor pesar o
remordimiento por sus crímenes. De hecho, ella era conocida por decir,
y a menudo, que si tuviera la oportunidad, lo haría de nuevo. Disfrutaba
el matar y el dinero que obtenía con ello. Pero también podía ser mansa,
considerada, amable y sumamente fiel. Aunque admitía alegremente
que esa reforma era una causa perdida en alguien como ella, era una
fanática cuando de reformar a otros se trataba. La mayoría de las
reclusas en el Pantano no eran asesinas. Más bien eran mujeres jóvenes
que habían cometido errores tontos con sus vidas. Sus cortas condenas
o las reformaban o las hacían peor de lo que alguna vez fueron. Esa era
la opción de las reclusas. Y Corinne hizo su sagrado deber el hallarlas y
asegurarse de que tomaran la opción correcta.

Todos los días, la biblioteca veía a dos o tres mujeres jóvenes que
estudiaban para su CED1 entre los papeles mohosos y los gritos de las otras
prisioneras. Había incluso algunas, como yo, que tomaban cursos
universitarios. Sí, así como lo lees, aquí quien suscribe, es la orgullosa
dueña de un título de Bachiller en Artes y Literatura Americana y está a

1
CED: Centro de Estudios a Distancia.
sólo seis créditos de obtener su MBA2. Ahora, antes de que preguntes qué
posible uso le encontraría una asesina como yo a un MBA, permíteme
recordarte lo que he dicho antes. Soy una optimista. Y un día, voy a salir
de este lugar. Claro, dado que yo ya he vivido gracias a la generosidad
de tus dólares en impuestos por cinco largos años ¿qué preferirías? ¿Qué
fuera una persona capaz, una mujer joven e inteligente que pasa el resto
de su vida gastando la ayuda estatal, o una persona capaz, joven e
inteligente que contribuye a tu economía local? Piénsalo al menos.

Corinne era una de las favoritas de las guardias, siempre capaz de prestar
una oreja dispuesta cuando los problemas con los maridos, los amantes,
niños o finanzas abundaban. Aunque había matado a sus propios
maridos, ella era una firme creyente en el poder del amor y era conocida
por dar prudente consejo en lo que concernía a asuntos del corazón. Sus
consejos habían salvado a varios matrimonios. Ella también era un genio
financiero, manejando, de un modo u otro, la fortuna obtenida con el
asesinato de sus maridos. Esa fortuna creció detrás de los barrotes,
haciéndole una de las mujeres más ricas en Pittsburgh, un pensamiento
que le trajo gran alegría durante años. A Corinne, no le importaba que
no pudiera gastar su dinero. Todo lo que le importaba es que estaba
jugando con el sistema y aun así salía adelante.

Aunque envejeciendo más y tendiendo hacia la debilidad, su estatura


era bastante rotunda, Corinne era considerada una reclusa intocable. Su
biblioteca estaba intacta y todos dentro estaban bajo su protección al
menos mientras se quedaran dentro de la seguridad de esas cuatro
paredes. Contando con el respeto de la mayoría de las prisioneras y todos
los guardias, también se decía (y para mi alegría, puedo confirmar eso),
que ella tenía toda la protección de una leyenda de la prisión que,
aunque no estaba en la prisión en ese momento, tenía su dedo
firmemente en el pulso de vida de las internas. Tocar a Corinne era morir
despacio y nadie quería arriesgarse a ello.

Aunque estaba un poco bajo su propia protección, la manta no se


extendía lo bastante lejos como para cubrirme completamente. De lo
que sí estoy por completo segura es de que no estuve ni siquiera cerca
del abuso que sin duda hubiese sido mi destino, pero aun así, el castigo
suave, sigue siendo castigo. Como estoy segura que imaginaras.

2
MBA: Máster en Administración de Empresas.
Fue al día siguiente de mi primer encuentro con Corinne, y yo estaba
acostumbrándome a pasar el día en su agradable compañía. Había
tomado mi almuerzo incluso dentro de los confines calurosos de la
biblioteca. El sándwich de atún y té que me ofreció era la mejor comida
que había probado en meses y lamí cada miga y bebí cada gota
ofrecida, para la total diversión de mi nueva amiga.

Había pasado el largo día de invierno envuelta en el maravilloso mundo


de Cumbres borrascosas, un libro que yo nunca había conseguido leer
en la Escuela secundaria, y me encontraba cavilando acerca de lo que
había leído. Y eso significaba que me encontraba ajena de lo que ocurría
a mi alrededor, rompiendo así otra sagrada regla de la prisión: Siempre
sé consciente.

Regresé a mi celda, olvidándome del mundo. Sin notar las miradas


burlonas que me dirigían el resto de mis compañeras. Para mi sorpresa, la
celda estaba vacía. Mi compañera de celda, una mujer joven que se
había ganado cinco años por usar una barra de hierro para pegarle a
un camarada callejero alambrista que había invadido su "territorio",
como siempre se acurrucaba en su litera, con la nariz pegada a la
televisión que habíamos conseguido conservar. En los últimos cuatro días,
me había enterado mucho más sobre varios culebrones3 de lo que había
querido aprender alguna vez. Viendo en el reloj de eterno tictac sobre la
cabeza de mi litera, noté que era hora de su show favorito, y me tomé
un momento para preguntarme dónde había conseguido aquél televisor.
No queriendo dejar el mundo imaginario que había creado para mí en la
biblioteca, me encogí de hombros alejando el misterio simplemente fuera
de mi y me preparé para entrar en mi litera y tomar una siesta breve
antes de la prueba que sin duda sería la cena.

Un rechinar de caucho en el azulejo me hizo voltear y mi corazón subió a


mi garganta cuando vi a Mouse y a sus dos camaradas de pie fuera de
mi celda, con malas miradas de soslayo en sus caras. Mouse y una de las
mujeres entraron, dejando a la tercera de pie fuera de mi celda y
vigilando el pasillo.

Las examiné cuidadosamente, ligeramente aliviada al ver que tenían las


manos vacías. Mis ojos se lanzaron a la búsqueda de algo que sirviese
como arma pero por supuesto no había nada. Cuadrando mis hombros

3
Culebrones: Telenovelas
como mejor pude, contuve una profunda respiración y las enfrenté,
centrando mi mirada en Mouse.

—Te dije que te atraparíamos, pescadito. Tu pequeña... amiga... Corinne


no sale de esa cueva suya, ¿sabes? Por eso nosotros la llamamos el
murciélago —Mouse presumió con su cabeza, su sonrisa
ensanchándose—. ¿Quizá es a ti a quien deberíamos llamar así, eh?
Sabes mucho acerca de murciélagos, ¿no es así?

—¿Qué quieres?

Los ojos de Mouse se ensancharon en una sorpresa simulada.

—¿Querer? ¿Qué es lo que quiero? —Dándole un codazo en las costillas


a su compañera—. Eh, Shorty, quiere saber qué es lo que queremos.

Shorty, a quien el nombre le encajaba perfectamente, simplemente se


rio mostrando en su boca la falta de unos cuantos dientes.

Mouse dio un paso amenazante hacia mí, sus grandes puños colocados
al nivel de su cintura.

—Bien, rubita, supongo que lo que yo quiero es mi libra de carne. Ya ves,


rompiste las reglas la otra mañana. Y cuando rompes las reglas, tienes
que pagar el precio —Agitando sus hombros anchos, Mouse intentó
parecer afligida, pero falló miserablemente, el brillo perverso en sus ojos
verdes la delataban—. Desearía que las cosas fueran diferentes, siendo
tú un pececito tan lindo, pero...

Antes de que yo tuviera la oportunidad incluso para ponerme a la


defensiva, Mouse lanzó un puñetazo a mi estómago, forzando el aire de
mis pulmones a salir en un jadeo horrible. El sándwich de atún y el té
amenazaron hacer un retorno menos elegante al mundo externo y
tragué difícilmente la bilis que subía rápidamente por mi garganta
mientras mis ojos pestañeaban una y otra vez en un intento de detener
las lágrimas de dolor.

Mientras me doblaba abrazándome el estómago, otro puño estalló en mi


nariz, haciéndome ver las estrellas. La sangre voló cuando mi cabeza
crujió hacia atrás, el dolor me hizo estallar la cabeza. Mis rodillas se
rebelaron al abuso volviéndose como gelatina, pero mi caída a tierra fue
interceptada por Shorty que me cogió bajo las axilas dándome con la
rodilla en el riñón.

Debí haber gritado aunque realmente no recuerdo. Todo lo que puedo


recordar claramente es otro empujón hacia delante y otro puñetazo de
piedra que me quitó la visión de mi pómulo derecho.

En ese momento, me dejaron caer y allí permanecí, como una muñeca


desgarbada y rota, usando mis brazos para proteger mi cabeza como
mejor podía. Las dos arremetieron contra mí con patadas y golpes,
ninguno que yo realmente recuerde.

El siguiente sonido que puedo recordar claramente es el de otro


puñetazo, pero esta vez no era precisamente en mi carne. Luego vino el
sonido de una garganta aclarándose suavemente y con eso mis
aprehensoras se retiraron, enderezándose y respirando pesadamente por
sus depravados ejercicios.

Mis ojos estaban hinchados, casi cerrados y mi visión se triplicó con las
lágrimas, pero conseguí abrirlos lo suficiente como para ver a una mujer
no muy alta, de largo pelo oscuro y una figura muy musculada. Tenía una
mueca en su cara y su antebrazo macizo sujetó duramente la garganta
de la tercera participante de mi fiesta de paliza.

—Hola, Mouse. ¿Cómo va la fiesta?

Mouse frotó el dorso de su mano contra su nariz. Se manchó de sangre,


pero era mi sangre la que estropeó su piel pecosa.

—Este no es asunto tuyo —dijo, pero su voz parecía asustada.

—Claro que lo es —comentó la mujer oscura en un tono conversador—.

Estabas pegándole a una amiga de Corinne, y sabes que eso va contra


las reglas, Mouse.

—¡Que se jodan las reglas! ¡Nosotras la vimos primero! ¡Eso hace a esta
pescadita nuestra!

La chica asintió, aliviando un poco la presión de la garganta de la otra


mujer.
—Ella habría sido tuya, Mouse, si simplemente hubieses sido un poco más
rápida. El hecho es, sin embargo, que encontró la biblioteca y eso la deja
fuera de tu alcance y de tu banda —Soltando su agarre de la garganta,
torció el brazo de la mujer alrededor de su espalda y tiró, forzándolo
hacia los dedos de sus pies—. Te diré algo, Mouse. Haremos esto como
un intercambio. Has conseguido tu libra de carne, por así decirlo, ¿ok? Así
que, no le romperé el brazo a tu amiga aquí presente, ¿de acuerdo? —
La tercera mujer jadeó cuando la presión en su brazo aumentó—. Vamos,
Mouse. Sólo dejemos las cosas en calma, ¿ok? ¿Por favor?

Después de un largo momento, Mouse asintió, limpiando su nariz de


nuevo y saliendo de mi celda, lanzándole una mirada despreciativa a la
mujer oscura.

—Bien, pero no es lo último que sabrás de nosotras —Mouse se volvió a


mí, sus ojos reluciendo con dureza—. Tú tampoco, pescadita. No sabrás
cómo o cuándo, pero regresaremos —Agarrando a sus dos compinches,
Mouse escapó.

Sonriendo abierta y oscuramente y limpiando sus manos en el tejido de


sus ropas, la mujer entró en la celda, ayudándome a ponerme de pie.
Intentando difícilmente no sollozar, me agaché otra vez, aferrando mi
barriga por los espasmos dolor que me atravesaban. Mi nariz estaba
dejando un sendero sangriento en el suelo de mosaico y mi cabeza y
riñones estaban doloridos como dientes podridos.

Mi rescatadora sacó el cobertor de mi litera y rasgó una tira de la sábana


raída de abajo. Humedeciéndolo con agua fría del fregadero, inclinó mi
cabeza atrás y apretó la tela fresca contra mi nariz. Entonces agarró mi
mano y la puso encima de la tela.

—Mantén la cabeza hacia atrás y la presión aquí. Pararás de sangrar


en unos minutos.

—Parece que ya has pasado por esto —gemí.

—Unas cuantas veces —Le echó un vistazo superficial a mi cuerpo


golpeado antes de poner una mano gentil en mi hombro—. Escucha,
creo que no te han reventado tanto. Me gustaría pegar un par de golpes
y hacerlo todo más seguro, pero no puedo. No te haría ningún bien.
Necesitas construir tu propia reputación en este lugar y eso significa que
tienes que tomar las riendas tú misma. Mis amigas y yo intentaremos
asegurarnos de que las cosas no sean demasiado malas para ti, pero
necesitas aprender a ponerte de pie tú sola, ¿ok? —Su tono era gentil y
sus ojos amables—. Nosotras no podemos hacerlo por ti, y hasta que lo
hagas, cosas como ésta serán algo cotidiano.

Sus palabras tuvieron el sentido perfecto y yo asentí, haciendo una


mueca de dolor.

La mujer sonrió.

—Estupendo. Sabía que eras una luchadora. Escucha, en cuanto se


detenga el sangrado, baja a cenar, ¿ok? Sé que no puedes tener
demasiada hambre, pero hará a Mouse y sus admiradoras mucho bien el
ver que no eres tan fácil de amedrentar. También estaré allí y te mostraré
una mesa segura donde puedas sentarte, ¿ok?

Asentí de nuevo.

—Gracias por ayudarme.

Sonriendo de lado, la mujer oscura alzó una ceja.

—Un placer.

Cuando ella se volvió para salir, la llamé.

—¡Espera! Por favor! ¿Cuál es tu nombre?

La sonrisa de lado volvió de nuevo.

—Me llaman Pony.

Aunque no lo supe entonces, acababa de conocer a mi primera


Amazona.

* * *
En los meses y los años que siguieron, aprendería muchísimo acerca de
esta mítica banda. Era una especie de sociedad secreta, integrada por
lo mejor de lo mejor y llevando a cabo el sagrado deber de protección
a las reclusas. Las Amazonas se mantenían dando vueltas, asegurándose
que ninguna de las otras bandas consiguiese demasiado control sobre la
población de la prisión, poniendo así en peligro a reclusas y guardias. Si
la líder de alguna banda necesitaba ser desarmada sin armar ningún
alboroto, las Amazonas hacían el trabajo. Si un nuevo pez como yo tenía
la suerte de contar con una amiga de las Amazonas, estaba protegida,
en gran magnitud.

Lo que hizo a las Amazonas tan respetadas y temidas, es que ellas no


intentaban controlar a las otras bandas o reclusas. Pero se aseguraban
de que todas siguiéramos las reglas. Muchas eran como mi nueva amiga
Corinne, peligrosas y crueles, pero también podían ser amables y
consideradas, prestando ayuda a aquéllas que lo necesitaban. Una cosa
era conocida sobre ellas de manera tan segura como que el sol sale por
el este. No hacías enojar a las Amazonas.

En cualquier caso, a la mañana siguiente, entré en la biblioteca llevando


unos ojos amoratados impresionantes y una nueva actitud sobre mi
encarcelamiento en el Pantano. Corinne me miraba con una mueca
inteligente y me envió fuera, con prisa, para empezar mis lecciones de
defensa personal.

El patio de entrenamiento que elegimos, era una zona con césped,


separada del patio común. Rodeado por un cerco de catorce metros de
alto, cubierto afuera por alambre de tipo navaja de afeitar, doblado en
grandes rollos plateados clavados a lo largo de los límites. Las torres de
guardia, cuyas ventanas reflejan la actividad en el patio con benigna
introspección, cumplen su función de centinelas apostadas en cada una
de las cuatro esquinas.

Dentro del cerco, las instalaciones al aire libre estaban a disposición de


la población carcelaria. Un diamante de softball con un campo abierto
enmalezado sube casi la mitad de las tierras. Más cerca al edificio
principal, una cancha de baloncesto, de hormigón resquebrajado y
tableros en lo alto luciendo oxidados aros sin redes correspondientes,
viene luego. Difícilmente en la prisión sea apropiado quedarse en el gran
cuadrado de cemento que comprende el área de peso libre. Los bancos
de peso, con sus forros de vinilo cortados y manchados por los elementos,
raramente están vacíos de compañía humana. Las pilas grandes de
pesos férricos, cuellos, platos y barras, sus acabados brillantes
cubriéndose de nieve a la espera de una mano ávida para el alzamiento,
empujón o prensión. Una gran y pesada bolsa, llena de cenizas, cuelga
de una gruesa cadena desde un saliente del edificio principal, con la
blanca lona manchada por los golpes de centenares de puños furiosos.

Las blancas normalmente tienen el dominio del campo de softball,


mientras las morenas usan la cancha de baloncesto como su arena de
reunión. Las hispanas y asiáticas toman cualquier pequeño espacio que
surja para sus propios intereses. El área de peso libre es el único lugar de
toda la prisión, dentro y fuera, dónde todos los grupos vienen juntos, sino
en paz, al menos con un sentido de comprensión mutua. Es considerado
un lugar fuera de las reglas de la prisión, en el cual poder demostrar la
agresión, siendo un área donde hay acceso libre a las armas y su
despliegue. Por supuesto, las Amazonas ostentan el dominio del sector,
asegurándose de que la tenue paz se sostenga y propinando los castigos
necesarios a las que son lo suficientemente idiotas como para romper las
reglas.

Entre semana, a cada bloque de celdas se les da una hora en el patio


para ejercitar, conversar, hacer tratos en el patio o lo que sea que esas
mujeres, obligadas a estar juntas por circunstancias ajenas a ellas,
tuviesen que hacer. Mi bloque de celdas se designa con la letra E, así
que, durante los últimos cinco años, el tiempo entre las once y el
mediodía siempre ha sido asociado con el aire libre.

Todavía puedo recordar la primera vez que salí afuera, el olor a nieve en
el aire invernal, el dolor acumulado en mi barriga y espalda gracias a la
paliza de la noche anterior y el latido insistente de mi nariz al ritmo de mi
corazón con cada paso que daba.

Parecía como si todos en el patio entero, prisioneras y guardias por igual,


estuviesen mirándome fijamente y riéndose. La verdad, probablemente
nadie me prestaba atención, pero mientras estaba de pie, helada como
un ciervo en la mira de un cazador, con la relativa seguridad del caluroso
ladrillo de la prisión principal a mis espaldas, parecía como si el mundo
entero estuviera divirtiéndose a mi costa. Podía oír el sonido del caucho
chocando contra el hormigón mezclado con los sonidos de gritos
cercanos a la cancha de baloncesto. El sólido crack de una pelota bien
bateada se filtró a través de mis sentidos y miré hacia arriba siguiendo
con la vista el perfecto arco de la pelota, celosa de su libertad para volar
mientras yo estaba de pie, herida, atada a la tierra y encerrada. Sonidos
de gruñidos próximos vinieron a mí como sudor manchado; las mujeres
descargaban su fuerza contra el metal inflexible, y los ruidos de acero en
acero se sumaban a la cacofonía de sonidos que revoloteaban a través
de mi cabeza latiendo.

Tomando varias respiraciones profundas e intentando a apuntalar los


restos andrajosos de mi espíritu, me empujé finalmente fuera de la
seguridad del edificio, caminando sin un destino claro en la mente. Mis
pies me llevaron inconscientemente hacia el centro del área de peso
libre y al observar un poco, divisé, con un sentido profundo de alivio, a mi
salvadora de la tarde anterior. Ella estaba detrás de un banco bajo,
riéndose y gritando con coraje mientras su amiga fatigada se esforzó en
levantar sobre su pecho, lo que me parecía ser una cantidad imposible
de peso. Una mujer más alta, delgada y luciendo una mata de rizos
dorados que caían en cascada alrededor de su cabeza tenía un brillo
perverso en sus ojos y agachándose, consiguió hacer cosquillas en la
muscular barriga expuesta, de la mujer recostada. Con un grito, la
levantadora de peso elevó la barra la distancia restante poniéndola en
los ganchos sobre su cabeza, y se tiró a sus pies, agarrando
sorpresivamente a la rubia. Sonriendo abiertamente, Pony separó a las
dos risueñas combatientes, llevándose ella misma algunos golpes.

Mis pies se detuvieron con voluntad propia y mientras miraba fijamente


la escena ante mí, de compañerismo jubiloso, me di cuenta por primera
vez, exactamente en donde me encontraba y todo lo que había
perdido. Las lágrimas de piedad por mí misma nublaron mi visión al
mirar fijamente a las tres alegres amigas, mi alma celosa por el toque
amistoso de otro ser humano o incluso una sonrisa libre de apreciación
física o frío cálculo.

Antes de mi nefasto matrimonio, yo nunca había estado sin amigos.


Extrovertida y sociable, no había una persona a quien conociera con la
que no disfrutase al menos de una camaradería ocasional. Siempre me
había visto rodeada de gente, y para ser sincera al respecto, me gustaba
ser el centro de atención.

Ahora yo era un pedazo de plancton que flotaba alrededor en un


inmenso océano y rodeada de tiburones voraces. Probablemente se me
notaba en el matiz de mi cara porque Pony escogió ese momento para
mirar, clavando en mí su mirada, sonriendo ligeramente y llamándome
con su cabeza. Es difícil describir el alivio absoluto que me inundó a través
de ese gesto simple, pero mis pies retomaron su paso con menos trabajo
que antes y me encontré devolviéndole la sonrisa.

—Eh, chica —Pony gruñó cuando me acerqué—. Wow, linda cara.

—Sí. El look frescamente aporreada es furor estos días.

Aún cuando era bastante pobre, fue el primer chiste que dejé surgir en
meses, y me sentí mucho mejor gracias a él. Las otras se rieron de mi
esfuerzo, entonces se pusieron serias cuando me volví hacia Pony.

—Yo... um... quiero agradecerte... de nuevo... por tu ayuda ayer —Podía


sentir el rubor subiendo mientras observaba la tierra a mis pies,
sintiéndome torpemente juvenil por alguna razón. Tomando otra
respiración profunda, obligué a mis ojos a mirar hacia arriba
encontrándome con la mirada ligeramente divertida, pero
afectuosa de mi benefactora—. Y yo... um... ¿recuerdas lo que me dijiste
anoche? Quiero aprender a protegerme.

Una mueca amistosa se formó en la cara de Pony.

—¡Sí? ¡Eso es genial! Aunque ahora probablemente no es el mejor


momento para aprender.

—Pero, ¿por qué no?

Pony gesticuló hacia mi cuerpo dolorido.

—Debes esperar hasta sanar un poco primero.

—¿Y si no puedo permitirme el lujo de esperar? ¿Y si ellas simplemente


están alrededor esperando terminar el trabajo? —Ese pensamiento causó
que me desvelase anoche.

—No te preocupes por eso. No se acercarán. Al menos por un tiempo.

—¿Cómo puedes estar tan segura?

La sonrisa de Pony se ensanchó, petulante.


—Yo tengo mis maneras.

Tragué.

—Sí —respondí débilmente—, supongo que las tienes.

—Pero bueno, permíteme presentarte a mis amigas. Esta —dijo haciendo


señas hacia la morena levantadora de pesas— es Sonny. Y la rubia aquí
es Critter.4

Asentí solemnemente a ambas, intentando no reír del difícil nombre con


que la mujer rubia había sido llamada. Ella debió notarlo en mi mirada,
porque su sonrisa amistosa se volvió un ceño y me dio un golpe simulado
en el hombro. Bromeando o no, eso me dolió y yo masajee ese lugar
todavía dolorido de mi cuerpo, decidiendo vigilar incluso mis
pensamientos de ahora en adelante.

—Chica — medio murmuré. —, los Critters sois duros.

—Tienes toda la razón, niña —El escozor de las palabras se suavizo por el
regreso de la sonrisa de Critter que cambio su rostro de oscuro a hermoso.
Me sentí atraída por su cara, y un sentimiento de vaga familiaridad se
apoderó de mí de repente, observando su sonrisa.

Estaba a punto de preguntar si nos habíamos encontrado antes, cuando


noté que el área a mi alrededor estaba completamente callada. Incluso
los últimos pájaros del otoño habían detenido su charla en los árboles al
otro lado del cerco. Mis tres nuevas amigas se volvieron de repente, con
sus cuerpos erguidos en actitud de respeto. De entre sus cuerpos
estrechamente apretados, podía divisar a una mujer que caminaba, casi
suntuosamente, hacia nosotras. Parecía sólo ser ligeramente más alta
que yo (y debería decirte, si es que no lo he hecho aún, que no soy un
desafío a la verticalidad precisamente), con el pelo largo tan oscuro
como sus ojos casi negros, intensos. Su bonita cara era casi inexpresiva,
aún así, toda ella emanaba poder y seguridad en igual medida. Yo me
encontré intentando no inclinarme cuando ella se detuvo ante mi
pequeño grupo, su efecto en mí era muy fuerte.

4
Critter: Bicho, también se puede referir a la película de los Critters.
Como si leyese mis pensamientos, Critter hizo una reverencia, en cierto
modo, inclinando su cabeza en una muestra de respeto.

—Buenas tardes, Montana.

—Buenas tardes, Critter. Señoras —Mirando por encima de ellas, la mujer


puso sus ojos en mí. Casi podía sentir su escrutinio, encontrando todos mis
secretos y catalogándolos para el futuro—. ¿Y tú eres...?

Debió haberme robado la voz, porque, por mi vida, no podía contestar,


así de atrapada estaba, en la oscuridad de sus ojos.

Viéndome en apuros, Pony vino una vez más a mi rescate,


presentándome a la imponente mujer. Montana sonrió y asintió,
liberándome finalmente de su fija mirada.

—Entonces, ¿tú eres la muchacha que Pony rescató de las garras de


Mouse?

Tragando frenéticamente y aclarando mi garganta, finalmente me las


arregle para encontrar mi voz.

—Sí, Señora. Ésa soy yo.

Montana me sonrió entonces, aunque no era más que un ligero


levantamiento de la comisura de sus labios, acompañándola con una
ceja alzada.

—Me encantaría oír más de esa historia, pero me temo que necesito a
estas tres para cierto asunto. ¿Si nos disculpas?

Normalmente, habría sentido molestia al ser despedida tan fácilmente,


pero algo en los ojos de la mujer hizo que recibir aquella solicitud fuese
casi un honor, entonces asentí y me alejé del grupo. Mi retirada se
detuvo por una mano gentil en mi brazo y cuando miré atrás, Pony me
estaba sonriendo.

—Dale un par de días a tu cuerpo para que descanse. Deberá estar mejor
cerca del fin de semana. Encuéntranos aquí el sábado alrededor del
mediodía y empezaremos tu entrenamiento, ¿ok?
Podía sentir la sonrisa amenazando invadir mi cara entera.

—¡Estaré allí. Gracias!

Esa sonrisa burlona y chula, típica en Pony, regreso en su bonito rostro.

—No hay problema. Nos vemos por ahí, chica.

—Adiós, Pony.

Mi paseo de vuelta a los confines desgastados de mi hogar en la prisión


fue como si estuviese flotando.

Los próximos seis meses de mi encarcelamiento pasaron más fácilmente


de lo que alguna vez pude esperar. Entre la amistad de Corinne y el largo
alcance de la protección y entrenamiento de las Amazonas (aunque sólo
habían pasado unos cuantos meses sabiendo que esta banda existía. Sí,
te dije que era ingenua), me sentía, si no feliz, por lo menos en los
comienzos de una aceptación de mi papel particular en la vida.

Conociendo mi interés en los libros de todo tipo, Corinne me puso a


trabajar inmediatamente, catalogando su inmenso surtido material de
lectura en algún tipo de sistema coherente. También había sido
designada su copista5 principal y las ampollas pronto aparecieron en mis
dedos de tanto enviar notas de peticiones a varias agencias
gubernamentales y a agencias sin ánimos de lucro en búsqueda de libros
o fondos para conseguir más. Llegaban con más frecuencia, los avisos de
rechazo que llenaban nuestro correo, pero había veces de sorpresas
felices, como cuando el ACLU6 donó siete cartones de libros usados y
nuevos así como un cheque de quinientos dólares para comprar más.

Además de mis propios estudios en la universidad, los cuales seguí por


insistencia de Corinne, también me sumé al servicio como maestra,
haciendo mi mejor esfuerzo para ayudar a varias mujeres jóvenes en su
demanda de avance educativo. La mayoría de las mujeres que vinieron
a verme no eran delincuentes peligrosas y no se suponía que estuvieran
mucho tiempo en prisión. La vida de la prisión asustaba a muchos de
estas mujeres rectas, y me pedían que les ayudara a hacer cualquier

5
Copista: Escritora.
6
ACLU: Unión estadounidense por las Libertades Civiles.
cosa que pudieran utilizar para poder conseguir una buena vida una vez
afuera de estas frías paredes.

Debo admitir que me dio mucha satisfacción el ser capaz de ayudar a


estas mujeres a hacer mejores sus vidas.

Fue durante esta época emocionante que me gané el nombre de Ángel,


así como la reputación de la mujer que podría conseguir cosas. Las
Amazonas me daban trabajos pequeños para hacer, normalmente
preguntando a las guardias para conseguir algún favor a las prisioneras u
otras por el estilo. Al ser joven, de eterna apariencia inocente e
incansablemente cortés, mis demandas fueron concedidas más a
menudo de lo que fueron negadas. Pronto tuve mis propios contactos,
dentro y fuera de las paredes de la prisión y antes de que pudiera darme
cuenta, otras prisioneras estaban viniendo a mí pidiendo favores.
Haciendo tratos con todos de manera imparcial y concediendo tantas
demandas como pude, mi reputación creció y mi estado dentro de la
prisión subió.

** *

Dicen que las hojas del árbol del orgullo caen antes de otoño, y eso era
verdadero en mi caso.

Con un gran suspiro de alivio apagué la última luz, dejando la biblioteca


volverse oscura y silenciosa a mi alrededor. Me empapé en el sentimiento
de paz como un alma hambrienta, albergando el olor reconfortante de
la tinta y pegamento, con un sentido de satisfacción por otro día
terminado sin cardenales o derramamiento de sangre.

El día había sido uno particularmente de prueba. Me había ofrecido a


enseñar inglés como un segundo idioma a tres mujeres mexicanas
jóvenes cuyo conocimiento de nuestro idioma era escaso, por decirlo de
algún modo. Debido a que mi conocimiento de español no era mucho
mejor, nuestro tiempo juntas empezó siendo malo y se puso peor.

La verdad, no estaba ansiosa esperando el próximo día de clase, así que


dejé la biblioteca, con la cabeza ya llena con temor de otras doce horas
de trabajo infructuoso. Llegando a mi celda, decidí tomar una ducha,
pensando que quizás el shock del agua fría, podría forzar un plan en mi
cabeza. Con esto, volví a romper otra regla de la prisión no escrita
todavía. Nunca te duches sola.

Para ser absolutamente honesta, ese pensamiento cruzó mi mente, pero


para mi vergüenza, lo desterré con un encogimiento de hombros y una
risa ligera. Mis entrenamientos con las Amazonas habían estado
inspirándome y me sentía a gusto con ellas como pez en el agua, después
de un momento inicial de torpeza. Mi cuerpo, después de una hora por
día y tres los fines de semana durante los últimos seis meses, estaba
delgado y firme con músculos duros que empezaban a emerger de la
suavidad de mi piel. Estaba bastante orgullosa del trabajo que había
hecho en él y me había sentido mucho más capaz de defenderme
contra todo lo que viniera.

Como ya he dicho, el orgullo es un amo rencoroso. Simplemente cuando


piensas que ya lo manejas, se da la vuelta y te muerde en el trasero.

Si has visto una película de prisión alguna vez, probablemente sabes


cómo luce una ducha de la prisión; parece que ese es el sitio donde
transcurre toda la acción, pero en caso de que necesites recordarlo, te
lo diré.

El cuarto de ducha en el Correccional de Mujeres de Rainwater es un


número en mosaico verde que huele a moho y a desinfectante
agudamente perfumado. Es un cuadrado grande sin divisores o retiro de
cualquier tipo. Veinte duchas, diez a cada lado, salen desnudamente
fuera de la pared. El bulto bajo cada cabeza distribuye simplemente dos
temperaturas. Frío y más frío. La presión del agua a veces se pone en
fuerte y otras, suave. Siempre es un juego el tema de con que serás
bendecido. El suelo es de cemento sólido con un desagüe grande en el
medio y siempre resbaloso. Siempre se recomiendan zapatos de ducha
como atuendo.

Sin embargo, volvamos a mi historia.

El tiempo de ducha normalmente era regulado estrechamente, pero yo


había logrado hallar el lado bueno de las guardias y podía tomar una
agradable ducha siempre que así lo deseara. Esta era la primera vez que
iba tan cerca del horario de fuera luces, pero me creí lo suficientemente
segura, puesto que la mayoría estaría ocupada en sus respectivos
asuntos antes de que terminase la noche.

Saludé con la cabeza a uno de los guardias que se sentaban detrás del
espeso Plexiglás7 en la estación de observación, tomé el pasillo corto y
seguí el olor al cuarto de la ducha. Para entonces, nuestros uniformes se
habían cambiado a esos naranja chillones atroces y yo tenía uno limpio
bajo mi brazo, con mis zapatos para ducha en mi otra mano.

Sacándome el mono fluorescente por delante, escuchaba el goteo firme


de los grifos mientras terminaba de desvestirme. Echando mi uniforme
sucio en el lavado rápido, tomé una almidonada y arañada toalla del
montón fuera de las duchas. Deslizándome en mis zapatos, caminé a la
ducha apropiada, seleccione la tercera boquilla del final y, inhalando
profunda, apreté el botón.

El agua fría helada se disparó de lleno, mojándome en segundos y


enviando un rocío de afiladas agujas para atravesar los poros cerrados
de mi piel. No nos permitían champú o acondicionador, por lo que la
pastilla resbalosa de jabón blanco tendría que bastar. Canturreando
suavemente, y permíteme que te advierta ahora mismo que no soy para
nada buena cantante, procedí a enjabonarme como mejor pude,
mientras meditaba ociosamente que mis pezones estaban tan duros,
que probablemente podría grabar mi nombre en los azulejos de
cerámica con ellos y sonreía afectadamente ante el pensamiento.
Así que envuelta en esos pensamientos ociosos y cantando fuera de
tono, nunca oí la risa disimulada detrás y a mi izquierda. Enjaboné mis
manos y procedí a empezar con mi pelo, en ese momento todavía largo
y espeso, cuando el jabón hizo lo suyo entrando en mis ojos, provocando
que se me cayera el jabón y alcanzara ciegamente la toalla que había
dejado caer a mí lado.

Mi movimiento se detuvo por la percepción de manos sólidas en mis


caderas y un par de fuertes muslos apretados firmemente en mi trasero
desnudo, mientras se movían perversamente sobre mí. Intenté
enderezarme, pero otro par de piernas atrampó mi cabeza entre ellos,
obligando a mi cuerpo a arquearse tensamente.

7
PLexi-glass: plásticos transparente en cuanto a resistencia a la intemperie y al rayado.
El agua se cerró abruptamente y el sonido de una risa sádica vino a mis
oídos, amortiguado por la tela mojada.

—Hola de nuevo, pescadita. ¿Dime, tus compañeritas consiguen jugar


contigo así? ¿Te gusta que te den por el trasero? —Intenté zafarme, pero
sólo conseguí tener más presión de aquellas piernas alrededor de mi
cabeza, aplastando mi cráneo. —Sí, eso pensé. A esos fenómenos
probablemente les gusta cuando te resistes —. El cuerpo se alejó
ligeramente, aunque las manos permanecían firmes en mis caderas—.
Deja que se levante, Shorty.

La presión en mi cráneo menguó y yo me levanté rápidamente, mientras


frotaba mis ojos escocidos y giraba sobre mi torturadora.
Mouse retrocedió un paso corto y se rio.

—Bien, bien, bien. ¿El angelito tiene cuernos, eh? Eso hará esto más
divertido.

—¿Qué quieres de mí?

—Lo mismo que siempre he querido, pescadita. A ti. Estás poniéndote


demasiado grande para tu tamaño y necesitas a alguien que te baje los
humos. Tus amigas están siempre a tu alrededor para protegerte —Mouse
echó una mirada exagerada alrededor del cuarto—. Sin embargo, ahora
no las veo por ninguna parte—. Su mueca se convirtió en una mirada de
soslayo. Sacando una mano que mantenía en su espalda, la mujer gruñó,
mostrando una larga barra de madera con una fregona como mango y
se golpeó firmemente su palma—. Veamos cuanto puedes gritar para
Mouse, ¿ok? —Mirando detrás de mí, puso los ojos en la mujer a mis
espaldas—. Sostenla firme, Shorty.

Sus manos duras me sujetaron por debajo de mis hombros, dejándome


congelada mientras parpadeaba mis ojos escocidos, intentando aclarar
mi visión lo bastante como para ver a Mouse practicar giros con su palo.

—Aquí viene, pescadita.

Por el rabillo del ojo, vi la salida del palo hacia mí mientras Mouse
plantaba sus pies adelante del mojado hormigón y giraba. Intenté
eludirlo, pero Shorty me sostuvo rápido y la madera crujió contra mi lado
indefenso, rozando mi hueso de la cadera.
Apretando mis dientes para evitar un grito, sentí que mis rodillas se
trababan mientras mi pierna derecha era inmovilizada. Shorty me sostuvo
firme contra su cuerpo, y se reía mientras Mouse volvía atrás para otro
golpe. El palo fue abajo, golpeando sólidamente contra el exterior de mi
rodilla derecha, haciendo jirones la piel y entorpeciendo totalmente mi
pierna. Conté hasta cinco, ebria del dolor, mientras casi consigo
liberarme del agarre resbaladizo de Shorty antes de que ella me sujetara
una vez más, duramente.

El cuarto hizo eco con su risa y mi respiración pesada y algo en mí estalló.


Había terminado de nuevo como esa noche en mi apartamento, y el
color rojo de la rabia cubrió una vez más mi visión. El mango de la fregona
vino de nuevo a mí, pero esta vez yo estaba lista. La cogí con la mano
derecha y tire fuertemente, intentando alejarla del alcance de Mouse.

Como aquel bate, el arma se sentía perfecta en mis manos. Me encontré


girándolo experimentalmente, consiguiendo alzar el mango dando
tirones fuera del agarre de Shorty. Mi pierna amenazó con fallar, pero me
obligué a estar de pie derecha y firme, estrechando mis ojos a meras
hendiduras mientras miraba fijamente a mis agresoras.

—Crees que es divertido pegarle a las mujeres indefensas, ¿verdad? —


Me burlé, girando mi arma de nuevo y disfrutando las miradas de
incertidumbre que estaban intercambiando las mujeres—. Bien, ¡esta vez,
saco miserable de mierda, escogiste a la muchacha equivocada! —
Agarrando el mango firmemente en mis manos, giré por todo lo que valía
la pena, escuchando el crack satisfactorio del palo aterrizando
pesadamente en el brazo de Mouse, justo por encima del codo.
Retirándome, giré sobre mi eje y descargué otro golpe alcanzando a
Shorty detrás de las piernas y barriéndola pulcramente haciéndola caer.
Aterrizó con un ¡ploff! en el charco cayendo de lleno en el suelo y rodó
lejos rápidamente mientras sus ojos se abrían como platos.

No tenía ninguna idea de cómo supe estos movimientos, pero me dejé


llevar, mientras disfrutaba las reacciones de mi cuerpo y la ola de
adrenalina que los acompañaron. Mouse estaba aullando de dolor,
mientras acunaba su brazo y gritaba incoherentemente hacia mí. Yo
estaba de pie pacientemente, mientras alejaba el pensamiento de dolor
de mi pierna como lo había hecho antes, y esperando ver lo que pasaría
luego.
La tercera mujer aprovechó mi quietud para acercarse a la riña. Le
pegué fuerte en el abdomen cuando vino a mí, y cuando se dobló sobre
sí misma, la rematé con un golpe ascendente a la cara, viendo cómo sus
dientes y sangre caían en un torrente horrible.

Con un bramido de rabia, Mouse vino de nuevo a mí. Yo le volví a asestar


otro golpe directamente en su brazo herido, pero ella continuó
acercándose, con sus ojos llenos del odio y rabia. Levantando mi vara,
apunté arriba, soltando un golpe a su cráneo indefenso.

Un fuerte sentido de déjà vu me atravesó y, de repente me enfermó, solté


el golpe en el último instante, miré el mango fuera de su hombro carnoso
y dejé caer mi arma con horror.

Todavía bramando, ella chocó de lleno contra mí, descolocando mi ya


débil pierna y llevándome al suelo con ella. Me acurruqué
inmediatamente en una pelota fetal, las piernas pegadas firmemente a
mi pecho y mis brazos sujetando arduamente mi cabeza.

Saltando sobre mí, agarró la madera y la abatió contra mi espalda una y


otra vez, hasta que todo lo que pude sentir fueron las punzadas y
rebordes de la madera que caía en mi cuerpo, mecido al ritmo de sus
golpes. Cuánto tiempo siguió la paliza nunca lo sabré porque mi cuerpo
dejó la lucha y me desmayé, entrando rápidamente en un lugar donde
no había dolor.

Hoy en día, casi cinco años después, creo que la única cosa que salvó
mi vida aquella noche fue el hecho de haber escogido una hora tan
tarde para entrar en las duchas. Las luces fuera se toman con total
seriedad y responsabilidad en el Pantano y el timbre de advertencia
debió sonar durante la paliza porque cuando me desperté, estaba sola,
salvo el roto y ensangrentado mango de la fregona y los dientes rotos de
la tercera mujer que compartían el espacio conmigo.

Cuando recuperé totalmente la conciencia, mi cuerpo era una pelota


encendida de agonía exquisita pulsando con la vida propia que
reflejaba el latido de mi corazón. Mi espalda y trasero estaban ardiendo
y me pregunté ociosamente si mi espina dorsal habría sido dañada.
Probando un movimiento experimental, grité fuera de control en la
agonía cuando mis músculos enviaron una advertencia arriba y abajo en
mis terminaciones nerviosas. Doblándome sobre mi misma, sentí arcadas,
mientras gritaba, aunque esa acción hizo sentir peor a mis ya cargados
sentidos.

—Oh Dios —clamé suavemente en el vacío de lo que parecía ser mi


tumba—. Por favor ayuda. Que alguien me ayude, por favor.

Sólo el goteo de las duchas contestó mi súplica. Supe que la única


persona para sacarme de esta situación era yo misma. A pesar de mi
agonía, me estremecí ante el pensamiento de ser descubierta,
ensangrentada y estremeciéndome, la mañana siguiente.

Ok, Ángel. Ésta es tu oportunidad para mostrar cuán dura eres.

Yo siempre había sido genial para las charlas de ánimo mentales, y si


hubo alguna vez en mi vida en que realmente necesitaba una, era ésta.
Respirando tan profundamente como me atreví, conseguí arrastrarme
con manos y rodillas, oscilando violentamente al igual que las manchas
de luces bastante coloreadas nadaban en mi visión, amenazando con
envolverme y dejarme, una vez más, caer bajo ellas. Me tomé un largo
momento para meditar esa posibilidad, antes de desecharla.

Sigue moviéndote, mujer. No les permitas ganar. Tienes que hacer esto
¿De acuerdo? De acuerdo. Así que sólo levanta y sigue moviéndote.

El espíritu fue más que la voluntad, pero la carne más débil. Levantarme
no era una opción, por lo que me resigné a arrastrarme lentamente por
el áspero suelo de la ducha, luchando contra la fuerza seductora de la
inconsciencia con cada centímetro de progreso que conseguí dar.

Después de lo que pareció como una hora, que en realidad no fueron


más de cinco o diez minutos, conseguí salir de la ducha propiamente
dicha y pasar al cuarto de lavado. Así como estar de pie era imposible,
también lo era intentar vestirme. Agitando mi cabeza y diciéndome que
sólo las guardias serían quienes viesen mi desvalida desnudez, utilicé el
mismo sistema de lento desplazamiento consiguiendo llegar al pasillo y
obligándome a mi misma a estar alerta y consciente.

Llegué al vestíbulo y me derrumbé en el suelo, jadeando a través del


dolor, cuando oí el sonido de pies que se dirigían hacia el pasillo. Supe lo
que había pasado instintivamente. Por suerte, había hablado
brevemente con la guardia cuando yo fui a las duchas, por lo que me
dejé deslizar atrás contra mis caderas y esperé que ellas me encontraran.

Había sido echada de menos en el recuento y me había estado


buscando la guardia que yo esperaba me encontrara.

Los sonidos de pasos se acercaron y la luz en el pasillo se oscureció


cuando un cuerpo grande llenó la entrada.

—¿Ángel? —Una voz clamó, dirigiéndose hacia mi figura tirada en el


suelo. La figura se acercó corriendo, deteniéndose a unos centímetros de
mí —. ¿Qué pasó? ¿Quién te hizo esto?

Forzándome a abrir los ojos, levanté el cuello para buscar los ojos
interesados de Sandra Pierce, que estaba de turno ese mes.

—Ayúdame —susurré apretando los dientes para controlar los sollozos


que estaban amenazando por salir. El alivio de haber sido hallada, me
había dejado sintiéndome débil y nauseabunda, totalmente consciente
por primera vez de mi dolor desde que había despertado de la paliza.

—¿Quién te hizo esto? —Exigió una vez más, sentándose en cuclillas


delante de mí y recorriendo con manos tiernas, mi lacerada y
machacada espalda. De un tirón las retiró rápidamente cuando yo gruñí,
su voz afligida y tierna—. Oh, Ángel.

—Por favor... —era todo lo que yo podía decir dificultosamente—. Por


favor...

—¡Simmons! —gritó encima de su hombro—. Baja aquí con una camilla ¡y


le dices a Kotter que llame al doctor!

Sacando fuerzas de alguna parte, intenté agarrar su brazo.

—¡No! Por favor. Simplemente... llévame a mi celda. Por favor.

—Angel, ¡no puedo! Estás malherida. Voy a llevarte a la enfermería. El


doctor tiene que examinarte.

—¡No! Por favor.


—Angel...

—No. Sandra, por favor. No puedo permitirles ganar. Llévame a mi celda.


Por favor.

—Angel, sabes que no puedo hacer eso. Has sido golpeada


salvajemente y tu espalda es un desastre sangrante. Podrías tener daños
permanentes. Necesitas ser revisada.

—Entonces que sea aquí —supliqué, luchando contra las alas de la


oscuridad que cubrió los bordes de mi visión—. No puedes permitirles
ganar.

—¿Quién hizo esto, Ángel? ¿Fue Mouse y su gente? Dime.

Mi fuerza se fue y me caí contra ella, permitiendo a los sollozos finalmente


venir.

Aunque hasta el momento no estoy segura de cómo lo conseguí, pude


hablar con Sandra para que le permitiese al doctor examinarme en el
vestíbulo al cuarto de la ducha. Después de determinar que ningún daño
mayor fue hecho, La guardia en jefe estaba de acuerdo en devolverme
a mi celda. Aunque tuvo que llevarme en sus brazos como a una niña
pequeña, sentí un sentido absurdo de triunfo en el hecho de que pasaría
la noche en mi propia cama, en mi propia celda. Puedo recordarme
entrando en la cama, todavía sollozando, orando por hallar algún día, la
manera de retribuirles a mis atacantes todo lo que tenían
merecidamente ganado.

He oído que dicen a veces que cuando las oraciones son hechas con un
corazón puro y lastimado, alguien escucha y da una respuesta. Las mías
ciertamente, fueron oídas.

* * *

Es una vez más de noche y cuando la prisión se serena durante la tarde,


echo la vista a atrás en estas páginas que he tratado de escribir y no
puedo evitar preguntarme que estarás pensando de mi ingenuidad ante
tanto peligro obvio. También he notado que he dirigido, de nuevo, la
historia sobre mí, aunque nunca fuese mi intención hacerlo. Sin embargo,
también he descubierto que si la Musa apunta en una cierta dirección,
siempre es mejor simplemente seguirla para que tus palabras no se
vuelvan en tu contra y te hagan luchar y arañar por cada palabra
ganada.

En las veintitantas páginas precedentes, he usado dos plumas diferentes


para diferenciar entre cosas que pasan ahora y escenas de mi pasado
con sus luces y sus sombras. Desde que ha crecido en mí un profundo
desagrado por esta pluma púrpura, voy a confiar que has deducido mi
estilo de escritura y podrás saber la diferencia sin ella.

* * *

La mañana siguiente a mi altercado en la ducha, me desperté deseando


lo que no tenía. No había un lugar en mí que no latiese y mi cuerpo estaba
haciendo un trabajo muy bueno en convencerme de que tirara
simplemente la toalla y pasase el día en cama intentando permitirle a la
niebla dichosa de la inconsciencia enviar el dolor lejos.

Por suerte, mi cerebro tenía otras ideas, la mayoría vinculadas con


levantar mi trasero de la cama y ser vista como alguien que no cede
simplemente por una pelea. Después de un largo debate interior, decidí
anteponer lo pensaba a lo que sentía y despacio me levante, como una
mujer vieja artrítica en una mañana invernal lluviosa, fuera de la cama y
sobre mis pies. Me quedé de pie a un lado de la cama, jadeando,
temblando y procurando deshacerme la terrible náusea que había
decidido salir para jugar.

Después de asegurarme que no perdería la conciencia con la menor de


mis acciones, empecé a prepararme lentamente para el día. La tela
áspera de mi uniforme de la prisión frotó los rebordes crudos que tiraban
literalmente mi espalda y usé el dolor para sostenerme y centrarme en
continuar. Viniera lo que viniera, que la única manera en que podría
enfrentarlo era empezar mi día bajo mi propio poder y llevar mis lesiones
como una insignia de honor por una batalla bien luchada y difícilmente
ganada.
Decidiendo saltar un desayuno que habría de, con todos los derechos,
ser incapaz de guardar dentro de los confines de mi estómago, me dirigí,
a paso lento, hacia mi santuario, la biblioteca. Mientras caminaba
notaba las miradas lanzadas hacia mí, algunas llenas de simpatía apenas
velada, otras con odio y algunas más con una nueva clase de respeto.
La red de la prisión estaba al parecer en el orden activo positivo.

Había también un sentido de excitación que penetró en la prisión, como


si un evento muy importante estuviera a punto de pasar y todos excepto
yo conociesen todo acerca de él. No podía evitar pensar con maravilla
que tuviera algo que ver conmigo, aunque al mismo tiempo oraba
fervorosamente porque no ocurriera.

Corinne me encontró antes que lo hiciera yo, en la puerta de la


biblioteca, acogiéndome bajo el brazo y llevándome al caluroso cuarto
con un profundo brillo de respeto en sus ojos. Ayudándome a sentarme a
la mesa, en una silla recientemente forrada, se aproximó a su hornilla,
volviendo rápidamente con una taza de té fragante.

—Bebe esto, Ángel. Tiene algunas cosas que ayudarán a aliviar tu dolor.

Tomé la taza agradecidamente, trayéndola a mis labios e inhalando el


vapor con un sentido de placer. Olía a menta y limón y a algo casi
familiar, aunque yo no pudiera realmente recordar qué era. Tomé un
sorbo, gimiendo de gratitud mientras el sabor equilibrado aliviaba la
aspereza de mi garganta y calentaba mi interior. Mi estómago estaba
aparentemente contento con el regalo, ya que permanecía firme y
silencioso.

—Así que te enteraste, supongo.

Corinne sonrió, su mueca era casi severa y rapaz.

—Claro que sí. El brazo de Mouse está enyesado y su amiguita no hablará


claramente en bastante tiempo.

Hice una mueca de dolor.

—No quise pegarles tan fuerte.


Extendiendo la mano gentilmente colocándola bajo mi barbilla, mientras
erguía mi cabeza.

—Nunca sientas el defenderte a ti misma, Ángel. Ellas te habrían matado


anoche si hubieran podido. Trataste de detenerlas, y las pusiste fuera de
combate por un buen tiempo. Nada mal para ser el trabajo de una
noche.

Nuevamente hice una mueca de dolor.

—No estoy orgullosa de lo que hice, Corinne.

—Deberías estarlo.

—Bien, no lo estoy.

Acabé la conversación tomando otro sorbo de la taza, e inclinando mi


cabeza atrás, mis ojos cerrados divagando hacia ninguna parte. El quid
de la cuestión era que mis acciones me asustaron. Una cosa es el saber
que eres capaz de defenderte y otra el comprender que tienes la fuerza,
la habilidad, e incluso la voluntad para matar a otro ser humano. Yo ya
había hecho eso una vez. No tenía ningún deseo de hacerlo de nuevo
en toda mi vida.

Corinne se sentó en la silla a mi lado, poniendo una mano amistosa en mi


muñeca.

—Cancelaré tu sesión de enseñanza de hoy.

Mis ojos se abrieron sorprendidos y la miré fijamente.

—Preferiría que no lo hicieses. Cometí un error tomando una ducha sola.


Y pagué por él. Esas mujeres no necesitan sufrir por mi ignorancia.

—Ellas no sufrirán, Ángel. Sólo será por un día o dos, hasta que estés lo
bastante bien para enseñar de nuevo.

De algún modo yo conseguí levantarme de mi silla, agachándome


ligeramente para encontrar la mirada interesada de Corinne sobre mí.
—Corinne, por favor. Necesito hacer esto. Aprecio que me quieras, pero
no quiero ser consentida, por ti o nadie más.

Después de un momento largo, Corinne echó su cabeza atrás y se rio,


dejando ver en el movimiento de su barriga al ritmo de su risa, toda su
alegría.

—Bueno, bueno, nuestro pequeño Ángel ha crecido del todo.

La miré durante un largo momento, entonces suspiré lentamente.


Igualmente solté una risita entre dientes.

—No realmente. Recién, por un minuto estuve angustiada pensando que


quizá te había ofendido.

Corinne se rio de nuevo, mientras agitaba su cabeza. Entonces ella se


incorporó y envolvió mi cuerpo en un abrazo que olió a canela y a afecto
caluroso.

—Nunca cambiarás para nosotras, Ángel. Eres perfecta de la manera


que eres.

—Muchas gracias, creo.

Las palabras, salidas del cálido corazón de una fría asesina, me


calentaron hasta los dedos de los pies. Era una de esas paradojas
inexplicables de vida de la prisión, pero una que acepté
agradecidamente. Amor, después de todo, es amor y aprendes a
tomarlo donde lo encuentras y a ser agradecido por haberlo recibido.

Corinne me soltó finalmente y se sentó en su asiento. Observando


detenidamente, pude ver ese mismo estado de excitación apenas
reprimido a su alrededor.

—Corinne, ¿algo está ocurriendo aquí que yo no sepa?

La sonrisa que cruzó la cara de mi amiga habría hecho a la Mona Lisa


sentirse orgullosa.

—Podría ser —ella se permitió decir.


—¿Vas a decirme qué es?

Su sonrisa se ensanchó.

—Ángel, a veces es bueno experimentar ciertas cosas uno mismo.

Agitando mi cabeza, solté con esfuerzo un suspiro de frustración.

—Creo que te gustará. Ya verás.

—¿Puedes contestarme dos preguntas, al menos?

—Pruébame.

—Ok. ¿Esta cosa pasará hoy?

—Si la red de la prisión es correcta, sí.

—Bien. ¿Tiene algo que ver conmigo?

Las delgadas cejas de Corinne se juntaron en su ceño fruncido un


instante. Entonces su cara se despejó.

—Quizás al principio, no. Pero tengo la sensación de que un día tendrá


todo que ver contigo.

Resistí la tentación de poner mis ojos en blanco.

—Entonces, eso es todo lo que vas a decirme, ¿eh?

Mi amiga sonrió afectadamente.

—Sí.

Cualquier réplica mordaz que podría haber hecho, fue acallada por la
entrada de mis dos estudiantes que caminaron riéndose tontamente y
mirándome de cierto modo que antes yo nunca había visto. El culto del
héroe.

En ese momento, finalmente puse mis ojos en blanco.


Unas tres horas después me encontraba en una biblioteca felizmente
callada, tomando un descanso bien merecido. La sesión sólo había ido
mínimamente mejor que el día anterior, y yo, estaba empezando a
desesperarme tratando de incorporar los conceptos básicos del inglés a
la vida de mis dos deseosas estudiantes. Los diccionarios de traducción
Inglés/Español no dieron el resultado que yo esperaba y mi mente estaba
demasiado cansada para pensar en algo nuevo.

Corinne estaba sentada detrás de su escritorio, chispeando a su


alrededor, gracias a la luz suave de su lámpara de escritorio. El sonido de
su antigua pluma llenó el aire de su melodía consoladora y le permití a
mis pensamientos divagar un poco para relajarme. El té, había sido
inmensurablemente bueno y, después de todo, estaba sintiéndome tan
bien como podría esperarse, dadas las circunstancias.

Los sonidos de la pluma sobre el papel, más el tic tac del reloj, se
compincharon para llevarme a un sueño ligero, que fue más curativo que
todo lo que pude haber dormido la noche anterior. Un sonido diferente
se filtró través de mis sentidos de repente, haciendo que me sentara
derecha en mi silla, mi cuerpo reaccionando con una sonora protesta.

—¿Qué fue eso?

Corinne permaneció callada, sonriendo enigmáticamente de nuevo.

El sonido se repitió y se volvió un canto cuando más voces agregaron su


fuerza al áspero coro. Entonces, el ruido de metal contra metal me
atravesó, al mismo tiempo que las voces. Mis ojos se estrecharon,
intentando entender las palabras. Me quedé estática de repente
cuando comprendí que el canto no era un grupo de palabras, sino una
palabra repetida continuamente.

—¡Fight8! ¡Fight! ¡Fight!

Volviéndome a Corinne, hice un esfuerzo por levantarme, palabras de


agradecimiento se apoderaron de mis desordenados y confusos
pensamientos. En mi mente, podía ver a Pony arremetiendo contra
Mouse y su banda, con las reclusas en círculo a su alrededor, alentando
a su favorita.

8
Fight: lucha.
Como era a menudo en ella, Corinne parecía leer mi mente y sonrió, con
una sonrisa tranquilizante.

—Ellas no están luchando. Escucha mejor.

Traté cuanto pude, pero sólo podía oír la palabra fight ser repetida una y
otra y otra vez. Me volví hacia mi amiga.

—¿Es esta la sorpresa de la que me hablabas?

—Lo más probable es que así sea.

—Pero no es una lucha.

—No.

—¿Entonces qué es?

Llevando su atención de mí a su carta, Corinne sonrió afectadamente.

—Sólo hay una manera de averiguarlo, Ángel.

No confiando completamente todavía en mi amiga, levanté


penosamente mi cuerpo de la cómoda silla y me puse sobre mis pies, una
vez más.

—Más vale que sea una sorpresa condenadamente buena —murmuré


conteniendo la respiración a medias.

—Oh, lo será —dijo Corinne hacia su papel.

Disparándole una mirada deslucida, emprendí mi cautelosa salida de la


biblioteca.

El griterío y el golpeteo se volvieron más ruidosos a medida que me


acercaba a la plaza mayor de la prisión. Si no lo he descrito antes, el
Pantano está constituido por ocho niveles de celdas que corren
alrededor de un cuadrado central abierto. Dos juegos tortuosos de
peldaños de metal, descansan pacientemente uno en cada esquina del
cuadrado y sus barandas con la pintura desgastada por la presión de
centenares de manos.

Cuando bajé del largo vestíbulo donde estaba la biblioteca y salí al


cuadrado, mi visión se llenó de centenares de reclusas vestidas de
naranja, que saltaban y cantaban al unísono, con sus caras iluminadas
por la excitación y anticipación. Se habían dividido en dos grandes
grupos, dejando una calleja estrecha en el medio, pareciéndose mucho
a un guantelete viejo. Incluso las escaleras estaban atestadas de reclusas
observando hacia la lejana entrada con expresiones expectantes.

Mi falta de altura comprometía mi visión, y la curiosidad estaba


matándome. Como el Mar Rojo, o el Mar Anaranjado para ser más
exacta, las reclusas que tapaban mi vista se abrieron para permitirle a
una sonriente Pony pasar, quien gentilmente me condujo a través del
rebaño hacia los primeros escalones. Critter y Sonny también estaban en
la asistencia, y las dos me sonrieron abiertamente y me palmotearon en
los brazos, suavemente, felicitándome por sobrevivir a la paliza de la
noche anterior. Les sonreí alegremente.

—¿Qué está pasando? —Grité sobre el fragor.

Critter sonrió abiertamente.

—¡Ya lo verás!

Quedándome allí atrás y cruzando los brazos sobre de mi pecho, resolví


esperar lo que fuera allí mismo. El sonido del canto llegó al unísono a mis
oídos y comprendí que no gritaban fight, sino Ice9. Me volví hacia Pony
confusa.

—¿Ice?

Mi amiga simplemente cabeceó y dirigió mi atención hacia el fin lejano


del cuadrado y la puerta que estaba allí. Mi atención comenzaba a
vagar en el momento exacto en que el canto se detuvo y la alegría se
desató, aumentando de manera tal, que empecé a pensar que mis
tímpanos estallarían por la intensidad del ruido.

9
Ice: Hielo.
Devolviendo mi atención a la puerta de espera, mis ojos captaron una
llamarada de naranja luminosa rodeada por el castaño pardo de los
uniformes de las guardias. Una de ellas caminó adelante y agarró las
llaves que colgaban de su cinturón, usando una para abrir la maciza
puerta. Un expectante silencio cayó sobre la prisión cuando la guardia
dio un paso atrás con la mano en la porra10 que colgaba de su cinturón.
Con una inclinación a su compañera, se adelantó una vez más. Cuando
caminaron a través de la puerta, la prisión explotó en una cacofonía de
sonido. Asegurando mis manos sobre mis orejas, contemplé el
espectáculo desplegado ante mí.

Las dos guardias caminaron a través de la multitud con precisión casi


militar, evidentemente bien preparadas para el problema. Entonces,
caminando perfectamente medio paso atrás, con brazos y piernas
esposados firmemente, llegó el centro de atención.

Me encontré clavada al suelo. Los sonidos a mi alrededor parecieron


caer en un lejano silencio, aunque mi cuerpo continuó sintiendo sus
vibraciones. Sacándoles por lo menos media cabeza a los que la
rodeaban, una visión caminó hacia la prisión, moviéndose con una
gracia real como nunca había visto en mi vida. Ella parecía ordenar el
cuarto con la fuerza de su espíritu, emitiendo una llamada inevitable,
ante la cual me vi incapaz de voltear. Su pelo era negro y
resplandeciente, cayendo en volteretas, como violentas olas, sobre su
espalda y rozando sus hombros, tan amplios y perfectos que provocaban
que el traje anaranjado se ciñese a su magnífico cuerpo como un fiel
amante. En ese momento habría dado lo que fuera con tal de ser ese
uniforme de prisión en particular. Su cara parecía tallada en alabastro,
recordando a alguna diosa antigua, llena de fuego y fiereza, todo ello
acentuado por sus pómulos y sus rojos y carnosos labios. Pero sus ojos... Si
llego a vivir hasta los cien años, ni aun así podría describir lo bello de su
perfección. Brillando feroces y orgullosos, resplandecían en el más
profundo azul de la parte más caliente de la llama de una vela. O, quizás,
el centro de un perfecto bloque de hielo.

Con ese pensamiento, comprendí el significado de su alias de prisión, y le


encajó como ningún otro que tuviese antes o después.

10
Porra: Palo pequeño que utiliza la policía y otros cuerpos de seguridad para golpear
Su mirada fija ardía, fría y caliente al mismo tiempo, incendiando toda la
habitación mientras nos desechaba a todas nosotras. Ella se acercó
tomándose su tiempo, sus largas y musculadas piernas la hacían moverse
como una pantera, sigilosamente rapaz. Sus guardias la siguieron como
un séquito de consejeros, permitiendo a su público adorarla desde una
distancia segura, para que ni una pestaña estuviese fuera de lugar, ya
que aún con sus miembros encadenados y todo, parecía poder matar
sólo con un pensamiento. Su mirada enfocada hacia delante, hasta que
dio el primer paso. Entonces, siempre muy lentamente, su cabeza se
volvió y sentí el calor de esos fríos ojos cuando se sumergieron dentro,
ahogándome en una piscina tan pura y profunda, que no podría pedir
auxilio, pero sí ir gustosamente a mi muerte.

Nuestras miradas se clavaron y estoy segura que mi cara se puso blanca.


Una eternidad pasó en ese breve segundo. Su alma llamó y la mía
respondió, como visiones entretejidas entre nosotras de vidas pasadas
existidas y sacrificios hechos. Todo en nombre de un amor perfecto que
nunca nació y nunca moriría.

La atención de la prisión entera estaba en nosotras, pero yo sólo tenía


ojos para ella. Ella representaba libertad, de un modo en que ni la vida
fuera de esta prisión podría igualar. Vi el azul de un perfecto día de
verano en su mirada y la promesa de seguridad, y un alma derrotada y
un amor profundo, ofrecido en una mirada breve; si sólo pudiera reunir el
valor para extender la mano y tomarlo.

Mi cuerpo siguió donde mi mente ya tenía primacía y, realmente más allá


de mi voluntad consciente, mi brazo se alzó, extendiendo la mano para
confirmar con el sólido contacto humano que éste no era un mero sueño,
sino una viva y respirable realidad, que estaba de pie ante mí.

Una llamarada de castaño, entró en la periferia de mi visión y sentí mi


brazo desviado al costado por la guardia que caminaba detrás,
rompiendo el momento. Una sonrisa impresionada encorvó los labios
suaves, carnosos, de mi hechicera. Con una ceja levantada y el
fantasma más desnudo de un guiño, ella alejó su atención de mí y
encabezó los escalones a la unidad de segregación, dejándome más
desconsolada de lo que puedo recordar haber estado nunca.

El sonido se quedó atrás, como un vacío, y mi cabeza devanó la


intensidad del momento. Pony me cogió cuando recaí contra la
baranda, la fuerza de repente había abandonado mis piernas. Cuando
la prisionera fue dejada en su nueva celda, la muchedumbre empezó a
separarse y Pony y Critter cada una tomando uno de mis brazos, me
ayudaron a bajar de la escalera y me acompañaron a la biblioteca, con
Sonny siguiéndonos muy de cerca.

Recuerdo muy poco de ese corto viaje. La mejor metáfora que puedo
encontrar es asemejarlo a tocar un cerco electrizado sin estar preparado,
siendo envuelto por la corriente y si eres afortunado, viviendo para sentir
las imágenes posteriores, cuando hormiguean a través de tus
chamuscadas terminaciones nerviosas.

Así que envuelta en estos nuevos sentimientos extraños ni siquiera noté


cuando entramos en la semioscuridad calurosa de la biblioteca. Mis
nuevas amigas me escoltaron a mi silla y me colocaron, entonces
sonrieron abiertamente ante mi expresión deslumbrada, luego hablaron
algo con Corinne y me dejaron allí, sumida una vez más en mis
pensamientos.

La próxima cosa que puedo recordar de verdad, es a Corinne


acercándose con una taza de su famoso té.

Me lo pasó y yo tragué casi todo el contenido de un sorbo, quemándome


la lengua y el paladar ante el intenso e inesperado calor.
El dolor me pegó un segundo después y bajé de golpe la taza, mientras
abanicaba mi cara tratando de evitar que mis ojos se anegaran de
lágrimas.

Mi amiga tuvo el detalle de no reírse de mi tontería, pero me sentía no


obstante como una niña. Sé que me ruboricé por algo más que el calor
del té y de pronto la mesa llena de rayones que tenía en frente, se volvió
una obra de arte interesantísima, una que requería toda mi atención.

Corinne esperó pacientemente fuera y, recogiendo finalmente los


remanentes andrajosos de mi valor, me arriesgué a buscarla, haciendo
una mueca interna por la mirada de sutil burla que estaba segura, estaba
instalada en sus ojos.

En cambio, su mirada era tranquila y compasiva y me dejé caer con un


sentimiento de alivio.
—¿Estás bien? — Preguntó con voz amable.

—Yo... no estoy segura. Creo que sí—-. Mirándola, me esforcé en poner


sentimiento en las palabras— ¿Qué pasó?

Corinne sonrió.

—Ice pasó.
Capítulo 2

—¿Quién es ella ? —Esa pregunta de repente abarcaba todo mi ser. Era


algo que necesitaba saber tanto como necesitaba el aire para respirar y
comer.

En respuesta, mi amiga se levantó de su silla y volvió a su escritorio. Abrió


uno de los cajones, sacó un libro de recuerdos y volvió a la mesa,
deslizándolo delante de mí.

—Eso te dará algunas respuestas.

Abrí el libro, miré hacia abajo en el primer titular de un periódico y algunos


de mis sentimientos de reconocimiento encajaron en su lugar.

Incluso si no eres de esta zona, si eres lo suficientemente mayor como


para haber podido leer durante la década de los años 60, podías
recordar el nombre de Morgan Steele. En ese momento, ella tenía el
dudoso honor de ser la asesina en serie femenina más joven en la historia
de Estados Unidos. Por ahora, estoy segura de que alguien ha superado
su récord, pero fue noticia de primera plana por ese tiempo.

Morgan tenía quince años y era una niña de la calle cuando su mejor
amigo fue asesinado en una compra de droga que había ido mal. Se
dice que Morgan estaba fuera de la ciudad en otro asunto en ese
momento, pero cuando regresó y se enteró de lo sucedido, se volvió loca.
Robó un arma en una casa de empeño, la adolescente acechó a las
personas que habían asesinado a su amigo y casi un mes después, los
atrapó a todos en un almacén. Había dieciséis miembros de una pandilla
callejera en ese almacén esa noche. Morgan los mató a todos. Cuando
el arma se quedó sin munición, fue tras los supervivientes con una barra
de hierro. Y cuando se rompió, terminó con el último adolescente con los
pies y los puños.

En respuesta a una llamada a la alteración del orden público, la policía


entró en el almacén justo a tiempo para ver a Morgan rompiendo el
cuello de su víctima final. Luego, sin embargo, la rabia no pasó y se fue
tras los dos policías que trataron de detenerla. Le dispararon cinco veces
y pasó casi dos meses en el hospital antes de recuperarse lo suficiente
como para enfrentar un juicio.

El veredicto fue una conclusión inevitable y sólo la sentencia despertó el


interés. Debido a que era menor de edad, la pena de muerte aunque tal
vez se justificaba, no era una opción. La mayoría pensaba que iba a
pasar su tiempo en un centro de detención juvenil hasta que cumpliera
veintiuno y fuera liberada con un informe judicial limpio. En una decisión
histórica, el juez aprobó una sentencia de cadena perpetua sin
posibilidad de libertad condicional, que se cumpliría en una cárcel de
adultos.

Hubo algunas protestas públicas por la decisión, pero en su mayor parte,


la gente parecía convencida de que la justicia había sido debidamente
aplicada y Morgan fue llevada al Centro Penitenciario de Mujeres
Rainwater para cumplir el resto de su vida natural tras las rejas.

Sin embargo, hay cosas que suceden entre bastidores y el caso de


Morgan no fue dejado descansar en ningún periódico recogiendo polvo.
Importantes abogados dieron un paso adelante, y durante los siguientes
cinco años, lograron llevar el caso hasta el final, a la Corte Suprema de
los Estados Unidos. El 16 de marzo de 1972, la Corte Suprema declaró que
la sentencia de Morgan era inconstitucional. Cuatro meses más tarde, en
su vigésimo primer cumpleaños, Morgan Steele salió de la cárcel como
una mujer libre.

Después de que mis ojos recorrieran el último artículo, cerré el libro de


recuerdos y lo deslicé de nuevo sobre la mesa para Corinne.

—No era más que una niña cuando vino aquí. ¿Qué pasó que la convirtió
en la persona que merece una bienvenida como la que acabo de ver?

Corinne sonrió con tristeza.

—Creo que algo le pasó mientras estaba en el hospital recuperándose


de sus heridas. La persona que conocí no era la misma que asesinó a
todos esos adolescentes a sangre fría. Estaba tranquila, respetuosa. Ella
sólo quería pasar su tiempo de la mejor manera posible. No quería
problemas—. Mi amiga le acarició la piel cubierta al libro de recuerdos
mientras sus ojos adquirieron una mirada perdida—. Sin embargo, los
problemas lograban encontrarla. A finales de los años 60, las bandas
dominaban esta prisión, más aún que en la actualidad. El racismo era un
gran problema y había disturbios raciales casi todas las semanas. Palizas.
Puñaladas. Fuegos. Lo que fuera. Los guardias abandonaban más
deprisa de lo que podían contratar a otros nuevos. El Gobernador incluso
amenazó con enviar a la Guardia Nacional para restablecer el orden —
Corinne suspiró—. Llegó un punto en el que cualquiera tenía que elegir
un bando o arriesgarse a ser asesinado, incluso por su propia gente. Era
el infierno —Cuando mi amiga levantó la mirada, había un brillo en sus
ojos—. Ice no era conocida como una persona que hiciera las cosas de
manera convencional. En lugar de unirse a una pandilla, comenzó la suya
propia. Las Amazonas.

—¿Las Amazonas? ¿Quiénes son? Aparte de ser un grupo de mujeres


míticas guerreras, quiero decir.

—Deberías saberlo, Ángel. Tres de las mejores miembros son tus mejores
amigas.

—¿Quiénes?

—Pony. Critter. Sonny.

Me quedé muy sorprendida. En toda mi relación con ellas, yo no tenía ni


idea de que mis amigas fueran miembros de una banda.

—¿Me estás tomando el pelo?

—Nop. Son miembros de las Amazonas. La banda que Ice comenzó


cuando estuvo aquí.

Intrigada, me acerqué a Corinne.

—¿Y qué defienden estas Amazonas?

Corinne se encogió de hombros.

—Lo que ellas quieran defender. Son la banda en esta prisión.

—Pero... ¡pero eso no tiene ningún sentido! ¡Todas parecen muy


agradables!
—Lo son, Ángel. También pueden ser completamente despiadadas. Todo
depende de donde estés —Acarició el libro de nuevo—. Permíteme tratar
de explicártelo. Como ya he dicho, las bandas estaban destruyendo esta
prisión. Nadie sabía qué hacer para detenerlo. Ice, que para entonces
había desarrollado una reputación como la mejor luchadora del centro
penitenciario, se acercó a otras mujeres que también eran conocidas por
su capacidad de lucha, la inteligencia y la lealtad. Estas mujeres se
unieron para formar las Amazonas, una nueva banda. Lo mejor de lo
mejor, y se dedicaron a poner la cárcel de nuevo bajo control. Les tomó
varios meses, pero cuando todo terminó, habían hecho retroceder a las
bandas. Las Amazonas se convirtieron en una especie de fuerza de
mantenimiento de paz de las reclusas. Ellas ayudan a las personas que lo
necesitan y castigan a aquellas que lo necesitan también. Se aseguran
de que ninguna banda se manifieste más fuerte que los demás, y ayudan
a proteger a los verdaderos oprimidos.

—¿Y ella hizo todo eso cuando tenía quince años?

La sonrisa de Corinne se volvió petulante.

—Así es.

—Wow —Viendo la cariñosa sonrisa en la cara de mi amiga, me lancé a


otra pregunta—. Si no te importa que te lo pregunte, Corinne ¿cuál es tu
interés en todo esto?

—Oh, eso es bastante simple. Aunque yo era una anciana sin valor como
luchadora, todavía tenía alguna influencia en esta prisión. Las blancas
querían esa influencia y las negras querían destruirla. Era la única cosa en
que estaban de acuerdo. Una noche, los miembros de ambas bandas
llegaron con cócteles molotov, amenazándome a mí y a mi biblioteca
con quemarnos si yo no elegía. Sus ojos adquirieron ese brillo duro peculiar
que me había dado cuenta que tenía de vez en cuando antes. Ice salió
de la nada y fue a por todas, ella sola. Las bandas perdieron a ocho
personas esa noche. Una todavía está en el hospital. En coma.

Di un grito ahogado, horrorizada.

—¿Y el resto?
—Oh, todas ellas recuperadas. Finalmente —Corinne se burló—. Nunca
me molestaron de nuevo, creo que parte de mí se enamoró de ella esa
noche… Mi vengadora oscura. Lo que hizo fue... hermoso —Se volvió
hacia mí, con los ojos llenos de amor a la mujer conocida como Ice—.
Ella ha mantenido un ojo desde fuera en mí desde entonces. Incluso
cuando no estaba en la cárcel, se aseguró de que estuviera a salvo. La
biblioteca ha sido dejada existir y crecido en paz y me han permitido
hacer lo mismo. Gracias a ella.

—Eso es increíble.

—Sí, lo es.

—Así que, ¿sabes por qué está de vuelta?

—No está muy claro. Por lo que he podido captar, cuando salió la última
vez, fue abordada por algunas personas muy importantes.

—¿Quiénes?

—Es difícil de decir, pero he oído que son del tipo que visten trajes oscuros
y deportivas, con apellidos que suenan muy italianos.

—¿La Mafia?!?

—Eso me han dicho. De alguna manera, se las arreglaron para que se


uniera a ellos. Tengo que admitir que me sorprendió bastante. Me sentía
segura de que iría por el buen camino después de su estancia aquí. Pero
no lo hizo.

—Entonces, ¿qué pasó?

—Mis contactos me dicen que ella fue capaz de ir muy lejos en la


Organización, a pesar del hecho de que no tiene nada de sangre
italiana. Al parecer, era una especie de mercenaria contratada por estos
tipos. Muy buena en su trabajo, si es que no puedes adivinar eso ya —
Escuchaba a Corinne sacudiendo la cabeza en su historia. El misterio de
por qué esta mujer joven, que recibió una milagrosa segunda
oportunidad, elegiría volver a la delincuencia era uno que realmente
quería resolver—. Por lo que he oído, fue enviada a eliminar a un testigo
que testificaba en un juicio inminente sobre extorsión. Lo extraño es que
el testigo, aparentemente, testificaba para la defensa. Eso no tiene
mucho sentido. A menos, por supuesto, que haya alguien en lo alto de
una de las Familias que quiera a este Jefe tras las rejas por alguna razón.
Algo pasó y ella fue capturada. Le tendieron una trampa, a lo grande.

—¿Crees que lo hizo?

—No lo sé. No lo creo. No es su estilo. La Ice que conozco no elimina


testigos, no importa para qué lado testifiquen.

—Bueno, parece que la Ice que conocías cambió mucho una vez que
salió de la cárcel.

—Es cierto. Pero aun así, algo no cuadra. Realmente empecé a


sospechar cuando me enteré de que iba a ser defendida por un
abogado de oficio designado por el Tribunal. La Mafia generalmente
ayuda a su propia gente en estas situaciones. Incluso cuando metes la
pata, generalmente están detrás de ti todo el camino.

Sentí que mi sonrisa aparecía en mi cara.

—Bueno, entonces. Parece que tenemos nuestro propio misterio que


resolver. Colombo, cuidado. Ángel está en el caso.

Mi alegría fue detenida por una mano fuerte en mi muñeca.

—Ángel —dijo Corinne seria—, ve con cuidado. Ice es una mujer muy
privada y si investigas sin su consentimiento, vas a tener muchos
problemas, sin importar quiénes sean tus amigas. Aunque tengo la
sensación de que va a haber una conexión muy fuerte entre vosotras, es
una mujer muy, muy peligrosa. Por encima de todo, tienes que recordar
eso.

Tragando saliva, me acordé de los ojos de hielo que me habían mirado


hacía sólo una hora y asentí.

—Entiendo.

Sonriendo de nuevo, Corinne apretó suavemente la mano.


—Ice puede ser la mejor amiga que jamás hubieras esperado tener,
Ángel. También puede ser tu peor enemiga. Como he dicho, ve con
cuidado alrededor de ella. Dale la oportunidad de tantearte, de
conocerte. No confía en nadie, no del todo. Pero si piensa que eres digna
de ella, y sé que lo eres, las cosas van a darse solas. Cosas buenas, creo.

Después de un momento, asentí de nuevo. Conociendo mi próxima


declaración iba a sonar totalmente estúpida, me armé de valor contra la
probable risa.

—Corinne, cuando ella me miró un momento, yo... bueno... sentí algo.


Fue la cosa más extraña que jamás he sentido en mi vida. Casi como si la
conociera. Y no sólo eso. Yo... la... amaba —Negué con la cabeza,
maldiciendo mi lengua por no ser capaz de llegar a una mejor manera
de expresar la multitud de sensaciones que me atravesaron cuando
nuestros ojos se habían cruzado durante un breve segundo perfecto—.
No puedo explicarlo. Quiero decir, nunca he conocido a esa mujer antes
de ahora, pero... —Mi voz se apagó cuando solté un profundo suspiro—.
Sé que te debo sonar como una idiota —le murmuré miserablemente.

Me apretó la mano de nuevo.

—Para nada, dulce Ángel —Ladeando mi barbilla de nuevo, Corinne me


miró a los ojos—. Cuando era más joven, antes de todo eso del arsénico
para maridos... —Gemí—. Yo tenía una especie de talento para ver las
cosas. Cosas que no estaban realmente allí —El rostro arrugado de mi
amiga se arrugó aún más en una sonrisa—. Claro, supongo que en la
mayor parte del mundo, se llama locura. La parte buena es que esas
cosas a menudo resultaban ser ciertas.

—¿Podías ver el futuro?

—Algo. O el pasado. No siempre estaba segura. Llegaba a ser confuso a


veces —Ella se rió un poco—. Menos mal que nací en Louisiana, ese tipo
de cosas eran más o menos aceptadas como un regalo, y no una
maldición. En los círculos correctos, por supuesto. Se desvaneció a
medida que crecía, pero sigo teniendo flashes aquí y allá. Y
definitivamente tuve un flash la mañana que entraste corriendo en mi
biblioteca, cubierta con desayuno. Fue algo que vi en Ice el primer día
también.
Levanté la vista hacia ella, segura de que mi incredulidad se mostraba
claramente en la cara.

—Corinne, perdona que te lo diga, pero me resulta difícil de creer que


Ice tropezara aquí después de ser perseguida por un grupo de reclusas
enloquecidas. Llevando todo el desayuno en su camisa.

Mi amiga se rio de nuevo, un sonido claro, musical que llenó la biblioteca


agradablemente.

—No. Estoy hablando de lo que vi en sus ojos. Ice es un alma vieja.


Antigua, de hecho. Ni siquiera podría empezar a adivinar a qué tan atrás
llega. Incluso cuando llegó aquí cuando era niña, sus ojos eran antiguos,
como si hubieran visto más del mundo que cualquier mortal tuviera
derecho a hacer. Era... desconcertante al principio. Me acostumbré a
ello después de un tiempo —Volvió la mirada hacia mí, evaluándome—.
Veo lo mismo en tus ojos, Ángel. Una sabiduría que desmiente tu
inocencia —Su sonrisa se profundizó, y juro que por segunda vez pude ver
un ligero destello de colmillos en su boca—. Eso, por supuesto, sólo te
hace aún más atractiva.

Un escalofrío aterrador cruzó por mi espalda y se me puso la piel de


gallina. De repente me sentí muy incómoda en presencia de Corinne, al
verla por primera vez como la mujer que era en realidad, una asesina
impenitente. Las paredes comenzaron a estrecharse y admitiré
libremente que empecé a sentir puro pánico.

Al ver mi estado, Corinne dejó de mirarme a los ojos, fijándose hacia


abajo y acariciándome los brazos.

—No tengas miedo, Ángel. No estoy aquí para hacerte daño — Su risa,
cuando llegó, era casi amarga—. No soy más que una mujer después de
todo. Que ha visto mucho en la vida.

De repente me sentí muy avergonzada de mi reacción. Girando mis


manos, agarré los brazos de Corinne con fuerza.

—Eres mucho más que una mujer para mí, Corinne. Eres mi amiga —Estoy
segura de que estaba sonrojada en ese momento—. Siento haber
reaccionado así. Es sólo que... todo esto de ver cosas que no están ahí y
almas antiguas... Yo sólo soy de un pequeño pueblo metodista, después
de todo. No se supone que creamos en esas cosas.

La expresión de Corinne se suavizó, cambiando de nuevo a la vieja


abuela adorable que había llegado a conocer.

—Está bien, Ángel. He estado aquí tanto tiempo que a veces me olvido
de lo aterrador que este lugar puede ser —Se encogió de hombros—. Es
un hogar para mí ahora, pero tengo que darme cuenta que la mayoría
no os sentís de esa manera —Liberándose de mis manos, alejó su silla de
la mesa y se levantó—. De todos modos, recuerda lo que dije. Mantén tus
ojos y oídos abiertos, sé suave y sin pretensiones alrededor de Ice y todo
va a ir bien.

—Gracias, Corinne.

—No hay problema, hija. Ningún problema en absoluto.

* * *

El siguiente par de semanas pasó rápidamente. Había hecho un gran


avance con mis estudiantes mexicanas y la enseñanza se había
convertido en una tarea placentera. Se llevaron todo lo que les di, y
prácticamente me rogaron por más.

Dinero y libros usados empezaron a llegar a la biblioteca en los envíos


regulares y Corinne y yo nos mantuvimos muy ocupados catalogando y
enviando cartas de agradecimiento a nuestros colaboradores. Más y más
personas venían a visitar la biblioteca por diferentes razones, por lo que
Corinne era una mujer muy feliz. Ella continuamente estaba ajetreada
preparando su famoso té y compartiendo historias con las otras reclusas.
Casi siempre había una clase impartiéndose en una esquina, así que por
primera vez, hacían de la biblioteca un lugar lleno de gente, un lugar
amable para estar.

Ice había sido puesta en libertad entre la población general después de


sólo dos días de segregación, y la prisión, aunque la emoción se había
acomodado un poco desde su llegada inicial, aún permanecía en un
buen comportamiento. Montana, quien había sido la jefa de las
Amazonas durante la ausencia de Ice, entregó su manto de autoridad
con mucho gusto y venía a la biblioteca, algo que no había tenido
tiempo de hacer antes, para charlar o leer. Aunque todavía muy
intimidada por la bella mujer sombría, llegué a conocerla un poco mejor
en estos momentos de tranquilidad y la encontré amable, considerada e
inteligente, muy apasionada en sus creencias.

Ella me dijo que había dirigido la Comunidad Separatista de la Mujer en


Montana, de ahí su apodo de prisión. Cuando la Enmienda de Igualdad
de Derechos se acercó a la ratificación, dirigió una campaña sin cuartel
para conseguir colocarla dentro de la Constitución. Esa campaña
condujo al chantaje y la extorsión, y fue condenada por estos delitos en
Pittsburgh. Había estado en el Pantano durante siete años, una sentencia
anormalmente larga para su crimen, y esperaba ser liberada pronto. La
Comunidad de Mujeres seguía existiendo y echaba de menos su casa
terriblemente. Disfruté escuchando sus historias de toda una comunidad
que existía sin la presencia de los hombres.

Mi pequeño negocio secundario de ser la persona que conseguía cosas,


comenzó a despegar realmente después del incidente de la ducha y
estaba más ocupada que nunca lo había estado en mi vida. A pesar de
que estaba encerrada detrás de altos muros, empecé a disfrutar
realmente de la vida por primera vez en mucho tiempo.

Siguiendo el consejo de Corinne al pie de la letra, me quedé lejos de Ice.


A medida que pasaban los días, mis recuerdos de nuestro primer
encuentro comenzaron a desvanecerse un poco y atribuí la mayor parte
de esos sentimientos extraños a una especie de lapsus mental
postraumático combinado con cualquier hierba especial que estuviera
en el té mágico de Corinne. Extrañas historias de vidas pasadas y almas
antiguas se fueron alejando un poco, a un rincón oscuro de mi mente,
que salía y se examinaría sólo en la profunda quietud de la noche de
prisión.

Con el paso final de la primavera al comienzo del verano, me aventuré


fuera de la cueva oscura de la biblioteca, un buen día. La sensación de
calor del sol en mi piel era pura felicidad y me senté en un pequeño
espacio de hierba suave con una sensación de placer. Relajando mi
cuerpo y volviendo la cara hacia el sol, dejé que mis ojos se cerraran y
escuché los sonidos de los insectos y las aves, ya que tejían su canto
natural alrededor de los sonidos de sus pesos presionados y los huevos
abriéndose. El dulce aroma de la nueva vida perfumaba el aire a mi
alrededor e inhalé profundamente, tarareando con placer.

Como estoy segura de que has notado que sucede a menudo conmigo,
estaba tan envuelta en el placer del momento que no me di cuenta que
las cosas habían cambiado a mi alrededor. Mi primera pista vino cuando
una parte de mi cerebro difusa notó de pronto la ausencia de sonido
humano en el patio. Entonces, sintiendo una presencia muy cálido detrás
de mí, me giré, logrando ponerme de rodillas y poniendo mis manos en
una postura defensiva mientras lo hacía. Respirando con dificultad, me
las arreglé para mirar hacia arriba, luego hacia arriba otra vez, hasta que
me encontré con los ojos azules feroces de Ice, que estaba sonriendo
hacia mí, aparentemente muy satisfecha de sí misma por pillarme
desprevenida.

Después de un momento, puso en cuclillas ese largo cuerpo de ella


delante de mí, arrancando una hoja de hierba y haciéndola girar
distraídamente entre sus hermosos finos dedos. Entonces, por casualidad,
se encontró con mis ojos de nuevo, capturándome totalmente dentro de
su mirada azul helada.

—He oído que eres la mujer que consigue cosas.

Si no estaba absorta antes, el sonido de su voz baja, resonante y


melodiosa recorriendo mis sentidos lo consiguió. Me temo que la miré
parpadeando estúpidamente por un momento, tratando de centrar mi
mente totalmente confundida en torno a sus palabras.

—¿Qué?

Como frase de apertura, ésa estaba en el nivel más bajo y mi cerebro


recibió una patada mental por esa pieza en particular de brillantez
literaria.

Ice sonrió, entonces. Una sonrisa extrañamente entrañable y


dolorosamente familiar que aceleró mi corazón.

—¿Estaba equivocada acerca de eso?


—Eh... no. No, en absoluto —Ahora bien, si tan sólo pudiera saber en lo
que ella no estaba equivocada, estaría por delante del juego. Un viejo
axioma de mi madre entró en mi cerebro: En caso de duda, siempre
intenta ser honesta. Me encogí de hombros mentalmente, imaginando
que en este momento, era mejor que nada—. ¿De qué estábamos
hablando?

Una ceja de ébano se levantó mientras ella me miraba más de cerca.

—¿Hay algún problema?

—¡No! No. Para nada. Nada en absoluto. Yo... ah... no te he oído la


primera vez —Brillante, Ángel. Simplemente genial—. ¿Podrías... mmm...
repetir tu pregunta, por favor?

Un largo brazo arrojó la hoja de hierba a lo lejos y Ice juntó las manos
entre sus piernas abiertas.

—Te pregunté si estaba equivocada al suponer que eres la persona que


consigue cosas.

—¡Oh! Oh, no, no estabas equivocada en absoluto. Sobre eso, quiero


decir —Inhalando profundamente, lo intenté de nuevo—. Lo que quiero
decir es que yo soy la mujer que puede conseguir... cosas. Para la gente.

A día de hoy, todavía puedo recordar rezar con más ahínco de lo que lo
había hecho en toda mi vida. Recé para que una gran revuelta estallara
en el patio, o que un repentino tornado apareciera de repente,
llevándome de esta tierra de Oz11 en la que me encontraba de repente.
Incluso un terremoto serviría, con tal de que yo estuviera cerca de la fisura
y pudiera arrojarme en la brecha. El flash de caer en un pozo de lava
burbujeante vino a mi mente, cerrando esa fantasía en particular
rápidamente.

Ice me miró con una mirada de casi infinita paciencia y una débil chispa
de diversión brillando en sus magníficos ojos.

Tragué saliva. Mucho.

11
Oz: Referencia a la película El mago de Oz.
»¿Hay... algo que pueda conseguirte a ti?

¡Por fin! Mi primera frase coherente del día. Y ya era hora, mi ego hundido
estaba más que feliz de señalarlo.

Ice pareció considerar la pregunta, como si estuviera tan sorprendida


como yo de que realmente me las hubiera arreglado para conseguir
arrancar. Se encontró con mi mirada directamente.

—¿Sabes algo sobre bonsáis?

Bueno, fue divertido mientras duró.

—Mmm... a menos que estés hablando del juramento de aquellos pilotos


kamikaze que solían gritar antes de estrellarse en el Pacífico, entonces me
temo que no.

La cabeza morena asintió.

—No mucha gente sabe sobre ellos —reconoció—. Bonsái es... una
especie de arte —Sus maravillosas manos se desplegaron, describiendo
sus palabras—. Se empieza con un árbol. Uno pequeño. Y lo podas y le
das forma hasta que se convierte en la visión que tienes en tu mente.

—Suena hermoso.

—Supongo.

Es evidente que, el hablar de belleza la ponía incómoda. Mi mente


estaba ocupada tomando notas mentales.

—Entonces... ¿quieres que te traiga qué, un árbol?

Mi tono debió haber sonado dudoso, porque ella se apresuró a


corregirme.

—No. Me van a enviar alguno de los míos. Ya lo he aclarado con Sandra


Pierce. Lo que necesito es algo que se llama un rastrillo bonsái.

—¿Un rastrillo?
—Sí.

—¿Cómo de grande es ese rastrillo?

—Tiene 25 cm de largo y una pieza de metal de tres puntas en un


extremo. De alguna manera se parece a una de esas herramientas que
se utilizan para cultivar un huerto arando el suelo. Sólo que más delgado.
Y los dientes son más pequeños.

Apartando la mirada por un momento, traté de imaginar lo que estaba


describiendo en mi mente sin la distracción de su cercanía nublando mis
pensamientos.

—Creo que deberías saber —le dije después de un momento—, que no


consigo nada que pueda ser utilizado como arma. Esa es una línea que
no voy a cruzar.

Sus ojos se estrecharon por un momento y admitiré libremente que sentí


un miedo estremecedor recorriendo mi espalda con su mirada. Entonces,
ella sonrió con esa arrogante media sonrisa otra vez y exhalé un silencioso
suspiro de alivio.

—Te aseguro que no tengo la intención de utilizarlo como arma. Es una


herramienta, nada más.

—Pero aun así... —Sabía que estaba tomando un gran riesgo,


interrogándola así, pero como he dicho, había una línea que no cruzaría.
Por nadie.

—Te diré algo. ¿Por qué no te tomas un tiempo para pensar en ello? Te
voy a dar el dinero y el número de catálogo y si decides seguir adelante
y comprarlo para mí, genial. Si no es así, puedes quedarte el dinero, sin
hacer preguntas, ni perjuicios.

—Pero...

Ella levantó la mano, acallando mis protestas.

—Y si decides comprarlo, puedes echarle un vistazo cuando lo recibas


para revisar si se podría usar como arma y entonces podrás guardarlo o
tirarlo. Una vez más, sin preguntas ni perjuicios. ¿Suena justo?
—Pero...

Bajó la mano que tenía levantada, acercándola a mí, con la palma


hacia fuera.

—¿Trato hecho?

Nos miramos a los ojos de nuevo. Su mirada era directa y sin pretensiones
y caí en ella una vez más. Esa extraña sensación de ahogo me abrumó y
sentí mi mano estrechando la suya. El toque de su cálida palma en la mía
me fundió y atrajo la imagen de tocar una cerca electrificada ardiente
de aquel rincón oscuro de mi mente donde se las había arreglado para
permanecer latente hasta ese momento.

Aunque yo no lo recuerdo realmente, debí haberme puesto rígida,


porque ella me soltó después de un apretón de manos rutinario y me miró
con curiosidad.

—¿Estás bien?

Pasó un buen rato mientras me arrodillaba allí, mirando estúpidamente el


dinero que ella hábilmente había puesto en mi palma. Lamiendo mis
labios, pensé desesperadamente en algo que decir. Si había algo que
definitivamente no estaba, era bien. Tal adjetivo mundano ni siquiera se
acercaba a describir lo que estaba sintiendo. Aun así…

—Sí. Estoy bien.

Después de una mirada evaluadora final, me sonrió de nuevo, luego se


levantó, alisando las arrugas de su traje con las manos.

—Bueno. Gracias por tu tiempo.

Con un gesto con la cabeza, se dio la vuelta y se fue con zancadas ágiles,
y ese paso arrogante suyo hacia la zona de recreo.

Mis ojos la seguían a cada paso mientras trataba de encontrar la manera


más digna de recoger mi mandíbula de la hierba en mis rodillas.
Pony me miró desde detrás de Ice, y me dio su sonrisa desenfadada
guiñándole un ojo a mi obvia turbación. Luego se echó a reír mientras Ice
la empujaba fuera del camino y requisaba el pres de banca de
pectorales, levantando una cantidad impía de peso con facilidad.

Mis ojos se unieron a la mandíbula en el suelo mientras veía su


impresionante pecho y sus brazos flexionarse y relajarse contra las pesas
que estaba levantando.

Definitivamente estaba atrapada en un dilema. Esas de ahí eran mis


amigas también. Seguramente no se opondrían a que me uniera a ellas.
El problema era, sin embargo, la manera de hacerlo desde donde estaba
a donde quería estar sin llegar a perder el último ápice de dignidad que
me quedaba.

Para darme un tiempo, decidí que una evaluación de todo el cuerpo


estaba en orden. Una cabeza completa con el cerebro aturdido y los ojos
muy abiertos. Comprobado. Hombros flácidos, pero todavía en su lugar.
Pecho con un corazón latiendo tres veces más de lo normal, pero por lo
demás en buenas condiciones. Brazos débiles, pero presentes. Caderas,
no vayas por ahí ahora mismo. Piernas, sin duda el punto débil de esta
evaluación.

Colocando las manos firmemente sobre la hierba y absorbiendo parte de


la sólida fuerza de la tierra a través de mi cuerpo, me puse de pie,
tremendamente contenta de que mi cuerpo parecía soportar bien su
propio peso. Muy bien. Nos mantenemos en pie bastante bien. Ahora,
vamos a intentar caminar, ¿de acuerdo?

Un paso se convirtió en dos, que se convirtió en tres, y antes de darme


cuenta, estaba haciendo un progreso constante hacia la zona de
levantamiento de pesas, donde una gran multitud se había reunido para
animar el objeto de mi atención en lo que parecía ser una cantidad
récord en el levantamiento de pesas de la prisión. A medida que más
presas se reunían a mi alrededor, bloqueando mi vista del objetivo, una
vez más maldije a mis padres por heredar los genes más bajos de la
estructura genética.

Una gran ovación resonó y aunque no pude ver nada, me imaginaba


que Ice habría conseguido romper cualquier récord con el que estuviera
lidiando. Mientras miraba a las presas tratando de encontrar un camino
a través del mar naranja, algo extraño me golpeó. Mientras que antes el
patio de ejercicios siempre había sido segregado de forma severa entre
las fronteras raciales, las mujeres de todas las culturas se reunían
alrededor de Ice, animándola. No había señales de las tensiones que
solían impregnar esos encuentros. El patio estaba unido en una causa
común, animar a otra reclusa para la victoria. Y de alguna manera, no
haciendo nada más que empujarse a sí misma contra varias piezas de
inflexible metal, esta intensa mujer había conseguido traer una armonía
que de otra manera estaba ausente en el día a día del hogar que
compartíamos.

Una campana ruidosa, señaló el final del periodo de ejercicio,


liberándome de mis reflexiones. Con un suspiro triste, rompí mi paseo
hacia la multitud que vitoreaba y me escapé de nuevo hacia la cárcel.

Cuando entré en la biblioteca Corinne estaba allí, como siempre, para


saludarme. La enigmática sonrisa frunció sus labios una vez más, mientras
señalaba con su pluma hacia una de las mesas en las que un gran libro
descansaba, con su portada brillando en la tenue luz como un faro.
Atraída hacia él, con mi curiosidad en alerta máxima, echó un vistazo a
la cubierta brillante, luego de nuevo a mi amiga, con mi mandíbula una
vez más cayendo hasta los suelos.

—¿Cómo lo supiste?

Ella sonrió, satisfecha de sí misma.

—Tengo mis maneras, Ángel.

Sacudiendo la cabeza, miré hacia el libro que esperaba con aires de


suficiencia por mí en la mesa. Mis dedos trazaron el título, mi mente giró
con un sentido de lo macabro: El arte del bonsái.

La mañana siguiente amaneció gris y lúgubre, y ya que era un sábado,


decidí pasar la mayor parte del día acampando en mi litera para explorar
el maravilloso mundo del bonsái. Leer su historia me dio una nueva visión
de la mujer conocida como Ice y fui imbuida en ella, pasando muchas
horas en una soledad muy agradable mientras la vida seguía a mi
alrededor.
A media tarde, había terminado el libro y mi cuerpo estaba empezando
a estar un poco rígido y dolorido de estar contra las sábanas ásperas, me
decidí a ir a tomar una ducha, segura en la creencia de que no sería
molestada.

La prisión estaba bastante tranquila para ser una tarde lluviosa de sábado
y, mientras pasaba el cuarto de lavado cavernoso en mi camino a las
duchas, escuché un suave sonido, casi un gemido, seguido de susurro
áspero y el sonido de carne contra carne. Dejando caer el uniforme
limpio en las baldosas del suelo, me acerqué a la esquina, lista para la
acción.

Con la inhabilitación de Mouse, el liderazgo de la banda blanca había


sido asumido por una enorme montaña de mujer que respondía al
nombre de Derby. Llamada así porque una vez fue una reina del roller
derby12. La mujer era, sin exagerar, enorme. Su rostro tenía el aspecto de
los grumos de la masa de pan y su nariz estaba tan aplastada que me
preguntaba cómo respiraba a través de ella. No sonreía a menudo, lo
cual era una bendición, ya que la mayoría de sus dientes delanteros
estaban o bien ausentes por completo, o ennegrecidos enmarcando lo
que podrían haber sido. Se aproximaba a 1.80 metros (y en la cárcel, sólo
Ice era más alta) y pesaba al menos 100 kilos. La mayoría de ellos
parecían ser una especie de grasa sólida de las que se ve en las fotos de
las mujeres campesinas que trabajan duro, y decoran el National
Geographic13 de vez en cuando. Sabía por experiencia que era tan
fuerte como un toro y dos veces igual de mala.

Según me deslicé entre dos lavadoras industriales, teniendo cuidado de


no ser escuchada ni vista por el momento, me asomé por la esquina a la
escena delante de mí. Una mujer joven, no mayor que yo, estaba
arrodillada en el suelo, aterrorizada. Llevaba un trozo de cinta adhesiva
pegada a la boca y los brazos atados a su espalda, con lo que parecía
ser una sábana todavía húmeda. Su traje había sido rasgado en el cuello
y tirado hacia atrás sobre sus hombros, dejando al descubierto sus pechos

12
Roller derby: es un deporte de contacto que tiene su origen en EEUU. Está basado en el patinaje sobre
ruedas formado alrededor de una pista oval.

13
National Geographic: es una de las organizaciones sobre ciencia y educación más grandes del mundo.
Actualmente sus intereses incluyen la geografía, la arqueología, las ciencias naturales, el estudio de las
culturas del mundo, la historia y la promoción de la conservación del medio ambiente y del
patrimonio histórico. Para este fin, realiza becas de exploración y publica mensualmente una
revista, National Geographic.
jadeantes. Tenía la cara ensangrentada de varios golpes y sus ojos
estaban empezando a oscurecerse e hincharse. Mi mente se remontó a
la época en que yo estaba en la misma posición y, de nuevo, me hundí
mientras veía las manos rudas y contundentes de Derby retorciendo
cruelmente los pezones de la joven, ganando otro gemido. Tres
compañeras de la líder de la banda, ninguna de las cuales reconocí a
primera vista, se rieron y se codearon entre sí.

Después de una búsqueda visual rápida y sin fruto me dije que tendría
que entrar en esto sin más armas que mi ingenio, así que salí de mi
escondite con el cuerpo tenso y listo.

—Basta, Derby. Déjala en paz —Mi voz resonó en la sala cavernosa,


saltando hacia mí desde todos los ángulos.

Girando lentamente la cabeza, los labios gruesos y gelatinosos de Derby


se dividieron en una mueca mientras me espiaba.

—Bueno, bueno, bueno. Si es el juguetito sexual de las Amazonas. ¿Cómo


estás, pescadito?

—Deja que se vaya, Derby —Manteniendo la alerta, cambié de posición,


decidida a no dejarme acorralar en una esquina.

Las otras tres mujeres miraron a su líder buscando indicaciones.

—Ocúpate de tus asuntos, pescadito, u olvidaré que prometí a Mouse


que se encargara de ti.

—Te lo pido una vez más, Derby. Suelta a la chica.

Ella se burló de nuevo.

—Vete a la mierda.

Mientras la mujer se volvía hacia su presa, tomé la oportunidad que se


presentó e hice un salto corriendo, saltando sobre su ancha espalda y
enganchando un brazo fuerte alrededor de su garganta. Un poco
desequilibrada, ella retrocedió un paso, pero antes de que pudiera
reforzar mi llave al cuello, las otras tres llegaron a mí desde tres direcciones
diferentes.
Era como ser partida por la mitad. Las rodillas de Derby se derrumbaron
de los golpes, y yo caí con ella, golpeando el suelo duro, pero
negándome a liberar mi agarre ya inestable. Brutales manos me
agarraron, pero usé la recientemente fuerza desarrollada en mis piernas
para patearlas, escuchando con no poca satisfacción, que gruñían de
dolor.

Desde arriba, Derby alcanzó su enorme garra alrededor de mi mano y tiró


de ella en su cuello, casi rompiéndome la muñeca en el proceso.
Gritando, ella me tiró lejos y aterricé, un poco aturdida, contra una de las
duchas. Ignorando el dolor, rodé en pie rápidamente, mi cuerpo todavía
listo y equilibrado ligeramente sobre las puntas de los pies como las
Amazonas me habían enseñado.

—Tu, pequeña puta —dijo la gigante mientras se frotaba con crudeza el


cuello—. Jódete, Mouse. ¡Voy a matarla yo misma!

Corrió hacia mí, con los brazos bien abiertos, como si me fuera a dar un
abrazo. Ella podía ser enorme, pero yo era ágil y rápida. A medida que
avanzaba pesadamente hacia mí, simplemente me agaché debajo de
su brazo enorme, girando rápidamente y casi rompiendo a reír cuando
su impulso la llevó a la ducha contra la que yo había aterrizado un
momento antes.

El aire se tiñó de azul con sus maldiciones mientras se daba la vuelta,


sosteniendo su enorme estómago, con un brazo.

—Estás muerta, pescadita. ¿Me oyes? ¡Muerta!

—Vas a tener que cogerme antes de poderme matar, gordita.

A veces mi boca tenía una mente propia, y este era sin duda uno de esos
momentos. El rostro de Derby se volvió de un tono de rojo que nunca
había visto antes y le saltaron venas como mangueras de jardín desde el
grosor de su cuello.

Con un rugido que hizo temblar los cimientos de la habitación, ella vino a
mí nuevamente. Esquivándola por segunda vez, me tomé un breve
momento para preguntarme donde se habrían metido las otras tres.
Como ella me lanzó una la pata sin darme, miré a mi alrededor, para ver
finalmente a las otras tres miembros de la banda tendidas inconscientes
en el suelo. Perpleja, fruncí el ceño, sabiendo que mis patadas no podrían
haber hecho tanto daño.

Mi momento de distracción me iba a costar muy caro. Recuperando sus


luces, Derby había logrado llegar a mí de nuevo y estaba, en ese mismo
segundo, cargando hacia atrás un puño que parecía ser más o menos
del tamaño de un jamón enlatado.

Me quedé inmóvil, tratando desesperadamente de averiguar en qué


dirección moverme para evitar salir despedida de la habitación.
¿Derecha? ¿Izquierda? ¿Arriba? ¿Abajo? ¿Qué?

Es realmente increíble lo rápido que los pensamientos pasar por la


cabeza en un momento así. Aún no había llegado a una decisión clara
cuando vi el puño saliendo hacia adelante, con mi cara claramente en
la mira.

Me preparé para el próximo golpe mientras mi mente todavía trataba de


convencer a mi cuerpo a elegir una dirección en la que moverse.
Finalmente, me decidí a la izquierda y estaba comenzando a esquivar en
esa dirección cuando un largo brazo serpenteó en mi campo de visión,
deteniendo el puño de piedra fría muerta a pocos centímetros de mi
cara. El sonido del impacto fue increíble, sonó como un disparo de rifle
en el cuarto y rebotó de nuevo a mí en ecos.

Derby realmente gimió mientras la mano bronceada se cerró alrededor


de su puño. Casi podía oír los sonidos de pequeños huesos rompiéndose
mientras su cara pasaba de rojo a blanca en un latido de corazón.

Una voz baja, reconfortante y absolutamente maravillosa sonó a mi


izquierda.

—¿Por qué no te metes con alguien de tu tamaño, Derby?

Aunque atrapada totalmente en las garras de la otra, con falsa valentía


intimidatoria, Derby no mostró ningún signo de venirse abajo.

—No te tengo miedo, Ice.


—¿No? Deberías —Sin soltar su agarre, Ice alargó la otra mano y
suavemente me empujó en la dirección de la joven todavía atada—.
Mantén un ojo en ella mientras yo me ocupo de esto, ¿quieres?

Asentí en un gesto, aturdida por la amplia sonrisa que me dio, entonces


me acerqué a donde la mujer con los ojos abiertos todavía estaba
arrodillada.

—Todo va a estar bien ahora. Vas a estar bien —Susurrando suavemente


hacia ella, le quité las ataduras, teniendo especial cuidado con la cinta
pegada cruelmente al rostro. Finalmente libre, los sollozos le superaron y
se desplomó contra mí, agarrando la tela de mi uniforme, como si fuera
un ancla. Envolviéndola en mis brazos, la mecí suavemente mientras mis
ojos se dirigían de nuevo hacia el centro de la acción, elaborado como
siempre, por Ice.

Después de asegurarse, con mi presencia tranquila, de que la joven


estaba tan bien como podría esperarse, Ice liberó la mano de Derby y
dio un paso atrás, poniendo las manos en sus caderas y evaluando a su
jadeante oponente.

—Podemos hacer esto de dos maneras, Derby. Puedes dejar las cosas
como están y salir de aquí con la mano que te acabo de romper, o
puedes ser una idiota y venir a por mí, en cuyo caso, saldrás de aquí en
una camilla. ¿Qué es lo que va a ser?

Estrechando su mano hinchada, Derby miró con odio a Ice, que miró
hacia atrás, fresca y tranquila como su alias.

—¿Crees que eres muy dura, Ice? Bueno no lo eres.

Intentando la maniobra del toro embistiendo una vez más, se lanzó


pesadamente hacia Ice. En lugar de esquivarla, sin embargo, se encontró
con que Ice le dio una patada en el estómago, doblando a Derby por
la mitad. Con un codazo en la parte posterior de su cráneo, la líder de la
banda se desplomó como un saco de manzanas demasiado maduras,
aullando mientras su cara se encontraba con el frío suelo de piedra.

No pude resistirme.

—Oooooh. Mala elección.


Ice me sonrió ferozmente, claramente disfrutando de sí misma mientras se
movía a un lado del cuerpo caído.

Realmente graznando de furia, Derby se empujó hasta sus manos y


rodillas, sacudiendo la cabeza y rociando hilos de sangre por el suelo. Su
cara se veía como si hubiera luchado con una motosierra y hubiera
perdido. Poniéndose de nuevo en pie, se acercó a Ice una vez más, con
la sangre chorreante manchando su traje de un color óxido enfermizo.

Ice la recibió con una patada alta en la cabeza y luego, en un


movimiento absolutamente increíble, cambió de pierna, enderezando el
gigantesco cuerpo con otra patada alta al otro lado. Mientras Derby
giraba velozmente sus brazos, tratando de mantener el equilibrio, Ice
lanzó una verdaderamente espectacular, patada lateral derecha a la
cadera que hizo que la líder de la banda saliera despedida atravesando
la habitación.

Aterrizó con fuerza contra una de las duchas, con la espalda doblada
casi el doble por los bordes. La parte posterior de su cráneo se aplastó
contra la parte superior con un enorme sonido estruendoso. Sus piernas
cedieron y se deslizaron por la ducha, aterrizando en el suelo en un
montón de sangre.

—¿Tienes bastante, Derby? Porque hay mucho más de donde vino eso —
Ice esbozó una sonrisa que sólo puedo describir como puramente
erótica. Y yo debería saberlo, porque cuando la vi, todas las hormonas
en mi cuerpo inmediatamente se levantaron y bailaron el mambo—. Y es
todo para ti.

Aunque no tengo ni idea de dónde provenía su fuerza, Derby se las


arregló con lentos movimientos, para ponerse de nuevo en pie y se
quedó allí, vacilante, pareciendo como si un fuerte viento soplando la
pudiera tirar de espaldas al suelo otra vez.

—Nunca me golpearás, perra —murmuró, medio aturdida.

Miré a Ice, con curiosidad por saber qué iba a hacer. Claramente, Derby
no era una amenaza para nadie. La mujer medio tropezó hacia su
oponente más alta, arrastrando una pierna torpemente detrás de otra
mientras se limpiaba la sangre de la nariz con el dorso de la mano.
Ice estaba tranquila y quieta, observando todo con esa mirada
penetrante intensa que me recordaba a un ave de presa curiosa
mirando una posible comida.

La distancia entre ellas disminuyó, Derby sacó su puño, moviéndose como


si estuviera bajo el agua. En el último segundo, sus ojos se quedaron en
blanco y se desplomó en los brazos fuertes de Ice.

Sonriendo, Ice la cargó con facilidad.

En ese mismo momento, como por casualidad, dos guardias entraron en


el cuarto de las duchas, con las porras preparadas.

—Déjala ir, Ice —dijo la más alta, Phyllis.

Encogiéndose de hombros, Ice hizo lo que le dijo y el cuerpo inerte de


Derby, una vez más cayó al suelo.

—Ahora, retrocede y aléjate de ella. Poco a poco.

Manteniendo las manos abiertas y lejos de su cuerpo, Ice hizo lo que le


pedían, dando dos largos pasos con cuidado lejos de la prisionera caída.

Phyllis se acercó a la forma desplomado de Derby mientras su


compañera, Nancy, mantenía un ojo vigilante sobre Ice. Agachándose,
empujó el cuerpo pesado sobre sí mismo y entonces sacó su mano hacia
atrás. Estaba cubierta de sangre. Volvió los ojos muy abiertos a Ice.

—Jesucristo. ¿Qué pasó?

Ice se encogió de hombros.

—Tropezó.

—Es una trola. Dime la verdad, Ice.

Yo estaba a punto de hablar, cuando Derby volvió a recobrar la


conciencia. Phyllis esquivó los puños agitados mientras luchaba para
impulsar los enormes hombros de la presa contra el suelo de cemento
bruto.
—¡Quédate quieta, Derby!

—¡Al diablo con eso! Voy a matar a esa maldita perra ¡Suéltame!

—¡Derby, te lo advierto, no te muevas!

Nancy intervino para ayudar a su compañera y entre las dos, apenas


lograban someter a la mujer furiosa. Finalmente lograron calmarla y
Nancy agarró una toalla limpia de lo alto de una de las duchas y presionó
hacia abajo sobre la nariz aplastada de Derby.

—Ahora, ¿qué diablos pasó aquí? —Phyllis volvió a preguntar.

—¿Qué? Joder, mujer, ¿estás ciega? —Derby gritó con la voz ahogada
con sangre y la toalla—. ¡La maldita perra me dio una paliza! Hace juego
sucio.

—No estoy ciega, Derby. Estoy preguntando lo que pasó.

Los ojos de Derby giraron a toda velocidad, su mente trabajaba,


obviamente, en encontrar algún tipo de excusa. Ice esperó
pacientemente, con una débil sonrisa todavía presente en su hermoso
rostro. Dios, la mujer ni siquiera respiraba con dificultad.

—Mis amigas y yo vinimos aquí porque escuchamos un ruido —dijo la


enorme mujer al fin—. Encontramos que la perra estaba golpeando a la
pequeña pescadita de ahí.

Era obvio que las dos guardias no nos habían notado antes, porque
Nancy soltó un oh mierda y se apresuró otra vez, tomando suavemente a
la joven mujer de mis brazos y agarrando otra toalla para limpiar la sangre
en su rostro.

—Derby —empecé yo, sólo para ser detenida por una mirada
verdaderamente escalofriante de Ice. Miré de nuevo a ella, confundida,
pero mantuve la calma. El significado de su mirada era claro. Cállate.

—Tratamos de detenerla, y ella nos dio una paliza. Incluso me golpeó


cuando estaba inconsciente. Pelea sucio.
Mordí mis mejillas con la necesidad de decir algo.

Phyllis levantó la vista.

—¿Es eso cierto, Ice?

Ice se encogió de hombros.

Phyllis era una buena guardia y era evidente que no creía la historia de
Derby. Pero sin ningún tipo de pruebas contradictorias, no podía hacer
nada al respecto.

—Maldita sea, Ice, di algo, sabes que vas a terminar en el calabozo si no


lo haces.

Ice permaneció en silencio, inmóvil.

—Sí, al calabozo. Ahí es donde pertenece esa perra. ¡Mirad ese


pescadito! La hubiera violado si no hubiéramos entrado.

Era la gota que colmaba el vaso. Con mirada congeladora o sin ella, yo
no iba a cruzarme de brazos y dejar que Derby continuara vomitando sus
mentiras mientras Ice no hacía nada para defenderse. Con los brazos
libres de mi carga herida, me puse en pie con fuego en los ojos.

—Ángel... —El tono de advertencia en la voz de Ice era inconfundible,


pero yo no le hice caso.

—No, Ice. Lo siento, pero no —Me giré con ojos suplicantes hacia la
guardia—. Phyllis, ya me conoces. Sabes que no miento. Yo me dirigía a
las duchas cuando escuché a esta mujer lloriqueando. Entrando me
encontré a Derby y a sus tres amigas golpeándola. La habían atado y
amordazado. Traté de detenerlas cuando Ice entró, le dio a Derby la
oportunidad de marcharse por la buenas. Derby eligió pelear.

—¡Eso es una maldita mentira! —Derby rugió una vez más tratando de
alejarse de Phyllis—. ¡Jodida puta mentirosa de mierda!

Phyllis a horcajadas sobre el inmenso cuerpo de Derby, mientras miraba


a Ice.
—¿Ángel está diciendo la verdad?

¡La maldita la mujer de los infiernos, todavía no respondía!

—¿Ángel?

—Es cierto, Phyllis. Todo. Te lo juro. Ice no empezó la pelea. La terminó.

Por último, Phyllis miró a la joven cuya golpiza había empezado todo esto.

—Laura, ¿quién está diciendo la verdad, cariño? Sólo dínoslo y nos


aseguraremos de que sea castigada.

Derby volvió la cabeza para mirar a la joven, quien captó su mirada y se


encogió contra la forma protectora de Nancy.

—Será mejor que contestes bien, pescadito, o te mataré.

Laura ahogó un sollozo de miedo.

—Vamos, cariño. Sólo tienes que decírnoslo. Aquí nadie te hará daño
nunca más. Lo prometo.

Después de un largo momento, Laura le tendió una mano temblorosa.

—Ella... ella lo hizo.

—¿Quién? ¿Ice o Derby? Dinos, cariño. Por favor.

—D-Derby. ¡Ella... ella... iba a... violarme! —Laura rompió a llorar de nuevo
y Nancy acunó su forma meciéndola suavemente.

—Muy bien, Derby. Acabas de ganarte un largo período en el calabozo.

—¡Que la jodan! ¿Vas a creer a este puta pescadita??? ¡Está mintiendo!


¡Todas están mintiendo!! ¡Sólo quieren proteger a Ice, maldita sea!

Phyllis dejó que Derby luchara para ponerse de pie, y luego la tomó por
el brazo y lo retorció, alto y fuerte, contra su espalda.
—La única mentirosa aquí eres tú, Derby. Vamos —Miró por encima del
hombro—. Llévala a la enfermería y nos vemos en la oficina —Entonces
ella me miró—. Y vosotras, salid de aquí antes de que el Alcaide escuche
lo que pasó.

Exhalando un suspiro de alivio, asentí. Phyllis sonrió ligeramente y


rápidamente se llevó a Derby que gruñía fuera del cuarto de las duchas,
seguida de cerca por Nancy quien conducía suavemente a Laura por el
pasillo hacia la enfermería.

El frío en la habitación era de repente muy palpable y busqué a mi


alrededor algo que decir.

—Gracias por la ayuda —Finalmente comenté en voz baja.

Ice volvió sus fríos ojos mortales hacia mí, con el rostro totalmente
inexpresivo.

—Puedo cuidar de mí misma, Ángel —Su voz era tan fría como el fondo
de una nueva tumba. Sin decir una palabra, se giró y salió de la
habitación, dejándome llena de confusión. Los tres miembros aún
inconscientes de la banda de Derby no eran de ninguna ayuda
tampoco. Con un pequeño encogimiento de hombros, me di la vuelta y
salí de la habitación.

—Así que, así es como se siente un corazón roto.

Ahora, antes que te vuelvas loca y me preguntes de donde ha venido un


pensamiento así, permíteme el apunte de que yo no tenía ni idea
tampoco, en ese momento. Todo lo que sabía es que había hecho algo
que desagradaba a la mujer que estaba llegando a ver rápidamente
como una especie de caballero de brillante armadura. Y me dolía.
Mucho.

Lo que no sabía es por qué había reaccionado tan mal a lo que había
hecho. Después de todo, había evitado su estigma como violadora que,
incluso en una cárcel de mujeres, es algo que se ubica justo en el peldaño
más bajo junto con el maltrato infantil y el abuso sexual. Aunque no
esperaba recibir alabanzas, tampoco esperaba la frialdad que recibí.
Todos los pensamientos de una ducha se fueron con la emoción y sus
secuelas, vagué sin rumbo sin saber qué hacer. Una parte de mí quería
hablar con Corinne con la esperanza de que ella pudiera decirme lo que
hice mal. Pero la mayor parte de mí sólo quería volver a meterse en la
cama y olvidar que el día incluso había sucedido.

Esa parte se impuso.

Me metí de nuevo en la cama y me tumbé sobre mi espalda, cruzando


los brazos detrás de la cabeza y mirando sin ver hacia el techo. Mi mente
seguía las últimas palabras que me lanzó Ice, tratando de encontrar un
significado secreto que obviamente me había perdido.

—Puede cuidar de sí misma, dice —murmuré al techo en silencio—.


Bueno, está claro que puede. ¡Logró tumbar a una mujer del tamaño de
Texas sin siquiera romper a sudar!

Mi mente eligió ese momento para insertar una escena que representaba
la lucha en todo su glorioso detalle. Mis hormonas felizmente aplaudieron
cuando me moví en la cama. Sentirme atraída por una mujer no era algo
que yo hubiera considerado antes. Pero claro, nunca hubo una mujer en
mi vida que se pareciera sonara y oliera como Ice. Aun así, no me
molestaba demasiado. Chica de pueblo pequeño o no, tenían una
mente abierta y sabía cómo usarla. En general.

Mis pensamientos retornaron de vuelta al principio. ¿Qué he hecho para


ganar esa frialdad? ¿Qué era tan malo en hablar para defender a los
inocentes? Si yo no hubiera hablado, Derby habría quedado libre y Ice
habría sido aislada por algo que no hizo. ¿Qué daño indescriptible había
cometido?

Gimiendo, dejé caer mi cuerpo cansado de lado, justo a tiempo para ver
los rizos dorados de Critter mientras ella se asomaba a mi celda.

—¿Te importa si entro? —me preguntó con una sonrisa en su rostro.

Devolviéndole la sonrisa, me esforcé por incorporarme.

—¡Claro que no! Vamos, entra.


Asintiendo con la cabeza, Critter entró y se tumbó en la litera vacía de mi
compañera de celda.

—He oído lo que pasó.

Dejé escapar un lento suspiro.

—¿Te ha enviado Ice?

—Nop. Corinne. Supuso que podrías necesitar a alguien con quien hablar.

Negué con la cabeza.

—¿Cómo es que esa mujer sabe tanto?

Mi amiga sonrió.

—Uno de los eternos misterios del Pantano.

—Así que... ¿estás aquí para gritarme?

—Nop. Sólo estoy aquí para escuchar. Y ayudar si puedo.

Me dejé caer contra el colchón lleno de bultos, mirando hacia abajo a


mis manos.

—Podría necesitar algo de eso.

—Me lo imaginaba.

Mirando hacia arriba, me encontré con los oscuros y compasivos ojos de


Critter.

—¿Por qué lo que hice estuvo mal? Yo sólo estaba tratando de hacer
que se hiciera justicia.

—La justicia tiene su propia forma de ser servida en la prisión, Ángel. La


única regla que está por encima de todas los demás es que nunca se
delata a otra reclusa. Incluso si hacen algo que para ti es indescriptible.

—Pero...
Critter levantó una mano.

—Ángel, ¿por qué no le dijiste a Sandra que fueron Mouse y su pandilla


las que te dieron una paliza en las duchas?

Cerrando la boca, me senté y pensé en la pregunta por un momento.

—Bueno... supongo que porque me di cuenta de que las había herido lo


suficiente.

—Exactamente. Justicia de prisión. Por lo que oí, Ice más o menos limpió
el suelo con Derby.

Eso trajo una sonrisa involuntaria a los labios.

—Sí. Lo hizo.

—¿Crees Derby ha recibido su merecido ya por lo que le hizo a la chica


nueva?

—Bueno, sí. ¡Pero Ice no merecía ser puesta en aislamiento por algo que
no hizo! Y yo no podía mantenerme al margen y dejar que las guardias y
todos los demás creyeran que Ice era una violadora!

—Lo sé, Ángel. Lo sé. Es difícil quedarse sin hacer nada. Pero a veces
tienes que hacerlo. Especialmente aquí. La mayoría de la gente en esta
prisión conoce a Ice. Saben de lo que es capaz y cuáles son las líneas
que no cruzaría. Saben que no se rebajaría a la violación. Maldición,
Ángel, ¡la mitad de las mujeres aquí darían sus colmillos simplemente por
pasar una noche con ella! No tiene necesidad de tomar lo que se le
ofrece gratuitamente.

Suspiré, teniendo en cuenta ese pensamiento.

—Supongo que tienes razón.

Sonriendo, Critter se levantó de la cama y se sentó a mi lado, pasando


un brazo amistoso alrededor de mi hombro.
—Claro que la tengo —Extendiendo la mano, me acarició suavemente
la barbilla, haciendo que mi mirada se encontrase con la suya—. Ángel,
ya sabes estas cosas. Cometiste un error. Pero fue uno admirable que
venía de un buen corazón. Este lugar tiene muy pocos de esos. Ice estaba
molesta, pero sabe por qué hiciste lo que hiciste. Las cosas se resolverán.
Ya lo verás.

Un pensamiento terrible vino a la cabeza.

—¿Pero y si Laura se mete en más problemas? Si yo no hubiera abierto mi


bocaza, no se habría visto obligada a decir a las guardias quien le hizo
daño. ¡Oh Dios mío!

—Shhh. Está bien, Ángel. Estamos manteniendo una estrecha vigilancia


sobre ella. Nada le pasará. Lo prometo.

—Pero...

—Confía en mí, Ángel. Confía en Ice. Nada va a pasar. Ella estará a salvo.
En cierto modo, le hiciste un gran favor. No todo el mundo está bajo la
protección de las Amazonas. Gracias a ti, ella ahora lo está. No te
preocupes, ¿de acuerdo?

Suspirando, me miré las manos que se retorcían sobre mi regazo.

—Lo siento. Supongo que acabo de hacer que tengas más trabajo.

Para mi gran sorpresa, Critter echó hacia atrás la cabeza y rio.

—Oh, Ángel. Eres un tesoro, ¿lo sabías? Un verdadero tesoro —Dándome


un último abrazo, se levantó de la cama y en broma me golpeó en el
hombro—. Tómalo con calma, amiga mía.

Encontrando sus ojos, no pude dejar de devolverle su sonrisa.

—Tú también, Critter.

—Lo tomaré en cualquier forma en que pueda conseguirlo —Con una


sonrisa y saludando con la mano, mi amiga me dejó con mis
pensamientos, que eran mucho más ligeros por su visita.
* * *

El día siguiente era, por supuesto, domingo y después de tomar mi ducha


fallida del día anterior y pasar una hora en oración forzada a un Dios en
el que ya no estaba segura de creer, me dirigí hacia el santuario de la
biblioteca.

En algún momento entre mis vueltas y giros de la noche anterior, había


decidido seguir adelante y comprar el rastrillo bonsái para Ice. Después
de verla pelear de primera mano, estaba segura de que no podría hacer
más daño con una herramienta de jardinería de lo que podía hacer con
sus puños y pies. Las imágenes de la lucha impregnaron mis sueños toda
la noche, haciendo que me despertara sudando más de una vez, y dejad
que os diga, que el sudor no era de miedo.

Antes de la ducha, me las arreglé para conectar con uno de mis


contactos en el exterior, que iba de camino a la iglesia. El acuerdo se
llevó a cabo de forma rápida y con un mínimo de esfuerzo y me aseguró
que, si todo iba bien, debía ver mi nueva adquisición a lo largo de la
semana...

Al entrar en la biblioteca, inmediatamente me dirigí a mi silla favorita en


mi mesa favorita y me senté, estirando mi cuerpo todavía con sueño y
girando el cuello para soltarlo un poco.

Corinne me saludó con una sonrisa desde su lugar detrás de su escritorio.

—¿Cómo te va?

—Mejor, gracias. Y gracias por enviarme a Critter a verme. Me ayudó


mucho.

El rostro de mi amiga se vio con hoyuelos.

—No hay de qué.


Nos sentamos durante unos instantes en silencio amigable. El siempre
presente tic-tac del reloj y el sonido de la pluma sobre el papel eran los
únicos sonidos que nos rodeaban. La mayoría de los domingos se veía la
biblioteca vacía, pero como Corinne la consideraba su casa, estaba
abierta todo el tiempo, con clientes o no.

Miré bajo la mesa, mis dedos recorrían algunos de los graffitis tallados,
tratando de poner en palabras el flujo de mis pensamientos. Finalmente
decidí coger el toro por los cuernos, por así decir, miré la cabeza gris de
mi compañera, que se balanceaba ligeramente con sus trazos del lápiz.

—Corinne, ¿puedo hacerte una pregunta personal?

Sus ojos eran cálidos y amables mientras se encontraron con los míos.

—Por supuesto, Ángel. ¿Qué tienes en mente?

—Tú... mmm... —Mis dedos investigaron otra obra de arte de alguna


reclusa—. ¿Encuentras a las mujeres… atractivas? —Miré hacia arriba
para medir la expresión de su rostro con el rabillo de mi ojo, sintiéndome
de repente muy tímida en su presencia.

Colocando la pluma sobre el escritorio, Corinne apretó las manos,


aparentemente considerando la pregunta seriamente.

—Bueno, sí, supongo que sí. No a todas, claro está. Esa Derby me da un
dolor de estómago, pero algunas... sí.

Asentí con la cabeza.

—Y... bueno... ¿alguna vez te has sentido atraída por una? Una mujer,
quiero decir. O sea, sé que estuviste casada y todo, pero...

Arrugó su rostro con una mueca mientras parecía leer mis pensamientos
perfectamente.

—De hecho sí, Ángel. A unas cuantas, de hecho. Aún lo hago a decir
verdad.

La forma en que me miraba me hizo sonrojar y aparté la mirada un poco.


Tal vez esto no era una buena idea después de todo.
Al ver mi desconcierto, una vez más puso la depredadora mirada con
que me había bendecido de vez en cuando.

—Hay que recordar, Ángel, que soy un poco mayor que tú. Las cosas eran
diferentes cuando yo estaba creciendo.

—¿Cómo es eso?

—La gente no estaba tan... abierta... con su sexualidad como lo es ahora.


Si te sentías atraída por alguien del mismo sexo, lo mantenías bien
escondido, o corrías el riesgo de un gran escándalo. Si se sabía, podías
ser transportada a un manicomio o incluso a la cárcel y nadie quería
arriesgarse a eso. Además, mis padres tenían un poco de estatus en la
comunidad donde crecí. Nuestro apellido y la reputación que iba con él
significaban todo para ellos.

—¿Por lo tanto, nunca hiciste nada al respecto de tus atracciones?

La sonrisa se convirtió en depredadora, una vez más.

—Yo nunca he dicho eso.

—Oh.

Mis ojos se posaron de nuevo a la mesa.

Oí el leve roce de una silla contra el suelo y, un segundo después, sentí la


cálida presencia de Corinne a mi lado mientras ella se sentaba a mi
mesa.

—Como he dicho, las cosas eran muy diferentes cuando yo era una cría,
y mi familia tenía estatus en la comunidad. Un matrimonio fue arreglado
para mí, y se esperaba que lo aceptara como mi destino en la vida. Y lo
hice, por un tiempo. No tenía ninguna habilidad que no fuera la de
esposa y anfitriona, y carecía de dinero propio con el que iniciar una vida
diferente —Hizo una pausa, y cuando miré hacia arriba, pude ver una
leve sonrisa en su rostro y una mirada perdida en sus ojos—. Después llegó
la guerra y Todd, mi marido en ese momento, fue reclutado para servir a
su país. De repente, mi pequeño rincón del mundo fue privado de los
hombres y me encontré rodeada de exuberante feminidad —Su sonrisa
se amplió, aunque sus ojos estaban todavía muy lejos—. Ah, qué tiempo
dichoso fue. Como degustar chocolate por primera vez, o estar bajo la
influencia de una droga adictiva. Una vez que lo probé, quería más —Sus
pálidas mejillas adquirieron un leve rubor—. Me temo que me excedí un
poco.

Yo estaba totalmente involucrada en su historia, con mis propias


preguntas totalmente olvidadas.

—¿Qué pasó?

—Todd regresó de Londres y me temo que se enteró de mis pequeñas


indiscreciones. Claro, cuando se fue a la guerra, era un hombre apacible,
aburrido. Fácilmente manipulable. Pero volvió como un tirano codicioso,
hambriento de poder. Acordó guardar silencio sobre el tema si le daba
dinero. Lo intenté por un tiempo, pero me temo que mis padres
sospechaban un poco. Nunca les había pedido dinero antes, y ahora
parecía que casi todas las semanas Todd exigía más. Al no tener
habilidades propias con el que ganarlo, ellos eran los únicos a los que
podía recurrir. Me temo que mis excusas se hicieron un tanto repetitivas.

—¿Qué hiciste?

—Bueno, Todd no había sido tan casto mientras estuvo en Londres.


Parece que metió los huevos en algún sucio lugar y logró volver a casa
con un buen caso de sífilis —Su sonrisa se volvió malvada—. En ese
momento, algunos de los médicos aún trataban esa enfermedad en
particular con arsénico.

Mi mente sumó rápidamente 2 y 2, llegué rápidamente al 4, y me obligué


a mirar a mi amiga con los ojos muy abiertos.

—Exactamente. El tratamiento para la sucia enfermedad de mi marido


me dio el medio perfecto para liberarme de sus maquinaciones. ¡Me
inventé una historia sobre ratas en el ático e incluso fue a la tienda a
comprarme más de esa cosa! Pronto estuve introduciéndolo en su
comida, sólo pequeñas dosis al principio, por supuesto. Nunca había
estado muy interesado en tomar su medicina, pero le dije que no lo
admitiría en el lecho conyugal hasta que estuviera completamente
curado. Todd quería un heredero por encima de todo, así que cuando le
propuse doblar la dosis en su medicación, lo cumplió sin quejarse. Fue
maravilloso —Sacudiendo la cabeza, se rio suavemente para sus
adentros—. Y cuando los dolores de estómago empezaron, jugué a la
pequeña esposa obediente y me aseguré de ser vista llorando por mi
marido postrado con agonía. Trabajé rápidamente entonces, dándole
todo el arsénico que pude. Murió dos días después. Tal duelo y viuda
desconsolada nunca fueron vistos en este mundo, si me permites decirlo.
Su muerte fue atribuida a un caso de gripe gástrica que estaba pasando
alrededor de la época, complicada, por supuesto, por la sífilis.
Naturalmente, ese retazo de información se mantuvo bastante en silencio
y no se mencionó ni una palabra. Me quedé con una buena suma de
dinero y una gran casa antigua. Y la criada, que era joven y hermosa. Si
hay tal cosa como la perfección en la vida, la había logrado.

—Entonces, ¿qué pasó? —Estoy segura de que debí haber sonado como
una niña persistente, rogando por una historia a la hora de acostarse,
pero no pude evitarlo. Estaba totalmente fascinada por su historia.

—El dinero se acabó muy rápido, me temo. Así como la criada. Así que,
siendo una viuda pobre en el mejor momento de su vida con un estatus
social para arrancar, me mudé a una ciudad cercana y encontré otro
marido. Esta vez, tuve la suerte de encontrar un rico caballero, más viejo
que ya tenía algunos problemas de estómago. Quería casarse pronto, y
yo estaba feliz de complacerlo. Rápidamente me puse en el rol de
adorable y sufrida esposa. Acompañándolo a la multitud de viajes al
médico o cosas así, siempre cuidando de ser vista y estar preocupada.
Era todo un hipocondríaco, aunque en aquellos días, era conocido como
excéntrico. ¿Y sabes lo que dicen sobre el chico que gritó lobo?

—Se lo comen al final.

Corinne me lanzó esa dura y triunfante sonrisa suya.

—Exactamente.

Me estremecí ante la expresión, pero me las arreglé para mantener la voz


firme.

—¿Aunque por qué tuviste que matarlo? ¿Te maltrataba?

—Oh no. Randolph era todo un buen hombre cuando no se quejaba de


sus diversos dolores y molestias. Nos llevábamos muy bien, de hecho.
—Entonces, ¿por qué?

—Porque yo había descubierto una verdad elemental sobre mí durante


mi tiempo con mi primer marido.

—¿Cuál?

—Disfruté matar. Me gustó el poder que me dio, y me gustaron los


beneficios que obtuve. No tenía necesidad de un hombre en mi vida,
excepto por el dinero que dejaban tras sus muertes. Era limpio. Era simple.
Y era divertido.

Me estremecí de nuevo, pero Corinne no pareció darse cuenta.

—Y simplemente... los mataste. Sin ningún remordimiento.

—Exactamente.

—¿Igual que apagar una vela?

—Muy buena analogía, Ángel. Así es exactamente como era. No había


malas emociones detrás del acto. Aunque debo admitir que me gustaba
verlos sufrir y clamar por mí como si yo fuera un ángel maligno de
misericordia que podía conceder la paz eterna. Me imagino que es como
se sentían los antiguos dioses de la muerte cuando apagaban una vida.
Potentes. Felices. En control total.

Tragando contra la sequedad en la garganta rompí el contacto de


nuestras miradas, una vez más, mirando al tablero lleno de marcas como
si fuera a darme las respuestas que buscaba. Por mucho que lo intentara,
no era capaz de que me entrara en la cabeza el concepto de disfrutar
en el asesinato. Era un concepto tan extraño para mí como lo sería
siempre. Pensé en el tiempo de depresión y profundo arrepentimiento
que siguieron a la muerte de mi marido. ¡Y lo hice en defensa propia! La
idea de matarlo porque simplemente quisiera, desgarraba mis entrañas
como con una navaja de afeitar. Y sin embargo, aquí había una mujer
de la que me había llegado a preocupar y considerar casi como una
figura materna, sentada tranquilamente a mi lado, hablando de su
placer al matar, como si estuviera reportando el clima. Sentí un espacio
frío y muerto crecer dentro de mí y mi cuerpo se encogió sobre sí mismo
mientras envolvía los brazos alrededor de mis hombros, con los codos
apretados contra el pecho.

La expresión de Corinne se puso triste cuando me miró.

»Y ahora te he disgustado, dulce Ángel. Esa no era mi intención, te lo


aseguro.

—Lo sé Corinne —mi voz regresó, suave e introspectiva—. Es sólo que...


Todo parece tan difícil de creer, como si estuviera teniendo un sueño y
esperara que algo viniera y me despertara. Supongo que no sería tan
extraño si no me sintiera tan cercana a ti, pero ya no es así. Te he llegado
a tomar mucho cariño, Corinne, y cuando me dices cosas como esas
sobre ti, bueno, me da miedo. Casi me hace sentir que mi cariño es por
alguien que ni siquiera conozco, o tal vez por una persona que ni siquiera
existe. Y eso es aterrador para mí.

—Y por eso me disculpo profundamente, Ángel. Aunque has sabido quién


era yo desde el día en que me conociste, supongo que cualquier persona
puede optar por pasar por alto partes de alguien que no desea ver.
Parece que es la condición humana. Como si al ignorándolo,
simplemente fuera a desaparecer —Cuando miró de nuevo hacia mí, su
mirada era tranquila y directa, mostrándome a través de contacto con
sus ojos todo lo que era, y lo que podría ser—. Ángel, te tengo cariño.
Mucho. Has sido un rayo de luz en este lugar oscuro y lúgubre. Pero si no
me puedes mirarme a los ojos sin sentir miedo o repulsión, entonces creo
que es mejor que terminemos esto aquí y ahora y nos ahorremos mucho
dolor después.

Mientras miraba a mi amiga, pensé largo y tendido sobre las cosas que
me había dicho. Y sabía que me había dicho la verdad. Corinne nunca
había fingido ser alguien que no era. Nunca había escondido sus obras,
ni las trivializó. Habló de su pasado con honestidad y nunca trató de
endulzarlo para el beneficio de mi amistad. Me di cuenta de que, en el
momento en que la había conocido, había sido siempre una asesina,
pero había llegado a conocerla mucho y a preocuparme por ella a pesar
de ese hecho, o incluso, si tuviera que ser totalmente honesta conmigo
misma, a causa de ello. Y también me di cuenta de que sin su presencia,
a mi vida le faltaría algo a lo que yo no quería renunciar.
—No quiero eso, Corinne. No quiero perderte como amiga a causa de
mis pensamientos superficiales. Eres una persona importante en mi vida y
si me puedes perdonar el miedo y la ignorancia, me gustaría continuar
nuestra relación.

Mi amiga sonrió, obviamente aliviada.

—Me gustaría mucho, Ángel —Con una sonrisa feliz, se dejó caer en su
silla—. Ahora, antes de que empezáramos con esta tangente tortuosa
nuestra, estábamos hablando acerca de la atracción a las mujeres, ¿no?

Su mirada directa me hizo sonrojarme de nuevo y yo asentí.

—Bien, entonces. Supongo que me lo estás preguntando porque hay una


posibilidad de que pudieras estar atraída por alguien aquí, en nuestro
pequeño hogar feliz.

Mi rubor se intensificó mientras asentí de nuevo.

—Vamos a ver. ¿Quién podría ser? ¿Quizás nuestra Critter? He visto la


forma en que te mira.

Sus ojos brillaron con picardía cuando los míos se ampliaron.

—¿Critter? No. No, Critter es una mujer muy atractiva, pero es sólo una
amiga.

—Mmm —Obviamente divertida a mi costa, Corinne fingió reflexionar


sobre la cuestión—. ¿Pony, tal vez? ¿O Sonny? ¿No? ¿Es Montana
entonces? Esa es una intensa y llamativa mujer. Ah, si yo fuera sólo unos
pocos años más joven.

—No, ninguna de ellas.

Sus ojos giraron con falsa inocencia.

—Entonces, ¿quién, querida Ángel? Olvidas que soy una vieja. Mi mente
no es tan fuerte como lo era antes. Estos juegos de adivinanzas me
superan, me temo.

Tomé una respiración profunda. Y luego otra.


—Es Ice —murmuré hacia la mesa.

—¿Quién? Habla alto, querida. Mi oído no es lo que solía ser.

Si alguna vez hubo un momento en mi vida en que me hubiera gustado


realmente matar a alguien, habría sido en ese momento. La mirada de
Corinne era aguda y alegre, no dejándome cuartel.

—Es Ice —repetí a secas esta vez.

Su sonrisa era triunfante.

—Ahhhh. Así que la alta, oscura y mortal se las ha arreglado para cautivar
a mi pequeña y dulce Ángel, ¿no?

—Corinne... —Estaba sorprendida de que no hubieran saltado los


aspersores, de lo caliente que se puso mi cara.

—Oh vamos, Ángel. ¿Crees que no he notado esos lindos ojitos de


cachorro que pones cada vez que alcanzas a verla? Puedo ser vieja,
pero no estoy ciega.

—Corinne, por favor —Si hubiera habido una silla eléctrica útil, me habría
encantado atarme a mí misma y utilizar un palo de escoba para tirar de
la palanca. ¿Se puede morir de la vergüenza?

—Oh bien —dijo mi amiga, sonando un poco petulante—. Es tan divertido


burlarse de ti, Ángel. Tu cara se pone del tono más delicioso de sombra
de rojo. Casi de color rosa. Es muy hermoso.

—Corinne...

—Bien, bien. Pararé. Por ahora.

Un soplo de alivio salió de mis pulmones.

—Por favor —me las arreglé para soltar ahogadamente.

—Esta atracción que sientes por Ice, ¿te molesta?


—No. Sí. Dios, ¡no lo sé! —Apoyando los codos en la mesa, dejé caer mi
rostro aún caliente en las manos.

—Muy bien, vamos a ir a través de esto con lógica. ¿Tienes un problema


con el hecho de que ella sea mujer?

—No. No exactamente. Quiero decir, admito que es un poco extraño ya


que nunca me he sentido atraída por una mujer, a menos que cuente mi
profesora de primer grado14, la Srta. Price.

—Creo que podemos estar seguras de dejarla fuera de esto por el


momento.

—Creo que tienes razón. No es la atracción en sí lo que me molesta tanto.


Es la intensidad de ella. Nunca he sentido algo así antes. Por nada. Sé que
has hablado acerca de la conexión entre nosotras antes y una parte de
mí quiere creerlo, pero... —Suspiré, incapaz una vez más de expresar mis
pensamientos—. Es sólo que esto va más allá de mi experiencia y estoy
teniendo problemas para saber qué hacer con mis sentimientos.

—¿Alguna vez has pensado en hablar con Ice sobre ellos? —Levanté la
vista hacia ella, sorprendida. Mi boca se abrió y cerró varias veces, pero
no podía pronunciar palabra—. ¿Te ha comido la lengua el gato? —
Corinne estaba extremadamente petulante.

—¿Estás loca?

—Algunos dirían que sí.

—¡Quiero decir con esto! ¿Has olvidado que sólo hablé con la mujer por
primera vez antes de ayer?

—¿Y tu punto sería...?

Todavía aturdida, lo único que pude hacer fue sacudir la cabeza.

—Tienes que estar bromeando, Corinne. Por favor, dime que me estás
tomando el pelo.

14
Primer grado: en España equivale a 1º de EGB.
—Lo dije muy serio, en realidad.

—Genial. Simplemente genial. ¿Qué sugieres, Corinne? ¿Crees que


debería simplemente entrar en la celda de Ice, sujetarla a la cama y decir
Ey, Ice, sólo quería que supieras que, a pesar de que hemos
intercambiado un total de cinco palabras, creo que estoy enamorada
de ti. Y si no es amor, es una especie de intensa lujuria. ¿Me besas, por
favor?

Mi amiga se encogió de hombros.

—¿Por qué no? A mí me vale.

Por primera vez en mi vida, de hecho gruñí con frustración. Colapsé en la


mesa, Corinne empezó a reír con tanta fuerza que en realidad estaba
preocupada de que le diera un derrame cerebral.

Mientras estaba sentada allí con el ceño fruncido y sintiéndome bastante


malhumorada, mi amiga finalmente logró conseguir algún tipo de
control. Una risita ahogada aún se le escapó cuando se limpió la cara
llena de lágrimas con una esquina de su chal.

—Oh Ángel, dulce, hermosa, maravillosa, Ángel. Cómo he sobrevivido


treinta años en este pozo depravado sin tu presencia, es algo que nunca
sabré.

—A mí no me hace gracia, Corinne —murmuré, dándole mi mejor


impresión de una mirada disgustada.

—Lo sé, Ángel. Y me disculpo por mi arrebato. Es que te olvidas de la


belleza de la inocencia en un lugar como este. Tu frescura trae alegría a
mi corazón. Perdóname por expresar esa alegría a través de la risa. No es
algo que hiciera demasiado antes de que llegaras a mi vida.

De repente, me sentí como una pécora.

—Corinne, lo siento. Esto es todo muy confuso para mí. Mis sueños como
niña no incluían cumplir una condena por asesinato o tener una
atracción intensa hacia un preso, mujer u hombre. Estoy empezando a
sentirme fuera de control otra vez, y eso no me gusta.
—Oh Ángel, sé lo que estás pasando, créeme. Recuerda, que sin
embargo, sólo has tenido un día o dos para averiguar lo que está
pasando en cuanto a Ice. Entender ese tipo de sentimientos tomará
tiempo, y si hay una cosa que tenemos en abundancia aquí en el
Pantano, es el tiempo —Puso una mano sobre mi muñeca y absorbí el
calor de su piel con gratitud—. Mi sugerencia para ti es que simplemente
te sientes, te relajes, bebas un poco de té, y dejes que el mundo gire sin
ti por un tiempo.

A pesar de mí misma, me salió una sonrisa.

—¿Es el té tu respuesta para todo?

—Más o menos, sí. ¿Quieres un poco?

—Suena como la mejor oferta que he tenido durante todo el día.

Ojos marrones centellearon mientras me miraba desde atrás, por encima


de sus hombros.

—Yo podría hacerte una oferta mejor.

—No empieces.

Mi día logró terminar mucho mejor de lo que comenzó y por eso, yo


estaba feliz.
Capítulo 3

E
l final de la semana me encontró, como siempre, en la biblioteca,
mis pensamientos sobre el tema en particular, se tranquilizaron o al
menos eran más ordenados. Sólo había visto a Ice para saludarla
con la cabeza por los pasillos. Sus ojos, cuando se encontraban con los
míos, eran cautelosos, pero no fríos. Supuse que eso significaba que me
había perdonado por mi metedura de pata.

Acababa de dar los toques finales a un examen a libro abierto para uno
de mis cursos de la universidad, cuando Phyllis entró en la habitación
llevando un paquete pequeño y una sonrisa para todas nosotras, sobre
todo, para Corinne. Desde nuestra discusión de la semana anterior, había
dedicado tiempo para estudiar la interacción entre las dos y notado
pequeñas cosas que nunca había tenido ocasión de ver antes. Aunque
la confraternización entre las reclusas y las guardias estaba estrictamente
prohibida, parecía que había más cosas entre ellas de lo que se veía.

La alta guardia se dirigió a mi área. Cuando cerré mi cuaderno posó una


cadera en la esquina de la mesa y me miró con ojos cálidos.

—¿Cómo te está yendo, Ángel?

—No está mal. Acabo de terminar el último de mis cursos para el semestre.

—¿Cómo te fue?

—Bueno, ya que era a libro abierto, creo que tengo una “A”.

Ella sonrió.

—Vida dura.

Devolví la sonrisa, empujé el cuaderno y el lápiz lejos de mí.

—¿Cómo está Laura?


La joven había estado en la enfermería la mayor parte de la semana,
sufría una fractura de cráneo y una conmoción cerebral leve por la paliza
de Derby. Había sido dada de alta de la enfermería el día de antes y
llevada directamente a la unidad de segregación para su propia
protección. Yo no podía dejar de sentirme culpable por eso desde
entonces, de igual forma, Derby estaba abajo, en el agujero.

—Lo lleva bien. Le gusta un poco la unidad de segregación. La hace


sentir más segura. Creo que la mantendremos allí un poco más. Derby y
Mouse estarán fuera de circulación por un tiempo, pero hay otras que
tratarán de terminar lo que ellas empezaron —Algo de culpa debió
reflejarse en mi cara porque puso una mano en mi hombro, apretándolo
ligeramente—. No te sientas mal por hablar, Ángel. Se hizo justicia. Eso es
algo bueno.

—No es algo tan bueno si te convierte, mucho más que antes, en un


objetivo, Phyllis.

—Ángel, puede ser que yo no lo quiera así, pero el hecho triste de la vida,
cariño, es que las chicas como Laura siempre van a ser objetivos sin
importar lo que hagan. No es más que una chica que cometió un
estúpido error. Dios sabe que éste no es lugar para ella, pero ¿qué
podemos hacer? Sólo hacer nuestro trabajo y protegerla a ella y al resto
de las internas lo mejor que podamos.

—Perdona que te lo diga, Phyllis, pero desde mi punto de vista, no se ve


como que estuvierais haciendo un trabajo muy bueno, en absoluto. Si Ice
no hubiese entrado cuando lo hizo, muy probablemente nos tendrías a
las dos golpeadas casi hasta la muerte, en lugar de solo a Laura.

Cambiando ligeramente de posición, Phyllis cerró su mano alrededor del


borde de la mesa, con los nudillos blancos marcándose sobre el
bronceado de su piel.

—Me duele que digas eso, Ángel, a pesar de que sé que es verdad. La
economía es lo que es, la gente presta más atención a los precios del gas
que a los gastos de la cárcel. La paga no es suficientemente alta para
atraer a nadie a este tipo de trabajo. Y los que son atraídos, por lo general
no se quedan mucho tiempo —Ella sonrió—. Las condiciones de trabajo
no son precisamente, agradables.
—Me doy cuenta de eso, Phyllis, y no te estoy culpando a ti
personalmente. Es sólo que creo que la mayoría del mundo exterior nos
ve como un manojo de monstruos depravados que hemos conseguido
nuestra justa recompensa. Sin embargo, no todo el mundo aquí es así. Y,
en el fondo, seguimos siendo seres humanos.

—Estoy de acuerdo —respondió la guardia—. Solamente, no sé lo que


podemos hacer para cambiar las cosas. No soy me alegra de que
mujeres jóvenes sean golpeadas ni me hace sentirme superior.

—Lo sé —Me recosté en la silla y entrecrucé los dedos detrás de la


cabeza—. Tal vez se me ocurra algo. Después de todo —miré a Corinne—
, tengo mucho tiempo libre.

—Tengo fe en ti, Ángel —Phyllis respondió riendo—. Hablando de tiempo,


tengo que volver al trabajo —Me tendió el paquete con el que había
entrado—. Esto llegó para ti esta mañana. Lo rescaté antes de que
pudieran romperlo en pedazos.

Extendiendo la mano, tomé el paquete, sorprendida de notar que el


envoltorio era suave y liso.

Como estoy segura de que sabrás, la regla en la cárcel es buscar a fondo


en todas las entradas y salidas de paquetes para contrabando. Esa es
una de las razones por la que nunca considero la compra de armas para
cualquiera de mis clientes, ya que sería enviada a aislamiento y créeme,
ese es un lugar que definitivamente quiero evitar a toda costa.

Levanté la vista hacia ella, curiosa. Ella sonrió y acarició mi hombro.

—Cuando miré el remitente, supe para quién era —dijo como si eso lo
explicara todo.

Y tal vez, en cierto modo, lo hacía.


El paquete había llegado de la J & R, tienda de suministros de jardín, y
parecía ser el rastrillo bonsái que pedí la semana anterior. Mi contacto
había llegado hasta mí una vez más.

—Gracias —le dije por algo más que el paquete.


—No hay problema —Apretó mi hombro una vez más, Phyllis se impulsó
fuera de la mesa y se giró hacia Corinne—. ¿Nos vemos más tarde?

Mi amiga con hoyuelos en la cara respondió:

—Me parece bien.

—Hasta entonces.

Cuando la guardia salió, me di la vuelta para mirar a Corinne, con una


sonrisa satisfecha en mis labios.

—Corinne —le regañé con burla—, ¿vas a conseguir que la pobre


guardia esté en problemas con tu naturaleza lasciva?

Volvió su propia sonrisa satisfecha hacia mí.

—Yo nunca beso y lo cuento, Ángel.

—Deberías. Peter era un poco... aburrido. Me vendrían bien algunas


indicaciones.

Su sonrisa se convirtió en una mirada lasciva.

—Estaría encantada de mostrártelas.

Hice el espectáculo de poner mis ojos en blanco.

—No vamos a empezar de nuevo, ¿verdad? Además, ¿qué pensaría


Phyllis?

—Pensaría que tengo mucha suerte —Mi amiga gruñó.

—Ya ha sido suficiente —Me aparté de la mesa girando ociosamente el


paquete largo y delgado en mis manos. Caminando hacia el escritorio
de Corinne, lo puse delante de ella—. ¿Puedes asegurarte de que Ice
reciba esto?

—No soy un cartero. Dáselo tu misma.


—No... No creo que sea una buena idea. Realmente. Tal vez alguna de
las Amazonas...

—Ángel, vas a tener que enfrentarte a ella en algún momento, ya lo


sabes.

Suspiré.

—Lo sé. Pero sólo ha pasado una semana. Por lo que sé, ella va a
echarme una ojeada, y a enviarme volando fuera de su celda con una
de esas patadas suyas. ¡Voy a quedar fuera de combate durante
semanas! ¿Quién te ayudará con la biblioteca?

Mi amiga me miró.

—No inventes excusas para tapar tu cobardía, Ángel. Este acuerdo es


algo entre las dos. De nadie más. Sólo tienes que ir allí y darle el paquete.
No te va a morder —La mirada lasciva volvió—. A menos que quieras que
lo haga.

—Corinne...

Ella me golpeó con su brazo.

—Sólo entrega tu paquete y déjame en paz. Tengo una cita para la que
prepararme.

Suspirando, recuperé la caja.

—Esto nunca se vuelve más fácil, ¿verdad?

—Pues no. Eso es lo que lo hace tan divertido. Ahora vete.

Con una última mirada suplicante, y viendo que no encontraría ninguna


ayuda, giré sobre mis talones y salí de mi santuario.

La mente es una criatura increíble, sobre todo en su tendencia morbosa


a sacar los pensamientos mejor guardados de la caverna profunda del
subconsciente. Mientras caminaba por el pasillo largo y oscuro que iba
desde la biblioteca a la prisión propiamente dicha, casi podía ver frente
a mí una sotana negra de sacerdote cantando suavemente el
Padrenuestro, así como guardias manteniendo el ritmo a mi lado.

La caja en mis manos se convirtió en cadenas sobre mis muñecas y mi


corazón se aceleró mientras mi boca se secaba. Imaginé una ráfaga de
aire frío de invierno que se extendía a través de mi cuerpo y mi piel
respondió poniendo los pelos de mis brazos de punta. Justo cuando
estaba empezando a preguntarme por qué mis compañeros imaginarios
habían transformado su atuendo en el de centuriones romanos, el pasillo
se abrió hacia la plaza principal de la cárcel, y me quedé con la boca
abierta y parpadeando por su repentino brillo.

—Ángel —me susurré a mí misma—, hay que empezar a salir más. Creo
que esa biblioteca está comenzando a tener una mala influencia sobre
ti.

Algunas reclusas me echaron miradas extrañas al cruzarse en mi camino


y empujé firmemente las visiones espectrales de mi mente, acercándome
resueltamente hacia la escalera cercana como si no tuviera ninguna
preocupación en el mundo.

La celda de Ice estaba en el octavo piso y mientras subía las escaleras


rápidamente, me preguntaba cómo ella y las demás presas podían
soportar subir tanto para llegar a sus habitaciones. Mi tiempo con las
Amazonas me había puesto en muy buena forma para entonces, por lo
que el viaje no fue tan malo como podría haber sido meses antes. Sin
embargo, una bola de plomo frío parecía haber establecido su
residencia en mi estómago, cada vez más grande y más pesada a cada
paso que daba, de manera que cuando llegué a lo alto, no estaba
segura de si podría dar un paso más.

Mientras estaba en el rellano final, tratando de recuperar tanto mi fuerza


como mi voluntad, miré a mi alrededor y agradecí que la mayor parte
del bloque pareciese estar libre de presencia humana. Calmando mi
respiración y centrando mis pensamientos, me di una de mis patentadas
charlas de ánimo.

—Está bien, Ángel, vamos a empezar a movernos. No tienes que hacer


nada, ¿verdad? Sólo tienes que ir hasta allí, darle el paquete e irte. No es
que ella te vaya a invitar a tomar el té, ¿vale? Probablemente solo te
gruñirá y te despedirá. No es gran cosa, ¿no?... Correcto. Así que ¿por
qué mi corazón martillea en mi pecho? ¿Por qué mi cráneo late como si
fuera a reventar y mis entrañas se retuercen como un rollo de alambre de
espino?... Oh Dios. Creo que voy a vomitar.

Una de las presas que pasaba, una de las pocas que había arriba y
alrededor del nivel ocho, se detuvo a mi lado, mirándome con
preocupación.

—¿Estás bien?

Logrando esbozar una débil sonrisa.

—Oh, sí. Nunca he estado mejor —Mientras seguía mirándome


curiosamente, yo buscaba frenéticamente algo que decir—. Yo... mmm...
me he perdido, creo. ¿Me puedes decir cual es la celda de Ice?

La mirada perpleja de la reclusa se convirtió en una sonrisa.

—Sí, claro —Girando la mitad de su cuerpo, señaló la pasarela que


bordeaba las celdas—. La última a la izquierda, abajo, en la esquina. H-
324.

—¡Gracias!

—¡Ey, no hay problema! Nos vemos por ahí —No me perdí la mirada
especulativa que recibí de mi nueva conocida, y por alguna razón, hizo
que mi corazón se volviera más ligero.

—¡Ja! ¡Toma eso, Ice! No tengo necesidad de tenerte miedo. Hay un


montón de peces en el mar.

Ok, fue una mala analogía…

Bajando a paso ligero por la pasarela, miré con curiosidad al interior de


las celdas por las que estaba pasando. El octavo piso, en su mayor parte,
albergaba a las criminales más peligrosos del Pantano. Por eso, las
autoridades de la prisión pensaron que lo mejor era darles habitaciones
individuales. Estas habitaciones eran del mismo tamaño que las celdas
normales, pero en vez de una segunda litera, tenía una mesa de acero
inoxidable larga, que corría a lo largo de la pared.
A diferencia del resto de la población carcelaria, el edicto del Alcaide
prohibiendo los artículos de carácter personal, no parecía extenderse a
lo peor de lo peor. No estaba segura de por qué era exactamente, pero
imagino que un asesino feliz es un asesino seguro y dejo mis pensamientos
ahí, no sea que empiece a perturbarme por la irónica injusticia de que los
peores consigan lo mejor.

Por fin, yo estaba de pie fuera de la celda de Ice, mi cuerpo apretado


contra los guijarros y el frío cemento de la pared.

—¡Tal vez ella no esté ahí! —Mi mente gritaba—. Sí, claro. No tienes tanta
suerte.

Es absolutamente increíble como tu cuerpo puede hacer caso omiso de


una orden firme de tu mente. Por supuesto, en ese tiempo, mi mente
estaba gritando órdenes contradictorias, pero aun así, mi cuerpo era más
terco que una mula, confundido o no.

De repente, una voz profunda y sensual interrumpió mis pensamientos.

—Puedes entrar, Ángel. Puedo oírte respirar ahí fuera.

Enrojecida por la vergüenza y un poco en shock, me alejé de la pared y


caminé hacia la puerta abierta de la celda de Ice, me detuve justo en la
entrada, mirando hacia el interior.

Ice estaba recostada en su litera, con la espalda pegada a la pared del


fondo. Como el resto de su fuerte y largo cuerpo, reposaba tranquila, con
una pierna flexionada a la altura de la rodilla y la otra, totalmente
extendida. Un grueso libro de bolsillo yacía boca abajo contra la parte
baja de su abdomen, el lomo del libro estaba arrugado por muchas
lecturas. El resplandor de los fluorescentes del techo, hacía casi imposible
leer el título, no es que no lo intentase.

Después de un momento, levanté la mano con dificultad.

—Yo... mmm... el paquete llegó hoy. Corinne sugirió que viniera aquí y te
lo dejara.

Sonriendo ligeramente, sin mostrar más que el capricho más elemental


de sus labios carnosos, Ice se movió en la cama, luego colocó sus pies en
el suelo y se puso de pie con la gracia fluida con la que rondaba en mis
sueños. Estaba hipnotizada. Una vez más.

Viendo como ella se acercaba a mí, me lamí los labios, sin soltar mi brazo
y con mi mano dispuesta a no temblar ante el calor de su cuerpo
envolviendo mi mano, acariciando mi piel. Un largo brazo, cogió la caja
de mi mano, mirando el envoltorio sin abrir, a continuación, me miró
arqueando una ceja y la elevó.

—¿Qué?

—Oh, nada. Me sorprende que no lo hayas abierto.

—Oh. Bueno, confío en ti —La ceja se elevó aún más y sonreí


débilmente—. Además, te he visto pelear.

Su pequeña media sonrisa apareció de nuevo y me resistí sacudiendo la


cabeza contra los sentimientos que esa simple expresión engendró en mí.
Sus feroces ojos se suavizaron cuando me miraron y en lo más profundo
de mi corazón, sentí el tirón de cualquier conexión que parecíamos
poseer.

—Gracias —dijo ella con voz suave y con su mano levantó el paquete y
lo agitó ligeramente.

—No hay problema.

Cuánto tiempo nos quedamos allí, mirándonos la una a la otra en


perfecto silencio, nunca lo sabré. Como en nuestro primer encuentro,
siglos enteros parecieron desaparecer con el peso de cada respiración.
Era como estar mirando un viejo y querido álbum de fotos que olvidamos
que existiera y que nos calentaba y nos hacía feliz al recordarlo. Al mismo
tiempo, era mucho más, esta conexión. Y a la vez, mucho menos. Había
en ello una simplicidad tan fundamental y de una complejidad tan
profunda que mi mente decidió entregar el alma y simplemente ser.

Aunque no quería romper el momento, una parte de mí, finalmente llegó


a la conclusión de que era la mejor de las ideas, y por eso se rompió la
conexión de nuestras miradas, mis ojos recorrieron la habitación, en
busca de algún lugar seguro donde fijarse.
Por casualidad, mis ojos se posaron en la mesa de metal que corría a lo
largo de una de las paredes de la celda de Ice. El frío, acabado brillante,
estaba cubierto con un paño de seda hermoso, hecho en morados,
amarillos, azules y rojos de diferentes matices y adornado con lo que
parecían ser caracteres chinos. O podrían haber sido japoneses. Mi
asiático no es muy bueno, la verdad.

En el paño, uno junto a otro, había cuatro árboles bonsái que parecían
visiones de un mundo lejano. El amor y el cuidado que había puesto en
su formación era evidente, inconscientemente, mi cuerpo se sintió
atraído por lo que mis ojos estaban viendo. Apenas sentí que se movió
hasta que Ice dio un paso atrás para permitirme entrar en la celda.

Caminando hacia la mesa, como si me deslizara por las corrientes de aire


cálido del verano, me detuve en el borde y me limité a mirar,
completamente atrapada por la visión ante mí. Los cuatro arbolitos
llevaban el sello distintivo de la individualidad orgullosa, sin embargo,
cuando se veían como una unidad, parecen contar una historia, cuyo
significado lanzado burlonamente sobre mi cerebro, hacia brotar
indirectas que fallaba en captar.

Mirarlos era como ver el alma de otra persona, toda la belleza violenta,
cariñosa y las gentiles emociones turbulentas luchando por un espacio
dentro de la frágil concha de un ser vivo. Lo más profundo en mí, se quejó
de los significados que se ocultaban, agitando mi curiosidad, pero en
lugar de dar con ellos, opté por mirar la simplicidad cruda de las obras
ante mí. Me imaginé la sensación del calor, la luz del sol en mi cara,
brillando a través de las hojas de una cañada boscosa. El sentimiento de
máxima libertad y tierna paz filtrándose en mí con la luz, confortándome
con su halo de calor. Era como mirar por una ventana y ver una imagen
interminable llena de calidez, paz y amor.

—Hermoso —suspiré.

Mirar arte me afectaba así y, con toda honestidad, todavía lo hace.


Espero no perder nunca esa parte de mí misma que ve la alegría y el
asombro de lo más simple de las cosas.

El suave sonido de una garganta carraspeando me sacó de mi cautiverio


y me volví para ver a Ice, vagamente avergonzada y mirando hacia la
caja que tenía en sus manos.
—Gracias —murmuró.

La expresión de su rostro la hacía completamente humana por primera


vez ante mí y no pude evitar la sensación que me sorprendió de vértigo
fluyendo a través de mi corazón y mi cuerpo. La risa amenazó con salir,
pero me acordé de con quién estaba y traté de aprisionarla, frenar el
descontrol sobre mis a veces, frívolas emociones.

—Son realmente hermosos —le contesté en voz baja—. Casi espirituales.


Pero originales también. Una paradoja maravillosa.

Cuando sus ojos se encontraron con los míos, vi que la vergüenza la había
puesto un poco a la defensiva.

—Ángel, son sólo árboles.

—Mentir no te ayudará a cambiar las cosas —contesté pensando que la


burla suave podría ser la solución—. Son algo más que árboles y el trabajo
que has puesto en ellos, demuestra bastante bien mi punto de vista, ¿no
te parece?

Ella frunció el ceño, pero no refutó mis palabras. En mi interior, agité un


puño triunfante.

—Vamos, Ice. ¡La gente debe decírtelo cientos de veces al día! Son
magníficos.

—En realidad, no —respondió ella recuperando un poco de su


confianza—. Aparte de los guardias, eres la primera persona a la que he
permitido entrar en mi celda.

Ohhhhh mierda.

Llevé mi mano a la parte trasera de mi cuello para rascarme, algo que


hacía a menudo cuando tenía que pensar con rapidez y las respuestas
no llegaban.

—Yo... lo siento. No... no pensé... Es sólo que... son tan hermosos que yo...
Ella sonrió ligeramente, y su efecto llegó hasta sus ojos, volviéndolos
suaves y cálidos.

—Está bien. Sé que no querías hacer ningún daño.

Mi alivio fue palpable.

—Gracias.

—No hay problema.

A falta de algo mejor que hacer, dejé que mi mirada vagara de nuevo.
En la pared, sobre los bonsáis había un gran mapa que parecía ser del
National Geographic. El título decía El ascenso y la caída del Imperio
Romano. Tenía pequeños iconos de los planes de batalla y el armamento
utilizado, pero desentonaba al estar situado como estaba, por encima
de un escenario de tan absoluta tranquilidad. Al mirar a mi alrededor, me
di cuenta de que había mapas más pequeños esparcidos por las paredes
pintadas de verde, cada uno mostrando el territorio que una vez fue del
poderoso Imperio, que finalmente, fue aplastado y reducido a polvo bajo
las botas de un ejército más fuerte.

—Interesante afición —comenté, más para oír mi voz que otra cosa—.
¿Hay un mensaje detrás de esto?

—La dominación del mundo.

Me di la vuelta para mirarla y una sonrisa un poco sarcástica se abrió


camino a través de su hermoso rostro.

—Muy graciosa.

Su ceja se alzó nuevamente.

—¿Qué te hace pensar que estoy bromeando?

La miré fijamente por un momento, luego sacudí la cabeza. Algo me


decía que había más verdad en aquellas palabras de la que yo quería
saber.
El pequeño espacio a nuestro alrededor y la energía con la cual nos
estábamos llenando, se convirtió en algo demasiado intenso de repente.
Me temo que tomé el camino de los cobardes.

—Bueno, supongo que debo irme ahora. Espero que disfrutes de tu


rastrillo.

—Estoy segura de que lo haré. Y gracias.

No pude evitarlo. Tuve que sonreír.

—No hay de qué. Cuando quieras. Si alguna vez necesitas algo más,
recuerda que puedo conseguírtelo.

—Lo tendré en cuenta.

—Sí, hazlo. Bueno, supongo que te veré por ahí —Aunque la situación era
intensa, una parte de mí, una gran parte, absolutamente detestó salir de
allí.

Le sonreí de nuevo y me dirigí a la puerta de barrotes de la celda. Justo


en el umbral, me detuve y me volví.

»¿Ice?

—¿Sí?

—Sólo quería decir que lo siento. Por lo que pasó la semana pasada. Mis
palabras te pusieron en una mala posición y quiero que sepas que nunca
quise eso.

—Ya está olvidado.

—¡Gracias! —Hice una pausa, tratando desesperadamente de pensar en


algo que decir, pero al parecer, me había quedado sin palabras—.
Bueno, adiós, Ice.

—Adiós, Ángel.

Cuando salí de la celda, sin mirar atrás, tuve una clara sensación de
pérdida. Pero el saber que me había perdonado por mi indiscreción y me
había permitido entrar en un lugar donde nadie más había estado nunca,
me calentaba como una manta en una fría mañana de invierno. Guardé
esa sensación dentro de mí y la saboreé unos momentos.

Fue un buen día.

* * *

Las siguientes semanas pasaron de forma interminablemente habitual.


Como en otras ocasiones, pasé la mayor parte de mi tiempo en la
biblioteca, con la catalogación, la escritura, la enseñanza y charlando
con Corinne y las otras que también habían hecho de este lugar su hogar.
Continué mi entrenamiento diario con las Amazonas y a veces, si tenía
suerte, Ice se unía a nosotras un rato.

Cuando eso sucedía, invariablemente parecía que la mitad de la prisión


se reunía a su alrededor, viendo su figura atlética, examinando sus pasos
mientras la acosaban y le rogaban para que les enseñara algunas de sus
variadas técnicas de lucha. Algunas de las preguntas las acababa
ignorando, mientras que otras las respondía con una demostración, con
alguna de las Amazonas como pareja de combate.

Como las demás, yo observaba cada movimiento y cuando no estaba


babeando por la perfección de su cuerpo, tomaba notas mentales,
aprendiendo todo lo que podía de una mujer que era, bajo mi punto de
vista, una de las más grandes luchadoras de todos los tiempos. No es que
hubiese tenido ocasión de ver a muchas de cerca y de forma personal,
claro está. Pero, como habrás visto por lo que has leído aquí, cuando se
trata de Ice, puedo ser muy parcial.

Uno de esos días me encontraba en el patio, mi pie descalzo estaba rojo


y dolorido de patear repetidamente la pesada bolsa de lona que se
burlaba de mí con su engreída complacencia. Mi lección de hoy eran
patadas circulares y Pony, como siempre, era una maestra paciente.
Había comenzado por algo fácil, marcando un punto sobre la lona sucia
con un poco de ceniza y pidiéndome dar patadas en ella repetidamente
con mi pierna derecha, exigiendo que yo golpeara el mismo punto
exacto con cada golpe. Cuando logré dar en el clavo impecablemente
en lo que pareció tres mil o cuatro mil veces, ella movió la señal más
arriba, y luego más arriba otra vez hasta que mi cuerpo estuvo totalmente
estirado y me vi obligada a ponerme de puntillas para lanzar la patada.
Los tendones de mi ingle protestaron estridentemente. Después de fallar
por décima vez consecutiva, me detuve, jadeando ligeramente y puse
las manos en mis caderas.

—No puedo hacerlo, Pony. Simplemente no soy lo suficientemente alta.

De repente, el calor radiante de otro cuerpo se deslizó contra mi espalda


mientras unas manos se movieron para desplazar mis caderas. Unos
dedos largos y bronceados tomaron su lugar, extendiéndose ligeramente
sobre mi abdomen.

—Claro que lo eres —dijo una voz baja y sensual en mi oído. La voz de
tenor y la fuerza flexible del cuerpo detrás de mí, enviaron señales
completamente diferentes a mis tendones y a otras zonas cercanas a mi
ingle. La voz vino a mí otra vez, acariciando mis sentidos mientras la
calidez del cuerpo fuerte se filtraba a través de la tela elástica de mi
uniforme—. Solo que no estás en la posición correcta.

Como posiblemente ya hayas adivinado, en ese momento, yo no podía


pensar en ninguna otra posición existente, que pudiera hacer mejor que
la que ya estaba haciendo.

Unas caderas fuertes empujaron ligeramente contra mi espalda,


inclinando mi pelvis para que el lado derecho estuviera un poco más
cerca de la bolsa que estaba colgando.

»Todo está en la posición, Ángel. Siente mi cuerpo mientras yo doy el


golpe.

Nos fusionamos sin problemas, Ice lanzó una patada circular a la parte
superior de la pesada bolsa. Incluso con un golpe de mentira, la cadena
hizo temblar la bolsa, que se tambaleó como si hubiese sido movida por
un viento violento. La sensación del cuerpo de Ice enrollado contra mí
cuando lanzó el golpe fue indescriptible.

»¿Sientes eso?

—Oh, sí.
—¿Lista para intentarlo?

—Ehhh... ¿Una más? —Sí, sonaba estúpido en el mejor de los casos, de


acuerdo.

Sus manos se apretaron alrededor de mis caderas, una larga pierna


atravesó mi campo de visión, golpeando contra la bolsa y, el edificio
entero pareció retumbar con su fuerza. Los eslabones de metal que
sostenían la bolsa al alero, gimieron otra vez como si pensaran seriamente
romperse en una ducha de herrumbre solamente para protestar por el
maltrato que estaban recibiendo.

—¿Mejor?

—Oh, sí, mucho mejor, gracias. Estoy segura de que ya casi lo tengo bajo
control.

—¿Casi? —Por el tono de la voz en mi oído, yo sabía que mi juego había


sido descubierto y me tensé ligeramente, esperando lo inevitable.

Después de un segundo o dos sin que nada sucediera, me relajé.

—Sí, casi. Tendrías que hacerlo una vez más.

—¿Estás segura? —El tono de Ice estaba lleno de risa contenida.

—Afirmativo. Sólo una vez más. Eso es todo lo que necesito.

—Muy bien. Una vez más y después tú sola.

—Vale.

Una vez más, con las manos apretadas contra mí, me apoyó en su fuerte
cuerpo con los músculos apretados, a continuación soltó su movimiento,
abandonando la caricia sensual sobre mi espalda.

Su largo pelo grueso y suave cayó en abanico a través de mi hombro y


se deslizó hasta mi mejilla, llenando mis fosas nasales con su maravillosa
fragancia. Mis parpados se deslizaron hasta cerrarse y me imagino que
debía tener la sonrisa más boba de pura felicidad estampada en mi cara.
Por desgracia, en mi bruma llena de placer, me había olvidado de la
diferencia de altura que había entre nosotras. Cuando mis ojos se
abrieron de nuevo, vi el brillo de unos zafiros perfectos que me miraban
llenos de diversión.

—No se puede aprender mucho con los ojos cerrados, Ángel.

—¿Estaban cerrados?

Una leve sonrisa satisfecha fue toda la respuesta que necesité.

—Oh. Bueno... yo estaba... sintiendo la patada. Con mi cuerpo. Como tú


me dijiste. ¿No?

—Sentir la patada.

—Claro. Con mi cuerpo. Tal como dijiste.

—¿Y cómo se siente?

Involuntariamente, mis ojos se cerraron de nuevo.

—Como estar en el cielo.

Una explosión de risa me hizo saber que mi comentario había sido


pronunciado en voz alta. Sentí el rubor comenzar en mis dedos de los pies
y propagarse a un ritmo récord al del resto de mi cuerpo. Hice un intento
débil para escapar de la situación, pero Ice simplemente apretó los
brazos, pegándome a su cuerpo.

—No te preocupes por Pony. Acaba de recibir demasiados golpes en la


cabeza.

—¡Ey! —Mi amiga gritó con indignación fingida, mientras que las lágrimas
de risa seguían rodando por sus mejillas.

—Ignórala —Ice dijo mientras soltaba mis caderas y dio un paso hacia
atrás, alejándose de mí. Tuve que poner todo mi esfuerzo para no dar un
paso atrás con ella, pero una larga mirada a la cara todavía roja de Pony
me convenció de que me quedara donde estaba.
—Está bien, Ángel —dijo Ice desde detrás de mí—. Prueba ahora.
Recuerda, todo está en la posición de tu cuerpo. Visualiza la patada y
luego hazla.

Que visualice la patada dice. La única cosa que puedo visualizar en este
momento son sus brazos alrededor de mí. Bien, Ángel. Basta ya. Tienes un
trabajo que hacer, así que ve y hazlo.

Inspiré profundamente varias veces para calmar mi acelerado corazón,


realicé la patada una vez más en mi mente, visualicé mi pie golpeando
la alta marca negra, y luego relajé el pie y girando sobre el otro lancé
disparada la pierna hacia arriba y hacia afuera.

Sonreí abiertamente cuando oí el golpe satisfactorio de carne contra la


lona y sentí la bolsa moverse por la fuerza de mi patada. Pony, que
sostenía la bolsa con firmeza para mí, salió disparada, hasta chocar casi
con un banco de levantamiento de peso.

—¡Sí! —Me encantó.

Pony abrió los ojos muy grandes hacia mí.

—¿De dónde diablos ha salido eso?

Con una sonrisa triunfal en mi cara, entrecerré los ojos y le dije a mi


asombrada amiga:

—Digamos que necesitaba la motivación correcta.

Un resoplido suave sonó detrás de mí y me volví a tiempo de ver a Ice


cubrirse rápidamente la boca con los dedos mientras sus ojos se volvían
hacia el cielo en una expresión de inocencia diabólica. Cuando los
dedos se separaron de sus ojos, su cara no reflejaba ninguna expresión
de burla.

—Muy bien, lo hiciste una vez. Genial. Ahora a seguir practicando hasta
que puedas llegar a ese mismo lugar varias veces sin fallar.

Me quejé.
Ella me miró entrecerrando los ojos, después, su expresión se aclaró.

—Ángel, mira. Este movimiento no es fácil, pero si quieres tener las


herramientas necesarias para defenderte contra algunas de estas idiotas,
tienes que practicar —Ella sonrió un poco—. Además, tú estás bien. Tienes
un buen cuerpo, fuerte y compacto con centro de gravedad bajo.

—¿Quieres decir que soy bajita?

—No. Quiero decir que tienes un buen cuerpo, fuerte, compacto, con un
centro de gravedad bajo. Eso te hace difícil de golpear. Además, eres
rápida. Si intentas una de estas patadas altas en un oponente, digamos
como Derby, le sorprenderás jodidamente.

Asentí.

—La sorpresa es buena. La sorpresa es genial, de hecho. Sólo desearía...

—¿Qué?

Suspiré, sintiendo mis hombros hundirse ligeramente.

—Sólo desearía no tener que aprender todo esto. No me malinterpretes,


sé que tengo que aprender a defenderme. Solo es que me gustaría poder
aprender sin tener que dañar a nadie, eso es todo.

Ice se acercó una vez más, extendiendo las manos y colocándolas sobre
mis hombros. Su mirada era profunda, directa y totalmente seria.

—Ángel, en un lugar como éste, a veces no tienes opción.

Mientras estaba allí de pie mirándome, en el silencio que había entre


nosotras, me di cuenta de que podía sentir la fuerza de mis convicciones,
porque sus ojos cambiaron de color con sus pensamientos. Después de
un momento, ella se apartó y se volvió hacia Pony.

—Atácame.

Pony parpadeó. Luego una lenta sonrisa de satisfacción se extendió por


su cara.
—Está bien.

Ella hizo girar su cuello en círculos lentos, aflojando la tensión de sus


tendones, y luego sacudió la cabeza bruscamente a la izquierda, luego
a la derecha. El resultado fue un sonido de vértebras realineándose que
me hicieron marear ligeramente.

Luego, con un grito, se lanzó hacia Ice. Las manos, los pies, los brazos y
las piernas no tenían definidos el movimiento que iban a realizar. Me
recordó a una de esas películas japonesas horriblemente dobladas de
kung fu que mi padre solía ver en lugar de ir a la iglesia los domingos por
la mañana.

Recuerdo estar demasiado enferma para ir a la iglesia varias veces y


acurrucarme en el sofá con mi padre, tratando de no reírme de las
escenas de lucha extrañas, para que mi absorbido padre, no me
mandase a mi habitación, a mi aburrida y vieja cama.

Ver algunos de esos mismos movimientos en persona, sin embargo, me


proporcionó un nuevo respeto por las técnicas que me hicieron reír en el
pasado. Aunque parecían salvajes, cada golpe era furia controlada,
dirigida a una parte específica del cuerpo, y con el propósito de hacer el
mayor daño con el menor esfuerzo posible.

Pony fue un verdadero espectáculo para la vista con su lío de brazos y su


sonrisa, casi salvaje.

Ice era una bestia completamente diferente. Tenía los ojos medio
cerrados, y medio aburrida, bloqueaba cada uno de los golpes con
perezosa facilidad, desviando los golpes de Pony y desgastando sus
fuerzas sin hacer nada para contra-atacar. Los músculos de su cuerpo
estaban sueltos, relajados y su respiración uniforme y constante.

Observé con absorta fascinación que ninguno de los golpes pasaba lo


suficientemente cerca de golpearla, aunque era obvio que Pony estaba
haciendo su mejor esfuerzo para alcanzarla. Sin embargo, en lugar de
frustrarse, Pony simplemente cambió de combinaciones y ángulos,
lanzando golpes altos, bajos, y bajos nuevamente, tratando de confundir
a su oponente.
Ice no se sorprendió con las tácticas rápidas y variables, mas bien parecía
un león descansando al sol y usaba sus largos brazos y piernas para seguir
desviando los golpes que venían de todas direcciones.

El simulacro de batalla comenzó a traer espectadores de todos los


rincones del patio, pero me mantuve firme en conservar mi posición al
frente de la multitud, usando mi “buen cuerpo fuerte y compacto con mi
centro de gravedad bajo” eficazmente. Ice me miraba por el rabillo del
ojo, sonriendo un poco cuando me vio luchando tercamente para no ser
aplastada por la multitud que tenía a mi espalda y a los costados.

Sacando otra arma de su arsenal, Pony torció el cuerpo y luego lanzó una
serie espectacular de golpes a la sección media de Ice. Más rápido que
una cobra, Ice capturó perfectamente el pie tendido de Pony, girándole
el tobillo hacia fuera, hasta el punto casi de romperlo. Pony gritó y luego
se dio una palmada en el muslo con la mano abierta, pidiendo
clemencia con la acción.

Después de un segundo, Ice liberó el pie de Pony y sonrió, mientras la otra


mujer saltó hacia atrás, maldiciendo y frotándose el tobillo.

—Sabes que esos movimientos nunca funcionan conmigo, Pony. ¿Por qué
sigues intentándolo?

Pony plantó el pie dolorido en el suelo, se puso las manos en las caderas
y frunció el ceño.

—Porque funciona con todo el mundo y algún día, Ice…

Ice resopló.

—Sigue soñando —Luego se volvió hacia mí con la ceja levantada


preguntando en silencio.

Asentí.

—Eso fue bueno.

—Muy bien, Pony. Pon a Montana y a Critter a trabajar con ella. Media
hora de Aikido, y media hora de bloqueos. Hora y media de cada uno los
sábados.
Pony asintió con la cabeza morena, con el pelo mojado con el sudor del
esfuerzo.

—Lo haremos.

La campana de alarma sonó, finalizando el período de ejercicio y yo me


giré hacia Ice, sonriendo.

—Gracias.

Asintió hacia mí, en señal de reconocimiento, se volvió y dio una palmada


en el hombro a Pony antes de encaminarse hacia el edificio, con sus
botas levantando pequeñas nubes de polvo al andar.

Pony se acercó a mí, con su sonrisa arrogante y sudorosa, lanzando un


brazo alrededor de mis hombros esquivamos la multitud que se
dispersaba y nos dirigimos hacia la prisión que era nuestra casa.

—Eso ha sido fantástico, Pony. ¿Cuánto tiempo has tardado para


aprender todos esos movimientos?

Ella se encogió de hombros.

—Siempre he estado en karate y otras formas de artes marciales. Tengo


mi cinturón negro desde que tenía quince años más o menos. Cuando
Ice estuvo aquí antes, realmente me ayudó mucho. Aunque todavía no
puedo golpearla.

—¿Crees que alguna vez lo harás?

—Nah. Ella está mucho más allá que cualquiera de las que estamos aquí
—Ella sonrió abiertamente otra vez, con una sonrisa salvaje, que hizo brillar
sus ojos oscuros—. Aunque es divertido probar —Me liberó a medida que
entramos en el edificio y se volvió—. ¿De vuelta a la biblioteca?

—Sí. ¿Y tú?

—Abajo, a tomar una ducha. Dile a Corinne que le envío saludos, ¿eh?

—Lo haré. Gracias de nuevo, Pony.


Con una sonrisa desenfadada y tocándose la punta imaginaria de un
sombrero, ella me dio la espalda y se fue, su uniforme naranja
desapareció por los largos y húmedos pasillos de la prisión.

Yo también seguí por el pasillo unos metros más, y luego fui a la izquierda
hacia la biblioteca, alcanzando a ver un destello de naranja de otra
presa que entró en mi campo de visión. Y me encontré de lleno con la
ancha espalda de Ice que se paró justo en la entrada de la sala.
Disculpándome a toda prisa, me alejé, viendo como una enorme sonrisa
se dibujó en la cara de Corinne.

—Tan cierto como que vivo y respiro. ¡La Gran Morgan Steele está
honrando mi biblioteca con su presencia! —Llevándose mi amiga la
mano bajo su seno izquierdo con dolor fingido—. Tómame ahora, Señor,
¡por fin he vivido para ver esto!

Sonriendo ligeramente, Ice negó con la cabeza y se acercó a la mesa,


Corinne y ella se reunieron a medio camino y la envolvió en un abrazo
enorme.

Podía sentir mi cara estrecharse en reacción de asombro mientras


observaba la escena que pasaba delante de mí. En el tiempo que
llevaba conociéndola, aunque no era mucho, yo nunca había visto a Ice
ser tan físicamente cariñosa con nadie. En cierto modo, era como ver a
una estatua cobrar vida y capturar a un desprevenido transeúnte. Me
quedé de piedra.

Alejándose del abrazo, Corinne mantuvo a Ice sujeta con el brazo


extendido, mirándola de arriba a abajo.

—Dios santo. ¡Creía que los estirones de crecimiento se detenían a los


dieciocho años! ¡Estas incluso más alta que la última vez que te vi!

Ice puso los ojos en blanco.

—Corinne, te vi la semana pasada.

—Sí, me parece recordar a alguien gruñendo mientras yo pasaba por el


pasillo. ¿Eras tú? Y yo que pensaba que habíamos obtenido un cerdo
para la penitenciaria.
—Corinne...

Golpeando a Ice ligeramente en el brazo, Corinne se alejó, sonriendo sin


arrepentimiento.

—Por lo tanto, ¿que te trae a mi red del mal? ¿Vienes a hablar con una
vieja?, porque no me estoy volviendo más joven, amiga. ¿O era algo
más?

—Bueno, en realidad, me preguntaba si ese libro que había pedido había


llegado ya.

Corinne se tocó la barbilla con sus ojos brillando.

—Libro. Libro. Ah, sí. El Archipiélago Gulag, ¿no?

—¿Lees a Solzhenitsyn? —Solté antes de que pudiera detener las palabras


en mi garganta.

Ice se giró lentamente, deteniéndose frente a mí, con los ojos


entrecerrados.

—¿Algún problema con eso?

—¡No! ¡No, en absoluto! Yo sólo... mmm... él es uno de mis escritores


favoritos.

Mientras seguía mirándome, volví mis ojos suplicantes a Corinne.

—No te preocupes por Ángel. Ella es sólo una esnob literaria. No creo que
el resto de nosotras, la gente común, pueda decirte la diferencia entre
Dostoievski y Doonesbury.

—Corinne

Sonriendo, Ice se volvió a Corinne, con las manos en las caderas.

—Entonces, ¿ya está?


—Algo que he pedido a mi marido muchas veces, querida, aunque la
respuesta en este caso sería no.

—Muy bien, entonces ¿podrías enviar a alguien que me avise cuando


esté aquí?

—Ah, ah, ah, querida Ice. No tan rápido. Estás en mis dominios ahora,
donde soy soberana. Ahora siéntate a esa mesa, relájate y bebe un poco
de té, si no…

—Si no, ¿qué?

—No te preocupes por el si no, Ice. El té está listo y esperando para ser
bebido. Ve a aquel extremo de la mesa y siéntate.

Hay momentos en los que me podría morder la lengua, y este fue sin duda
uno de ellos. Una risa estalló antes de que pudiera detenerla,
ganándome otra mirada gélida de los ojos de mi intimidante compañera.
Me estremecí, esperando alguna forma de venganza, sólo relajándome
cuando ninguna llegó de forma inmediata.

Ice se giró hacia Corinne y el aire se volvió espeso y caliente, con la


intensidad de su careo. Después de un largo momento de silencio
absoluto, Ice levantó las manos y se volvió sobre sus talones.

—Está bien —Se acercó a la mesa, sacó una silla, se volvió, y se sentó a
horcajadas con la respaldo de la silla al revés.

Corinne sonrió triunfante, aunque sus ojos todavía mantenían esa chispa
burlona.

—¡Dios mío, Ice, sigues teniendo —dijo petulante— quince años! Yo


pensaba que ya habrías superado eso.

—Simplemente sirve el maldito té, Corinne, o te voy a mostrar algunas


otras cosas que no he superado.

Haciéndome un guiño, Corinne se volvió y se ocupó de la tetera,


tarareando alegremente. Unos pocos momentos después, ella se volvió,
trayendo dos tazas humeantes, uno de ellas la puso delante de Ice, y la
otra la deslizó en el espacio al lado de la mujer alta.
—Esta matona… —Murmuró acariciando a Ice cariñosamente en el
hombro. Luego se volvió hacia mí, con las manos en las caderas—.
Bueno, ¿qué estás esperando? ¿La Segunda Venida? Ven aquí, Ángel, y
deja de actuar como si estuvieras mirando dos perros que están
haciendo algo delante de ti.

Ruborizada y debidamente reprendida, poco a poco me fui al otro lado


de la mesa. Sentándome cautelosamente en mi asiento para evitar
cualquier otro comentario mordaz, humildemente tomé la taza que me
ofrecía y bebí el té caliente, evitando escrupulosamente que mis ojos se
cruzaran con los de las otras dos mujeres.

—Se toma las burlas casi tan mal como lo haces tú —le susurró a Ice.

—Me pregunto por qué —Ice comentó jocosamente—. Esa lengua tuya
debe ser declarada arma letal y confiscada como contrabando.

Corinne sonrió.

—Entonces, ¿qué sería lo que pensarían todas mis amigas de alcurnia?

Un fino rocío de té caliente escapó de mis labios con el comentario de


Corinne, logrando empapar parte de la mesa y parte, para mi
mortificación absoluta, de Ice. Ice saltó de la silla, luchando por quitarse
las gotas calientes que se aferraban a su piel, Corinne se derrumbó sobre
la mesa, riendo a carcajadas.

Me levanté de la silla con rapidez, tratando de ayudar a limpiar su brazo,


pero Ice alejó mis manos.

—Por favor —le rogué—, deja que te ayude.

—No. No, ya has hecho suficiente. Sólo siéntate ahí.

Corinne rio más fuerte, golpeando la mano sobre la mesa, lo que provocó
que las tazas se tambalearan violentamente, salpicando el té por los
extremos y aumentando el lío que ya había.

Ice se acercó al hornillo y agarró uno de los pañuelos de lino bien


planchados de Corinne, secándose el líquido hirviendo de su piel y
uniforme. Todas nuestras cabezas se volvieron bruscamente hacia la
puerta, y Critter, sin aliento, se detuvo, antes de entrar en la biblioteca.

—Ice —jadeó agarrando su pecho que subía y bajaba—, tienes que venir
rápido. Psycho estalló y tiene una navaja en el cuello de una guardia. Y
pregunta por ti.

—Mierda —dijo Ice lanzando el trapo sobre la mesa junto a la tetera y


saliendo de la habitación, con Critter pisándole los talones.

Corinne y yo intercambiamos una mirada antes de que yo también me


pusiera en pie y corriera hacia la puerta, para tratar de mantener los rizos
flotando de Critter a la vista.

* * *

Al mirar a través de estas notas que he escrito, se me ocurre que tú, el


lector, probablemente estarás preguntándote exactamente quién es
Psycho y por qué tenía que hablar con Ice. Como cronista fiel, mi deber
es mantenerte informado y debería hacerlo en este momento.

Lo primero que debes saber, es que, a pesar de que su apodo en la prisión


era Psycho, nadie la llamaba así a la cara. Su nombre de nacimiento era
Cassandra Smythson, y ese era el apodo con el que pasó al Pantano.

La segunda cosa que debes saber es que Cassandra está


peligrosamente loca. Una gran cantidad de psiquiatras realizaron una
serie de pruebas que así lo demostraron. Ella era una psicótica, pero tuvo
muchos momentos de perfecta lucidez. También era obsesivo/
compulsiva y una de sus obsesiones era Ice.

Cassandra está en el Pantano desde que tenía dieciocho años,


haciendo de ella una residente desde hacía seis años, de esa época son
los acontecimientos que pronto estaré relatando. Cuando tenía
dieciocho años, y estaba en el último año de instituto, Cassandra había
vuelto a casa después de una noche de bebida y drogas, para encontrar
a su madre esperándola. Se intercambiaron una serie de palabras y
Cassandra fue a la cocina, sacó un cuchillo de carnicero y apuñaló a su
madre treinta y siete veces, matándola. El juez de instrucción declaró
que, basándose en el nivel de la pérdida de sangre, el noventa por ciento
de las heridas se infringieron post mortem. Luego paseó por la casa y
mató a sus dos hermanos menores, así como a su hermana, que tenía tres
años en ese momento.

Después de pasar la noche en la casa con los cadáveres de toda su


familia, entró en el instituto y mató a tres compañeros de clase. Ella
estaba intentándolo con su maestro cuando el capitán del equipo de
fútbol se apresuró y logró someterla, aunque no hasta que hubiera sufrido
numerosos cortes, además de una conmoción cerebral y la pérdida de
dientes.

No es mentira decir que era obvio para todos, que Cassandra Smythson
estaba totalmente loca. La policía lo sabía, el juez lo sabía, los psiquiatras
lo demostraron, y el público lo sabía. Lo mejor que cualquiera pudo haber
hecho para todos los interesados era ponerla en una bonita, y segura
institución mental y tirar la llave. Pero eso, por supuesto, no fue así. Los
Jurados son lo que son, a veces, encontrando a Cassandra apta para ser
juzgada, y así lo hicieron. Su culpa era una conclusión inevitable, aunque
su equipo de abogados se esforzó al máximo. Lo hicieron lo mejor que
pudieron y se hizo toda la presión para que casi todos los dedos
imaginables señalaran hacia su locura.

El Jurado no creyó en ella y la declaró culpable de siete cargos de


asesinato en primer grado. El juez debería haber cogido el toro por los
cuernos y condenarla a vivir en una institución para enfermos mentales.
En cambio, en un alarde de infinita sabiduría, decidió hacer caso a la
recomendación del Jurado, y así Cassandra Smythson se unió al club de
prisioneros de por vida en el Pantano.

Después de un mes en la unidad de segregación, Cassandra fue enviada


con la población general. Dos días después, asesinó a una reclusa,
atrayéndola hacia la lavandería (aquí tienes un consejo: si alguna vez te
encuentras en la cárcel, mantente alejado de la lavandería. Un montón
de cosas malas suceden allí) y metiéndola en una secadora industrial a
la fuerza, el establecimiento de la temperatura en alto y apoyándose
contra la puerta durante casi una hora, riendo y cantando para cubrir el
sonido de la reclusa que gritaba cada vez más débil.
Después de este pequeño fiasco, la División de Prisiones exigió que se le
colocara en un manicomio. El juez no hizo caso a la súplica, emitió una
demanda en contra, respaldada por una orden judicial, para mantenerla
encerrada en el Pantano.

El Alcaide decidió colocar a Cassandra en el único lugar seguro en la


cárcel, la unidad de segregación, donde iba a ser encerrada en una de
sus celdas veintitrés horas al día, y la hora que sobraba sería sólo para la
ducha y un breve paseo por el patio, esposada completamente y bajo
una estricta supervisión.

Aunque esta disposición era infinitamente mejor para la seguridad de los


demás internos, no hizo nada para mejorar su estado de paz. Con su
psicosis, Cassandra se arrojaba a los barrotes de su celda, gritando a todo
pulmón durante horas sin descanso.

Por razones obvias, el tiempo destinado a la segregación de los nuevos


reclusos fue reducido de una o dos semanas hasta de dos a cinco días.
Y, sin embargo, la mayoría de las nuevas saldrían de la unidad de
segregación con la cara blanca y temblorosa, necesitando más que
nada un buen tiempo de descanso y tranquilad en sus nuevas celdas.

Después de seis meses, o eso me han dicho, Cassandra comenzó a


calmarse y sus arrebatos gritando dejaron de producirse con tanta
frecuencia. Muchas de las guardias pensaban que por fin se estaba
acostumbrado a su nuevo hogar. Pronto se enteraron de la verdad.

Muchos centros penitenciarios tienen historias de presos que son bien


conocidos por mantener, domar y amar animales domésticos de gran
variedad. Alcatraz tuvo su Birdman. El Pantano tenía a Cassandra.

Parece que una rata industrial gris encontró su camino tanto a la celda
de Cassandra, como a su corazón.

Las ratas son criaturas muy inteligentes, fáciles de entrenar y que


responden al sonido de sus nombres cuando las llaman sus dueños. Esta
rata en particular, a quien Cassandra llamó Heracles, era un buen
representante de su especie. En aparentemente muy poco tiempo, la
presa loca la tenía haciendo pequeños trucos para ella, y a su vez la
mantenía tranquila.
El truco favorito de Cassandra, apuntaba directamente a su psicosis y era
esperar hasta que una nueva reclusa se estableciera y en la noche
estuviera profundamente dormida en una celda adyacente. Luego
lanzaba a Heracles, que correteaba por entre los barrotes y en la celda
de la nueva, subía a las rígidas sábanas almidonadas y raídas, y
curioseaba hasta que sus patillas encontraran la carne desnuda.
Entonces se quedaba allí, haciendo su mejor imitación de una rata
inocente, mientras la interna trepaba lejos, gritando como si todos los
demonios del infierno estuvieran tras sus talones.

Cassandra echaba su cabeza rubio platino hacia atrás y se reía, con una
carcajada loca que parecía atravesar su alma como el cuchillo de
carnicero que había utilizado con tan devastadores resultados.

Obviamente, este comportamiento se tradujo en viajes regulares de los


guardias a la celda de Cassandra, tratando de requisar su preciada
mascota. Y, por supuesto, la loca mujer tenía ataques de furia hasta que
los guardias capitulaban y dejaban que se quedara con Heracles, con la
advertencia de que nunca volviera a hacerlo de nuevo.

Nunca funcionó.

Nadie sabe exactamente por qué la otra obsesión de Cassandra era Ice.
Ellas nunca habían hablado, pero cuando Cassandra era llevada
alrededor del patio de ejercicios como un perro con una correa, el color
marrón oscuro de sus ojos permanecía clavado en Ice por largo rato, con
el rostro totalmente inexpresivo.

Así concluye mi exposición sobre la mujer conocida como Psycho. Ahora,


volveré a la historia.

* * *

Finalmente alcancé a Critter justo cuando llegó al rellano del segundo


piso, donde estaba la unidad de segregación. Todo lo que podía ver
delante de mí era una masa de cuerpos rígidos vestidos de marrón, con
las porras listas. Ice acababa de separarse de la multitud, dando un paso
al lado de Sandra Pierce, yo corría hacia delante, pero las guardias
cerraron filas detrás de ella, bloqueándome la vista, una vez más.

Critter cogió mi mano, me llevó hacia un lado de la multitud y desde allí,


pude mirar sobre la cabeza de una de las guardias más bajitas
poniéndome de puntillas y levantando la cabeza lo más alto que pude.
Una rigidez en el cuello y dolor en las pantorrillas eran un pequeño precio
a pagar para calmar mi curiosidad.

Cassandra estaba de pie junto a la puerta de acero con barrotes que


daban a la unidad de segregación. Tenía a una de las guardias más
recientes, una mujer delgada, de cara agria llamada Carla, en una llave
que atrapaba su cabeza y con una navaja de acero colocada en la
marcada yugular de la mujer. Cuando Ice atravesó la multitud, la cara
de Cassandra se dividió con una sonrisa tímida.

—Bueno, hola, mi querida Ice. Me alegro de que hayas podido venir a mi


fiesta —Su voz cantarina era aguda como la de una niña y sus ojos de
color marrón oscuro tenían la alegría de la locura.

—¿Qué quieres, Cassandra? —Ice preguntó sin rodeos.

La cabeza de la otra mujer se inclinó hacia un lado mientras su sonrisa se


ensanchó.

—No pareces complacida, Ice. Nunca tienes tiempo para charlar.


Siempre estás ocupada —Ella apretó su agarre en el cuello de la guardia,
que se quedó sin aliento—. ¿Qué es lo que quiero? ¿Qué quiero? Bueno,
vamos a ver. Quiero la paz mundial. Una cura para el cáncer —Su sonrisa
se volvió maliciosa—. Y pegar mi pequeña herramienta en el cuello de
este cerdito y sentir que mis manos se vuelven calientes con su sangre —
Ella le guiñó un ojo—. ¿Eso responde a tu pregunta, guapa?

—Cassandra...

—Oh, por favor, Ice. ¿Tienes que ser tan formal? Sólo llámame Psycho.
Todos mis amigos lo hacen —Su mirada lasciva regresó mientras pasaba
sus ojos descaradamente sobre la forma naranja vestida de Ice—. Y yo te
considero una de mis... más cercanas... amigas.

Ice se volvió hacia Sandra.


—¿Qué ha pasado?

Cassandra la cortó antes de que la guardia tuviera oportunidad de


hablar.

—Oh sí, Sandra, dile a nuestra querida Ice lo que pasó. Y no dejes de lado
ningún detalle. Mientras escuchas toda la triste historia, voy a jugar con
mi acerito y la dulce cerdita. Te gustaría eso, ¿no es cierto cerdita?
¿Puedes cantar para mí? ¿Chillar amablemente para tía Psycho?

La guardia cautiva emitió un sonido mejor clasificado como un cruce


entre un grito y un chillido, ayudada como estaba por la fuerte presión
de la navaja de Cassandra en la carne tierna de su cuello.

—Oh, muy bien, pequeña cerdita. Sólo quería tenerte alrededor para
jugar un rato. ¿Quieres, te gusta eso?

—Cassandra, por favor.

La rubia suspiró.

—Oh bien, Ice. Sabes, realmente deberías aprender a tomarte las cosas
menos en serio. Eres mucho más hermosa cuando sonríes —Ella liberó
ligeramente la tensa presión sobre el cuello de la guardia, riendo al ver
que de su navaja salía una gota de sangre. Pegó el extremo puntiagudo
a la boca, con los ojos en blanco en su cabeza, mientras lamía la sangre
del arma, haciendo de la acción una demostración erótica.

Sandra volvió la mirada hacia Ice.

—El Alcaide recibió otra denuncia de uno de los novatos. Envió a Carla a
deshacerse de Heracles.

Los ojos de Ice se estrecharon con ira.

—Maldita sea, Sandra. Eso fue una estupidez.

La guardia levantó las manos en un gesto conciliador.


—Lo sé, Ice. Lo sé. Y Carla rompió las reglas por no preguntarme primero
—Ella lanzó una mirada a la guardia cautiva y se la devolvieron unos ojos
asustados.

—¿Dónde está Heracles ahora?

Sandra hizo un gesto.

—Aún en su celda. Agarró a la guardia antes de que Carla pudiera hacer


algo dentro. Hemos estado aquí paradas desde entonces.

—Y qué maravilloso enfrentamiento, es demasiado, ¿no te parece, Ice?


Todas estas grandes y malas guardias contra mí. ¿Que voy a hacer? —
dijo sonriendo maliciosamente una vez más. Cassandra pinchó el cuello
de Carla, riendo mientras la sangre brotaba del pequeño pinchazo. La
guardia volvió a gritar.

—Muy bien, ¡Cassandra, ya es suficiente! —Ice exigió—. Ya ganaste.


Ahora déjala ir.

Cassandra movió sus labios.

—No puedo hacerlo, me temo. No, esta cerdita necesita que se le enseñe
una lección. La única razón por la que te pedí que vinieras, Ice, es que yo
sé, que de todos los otros pequeños roedores en esta infección que ellas
llaman cárcel, tú eres la que más puede disfrutar con la vista de una
buena matanza.

—Cassandra, por favor. Ya has asustado a muerte a la chica. Matándola


no conseguirás nada.

—Tal vez no —Concordó Cassandra. Entonces ella sonrió abiertamente—


. Pero eso me hace sentir bien. Y disfruto el sentirme bien—. La loca mujer
se volvió de lado un momento, luego miró a Ice, con los ojos ardiendo
con un nuevo propósito—. Te diré algo. Voy a renunciar a este cerdito
mío, si te comprometes a tomar su lugar, Ice. ¿Te suena bien? Piensa en
ello. Tú... y yo... juntas. ¿El pensarlo no hace que tu sangre se caliente?

Sandra dio un paso adelante.

—Olvídalo, Cassandra.
La reclusa sacó su navaja de nuevo.

—No te metas en esto o atente a las consecuencias.

Agarrando a Sandra por la manga de su uniforme, Ice contempló a la


jefa de las guardias.

—Vamos, yo me encargo de esto, Sandra. Es la única forma de que esto


se acabe.

—¡Escúchala, Sandra! —Cassandra soltó—. Ice tiene una buena mente


atrapada dentro de ese hermoso cráneo suyo.

—Ice, no te puedo dejar hacer esto. Está totalmente en contra del


procedimiento.

—¡A la mierda el procedimiento! El procedimiento se fue por la ventana


en el mismo instante en que la guardia entró en la celda de Cassandra
sola.

—Ice...

—Sandra, escucha. Esta es la única manera de resolver las cosas. Voy a


estar bien.

—Oh, ella estará muy bien —dijo Cassandra.

—Ice, no puedo.

—Entonces no te estoy dando una opción. Vas a tener que detenerme,


y no creo que quieras hacer eso.

Los ojos de Ice se volvieron fríos y de piedra. Sandra miró hacia abajo
después de un momento.

—Muy bien, Cassandra, vamos a hacerlo a tu manera. Envía a la guardia


aquí y yo iré hasta ti.
—Lo siento, Ice. Sigo órdenes, en caso de que no te hayas dado cuenta,
soy la que tiene todas las cartas, después de todo. No, tú vienes a mí
primero. Luego, liberaré al cerdito.

—Está bien, está bien —Antes de que nadie pudiera pensar en detenerla,
Ice se dirigió hacia Cassandra, que apretó su agarre en el cuello de Carla.
Levantando las manos vacías, Ice permitió que la otra mujer la agarrara
por el brazo, mientras que liberaba su férreo control sobre Carla. Llevando
su pierna hacia arriba, Cassandra pateó a la guardia por la espalda y la
empujó hacia los demás, entonces torció el brazo de Ice detrás de ella,
poniendo la navaja al cuello elegante de la mujer más alta.

—Oh, Ice —dijo con voz ronca—, esto está mucho mejor. No sabes
cuantas noches he soñado con esto. Tú en mis brazos, mi cuchillo en tu
hermosa garganta. Estoy sintiendo escalofríos sólo de pensarlo. Y ahora
te tengo.

Ice se quedó tan tranquila y serena como su apodo, sin que su


comportamiento revelara nada.

—Está bien, Cassandra, me tienes. ¿Y ahora qué?

Los ojos de la rubia se desenfocaron con el pensamiento.

—¿Ahora? ¿Pues sabes? Yo no tenía realmente pensado nada. Supongo


yo, que podría matarte como al pequeño cordero dulce expiatorio que
eres, pero entonces nunca te vería otra vez y sería una lástima —Apoyó
la barbilla sobre el gran hombro de Ice, al parecer sumida en sus
pensamientos, con las pocas células trabajadoras que su cerebro aún
poseía. A continuación, una sonrisa iluminó su rostro hermoso y ella se
enderezó detrás de su amiga—. Lo tengo. Voy a dejarte ir, preciosa, si a
cambio, cumples dos... pequeñas... condiciones para mí.

La ceja de Ice se elevó para esconderse detrás de su flequillo.

—¿Y cuáles serían?

—En primer lugar tienes que prometerme que hablarás con ese
repugnante Alcaide en mi nombre. Convéncele de que mi pequeño y
dulce Heracles está aquí para quedarse si quiere paz en su cárcel. ¿Lo
harías por mí, Ice?
—No prometo nada, Cassandra, pero puedo intentarlo.

—Eso es todo lo que pido. Sé cuán... persuasiva... puedes ser... cuando te


empeñas.

—¿Y la otra condición?

—Dame un beso.

La otra ceja se unió a la primera.

—¿Qué?

—Dame un beso. Justo aquí. Ahora mismo. Declara tu amor por mí


delante de Dios y de las guardias —Su sonrisa se endureció ante la
vacilante sorprendida de Ice —Contéstame rápidamente, Ice, o
acabarás respirando por el agujero que voy a hacerte en el cuello.

—Muy bien —dijo Ice arrastrando las palabras en una voz mortalmente
baja, con una sonrisa totalmente salvaje.

—¡Oh, bien! —Cassandra gorjeó, separando la navaja para volverse a Ice


para mirarla. Doblando la cabeza hacia un lado, miró a los ojos
tormentosos de Ice, con expresión de bien fingida inocencia.

—¿Vas a hacerlo o lo hago yo?

Sonriendo, Ice bajó su oscura cabeza, lenta y gradualmente, eclipsando


los rasgos de Cassandra. Me quedé con la boca abierta por la sorpresa
y, si he de ser totalmente sincera, tuve más que un poco de envidia,
incluso con las condiciones actuales.

El beso fue crudo, duro, casi exactamente como me imaginaba que sería
un beso de Ice. Mientras la boca cubría los labios suaves y llenos de
Cassandra, los ojos de la mujer rubia revolotearon, como sus párpados,
antes de cerrarse por completo. Un profundo gemido resonó en su
garganta, claramente audible a todo el mundo que miraba.

Una mano de dedos morenos, se enroscó a través de la caída del cabello


de Cassandra, tirando de él para acercarse más mientras Ice
profundizaba el beso, que parecía devorar la boca de la mujer más
pequeña con la suya propia. Varias de las guardias cambiaron de
posición. Yo misma cambié de posición, de pronto consciente de lo
intensamente caliente que se había vuelto la prisión. Una mano palmeó
mi hombro, y cuando volví la cabeza, Critter estaba sonriendo y negando
con la cabeza.

—Whoo hoo —pronunció.

Asentí con fervor, mientras que otra parte de mí se sintió de nuevo en


estado de shock en mi supuesto disfrute de una situación tan mortal.

Ice movió su otro brazo lentamente de su lugar detrás de la espalda,


arrastrando los dedos sensualmente hasta el delgado, pero hermoso
cuerpo de Cassandra. Los gemidos aumentaron en intensidad,
provocando más cambios de posición en las guardias que vigilaban.
Unos hermosos dedos, jugaban sobre un firme y plano abdomen, para
acabar sobre los pechos firmes, a través de la clavícula que sobresalía y
abajo del brazo más cercano.

Incluso desde donde yo estaba, podía ver la piel de gallina que siguió al
toque de Ice. Me temo que me estremecí al ver mi propia piel
reaccionando de forma empática mientras me imaginaba los dedos de
Ice arrastrándose sobre mi propia piel.

Luego, con una rapidez que me sacó de mi bruma erótica, con el pulgar
presionó los nervios de la muñeca de Cassandra, haciendo que la mujer
mas pequeña dejara caer su navaja. Tranquilamente, Ice llevó el brazo
de Cassandra a la espalda, rompiendo el beso e intensificando la presión
de detrás de la mujer rubia mientras lo hacía.

Cassandra parpadeó confundida, aturdida y llevó los dedos de su mano


libre a los labios repentinamente fríos.

El grupo de guardias se apresuró entonces a reducir a Cassandra hasta


el suelo y ponerle rápidamente las esposas en sus delgadas muñecas.
Una de las guardias agarró la navaja y la puso en lugar seguro mientras
Sandra sacó a la rubia de un tirón.

—¿Alguien que llame al hospital estatal? —la guardia gritó.


—Sí, Sandra. Están en camino.

—Bueno. Espero que se las arreglen para mantenerla encerrada más de


veinticuatro horas, como la última vez —Ella dirigió una mirada de alivio
a Ice —A pesar de que casi me cuesta mi trabajo, Ice, gracias. Has
salvado al menos una vida aquí. Te debo una.

—No hay problema.

—¿Vas a hablar con el Alcaide?

Ice asintió, enderezando su uniforme.

—Sí. Hice una promesa. Voy a cumplirla.

Sandra le devolvió el gesto.

—Buena suerte.

—Gracias.

La jefa de las guardias gruñó, tirando de la presa unida a ella.

—Vamos, Cassandra. Vamos a ver tú agradable nueva celda


acolchada, ¿de acuerdo?

—Vete a la mierda, cerda —Cassandra respondió, frunciendo los labios y


escupiendo a la cara de la guardia—. ¡Adiós por ahora, mi querida Ice!
¡No te olvides de escribir! ¡Te echaré de menos!

Sacudiendo la cabeza y quitándose el polvo a sí misma de nuevo, Ice fue


en dirección de Critter y mía, con una mueca de disgusto en su rostro.

—Esa fue una de las lecciones de Ice —dijo Critter sonriendo.

—Sí, lo que sea.

—Buena suerte con el Alcaide —le dije.

—Algo bueno se sacará de todo esto —Girando sobre sus talones, se


dirigió escaleras abajo y hacia fuera del edificio separado, que
albergaba los aposentos del Alcaide. Nuestros ojos la siguieron mientras
ella se alejaba.

—Voy a tener que añadir un beso en todo sentido y luego desarmar a


quien sea —Comentó mi amiga en voz baja—. Voy a ser la luchadora
más feliz del Pantano.

—Sí, si no se trata de usarlo contra Derby.

—Bueno, ¡esa imagen arruinó mi comida! Muchas gracias, Ángel —Ella


me dio un codazo en el costado—. Y yo que pensaba que eras mi amiga.

Riendo y aplaudiendo Critter a mi espalda, me di la vuelta y salí de la


escena, las imágenes del beso pasaban en un bucle continuo por mi
cabeza, a pesar de hacer mi mayor esfuerzo para detenerlas.

Una hora más tarde, Ice regresó a la prisión principal, con una expresión
pétrea, sus ojos fríos y furiosos. Las reclusas que se cruzaban en su camino,
yo entre ellas, desaparecimos rápidamente de su vista, no fuera que esa
mirada penetrante se cruzara en nuestro camino. Ella fue hasta las
escaleras hacia su celda y yo no pude dejar de preguntarme lo que pasó
dentro de la oficina del Alcaide.

Aunque no averigüé lo que sucedió entre Ice y el Alcaide hasta algún


tiempo después, algo bueno vino de la reunión. Heracles se quedaba.

Hubo una fiesta en el Pantano esa noche.

* * *

Las noches son muy largas y muy oscuras cuando eres una presa. El
tiempo pasa como si fueran eones en lugar de segundos. Las celdas se
congelan en el invierno, cuando las tormentas bajan de Canadá,
afianzando la vieja prisión de piedra en un bloque de hielo impecable.
En verano, esto se hace una sauna. Si escuchas lo suficiente, casi se
puede oír el calor, ya que insidiosamente irradia su sendero a través de
los bloques de hormigón permeable, bañándose en su esencia pegajosa.
Mientras descansas en la estrecha litera por la noche, contando los bultos
del colchón y con la esperanza de no estar compartiendo el lugar para
dormir con animaluchos o algún tipo de insecto, no puedes dejar de
escuchar el sonido lúgubre del viento que silba a través de los techos o
los ruidos fantasmales que suenan como arreglos de fontanería en la
noche. Sonidos de ronquidos, gritos y placeres solitarios se filtran a través
de los barrotes de tu celda en el silencio del momento.

Tu mente se convierte en tu enemiga durante las largas noches de prisión,


cuando las luces se apagan, convirtiendo tu mundo en una oscuridad
llena de asesinos sin sentido. Si cierras los ojos en la oscuridad, puedes
imaginarte a ti misma en alguna tierra lejana de fantasía con la libertad
como tu posesión más preciada. Pero, tanto en la oscuridad como en la
luz, la realidad de las condiciones de tu vida se reduce a la forma de una
puerta de barrotes fríos a menos de cinco metros de distancia, como
centinela silencioso sobre tus sueños.

El recuerdo del beso estuvo conmigo esa noche calurosa de verano.


Mientras daba vueltas contra mis sábanas húmedas de sudor, tratando
de sacarlo de mi mente sin resultado, la oscuridad y el silencio conspiraron
para burlarse de mí, dando a mis pensamientos otra dirección a la que
dirigirse.

Una y otra vez vi la lisa y oscura melena de Ice descender, sus labios
carnosos cubriendo los anhelantes de Cassandra. Casi podía ver sus
lenguas deslizándose entre sí, batiéndose en duelo en una batalla por la
supremacía sensual.

Me pregunté otra vez qué se sentiría al ser Cassandra Smytheson en ese


momento. ¿Cómo se sentiría al haber pasado de depredadora a presa
por el poder de un beso? ¿Cómo se sentiría el ser presionada contra el
calor de ese perfecto y fuerte cuerpo? ¿Qué se sentiría al sentir esos
dedos largos y estrechos recorrer tu cuerpo, dejando un sendero de
sensaciones a su paso?

Cuando mis manos comenzaron a moverse acorde a mis pensamientos,


mi mente hizo una firme decisión de cesar y desistir. Tomar el asunto en
mis manos era algo que no había hecho desde que entré en el Pantano
y si tenía mucha suerte, ese record no se rompería.
Soltando un suspiro de frustración, me puse de lado, mullí mi almohada
plana un par de veces y traté de alejar las visiones de mi cabeza.

El sueño, cuando finalmente llegó, fue cualquier cosa menos tranquilo.


Capítulo 4

C
omo los últimos días cálidos de verano que dan paso al descenso
de temperaturas, las coloridas hojas del otoño marcaban mi
aniversario. Un año tras las rejas. Ya no era la joven que entró en
el edificio un año atrás, temblando y llorando tan fuerte que todas las
tipas que pasaban a mi lado parecían irradiar fulgor al burlarse de mí y
gritarme cosas que nunca había oído gritar en ese preciso contexto.

No, yo era ahora un año más vieja, un año más sabia. El Pantano era
todavía un lugar muy aterrador, pero en ese momento, había logrado
convertirse, con un ataque de mórbida perversidad, en un hogar para mí
y, muchas de sus reclusas, familiares. Nunca he entendido realmente la
frase hombre institucional hasta la primera mañana que desperté
después de un sueño profundo, sin un recuerdo del mismo, llena de
absoluto terror, claustrofobia y pérdida total de la libertad. En algún
momento durante ese pasado año, dejé de mirar cada mañana como
un paso más cerca a la libertad eventual y comencé a esperar con
impaciencia la aventura que esto traería.

Eso no quiere decir que no esperara la libertad, porque lo hacía y lo sigo


haciendo. Me dolía de igual forma que no tener una gota de agua en el
desierto. La anhelaba. Tenía hambre de ella. Pero no me obsesionaba
con ella. Eso, a su manera, era un sentimiento muy liberador para mí.

Sin duda, mis amigas me ayudaron en esta transformación. Corinne me


ayudaba todos los días, con su aire de mordaz abuela. Las Amazonas
también ayudaron al enseñarme el mejor tipo de combate, el que
defiende a los débiles, mientras que al mismo tiempo me brindaron su
amistad y apoyo incondicional. Y Ice ayudó siendo el misterio que
mantenía mi mente ocupada durante momentos en los que de otro
modo podría haberme dejado caer en la depresión más profunda.

En los días posteriores al incidente con Psycho y Heracles, Ice se mantuvo


muy distante, pasando la mayor parte del tiempo en su celda, mirando a
la nada y sin hablar con nadie. Pero gradualmente, con la velocidad de
un iceberg que se derrite en un invierno Antártico, comenzó a salir de su
prisión autoimpuesta, dejándonos entrar otra vez. O por lo menos, tan
dentro como a nadie nunca le permitía ir.

Para sorpresa y deleite de Corinne, algunas veces venía hasta la


biblioteca donde se sentaba a tomar el té y escuchar lo que
hablábamos, incluso añadiendo algún comentario cuando sentía que
estaba justificado. No era muy habladora, pero como pude averiguar,
Ice poseía una gran inteligencia, una mente aguda, y si las circunstancias
hubieran sido diferentes, habría sobresalido en cualquier profesión que
hubiese elegido. Eso hizo su situación mucho más desgarradora para mí.

A veces nos sentábamos una junto a la otra en una de las mesas,


hablando de intereses comunes. Solzhenitzyn siempre surgió como un
tema de conversación y debate. Hablaba con una intensidad relajada
sobre el mensaje de la verdadera libertad ganada desde la opresión, ya
sea del cuerpo, como en la unidad de oncología, o de todo el ser, como
en Un día en la vida de Ivan Denisovich o El Archipiélago Gulag. Sus
argumentos estaban siempre bien redactados, bien resueltos, y brillaban
con la creencia de una verdadera visión, una visión que compartió bajo
muchas de las mismas circunstancias que el propio escritor.

Hubo otros momentos en los que me sentaba, bebiendo el siempre


presente té, y escuchando la interacción entre Ice y Corinne. Aunque
pasaban la mayor parte de su tiempo en afilados duelos verbales, existía
un fuerte y profundo afecto entre las dos. Mentiría si dijera que no estaba
incluso un poco celosa de la relación que estas dos mujeres compartían.
Vale, estaba más que un poco celosa. Por lo menos al principio. Por más
cerca que estaba de Corinne, había una línea que no podía cruzar. Una
línea que ni siquiera sabía que existía hasta que la vi interactuar con Ice.

Estaba celosa de la aparente facilidad con la que Corinne parecía


arrasar hasta con los muros que rodeaban el corazón de Ice. Yo llevaba
conociendo a Ice casi seis meses completos, y aún no había arañado la
superficie de la persona más intensa que jamás tendré el privilegio de
conocer. Quería sumergirme profundamente dentro de ella, para tener
una idea de la persona que había visto en sus ojos el día que nos
conocimos. Sabía que estaba allí, esperando a que la encontrara
aunque no supiera cómo.

Sin embargo, los días que pasaron nos vieron acercarnos, aunque sólo
fuesen unos centímetros, y me contenté con la espera, observando y
escuchando, con la certeza de que iba a encontrar algún día la magia
necesaria para mirar por la ventana de su alma. Después de todo, ¿no
hay que pelar la dura piel de una naranja para llegar a la fruta suculenta
que hay debajo?

La llegada del otoño trajo consigo un aumento de las tensiones entre las
internas. Era como si, sabiendo que el invierno las obligaría a estar en
íntima compañía los próximos meses, estuvieran ya vigilando las
reclamaciones del territorio principal, con el fin de evitar las prisas.

Esto era especialmente frecuente en el patio, donde muchas


escaramuzas menores se llevaron a cabo por transgresiones imaginarias
recurriendo a guerras sangrientas entre las bandas. Las Amazonas habían
estado muy ocupadas tratando de mantener la paz en la última semana
y, para mi sorpresa, no había visto mucho a cualquiera de ellas, Ice
incluida.

Un día en particular, me decidí a salir al patio. El principio del otoño había


sido frío y lluvioso, manteniéndome dentro la mayoría de las veces. La
falta de aire fresco había estado haciéndome sentir inquieta y nerviosa,
al pensar en estar cuatro o cinco meses más de la misma forma. Corinne
deliberadamente me sugirió que saliera al exterior un tiempo o que me
mantuviera alejada de su biblioteca hasta que estuviera de mejor ánimo.

Tomando su no tan sutil consejo, decidí dar un paseo al aire libre. Era un
sábado, el día en el que no había restricciones externas y así, cuando salí
al fresco, pero soleado día, no pude dejar de notar que la mayoría de la
prisión parecía querer un cielo abierto sobre sus cabezas. El patio estaba
lleno de prisioneras y, cerca de las canchas de baloncesto, las dos
pandillas más grandes parecían estar preparándose para otra pelea.

Después de recuperarse de sus heridas, Derby logró recuperar el control


de la banda blanca, arrebatando el mando a Mouse. Parecía que
sobrevivir a una paliza de Ice le dio más status con sus compinches que a
Mouse sobrevivir a una paliza de mi parte.

Sacudiendo la cabeza y sonriendo un poco, me acerqué a la zona de


levantamiento de pesas, donde Ice estaba de pie, indiferente,
levantando una mancuerna de 22,6 kg como si estuviera levantando una
almohada de plumas y Critter tratando de levantar valientemente en una
banca de press de 40,82 Kg por encima de su cabeza.
Mientras caminaba, permití a mis ojos vagar, una vez más, a la deriva
hacia las dos bandas que estaban masificando como nubes de tormenta
el centro del patio. La líder de la otra banda, una mujer que en la prisión
respondía al nombre de Trey, en ese momento estaba de pie frente a
frente con Derby. Siempre me gustó Trey. Era una mujer alta, de piel
oscura, ojos oscuros y una amplia y contagiosa sonrisa. Hacía algún
tiempo en que había sido la esperanza del equipo de baloncesto de la
señora Vols y todavía conservaba ese físico atlético. Había ido a la
biblioteca de vez en cuando para recoger algunos libros que ayudarían
a completar sus estudios de Fisioterapia y siempre nos llevamos bien. Tenía
un tono de voz suave e inteligente y me sorprendió mucho cuando me
enteré de que era líder de una de las bandas. Desde entonces, por
supuesto, he llegado a comprender las bandas y a sus líderes y he llegado
a la conclusión de que no todo el mundo es como Derby o Mouse.

Finalmente me uní a mis amigas en la zona de peso libre, colocándome


al lado de Sonny, que estaba haciendo algunos bíceps, aunque con
mucho menos peso que el que Ice estaba usando. Todo el grupo parecía
tranquilo y despreocupado por la potencial pelea de bandas.

—Hola, Sonny. Parece que se está formando una tormenta ahí.

Sonriendo a modo de saludo, Sonny miró al creciente grupo de mujeres.

—Nah. Sólo tienen una pelea de gatas.

—¿Qué?

—Una pelea sin importancia. Ya sabes. Derby empuja Trey. Trey empuja
a Derby. Intercambian insultos sobre qué madre es la puta más grande —
Ella se encogió de hombros—. Gilipolleces por el estilo.

—¿Y eso no te preocupa? —Mirando hacia atrás por encima del hombro,
estimé que al menos unas cien mujeres de ambas bandas se habían
sumado a la multitud, que seguía creciendo.

—Nah. Ahora mismo todo está bien. Si empeora, intervendremos.


El sonido de un peso pesado golpeando el hormigón agrietado
interrumpió lo que yo iba a decir y alcé la vista, capturando una raya
naranja intermitente por el rabillo de mi ojo, Ice salió corriendo.

—Déjame adivinar. Se puso peor.

Sonny me guiñó un ojo, dejó caer su propia pesa y se puso de pie,


sonriendo ampliamente.

—Así es.

Girándome totalmente hacia el grupo, vi como mis amigas se


incorporaron a la lucha que se estaba llevando a cabo, lideradas por Ice
que saltó entre las dos líderes de las bandas, arremetiendo fuertemente
con una de sus largas piernas. Mis ojos siguieron el camino de un arco
dibujado por una navaja mientras volaba por el aire, cayendo de punta,
y un destello brillante como el sol hizo un guiño de su acabado metálico.
Critter recogió el arma en un instante y la deslizó dentro de su mono.

Ice interpuso su largo cuerpo entre las dos combatientes, agarrando a


Derby por la parte delantera del mono y levantando a la gran mujer sobre
los dedos de los pies. Pony y Sonny cada una agarraron uno de los brazos
de Trey, conteniéndola.

—Sabes las reglas, Derby —mi amiga dijo en un bajo tono de voz—. Sin
armas.

Derby estaba roja de ira.

—Vete a la mierda, Ice. Esta no es tu lucha. No tienes por qué interferir,


no es asunto tuyo.

—Cuando sacas un arma, se convierte en asunto mío. ¿Quieres que los


guardias de las torres rocíen este lugar con balas?

—Me importa un carajo. Siempre consigo lo que quiero.

—Y puedes obtener lo que deseas sin la navaja. Me importa una mierda


si golpeas a otra hasta la muerte, pero sin armas. ¿Me entiendes?
En la declaración de Ice, miré hacia arriba, notando que, efectivamente,
los guardias de las torres más cercanas al altercado estaban de pie en la
pasarela con los fusiles listos y apuntándonos. Sentí un escalofrío de miedo
correr por mi espalda al pensar que un arma de gran potencia me estaba
apuntando, o a mis amigas. Tenía la esperanza de que Ice pudiera
resolver el conflicto pacíficamente.

Mirando a mi alrededor, me di cuenta de las sonrisas duras en los rostros


de las espectadoras presas. En un rincón, una mujer estaba haciendo
apuestas. Me puse enferma, pero luché por no dejar que se notara mi
disgusto.

Era como estar presente en una ejecución. Después de un largo


momento de tenso silencio, Derby finalmente asintió y Ice la soltó y dio un
paso hacia atrás. Volvió la cabeza hacia Trey, asintiendo con la cabeza
a las Amazonas para que dejaran ir a la otra mujer, cosa que hicieron con
prontitud.

—¿Y tú, Trey? ¿Tienes armas?

Trey soltó un bufido.

—¿Yo? ¿Crees que necesito un cuchillo para vencer a esta basura


blancucha?

Con un rugido, Derby se abalanzó sobre Trey, para ser detenida por la
mano firme de Ice contra su pecho.

—Responde a mi pregunta, Trey.

—No. No tengo ningún tipo de armas —Guiñando un ojo a Ice—, pero


eres más que bienvenida si me quieres cachear.

Ante el asentimiento de Ice, Sonny y Pony cachearon a la reclusa más


alta.

—Está limpia, Ice.

Ice sonrió ligeramente.

—Bien entonces. Divertíos.


Con una elegancia propia de una reina, la líder de las Amazonas se dirigió
adelante del círculo de internas, con la sonrisa en su cara ligeramente
marcada. Las prisioneras cerraron filas otra vez cuando las Amazonas
siguieron a Ice fuera de la multitud.

—¿Y ahora qué? —le pregunté mientras mis amigas se acercaban a mí.
Detrás de ellas, las dos bandas reanudaban su tenso enfrentamiento.

Ice se encogió de hombros.

—Supongo que se golpearán las unas a las otras hasta que acaben de
una vez.

—¿Por qué se están peleando ahora?

Sonny se metió en la conversación.

—El uso de la cancha de baloncesto. Derby la quiere para su banda


y Trey no está dispuesta a renunciar a ella sin luchar.

—¿Todo esto por una cancha de baloncesto?

Sonny se encogió de hombros.

—Es territorio. Eso es importante para gente como ellas. La ley de la jungla.

Miré a Ice, que parecía no estar en desacuerdo con la evaluación


contundente de Sonny.

—Bueno, eso es lo más ridículo que he oído nunca. ¿Están dispuestas a


poner la vida en riesgo por un deporte?

—Esto es sobre el espacio que controlan —respondió Critter.

Frente a mí, las voces se habían levantado una vez más cuando Trey y
Derby comenzaron a empujarse una a otra de nuevo, respaldadas por
sus respectivos grupos. Podía sentir como mi propia ira se acumulaba
dentro de mí.
—¡Esto es absurdo! No puedo creer que adultas ya crecidas se rebajen a
estas chiquilladas.

—Aquí estamos hablando de criminales, Ángel —dijo Critter—. No


estamos hablando exactamente de un Einstein en el pelotón, ya sabes.

—Sí —Sonny intervino—, además, no es que esta mierda no pase en el


mundo exterior. Imperios enteros han sido derrocados por razones menos
importantes.

—Eso es ridículo. No estamos hablando aquí de la adquisición de tierra.

—De eso es exactamente de lo que estamos hablando —Ice intervino


suavemente—. La banda de Trey tiene la cancha de baloncesto. La de
Derby, la quiere. Es así de simple.

—¿Y no ves ningún problema con eso? —le contesté con incredulidad
evidente en mi tono.

Ice se encogió de hombros.

—Siempre y cuando permanezcan fuera de mi camino y no pongan en


peligro a nadie, pues no.

—Bueno, yo sí —Di a todas una última mirada funesta, giré sobre mis
talones y comencé a caminar hacia la multitud con gran determinación
en cada uno de mis pasos.

Estoy segura de que la mayoría se sorprendió de verme con esa expresión


en la cara ya que me consideraban una pequeña señorita inocente, la
multitud se apartó y me deslicé a través de las espectadoras sin
dificultades, logrando llegar a la delantera. Me quedé de pie allí, con las
manos en las caderas, en espera de ser notada.

Después de un momento, Trey volvió la cabeza para mirarme a los ojos,


con una pequeña sonrisa en sus labios.

—Será mejor que salgas de aquí, Ángel. Te vas a hacer daño.

Derby aprovechó ese momento para meter baza a su propio estilo


literario.
—Sí, pescadito. No querrás que ese lindo coñito tuyo sea golpeado,
¿verdad? Tus amigas Amazonas no estarían contentas sin tener su
juguetito alrededor sin poder follarlo más.

Hizo ademán de agarrarme, y luego se quedó inmóvil, mirando por


encima de mi hombro. No tuve que girarme para adivinar quién estaba
detrás de mí y me temo que mi sonrisa se hizo más bien petulante.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —Yo dirigí mis palabras a ambas partes
—Derby gruñó—. ¿Qué demonios estáis haciendo aquí?

—¿Qué diablos parece que estamos haciendo, pescadito? ¿Jugando a


las damas?

—Lo que parece es una riña de niñas de tres años por una pala de
plástico en la arena. Me gustaría pensar que las dos sois algo más
maduras que eso.

Derby frunció el ceño, sin duda por la imagen visual que le había
proporcionado a su mente.

—Demuestra lo mucho que sabes —murmuró finalmente.

—Entonces dime, Derby. Porque realmente lo quiero entender.

Abriendo y cerrando los puños, la enorme mujer miró hacia el suelo,


incapaz de decir nada.

Me volví a Trey, que estaba de pie allí sonriéndome.

—¿Y tú, Trey? ¿Puedes decirme por qué estás haciendo esto? Pensé que
eras más inteligente.

La líder de la banda se encogió de hombros.

—La inteligencia no tiene nada que ver con esto, Ángel. Es una simple
cuestión de espacio y tiempo. No hay mucho en la cárcel que sea propio.
Esto es nuestro. Alguien viene y quiere quitárnoslo, nos peleamos. Nada
más que eso.
—Te das cuenta de que los guardias podrían venir aquí y quitarte la
cancha en un segundo, ¿no?

Trey sonrió con esa sonrisa deslumbrante de ella.

—Por supuesto que soy consciente, Ángel. Todas nos damos cuenta de
eso. Pero hasta que los guardias vengan y tomen posesión, vamos a
luchar para mantenerla. Ellas tienen su espacio, nosotras tenemos el
nuestro. Nos mantiene felices.

Suspiré y me rasqué la barbilla, tratando de pensar en un argumento


lógico que pudiera convencerlas de mi visión de las cosas.

—Muy bien. ¿Qué tal si cambiáis? La banda de Derby toma la cancha


de baloncesto y la de Trey toma el campo de softbol. ¿Funcionaría?

—¿Qué diablos, estás loca? —Derby explotó—. De ninguna jodida


manera vamos a ceder el campo.

—Pero pensé que querías la cancha de baloncesto.

—Yo quiero la maldita cancha de baloncesto, ¡idiota! ¡Y quiero el campo!


—Ella me miró como si me hubiera salido de repente una segunda y
tercera cabeza.

—¿Y qué vas a hacer si recibes la cancha de baloncesto?

Derby entrecerró sus ojos en mí.

—¿Tienes algo ahí dentro, en tu mente? ¡Vamos a jugar al maldito


baloncesto en ella!

Tomando una profunda inhalación, poco a poco conté hasta diez,


deseando que mi frustración se esfumara.

—Bien, entonces, ¿qué tal esto? Parece que estáis dispuestas a golpear
las cabezas de las demás por unos pocos metros cuadrados de hormigón
roto y tablas roñosas, ¿verdad?

—Ahora sí, pescadito. Muy bien.


—Bueno, en lugar de luchar por ella, ¿por qué no jugar por ella?

—¿Jugar a qué? ¿Al Twister, carajo?

Hay momentos en la vida de una persona en los que fantasea con


retorcer el cuello a alguien. Para mí, este fue uno de esos momentos.

Por suerte, Trey tomó ese momento para intervenir y salvarme de mi


segundo, y éste intencional, asesinato.

—Al baloncesto, Derby. Ella quiere que juguemos al baloncesto.

—Bueno, Sherlock. Eso es por lo que estamos peleando, ¿no es así?

Trey puso los ojos en blanco.

—Una en contra de la otra, Derby. ¿Estoy en lo cierto, Ángel?

Sonreí con alivio.

—Exactamente, Trey. Cinco de tus mejores contra cinco de las mejores


de Derby en un partido del “ganador se lo lleva todo”. Si tú ganas, lo
mantenéis. Si ellas ganan, lo consiguen. ¿Tiene sentido?

Derby hizo su mejor esfuerzo para imitar a un Robalo de boca grande, y


tengo que decir que su esfuerzo fue bastante bueno. Si hubiera tenido
una piedra en la mano, podría haber tenido la tentación de jugar mi
propio pequeño partido de baloncesto. Obligué a mis malos
pensamientos a alejarse y simplemente esperé a que Derby procesara
plenamente mi idea.

Trey vino en mi ayuda una vez más.

—Creo que eso es una gran idea, Ángel.

—Gracias —le respondí sonriéndole.

Asintió y volvió su atención a Derby.

—¿Qué te parece, blanquita? ¿Puedes con un cinco contra cinco?


Después de un momento, la gran mujer asintió con vehemencia.

—Hecho, negrata. Voy limpiar la cancha con tu culo.

—Sí, sí y lo vas a hacer pasando por el neumático inflado que tienes por
vientre, blancucha. ¡Tu grasa rebota más que una pelota!

Puse los ojos en blanco y me tensé cuando las dos colosas comenzaron
a discutir de nuevo. Esto sin duda no era lo que tenía en mente cuando
comencé esta pequeña expedición, inclinando molinos de viento.

—Basta, vosotras dos. Guardadlo para el partido, ¿de acuerdo?

—Muy bien —Escupió Derby—. Bien. Tenemos a Ice.

Esa declaración provocó que el patio entrara en erupción. La banda de


Derby gritaba frenética de alegría, mientras que la banda de Trey estaba
protestando en voz muy alta.

—¡Olvídalo! —El timbre bajo de la voz de Ice, fue fácil de oír por encima
del estruendo de la multitud. Las internas se callaron—. Es vuestro partido.
Jugad vosotras.

—¡Por lo menos haz de árbitro Ice! —gritó alguien con el acuerdo del
resto.

Ice levantó las manos.

—Oh, no. No, gracias. Fue idea de Ángel. Díselo a ella.

Giré sobre mis talones, con los ojos abiertos.

—¿Es una broma? ¡Mírame, Ice! No duraría un segundo con estas moles.
Tú lo harías mucho mejor —Probé una sonrisa—. Además, eres bastante
más intimidante que yo —Como conocía sus ojos, mi sonrisa se hizo más
profunda. Simplemente no pude evitarlo. Me quedé mirando esos zafiros
perfectos y decidí ir a por todas cuando parecía que no iba a flaquear—
. ¿Por favor?

—¡Vamos, Ice! —gritó otra presa.


—¡Sí, vamos!

Varias peticiones aisladas continuaron entre la multitud hasta que


finalmente Ice cedió.

—Está bien. Estad aquí mañana al mediodía. Gane quien gane obtiene
la cancha para el próximo año y todas mis decisiones son definitivas.
¿Entendido?

El patio estalló de nuevo, las internas se unieron con excitación por el


partido del día siguiente. Echando una mirada hacia un rincón del patio,
muy cerca de la valla, vi que una corredora de apuestas había
conseguido algunas ayudantes y estaba haciendo un buen negocio.

Sacudiendo la cabeza ante la pura irrealidad de todo, acepté


gentilmente las palabras y palmadas de enhorabuena por lo que había
hecho para evitar la refriega.

—¡Buen trabajo, Ángel! —Critter gritó mientras se acercaba a mí


pasándome un brazo alrededor de los hombros y abrazándome
brevemente mientras caminábamos—. Cuando llegue la primavera,
debes buscar trabajo en la ONU. ¡Esos idiotas burócratas podrían usar a
gente como tú!

Ruborizada, permití que Critter me llevara de nuevo a la zona de peso


libre, donde Ice estaba recostada en uno de los bancos, mirándome con
una sonrisa en su rostro.

Me detuve ante ella.

—Espero no romper ninguna regla ni nada por el estilo.

La sonrisa se ensanchó, atrapándome.

—No. Lo hiciste bien.

Mi rubor se intensificó, complacida ante el cumplido inesperado.

—¿En serio?

—En serio. Excelente trabajo de negociación.


—Gracias. Y gracias por vigilar mi espalda y aceptar hacer de árbitro.
Realmente lo aprecio.

—No hay problema. Me debes una.

Mi madre fue siempre aficionada a la narración y siempre me decía que


cuando alguien abre una puerta, mejor la atravieses antes de que se
cierre de golpe en tu cara.

—Di cuando, Ice, y yo diré dónde.

Las otras Amazonas se quedaron en silencio absoluto por mi comentario


audaz. Por el rabillo de mi ojo, pude ver las expresiones incrédulas en
cada uno de los rostro salvo en uno. Ice entrecerró los ojos hacia mí en
un expresión muy depredadora, que causó que la boca se me secara al
instante.

—Trato hecho, Ángel —dijo en voz baja, suave, humeante, acariciando


las vocales y consonantes de mi nombre como una amante.

Oh Dios.

* * *

Esa noche, yo estaba en mi celda, con los hombros caídos, la cabeza


hacia abajo, empapada en sudor, cubierta de tinta y polvo de la
impresora, y totalmente agotada. Finalmente habíamos recibido el envío
de libros de texto que habíamos estado pidiendo durante meses. Cuando
abrimos las cajas, fue evidente que los habían tenido cogiendo polvo en
algún almacén desde casi la Segunda Guerra Mundial. Tal vez incluso
desde antes. La capa de polvo en las cajas y libros era lo suficientemente
gruesa como para cortarla con un cuchillo, era del tipo de grasa que te
hace estremecer cuando tus manos se hunden en ella. Mi pecho se llenó
tanto que recuerdo que me sorprendió que cuando el inevitable ataque
de estornudos llegó, mi cabeza no saliera disparada de mi cuello.

Decir que sentirme miserable sería decir poco, pero era tarde y no iba a
tentar a la suerte con otro encuentro en las duchas, no importaba lo
buena que fuera ahora en defensa personal. Aunque Derby y sus
compinches parecían estar contentas con el arreglo que había logrado
alcanzar, los cambios bruscos de humor de la mujer, hacían demasiado
peligroso ese destino para ser tentada por segunda vez.

Decidida a cargar con mi miseria estoicamente hasta la mañana


siguiente, me volví hacia mi cama, haciendo una mueca ante el
pensamiento de meter mi cuerpo sucio entre las impolutas sábanas. En el
Pantano, tienes sábanas limpias una vez cada dos semanas, contra
viento y marea. Como yo ya estaba en el infierno y no se veía en el
horizonte indicios de un rescate por inundación, parecía no tener mucho
donde elegir.

Justo cuando estaba quitándome lo último de mi mono, Critter y Sonny


aparecieron frente a mi celda sonriendo. Esas expresiones se volvieron
rápidamente sonrisas divertidas cuando vieron mi desaliño. Entraron en la
celda, lanzando el uniforme sucio por encima del pecho. Me agarraron
de los brazos y me llevaron rápidamente hacia las duchas, prometiendo
estar de guardia fuera de la puerta para protegerme de sorpresas
desagradables.

Una vez que me di cuenta de cuál era mi destino final, dejé de luchar.

Era desconcertante estar en la ducha sola otra vez y mi mente no


ayudaba, insistiendo en mostrarme una y otra vez los sucesos vividos con
Mouse y su banda.

Aunque la parte racional de mí sabía que estaba tan segura como era
de esperar, la prudente mujer que había en mí, escrutaba cada sombra
de cada esquina para asegurarse de que todo estuviera bien y
verdaderamente estuviera sola.

Satisfecha con mi evaluación, me quité el resto de mi ropa, agarré una


toalla limpia y acolchada del cuarto de baño húmedo, escuchando
cómo los grifos que gotean formaban un contrapunto con respecto a mis
suaves pasos. Añadí una línea melódica, tarareando en voz baja para mí
misma, para mantener a raya a los demonios. Me acerqué a una ducha
reluciente y me dispuse a ser asaltada por el frío chorro.

—¡Maldita sea, está fría!


Mi carne se encogió rápidamente y tuve que obligarme a ponerme bajo
los punzantes chorros. Froté las manos con furia sobre mi cara sucia tanto
como para restablecer la circulación para eliminar la suciedad y el polvo
que se había acumulado en la cara.

Agarrando la pastilla viscosa de jabón, apresuradamente me puse a ello,


maldiciendo una vez más por agua mineral que dificultaba la formación
de espuma.

Después de fregar mi piel hasta el punto de la crudeza, me puse con mi


cabello, haciendo una mueca mientras pasaba mis dedos a través de los
mechones húmedos, consiguiendo solo que acabaran mucho más
enredados y decidiendo nuevamente coger todo aquel desastre y
cortarlo.

A pesar de la temperatura del agua, me encontré relajada cuando mi


cuerpo estuvo limpio de nuevo. Un enjuague final y cerré la ducha,
agarrando mi toalla y secándome fuera rápidamente, todavía
tarareando.

Al darme la vuelta hacia la pared, envolví mi pecho en la toalla, y me


quedé helada. Allí, de pie a no más de cinco metros de distancia, con las
manos en las caderas y una expresión indescifrable en su rostro, estaba
Ice.

El shock atravesó mi cuerpo a la velocidad de un tren de carga y sentí


que mis músculos se tensaban una vez más y mis manos agarraron la
toalla espasmódicamente.

—¡Jesús, Ice! ¡Me has asustado! ¿De dónde has salido?

Mi observadora silenciosa se limitó a levantar una ceja y sonreír mientras


sus ojos taladraban los míos. Miré a mi espalda, completamente
desconcertada.

—Esto... ¿Hay algo que quieras de mí? —le pregunté finalmente.

Su mirada bajó hasta mis pies y luego hizo un lento recorrido por el resto
de mi cuerpo hasta que llegó a mis ojos una vez más.

—El momento es ahora, Ángel. ¿Es este el lugar que tenías en mente?
Miré alrededor de las duchas vacías por un momento, tratando de
averiguar exactamente a lo que se estaba refiriendo. Cuando me di
cuenta, de repente, eché la cabeza hacia atrás para mirarla, segura de
que toda la sangre había desaparecido de mi cara.

—¿Qué...?

Al estrechar la distancia entre nosotras en un solo paso, pude sentir el


calor casi profano que irradiaba de su cuerpo a través de la gruesa tela
de su traje. Sin dejar de mirarme a través de sus ojos penetrantes, como
duras gemas, levantó la mano casualmente, agarrando la parte
delantera de mi toalla y deslizándola fácilmente de mi cuerpo.

Mi cerebro debió tener un cortocircuito, ya que los mensajes que enviaba


al resto de mi cuerpo eran indescifrables. Me quedé allí, mirando para
arriba, viendo como llegaba hasta mí esa misma mano y me inclinaba
hacia arriba la barbilla.

—¿Es esto lo que querías? —murmuró mientras bajaba su cabeza


lentamente, todavía mirándome con intensa mirada.

El primer contacto de sus labios sobre los míos, trajo sentimientos que
nunca seré capaz de describir plenamente. Fue como morir. Era como
nacer. Como ahogarse. Como volar. Como la inocencia inmaculada y el
deseo primario. Era crudo y tierno. Dolorosamente familiar, a pesar de
que nunca había sentido algo así antes.

¿Contradictorio? Ya lo creo. Pero mi cuerpo no se detuvo fundiéndose


con ella completamente cuando Ice profundizó el beso y lentamente
avanzó hasta que mi espalda acabó presionada firmemente contra las
baldosas de la pared de la ducha, lo que produjo en mí otra serie de
contradicciones. La pared de azulejos se sentía fría y húmeda contra mi
espalda mientras que la delantera de mi cuerpo se cubría de una gran
ola de calor. Su olor a limpio era casi insoportable, al igual que la textura
sedosa de su grueso cabello, que me rozó suavemente la mejilla y el
cuello, para caer sobre mi hombro y quedarse allí en una suave caricia
de la seda más fina.

Estoy segura de que gemí, pero se lo tragó con la punta de su lengua


mientras se deslizaba entre mis labios, buscando una invitación que
gustosamente concedí. Mientras mis labios se abrían, me envolvió,
presionando cada vez más fuerte contra mi cuerpo que temblaba
mientras exploraba mi boca con barridos de su lengua, trazando como
un mapa en cada centímetro de mi interior.

Cuando mis rodillas amenazaron con una rebelión total, ella sin
problemas introdujo su propia pierna entre las mías, poniendo mi cuerpo
contra la longitud de su muslo.

Sé que grité entonces y una parte de mí que se había fundido se deslizó


a lo largo del músculo sólido.

Rompiendo el beso, ella deslizó sus manos entre la pared y mi cuerpo,


con las palmas y los dedos actuando como ventosas contra mi espalda
mientras me miraba a los ojos.

—Eres muy bonita, lo sabes —Su voz estaba ronca por una emoción sin
nombre, aunque por la expresión de su cara, supuse que era el deseo.

Traté de devolver el halago, ella sí que era muy hermosa, pero mi


capacidad de hablar debió de huir ya que no había forma de
encontrarla. En su lugar, yo asentí con la esperanza de conseguir que a
través de mi gesto, la intensidad de mis sentimientos se reflejara sin
necesidad de las palabras.

El beso me había dejado tambaleándome. Mi única ancla a la realidad


parecía ser la estable pierna sobre la que estaba apoyada, entre mis
muslos y las manos calientes que acariciaba lentamente mi espalda.

»Tan inocente. Pura —continuó casi en un susurro mientras llevaba los


labios hacia abajo, a los míos de nuevo.

Esta vez, le devolví el beso, llegando a enredar mis dedos en su pelo,


tirando de nosotras para estar más cerca, mas juntas, e inhalar grandes
bocanadas de su olor, que se mezclaba con el mío propio. Ella gimió
desde lo más profundo de su garganta. Sus dientes afilados
mordisquearon mis labios y sentí que comenzaban a hincharse,
hormigueando al ritmo de los latidos de mi corazón. No queriendo
quedarse fuera, mis caderas se acompasaron al ritmo de nuestra danza,
guiadas por las manos a mi espalda.
Podía sentir el gran músculo de su muslo apretar y relajarse debajo de mí,
presionando contra mí antes de retirarse, para presionar otra vez, sin
descanso. Sus grandes manos me mantuvieron estables y los sentimientos
continuaron aumentando en intensidad hasta que lo único que pude
hacer fue apoyar mi cabeza en la fría pared y dejar que mi cuerpo
tomara el control por completo, lo que hizo de buena gana y sin quejarse.

Ice me siguió, bajando la cabeza aún más, posando sus labios, la lengua
y los dientes a mi cuello, mordiendo, succionando y lamiendo mientras mi
cabeza se echaba hacia atrás y adelante contra los agrietados azulejos
de la pared. Podía sentir cómo se tensaban los tendones en mi cuello y
cómo se marcaba mi mandíbula, apretada con fuerza mientras el placer
se elevaba a través de mi cuerpo.

Sus manos parecían estar en todas partes de mi cuerpo, midiendo la


anchura de mis hombros, recorriendo mis apretados brazos, acunando
mis pechos y moldeándolos con las palmas de las manos, arrastrando
hacia abajo el exterior de mis muslos, y acariciando mi espalda hacia
arriba, agarrando mi cintura y ayudándome con el ritmo cada vez más
vívidamente. Los colores se movieron en espiral en modelos
caleidoscópicos detrás de mis párpados firmemente apretados, sé que
debí haber rogado para que no parara, porque pude sentir sus risitas
contra la piel de mi cuello. Mordí mis propios labios lo suficiente para
hacerme sangre, y ese fue el gusto que me siguió mientras mi cuerpo se
hacía diminuto, se convertía en un punto luminoso intensamente brillante,
en aquel medio segundo eterno antes de la detonación.

Mientras se inclinaba un poco más cerca, el ligero roce de la tela gruesa


contra mis dolorosamente erectos pezones, fue todo el catalizador que
necesité.

Sé que ella sintió que iba a llegar, porque liberó mi cuello y enterró la cara
en mi hombro, agarró mis caderas y las empujó contra su muslo. Me
estremecí y temblé con un gran gemido que salió del cautiverio de mis
pulmones.

—No tengas miedo —susurró en mi oído—. Déjalo salir. Que venga.

Mi cuerpo liberado, parecía tirar de la energía del mundo que me


rodeaba y enviarla de vuelta en torrentes de sensaciones y de luz,
tronando a través de mi cuerpo como una manada de caballos
indómitos saliendo en estampida por acres de tierra fértil. Podía sentir el
escozor de las lágrimas en mis ojos mientras furiosamente mordía el interior
de mis mejillas para no gritar en voz alta. Mi cuerpo se escapaba de mi
control y el sentimiento, con toda franqueza, me asustó.

Finalmente pasó, me desplomé en su abrazo que lo abarcaba todo, mis


lágrimas cayeron sobre la tela de su uniforme, brillantes como pequeños
diamantes en la iluminación tenue.

—Lo siento —le susurré todavía sollozando y sin saber muy bien por qué.

—Shhh —canturreó con voz baja y reconfortante en mi oído. Nos llevó a


los dos al suelo, acunando mi cuerpo como una madre a su hijo y me
balanceó con la cabeza metida debajo de su barbilla.

Después de lo que pareció una eternidad, mi llanto fue disminuyendo y


ella se alejó un poco, levantando mi barbilla con dedos gentiles.

—¿Estás bien?

La miré brevemente y luego bajé mis ojos con rubor.

—Sí. Yo... no sé qué se apoderó de mí.

—A veces afecta a las personas de esa manera —dijo sonriendo


levemente.

—A caballo regalado, no le mires el diente, ¿no?

—Algo así, sí —Después de colocar un pequeño beso en la coronilla de


mi cabeza, se levantó, elevándome con ella y me alcé sobre mis pies.
Luego se agachó, cogió la toalla y me la entregó, ayudándome a
envolverla alrededor de mi cuerpo.

Luego dio un paso atrás y me miró, con los ojos tan cálidos y llenos de
ternura que sentí que mi ojos comenzaban a humedecerse una vez más.

—Ice, yo...

—Shhh —susurró de nuevo, elevando un dedo y poniéndolo en mis


labios—. Gracias, Ángel.
Con una sonrisa de medio lado, se giró sobre sus talones y desapareció
de mi vista.

* * *

Media hora más tarde, estaba de pie en mi celda, mirándome a la cara


a través de la línea ondulante de un espejo de prisión barato firmemente
fijado a una pared. La imagen que vi fue idéntica a la que me miraba
una hora antes, aunque mucho más limpia, eso era seguro.

¿Por qué, entonces, me sentía como si una extraña me estuviera


mirando?

Recordé las historias que solía escuchar en la habitación de las chicas en


la escuela sobre la primera vez que habían llegado hasta el final con un
chico y lo diferente que se supone que se sentían a la mañana siguiente.
Encajando la definición de mi madre de los comportamientos sexuales
de una mujer decente a una golfa, esperé hasta el lecho conyugal para
ver si ese viejo adagio era cierto. Pero, aparte de algún ligero dolor entre
mis piernas, no sentí nada diferente a cualquier otra mañana. La pérdida
de mi virginidad no introdujo ninguna luz cegadora, sabiduría o madurez
formal. Simplemente... sucedió.

Voy a admitir que sentí un poco de decepción, pero pronto atribuí todo
el asunto a otro de los aparentemente interminables cuentos de viejas
que enseñan a casi todas las chicas jóvenes durante sus años de
formación.

Al parecer, estaba equivocada. Lo que había ocurrido entre Ice y yo en


las duchas me había cambiado de alguna manera fundamental que no
podía entender. El cambio eludió en mí la forma en que una palabra
baila provocativamente en la punta de la lengua, negándose incluso
ante las súplicas más desesperadas a presentarse y anunciarse.

Una de las peores partes era que yo no podía decir exactamente cómo
me sentía con todo esto. ¿Bien? ¿Mal? No lo sabía y eso me frustraba. Por
un lado, estaba feliz, gloriosa porque mis fantasías nocturnas finalmente
habían llegado a buen término. Por otro lado, sentía una curiosa
sensación de profundo vacío dentro de mí, como si hubiera estado
esperando un futuro maravilloso lleno de posibilidades, sólo para que me
lo arrebataran de las manos en el último segundo.

Tal vez fue la indiferencia de todo el encuentro, al menos por parte de


Ice. Vivir la vida entre altas paredes y barras de acero no me había
robado ese lado romántico sentimental. Muchas cosas brillaban en mis
sueños, pero el ser presionada contra la pared de la ducha por una Ice
completamente vestida, no era una de ellas. Por lo menos, no la primera
vez. Pero yo sabía, también, que Ice había disfrutado. Por lo menos en
algún nivel. Me di cuenta por la forma en que el sabor de sus besos
cambió. Por la forma en que respiraba y se movía sobre mí. Por la forma
en que su corazón latía contra mi pecho.

Y ella era tierna, más allá de toda duda. Increíblemente tierna. Sobre
todo en la forma en que me sostuvo y tranquilizó al final.

¿Por qué, entonces, cuando fui lo suficientemente fuerte como para


mantenerme en pie por mi cuenta, se fue? ¿Qué pasó por su mente en
ese momento? ¿Era yo otra más? ¿Otra seducción de su larga lista? Los
rumores de su apetito sexual eran tan grandes como los de su destreza
en la lucha. Todo el mundo, al parecer, tenía una historia que contar. Y si
una cuarta parte de las historias eran verdad, se había acostado con
todo el Pantano, dos veces. Y eso antes de que la soltaran la primera vez.

Obviamente, yo era lo suficientemente inteligente como para darme


cuenta de que la gran mayoría de los rumores provenían de personas
ilusas con graves problemas para cumplir sus deseos. Pero también sabía
que dentro de cada leyenda hay una parte de verdad. Si alguna vez
quería saber la verdadera historia detrás del mito, sospechaba que
tendría que convertirme rápidamente en alguien muy hábil para separar
el trigo de la paja.

Todos estos sentimientos me acompañaron, tendidos sobre mis hombros


como el mundo sobre Atlas, cuando me deslicé entre las frías sábanas de
mi cama de prisión. El viento cambiante, tristemente emparejaba
perfectamente con mis pensamientos turbulentos y tardó mucho tiempo
en reclamarme el sueño esa noche.

* * *
Cuando la mañana no trajo consigo ninguna inspiración divina, me
decidí a ceder a las exigencias de mi estómago y con la cabeza gacha
me dirigí hacia el desayuno. Al llegar antes de lo que normalmente habría
hecho, me sorprendió ligeramente ver la cafetería casi totalmente llena.
Podría haberlo imaginado, pero el nivel de ruido parecía tenue cuando
entré en la habitación sofocante, sólo para aumentar de nuevo en el
momento en que cogí mi bandeja, esperando en la fila para obtener mi
porción de gachas espesas que sabían a cola blanca.

Después de agarrar mi tazón y coger una taza de café horriblemente


fuerte, miré alrededor para ver si alguien conocido ocupaba las mesas.
Cuando sólo caras de extrañas me miraron fijamente, silenciosamente
caminé a una de las mesas de una esquina y me senté, decidida a
disfrutar de un desayuno en soledad pacífica.

A medida que mis sentidos se acostumbraron al alboroto atestado de la


cafetería y comenzaron a centrarse sobre pequeños trocitos de
conversación, la papilla ingerida se convirtió en una pelota de plomo en
mi estómago. Volví la cabeza un poco cuando bajé la cuchara y centré
mi mirada en cuatro mujeres que estaban sentadas en los bordes
de sus desgastados asientos de metal, con las cabezas inclinadas por la
complicidad entre ellas.

—Sí —dijo una de ellas con la voz llena de alegría descarada—, el


pequeño ángel perfecto tiene sus alas cortadas desde ayer por la noche.

—¡Ice se tira a otra!

El grupo dio unas palmadas con las manos mientras reían y se daban
codazos unas a otras.

—He oído que chilló como un cerdo —dijo una tercera.

—¡No, era más como una perra en celo! —La cuarta levantó la cabeza y
dejó escapar un aullido gritando a modo de demostración.

Otras cabezas se volvieron y la risa comenzó a rodar por el grupo


propagándose por las paredes como una onda nefasta.
Dejando caer mi cuchara, me levanté tan rápidamente que envié mi silla
hacia atrás golpeando estruendosamente contra la pared lejana.

Con el ruido, las cabezas se volvieron hacia mí y la risa murió


rápidamente.

Atrapada a medio camino entre el llanto y los gritos, me decidí por salir
de la cafetería con la mayor dignidad que pudiera conservar. Que no
era mucha.

Sé que debía parecer Satanás venido a la tierra cuando salí de la


cafetería hacia las escaleras. Las presas me miraban y daban un gran
rodeo. Las expresiones de sus caras me habrían hecho reír si hubiera
estado de humor para ello. En cambio, no les hice caso, subí las escaleras
de dos en dos, con mi respiración saliendo corta y rápida por la nariz. Al
llegar a la planta superior, caminé por el largo pasillo, los barrotes con la
pintura desquebrajada de la celda de Ice se hacían más grandes con
cada paso que daba. Atrás quedó la inquietud que había sentido en mi
último viaje a la celda de esta reclusa en particular. Yo era una mujer
enfadada en busca de venganza.

Caminé por la puerta abierta de su celda y, a continuación, sin romper el


paso, me acerqué hasta la litera donde ella estaba sentada. Tenía la
espalda apoyada contra la pared, sus largas piernas extendidas y los pies
firmes en el suelo. Paré en medio de sus rodillas, mirándola fijamente, con
las manos en las caderas, sabiendo que mis ojos mandaban un mensaje
que esperaba, fuera fácil de leer.

Ella me miró con una expresión tranquila y serena como un lago


impecable, a la espera.

Tomé una bocanada de aire. A continuación, otra para calmar mi


temperamento lo suficiente para que pudiera hablar con coherencia.
Su actitud tranquila sólo hizo que mi ira quemase más aún.

—¡Maldita sea Ice! ¿No es suficientemente malo que me jodas y me dejes


allí de pie como una puta de dos dólares? ¿Tuviste que ir a presumir ante
tus malditas amigas sobre ello?

Por lo general, no suelo decir palabrotas, pero hay un momento para


todo y, para mí, el momento era este.
Aunque la expresión de su cara no cambió, sus ojos... oh. El azul vibrante
se apagó en ellos, volviéndose de un plata brillante. Era como mirar hacia
los dos barriletes de una escopeta y me encontré luchando activamente
contra una fuerte corriente de miedo casi primitiva.

—Finaliza lo que has venido a decir, Ángel —ronroneó con voz sepulcral
suave y lisa como la seda.

—Finalizar... —Mi voz se apagó, incrédula—. ¡Tú no lo entiendes,


¿verdad?! ¡Se están riendo de mí ahí abajo, Ice! ¡No es más que una
broma para ellas! ¡Pero no es una broma para mí! —Lancé mis manos al
aire, impidiéndome venirme abajo a base de fuerza de voluntad—. Dios
mío, Ice, pensé que éramos amigas. Pensé que significaba más para ti
que... que... que otra muesca en tu cinturón.

Se puso de pie tan rápido que no me di cuenta de lo que había sucedido


hasta que sentí su largo cuerpo pegado al mío.

—Ya es suficiente, Ángel —dijo con la misma voz tranquila.

—¡No, Ice, no es suficiente! ¡No es suficiente!

—Sí, lo es —Apartándome ligeramente, se dio la vuelta y se dirigió a la


puerta de su celda.

—Espera, ¿a dónde vas?

Durante un largo momento, pareció como si no me fuera a contestar.


Luego se volvió lentamente, con sus ojos relucientes como el acero.

—Muy bien —dijo arrastrando las palabras, sonriendo con una sonrisa tan
fría que me heló hasta la médula—. Voy a hacer a Sonny y a Critter una
pequeña visita. Veremos cómo propagan historias con sus lenguas
arrancadas de sus bocas.

Cuando se volvió una vez más, tendí mi mano, deteniéndome justo antes
de tocarle el brazo.

—No, espera. No hagas eso. No difundirían historias sobre mí. Ellas son mis
amigas.
Se volvió a mirarme a los ojos de nuevo, aunque esta vez juraría que pude
ver una pequeña semilla de dolor en ellos antes de que la máscara sin
emociones se instalara perfectamente en su cara. El lado de su boca se
convirtió en una sonrisa.

—Ya veo. Tus... amigas... no difundirían cuentos por ahí, pero yo sí lo haría,
¿es eso?

Me quedé allí, con cientos de sentimientos contradictorios disparándose


en mi interior con sus suaves e invariantes palabras. La ira desapareció de
mi cuerpo, dejándome fuera de un equilibrio incierto.

Acortó la distancia entre nosotras y me miró a la cara con una afilada


mirada.

¿Fue decepción lo que vi?

»Dime, Ángel —dijo en un tono completamente sin emoción, como si


estuviera hablando de algo tan banal como los resultados deportivos—,
si tu opinión sobre mí es tan mala, ¿por qué dejaste que te follara anoche,
mmm?

Después de eso, se dio la vuelta y se acercó a la cama, recostándose


perezosamente en el colchón y me despidió por completo. Me quedé
allí, clavada al suelo, abriendo y cerrando la boca infructuosamente,
tratando de formar palabras con los pensamientos que ni siquiera había
completado.

—Ice, yo...

Ella levantó la mano, sin mirarme.

—No, Ángel, está bien. Creo que hemos dicho más o menos todo lo que
había que decir. No tienes que preocuparte por las historias, van a parar.
Tienes mi palabra. En cuanto al resto... —Ella retorció su muñeca, como si
tirara algo lejos al viento.

Mientras estaba allí, mirándola con un cruce entre niña azotada y una
amante desdeñada, mi mente buscó entre todas las cosas que quería
decir. Me mordí el labio, un mal hábito mío, y me estremecí por el dolor
aún presente desde la noche anterior. Tomando una respiración
profunda, decidí ir a por todas.

—¿Puedo hacerte una pregunta, Ice? ¿Puedes al menos decirme por


qué?

—¿Por qué, qué? —refunfuñó mirando hacia abajo, a sus manos.

—¿Por qué hiciste lo que hiciste? Ayer por la noche, quiero decir. ¿Por
qué viniste a mí en las duchas? ¿Por qué lo hiciste...? —Mi voz se apagó,
junto con mis pensamientos. ¿Qué hicimos anoche? ¿El amor? ¿Tener
relaciones sexuales? ¿Qué? Que yo no lo supiera era la parte más
frustrante para mí. Miré hacia Ice y traté de leer sus emociones a través
del cuadro cuidadosamente en blanco de su cara, pero era algo
parecido a ser ciega y entrar en el Museo de Arte de Filadelfia. No es muy
esclarecedor, por así decir —Fue por muy poco que me resistí a pisotear
fuertemente el suelo—. Maldita sea, Ice. ¡Di algo! ¡Cualquier cosa!

Los ojos que finalmente se encontraron con los míos eran fríos y vacíos.

—¿Qué quieres que te diga, Ángel?

—¡Dime por qué ! ¡Eso es todo lo que te pido!

Sus anchos hombros se encogieron ligeramente.

—Tú me hiciste una oferta. Y yo la acepté. Tan simple como eso.

Si eres muy afortunada, habrá muy pocas veces en tu vida que sentirás
lo que me hicieron sentir esas palabras cuando se filtraron en mis oídos.
Casi podía sentir mi corazón encogerse sobre sí mismo, acobardado. Las
lágrimas brotaron de nuevo, pero las contuve con determinación de
acero.

—¿Por qué estás tan sorprendida? Es lo que esperabas oír, ¿no es así? Una
asesina a sangre fría que toma a una niña inocente como un trofeo para
luego jactase de ello con sus amigas —Ella se encogió de hombros otra
vez—. Sucede todo el tiempo aquí. Si no hubiera sido yo, habría sido otra.

Eso lo hizo. La maldición se rompió y mi ira se precipitó sin que pudiera


controlar mis emociones, una vez más.
—¡Tú fría y sin corazón, maldita hija de puta!

Sentí la mano subir, aunque a día de hoy, no tengo ni idea de lo que


pensaba hacer con ella. Fue atrapada en un agarre de hierro y de
repente me encontré, una vez más, cara a cara con Ice. Ella sonrió con
frialdad hacia mí.

—Yo no haría eso si fuera tú, o averiguarás cuán ciertas son esas palabras
en realidad.

Tiré con fuerza y me sorprendió que mi mano se liberara tan fácilmente.


Aun así, me miró con los ojos muertos y traté de no mostrar ningún temor.
Estaba con una depredadora y lo sabía. Si olía mi miedo, la situación
podría ponerse de mal a peor en un santiamén.

Mientras la miraba, su rostro parecía cambiar, como cuando miras


fijamente a alguien por largo tiempo. Empecé a imaginar que podía ver
más allá de aquella fiereza, a la mujer que había debajo, una mujer que
me había sostenido con tanta ternura en las duchas la noche anterior,
meciéndome y calmándome con una dulzura que desdecía a la
presente persona, una mujer que podía crear una maravillosa sensación
de libertad con sólo unas pocas herramientas hechas a mano y algunos
árboles raquíticos, una mujer que sin vacilar golpearía a una presa que le
duplicaba el peso para quitarle de las manos a una chica inocente. Por
encima de todo, me imaginé que podía ver a una mujer con quien sentí
una conexión profunda que ni siquiera el calor de nuestro enojo podía
disipar.

—No lo creo, ya ves —por fin logré decir, en lo que me sorprendió ser un
tono de voz normal.

—¿El qué?

—Lo que dijiste. Lo de que era un juego, eso de que yo era un trofeo. Es
posible que hayas dicho las palabras, pero no creo que quisieras decirlas
en absoluto —Levantando una ceja, ella siguió mirándome, con el rostro
todavía completamente inexpresivo—. Estás escondiendo algo.

—Oh, ¿qué estoy escondiendo?


—Tus sentimientos.

Arqueando una ceja y dibujando una tenue sonrisa en su rostro.

—Soy una asesina, Ángel. Una asesina a sueldo. Perdí todo lo que se
parece a sentimientos hace mucho tiempo. No pierdas tu tiempo
buscando algo que no está ahí.

Dejé que mi sonrisa curvara mis labios.

—Oh, claro que está ahí. Sólo tienes que saber dónde mirar.

—Y tú sabes dónde buscar.

—No, todavía no. No del todo. Pero lo haré —Tomando un gran riesgo,
saqué mi mano de nuevo, extendí un dedo y empujé a Ice en el pecho—
. Debajo de ese exterior tan frío hay vida y un corazón lleno de
sentimientos, Morgan Steele. Y voy a encontrarlos. No tengo nada, salvo
tiempo en mi manos, y créeme, los voy a encontrar —Sonriendo
triunfalmente, giré sobre mis talones, preparada para hacer mi salida
dramática.

Estaba a un paso de la puerta cuando unas palabras apenas susurradas


llegaron a mis oídos.

—Espero que lo hagas, Ángel.

Al carecer de la valentía suficiente para dar la vuelta y ver la expresión


de su cara, salí de la celda y en el pasillo, me convertí en una mujer cuya
misión había cambiado irrevocablemente.

* * *

El domingo amaneció frío y con llovizna, a tan sólo un grado o dos de ser
aguanieve. Aparentemente, sin embargo, yo era la única persona de la
prisión sorprendida cuando el muy esperado partido de baloncesto logró
acabar sin problemas. Eso no quiere decir que fuera viento en popa. Al
parecer, el juego de baloncesto de prisión era diferente a cualquiera que
hubiese visto antes, y créeme cuando digo que, siendo del Centro-Oeste,
había visto suficiente de baloncesto normal para que me durase varias
vidas. Las reglas parecían ser inexistentes y el objetivo parecía ser meter
el balón en la canasta mientras herías a tantas oponentes como fuera
posible sin llegar a ser tú misma una víctima. Hubo varios momentos en los
que empecé a dudar de mi sabiduría y del supuesto de que ésta sería
una manera pacífica de resolver las diferencias entre las dos bandas.

Por su parte, Ice parecía estar divirtiéndose. Su trabajo parecía ser


mantener las peleas alejadas de ser demasiado sangrientas e interrumpir
el flujo, si se podía llamar así, del partido. La lluvia brillaba en su pelo
espeso, negro y de vez en cuando lo sacudía, enviando un abanico de
gotitas finas a lo largo del patio.

Nuestros ojos se cruzaban de vez en cuando y, en esos breves momentos,


nada más parecía importarme. Su sonrisita me calentaba por dentro, y la
lluvia, así como el rugido de la multitud y los jugadores, parecía
desvanecerse en la nada. Entonces, invariablemente, otra pelea
estallaba y su atención volvía de nuevo al juego y yo sentía el frío y la
humedad una vez más.

Cuando todo terminó, el equipo de Trey, mantendría la posesión de la


cancha para el próximo año. El puntaje podría haber estado más
equilibrado y el juego más interesante si Derby hubiese puesto a algunas
de sus compañeras más atléticas a jugar. Pero su ego exagerado no
permitió eso, era simplemente, una derrota. Trey, que por sí misma estuvo
a punto de conseguir más puntos que la totalidad del equipo de Derby,
fue paseada por toda la cancha en los hombros de sus compañeras de
equipo, con una sonrisa salvaje y proclamando su dominio a todo el que
quisiera escucharla.

Sentí un gran alivio cuando finalmente puse mi cuerpo a resguardo de la


lluvia bajo la tela que Critter había puesto y escapé de nuevo al calor y
la tranquilidad de los muros de la prisión. En general, me quedé bastante
satisfecha de mí misma. Mi plan, para bien o para mal, había funcionado,
y la paz, o lo que se consideraba así en el Pantano, reinó durante una
tarde al menos. Ice no estaba enfadada conmigo y nuestra relación
parecía más fuerte que nunca, a pesar de las palabras hirientes del día
antes.

Fue otro buen día.


Capítulo 5

E
l último día cálido de 1978 amaneció claro y soleado, como si la
madre naturaleza estuviera permitiéndonos disfrutar de un último
reflejo de un verano que no veríamos durante medio año o más.
Zambulléndome hacia el exterior a la mínima oportunidad, me dirigí al
patio casi vacío y me senté con las piernas cruzadas sobre la hierba que
aún mantenía algo de su vibrante color a pesar de las diversas heladas
que la habían asolado.

Cerrando los ojos e inclinando mi rostro hacia el sol, pensé que si me


esforzaba lo suficiente podría ser capaz de oler la hierba recién cortada
y escuchar los sonidos de los veranos pasados, las risas de los niños, las
salpicaduras del agua y el casi monótono zumbido del locutor de béisbol
a través de los pequeños altavoces de un viejo transistor. Las imágenes
que jugaban tras mis cerrados ojos calentaron mi interior y sentí una
sonrisa rompiendo mi rostro mientras me introducía en mi mundo de
fantasía. Las frías paredes de mi celda se alejaron mientras me sentaba
allí, decidida a disfrutar de esa fugaz sensación de verano y libertad todo
lo que pudiera.

Mi entrenamiento me había hecho ser más consciente del mundo que


me rodeaba, incluso estando inmersa en mis pensamientos, así que
prácticamente de inmediato noté el sutil cambio en el ambiente a mi
alrededor. Con una sensación de decepción, agaché la cabeza y abrí
los ojos para encontrar a Ice agachándose para sentarse, también con
las piernas cruzadas, en la hierba a mi lado. Sus manos se deslizaron por
la alfombra de césped, arrancando un delgado tallo y dándole vueltas
entre sus dedos, mientras miraba alrededor del patio antes de volverse y
mirar mis ojos interrogantes. Sus labios se curvaron en una suave sonrisa
que iluminó las vibrantes piscinas de sus ojos y suavizó las duras facciones
de su rostro.

—Buenos días, Ángel.


El sonido de su levemente profunda voz me calentó más que el sol y mis
recuerdos juntos y no pude más que devolverle la sonrisa.

—Buenos días, Ice.

Asintiendo con su oscura cabeza hacia mí, rompió el contacto de


nuestras miradas, pareciendo inclinada a que ese agradable silencio se
mantuviera entre nosotras mientras seguía observando
desinteresadamente el patio. Yo, sin embargo, no iba a dejar pasar la
más mínima posibilidad de escarbar en esa armadura exterior. Mi mente
comenzó a girar ofreciendo y descartando diferentes formas de
comenzar. Finalmente me decidí por una vieja y directa manera de
hacerlo.

—¿Puedo hacerte una pregunta, Ice? —Hice una mueca mientras las
palabras salían de mis labios. Parecía que esas palabras eran siempre las
primeras en salir cuando hablaba con ella y una parte de mí se
preguntaba si alguna vez no se cansaría de escucharlas tan a menudo.

Se volvió hacia mí lentamente, con una pequeña sonrisa en sus labios.

—¿Qué te ronda la cabeza, Ángel?

—Bueno, me estaba preguntando... tus árboles. No sé si estoy rompiendo


algún tipo de código de conducta, pero he estado pensando mucho en
ellos. Cada uno de ellos es una individualidad, pero cuando los miro
como un todo parecen contar una historia. Me pregunto si tal vez podrías
decirme cuál es esa historia.

Apartó la mirada de nuevo, observando las gruesas nubes que paseaban


por el cielo durante tanto tiempo que estuve segura de que no me iba a
contestar. Cuando se volvió, su rostro no se mostraba tan abierto, pero
sus ojos no estaban completamente cerrados y eso me dio algo de
esperanza.

—Los llamo las Cuatro Libertades —dijo con suave voz, como el susurro
del viento sobre la hierba.

—¿Las Cuatro Libertades? —le pregunté con cuidado de mantener un


tono neutral. Había ocasiones, especialmente de este tipo, en las que Ice
me recordaba un potro salvaje, todo fuego y energía salvaje. Una
palabra equivocada y sabía que ella se cerraría en banda. Sentía que
iba a llegar al fondo de algo importante así que hice lo mejor que podía
para mantener todo en calma y tranquilidad.

Asintiendo, arrojó una brizna de hierba al viento antes de que cogiera


otra y la mirara. Respiró hondo, como si estuviera decidiendo si ir o no más
allá, y luego arrojó la segunda brizna y entrelazó sus dedos.

—El que está más a la izquierda, el pequeño que parece algo salvaje...
Ese es la Libertad de la Inocencia. El de su lado, el grande, es la Libertad
del Poder. El siguiente es la Libertad del Amor y el último es la Libertad del
Conocimiento.

Mientras me encontraba allí sentada, pensando en sus palabras, intenté


desesperadamente pensar en qué decir a continuación. Sabiéndolo o
no, me había dado una enorme información sobre el funcionamiento de
su alma y quería excavar más profundo, hasta alcanzar la persona que
podía ver la libertad como una concepción de la inocencia y el amor.
Pero también sabía que si me rendía a mis propios impulsos y me lanzaba
demasiado de golpe, me encontraría rápidamente sola. Reculando un
poco, decidí atacar más el primordial concepto general y no pararme
demasiado en los detalles.

—¿Piensas mucho en la libertad? —A pesar de lo estúpida que parecía


mi pregunta, había un método dentro de mi locura.

Se encogió de hombros.

—Ya no mucho, prefiero no perder el tiempo pensando en cosas que


puede que no sucedan jamás —Había una profunda tristeza en sus ojos
y sentí, con el corazón encogido, que estaba hablando más allá de la
simple libertad de esa prisión que llamábamos hogar.

—Saldrás algún día, Ice. Tu sentencia incluía la posibilidad de libertad


condicional, ¿no? —Tras un momento asintió sonriendo tristemente—. Hay
una pequeña posibilidad, sí. Pero no pasará nunca.

—¿Por qué no?

—Porque soy una asesina, Ángel. Tan simple como eso. Fui condenada
por matar a un testigo del gobierno —Se encogió nuevamente de
hombros y meneó la cabeza, riendo tristemente—. No es algo que a la
Junta le guste oír cuando revisan los papeles de la condicional.

Y con esa afirmación, me di cuenta que había tropezado de nuevo con


una mina antipersona escondida. En todo el tiempo que la conocía,
nunca había preguntado si ella realmente había cometido el delito por
el que había sido condenada. Nunca había dado esa información y por
lo que yo sabía, sólo Ice sabía qué había pasado realmente.

En ese momento sentí lo que me imagino que debe sentir un bombero


novato. Miedo de ir más allá y arriesgarse a quemarse; miedo de dar un
paso atrás y arriesgarse a perder lo andado.

Encarando ambas opciones, opté por una tercera. No hacer nada.


Inclinada hacia atrás, dejando que mis brazos soportaran el peso de mi
cuerpo, miré el cielo azul turquesa mientras sentía cómo menguaba poco
a poco la tensión del cuerpo que estaba junto a mí. Sonreí por dentro,
sabiendo que había tomado la opción correcta. El agradable silencio se
extendía entre nosotras y, por una vez, no estaba dispuesta a romperlo.

Tras unos largos momentos de tranquilidad, Ice se aclaró suavemente la


garganta. Podía sentir el calor de sus ojos sobre mí pero seguí mirando al
cielo, esperando que compartiera lo que estaba pensando.

—¿Y tú? —dijo finalmente—. ¿Piensas en volver a ser libre?

Sonriendo, me volví para mirarla.

—No tanto como solía hacerlo, pero sí, casi todos los días.

—¿Y en qué piensas?

—Mmm —Mi sonrisa se ensanchó de repente—. En un paseo por un


parque al atardecer, comiendo un helado. Un agradable y largo baño
caliente —Trivial pero cierto. Todo ello. Especialmente lo del baño.
Siempre había sido una de las cosas que más me gustaban hacer,
especialmente en las frías noches de invierno—. Pero cuando realmente
siento que las paredes me están atrapando, recuerdo el sitio al que solía
ir en verano cuando era pequeña —Ice asintió con la cabeza hacia mí
con brillantes ojos interesados—. Mi padre tenía un amigo que era dueño
de una cabaña en Canadá. Era un sitio maravilloso, todo cristal y
madera, con un enorme porche en la parte delantera, un loft en la parte
de arriba donde estaban la mayoría de las habitaciones, y una chimenea
tan grande que me podía meter dentro sin agacharme —Cambiando un
poco la posición, estiré las piernas dejándome caer hacia atrás sobre la
mullida hierba—. Estaba en medio de un bosque de pinos, a unos 45
metros de un precioso lago. El sendero desde la casa hasta el agua
estaba cubierto de una alfombra de agujas de pino y si intentabas ir
descalza, terminabas cubierta de savia —Sentí un cálido cosquilleo por
dentro mientras el agradable peso de mis recuerdos se establecían en
mí—. Había un pequeño muelle verde en la orilla, en el que el amigo de
mi padre dejaba amarrado su bote. No era muy grande, pero era
divertido salir con él. Puedo recordar sentarme en el muelle, sintiendo el
calor sobre mis hombros mientras miraba los barcos de distintos colores
navegar casi todos los días. Me parecían mariposas sobre una pradera y
recuerdo envidiar la libertad de los que estaban en ellos. Mi padre tenía
algo en contra de que las chicas aprendieran a navegar, pero no me
podía impedir mirarlos. Eran tan bonitos —Me moví un poco, tirando de
la hierba con mis dedos sin mirar—. Había un par de chicos de mi edad y
recuerdo competir con ellos para ir a otro muelle que estaba en medio
del lago. Bueno... no era exactamente el medio, pero así me lo parecía
de pequeña. Lo único que sabía era que el agua me cubría entera y eso
me asustaba al principio. Pero luego aprendí a nadar y era divertido ir
hasta allí y bucear por el muelle. Mis amigos solían pasar por debajo,
hasta una bolsa de aire —Me encontré a mí misma riéndome de la
historia—. Yo nunca lo hice. Nunca fui lo suficientemente valiente —Un
poco más de hierba se vio arrancada ante el implacable asalto de mis
dedos—. Solíamos ir un mes todos los veranos. Nunca tuvimos televisión
allí, pero mi padre se llevaba su radio. Por las noches, después de cenar,
preparaba una hoguera enorme en la chimenea y se sentaba a
escuchar el partido de béisbol mientras mi madre se dedicaba a sus
famosos puzzles. Yo me sentaba allí, escuchando el crepitar de fuego y
leía. Entonces, cuando se hacía algo más tarde, subía las escaleras y me
dormía con el sonido de los grillos, las ranas y el silbido del viento a través
de los pinos —Rodeé mis rodillas con los brazos, inundada por los
recuerdos—. Fueron los momentos más felices de mi vida —Suspiré—. Mi
padre compró la cabaña y el terreno a su amigo cuando yo tenía trece
años. La cabaña se quemó al año siguiente. Pero un día, cuando salga
de aquí, volveré a ir allí y la reconstruiré desde los cimientos con mis
propias manos y pasaré el resto de mi vida en ella, libre y en paz.

Cuando volví la mirada a mi silenciosa oyente, encontré sus ojos tan llenos
de profunda nostalgia que hizo que mi corazón se detuviera sólo para
observar esa expresión. Sentí como mi mano se dirigía hacia ella, sentí
cómo me la cogía y la mecía tiernamente mientras una leve y triste
sonrisa se alzaba en la comisura de sus labios.

—Parece… un buen lugar para soñar.

Sonreí.

—Lo es. Es un lugar maravilloso. Puedo compartirlo contigo, si me dejas —


Apretó los labios, soltando con suavidad mi mano, y levantó las rodillas
hasta su pecho, envolviéndolas con sus largos brazos.

—No, está bien así. Es tu sueño. Algo que te pertenece a ti, y sólo a ti. Ese
lugar y esa gente son algo que no se te puede quitar. Guárdalos.

Me acerqué más hasta casi tocarnos.

—Me gustaría compartirlo contigo, Ice. La única cosa que es mejor que
tenerlo sólo para mí es poder compartirlo con alguien. Compartirlo...
contigo.

Dándome cuenta de la extraña expresión de su cara, me permití sonreír


más ampliamente.

—Vamos, ¡será divertido! Simplemente cierra los ojos e imagina que estás
en medio del bosque, rodeada de árboles. Sientes el roce cálido del
viento contra tu piel. Huele a pino a tu alrededor —Tomé una profunda y
tonificante respiración—. ¿No es maravilloso?

—Es una locura.

Me eché a reír.

—¡Por supuesto que lo es! ¡Por eso es muy divertido! Vamos, Ice, suéltate
un poco. Sólo cierra los ojos y piensa en lo que te he dicho. Piensa en el
calor del sol sobre tu cara.

Tras mirarme impaciente, bajó su barbilla a las rodillas y cerró los ojos.
Aprovechando la oportunidad, me deshice del último espacio que
quedaba entre nuestros cuerpos y extendí una mano hasta apoyarla
suavemente sobre su ancha espalda. Los músculos que sentí estaban
marcados y tensos y no me pude resistir a frotarlos suavemente con un
leve movimiento circular. Comenzó a relajarse simplemente ante el más
mínimo de los movimientos.

»Eso es. ¿Puedes oír el canto de los pájaros? ¿El agua lamiendo
suavemente el muelle de madera? —Hubo un largo silencio sólo
interrumpido por su respiración—. ¿Y? ¿Puedes?

Unos divertidos ojos se entreabrieron y se encontraron con los míos.

—Nop.

Esta vez la miré yo con impaciencia.

—Eso es porque no lo estás intentando lo suficiente. Deja que te ayude


—Frunciendo los labios, comencé a ofrecer mi versión sobre el agua
lamiendo suavemente el muelle de madera, seguido de cerca por el
canto de los pájaros.

Sentí sus músculos contraerse bajo mi mano una fracción de segundo


antes de que una profunda risa estallara en su pecho. Era uno de los
sonidos más alegres que jamás había oído y, en cuestión de segundos,
me había unido a ella, con lágrimas de alegría recorriendo mis mejillas
hasta que me di cuenta de lo realmente mal que debía haberlo contado.

Cuando mi risa se redujo lentamente, me restregué los ojos con el brazo,


limpiándome las lágrimas mientras miraba el radiante rostro de Ice.

—Dios, eres preciosa —Las palabras salieron de mí antes de que pudiera


retenerlas, aunque en realidad no quería callarlas. Era preciosa, y quería
que lo supiera.

Nuestras expresiones se tornaron serias y las sentí aún más cuando vi


cómo su cabeza se inclinaba hacia mí. Podía sentir mi propio cuerpo
moviéndose a la vez, mis labios ansiando encontrarse con los suyos. Podía
sentir su cálido aliento haciéndome cosquillas en el vello de mi cara
mientras el increíble calor de su cuerpo irradiaba contra el mío.
Estábamos apenas a una nada, mis ojos ya se habían entrecerrado
anticipándose, cuando de repente el suave sonido de una garganta
carraspeando me sacó de mi felicidad.

Antes de que yo pudiera siquiera abrir los ojos, el brazo de Ice se disparó,
agarrando con el puño un uniforme y tirando del asustado cuerpo de
Critter hasta que su cara estuvo apenas a unos centímetros de las
nuestras.

—Más vale que la cárcel se esté cayendo abajo —gruñó—, o vas a


descubrir lo bien que se puede caminar con dos piernas rotas.

—Yo… pensé que tenías que saber… que Psycho está suelta de nuevo —
jadeó Critter mientras su rostro tornaba a un color céreo.

—Genial —murmuró Ice soltando el uniforme de Critter y poniéndose en


pie. Se agachó, cogió mi mano y me arrastró también hacia arriba—.
Gracias por el sueño, Ángel —dijo poniendo una rápida mano sobre mi
mejilla antes de volverse y correr hacia dentro de la cárcel.

Volviéndome, miré a Critter, que estaba tosiendo y agarrándose la


garganta.

—¿Estás bien?

Volvió a aclararse la garganta y asintió.

—Sí, estoy bien. Debería saber mejor cuándo interrumpirla.

—¿Qué pasa ahora con Psycho?

Critter se encogió de hombros mientras se enderezaba el uniforme. Las


dos salimos al trote mientras nos dirigíamos de nuevo al interior del
edificio.

—Tiene otra vez un cuchillo en la garganta de una nueva.

—¿Nueva? Pensaba que no habíamos tenido a nadie nuevo el último


mes.

—Ni yo. He oído que la trajeron anoche mientras dormíamos. Muy en


secreto.
Al llegar a la parte alta de las escaleras nos encontramos una réplica casi
exacta a la escena de hacía un mes, cuando Psycho había capturado a
una de las guardias de la prisión. Las guardias estaban alrededor en una
tensa cadena, con las porras agarradas tan fuertemente que sus nudillos
lucían blancos. Las prisioneras estaban tras ellas, con las mujeres más
bajas de puntillas intentando captar algo de lo que estaba sucediendo.

Como la vez anterior, Critter me hizo dar una vuelta hacia un espacio más
abierto desde el que podía mirar el interior del círculo de tensas mujeres.
Psycho tenía lo que parecía un cuchillo de carnicero, aunque cómo se
las había arreglado para hacerse con uno no tenía ni idea, en el cuello
de una llamativa mujer. Parecía de unos cuarenta y muchos, con un largo
y oscuro cabello atravesado por mechones plateados. Su piel era
aceitunada y sus ojos oscuros y brillantes. Tenía una regia, antigua
elegancia que incluso en las circunstancias de ese momento no parecía
disminuir.

Al frente del grupo estaban Sandra y Ice, que estaba gesticulando


salvajemente con los brazos, más efusivos de lo que había visto hasta ese
momento, incluso en plena pelea. Mis oídos se esforzaron por distinguir la
profundidad de su tono entre el griterío excitado del resto de reclusas.

—Muy bien, Cassandra, lo has dejado claro. Ahora tira el cuchillo.

—No puedo hacerlo, mi querida Ice. Este pequeño pescadito tiene que
morir. Lo siento si te molesta, mi amor, pero a veces no se puede evitar.
Los ojos de la mujer se abrieron mientras el cortante filo mordía
cruelmente su cuello.

—¡Morgan, por favor!

Cassandra tiró del oscuro pelo de la mujer, dejando aún más al


descubierto su cuello.

—¡Ya te he dicho, pedazo miserable de mierda, que su nombre es Ice!


¡Úsalo!

—¡Lo siento! —gritó la mujer—. ¡Por favor, no me hagas daño!

Cassandra enseñó sus dientes en una ladina sonrisa.


—Oh no, preciosa. Ni siquiera he empezado a hacerte daño.

—¡Suelta el cuchillo, Cassandra! —gritó Sandra, levantando su porra.

Volviéndose hacia la jefa de guardias, Psycho amplió su sonrisa.

—Lo siento, Sandra, ¿has dicho algo? Siento no haberte oído con los
gemidos de este pobre pescadito en mis orejas. ¿Te importaría repetirlo?

—¡He dicho que sueltes el cuchillo!

—Es lo que pensaba que habías dicho —Se encogió de hombros—. Lo


siento —Cerrando los ojos, deslizó poco a poco el cuchillo por la garganta
de la cautiva mujer, dibujando un corte superficial del que comenzó a
gotear delgados hilillos de sangre—. Ahhhh, nada como el olor de
refrescante sangre caliente, ahí está...

—¡¡Cassandra!!

La rubia se volvió hacia Ice, con un coqueto mohín en sus labios.

—Oh, vamos, Ice. Tú por encima de todas debes saber lo bien que se
siente una al clavar tu hoja contra la tierna carne de una víctima
inocente —Rio como una niña—. Me dan escalofríos solo de pensarlo. ¿Y
a ti?

—Cassandra, por favor, te pido que sueltes el cuchillo.

—Ooohhhh… ¡Súplica! ¡Me gusta eso en una mujer! Intenta ponerte de


rodillas la próxima vez, Ice, aumenta el efecto.

Desde donde yo observaba, tuve la oportunidad de ver la expresión de


Ice mientras sus ojos miraban fijamente a Cassandra, su cuchillo y la
aterrorizada mujer que estaba entre las mortales garras de Cassandra.
Era evidente que Ice conocía a la cautiva de algo. Me volví hacia Critter
con ojos interrogantes. Ella se encogió de hombros y negó con la cabeza.

Mientras me volvía de nuevo a la acción, Sandra dio un paso adelante,


con las manos vacías y levantadas en un gesto de apaciguamiento.
—Al menos dinos por qué estás hacienda esto, Cassandra. Quiero
ayudarte si puedo.

—No puedes ayudarme, lastimera excusa de aspirante a policía. Estoy


loca, ¿recuerdas? Chalada. Ida. Sin razón ni solución. ¡Soy Psycho!

—Por favor, Cassandra —intentó de nuevo la jefa de guardias—. Sólo


dinos por qué.

Tras un momento, asintió, relajando apenas un poco el agarre de su


cautiva.

—De acuerdo. Supongo que es una buena pregunta. Por qué no se lo


dices… ¿cuál era tu nombre?

La mujer se atragantó.

—Su nombre es Josephina —dijo Ice con voz seria y firme.

Cassandra sonrió radiante.

—Eso es, ¡Josephina! Qué estúpido por mi parte olvidar un nombre tan
bonito. Josephina, dile a nuestras admiradoras porqué estás en una
situación tan incómoda.

—Yo no… no… ¡no lo sé!

—Por supuesto que lo sabes, querida. Dilo bien alto para que todas
puedan oírte, amor. No debes dejar que la gente de detrás no pueda oír
tus sabias palabras, ya lo sabes —Josephina se mantuvo callada y
Cassandra la sacudió como si fuera una muñeca de trapo, frunciendo
sus cejas en un gesto feroz—. No debes hacer que nuestro público espere,
querida Josephina. Ahora suéltalo.

—Nosotras estábamos… hablando —dijo Josephina con voz


entrecortada—, esta… mañana. En nuestras celdas. Y yo… yo mencioné
que era amiga de Ice.

—¡Mientes! —gritando de rabia, Cassandra apretó el cuello de la mujer


más mayor, acercando el cuchillo de nuevo a la garganta—. ¡¡Ice no
tiene amigas excepto yo!! Soy la única a la que ama !¿!me entiendes!?!
Soy la única en la que piensa por las noches cuando restriega sus manos
por su exquisito cuerpo. ¡Yo! ¡Sólo yo! ¿Me has oído, pedazo de mierda
llorona? ¿!Me has oído!?

Josephina gritó roncamente mientras Sandra y Ice daban


decididamente un paso adelante. La cabeza de Cassandra se alzó e hizo
dar a la aterrorizada mujer un paso atrás, agitando el cuchillo delante de
ella.

»¡Atrás! ¡Echaos atrás antes de que corte su linda cabecita! Y sabéis que
lo haré.

Ambas mujeres detuvieron su avance, aún a varios pies de Cassandra y


su cuchillo. Me pregunté si Ice intentaría darle un golpe para desarmarla,
pero por alguna razón, mi amiga parecía dudar, como si estuviera
insegura. Fue algo extraño de ver y al mirarla tuve que reprimir la
repentina sensación de un oscuro presentimiento.

El pie izquierdo de Cassandra resbaló ligeramente en un pequeño trozo


de humedad del suelo de la prisión. El cuchillo se introdujo
profundamente entre la garganta y el cuello de Josephina, haciendo
que la mujer gritara mientras una gota de sangre fluía hacia atrás. La
mujer rubia rio entre dientes mientras la sangre caía.

»Esto va a manchar —remarcó en tono despreocupado, pasando sus


dedos por la sangre y alzándolos hasta arrastrar sus ensangrentados
dedos por la mejilla de su prisionera.

—Morgan, por favor —gimió Josephina.

El impacto de la mano de Cassandra contra la mejilla de Josephina sonó


por toda la prisión como el disparo de un rifle. Dando la vuelta a la mujer
más mayor, Psycho tiró de su cara hacia abajo tan cerca que sus labios
casi se rozaban. Sus ojos estaban llenos de ira.

—¡Te lo he dicho, puta! ¡Su nombre es Ice!

Levantando su mano libre, Cassandra se inclinó hacia Josephina,


levantando el cuchillo y haciendo que el cruel filo brillara con los
penetrantes fluorescentes.
En ese punto las cosas parecieron sucederse a cámara lenta. De nuevo
Ice y Sandra se adelantaron simultáneamente. Con una mano, Ice retiró
a la guardia, mientras agarraba el descendiente cuchillo con la otra.
Sandra fue lanzada contra la multitud de guardias mientras Ice,
Cassandra y Josephina se unían en un abrazo mortal.

Ice apoyó por lo menos cincuenta kilos de sí misma sobre su delgada


oponente, pero Cassandra tenía la fuerza de su enloquecida rabia tras
ella. La batalla por el control del cuchillo se convirtió rápidamente en el
centro, con la mano de Ice agarrando la muñeca de Psycho mientras
Cassandra intentaba desesperadamente hundir el cuchillo en cualquier
trozo de carne caliente que pudiera encontrar.

Las dos mujeres se sonrieron con ferocidad, encontrando evidentemente


algún tipo de placer en aquella danza mortal. El pensamiento me heló
mientras intentaba unir esta Ice con la que había estado compartiendo
mis sueños momentos atrás. Y no fue fácil de enlazar, debo admitir.

Me volví una vez más hacia Critter, que estaba mirando la escena
fascinada.

—¿Por qué no hacen algo? —pregunté señalando a las guardias que,


como mi amiga, se encontraban inmóviles mirando la batalla que tenía
lugar a unos metros de ellas.

Critter me miró y volvió a encogerse de hombros.

—No lo sé. Tal vez están pensando qué hacer.

—Es ridículo —comenté, volviendo mi atención una vez más a la acción.

El brazo de Cassandra temblaba visiblemente en su intento de clavar el


cuchillo hacia abajo contra la implacable fuerza del agarre de Ice. Sus
ojos se cerraron por un momento y una verdadera sonrisa maléfica se
mostró en su rostro. Un pequeño empujón con su brazo libre es todo lo
que necesitó para hacer tropezar a Josephina con Ice, que por reflejo
cogió a la quejumbrosa mujer también con su brazo libre.

Ese minuto de distracción era todo lo que Cassandra necesitaba para


retorcer bruscamente su muñeca, librándose del agarre de Ice. El cuchillo
refulgió de nuevo y siguió su abortado camino hacia abajo. Hubo un
tremendo grito y cuando el cuchillo volvió a aparecer estaba cubierto
de sangre.

—¡No! —grité casi segura de que Ice había sido la receptora de la


cuchillada mortal. Comencé a caminar hacia adelante, detenida por el
agarre de Critter.

Cassandra echó atrás la cabeza y comenzó a reír, un sonido realmente


aterrador. Cuando se apartó, Josephina cayó en los brazos de Ice, su
sangre manando de una herida en su pecho. La mirada de conmoción
de Ice se intensificó mientras miraba desde la desternillada forma de
Cassandra a la sangrante mujer de entre sus brazos. Sujetó suavemente
a Josephina en el suelo, con un pequeño gemido proveniente de lo más
profundo de su pecho, mientras los guardias elegían ese momento para
atacar.

—Oh, sí… —ronroneó Cassandra—. Me encantan los cerditos asados.


Vamos, cerditos. ¿Quién será el primero en morir hoy? —Movió el cuchillo
de un lado a otro en viscosos barridos. Los guardias volvieron atrás,
indecisos, y Cassandra volvió a reír—. ¡Vamos!, ¿dónde está esa valentía
de la que tanto os jactáis, mmm? ¡Sólo duele un poquito! ¡Preguntadle a
mi amiguita! —Su grito de alegría llenó la prisión.

Otra guardia corrió a ayudar a Ice, quién le estrelló un codo en el


estómago, enviándole de vuelta a donde estaban sus compañeras. Con
una alargada mano cubriendo la sangrante herida, Ice usó la otra para
retirar suavemente el pelo empapado en sudor de la frente de Josephina.

—Aguanta —murmuró—. La ayuda está en camino. Sólo aguanta.

—Está bien, Josephina —gritó Cassandra agitando aún el cuchillo para


mantener a raya a las guardias—. Escucha a nuestra querida Ice.
Aguanta, ¿lo harás? No quisiera perderme ni un solo segundo de tu
gloriosa muerte.

Miré absolutamente horrorizada mientras Ice unía su otra mano con la


primera en un vano intento de detener el flujo de sangre que brotaba de
la herida de Josephina. La sangre bombeaba por entre sus dedos como
un río rojo, sin cesar, incluso después de que mi amiga pusiera toda su
fuerza para mantener la presión.
La mujer herida aún se mantenía consciente, aunque apenas, con su
rostro pálido. Ella y Ice conversaron entre murmullos demasiado leves
como para que pudiera escucharlos. Mi corazón se encogió al ver la
expresión de dolor de los normalmente estoicos rasgos de Ice. ¿Quién era
esa mujer que podía grabar esas profundas líneas a través de la imagen
de la hermosa cara de mi compañera?

La oscura cabeza de Ice bajó lentamente. Volvió su rostro para escuchar


unas palabras apenas susurradas. Desde donde yo me encontraba, pude
ver los llamativos rasgos de Josephina soltarse mientras su cuerpo se
relajaba entre la larga figura de Ice.

—!Nooo!

El triste aullido resonó en el cavernoso edificio, dando la sensación de


aumentar ante el eco de las paredes de cemento y las puertas de acero,
llenando todo el espacio alrededor nuestro con una persistente melodía
de pérdida. El grito se cortó abruptamente cuando Ice se levantó
lentamente, mirándose las manos repletas de sangre como si
pertenecieran a otra persona. Pude captar un mínimo vistazo de su
expresión mientras su cabeza se alzaba en dirección a Cassandra y juro
que mi corazón se detuvo en mi pecho.

La va a matar. Dios mío, ¡va a asesinar a Psycho con sus propias manos!

Un paso más y Ice había anulado la muñeca de Cassandra de una


patada, mandando el cuchillo de carnicero por el aire contra la pared
con tal fuerza que la hoja se rompió de la empuñadura tan fácilmente
como se rompe una ramita. Siguiendo su propio impulso, alargó sus
ensangrentadas manos y las enganchó al cuello de Cassandra, alzando
a la aún riente mujer de sus pies e inmovilizándola contra la puerta de
barrotes que protegía la entrada a la unidad de segregación. La parte
posterior del cráneo de Cassandra golpeó los barrotes con un
ensordecedor sonido metálico mientras levantaba sus propios brazos en
un débil intento de aflojar el estrangulamiento de mi amiga. La sonrisa
seguía firme en su rostro, aunque su piel había comenzado a tornarse
rojiza.

Sandra se adelantó rápidamente.


—¡No, Ice! ¡Suéltala! ¡Nosotras nos encargaremos de ella! —Su última frase
se perdió en una ráfaga de aire cuando el pie de Ice acertó a su pecho,
lanzándola por el aire hasta caer contra algunas de sus compañeras, que
cayeron como bolos intentando coger su cuerpo a toda velocidad.

—¡Atrás! —gritó Ice—. ¡Le voy a dar a esta zorra su merecido!

—!!Ice, no!! —Sandra echó a correr de nuevo, esta vez con algo más de
cautela—. Ice, por favor. Piensa en lo que estás haciendo. No lo hagas.
¡Por favor!

—¡Lárgate! Ni te acerques, Sandra. No quiero hacerte daño también a ti.

—¡No hagas esto, Ice!

Mientras yo luchaba con el férreo agarre de Critter, pude ver los nudillos
de las manos de Ice ponerse blancos cuando sus manos apretaron más
el delgado cuello de Cassandra. El rostro de su prisionera estaba pasando
poco a poco del rojo al pálido, con sus ojos abiertos y la mirada fija. Aun
así, sonreía, como si la muerte fuera una amiga a la que veía acercarse
con cada agitado intento de respirar.

Un murmullo comenzó a oírse entre la multitud hasta ahora silenciosa y


cuando miré, mis ojos se encontraron con la figura del Alcaide, haciendo
su primera adecuada aparición dentro de la prisión. Vestía traje negro
sobre una camisa blanca que cegaba, con una gran cruz de oro que
cubría llamativamente la solapa izquierda. Recorriendo el camino frente
a la multitud, llegó hasta la zona del suceso y puso las manos en las
caderas. Tenía la cara tan roja como un ladrillo viejo y una vena le
palpitaba prominentemente.

—¿Qué está pasando aquí? ¡Guardias! Separen a esas dos mujeres


¡AHORA!

Sandra se volvió hacia él, con una evidente expresión de frustración en


su rostro.

—Lo estamos intentando, señor. No es tan fácil como parece.

—Parece que no lo están intentando en absoluto, Sra. Pierce. Ahora haga


su trabajo y separe a esas dos mujeres, ¡o encontraré a alguien que lo
haga!

La jefa de las guardias volvió a escena, girando su porra.

—¡Por favor, Ice! ¡No puedo darte más oportunidades! ¡Piensa en lo que
estás haciendo! Por favor, te lo ruego. ¡Suéltala! ¡Por favor!

—¡Sepárelas ya, Sra. Pierce!

—¡Ice, suéltala! ¡No quiero hacerte daño!

—¡Ahora, Sra. Pierce! ¡Hágalo YA! —El Alcaide miró a las demás
guardias—. ¡Todos ustedes! ¡YA!

—¡Ice! ¡Ya! ¡Es tu última oportunidad! ¡Por favor! —Cuando Ice no dio
señales de haberla oído, Sandra dejó escapar un profundo suspiro de
derrota, se volvió ligeramente hacia el resto de los guardias y asintió—.
Procurad no hacerle daño.

Cuando Sandra dio un paso adelante dispuesta a cargar, el Alcaide la


cogió por la porra y la acercó a él.

—Ahora escúcheme, Sra. Pierce. No me importa si tiene que romperle


todos los huesos a esa asesina. Simplemente haga su trabajo, ¿me ha
entendido?

Cuando Sandra abrió la boca para responder, vi mi oportunidad y la


aproveché. Levanté el pie y lo aplasté con fuerza contra el empeine del
de Critter, y en cuanto el dolor le hizo aflojar su dominio sobre mí, eché a
correr, utilizando cada pizca del entrenamiento defensivo que las
Amazonas me habían enseñado para moverme a través de la multitud y
llegar al centro de la acción.

El Alcaide y Sandra hicieron una última intentona para atraparme, pero


usé el movimiento de bloqueo que había estado perfeccionando y me
deslicé a través de su defensa igual que el aceite a través del agua,
haciéndome sentir tremendamente orgullosa de mí misma. Me deslicé
hasta detenerme a unos pocos metros de Ice.

Desde esa distancia, podía ver fácilmente que el tiempo que nos
quedaba estaba a punto de finalizar. Los labios de Cassandra estaban
azules y sus ojos estaban muy abiertos y prominentes ante la presión del
cuello. Esa maldita sonrisita de superioridad seguía en su cara y quise, en
esos momentos, no hacer otra cosa que ir allí y quitársela.

—Ice, soy Ángel —comencé utilizando mi voz como lo hubiera hecho un


hipnotizador junto a su reloj de bolsillo, tratando de calmar a la bestia
salvaje en la que mi compañera se había convertido—. No lo hagas. Por
favor. Matarla no hará que tu amiga vuelva por mucho que lo desees. Lo
sabes. Por favor, no empeores las cosas.

—Vete de aquí, Ángel —La voz de Ice era profunda, repleta de rabia y
dolor.

—Lo siento, Ice, pero no me voy a ninguna parte. No quieres hacerlo. Por
favor, déjala ir.

—Oh, estás equivocada, Ángel. Deseo hacer esto —Tensando sus


músculos, Ice alzó a Cassandra más alto, aplastando de nuevo su cuerpo
contra los barrotes de acero que se sacudieron en protesta. Su agarre se
aflojó por un instante, dejando que Cassandra jadeara un soplo de aire.
La mujer rubia intentó decir algo, pero sus palabras se perdieron cuando
su suministro de aire fue cortado una vez más. Yo no podía creer que
hubiera logrado durar tanto tiempo a la fuerza alimentada por la rabia
de Ice.

Pude oír a los guardias tras de mí y supe que no tenía mucho tiempo.

—Ice, recuerda lo que acabábamos de hablar. Sobre los sueños. Sobre


cómo nadie puede robártelos. No lo hagas, Ice. No le permitas que robe
tus sueños —Mantuve mi voz suave y constante, con una cadencia
deliberada. Pude ver que mis palabras tenían algún efecto por la
disminución de la tensión de sus anchos hombros. Tomando un alto riesgo,
me acerqué y puse mi mano en su espalda, frotando suavemente tal
como había hecho poco antes en el patio—. Se acabó, Ice. Suéltala. Está
bien. Todo saldrá bien. Deja que se vaya.

El grito del Alcaide mandando atacar fue ahogado por el profundo


suspiro de aliento de Cassandra mientras las manos de Ice aflojaban su
mortal agarre del cuello.
Con una velocidad en sus manos demasiado rápida como para poder
siquiera verlas, Ice cogió el cuerpo de Cassandra y la lanzó a lo largo del
pasillo, donde se estampó contra la pared del fondo. Volviéndose
rápidamente, Ice me empujó tras su largo cuerpo mientras los guardias
comenzaron a correr en pos de nosotras, con el Alcaide, porra en mano,
a la cabeza. Extendiendo la mano, Ice atrapó la porra y acercó al
Alcaide hacia ella, con sus cuerpos a pocos centímetros de distancia.
El resto de los guardias pararon bruscamente ante el nuevo escenario.

—Ni me toques —dijo Ice con total claridad en sus palabras, por entre sus
apretados y desnudos dientes.

Los ojos del Alcaide se alzaron mientras su rostro empalidecía. Con


curiosidad, miré desde la seguridad de mi sitio tras Ice.

—Irá al agujero durante un mes por esta infracción, Sra. Steel. Suélteme o
serán dos.

—Tóqueme, Alcaide Morrison, y le mandaré a su propio agujero. De


manera permanente.

—¿Me está amenazando, Sra. Steel?

—No, Alcaide Morrison. Es la declaración de un hecho.

Recomponiéndose, Morrison tiró con dureza de su porra, quedándose la


sonrisa de su cara congelada cuando el arma no se movió ni lo más
mínimo. Aunque la situación era inherentemente explosiva, me descubrí
a mí misma ocultando una sonrisa tras la espalda de Ice.

—Llame a los perros, Alcaide, y me entregaré a Sandra pacíficamente.


¿Hay trato?

—¿Que le hace pensar que hago tratos con asesinas, Sra. Steel? A pesar
de lo que usted y algunos más puedan pensar, ¡en esta prisión mando yo!
—Podía haberle dejado inconsciente en un abrir y cerrar de ojos. Aunque
no podía verlo, sabía que una de las cejas de Ice había hecho una
dramática elevación.
—Inténtelo —Su voz era un ronroneo sensual y mi piel se erizó
reaccionando inconscientemente al tono seductor.

Podía literalmente sentir la energía de ambos desprenderse mientras sus


voluntades luchaban. Aunque sabía que Ice podía llevar a cabo su
amenaza sin pestañear, también podía sentir la arrolladora tensión de su
cuerpo mientras luchaba contra sus instintos primitivos que pedían
desarmar a ese hombre y acabar de una vez.

Después de unos largos y tensos momentos, pude ver los hombros del
Alcaide reducirse mientras retrocedía levemente, aceptando la tregua.

—Muy bien, Sra. Steel. Nadie le hará daño. Pero entérese de esto. Acaba
de crearse un enemigo muy poderoso. Su estancia no va a ser tan
agradable desde ahora. Y eso, querida, no es una amenaza. Es la
declaración de un hecho.

Ice lentamente asintió, soltando la porra del Alcaide. Podía sentir la


tensión de sus músculos como si esperara un golpe. También yo me tensé,
preparada para saltar en caso de necesidad. No es que lo necesitara,
claro está, pero sentaba bien saber que en cualquier caso tenía las
habilidades para hacerlo.

Sandra y otra guardia se precipitaron hacia adelante, tomando cada


una de un brazo a Ice y anticipándose a cualquier acción de represalia
que el Alcaide pudiera tomar. Otros dos guardias cogieron el cuerpo
inconsciente de Cassandra y lo arrastraron hacia abajo, por las escaleras.

—Sesenta días de aislamiento para cada una de ellas —ordenó


Morrison—. Y Sra. Pierce, cuando regrese, por favor, venga a mi oficina.
Tenemos que discutir seriamente su falta de preparación de cara a
estas… situaciones.

Los hombros de Sandra se desplomaron.

—Sí, señor.

—Oh, y una cosa más.

—¿Sí, señor?
Morrison sonrió, alargando una indolente mano hacia el cuerpo de
Josephina.

—Haga que alguien limpie esta basura, ¿me ha entendido?

La multitud se dispersó mientras se llevaban a Cassandra y Ice rodeadas


de guardias. Allí de pie, miré a Ice, con su cabeza alta y orgullosa, como
si estuviera rodeaba de su séquito en vez de los guardias que intentaban
asegurarse de que no escapara. La idea de estar dos meses en completo
aislamiento y oscuridad total no parecía que la perturbara ni un poco, y
negué con la cabeza, maravillada por ello. También sabía que la echaría
de menos, mucho.

Nuestro encuentro en el patio me había dado una muy buena sensación


sobre hacia dónde estaba yendo nuestra relación y tenía muchas ganas
de seguir por ese camino con ella aunque sólo fuera para ver a dónde
nos llevaba finalmente.

Con un abatido suspiro, me volví para encontrarme frente al cuerpo de


Josephina, tumbada, sola, en el suelo, con un charco de sangre
rodeando su destrozado uniforme. Sus ojos estaban abiertos, vidriosos,
con una mirada para la eternidad. Rodeando el charco de sangre, me
agaché y le cerré los párpados, enviando una silenciosa oración a cual
fuera el poder superior que estuviera escuchando.

Abriéndome camino a través del último grupo de reclusas, Critter se


acercó cojeando a donde yo me encontraba arrodillada, esperando
silenciosamente a un lado mientras yo finalizaba mi oración. Cuando
sintió que ya estaba, se agachó para ayudarme a levantarme. Me sacudí
las rodillas del mono y le mostré una triste sonrisa.

—Siento lo de tu pie.

Ella me devolvió la sonrisa con un guiño.

—No hay problema. Tendré que recordar ese movimiento.

—Deberías hacerlo. Tú me lo enseñaste.

—¿De veras? Debo ser mejor profesora de lo que pensaba —Mi amiga
parecía bastante satisfecha de sí misma. Después su rostro se
ensombreció al mirar el cuerpo de Josephina—. Qué desastre.

Asentí en acuerdo con ella.

—Me pregunto quién era. Es evidente que Ice y ella eran en cierto modo
amigas.

—Tal vez Corinne lo sepa.

—Tal vez. Solo que no me siento lista para verla a ella, ni a nadie ahora
mismo. Creo que me voy a ir simplemente a mi celda a pensar.

Critter asintió, apretando mi hombro.

—Lo has hecho bien, Ángel. No pensaba que hubiera alguien capaz de
hablar con Ice en el estado en el que estaba. Has impedido un baño de
sangre. Bien hecho.

El cumplido podría haberme satisfecho, pero no lo hizo. Había visto


demasiado del lado oscuro de la humanidad por un día. Necesitaba un
largo rato a solas para analizar las cosas antes de que pudiera si quiera
comenzar a creer que lo que había hecho había sido lo mejor. Sin
embargo, asentí, apretando la mano de mi amiga mientras lo hacía.

—Gracias, Critter.

—Nos vemos luego, Ángel.

Me quedé allí de pie por un rato, viendo cómo los dorados rizos de Critter
desaparecían por las escaleras. Mirando una última vez a Josephina, me
giré y me fui a mi celda, logrando entrar justo antes de desplomarme.

Pasó mucho tiempo antes de que el sueño cayera sobre mí.

* * *

Mi sueño, cuando llegó, estuvo empapado en sudores por la violencia y


la muerte. Corrían a tropel por mi mente, como los sueños suelen hacer,
con poco o nada de sentido para la mente consciente, pero mandando
mensajes fácilmente descifrables por los deseos inconscientes. Por
primera vez en meses, Peter ocupó un lugar destacado en ellos, aunque
su asesina era a menudo Ice o Cassandra o yo misma. Reviví su muerte
una y otra vez, corriendo por entre grupos de gente que se reían, para
llegar siempre una milésima de segundo tarde y encontrarle, desplomado
y sangrando, entre mis brazos. Siempre con aquella mirada acusadora
sobre mí.

El último fue de lejos el peor. Comenzó de manera tranquila. Ice y yo


estábamos sentadas, desnudas, en el centro del patio. A pesar de que
tendría que haberme sentido incómoda por exponerme así, por alguna
razón no lo estaba. Me sentía completamente a salvo. Incluso en paz. Y
agradecí esa sensación después de las pesadillas pasadas. Ella estaba
de espaldas a mí y yo acariciaba el suave terciopelo de la piel de su
espalda, maravillándome de la textura de la cálida y flexible carne que
envolvía sus músculos y huesos. Una ligera brisa atrajo su aroma hasta mi
nariz y lo inhalé profundamente con un suspiro de satisfacción.

Recuerdo haber hablado, aunque no recuerdo de qué. Algo sin


importancia y sin sentido seguramente, aunque parecía profundo en ese
momento. Ella seguía sentada, aceptando mis caricias y mis palabras,
con su negro cabello cayendo en suaves ondas sobre sus pechos.
Moviéndome levemente, pude ver cómo la brisa aleteaba los mechones
oscuros, ofreciéndome un breve atisbo de algo que inmediatamente
necesité ver más. Apoyando mi mano en su hombro, volví su parte
superior hacia mí, mientras mi otra mano se movía, con voluntad propia,
hacia su pecho, deseando acariciar su cabello. Se paró, congelada,
mientras yo miraba su rostro encontrando a la muerte mirándome. Sus
ojos se habían convertido en los de Josephina, después en los de Peter,
en los de Cassandra, antes de volver a su vívido azul. Su mirada vacía,
hueca, muerta, expresaba lo mismo. La sangre caía lentamente de la
comisura de su boca y cuando la abrió para hablar, con sus blancos
dientes manchados de sangre, grité.

Todavía gritaba cuando me desperté. El sonido todavía resonaba a mi


alrededor cuando me levanté apoyándome en los codos, tratando
desesperadamente de soltarme del agarre de las sábanas. Las paredes
caían sobre mí como si estuvieran vivas, y mis pulmones, aún jadeantes
por la pesadilla, luchaban para tomar aire. Mi corazón retumbaba en mi
garganta, lo que hacía aún más difícil respirar. Mi pelo estaba pegado a
mi cuello y mi cara en pegajosos rizos.

La conciencia vino a mí de manera insidiosamente lenta mientras mi


respiración comenzaba gradualmente a calmarse y mi corazón tomaba
de nuevo su legítimo lugar en mi pecho. Un suave y raspante sonido fuera
de mi celda hizo que me volviera hacia la puerta de barrotes mientras
me quitaba la ya liberada sábana de la barbilla.

Una de las guardias del turno de noche estaba allí, con su larga figura
levemente iluminada por los fluorescentes que se encendían uno a uno
sobre ella.

—¿Estás bien, Ángel? —me preguntó con voz preocupada.

—Sí. Sí, estoy bien. Sólo una pesadilla —Retirando el pegajoso pelo de mi
cara, me las arreglé para soltar una temblorosa risa—. No había tenido
una así desde hacía tiempo. Supongo que me la merecía, ¿eh?

La expresión de la mujer se tornó triste.

—Alguien como tú no debería tener pesadillas, Ángel. Deberías estar


disfrutando de tu vida en otra parte, haciendo bien a la gente. No
encerrada tras estas rejas —Suspirando negó con la cabeza—. Esta es
una de las peores cosas de mi trabajo: vigilar a una mujer inocente.

—No soy inocente, Peg. Maté a mi marido.

—Tal vez lo mataras, Ángel, pero estoy segura de que no lo asesinaste.


Me he leído los informes. Te estaba violando, ¡por el amor de Dios!

—Me violara o no, lo maté. La ley exige el pago de un castigo por ello, y
aquí estoy. Pero gracias por tu preocupación. Quiero decir que significa
mucho para mí saber que la gente se preocupa.

Pude ver una débil señal de enrojecimiento en su cara mientras


jugueteaba con las llaves enganchadas a su cinturón.

—De todas formas, ¿quieres salir ya? Es casi hora de arrancar un nuevo
día.
Me sentí a mí misma sonreír, indescriptiblemente contenta de que se
acabara la noche por fin.

—Suena genial.

El sonido de una llave entrando y girando la cerradura y un nuevo día


comenzó en el Pantano.

* * *

Tras forzarme a mí misma a bajar a desayunar, me dirigí a la biblioteca.


Corinne me saludó con una sonrisa e hizo un gesto hacia mi asiento
habitual, donde una torre de periódicos, algunos amarillentos por el
tiempo, esperaban mi revisión. Ante mi interrogante mirada, vino a mi
mesa, con un humeante té en las manos, y señaló con la cabeza la pila.

—Me he enterado de lo que pasó ayer —empezó a decir apoyando el


aromático té en la mesa—. Estuve pensando un poco en esa tal
Josephina, ya que Ice nunca me la había mencionado. Indagué un poco
y encontré algunas cosas interesantes. Échales un vistazo.

Me senté y sorbí un poco de mi té, que estaba definitivamente un paso


por delante de ese lodo de alcantarilla que en el Pantano llamaban café.
Tras parpadear el vapor de mis ojos, cogí el primer artículo, el cual, por la
fecha, era de sólo unos pocos días antes, y me estremecí. A mitad de la
primera página había una foto de una mujer muy familiar rodeada por
abogados trajeados con la mano elevada en frente de su rostro para
evitar las cámaras. El pie de foto decía: La mujer del capo de la Mafia
será trasladada al Pantano.

Revisando las columnas del texto, supe que Josephina también era
conocida como la Sra. Josephina Briacci, la mujer de Salvatore Briacci,
una figura de los bajos fondos de Pittsburgh. Al parecer, el señor Briacci
se había metido en diversos problemas de extorsión, impago de los
impuestos y cargos de conspiración por asesinato y había sido acusado
por el estado de Pennsylvania.

Leyendo un poco más, descubrí que Josephina se había negado a


testificar contra su marido. Aunque es ilegal obligar a una esposa a
declarar contra su marido, negarse a hacerlo hace que los fiscales estén
molestos. El periódico especulaba en una editorial de la misma edición,
que las acusaciones contra Josephina, como cómplice tras los hechos,
eran la leve venganza del Estado por su negación a hacerles la pelota.

Por lo general, la gente que dictaba el auto de instrucción pasaba su


tiempo como yo, en la cárcel del condado. El que ella hubiera sido
trasladada en plena noche a la prisión estatal, mientras esperaba la
fecha definitiva del juicio era definitivamente un misterio, uno que yo
estaba decidida a resolver.

Los otros periódicos tenían información sobre Salvatore Briacci y su


sindicato del crimen, pero decían muy poco sobre su esposa. Mi té
estaba frío para cuando terminé con el último periódico, sabiendo más
ahora sobre ese llamado mafioso de lo que nunca hubiera querido saber.
Estirándome, miré por detrás de Corinne, que había ido a su escritorio y
estaba hojeando algunos libros, con sus gafas en medio de su nariz.

—Bueno, esto me dice algo, en cierto modo.

Levantando la mirada, me sonrió, con sus cándidos ojos por encima de


sus gafas.

—No lo suficiente, sin embargo.

—Ni de cerca. ¿Cuál era su relación con Ice? No la viste, Corinne. Estaba
completamente devastada cuando Josephina murió. Era casi como si un
miembro de su familia hubiera muerto o algo así —No podía dejar de
temblar al recordar el lastimero grito y el ataque asesino de Ice contra
Cassandra.

—Bueno, nunca me ha hablado de ella, te lo aseguro —replicó Corinne,


bajando un poco la voz más de lo normal—. Sin embargo tengo alguna
idea sobre lo que fueron.

Crucé las manos sobre el montón de papeles que estaban frente a mí.

—¿Y qué fueron…?

—Bueno, una de las cosas que sí que sé, como ya te había dicho antes,
es que Ice estaba metida en una organización criminal cuando la
trajeron al Pantano. Nunca había oído su nombre relacionado con el de
Salvatore Briacci, pero todo su juicio se llevó en secreto, así que no
podemos descartar que tengan algún tipo de conexión. ¿Tal vez fue así
como se conocieron?

—Tal vez, pero me dijiste que la mafia se retiró cuando fue acusada de
asesinato. No tiene mucho sentido que fueran tan cercanas si Ice fue
traicionada por su marido, ¿no?

Corinne levantó una mano como quien se encoge los hombros.

—¿Quién sabe tratándose de Ice? Esa mujer es más cerrada que el


cinturón de castidad de una virgen.

Por segunda vez me atraganté con el ya congelado té. Había una


verdad sobre Corinne: conocía más refranes que nadie que yo
conociera. Nunca sabías qué iba a salir por esa remilgada y formal boca.
Evitando contestar, apoyé la taza en la mesa y moví preocupada el
periódico que tenía junto a mí con el pulgar.

—Me preguntó cómo estará.

—¿Ice? Supongo que bien. Se las arregló para meterse de vez en cuando
en problemas cuando creó las Amazonas. El agujero es casi como un
segundo hogar para ella —Corinne se recostó en su silla, se quitó las gafas
y sonrió—. Siempre ha preferido su propia compañía que la de otro ser
humano. No te preocupes por ella, mi pequeña Ángel. Estará bien.

Asintiendo con la cabeza, volví mi atención hacia mi mano, logrando que


el papel del periódico se descolocara más que guardarlo.

»¿Y tú? —preguntó mi amiga.

—¿Y yo qué?

—Bueno, me he enterado de lo que pasó ayer, obviamente. Ha tenido


que ser difícil para ti ser testigo de todo ello.

—¿De qué de todo? —le espeté—. ¿Lo de que Cassandra matara a


Josephina a sangre fría o cuando Ice casi la estrangula con sus propias
manos?

Evidentemente exaltada, Corinne me miró fijamente con la boca abierta


y parpadeando.

Suspiré largamente, dejando caer mis manos sobre la mesa desde la que
hablaba.

»Lo siento, Corinne, no te merecías que te hablara así.

Mi amiga sonrió de nuevo.

—No te preocupes, niña. Me he sobresaltado porque nunca te había


oído decir nada así.

—Bueno, nunca me has visto como testigo de un asesinato y de un intento


de asesinato en el espacio de media hora. Ha sido… duro —Me froté la
frente, intentando evitar el incipiente dolor de cabeza—. No es que haya
dormido muy bien esta noche y tengo la sensación de que esas pesadillas
van a tardar en irse.

—Me lo imagino —Se compadeció—. Vamos a algo más agradable.


¿Cómo están las cosas con Ice? Evidentemente ahora mismo están en
suspenso, pero me las arreglé para veros un poquitín ayer cuando
estabais en el patio —Su sonrisa se tornó astuta mientras me miraba
penetrantemente, esperando evidentemente, una respuesta. En su
defensa diré que nunca me preguntó sobre lo que yo llamaba el
incidente de las duchas—. Las dos parecíais estar muy… a gusto.

Intentando controlar el rubor de mi cara, asentí sin dejar de mirarla a los


ojos.

—Ahí estamos. Es un hueso duro de roer, pero podré con ella. De un modo
u otro.

Corinne asintió, cruzando los brazos sobre su amplio pecho.

—Si alguien en esta verde tierra del Señor puede hacerlo, mi pequeña
Ángel, esa eres tú.
Miré hacia ella, deseando estar tan segura y rezando a ese mismo Dios,
así como aquel que quisiera escuchar, por tener la oportunidad de
averiguarlo.

* * *

Los siguientes dos meses pasaron lentamente y rápidamente a la vez. El


invierno llegó finalmente, clavando sus heladas garras, levantando los
ánimos y desanimando los espíritus. Durante ese tiempo en el que la
gente del exterior se dedicaba a asar castañas en las chimeneas, a
podar árboles o a hacer muñecos de nieve, las que estábamos en el
Pantano nos dedicábamos a intentar mantener el calor y seguir con vida.
Desde que metieran a Ice en la celda de aislamiento, las tensiones
habían aumentado en la prisión. Montana había sido liberada bajo
libertad condicional finalmente a las dos semanas del incidente, lo que
había dejado a las Amazonas sin la eficacia de un líder.

Critter era una administradora genial, pero no tenía ese sentido


dominante del macho alfa que caracterizaba a Montana y a Ice. Pony y
Sonny no querían el puesto, prefiriendo su papel de guardianas mientras
el resto de las Amazonas, sinceramente, no tenían ni el mandato ni la
unión como para liderar a un grupo tan diverso como el de esas mujeres
con un mismo propósito común.

En especial, la banda de Derby comenzó a tantear el terreno,


moviéndose como un tiburón ante un débil banco de peces. Hasta ese
momento mis amigas parecían haber sido capaces de mantener la
situación a raya, pero parecía que existía una carrera para ver si eran
capaces de mantener en cintura al grupo de Derby antes de que
soltaran a Ice de su aislamiento.

Las otras bandas, envalentonadas por los aparentes éxitos de Derby,


comenzaron a hacerse notar, arreglándoselas para crear pequeños
disturbios que las guardias y las Amazonas apenas habían logrado
sofocar. En definitiva, fue un momento duro para todas.

Por lo que a mí respecta, seguí viviendo lo mejor que pude,


permaneciendo, en la medida de lo posible, dentro de la prisión. Mi papel
de proveedora de pequeñas y grandes cosas aumentó durante la época
de Navidad, logrando mantenerme lo suficientemente ocupada
mentalmente como para no pensar constantemente en la mujer que
debía pasar dos meses de su vida rodeada de oscuridad y soledad. Lo
único que tranquilizaba mis inseguridades era la confirmación de Corinne
de que Ice se sentía como en casa en ese agujero y que estaría bien.

Sin embargo yo no estaba bien. Me di cuenta de que la echaba


terriblemente de menos. Incluso en aquellos días que aún ni nos
hablábamos, sólo saber que ella estaba ahí me hacía sentir a salvo y
segura de una forma que nunca antes había sentido, incluso cuando
había sido libre. Esa conexión que aparentemente teníamos era algo de
lo que yo había llegado a depender hasta ser como una forma de vida,
y al mismo tiempo, un sentimiento de dependencia que me asustaba
hasta extremos insospechados, en momentos en los que debía pensar en
el camino debido para asentarme y centrarme. Era como despertar y
encontrar algo que nunca sabías que habías perdido, y por lo tanto lo
valorabas como lo más precioso que jamás hubieras tenido.

Para mantenerme ocupada en los días que parecían arrastrarme, me las


arreglé para mantener en orden la celda de Ice. Aunque no era una
experta en ningún sentido, mis conocimientos de bonsáis alcanzaban
como para mantenerlos vivos al menos.

Las primeras veces que hice el recorrido hasta su celda, me mantuve


precavida, con ojos y manos atentas, dedicándome sólo a los árboles y
nada más. Me negaba a inmiscuirme en un espacio tan personal, tan
ferozmente protegido y a la par tan querido por una mujer tan privada.

Una de las primeras cosas que noté fue que el rastrillo de los bonsáis, esa
pequeña adquisición que comenzó todas las cosas que habían
sucedido, estaba irregular y desgastado. Lo sopesé, sorprendida por su
escaso peso, repasando con mi pulgar el largo de la madera como me
imaginaba que hacía Ice silenciosamente frente a su pequeño jardín. El
pensamiento trajo una sonrisa a mi cara y silenciosamente comencé a
tararear mientras trabajaba con los árboles, tratando de mantenerlos lo
más saludables que podía. Me prometí a mí misma sustituir el rastrillo por
uno nuevo tan pronto como pudiera.

Mi resolución de dejar todas las cosas tal cual estaban, sin embargo,
cambió cuanto más pasaba por su celda. La tentación de echar un
vistazo alrededor era demasiado grande y solté tanto ojos como mente
mientras trabajaba en los bonsáis. Mi mirada se desvió de los árboles a los
mapas, que no habían cambiado desde la última vez que había visto a
Ice allí, hasta la ordenada hilera de libros de la pequeña litera.

Un día, finalmente renuncié a toda pretensión de permanecer


indiferente, y me acerqué a sus libros como si fuera un señuelo. Inclinando
mi cabeza para ver los lomos, vi las obras completas de Solzhenitsyn, cosa
que no me sorprendió. Bajo éste había un libro de mitología antigua que
estaba justo encima de las duras tapas de los textos de ingeniería química
y aeronáutica respectivamente. Sacudí mi cabeza con asombro mientras
mis ojos seguían vagando por los títulos.

—Libros intelectuales —susurré incrédula—. Lee libros para intelectuales.

A diferencia de las colecciones que había visto de otras internas, y


sabiendo de memoria el sistema de salida de la biblioteca, me sorprendió
no ver alguna novela de tórridos romances en la pila de libros. Destroza-
corpiños como solía llamarlas mi madre, apasionada de este género. Mi
padre bromeaba a menudo con que se las arreglaban para mantener a
los bufones en el negocio gracias a sus ávidas lecturas.
La mayor sorpresa, con diferencia, fue la copia completa de Tao Te
Ching, escrita en su idioma original. Para mí era una hazaña magistral de
conocimiento el leer esa obra, mucho más entenderla y más allá
reflexionar sobre ella. Pero por los borrosos pliegues del lomo, el libro de
Tao parecía ser un libro al que ella volvía a menudo.

Tomándolo con cuidado de no mover la meticulosa pila, saqué el libro


de su lugar, mirando la criptograma de las portadas y rozando con mi
dedo el lomo. Tras un largo momento, abrí el libro, sorprendiéndome
cuando un pequeño papel cuadrado se deslizó por la cubierta y cayó al
suelo boca abajo. Dejando el libro sobre la cama me agaché y le di la
vuelta, decidida a no abrirlo si parecía ser algo importante.

Mi decisión duró dos segundos.

Lo que tenía entre mis manos era la fotografía en blanco y negro de tres
personas y un perro. El hombre, alto y fornido, era increíblemente guapo.
Su oscuro peinado iba hacia atrás, con un rostro cincelado y un fino
bigote al estilo de Clark Gable. Vestía un conservador traje oscuro, una
brillante camisa y una estrecha corbata. Junto a él, con un brazo sujeto
al suyo, estaba una mujer absolutamente magnífica. Alta y exótica,
mostraba un peinado al estilo Jackie Kennedy con un pequeño sombrero
encima del mismo. Llevaba un traje de falda de color claro, con guantes
blancos y un bolso agarrado a la mano. Su mano libre descansaba sobre
el hombro de una joven que reconocí al instante como Ice. Vestida con
lo que parecía un jersey a cuadros escoceses, medias hasta la rodilla y
zapatos de charol, con su largo pelo cayendo sobre los hombros, pude
fácilmente ver a primera vista la que evidentemente iba a convertirse en
una gran belleza con sus hermosos rasgos. Pero lo que más me
impresionó, de hecho lo que hizo que mi corazón se encogiera en mi
pecho, fue esa radiante sonrisa de su rostro y su inocente y confiada
felicidad en aquellos ojos color claro. En ese momento, deseé más que
nada en el mundo poder traspasar esa fotografía, arrodillarme, y mirar de
frente a ese abierto y honesto rostro de la Ice que una vez había sido.

No me di cuenta de que estaba llorando hasta que una lágrima cayó en


la imagen, haciendo que los rasgos de un enorme y negro pastor se
ampliaran bajo el salado líquido. Ice tenía el grueso cuello del perro
atrapado en un fuerte abrazo y la cámara había congelado para
siempre esa lengua rosácea a apenas unos centímetros de la joven.

Restregándome las lágrimas y limpiando con sumo cuidado la preciosa


foto con la manga de mi uniforme, la miré una vez más durante un largo
e intenso momento. Tendiendo mi mano con un dedo tembloroso, rocé
suavemente el congelado flequillo del rostro de Ice, sonriendo levemente
ante la amplia sonrisa que me dirigía.

—Esta parte de ti está ahí, Ice. En alguna parte. Y te ayudaré a


encontrarla de nuevo. Te lo prometo.

* * *

Esa noche, mientras estaba tumbada en mi cama, mi cabeza era atraída


continuamente hacia la fotografía y la sensación de melancólica
felicidad que imbuía en mí. No era sólo el pensar en la expresión de la
cara de una joven Ice, sino también el evidente amor que su familia tenía
hacia ella. Y eso me hizo pensar en mi propia familia y mi lugar en ella.

Al leer estas últimas líneas, me doy cuenta de que no te he contado


mucho, querido lector, sobre mi propia familia, aparte de algunos
refranes que mi madre solía decir y poco más. Supongo que ahora es tan
buen momento como cualquier otro para corregirlo.

Yo fui lo que se dice la cría que cambió sus vidas. Mis padres eran muy
creyentes y trabajaron muy duramente para intentar tener y criar una
familia numerosa de acuerdo con las enseñanzas de la iglesia. Cada mes
pensaban y planificaban estrictamente ese irrisorio método del ritmo de
los intentos, y cada mes no funcionaba. Cuando el sistema reproductivo
de mi madre finalmente decidió entregar su alma, lo que ella pensó que
debía ser la menopausia, nueve meses más tarde, aparecí yo.

Mi padre, que siempre había querido un niño al que dejar su nombre y su


legado, se quedó profundamente decepcionado cuando le presentaron
a una niña llorona en su lugar. He oído decir que en otras familias, los
padres de este tipo dejaban a un lado el género y simplemente criaban
a sus hijas como hijos.

No fue mi caso.

Nacida en una familia repleta de las más arcaicas tradiciones, fui criada
tan remilgada como una chica debía ser. Vestidos de volantes cortados
cuidadosamente por debajo de la rodilla, para no tentar que los chicos
se arremolinaran a mi alrededor, pantalones y zapatos de charol blancos,
cintas y lazos, todo ello era mi uniforme diario. Cocinar, coser y aprender
a ser una apropiada mujer eran todas mis lecciones; mi madre y sus
amigas, mis profesoras.

Odié cada momento.

Mientras los niños de los vecinos montaban en bicicleta, construían


cabañas en los árboles, jugaban a la guerra y a juegos de niños, yo
estaba en casa estudiando las partes más importantes de hornear
magdalenas y que éstas se airearan y salieran perfectas a tiempo. Una y
otra vez. Y otra vez.

Los libros fueron el único refugio en mi aburrido mundo. Leía con


voracidad, perdiéndome en los mundos de fantasía de Nancy Drew y los
mellizos Bobbsey, resolviendo los misterios del enciclopédico Brown antes
que él mismo, y así más y más. Los libros eran mi isla; mi puerto seguro en
medio de un mundo de confusión.
Mi padre y yo nunca fuimos cercanos. Cuando quise cariño y
aprobación, sólo encontré frialdad. Le quería con desesperación, y sé
que él me quería a su manera, pero nunca fuimos cercanos.

Sé que les rompí el corazón el día que me fugué, y les destrocé


irreparablemente cuando acabé con la vida de Peter. Desde su muerte,
sólo nos hemos visto un par de veces. Una fue el día que me juzgaron.
Recuerdo que me quedé en shock al ver lo mucho que habían
envejecido en tan poco tiempo. O tal vez ellos siempre habían sido así de
viejos y simplemente los veía por primera vez con ojos adultos. La última
vez fue dos años antes de estas líneas, y sólo vi a mi madre. Vino para
decirme que mi padre había fallecido un mes antes y que se mudaba a
Phoenix para vivir con su hermana menor.

Aunque nos reunimos en la sala de visitas, sin nada entre nosotras salvo el
tiempo y la fría reserva, ni siquiera me tocó una vez, ni me miró realmente
a los ojos. Cuando le dije que la quería, no me respondió. Supe entonces
que yo estaba tan muerta para ella como su marido. Eso debería
haberme destrozado el corazón, pero no lo hizo. Por fin había madurado
lo suficiente como para darme cuenta de que a veces la familia que
creas es más importante que la familia en la que naces.

Y eso es más que suficiente para mí.


Capítulo 6

T
res semanas más tarde, una vez más me encontraba en la biblioteca,
aunque esta vez estaba rodeada de Amazonas. Amazonas
magulladas y maltratadas, para ser exacta. La prisión había
explotado en un frenesí de violencia, cada vez más grande y destructivo.
Pony tenía un brazo en cabestrillo y todos sus dedos hinchados, y Sonny
lucía un ojo morado en consonancia con su nariz rota. Sólo Critter parecía
haber salido relativamente indemne.

—Alguien tiene que hablar con ella —dijo Pony haciendo una mueca
mientras se estiraba—. No podemos mantener la posición por más tiempo
y los guardias tampoco. El Alcaide parece estar ensimismado, el idiota.

Varios pares de ojos se volvieron hacia Corinne, que levantó las manos.

—A mí no me miren, señoras.

Los ojos se volvieron hacia mí, suplicantes. Negué con la cabeza


lentamente.

—Creo que no, chicas. No ha vuelto a salir de su celda ni una sola vez
desde lo que pasó. Ya visteis lo que parecía, mitad muerte y tres cuartos
de locura. Lo he intentado dos veces ya y casi consigo que me arranque
la cabeza de un mordisco en ambas ocasiones. Tal vez alguien más
debería intentarlo.

—Vamos, Ángel. Le calmaste tras la pelea con Cassandra. Eres nuestra


única esperanza. Si Ice no vuelve en sí pronto, todas vamos a estar en un
mundo de dolor —Los ojos oscuros de Critter perforaron los míos—. Sabes
que es verdad, ¿no? La necesitamos. Y necesitamos llegar a ella.

Asentí bajo el peso de su mirada, suspiré, luego asentí a mi asentimiento.

—Está bien, pero si no vuelvo a bajar en unas pocas horas, recuerda que
no quiero un visionado de mi vida en mi funeral, ¿de acuerdo?

La sensación de alivio en la sala era palpable y Critter agarró mi mano


cuando me puse de pie.

—Puedes hacerlo, Ángel. Eres la mejor


—Sigue diciéndolo, Critter. Tal vez un día empiece a creerme que es
verdad.

Girando sobre mis talones, con el peso de sus esperanzas descansando


fuertemente sobre mis hombros, me fui de la seguridad de la biblioteca.
Una vez más, era una mujer con una misión.

Comencé mi camino subiendo escaleras y bajando la pasarela, asustada


por lo que iba a encontrarme. El día que liberaron a Ice del aislamiento
fue horrendo para mí. Igual que una adolescente que esperaba su
primera cita, me pasé el día en anticipación nerviosa, arreglando mi
cabello y presionando las arrugas de mi uniforme tantas veces que me
gané las burlas de Corinne y algunas otras por mis hábitos.

Cuando por fin la vi esa tarde, ella estaba prácticamente apoyada en


los firmes agarres de Sandra y otra guardia que no reconocí. Había
adelgazado. El uniforme le colgaba como si fuera un saco. Su piel era
casi blanca como la nieve y su cabello, el que una vez fue una lujuriosa
melena, ahora era frágil, enmarañado y sin vida. Su hermoso rostro lucía
una multitud de heridas y llagas alrededor de la boca y sus ojos, estaban
totalmente desprovistos de cualquier chispa, cualquier signo de vida
interior. Estaban rodeados por profundos huecos y círculos de marrón más
oscuro.

Casi gimiendo, caminé hasta el trío, llegando a tocar esta presencia bajo
la apariencia de mi amiga. De hecho, flaqueó en su camino y grité.
Sandra tristemente sacudió la cabeza, empujándome suavemente al
pasar, en dirección a las escaleras. Llena de horror, me di la vuelta y corrí
a la biblioteca, abrazando a Corinne, tan pronto como la vi.

Había estado en la celda de Ice dos veces desde entonces, las dos veces
fui recibida por los gruñidos, medio enloquecidos del animal en que mi
amiga se había convertido.

Desde entonces, yo había hecho viajes regulares al puesto de vigilancia


de las guardias y la enfermería, exigiendo respuestas. No me
proporcionaron ninguna, salvo el hecho de que el tiempo que Ice había
estado en aislamiento no había ido como se esperaba. Cuando
pregunté por qué estaba en el estado en el que sin duda estaba, fui
ignorada.

Y ahí estaba yo, intentándolo una vez más.


Mientras me movía hacia abajo por las pasarelas, me sentí atraída por el
sonido de un zumbido suave. La melodía era triste pero melódica y atrajo
al aguijón de las lágrimas a mis ojos. Cuando entré a través de la puerta
abierta de la celda, me di cuenta de que Sandra estaba sentada en la
cama al lado de Ice, sosteniendo su mano y acariciando su pelo. En el
suelo junto a la cama había una bandeja de comida a medio comer y
por la calidad de la comida, supuse que no había salido de la cocina de
la prisión.

Ice estaba sentada en la cama, con la espalda contra la pared, con la


cabeza gacha y la mano libre en su regazo, repetidamente apretaba el
puño y luego lo relajaba, sólo para apretarlo de nuevo. La suave melodía
de Sandra llenaba el aire. Cálidas lágrimas escaparon de mis ojos y llevé
mi mano a la boca para disimular el sonido de mi llanto.

El zumbido se desvaneció cuando la cabeza de Sandra se levantó. Al


verme allí de pie, sonrió.

—¡Ángel! Vamos Ice, mira. Ángel está aquí —Cuando Ice no respondió,
Sandra me hizo señas para que me acercara más—. Venga, siéntate en
la cama junto a ella. Cógele la otra mano. Sus uñas están haciendo polvo
la palma de su mano.

Haciendo lo que ella me pidió, entré con cautela y cubrí el resto del
camino de la celda, luego me senté en la litera. Extendiendo la mano,
agarré la mano libre de Ice y, lo más suavemente que pude, introduje, en
el puño apretado, mis dedos a través de los suyos, mucho más largos.

¡Dios, su mano estaba fría como una tumba! Ya que su calor siempre me
había incendiado abriéndose paso hasta mi alma, esta frialdad era
aterradora. Podía sentir pequeños puntos de sangre donde nuestras
manos se encontraron, los únicos puntos de calor en nuestro cuerpo
unido. Miré como pude sus ojos, pero no había nadie mirándome.
Temblando, miré más allá de mi amiga, encontrando la mirada
compasiva de la guardia.

—¿Cómo está?

—Un poco mejor. Por lo menos ha comido algo esta vez. Soy la primera
en admitir que no soy la mejor cocinera del mundo, pero cualquier cosa
es mejor que la bazofia que nos dan de comer aquí.
Mirando hacia abajo a la bandeja, sólo pude asentir en un gesto. Por lo
menos los elementos del plato eran fácilmente identificables, que era
más de lo que se podía decir sobre la versión de la prisión de los alimentos.

»De todos modos, estaba contándole cuando Diane entró…

—¿Diane?

Sandra sonrió.

—Mi hija. Ice le salvó la vida. ¿No es cierto? —Cuando Ice no respondió,
la guardia me miró de nuevo—. Mi marido era un oficial de policía que
fue asesinado en el cumplimiento del deber cuando Diane tenía seis
años. Desde entonces tuve que trabajar para mantener un techo sobre
nuestras cabezas y comida sobre la mesa. La dejaba en casa de mi
madre antes de ir a la escuela y la recogía después de salir de trabajar.
Todo salió bien durante un tiempo, pero mi madre es mayor y un poco
frágil.

Suspirando, se acomodó en la cama y agarró la mano de Ice con más


fuerza.

»Cuando Diane se hizo mayor, se metió en multitud de problemas.


Pequeños vandalismos al principio, luego robar en las tiendas, luego las
drogas. Mi madre no dijo nada hasta que fue demasiado tarde. Yo
llegaba a casa tan cansada cada noche que no vi las señales, aunque
debería haberlo hecho —Suspiró de nuevo—. Entonces ella se involucró
con una banda y yo recibí una llamada de la comisaría de policía un día,
mientras estaba en el trabajo. Parecía que había ido a robar a una casa
y se había quedado atrapada con el resto de sus compinches. Lo que
era el colmo. La policía acordó retirar los cargos, pero yo sabía que
necesitaba ayuda. Así que me la traje aquí. Era la primera vez que veía
el interior de una prisión real. Ice se ofreció a ayudar. Cogió a Diane en
una habitación pequeña en la sala de visitas durante aproximadamente
una hora. Cuando mi hija salió, ella se parecía mucho a la Ice de ahora.

Sandra rozó suavemente los mechones de la cabeza de Ice


nuevamente, sonriendo con ternura a mi amiga.

—Aunque ninguna de las dos jamás ha hablado de lo que pasó en esa


habitación, Diane nunca más volvió a las andadas —Su sonrisa se volvió
orgullosa—. Ahora está en Stanford, cursando el segundo año y sacando
las mejores calificaciones.

—¡Sandra, eso es maravilloso!


—Sí, lo es. Y se lo debo todo a esta mujer de aquí. Cuando Diane oyó que
Ice había sido enviada de vuelta a prisión estaba devastada. Seguía
diciendo que no debería haber sido así, que ella podría haber hecho
algo para evitarlo, para ayudar a Ice como Ice la ayudó.

—No es culpa suya...

Ambas alzamos nuestras cabezas al escuchar la voz ronca, casi


irreconocible.

—¿Ice ? —preguntó Sandra asombrada—. ¿Has dicho algo?

—No es culpa suya... —Ice repitió con los ojos aún huecos y su boca
trabajando para formar palabras—. Es mi culpa. No la suya.

Mis lágrimas, que habían dejado de caer durante la historia de Sandra,


reanudaron su curso por mi cara. Abrumada, lo único que podía hacer
era levantar la helada mano entre la mía y elevarla a mis labios,
rozándola con el más suave de los besos contra los nudillos de Ice.

—Gracias a Dios que estás de vuelta —susurré a través del velo de mis
lágrimas.

Justo en ese momento, el sonido de una explosión sorda se filtró hasta


nosotras, seguido del grito perforante de una interna. Las campanas de
alarma sonaron a continuación, la sirena que llamaba a las armas
resonaba con un eco estridente a través de todo el edificio. Luego, como
un tsunami, vino el creciente sonido de ovaciones de internas triunfantes.

Con una maldición entre dientes, Sandra, aunque a esa hora estaba
fuera de servicio, saltó de la cama y agarró su porra. Salió corriendo a la
pasarela y miró hacia abajo, luego se volvió hacia nosotras con un leve
indicio de miedo en sus ojos.

—¡Es un motín! —gritó para hacerse oír por encima de los sonidos de gritos
y la alarma. Corrió de vuelta a la celda, puso una mano en mi hombro—
. Cuida de ella. Apuesto mí sueldo a que Derby está detrás de esto y este
es el primer lugar al que va a venir.

—Bueno, bueno, bueno —dijo una voz áspera detrás de nosotras—,


parece que la pequeña jefa de guardias tiene cerebro después de todo,
¿verdad chicas? Mejor paga tu apuesta ya. Estoy segura de que no
necesitarás el dinero después de que hayamos terminado contigo.

Sandra y yo volvimos la cabeza para ver a Derby y a cinco de sus


compinches de pie fuera de la puerta de la celda de Ice, todas armadas
hasta los dientes. Derby se había apropiado de la porra de una guardia
y estaba rítmicamente golpeando un extremo en su palma mientras nos
sonreía maliciosamente.

—Siempre supe que había algo entre usted y Madame Ice, Sandra. Lo
que no sabía es que te lo hacías con la dulce Ángel también —Su mirada
chispeante se volvió hacia mí—. Dime, Ángel, ¿te gustó robarle la guardia
a Ice? ¿Ella te hace gritar tanto como lo hace Ice? —Echando hacia
atrás la cabeza, Derby aulló al techo mientras sus amigas sonrieron y se
golpearon unas a otras como chicos adolescentes.

Con eso fue suficiente. Salí disparada de la cama como si mis pantalones
estuvieran en llamas, sólo para ser detenida por Sandra.

—No. Yo me encargo de esto. Tú mantén los ojos en Ice, ¿de acuerdo?

Aunque consideré deshacerme de su agarre, calmé mi temperamento y


asentí por fin. Sonriendo un poco, ella me apretó el brazo en un gesto que
me recordó mucho a Ice.

—Buena chica.

—Sí, escucha a tu amante, niña. Vigila a la pobre Ice, ¿quieres? La quiero


en perfectas condiciones cuando venga a romperle su jodido cuello.

Con eso, Derby levantó la porra por encima de su cabeza y entró en la


celda. Sandra se giró rápidamente hacia abajo para esquivar el golpe.
El sonido de la madera golpeando llenó la habitación y la guardia gruñó
por el escozor del contacto, pero se negó a ceder.

Reuniendo sus fuerzas, Sandra empujó a Derby de vuelta fuera de la


celda, luego se movió hacia adelante para bloquear la entrada con su
enorme cuerpo. Me senté en la cama, agarré la mano fría de Ice y
observé con atención.

Era un poco extraño estar protegiendo a una mujer que siempre había
estado protegiéndome a mí. Pero al mismo tiempo, también me sentía
muy bien, como si estuviera en otro momento, en algún otro lugar, y yo
ya hubiese hecho exactamente lo mismo. Me pregunté, brevemente, por
qué Sandra no se limitaba a cerrar la puerta con nosotras en el interior,
pero el siguiente impulso del arma de Derby sacó ese pensamiento de mi
mente cuando Sandra se volvió atrás un paso. Miré rápidamente a Ice
tratando de medir su reacción a la pelea, pero me encontré mirando a
los ojos de una mujer perdida una vez más.
Sandra logró sacar a Derby de nuevo fuera de la celda, manteniendo
alejadas de su cuerpo las porras de todas sus atacantes. Derby recibió un
cuchillo de una de sus subordinadas y empujó hacia adelante, tratando
de romper las defensas de Sandra. Respirando pesadamente, Sandra
logró bloquear cada golpe, pero me di cuenta de que estaba cansada,
sobre todo cuando las demás miembros de la banda comenzaron a
meter la punta de sus porras través de los barrotes, golpeándola con ellas.
Sin embargo, ella mantuvo su posición valientemente, usando su porra
estrictamente para defensa al tratar de evadir tantos golpes como pudo.
Su cabello se mojó con el sudor y pude ver la sangre de varios pequeños
cortes que comenzaban a brotar en sus manos agitadas y los brazos.

Cuando Derby empezó a cansarse, una de sus compinches intervino,


navaja en mano, y comenzó un fuerte ataque contra la guardia,
anotando varios golpes en rápida sucesión. Podía ver fácilmente que los
bloqueos de Sandra eran cada vez más descuidados mientras la
incesante presión seguía llegando en forma de presas armadas.

Por último, el grupo se reunió detrás de la reclusa líder y la atacaron en


masa, obligando a Sandra a retroceder hasta la puerta y tras ella a la
celda, todavía balanceando sus cuchillos de la cafetería con furia
desenfrenada. Las piernas de Sandra se debilitaron y cayó contra mí, su
propia porra cayó de su mano de repente sin vida.

Vi mi oportunidad y la tomé, recogiendo el testigo que caía antes de que


pudiera tocar el suelo. Al encontrarme cara a cara con Derby, mirando
de reojo, giré la porra y luego la dejé caer con fuerza sobre la mano que
sostenía la navaja. La sólida madera, pulida y agrietada golpeando con
fuerza en su muñeca sin protección, hizo que dejase caer el cuchillo
mientras aullaba y acunaba su brazo. Siguiendo adelante con el golpe,
golpeé a otra interna en el pecho. Su aliento jadeantemente expulsado,
echó hacia atrás mi pelo y le di una patada lanzándola lejos de mí,
logrando atrapar a otras dos mujeres con el movimiento.

A medida que las miembros de la banda restantes formaron un


semicírculo cautelosas a mi alrededor, me atreví a echar un vistazo rápido
hacia abajo a Sandra, que había logrado ponerse de rodillas y sacudía
la cabeza para despejarse.

—¿Estás bien?

—Sí, estoy bien —Parecía aturdida y su rostro estaba pálido.

—Quédate cerca de Ice. Yo me encargo de estas idiotas.


—Claro que sí, niña —gruñó Derby, agarrando otra porra de una de sus
secuaces y viniendo hacia mí con golpes zurdos incómodos. Desvié cada
embestida con bastante facilidad, devolviéndole el golpe y bailando
fuera de su alcance cuando no podía. Era muy consciente de que tenía
que mantener a Ice y a Sandra a mi espalda en todo momento y eso
limitaba lo que podía hacer.

Otra mujer trató de golpearme con otra porra, pero yo esquivé el golpe
fácilmente, el movimiento me produjo una sensación más natural de lo
que debería ser. En el giro rápido, me las arreglé para coger a otra mujer
por debajo de la barbilla, echándole la cabeza hacia atrás y enviándola
al país de los sueños.

Oí el silbido una fracción de segundo antes de sentir el golpe. La porra de


Derby descendió en la coyuntura de mi cuello y el hombro, al instante
sentí mi brazo inútil y entumecido. Mi propia arma cayó y una patada me
envió a Sandra, que se derrumbó contra la cama conmigo en sus brazos.

Derby estaba sobre nosotras, en un instante, apartando a las otras


atacantes en su ansia por ser la que acabase con nosotras. Su mano se
cerró en un puño y la retiró como una catapulta, sonriéndome
ferozmente mientras lo hacía.

—Esto me va a hacer sentir taaaan bien, pescadito.

Tratando de sentarse detrás de mí, Sandra cubrió inadvertidamente mis


brazos a mi lado. Todo lo que podía hacer para evitar ser golpeada en la
cara era agachar la cabeza y esperar que Sandra tuviera la misma idea.

No lo hizo.

Cuando el puño de Derby salió disparado hacia adelante, me agaché


hacia la izquierda y oí crujir de inmediato el impacto de unos nudillos al
romper una nariz. Se había convertido en un sonido que acabé
conociendo bien durante mi estancia en El Pantano. Mientras Sandra
gemía de dolor, subí las rodillas a mi pecho y luego las lancé hacia la
pesada tripa de Derby.

Por desgracia para mí, fue en ese momento, que rara vez salía, que
decidió aparecer el gen rápido de Derby. Me agarró de los tobillos a
centímetros de su vientre y sonriendo maliciosamente, tiró con fuerza.
Hice una mueca cuando mi rabadilla golpeó en el suelo. Mirando hacia
arriba, me quedé mirando el mar de rostros que me rodeaba. Todos
estaban mirando hacia abajo, a mí, con miradas maliciosas, ávidas.
—Mira esto Srta. Altiva y Poderosa, ya no te ves tan especial, ¿verdad
chicas?

Las otras mujeres se rieron y se dieron codazos entre sí.

—¡Eh! Derby —habló una—, ¿por qué no dejas algo para nosotras antes
de que acabes con ella?

—¡Sí, Derby! —Intervinieron otras—, ¡deja algo para nosotras!

No había forma de que aceptara esto sin chistar, por así decirlo. Así que
haciendo palanca con la parte superior de mi cuerpo hasta mis brazos,
usé un pequeño movimiento de torsión que Montana me había
enseñado antes de que le dieran la condicional, luego, usé el impulso
para saltar sobre mis pies. Con los puños sólidamente cerrados, propiné
un rápido golpe uno-dos a la barriga de Derby, lo que hizo que se doblara
y jadeara en busca de aire. Cuando ella estaba así, levanté la rodilla,
sacándole una mueca de dolor cuando chocó con su frente, enviado su
cuello hacia atrás.

Sus compinches estaban sobre mí en un segundo y aunque luché como


una mujer poseída, me redujeron enseguida debido al gran número que
tenía en contra.

De pie otra vez, Derby trajo su gran cuerpo a escasos centímetros del mío,
inclinando mi cabeza hacia arriba con una mano carnosa.

—Ya sabes, te iba a reservar para echar unas risas, rubia. Pero ese
pequeño movimiento sólo te hizo ganar un billete al infierno. No te
preocupes por no decir adiós a tu amante. Ella se reunirá contigo allí en
breve.

Debería haber estado aterrorizada. Cualquier persona en su sano juicio


lo habría estado. En su lugar, todo lo que podía sentir era un pozo sin
fondo de furia helada que adormecía el lugar donde mi corazón debería
haber estado.

Inhalé profundamente por la nariz, reuní como pude la humedad que


quedaba en mi boca y escupí a mi verdugo, enseñando los dientes en
una sonrisa cuando le pegó justo debajo de uno de los ojos saltones.

—Vete a la mierda.

Rugiendo incoherentemente, Derby apretó mi mandíbula con tanta


fuerza que estaba segura de que iba a agrietarse bajo la presión. Con la
mano libre, se limpió la saliva de la mejilla, luego utilizando el impulso del
gesto me dio un revés en la cara. Dejé que mi cabeza rodara con el
golpe, me volví hacia ella, y permití que una sonrisa oscura se difundiera
por mis labios.

—¿Eso es lo mejor que tienes, Derby? Y yo que pensaba que eras dura.

No me preguntes por qué estaba agitando una capa roja ante un toro
furioso, porque con toda honestidad, no tengo ni idea del por qué. Era
como si supiera que iba a morir en ese momento, allí mismo. Y no quería
acabar como una cobarde. Algo primordial y oscuro lamió mis tripas, y el
sentimiento me aterrorizó. Pero en cierto modo, me sentía muy bien. Era
estimulante y aterrador. Sin embargo, estaría mintiendo si no admitiera
que una parte profunda y oscura de mí misma estaba suplicando,
arrastrándome sobre mis rodillas, para que Ice o incluso Sandra salieran
de sus respectivos estupores para sacarme del profundo agujero que
acababa de cavarme yo misma.

La mano de Derby volvió a la mandíbula, y luego la fue arrastrando casi


sensualmente por la línea del cuello. Su sonrisa, aunque depredadora,
era casi triste.

—Siempre me gustó un buen ahogo, pescadito. Así es como he matado


a tres de mis “amigas”, ya sabes. Eso... significa... algo para mí, si
entiendes lo que quiero decir. Me molesta que impidas que Ice maneje
a Psycho a su manera. Realmente me molesta. Y odio que me cabreen,
¿verdad, chicas?

No tuve que mirar para ver que las mujeres que me rodeaban asentían.

»Bien. Así que, imagino que ya que tú te alejas de mí, yo tendré que
alejarme de ti.

Sus dedos se cerraron espasmódicamente alrededor de mi cuello,


cortándome el aire y el suministro de sangre en un latido del corazón. Un
latido que podía sentir que luchaba por empujar la sangre a través de mi
cerebro. Oscuras manchas en círculos tentadores aparecían ante mis
ojos, incitándome a unirme a su danza macabra.

»Ya sabes, es increíble lo bien que un cuello se siente bajo los dedos,
pescadito. Todo agradable y caliente. Vida golpeando, cada vez más
débil y más débil cuanto más tiempo pasa. Tu cara se pone realmente
de color rojo intenso, luego morado y tus labios se vuelven azules. Tus ojos
se ponen un poco saltones y miras todo asustado. Realmente me gusta.
La oscuridad debida a la falta de oxígeno llenó mi visión y me encontré
dando la bienvenida a su presencia. Traté de levantar los brazos, pero los
encontré inmovilizados contra mi cuerpo por una fuerza que no era
capaz de romper. Moverme no parecía ser tan importante ya.

A lo lejos, pude sentir la mano libre de Derby arrastrarse lentamente hacia


abajo sobre la parte delantera de mi cuerpo, luego apretando uno de
mis pechos. El dolor lo registré como muy débil, casi sin importancia. Sus
labios se movían lascivamente, pero el sonido de sus palabras se perdió
en el zumbido de mi cerebro.

Recuerdo que trataba de pensar en algo, algo que parecía muy


importante. Pero mi resolución se perdió, empañada por el toque de
clarines del sueño, de la paz.

Mis ojos empezaron a cerrarse entregándose a la llamada urgente. Me


sentí caer y recuerdo que pensé que la muerte no era realmente tan
mala después de todo. Era una especie de paz, en realidad.

Hasta el aire que se apresuró a regresar a mis pulmones jadeantes se vio


obligado a salir otra vez por el peso de un cuerpo increíblemente pesado
que se derrumbó sobre mí.

Parpadeé rápidamente contra un dolor de cabeza que gritaba por mí


con la velocidad a la que la sangre entraba precipitadamente en mi
pobre cerebro. Luego miré a los ojos de mi salvadora, que en ese
momento parecía un demonio salido de los más profundos abismos del
infierno, el pelo y los ojos desorbitados, con los dientes desnudos en un
gruñido primitivo.

Al darme cuenta de que todavía estaba entre los vivos, empecé a luchar
contra el peso que me mantenía en el suelo, un peso que se fue de
repente cuando mi oscura vengadora se agachó y tiró de Derby y de mí,
echándola a un lado sin más esfuerzo que una brizna de hierba en el
viento. Se agachó de nuevo y me arrastró por mis pies. Entonces, después
de mirarme con esa penetrante mirada, se volvió y me dejó pegada a
Sandra, que había logrado recuperar la conciencia durante mi viaje al
callejón de la asfixia.

—Vigílala —Ice graznó antes de lidiar con las reclusas que se estaban
aglomerando. Se convirtió en puños y furia, golpeando a la reclusa
después de caer en la dolorosa inconsciencia y lanzándola fuera de su
celda, desplomándose en tierra contra el verde de la pasarela
La miré, a salvo dentro de la seguridad de los fuertes brazos de Sandra
mientras luchaba por recobrar el aliento que había perdido. Cada vez
que una de las oponentes de Ice se acercaba a la larga mesa donde
estaban sus preciosos árboles, me estremecía, pero ella siempre se las
arreglaba para machacar a la basura antes de que pudieran hacer
algún daño.

Huesuda, delgada y pálida, aún poseía una fuerza que yo nunca había
visto en nadie. Las reclusas volaban como las muñecas con la fuerza de
sus golpes, acumulándose fuera de la puerta de la celda en montones
desordenados. Se movía a la velocidad de una estrella fugaz, siempre
desviando el golpe una fracción de segundo antes de que fuera a
establecer contacto.

Esta mujer que parecía un espectro de muerte, se quedó en silencio,


cumpliendo sus obligaciones con calma, incluso la respiración, pero llena
con la furia de la pasión que ardía en sus ojos, como si el Dios del castigo
hubiera bajado a la tierra.

Agarrando a la última de las advenedizas de la parte posterior del cuello


y de la cinturilla de sus pantalones, Ice tiró a la mujer en la pila viviente
que había hecho, y luego, siguió secándose las manos casualmente en
su mono. Apartándome de Sandra, corrí tras Ice, todavía jadeante por mi
encuentro cercano con el más allá. Desde mi lugar a su lado, podía ver
a Derby que luchaba por salir de debajo de la pila de mujeres golpeadas,
su rostro estaba rojo por su frenético esfuerzo.

Sin pensarlo, puse la mano en la espalda de Ice. Ella se dio la vuelta, sus
ojos todavía estaban llenos de rabia, y levantó la mano preparándose
para golpearme. Nos quedamos paralizadas durante unos segundos, solo
mirándonos. Yo la miraba sin poder hacer nada, esperando a que alguna
chispa de cordura o de humanidad oscureciera aquellos ojos árticos.

Un ruido apagado a nuestra izquierda y ella parpadeó y se volvió,


empujándome cuidadosamente detrás de ella. Su delgado cuerpo
estaba lleno de energía y me sentía como si estuviera de pie junto a un
cable de alta tensión, con el vello de los brazos y bajo la nuca erizándose.

Desde detrás de su ancha espalda aún podía ver lo que parecía ser un
ejército de internas que se acercaban hacia nosotras. Hubo otro sonido
a la derecha y, mirando hacia atrás, vi el mismo ejército viniendo desde
el otro lado.

—Ohhhh mierda.
La cabeza morena se volvió fraccionadamente, y juraría que vi el
comienzo de una sonrisa en su pálido rostro.

—Sólo quédate detrás de mí todo el tiempo —Su voz era ronca y


susurrante por falta de uso, pero para mí, era la más bella melodía del
mundo.

—Ya estoy ahí —Después de lo que acababa de ocurrir entre nosotras,


nunca sabré lo que me poseyó para poner una mano en su cadera, pero
me alegré de hacerlo, porque ella se acercó y le dio un rápido apretón
antes de liberarme.

Su brazo salió disparado rápidamente y empujando la puerta de la celda,


encerró a Sandra en la seguridad del interior y nosotras nos respaldamos
contra la puerta. Aunque su cabeza nunca se movió, supongo que sus
ojos estuvieron valorando a cada grupo con facilidad, determinando sus
fortalezas y debilidades en el tiempo que yo tardé en admitir en silencio
lo asustada que estaba.

Fue increíble lo diferente que era mi actitud hacia la muerte ahora que
Ice había vuelto al reino de los cuerdos. No estaba ahora tan dispuesta a
morir y el miedo regresó, aferrándose a mí con su dedos viscosos.
Mordiéndome el labio, me forcé a agacharme.

Intercalada entre los barrotes de acero y el cuerpo largo de Ice, miré a


izquierda y derecha en rápida sucesión. Las reclusas se habían agrupado
en un solo grupo y parecían estar esperando algo. Habían atravesado la
pasarela diez, todas ellas con armas y con aspecto de saber usarlas.
Conté varias con porras, obviamente robadas a las guardias, algunos
trozos de madera, algunas cadenas gruesas de la tienda, sin duda, y
varias navajas. Las mujeres de enfrente de Ice, todavía en una confusa
pila de cuerpos maltratados, no hicieron ningún intento de moverse.
Incluso parecía que Derby se contentaba con dejar las cosas así.

Era una situación muy tensa. Debajo de nosotras, podía escuchar los
sonidos de los continuos disturbios. Gritos y gritos llenaban el aire, aunque
en algún momento a lo largo de la línea, las alarmas habían dejado de
sonar. Ice volvió la cabeza de nuevo, con la voz ronca en tono bajo.

—Pase lo que pase, no olvides guardar la puerta. Hay que mantener a


salvo a Sandra, ¿de acuerdo?

—Entendido.

—Bien.
El enfrentamiento continuó durante tanto tiempo que finalmente Derby,
desde su lugar en la parte inferior de la pila, levantó la cabeza.

—Bueno, ¿qué coño estáis esperando? ¿La libertad condicional?


¡Quitadla de en medio!

Levantando sus armas, las internas iniciaron la marcha hacia nosotras,


llenando la pasarela con sus gritos amenazantes. Ice se quedó
absolutamente quieta, esperando a que fueran hasta ella. Según iban
llegando ella agarraba a las primeras por la parte delantera de sus trajes
y las chocaba entre sí. El sonido de los cuerpos al colisionar era fuerte en
el pequeño espacio que compartimos. Luego las separaba, lanzando a
cada una de vuelta por donde habían venido y tuvo éxito a los bolos con
las mujeres que venían en segunda y tercera línea.

Las otras se apresuraron a pasar través de sus camaradas caídas y


vinieron a por nosotras con fuerza. Ice giró a la izquierda, mientras que yo
giré a la derecha. Nos movimos a la vez como si se tratase de una especie
de extraño ballet marcial del que solo nosotras dos conociéramos los
movimientos y escucháramos la música, como protegiéndonos de
nuestras agresoras. Armas volaron; cuerpos detrás de ellas por un solo
segundo.

Me agaché cuando el final de una gruesa cadena llegó a la altura de mi


cara, haciendo una mueca, ya que resonó contra el acero de los
barrotes de la celda de Ice. Saltando rápidamente me las arreglé para
agarrar el final cuando venía de vuelta y tiré con fuerza, satisfecha con
la facilidad con que llegó a ser mía. Envolviendo ambos extremos
alrededor de mis manos como Montana me había enseñado, la usé para
bloquear los golpes de porras y navajas, que se dirigían a mí. Cuando
levanté las manos para bloquear un golpe por encima de la cabeza, una
patada en la barriga me dobló brevemente. Un golpe en la parte trasera
de mi cuello me puso de rodillas y me dejó viendo las estrellas.

Una mano en la parte posterior de mi mono y ya estaba de nuevo en pie,


aunque una de mis atacantes había logrado coger la cadena. Era una
mujer grande, gruesa, musculosa, lucía un corte de pelo militar rubio
platino y varias cicatrices faciales. Sonriendo ante mí con la boca llena
de dientes medio podridos, dio una sacudida con sus enormes brazos
hacia atrás, tirando de la cadena, y de mí con ella. Usando la cadena,
se las arregló para darme la vuelta, y luego estrellarme contra los barrotes
de acero. Recuerdo haber gritado como si se me hubiese roto la columna
vertebral y la parte posterior de mi cráneo, dejándome mareada.
Con sus manos entre las mías, empujaba la cadena hacia mi cuello, pero
yo no estaba dispuesta a ser ahogada hasta la muerte por segunda vez
en el día. Torciendo rápidamente mis manos para desenvolver los
extremos, solté la cadena y, durante el inicio de mi ataque sorpresa, la
agarró entre sus manos, evitando que el arma pudiera elevarse más
arriba en mi contra. Entonces le di una patada hacia arriba en la
entrepierna, y permitidme aseguraros que cualquiera que piense que las
mujeres no son vulnerables a ese movimiento particular, se equivocan.

Dejó caer la cadena en mis manos una vez más y aulló, llevando sus
propias manos a su ingle. La empujé hacia atrás, derribando con ella a la
mujer que venía detrás. Entonces me giré justo a tiempo para ver como
Derby conseguía acertar en una de las piernas de Ice, cuando venía de
bajada tras haber realizado una maravillosamente bien ejecutada
patada alta.

Grité una advertencia, pero ya era demasiado tarde. Ice perdió el


equilibrio, cayendo sobre una rodilla. La multitud de mujeres hizo erupción
en masa, saltando sobre la parte superior de mi amiga caída. Derby se
abrió paso finalmente, desde el fondo de la pila y añadió su volumen a
la pila de puños y pies voladores.

Dejando caer mi cadena, corrí a la pila, haciendo mi mejor esfuerzo para


arrastrar a las mujeres fuera del camino, pero con poco éxito, esquivando
golpes mientras lo intentaba.

El montículo de las reclusas pareció congelarse por un momento, y luego


estalló hacia fuera, los cuerpos volaban sin orden ni concierto contra la
barandilla de la pasarela y contra los barrotes de las celdas. Ice se
mantuvo de pie en el centro de la manada, una oscura Venus surgiendo
de las olas. Derby se abalanzó de nuevo, sus manos rodearon el cuello
de Ice. La cabeza de mi amiga se echó hacia atrás con una sonrisa
oscura floreciendo en su rostro. Rápidamente, echó la cabeza hacia
delante, para golpear el cráneo de Derby.

Las manos de Derby se alejaron mientras sus brazos se movían, tratando


de mantener el equilibrio al aterrizar contra la parte alta de la barandilla
de la pasarela. El impulso la llevó hacia atrás y gritó. El brazo de Ice se
disparó y consiguió coger a Derby por la manga de su uniforme cuando
caía por el borde. De alguna manera, contra todo pronóstico, consiguió
agarrarla por la ropa, mientras la reclusa se balanceaba, gritando y
pateando sus piernas frenéticamente, ocho pisos por encima del suelo
de la cárcel.
—¡Deja de luchar o te dejo caer, Derby!

—¡Vete al carajo! —gritaba la mujer aterrorizada—. ¡Si caigo, tú vienes


conmigo, puta!

Y diciendo esto, Derby empezó a balancear su cuerpo a izquierda y


derecha como una lubina en un anzuelo. La espalda de Ice se inclinó
completamente cuando se estrelló contra la baranda baja. Gritando,
corrí hacia ella y la agarré firmemente por la cintura para evitar que
pasase.

—¡Maldita sea, Derby, basta!

—¡Que te jodan, Ice! —dijo sacudió su cuerpo más fuerte, girándose


hacia un lado y otro, tratando de tirar a Ice por la barandilla, su odio por
mi amiga era más importante para ella que su propia vida.

Asegurando las piernas, Ice intentó tirar hacia arriba de nuevo. Ayudé a
sostenerla tanto como pude, apretando mis manos alrededor de su
estrecha cintura y entrelazando los dedos. Las demás nos miraban, con
la boca abierta y los ojos muy abiertos. Su progreso fue lento y constante,
pero eficaz. Se las arregló, milímetro a milímetro, para tirar del cuerpo
retorcido de Derby y alzarla una vez más hacia la seguridad de la
barandilla.

Como una lágrima, el tejido elástico del uniforme de Derby se rompió,


dejando a Ice con sólo un puñado de manga en la mano. Por suerte, sin
embargo, la líder de la banda estaba tan cerca que con el brazo libre,
fue capaz de agarrarse al peldaño más bajo de la barandilla de barrotes.

Ice tiró hacia arriba de nuevo, todavía unida por el agarre de Derby en
el brazo. Su movimiento se detuvo abruptamente cuando la otra mujer
se negó a soltarse de la barandilla.

—Te lo dije, puta, te vas a caer.

Anclándose ella misma por el agarre al peldaño, Derby comenzó a tirar


del brazo de Ice, una vez más, tirando considerablemente, con todas sus
fuerzas. Podía sentir el cuerpo de mi amiga ir tensándose por el esfuerzo
de quedarse donde estaba.

—¡Oh no, yo no! —Ice contrarrestaba, usando su rodilla para triturar los
dedos de Derby en la barandilla.
Con un aullido, la otra mujer soltó el peldaño. Ice tiró hacia arriba, fuerte
y rápidamente, y Derby, agitándose de nuevo, perdió su agarre y se
retorció nuevamente, mucho más fuerte esta última vez.

Supe lo que iba a pasar una fracción de segundo antes de que pasase.
Pude ver los dedos de Derby aflojar su agarre en el brazo de Ice con el
impulso de su movimiento y empezar a deslizarse. Sé que Ice también lo
vio, porque hizo un intento desesperado por alcanzar a la líder de la
banda, que se escapó por muy poco.

Con un grito de venganza negada, Derby cayó a su muerte ocho pisos


más abajo. Volví mi cabeza y la escondí detrás de la espalda de Ice
cuando Derby cayó los últimos metros, no quería ver su cuerpo salpicar
al chocar contra el suelo. El sonido de su golpear en el suelo de piedra
resonó estrepitosamente por la prisión recién en silencio.

Ice lentamente se enderezó, apartándose de la barandilla. Volviendo la


cabeza lentamente, a cada una de nosotras con una mirada acerada.

—Esta revuelta ha terminado, ¿entendido? Dejad las armas y regresad a


vuestras celdas o responderéis ante mí.

Era su voz, aunque ronca y rota, la que impregnaba todos los rincones del
Pantano y las reclusas respondieron, dejando caer sus armas al suelo y
alejándose para regresar a sus celdas. Las mujeres que estaban en la
pasarela con nosotras hicieron lo mismo, con sus hombros caídos y la
cabeza colgando hacia abajo, como perros apaleados que, en cierto
modo, era exactamente lo que eran.

La puerta de la celda de Ice se abrió y Sandra salió, caminando hacia la


barandilla y mirando por encima a la sangrienta escena de abajo
mientras su mano se apoyaba en la espalda de Ice.

—Buen intento. Quería salir aquí y ayudar, pero esas idiotas tenían la
puerta bloqueada.

—¿Qué pasará ahora? —le pregunté.

Sandra volvió la cabeza hacia mí, sonriendo al comprenderme.

—No te preocupes, Ángel. Los informes pueden ser corregidos y mal


archivados por aquí. Se me ocurrirá algún cuento que el Alcaide crea —
Volviéndose a Ice y dando a su hombro un último apretón, suspiró y
colocó su porra en el cinturón de su uniforme—. Bueno, supongo que será
mejor que esto. Va a ser una putada limpiar este lugar.
Ice se volvió hacia la guardia.

—Sandra... gracias. Por todo.

Sandra sonrió con ojos cálidos y compasivos.

—No hay de qué, amiga mía. No puedo siquiera comenzar a devolverte


lo que hiciste por Diane. Estoy contenta de poder ayudar.

—Cuando hables con Diane de nuevo, dile... dile que no fue su culpa.
Dile... todos cometemos errores.

—Lo haré. Que estés bien. Ambas —Con una última sonrisa, se volvió
hacia nosotras al caminar por la pasarela hacia la escalera.

Cuando la cabeza de Sandra desapareció bajo el nivel de la escalera,


Ice volvió la mirada hacia mí.

—Ángel, siento la forma en que te traté antes. No era yo misma.

No pude evitar sonreír, adivinando lo duro que debía ser para ella pedir
disculpas, justificadas o no.

—Me alegro de que hayas vuelto, Ice —Enrosqué mi brazo alrededor de


su cintura, una vez más y la apreté a mí —Te extrañé, ¿sabes?

La comisura de su boca se torció hacia arriba.

—Lo sé. Yo también te extrañé —Volviendo la cabeza en dirección a su


celda, hizo un gesto con una mano—. ¿Tuviste algo que ver con que mis
árboles estén con vida?

—Culpable de los cargos, por así decirlo. No podía soportar la idea de tal
belleza consumiéndose —Mientras hablaba, me di cuenta de cuánto
más significados tenían esas palabras utilizadas de forma casual por mí.
Apretándola una vez más por el puro placer de hacerlo, la solté y
retrocedí—. Así que... ¿necesitas ayuda para limpiar tu celda?

—Nah. Puedo hacerlo después. Quiero ir abajo y echar un vistazo a la


biblioteca primero.

Un puño helado de terror apretó mi vientre, secándome la boca por


dentro. La biblioteca. ¡Corinne!

—Mmm... ¿Te importa si voy contigo?

—Vamos.
Apenas si pude contenerme de correr cuando nos encaminamos a las
escaleras. De repente sentí que seguramente la biblioteca había sido
destruida y mis amigas, heridas o incluso muertas.

Grité con horror, mis temores parecían confirmarse. Mientras corríamos


por el pasillo final bajo la luz débil, contra la puerta abierta de la
biblioteca, Sonny tenía apoyada la espalda, con el mango desnudo de
una navaja clavado obscenamente en la parte superior del abdomen.

—¡Sonny! —grité corriendo hacia ella y arrodillándome—. ¿Qué pasó?


¿Quién te hizo esto?

Apenas consciente, mi amiga volvió la cabeza dolorosamente hacia el


sonido de mi voz. Lamiendo sus labios, ella trató de hablar.

—La biblioteca... atacada... Corinne... date prisa...

—Quédate con ella. Voy a comprobarlo —Ice pasó corriendo junto a mí


y a la biblioteca—. Hija de puta.

El improperio pronunciado con calma me hizo sacudir la cabeza


alarmada. Me debatía entre el deseo de permanecer con Sonny o ir a la
biblioteca para ver qué había causado la reacción de Ice. Sonny resolvió
el problema por mí, poniendo una mano en mi hombro y empujándome
débilmente.

—Ve. Ayúdala. Voy… a estar bien.

—Debería quedarme.

—¡No! Ve... por favor. Ayúdalas. Yo… me las he arreglado hasta ahora.
Por favor —Incapaz de resistir a la súplica en los ojos oscuros de Sonny,
me puse de pie y me dirigí a la biblioteca. Cuando entré en el interior, no
pude contener un grito de terror.

La habitación en sí parecía como si hubiese sido golpeada por un


tornado. Libros y partes de libros estaban esparcidos por el suelo. La
mayoría de las mesas y sillas destartaladas, ahora eran leña. Los estantes
para libros que habíamos hecho a mano con esmero fueron volcados y
destrozados. Incluso el pesado escritorio de Corinne estaba patas arriba,
sus papeles preciosos y textos cubrían el suelo a su alrededor.

Al lado de la mesa de trabajo, Critter y Pony yacían en un montón


enredado, Critter sangrando profusamente de una herida en su cuero
cabelludo. Ice pasó junto a mí y se puso en cuclillas al lado de las dos,
poniendo una mano suave en el hombro de Critter y tirando de ella hacia
su espalda.

—Critter. Critter, vamos, despierta.

Critter despertó y sus párpados se abrieron. Pasé por encima de ambas,


colocándome en cuclillas al lado de mi amiga rubia.

—¿Ice? Eres... ¡Oh, Dios mío! —Critter trató de incorporarse, pero fue
detenida por Ice que le apretó en el hombro.

—Relájate. Se acabó. ¿Quién hizo esto?

Al hundir la mano en sus rizos dorados, Critter gimió de dolor.

—Fue la pandilla de Derby. Intentamos luchar pero eran muchas. Ellas


seguían viniendo. No pudimos detenerlas.

Sus ojos se abrieron y luchó contra Ice de nuevo.

—¡Pony! ¿Dónde está?

—Está bien —Ice la consoló. —Está aquí. Parece que le dieron también
un golpe muy grande en la cabeza, pero creo que va a estar bien.

Critter se relajó.

—Gracias a Dios. Mi pierna quedó atrapada cuando le dieron la vuelta


al escritorio. La vi caer, y luego... nada. Debo haber sido golpeada desde
atrás.

Tuve que preguntar.

—Critter, ¿dónde está Corinne? —Mirando alrededor de la habitación


destruida, no pude encontrar a mi amiga en ningún lado y eso me
aterrorizó.

Mi amiga volvió la cabeza, sus ojos oscuros recorrieron la habitación.

—Ella... Dios, no lo sé. La última vez que la vi, estaba enfrentándose a


algunas de la pandilla de Derby con su jodida tetera y, a continuación…
no sé.

Poniéndome en pie con rapidez, caminé más allá de la mesa volcada y


de allí, a la pequeña alcoba oculta donde Corinne guardaba su té. Ahí
tendida en el suelo, estaba su aporreada tetera y casi irreconocible,
agarrándola con su puño cerrado, estaba Corinne. Sus gafas tenían un
cristal roto y estaban torcidas en su nariz, y un magnífico moratón
decoraba un ojo hinchado. Una pequeña línea de sangre seca trazaba
un camino en una de las esquinas de su boca.

Me dejé caer de rodillas, extendí una mano temblorosa hacia su cuello,


satisfecha de encontrar su piel caliente y seca, y su pulso latiendo fuerte
y seguro en su garganta.

—Oh, gracias a Dios —susurré—. Corinne. Corinne, soy Ángel. Hora de


despertar, amiga mía. ¡Corinne, vamos, despierta!

En respuesta a mi llamada de urgencia, Corinne gimió, y luego agitó sus


párpados. Entonces, en un estallido de rapidez y fuerza que desmentían
su edad avanzada, agarró la maltratada tetera y casi consiguió dejarme
sin sentido con la misma.

Agachada a un lado, me agarré de su brazo oscilante con suavidad pero


con firmeza.

—Corinne, soy Ángel. Ahora estás a salvo. Sólo relájate, ¿de acuerdo?

Después de un largo momento, ella abrió los ojos lentamente,


parpadeando rápidamente como protesta. Una lenta sonrisa floreció en
su rostro.

—Tengo que estar en el cielo.

No pude evitar la risa de alivio que se derramaba desde mis pulmones.

—No, estás todavía en El Pantano.

—Es lo mismo, dulce Ángel —Ella levantó la mano libre de la tetera hasta
mi mejilla mientras la conciencia lentamente volvió a sus ojos. La sonrisa
desapareció, poniendo su boca en una línea dura, mientras comenzó a
luchar contra mi mano que la aprisionaba—. Oh Dios, mi pobre
biblioteca. Esa Derby va a pagar por esto.

—Está bien, Corinne. Derby está muerta. Acabó el alboroto.

Ella me miró con los ojos muy abiertos por la sorpresa.

—¿Muerta?

Asentí con la cabeza y ella siguió mi mirada hacia donde Ice estaba
arrodillada atendiendo a nuestras amigas heridas.

—¿Ice? —Me miró nuevamente—. Tú lo hiciste. Dios te bendiga, Ángel.


—Tuve un poco de ayuda —le contesté mientras suavemente la
ayudaba a sentarse—. Derby y parte de sus amigas decidieron matar a
Ice mientras que Sandra y yo estábamos allí. Terminó teniendo una larga
caída desde la pasarela del octavo piso —Hice una mueca—. No fue
agradable. Ice trató de salvarla, pero Derby era una idiota.

—Espero que sintiera cada segundo.

Me tragué las palabras de reprensión mientras Corinne soltó la tetera y se


quitó las gafas, para alivio de sus moretones y cara maltratada. Las dos
nos asustamos con los sonidos de las sirenas filtrándose a través de las
gruesas paredes de la biblioteca.

—¿Estarás bien si te dejo un momento? —le pregunté—. Tengo que volver


con Sonny. Ha sido apuñalada.

—¿Está bien?

—No estoy segura. Me dijo que me adelantara para ver como estabais
vosotras. Tan pronto sepa algo, te digo.

—Ve con ella, Ángel. Y gracias.

—No hay de qué.

Incorporándome de nuevo en mis pies, pasé a Ice, Critter y Pony, que aún
seguía inconsciente, luego salí de la biblioteca. Sonny estaba todavía
despierta y consciente cuando regresé a ella.

—Parece que la ayuda está en camino —le dije—. Vas a salir adelante,
¿de acuerdo? Voy a traer a alguien aquí.

—Todas los demás... ¿están bien?

—Sí, sólo un par de golpes y moretones. Corinne es peligrosa con esa


tetera. Creo que podría enseñarnos algunos trucos.

El sonido de la risa ahogada de Sonny me siguió por el pasillo mientras me


fui en busca de ayuda. Cuando entré en la cárcel propiamente dicha,
pude ver el suelo y las paredes bañadas con las luces rojas y azules de los
vehículos de emergencia. Al menos una docena de agentes de policía
vestidos de azul habían ido hasta la sala de guardia, donde Sandra y
algunas de las otras estaban hablando con ellos.

De vez en cuando el aire se rompía cuando un oficial u otro hablaban


por su walkie-talkie. Después de un momento, uno de los oficiales hizo una
señal con la mano hacia la puerta abierta y los paramédicos y personal
de ambulancias se apresuraron a entrar llevando camillas y equipos
médicos de emergencia ubicados en cajas de color naranja brillante.

Me apresuré hasta el equipo más cercano, un grupo de tres hombres de


pelo largo y barba, con monos de color azul pálido, y me detuve frente
a ellos.

—Por favor, mi amiga ha sido apuñalada. Necesitamos su ayuda.

Los hombres me miraron, mientras el nudo de agentes de policía seguía


agrupado en torno a la sala de guardia. Al ver lo que sucedía, una
atareada Sandra se alejó del grupo y saludó a los hombres.

—Seguid adelante y haced lo que ella os pida. Aprisa.

Asintiendo con la cabeza, los hombres me siguieron de nuevo por el


estrecho pasillo, deteniéndose justo delante del cuerpo tendido de
Sonny. A pesar de su apariencia dura, los hombres eran amables con mi
amiga, la examinaron con cuidado y la estabilizaron para trasladarla a
un hospital cercano. Sostuve su mano en la travesía desde el suelo a la
camilla, y luego le di un beso a su flequillo empapado de sudor antes de
que las ruedas se alejaran a mi espalda por el pasillo y fuera de mi vista.

Uno de los sanitarios se quedó atrás y me miró inquisitivamente.

—Hay más heridas en la biblioteca. ¿Podría seguir?

—Por supuesto, señorita —Levantando su equipo médico, el joven me


siguió a la destruida biblioteca—. Joder —susurró mirando la escena—.
¿Qué diablos ha pasado aquí?

Ice se levantó de su lugar junto a Pony y Critter, aplastándolo con su


mirada de acero.

—Tenemos dos heridas más por aquí.

—Eh... sí... de acuerdo. Ok —dándose más prisa, se arrodilló al lado de


las dos mujeres y abrió su kit de trabajo. Volvió su atención primero a
Critter, comprobando su herida en el cuero cabelludo y prendiendo la
pequeña linterna ante sus ojos—. Este corte necesita un par de puntos de
sutura, pero parece que está bien. ¿Náuseas o algo?

—Nada a excepción de este dolor de cabeza.


—Está bien. Si quieres ir a la sala principal, una de mis compañeros te
meterá en una ambulancia.

—Perfecto, pero prefiero no hacerlo, si te da lo mismo.

—¡Pero necesitas puntos de sutura!

—Lo sé, pero me los pueden dar en la enfermería. El doctor estará aquí
por la mañana.

—¡Podrías desangrarte hasta morir antes de que él llegue!

Critter sonrió, pero sus ojos eran duros.

—Voy a estar bien. Confíe en mí. Atienda a Pony.

Un breve momento después, el sanitario apartó la vista de la


determinación en los ojos de Critter y volvió su atención a Pony. Él la miró
con rapidez y profesionalidad, hablando en voz baja para sí mismo
mientras lo hacía. Cuando volvió a mirar hacia arriba, su expresión era
sombría.

—Necesita ir al hospital lo más rápidamente posible. No estoy seguro,


pero existe la posibilidad de que tenga una hemorragia en el cerebro.
¿Alguien sabe cuánto tiempo ha estado inconsciente?

—Diez minutos, tal vez más —dijo Corinne reuniéndose con nosotras—. Es
difícil de decir. Estábamos todas noqueadas.

—Iré a traer una camilla —dijo en voz baja Ice, y luego salió de la
habitación.

—Wow. ¿Es siempre tan intensa?

—Sí —Las tres respondimos al unísono.

Sonriendo con ironía y sacudiendo la cabeza, el joven se volvió hacia su


paciente, preparándola para el viaje al hospital. El sonido del traqueteo
del acero se escuchaba poco, pero se acercaba de manera constante.
Dos hombres vestidos de blanco de hospital entraron por la puerta
resoplando y empujando una camilla, seguidos de Ice a un ritmo más
pausado y con una sonrisa de satisfacción dibujada en sus labios.

Me levanté para unirme a ella mientras los dos hombres se agolparon


alrededor de Pony.

—Estoy segura de que encendiste un fuego ahí detrás.


—Mmm.

—No quiero saber cómo, ¿verdad?

—Probablemente no.

—No pensaré en ello.

Un momento después, se afanaban por subir ante nosotras el cuerpo


inconsciente de Pony sujeto firmemente a la camilla y cubierto con una
sábana hasta la barbilla. Envié una oración silenciosa por su pronta
recuperación cuando la perdí de vista.

Volviendo de nuevo a ver la biblioteca, dejé escapar un suspiro triste.


Todo el trabajo que había invertido en ella se había esfumado en una
ráfaga de violencia sin sentido. Una parte de mí se preguntaba por qué
nunca pensé que algo así pudiera suceder. Esto era una prisión, después
de todo.

Luego la risa me sorprendió cuando Corinne recuperó su tetera hecha


añicos y la sacudió, mirando su evidente fin. Las palabras salieron de mi
boca antes de que pudiera detenerlas.

—Corinne en la biblioteca con una tetera. ¿Quién lo hubiera pensado?

Me agaché mientras la tetera volaba más allá de mi cabeza y


escuchaba los gruñidos indignados de mi compañera. Mi estado de
ánimo mejoró. Aunque destrozada, la biblioteca todavía estaba allí. Mis
compañeras, aunque heridas, estaban vivas. Y Ice estaba de vuelta.

En un lugar donde se supone que la esperanza y la felicidad son


conceptos extraños, me sentí llena de ambas en uno de los peores días
que jamás había tenido que pasar.
Capítulo 7

E
l año nuevo llegó y se fue con una marcada ausencia de festejo. La
prisión se fue lentamente superando de los disturbios pasados. Tres
de las prisioneras, incluyendo a Derby, y una de las guardias fueron
asesinadas. Cuarenta y siete resultaron heridas, y siete de gravedad tanto
para requerir una prolongada hospitalización.

Sonny y Pony fueron dos de las siete, por suerte para todas nosotras, se
enfrentaron a la muerte y salieron victoriosas. Sus cicatrices se convirtieron
en insignias de coraje, su valentía adquirió un nuevo respeto entre las
otras prisioneras. Se vieron como héroes en un mundo que no tenía
ninguno.

En un movimiento que no sorprendió a nadie, al menos eso me pareció a


mí, Ice formalmente me introdujo a las filas de las Amazonas, no fue
mucho lo que dijo, lo más largo fue:

—Eres una buena luchadora, ¿quieres ser Amazona?

—Claro, me encantaría —le contesté.

—Muy bien, eres Amazona.

Mis amigas me dieron la bienvenida a sus filas, y adquirí un nuevo trabajo


de protección a los débiles. Me sentí bien.

En los siguientes meses, fuimos capaces de construir una nueva biblioteca


más grande y mejor que antes. El hecho de que Ice presionara a aquellas
mujeres que habían destruido el lugar, fue de mucha ayuda, No fue
sorprendente que estas mujeres fueran unas excelentes trabajadoras,
que aguantaron muy bien las constantes críticas de Corinne, e hicieron
su mejor esfuerzo en corregir los males que perpetraron a su precioso
hogar. El nuevo hornillo que conseguí era lo que más se parecía a lo que
cualquiera necesitaba recordar, pero por supuesto, recuperarse de sus
contusiones ya era bastante recordatorio.
Como el mar con la marea baja, las bandas volvieron a su estado de
quietud bajo la experta dirección de Ice. Otra líder más prudente, fue
puesta al mando de la banda blanca, las líderes de las cuatro bandas se
juntaron con Ice como mediadora, y elaboraron algunos duros y rápidos
acuerdos, acompañados de reglas. Después de muchos días de debate,
un tratado de paz se llevó a cabo entre los grupos, con las Amazonas,
que como siempre fueron designadas como supervisoras.

El paso del tiempo también permitió un nuevo acercamiento entre Ice y


yo, una cercanía que fue interrumpida por la sangrienta agresión de
Cassandra y el subsecuente aislamiento de Ice. Aunque de ese tiempo
en el agujero, ella no dijo nada, Ice gradualmente se fue abriendo
conmigo lo suficiente para decirme quién era Josephina y lo que la mujer
mayor significó para ella.

Salvatore Briacci había seguido el caso de Ice desde el momento que la


policía le disparo en aquel almacén abandonado. Una gran razón de
que esto ocurriera, era que a excepción de los ojos azules, dicen que Ice
se asemeja mucho a la única hija de Briacci llamada Lucía, quien falleció
en un accidente de avión cuando tenía sólo doce años y los Briacci
habían llorado su muerte todos los días desde el accidente. Ice me dijo
que después de diez años o más, su cuarto se encontraba como si
esperara que la chica volviera y reiniciara su vida nuevamente. Las
mismas revistas, cada vez más obsoletas cada año que transcurría, con
la misma vanidad. El mismo cepillo de pelo, repleto de finos cabellos
negros, atrapados en las gruesas cerdas, esperando pacientemente su
regreso.

Ice dijo que Briacci escuchó atónito la noticia de su encarcelamiento a


los quince años en una prisión de adultos por el resto de su vida. El día de
la sentencia, envío a sus propios abogados para investigar y apelar el
caso, una apelación que llegó hasta la Corte Suprema de Justicia, donde
finalmente se revertió el fallo. Ya que por la perseverancia y dinero de
Briacci, fue puesta en libertad en su vigésimo primer cumpleaños.

Mientras estuvo en prisión nunca supo nada sobre su benefactor


anónimo, ni nadie más de la prisión. El día que fue puesta en libertad, el
mismo Briacci se apareció en la parte de atrás de una limosina, llevando
flores, buenos deseos y una oferta que no podría rechazar. Siendo
indigente, sin hogar, y sin las habilidades y educación propias para su
salida al mundo, ella aceptó.
Al principio, dijo que Briacci y su esposa la trataron como a su hija perdida
hacía tiempo atrás, llenándola con regalos caros y abundante atención.
A los veintiuno sin embargo después de seis años en prisión, ella era astuta
y arrogante, y pasaba todo el día esperando a que algo malo ocurriera.
A pesar de su fría reserva, sin embargo, se entendía bien con Josephina,
la elegante y callada esposa de Salvatore. Ella fue la primera persona
que se tomó la molestia de ir más allá del descarado y blindado exterior,
y dentro del alma sensible de la joven mujer detrás de la máscara.
Josephina alentó a Ice, quien por supuesto se llamaba Morgan, a estudiar
para el GED15 desvelando de manera adecuada una mente brillante
detrás de sus ojos fríos. Cuando Ice superó los exámenes con facilidad, la
mujer la alentó para tomar las materias en la Universidad, lo cual hizo,
incluso recibiendo una beca de estudios por sus esfuerzos.

Por lo que Ice me había dicho, Josephina era la típica esposa de los
miembros de la mafia que había llegado a conocer. Ingenua respecto a
la otra vida de su esposo, ella se hacía la desentendida a todo aquello
que no fuera evidente. Al propio Briacci también le costaba un gran
esfuerzo mantener sus vidas separadas y trataba a su esposa como un
objeto muy preciado. Estaban evidentemente muy enamorados uno del
otro, según me dijo ella.

Con nada más que el apoyo de Josephina, Ice intentó hacer una vida
propia dentro de la legalidad, pero su pasado la perseguía obstruyendo
la mayoría de los intentos que hacía para superarse a sí misma y a las
circunstancias que la rodeaban. Ella me admitió que pudo y debió
simplemente haberse mudado a otra parte del país donde nadie hubiera
podido escuchar el nombre de Morgan Steele. Los Briacci no habrían
podido retenerla contra su voluntad.

Pero el amor que recibió de Josephina rellenó un gran agujero en su vida;


el agujero que se creó cuando sus padres murieron dejándola huérfana.
El agujero se ensanchó y profundizó con la muerte de su mejor amigo, al
que ella conocía desde que era una niña, y que era su último vínculo con
un pasado que no podría revivir. A pesar de ya haber crecido y ser una
adulta, Ice era de alguna manera aún esa jovencita con ansias de amor
y aceptación.

15
GED: Examen de desarrollo de educación acelerada.
La elección era fácil, dijo ella. Después de un año intentando obtener un
empleo remunerado en una ciudad que rechazaba su nombre,
simplemente fue a las oficinas de Salvatore y le ofreció sus servicios.

Y esa era una oferta que él no pudo rechazar.

La recuerdo contándome la historia de la primera vez que llevó una


pistola con la intención de usarla. No contaba con la masacre en el
almacén abandonado, se había dejado llevar por la rabia, el odio, era
un instinto fiero.

Poco después de tener su charla con Salvatore, él la llevó a su club


exclusivo de tiro, donde le exhibió como un padre orgulloso. Entonces la
llevó al exterior, al campo de tiro donde muchos de sus compinches
estaban en los puestos disparando a un objetivo con forma de hombre
grande con sus rifles, escopetas, pistolas y todo tipo de armas de fuego.
El sonido de los disparos era alto para sus oídos pero ella lo despreció,
utilizando espesos protectores para sus oídos.

Viendo a su líder con esta joven y preciosa extraña, los hombres se


reunieron rápidamente alrededor, dándole palmaditas en la espalda,
aunque ella era más alta que la mayoría de ellos. Me contó que dejaron
de reírse cuando Salvatore les dijo que le estaba enseñando a usar una
pistola. Aparentemente la mafia era una red de hombres donde las
mujeres, en su mayor parte, eran vistas como frágiles y pacíficas,
asustadizas criaturas necesitadas de protección de los fuertes hombres.
Le dieron una pistola con instrucciones explícitas sobre cómo usarla.

Cuando dijo que estaba preparada la condujeron a su propio puesto,


con un grupo de hombres de mediana edad con los tintes de la Mafia,
vigilando todos sus movimientos. Cuando falló su primer disparo, la ola de
risitas burlonas como diciendo te lo dije, fue cortada rápidamente por
una mirada de Salvatore. Después de los primeros cinco tiros que fueron
disparados con rapidez, todo se quedó tan en silencio que Ice dijo que
podría haber escuchado a una hormiga cruzando el césped bien
cuidado. Cada tiro había dado en el centro del objetivo con precisión
mortal.

Después de eso, Ice me dijo que Salvatore Briacci, se dio cuenta de que
tenía entre manos a una asesina de primera clase y eso era exactamente
en lo que él quería convertirla.
La primera vez que la envío a una misión fue con compañeros, el golpe
fue simple y directo, y provocó a su conciencia, tenue incluso en lo mejor
de los casos, sin remordimientos. Entonces empezó a salir sola y los
trabajos se convirtieron en más difíciles y exigentes. Y de alto perfil
también.

Hasta hoy, nunca fue más allá de este tema, voy a arriesgarme a suponer
que algunos de los más populares sin resolver en esta ciudad pueden
haber tenido su fuente en ella, especialmente si las víctimas eran
miembros reconocidos de la Mafia. Como Salvatore, Ice se empleó a
fondo en mantener su vida oculta a la cariñosa mirada de Josephina.
Briacci se dispuso a encontrarle a Ice un trabajo remunerado en una de
sus muchas empresas legales. Como ciudadano normal era mejor
conocido por su cadena de autos nuevos y usados, y allí era donde él
deseaba ubicarla.

Directa y penetrante por naturaleza, ella podría haber sido una


vendedora de coches catastrófica, pero cuando Briacci le enseñó el
taller de reparaciones, ambos supieron que ya había encontrado su
vocación. He escuchado decir y con unas pocas dosis de envidia, que
Ice podría construir un coche con los ojos cerrados. Extremadamente
talentosa con sus manos, es un genio en mecánica. No tardó en contar
con listado de clientes propios, más allá de los compinches de la Mafia,
y los parásitos que se aprovechaban de su benefactor que tan
generosamente proveían a la prometedora joven mecánica.

De nuevo le pregunté lo que me parecía ser la pregunta obvia: ¿Por qué


si había encontrado un empleo legal continuó trabajando para los otros
asuntos de Briacci? Ella se cerró un poco y dijo que la respuesta era
complicada y lo dejó así. Sospeché que una de las razones podría haber
sido algún tipo de deuda que ella sentía que tenía con él, por haberla
sacado de prisión y haberla acogido en su hogar y su familia. Aunque me
dolía pensarlo, creo que otra de las razones era que ella disfrutaba del
sentimiento de poder que conllevaba ser una asesina a sueldo. El mismo
tipo de poder sobre la vida y la muerte del que Corinne tan
frecuentemente había hablado. Esas ansias insidiosas por el poder sobre
la vida de otro permanecía incluso después de vivir 5 años entre mujeres
que se alimentaban de él como de caviar, algo tan extraño para mí
como para cualquier otra persona normal. Y rezaba todos los días a
cualquier poder superior que fuera, para nunca llegar a entenderlo.
Como si se diera cuenta por primera vez durante las conversaciones
sobre el tema, de cuánto exactamente se había abierto conmigo, Ice se
calló completamente negándose a discutir nada más de lo que tuviera
un carácter personal. Aunque me dolía no presionarla más allá de su
coraza interior, que se abría lentamente, supe respetar sus límites y decidí
esperar a que ella hiciera su siguiente movimiento si es que llegaba a
hacerlo.

* * *

Al fin, el frío que calaba hasta los huesos del invierno, dio paso a la
esperada calidez de la primavera. El brillante sol y el trino de los pájaros
devolvieron el verde a la tierra, que recibió el cambio con alegría
después del marrón del invierno, desolado y vacío. Las presas salieron por
docenas al patio, su piel con la palidez del invierno se complació de no
tener techo sobre sus cabezas, excepto el cielo, aunque fuera por breves
instantes. Uno de esos primeros días cálidos a las once en punto, caminé
a grandes pasos con el resto de ellas, llena de dicha por lo que sólo por
vez primera podía conseguir. Nueva vida me rodeaba por todas partes
hacia donde mirara y renacía algo profundo dentro de mí, que había
perdido desde que las primeras escarchas habían cubierto la tierra hacía
unos cuantos meses.

Cuando caminé hacia la fresca y blanda hierba, sintiendo el rocío


empapar el dobladillo de mi mono y sonriendo por nada, mi nuevo
estatus de Amazona, me dio la libertad para ir donde quisiera en el patio,
y créeme que aproveché ese privilegio. El bordillo de alrededor de la
cancha de baloncesto me parecía solo un poco feo para recorrerlo
después del brutal infierno que habíamos padecido. Caminé hacia la
nuevamente pulida línea de tiros libres del campo de softball,
observando a las mujeres haciendo calentamientos.

Algunas de las reclusas estaban haciendo prácticas de bateo, mientras


las infielders16 y outifildres17, se acribillaban con lanzamientos rápidos de
las pequeñas y brillantes bolas de softball. Una mosca pululó en mi

16 Infielder: las que juegan en el campo interno de tierra.


17 Outfilders: son las que juegan en la parte externa del campo, también llamados jardineras.
camino y, sin pensar en ello, extendí la mano y la pillé en el aire,
disfrutando de las miradas de sorpresa cuando la solté de nuevo.

El softbal es un deporte que me gustaba mucho y en el que era muy


buena. También era el único que hubo en mi vida, antes de mi fuga, que
era capaz de atreverme a practicar. A pesar de la decepción velada de
mi madre y los comentarios sarcásticos de mi padre, lo intenté y gané
una posición de partida en el equipo Varsity en mi segundo año de
instituto. Jugaba como torpedera, y no creas que no he escuchado cada
broma sobre la altura perfecta para el puesto, porque créeme, lo he
hecho. Una docena de veces por lo menos.

En respuesta a las agradables llamadas, me metí al partido entre reclusas


y tomé mi posición acostumbrada, desgastando el guante sucio que me
habían dado. Agachándome, mis músculos se sentían ágiles y libres a
pesar del confinamiento de invierno, y me quité el pelo de los ojos y
comencé a molestar a la bateadora, mareada por la sensación de ser
cinco años más joven y una vida más libre.

La actividad regresó rápidamente y me dejé llevar por el juego


recogiendo pelotas, marcando los corredores, y bateando como una
mujer poseída. Estaba sucia de deslizarme por el suelo y sudorosa por
correr, y en general me sentía bien.

Era la sexta carrera y mi equipo estaba ganando por un amplio margen,


la bateadora estaba discutiendo con el árbitro con lo que se podría
llamar disputa, me distraje. Mirando hacia la prisión, vi que la puerta se
abría y varias de mis amigas salían en fila seguidas por Ice. Había una
extraña sonrisa en su cara y aunque no estaba dirigida a mí me sentí
sonreír en respuesta. Había ganado de nuevo todo el peso que había
perdido mientras se encontraba en aislamiento y aunque estaba todavía
pálida, su tono de piel oliva normal había regresado a su rostro, dándole
un aspecto vibrante y saludable. Una ráfaga de viento levantó el pelo de
sus hombros y descubrió su rostro, exponiendo sus rasgos angulosos en
todo su esplendor.

Sin duda, yo estaba fascinada, tanto así que casi consigo ortodoncia
gratuita de una pelota que me lanzaron a la cara. Como reflejo puse el
guante delante y atrapé el misil, y de este modo se terminó el juego.
Pronto me encontré debajo de un montón de mis compañeras de
equipo, sufriendo palmaditas de felicitación y ánimos en todas las partes
expuestas de mi cuerpo, sonriendo como tonta, estoy segura. Finalmente
fui rescatada del montón, por una solícita primera base que me sonreía
tímidamente mientras me ayudaba a ponerme en pie y me sacudía lo
que quedaba del polvo de mis hombros.

Campanas de advertencia sonaron en mi cabeza y reduje mi sonrisa,


halagada por su tímido interés, pero queriendo que solo una persona me
mirase así. Aumenté la distancia entre nosotras con el pretexto de
enderezar mis mangas.

—Gracias.

La sonrisa de la joven se amplió.

—¡Ey, no hay problema!, lo hiciste muy bien por cierto. ¡Menudo agarre!

—Gracias. Tú también lo hiciste bastante bien.

Ella se encogió de hombros con auto desprecio.

—Eh, estaba un poco oxidada, pero lo haré bien una vez que tenga
tiempo para entrenar un poco y volver a mi nivel. ¿Quieres que
practiquemos juntas alguna vez?

Oh, podía sentir que mi sonrisa se ponía un poco forzada, pero esperaba
que no pudiera detectarlo.

—Mmm… ¡Sí. Claro! ¿Por qué no?

—¡Cool, eso sería genial!, me llamo Digger, por cierto.

Tomé su mano extendía, la estreché una vez y luego la solté.

—Encantada de conocerte, Digger. Soy Ángel.

Su sonrisa fue ridícula.

—Sííí —dijo ella alargando la palabra—. Lo sé. Te he visto en la biblioteca


y con las Amazonas y esas cosas. Sois cool.
Oh chico.

Puse lo ojos en blanco mentalmente, pero me las arreglé para mantener


un cara seria.

—Gracias.

—No, gracias a ti. Entonces… ¿Puedo caminar contigo de vuelta al


interior?

Me puse la mano en la nuca, las neuronas se pusieron a trabajar tratando


de llegar a una forma elegante de rechazar el avance de mi admiradora
recién descubierta. El resto de mí, se estaba partiendo de risa como
tonta.

—Yo… mmm… agradezco la oferta Digger, de verdad. Es solo que…


mmm… yo… —Mis ojos se posaron en la respuesta—. Prometí a mis
amigas de allí que me reuniría con ellas tan pronto como terminara aquí.

Todo su rostro se iluminó como el rostro de un niño en la mañana de


Navidad.

—¿Vas a pasar el rato con las Amazonas? ¡Wow! Tal vez podrías
presentármelas.

Vaya excusa, genial Ángel.

El rechazo estaba en la punta de mi lengua, cuando recordé una versión


ligeramente de mí misma siendo muy bien recibida por esas mujeres la
primera vez. Aunque a diferencia de mí, yo ya tenía tenía amigas en su
banda. Sin embargo… me giré hacia ella sonriendo de nuevo.

—Claro. Vamos.

—¡Muy bien! De acuerdo.

Ella me siguió como un cachorrito recién nacido. Hice una mueca ante
las sonrisas petulantes que recibí ante mis amigas que como siempre
estaban reunidas en la zona de peso libre. Al entrar en la zona, Ponny se
sentó en su sitio en uno de los bancos y me dio un palmadita en la
espalda.

—Vaya manera de salvarle el trasero a los chicas, Ángel.

Arrugué mi nariz ante ella, con mi propia versión de sonrisa de


superioridad.

—Mejor que la tuya de todos modos.

Todas mis amigas se rieron, mientras Digger se quedaba con la boca


abierta, sin duda sorprendida por la aparente audacia para bromear con
Ponny sobre la fractura de cráneo que había recibido por el motín. Ponny
se rio con el resto de ellas, entonces fingió que me golpeaba el
estómago, antes de ponerse a hacer sus repeticiones de levantamiento
de pesa.

Dando un paso atrás, empujé a mi nueva amiga un poco hacia delante.

—Todo el mundo esta es Digger. Digger estas son las Amazonas.

Mientras Digger empezaba sus efusivos saludos, miré a mi alrededor


buscando y sin encontrar a Ice dentro del grupo. Elevando las cejas
cuestionadoramente hacia Critter, ella asintió en un gesto con el brazo,
hacia algún lugar detrás de mi hombro izquierdo. Girando lentamente, vi
a Ice de pie contra la zona más cercana de la cerca, su cuerpo estaba
tenso, y sus manos agarraban el eslabón de la cadena con tanta fuerza
que podía distinguir sus nudillos blancos incluso desde esta distancia. Miré
de nuevo a Critter, que se encogió de hombros.

Cuadrando mis hombros, giré completamente y empecé a caminar


hacia la cerca, mirando a los guardias de la torre mientras lo hacía.
Normalmente, por supuesto, los guardias se ponían ansiosos cuando te
acercabas demasiado a su preciosa cerca, pero al menos hasta ahora,
parecían particularmente desinteresados así que aceleré mi paso.

A medida que mis pasos me llevaron más cerca de Ice y la cerca, la vista
de la prisión quedó fuera de mi visión, y tuve una visión clara del
estacionamiento más allá. Era dolorosamente obvio para mí que Ice
observaba con sombría determinación algo que sucedía en el
estacionamiento y yo tenía muchas ganas de saber lo que estaba
pasando.

De pie, ligeramente apartada de mi amiga, me asomé al


estacionamiento y pude ver al Alcaide hablando con un hombre bajo y
bien constituido que llevaba un traje oscuro y gafas de sol. Una de las
manos del desconocido descansaba posesivamente sobre el capó de
un Cadillac negro brillante, mientras que su otra mano, gesticulaba a la
vez que movía sus labios. Su pelo negro brillaba a la luz del sol, cuyos rayos
reflejaban las brillantes capas de joyas de oro que llevaba puestas. Echó
la cabeza hacia atrás por la risa después de algún comentario del
Alcaide, y luego le tendió la mano para estrechársela, lo cual pasó.
Después de un momento, se metió en su coche caro y se fue. El Alcaide
volvió a su oficina.

Podía sentir fácilmente la tensión que irradiaba del cuerpo de mi amiga


mientras su cabeza se volvía siguiendo el camino del Cadillac. Pasó un
momento y luego otro. Entonces agarró la cerca con tanta fuerza que
estuve segura de que los eslabones de metal se iban a romper,
simplemente por la fuerza de sus manos. Ella la sacudió una vez,
violentamente, luego se volvió y, sin decir una palabra o una mirada en
cualquier dirección excepto hacia el frente, caminó de vuelta a la prisión.

Apenas me contuve de correr tras ella, recordando la promesa a mí


misma en el último momento. Con un suspiro de desaliento, me di la
vuelta y caminé de regreso a la zona de pesas, donde mis amigas me
miraban con expresiones de preocupación en sus rostros. Me encogí de
hombros y sacudí la cabeza justo mientras el cambio de turno de
campana sonaba, indicándonos a todas que entráramos de nuevo en el
edificio.

Mientras estaba sentada en mi celda por la noche, pensé en lo que había


ocurrido durante el día. Ice había desaparecido en su celda, como era
habitual en ella cuando estaba molesta, por el resto del día. Corinne y las
otras me acosaban preguntándome lo que había visto y por lo que Ice
había reaccionado como lo hizo. Me di cuenta de que ellas no confiaban
en que no hubiese perdido el juicio, pero yo sí, me negué a darles más
razones para pensar eso. Que conocía el hombre que estuvo hablando
con el Alcaide era obvio. Quién era y lo significada para ella sin embargo
no era asunto de nadie más que de ella.
Me temo que estaba un poco molesta con todas ellas, y en vez de
someterlas más a mi ataque de ira me retiré a mi celda dándome cuenta
de la ironía de mis actos. Había tenido varias compañeras de celda en
poco más de un año, en la actualidad mi celda estaba vacía de
cualquier otra presencia humana, por lo que era libre de estar deprimida
en paz.

Aunque todavía era temprano, decidí terminar la noche, pesando que


tal vez el sueño me proporcionaría las respuestas a mis preguntas, estaba
a punto de tumbarme en la cama cuando un sonido en el exterior de mi
celda me hizo levantarme y mirar por encima del hombro con curiosidad.
Ice estaba en el pasillo con los brazos a los costados y una mirada
ligeramente disgustada en el rostro. Le sonreí tímidamente.

—¿Estás ocupada?

—¡No, no! Estaba… —Señalé hacia mi cama deshecha.

—¿Quieres ir a dar un paseo?

Mientras me volvía mi sonrisa se amplió.

—Claro. Eso sería genial.

Sonriendo, elle me condujo fuera de la celda y luego me guio a través de


la parte principal de la prisión antes de ir a uno de los muchos corredores
que se alejan por la parte principal de la prisión. A la izquierda y luego
nuevamente a la izquierda, nos dirigimos a una zona de la prisión que no
había visto antes.

Unas de las primeras cosas que aprendes cuando estás encarcelado es


a no meter la nariz en demasiados lugares, porque puedes apostar que
no te gustará lo que encuentres. O a menudo lo que te encuentra a ti.
Siguiendo esa filosofía en particular como una Biblia, había muchos
lugares en el Pantano desconocidos para mí.

Aunque me sentí algo molesta con la situación actual, confiaba en Ice


con mi vida y también tenía una muy buena idea hacia donde nos
dirigíamos.
Antes de seguir adelante podría ser mejor retroceder un paso por un
momento y explicarte el sistema empleado por el Pantano.

Mientras que en muchas prisiones se espera que las reclusas trabajen por
su alojamiento y comida, es diferente en el Pantano. Las presas que
tienen el deseo por trabajar, ya sea por dinero o por pasar el tiempo más
rápido, lo hacen. Se les paga un salario base de 25 centavos la hora, que
va directamente a su cuenta personal en la penitenciaria. Las reclusas
que no tienen ganas de trabajar no están obligadas.

El trabajo que hago por Corinne en la biblioteca lo hago por gusto y no


aceptaré ningún pago por ello. Es mi trabajo aparte, mi otro trabajo, el
de obtener artículos por los que pagan un poco más de lo que cuestan,
el que hace que me pueda permitir cualquier frivolidad que pueda
querer. Hay un montón de oportunidades para trabajar en nuestro
pequeño y feliz hogar, que es desde la lavandería o la limpieza, a la
cocina o la jardinería. En los años 50, se añadió una nueva ala grande a
la prisión principal, y alberga los nuevos talleres que se han añadido para
aumentar los ingresos de la prisión. Un taller de reparación, un taller de
chapa y una carpintería comparten el espacio en la nueva ala, me han
dicho que los beneficios de esas iniciativas de trabajo esclavo son
bastante altas.

Teniendo en cuenta sus antecedentes, o al menos la parte que constituye


el salario legal, no debería ser difícil de adivinar donde iba a trabajar Ice.
Efectivamente, después de que caminamos por el último pasillo, el área
se abrió a un espacio más grande, con varias puertas en el lado opuesto
de la pared. Tres guardias patrullaban la zona y levantaron la mira
inquisitiva cuando entramos. Todos saludaron y una se acercó sonriendo.

—¿Haciendo horas extra, Ice? —Los otros se rieron de su chiste.

—Algo así —Admitió Ice, levantando los brazos, para que la guardia
pudiera registrarla.

—¿Cómo te va, Ángel? —me preguntó la guardia. Extendiendo los brazos


para registrarme a mí también—. ¿Vas a construir nuevas estanterías para
tu biblioteca?

—No —le contesté tratando de no reírme mientras las manos


profesionales de la guardia pasaban sobre algunas partes muy
delicadas—. Solo echaba un vistazo por los alrededores. Nunca he
estado en esta parte de la prisión antes.

La guardia sonrió y dio un paso atrás.

—Eso está bien. Aunque no os quedéis allí demasiado tiempo. El cierre de


celdas es en un par de horas.

Ice asintió y la guardia nos llevó a unas puestas en el centro de la pared,


abriéndola con las llaves que colgaban de una anilla enorme de su
cinturón, la puerta se abrió en un sencillo click, y ella la abrió
indicándonos que entráramos.

A media de cruzábamos por la puerta, Ice se puso a la izquierda,


buscando los interruptores de luz fluorescentes que iluminaron el alto
techo. Cuando la puerta se cerró suavemente detrás de nosotras, tuve la
oportunidad de mirar a mi alrededor, parpadeando con la
repentinamente brillante iluminación. La habitación era norme, con seis
naves con ascensores y enormes cajas de color naranja de las
herramientas mecánicas. Olía a grasa y goma, y me recordaron a los días
en los que mi padre me llevaba a cambiar el aceite y los neumáticos.

Ella nos condujo por unos peldaños estrechos hacia el piso principal de la
estancia. Dos coches patrullas de la policía en varios estados de deterioro
se hallaban en las naves. Los otros espacios estaban vacíos. Caminamos
por el suelo de cemento manchado de aceite, nuestras pisadas hacían
eco a través de la oscura sala. Había otra puerta, hecha de madera,
situada a un lado de la pared, y fue la puerta a la que Ice nos dirigió.
Supuse que eran oficinas de algún tipo y no le di mucha importancia
cuando ella tomó la llave de su escondite de la parte superior en la
cornisa, y la introdujo en la cerradura.

La puerta se abrió con sus bisagras silenciosas y Ice entró dejando que la
siguiera mientras ella encendía las luces de la nueva habitación.
Inmediatamente pude ver que mi suposición sobre ser una oficina estaba
lejos de la realidad. Esta segunda estancia era más pequeña que la
primera, con dos naves en vez de seis, pero con todo el demás equipo
en su lugar. Dos autos se encontraban en las naves, casi llenando la
estancia por completo. Uno era un Volkswagen Beetle desmantelado
completamente y el otro parecía ser un Corvette que estaba,
obviamente, siendo pintado de nuevo.
Miré hacia Ice con una pregunta en los ojos.

—Desguace.18

—¿Disculpa?

—Así es como se llama. Desguace.

— Y un desguace es…

—Un lugar donde los coches robados son desmantelados en partes y se


les ponen nuevas matrículas imposibles de rastrear o identificar y se
revenden.

Sé que el shock y la incredulidad se mostraron en mi cara porque Ice


estrechó sus ojos al mirarme, sonriendo levemente.

—¿No creías que nuestro querido Alcaide lo hiciera, eh?

—Yo… no sé qué pensar. Esto es increíble. ¿Estás segura de que él sabe


qué está pasando aquí?

Su sonrisa se convirtió en una de superioridad.

—¿Quién crees que lo paga?

—¡Estás bromeando!

—Me temo que no.

Miré a mi alrededor una vez más con las manos en las caderas.

—¿Cómo supiste que esto estaba aquí?

—Ahhh. Ahí está la historia. Vamos.

Levanté mis manos en señal de frustración, me di la vuelta y seguí a Ice


fuera del cuarto a través de las naves regulares, subimos las escaleras y

18
Desguace: también conocido como deshuesadero.
salimos del taller de reparación. Tuve que soportar otro rápido registro de
mi sonriente amiga la guardia, entonces casi tuve que correr para
mantener el ritmo de las largas zancadas de Ice mientras ella se dirigía
de regreso por los numerosos pasillos serpenteantes y tomaba el indicado
de vuelta a la prisión.

Llegó a las escaleras y seguí su camino. Yo la seguía de cerca, justo


detrás, un poco sin aliento mientras alcanzamos lo alto. Viendo la retirada
de Ice intenté adivinar si estaba corriendo hacia algo o alejándose. Se
encogió de hombros, me eché a correr entrando en la celda un
momento después de que ella lo hiciera, poniendo mis manos en las
caderas mirándola fijamente mientras se tiraba en su litera, con un brazo
detrás de su cabeza y su mirada distante.

Lo intenté. Realmente lo hice. Pero mientras los silenciosos segundos se


convertían en momentos, pude sentir mi nivel de frustración aumentar.

—¿Y bien?

Le pregunté finalmente en lugar de soportar el silencio por más tiempo.

Ante el sonido de mi voz, ella parpadeó como si se sorprendiera de que


aún estuviera en la celda con ella. Volvió la cabeza lentamente para
mirarme a los ojos, con expresión triste y pensativa.

—Cassandra no mató a Josephina.

Lo que quiera que hubiera estado esperando, no tenía nada que ver con
esa declaración.

—¿Que qué?

Rodando sobre sí misma hasta sentarse, Ice plegó sus largas piernas,
enrollando los brazos alrededor de ellas y apoyando la barbilla en las
rodillas levantadas.

—Lo que quiero decir es… bueno… ella la mató, claro. Pero no por la
razón que dijo.

—Creo que no te sigo, Ice.


Mi mente estaba tratando de arrojar desesperadamente un tipo de
conexión lógica entra la operación ilegal del taller de reparación y la
información que Ice me acaba de dar. Y estaba fallando
miserablemente.

—Cassandra dijo que mató a Josephina porque me llamó amiga. Y eso


no es verdad.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque ella me lo dijo.

—¿Quién te lo dijo? ¿Josephina? —Tuve la extraña sensación de


hundirme en extrañas arenas movedizas.

—No. Cassandra, cuando estábamos en aislamiento.

—Ice, Cassandra está loca. Esta tan obsesionada contigo que


probablemente diría cualquier cosa para que tengas más ganas de
matarle.

—Yo la creo.

—¿Puedes decirme por qué?

Ella sonrió ligeramente.

—Por muchas razones. Una de la cuales fue confirmada por mí esta tarde.

Ahhh. Ahora estamos llegando a alguna parte.

—Me estaba preguntando sobre eso.

Su sonrisa se ensanchó.

—Lo sé —Se movió un poco, palmeó el área junto a ella, y yo acepté la


oferta y me senté en el colchón lleno de bultos, y me eché hacia atrás
hasta estar contra la fría pared. Un silencio cómodo se extendió sobre
nosotras y me obligué a contentarme con solo el sonido de nuestra
respiración. Cuando por fin se volvió hacia mí, su mirada era directa, pero
cautelosa —. Ángel, ¿por qué nunca me has preguntado si soy culpable
del crimen por el que estoy aquí?

Las arenas movedizas volvieron y de repente me encontré hundida hasta


el cuello. Podía sentir el tenso cuerpo de Ice junto a mí, mientras esperaba
la respuesta.

—Yo… mmm… Supongo que porque supuse que si querías que lo supiera
me lo habrías dicho. Realmente no es asunto mío.

Ella asintió como respuesta, luego volvió la mirada hacia la pared de


enfrente donde el bonsái estaba floreciendo en todo su esplendor
artístico. El silencio se extendió una vez más, aunque no tan cómodo
como antes. Pude sentir cómo mi propio cuerpo empezaba a tensarse.
Creo que pude haber aguantado la respiración, aunque no estoy segura.

Su voz, cuando se alzó, era apenas un susurro.

—Soy culpable de matar a un montón de gente, Ángel. Pero ese hombre


no fue uno de ellos.

Asentí, sintiendo un alivio indescriptible atravesar mi cuerpo.

—¿Qué pasó? —le pregunté, rezando para que la puerta que ella había
abierto tenuemente para mí se mantuviera abierta y no se fuera a cerrar
pronto golpeándome en la cara.

—Es una historia muy larga —respondió ella dándonos a ambas una
salida fácil.

No la acepté.

—Bueno, considerando que estaré por aquí unos años más. Estoy segura
de que podrás encontrar un hueco si lo intentas.

Conseguí una sonrisa genuina por parte de ella y me di unas palmaditas


mentales en la espalda.

—Está bien. Te dije que era una asesina a sueldo para Briacci, pero no
siempre tomaba órdenes directas de él. Tenía un montón de subordinados
y otros lacayos que transmitían sus órdenes por él. Uno de ellos es un tipo
llamado Nunzio Callestrano —Hizo una mueca—. Un tipo feo que tiene más
pelo en sus nudillos que la mayoría de los demás en sus cabezas —No
puede evitar reír por la imagen y ella se encogió de hombros—. Es verdad.
Como sea, Briacci y su esposa estaban en Sicilia para el funeral de una de
sus tías abuelas cuando la orden llegó. Nunzio mandó a uno de sus lacayos
a decirme que necesitaban que alguien se encargase de ello. Este tipo era
supuestamente un gran problema; estaba metido en cosas en que ni
siquiera la Mafia se mezclaría, como pornografía infantil. Este tipo me dijo
que Callestrano le contó que este hombre, cuyo nombre era Tony Selleti,
estaba jugando con algunas de las casas de droga que Biracci controlaba.
Al igual que cualquier otra banda, la Familia no desiste de su territorio sin
luchar y yo estaba siendo obviamente contratada para hacerme cargo
del problemita de una vez por todas.

—Entonces, ¿qué paso?

—Siempre hago los deberes antes de hacer un trabajo —Ella continuó con
el asunto con naturalidad—. Y esta vez no fue la excepción. Inspeccioné la
casa del tipo y su trabajo para conseguir una idea general de él y, quizás,
sacar una idea del lugar al que lo podría llevar con pocos problemas.

Sus palabras y su extensión en un tono sin emociones, enviaron escalofríos


por todo mi cuerpo. Crucé los brazos para tratar de ocultar la piel de gallina
que se propagaba sobre mi piel desnuda. Sus ojos me decían que habían
visto más allá de mi engaño y de nuevo contuve la respiración,
preguntándome si ella continuaría.

Dejamos salir un largo suspiro, ella apoyó la barbilla en sus rodillas una vez
más.

»Digamos que lo que descubrí, estaba en desacuerdo con lo que me


habían dicho.

—¿Qué quieres decir?

—En lugar de ser distribuidor de pornografía infantil que violaba a bebés


para ganarse la vida, me encontré con un tranquilo hombre de familia,
trabajador, que no se parecía en absoluto al hombre que había recibido
la orden de matar. Ahora, antes de que digas nada, sé que la mayoría de
los criminales de este tipo no tienen un sello en la frente, pero he aprendido
a confiar en mis instintos en estas situaciones, mis instintos estaban
diciéndome que este no era un problema —Se movió de nuevo—. Durante
mi tiempo con Briacci, había aprendido a tener contactos privados, y me
vinieron muy bien aquí. Por un amigo, me enteré de que la única verdad
que me habían dicho de este hombre era su nombre. El resto fue una sarta
de mentiras envueltas en un bonito papel para conseguir que mi
temperamento se calentara y me doblegara. También me enteré de algo
muy importante.

—¿Y qué era?

—Que era un testigo del gobierno para un juicio que involucraba a una
Familia rival.

Ahora las piezas, al menos algunas de ellas, empezaron a caer en su lugar.


Asentí en lo que esperaba que fuera una manera alentadora para
continuar.

—Muchos de nosotros tenemos líneas que no cruzamos, y ésta era una de


las mías. Nunca he matado inocentes y nunca maté testigos, no importa
contra quien estuvieran testificando. Sobra decir, que tuve una gran
brecha con Salvatore Briacci por establecer esa regla y yo hice una rápida
llamada a Sicilia para dejárselo saber. Desafortunadamente no estaba
disponible cuando llamé, así que le dejé un mensaje. Entonces regresé con
el lacayo de Nunzio y le dije que no había trato. Me fui a casa, guardé mi
arma, y me fui a dormir, pensando que era el final del asunto —Ella resopló
suavemente por la nariz—. Debería haberlo sabido mejor.

Ocultó de nuevo sus ojos tras un fino velo y me resistí a la tentación de poner
mi mano en su brazo como apoyo.

»Me desperté a la mañana siguiente con el sonido de una docena de


agentes de policía golpeando mi puerta. Parece que Tony Selleti había
sufrido un pequeño accidente durante la noche y tenían a cinco testigos
que me vieron caminando por su oficina, pistola en mano y sangre
cubriendo todo mi cuerpo —Se rio sin alegría—. Es increíble lo que un poco
de dinero en las manos correctas hace que una persona vea, ¿no?

Asentí entendiendo perfectamente. Es increíble lo que los vecinos ven o


piensan haber escuchado en la oscuridad de la noche y tras puertas
cerradas con llave. La mente es una cosa muy selectiva. Había aprendido
lo suficiente sobre eso de primera mano. Añadiendo un poco de incentivo
al asunto… bueno, se dice que cada hombre tiene su precio.

—¿Fue Salvatore? —Le pregunté después de un largo momento de silencio


contemplativo.

—Eso pensé al principio. Estrujé mis sesos tratando de pensar en algo que
hubiera hecho para hacer que quisiera ponerme una trampa así. No podía
pensar en nada. Siempre había sido una buena soldado, acatando sus
órdenes y obedeciéndolas sin dudar. Esta era la primera vez que yo
rechazaba un golpe —Rodando su cabeza contra la pared, se pasó la
mano por el pelo recuperándose un poco—. Lo que no podía entender era
por qué él querría que yo quitara del medio a un testigo que podía poner
a un rival tras las rejas. No tenía sentido para mí. Después de todo, Briacci
siempre había tenido problemas con este tipo. Se podría pensar que se
alegraría de que hubiera pruebas suficientes para quitarlo de en medio al
fin, sin tener que mancharse las manos.

—Tienes razón. Eso no tiene ningún sentido.

—Entonces empecé a tener mis sospechas, pero para entonces ya había


sido juzgada, condenada, sentenciada y de camino al Pantano.

—Si tenías sospechas, ¿por qué no luchaste?

Se echó a reír de nuevo, aunque pude ver, gracias a las luces intensas, el
brillo de las lágrimas en sus ojos. Era algo asombroso.

—No peleé porque pertenezco a donde estoy, Ángel. Pude no haber


matado a Silleti, pero he matado a muchos más. Soy demasiado peligrosa
para quedarme en las calles.

—Ice…

—No, Ángel es la verdad. Estoy donde pertenezco, donde siempre he


pertenecido —Se secó los ojos con dureza con el dorso de la mano
evidentemente molesta por la humedad que encontró allí—. De todos
modos, después de lo que escuchó, Briacci no me dio la espalda
totalmente. No estaba muy segura del porqué, ya que incluso aunque
había rechazado el golpe, su objetivo quedó cumplido. Tal vez solo estaba
molesto por haber tenido que utilizar a alguien para hacer lo que debería
haber hecho yo en primer lugar —Se encogió de hombros—. No lo sé.
—Apuesto a que dolió.

Me miró durante un largo rato, luego se volvió, ocultando su rostro con la


caída de su cabello.

—Sí. Lo hizo. Lo que me dolió más fue el hecho de que Josephina no quisiera
hablarme tampoco. No me importaba lo que el resto de ellos pensara, pero
quería… No, la necesitaba para mi versión de los hechos. Intenté llamarla
un par de veces, pero siempre había excusas sobre por qué no podía
atender el teléfono. Después de un tiempo, me di por vencida.

—Entonces, ¿por qué ella…?

—Estoy llegando a eso. Cuando la vi esa mañana, supe que algo no iba
bien. A parte del cuchillo de Cassandra en su garganta, claro. Josephina
podía no ser una santa, pero a pesar de quién era su marido, era una
buena mujer, no había una buena razón para que estuviera encerrada
aquí al menos que alguien estuviera tras ella. Y para que fuera traída en
medio de la noche… —Sus palabras se desvanecieron mientras negaba
con la cabeza.

—Se enteró sobre los problemas de Salvatore con la ley —Me aventuré.

—Sí, pero no hasta que todo hubo terminado. Su negativa a declarar


contra su marido fue un problema, y los fiscales que querían jugar con
dureza se agregaron a la ecuación. Y entonces ella murió y yo terminé en
aislamiento.

—Con Cassandra.

—Exacto —Su sonrisa era dura y carente de calidez—. Me contó una


interesante anécdota. Parece que la noche que Josephina fue traída al
Pantano, el Alcaide le hizo a Cassandra una pequeña visita. A cambio de
dejar que se quedara con Heracles, un acuerdo al que yo ya había llegado
con él, como sabes, tenía un trabajito que encargarle.

—Matar a Josephina —Respiré, mi corazón empezó a bombear


rápidamente.

—Exacto. Le dio un cuchillo y dejó la puerta de su celda desbloqueada


para poder cumplir sus órdenes. Sólo tenía otra condición.

—¿Y cuál era?

—Que yo tenía que estar allí para presenciarlo. Me dijo que fue muy firme
sobre eso.

—Dios mío, ¿por qué? De repente, el misterio de su presencia en la cárcel


ese día quedó muy claro.

—Debido a que Josephina tenía una información importante. Y si yo recibía


esa información, todo su pequeño reinado aquí podría derrumbarse a su
alrededor.

—¿Cuál era la información?

—El nombre del hombre que había matado a Tony Selleti. Antes de morir,
se las arregló para decírmelo. Era el lacayo de Nunzio, el tipo que me había
dado las ordenes en primer lugar. Un hombre llamado Joseph Cavallo. El
mismo hombre que viste fuera hoy estrechado la mano del Alcaide.

Todo el rompecabezas de pronto se juntó con fuerza segadora. Nuestro


piadoso Alcaide, estaba metido hasta las cejas en una corrupción que iba
mucho más allá del asunto de los coches robados.

»Cuando Cassandra actuó por primera vez y fui hablar con él acerca de
Heracles, me propuso un trato. La vida de su mascota a cambio de mi
participación en un pequeño negocio que estaba iniciando.

—El desguace.

—Así es. Sabía que no había realmente ninguna manera de evitarlo, así
que accedí. Empecé a tener mis sospechas de nuevo entonces cuando
creí reconocer a algunos de los tipos que traían los coches robados, pero
esperé un tiempo hasta que fue demasiado tarde. El suministro de coches
de Cavallo a Morrison, y sin duda pagándole una suma considerable de
dinero para desguazarlos o pintarlos de nuevo, llena los bolsillos del Alcaide,
y Cavallo consigue nuevos coches a precios reducidos y todos contentos.

—Pero todavía no estoy muy segura de cómo la muerte de Josephina tiene


que ver con todo esto. Más allá de lo obvio, por supuesto.
—Tiene que ver por una serie de razones. Primero, con ella como testigo de
los acontecimientos reales que tuvieron lugar en la noche que murió Selleti,
podría conseguir un nuevo juicio y una buena oportunidad de ser absuelta.
Eso me dejaría libre para exponer los trapicheos del Alcaide y sería su fin.
Además, hay algunos altos mandos en la Capital del Estado, a los que en
gran medida no les gustaría ver que sucediera, dado el hecho de que
Morrison les ayudó a ser elegidos en primer lugar.

—Eso es muy cierto —El deseo repentino del fiscal de ponerse duro con
Josephina tenía mucho más sentido ahora, ya que firmaba sus cheques de
pago.

—A esto se añade el hecho de que si sumas dos y dos, obtienes una imagen
de un tal Joseph Cavallo trabajando como topo para la Familia rival que
tenía un interés personal en que Selleti descendiera de forma permanente.
Era la perfecta puesta a punto. Cavallo consigue matar al testigo en contra
de su jefe real, el Padrino rival. No importaba que yo me negara porque
tenía que hacerlo de todos modos y culparme del mismo. Briacci nunca
recibió mi mensaje así que no tenía más remedio que creer en la pequeña
comadreja. Josephina también me dijo antes de morir que Salvatore había
sospechado de un topo en su propia Familia. Cavallo le convenció de que
era yo quien estaba fastidiando a su Familia. Con Josephina muerta, las
probabilidades de conseguirme un nuevo juicio son nulas. Pero, ya que
ahora sé quién es el verdadero asesino, y ya que también sé que es un
topo, y también que él y Morrison son socios de negocios, podría tener
alguna influencia sobre nuestro querido Alcaide.

—¿Qué tipo de influencia?

—No estoy segura todavía. Morrison cometió su mayor error cuando hizo
de la muerte de Josephina un espectáculo público. Debería haber tenido
que hacerlo en privado, o por lo menos en algún lugar donde yo no
estuviera para verlo. Pero es arrogante. Tomó un gran riesgo y perdió —Sus
dientes brillaron de nuevo—. Simplemente no lo sabe todavía —
Enderezándose un poco, se estiró, alzando sus largos brazos sobre su
cabeza y arqueando la espalda. El sonido del crepitar de sus vértebras era
fuerte en la habitación tranquila—. Pero una cosa es cierta: los días de
Joseph Cavallo están contados. Voy a verlo personalmente.

No pude evitar la emoción de miedo que me bajó por la espina dorsal y


evité mirarla, sabiendo que la expresión de su cara, sin duda, se
profundaría con eso. Esta Ice no era una mujer noble tratando de mejorar
la vida de las mujeres con las que compartía el espacio. Esta era una
asesina entrenada con el fuego de la venganza y la fría astucia de un gato
callejero.

Cuando volvió a hablar, su voz era suave y contemplativa.

»Probablemente hay muchos que dicen que Briacci sólo consiguió lo que
se merecía, y que Josephina, por extensión, también.

—Nadie merece morir, Ice.

Se volvió hacia mí, con una sonrisa irónica encendiendo sus ojos.

—Recuérdame discutir contigo acerca de eso más tarde.

Le devolví la sonrisa, retorciendo suavemente su brazo.

—Hecho.

—Me acogieron cuando nadie más lo hubiera hecho. Me dieron comida,


refugio. Familia. Sólo porque eligiera meterme en asuntos oscuros, no hace
que ese regalo sea menos valioso para mí. Les debo una gran deuda y la
pagaré.

A medida que sus ojos adquirieron ese brillo lejano una vez más, me
encontré estudiando la mano que se colocó contra la sábana blanca de
la cama. Era una mano fuerte, morena y con buenas venas, con largos
dedos estrechos que eran elegantes y mortales al mismo tiempo. Al igual
que un niño curioso, puse mi mano sobre la suya, maravillándome por la
suavidad y el calor debajo de mi palma, incluso mientras me reía por
dentro ante la diferencia de tamaño.

Cuando volví la cabeza, me encontré con sus ojos sobre mí, totalmente
despierta, consciente del momento. Sabía que esta vez mi corazón no
podía negar lo que estaba buscando con tanta paciencia. Nuestros labios
se encontraron con una dulzura infinita que prácticamente acabó con la
carnalidad primordial de nuestro primer encuentro.

La cálida suavidad de sus labios cubrían los míos explorándolos


suavemente, derritiéndome por dentro, fracturando todo lo que yo
pensaba que era y dando a luz una nueva mujer en su lugar. Cálidas y
húmedas, nuestras bocas se movían juntas en un gracioso baile de giro de
cabezas y profundas respiraciones. Mi mano trazó una línea por la larga
elegancia de su cuello, hundiendo los dedos en su espesa melena mientras
sentía la punta de su lengua trazar la unión entre mis labios.

Mi boca se abrió bajo el gesto burlón y la acepté de buena gana,


gimiendo suavemente mientras recorría lo que encontraba dentro con
habilidad, seguridad y sensualidad. Mi cabeza empezó a dar vueltas,
aunque si era por falta de oxígeno o por la emoción abrumadora nunca lo
sabré. Me aparté de mala gana, saboreando finalmente, mientras mi
cabeza se adelantaba para descansar contra su amplio hombro.

—Dios... eso fue.... wow.

Su brazo se enroscó detrás de mi espalda y pronto me encontré atrapada


en un fuerte abrazo. Un suave beso fue presionado en mi frente y me relajé
contra ella, envuelta en un capullo de calidez y ternura. Escuché la música
de su corazón, mientras latía constantemente bajo mi oreja mientras
esperaba que el cosquilleo que me envolvía disminuyera. Sentí el calor de
su mejilla mientras se apoyaba contra la parte superior de mi cabeza y mis
ojos se cerraron con alegría. Era un poco desconcertante que mi marido
hubiera tenido que morir para que yo pudiera encontrar mi hogar, pero la
verdad es que era fácil de ver para mí.

Su voz grave reverberó en mi oído.

—Lo siento, Ángel.

Traté de alejarme, pero su fuerte agarre me impedía moverme, así que


puse mi cabeza en su hombro y suspiré.

—¿Qué sientes?

Una risa irónica resonó.

—Muchas cosas, supongo. Cerrarme contigo. Mantenerme a distancia


cuando todo lo que ofrecías era ayuda. Pero sobre todo por tomar algo
tan preciado en un desafío.
Fue la apertura que había estado esperando durante meses y los caminos
que de repente aparecían delante de mí eran muchos y variados. El humor
parecía funcionar mejor con ella, así que eso es lo que intenté primero.

—Por lo que recuerdo —le contesté adoptando un tono seco—, yo fui la


que te desafió.

La risa irónica volvió, vibrando contra mi cuerpo, donde la piel se unía y se


fusionaba.

—Tal vez. Pero yo sabía lo que estaba haciendo. Sabía lo que quería. Y
estoy acostumbrada a conseguir lo que quiero —afirmó—. Pero esto... esto
es algo que nunca debió ser tomado. Y menos como broma.

Se me puso el corazón en la garganta, forzando las palabras escondidas


allí a la luz pública.

—Así que tú también lo sientes.

Hubo un largo momento de silencio mientras sentía su garganta tragar


contra mi cabeza.

—Sí —dijo susurrando después de lo que pareció una eternidad. Otro


silencio llegó, más largo que el primero—. Desde el momento en que nos
conocimos —Ella se movió, orientando mi cuerpo para mayor comodidad
contra el suyo—. Traté de ignorarlo. Traté de meterlo muy dentro, donde
están enterrados el resto de mis sentimientos. Obviamente, no funcionó.

Estaba a punto de decir algo cuando las luces parpadearon, indicando el


cierre en diez minutos. Me apretó junto a ella con más fuerza durante un
segundo, luego aflojó sus brazos y se alejó. Cogí su mano y la besé en el
dorso antes de colocarla sobre mi corazón.

—Esto no ha terminado, ¿sabes?

Sus labios se apretaron, obviamente tratando de reprimir una sonrisa


cuando elevó una ceja en su ojo azul.

—No ha terminado, ¿eh?

—Ni de lejos —Y sin vacilación o temor, me acerqué más, cubriendo su


boca con la mía y mostrándole en un beso, la pasión que escondía mi
alma. Su mano se deslizó sobre mi pecho izquierdo con un toque suave.

Respondiendo generosamente, toqué por primera vez con deseo los


pechos de otra mujer. Suave, cálida y flexible bajo mis dedos inquisitivos,
me quedé sin aliento en el beso al sentir endurecerse un pezón sensible
contra mi palma. Mi pulgar, por su propia voluntad, rozó suavemente sobre
la tela que lo separaba de la carne caliente debajo y sentí su cuerpo
acercarse junto al mío con un gemido susurrante saliendo de su garganta.

Súbitamente se apoderó de mí una gran necesidad de sentir la carne


sensible bajo mis dedos y rompí el beso, gruñendo cuando llegué a la
cremallera que contenía su traje cerrado. Me las arreglé para bajárselo por
la mitad cuando las luces parpadearon una vez más y una voz anónima
chisporroteó por megafonía, anunciando el cierre en cinco minutos.

Dejando caer mis dedos a centímetros de su meta, mis ojos se pegaron a


los magníficos escasos centímetros que separaban su escote con el
resultado de mis esfuerzos. Mi boca se hizo agua y la necesidad de enterrar
la cabeza entre esa carne tentadora y saborearla y olerla era casi
insoportable en su intensidad.

Sacudiendo la cabeza para romper la visión, miré hacia arriba para


encontrar a Ice mirando hacia atrás, el color de sus ojos se profundizaba
en un tormentoso índigo que enmarcaba sus pupilas dilatadas como una
corona alrededor del sol. Su respiración era un poco forzada y gotas de
sudor salpicaban su labio superior. Dios, era la cosa más hermosa que
jamás había visto.

El sonido de alguien aclarando suavemente su garganta atravesó mis


desbocados oídos y me di la vuelta para ver a una guardia ruborizada, de
pie fuera de la entrada de la celda de Ice.

—Señoras —dijo casi en tono de disculpa—, es la hora del cierre. Tienes que
volver a tu celda, Ángel.

Me volví hacia Ice, que sonreía ridículamente hacia mí. Créeme cuando te
digo que esa expresión en concreto no hizo nada para amortiguar mi
ardor.

»Ángel...
—¡Muy bien! Muy bien. Dios. —Tuve que decirle a mis músculos lo que hacer
y me satisfizo que mis piernas conservaran la suficiente fuerza para soportar
mi peso y salir de la cama. Fue una decisión difícil, de verdad, pero me las
arreglé para conseguir hacerlo—. Recuerda lo que te dije, Ice. Esto no ha
terminado.

Su sonrisa creció con suficiencia.

—Lo tendré en cuenta —respondió ella en voz baja—. Buenas noches,


Ángel.
Capítulo 8

P
ero terminó. Al menos durante un tiempo.

Fiel a su naturaleza, Ice se cerró de nuevo en sí misma, como si


nuestro encuentro esa noche juntas hubiera destapado demasiada
intimidad conmigo. No diré que no estaba decepcionada, porque lo
estaba, pero también intenté poner todo de mi parte para entender las
cosas desde su punto de vista. Cada indagación a esa maltratada alma,
me dejaba entrever más a la mujer que yo era capaz de confesar
libremente, solo para mí misma, de la que estaba enamorada.

Pero cada vislumbre de esa alma venía con un precio para ella y para
mí. Supongo que era similar al dolor de liberarse de toxinas en el cuerpo.
Siempre necesitas un período de recuperación para recuperar el
equilibro que pierdes.

Mientras tanto, me mantuve ocupada con el trabajo en la biblioteca,


con la enseñanza e incluso me las arreglé para involucrarme en el equipo
de softball Inmate All-Stars que jugaba contra las guardias durante la
primera semana del verano.

Mi estatus como Amazona, me permitió hablar con gente con la que


nunca podría haber soñado hablar antes. Escuché las preocupaciones y
preguntas e intenté ayudar lo mejor que pude. Como he dicho antes, la
mayoría de las presas del Pantano no eran muy partidarias de la vida
comunitaria. La mayoría eran mujeres jóvenes que cumplían sentencias
cortas por errores estúpidos. Aunque ayudé tanto como pude para que
continuaran con su educación escolar, quería hacer más para ayudar a
preparar a estas mujeres para sus vidas fuera de los muros de la prisión.
Con la ayuda de las guardias, organizaciones principalmente sin ánimo
de lucro, y las universidades locales, fui capaz de configurar varias
asignaturas para las reclusas. Clases como el Control de la ira, Forma de
educar a los hijos, Presupuestos del hogar, y Trayectorias profesionales,
fueron, sorprendentemente, muy bien recibidas. Eso me hacía sentir bien
por ser capaz de marcar un efecto positivo en las vidas de unas cuantas
internas, por si haciendo mi mejor intento conseguía que una vez que
dejaran el Pantano, nunca volvieran.

Mi segunda primavera en el Pantano, también vi por primera vez que yo


era capaz de intervenir en una lucha sin ayuda. Y, de hecho, nunca
necesité recurrir a la violencia.

Iba de camino a la lavandería para coger algunos uniformes limpios (y si


me has leído atentamente, no dudarás en recordar mi advertencia sobre
las prisiones y los cuartos de lavanderías), cuando entré en la
antecámara exterior y vi a dos reclusas, ambas bastante nuevas,
plantando cara a otra interna que acababa de salir de la zona de
segregación. Las tres mujeres lucían marcas de golpes pasados, en la
mujer arrodillada más novata eran más vívidas contra el tono pálido de
su piel.

Entré de golpe en la habitación, dejando notar mi presencia por la fuerza


de mi entrada. La mujer arrodillada miró hacia mí con una súplica en sus
ojos, las otras, con ira.

—¿Qué pasa aquí?

—No creo que sea problema tuyo —replicó una de las que estaban de
pie.

—¿Y si te digo que lo convierto en mi problema? ¿Eso te ayudaría?

La segunda mujer soltó el agarre de la parte delantera del uniforme de


su cautiva y se dirigió hacia mí.

—Yo no lo haría si fuera tú. Los cardenales pueden multiplicarse


rápidamente.

Captando el tono de mi voz, se detuvo mirándome interrogativamente,


evaluándome.

—¿Y bien?

Ella miró por encima de su hombro hacia su compañera, que se encogió


de hombros. Entonces se volvió hacia mí y levantó las manos por delante
de su pecho.
—Eso no significa nada.

—Ya veo —sonreí—. Bueno, entonces estoy segura de que no te


importará que esa mujer se levante y se vaya por donde vino, ¿verdad?

—Claro —dijo la primera después de un momento—. No hay problema.

—Bien —asentí de modo alentador a la mujer arrodillada, quien asintió


como respuesta y forcejeó para ponerse de pie, aún con temor en los
ojos. Un asentimiento mío más y ella se volvió y caminó hacia la ropa
limpia, reapareciendo un momento después con una pila de trajes
limpios. Lanzándome una última mirada, lanzándose hacia la puerta.
Pude ver a la segunda mujer, la que había desistido en su avance hacia
mí, lanzando dagas con los ojos en dirección a la puerta.

»Sabes —continué con la conversación—, no sería un movimiento muy


inteligente ir detrás de ella una vez que me haya ido. Haceos un favor y
dejadla en paz. Ambas seréis más felices, creedme.

—¿Quién eres tú? —preguntó la primera.

Pude sentir mi sonrisa aparecer.

—Me llamo Ángel.

—¿Ángel, eh? —dijo la segunda, valorándome una vez más. Era una
mujer de talla mediana con pelo liso castaño que colgaba sobre sus ojos,
que en ese momento se entrecerraban hacia mí.

—Así me llaman, sí.

—No pareces tan dura.

—Las apariencias pueden ser engañosas. Eres bienvenida para intentar


averiguarlo si quieres, aunque yo preferiría tratar esto de una forma más
elegante.

La segunda mujer caminó hacia su compañera y yo miré al tiempo que


las estudiaba a las dos cuidadosamente.
—Parece que alguien os ha dado una paliza —observé. Cuando ambas
me miraron con enfado, levanté una mano—. Está bien, también me
pasó a mí. Más de una vez.

—A nosotras no nos pasó nada —protestó la primera—. Solo somos…


torpes.

Aunque me dieron ganas de reírme, me las arreglé para no hacerlo.

—Ya, yo he sido conocida por tener algún repentino ataque de torpeza


también. Duele, ¿no? Dan ganas de querer hacer sentir a otros tan
miserables como tú, ¿eh?

Ahora ambas me miraban entrecerrando los ojos.

—¿De qué infiernos estás hablando? —preguntó la segunda finalmente.

—Estoy hablando de golpear a alguien porque has sido golpeada tú.


Estoy hablando de cómo crees que eso te hará sentir mejor sobre lo que
te pasó a ti, pero aquí estoy para decirte que no lo hará. Lo único que te
hará empezar a hacer sentir mejor es aprender cómo hacer que no te
pase de nuevo. Lo único que empezará a hacer sentir mejor es aprender
a manejar a la gente que te hace daño. No convirtiéndote en una
matona también, porque déjenme decirles algo acerca de las matonas,
señoritas. Siempre habrá alguien más grande, alguien más fuerte y más
miserable que vosotras alrededor.

—¿Tú? —preguntó la primera resoplando con incredulidad.

—Para empezar. Pero podría daros unas lecciones sobre cómo


defenderos en vez de defenderme contra vosotras. ¿Qué decís?

Se miraron la una a la otra, entonces de vuelta a mí, obviamente sin saber


lo que hacer conmigo.

—De acuerdo, dijeron al unísono al final.

Mi sonrisa brilló.

—Genial. Estoy en el patio todos los días a las once. Mucho de mi tiempo
lo empleo en el equipo de softball ahora, pero si no puedo ayudaros,
tengo un grupo de amigas que lo harán. Encontraos conmigo mañana
en el área de pesas libre y os las presentaré, ¿de acuerdo?

—¿La zona de pesas libre? Pero esa es la zona donde están las Amazonas.

—Exacto.

—¿Eres una Amazona?

—Claro que lo soy —Me temo que mi sonrisa creció un poco presumida,
pero en realidad, ¿a vosotros no os pasaría? Sus expresiones se tiñeron
con una nueva emoción: respeto, y me hicieron sentir orgullosa de lo que
era—. Entonces, ¿tenemos un trato? ¿No pegaréis a nadie más?

—Eh… Sip. Trato.

—Genial. Os veo mañana entonces.

Dejándolas de lado, continué en mi camino al interior de la lavandería y


tomé los uniformes que había venido a coger desde un principio. Cuando
salí, ellas aún permanecían de pie ahí, mirándome fijamente. Dándoles a
ambas un saludo con la mano final y una sonrisita brillante, me marché.

La red de la prisión sobre chismes, estaba en perfecto funcionamiento


como pude ver cuando entré en la biblioteca después, en la tarde.

Media docena de Amazonas y una bibliotecaria anciana, se reunieron a


mi alrededor en una orgía de felicitaciones y palmaditas en la espalda.
Miré a mi alrededor con incredulidad mientras ellas aplaudían el éxito de
mi primer “solo”.

Carcajadas y comentarios soeces de la pérdida de la virginidad


acompañadas de buen humor y bromas, me hicieron sonrojar hasta las
raíces del pelo. Pony casi me hace caer de espaldas cuando me sacó
una magdalena que había conseguido gorronear de la máquina
expendedora del economato, con una velita encendida como
complemento. Fui festejada con la serenata Por ser una buena Amazona,
y el deseo que pensé cuando soplé la vela solo lo sé yo.

* * *
Mientras el calor templado de la primavera daba paso al fuerte calor y
la humedad del verano, Ice empezó a salir de su aislamiento de nuevo,
como si la calidez del día y las templadas noches la llevaran a hacerlo.
Con frecuencia nos sentábamos fuera casi al anochecer, después de
que me dieran permiso los guardias, y hablábamos, generalmente de
cosas sin importancia. Era obvio que la herida de la muerte de Josephina,
aún dolía, pero parecía que estaba poniéndose mejor, poco a poco.

Muchas veces me encontré a mí misma contándole historias sobre mí de


jovencita. Esperaba que la hicieran abrirse lo suficiente para contarme
historias del mismo tipo, pero era como un mismo caballo de diferente
color. Aun así, contar historias era algo que disfrutaba hacer desde que
era joven, incluso si no tenía ninguna audiencia más que mis muñecas
generalmente…

La mayoría de mis historias se centraban alrededor de la cabaña de


verano en los bosques de Canadá. Le conté sobre la vez que mis abuelos
maternos vinieron a visitarnos una semana y mi abuelo había tirado toda
la cubertería de plástico en el fuego, apestando la casa durante días. O
sobre la vez que fue la única que fui de pesca con mi padre.

Mi padre no pensaba que la pesca fuera para chicas, pero por carencia
alguna vez, y más probablemente por acompañamiento un día, me
concedió ir con él en el pequeño bote que teníamos amarrado en el
muelle. Presumiendo de ser un maestro en la pesca, tenía una hermosa
caña y carrete y una cara caja de aparejos con todo tipo de señuelos
fascinantes, ninguno de los cuales tenía permitido tocar para no ser
contaminados por piojos de chicas o algo así. Me presentó con bombo y
platillos una simple caña de bambú con un trozo de alambre y un
pequeño gancho que colgaba en el extremo. También me dio una taza
de poliestireno con criaturas extrañas y la advertencia de que sería mejor
que no le pidiera ponerme el cebo a él. Al parecer, las ideas de mi padre
de la feminidad no se extendían a ensuciarte las manos empalando
gusanos en ganchos puntiagudos.

Nos condujo a una diminuta isla en el medio del lago, donde echó el
ancla y fijó su caña y los aparejos. Echó la caña en el agua azul mientras
yo intentaba averiguar la mejor manera de poner el cebo en el gancho
sin echarme todos los gusanos encima. Me parecía oír a las pobres
criaturas llorar mientras metía la punta afilada a través de su carne dura
y observaba supurar sangre por el agujerito que había creado.

Tragándome la bilis, terminé mi tarea decidida a no darle a mi padre


ninguna otra razón para decepcionarse de mí. En cuanto tiré mi caña,
sentí un fuerte tirón y levanté la caña para encontrar una perca de buen
tamaño luchando contra mi gancho.

Así es como más o menos transcurrió el día. Cada vez que tiraba la caña,
aparecía un pez mordiendo el anzuelo. Mi padre, en cambio, aún con
todo su equipo de lujo, solo se las arregló para atrapar a dos percas y un
pececito demasiado pequeño como para molestarse en conservarlo.

Decir que mi padre estaba de mal humor durante las dos horas que duró
la aventura, sería decir poco. Sin decir palabra, abruptamente guardó su
equipo, tiró el ancla y me dio la espalda hacia tierra. Esa noche cenamos
pescado y fue el mejor que he comido, a pesar de que mi padre parecía
estar asfixiándose a cada bocado.

Incluso me las arreglé para conseguir alguna que otra risa a pleno pulmón
de Ice cuando le conté la historia de la semana que tuvimos algunos
amigos de la familia con nosotros. Había estado lloviendo todo el día y mi
madre y su amiga habían colocado sus zapatos junto a la chimenea de
piedra para secarlos. Al parecer, una ardilla había elegido la chimenea
como su nido ese verano. Y además, encontró los zapatos de la amiga
de mi madre como un refugio perfecto de la monotonía de su casa de
piedra. Y a la mañana siguiente, la amiga de mi madre metió su pie en el
zapato y gritó lo suficientemente alto como para despertar a los muertos.
Para cuando llegué a la planta baja, mi madre y su amiga estaban
gritando, con escobas en sus manos, e iban corriendo por la casa
persiguiendo una pequeña ardilla aterrorizada, que había escogido el
zapato equivocado para dormir.

Ice siempre era una oyente maravillosa, y parecía siempre estar


interesada en que le contara historias de los veranos de mi niñez en
nuestra cabaña del lago. Por la mirada lejana en sus ojos, creo que había
conseguido finalmente que al menos tratara de visualizar el lugar que me
traía tal paz y serenidad.

Siempre parecía más tranquila y abierta después de escuchar mis


historias, más suave de algún modo. Sus ojos claros tomaban una luz más
profunda, un tono más vibrante, y los ángulos agudos y lisos de su cara,
se veían algo suavizados mientras miraba con ternura en mi dirección.
Esa niña que había visto en la foto, no estaba lejos bajo su superficie de
la mujer adulta. Era una parte de ella que ansiaba conocer. Pero al igual
que una piscina cuyas aguas profundas no llegas a conocer del todo
hasta que te encuentras sumergida hasta el cuello en ellas, había capas
y capas de misterio y armadura emocional que tenía que tener la
paciencia de separar para abrirme camino hasta lo profundo de su alma.

Había otras veces que parecía que ella venía a verme jugar softball, sus
ojos recorrían el campo y a sus jugadoras, y le provocaban una dichosa
sonrisa en sus labios. Aprendí rápidamente a forzar mi atención al juego si
no quería tener los labios hinchados, los ojos negros y las burlas
inmisericordes de mis compañeras de equipo. Había veces que casi
podía sentir el calor de su mirada sobre mí y tenía que resistirme a girarme
y encontrarme con esa mirada sabiendo que sería mi perdición si lo
hacía.

Los besos que habíamos compartido en su celda, despertaron a un


animal escondido en mi interior que no sabía que poseyera. Mis noches
estaban llenas de imágenes tanto eróticas como tiernas. Mis días no eran
mucho mejores, la verdad sea dicha. Había veces que pensé que
explotaría por la presión, lo que quedaba de mí, revoloteaba en cintas
de frustración.

Pero si algo había aprendido en el Pantano, era que la paciencia era una
virtud, Y cuando me empeñaba, podía ser muy virtuosa, Mi nombre es
Ángel, después de todo.

También hubo momentos en que la sonrisa de su cara podía relucir la


ligereza de su estado de ánimo, e intentaba averiguar sus sentimientos y
planes para la venganza que había prometido para el alcalde y del
hombre que la había traicionado. Por mucho que lo intenté, nunca pude
conseguir ninguna pista, y la conocía lo suficiente como para dejarla de
molestar o arriesgarme a una venganza yo misma. Aun así, no podía
evitar preocuparme por las drásticas medidas que podía considerar
necesarias para la búsqueda de lo que ella consideraba justicia, aunque
fuera del tipo más básico.

En realidad, no había nada que la impidiera ir directamente tras Morrison.


Ella era, después de todo, una vividora sin esperanza, al menos en sus
pensamientos, sin volver a ver jamás la libertad. Creo que ese hecho
debía tentarla en extremo a veces, especialmente los domingos, cuando
nos obligaban a sentarnos durante tres horas para escuchar
predicamentos piadosos, sabiendo todos, la vil criatura que iba bajo esas
vestimentas. Por qué ella no tomó ese camino, no tengo idea. No había
duda de que podría haber sido fácil para ella, y en realidad, ¿qué mayor
castigo podría recibir?

Casi todas las internas podrían decirte al menos doce maneras de dejar
el Pantano sin el beneficio de la libertad condicional. Y, la verdad sea
dicha, algunas de esas maneras tenían una buena probabilidad de éxito.
Esto era el Pantano después de todo, no Alcatraz. Corinne, que era la
mayor conocedora de estas cosas, aseguraba que hubo veintiuna fugas
con éxito del Pantano durante los años que había pasado en esa cárcel
de mujeres. De ellas, quince habían sido capturadas, dos habían muerto
y las otras cinco que quedaban, nunca se escuchó nada de ellas de
nuevo.

La más popular y exitosa ruta de escape, aunque fuera un cliché terrible,


era la de la maniobra del cesto de la ropa limpia. Dos de las cinco
internas que fueron asesinadas o recapturadas eligieron esta ruta para su
carrera a la libertad. En 1996, sin embargo, la prisión perdió su contrato
de la lavandería con el Estado y se cerró la avenida de la lavandería para
siempre.

Los túneles estaban descartados como medio de escape. El Pantano era


llamado así por algo, ya que se encontraba entre muchas hectáreas de
tierras pantanosas. Los túneles se desmoronaban y se deshacían,
llenándose con agua prácticamente tan pronto como eran excavados.
Hasta la fecha, de acuerdo con Corinne, doce internas se habían
ahogado tratando de salir por el túnel de la prisión.

El premio para el intento de fuga más idiota y que casi tuvo éxito a pesar
de su estupidez, fue perpetrado por una mujer llamada Slick19. A
diferencia del Pantano, a ella no le pegaba el nombre. Slick trabajaba
en el taller de autos, y por lo que se dice, era buen mecánico. También
era una loca y peligrosa asesina que no se detendría ante nada para
poder escaparse. Una noche, mientras estaba dando los toques finales a
un coche patrulla provincial, decidió esconderse bajo la lona que cubría

19
Slick: Hábil.
el suelo de la parte de atrás y dejar el Pantano con estilo. Los guardas
raramente inspeccionaban los coches patrulla pensando que los
patrulleros que los conducían estarían en mejor posición de saber si algo
estaba fuera de lugar en sus vehículos. Lo que Slick olvidó, sin embargo,
en su entusiasmo, si bien no era demasiado brillante la planificación, fue
que los asientos traseros de los coches patrulla no tienen manijas en las
puertas. Ni que los gruesos cristales que separaban los asientos delanteros
de los de atrás, no permitían el paso fácil entre un compartimiento a otro.
Cuando el oficial que conducía el auto regresaba de su instrucción a la
estación, se encontró con la gran y divertida sorpresa de una presa
fugitiva atascada y esperando su viaje de vuelta al Pantano.

Los perros guardianes estaban especialmente entrenados para rastrear


el olor humano, y la aparición de las puertas electrónicas del garaje,
terminaron con las oportunidades de escapar a través de la bahía del
desguace de una vez por todas. Cada auto era inspeccionado mientras
esperaba hacer el trasbordo y se encargaban de cualquier cosa que
fuera encontrada fuera de lugar inmediatamente.

Corinne me dijo que durante los diez años desde ese incidente, nunca
había habido un intento de fuga con éxito. Algunas mujeres aún
intentaron saltar la verja o escaparse con los visitantes, pero nunca nadie
consiguió salir del patio.

Incluso si no hubiera sido ese el caso, tenía mis dudas de que fugarse
fuera algo que Ice estuviera considerando seriamente. Era el tipo de
extraña presa que creía que verdaderamente pertenecía al lugar donde
se encontraba. E incluso habiendo sido encarcelada por un crimen que
no cometió, sentía la culpa de los otros crímenes que sí había cometido
y que continuaban pesándole mucho. Creía que la justicia había
actuado correctamente y parecía contenta con permanecer a donde
sentía que pertenecía. Pero también sabía que costara lo que costara,
de algún modo, Cavallo y Morrison también recibirían justicia servida en
bandeja de plata teñida de sangre. Y eso era lo que me preocupaba.

Otra preocupación, aunque una más molesta que temible, era la


continuada presencia de mi propia pequeña sombra llamada Digger. No
parecía importar donde fuera ni cuándo, Digger siempre estaba en algún
lugar por los alrededores. Para ser honesta, mi rutina de biblioteca,
softball, comida, biblioteca, celda, no era tan difícil de averiguar, pero
aun así era desconcertante. Traté de hablar con ella, le pedí a Corinne
que intentara hablar con ella. Pedí a las Amazonas que intentaran hablar
con ella. Nada funcionó. Parecía ser una de esas personas que no
pueden ver los hechos frente a su cara. Se volvía tan pesada a veces que
consideré seriamente pedirle a Ice que la intimidara para que se acabara
su enamoramiento para siempre, pero prevaleció mi lado más educado
que mantenía escondido en lo más profundo para utilizarlo solo como
último recurso.

Aun así, Digger se las arreglaba para tener alguna utilidad, con lo que se
soportaba la frustración constante de tener una sombra viviente, y me
decía a mí misma que al menos no era Psycho. O al menos esperaba que
Digger no fuera también una psicópata, aunque fuera una maniática del
orden. El interior de su celda estaba limpio y era tan espartano como el
de un monje, y sus uniformes estaban siempre sin arrugas, con pliegues
perfectos. Con frecuencia me divertía ver como se pasaba varios minutos
durante un partido de softball, sacudiéndose la tela después de deslizarse
en una base para evitar la eliminación. Como loca de la limpieza, tenía
un don natural para los trabajos de limpieza, tan abundantes en el
Pantano. Enfrentémonos a los hechos. Era una mujer rara que disfrutaba
limpiando aseos para ganarse la vida, pero lo hacía con una sonrisa.
Algunas reclusas la llamaban June Cleaver 20 a sus espaldas, y era causa
de múltiples burlas en nuestro pequeño rincón del infierno.

Sus tendencias ordenadas, no escapaban a la atención de nuestro


Alcaide, que también parecía asumir que la noción de limpieza estaba
de hecho, unida a la piedad. Cuando se trataba de trajes planchados y
barrer pisos, claro. El alma de ese hombre estaba tan sucia como el fondo
de un taxi de Nueva York. En cualquier caso, el Alcaide la nombró como
su ama de llaves personal, lo que significaba, por supuesto, que estaba
en la posición perfecta para recoger y distribuir cositas que se le
escapaban a Morrison durante el curso de sus negocios diarios. Y créeme
cuando te digo que Digger era muy buena en su trabajo. Baste decir que
William Morrison tenía el pomo de latón más limpio de toda la prisión. Por
supuesto, Digger también se mantenía con los ojos y oídos abiertos, pero
él no tenía por qué saberlo.

* * *

20
June Cleaver: personaje de ficción de la serie de televisión norteamericana de 1957, Leave it to
Beaver.
La mañana del primer partido inaugural de softball entre presas y
guardias, amaneció con la proverbial “BCH” en la asistencia. Brumoso,
cálido y húmedo. El cielo lucía apagado, de un gris monocromo, y el aire
lo suficientemente espeso como para poder cortarlo con uno de los
cuchillos de Psycho. A las 9 de la mañana, la temperatura ya alcanzaba
los 27ºC y subiendo. Había decidido en un impulso del momento, llegar
un par de horas antes para practicar un poco más, sabiendo que
nuestras lanzadoras estarían también practicando.

Cuando salí a la sauna en que se había convertido el patio con la salida


del sol, silenciosamente agradecí a nuestra capitana de equipo por
haber presionado para conseguir el uniforme que ahora llevaba puesto.
En vez del grueso y pesado poliéster del uniforme de la prisión, llevaba
una sencilla camiseta de algodón y pantalones cortos de algodón
holgados. El sudor inmediatamente se roció entre mis pechos y en la línea
que une mi pelo a mi frente. Llevaba mi cabello recogido en una coleta
para el partido, y me prometí una vez más que lo cortaría a la siguiente
oportunidad que tuviera.

Un cuerpo me rozó y casi me ensucio mis nuevos pantalones cortos al


girarme, con las manos en alto en postura defensiva. Digger saltó hacia
atrás, con una sonrisa apesadumbrada en el rostro y las manos también
en alto.

—Lo siento Ángel. Soy sólo yo. ¿Debías estar concentrada en el juego,
no?

Le devolví la sonrisa, aunque más leve.

—Eh… sip, Digger. Solo que me sobresaltaste —Luché para que no se


notara la molestia del tono de mi voz—. ¿Qué haces aquí fuera tan
temprano?

—Me imaginé que querrías hacer una práctica de último minuto, así que
aquí estoy —Su sonrisa se amplió al ir pasando su mirada por mi cuerpo—
. Luces muy bien, Ángel.

Miré hacia abajo, percatándome de los lugares donde el sudor había


pegado el algodón a mi piel. Había una “V” formándose entre mis
pechos, y me resistí a la urgencia de cubrírmelos.
—Gracias —Me las arreglé para decir—. Tú también.

La verdad es que no creía posible que el algodón pudiera ser tan blanco
y tan absolutamente libre de arrugas, pero de alguna manera, Digger se
las arregló para conseguirlo, como siempre. A diferencia de mí, su sudor
no se atrevió a manchar su pulcro uniforme. Me reí por dentro al
imaginarla gritándole a sus poros, demandándoles que se quedaran
cerrados y tensos mientras entrenaba.

—Así que —dijo ella moviéndose nerviosamente para romper el silencio—


, ¿estás lista para patear algunos culos de guardias?

—Claro.

Cambiando mi guante a la mano más cercana a Digger, empecé a


cruzar el patio tomando aire que olía ligeramente a tierra húmeda
provocado por la niebla que nos rodeaba. Nuestras lanzadoras estaban
calentando y preparándose, y me puse de pie fuera de la línea de tiros
libres, observando y animándolas durante un momento.

Las jugadoras de ambos equipos comenzaron a desplazarse hacia el


campo, saludándose en voz alta las unas a las otras con afabilidad, y
levantando polvo en el húmedo aire.

Dos fuertes manos se plantaron en mis hombros en un apretón que


reconocí, junto con una voz baja y sensual sonando muy cerca de mi
oído.

—Dales duro, Ángel —Las manos dieron un breve apretón más en mis
hombros, antes de que una cabeza se girara brevemente en torno a mi
campo de visión, depositando un suave beso en mi mejilla—. Suerte.

Un movimiento sutil y la presencia se había ido, dejando atrás su


maravilloso aroma y a mí, mirando aturdida a la nada, con un rubor
pronunciándose rápidamente en mi cara, y preguntándome por qué
había pensado que el día podría ser malo.

—¿Esa era Ice? —dijo Digger junto a mí, con su voz llena de asombro
silencioso. Parpadeé con molestia, el hechizo que Ice había tejido sobre
mí temporalmente se rompió.
—Sí, esa era Ice.

—Wow. ¡Es genial! Ey, ¿crees que si se lo pido me daría un beso a mí


también?

Antes de darme cuenta, me había girado para encararla.

—Ni lo pienses —Su mirada de sorpresa fue tan cómica que tuve que
contener una carcajada—. Vamos a… ir a practicar… ¿ok?

—Sip. Claro. Como digas, Ángel.

* * *

El partido fue rápido y violento desde el principio. Las guardias tenían un


equipo excelente con una lanzadora con puntería mortal que te podía
hacer echar fuego en el bate si intentabas pararla. Su bateo era muy
bueno, así como su juego exterior. Sus brazos parecían disparar como si
fueran rifles. Su única debilidad era su juego interno, y me puse a explotar
eso lo mejor que pude, haciendo incursiones en su línea de defensa,
hasta encontrar una brecha en ella, entre la primera y segunda base, un
buen punto para mí de todas formas.

Nuestro punto fuerte era el juego de campo interno. Aunque molesta,


Digger era una destacada primera base, debiendo su apodo bien
puesto, a sacar unos cuantos tiros errantes que podrían haberse
convertido en bases extra si ella los hubiera perdido.

Era el inicio del quinto tiempo y el marcador estaba empatado cuando


fallé una pelota que debería haber sido fácilmente atrapada, ya que se
me resbaló del guante, permitiendo así que las corredoras avanzaran. En
un ataque de frustración, eché mi guante al suelo y lo pisoteé, como una
niña con una rabieta, lo cual, supongo que era.

En medio de mi pataleta, sentí un par de ojos en mí y me giré, aun


despotricando entre dientes. El torrente cesó abruptamente, cuando mi
mirada se cruzó con la de Ice, permitiendo que la calma y confianza de
sus ojos, pasaran sobre mí como un bálsamo relajante. De pronto, me
olvidé de por qué me había enojado tanto en primer lugar, y sentí un
rubor de vergüenza afluyendo a mis mejillas, calentándome hasta las
orejas. Su ceja se arqueó mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios.
Me dio una breve inclinación de cabeza antes de romper
deliberadamente nuestras miradas mientras ella miraba hacia la
bateadora, estudiando a la nueva guardia que había salido al campo.

Agachándome para recoger mi guante, murmuré mis disculpas a mis


compañeras de equipo y me preparé para la siguiente jugada, reforzada
por la creencia en mí misma, por la confianza que una mujer tenía en mí.
Tomando unas profundas inhalaciones, me incliné hacia delante, en
cuclillas, con mi guante ante mí flexionado y listo para lo que fuera.

Cuando la bola se dirigió velozmente hacia mí, sentí que mi guante se


elevaba casi en una reacción inconsciente. Impactó rápidamente, pero
me las arreglé para recogerla en un rebote y esta vez no se me resbaló.
Poniéndome de pie en seguida, lancé la pelota a Digger, que la atrapó
en una fracción de segundo, antes de lanzarse a correr cruzando el
campo para un triple juego.

Se podría creer que habíamos ganado la Serie Mundial por la manera en


que mis compañeras de equipo se me echaron encima, gritando como
locas. Incluso las guardias aplaudieron y gritaron sus felicitaciones.

Una vez más, Digger vino a rescatarme, abriéndose camino a través de


la pila humana sobre mí y poniéndome de pie. Aunque la ayuda fue
bienvenida, me resistí suavemente a sus intentos de sacudir mi ropa, no
queriendo sus manos sobre mí más de lo necesario y figurándome que
iba bastante sucia.

Al final de la misma entrada, nos las arreglamos para saltar sobre su


lanzadora, que estaba cansada. Digger fintó y lanzó por el hueco entre
el lado izquierdo y el centro del campo, donde comenzamos. Trey, que
tenía el apoyo de su equipo, no dudó en ofrecernos su fuerte bate,
propinando un imponente golpe que llegó casi hasta la valla por el
centro, en línea recta, pero la jugadora exterior hizo un juego perfecto y
atrapó la pelota con facilidad.

Sin embargo, Digger marcó y avanzó a la tercera base, superando el tiro


por un pelo. La siguiente mujer salió y se interpuso en su camino, apenas
alcanzando el campo interno y dejando a Digger sin espacio para correr.
Y llegó mi turno de batear. De pronto, sentí la buena dosis de nerviosismo
que se adentra en ti cuando el partido depende de ti y tus compañeras
de equipo están animándote. Miré a la mujer que consideraba mi
talismán, y conseguí media sonrisa y un puño elevado deseándome
suerte. Devolviéndole la sonrisa, me coloqué en la línea de bateo y me
preparé.

Todo se detuvo a mi alrededor. La muchedumbre elevó sus gritos a lo


lejos. Mis ojos estaban enfocados solo a la lanzadora que tenía enfrente,
que estaba dedicándome una fiera sonrisa, mientras con indiferencia
arrojaba la pelota hacia arriba y hacia abajo en su mano.

Mis manos sudaban en el mango del bate, y retorcí mis manos varias
veces para afianzar el agarre en él. Entonces hice unos giros
experimentales y cavé mi pie en el suelo más fuerte, mientras me repetía
en silencio: mirada fija, hombros rectos, swing sencillo.

Cuando la lanzadora por fin salió al campo, ondeó hacia mí en un arco


tan elegante y encantador que podría haber Jurado que tenía en la
frente las palabras: por favor, sácame la mierda. Ángel. Y claro, por
supuesto, yo accedí. La pelota impactó en mi bate justo en el lugar
perfecto donde sentía mis manos y el sonido del contacto me permitía
saber que lo había hecho bien.

La pelota salió disparada, apenas evitando dar a la lanzadora, antes de


volver al espacio entre la primera y segunda base, entonces golpeó una
zona húmeda de la hierba del campo exterior y simplemente… se paró.
La paradora en corto, la segunda base y la jardinera central se lanzaron
a por ella, faltando un pelo para chocarse las tres. Digger se introdujo en
la base, mientras yo tomaba la segunda base con facilidad antes de que
la pelota finalmente, volviera de regreso a la lanzadora, quien me saludó
con su gorra antes de enfrentarse con la siguiente bateadora. No pude
evitar la sonrisa que se extendió en mi cara ni el giro de mi cabeza para
encontrarme con los pálidos ojos de mi silenciosa seguidora. Recibiendo
otro asentimiento y un rápido guiño por mis esfuerzos, me sentí como si
flotara en el aire.

La lanzadora hizo su trabajo y logró eliminar a nuestra última bateadora


al terminar la entrada, pero yo había logrado que sacáramos una carrera
de ventaja. Ahora todo lo que teníamos que hacer era conservar la
ventaja durante tres eliminaciones más y el partido sería nuestro.

Desafortunadamente, Sandra Pierce no estaba al tanto de ese plan.


Lanzó un maldito home-run fuera del campo, tan rápido y tan alto que
creo que, a esta ahora, siete años después, sigue flotando en alguna
parte de la estratosfera.

Phyllis se dirigió a la base siguiente e intentando imitar a Sandra, tiró a la


izquierda del campo con mucha fuerza. Sin embargo Trey puso su mejor
empeño, y nos demostró por qué las Lady Vols estuvieron tan devastadas
cuando ella las dejó. Con un salto de altura como yo nunca había visto
antes hacer a un ser humano, ella levantó la mano, capturó la pelota
justo cuando estaba a punto de pasar sobre la cerca. Mientras que el
resto de nosotras mirábamos boquiabiertas, ella lanzó la pelota a la
lanzadora y se enderezó sin ninguna arruga en su camiseta.

Sonriendo y moviendo la cabeza, volví de nuevo mi atención al partido,


secretamente preguntándome en el fondo de mi corazón por qué una
mujer que había arrancado una vida a otro, merecía sentirse tan bien.
Me sacudí la sensación rápidamente antes de que se me arruinara el día,
imaginando que a veces, las cosas son como son y es mejor dejarlas así.

Los siguientes dos lanzamientos fueron sobre ruedas, y entonces llegó la


última ronda y sólo quedaba esperar lo mejor para la última entrada.

También era el final de nuestra alineación donde estaban nuestras


bateadoras más débiles. Las tres se veían nerviosas al darse cuenta de la
posición en la que estaban. Todas hicimos nuestro mejor esfuerzo para
calmarlas, mientras los gritos y vítores de la multitud alcanzaban casi un
clímax ensordecedor.

Nuestra primera bateadora salió y se colocó en posición. Pude ver cómo


le temblaban las piernas desde mi posición detrás, en la jaula de bateo y
tragué saliva en empatía. Llegó el primer lanzamiento, hundiéndose
rápidamente en la tierra, y ella lo falló y consiguió el primer strike. El
segundo voló por encima de ella antes de que estuviera preparada,
consiguiendo el segundo strike. Ella golpeó el bate en la tierra por la
frustración y se preparó de nuevo. El siguiente lanzamiento fue perfecto,
y le envío cerca de las rejas. Esto provocó que se derribara la línea de
primera base, y al caérsele la pelota del guante a la mujer que defendía
la base, y rodar por el suelo, consiguió hacer una carrera doble.

En el banquillo, nos volvimos todas locas, viendo una posible luz al final
del este túnel en particular. La siguiente bateadora fue rápidamente
eliminada, dejando a nuestra corredora en la segunda base, pero la
siguiente fue una fuerte pelota al ras de suelo que dejó a ambas mujeres
en sus respectivas bases.

Nerviosa y cansada, la lanzadora se dirigió a las bases ocupadas por las


corredoras y nuestra bateadora más débil se puso encima de Plato21, tres
swings22 más tarde, ella se alejó del Plato, haciendo girar su bate abatida,
y pidiéndonos disculpas a todas mientras se sentaba en el banquillo.

Era una de las situaciones en las que todas las jugadoras de beisbol,
desde las Ligas Menores a las Ligas Mayores, sueñan. Bases ocupadas, el
final de la última entrada con el marcador empatado y dos eliminadas.
También era la situación que todo jugador teme.

Falló dos lanzamientos rápidos, y el resto de nosotras con ella, pero no era
nuestra primera bateadora por nada, así que ella simplemente enderezó
los hombros y esperó el siguiente lanzamiento.

Tres lanzamientos más y el marcador ardía. El patio quedó en silencio,


entre las prisioneras y guardias por igual, que se inclinaban hacia delante
para lo que prometía ser el lanzamiento final del partido. Hasta los pájaros
se callaron, como si supieran la importancia de este acontecimiento que
estaba por ocurrir, pero no obstante respetándolo.

Nuestra bateadora miró fijamente a la lanzadora. La lanzadora le


devolvió la mirada, pero no tan arrogante como antes. Ella jugueteó con
la pelota con nerviosismo antes de ponérsela a la espalda e inclinarse
hacia delante para captar la señal del cátcher.

Todos los ojos en el patio siguieron la pelota al elevarse en un arco


majestuoso a través de la bruma. Nosotras nos quedamos viendo cómo
se elevaba al punto más alto de su trayectoria, y luego comenzaba a
ceder ante la gravedad, aterrizando limpiamente en el guante del
cátcher. A nuestra bateadora no le dio tiempo de mover el bate.

21
Plato; zona de lanzamiento
22
Swing; un intento fallido del bateador de golpear la pelota del lanzador.
Todos los ojos se volvieron hacia el árbitro, a la espera de su fatídica
decisión. La espera fue eterna. Su mandíbula se movió, murmurando
palabras que todas luchábamos por escuchar.

—¡Bola cuatro!

Ok. No era la manera más excitante de ganar, pero servía. La bateadora


con aire de suficiencia dejó caer su bate al suelo y corrió hacia la primera
base, trayendo a la corredora a tercera base. Cuando ella cruzó el Plato,
el patio entró en una erupción de frenesí de aplausos y todas se echaron
encima de la corredora que consiguió la acción.

Olvidando por un momento que eran nuestras guardianas, las guardias


saltaron a la multitud de cuerpos, riéndose y gritando con el resto de
nosotras. Por un momento, no hubo presas y guardias obligadas a
cohabitar en un rincón pestilente en la nada. Por ese breve instante de
tiempo, el peso de nuestros crímenes se esfumó bajo la estimulante
sensación de libertad. Sólo éramos dos equipos enfrentándose en un
perezoso día de verano. La prisión y nuestro hogar en ella, se sentían
lejanos mientras gritábamos y bailábamos alrededor como locas,
abrazándonos las unas a las otras, y dándonos palmaditas en la espalda
y en los traseros.

Lancé una mirada hacia el edificio de ladrillo rojo. Como si su propia


existencia se alimentara del miedo y la culpabilidad de las mujeres que
alojaba, y cuando esas emociones no estaban allí, se encogía como una
flor que se marchita por falta de luz.

Le saqué la lengua al edificio, y entonces me giré mientras algo suave y


fresco resbalaba en mi mano. Mirando hacia abajo, vi una botella de
zumo de uva espumoso esperándome, y con una gran sonrisa la sacudí.
Entonces descorché el plástico rociando a las guardias y a las
compañeras de equipo por igual, con el líquido pegajoso y helado.
Corchos volaron por el campo y reímos como niños mientras
empapábamos a todos los que teníamos a nuestro alcance.

En medio de la juerga, me tomé el tiempo para tomar nota de la escena


y los sentimientos en mi memoria, sabiendo que algún día lo recordaría
como una foto que atesoras cuando las noches son largas y la libertad
parece estar a diez días de distancia.
Cuando la celebración comenzó a relajarse, miré hacia el patio naranja,
marrón y blanco, en busca de un atisbo de pelo negro y ojos azules,
decepcionada cuando no lo encontré. Me di el gusto de tener una
breve, pero inofensiva fantasía, recibiendo una felicitación más privada,
luego resoplé suavemente por mi locura. Salí de mi ensoñación al sentir
un brazo deslizarse sobre mis hombros, miré hacia arriba para ver a
Sandra de pie junto a mí, chocando mi botella de champán de imitación
contra la suya.

—Un buen partido, Ángel. Deberían ficharte para las ligas mayores con
ese triple juego que hiciste.

—Ah, eso fue fácil. Creo que el homerun que golpeaste aterrizó en algún
lugar de Harrisburg.

Ella se rio, y luego echó un trago a su zumo de uva.

—Se sintió bien. Hacía mucho tiempo que no me divertía así. Gracias.

—No. Gracias a ti. Por primera vez en dos años, esos barrotes no
parecieron tan cercanos.

Hubo un momento de agradable silencio mientras veíamos a las reclusas


y guardias caminar lentamente de regreso al interior de la cárcel.

—¿Dónde está Ice? Supuse que estaría aquí para felicitarte en persona.

Mi sonrojo fue evidente mientras ella me miraba con ojos brillantes.


Entonces me reí.

—¿Quién sabe? Probablemente esté por ahí previniendo otro motín, o


rescatando un bebé, o evitándole una paliza a alguien.

Sandra echó hacia atrás la cabeza y se rio, apretando mis hombros en


un abrazo con camaradería.

—Así es nuestra Ice —Soltó mis hombros y se volvió hacia mí con expresión
repentinamente seria—. Debajo de toda esa apariencia brabucona, Ice
es una buena mujer, Ángel. Sé que lo sabes, pero a veces es difícil de
recordar cuando se encierra en sí misma. Ha cometido muchos errores,
pero no cambian a la persona que está debajo —Una sonrisa apareció
en sus labios mientras se me acercaba y me ponía una mano en el
antebrazo—. Has sido buena para ella, Ángel. Realmente pensé que la
habíamos perdido después de todo ese tiempo en el calabozo, ya sabes.

Tragando saliva, asentí.

—Sí, lo sé. Yo también lo creí. Eso fue… aterrador.

Asintiendo a su vez, Sandra me apretó el brazo.

—No conozco toda la historia y no quiero saberla, pero ella estaba…


muerta por dentro. Pero cuando esa idiota de Derby te puso las manos
encima, deberías haber visto la chispa que regresó a sus ojos. Dios, fue
algo hermoso.

—Siento habérmelo perdido —Fue mi divertida respuesta—. Creo que


estaba inconsciente en ese momento.

Ella se echó a reír, y luego soltó mi brazo.

—¿Lista para entrar?

—No, pero allí es donde están las duchas, así que supongo que tengo
que hacerlo. Dios, estoy echa un desastre.

—Las dos lo estamos, chica. Tengo zumo de uva en lugares en los que el
buen Dios no tenía intención de que hubiera uvas.

Eché una última mirada al patio, viendo como las últimas rezagadas se
dirigían de nuevo al interior del edificio. Botellas vacías llenaban las bases
como mudo testimonio de la celebración que acababa de ocurrir. Sentí
un poco de melancolía atravesarme, y parpadeé alejando la imagen.

—Claro. Vamos.

* * *
Aunque tenía la intención de dirigirme directamente a las duchas para
quitarme el zumo de uva, tierra y sudor sobre mi repentinamente cansado
y dolorido cuerpo, mis planes cambiaran rápidamente cuando una
interna vino hacia mí con lágrimas en la cara, suplicando mi ayuda. Su
hija se había enfermando y la habían llevado de emergencia al hospital,
pero el padre de la bebé, quien la estaba vigilando, no le daba
información, y estaba desesperada.

La conduje hasta las guardias, y les pedí el favor de usar su teléfono.


Había tres teléfonos públicos situados en la prisión para el uso de las
reclusas, pero yo no llevaba encima cambio, y a los hospitales por lo
general no les gusta aceptar llamadas a cobro revertido. Pero como ya
he dicho, la mayoría de nuestras guardias son muy compasivas, incluso si
les acabamos de patear el trasero en softball, y fui conducida dentro del
cuarto con apenas un murmullo.

Media docena de llamadas después el problema se resolvió. La bebé


había sido llevada el hospital infantil de Pittsburgh, con fiebre alta, y fue
dada de alta y entregada a su padre y a sus abuelos, después de que un
poco de Tylenol hubiera resuelto el problema.

Después de lo que parecieron horas de agradecimiento por su parte,


finalmente me pude escapar a las duchas, a sabiendas de que a estas
alturas la mayoría de mis compañeras de equipo estarían en el comedor
o en la sala común.

Encogiéndome de hombros, me dirigí a las duchas, feliz al escuchar que


al menos una persona estaba dentro por el sonido del agua. Saliendo
rápidamente de mi ropa pegajosa con un profundo suspiro de alivio, me
puse mis chanclas, agarré una toalla y me dirigí a una ducha. Y me
detuve congelada, antes de tan siquiera haber metido un pie en la sala.

Allí frente a mí, con el pelo hacia atrás cayendo sobre sus hombros como
tinta derramada, estaba Ice. Su cuerpo brillaba por el agua que caía de
la ducha y su cuerpo estaba inclinado hacia atrás para eliminar el último
rastro de champú de su pelo, levantando sus húmedos y brillantes pechos
hacia mí, con los pezones duros y apretados.

La boca se me hizo agua ante esta visión, mientras que la toalla se me


deslizaba de los dedos repentinamente débiles hasta mis pies.
Ella se enderezó, con los ojos cerrados, y yo continué con la oportunidad
de hacer de voyeur dándole a mis ojos un festín de la perfección de su
cuerpo. Por la manera que ella llevaba su uniforme, y por la manera que
se conducía con gracia atlética, habría esperado todo tipo de ángulos
feroces. Su musculatura era alta y delgada, como la de un gato
cazando, con largas líneas fibrosas, y músculos venosos que se extendían
por sus hombros y brazos. Sus piernas estaban especialmente
desarrolladas, y las observé al flexionarse y relajarse mientras ella se movía
bajo el chorro de agua. Pero lo que más me llamó la atención, fue la
intrigante feminidad también presente dentro de ese mismo cuerpo.
Aunque no especialmente grandes, sus pechos estaban llenos y erguidos.
Sus caderas se ensanchaban ligeramente desde su estrecha cintura, en
curvas muy agradables que atraían a mis ojos y los mantuvieron durante
un momento indefinido.

Tragué saliva, sorprendida con la respuesta de mi cuerpo a otra mujer,


incluso teniendo en cuenta que era Ice y lo que habíamos compartido.
Pero era como si esta mujer, su cuerpo, se hubiera hecho solo para mí,
dada mi propia respuesta a él. Era como si alguien o algo hubiera sacado
la visión de lo más profundo de mi subconsciente, tan profundo que yo ni
si quiera sabía que existiera. En cualquier caso, mi cuerpo me estaba
enviando señales muy claras y urgentes y mis pies avanzaron más cerca
de la visión bajo el agua caliente, con la toalla olvidada tras de mí.

Los ojos azules se abrieron, y me congelaron de nuevo, a pocos pasos de


mi objetivo. Ella parpadeó, liberando el agua de sus largas pestañas, y
luego sonrió levemente.

—¿Te gusta lo que ves? —Su voz era un ronroneo sensual y mis
movimientos se hicieron más urgentes.

—Dios, sí —repliqué con las manos doloridas por hacer… no sabía el


qué… pero algo.

—A mí también.

Pude sentir el calor de su mirada, mientras recorría despacio mi cuerpo


desnudo. Mi excitación se estaba construyendo por una simple mirada.
No sabía si sería capaz de vivir con lo que parecía ser la consumación
final de nuestros sentimientos.
Di otro paso adelante, y me detuvieron las palmas alzadas de Ice.

—Este probablemente no sea el mejor lugar para hacer esto.

Los recuerdos de esa mañana en la cafetería pasaron por mi mente, y


asentí mordiéndome el labio.

—Mmm… sip… supongo que tienes razón.

Ella sonrió de lado, y a continuación salió de la ducha.

—¿Por qué no te duchas? Estoy segura de que podemos encontrar un


lugar más privado para… continuar esta discusión.

Asentí de nuevo, y ella se deslizó a mi lado, permitiendo a nuestros


cuerpos que se rozaran ligeramente. La sensación de su piel empapada
de agua deslizándome brevemente contra el mío, casi me hizo sentir la
fortaleza de mis músculos empezando a flojear. Presioné una mano
contra la pared de azulejos, mientras la otra buscaba a tientas el grifo.
Por primera vez desde que llegué al Pantano, el frío helado fue bien
recibido.

Aunque el frío disminuyó un poco mi lujuria, mi mente fue libre de


deambular. Y lo hizo, con la velocidad de un tornado. Por un lado, la
ansiedad y las formas, y por otro lado, las hormonas y mi cuerpo
tembloroso. No recuerdo haber estado tan nerviosa en mi noche de
bodas, y eso que lo había estado.

Aunque tenía mis esperanzas, me di cuenta de que en verdad no tenía


ni idea de a dónde llevaría todo esto. Todo lo que sabía, era que no tenía
deseo de ser otra más, sin nombre ni rostro, en algún armario de algún
lado. Mis sentimientos por Ice eran mucho más profundos que eso, con
cuerpo ardiente o no, si ella no me correspondía al menos un poco, yo
sufriría las consecuencias de las noches en soledad y un corazón roto.
Porque por otra parte, aún tendría que convivir conmigo misma y mirarme
en el espejo por las mañanas.

Por tanto, con mi resolución tomada, me puse a la tarea de eliminar la


suciedad de mi cabello y cuerpo, y lo hice en tiempo récord. Mientras
cerré el agua, me di cuenta de que en algún momento durante mis
deambulaciones mentales, Ice había vuelto para colocar una toalla
seca sobre el cabezal de la ducha de al lado. Aunque eso me hizo un
poco incómoda por no haberla oído acercarse, me alegré de que se
hubiera dado cuenta de ese detalle y me hubiera ayudado.

Secándome, envolví la toalla alrededor de mi cuerpo, y entré en el


vestuario para encontrarme a Ice completamente vestida y sentada en
uno de los bancos, con las manos entrelazadas ligeramente por las
rodillas. Me sonrió, y luego giró la cabeza con prudencia mientras yo
tomaba un uniforme limpio de la pila de uniformes dejados en el banco,
y me quité la toalla para vestirme.

Una vez que estuve vestida, me di cuenta de que no tenía peine para mi
cabello, y podría haberme pateado a mí misma. Como si me leyera la
mente, me entregó un peine negro.

—Está limpio. Lo lavé cuando te traje la toalla.

Lo acepté con gratitud, haciendo una mueca mientras me lo pasaba por


los cabellos enredados.

—Lo juro. Uno de estos días me lo cortaré todo.

—Es precioso.

De repente, peinarme los cabellos enredados no parecía una gran tarea.

—¿De verdad te gusta?

Sí. Era débil en extremo, pero intentaba sonsacar en la conversación.

—Sí. Me recuerda a una puesta de sol en Phoenix.

—¿Has estado en Phoenix? —Dos de dos. Lo estaba haciendo mejor aquí


que durante el partido.

—Sí. Muchas veces.

Acabando mi tarea, le devolví el peine, luego junté las palmas por


delante de mi uniforme, sintiéndome como una nueva novia.

—¿Estás lista?
Oh, esa pregunta en particular cubría un amplio abanico de bases, por
seguir con la analogía del softball.

—Eh… sip. Claro. Supongo —¿Qué tal sonaba eso como respuesta
decidida?

Si ella se percató de mis vacilaciones, no lo demostró. En cambio, se


levantó y me hizo señas para que la siguiera.

—Vamos.

Según entramos a la sala de duchas, casi me echo a correr para entrar,


pero apareció mi siempre presente sombra, Digger. Su rostro se iluminó en
una sonrisa cuando me vio.

—Ey, Ángel. Te he buscado por todas partes. Van a echar Cumbres


borrascosas en la sala común esta noche, y recuerdo que me dijiste que
te gustó el libro. ¿Quieres verla conmigo?

—Oh… hola, Digger. Yo… mmm… me encantaría, pero estoy algo


ocupada en este momento —Hice un gesto para señalar a la alta mujer
de pie a mi lado.

—Oh. Ok. Entiendo. La próxima vez entonces, ¿vale?

—Sí. Eso suena muy bien.

—Bueno… Nos vemos —Con un gesto alegre, ella se alejó.

Me volví para ver a Ice sonriendo divertida hacia mí, con una ceja
elevada.

—¿Qué?

—¿La próxima vez?

—Ey —dije clavándole un dedo en el costado—. Intenta vivir con una


sombra a cada minuto del día que no parece conocer el significado de
la palabra “no” y veamos como lo manejas.
—Gracias, pero paso. Vamos.

Mi suposición de que nos dirigiríamos a las escaleras de la celda de Ice,


fue descartada cuando ella pasó de largo, y se dirigió a una larga serie
de pasillos que conducían a los talleres. En unos momentos, estuvimos en
un cuarto repleto de puertas, y con las guardias cacheándonos.

Una vez satisfechas por ver que no llevábamos ningún tipo de arma
oculta, la guardia nos dejó entrar en el taller de autos. Sin molestarse en
encender las luces, Ice me condujo hasta la puerta del desguace en la
oscuridad, y dando un paso, dio la vuelta al conjunto de luces. Miré
alrededor mientras entraba, notando que ambas áreas de
aparcamientos estaban vacías.

Ice se acercó a una mesa llena de arañazos, sentándose en un lado y


acomodando su largo cuerpo en ella, dando una palmadita a su lado
para que me le uniera, lo cual hice. Mi nerviosismo, que había disminuido
un poco durante el paseo, regresó con fuerza y me resistí a la tentación
de moverme con inquietud. El silencio fluyó entre nosotras
repentinamente, pesado y opresivo como un ser vivo.

—Así que —dije finalmente para romper la tensión—, fue un buen partido,
¿no?

—Sí, lo fue. Buen triple, por cierto.

—Gracias —Mis dedos tenían ganas de tamborilear el escritorio—. ¿Cómo


es que tú no juegas?

—Repítemelo.

—¿Cómo es que no juegas softball? Apuesto a que eres buena.

Su suave risa sonó a mi lado.

—En realidad no es mi juego.

—¿Tienes alguno? Juego quiero decir.

—Mmm. Me gusta el fútbol —Se encogió de hombros—, y también el


atletismo y el baloncesto, supongo. Artes marciales…
—Probablemente eres muy buena en todos ellos.

Sus anchos hombros se encogieron de nuevo.

—Se me dan bien.

Más silencio.

—Ice…

—Ángel…

—Tú primero.

—No, por favor. ¿Qué ibas a decir?

Abrí mi boca, entonces la cerré, con la boca seca. Suspirando, me moví


en la mesa, hasta encararla. De acuerdo, Ángel. Ya está bien. Lo que ella
diga, pase lo que pase, al menos lo sabrás. ¿Tenéis algo que decir, no?
Realmente esperaba que así fuera, porque estaba a punto de desnudar
mi alma.

—Ice, tengo que decirte algo. Algo muy importante para mí, y espero
que tal vez, también sea importante para ti.

Sus ojos se encontraron con los míos y me miraron fijamente.

—¿De qué se trata, Ángel?

—Me preocupo por ti. Mucho. Y en algún momento de la semana


pasada, por fin pude ser capaz de ponerle nombre a estos sentimientos
—Me moví de nuevo—. Claro… Yo sé que lo que estoy a punto de decirte
puede hacerse sentir incómoda, pero necesito decirte como me siento
antes de que vayamos más allá—. Tomé una profunda inhalación y salí
de la mesa, aunque sin la valentía de mirarla a los ojos mientras le hacía
mi confesión—. Ice, creo… no, sé que estoy enamorada de ti. Entenderé
que tú no sientas lo mismo, pero necesito que lo sepas. Este lugar, esta
prisión, es demasiado pequeña para dejar de mencionar cosas de este
tipo.
El silencio regresó mientras mis dedos recorrían las líneas de mis palmas.
Lágrimas brotaron de mis ojos mientras me imaginaba su respuesta, y me
las sequé, obligándome a no desmoronarme.

Una mano suave se deslizó en la mía, ahuecando mi mejilla con el pulgar


y secando mis lágrimas de los ojos.

—No llores, Ángel —murmuró Ice a mi lado—. Yo también estoy


enamorada de ti.

Hipé.

—Siento haberte hecho sentir incóm… ¿Qué? ¿Podrías…? ¿Te importaría


repetírmelo, por favor? No estoy segura de…

—Ya me has oído. Te amo, Ángel. Desde hace tiempo ya. Te lo dije en mi
celda, ¿recuerdas?

—Bueno… Sip, pero no pensé que estuviéramos hablando de lo mismo.

—Lo estábamos —Me atreví a mirar hacia arriba y lo que vi, hizo que me
quedara sin aliento. Sus ojos, por lo general opacos y fríos, estaban
abiertos, cálidos y cariñosos, y brillaban con tal adoración como nunca
había visto en otra persona antes. Y era por mí.

Las malditas lágrimas, me escocían en los ojos de nuevo, pero esta vez
por una razón muy diferente. Mientras me sentaba, reflexionando sobre
la sabiduría de extirparme los lagrimales quirúrgicamente, Ice se giró
completamente para mirarme de frente, y ahuecando mi cara con las
dos manos, depositó suaves besos en cada uno de mis párpados,
resolviendo el problema de una manera mucho más agradable.

»Te amo —susurró, dándome un beso en la frente, y luego en cada


mejilla—. Te amo —susurró de nuevo mientras sus labios se encontraron
con los míos con gentil calidez. El beso fue casi reverente, y me robó el
aliento mientras se alejaba, bajando la barbilla y mirándome
directamente a los ojos—. Te amo, Ángel.

—Oh, Dios —exclamé medio sollozando y medio riendo por el alivio


absoluto, mientras me dejaba caer contra su cuerpo, y con la mente en
un torbellino de emociones, ninguna de ellas con nombre. Sus brazos se
envolvieron a mi alrededor con fuerza, y pude escuchar el rápido latido
de su corazón a través de su uniforme. ¡Ella estaba tan asustada como
yo!

Aunque tal vez no sea una revelación para ti, ese pensamiento me llenó
de asombro, y una gran felicidad floreció, desterrando mi nerviosismo a
los confines más lejanos de mi alma. Sentí un breve instante de pánico
mientras se movía contra mí, pero su firme abrazo me sostuvo mientras se
ponía de pie ante mí, depositando otro beso en mi frente. Apartándose
finalmente, me detuvo con los brazos extendidos, y las manos sobre mis
hombros. Sus ojos estaban llenos de preguntas. Alzándome lentamente,
toqué su mejilla con dedos temblorosos. Observé sin palabras sus ojos
cerrados mientras se apoyaba contra la tentativa caricia. Como si lo viera
desde lejos, sentí mi mano acariciar su mejilla más firmemente, y a
continuación, la deslicé hacia su mandíbula y giré hasta debajo de su
oreja, y luego recorrí la curva de su cráneo.

Retraje mi brazo ligeramente, y ella se inclinó ante la presión, moviéndose


con suavidad bajo mi mano. Nuestros labios se encontraron y fusionaron
como el satén en la seda, y mis dedos se enredaron en su pelo mientras
mi boca se abría bajo el asalto de sus labios y lengua. Mi mano libre se
enredó en su cintura, y tiré de su cuerpo más cerca del mío, abriendo las
rodillas para que acomodara sus caderas y musculosos muslos.

Se meció contra mí, apretándose contra la estirada tela entre mis piernas.
Gemí con una necesidad que ni si quiera podía identificar, y menos
articular. Sus manos se apretaron en mi cintura, y me acercó aún más
mientras nuestras lenguas se entrelazaban en un dulce duelo.

Carentes de aire, nos alejamos al mismo tiempo y nos miramos a los ojos,
mientras ella seguía rozándose suavemente contra mí. Su mano se
levantó y jugueteó con mi cremallera brevemente, antes de agarrarla
completamente y tirar de ella hacia abajo despacio, para detenerse
donde comenzaba mi escote. Bajándola de nuevo, deslizó sus dedos
bajo la tela de mis hombros, separando aún más mientras recorría,
susurrando, por encima de mi carne ardiente.

Su pelo, aún húmedo de la ducha, rozó mis labios mientras bajaba su


cabeza. Pude sentir la cálida suavidad de su lengua mientras disfrutaba
del sabor de mi clavícula, trazando un sendero resbaladizo desde mi
garganta hacia abajo, terminando en mi hombro. El proceso se repitió en
mi lado derecho, mientras sus dedos trabajaban en la cremallera de
nuevo, tirando de ella hasta abajo.

Mis ojos se cerraron, y mi cabeza cayó hacia atrás, mientras ella besaba
el punto de mi pulso en mi cuello, antes de succionar mi garganta. Mis
fosas nasales se dilataron con el dulce aroma de su cabello. Me eché
hacia atrás, cargando mi peso sobre mis manos, y mis caderas
respondiendo a su empuje continuo y lento balanceo.

Sus labios se separaron de mi cuello, y pensé en abrir los ojos, pero ese
propósito se desvaneció de mi memoria mientras su cálida y húmeda
boca se cerraba sobre mi pecho, con la suave succión de la caricia de
sus labios, enviando fuego por mis venas. Mi corazón se agitó en mi
pecho, y luego golpeó con fuerza, enviando sangre a borbotones
rápidamente donde necesitaba estar, hinchándome y haciéndome
sentir llena. Pude oler el tenue aroma de mi propia excitación, que sólo
sirvió para excitarme aún más.

Gemí de necesidad en algún tipo de lenguaje ininteligible que solo


conocen los amantes, y ella respondió, la vibración de los labios contra
mi carne avivó las llamas en que mi cuerpo se había convertido.
Recorriéndome de nuevo, sonrió con ternura hacia mí, mientras me
sentaba y bajaba la tela de mi uniforme por mis brazos, dejando que se
formara un enredo naranja alrededor de mi cintura sobre la mesa de
madera desvencijada. Sus ojos recorrieron mi cuerpo una vez más y sentí
las llamas del deseo crecer aún más ardientes bajo su mirada de fuego
azul.

—Tu cuerpo es perfecto —ronroneó, mientras pasaba un dedo por la


línea de mi torso—. Firme, suave —Ahuecó uno de mis pechos con su
palma—, cálido —Luego se inclinó de nuevo, capturando mis labios en
un beso de almas fundidas—. Mmm. Delicioso.

Cuando comenzó a enderezarse, extendí la mano y agarré su cremallera,


determinada a que no me lo negara. Se atascó. Como las cremalleras
suelen hacer cuando hay urgencia, y ella se echó a reír suavemente por
mi gruñido de frustración. Era evidente que mi elegancia, dignidad y
habilidades verbales estaban formando un cuarteto junto a mi
nerviosismo por alguna parte, ya que ciertamente no estaban
disponibles.
Al soltar el agarre de mi mano, retrocedió un paso. Dos. Entonces cuadró
los hombros mientras me dirigía una mirada desafiante. Tragando saliva,
le concedí mi rendición, complacida cuando ella reconoció la expresión
de mis ojos. El sonido de su cremallera bajando sonó fuerte en los
pequeños confines del cuarto. Centímetro a centímetro, reveló
lentamente más carne ante mi mirada hambrienta, burlándose de mí,
tentándome, provocándome más allá de todo pensamiento racional.

Sus manos subieron y agarraron la tela de sus pechos, apartándola y


luego deslizándola por sus orgullosos hombros. El uniforme cayó hasta el
suelo en un susurro de tela, y cuando ella salió de ella, su magnífico
cuerpo estuvo al alcance de mi agarre hambriento.

Tomé sus firmes pechos con sus apretados pezones y me lamí los labios
como si estuviera ante la visión del festín de un rey. Inclinándome hacia
delante, capturé uno en mi boca, saboreándolo y sintiendo su piel contra
mi lengua y labios. Mi mente estaba gritando, recordándome que no
tenía la menor idea de lo que estaba haciendo, pero con alegría le dije
que se callara mientras Ice gemía profundamente en su pecho, y
enroscando sus dedos en mi pelo, claramente disfrutando de lo que le
hacía. Su olor, almizclado y exótico como las especias de Oriente, se
elevó a mi alrededor, haciendo que mi cabeza diera vueltas. Queriendo
más, cambié mi atención a su otro pecho, tomando los murmullos de
satisfacción en mis alegres oídos. Podría haber salido volando desde mi
asiento, pero por Dios que sería un buen viaje.

Yo chupaba como un bebé hambriento, saltando mientras un tentativo


mordisco causó que ella explotara sobre mí, casi haciéndonos caer de la
mesa. Decidiendo que me gustaba mucho su reacción, preparé mis
dientes para morderla de nuevo, moviéndome con su reflejo involuntario
mejor esta vez. Después de otro momento, su mano se enredó en mi
cabello y me alejó del festín.

Mi gemido de disgusto murió en mis labios mientras mi mirada atrapaba


la de ella, ardiente y humeante, con sus ojos índigos clavados en mí,
tocándome en lugares que gritaban de necesidad primordial. Mi corazón
latía desbocado en mi pecho.

—Por favor —dije en voz baja, aunque no tenía ni idea de lo que estaba
pidiendo—. Por favor —Sus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo una
vez más con lentitud, provocándome con sus manos ligeramente
callosas. Bajó por mi abdomen recientemente musculoso, y se detuvo
para juguetear en mi ombligo brevemente, sonriendo mientras me
retorcía.

Luego sus dedos bajaron más, deslizándose bajo la tela para descansar
justo por encima de mi pubis. Sus ojos de nuevo me preguntaron.

—Sí. Dios, sí.

Sonriendo ligeramente, ella se deslizó más dentro de mi uniforme,


dándome el más breve de los toques donde mi necesidad era más
grande. Mis caderas explotaron fuera de la mesa, y pensé que iba a
alcanzar la liberación en ese mismo momento. Una vez más, sus dedos se
detuvieron y se giró para mirarme con ojos muy abiertos.

—Tan receptiva —El bajo registro de su voz cosquilleó en mis oídos,


mientras trataba de que mi voluntad estuviera de nuevo bajo control.
Después de un momento, ella retiró la mano y me tragué la reacción a la
humedad que cubría su dedo medio. La punta de su lengua salió para
probar esa humedad, sin apartar sus ojos de los míos. Se chupó el dedo
con el gesto más erótico que haya visto en mi vida—. Perfecta.

Mientras ella se inclinaba para besarme de nuevo, me probé a mí misma


por primera vez, y decidí que me gustaba. Su mano estaba caliente
contra mi espalda, y con una presión suave, me bajó del escritorio,
cubriéndome con el peso, el calor y el olor de su cuerpo.

Su beso fue profundo, lujurioso y deslumbrante lo tomé y le devolví la


misma moneda, retorciéndome debajo de ella, sintiendo la madera
arañada bajo mí, contra mi espalda desnuda. Nos miramos por lo que
pareció una eternidad, antes de que ella gruñera y se alejara de nuevo,
dejando besos ligeros por la parte delantera de mi cuerpo. Sus manos
siguieron a sus labios, rozando ligeramente mis pechos y mis costados,
para sacarme el uniforme de las caderas y piernas. Me tocó ligeramente
y levanté un poco la parte inferior de mi cuerpo, con la sensación de la
tela cediendo liberándome de las ataduras de la ropa. Entonces besó mi
vello púbico, y mientras su boca me envolvía completamente, llegué al
clímax, incapaz de contener más la marea. Cuando los temblores
cesaron, sentí su boca aún sosteniéndome con suavidad, quieta y en
silencio.
Cuando levanté la cabeza aturdida al ver lo que estaba pasando ahí
abajo, de repente me sentí llena por lo que asumía que serían sus dedos
entrando en mí y frotándose contra mis paredes internas de una forma
deliciosa. Mi cabeza cayó de nuevo en la mesa, mientras su lengua
comenzó a moverse contra mí a la vez que sus empujes. Pude sentir el
pico dentro de mí creciendo de nuevo, y esta vez no hice nada para
tratar de detenerlo. En unos momentos, me liberé de nuevo, rompiendo
completamente un trozo de la suave madera en la que estaba
recostada, mientras mi cuerpo convulsionaba contra el placer que
estaba recibiendo.

A medida que empecé a descender de las alturas, ella no se detuvo. En


cambio, incrementó la fuerza de los empujes, añadiendo un ligero
movimiento de torsión que prometía llevarme a la completa locura. Sentí
sus dientes arañarme, lo que desató mi tercer orgasmo en lo que parecía
ser muchos minutos. Esta vez, sin embargo, cuando finalmente dejé de
temblar, arrojé la madera que tenía prácticamente pulverizada en la
mano, y entonces hundí mis dedos en su espeso cabello, intentando
detener sus continuos avances.

—Por favor —dije sin aliento—, no más. Vas a… matarme.

Sus centelleantes ojos se encontraron con los míos, y por un momento,


realmente pensé que ignoraría mi súplica. Pero entonces, para mi total y
gran alivio, después de dejar un último beso, se apartó, retirando sus
dedos suavemente al mismo tiempo. No podía creer lo vacía que me
sentía de repente.

Como si hubiera leído mis pensamientos, me levantó por los hombros y


me acunó contra ella, acariciando mi cabello empapado en sudor y
murmurando palabras cariñosas suavemente, que apenas podía
escuchar, pero haciéndome sentir completa de nuevo.

Concentrándome en estabilizar mi respiración, recorrí con una mano el


muslo de Ice, mirando como su carne se derretía mientras pasaba mis
dedos. Mientras mi mano se retrajo en su camino de vuelta, me sorprendí
por la mancha de humedad en el interior de sus muslos. Inclinando la
cabeza, la miré. Su mirada se encontró con la mía con fijeza pero no con
coacción. Mirando hacia abajo, seguí ciegamente el camino hacia
arriba, mientras ella abría más las piernas, dándome un acceso más libre.
No podía creer el calor que irradiaba de ella, calor que casi quemaba mi
mano mientras la movía más allá, rozando contra los suaves cabellos que
se enroscaban contra mis dedos. Finalmente llegué a mi meta, mientras
su humedad recubría mis dedos en un íntimo abrazo de amante. La oí
tomar una bocanada de aire, y lanzarlo con un gemido.

—¿Ice? Yo… mmm… No estoy segura de lo que estoy haciendo.

Su risa sonó desde su nariz.

—Créeme, Ángel, lo estás haciendo muy bien.

—Pero… yo… mmm…

—Tranquila. Aquí —Su larga mano bajó y cubrió la mía, presionándola


contra la suya. Di un grito ahogado, con la cálida humedad esperando
por mí, y moví los dedos a través de ella, provocando otro empuje en su
cuerpo, acompañado por un gemido—. Oh… perfecto, Ángel.

Moviéndome de nuevo, me maravillé de la suavidad bajo mis dedos. Sé


que debía estar volviéndola loca con mis tanteos, pero no pude
detenerme ni por mi vida. Me sentí atraída como una abeja a la miel más
dulce.

Supe que había superado su límite cuando me agarró la mano de nuevo


y me obligó a bajarla.

—Ángel. Ahora. Dentro.

Después de sus bruscas y jadeadas instrucciones, me quedé sin aliento


mientras ella abrazaba mis dedos con sus paredes de terciopelo, en una
caliente caricia mientras llegaba a estar totalmente dentro de ella. Moví
los dedos y ella gimió, con las caderas empujando contra mi mano.
Sonreí. Podía hacer esto.

»Más duro —murmuró sin aliento, con los dedos clavándose en mi


muñeca con tanta fuerza que me empezó a cortar la circulación.

Aun así, luché para cumplir con la orden, trabajando mi mano como
mejor podía dada la constricción. Sentí que se expandía a mi alrededor,
y luego estalló duro mientras su cuerpo empezó a ondearse y temblar,
apoyado contra mí pesadamente. Usando mi otro brazo para soportar
nuestros pesos, continué mi labor, gruñendo por el esfuerzo de prolongar
su placer. Con un último y bajo gruñido estremecedor, se relajó contra mí,
respirando con dificultad a través de su boca y nariz. Hice como si fuera
a retirar los dedos, pero ella me agarró de la muñeca de nuevo.

—No. Quédate. Por favor.

Asentí, jadeando por el esfuerzo y los increíbles sentimientos que fluían a


través de mí ante lo que había logrado. Temblores jugaron a través de
mis dedos, hasta que finalmente todo estuvo tranquilo.

Ella retiró la mano de mi muñeca, y me sacó de su interior lentamente,


con cuidado de no estirar los tiernos tejidos estrechados tan íntimamente.
Caímos en un abrazo, nuestros cuerpos pegados entre sí con el sudor de
nuestra pasión.
Capítulo 9

A
la mañana siguiente, hice todo lo posible para no tararear a
cada instante mientras me vestía, comí y me encaminé hacia la
biblioteca para comenzar un nuevo día en El Pantano. Los
recuerdos de la noche anterior pasaban en un bucle continuo ante mis
ojos, como una niebla sobrenatural. Trate de controlar la sonrisilla tonta
que escapaba de mis labios, pero el diablillo que hay mí respondió a las
miradas que recibía de las internas con un Te encantaría saber por qué
estoy sonriendo ¿Verdad?

Me temo que yo estaba bastante insoportable esa mañana.

Corinne me saludó con cara de no haber roto nunca un plato, su sonrisa


hizo que tintinearan todas mis alarmas. Decidida a jugar bien y no darle
ninguna munición, me acerqué a mi mesa y me senté como si no tuviera
ninguna preocupación en el mundo. En realidad no era una actuación,
ya que si alguien me hubiese puesto una pistola en la cabeza y me
hubiese pedido que dijera el nombre de una preocupación, yo no habría
sido capaz de pensar en una.

Su sonrisa vaciló sólo un poco, y luego se abrió de nuevo completamente.


Me miró a través de la parte superior de sus gafas mientras se relajaba en
su silla, estirando un poco su figura corpulenta.

—Así que... he oído que hay que felicitarte. —Su sonrisa se volvió astuta,
atrevida.

Juego mudo, Ángel. Ella solo está tratando de pescar algo de


información. No caigas en su trampa.

—Gracias —le respondí sonriendo alegremente, parando su mirada


lasciva con fingida inocencia—. Fue divertido.

—Mmmm. Apuesto a que lo fue.

Oh, es buena.
—Lo fue —acepté—. Muy… excitante. Estimulante incluso.

Sus ojos se abrieron infinitamente antes de que la expresión petulante se


instaurara en ella ante tantas características complacientes.

—Me enteré de que estuviste... muy bien. Con un movimiento muy fluido.

Entrecerré los ojos.

—Sí, bueno, llevo haciéndolo desde que era muy joven.

—Muy joven, ¿eh?

—Oh, sí. Tengo mucha experiencia, ya sabes. No permitas que esta


mirada inocente te engañe, Corinne.

—¿Dices que un montón de experiencia?

—En efecto. Pregunta por aquí. Hay un montón de mujeres que


corroborarán lo que te digo.

Nos miramos la una a la otra durante un largo momento en silencio antes


de que ambas rompiéramos en verdaderas carcajadas. Me reí tanto que
las lágrimas corrían por mi cara en ríos. Me proporcionó una excelente
liberación de la tensión sexual que se había estado acumulando desde
que había despertado aquella mañana. No era exactamente como
quería liberarme la tensión, pero serviría para empezar.

Cuando los dos nos las arreglamos para calmarnos, Corinne se arrastró
fuera de su silla y se acercó a mí trayendo el fajo de periódicos que había
solicitado. Dejándolos delante de mí, tomó la silla junto a la mía y se sentó.

—Ángel, discúlpame por las burlas. Aunque sin duda, has aprendido a
hacerlas tan buenas como las que recibes. Es sólo que esta mañana
tienes un brillo especial y tengo la sensación de que es por algo más que
ganar al softball.

Le acaricié la mano mientras miraba sus solemnes ojos.


—Corinne, no creo que sea ninguna sorpresa para ti que estoy
enamorada de Ice —Ante su asentimiento, continué—. Bueno, ayer me
enteré que ella siente lo mismo por mí. Por lo tanto, si ves un resplandor
en mí, vamos a decir que ha sido bien ganado y dejarlo en eso, ¿vale?

Su sonrisa, esta vez casi como la que un padre orgulloso podría otorgar
un niño privilegiado, reapareció en su cara y asintió con la cabeza.

—Me parece justo, Ángel. Me parece bien —Hizo un gesto hacia la pila
de periódicos ante mí—. Entonces, ¿cuál de ellos? Pensé que ya les
habías dado una buena pasada. ¿Qué más es lo que esperas encontrar?

—No lo sé, exactamente. Pero tiene que haber algo aquí. Algo me falta.
Una semana antes, Ice me había dado permiso para compartir la historia
completa de Cavallo y sus compinches con Corinne y yo lo hice sin
dudarlo. Estaba obligada y decidida a que se hiciera justicia contra
Morrison y Cavallo antes de que Ice tuviera la oportunidad de hacer algo
que la dañara a sí misma y a su alma. Corinne, con su sabiduría callejera,
fue una perfecta aliada en mi búsqueda.

Miré a mi amiga.

—Corinne, ¿crees que estoy haciendo lo correcto? Sé que Ice quiere


manejar esto sola y sé que estoy siendo un poco indiscreta, pero… —
Suspiré—. Es sólo que no quiero verla salir lastimada.

Corinne me miró compasivamente, sabiendo que estaba hablando de


algo más que meras lesiones físicas.

—Un poco de investigación no hará daño a nadie, Ángel. Pero si se llega


al punto en que actuar es necesario, será mejor que hablemos con ella
primero antes de hacer nada. Ella no toma bien las traiciones. Incluso si
son supuestamente por su propio bien —dijo lo último con una mirada
mordaz y leí el mensaje con claridad.

Respiré profundamente y dejé escapar lentamente mis ojos de la


exploración sobre el periódico que había estudiado ya una docena de
veces. La lógica peleó contra mi corazón. Mi corazón ganó. Miré a
Corinne.
—Buscar no puede hacer daño. Lo prometo, si me entero de algo, se lo
diré a Ice, ¿de acuerdo?

Mi amiga sonrió.

—No es a mí a quien tienes que prometer eso, Ángel.

Mortificada, asentí.

—Sí, lo sé. Y quiero decir que se lo contaré a ella cuando haya


encontrado algo digno de mención. Hasta entonces... —Pasándome una
mano por el pelo, me propuse, una vez más, tratar de leer entre las líneas
del texto, escaneando cada centímetro, tratando de hallar una pista
bien escondida—. Si tan sólo pudiera conseguir las transcripciones del
juicio —medio murmuré, más para mí que para cualquier otra persona.

No vi la breve sonrisa que cruzó el rostro arrugado de Corinne cuando


ella se apartó de la mesa y volvió a su escritorio.

* * *

Con un gemido ahogado, me dejé caer hacia abajo sobre la parte


superior de Ice, acurrucándome en su fuerte y sudoroso cuerpo mientras
trataba de recuperar el control de mi respiración. Cuando retiró las
manos de su placentera tarea, me envolvió en un abrazo y tiró de la
sábana para cubrir mi cuerpo desnudo de cualquier ojo curioso que
pudiera aparecer.

Hacer el amor en la celda de Ice no había sido mi primera opción, pero


cuando fui hasta allí para visitar a mi nueva amante, una cosa llevó a otra
rápidamente y pronto las preocupaciones por ser espiadas fueron
arrastrados por la marea creciente de nuestra pasión. Me quedé
sonriendo en mi colchón humano, escuchando la música del corazón de
Ice, que redujo gradualmente su latido frenético y sentí un hormigueo
caliente que se propagó por mi cuerpo cuando su caricia tierna pasó de
mi pelo a la parte superior de mi espalda.

Yo había encontrado un refugio en este infierno o, más exactamente, un


cielo. Aquí, en el abrazo con el que me ceñía por completo la mujer que
amaba, rodeada de la seguridad de su fuerza, el perfume a sudor limpio
y la excitación almizclada. Mis propios poros estaban muy abiertos,
absorbiendo, la fusión en mí de un apareamiento primitivo de los sentidos.
Mis ojos se cerraron y yo descansé en un ovillo de amor.

Algún tiempo después, me desperté de un sueño maravilloso y de


inmediato fue barrido por la vergüenza de la viva realidad de mi situación
filtrada a través de mis sentidos aturdidos por el sueño. Levanté la cabeza
ligeramente y sequé la baba del pecho caliente de Ice. Su risa baja
sonaba como cuando me revolvía el pelo cariñosamente.

—Dios, lo siento mucho —murmuré tratando de apartarme de ella


mortificada por haberme quedada dormida sobre ella. Literalmente—.
Debo estar aplastándote.

Sus brazos no me dieron cuartel, tirando de mí hacia abajo para volver a


acomodarme encima de ella.

—Relájate. No has hecho nada malo, Ángel.

—¡Me quedé dormida!

—¿Y?

—Yo... bueno... Yo... mmm... Nunca antes lo había hecho.

Su risa sonó una vez más.

—Entonces voy a tomármelo como un cumplido.

—Sí, pero no ha sido muy justo para ti.

Su mano se deslizó hacia abajo y ladeó mi barbilla hasta encontrarme


con su mirada.

—Ángel, déjame decidir lo que es o no justo para mí, ¿de acuerdo? —


Ella selló su declaración con un beso que alejó la vergüenza que aún
permanecía dentro de mí. Apartándose después de un largo y
maravilloso momento, juguetonamente me dio un golpecito en la punta
de mi nariz—. Te amo, Ángel. Y si quieres quedarte dormida sobre mí, por
mí está perfecto —Su sonrisa se volvió desenfadada—. Siempre y cuando
no lo hagas mientras estemos “activas” de otro modo.

Solté un bufido.

—Morgan Steele, así viva hasta los cien años, yo nunca, repito nunca, me
dormiré sobre ti mientras que estemos “activas” de otra manera.

Cuando la risa que esperaba no se materializó, miré a los ojos


atormentados de Ice, mi corazón se encogió ante la desolación que vi
allí. Me arrastré sobre su cuerpo, acercándome suavemente a su mejilla
y giré su cabeza para que me mirara.

—¿Ice? ¿Qué pasa? ¿Dije algo…?

Ice apretó su abrazo a mi alrededor. Podía escuchar su garganta tragar


mientras trataba de traducir cualesquiera que fuesen las emociones que
estaban corriendo por su cabeza, en palabras. Le acaricié la mejilla de
nuevo, ofreciéndole todo el apoyo que pude y recé a cualquier dios que
quisiera escucharme para que le diera la fuerza suficiente para abrirse a
mí.

Finalmente, después de lo que parecieron horas, volvió la cabeza


completamente hacia mí y me dio un beso en la frente. Luego se apartó
ligeramente, mirándome a los ojos, con mirada completamente abierta
y sin pretender ocultar nada.

—En realidad es una tontería. Es que... —Su garganta volvió a trabajar


mientras tragaba—. El hablar sobre hacernos viejas, me hace darme
cuenta de nuevo de que lo que tenemos, durará solo un corto periodo
de tiempo.

—No lo entiendo, Ice. ¿Qué quieres decir?

Ella sonrió con tristeza.

—Ángel, en un futuro próximo vas a salir de este basurero. Y no creas que


no me gustaría que pasaran rápidos los días para que eso suceda. Pero
cuando pasen, tú serás libre y yo voy a seguir… aquí —Terminó con un
susurro.
Mientras la miraba, vinieron a mi mente muchas formas de responderle.
Mi corazón animoso anuló todas ellas, quedándose solo con una y me
hizo hablar con las palabras más cercanas a él.

—Entonces, ¿por qué no luchar?

—¿Qué?

—Ya me has oído, Ice. Estás aquí por un asesinato que no cometiste. Tú lo
sabes. Yo lo sé. El Alcaide lo sabe. Por el amor de Dios, Josephina lo sabía
y murió por ello.

—Claro que lo sé, Ángel. Lo estoy viviendo, ¿recuerdas?

—Sí, Ice, lo recuerdo. Lo que quiero saber es por qué no luchas. Y no me


vengas tampoco con el rutinario “Porque es aquí donde debo estar”. No
te lo compré entonces y no lo voy a comprar ahora.

Ella se puso rígida, como si estuviera a punto de alejarme, pero la agarré


con fuerza y la aferré a mí.

»No, Ice. Esta vez no vas a huir. No te voy a dejar. Sé que has matado,
Ice. Lo recuerdo. Sé que te sientes culpable por lo que has hecho. Eso es
totalmente obvio para cualquiera que tenga dos dedos de frente. ¡Lo
que no entiendo, por más veces que lo pienso, es como alguien que es
tan fuerte y tan valiente se conforma con tumbarse y darse la vuelta sin
presentar ninguna pelea! ¡Te tendieron una trampa, Ice! ¡Fuiste
traicionada por alguien en quien pensaste que podías confiar y te alejó
de la gente que consideras tu familia! ¡Sin duda que tiene que significar
algo para ti!

Los ojos de Ice, cálidos y tiernos durante nuestro asalto sexual, se


convirtieron en fríos y pedregosos como una playa ártica. Su rostro se
cubrió de líneas sombrías y yo casi podía sentir la ira que irradiaba de su
cuerpo tenso.

—No quiero hablar de esto ahora, Ángel —Su voz tenía una nota clara de
advertencia.

Me negaba a dejarme intimidar, aunque sabía bien cuán peligroso era


el terreno que estaba pisando. Podía sentir su corazón latir fuertemente
bajo mi pecho, pero yo seguía sin soltarla. Era como tratar de retener un
rayo de sol, pero si yo era algo era obstinada.

—Sé que no quieres hablar de esto, Ice. Una nunca quiere hablarlo. Pero
tengo noticias para ti. Esto no va a desaparecer. Esta autoflagelación
que te has impuesto no va a solucionar el problema. Tienes que hacer
algo. Si no es por ti misma, entonces hazlo por Josephina.

Sus ojos se estrecharon en una llama azul que incendió mi interior al


atravesarme.

—Tengo la intención de hacer algo, Ángel —Su voz era un ronroneo


mortal.

—¿Cómo? ¿Asesinando a alguien?

Su sonrisa parecía la misma muerte.

—Correcto. Es lo que soy, ¿recuerdas?

—No es lo que eres, Ice. No lo es. Se puede luchar contra esto a través de
las vías legales. Si Josephina lo sabía, eso significa que Salvatore también.
Y ¿quién sabe a quién se lo dijo él? ¡Y Morrison también lo sabe! Hay
mucha gente que conoce la verdad, Ice. ¡Pide que reabran tu caso!

—¿Tal y como has hecho tú?

Me puse rígida.

—¿Qué?

—Ya me has oído, Ángel. Tú no eres más culpable de tu crimen que yo


del mío. Sin embargo, te sientas aquí mientras que tu propio caso se pone
mohoso en alguna parte dentro de un cajón archivador. Dime, Ángel,
¿por qué estás tan empeñada en conseguir reabrir mi caso cuando dejas
morir el tuyo?

Aturdida, sólo pude mirarla por un largo lapso de tiempo. Lógicamente,


lo que había dicho, en cierto modo tenía mucho sentido. En mi corazón
y mi mente, sabía que no era más culpable de asesinato que de cruzar
la calle imprudentemente, sin embargo, ni una sola vez pensé en apelar
mi caso. Y, si era totalmente honesta conmigo misma, era porque…

—Ice, mi marido murió por mi culpa. Le aplasté el cráneo con un bate de


béisbol.

—Mientras que te estaba violando, Ángel. No es como que llegase a casa


borracho una noche y lo aporrearas para no despertar a los vecinos. ¡Fue
defensa propia! No mereces la cárcel por eso.

Liberé de mi agarre a Ice, me bajé de su cuerpo, colocándome entre ella


y el muro de hormigón fresco.

—¿Quién está huyendo ahora, Ángel?

—No estoy huyendo, Ice. Estoy aquí. Sólo tengo que pensar.

—¿Sobre qué? Los hechos están al descubierto. Las dos estamos en el


mismo barco.

—No lo estamos. En realidad, no. Estoy aquí porque mi marido está


muerto y yo lo maté. Declaré que fue en defensa propia, pero un Jurado
decidió lo contrario. Tú no mataste a ese hombre, Ice. De hecho, cuando
te enteraste de quién era, te negaste a matarlo. Hay una gran diferencia
entre nuestras situaciones y lo sabes.

—¿La hay? Las dos estamos aquí por un crimen que no cometimos. Tu
marido ha muerto, sí. ¡Lo has matado, sí! Pero no cometiste un crimen.

Después de un largo momento de silencio entre nosotras, miré hacia


atrás, hacia ella.

—Puedo intentarlo si tú también lo haces.

—Ángel…

—Ice…

—Ángel, escúchame. Por favor. Tú tienes una oportunidad. Yo no. Mira


esto lógicamente. Por un lado está la palabra de un funcionario de
prisiones que ha logrado conseguir el voto de un montón de gente
poderosa en este Estado. Y contra él, está la palabra de una asesina
convicta, una presa psicótica, una mujer muerta, y un capo de la Mafia.
Desestimaran el caso antes de llegar a los tribunales. ¿No puedes aceptar
mi palabra de que yo me encargaré de esto a mi manera?

—Quiero que intentes hacerlo de la manera correcta, Ice. De forma legal.


Solo tienes que escribir una nota para obtener una copia de las
transcripciones. Incluso te la puedo escribir si quieres. El revisarlas no
puede hacerte ningún daño, ¿verdad?

—Estás realmente empeñada en esto, ¿no es así? —Sus ojos tenían un


ligero toque de incredulidad.

—Sí, lo estoy. ¿Lo harás?

Durante mucho tiempo, pensé que no me iba a contestar. Me contenté


con observar la interacción fascinante de emociones mientras cruzaban
a través de sus ojos casi incoloros. Finalmente, sus dientes blancos brillaron
mientras se mordía el labio inferior. Ella suspiró.

—Está bien. Lo haré. Pero si te los dan, cosa que dudo, yo los veré en
primer lugar, ¿hecho?

Sonreí tan ampliamente, que creí que mi cara iba a dividirse en dos por
la fuerza con la que lo hice.

—Hecho.

—Y tú intentaras conseguir el tuyo también. No voy a pasar sola por esto.

Después de un momento, asentí.

—Está bien. Aunque no creo que vaya a encontrar…

Ella me hizo callar con un beso. Cuando terminó, me había olvidado lo


que iba a decir como si mis hormonas jugasen a desvanecer mis
pensamientos.

—¿Vamos a seguir discutiendo? —preguntó ella con un toque de


diversión en su voz.
—No.

—Bien. Porque se me ocurren un par de cosas que preferiría estar


haciendo en este momento.

El resto de la noche se desvaneció en una nube de felicidad absoluta.

* * *

—¿Está seguro de que no las tiene?

—Afirmativo, señora. He comprobado y revisado de nuevo los archivos.


No hay nada con ese nombre o número de expediente aquí. Como le he
dicho antes, señora, tiene que llamar a la Sala de Registros. No solemos
tener transcripciones de los tribunales aquí a menos que haya una
apelación en curso.

—He llamado a la Sala de Registros. He escrito a la Sala de los Registros.


¡Y ellos me siguen derivando a usted!

—Siento las molestias, señora, pero como le he dicho, realmente no


puedo ayudarla. Tal vez debería pensar en hacer una llamada a la
oficina del fiscal del distrito.

—Lo pensaré. ¡Gracias por su ayuda!

—Siento no haber podido hacer más, señora. Adiós.

—Adiós.

Una vez más, un callejón sin salida. Frustrada por sus palabras, colgué el
teléfono de nuevo en su gancho con tanta fuerza que el ruido superó
unos instantes mi indignación. Pasando la mano por el pelo enredado,
me giré alejándome de la pared tan rápido que casi golpeo a Corinne,
lanzándola de culo contra una estancia contigua a la biblioteca.
—Vuelta al principio, ¿no? —preguntó mientras evitó hábilmente nuestra
colisión.

—Sí —le respondí resistiendo las ganas de arrancarme el pelo de la


cabeza sólo para aliviar la reprimida frustración—. La última sugerencia
ha sido que llame a la oficina del fiscal.

—Es una opción.

—No por ahora. Seguiré investigando, Corinne. Prefiero mantener esa


oficina en particular al margen por el momento. No sabemos lo que
ocurriría si se enteraran de que Ice tiene un repentino interés en su caso,
no sé si sabes lo que quiero decir.

—Por desgracia, perfectamente —Deslizó una mano por el hueco de mi


brazo tirando ligeramente—. Vente de vuelta conmigo a la biblioteca.
Creo que ya has dado a nuestras amigas suficiente espectáculo de Ángel
perdiendo los estribos por hoy, ¿no crees?

Miré a mi alrededor, por primera vez, notando las miradas interesadas de


mis compañeras de prisión, y el rubor coloreó mis mejillas.

—Está bien. No hay mucho más que pueda hacer hoy de todos modos.

Cuando llegamos a la biblioteca, me tiré en mi silla mientras Corinne se


ocupaba de la hornilla. Habían pasado dos de los meses más frustrantes
de mi vida. Comencé por lo básico. Había escrito una carta de solicitud
de acceso a las transcripciones en nombre de Ice y que ella debía firmar.
Para mi sorpresa, firmó sin ponerme pegas e incluso me deseó suerte,
aunque con una expresión que se quedaba a un paso de la
condescendencia.

Haciendo caso omiso de la mirada, yo seguí felizmente con lo mío, envié


la carta y esperé respuesta. Recibí una, dos semanas más tarde. Al
parecer, me había olvidado de poner el número de expediente en la
carta y los registros no se pueden buscar por el nombre del caso. Después
de varias llamadas telefónicas, fui capaz de conseguir el número de
expediente y lo envié en otra carta. Se me devolvió diciendo que estaba
olvidando algún otro dato importante. Y así sucesivamente una y otra
vez, por los siglos de los siglos. Amén.
Cuando por fin me llegó una carta diciendo que tenía toda la
información requerida, en los campos requeridos, con los nombres
requeridos y los números necesarios, recibí una llamada telefónica de una
mujer muy agradable que amablemente me informó que ella no tenía
antecedentes de ningún archivo con el nombre de caso o el número de
expediente indicado en sus archivos. Me dijo que tal vez sería mejor que
hablara con alguien del tribunal de justicia y me dio el nombre y número
de algún empleado u otro que podría ser capaz de ayudarme a
encontrar lo que estaba buscando.

Habría hecho que mi madre se sintiera orgullosa por mi total cortesía,


disfrazando los ataques de apoplejía que estaba experimentando en ese
momento. Uno tras otro, fui hablando con empleados desde el nivel más
bajo al más alto, siempre sin éxito. Al igual que el pájaro Dodo, la
transcripción del juicio de Ice parecía haber desaparecido de la faz de
la tierra.

Cuando una taza de té humeante se deslizó frente a mi cara, escapé de


mis cavilaciones frustradas, sonriendo mientras respiraba el aroma
tonificante. Levanté la taza hasta mis labios, tomé un trago agradecida y
entonces casi lo escupo de vuelta cuando el ardor de un licor fuerte
golpeó mi estómago. Miré duramente a Corinne, que me sonrió,
totalmente arrepentida.

—No me digas que eres abstemia, Ángel.

—No. No es eso, la verdad. Sólo es que no me lo esperaba —Y esa era la


verdad, tal cual. Por otro lado, el licor y yo normalmente no nos solíamos
mezclar. En las pocas ocasiones que se me permitió probarlo en la mesa
de mis padres, no me había gustado mucho el sabor. Además, hay que
recordar que yo vivía con un hombre para quien el licor era un amante
cruel. Al ver su efecto sobre Peter no me daban ganas de correr a por la
botella a corto plazo.

—Sí, bueno, pensé que podría hacer que te olvidaras un poco —dijo
saludándome con su propia taza—. Salud.

Le devolví el saludo.

—Gracias —Tomando otro sorbo más pequeño, me sentí contenta


cuando el calor del té y del licor se asentó en mi estómago gratamente,
aflojando un poco la tensión que se había acumulado a lo largo del día
totalmente infructuoso.

—¿Cómo va tu propio caso, Ángel? —preguntó Corinne.

—Esa fue la parte fácil —le respondí sin dejar de disfrutar de mi té—. No
tendré las transcripciones hasta al menos dentro de cuatro meses o más.

—¿Cuatro meses?

—Si. Aparentemente hay un retraso real en la Sala de Registros. Algo


sobre el Estado, los recortes y la falta de transcriptores. Ella se ofreció a
ponerlo como urgente, pero cuatro meses era lo más pronto que me
podía ofrecer —Me encogí de hombros—. ¿Qué otra opción tenía? Así
que acepté.

Levanté la mirada para encontrar a mi amiga mirándome


especulativamente.

—¿Qué? —le pregunté.

—El hecho de que estés teniendo problemas para encontrar los registros
de Ice no tendrá nada que ver con esta actitud de no intervención que
has adoptado hacia tu propio caso, ¿verdad?

Llevando mi taza abajo, entrecerré los ojos sobre ella.

—Una cosa no tiene nada que ver con la otra, Corinne. Si recuerdas, no
he pensado en mi caso desde que llegué aquí, y eso ha sido así desde
antes de conocer a Ice.

Corinne debió de haber encontrado lo que estaba buscando ya que en


nuestro continuo choque de miradas finalmente parpadeó y miró hacia
abajo, asintiendo levemente. No dudaré en decir que me sentí más que
orgullosa de ganar finalmente un cruce de miradas con aquella mujer.
Tardé casi dos años en demostrarle que yo tenía un poco de fuerza de
voluntad, pero finalmente sucedió, y por eso, me felicité a mí misma con
otro trago del potente té. Mis miembros se estremecieron
agradablemente mientras mi corazón bombeaba el alcohol a través de
mi cuerpo. La tensión comenzó a disolverse y pude entender, al menos
en parte, por qué la botella parecía la salvación para muchos.
El resto de la tarde transcurrió en agradable conversación con Corinne y
las otras visitantes a la biblioteca. La siguiente vez que miré el reloj, era la
hora de cenar. Arrastrándome fuera de mi silla, me despedí y me dirigí
hacia el lugar adecuado, con la esperanza de atrapar a Ice al regreso
de su día en el taller de reparación.

Yo estaba a punto de entrar en el recinto principal iluminado desde el


pasillo cuando un brazo se envolvió alrededor de mi cintura y tiró,
llevándome hacia atrás contra uno de los armarios que había en el pasillo
que llevaba a la biblioteca. El licor que había bebido retardó ligeramente
mi tiempo de reacción, pero fui capaz de empujar un codo contra mi
captora, aunque solo golpeé el mango de una fregona vieja metida en
un cubo en la esquina.

Frotando el escozor de mi codo (y realmente, salvo tropezar o cortarse


con papel, ¿hay algo que duela más?), traté de usar el resto de mi
cuerpo para luchar contra el brazo que me tenía atrapada. El agarre se
aflojó un poco y me di la vuelta, mostrando los dientes, lista, dispuesta
para mostrar a mi secuestradora lo que la Amazona llamada Ángel podía
hacer en lugares cerrados.

Las habilidades que terminé usando fueron muy diferentes a lo que había
previsto.

Unos suaves labios cubrieron los míos, su maravilloso sabor lo conocía


íntimamente. Fusioné mi cuerpo contra el de mi captora-amante, que me
devolvió el beso con el fervor de un joven amor que ha estado
demasiado tiempo separado. Nuestras respiraciones más profundas
parecían aspirar todo el aire de la pequeña habitación y nos separamos
pronto, aunque seguí acariciando el cuerpo de Ice al azar, feliz de nuevo
a sentirla contra mí.

Ella se retorció, alejándose ligeramente.

—¡Ey! ¡No es justo!

Levanté la vista de mi tarea feliz hacia sus palmas en alto. Estaban negras
de grasa y la suciedad de su trabajo en el taller. Me temo que mi sonrisa
pícara reflejó bastante bien mis pensamientos mientras me movía hacia
atrás contra ella, tirando de la cremallera hacia abajo ligeramente y
dándome un festín con la carne que había debajo.

—Ángel...

Los gemidos y la calidez de su aliento hicieron la advertencia discutible.

—¿Mmm? —murmuré con la boca llena de suculenta carne.

—A menos que quieras caminar por toda la prisión con una fila de
internas riéndose por tener las huellas de dos grandes manos negras en el
culo, te sugiero que me dejes tomar una ducha primero.

Riendo, me aparté ligeramente, todavía quedándome a corta distancia.

—Sólo estoy practicando mi maniobra de contra-ataque, Ice —dije con


una voz inocente como un recién nacido—. ¿Está funcionando?

—Oh sí.

—Bueno, creo que voy a añadirla a mi repertorio. ¿Qué te parece?

—¡Será mejor que no!

—¿Ah, sí? ¿Por qué?

—Porque entonces tendrías a todas las mujeres de la prisión queriendo


luchar contigo.

Me reí de nuevo.

—¿Y eso sería malo por…?

Acto reflejo a mi risa, ella se inclinó y mordisqueó juguetonamente mi


nariz.

—Debido a que van a tener que pasar primero por encima de mí, y tengo
una política muy estricta de tres brazos rotos al mes. No querrás que
aumente mi cuota por eso, ¿verdad? —En la débil luz proyectada por el
pasillo, pude ver como su ceja se arqueaba mientras una sonrisa jugaba
alrededor de sus ojos.
Suspirando con fingida frustración, me alejé más y, obediente, devolví la
cremallera a su posición original, acariciando primorosamente su pecho
después de haberlo hecho.

—Supongo que no.

—Buena respuesta.

—Iba de camino a saludarte antes cuando fui detenida tan


maravillosamente —Me enderecé, y haciendo un medio arco, doblando
el brazo galantemente, a modo de reverencia—. ¿Me harías el honor de
cenar conmigo esta noche en Chez Dump? He oído un rumor sobre el
misterio de la carne, incluso puede que sea reconocible esta noche.

—Suena a cita. Dame un poco de tiempo para ducharme y me reuniré


contigo en la puerta de la cafetería, ¿de acuerdo?

—Vale —De puntillas sobre mis dedos de los pies, la besé rápidamente,
luego me volví y me marché antes de que el efecto que ella siempre
causaba en mí me llevara a la necesidad de cambiar de uniforme.

* * *

El misterio de la carne seguía siendo un misterio cuando terminamos el


último bocado, haciendo una ligera mueca a medida que se pegaba a
la parte interior de la garganta, seca como el polvo. Estábamos sentadas
en una mesa en la esquina con Critter que acababa de entrar, llevaba
un pedazo de papel y una gran sonrisa.

—¿Por qué esa sonrisa, Critter? —le pregunté tomando un gran trago de
leche tibia para ayudar a tragar el resto de la carne.

—La próxima semana será mi primera Audiencia de libertad condicional.


¿No es genial?

Poniéndome de pie, me abracé a mi amiga, y luego la besé en la mejilla.


—¡Esa es una noticia maravillosa! ¿Estás nerviosa?

Ella se encogió de hombros y asintió.

—Sí, un poco —admitió.

Sonriendo, le di unas palmaditas en el hombro con afecto.

—Lo vas a hacer muy bien. No te preocupes.

Critter había cumplido cinco años por el cargo de asalto con arma
mortal, junto con allanamiento de morada. El arma en cuestión era un
ladrillo que había usado para romper el cristal de la puerta de una tienda
local para robar alcohol. Había cometido el error de recuperar el ladrillo
después de entrar a oscuras a la tienda, y la imagen de ella, con el arma
en la mano, asustó al propietario de edad avanzada, que acabó con un
ataque al corazón. La cirugía de urgencias la salvó de un homicidio y al
propietario de una cita con un arpa y una túnica blanca.

Por las historias que había oído, que habían crecido mucho en la cárcel,
sobre una joven punk callejero e inteligente con un desmesurado gusto
por el alcohol, era que la mujer joven y bella estaba sentada frente a mí
sonriendo.

El resto de lo que pasó en la cena fue agradable, con Critter y yo


participando de una conversación y Ice escuchando, pero
contribuyendo cuando lo deseaba. El té asesino de Corinne, todavía
estaba extendiendo sus tentáculos cálidos por mis venas y sospecho que
estaba un poco más animada que de costumbre.

Por último, me limpié la boca con una servilleta de papel barato y miré a
Ice, que asintió con la cabeza ligeramente, luego se levantó y llevó
nuestros platos fuera para que pudieran ser lavados por la ayudante de
cocina. Critter y yo, también nos pusimos de pie y me hizo un guiño,
consiguiendo que me pusiera muy roja.

Sonriendo, palmeó mi hombro, saludó con la mano y salió de la cafetería


tarareando, desafinado para sí misma.

Ice volvió, alzando una ceja lentamente ante mi color.


—Es... mmm... nada.

Ella lo dejó pasar.

—¿Hacia dónde ahora?

—¿Qué tal un paseo? Lo que sea que comimos se ha transformado en


una bola en mi estómago.

—Vamos.

* * *

Apoyé la cabeza en la parte inferior del abdomen plano de Ice,


saboreando el sabor de ella en mis labios mientras mis dedos trazaron
figuras al azar en su musculoso muslo. Su mano soltó mi cabello mientras
se estiraba ligeramente.

Después de un momento, su voz ronca se filtró a mis oídos.

—Bueno, estás de muy buen humor esta noche.

—Mmm —concordé besando la piel salada bajo mis labios—. Sólo estar
cerca de ti, especialmente en mi posición actual, hace que lo esté —
Sonreí—. Por supuesto, el elixir mágico de Corinne también ha ayudado.

La mano de Ice volvió a mi pelo, girando su cuello hasta encontrarse con


mi mirada.

—¿Elixir mágico?

—Sí. Lo bebí hasta la última gota —Lamí mis labios—. Más o menos como
tú.

Soltando mi pelo, Ice gimió y se dejó caer de nuevo sobre la almohada


una vez más.

—¿Y por qué Corinne siente la necesidad de emborracharte?


—No estaba tratando de emborracharme. Simplemente... de relajarme.

—¿Y por qué necesitabas relajarte?

Suspiré.

—Otra ronda infructuosa de tratar de conseguir las transcripciones.

—Bueno, no voy a decir te lo dije —respondió ella graciosamente.

—Eres demasiado mayor para eso.

—Puedo intentarlo.

—Hmmmph.

Un muy cómodo y cálido silencio se apoderó de nosotras mientras mis


ojos somnolientos recorrían ociosamente la habitación, no recuerdo muy
bien cómo mi uniforme acabó lanzado a través del cuarto al suelo con
una manga y una extremidad extendida sobre uno de los bonsáis.
Entrecerré los ojos mientras mis ojos se posaron en algo, al igual que mi
uniforme, que no había estado allí la última vez que había estado en la
celda de Ice. Frente a uno de los otros árboles estaba la fotografía que
me miraba cuando Ice había estado en el agujero.

Esto, sin duda, era una oportunidad demasiado grande como para
dejarla pasar. El problema era cómo introducir el tema sin dejar caer que
yo ya había visto la imagen en cuestión. Cuando terminamos, me decidí
a como se dice en el fútbol pillarla fuera de juego.

—Ice, ¿qué es eso?

Su cuerpo se movió ligeramente mientras miraba alrededor de la


habitación.

—¿Qué es qué?

—Eso —Le señalé la imagen cerca de los bonsáis—. ¿Es tu familia?

Pude sentir como su cuerpo se ponía rígido debajo de mí y contuve la


respiración, esperando que no hubiese empujado de nuevo las cosas
demasiado lejos. Después de un largo momento, ella finalmente se relajó
y empecé a respirar de nuevo.

—Sí —dijo ella, su voz apenas un susurro—. Esos son mi madre, mi padre y
Boomer.

Solté un bufido contra su vientre.

—¿Boomer?

Y recibí un golpecito en la cabeza por mi sacrilegio.

—Yo tenía cinco años en ese momento, por si lo quieres saber.

—Oh, bueno es saberlo.

Eso me valió un tirón de pelo. Después de un momento, me decidí a ir un


poco más lejos.

—¿Te importa si le echo un vistazo más de cerca?

—Lo harás de todos modos, así que adelante.

Sonriendo ante su tono melodramático de sufrimiento, salí de la cama


envolviendo la sabana alrededor de mi cuerpo desnudo y dejando a Ice
descansando desnuda en todo su esplendor en la sábana de abajo
cuando me acerqué a la mesa y cogí la fotografía. Cuando me di la
vuelta, a la vista de su largo, bronceado y glorioso cuerpo desnudo tirado
en la sábana blanca, su cabello oscuro desplegado en la almohada y
sus ojos pálidos normalmente oscurecidos con el erotismo residual, hizo
que mi cuerpo vibrara de nuevo con necesidad.

Desenvolví la sábana de alrededor de mi cuerpo, me subí a la cama a


horcajadas sobre su cintura, después puse la sábana a modo de tienda
de campaña sobre mis hombros, envolviéndonos, en un campo de
blanco.

—El interrogatorio puede esperar —gruñí inclinándome para capturar sus


labios en un beso feroz que provocó las brasas de mi pasión en una
hoguera crepitante, una vez más.
* * *

Algún tiempo después, me envolví en la sábana, apoyando mi hombro


contra el hombro de Ice mientras miraba la fotografía en blanco y negro
que ahora descansaba en mi regazo.

—Háblame de ellos.

Su aliento me hizo cosquillas en la oreja mientras ella giraba la cabeza


para mirar hacia la imagen.

—La verdad es que no hay mucho que decir. Alexander, mi padre, era
ingeniero químico de DuPont. Mi madre era mezzo-soprano con la
Compañía de Ópera de Baltimore.

Me volví hacia ella muy sorprendida.

—¿Tu madre era cantante de ópera? ¡Me encanta la ópera!

Ice se encogió de hombros.

—Sí, era bastante buena.

Solté un bufido.

—Bastante buena, dice. Perdóname por decir esto, pero probablemente


eres el tipo de persona que mira un Picasso y le dan escalofríos, ¿no es
así?

—¿Qué quieres que te diga? No soy exactamente del tipo artístico.

—No, no lo eres —le respondí con una sonrisa cómplice mientras miraba
al bello bonsái que reposaba complacientemente en la mesa.

Cuando me di la vuelta, juré que podía haber visto un leve rastro de rubor
en sus mejillas bronceadas, pero sabiamente decidí no mencionarlo
mientras su cara volvía a asumir su máscara de tipo empresarial. Se
encogió de hombros.

—De todos modos no lo sé. Lo dejó después de tenerme. Dijo que quería
ser madre a tiempo completo y eso fue todo —Una pequeña, casi tímida
sonrisa, quebró su fachada sombría—. Sin embargo, me cantaba
canciones de cuna.

—¿Y tu padre?

—Mi padre no podía entonar ni una nota.

Gimiendo, apoyé la espalda en su hombro.

—Eso no es a lo que me refería y lo sabes. ¿Cómo era? ¿Qué clase de


hombre era?

—Eh… ¿varonil?

—Ice…

—Ángel, escucha. Es difícil para mí hablar de esto, ¿ok? Simplemente


tomé la foto ayer esperando que no la notarías tan rápido.

Me mordí el labio inferior, asintiendo con la comprensión ante su gentil


reprimenda.

—Lo siento, Ice. No era mi intención presionarte.

—No estás presionando. Solo que tengo que ser capaz de contarlo a mi
manera, a mi ritmo, ¿de acuerdo?

Le sonreí cálidamente.

—No hay problema. Puedes continuar en otro momento si quieres.

—No, está bien. Sólo dame un minuto —Se acomodó en la cama,


acercándome de nuevo, haciendo que apoyara mi cabeza contra su
cuello, y poniendo su mejilla sobre mi pelo. Luego me cogió la foto y la
puso sobre su propio regazo, con su pulgar acariciando la estática figura
del hombre alto y guapo que era su padre—. Mi padre era un buen
hombre, muy inteligente pero fácil de llevar y amistoso. No creo que
hubiera una persona en el mundo a la que no le gustara una vez que le
conocía —Pude sentir su sonrisa contra mi pelo—. Probablemente debió
dedicarse a política o a ventas, pero en lugar de eso trabajó en
investigación y desarrollo para DuPont. También era un apasionado de
los deportes, especialmente de los equipos locales. Tenía entradas para
el partido de los Colts e incluso se las arregló para conseguir dos entradas
para la Súper Bowl. Estuve con él ese día —Su voz se puso un poco
nostálgica—. Fue uno de los mejores días que recuerdo haber tenido a
pesar de que perdimos.

—Suena como un momento muy especial —Comenté con un rastro de


melancolía en mi propia voz.

Yo había pasado la mayor parte de mi infancia esperando tal tipo de


relación con mi propio padre.

—¿Y qué hay de tu madre? ¿Se ponía… celosa de tu cercanía con tu


padre?

Ella se rio.

—¿Celosa? No, no exactamente. Era fan de los Orioles, con entradas


para la temporada para ella misma. Me llevaba a algunos de los partidos
nocturnos, e incluso la escuché cantar el Himno Nacional antes de un par
de ellos.

Me enderecé con la mandíbula abierta.

—¿Tu madre realmente cantó el Himno Americano antes de un partido


de béisbol?

—Sí. Su voz sonaba muy extraña, haciendo eco a través del Estadio. Fue…
una experiencia interesante, por decirlo de alguna manera. Solía tener
un montón de recuerdos firmados por ellos. Ya sabes, como jerséis,
guantes, pelotas, bates —Se encogió de hombros—, cosas por el estilo —
Hubo un momento de silencio mientras miraba hacia la foto como si viera
un pasado largamente enterrado—. Tenía un toque muy suave, como las
madres tienen. Me dejaba intentar todo lo que me interesara hacer,
mientras no me metiera en problemas con la ley —El sonido de su risa esta
vez era amargo—. Apuesto a que se está revolcando en su tumba ahora.
Y mi padre también.

Me morí de ganas de decirle lo que ya sabía. Que si sus padres aún


estuvieran vivos, ella nunca habría hecho las cosas que hizo para acabar
aquí, pero decidí callarme, con la esperanza de que compartiera más de
su vida conmigo, ahora que finalmente había decidido hacerlo.

»En lo único en lo que insistió es en que diera clases de canto. Decía que
la voz humana era el instrumento de Dios, y era mejor mantenerlo bien
afinado para no arriesgarse a molestarle en algún momento de la vida.

Me estremecí con el recuerdo de mi madre obligándome a tomar clases


de conducta casi por la misma razón.

—¿Odiabas las clases?

—Nah. No estaban tan mal. Supongo que podría haber sido peor si
hubiera nacido con una voz como mi padre. Sin embargo tuve suerte. El
canto era algo natural para mí, aunque odiaba todo lo referido a ópera.
Aún lo hago.

Inclinando su barbilla para mirarla a los ojos, le sonreí.

—Tal vez podría escucharte alguna vez…

Me devolvió la sonrisa con un pequeño gesto en sus labios.

—Puede ser.

Satisfecha, giré la cabeza para reclinarla en el lugar exacto de la cálida


piel de su cuello.

—¿Cómo se conocieron tus padres? —Sin poderme resistir, le mordí


suavemente su dulce carne, sonriendo mientras sentía un escalofrío pasar
por su cuerpo. Al presionar un beso en la marca que le había dejado,
sentí su corazón saltar su ritmo bajo mi palma. Se movió contra mí.

—Sigue así, Ángel, y nunca escucharás la historia.


Si hubiera sido cualquier otra historia, la elección habría sido fácil. Desde
nuestra primera vez “real” juntas, mi cuerpo había estado en constante
estado de excitación sexual. Su simple olor me convertía en llamas y en
este momento, estaba rodeada de su exótico aroma.

La parte más lógica de mi mente, sin embargo, me recodó que si cedía


ante las demandas de mi cuerpo, era más que probable que tuviera que
esperar meses para tener la oportunidad de preguntarle sobre este tema
de nuevo. Si es que la oportunidad llegaba a surgir. Con Ice nada era
seguro.

Deteniendo a mis hormonas, me aparté de la tentación.

—De acuerdo. Seré buena. Por ahora.

Inclinándose, me dio un beso y luego se alejó, apoyando la cabeza


contra la pared.

—A diferencia de mí, a mi padre le gustaba la ópera, al igual que a su


novia de aquel momento. La Compañía de mi madre, estaba
representando Werther de Massenet, y ella interpretaba a Charlotte. Le
oí decir que desde el momento en que mi madre entró al escenario,
hasta el momento en que lo abandonó antes de que el telón bajara, ya
no tenía ojos para otro ser vivo.

—¡Dios, qué romántico!

—Sí, bueno. A la novia de mi padre no se lo pareció. Después de que el


espectáculo terminara, mi padre la arrastró a los bastidores para conocer
a mi madre. Su novia podría haber sido una pelusa en la alfombra para
la atención que le prestaba después de ese punto.

—¿Tu madre se sintió de la misma manera cuando lo conoció?


Enamorada, quiero decir.

—Oh, sí. Decía que cuando miró a mi padre a los ojos, fue como si lo
conociera de antes, a pesar de que nunca lo había visto —Ice rio.
Sonaba casi asustada—. En toda mi vida nunca supe lo que significaba.
Hasta ahora.
Cuando me besó, fue casi como una copia exacta del primer beso que
compartimos. Imágenes atravesaron mi mente, aunque demasiado
rápidas como para seguirlas, aunque sabía, en el fondo de mi alma, que
estábamos conectadas a un nivel mucho más profundo que la mera
atracción superficial. Había algo elemental y con fundamento en lo que
compartíamos, algo a la vez primitivo y nuevo, y eterno en sus cimientos.

No fue un beso de pasión, aunque era un beso apasionado. Era un beso


de curación y de regreso a casa. Si los antiguos sabios tenían razón y nos
hacían pasar la vida en busca de la otra mitad de nuestra alma, yo había
encontrado la mía en un profundo abismo infernal, siendo capaz de
llegar y salir viva a la superficie.

Cuando terminó, me desplomé contra ella, débil y cansada, pero llena


de fuerza y energía, como si hubiera conectado con alguna fuerza
elemental que alimentara el alma y aliviara el corazón de sus pesadas
cargas.

Mi voz sonó definitivamente quejumbrosa mientras le hacía la siguiente


pregunta.

—¿Más?

Ice se rio entre dientes.

—¿De qué? ¿Del beso o de la historia?

—Mmm… ¿No pueden ser las dos cosas?

—No —Bromeó—. Una u otra.

—Oh, bien. La historia entonces. Siempre podré conseguir besos de ti


después.

—Eso crees, ¿eh?

—Eso sé.

—Mmm… Recordaré eso —Apretó su agarre alrededor de mi cintura de


nuevo—. Veamos, ¿por dónde iba? Ah sí, cuando se conocieron. Bueno,
después de que la novia se marchó con una rabieta, se sentaron y
hablaron hasta que cerró el teatro durante la noche. Después de eso,
tuvieron lo que mi madre llamaba un cortejo escandalosamente corto,
de dos meses. El escándalo llegó por el hecho de que el padre de la ex
novia de mi padre, era un conocido mecenas de las artes, y no estaba
muy contento por escuchar que su hija hubiera sido tirada a la basura
mientras que alguien a quien él ayudaba en su carrera financiándola, le
robara el novio para siempre.

—Tienes un don con las palabras, Ice —Me reí.

—Sí, bueno. En muchos aspectos, soy la hija de mi padre. De todos


modos, después de dos meses de noviazgo, se casaron, compraron una
casa nueva, y me tuvieron un año después.

—Parece que se amaban mucho.

—Lo hicieron. A pesar de pelearse de vez en cuando, incluso cuando era


una niña, sabía que siempre estarían juntos. Sé que la mayoría de los niños
creen que sus padres jamás se separarán, pero no era eso. Tenían algo
que hasta yo, siendo una niña, podía notar. Era casi como si fueran dos
mitades de un mismo todo, o algo así —Se encogió de hombros—. No sé
explicarlo mejor.

—Creo que lo has explicado muy bien. Describe el sentimiento a la


perfección, ¿no crees?

Ella sonrió.

—Sí, es cierto.

Me pasé los siguientes momentos de silencio tratando de reunir el valor


necesario para dar el siguiente paso obvio. Estaba muerta de indecisión.
Dividida entre la necesidad de saber, y la necesidad de no abrir lo que
obviamente era una herida que aún supuraba en lo profundo de su
corazón.

Como si hubiera leído mis pensamientos, su cuerpo se tensó de nuevo, y


respiró hondo antes de dejarlo salir lentamente.

»Los arrolló un autobús.


—¿Qué?

—Mis padres. Te estabas planteando como preguntarme cómo murieron.


Fueron arrollados por un autobús. Conducían a DC para su aniversario,
para ver Werther. Nunca llegaron. Mi madre murió en el acto. Mi padre
logró aguantar unos días, pero nunca despertó. Finalmente decidieron
apagar las máquinas.

—Oh, Ice. Lo siento mucho.

—Sí —dijo en voz baja—. Yo también.

* * *

Más tarde, esa noche, en la oscuridad de mi propia celda, me acosté


boca arriba mientras las lágrimas recorrían mis mejillas, humedeciendo mi
almohada. Mientras repetía la conversación en mi mente, parte de mí se
preguntó qué vida había sido más trágica. La de Ice, cuya familia la quiso
y la consintió y le fue arrebatada, o la mía, cuya familia me tuvo en el
mejor de los casos tolerancia, y ahora que lo pensaba, aunque estaba
viva todavía, estaba muerta a sus ojos.

Lloré por nosotras esa noche. Por las jóvenes que habíamos sido y las
mujeres en las que tuvimos que convertirnos. Por nuestras familias. Por
nosotras mismas. Pero dentro de las lágrimas de tristeza, también se
mezclaban lágrimas de alegría. Si una nueva vida puede surgir de las
cenizas, entonces una nueva vida había surgido entre nosotras desde
nuestras propias tragedias.

Un fragmento de una vieja canción de cuna que había oído en alguna


película, surgió a mis labios, y lo tarareé para mí misma mientras me
quedaba dormida, con las lágrimas secándose lentamente en mis
mejillas.
Capítulo 10

S
egún los días se convertían en semanas, sentí cómo mi nivel de
frustración alcanzaba nuevos límites. Cada nueva pista sobre el
paradero de las transcripciones de Ice me llevaba a un callejón sin
salida, sin respuestas y con pocas esperanzas de encontrarlas.

Cuando cada callejón sin salida espoleaba mis fantasías homicidas, salía
al aire fresco del otoño y expulsaba mis frustraciones con el siempre
preparado saco de boxeo. A menudo me encontraba compartiéndolo
con una decepcionada Critter, a la que habían denegado su primera
Apelación de libertad condicional. Había descubierto durante la misma,
que aunque la cirugía había salvado la vida al propietario de la tienda,
nunca había recuperado por completo la salud. Mientras los meses se
habían ido convirtiendo en años, él se encontraba más y más frágil. Si
muriera como resultado directo del anterior ataque cardíaco, Critter
temía que le añadieran el cargo de homicidio a los años que ya había
cumplido. En cualquier caso, parecía que iba a tener que esperar un año
más para su próxima oportunidad de ser libre.

Pony y Sonny estaban saliendo de un fallido triángulo amoroso y Ice


trabajaba forzadas largas horas en el taller, desguazando y arreglando
una enorme cantidad de coches robados diseñados para llenar los
bolsillos de nuestro corrupto Alcaide.

En fin, no era una buena temporada para ninguna de nosotras, y estaba


a punto de empeorar.

La frustración es una emoción peligrosa, ya que a menudo nos lleva a


cometer estúpidos errores al intentar aliviarla. Yo cometí uno de esos
errores, y me costó muy caro. A punto de arrancarme el pelo de
frustración, finalmente cedí a la sugerencia de Corinne de permitir a un
amigo periodista suyo que husmeara un poco a ver qué podía encontrar.
Yo había rechazado hasta ahora todo este tipo de sugerencias, a
sabiendas de que muchos periodistas de este tipo son unos bastardos
codiciosos que no se detienen ante nada con tal de destapar una gran
historia si la encuentran. Ésta era una de esas historias que yo no quería
que se destapara. Corinne me prometió que ella sabía tanta mierda de
ese hombre que no se atrevería a actuar contra sus deseos o se vería
completamente arruinado tanto personal como profesionalmente. Tras lo
que me pareció ya la enésima vez que escuchaba la misma sugerencia
y los mismos argumentos, estaba ya en ese punto en el que o le decía
que lo dejara de una vez, o que fuera a por ello. Elegí la segunda opción.

Las dos siguientes semanas pasaron con lentitud, con los informes
irregulares del hombre que se hacía llamar Slim Jim por razones, estoy
segura, que no quiero conocer. Y esos informes no me decían nada que
no supiera ya; sólo que parecía que había una especie de encubrimiento
sobre las transcripciones jurídicas de Ice. Sus contactos en el sistema de
justicia estaban rechazando sus propuestas con una anormal frialdad y
tenía la sensación de que algo gordo había tras ello. Algo que no podía
esperar conseguir sin reventar las estrictas reglas del juego que le
habíamos impuesto. Aunque entendí la indirecta, no piqué el anzuelo y
dejé al hombre refunfuñando pero decidido a destapar lo que podría ser
el caso de su vida.

Estaba comenzando a preocuparme muy seriamente por si la innata


codicia de este hombre por tener su gran historia ganaría a esos oscuros
secretos que Corinne sabía de él, y finalmente tomé la decisión de
suspender la cacería. Me senté en la biblioteca, repasando mis
argumentos mentalmente, sabiendo que Corinne usaría todo su encanto
verbal para disuadirme de mi decisión. En mi contra estaba el hecho de
que ya había cedido una vez a su formidable poder de convencimiento
y no quería volver a hacerlo. Esto era demasiado importante para mí.
Cuando abrí la boca para hablar, otra voz me interrumpió antes de que
el primer sonido saliera de mis labios.

—Ángel, ¿puedo hablar contigo un momento?

Me volví a tiempo de ver a Ice dirigiéndose hacia la puerta, con una


inexpresiva máscara en su rostro que generalmente denotaba ira y sus
ojos tan fríos como su propio nombre de presa. Tragué saliva, sintiendo mi
garganta repentinamente seca. Miré hacia Corinne buscando ayuda,
pero encontré su mirada clavada también en Ice, con su rostro
mostrando igualmente inquietud, una expresión que nunca antes había
visto en ella.

Volviéndome hacia mi amante, asentí.

—Sí, claro.

Respirando profundamente, me obligué a levantarme de la silla, tratando


de controlar el temblor de mis músculos mientras atravesaba la biblioteca
y salía al pasillo. Ice me llevó hasta la mitad de un pasillo débilmente
iluminado antes de detenerse y girarse de tal forma que me encontré de
espaldas a la pared, con su presencia sobre mí.

—Esto se acaba ahora mismo.

—Mmm... ¿el qué?

Su mano se alzó con la palma hacia arriba.

—Esta... investigación… de mis archivos. Estás metiendo la nariz en todo y


está a punto de derrumbarse. Debí de haberme vuelto loca por haber
aceptado desde el principio.

—Pero... Ice...

—No, Ángel. No. Escúchame. Llama al chucho que sea al que has
mandado a husmear y enciérralo. Ahora.

—Ice...

Sus manos descendieron y me sujetaron dolorosamente por los hombros.

—Ahora, Ángel. Haznos un favor a ambas y déjalo.

Liberando mis hombros, me miró durante un instante más antes de girar


sobre sus talones e irse, dejándome allí de pie mientras miraba,
totalmente aturdida, cómo se alejaba.

Un sonido proveniente de la otra dirección hizo que me volviera. Corinne


se encontraba de pie a unos pasos de la puerta de la biblioteca, mirando
el pasillo. Sus ojos se movieron lentamente hasta encontrarse con los míos.

—Lo he oído —dijo suavemente—. Lo siento. Debería haberte escuchado


y no haberte metido en algo que no querías desde un principio.

—Está bien, Corinne. Sólo intentabas ayudar.

—En cualquier caso, esto ha sido más culpa mía que tuya. Intentaré
explicárselo.

La enganché del brazo al pasar junto a mí.

—No. No creo que sea una buena idea en estos momentos. No creo que
quiera escuchar a nadie.

Mi amiga se pasó una mano por su canoso pelo.


—Supongo que tienes razón. ¿Qué debo hacer?

—Llama a tu amigo y amenázale con cada pedazo de mierda que


tengas de él. Y si no es suficiente, haz cualquier cosa, pero sácalo de esto.
Por favor.

Corinne asintió.

—Lo haré —Me miró entre pesarosa y compasiva—. ¿Estarás bien?

—Tendré que estarlo, ¿no? —Mis palabras salieron más rudas de lo que
pensaba y la cogí por la muñeca—. Lo siento, Corinne. Eso sobraba —
Suspiré—. Le voy a dar un tiempo para que se calme y luego iré a su
celda. Tal vez para entonces esté dispuesta a decirme qué está pasando,
¿eh?

—Buena suerte —resopló ella, devolviendo el apretón antes de soltarse y


volver caminando a la biblioteca para llevar a cabo mis instrucciones.

—Gracias —susurré cuando ya se había ido—. Creo que la voy a


necesitar.

Como casi era la hora para mi entrenamiento, me dirigí por el pasillo con
la intención de tomar un poco de aire fresco y calmar mis turbulentas
emociones. Justo cuando salía al patio, Digger me miró y se acercó a mí
a grandes zancadas, evidentemente nerviosa por lo que mostraba su
rostro.

—Ángel, me alegro de que estés aquí. Necesito hablar contigo.

—Ahora no, Digger. Necesito un rato de aire fresco. Tal vez luego, ¿vale?

—Por favor, Ángel, es realmente importante. Saldré incluso fuera contigo.


Los guardias no se enterarán si nos mantenemos cerca del edificio.

La sensación de urgencia de sus ojos me hizo asentir, aunque no me


encontraba en un estado de ánimo como para que nadie me
acompañara, y mucho menos mi sombra.

—Muy bien, Digger —dije finalmente—. Pero sólo unos minutos, ¿vale? La
cabeza me está matando.

—Sólo unos minutos, lo prometo.

La seguí por la prisión y saliendo por la puerta del patio, sentí el sol en la
cara y esto comenzó a hacer que la tensión que ataba en fuertes nudos
mi cuerpo comenzara a disiparse. Después de tomar sanadoras y
profundas respiraciones de aire otoñal, me volví hacia Digger con las
cejas levantadas.

—¿Qué es lo que necesitas hablar conmigo?

—Está bien. Hoy he estado en la oficina del Alcaide, limpiando, como


hago siempre, ¿no?. Llevaba allí sólo como una hora cuando la puerta
se abrió y un guardia hizo pasar a Ice.

Me giré hacia ella, con toda mi atención.

—¿Qué?

Ella asintió.

—¡Es verdad! ¡Ice parecía estar dispuesta a destrozarlo todo y el doble de


peor cuando salió de allí! Casi me meo encima, ¡lo juro!

—¿Escuchaste algo de lo que hablaron?

—Parte. No pude pillar todo. La gente estaba entrando y saliendo de la


oficina y tuve que tener mucho cuidado al escuchar, ¿sabes?

Resistiendo el impulso de estrangular a la mujer por no ir directa al grano,


simplemente asentí alentándola a que continuara.

—Total que ella entró y el guardia se marchó. Lo que es realmente


sorprendente porque los guardias suelen acompañar a las prisioneras
cuando son llevadas a ver al Alcaide, ¿sabes?

Su lastimera mirada parecía exigir algún tipo de respuesta, así que forcé
una sonrisa en mi cara.

—Entiendo, Digger. Por favor, continua.

—Bien. Así que, estando como estaba sola en ese momento, cogí mi
trapo de pulir y fui hasta la puerta haciendo como que estaba sacando
brillo a la manilla y a la placa de identificación, ¿sabes? Y oí al Alcaide
diciéndole a Ice que la tenía fichada por algo. Y Ice le contestó que no
sabía a qué se refería. Entonces otro guardia entró, así que hice como
que trabajaba y no pude oír nada hasta que el guardia se volvió a ir.
Cuando volví a poner la oreja, oí cómo le decía al Alcaide que lo iba a
parar todo. Yo no sabía a qué se refería, pero el Alcaide fijo que sí, porque
le empezó a gritar.

—¿Qué le gritaba?
—Le decía algo así como que más vale que lo detuviera si sabía lo que
le convenía. Que si no se amoldaba las cosas iban a comenzar a ir muy
mal para ella. Incluso le dijo que se las arreglaría para mandar a su
noviecita a la Cocina del Infierno. Yo ni siquiera sabía que tenía novia, ¿y
tú?

Mi garganta se secó a la par que mi corazón se me salía del pecho. La


razón tras la advertencia de Ice se convirtió en algo aterradoramente
claro para mí. La Cocina del Infierno era el apodo de otra prisión estatal
para mujeres en Pennsylvania, y se rumoreaba que era una de las más
peligrosas de su clase en todo el país. Casi todas las mujeres que habían
abandonado esa prisión o lo habían hecho en una caja de pino, o
completamente cambiadas por la experiencia. Y no a mejor.

Mis emociones debieron de reflejarse en mi cara, porque Digger me


cogió del hombro y me lo sacudió.

—¿Ángel? Ángel, ¿estás bien? Parece que hayas visto un fantasma.

—No. No, estoy bien. ¿Oíste algo más?

—No. El Alcaide llamó a sus guardias, uno entro inmediatamente y se llevó


a Ice. Dios, ella parecía estar dispuesta a arrancarle los hígados a ese
gilipollas. Y por si las moscas, me medio convertí en florero sin moverme
hasta que se fue.

—¿El Alcaide dijo algo cuando ella se fue? ¿Llamó por teléfono o algo?

Digger se encogió de hombros.

—No lo sé. En esos momentos lo único que quería hacer era terminar de
limpiar y bajar aquí a contártelo. Supuse que siendo amiga de Ice, quizá
tú sabrías lo que estaba pasando —Alzó la mirada hacia la cerca, donde
los guardias observaban desde las torres de vigilancia—. Será mejor que
me vaya. No quiero tener problemas por estar aquí. ¿Hablamos más
tarde?

—Sí... claro, Digger. Nos vemos luego.

Sonrió y me saludó con la mano.

—Adiós, Ángel.

—Adiós, Digger.
Girándome desde la puerta, atravesé lentamente el patio hasta la cerca
que me separaba del mundo exterior. Mis pensamientos eran un tumulto
desordenado que corría frenéticamente por mi mente dando vueltas
como un perro que se muerde la cola. No era difícil rellenar los huecos de
la conversación entre Morrison y Ice. El Alcaide, obviamente, se había
enterado de la investigación sobre las transcripciones desaparecidas de
Ice, cosa que yo había tratado de evitar desesperadamente. Lo más
probable es que él la hubiera llamado por ello y ella le hubiera respondido
amenazándolo con dejar de contribuir en su pequeño negocio de autos,
lo que había llevado a las amenazas del Alcaide contra ella y sus amigas,
yo incluida.

Esto no era lo que yo tenía en mente cuando le rogué a Ice al menos


estudiar la posibilidad de reabrir su caso. Mirando atrás, sus advertencias
sobre este tema habían sido muy claras. Nunca sabré por qué no hice
caso de ellas, simplemente no lo hice. Mi cabeza estaba enfocada sólo
en la injusticia que ella había sufrido, provocando la tristeza que
implicaba no poder estar juntas para siempre.

Siempre he sido un poco como una Cruzada. Forma parte de mi


naturaleza desde que era muy pequeña y me dedicaba a preparar
planes para liberar a los perros de la protectora de animales local. Creo,
sin embargo, que debería haberlo superado antes de aceptar esa
filosofía cuando aún era una niña. Aparentemente, necesitaba estudiar
un poco más sobre ello porque evidentemente era algo que me había
calado, y a lo grande.

Enredando mis dedos por entre el enramado de la verja, descansé mi


frente contra el frío metal, tratando de encontrar la manera de hacer las
cosas mejor. Ice tenía todo el derecho a estar enfadada, aunque hubiera
accedido a mi intento de encontrar los documentos. Aun así, no había
tenido que decirle que yo había dado permiso a Corinne para que su
amigo periodista arrancara con la búsqueda. Y no tengo ninguna duda
de que eso es lo que había llevado todo este asunto a un punto tan
crítico.

Estaba metida en mis pensamientos cuando Sonny se acercó, apoyando


compasiva una mano en mi hombro.

—¿Estás bien, Ángel? ¿Digger te ha molestado?

Tragándome las ganas de llorar, pegué una sonrisa de apariencia en mi


cara y me volví hacia ella.
—Estoy bien. Y no, Digger no me ha molestado. Simplemente tenía
algunas cosas que comentarme.

—¿Era sobre Ice? La he visto venir de la oficina del Alcaide, mirando


como si pudiera matar a alguien en esos momentos.

No muy segura de poder hablar, asentí.

—Mierda. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudar? ¿Tal vez reunirnos
todas?

—No. Pero gracias. Es algo que tengo que hacer con Ice.

—¿Estás segura?

—Estoy segura.

Sonny me apretó el hombro, sonriendo levemente.

—Vale. Ya sabes dónde ir si necesitas hablar, ¿ok?

Cubriendo su mano con la mía, le devolví la sonrisa.

—Lo sé. Eso significa mucho para mí, Sonny. Gracias.

—Tú significas mucho para todas nosotras, Ángel. No lo olvides, ¿vale?

—No lo haré.

A pesar de la gravedad de la situación, o tal vez por ello, sus palabras me


hicieron sentir mejor. No me sentía tan cercana a Sonny como a Pony o
Critter. Pero después del apuñalamiento nos habíamos hecho amigas.
Debajo de su apariencia un tanto ruda y violenta, era una mujer dulce,
amable y cariñosa que siempre estaba dispuesta a ayudar si alguien lo
necesitaba.

Por supuesto, también era una ladrona, la única mujer de un grupo de


robo a mano armada en bancos y vehículos blindados que encontró su
final en un intento fallido a un banco. Todos en la banda habían muerto
a manos del SWAT menos ella. Decía que la única razón por la que salió
con vida era porque la policía pensó en un primer momento que era
también un rehén y no uno de los ladrones. Casi se salió con la suya, hasta
que uno de los rehenes de verdad la señaló mientras salía del edificio.

Dándome una última palmadita en la espalda, Sonny se volvió y se dirigió


de nuevo a la zona donde se congregaba el grupo principal de las
Amazonas. Mientras miraba hacia el exterior, parte de mí maldijo mi
insaciable curiosidad, porque era la misma que me había llevado meses
atrás a tratar de encontrar lo que Ice buscaba. Si no hubiera llegado tan
lejos, no hubiera visto al Alcaide y al que había traicionado a Ice, y tal vez
nada de esto hubiera pasado.

Pero otra parte de mí se saltó todo ese sensiblero pensamiento. Si no


hubiera visto lo que había sucedido en el parking, Ice seguramente no
me habría llevado abajo aquella fatídica noche en que desnudó su alma
para mí. Nunca hubiéramos hecho el amor en aquella habitación.

¿Había destrozado la confianza que con tanto esfuerzo me había dado?


En mi búsqueda por la justicia, ¿había arruinado todo lo que había entre
nosotras y que tanto había costado construir? Tomé aire profundamente
y me armé de valor.

Sólo había una forma de averiguarlo.

* * *

Ice estaba sentada en su cama, con la espalda recta y las manos


descansando suavemente sobre los muslos. Sus pies se apoyaban contra
el suelo y mantenía los ojos cerrados, como si meditara. El aire parecía
quieto a su alrededor. Incluso el siempre presente zumbido de los
fluorescentes parecía subyugar a su presencia.

Me quedé allí, mirándola durante un largo rato en silencio, sabiendo de


alguna manera que ella era conocedora de mi presencia, no queriendo
romper esa escena aparentemente pacífica. Me preocupé de morder mi
labio inferior con mis dientes mientras trataba de mantenerme contraria
a las señales que mi cuerpo me enviaba para que me fuera y no mirara
atrás.

Justo cuando estaba a punto de ceder al pánico, sus ojos se abrieron de


golpe, bañándome en su azul fuego.

—¿Necesitas algo? —me preguntó, con voz tranquila y sin inflexión.

Me quedé fuera de los límites de su celda, no muy segura de cómo nos


encontrábamos entre nosotras. La sensación resultaba muy incómoda
para mí, teniendo en cuenta que había considerado este sitio como un
lugar de refugio. ¿Qué podía hacer para que lo entendiera? ¿Qué
palabras podría usar para hacer que las cosas fueran mejor? No parecía
que hubiera un camino adecuado. Los dos secretos que mantenía en mi
interior ardían en mi interior como una marca.

»¿Y bien?

Decidí esperar y escuchar lo que iba a decirle en mi cabeza. El pánico se


rompió.

—Sólo quería decirte... que me he enterado... de lo que ha pasado con


el Alcaide. Y que... —Mi voz se quebró en el momento en que Ice se puso
en pie, con el rostro repleto de furia.

—¡Voy a matar a ese hijo de puta!

—¡No, Ice, espera! —Aguantando en la puerta, mantuve mis manos en


alto—. No ha sido el Alcaide. Ha sido... Digger. Ella estaba en la oficina
cuando te ha llamado. Escuchó parte de la conversación. Estaba
preocupada, así que vino a hablar conmigo de ello. ¡Es la verdad!

Para su reconocimiento, y para mi total alivio, Ice no trató de pasar por


encima de mí. En cambio entornó los ojos.

—Qué te ha dicho —No era una pregunta.

Respirando profundamente, le repetí la conversación lo mejor que pude,


intentando no añadir mi propio punto de vista de las cosas en caso de
que yo estuviera equivocada. Mientras yo hablaba, pude ver cómo la
tensión se apoderaba de cada línea de su cuerpo hasta irradiar por sus
poros. Mi corazón se aceleró en respuesta. Cuando mi voz finalmente se
apagó, me miró fijamente, aunque sabía que no era a mí a quien estaba
viendo. Tenía los puños cerrados con tanta fuerza que podía ver el blanco
de sus nudillos presionando contra su bronceada piel.

—¿Ice? —pregunté tentativamente.

Parpadeó una vez, volviendo poco a poco del lugar al que su rabia la
había llevado.

—Se suponía que tú no debías saberlo —medio susurró.

Sonreí levemente.

—Me alegro de saberlo.

—Yo no.
Sopesándolo, di un pequeño paso hacia ella y puse una mano sobre su
tenso y musculado antebrazo.

—Yo sí. Creo que tengo derecho a saber cuándo estoy siendo utilizada
como una espada de Damocles pendiendo de tu cabeza.

Esto le arrancó una leve sonrisa.

—Una de las muchas que hay, Ángel.

Le devolví la sonrisa.

—Puede, pero soy lo suficientemente egoísta como para creer que soy
una de las grandes —bromeé.

—La más grande —Me ofreció un leve guiño mientras la tensión


comenzaba a liberar su cuerpo, cosa que pude fácilmente sentir a través
de mis dedos.

Poniéndome de nuevo seria, le agarré el brazo con más fuerza.

—Ice, necesito saber que iré a la Cocina del Infierno si eso significa que
tú puedes continuar peleando para que salgas de aquí de la forma
correcta.

—De tu forma correcta, Ángel, no de la mía. Y no. No voy a dejar que eso
suceda. Como te he dicho antes, yo me encargaré de Morrison a mi
manera y en el momento que diga. Tú sólo concéntrate en salir de toda
esta mierda correctamente, ¿de acuerdo?

—Ice...

Puso un dedo sobre mis labios.

—No, Ángel. No más. Te pido que pares y te lo pido en serio. Es mi


problema. Deja que lo maneje a mi manera. Por favor —Retirando su
dedo de mis labios, se liberó suavemente de mi agarre y volvió hacia su
cama—. Sólo quiero saber cómo te has enterado de todo esto.

Sentí cómo me ruborizaba.

—Mmm... sobre eso...

Ella se volvió hacia mí muy lentamente.

—¿Sí?

Mi rubor aumentó, mis orejas ardían de vergüenza.


—Bueno, es sólo que yo me sentía tan frustrada y Corinne fue tan
persistente y...

—¿Corinne? —Su rostro se volvió nuevamente peligroso.

—¡No ha sido su culpa! —le interrumpí levantando de nuevo mi mano—.


Fue sólo mía. Asumo toda la responsabilidad de ello.

—Escúpelo, Ángel. ¿Qué está pasando?

Rascándome la nuca, suspiré, cediendo ante lo inevitable.

—Bueno, yo estaba cansada de andar dando vueltas con los burócratas


de la sección de Registros. Donde quiera que mirara, cada carta que
envié, cada llamada, me conducían a lo mismo: a nada. Finalmente
estaba tan frustrada que di el visto bueno a la sugerencia de Corinne de
usar a un amigo periodista suyo...

—¿Un qué?

—¿Un amigo periodista?

Sus puños se apretaron de nuevo.

—¡Maldita sea, Ángel!

—Lo sé, Ice. Lo sé. Fue una estupidez. Y no debería haberlo hecho. Pero
estaba a punto de decirle que lo dejara cuando has entrado en la
biblioteca. Me encargaré ahora mismo de ello. Lo prometo.

Sacudiendo la cabeza con asombro, resopló.

—¿Qué voy a hacer contigo?

Hice una mueca.

—¿Perdonarme?

—¿Tengo que hacerlo?

—Sería agradable. Prometo que no volveré a hacer nada parecido sin


preguntarte antes.

Sonrió.

—No hagas promesas que no estés segura de poder cumplir, mi pequeña


Cruzada. Ven aquí.
Caminé con gratitud hacia sus abiertos brazos, sonriendo ampliamente
mientras ella me envolvía en un cálido abrazo.

—Tienes suerte de que te quiera, Ángel —dijo contra mi pelo.

—Sí —suspiré—. Lo sé.

* * *

El invierno llegó de lleno y trajo una epidemia de gripe con él. Corrió a
través del Pantano como un reguero de pólvora, no dejando a casi nadie
en pie a su paso. Mientras todos los hospitales del alrededor estaban
llenos, el único lugar donde se permitía tratar a las reclusas, el Hospital del
Condado, había cerrado sus puertas para todos menos para los casos
más graves. Y eso no incluía a ninguna de nosotras.

En el espacio de unos días, la prisión se convirtió en una enfermería. Los


guardias también se habían visto afectados y operaban a mitad de
plantilla. Si había un momento para que se pudieran repetir los disturbios
del año anterior, era éste. Afortunadamente para todos, las
alborotadoras principales estaban demasiado ocupadas vomitando sus
tripas como para planear o participar en esa empresa.

La enfermería se desbordó al segundo día de la epidemia y la mayoría


de las prisioneras fueron dejadas a su suerte, algunas incluso inmersas en
las piscinas de sus propios fluidos corporales cuando la fiebre les tenía
demasiado débiles como para poder moverse de su cama. Los guardias
pusieron reiteradas solicitudes de ayuda, pero fueron ignorados por un
Alcaide que creía que la enfermedad era la vengativa ira de Dios sobre
los pecadores.

Yo fui una de las afortunadas. Tenía mi propia alta, morena y


absolutamente magnífica enfermera que atendía a todas mis
necesidades. Por supuesto, mis necesidades de ese momento no eran
tan estimulantes como lo serían normalmente, pero no soy de las que
rechazan un regalo así, y tener a Ice cuidándome con una ternura tan
amorosa en mis horas de necesidad no iba a hacer que eso cambiara
precisamente.

Ice me mantuvo limpia, cálida y seca cuando los húmedos sudores de la


fiebre nocturna alternaban con el chirriar de mis dientes que
acompañaba la salida del sol. Se sentó a mi lado y me sostuvo cuando
mis ataques de tos robaban por completo el aliento de mis pulmones y la
voluntad de todo mi cuerpo. Sus fuertes dedos resultaban suaves sobre
mi piel mientras me masajeaba los calambres que me sacudían los
intestinos de forma impredecible y con fuerza vengativa. Incluso en las
aterradoras profundidades de mi delirio febril, sabía que ella estaba allí, y
su sólida presencia me daba fuerza y consuelo. Me sentía cubierta por un
manto de amor y cariño, más cuando el sonido del tarareo de una vieja
canción de cuna calmaba mi sueño sin sueños.

Fue una semana más tarde cuando mi fiebre finalmente se resquebrajó,


dejándome débil y temblorosa cual recién nacido. Me desperté y
descubrí mi cabeza apoyada en el regazo de Ice, sus dedos rozándome
a través de mi pelo empapado en sudor en un ritmo hipnótico y
placentero. Mi cuero cabelludo hormigueó ante su suave tacto.

Parpadeé, haciendo una mueca ante la brillantez de las luces. Un


segundo más tarde, su mano salió de mi pelo y se apoyó dando sombra
a mis ojos. Su sonrisa era dulce.

—Ey. ¿Cómo te encuentras?

—Como el saco de arena del patio después de superar unas cuantas


rondas contigo —me las arreglé para decir entre mi dolorida garganta y
los agrietados labios.

—Así de bien, ¿eh?

Yo sólo gemía.

—¿Crees que te podrás incorporar si te ayudo?

—¿Tengo que hacerlo?

—Estás bastante deshidratada. Es necesario que bebas al menos un poco


de agua.

—No creo que pueda mantenerla mucho tiempo conmigo. Siento el


estómago como si hubiera sido pateado por un caballo o algo así.

Ice se puso tras de mí, tirando suavemente de mi cuerpo para que mi


cabeza descansara sobre su pecho. Cuando me acomodó, extendió la
mano y cogió un vaso de plástico lleno de agua y lo acercó a mis labios.

—Vamos. Sólo un sorbo.


Haciendo una mueca, tomé un pequeño sorbo en mi boca. Estaba fría
contra mis resecos labios y calmante para mi abrasada garganta, tragué
con avidez. Mi estómago se mantuvo quieto, así que di otro sorbo, y luego
otro hasta que bebí la mitad del vaso.

Retirándolo y dejándolo sobre la mesilla de noche, Ice secó mis labios con
un paño suavemente, retiró el pelo de mi frente y me envolvió en un
abrazo apoyando su barbilla sobre mi coronilla.

—¿Se mantiene el agua en su sitio?

—De momento sin problemas —repliqué deleitándome en la sensación


de sus brazos rodeándome. Mirando a mi al rededor, me di cuenta de
que la cama que estaba junto a la mía, por lo general ocupada por la
nueva compañera del mes, estaba vacía—. ¿Dónde está Edie?

—Tenía problemas de asma. La gripe la golpeó con fuerza y su


tratamiento no llegó a tiempo. No lo superó.

—¿Qué? —Me puse rígida entre los brazos de Ice—. ¿Ha muerto?

—Me temo que sí.

Si hubiera tenido algún tipo de líquido aún en mi cuerpo, hubiera llorado.


No había conocido mucho a Edie, pero parecía una mujer tranquila y
agradable, educada, que al igual que muchas de nosotras, simplemente
quería pasar ese tiempo allí en paz. Debido a que compartía habitación
conmigo, se había salvado de algunos de los ritos de iniciación que
afectaban a las nuevas reclusas, y yo me sentía contenta por ello. Y
ahora estaba muerta. Una mujer joven que se iba en plena flor de su vida
por una gripe. Suspiré y después pensé en el resto de mis amigas, en
especial en la anciana bibliotecaria.

—¿Cómo está Corinne? —pregunté, temiendo la respuesta.

Ice resopló contra mi pelo.

—¿Es vieja hacha de batalla? —Está bien. Cayó un par de días y se


recuperó. Tiene la fortuna de tener la constitución de un buey.

Reí, dándole un suave codazo en el costado.

—Eso me recuerda a alguien que conozco. ¿Has estado enferma?

Pude sentir cómo se encogía de hombros a mi espalda.


—Nah, un par de días. Poca cosa—. Más tarde descubrí que había
estado terriblemente enferma durante al menos cuatro días y que su día
se reducía a cuidar de mí cada día a pesar de estar enferma.

Mis párpados se volvieron pesados mientras me acurrucaba contra ella,


aunque como un niño en vísperas de Navidad, luché por permanecer
despierta.

—Duerme —me susurró acercándome aún más hacia ella—. Tu cuerpo


necesita recuperarse.

—Ya he dormido mucho —me quejé—. Quiero intentar estar despierta un


rato, ¿puedo?

Mi cabeza se calentó mientras ella se reía entre dientes.

—No soy tu madre.

—A veces desearía que lo fueras —murmuré antes de sucumbir a las


exigencias de mi cuerpo y caí nuevamente presa del sueño.

* * *

Cuando me desperté de nuevo, me encontré apoyada de lado, frente a


Ice, tumbada en la cama de al lado, leyendo en silencio. Traté de
incorporarme, pero rápidamente descubrí que ese esfuerzo era inútil
mientras mi cuerpo protestaba enérgicamente. Ice miró rápidamente y
dejó el libro a un lado, arrodillándose de inmediato al lado de mi cama.

—Buenos días.

—Buenos días.

—¿Has dormido bien?

—Bueno, no ha estado mal. Para ser una siesta.

Se echó a reír.

—Una larga siesta, Ángel. Has estado KO desde ayer por la tarde.

Mis ojos se abrieron de par en par.

—¿Ayer por la tarde?


—Yeap. Te dije que tu cuerpo necesitaba descansar.

—Y tenías razón. Una vez más —gruñí.

—¿Cómo te encuentras?

Me balanceé un poco con el cuerpo, dándome cuenta de hecho de


que Ice estaba a la derecha.

—Mucho mejor que ayer.

—Bien. Te ves mejor. Tus mejillas ya tienen un poco más de color —replicó
ella acariciándome suavemente las partes de mi cuerpo en cuestión
para mi inmenso placer—. Tienes la piel muy suave.

Por supuesto, me sonrojé en respuesta a ese comentario, lo que sin duda


aumentó el color de mi cara. Cosa que Ice observó con una divertida
sonrisa, levantando una ceja. Lo cual, por supuesto, me hizo sonrojar
mucho más.

—¿Tienes sed?

—Sí. Mi lengua es papel de lija.

Me alcé hasta sentarme en la cama, ella me levantó suavemente a su


lado y repitió el mismo proceso del día anterior. Esta vez me las arreglé
para beber todo el vaso sin que mi estómago se revelara lo más mínimo.
Parecía que estaba bien encaminada a recuperarme.

Ice asintió satisfecha.

—Más tarde lo intentaremos con un poco de caldo y té, cortesía de


Corinne.

—Vale —Por mucho que odiara admitirlo, estaba agotada casi por ese
débil intento de sentarme. Pero en esos momentos, estaba determinada
a permanecer despierta y disfrutar de la compañía de Ice—. ¿Qué tal si
me cuentas una historia?

Su voz dudó.

—No conozco muchas historias, Ángel. Al menos ninguna agradable.

Estaba enferma, pero no lo suficientemente confusa como para no


reconocer una oportunidad perfecta cuando aparecía.

—Entonces cuéntame una desagradable. ¿Una de cuando estabas


fuera tú sola?
Se puso rígida.

—Esas no son en absoluto agradables, Ángel.

—Lo sé, Ice. Pero quiero saber más de ti. ¿Y cómo lo voy a hacer si no lo
compartes conmigo?

—Algunas cosas son mejor dejarlas para la imaginación.

Me mantuve en silencio, decidida a no empujarla a rebasar sus propias


barreras. Mi naturaleza testaruda ya había causado suficientes
problemas entre nosotras.

»Esto significa mucho para ti, ¿eh?

—Sí. Pero no lo suficiente para molestarte, Ice. Nunca para eso.

Cuando ella empezó a hablar de nuevo, su voz era tan suave que pensé
que mi mente estaba alucinando.

—Cuando mis padres murieron, la única persona que quedaba para


cuidarme era mi abuela. Yo tenía en esos momentos doce años y ella no
tenía la energía suficiente para mantener a una joven como yo. Estaba
bastante frágil. Escuché a algunos de los abogados hablar con mi abuela
durante el funeral. Ellos me querían dejar bajo la tutela del Estado y
llevarme a un orfanato.

—Oh, Ice...

—Lo sé. Yo no conocía casi nada del mundo a esa edad, pero sabía que
no iba a dejar que me metieran en una casa de acogida.

—¿Qué hiciste?

—Me escapé. Esperé a que todo el mundo estuviera liado con sus cosas
y me fui. La funeraria no estaba lejos de mi casa, y mis padres me habían
dado una llave cuando cumplí los cinco años, así que me dirigí a casa.
Entré, cogí algo de ropa, la metí en una mochila, cogí el dinero que mi
madre tenía escondido, agarré a Boomer y me fui.

—¿Y a dónde fuiste? —Me moví un poco para acomodarme un poco


más sobre su pecho. Mis brazos, cuello y hombros dolían como residuo de
la fiebre y la inactividad forzada.

Sentí por un momento la ingravidez mientras Ice me elevaba fácilmente


entre sus brazos, me acomodó entre sus piernas, apoyando de nuevo mi
espalda sobre su pecho. Puso la sábana alrededor de mí y sus calientes
manos bajaron sobre mis hombros, comenzando un verdaderamente
maravilloso masaje.

Mis músculos se convirtieron en agua bajo sus hábiles toques, haciendo


que el dolor fuera un lejano recuerdo para mí. Mi cabeza colgaba hacia
atrás, apoyada sobre su hombro mientras sus manos seguían hondeando,
calmando y acariciando mi piel en una orgía de sensaciones. Era una
bendición.

—Oh, Dios... —gemí cuando el masaje pasó de suave a sensual—.


¿Dónde aprendiste a hacer eso?

—Los asesinos necesitan sentirse relajados. No podemos permitirnos los


calambres musculares. Puede hacernos errar en nuestro objetivo.

—Oh.

—Sí, oh.

—Supongo que hay preguntas cuya respuesta no deseo conocer,


¿verdad?

—Seguramente.

Permití que mis párpados se cerraran con el fin de apreciar mejor su


toque. No había nada abiertamente sexual en sus movimientos, pero me
sentí llena de ello, mientras sus manos vigilaban latentes mi cuerpo
rodeándolo de un agradable hormigueo.

—No estarás tratando de desviar la atención del tema que nos ocupa,
¿verdad? —murmuré.

—¿Crees que haría eso? —Su voz sonaba a la inocencia personificada.

—Mmmmmmm hmmmmmm.

Se echó a reír.

—Bueno, en realidad sólo estaba disfrutando de tocarte. Pero si quieres


que pare...

—¡Oh, no! Puedes seguir haciendo eso hasta que se te caigan las manos.
No oirás ni media queja.

Mientras sus manos se movían por debajo de la sábana continuando su


danza a través de mi piel, se aclaró la garganta y volvió de nuevo a su
historia.
—Respondiendo a tu pregunta, me dirigí al Oeste. Había una buena
cantidad de bosque en la parte de atrás de la casa que yo sabía, por
experiencia, que me llevaría a la autopista. Aún no era consciente de la
marcha de mis padres. Traté de decirme a mí misma que eso era sólo una
aventura y que simplemente funcionaría así por un tiempo.

—Los niños son realmente buenos fingiendo.

—Sí. Y tuve suerte en ese caso. Mis padres alentaron mi mundo de


fantasía —Se encogió de hombros—. Creo que era un arte.

Escondí mi sonrisa.

—Debió serlo.

—En cualquier caso... —El timbre de su voz me hizo saber que había
descubierto algo—. Llegué rápidamente a la carretera. Después bastó
con encontrar al conductor indicado.

—¿Hiciste auto-stop?

—Bueno, no fui de Baltimore a Pittsburgh andando precisamente, Ángel.

—¿Te das cuenta de lo peligroso que era?

—Por supuesto que me daba cuenta, Ángel. Era joven. No idiota. Pero,
¿qué opción tenía? Mis padres estaban muertos y no me iba a quedar
sentada esperando a que me metieran en alguna casa en contra de mi
voluntad. Vi la oportunidad de irme, y me fui. No tuve realmente mucho
tiempo para pensar en otra cosa, aunque pensara de manera clara,
cosa que no era así.

Al escuchar su tono defensivo, me agaché y junté mis manos con las de


Ice, deteniendo brevemente su delicioso movimiento.

—Lo siento, Ice. Eso fue realmente pretencioso por mi parte.

Ella suspiró.

—Está bien. Fue algo estúpido. Pero sabía lo suficiente como para no ir
con determinada gente. Boomer también juzgaba muy bien a las
personas —Pude oír la sonrisa en su voz—. Y tuve bastante suerte. Era casi
final de verano y muchos chavales volvían al colegio. Me las arreglé para
coger tres coches, el último hasta Pittsburgh. Tenía intención de ir más al
Oeste, pero por alguna razón, me quedé allí. Supongo que cuando eres
una cría, unos cientos de kilómetros te parecen un mundo.
—¿Qué hiciste después?

—Bueno, mis opciones eran un poco limitadas. Tenía unos quinientos


dólares del dinero de mi madre y podían durarme un tiempo, más
teniendo en cuenta que no tenía que pagar un techo. No muchas
personas alquilan una habitación a una niña de doce años, ¿sabes?

—¿Pero dónde vivías?

—Aquí y allá. Casi en cualquier lugar que me tuviera al amparo de la


lluvia. Edificios abandonados, pasos inferiores de carretera. Sitios así.

—¿Y un refugio?

—Claro. Pero eso hubiera sido, en mi opinión, como estar en un orfanato.


No quería sentirme atrapada. Así que me mantuve fuera. Tuve la
posibilidad de vivir casi seis meses con el dinero que había cogido.
Probablemente me hubiera dado para más, pero no sabía nada de
cómo vivir por mi cuenta. Con doce, quinientos dólares te parecen una
mina de oro. No piensas en que se te van a acabar.

Asentí con la cabeza de acuerdo. En las pocas ocasiones que había


recibido cartas con dinero, me sentí como si hubiera cumplido un sueño
de reyes. E invariablemente siempre se me había escapado todo entre
una montaña de chicles y unos cuántos libros de bolsillo baratos.

»Cuando me quedé sin dinero, no quedó casi ninguna opción. Podría


haberme unido a una pandilla, pero no se me ha dado nunca bien seguir
órdenes. Además, las niñas no eran mejor tratadas que putas sin cobrar,
así que estaba descartado. Intenté robar en tiendas de comida y esas
cosas, pero no es muy fácil ser discreta cuando tienes un perro de presa
casi 70kg a tu lado.

Sus manos, que habían reanudado sus suaves caricias por mi cuerpo, se
detuvieron de pronto y sentí un pequeño escalofrío de temor recorriendo
mi espina dorsal. De repente, estuve segura de que no quería escuchar
sus siguientes palabras. De repente, quería estar en cualquier otro lugar.
Luché contra mi miedo. Después de todo, esto es lo yo quería saber, ¿no?
Cierto. Lo que fuera que iba a oír me daría una idea de la persona de la
que me había enamorado, y no importaba nada lo que fuera, la querría
por encima de todo ello.

Detrás de mí, Ice suspiró varias veces. Podía sentir el acelerado latido de
su corazón contra mi espalda y supe que cualquiera que fuera su secreto,
le asustaba decírmelo y que me asustara.
Pasaron varios minutos hasta que se aclaró la garganta.

—En fin —dijo—, hay una forma de vivir en la calle a través de un tipo de
geste que paga bien... por sacar fotos de críos. Chicos, chicas, da igual
—Se aclaró de nuevo la garganta—. Siempre que fueran jóvenes. De
hecho, cuanto más jóvenes, mejor.

No pude suprimir el escalofrío de repulsión que recorrió mi cuerpo al


escucharla.

—Un pedófilo —Más cosas tenían sentido ahora en mi cabeza. Como por
qué Cavallo había usado el tema de la pedofilia con Ice, algo que
evidentemente garantizaba sacarla de sus casillas.

—Sí. Venta de pornografía infantil. Por aquel entonces, yo ya había


comenzado mi etapa de crecimiento, y parecía mayor de lo que era,
pero necesitaba el dinero y pensé ¿qué diablos? Parecía tan buena
opción como cualquier otra. Al fin y al cabo, ¿qué daño podían hacer
unas fotos?

—Dios, Ice...

—Sí, bueno... No pensé entonces en ello. Sólo necesitaba dinero y me


pareció la forma más sencilla de conseguirlo. Así que me dio unas
direcciones, y me llevé a Boomer conmigo. Con él a mi lado, no podría
hacerme lo que yo no quisiera.

Sacó las manos de la sábana y sentí que iba a tratar de alejarse de mí


durante el resto del relato. Agarré sus muñecas como ya había hecho
antes, exigiéndole el contacto con mi cuerpo para hacerle saber que
estaba segura conmigo para contar su historia.

—Por favor, Ice, sigue. Necesito escuchar esto y creo que tú necesitas
contarlo. Ha estado demasiado tiempo dentro de ti.

Relajándose un poco, me dejó tirar de sus brazos hacia atrás rodeando


mi cuerpo y apoyando su mejilla en mi pelo.

—Era un hombre mayor, de unos cincuenta años o más. Con pelo


bastante largo, gris grasiento y barba de un par de días. Vivía en un
apartamento de mala muerte en un edificio destartalado de las afueras
de la ciudad. Te diría que, si hay un carácter de pedófilo por excelencia,
la foto de este tío saldría en el diccionario.

Cuando no me reí, ella suspiró.


—Sí, lo sé. No es un buen chiste.

—No mucho.

—¿Estás segura de que quieres escuchar esto? No es algo que necesites


saber.

—Ice, quiero escucharlo. Creo que es muy importante. Por favor.

—De acuerdo. El tío no parecía tener suficiente dinero para tener


muebles decentes o al menos un paño o una aspiradora, pero tenía un
estudio extremadamente caro en una de sus habitaciones. Sólo el
equipamiento pornográfico parecía que llevaba allí mucho tiempo, así
como los aparatos de iluminación y demás. Me acerqué a la puerta y
llamé, y cuando abrió, pensé que Boomer se lo comería. El tío casi se orina
en sus pantalones, aunque por cómo estaban dudo que nadie se hubiera
dado cuenta. Me preguntó qué quería y se lo dije. Dijo que el perro se
tenía que quedar fuera de la casa. A lo que le dije que muy bien, si no
había perro, no había fotos. Se lo pensó y nos dejó pasar a ambos. El
apartamento estaba oscuro y olía a baño de gasolinera.

—Apuesto a que estabas asustada, ¿no?

—Asustada no era la palabra. Estaba aterrorizada. Pero seguí


diciéndome a mí misma que tanto Boomer como yo necesitábamos el
dinero. Me metió en el estudio. No hablaba mucho. Sólo me dijo que me
daría veinticinco pavos si me quitaba la ropa y me sentaba en la cama
para que pudiera sacarme unas fotos.

—¿Veinticinco dólares? —dije boquiabierta.

—Sí. No suena a una gran cantidad, ¿verdad? Pero para mí era un buen
trato, teniendo en cuenta que apenas tenía un cuarto de dólar conmigo
en esos momentos.

—Así que lo hiciste.

—Sí. Dejé a Boomer sentado en una esquina y me desnudé. Me miró un


rato y después me dijo que me sentara. Disparó un par de fotos. Entonces
comenzó a ponerme en poses sugerentes. Y yo seguí recordándome a mí
misma que necesitaba el dinero.

Pude sentir el recorrido de mis lágrimas cuando saltaron de mis ojos. Ice
frotó con sus manos mis brazos confortándonos.
»Después de que hubiera terminado —dijo volviendo a respirar hondo—,
me ofreció veinte más si se acostaba conmigo. Lo subí. Cincuenta dólares
podían mantenerme viva una semana, así que jugué mis cartas. Mi
virginidad no me parecía un precio tan alto a pagar, visto hasta dónde
había llegado.

Eso lo consiguió. Mi sollozo estalló antes de que pudiera detenerlo. Ice me


envolvió inmediatamente entre sus brazos, besando mi coronilla y
meciéndome.

—No llores, Ángel. Por favor, no llores. Pasó hace mucho tiempo.

Esa incongruencia me golpeó muy fuertemente. Que una mujer joven


que había entregado su virginidad por el precio de unas pocas comidas
me estuviera abrazando y confortando a mí, a una mujer que nunca se
había tenido que preocupar por la comida o por dónde dormir... eso me
hacía llorar de vergüenza. Traté de alejarme, pero me mantuvo cerca,
acariciando mi pelo de una manera casi desesperada mientras
continuaba rogándome que no llorara.

Mi vergüenza y mi tristeza se convirtieron rápidamente en ira. Me enfurecí


con el hombre y con tantos otros como él que se habían aprovechado
de la inocencia de mi amiga y de muchos más, cientos, miles de niños
pequeños como ella, obligados por la tragedia a comerciar con algo tan
abrumadoramente importante por una miseria. Tuve ganas de pegarme
con la imagen que traía mi mente. La imagen de Ice, mientras le sacaban
fotografías; joven, pura, preciosa, siendo poseída e invadida por una
babosa e innatural bestia enmascarada bajo la apariencia de un
hombre. Mi cuerpo reaccionó a través de lo que mi mente pedía
desesperadamente y, sin darme cuenta, mis puños fuertemente
apretados impactaron contra la cálida piel.

Mis ojos se abrieron incrédulos. Ice me miraba, con un desnudo asombro


en sus facciones. Me soltó rápidamente mientras mi cuerpo ardía y se
levantó de la cama, mientras su rostro se convertía en una estoica
máscara.

—Oh, Dios —gemí.

—Está bien, Ángel —dijo con una voz completamente calmada—. No es


algo que no me haya imaginado a mí misma haciendo una docena de
veces desde que sucedió —Sus ojos estaban sombríos—. Tenía razón
cuando te he dicho que era una historia que debía quedarse donde
estaba. Siento que la hayas oído.
—¡No, Ice! Dios, no. Por favor, escúchame. No eras tú contra quien estaba
pegándome. ¡Era con él! Con ese monstruo que te robó tu inocencia.

—Ángel, mi inocencia se acabó en el momento que supe que mis padres


habían muerto. Él no me quitó nada que yo no diera libremente.

Me senté recta en la cama, cogiendo la sábana a la par.

—!¿Libremente?! ¡Tan libremente como el oso que pierde la vida cuando


cae en la trampa del cazador!

—Un oso no sabe que está caminando hacia una trampa, Ángel. Yo
sabía lo que estaba haciendo.

—Ice, todos los cachorros de todo tipo de animales son atraídos hacia
trampas continuamente. Al igual que los niños son atraídos a los coches
desde los que se les ofrece un dulce o alguna otra golosina. Tú no fuiste
algo diferente. Fuiste allí porque él te ofreció algo que necesitabas.
Dinero para seguir con vida.

Aunque ella no dijo nada, sabía que mis palabras habían atravesado el
grueso escudo que ella se había autoimpuesto a su alrededor como una
mortaja. Su cuerpo se relajó lentamente y pensé por un momento haber
visto un leve destello de gratitud en sus ojos. Abrí mis brazos y, para mi
sorpresa, ella se dio a ellos, permitiéndome abrazarla.

Volví a apoyarme en la cama, guiándola suavemente conmigo y, por


primera vez desde que nos conocíamos, me dejó sostenerla y consolarla.
La apoyé en mí, acariciándole el pelo y murmurando frases sin sentido,
sintiéndome extrañamente maternal, como si estuviera calmando a la
Ice joven de hacía tanto tiempo. Y, en cierto modo, era eso exactamente
lo que estaba haciendo.

No lloró. Creo que sus lágrimas hacía mucho que se habían agotado.
Pero sabía que algo escondido muy profundamente en su ser estaba
consolándose a través de mi amor, y que sentirlo era una parte
simplemente esencial de mí. Al fin y al cabo, yo había preguntado. Había
sido una pelea de dos años. Dos años para conocer a la mujer que había
detrás de aquella máscara. Y ahí estaba, acurrucada contra mí, su
cabeza en mi pecho, mostrando una desnuda vulnerabilidad que nunca
habría imaginado ver. Era un regalo de proporciones tan inmensas, que
las simples palabras no le hacían justicia.
Cuando comenzó de nuevo a hablar me sorprendió, pero la abracé y
escuché sus liberadoras palabras, sabiendo que probablemente yo era
la primera persona en escucharlas.

—Cuando todo terminó —comenzó con voz suave y ligeramente


ahogada contra mi pecho—, él me dio el dinero que me había
prometido y me dijo que era bienvenida cuando quisiera. También me
dijo que si quería, podía darme algunos nombres de personas que
podrían ayudarme de esa misma manera —Suspiró—. No hice caso. Tenía
mi dinero y lo único en lo que pensaba era en encontrar una ducha
caliente y mucho jabón. Estaba dolorida y sucia y sólo quería alejarme
todo lo posible de él.

Respirando profundamente, se alejó de mi abrazo, sentándose de nuevo


contra la pared de mi celda, aunque mantuvo una mano sobre mi muslo
a modo de contacto.

»El dinero se me acabó rápidamente y me vi volviendo a él. Muy pronto,


iba a donde sus amigos. Algunos pagaban mejor, otros no tan bien.
Algunos querían sexo, otros no. No me importaba mucho —Se pasó una
firme mano por entre sus oscuros cabellos—. Todo se alargó durante casi
tres años. En ese momento me veía ya demasiado madura para ser de
mucha utilidad a los pedófilos, pero había, por lo visto, un hombre en
Chicago que había visto mis fotos y que quería verme. Me ofrecía
quinientos dólares y billetes de avión si iba y posaba para él. Indagué un
poco y descubrí que ese tío era un tipo de bastante buena reputación
en determinados círculos artísticos. Lo vi como la oportunidad del millón
y acepté. El único problema era que debía dejar a Boomer.

—¿Qué hiciste?

—Había desarrollado una relación digamos de conocidos con el


propietario de una tienda y a Boomer parecía gustarle bastante. Me
prometió que tendría a Boomer en la tienda a modo de perro guardián
hasta que volviera, sin ningún coste. Me parecía un trato justo —A medida
que su voz se apagaba, un presentimiento me recorrió, poniéndome la
carne de gallina—. Ice...

—¿Sí?

—Corinne me dijo que tú..., bueno, que te volviste loca cuando tu mejor
amigo fue asesinado. Estaba hablando de Boomer, ¿verdad?

Sus lágrimas, que yo creía agotadas, saltaron de sus ojos brillantes.


—Sí —susurró con voz ahogada—. Era Boomer. Hubo un robo en la tienda
donde le había dejado, por lo visto una pandilla buscaba dinero para
droga. De alguna manera dominaron a Boomer y acabaron con él.
Cuando regresé, me enteré que lo habían torturado tres o cuatro días
hasta matarlo y que luego habían tirado su cuerpo delante de la tienda
a modo de advertencia.

Parpadeó liberando las lágrimas de sus ojos. Éstas rodaron por sus mejillas
en silencio mientras su mirada se encendía con el fuego de la ira.

»Sabía quién lo había hecho. No eran para nada desconocidos —


Cuando ella sonrió, fue como cuando un tiburón muestra sus dientes ante
la vista de una cría de foca—. Les seguí durante un mes. Estudié cada
pequeño detalle de su día a día. Sabía incluso cuando uno de ellos
paraba a mear. Fui paciente. Muy paciente.

Sus dedos tiraron suavemente de la sábana que estaba sujeta al rededor


de mi cuerpo. Ni siquiera era consciente de mi presencia allí, y procuré
mantenerme lo más quieta y silenciosa posible. No quería que su rabia se
focalizara en mí.

»Mi paciencia tuvo sus frutos. Me enteré de que el grupo se estaba


juntando para celebrar el cumpleaños del líder. Habían quedado en un
edificio abandonado a las afueras de la ciudad y todo el mundo iba a
estar allí —Se echó a reír—. No esperaban tener un invitado de más.

Su mano convulsionó de repente, tomando una esquina de la sábana


contra sus fuertemente apretados dedos. Su cara era la imagen de la
muerte sonriendo.

»Los maté a todos. Poco a poco. Quería torturarlos como habían hecho
con mi pobre e indefenso animal. Quería que sintieran dolor. Un exquisito
dolor. Ver miedo en sus ojos, el dolor saliendo por sus poros. Omití sus gritos
y me reí cuando suplicaron clemencia. A mis ojos ellos eran menos que
nada y es lo que les hice. Como las piedras del suelo.

Cuando Ice comenzó la historia de su matanza, sentí mi débil estómago


revolviéndose. Cuando terminó, me encontré a mí misma colgando de
la cama, soltando el agua y la bilis en el cuenco que ella había dejado
allí, con mis entrañas completamente agitadas, amenazando con salir de
nuevo.

Las cálidas manos de Ice descendieron por mi espalda, acariciándome


suavemente en círculos mientras las últimas arcadas salían de mi débil y
tambaleante cuerpo. Cuando estuve segura de poder rehacerme, me
ofreció un trapo y me limpié la boca, mientras se sentaba lentamente.

—Lo siento —Mi voz sonó bronca y cruda, repleta de dolor—. No me lo


esperaba.

Ella asintió con la cabeza, acariciándome la mejilla.

—Te dije que no era una historia agradable.

—Sí, me lo dijiste. Pero creo que necesitaba oírla tanto como tú contarla.

Ice resopló.

—No necesitaba contarte precisamente esta historia, Ángel. Créeme


cuando te digo que sacarla de mí no hace que me sienta mejor por lo
que hice. El tribunal tenía razón. Yo los maté. Intencionadamente.
Calculadoramente. A sangre fría. Y tal vez me arrepienta de ello, pero
lamentarlo no borra lo que hice.

—¿Lo haces?

—¿Que si hago el qué?

—¿Te arrepientes de lo que hiciste?

Cuando me miró, sus ojos se mostraban completamente serios.

—Sí, Ángel. Lo lamento profundamente. Aunque una parte de mí se


alegra por lo que les hice, otra más grande se siente muy culpable. Pero
lamentar mis acciones, ni va a traerles a ellos de vuelta, ni me devolverá
a Boomer. Y lamentar mis acciones no hace que no volvería a hacerlo. Si
quieres una prueba, mira lo que casi le hago a Psycho cuando mató a
Josephina. Nunca seré capaz de controlar esa parte de mí. No estoy
segura de querer siquiera controlarla —Sonriendo tristemente, alzó mi
rostro—. Soy quien soy, Ángel. Todo el perdón del mundo no cambiará
eso.

Colocando mis manos sobre las suyas, las retiré cariñosamente de mi


rostro, besándolas antes de apretarlas. La miré profundamente a los ojos
y comencé a hablar.

—Ice, sé que crees eso. Que no eres nada más que una asesina. Pero no
es así, lo sabes. Eres mucho más que eso —Acariciando suavemente sus
manos con mis pulgares, sonreí—. Puedes pensar que lo que pasó con
Psycho te da la razón, pero también me la da bastante bien a mí.
Ice inclinó la cabeza.

—¿Por qué dices eso?

—Podrías haberla matado. Sé que estabas dispuesta a ello. Pero no lo


hiciste.

—Lo hubiera hecho si no hubieras estado allí.

—Tal vez. Pero no es el tema. El tema es que no lo hiciste.

—¡Porque tú me paraste, Ángel!

—¿Cómo te paré exactamente, Ice? ¿Te pude físicamente? ¿Te separé


de ella y te mandé al otro lado de la cárcel?

—No.

—Exacto. Simplemente hablé contigo. Te recordé cosas que ya sabías.


Sólo apelé a la bondad que hay dentro de ti, Ice. Sólo eso.

Ella abrió la boca, y la cerró. Me di cuenta por su cara de que estaba


dispuesta a discutir sobre ello.

—Pero... —Su voz se apagó.

Sonreí más abiertamente, haciendo mi propia imagen de tiburón a punto


de atacar.

—No hay peros, Ice. Hay una buena mujer debajo de esa ferocidad y
fuerza. Tú lo sabes. Yo lo sé. Hay cosas que has hecho que son horribles,
algunas incluso maléficas. Pero también has hecho cosas maravillosas.
Cosas que incluso gente que supuestamente son buenas por naturaleza
no hacen. Sí, hay una parte de ti que se mueve por una rabia intensa. Y
otra parte que es capaz de hacer grandes cosas. Lo que tienes que hacer
es decidir qué parte gobierna tus acciones.

—No... no es tan fácil, Ángel.

—No, no lo es. Y tal vez es parte de la razón por la que yo estoy aquí. Por
la que somos tan buenas amigas. Porque yo puedo ver esa parte de ti
que tal vez la mayoría desconoce. Y tal vez pueda ayudarte a sacarla
más a menudo en situaciones en las que la rabia es la única opción a la
que puedes recurrir.

Ice negó con la cabeza.

—Eso es muy noble, Ángel, pero...


Liberando una de mis manos, la coloqué en su pecho, con la palma sobre
su piel sintiendo el fuerte latido de su corazón.

—Éste... es un buen corazón, Ice. Es un corazón honrado que ha sido


dañado y herido. Deja que se cure. Deja que la rabia y la culpa se
queden atrás. Tienes razón cuando dices que las emociones no pueden
borrar el pasado. No dejes que ellas te maten también. Has estado
demasiado tiempo muerta por dentro.

—Yo no...

—Ice, deja que te ayude. Déjame intentar hacerte ver la persona que yo
veo cada vez que te miro.

Con una triste sonrisa, Ice tomó mi mano mientras se levantaba, rozando
con sus labios mis nudillos.

—No creo que sea posible, Ángel. Pero gracias. Significa mucho para mí
que quieras hacerlo.

Inclinándome hacia ella, coloqué mis manos en sus caderas.

—Déjame intentarlo, Ice. Al menos déjame intentarlo. Por favor.

Me encontré a mí misma cayendo en el interior de sus ojos.

—De acuerdo —dijo tras un breve momento, con voz cálida y profunda.
Inclinándose, selló sus palabras con un suave beso. Luego, sonriendo, se
puso en pie y tiró de mis piernas, haciendo que me apoyara por completo
en la cama—. Y eso, querida, finaliza la hora de los cuentos. A la cama,
inmediatamente. Tendré un poco de caldo y de té preparados cuando
despiertes.

Se giró y alisó mi sábana, metiéndola bajo mi barbilla. Retiró el pelo de


mis ojos, me dio un beso en la frente, se incorporó y me guiñó un ojo.

»A dormir. Ahora.

—¡Sí, mamá...!

—Así me gusta —Sonriendo, se volvió dispuesta a irse.

—¿Ice?

—¿Sí?

—Gracias.
Con otro guiño y un gesto casual, salió de mi celda. Me quedé dormida
casi de inmediato, con una sonrisa en mis labios.
Capítulo 11

E
l retorno triunfante de la primavera, trajo consigo la salud para la
mayoría de las residentes del Pantano. La gripe había sido fuerte y
larga, llevándose la vida de tres presas más antes de
abandonarnos.

Mientras era niña, siempre fui propensa a los resfriados que se convertían
rápidamente en bronquitis, y de adulta, al parecer las cosas no habían
cambiado. La enfermedad se quedó conmigo cual amante secreto
durante el resto del largo y oscuro invierno, dejándome delgada, pálida
y débil.

Cuando el sol salió a jugar, calentando nuestro pequeño rincón del


mundo, salí corriendo a encontrarle por la hierba como una colegiala
vertiginosa, deteniéndome solo cuando mis pulmones, aún debilitados,
expresaron su descontento a través de un ataque de tos.

Cada vez que salía al exterior, me encontraba con las súplicas de mis
compañeras de prisión para que volviera al equipo. La aspiración de
polvo en el campo era algo que tenía la sensación de que mis pulmones
no agradecerían, por lo que me dediqué a recuperarme lentamente de
mis debilitados músculos con las demás Amazonas en la zona de pesas.

La primavera también trajo consigo algunas buenas noticias en forma de


paquete blanco estampado con el sello oficial del Estado. Dentro estaba
la copia impresa de mi expediente académico oficial de la Corte.
Corinne y yo pasamos muchas tardes laboriosamente repasando cada
párrafo, palabra y signo de puntuación, buscando esa pieza difícil de
alcanzar de pruebas que podrían dar lugar a un recurso de apelación
para mí. Las búsquedas eran infructuosas en su mayor parte. No había
ninguna Rosetta Stone23 que apareciera para guiarnos a través de las
cientos de páginas de jerga legal que estrujaban mi mente y me hacían
ver borroso. Incluso las amigas abogadas de Corinne de la cárcel, no
podían proporcionar respuestas en lo que parecía no haber respuestas
que encontrar.

23
Rosetta Stone: software para aprender idiomas.
Durante una de esas tardes, Ice llegó a la biblioteca para visitarme en
uno de sus infrecuentes descansos del taller de reparación. Su pelo se
veía desordenado, su cara estaba manchada de grasa y, hasta ese
mismo momento, mis ojos nunca habían visto un espectáculo más
hermoso en su vida.

Tomando una silla, la giró y se sentó, con los antebrazos descansando


casualmente en el respaldo mientras observaba la pila de papeles que
decoraba la mesa.

—¿Ha habido suerte? —Suspiré resistiendo la tentación de barrer toda la


pila al suelo—. Me tomaré eso como un no.

—Uno enorme. Estoy a punto de tirarlo todo.

—No lo hagas por el momento. Puedo tener a alguien que podría ayudar.

—¿Ah sí? ¿Quién?

—Una amiga. Es una excelente abogada de defensa criminal y he oído


que se ha especializado últimamente en casos como el tuyo.

Una punzada de esperanza iluminó mi corazón antes de poder evitarlo.

—¿En serio?

Ice sonrió de lado, poniendo una mano sobre mi muñeca.

—Sí, en serio. Se llama Donita Bonnsuer, y si aún me habla, trataré


presentártela. Tal vez pueda ayudar.

—¿Si aún te habla? ¿Qué paso?

Ella se encogió de hombros.

—Tuvimos una pequeña diferencia de opiniones.

Mi curiosidad se puso en marcha.

—¿Sobre qué?

—Quería representarme en el juicio. Me negué. Fin de la historia.

—¡Oh vamos, Ice! Tienes que contarme más.

Rodando los ojos, Ice miró a Corinne, que estaba sentada a mi lado, y
luego me miró de nuevo a mí.
—Ángel, en realidad no hay nada más que decir.

—Por supuesto que lo hay, ¿por qué no dejaste que te representara?

—Por un par de razones. Por una parte, era un caso relacionado con
personas muy peligrosas, que como sabes, no se detendrán ante nada
para conseguir lo que quieren. No quería que ella se involucrara en eso.

Asentí.

—Eso tiene sentido. ¿Y cuál es la otra razón?

Sus ojos brillaron mientras sonreía con la comisura de sus labios.

—Conflicto de intereses. Es una ex amante.

Mi boca se abrió, pero antes de poder ser capaz de indagar en la bomba


que acababa de soltarme, fui interrumpida por el sonido estridente de la
alarma de incendios. Segundos más tarde, Sonny, con la cara y el
uniforme impregnados de humo, corrió hacia la biblioteca muy agitada.

—¡Deprisa! ¡La lavandería está en llamas! ¡Hay unas veinte mujeres


atrapadas allí y Critter es una de ellas!

Ice y yo, saltamos al mismo tiempo, aunque sus pasos más largos la
hicieron salir antes de la biblioteca hacia el lugar del incendio. La alarma
sonaba con fuerza en mis oídos, y pronto se le unieron los gritos de terror
que venían desde dentro de la lavandería.

Cortinas de humo se levantaban más cerca de la conflagración,


creando más caos con las reclusas y guardias corriendo por el tumulto
mientras trataba de mantener a Ice en mi campo de visión.

Me deslicé hacia la puerta, justo a tiempo de escuchar la demanda de


Ice de saber lo que había sucedido. Pony estaba allí, con una mirada de
pánico en su rostro. La puerta estaba en llamas, con algún tipo de
bloqueo caído en diagonal bloqueándola para entrar o salir de la sala.

—Creo que empezó con una de las secadoras —dijo Pony con voz
ahogada y ronca por la gruesa cortina de humo que rugía por la sala—.
Una pila de sábanas actuaron como una bomba. Critter y yo tratamos
de sacar a tantas como pudimos, pero luego ese travesaño cayó y
atrapó al resto en el interior. Por favor, ¡Ice, tienes que hacer algo!

En ese momento, llegaron varios guardias portando cubos de agua y


toallas gruesas. Ice tomó dos toallas sumergidas en agua, y ató una
alrededor de su boca y se puso la otra sobre su cabeza. Mi estómago se
hundió hasta mis pies, me agarró del brazo y me giró para mirarme.

—¡No puedes hablar en serio! Ice, no vayas. ¡Es un suicidio!

Apartando mi mano de su brazo, Ice me empujó de nuevo hacia Pony,


que me apretó fuertemente contra sí.

—¡Ice, no!

Dando un paso atrás, Ice inhaló profundamente y se lanzó por la puerta,


a través del pequeño espacio por encima de la ardiente viga. La vi
plegarse y rodar al aterrizar, y luego saltó rápidamente y se echó a correr
casi directamente hacia el fuego.

Luchando contra el férreo control de Pony, agarré uno de los cubos y tiré
el agua sobre el fuego bloqueando la puerta. El vapor saltó hacia mí
mientras las llamas se alejaron por un momento, para regresar
rápidamente a la vida. Sandra me empujó a un lado para añadir más
agua, luego arrojó la cubeta y aceptó otra que le llegó rápidamente de
la fila de guardas y reclusas.

El fuego en la puerta saltó justo cuando la primera de las mujeres


atrapadas fue empujada hacia el pasillo, jadeando y ahogándose, con
lágrimas de hollín marcando su rostro ennegrecido.

Pasé suavemente a la mujer en la cadena humana de espectadores,


seguida por otra que se tropezada, y por otra que seguía rápidamente.

Miré hacia arriba para ver a Ice llevar a otra mujer en sus brazos. Corrió
hacia la puerta empujando el cuerpo inerte en las seguras manos de
Pony antes de volver a por más. Había dado un paso o dos de distancia
a la puerta cuando una enorme explosión sonó dentro del cuarto. Una
lengua de fuego salió desde la puerta carbonizada, instantáneamente
convirtiendo a una de las guardias en una antorcha humana.

Sin pensarlo, di un paso adelante, tirando a la mujer al suelo y apagando


las llamas con mi propio cuerpo. Mis manos se quemaron al instante, pero
seguí golpeando con ellas el fuego hasta que más gente llegó con toallas
mojadas. Entonces, salté alejándome, palmeando las humeantes áreas
de mi propio uniforme.

—¡Ángel! —gritó Pony.

Yo me giré.
—¿Qué?

—Tu pelo. ¡Está en llamas!

Alcanzando mi pelo, con las manos quemadas de nuevo para tocar las
llamas que había en mi larga cabellera. Casi pierdo la consciencia,
mientras una pesada toalla con agua se precipitó en picado hacia mi
cabeza, apagando las llamas y oscureciendo mi respiración y visión. Al
arrojar la toalla, mi primera visión fue de Pony que me miraba de cerca.

—¿Estás bien? —preguntó ella.

Hice una revisión de mi cuerpo. Mis manos estaban rojas e hinchadas y


estaba segura de que estaba hecha un asco con la mitad de mi cabello
perdido, pero estaba bien por el momento.

—Estoy bien —confirmé.

Cuando miré de nuevo al cuarto de lavado, todo lo que pude ver era
una pared que interrumpía el fuego hacia la puerta. Mis tripas se
retorcieron al darme cuenta de las implicaciones, y tuve que luchar para
no vomitar a mis pies.

»¡Ice! —grité luchando para ser escuchada desde más allá de las llamas.
Al no oír réplica del otro lado, me giré para mirar a Sandra—. ¿Dónde
diablos están los bomberos?

—¡Están viniendo tan rápido como pueden, Ángel!

—¡Al diablo con ellos! —Grité agarrando algunas de las toallas de una
guardia y tirándosela a Pony—. ¡No voy a esperarlos! Hay gente que
podría estar viva aún ahí dentro.

Corriendo hacia la puerta, utilicé la toalla para tratar de vadear las


llamas. Después de un segundo, Pony se unió a mí. Sentí un empujón a mi
otro lado, y cuando miré, vi a Sandra interviniendo, con una mirada
determinada en su rostro mientras trataba de ayudar a apagar el fuego.

Cubos de agua volaron alrededor de nosotras, rociando el fuego en un


intento de luchar de nuevo contra él. Otra toalla me fue entregada y me
la até alrededor de la cara. Ya me estaba ahogando con el humo, pero
no iba a dejar de hacer lo que estaba haciendo. Iba a ayudar a apagar
el fuego o a morir en el intento. Parar no era opción.

Aguanta, Ice. Dios, maldita sea, más te vale aguantar.


Pronto se hizo evidente que estábamos luchando una batalla perdida.
Por cada pequeño paso que dábamos, otra explosión nos ahuyentaba y
la pared de llamas se levantaba de nuevo. Comencé a sollozar mientras
seguía combatiendo contra el fuego como si fuera un ser vivo. Me oía
gritar incoherentemente mientras me llenaba de rabia, eclipsando todo
lo demás.

Varias manos me alcanzaban para que me alejara. Gruñí como una fiera,
negándome a abandonar mi tarea. Mi garganta se sentía en carne viva
de tanto gritar, y mis ojos picaban por el humo, el calor y las lágrimas
desconsoladas.

Sandra y Pony se unieron para detenerme, una me agarró por arriba, la


otra por debajo, levantándome literalmente de mis pies y alejándome del
fuego. Yo les golpeé y me retorcí en un intento de liberarme, pero su
fuerza combinada era demasiada para mí, y grité el nombre de Ice
mientras la pared de llamas se alejaba cada vez más de mi visión llena
de lágrimas.

Grandes hombres con trajes voluminosos y unidades de respiración


pasaron por delante de nosotras en el estrecho pasillo, cargando hachas
y mangueras con las que combatir el fuego. Agradeciendo a cualquier
Dios que escuchara, cojeé en el agarre de mis captoras, y cuando se
relajaron, me retorcí escapando de las dos, gritando corredor abajo el
nombre de Ice. Poniéndome entre un bombero y la pared para no poder
volver a ser capturada, vi cómo los hombres rociaban las llamas con la
manguera con rapidez y eficacia.

En cuestión de segundos, el fuego se había apagado, dejando tras de sí


una capa gruesa negra de humo, que llegaba hasta el pasillo
asfixiándonos. Lo que quedaba de la lavandería estaba carbonizado. La
luz del pasillo se coló por escasos centímetros en el cuarto. Uno de los
bomberos encendió una linterna de alta potencia, iluminando el interior.

Gemí y vomité mientras los restos carbonizados de los seres humanos se


hacían visibles con la luz brillante. El agua goteando desde el interior de
la sala cavernosa, era lo único que se podía escuchar.

»¡Noooo!

Una voz que ni si quiera reconocí como propia, llenó el silencio mientras
corría hacia delante, esquivando hábilmente el brazo extendido del
bombero.
Cuerpos cubrían el suelo, muchos quemados más allá del
reconocimiento. Tropecé con ellos, corriendo hacia delante, buscando,
sollozando. El sonido de pasos corriendo creció en mis oídos, y cuando
una mano pesada cayó sobre mi hombro, me giré y empujé a un
sorprendido bombero en el pecho, alejándolo varios pasos.

Volviendo de nuevo, me encontré delante, mi mente gritando mientras


mi corazón latía con salvaje dolor. Otra viga atravesaba el suelo y corrí
hacia ella, deslizándome en el agua sucia vertida en el suelo.

Debajo de la viga, estaba Ice, con la parte inferior de su uniforme


quemado completamente. Debajo de ella, protegida por su largo y
apretado abrazo, había dos mujeres más, una de las cuales podía
identificar fácilmente como Critter. Las tres figuras estaban
completamente inmóviles.

—¡Oh Dios! —Lloré en cuclillas extendiendo una mano temblorosa.

—¿Ice? Oh Dios, Ice. Por favor, despierta. ¡Por favor! —Toqué la piel de su
cara. Todavía estaba caliente, pero podía haber sido por el fuego. Su
cabello estaba oscurecido por la viga que la aplastaba, su espalda y sus
brazos estaban inmovilizados por debajo de las dos mujeres que había
tratado de salvar. Poniéndome de pie con rapidez, agarré la viga
humeante, sin importar que mis manos estuvieran siendo escaldadas.
Con un esfuerzo sobrehumano que no sé de dónde provenía, moví la viga
algunos centímetros, y tiré de ella hacia mí, gruñendo por el esfuerzo.

En cuestión de segundos, varios pares de manos vinieron en mi ayuda,


apartando la viga de las mujeres atrapadas. Caí de rodillas de nuevo,
alcanzando la toalla que todavía cubría la boca y la nariz de Ice,
buscando ciegamente su pulso.

—Oh gracias a Dios —Lloré al encontrarlo. Era débil y demasiado rápido,


pero estaba ahí—. Oh Dios… Oh Dios… Oh Dios… Ice, vamos. Es hora de
despertar. Puedes hacerlo. Sólo tienes que abrir los ojos. Déjame ver esos
hermosos ojitos azules, ¿de acuerdo? Metí la mano, agarrando sus
hombros y sacudiéndola con fuerza. Su cabeza cayó con mis
movimientos, pero ella permaneció profundamente inconsciente. Un
paño áspero rozó contra mí mientras uno de los bomberos se acuclilló a
mi lado. Me volví hacia él, agarrando la tela de su abrigo y tirando de su
cuerpo hacia el mío para verlo cara a cara—. ¡Haga algo! —Gemí sin
importarme lo más mínimo lo desesperada que sonara.
Cubrió mi mano con la suya enguantada, sin hacer ningún intento de
alejarse. Sus ojos oscuros eran compasivos mientras miraban los míos.

—Tenemos que esperar hasta que lleguen los paramédicos, señora. No


debemos moverla todavía.

—¿Por qué? Por lo que sabe podría estar muriéndose.

—Esa viga que cayó sobre su espalda es muy pesada, señora. Hay una
buena posibilidad de que se le haya dañado la columna vertebral. Si la
movemos, podríamos empeorar las cosas. Sólo tiene que esperar un poco
más. Los paramédicos deben estar al llegar, ¿de acuerdo?

Al soltar mis manos de su pesada chaqueta, me agaché y le quité a Ice


la toalla que cubría su rostro ennegrecido por el hollín, entonces acaricié
su flequillo empapado de sudor detrás de su frente alta con dedos
temblorosos.

Como si mi toque suave fuera una especie de elixir mágico, sus ojos
parpadearon, y un gemido salió de sus labios agrietados.

—¿Ángel? —dijo con voz ronca y en carne viva.

Otro sollozo salió de mi garganta, y me tapé la boca con la mano libre.

—¿Ice?

—¿Ángel?

—¡Ice, gracias a Dios que estás despierta!

Ella parpadeó con rapidez, luego hizo una mueca mientras trataba de
moverse.

—¿Qué pasó?

Puse una mano tranquilizadora sobre su hombro.

—No trates de moverte, Ice. Parte del techo se desplomó sobre tu


espalda. Podrías estar muy lastimada.

El bombero unió sus manos a las mías.

—Es mejor que haga lo que le dicen, señora. Los paramédicos están en
camino.

Sacando su fuerza de no sé dónde, Ice nos ignoró mientras rodaba desde


lo alto de la pila de cadáveres que había tratado de proteger.
—Estoy bien —dijo con voz ronca—. Mirad si podéis ayudar a éstas dos.

—Ice…

—Estoy bien, Ángel… —Vencida por un súbito espasmo de tos, su cuerpo


se convulsionó, mientras exhalaba y respiraba con dificultad. Vi con gran
alivio que sus piernas y brazos se movían, aunque supuse que el dolor de
sus heridas era intenso.

Cuando entré a ayudarla, los paramédicos se apresuraron con sus


equipos y camillas, trabajando rápidamente sobre los cuerpos de Critter
y la otra mujer. Para mi sorpresa y felicidad, ambas mujeres estaban vivas,
aunque inconscientes. Los rizos dorados de Critter, estaban cubiertos de
sudor, hollín y agua, pero pude ver su pecho subir y bajar con regularidad,
aunque con ritmo superficial, provocándome la primera sonrisa desde
que el fuego había comenzado. La otra mujer era mayor, más frágil.
Sabía que ella trabajaba en la lavandería, pero no la conocía excepto
de saludarla en los pasillos. Tenía algunas quemaduras desagradables en
su cara y brazos, y su pierna estaba inclinada en un ángulo imposible por
la rodilla donde se había quedado atrapada debajo de la pesada viga
que había caído sobre la ancha espalda de Ice.

A medida que las dos mujeres fueron atendidas y se prepararon para el


transporte, un tercer paramédico se unió a mí al lado de Ice, deslizándole
una máscara de oxígeno sobre el rostro. Sus paroxismos de asfixia,
rápidamente se aliviaron con el flujo de aire fresco en sus vías respiratorias.
Después de que el paramédico estuvo seguro de que podía respirar sola,
le agarró del brazo derecho y lo limpió con alcohol, mientras que su otra
mano sostenía una cánula, con la intención de perforar su piel. Al ver lo
que estaba a punto de hacer, Ice arrancó la máscara de su cara y la tiró,
agarrando su brazo con facilidad.

—No.

Arrojando su equipo contaminado, el hombre cogió otro paquete de su


kit, mientras que sostenía al mismo tiempo el brazo de la paciente que no
colaboraba.

—Mire, señora —suspiró exasperado al ver que Ice no estaba dispuesta a


colaborar—. Necesito colocarle una vía para que podamos llegar al
hospital, ¿de acuerdo?

—Nada de hospitales. Cuidad de las demás. Yo estoy bien —Sus


tranquilas garantías fueron desmentidas por otro ataque de tos. Tomé la
máscara de oxígeno, pero su mano la tomó y la arrojó lejos—. Nada de
hospitales —Repitió con voz ronca, con dificultad—. Iré… a la
enfermería… pero… nada de hospitales. Lo digo en serio.

El paramédico miró con impotencia hacia su superior, que se giró para


mirar a Sandra, que se había unido a nosotros mientras Ice despertaba.
Sandra y Ice se sostuvieron la mirada, lanzándose fuego con la intensidad
de sus miradas. Una mujer libre tenía la libertad de rechazar el
tratamiento. Una presa no tenía ninguna.

»Estoy bien, Sandra —dijo Ice con voz áspera, en un tono que no admitía
réplica.

Pude ver la indecisión en los ojos de la guardia. Cuando Ice se empeñaba


en algo, era una persona con la que definitivamente no querrías cruzarte.
Sin embargo, Sandra también era una mujer fuerte y testaruda.

Después de un momento, asintió con la cabeza ligeramente,


parpadeando para romper el contacto visual con Ice. Se volvió hacia el
supervisor que esperaba.

—Irá a la enfermería conmigo. Tenemos médico residente. Si tan si quiera


parpadea de manera equivocada una vez que esté allí, yo misma la
llevaré al hospital. ¿Será suficiente?

—Es muy irregular, Sra. Pierce —dijo el supervisor de los paramédicos


dubitativo—. La inhalación de humo puede aparecer horas después del
suceso. Hay una buena posibilidad de que pudiera morir incluso antes de
llegar al hospital. Recomiendo en contra de este curso de acción, señora.

Sandra volvió a mirar a Ice, que negó con la cabeza en gesto salvaje.

Aunque yo quería convencer a Ice de ir al hospital, sabía que ni si quiera


mis habilidades de persuasión podrían influir en su decisión. En cambio,
me mantuve en silencio, observando la interacción entre las partes.

Después de otro largo momento, Sandra pareció desinflarse, con sus


hombros caídos.

—Tomaré la plena responsabilidad por la presa —dijo finalmente—.


Nuestro hospital está completamente equipado y debe ser lo suficiente
para velar por sus necesidades, por ahora.

El supervisor pareció querer discutir el asunto, pero entonces simplemente


suspiró.
—Entonces, deberá firmar este formulario, señora Pierce. Haré que conste
en el expediente que esto va en contra de mi recomendación y que la
vida de esta mujer puede estar en juego.

—Estoy consciente de eso, firmaré lo que quiera. Vamos a terminar con


el asunto para que las demás mujeres puedan ser tratadas.

Rebuscando entre sus papeles, el supervisor encontró el correcto para la


situación, y se lo entregó a Sandra en un portapapeles. Agarrando la
pluma que le ofrecía, la guardia garabateó su firma y le tendió de nuevo
la pluma y el portapapeles para que los recogiera el paramédico, que
asintió con la cabeza secamente.

Leyendo la firma con cuidado, el hombre metió todo de nuevo en su


equipo, luego hizo un gesto a los otros para que recogieran sus cosas
para el viaje de regreso al hospital con las heridas.

Me levanté rápidamente y le di un beso en la frente con hollín a Critter,


deseándole en silencio una pronta recuperación, mientras la sacaban de
allí.

Cuando me di la vuelta, Sandra estaba ayudando con delicadeza a que


Ice se pusiera en pie. Mi amante hizo una mueca y apretó los dientes
contra el dolor de sus heridas. Aunque su uniforme estaba quemado, sus
piernas no parecían estarlo mucho, y por eso estaba agradecida.

Cuando estuvo completamente recta, Ice trató de rechazar la ayuda de


Sandra, pero la mujerona no estaba dispuesta a aceptarlo, y puso uno
de los largos brazos de Ice alrededor de sus hombros, pasando uno de
sus brazos por la cintura de mi amiga. Luego me lanzó una mirada sin
sentido.

»Tú también, Ángel. Y antes de que trates de poner esa cara de inocente,
puedo ver tus manos desde aquí. Tienes suerte de que no echara a los
paramédicos sobre ti.

Rápidamente, antes de que Ice pudiera verme, escondí las manos


quemadas detrás de mi espalda, y adopté mi mejor expresión contrita.

—Sí, señora —le dije tratando de no sonreír. La verdad sea dicha, tanta
adrenalina bombeaba a través de mi cuerpo que ni siquiera podía sentir
mis manos, y mucho menos saber si me dolían o no. Estaba segura de que
dolerían más tarde, y no era algo que deseaba que llegara.
* * *

Esa noche en la enfermería fue la primera noche que pasamos juntas. Por
desgracia, no pudimos hacer mucho, ni si quiera hablar. Mis manos
estaban cubiertas de pomada para quemaduras y vendadas, mientras
que Ice estaba acostada sobre su estómago, con la espalda quemada
igualmente vendada y una máscara de oxígeno sobre su cara. Y créeme
cuando te digo que ver la graciosa curva de su trasero elevándose desde
las prístinas sábanas de la cama del hospital me hacían sentir muy
frustrada. Ambas habíamos sido desvestidas, lavadas y atendidas por un
muy amable, aunque algo anciano y renqueante, médico de la cárcel,
el doctor Soames y su trío de eficientes enfermeras. Chasqueaba la
lengua, y murmuraba y carraspeaba mientras examinaba, pero a pesar
de sus gestos bruscos, sus manos eran muy suaves y relajantes para mis
manos quemadas y espíritu inquieto.

Después de que terminó el tratamiento de las dos, hizo que las enfermeras
nos inyectaran algún tipo de calmante para el dolor, luego atenuaron las
luces y nos encerraron para la noche. Una de las enfermeras nos vigilaría
a través del reforzado cristal de la ventana adyacente a la oficina.

Solas por fin, giré mi cabeza de lado para ver a Ice mirándome, con la
máscara oscureciendo sus facciones. Sus ojos estaban llenos de una
curiosa combinación de diversión y adoración, mientras casi
centelleaban a la luz de las débiles luces. Mi corazón de nuevo se rebosó
del amor que le tenía a esta a veces violenta mujer, otras gentil, pero
siempre heroica que había elegido compartir su amor conmigo.

Sacando una mano vendada fuera de la camilla, la atraje con el simple


contacto de mis ojos. Su cara se arrugó bajo la máscara, mientras un
largo brazo serpenteó por debajo de la sábana, tocando mi muñeca por
encima de las ligeras vendas, con dedos cálidos y suaves en mi sensible
piel. Mi cuerpo se relajó inmediatamente. Así, unidas por el más suave de
los toques, continuamos mirándonos fijamente la una a la otra a los ojos,
hasta que el estrés del día y los analgésicos que nos administraron, nos
hicieron caer en un merecido sueño.

* * *
Varias semanas más tarde, me encontraba sentada con Ice en una de
las sillas de vinilo que había en la sala de visitas del Pantano. Me habían
quitado las vendas por fin el día anterior, y la piel recién cicatrizada me
estaba volviendo loca por los incesantes picores. Ice parecía estar
completamente curada, por supuesto. Aunque para ser sinceros, todavía
podría estar en agonía y ni yo ni nadie lo sabríamos nunca por su
comportamiento. La reina del estoicismo… esa era Ice.

A pesar de que mis manos me estaban distrayendo completamente, me


sentía verdaderamente bendecida. Había sobrevivido al fuego con
lesiones menores y un nuevo corte de pelo, mientras que otras siete
mujeres habían perdido su vida consumidas en las llamas. Había otras dos
con quemaduras graves, y otras dos, de las cuales Critter era una,
todavían estaban en el hospital sufriendo las secuelas de la inhalación de
humo, aunque para gran alivio de todas, estaban todas en camino de
recuperarse. Critter debía volver a prisión a finales de semana, lo que nos
alegraba a todas, sobre todo a las Amazonas. Si no fuera por Ice, las
cosas habrían sido mucho peores. Se había convertido en una heroína
en toda la prisión, tanto entre las presas como entre las guardias. En su
típico estilo, nos dijo a todas que agradecieramos todo a los bomberos y
aquellas de nosotras que habían intentado apagar el fuego con baldes,
toallas y manos desnudas (estas últimas estaban dirigidas a mí, claro).
Nosotras, dijo ella, éramos los verdaderos héroes.

* * *

Así que ahí estaba yo, sentada en la sala de visitas escasamente


decorada por primera vez en mi vida, con el nerviosismo haciendome
repiquear los dedos sobre el montón de papeles sobre mi regazo mientras
esperaba que llegara la abogada, que era la ex amante de mi amante.
No sabía si reirme o llorar.

El sonido de la llave en la cerradura me sacó de mi ensueño y me


enderecé, esperando causarle una buena primera impresión a esta
mujer, por diferentes razones.

La puerta se abrió crujiendo por los goznes oxidados, y me alegré por el


ruido que aminoraba el sonido de mi mandíbula cayendose al suelo.
Donita Bonnsuer era, para ser completamente honesta, absoluta y
positivamente preciosa.
Mientras Ice se levantaba elegantemente para saludar a su amiga,
estudié a la mujer con franca apreciación. Era alta y delgada, con piel
de color café perfecta y hermosos pómulos redondeados, labios
carnosos y suaves y brillantes ojos color chocolate. Iba vestida con un
traje de negocios devastadoramente impecable, el brillante rojo
contrastaba perfectamente con su oscura piel y su pelo. Su sonrisa
cuando saludó a Ice parecía abarcar toda su cara y mostró sus
relucientes dientes blancos y perfectos. Mi sensación de inseguridad,
siempre latente, llegó hasta mis tripas y gritó ¡hola!, bailando en mi
estómago y decidiendo quedarse un rato. Miré a ambas saludarse como
buenas amigas que hacía tiempo que no se veían, y pensé que podrían
haber estado en la portada de alguna revista como una de las parejas
más bellas del mundo.

Mientras Ice se volvía hacia mí, sin embargo, la mirada de sus ojos alejó
mi inseguridad como una babosa bajo la sal, y sentí que una sonrisa
rompía en mi cara creciendo aún más amplia cuando respondió con una
de las suyas.

Después de colocar mi montaña de papeles en la silla a mi lado, me


levanté secando mis repentinamente sudorosas palmas en mi uniforme.
Donita se acercó para estrechármela calurosamente sonriéndome.

—Es un placer conocerte, Ángel —dijo ella en voz baja, suave y culta—.
Soy Donita como probablemente ya habrás adivinado, y Ice me ha
hablado de tu caso. Me gustaría saber más, si te parece bien.

—Mmm… Sip ¡Claro! Eso sería genial. La inseguridad podría haberse


alejado, pero el tartamudeo parecía haber reaparecido. Si pensó que yo
era rara, no lo demostró, sino que tomó su maletín y se dirigió a la mesa
maltratada, más o menos en el centro de la sala rectangular. Tomando
una silla, se acomodó recta, señalando el montón de papeles que tenía
en mis manos. Los puse sobre la mesa, luego me senté cruzando las
manos delante de mí como una buena colegiala mientras la miraba con
curiosidad. Ice apretó mi hombro al pasar, y la miré presa del pánico
mientras se dirigía hacia la puerta.

—¿Dónde… dónde vas?

—De vuelta al trabajo —respondió sonriéndome ligeramente—. Podéis


arreglárosla perfectamente sin mí.

—Pero…
Ella levantó una mano.

—Relájate, ¿quieres? Vas a estar bien. Solo tienes que responder las
preguntas que te haga y llevarlo a partir de ahí —sonrió mirando a
Donita—. No muerde, ¿sabes? —La abogada sonrió—. No muy duro, en
cualquier caso.

Tragué saliba. Ice nos guiñó un ojo, nos saludó y salió de la sala. Donita
me lanzó una sonrisa llena de brillantes dientes.

* * *

Dos horas más tarde, la sesión había terminado. Me dolía la mandíbula


de colgar con asombro mientras observaba su trabajo. Era, simplemente,
increíble. Estudiaba la cantidad de transcripciones como si fuera un juego
de niños y se tomó el tiempo de explicármelo, sin hacerme sentir
ignorante ni una sola vez con mis preguntas. Era una verdadera maestra
en su profesión, y tuve el honor de estar en su presencia.

Dando la sesión por terminada, Donita cerró su maletín y lo puso en el


suelo, al lado de las copias de las transcripciones que se llevaría con ella.
Estiró los largos brazos, se enderezó los puños de la camisa y puso una
sonrisa de satisfacción en su rostro.

—Creo que tienes un caso de apelación, Ángel. Aunque no puedo estar


segura hasta que me haya citado con ese abogaducho principiante que
tuviste, pero definitivamente creo que tenemos algunas cosas buenas
con las que trabajar.

—¿Principiante? —Repetí sin comprender.

—Sip. Tengo que conseguir su papeleo, lo que los testigos, si los hubo, le
respondieron a las preguntas que les hizo, cosas por el estilo. Así podremos
ver exactamente por dónde empezar.

—¿Por dónde empezar? Pero…

Su ceja se levantó, recordándome mucho a Ice.

—¿Sí?

—Yo… mmm… —Suspiré—. Pensé que solo estábamos hablando para


que me dieras tu consejo.
Ella sonrio ampliamente.

—Exacto. Y tienes uno. Podemos ganar este caso.

—¿Nosotras?

—¿Hay eco aquí? Por supuesto que nosotras. A menos que hayas pasado
en el bar la última semana y Ice se haya olvidado de mencionármelo.

—No, no es eso —Suspiré de nuevo con la necesidad de explicarme


luchando con mi sentido del orgullo—. Verás… yo no… bueno, el hecho
es que estoy segura de que no puedo permitirme lo que cobras. Estaría
feliz de darte el dinero que tengo, pero me temo que no es mucho. Y mis
padres… bueno… no nos hablamos.

La sonrisa de Donita se amplió.

—No te preocupes, Ángel. Como ya habrás supuesto, tengo bastante


trabajo, pero también hago varias apelaciones al año con base pro
bono. La tuya será una de ellas.

—Yo… no puedo permitir que hagas eso.

—Claro que puedes. Solo tienes que decir Donita, me encantaría que
llevaras mi caso —La miré estupefacta—. Dilo.

Mi mirada atónita se volvió pensativa mientras consideraba negarme


como una niña a la que se le ha mandado pedir disculpas, pero la calidez
en sus ojos y la sonrisa en su rostro, detuvieron mi petulancia.

—Donita, estaría muy contenta si consideraras aceptar mi caso —le


contesté con una ceja levantada en un pequeño triunfo.

Sonriendo, ella se levantó e hizo una reverencia burlona hacia mí.

—Sería un honor, Ángel —Tomando su maletín y la gruesa pila de papeles


precariamente con la misma mano, se acercó a darme la mano para
sellar el acuerdo—. Recuerda que la justicia es lenta. Hay mucho trabajo
por hacer antes de que pueda pensar en traer esto ante un juez. Sé
paciente y estaré en contacto cada vez que pueda, ¿de acuerdo?

Le sonreí y asentí con alegría, emocionada por la oportunidad de una


eventual puesta en libertad por primera vez desde que había entrado en
el Pantano hacía tres años.

—Muchas gracias —dije.


Ella sonrió.

—El placer es mío, Ángel. Y dile a Ice gracias de mi parte, ¿de acuerdo?
Esto va a ser divertido.

Con un movimiento final y una seductora sonrisa cegadora, llamó a la


puerta y se alejó de mi vista.
Capítulo 12

L
os siguientes meses, pasaron muy rápido para mí. Las continuadas
noticias positivas sobre mi apelación me mantuvieron con buen
estado de ánimo, aunque a veces parecía que las ruedas de la
justicia de Donita, se habían sumido en arenas movedizas, hundiéndose
rápidamente.

Una mañana de verano, me senté en la penumbra fresca de la


biblioteca, desenvolviendo con entusiasmo un paquete mientas
ignoraba deliberadamente la mirada exigente a través de las gafas de
Corinne. Había estado esperando este paquete en particular casi dos
meses, casi desmayándome de emoción, había escuchado de un amigo
que de repente se encontraba disponible en Subasta. Mi entusiasmo se
duplicó cuando me enteré de que sorprendentemente, estaba dentro
de mi presupuesto.

—Las mil y una combinaciones de cuentas de bisutería —murmuró


Corinne desde su escritorio oscuro.

—¿Qué? —le pregunté mientras sonreía por dentro finalmente teniendo


la oportunidad de devolverle la pelota a mi tan inteligente amiga.

—El nombre del libro que estás sosteniendo como una niña que encontró
la colección de Penthouse de sus padres.

—¿Qué te hace pensar que es un libro?

—Oh, por favor, Ángel. Dame un poco de crédito al menos. Soy


bibliotecaria, por amor de Dios. ¿O crees que todas estas páginas están
llenas de dibujos? —Su mano chasqueó desde su esquina ensombrecida,
abarcando con el gesto a toda la biblioteca.

Oh, sin duda la tenía en ascuas, y yo estaba disfrutando cada momento


de mi inocente sesión de tortura.

—Podría ser una caja, ya sabes. Una llena de todo tipo de golosinas
interesantes.

—Esas pequeñas golosinas son llamadas palabras, Ángel —Ella me lanzó


su mejor mirada de no digas tonterías—. Forman frases, que a su vez
forman párrafos. A menos por supuesto, que sea un libro de poesía, en
cuyo caso no formarían nada en absoluto.

—Eres una romántica, Corinne.

—Tengo mejores usos para mi boca que derramar por ella un chorro de
poesía, mi querida Ángel —Su tono era absolutamente seductor, y
teniendo en cuenta su edad, hizo un buen trabajo. Para darme crédito,
sin embargo, pude detener mi incipiente rubor. Cuando vio que su
estrategia no iba a funcionar, frunció el ceño, mirándome una vez más,
a través de los cristales de sus gafas.

Cediendo un poco, lancé mi propia mirada paternal hacia ella.

—Ya sabes que la palabra por favor funciona.

—No sé de qué estás hablando —respondió finalmente.

—Entonces supongo que tu curiosidad va a tener que sufrir —Giré el


paquete entre mis manos, asegurándome de que la iluminación cayera
en el ángulo derecho del envoltorio. Había crecido en una casa llena de
gatos y así era como los atraía.

Los minutos pasaron, a medida que Corinne empezaba a refunfuñar.


Finalmente dejó escapar un suspiro como habría hecho un orgulloso Paul
Bunyan, casi derribando una pila de papeles mientras lo hacía.

—Está bien. Ángel, querida, ¿podrías por favor decirme lo que hay dentro
de ese envoltorio tuyo?

Como súplica sincera era probablemente el ejemplo más pobre que


había escuchado jamás, pero conociendo a Corinne, seguramente era
el mejor que podía esperar.

Me permití una sonrisita victoriosa mientras volvía mi atención hacia ella.

—¿Esta cosita? —le pregunté levantando mi trofeo.

—Ángel…

Me eché a reír sin poderlo evitar. Después de un momento, ella se unió a


mí y el ambiente estuvo de pronto lleno de carcajadas. Después de un
largo rato, miré hacia ella dando la vuelta al paquete en mis manos.

—Tienes razón, por supuesto. Es un libro. Uno raro, en realidad.

—¿Y?
—Es una impresión original de Un día en la vida, de Ivan Denisovich,
firmado por el propio autor, y como sabes no firmaba autógrafos. Está en
ruso.

Los ojos de Corinne se abrieron con asombro.

—Increíble. ¿Cómo te las arreglaste para conseguirlo?

—En una Subasta, si puedes creerlo. Uno de mis contactos con el exterior
es amante de la literatura. Lo vio y me preguntó si quería hacer una oferta
por él.

—Y por supuesto, dijiste que sí.

—Por supuesto. Además no se salía de mi presupuesto. Al parecer,


simplemente no tenían ningún interés en él.

—Filisteos.

—Ey, a caballo regalado no le mires el diente.

—Buena analogía.

—Me alegro de que te haya gustado —Sonreí moviéndome en mi silla—.


De todos modos, como he dicho, está en ruso. El problema es que no sé
si Ice sabe ruso. Y antes de que me lo preguntes, sí, es para ella.

Sus ojos brillaron.

—Me lo había imaginado. Y no te preocupes, creo que sabe leerlo. De


hecho, estoy casi segura de que sí.

—No lo entiendo —le contesté sacudiendo la cabeza—. Se convirtió en


una niña de la calle después de la escuela primaria. Sin embargo, tiene
a Tao escrito en chino en el suelo de su celda, y parece que lo ha leído
bastante. ¿Cómo ha podido haber aprendido tanto estando en las
calles?

—Esa parte de sus estudios la llevó a cabo antes de ir a vivir a las calles,
Ángel. Su madre, como cantante de ópera, era una fanática absoluta
de otras culturas. Ice me dijo que le enseñaron a leer otros idiomas al
mismo tiempo que le enseñaron a leer en inglés. Era algo en lo que sus
padres creían.

—Eso es interesante —le contesté con la esperanza de que mi voz no


sonara tan envidiosa como mis pensamientos.
Corinne se quitó las gafas y me miró sonriendo ligeramente.

—Ice era muy joven cuando me dijo eso. Supongo que me veía como un
tipo de figura de abuela —Hizo una mueca con los labios en auto
desprecio.

Instantáneamente sentí que me embargaba la vergüenza.

—Lo siento, Corinne. Me alegro de que estuvieras ahí para ella. Debe
haber sido duro, sobre todo al principio. Me alegro de que te tuviera
cuando te necesitó.

—No lo hizo a menudo, pero sí. Había veces que incluso la famosa Ice
necesitaba consuelo —Me sonrió con complicidad—. Sospecho que
sigue siendo así incluso hoy en día —Me aseguré de que mi sonrisa de
respuesta no dejara ver mis emociones y ella asintió en reconocimiento—
. ¿Y es una ocasión especial el motivo de este precioso regalito? —
preguntó finalmente en un tono inocente.

No pude evitar que mi rubor apareciera en ese momento. La ocasión


especial era una especie de aniversario para Ice y para mí, aunque
probablemente ella no pensaría que sería una fecha significativa, pero
no le iba a dar a Corinne la satisfacción de saberlo, así que simplemente
la miré y en silencio abogué por la Quinta Enmienda.

Ella me sonrió, pero decidió no seguir insistiendo en el asunto. En cambio,


volvió al trabajo que su curiosidad por mi paquete había interrumpido.

El silencio cayó en la biblioteca una vez más.

Varias horas más tarde, llegó la hora de la cena y como una escolar en
el último momento de día de clases, salí disparada de mi asiento a la
segunda campana que sonó en el reloj marcando las cinco.

Corinne rio dándose cuenta de que en mi entusiasmo, casi tiro mi premio


de la mesa, salvándolo con mis rápidos reflejos de caer al suelo.

Le lancé una mirada, pero mi corazón no estaba realmente en ella, sino


con cierta mujer alta y morena, que en ese mismo momento, debería
haber terminado su trabajo y estar yendo a una cita conmigo en la
cafetería.

Después de saludar rápidamente a Corinne, agarré mi paquete y salí de


la biblioteca, caminando tan rápido como pude por el pasillo, intentando
aparentar que no tenía prisa. Déjame decirte que no fue una tarea fácil.
La prisión estaba llena de un mar de color naranja por las internas en sus
labores diarias bullendo de acá para allá, algunas en su camino, igual
que yo, hacia la cafetería, otros congregándose en grupitos al lado de
las paredes, y otras dirigiéndose a puntos desconocidos.

El balbuceo incoherente de voces era fuerte en mis oídos mientras mis


ojos buscaban una cabeza oscura que se alzara sobre el resto. Al no verla
al primer vistazo, me tragué una punzada de decepción y me dirigí hacia
la cafetería, pensando encontrarla allí.

Cuando estaba casi a las puertas, una mano me agarró el codo y me dio
la vuelta. Contenta, puse una sonrisa de bienvenida en mi cara, que se
desvaneció cuando me giré y vi los ojos de color avellana de Sandra.

—Hola, Ángel —dijo—. Me alegro de haberte pillado. ¿Puedes venir


conmigo un segundo, por favor?

Abrí la boca para protestar, pero luego lo pensé mejor.


Independientemente de nuestra aparente amistad, era una guardia y yo
era una prisionera bajo su control. Así que asentí mientras ella liberaba su
agarre de mi brazo.

—Sólo tomará un momento —Me aseguró.

Miré a mi alrededor en vano una última vez, antes de pasar a seguirla de


nuevo por el camino por el que había venido, con mis brillantes
esperanzas para la noche comenzando a desvanecerse un poco.

Ella me condujo a través del corredor lleno de gente, más allá de la sala
de los guardias, hacia la de los visitantes. Me llevó por un pasillo más corto
hacia una puerta de salida vigilada, aunque era un área de la prisión
donde nunca había estado antes, y reduje mi marcha casi hasta
detenerme.

Sin darse cuenta de mi vacilación, Sandra continuó por el pasillo y habló


en voz baja a la guardia que había allí antes de girarse hacia mí. Su
mirada de esperanza se convirtió en una de perplejidad cuando me vio
todavía de pie al final de la sala. Me hizo una seña para que me
acercara.

—Mmm… Si no te importa, Sandra, me gustaría saber lo que necesitas de


mí que haga aquí.

Todo tipo de advertencias tintinearon en mi cabeza. Sandra podía ser la


jefa de guardias, pero incluso ella tenía que informar a Morrison, que muy
probablemente no estaría muy contento con mi posible éxito en el
departamento de Apelaciones. Si llegaba a ser liberada, el gran as bajo
la manga del Alcaide contra Ice desaparecería junto conmigo.

Como si adivinara mis pensamientos, la mirada de Sandra de


impaciencia se suavizó a una de compasión, mientras me sonreía y
caminaba hacia donde yo estaba de pie, con una mirada que seguro se
parecía a la de un ciervo deslumbrado por unos faros en la carretera.

Puso una mano en mi hombro.

—Ángel, no hay nada malo en todo esto, lo prometo. Sólo necesito


consejo sobre algo. No tomará más de unos minutos.

La miré a los ojos, no encontrando ni rastro de engaño en sus


profundidades. Sin embargo, había aprendido lecciones de manera
difícil, y no estaba dispuesta a repetir fácilmente los errores del pasado,
sobre todo si podían terminar conmigo lesionada o algo peor.

—¿Puedes al menos decirme qué está pasando?

—Sé que esto no te dice mucho, pero será más fácil si te lo muestro —
Entonces sonrió—. Te diré qué. Todo lo que tienes que hacer es
permanecer aquí junto a Bárbara en la puerta. Puedo mostrarte lo que
necesito desde el exterior y si te parece seguro, podrás unirte a mí, ¿de
acuerdo?

Miré hacia la otra guardia, que asintió tranquilizadora hacia mí.

Después de un largo rato, y contra mi buen juicio, asentí de nuevo. Sandra


sonrió y me apretó el hombro antes de volverse a la guardia y pedirle que
desbloqueara la puerta.

Se abrió lentamente y pude echar un vistazo al vallado de la zona antes


de que el cuerpo de Sandra se interpusiera en mi visión al caminar
lentamente hacia el cálido aire de verano. La luz del sol entraba mientras
caminaba más lejos de la puerta, y subía por los pocos escalones de
madera hacia la puerta que sabía que conducían al remolque de las
visitas conyugales. Vi cómo ella insertaba una llave en la cerradura y
abría lentamente la puerta, metiendo la cabeza dentro mientras lo hacía.
Después de un segundo, ella se apartó, y para mi gran asombro, la
cabeza de Ice reemplazó la suya en el umbral. Sonreí casi tímidamente,
Ice echó su cabeza hacia atrás, haciéndome señas.
Mil escenarios pasaron por mi mente, ninguno de ellos bueno. Siendo
brutalmente honesta, debo admitir que mi primer pensamiento, dada la
ubicación inesperada de Ice, era que Donita también estaba en el
remolque con ella, y había elegido ese lugar relativamente privado, para
decirme que habían reavivado su romance. Una gran parte de mí
negaba ese pensamiento, pero la inseguridad puede ser un duro
maestro, y en estos momentos, controlaba mis emociones. Me quedé
congelada donde estaba, tratando de decidir seguir adelante y que se
confirmaran mis peores temores, o correr tan lejos y tan rápidamente que
pudiera esconderme de la verdad que mi mente fantasiosa me había
conjurado de la nada.

Sandra se giró, sonriendo y saludándome.

Malditas fueran —pensé—. Malditas sean todas que se vayan al infierno.


¿Cómo pueden estar riendo mientras mi corazón se está rompiendo?

—Pasa, Ángel —murmuró la otra guardia, Bárbara, justo a derecha y casi


le arranco los ojos.

Entonces, obligué a mi lado adulto de mi personalidad que tomara el


mando, cuadrando mis hombros, tragándome el dolor, levantando la
barbilla y saliendo.

Caminar esos pocos metros desde la prisión al remolque fue una de las
cosas más difíciles que he tenido que hacer. Abriendo mis puños cerrados
conscientemente mientras caminaba por las escaleras de madera
desvencijadas, pasé al lado de Sandra sin mirarla, y di pasos firmes hacia
el pequeño remolque.

Mientras entraba en el interior, mis ojos hicieron un rápido análisis


acusatorio, ajustándome lentamente a la tenue luz de interior. El
remolque estaba casi vacío, aunque no descartaba que la abogada
estuviera escondida en el baño, tales eran las turbulencias de mis
pensamientos en ese momento.

Cuando miré hacia Ice, realmente viéndola por primera vez desde que
entré en el remolque, mi boca se abrió en estado de shock. Atrás
quedaba su habitual uniforme de prisión. En su lugar, llevaba una túnica
azul que parecía estar hecha de seda y satén. Tenía bordado en oro los
puños y el cinto, y terminaba en las pantorrillas. En la V de su túnica, pude
ver una camisola azul más clara, no revelando mucho, deteniéndose
justo sobre la curva de sus magníficos pechos. Su pelo estaba
brillantemente limpio y suelto, cayéndole sobre sus hombros. Sus piernas
y pies estaban desnudos, y en una mano llevaba una rosa roja, que
tendía hacia mí, sonriendo suavemente.

Dando un paso acercándome, traté de alejar las lágrimas.

—¿Ice? ¿Qué…?

—Feliz aniversario, Ángel.

Tomé la rosa, y la atraje a mi nariz mientras me ponía la mano en la boca


para ahogar el llanto que estaba luchando por salir. Cuando inhalé la
delicada y maravillosa fragancia, me maldije a mí misma por creer que
los sentimientos de Ice por mí eran de alguna manera superficiales y
convenientes, hasta que encontrara algo mejor.

Con resolución para no arruinar el momento con mi histrionismo, alejé


todas las emociones negativas de mi mente y me decidí a disfrutar del
precioso regalo que me habían dado. Mi autocastigo se convirtió en una
clara vergüenza en mi garganta, y cuando me volví hacia la puerta, vi a
Sandra de pie, medio dentro y medio fuera del remolque, con el rostro
oscurecido por el rubor.

—Chicas, creo que os voy a dejar solas. Divertíos —Con una sonrisa y un
guiño, se volvió y salió del remolque, cerrando la puerta con cuidado
detrás de ella.

Miré por encima de Ice, que seguía sonriéndome, aunque sus ojos
estaban llenos de preguntas.

—¿Está todo… bien? —preguntó ella con una nota de vacilación


evidente en su voz.

—Es perfecto —balbuceé—. Simplemente… Dios. Es absolutamente


maravilloso.

—Entonces, ¿por qué lloras? —me preguntó en voz baja sin moverse de
su sitio junto a la mesita que había junto a una pared.

—Dios, estoy solo… feliz —dije finalmente.

Y desconcertada. Y avergonzada. Y totalmente enamorada de ti, hasta


el punto de que mi corazón está a punto de estallar.

Ladeando la cabeza, me miró.

—¿Estás segura?
Dejando la rosa sobre la mesa, corrí hacia sus brazos, envolviéndome a
su alrededor y apretándola.

—Estoy segura. Al cien por cien, absoluta y positivamente segura.

Ella me envolvió en sus brazos, besando cariñosamente mi pelo.

—Bien, me alegro —Pude sentirla suspirando contra mi pecho—.


Recuerdo que una vez mencionaste que darías cualquier cosa por poder
pasar la noche conmigo. Supuse que no contaría pasarlo en una
enfermería con quemaduras e inhalación de humo, así que pensé en
esto.

Aturdida, me alejé.

—¿Quieres decir que tenemos toda la noche?

Sonriendo, ella asintió.

—Sí, es todo nuestro por así decir, hasta el mediodía de mañana.

—¡Dios, te amo! —Exclamé atrayéndola hacia mí de nuevo. Su risa vibró


a través de mi oído y puse una sonrisa en respuesta. Aspiré de nuevo,
oliendo algo más que el aroma de la rosa y la cálida y embriagadora
presencia de Ice. Al abrir los ojos de nuevo, me fijé en la mesa que estaba
cubierta con una variedad de reconocibles cajas blancas. Me aparté
asombrada.

—¿Comida china?

Ice volvió a reír.

—Lo mejor que pude hacer dadas las circunstancias. Espero que te guste
el pollo al kung Pao.

—¿Bromeas? ¡Me encanta la comida china! —A decir verdad, después


de tres años de comida apenas reconocible, Ice podría haber servido
comida para perro y probablemente habría sido feliz.

—Bien —Cuando se apartó, detecté un ligero rubor de color en sus


mejillas mientras miraba a la cama—. Pensé que podrías estar a gusto
con algo que no sea tu uniforme esta noche, así que…

Siguiendo su mirada a la cama, me quedé sin aliento. Allí, en colores


audaces contra el blanco de las sábanas, yacía una túnica de color
verde resplandeciente. A su lado, yacía una hermosa bata con finos
tirantes y escote recatado, en un tono más claro de verde, convirtiéndose
en aguamarina cerca del dobladillo, que llegaba hasta los pies.

Caminando hacia la cama, acerqué una mano temblorosa a la tela,


sintiendo la exquisita suavidad contra mis dedos. Una lágrima cayó de mi
rostro a la tela de la seda. Me la sequé, luego cogí la bata y sosteniéndola
junto a mi cuerpo y viendo las tonalidades de verde brillando en toda su
longitud.

Me giré de nuevo hacia ella con los ojos muy abiertos.

—¡Es hermoso, Ice!

Ella me sonrió.

—Me alegro de que te guste. Si… quieres probártelo o algo, el baño está
justo en la pequeña alcoba de allá.

Seguí con mi mirada hacia donde apuntaba con su dedo, y vi una puerta
medio a oscuras al lado derecho de la habitación principal.

—Sí, me gusta mucho. Vuelvo en un minuto —Recogí la túnica de su lugar


en la cama y me dirigí al baño, cerrando la puerta detrás de mí.

El baño estaba bien equipado para estar en un pequeño remolque.


Incluso tenía una ducha que parecía más amplia que la de la prisión.

Oh —susurré—. ¡Creo que voy a aprovecharme de esto también!

Me quité rápidamente mi uniforme, metí la mano en la ducha y abrí el


grifo. Y sorpresa, sorpresa. No era en realidad caliente, ¡pero sí era tibia!

Caminando rápidamente, agarré el jabón y procedí a tomar mi primera


ducha de agua caliente en más de tres años. Estaba en el cielo.

Después de prologarlo un rato, finalmente cerré el grifo y salí al aire fresco


del cuarto de baño, y tomando una toalla de baño grande y mullida, me
sequé con presteza. Una de las cosas buenas de tener el pelo corto es
que el secado es más rápido, y con una toalla y un poco de pasarle los
dedos, se secó.

Aspirando profundamente, me puse el vestido presionando su tela suave


y brillante contra mi cuerpo, inhalando su limpio y fresco aroma mientras
sentía su deslizante suavidad contra mis mejillas. Gemí de placer sensual
antes de tirar de él y dejarlo caer en ondas por el resto de mi cuerpo. Se
ajustaba perfectamente, pero no me detuve a reflexionar sobre cómo
Ice pudo haber sabido mi talla.

Colocándome los tirantes encima de los hombros, eché una mirada en


el espejo, sobrecogida por la imagen que me devolvía la mirada. Atrás
quedaba la niña asustada que había entrado en el Pantano tres años
antes. En su lugar había una mujer en la que me había convertido la
experiencia.

El color del vestido profundizaba el color de mis ojos, por lo que de alguna
manera parecía más sabia. La madurez se reflejaba en mi peinado corto
y alborotado, y nuevas líneas de experiencia se pintaban en mi cara. Los
tirantes del vestido sobre mis hombros recién musculosos llevaban e peso
del mundo sin quejarse. Sin embargo, aun así me sentía como una
princesa de cuento de hadas toda de seda y satén. Cuando me puse la
bata, dejando que la fresca y sensual tela cayera sobre mis brazos
desnudos, sonreí sintiéndome mimada, cuidada y muy muy querida.

Tomando una profunda inhalación, alisé la tela sobre mi cuerpo, y luego


abrí la puerta y entré en la sala principal del pequeño remolque.

Ice estaba sentada detrás de la mesa, sus largos dedos dibujaban formas
abstractas sobre los diseños de la formica. Cuando me vio, sus ojos se
abrieron para mi deleite y se puso de pie con elegancia, sus propias ropas
se movían con suavidad a su paso. Una sonrisa suavizó los ángulos de su
cara y prendió sus ojos azules desde el interior. Ella era, en ese preciso
momento, como en muchos otros pasados y futuros, la cosa más hermosa
que había visto.

Ella se hizo eco de mis sentimientos, sosteniendo un brazo hacia mí.

—Eres preciosa, Ángel —casi susurró—. Al igual que tus tocayos venidos a
la Tierra.

Di un paso hacia ella, tomando su mano, y levantando mi mano hasta


sus labios, rozó un suave beso contra mis nudillos. Luego me acompañó
hasta el otro lado de la mesa, donde sacó una silla y me ayudó con
elegancia y modales impecables. Nunca había sido tratada con tanto
cuidado antes y debo confesar que me deleité en las atenciones.

Caminando hacia el otro lado de la mesa, se inclinó un poco y sacó una


botella y dos copas.

—Champán —dijo ella girando la etiqueta hacia mi campo de visión—.


No es de la mejor vendimia del mundo, pero los mendigos no pueden
elegir después de todo —Sacando el corcho, llenó ambos vasos con el
burbujeante líquido ámbar, luego chocó su copa contra la mía—. Salud
—dijo levantando su copa tintineándola suavemente contra la mía.

Tomé un sorbo del licor, sintiendo el hormigueo como lava por mi


garganta. No siendo una conocedora del champán, no podría decir si se
suponía que debía saber así o no, pero era bueno por lo que a mí
concernía. Sonreí por encima del borde de mi copa mientras Ice dejaba
su propia copa en la mesa y procedía a abrir las cajas blancas.

Aromas embriagadores flotaban sobre el vapor que escapaba de su


confinamiento, haciéndome la boca agua y haciendo rugir mi
estómago.

Dos platos de cerámica mellados, pero limpios, fueron llenados y Ice me


ofreció uno, junto con un conjunto de palillos y un paquete de celofán
envuelto de utensilios de plástico.

Sonreí y le quité el plástico, después de haber desarrollado la habilidad


de comer con palillos cuando todavía era muy joven.

No hablamos mucho durante la cena. La comida era deliciosa y me


gustó tanto como podía gustarle a un presidiario o a un estudiante
universitario. Mis papilas gustativas se estremecieron con un gracias
mientras mi mente se ocupaba en registrar cada matiz de los sabores que
llegaban a mi paladar para el recuerdo futuro.

Cuando mi estómago finalmente se rebeló contra la idea de tomar otro


bocado, alejé mi plato y me incliné con satisfacción en la silla,
acariciando mi vientre y sonriendo por nada. Seguramente las fiestas de
la realeza no eran tan bien apreciadas como lo fue esta simple cena.

Ice había terminado mucho antes que yo, recogió los platos y los apiló
en el pequeño lavabo del espacio compartido en la pared con la mesa.
Cuando se volvió a mí, tenía algo en sus manos que no era ni comida ni
bebida.

Caminando alrededor de la mesa, se presentó a mí con una sonrisa casi


tímida. Lo tomé con la boca abierta por el asombro. En mis manos tenía
un bonsái con forma de ángel. Atado alrededor del trono en miniatura,
había una pequeña cinta amarilla del tipo usado cuando los seres
queridos están lejos de casa.
Lágrimas, esos distorsionadores siempre presentes en mi visión, surgieron
una vez más a mis ojos mientras miraba el regalo que había creado para
mí.

—Dios mío, Ice —Lloriqueé con una garganta ahogada de lágrimas—. ¡Es
hermoso! ¡Muchas gracias!

—¿Te gusta?

—¡Dios, me encanta! !Es maravilloso! —Giré con cuidado la maceta de


cerámica que sostenía el árbol mirando el exquisito arte desde todos los
ángulos. Era absolutamente perfecto—. Tienes un maravilloso talento, Ice
—Estoy segura de que capté un destello de sonrojo en Ice en ese
momento, y sonreí, en parte para que se sintiera cómoda, y confesaré,
que en parte por la felicidad de pillarla desprevenida por fin—. Lo tienes
y lo sabes —le dije por fin—. Es un regalo que uno debe atesorar tanto
como yo lo hago —Dejando el árbol cuidadosamente, capturé las manos
que habían creado tanta belleza y la urgí a agacharse capturando sus
labios carnosos en un beso de agradecimiento que rápidamente se
convirtió en algo más profundo y primitivo.

Después de unos momentos, se apartó y tomó mi mejilla, sonriéndome


con sus ojos vidriosos y cálidos.

—Te amo, Ángel.

—Yo también te amo, Ice. Mucho —Fui hasta debajo de mi asiento,


donde había guardado mi regalo y se lo entregué a ella—. Esto es para
ti.

Sentí mi propia sonrisa tímida abrir mis labios. Tomando el paquete,


cuidadosamente abrió el papel de regalo y sacó el libro de su
confinamiento. Su sonrisa iluminó todo su rostro mientras miraba el objeto
en sus manos, abriéndolo casi con reverencia. Su mirada se volvió en
shock cuando vio la firma del autor en la página delantera. Sus grandes
ojos se encontraron con los míos y supe que lo había hecho bien.

—Nunca firmó su obra —Inhaló suavemente sin poderlo creer.

Me encogí de hombros modestamente, aunque con una sonrisa de


satisfacción al contar la verdadera historia.

—Tuve suerte.

—Tengo que decir, ¡que es fantástico!


—Me alegro de que te guste —Rasqué la parte trasera de mi cuello—.
Mmm no estoy segura de si lees ruso.

—Oh, lo hago.

Volteando rápidamente las páginas y sonriendo como una niña en la


mañana de Navidad, cerró cuidadosamente el libro y lo dejó sobre la
mesa, luego se agachó y estrechó mis manos, levantándome al círculo
de sus brazos.

Me envolvió en un abrazo, bajando la cabeza para que sus labios apenas


rozaran mi oreja. Escalofríos se dispararon hasta los dedos de mis pies
mientras murmuraba una frase que sabía que tenía que ser en ruso.
Aunque me sonaba gutural, la voz baja y su ronroneo me derritieron.

—¿Qué… acabas de decir?

—Quiero hacer el amor contigo, dulce Ángel. ¿Puedo? —Tradujo


capturando mi lóbulo de la oreja entres sus labios y burlándose de mi
carne con su lengua con trazos lentos y sensuales. Mis rodillas se
convirtieron en pudding. Ella se rio entre dientes bajo mi oreja mientras sus
fuertes brazos fácilmente cargaron con mi peso—. ¿Eso es un sí? —Se
burló ella.

—Ohhhh, puedes apostar a que sí.

De alguna manera, me las arreglé para recuperar la fuerza en mis piernas


y me incorporé. Ice me sonrió, con sus dientes destellando en la tenue luz.

Sentí un tenue tirón y cuando miré hacia abajo, vi que Ice había
desatado el cinturón de mi bata. Sus manos estaban calientes mientras
se deslizaban suavemente por mis caderas. Su cabeza se deslizó
lentamente hasta que sus labios se encontraron con los míos en una
explosión de calidez y deseo. Sus manos recorrían mis caderas y más allá,
agarrando los montículos de mi espalda. Y atrayendo mi cuerpo contra
el suyo, nos fusionamos mientras nos besamos.

Su fragancia era embriagadora contra mis famélicos sentidos


haciéndome jadear. Me alejé lo suficiente como para desatar su bata,
luego deslicé las manos dentro de los pliegues de la prenda, necesitando
sentir su cuerpo bajo mis manos. Mi atrevida exploración reveló una larga
camisola y unas braguitas de corte francés, ambas en la mejor de las
sedas. Casi morí de deseo por ella, mi necesidad era enorme.
Finalmente rompimos el beso de mutuo acuerdo y nos miramos a los ojos
oscurecidos y medio cerrados por la excitación. La punta de su lengua se
asomó a probar sus labios y no pude apartar la vista. Sus largas y suaves
manos subieron y deslizaron los tirantes finos de mis hombros, acariciando
íntimamente mi piel desnuda mientras me miraba profundamente a los
ojos.

Mis propias manos se unieron a la danza, agarrando el borde de su


camisola y tirándola hacia arriba. Rompí nuestras miradas mientras mis
ojos hambrientos se deleitaban con cada centímetro de carne revelada
mientras la tela suave se deslizaba.

Sus manos se alejaron de mí cuando levantó sus brazos por encima de su


cabeza, ayudándome en la tarea. Sus pechos quedaron expuestos a mi
mirada voraz y me lamí los labios a la vista de ellos.

Cuando no pude llegar más arriba, dada la gran diferencia de nuestras


alturas, ella tomó el control y acabó el trabajo, sacudiendo su pelo libre
en un gesto totalmente inconsciente que amenazaba con fundir mis
piernas una vez más.

Tenía que tenerla. En ese mismo momento. No podía detener la furia en


mi sangre más de lo que podría detener una inundación con mis manos.

Colocando mis manos en sus caderas, la conduje hasta la cama, y luego


la hice tumbarse de espaldas. Liberándola, di un paso hacia atrás,
admirando la obra de arte ante mí. El blanco de las sábanas y el blanco
de sus braguitas se destacaban en una especie de cruda pureza contra
el intenso bronceado de su piel y el negro de su cabello desplegado
sobre la almohada en turbulentas olas. La dicotomía era embriagadora.

Respirando profundamente para recuperar mínimamente el control,


deslicé mi propio vestido lentamente, burlándome de ella como siempre
hacía ella conmigo. Su mirada era de embeleso. Pude ver su nariz
dilatarse en la penumbra. Sonreí salvajemente.

Al fin, quedé desnuda ante ella, jurando que podía sentir rastros de fuego
donde su abrasadora mirada se había posado en mi carne. Empecé a
temblar mientras sentía una humedad entre mis piernas que no tenía
nada que ver con el sudor que de repente estalló por mi cuerpo.

Deslizándome hacia la cama, me subí a caballo encima de Ice


brevemente antes de acabar entre su cuerpo y la fría pared detrás de
mí. Me las arreglé para tirar de mí misma y sentarme con las piernas
cruzadas sobre la estrecha cama, con mis rodillas solo acariciando la
cálida y suave carne de Ice.

La miré a los ojos de nuevo, capturando un pequeño indicio de


vulnerabilidad que no había estado ahí antes. Mi corazón se llenó hasta
rebosar.

Acaricié su cuerpo una vez más antes de mirarla a los ojos y sonreírle
suavemente.

—Te amo, Morgan —Susurré alcanzando sus labios con un dedo y


acariciándolo. Ella frunció sus labios ligeramente, besando mis dedos
antes de relajarse con una sonrisa que hacía juego con la mía.

Mi dedo recorrió sus labios una vez más, y luego recorrí sus pómulos
afilados antes de alisar sus cejas expresivas y llegar a su frente,
acariciando la franja del pelo que la cubría.

Mi toque era suave y poco exigente, lleno de tanto amor y devoción


como podía dar.

Recorrí su delicada oreja y mi sonrisa se profundizó a medida que vi un


escalofrío recorrer su largo cuerpo con la periferia de mi visión.

Había caído en el océano claro de sus ojos y no podía romper el


contacto aunque mi vida dependiera de ello. Vi cruzar muchas
emociones sus ojos. Era como si estuviera viendo su alma a través de su
cuerpo.

Mis dedos continuaron su camino serpenteante mientras aprendía su


cuerpo por mi tacto, con mis ojos en sus ojos, y nuestras respiraciones
unidas.

Me deslicé por su elegante y fuerte columna hasta su cuello, lleno de


tendones y latiendo en una bienvenida. Sus hombros fueron los siguientes,
y luego el cálido valle entre sus pechos.

Sus ojos se oscurecieron mientras acariciaba la parte inferior de uno y


luego el otro, alimentándome de sus emociones a través de su intensa
mirada. Rodeé sus pezones duros y tensos por mis caricias, acariciándolos
muy ligeramente y viendo como sus labios se abrían en un único y
silencioso suspiro que escapó de ellos.

Acaricié más abajo, por la suavidad que cubría su vientre, que subía y
bajaba sobre los músculos que ceñían su torso. Mi mano llegó hasta la
tela de encaje de sus braguitas y su pecho se expandió con el aliento
que repentinamente tomó. Metí un dedo bromeando bajo su tela,
recorriendo a lo largo de la costura de una cadera y la otra, y luego la
otra de nuevo.

Sacando mi dedo, continué bajando deslizándome sobre el material de


seda hasta que mi mano la tomó. Sus muslos se abrieron
involuntariamente y cuando mis dedos se deslizaron sobre la curva suave,
caliente y húmeda de su cuerpo, sus caderas se sacudieron mientras
gemía compartiendo su placer a través de su mirada ardiente.

Pude sentir la disposición a través de la seda de sus bragas y me mojé en


anticipación de lo que estaba a punto de hacer.

Mi dedo bajó de nuevo, aunque esta vez fue por debajo del elástico de
su pierna derecha. Un sonido casi como un gemido salió de sus labios
mientras me acercaba al lugar que tanto necesitábamos las dos. Dios,
estaba tan mojada y abierta que casi me desmayo del hambre de
poseer este regalo que no tiene precio.

Metí mis dedos en su deseo, sin romper el cruce de nuestras miradas, la


mirada de su placer lagrimeó a través de mí como un reguero de pólvora.
Sus ojos brillaban con una luz interior, tentándome más profundo en
contra de mi voluntad consciente. Con cada golpe de mi dedo, me sentí
como si el contacto fuera en mí también y mi cuerpo respondió, sin poder
evitar verme imbuida en su deseo.

Entré en ella rápidamente, incapaz de hacer otra cosa, y ella dejó


escapar un suspiro mientras sus caderas respondían al empuje contra mi
mano, empalándose más mientras me capturaba y me sostenía cerca.

Juntas trabajamos en el ritmo, mirándonos profundamente a los ojos


como si estuviéramos compartiendo un alma en dos cuerpos, los cuales
estaban en llamas por la necesidad.

—Sí —suspiré mientras la veía subir a la cima de nuestra mutua creación.

Sus ojos se abrieron con párpados pesados.

—No cierres los ojos. No me dejes fuera. Compártelo conmigo. Por favor
—dije usando mi voz a la par que nuestros movimientos compartidos,
haciéndola elevarse y ser libre.

Ella me alimentó con su clímax con los ojos abiertos clavados en mí y


llevándome con ella en su vuelo al cielo. Mi mundo entero se convirtió en
cielo azul. Fue una experiencia para el alma, su vulnerabilidad y su total
apertura a mí en ese brillante segundo fue el regalo más precioso que he
tenido en mi vida.

A medida que nuestras respiraciones comenzaron a estabilizase, me di


cuenta de que el gran océano de sus ojos azules estaban cargados de
lágrimas. Mi corazón dio un salto en mi garganta y me acurruqué más
cerca de ella, abrazándola y rociándola de besitos.

—¡Oh, no llores. Oh Dios, por favor no llores, Ice!

Ella no emitió ningún sonido. Sus sollozos no estremecieron todo su cuerpo.


Sus lágrimas eran silenciosas. Pero respondió a mi creciente abrazo,
sosteniéndome contra ella casi convulsivamente mientras las lágrimas
cubrían la piel de mi cuello.

Después de un largo rato en silencio, el mundo giraba a mi alrededor, y


de nuevo me sentí presionada contra la cama aprisionada por una Ice
apasionada. Su boca se encontró con la mía sin dulzura y probé el sabor
salado de las lágrimas en sus labios mientras su lengua tejía hábilmente
su camino a mi alrededor.

Había una urgencia en sus movimientos mientras sentía que se quitaba


sus braguitas. Cuando se recostó de nuevo contra mí, montando mi
pierna, yo gemía en voz alta ante la humedad que recubría mi muslo.

Ice gruñó en respuesta, su mano se deslizó rápidamente por mi cuerpo,


con su peso cambiando ligeramente de modo que mis muslos se abrieron
más debajo de ella. Sus dedos se abrieron paso entre nuestros sudorosos
y pegados cuerpos mientras seguía besándome con una intensidad
salvaje, tan primitiva que podría haber resultado aterrador si no hubiera
sido tan excitante.

Arrancó sus labios de los míos al mismo tiempo que entraba en mí,
enterrando la cara en mi pelo y gimiendo mientras empujaba
profundamente en mi interior, usando su peso y el movimiento de todo su
cuerpo para agregar poder a sus movimientos.

Jadeé cuando me llenó de repente, apretando mis ojos con fuerza


contra la invasión, gimiendo profundamente con la garganta ante la
presión y la sensación de sus largos dedos acariciando y empujando
contra mí.

Sudando copiosamente deslizamos nuestros cuerpos uno contra el otro


en un erótico baile. Ice gruñía suavemente contra mi oído. Mis súplicas
en gemidos se añadían a la melodía. El latido del corazón era fuerte
contra mi oído. Su murmullo, primero suave, luego gutural aún más fuerte.
Sus golpes se hicieron más largos y duros mientras se sacudía contra mí,
plegando la sábana debajo de mis omóplatos y tirando la almohada al
suelo del pequeño remolque.

La insté a más, queriéndolo, necesitándolo. Siempre más. Estaba tan


cerca… Pude ver el precipicio pintado en el interior de mis párpados. Ella
respondió al instante, con todo su cuerpo en movimiento. Sus suaves
gruñidos me indicaron que ella estaba al borde. En lo que parecía el
último segundo, deslizó otro dedo dentro de mí, estirándome
ampliamente, llenándome por completo.

Sabía que el momento se acercaba. Su cuerpo se estremeció y su mano


se convulsionó como una garra en mi interior mientras sus afilados dientes
se hundieron en mi hombro. Yo grité. Sus dedos se presionaron contra el
lugar donde los necesitaba y me disparé como un cohete, con mi propio
estremecimiento más dulce bajo su cuerpo pesado y musculoso.

Con un último y bajo gruñido, se desplomó sobre mí mientras el


movimiento de su respiración causaba ahora que sus movimientos
fláccidos se movieran dentro de mí, desatando un hormigueo de
sensaciones que se me subió a la cabeza y bajó hasta los dedos de los
pies.

Suspiré de felicidad y ella respondió acariciándome más cerca, besando


la marca que había hecho en mi hombro antes de meterse en mi pelo y
limpiar el sudor de mi cuello con movimientos largos y lánguidos de su
lengua.

—Oh, dulce Jesús —Gemí mientras sus dedos se retiraban de mí para


moverse hacia arriba y acariciarme con suavidad, pero con certeza que
era embriagador para mis aturdidos sentidos.

Giré la cabeza necesitando desesperadamente conectar con ella. Ella


se aferró a mis labios, besándome con una ternura que era la antítesis de
nuestro acoplamiento anterior, pero no menos excitante por ello.

Cambiando de nuevo, se acercó a cuatro patas, a caballo entre mis


caderas con sus rodillas, todo ello sin romper el beso de infarto, ni su tierna
caricia erótica.

En una muestra de control supremo, levantó la mano libre de su lugar al


lado de mi cabeza y capturó mi mano, deslizándola hacia abajo, a su
torso empapado y hasta su apertura caliente. Soltando mi mano para
que continuara su propio camino, se desplomó de nuevo en sus codos,
gimiendo suavemente en mi boca abierta mientras exploraba su
suavidad. Acoplé sus movimientos contra mí lo mejor que pude. Debo
decir, que sin embargo fue muy difícil, ya que tenía todo mi cuerpo bajo
su seductor control. Me sentía como una marioneta en un teatro de títeres
para adultos. Dejé de intentarlo tan duro y di rienda suelta a mi mano.
Cuando abrió la boca y se apretó contra mí, supe que mis instintos habían
sido acertados. Sin embargo, no tuve tiempo para regodearme mientras
sus caricias se volvían más insistentes y persuasivos. Mis propios sonidos de
placer llenaron el aire de la noche. El final llegó rápidamente. Las dos
estábamos muy preparadas para ello. Yo alcancé el clímax primero y ella
se colocó sobre mí para conseguir lo que necesitaba de mí, durante ese
eterno minuto de cegadora pasión.

Cuando todo terminó, se colocó entre la pared y yo. Con facilidad, se


volvió manejable, su cuerpo sin tensión puso mi espalda contra su pecho.
Deslizando un brazo alrededor de mi cintura, tiró ligeramente hasta
ajustarnos perfectamente juntas, como dos piezas de un rompecabezas
humano.

—Te amo, mi Ángel —Susurró ella besándome en la parte de atrás de mi


cuello.

—Yo también te amo, Ice —murmuré temblando de calor mientras ella


acariciaba mi cuello.

En cuestión de segundos, nos quedamos dormidas, una contra otra,


pasando la primera noche juntas en los brazos de la otra.

Mi sueño se había hecho realidad.


Capítulo 13

M
e desperté a la mañana siguiente con el sonido de un corazón
latiendo de manera constante en mi oído y el tacto de dedos
suaves trazando patrones sin sentido sobre mi espalda.
Parpadeé hasta abrir mis ojos para encontrarme con los suaves ojos
azules centrados en mi cara. Ice sonrió.

—Buenos días.

Su cabeza se inclinó mientras miraba el reloj que colgaba sobre el lavabo.

—Casi las ocho. ¿Dormiste bien?

Bostezando de nuevo, apoyé la cabeza en el pecho caliente de Ice con


un ruido sordo.

—Las mejores tres horas de sueño que he tenido en mi vida.

Su risa retumbó en mis oídos, vibrando por todo mi cuerpo. Habíamos


despertado dos veces más durante la noche para hacer el amor. La
segunda vez había sido cerca al amanecer. Si el remolque tuviera
ventanas, me habría encantado ver la salida del sol con ella, pero ya que
no había ventanas, realizamos nuestro pequeño ritual. El toque suave de
Ice en mi espalda me estaba dando sueño otra vez.

—Mmm. Estaba teniendo un sueño maravilloso.

—Ah, ¿sí?

—Sí. Tú y yo estábamos sentadas en el porche de mi cabaña junto al lago,


observando la puesta del sol sobre el agua. Podía oler los pinos en la brisa
y escuchar cómo los grillos y las ranas salían a jugar. Fue maravilloso.

Pude sentir a Ice endurecerse bajo mí mientras su corazón elevaba su


ritmo. Me deprimí, maldiciéndome a mí misma llamándome tonta de
quince formas distintas.
¿Por qué tuviste que decir nada, Ángel? Acabas de arruinar la mañana.
Bien hecho, chica.

Pero Ice se relajó de nuevo, su mano regresó donde había estado,


trazando líneas por mi espalda.

—Parece un sueño agradable.

Cuando levanté la vista, vi esa mirada de tristeza casi infinita en sus ojos
una vez más, y en ese momento habría dado cualquier cosa, incluso mi
oportunidad de libertad, incluso mi oportunidad de amarla, por alejar su
tristeza para siempre. Parpadeé y la mirada se fue, alejando los demonios
que atormentaban su alma.

—Lo siento —Susurré.

Su sonrisa era tan triste como lo habían sido sus ojos hacía un momento.

—No lo sientas. Los sueños a veces son lo único que hace que este lugar
sea soportable.

Y de nuevo, la siguiente pregunta salió de mi boca sin mi permiso.

—¿Sueñas?

—A veces.

—¿Sobre qué?

—Nada tan bonito como lo tuyo. Mayormente sobre los que he herido o
matado. Sus familias.

—Eso no son sueños, Ice. Son pesadillas.

Pude sentir su encogimiento de hombros por debajo de mí.

—No más de lo que merezco.

Suspiré.
—Ice, ya te lo he dicho antes. La culpa puede ser algo bueno. Se pueden
dejar de repetir errores. Pero no puedes dejar que controlen tu vida. Si lo
haces, nunca serás capaz de vivir.

—Eso es fácil de decir, Ángel. Pero es mucho más difícil de hacer.

—Lo sé.

—Aunque me has dado algo.

—¿Sí?

—Sí. Esperanza. De que un día encontraré una forma de lidiar con mi ira.
De que no llegaré a ser esa persona que era antes de conocerte —Su
sonrisa fue más brillante al alborotar mi pelo despeinado por el sueño—.
Realmente eres mi Ángel, ¿sabes?

Selló sus palabras con un beso.

* * *

Cuando el golpe vino a poner fin a nuestro maravilloso día, ya estábamos


listas con los paquetes en la mano y los uniformes naranjas una vez más
cubriendo nuestros cuerpos.

Me sentía cansada, agradablemente dolorida y delirantemente feliz.


Habíamos hecho el amor una vez más antes de salir de la ducha. El
espacio reducido, y los frotamientos entre nuestros cuerpos, desataron
nuestra pasión una vez más hasta que no pude ni respirar, mucho menos
pensar en moverme.

Finalmente, nos secamos y nos vestimos. Luego recogimos nuestras cosas.


La ropa se dejaría junto con nuestros efectos personales en la enorme
sala de almacenamiento junto a la oficina del Alcaide. Mi nueva pieza
de arte de bonsái, ya que no podía conservarlo en mi celda, residiría en
la biblioteca, donde podría verlo a diario. Ice prometió enseñarme cómo
cuidarlo yo misma. Llaves se deslizaron en la cerradura, y la manija se giró.
La luz brillante del sol se filtró hacia nosotras causándonos una mueca de
dolor en contraste con la penumbra del remolque. Sandra nos saludó con
una amistosa sonrisa. Yo sonreí con gratitud de vuelta, más allá de la
felicidad con su parte en esta maravillosa experiencia para mí. Tomando
nuestra ropa y metiéndola bajo el brazo, Sandra nos llevó de vuelta por
el pasillo vallado hacia la prisión adecuada.

Después de entrar en el húmedo edificio, la guardia de la puerta nos dio


unas palmaditas, luego Sandra nos acompañó por el largo pasillo hasta
la sala principal. Los sonidos de las charlas y el rápido avance de los
cuerpos era casi abrumador después de nuestro corto interludio en el
tráiler. Parpadeé, tratando de orientarme de nuevo.

Un ruido bajo sonó a mi izquierda, que fue ganando volumen y hasta que
me pregunté, sin comprender, quién habría permitido tener un pájaro
dentro de la prisión. Entonces vi un destello de color naranja y blanco que
se me acercó desde atrás, casi haciéndome caer el bonsái mientras
Cassandra llegaba corriendo hacia mí, con la boca abierta emitiendo un
horrible chillido, mientras sus brazos y piernas esposadas tintinearon por el
peso de las cadenas. Me quedé allí, en silencio preguntándome cómo se
movía tan deprisa, esposada como estaba, antes de que Ice me hiciera
a un lado, interponiéndose entre la banshee24 gritona que se dirigía a
nosotras y yo.

Normalmente, puede que en algún nivel, resintiera la protectora postura


que Ice tomó, sabiendo que podía cuidar de mí misma muy bien ya. Pero
Cassandra era, como se suele decir, de otra pasta a la que estaba
acostumbrada, y acepté la protección de su fuerte espalda con gratitud.

Me empujaron más lejos, cuando Sandra tiraba la ropa que llevaba en


sus brazos hacia la puerta del guardia, y se movía para ponerse al lado
de Ice, protegiéndome más de la inminente explosión rubia, que venía
con furia loca hacia nosotras.

Cassandra siguió avanzando, con las manos en jarras a la altura del


pecho mientras su chillido continuaba sin cesar. Las presas asustadas se
quitaron del camino para dejarla pasar, mientras sus guardas la
perseguían, con la cara roja y jadeando.

Ice dio un paso adelante, interceptando a la enfurecida mujer.


Cassandra golpeó el pecho de mi amante con las manos esposadas,

24
Banshee: Son espíritus femeninos que, según la leyenda, se aparecen a una persona para anunciar con
sus gemidos la muerte de un pariente cercano. Son consideradas hadas y mensajeras del otro mundo.
gritando obscenidades en voz muy alta. Por lo que pude captar, tanto
mis ancestros como lo que podría haber hecho para ganarme la vida
antes de ser encarcelada, estaba siendo cuestionado. Entonces, su
cabeza se giró, sus ojos de color chocolate, chispeantes y enloquecidos,
se encontraron con los míos y no tuve duda.

—Estás muerta, Angelita. No eres más que una puta que ha apartado a
mi preciosa Ice lejos de mí. Te veré en el infierno, Ángel. ¿Me escuchas?

Aunque estaba bien protegida, tanto por Sandra como por Ice, no pude
evitar que el miedo me recorriera ante sus insultantes gritos. Si había
alguien en la cárcel que podía fácilmente llevar a cabo sus amenazas,
era Cassandra. Aun así, me tragué el miedo determinada a no darle la
satisfacción de saber que había penetrado en mis defensas.

Las otras dos guardias capturaron a Cassandra finalmente, agarrándola


por su delgada cintura y sus hombros, y apartándola con fuerza lejos de
Ice. Ella se negó a renunciar a su agarre y se escuchó un sonido rasgado
fuerte mientras el uniforme de Ice se comenzaba a rasgar bajo la presión
de su enloquecida fuerza.

Ice levantó las manos, agarrando las muñecas esposadas de Cassandra.


Golpeando sus pulgares sobre los nervios sensibles bajo la piel de Psycho,
la obligó a soltarla, y la mujer se retiró gritando, silbando y escupiendo
como un gato salvaje en la trampa de un cazador.

—Llama al hospital —Sandra gritó haciéndose oír por encima de los


aullidos de Cassandra—. Creo que es hora de su dosis.

Después de que las mujeres se la llevaron a rastras, la guardia se giró


hacia mí con preocupación en sus ojos.

—¿Estás bien?

—¿Qué? Oh, sí. Bien —Dejé escapar una pequeña sonrisa temblorosa—.
Supongo que debería sentirme halagada, ¿no? Parece que me he
convertido en su enemigo público número uno.

Sandra me dio unas palmaditas en el hombro.


—Si Dios quiere, ella estará en el hospital durante más de 24 horas esta
vez. Cuando regrese, mantendremos una estrecha vigilancia sobre ella.

¿Cómo hicisteis hace un momento? —Casi dije en voz alta antes de


pensarlo mejor.

En cierto modo, Cassandra era como un cerdo puesto a punto para la


feria del condado. Parecía casi imposible que evitara hacer algo una vez
que tenía la mente puesta en ello. Tendría que mantener un ojo abierto
y protegerme lo mejor que pudiera.

—Gracias —le dije finalmente.

Ice regresó, sin molestarse en acomodarse el uniforme que había sido


arrancado totalmente por su pecho. Mis ojos se vieron atraídos hacia la
curva de sus pechos medio visibles bajo la tela de su escote.

—Lo siento —dijo ella en voz baja, totalmente inconsciente.

—Ey, no hay problema. Al menos no ha sido a mí a quien ha rasgado la


ropa.

Ice miró a su escote descubierto, luego me volvió a mirar a mí y se


encogió de hombros. Su mirada era decidida mientras se clavaba en la
mía.

Sonreí.

—Estoy bien. En serio. Entre tú, las Amazonas, Corinne y las guardias, tengo
más ojos en mí que una estrella de Hollywood.

Ice arrugó la cara por mi analogía comenzando a reírse de mí. Sandra y


la guarda de la puerta se unieron y pronto, el susto de las amenazas de
muerte de Cassandra se apartó de mi mente.

Tan pronto como la zona estuvo despejada, Sandra nos condujo hasta
nuestras celdas.

* * *
El verano volvió a alejarse, dando lugar rápidamente al invierno. Las
cosas siguieron casi igual que antes en el Pantano. Las pandillas se
mantuvieron tranquilas, dejando a las Amazonas libertad para perseguir
otros intereses, sean cuales fueran.

Después de su disputa, Sonny, que siempre pensé que tenía algo de


masculina y Pony, empezaron a cortejarse de una manera divertida, a la
antigua. Y yo, siendo la escritora del grupo, fui requerida para escribir
notas de amor para ambas. Me sentí como un tipo de moderno Cyrano
de Bergerac25, sin la nariz grande, pero eso contribuía a que el tiempo
pasara más rápido, así que lo hice con mucho gusto.

En una tarde de jueves en medio del invierno, Phyllis vino a buscarme a


la biblioteca para decirme que tenía una llamada de teléfono. Donita,
sonando fría y serena como siempre, me dijo que tenía algunas noticias,
aunque no divulgó mucho más del tema y pidió reunirse conmigo a la
mañana siguiente. Yo, por supuesto, estuve de acuerdo. Ni qué decir
tiene, que el jueves por la noche el sueño fue casi inexistente.

Pasé la mañana del viernes en la sala de visitas, retorciendo la tela de mi


uniforme en nuevas e interesantes formas abstractas mientras trataba de
calmar los nervios de mi estómago.

Finalmente la puerta se desbloqueó y se abrió, y mi abogada,


impecablemente vestida y preciosa como siempre, entró con un brillo en
sus ojos.

—Ángel —Saludó apretando mi mano calurosamente—. Es bueno verte


de nuevo. Ven, siéntate conmigo en la mesa. Tengo algunas noticias.

Pronto las dos estuvimos sentadas y bebiendo el agua fría que los
guardias había proporcionado con tanto cuidado (a petición de Donita).
Abriendo su maletín, sacó un grueso expediente con mi nombre
estampado en la portada.

—Los tenemos —dijo ella con una sonrisa de triunfo.

25
Cyrano de Bergerac: obra del poeta y dramaturgo francés Edmond Rostand, basada en la vida del
soldado y poeta Cyrano, con una nariz ridículamente grande. Está enamorado de su prima Roxane, que a
su vez está enamorada de otro, que a diferencia de Cyrano es guapo, pero no posee su ingenio, por lo que
Cyrano pacta con él escribirle cartas de amor a Roxane.
Mi corazón se saltó un latido.

—¿Qué quieres decir exactamente?

—Tenemos tres grandes puntos enormes aquí. Y cuando digo enormes,


me refiero a enormes.

Abriendo la carpeta, sacó varias hojas y las colocó sobre la mesa para
que yo pudiera leerlas fácilmente. La primera era una sencilla recepción
de hotel. La miré interrogante.

—¿Recuerdas a tus vecinos, los Gracesons? ¿Dos de los testigos estrellas


de la fiscalía en el juicio?

Asentí en un gesto, recordándolos. Tom y Maggie Graceson tenían el


testimonio de que me habían oído discutir con Peter y amenazarlo la
noche de su muerte. No recordaba todos sus argumentos, pero su
testimonio fue convincente y obviamente el Jurado los creyó.

—¿Qué pasa con ellos?

—Bueno, si tu abogado, a quien estoy considerando seriamente ponerle


una demanda para inhabilitarle, se hubiera molestado en hacer una
investigación más minuciosa, habría descubierto al igual que hice yo, que
los Gracesons ni si quiera estuvieron en casa la noche que murió tu
marido. Estaban en este hotel, participando en algo que probablemente
no querrían que se divulgara.

—¿Qué quieres decir?

—Son swingers.

—¿Swingers? —le pregunté completamente perdida. Los únicos swingers


que conocía eran bailarines. E incluso si no eran muy buenos, no veía
como eso sería algo embarazoso para ellos.

Ella sonrió ante mi ingenuidad.

—No ese tipo de swingers. Me refiero al tipo donde los casados hacen
intercambios de pareja. Sexualmente —Mis ojos se debieron haber
abiertos como platos, porque se tapó la boca por la risa que se le
escapó—. Exactamente. Al parecer, a partir de lo que me enteré de otros
miembros de ese grupo en particular, los Gracesons estaban molestos
porque le habían pedido a tu marido que se uniera a ellos. Y Peter les dijo
que tú no estabas por la labor. Parece que a Tom le gustabas de esa
manera especial —Me guiñó un ojo—. Y Maggie estaba muy atraída por
tu marido.

—¡Estás bromeando!

—Nop. ¿Recuerdas alguna conversación de ese tipo entre Peter y tú?

—¡No, para nada! Por supuesto lo habría rechazado si me lo hubiera


pedido, pero nunca me lo pidió.

—No creía que lo hubieras aceptado. Al parecer, la noche de la muerte


de Peter, les había contado a Tom y Maggie que tú finalmente habías
consentido intentarlo, ellos alquilaron un cuarto en algún lado y él daría
una vuelta por la casa y te recogería. Por supuesto, eso nunca sucedió.

—Dios mío —Inhalé—. No puedo creer esto —Negué con la cabeza con
la ira creciendo dentro de mí—. ¿¡Testificaron contra mí porque Peter les
había mentido!?

—Eso parece.

—¡Increíble!

Ella puso una mano tranquilizadora en mi muñeca como si pensara que


yo estaba a punto de explotar por la rabia.

—Ese es solo un punto.

—¿Hay más? —Apartando la nota de la recepción del hotel, Donita me


acercó una hoja de papel. Parecía ser una hoja de tratamiento de la Sala
de Emergencias—. ¿Te acuerdas de esto?

Miré la fecha y asentí con la cabeza recordando el incidente.

Peter había llegado a casa del trabajo, y había intentado conseguir que
saliera a un bar con él. Cuando yo me negué, teniendo que madrugar
para comprar algunas cosas antes de trabajar a la mañana siguiente, me
golpeó severamente, causándome moretones en las costillas y
fracturándome la cuenca del ojo. Logré llamar a un taxi que me llevó a
la Sala de Emergencias, convencida de que tenía un derrame interno.
Gracias a Dios no había sido el caso, pero aun así me sentía como si me
hubiera arrollado un camión. Recordé haberle dicho al personal de
Emergencias que me había caído por las escaleras. Las miradas en sus
ojos me decían que no me creían, pero no insistieron en el tema.

—Lo recuerdo —Me sonrojé avergonzada.

—En uno de sus poco frecuentes argumentos, tu abogado trató de


presentar esto como una evidencia de malos tratos de Peter. La fiscalía
por lo que sea, lo desestimó como irrelevante y el juez accedió a que se
suprimiera.

Suspiré.

—Les dije que me caí por las escaleras —Murmuré hacia la mesa.

—Sí, lo sé. Está en el informe. Pero mira el último párrafo.

Acercando más la hoja, leí lo que ponía. Al parecer, había estado en lo


cierto. El personal médico creía que fui víctima de una paliza y además,
a menos de mi marido.

Miré a Donita.

—¿Por qué él nunca me dijo nada?

—No lo sé. Pero la ley dice que cuando un miembro del personal médico
cree que ha habido un tipo de abuso, debe reportarlo a las autoridades
correspondientes, sin importar lo que diga la víctima o no.

—¿Lo hizo?

—Sí, lo hizo. Llenó los formularios apropiados y los envió a la agencia


apropiada.

—Pero nadie me contactó al respecto.


—No, no. Mi investigador siguió este caso y encontró que no había sido
investigado. Tenían todo lo que necesitaban para abrir una investigación,
pero simplemente nunca lo hicieron.

—Pero, ¿por qué no?

—Me temo que no tengo la respuesta a eso tampoco. Pero lo que


importa, Ángel, es que por derecho, esta evidencia no debió haber sido
suprimida. Incluso si el abuso no pudo comprobarse, por lo menos el
médico debería haber sido llamado al estrado a declarar lo que había
encontrado. Este documento demuestra que al menos hubo una
posibilidad de que estuvieras diciendo la verdad cuando decías que tu
marido te maltrataba. Hubiera sido una gran ayuda para probar tu caso.

Puse la cabeza sobre mis manos, con un suspiro que empañaba el poco
barniz que quedaba puesto en la mesa vieja.

—Esto es muy raro.

—¿Lista para el punto final?

Alcé la cabeza para mirarla a los ojos.

—Sí. Con fuerza también.

—Un miembro del Jurado, su portavoz de hecho, se llamaba Robert Cort.

—Lo siento, ese nombre no me dice nada.

—No pensé que lo haría. Mi investigador indagó en alguno de los bares


que tu marido solía frecuentar, y se encontró a este mismo hombre que
resultó ser un colega de copas de Peter.

—Por favor, dime que estás bromeando, Donita.

—Nop. Y es algo bueno. Mira, cuando mi investigador habló con alguno


de los otros clientes del bar, le dijeron que la noche después del asesinato
de Peter, Robert juró que encontraría la manera de formar parte del
Jurado y cito: condenar a esa zorra.

—¿Él qué?!
—Eso es lo que dicen los testigos. Tenemos declaraciones juradas de
cuatro de ellos. Todavía no sabemos cómo consiguió formar parte del
Jurado, pero cuando sacamos su declaración, nos dimos cuenta de que
mintió muy convincentemente para entrar.

—Dios.

—Pero hay algo peor. Cuando encuestamos a los miembros del Jurado,
solo había dos mujeres que habían sido convencidas de tu inocencia
cuando fueron a deliberar. Ambas me afirmaron personalmente que
fueron intimidadas para que cambiaran sus votos por el portavoz, Robert
Cort.

El sonido de mi mano golpeando la mesa sonó ruidoso en el pequeño


cuarto.

—¿Entonces por qué nunca se lo dijeron a nadie?

Los ojos de Donita eran compasivos.

—Dijeron que tenían miedo de dar la cara. Así que no lo hicieron.

—¿Por qué hablan ahora? —No pude evitarlo. Mi voz estaba llena de la
amargura de mi corazón.

—Ambas están siendo carcomidas por la culpa, Ángel. Ambas nos han
dado declaraciones sobre lo sucedido y están dispuestas y listas para
testificar en un nuevo juicio. Saben que han cometido un error, y están
dispuestas a tratar de rectificarlo.

—¿No les importa que su error me costó cuatro años de mi vida?! —


Lágrimas amargas salieron de mis ojos acompañando mis palabras,
inundando mis ojos y recorriendo mis mejillas, empapando la mesa
debajo de mí en un torrente de ira.

Donita rodeó la mesa y puso un brazo alrededor de mi hombro. Su piel


era suave y cálida. El ligero aroma de su perfume me tranquilizó incluso
cuando mi mente era un torrente de aflicción. Durante los cuatro años
que había pasado en el Pantano, nunca me había entregado a la
autocompasión sobre los acontecimientos que me llevaron a estar aquí.
Pero me pudo saber que mi libertad me había sido arrebatada por una
combinación de un abogado incompetente, un sistema de protección
fallido, un matón y dos mujeres cobardes. No podía evitar sollozar al
pensar en todo lo que podría haber sido.

Una guardia que estaba vigilándonos a través de la ventana de vidrio


reforzada puesta en una de las paredes, entró en la sala de visitas con
una caja de pañuelos que dejó sobre la mesa. Donita se lo agradeció
amablemente y la guardia asintió, luego se fue. Sabía que mi episodio de
llanto llegaría a la red del Pantano en menos tiempo que me tomaría
escribir esta frase.

Un brazo oscuro se apartó de nuestro abrazo y me entregó un pañuelo


de papel. Me sequé los ojos con él, luego se echó para atrás y me dejó
respirar, sintiendo la presión en mi cabeza aliviarse un poco. Me sentía
agotada.

—Lo siento —murmuré.

Donita me sonrió.

—No es necesario que te disculpes. Si hubiera sido yo, probablemente


habría destrozado esta sala —Miró a su alrededor—. Aunque si te digo la
verdad, eso podría haber mejorado las cosas.

Eso provocó una sonrisa sorpresa en mí y ella me devolvió la sonrisa,


entregándome otro pañuelo, tirando el utilizado en una papelera que
había casi desbordada cerca de la mesa. Tomé un largo y estremecedor
aliento, luego lo dejé escapar lentamente.

—Así que… —dije limpiando mis lágrimas de la mesa—. ¿Qué hacemos


ahora?

—Bueno, he hablado con el fiscal sobre desestimar la condena juntos.


Pero es un tipo duro que lleva su pin de la iglesia en su solapa. No cederá.
Sigue convencido de que aún tiene caso contra ti. Así que… He fijado
una fecha para hablar con uno de los jueces de apelación del distrito.
Será en dos semanas. Le presentaré estas nuevas pruebas y veremos qué
dice.

—¿Qué crees que dirá?


—Estaría loco si no sobreestimara la sentencia dictada, Ángel. Es una
evidencia condenatoria. Especialmente de manipulación del Jurado. El
fiscal no lo dejará ir, sin embargo. Así que incluso si el juez decide hacer
lo que debe y revoca su condena y la sentencia, el Estado exigirá un
nuevo juicio —Ella puso mi mano en mi muñeca—. ¿Qué piensas tú de
eso? ¿Crees que puedes pasar por eso de nuevo?

Me miró a los ojos, sabiendo que eran intensos.

—Donita, para que mi nombre salga limpio de esto, iría incluso al infierno
—Miré hacia abajo en la mesa de nuevo—. No importaba mucho antes.
Peter estaba muerto. Yo lo hice. Pensé que me lo merecía. Pero esto…
esta parodia ha cambiado mi forma de pensar.

Donita sonrió.

—Ice tenía razón sobre ti.

—¿Sobre qué?

—Dijo que eras una luchadora con corazón de león.

Sentí que mis ojos se abrían como platos.

—¿Ice dijo eso? ¿Sobre mí?

—Claro que sí. Por eso acepté venir y hablar contigo para empezar. Ice
no hace cumplidos a la ligera, como sabes —Su cálida mano me apretó
la muñeca—. Ella tiene mucha fe en ti, Ángel. Y te ama profundamente.

Pude sentir mi rubor quemando mi cuello, en mis mejillas y orejas mientras


se extendía por mi rostro. Agaché la cabeza de nuevo.

—Yo la amo mucho también.

—Lo sé.

Seguí la humedad en la mesa de nuevo.

—Yo… mmm… lo siento… Donita.


—¿Lo sientes por qué, Ángel?

Mi rubor se intensificó. Maldije mi piel clara.

—Ice… mmm… me dijo que vosotras… mmm…

—¿Te dijo que fuimos amantes en el pasado?

—Sip. Algo así.

—¿Y te preocupa que las dos estáis juntas ahora y yo esté aquí para
verlo?

—Sí —Si hubiera podido hundir mi silla en el suelo en ese momento, lo


habría hecho.

Su mano se acercó y tomó mi barbilla, poniendo al mismo nivel nuestras


miradas.

—Ángel, nunca te disculpes por ser feliz. Y nunca te disculpes por hacer
feliz a Ice.

—Pero…

—Nada de peros, Ángel. Ice es una persona muy importante para mí.
Verla tan feliz me alegra mucho. Lo mío con Ice no estaba destinado a
ser. Siempre lo supimos mientras estuvimos juntas —Ella sonrió—. Aun así,
en cierto modo formamos buen equipo. Ella hizo grandes esfuerzos para
mantener su vida personal en secreto para todos, incluyéndome a mí. A
pesar de que no debería haber sido una sorpresa descubrir lo que pasó
con su arresto, lo fue. Por supuesto, nunca vivimos juntas y nunca
estuvimos en presencia de la otra durante largos períodos de tiempo. Aun
así me sentí un poco culpable por no haber visto ningún tipo de señal que
debería haber visto. Y por supuesto, estaba muy enfadada.

—Puedo entender eso. Yo también lo habría estado.

Ella extendió las manos.


—Y cuando ella no me dejó defenderla, más… —Ella suspiró—. Eso casi
termina nuestra amistad —Entonces sonrió—. Me alegro de que no fuera
así. Y también me alegro de que esto me diera la oportunidad de
conocerte. Eres un alma buena, Ángel. Y son malditamente pocas las que
nos rodean. Así que, deja de preocuparte y por amor de Dios, deja de
sonrojarte. Todo está bien, ¿de acuerdo?

Leyendo la absoluta sinceridad en sus ojos, asentí.

—Gracias.

Donita me guiñó un ojo.

—No hay problema, Ángel. Ninguno.

Alejándose de mí, se fue hacia el otro lado de la mesa, metiendo mi


archivo en su caro maletín de cuero, y cerrándolo con seguro antes de
cogerlo.

—Nos veremos en un par de semanas o antes, ¿de acuerdo? Solo trata


de tomarlo con calma y relájate. Permíteme preocuparme por las dos.

Le lancé una media sonrisa, la mejor que podía ofrecer.

—Lo intentaré con mi mayor esfuerzo.

—Hazlo. Adiós por ahora.

Con una última sonrisa y un saludo con la mano, se alejó dejándome sola
en la sala de visitas, con tan solo mis lágrimas y pensamientos por
compañía.

* * *

Actué como todos llaman el estilo de Ice y me escondí en mi celda


después de que finalmente arrastré mi culo agotado de la sala de visitas.
Por alguna razón, las lágrimas de frustración, de ira y de pena,
simplemente no parecían querer dejar de caer.
Critter se acercó para hablar, pero yo permanecí hosca y poco
comunicativa y finalmente se rindió con frustración, dejándome en mi
soledad forzada.

Debí caer en un sopor de agotamiento mental, porque lo siguiente que


supe cuando abrí los ojos es que Ice estaba de pie casi dentro de mi
celda, con preocupación que parecía emanar de todos sus poros.

—¿Estás bien?

Logré una débil sonrisa.

—He estado mejor.

—¿Quieres hablar de ello? —preguntó desde su posición junto a la


puerta.

Y de repente, lo hice.

Al ver mi expresión, se acercó rápidamente y se sentó en la cama,


envolviéndome en un largo abrazo que en gran parte alejó mi dolor.
Apoyé la cabeza contra su pecho y dejé que las lágrimas cayeran de
nuevo. Solo que esta vez, parecían lágrimas de sanación en lugar de
dolor.

Ice me mecía suavemente dentro de su abrazo, pareciendo saber qué


tipo de lágrimas eran. Normalmente, mi llanto le angustiaba mucho.
Ahora, sin embargo, ella esperaba en silencio que la tormenta amainase,
contenta solo por estar ahí para mí. Era una fuerza silenciosa que me
apoyaba más de lo que podría expresar en palabras.

Después de varios minutos, finalmente me aparté limpiando mi cara sucia


con el dorso de mi mano.

Luego, después de unas pocas inhalaciones, solté toda la historia sin dejar
nada fuera. La expresión de Ice se volvió tormentosa, pero no tuve miedo
de ella, sabiendo que su ira estaba dirigida contra los que me habían
hecho esto. Ella gruñó con frustración, con los puños cerrados inútilmente
contra un enemigo que sabía que tendría que manejar por mí misma.
—Por supuesto, el lado bueno de todo esto —Comencé tomando
suavemente uno de sus puños y relajándolo dentro del mío—, es que va
a conducirme a que me concedan un nuevo juicio. Es un tipo de
evidencia que no pueden ignorar.

Ella gruñó en acuerdo.

Mientras estuve sentada ahí, pensando en mis palabras, lo único en lo


que pensaba es en mantener hasta el momento satisfactoriamente en lo
profundo de mi mente lo que me pedía salir.

Conseguí dejar de llorar, pero cuando me di la vuelta para mirar a Ice,


mis palabras fueron selladas por un dedo en mis labios.

—No lo hagas —dijo ella en voz baja.

—¿Qué no haga qué? —Murmuré alrededor de su dedo.

—No lo digas. Ni si quiera pienses en ello.

—¿Cómo sabes lo que estoy pensando?

—Lo sé por la expresión de tu cara. Te estás preguntando si debes luchar


por esta oportunidad, porque si tienes éxito y lo tendrás, significa que
saldrás de aquí. Y no sabes si quieres hacerlo por lo nuestro.

Sus ojos clavados en los míos, con una ceja levantada, me desafiaron a
decir lo contrario. No pude. Parpadeé, y luego miré hacia otro lado, con
rubor con aire de culpabilidad.

—Tienes razón —susurré.

—Lo sé. Te conozco y sé cómo piensas. Y también sé que no voy a permitir


que eches a perder esta oportunidad por mí.

—¿Ni si quiera por lo nuestro?

Sonriendo, me tomó de la barbilla.

—Ángel, siempre habrá un nosotras. Aquí o fuera de aquí, eso no importa.


Eres parte de mí y siempre lo serás, no importa dónde estés.
Suspiré, sabiendo que ella tenía razón, pero todavía con ganas de discutir
el problema. Lo malo es que no tenía buenos argumentos para rebatir su
punto.

—Ángel, te has pasado los últimos cuatro años aquí, tratando de ver
dentro de mí. Has intentado hacerme entender que la culpa no debería
controlar mis acciones. Esa es una lección difícil de aprender, y no lo hará
más sencillo si renuncias a luchar por tu libertad.

—No entiendo.

—¿No? Si renuncias a luchar por lo que es correcto, esta lucha por la


libertad, por mi culpa…

No tuvo que terminar la frase. El significado estaba muy claro.

Aunque era mi elección si luchar o no, si no luchaba siempre sentiría la


culpa de esa decisión.

—Así que… Supongo que quieres que luche, ¿no?

—Claro que quiero que luches, Ángel. Este es tu billete para salir de este
agujero de mierda. Corre hacia ello y no mires atrás.

Después de un momento, le sonreí y apoyé mi cabeza contra su


clavícula.

—Está bien, instructora.

Nos acomodamos en silencio hasta que los gruñidos de mi estómago nos


interrumpieron. Me sonrojé de nuevo mientras Ice me acariciaba.

—Bajemos a alimentar al monstruo antes de que la cafetería cierre y


mantengas despiertas a todas las reclusas con esos extraños rugidos.

Perezosamente volviendo a tomarme del brazo, permití que me


levantara. Con el movimiento, nuestras caderas se acariciaron
casualmente y bajamos a la cafetería para comer sólo Dios sabía qué.
Capítulo 14

L
as siguientes semanas pasaron como un borrón lleno de noticias
decepcionantes. Donita llamó dos veces para decirme que el juez
que tenía previsto ver tenía otros casos prioritarios sobre el mío. Era
difícil, esta prisa y espera era como una montaña rusa llena de emociones
para mí. En un momento me sentía arriba, dispuesta a comerme el
mundo. Al siguiente, estaba nadando en un mar de depresión, huyendo
de todo el mundo. Todo el mundo, hasta Ice, comenzó a tratarme con
guantes de seda. Como si se alimentaran de mis emociones, las presas
también comenzaron a inquietarse. Había una sensación de tensión en
el Pantano, una tensión tan espesa que hasta yo, que estaba sumida en
mis cosas, podía sentirlo. Era casi como la época antes de los disturbios,
cuando el estrés era tan espeso que podía cortarse con unas tijeras si
querías.

Ice estaba pasando tiempo extra en el taller de reparaciones, bajaba


cada día después del recuento de la mañana y no regresaba a su celda
hasta poco antes de que se apagaran las luces. Al parecer, Morrison
había dado con una mina de oro con su fraude de autos robados y
estaba explotando las habilidades de Ice lo máximo posible. El poco
tiempo que tenía libre, parecía querer pasarlo sola, o casi a
regañadientes, conmigo, a lo largo de esas largas semanas. Le estaba
pasando algo más profundo, pero en mi mente cargada con mis propios
problemas, no me tomé el tiempo suficiente para profundizar en ello.
Teniendo en cuenta todo lo que pasó después, deseé con fuerza poder
volver atrás y hacerlo todo de nuevo de la manera correcta.

Una tarde, después de cerrar la biblioteca, caminaba en silencio por el


oscuro pasillo hacia el corredor principal, con mis pensamientos en un
torbellino de emociones. Más que nada, quería ver a Ice, y estaba
decidida a ir a su celda antes de hacer otra cosa.

Como por arte de magia, un brazo me capturó y me llevó a otra de las


puertas que estaban silenciosamente en el largo pasillo. Mis hormonas se
dispararon y una sonrisa cruzó mi cara antes de la sensación escalofriante
de la presión del metal contra mi cuello, congelándome la sangre en mis
venas.

—Hola, putilla —una voz cantarina sonó muy cerca de mi oído—. ¿Me
echaste de menos?

¡Psycho! —Mi mente gritaba mientras trataba desesperadamente de


controlar mi respiración.

Mantén la calma, Ángel. Puedes encontrar una salida. Ten calma y no


reacciones a nada de lo que diga hasta que puedas usarlo a tu favor —
Las palabras de Montana, Critter y Ice sonaban en mi mente como un
mantra tranquilizador, calmando un poco mis latidos.

—¿Qué quieres, Cassandra? —Una risa tintineante sonó detrás de mí.

—Y yo que pensaba que eras el cerebro de la relación, zorra. ¿No es


obvio lo que quiero?

—¿Puedes simplemente… explicármelo? ¿Para estar segura? —Traté de


sonar tan boba y patética como pude, sabiendo que a veces
funcionaba en gente como Cassandra. Pude sentir mi plan funcionando
cuando su suspiro rozó mi pelo corto enmarcado en mi oreja. Su agarre
en el cuchillo se soltó un poco y me preparé para la acción.

—Oh, está bien —dijo en tono reservado para la enseñanza de


discapacitados mentales—. Es muy sencillo, la verdad. Apartaste a Ice de
mí haciéndome cornuda, así que debes morir. ¿Es lo suficientemente
claro para que lo entiendas?

—Sí, creo que lo entiendo ya.

—¿Sí? Bien —Pude sentir su sonrisa contra mi mejilla mientras ponía su


cabeza al lado de la mía—. ¿Una última petición?

—Sólo una.

—¿Sí?
Pisando su pie tan fuerte como pude, subí mis manos con fuerza, con los
dedos presioné entre su brazo y mi cuello. Quitándomela de encima, bajé
su brazo con toda mi fuerza.

—¡Aleja tu maldito cuchillo de mi cuello!

Me di cuenta de que se sorprendió, porque la maniobra, aunque nunca


practiqué con un oponente con la intención real de cortarme la cabeza
de mis hombros, funcionó a la perfección. Después de una fracción de
segundo, sin embargo, pude sentir que empezaba a responder,
estabilizando su agarre en el cuchillo y girando su borde letal hacia el
interior.

Se oyó un ruido sordo de un paño partiéndose y después sentí un chorrito


caliente correr por la izquierda de mi muslo. Aunque no podía sentir nada,
sabía que me había cortado. Mirando hacia abajo, vi el naranja de mi
mono oscurecerse rápidamente por la sangre que se filtraba de mi carne
cortada. Decidida a no darle otra oportunidad, llevé mi otra mano a su
muñeca, torciéndola todo lo que pude. Ambas gruñimos. El cuchillo se
soltó, cayendo por el cuartito donde yo había sido capturada.

Con reflejos rápidos de gato, Cassandra se lanzó a por el cuchillo mientras


se caía al suelo. Estaba a un paso detrás de ella. Mientras ella agarraba
el cuchillo, mi pie bajó una vez más, esta vez golpeando tanto el cuchillo
como su pie con mi zapato.

Durante la lucha por el cuchillo, una puerta se cerró cerca detrás de


nosotras y Cassandra soltó un grito de frustración, y esperaba, que de
dolor, y que no fuera oído por el resto de la prisión.

Psycho luchó como una loba, intentando liberar tanto el cuchillo como
su mano, pero yo no iba a permitirlo.

—¡Déjame ir, perra!

—Deja el cuchillo y levantaré mi pie, Cassandra.

—¡Y una mierda! —Volvió la cabeza y abrió la boca, y lo siguiente que


sentí fue mi muslo herido, mordido por Cassandra. Fuerte. Abrí la boca,
pero jadeando de dolor, golpeando su cabeza tan fuerte como pude
para lograr separarla de mí.
Ella negó con la cabeza, como un terrier gruñendo mientras su mandíbula
se contraía cerrándose. El dolor fue tan intenso que casi me desmayo. Mi
pierna se debilitó, entonces se agitó. Gritando con triunfo, Cassandra
sacó el cuchillo. Su grito, liberó su agarre de mi muslo, y apreté los dientes
con tanta fuerza que casi me arranco la lengua. Metí el pie hacía abajo
lo más fuerte que pude, con los músculos maltratados literalmente
gritando en agonía. Pude oír el repugnante crujido de huesitos
rompiéndose, y se me revolvió el estómago, haciéndome agradecerle a
Dios que estaba ocupada para ir a cenar.

—¡Déjalo ya, Cassandra!

Ella literalmente aulló esa vez, su voz aumentó tanto el tono que me vi
obligada a poner las manos sobre mis oídos y me pregunté si algún cristal
que hubiese en el cuarto se haría añicos.

»¡Déjalo ya! —Que Dios me ayudara, me torcí el pie moviendo su mano


más abajo con el zapato de la prisión.

Se volvió para morderme una vez más y sabía que no podría soportarlo
de nuevo, así que poniendo todo mi peso en la pierna herida, la que tenía
la mano de Cassandra atrapada contra el cemento del suelo, moví mi
pierna libre y le di un rodillazo en la cabeza tan fuerte como pude. Mi
pierna gritó en agonía, al mismo tiempo que Cassandra gritaba cayendo
sobre su espalda, atrapada solamente por la mano con mi pie.

Rápidamente, levanté mi pierda, luego me agaché y recogí el cuchillo,


manteniéndolo con las dos manos, con la punta apuntando a su cabeza.

—Muy bien —le dije tratando de controlar el temblor de mis manos, así
como mi voz—, ahora vas a escucharme, Cassandra.

Inhalando profundamente, ella apretó los labios y me escupió. Aunque


traté de esquivarlo, aterrizó justo en mi abdomen, haciendo que mi
estómago se revolviera más.

—Eso es lo que pienso de tu charla, puta —Se limpió la nariz sangrante


fuertemente con el dorso de su mano, con los ojos brillando con odio.

—Piensa lo que quieras, Cassandra, pero yo soy la que tiene el cuchillo.


—No por mucho tiempo —murmuró—. No sabes ni cómo sostenerlo, y
mucho menos utilizarlo.

—Tampoco sabía cómo utilizar un bate de béisbol como arma, y mi


marido está muerto de todos modos. Comprueba las esquelas, está ahí.

Eso la hizo callar por un corto período de tiempo mientras pensaba lo que
le había dicho.

—Entonces escupe de una vez —dijo finalmente a regañadientes.

—Está bien —Sabía que tenía que ser convincente—. Realmente no me


importa lo que creas que pasó entre Ice y yo. El hecho es que voy a salir
pronto, con la Apelación. Después de eso, ella será toda tuya de nuevo.
Así que… ¿qué tal si hacemos un trato?

—¿Y qué clase de trato haríamos? —dijo ella con el sarcasmo saliendo
de su tono.

—Este sería el trato: te alejas como si nada hubiera pasado y yo no te


delataré a Ice, porque si alguna vez se entera de lo que me has hecho,
puedes descartar lo de vivir lo suficiente para hacer ese sueño tuyo
realidad alguna vez.

Ella simplemente me miró desde donde estaba en el suelo, con los ojos
de color chocolate abiertos de par en par. Podría haber Jurado que vi
una pizca de respeto en ellos. Aun así…

—No me delatarás, ¿eh? ¿Qué te detendría, mmm?

—El código de la prisión. El código de la prisión —repetí—. El de la prisión


que voy a dejar pronto. Ese código de la prisión —Me di cuenta de que
la había desequilibrado. Decidí rematarla metafóricamente—. Además
—le dije sonriendo—, no es como si pudiera ocultarle esto a Ice, ya sabes.
El corte se lo podría explicar, pero la marca del mordisco sería difícil, ¿no
crees? Y teniendo en cuenta que nunca antes le he mentido… —Mi voz
se apagó con guasa, dejando que terminara el pensamiento por sí
misma.
Por supuesto, estaba mintiendo. No había ninguna posibilidad de dejar a
Ice acercarse lo suficiente a mi muslo desnudo como para ver lo que
Cassandra que me había hecho. Era solo una amenaza vacía, pero
Cassandra no necesitaba saber eso. Era mi única baza, además de por
supuesto, el cuchillo que tenía entre las manos. Si Ice alguna vez se
enteraba de lo sucedido, Cassandra terminaría como una mancha de
sangre en la pared. De eso estaba segura.

El cuartito se quedó en silencio mientras Cassandra me miraba


calculadoramente.

—Eres una zorra dura, lo admito.

Algún tipo de placer perverso me llenó ante sus palabras, aunque luché
para no demostrarlo. Estaba disfrutando de este pequeño acto de
dominación demasiado, y me estaba asustando más que la idea de lo
que Ice haría si se enteraba alguna vez de esta aventurita.

—¿Y bien? —le pregunté presionándola para tomar alguna decisión—.


¿Tenemos un trato?

—¿Y si me niego aceptar tu pequeño delirio de grandeza?

—Te haré desfilar por la cárcel a punta de cuchillo. Derecha a la celda


de Ice.

Ella me miró, luego al cuchillo. La punta de su lengua salió para suavizar


sus labios. Sonrió.

—¿De verdad crees que podrías hacerme eso? ¿A mí?

Endurecí la mirada.

—Pruébame.

Pude ver los músculos de su garganta moviéndose al tragar, con el


parpadeo de la luz y la sombra sobre la columna de marfil de su cuello.

—Muy bien —dijo en voz baja—. Aceptaré tu trato —Sus labios se


curvaron en una sonrisa falsa—. Por ahora —Levantó una mano—. Pero
cuando sanen tus lesiones, será tu palabra contra la mía —Su sonrisa se
ensanchó—. Además… no creas que esto ha acabado.

—Créeme, no lo hago.

—Bien, nos entendemos —Mostró su dentadura y se puso ágilmente de


pie, medio haciendo un intento de quitarme el cuchillo, el cual fácilmente
evité. Echando atrás su cabeza y sosteniendo su mano rota contra su
pecho, se rio larga y fuertemente. Entonces agarró el pomo de la puerta
con su mano buena, abrió la puerta y dio un paso hacia el pasillo,
volviendo la cabeza y guiñándome un ojo maliciosamente antes de
desaparecer de mi vista.

Cuando se fue, me quedé allí congelada, muy consciente de pronto del


error que acababa de cometer. Era seguro que para este momento las
guardias habrían descubierto su huida y estarían peinando la prisión
buscándola. Y cuando la encontraran, todo lo que tenía que hacer era
devolverme la pelota, diciendo que la había abordado y amenazado
con un cuchillo, y me meterían en el agujero por Dios sabía cuánto
tiempo. Mis posibilidades de un nuevo juicio se esfumarían como el humo
en un incendio forestal. Y ella se saldría con la suya. Yo era la que tenía el
cuchillo. Mis huellas estaban por todas partes. ¿Y qué si yo era la única
que sangraba? Ya tenía la suficiente experiencia con la defensa y el
ataque como para dar lugar a todo tipo de acusaciones desagradables.
Después de todo, yo era una presa, ¿no?

El cuchillo colgaba sin fuerza en una mano. Escuché con atención a


través de la puerta que se había cerrado después de que Cassandra se
fuera, mi oreja estaba pegada a la madera en bruto astillada.

Después de unos momentos de silencio, oí el sonido de pies corriendo y


gritando, que me decía que las guardias habían encontrado a
Cassandra. Contuve la respiración, con las palmas sudando y mi pierna
palpitante. Estaba asustada. Mi vejiga estaba enviándome un apremio y
crucé las piernas.

El agudo cacareo de Cassandra llenó el aire y casi grité. El cuchillo se me


cayó de mi puño cerrado, repiqueteando contra el frío suelo. El sabor a
cobre de la sangre llenó mi boca al morderme los labios contra el ruido
que se formaba en mi garganta.
—Estaba dando un paseo, señoras. ¿No tiene una chica derecho a un
poco de libertad por aquí?

La risa de Psycho llenó el aire una vez más, consiguiendo atenuar mi


audición mientras se la llevaban de regreso a su celda. Esperé en
absoluto silencio, llena de terror, esperando oír los pasos que estaba
segura de que vendrían por mí.

Pasaron unos minutos que podrían haber durado mundos enteros,


prosperando y reduciéndose a átomos. Mi garganta hizo un chasquido
al tragar. Conté hasta mil en mi cabeza varias veces, lentamente, como
solía hacer cuando jugábamos al fútbol durante el descanso en la
escuela.

—Uno Mississippi, dos Mississippi, tres Mississippi —Yo respiraba contra la


puerta.

Luego conté otra vez, por si acaso.

Los pasos que esperaba, nunca llegaron. Entonces mi vejiga gritó una
advertencia demasiado fuerte para ignorarla. Si no salía pronto de mi
escondite, la sangre en mi uniforme no sería la única mancha que tendría
que explicar.

Agarré el pomo con una mano temblorosa, y me moví lo más despacio


que pude, haciendo una mueca ante el delator sonido de desbloqueo
de la puerta. Abriendo una rendija, me asomé por el pasillo. El silencio
vacío me saludó. Tomando una profunda inhalación, poco a poco, en
silencio, abrí la puerta lo suficiente como para salir, echando una última
mirada de precaución alrededor antes de exponerme. El pasillo estaba
tan vacío como hacía un segundo.

Salí, giré a la izquierda y me dirigí cojeando de vuelta a las proximidades


seguras de la biblioteca. La necesidad de mi vejiga desapareció cuando
estuve a salvo dentro. Calmada por el entorno familiar, encendí las luces
y me dirigí a la esquina detrás del escritorio siempre desordenado de
Corinne. En el estante detrás de él, se encontraba la placa eléctrica, con
la tetera y las bolsitas de infusiones con el surtido de tazas, y una caja
bastante amplia adornada con color blanco y rojo. Se había puesto ahí
después de la última revuelta, y estaba bastante bien abastecido, con
las vendas necesarias, cinta adhesiva, tijeras, peróxido de hidrógeno,
algodones con alcohol y un buen número de medicamentos comunes
de los hospitales, farmacias y en algunos casos, en bibliotecas de las
prisiones. Había incluso jeringuillas para inyectar algo potente, y drogas
ilegales.

Ocultamente en las sombras, rápidamente me quedé en ropa interior,


dejando el uniforme en un charco alrededor de mis tobillos para tomar
un buen primer vistazo de la herida que Cassandra me había hecho. Para
ser franca, era fea. El corte en sí no era profundo. Ya había dejado de
sangrar en su mayor parte, pero la marca de la mordedura era una
historia diferente. En mi muslo, en un vívido tono de rojo, estaba la marca
perfecta de los dientes de Cassandra. La herida punzante parecía un
molde de dentista.

—Jesús —susurré en un juramento mientras tocaba cautelosamente la


herida, viéndola ponerse amarilla antes de regresar al rojo al quitar la
presión. Los pinchazos sangraban lentamente, y supuse que era una de
las pocas cosas buenas de toda la experiencia.

Traté de pensar de nuevo en cuándo recibí mi última vacuna contra el


tétanos, sabiendo muy bien que las mordeduras humanas eran más
peligrosas de lo que las mordeduras de los perros podrían ser jamás.
Entonces me acordé de que recibí una en la sala de emergencias
después de haber sido golpeada por Peter, lo cual, por supuesto,
abarcaba diez años para la protección de la vacuna.

Metí la mano en el kit, cogí la botella de peróxido, la abrí y me eché un


poco en el muslo. El peróxido burbujeó en la herida, y soplé contra ella,
haciendo una mueca por el escozor de mi pierna.

Luego tomé una venda y quité el exceso de líquido, con cuidado de no


tocar la herida.

—Ok, Ángel, ¿qué sigue? Has limpiado la herida. Probablemente


deberías vendarla, ¿no? —Mis palabras susurradas resonaron en el vacío
de la biblioteca. Poniéndome de acuerdo conmigo misma, abrí una gasa
estéril, la puse envolviendo la herida alrededor de mi muslo y la aseguré
con cinta adhesiva.

Luego saqué mi uniforme, haciendo una mueca por la mancha de


sangre que generosamente cubría uno de los muslos. Tenía que
encontrar una manera de disimularla para cuando regresara a mi celda
para la noche.

Sabiendo que la infección era probable que apareciera, no importaba


lo bien que hubiera limpiado la herida, rebusqué entre las píldoras de
Corinne buscando antibióticos. Cuando era joven, había pisado un
clavo, y el médico me dio Keflex. Me imaginé que sería bueno para los
mordiscos, así que cuando vi una botella con ese nombre en la etiqueta,
la tomé junto con otro rollo de vendas y gasas estériles, y algunos
comprimidos como respaldo.

Cuando estaba cerrando el kit de primeros auxilios, sonó la advertencia


para apagar las luces. Miré a mi alrededor rápidamente, cogí el libro más
grande que pude encontrar, y lo sostuve torpemente contra mi pierna,
con la esperanza que cubriera la mancha de sangre el tiempo suficiente
para volver a mi celda. No era muy grande, pero tendría que bastar. Con
suerte no habría demasiada gente en los pasillos.

Me las arreglé para volver a mi celda sin que nadie con el que me
cruzada me echara más que un rápido vistazo. Una vez allí, me quité el
uniforme ensangrentado, lo tiré en el compartimiento para lavar, y me
deslicé entre las sábanas limpias con una sensación de alivio total.

Luego recordando, cojeé hasta el lavabo y me tomé dos pastillas de


antibióticos antes de volver a la cama.

El sueño llegó rápidamente esa noche.

* * *

Al día siguiente fue sábado, y tan pronto como el número de empleados


en la prisión se completó, los sonidos de guardias abriendo las puertas de
las celdas con las llaves haciendo sonar ruidosamente en cerraduras
antiguas, me despertó de un sueño plagado de pesadillas.

Las sábanas estaban empapadas de sudor y enredadas a mi alrededor,


y mientras luchaba por quitármelas de encima, una sombra cruzó la
celda. Miré arriba para ver a Ice de pie allí, con una media sonrisa casi
como disculpándose adornando sus perfectos rasgos. Por mucho que
quisiera verla la noche pasada, no quería verla esta mañana. No había
manera de que pudiera darse cuenta lo que me había pasado, y si se
acercaba lo suficiente, eso era lo que iba a pasar, con seguramente
desastrosos resultados.

Los penetrantes ojos de Ice se estrecharon cuando me estiré para alejar


el cabello húmedo de mi frente. Podía sentir el calor abandonando mi
piel y deseé no temblar.

—¿Estás bien? —preguntó ella entrando en mi celda.

—¡Sí! Sí, lo estoy…

Sus ojos se estrecharon aún más, hasta que brillaron en rendijas azules,
mirando a escondidas por debajo de sus elegantes cejas.

»No, no estoy bien. No me siento muy bien.

Y esa era la verdad absoluta. Mi pierna se sentía hinchada y tensa como


una salchicha cocida. Su palpitación hacía juego con el dolor de cabeza
que golpeaba tras mis ojos. También me las arreglé para olvidar que
cuando yo era jóven, Keflex me había hecho estar violentamente
enferma, matando todas las bacterias buenas en mi tracto digestivo y
dándome una colitis que me hacía rogar a Dios qe me matara y
terminara con mi miseria. La noche anterior, esas mismas oraciones
volaron de camino hacia el cielo.

Ice dio otro paso hacia adelante.

—¿Qué te pasa?

Oh Dios, tenía que preguntarme lo que yo no podía contestar. Bueno,


necesitaba decirle algo.

Rápido, Ángel. Piensa. Algo. Cualquier cosa.

—Calambres —dije finalmente.

Sus ojos se abrieron en compresión, después se estrecharon de nuevo.

—¿Es un poco pronto, no?


Oh, mierda.

—Mmm… sip. Creo que es el estrés —Intenté una sonrisa que sabía que
se vería monótona—. Ya sabes, por mi caso y todo eso.

—¿Estás segura de que es todo lo que hay? Pareces febril.

—A veces eso sucede —respondí tratando de que mi mente confusa


pensara con rapidez—, cuando es muy malo como ahora.

Otro paso y ella estuvo casi al lado de mi cama.

—Podría darte un masaje. A veces aflojar los músculos ayuda.

Me senté rápidamente, ahogando un gemido y tirando de la sábana


hasta la barbilla.

—¡No! No, está bien. Mira… cuando estoy muy adolorida como ahora, no
me gusta que me toquen —Vamos, Ice, capta la indirecta, por favor.
Mentirte me está matando.

Ice se retiró lentamente, con el rostro inexpresivo.

—Está bien —Se cruzó de brazos con la incredulidad mostrándose


claramente en su rostro—. ¿Hay algo que pueda hacer?

—No. Espera… sí. Hay algo. Mmm… A veces la leche me hace sentir
mejor. ¿Podrías bajar a la cafetería o al economato y traerme un poco?

Estaba teniendo la esperanza de que la leche pudiera ayudar a cubrir mi


estómago para que al menos tolerase el antibiótico que necesitaba.

Ella sonrió levemente.

—Sí. Puedo hacerlo.

Contuve un suspiro de alivio. Dos pájaros de un tiro. Al menos


temporalmente.

—Genial. Gracias.
Ella asintió con esa calculadora expresión todavía en sus ojos, luego se
volvió y salió de la celda. Cuando se hubo ido, me dejé caer hacia atrás,
contra la pared.

Maldita seas, Prycho. Maldita seas tú y tus locas obsesiones. Maldita seas
por hacerme mentirle de esta manera. ¿Por qué no puedes dejarnos en
paz?

Me sequé las lágrimas, me levanté las sábanas y rápidamente desenvolví


el vendaje que cubría mi muslo. El área alrededor de las marcas de la
mordedura era de color rojo y púrpura, hinchado y caliente al tacto. De
la herida supuraba un líquido amarillento que debía ser una infección. Al
menos la herida de cuchillo parecía estar curándose sin problemas. Hasta
ahora.

Ice regresó justo cuando estaba dando los toques finales a mi vendaje.
Dejando caer rápidamente la sábana sobre mi cuerpo, conseguí esbozar
una sonrisa al entrar en la celda cargando cartones de leche de cuarto
de litro. Ella me devolvió la sonrisa mientras dejaba los otros dos en la
mesita de noche. Abriendo una de las cajas de cartón, me bebí todo el
contenido en un par de tragos. Estaba fría, suave y refrescante, sobre
todo con mi cuerpo deshidratado.

—Dios, que rica —dije limpiandome la boca con el dorso de mi mano.

Sonriendo, Ice se inclinó ligeramente y me limpió un rastro de leche de mi


labio superior con el pulgar.

—Te ves mejor sin bigote —dijo bromeando.

Logré una débil sonrisa, que fue interrumpida por un bostezo enorme.

—Dios, supongo que estoy más cansada de lo que pensaba.

—Pareces echa polvo —concordó alcanzando mi pelo y apartándomelo


de los ojos—. Además estás muy caliente. No estarás enferma de nuevo,
¿verdad?

Sentada en la cama, una vez más, le di mi mejor mirada convincente,


que probablemente no sería tan convincente a decir verdad.
—No, me siento muy bien. Sólo es el dolor por esos malditos calambres.
Debería estar bien mañana, o a más tardar el lunes —Que por supuesto
era otra mentira en un discurso llena de ellas. Aunque tenía la esperanza
de que la infección se hubiera ido para el comienzo de semana, sin duda
no estaría bien. En especial, no tan bien como la presencia de Ice
requería en mi confuso cerebro.

Me tensé cuando agarró la sábana, pero me relajé cuando simplemente


tiró más de ella para arroparme antes de darme un beso en la frente.

—Bien. Tengo que tratar algunas cosas con Critter y Pony. Intentaré volver
esta noche y enviaré a alguien para echarte un ojo de vez en cuando,
¿de acuerdo?

—No. Está bien. Voy a estar bien. De verdad. Según me siento,


probablemente voy a dormir hasta mañana de todos modos.

Volví a bostezar para hacer mi historia convincente. Le lancé una sonrisa


mientras se enderezaba, jugando con la sábana por un breve segundo
antes de retroceder.

—Volveré esta noche para echarte un ojo. Y te enviaré a alguna de las


Amazonas durante el día solo para asegurarme de que no necesitas
nada.

Le di un suspiro excesivamente dramático.

—Oh, bien, aspirante a Sra. Alcaidesa.

Ella me dio sus propia fingida expresión afligida a cambio.

—Está bien. Sólo por eso enviaré a Critter aquí a cada hora con un
termómetro y un poco de lubricante para tomarte la temperatura… de
la manera correcta —Sus ojos brillaron con regocijo.

Tragué saliba.

—Voy a estar bien —chillé.


Guiñándome un ojo, me dio una de sus grandes sonrisas y me dejó
deslumbrada.

—Sé que lo estarás. Dulces sueños, mi Ángel. Siéntete mejor pronto.

¿Dolor? ¿Qué dolor?


Capítulo 15

M
ilagrosamente, supongo, me las arreglé el sábado y el domingo
sin mayores incidentes. La leche hizo su trabajo, lo que me
permitió mantener los antibióticos, que a su vez, hicieron su
trabajo disminuyendo la hinchazón, el enrojecimiento y el dolor de mi
pierna, que para el lunes por la mañana, hicieron que la mordedura y la
herida del cuchillo estuvieran sanando bien, y tuve la oportunidad de
vestir de nuevo mi uniforme sin que se notara el bulto.

Aun así, después de que las puertas se abrieran para el día, esperé unos
minutos adicionales para estar segura de que Ice estuviera de camino al
taller de reparación en vez de venir a iniciar mi lunes. La mujer tenía un
sexto sentido para las cosas, y sabía que este fin de semana había
desgastado mi credibilidad al límite, si es que ella me había creído algo
en absoluto.

Después de un desayuno solitario, me dirigí a la biblioteca. La tensión que


había mantenido durante el fin de semana, regresó como una venganza.
Estoy segura de que en realidad nunca se fue, pero la paz de mi celda
solitaria me mantuvo en aguas tranquilas durante el fin de semana.

Mientras caminaba, conté nada menos que quince incidentes


separados, en su mayoría de discusiones entre guardias, presas, y
guardias y presas. Afortunadamente, ninguno de los que vi llegó a
mayores. Aunque me sentía mucho mejor, todavía no estaba lista para
poner a prueba mi curación tratando de separar a dos mujeres enojadas
con ansias de dañarse.

Mientras entraba en el santuario de la biblioteca, suspiré con alivio.


Corinne me saludó con una sonrisa. Se apresuró hacia la mesa y se sentó
a mi lado con las manos cruzadas sobre la madera y expresión
expectante.

—¿Y?

La miré confundida.
—¿Y qué?

—¿Cómo te sientes?

—¿Bien?

Ella sonrió.

—Bien. Eso es bueno.

Entrecerré los ojos hacia ella.

—¿Qué está pasando, Corinne?

Ella también entrecerró sus ojos.

—¿Qué quieres decir, Ángel?

—Muy bien —escupí—. Suéltalo. ¿Por qué todos en esta maldita prisión
actúan como si tuvieran la necesidad de una buena terapia y por qué
estás ahí sentada como si acabas de comerte al canario?

—En realidad, me di cuenta de que las nativas se están poniendo un


poco inquietas, ahora que lo mencionas —comentó Corinne ajustando
sus gafas—. Sin embargo, no sé por qué.

—¿No? —le pregunté sorprendida por tal admisión—. ¿La mujer que sabe
cuando alguien va a estornudar antes de hacerlo? ¿La gran Corinne,
Oráculo del Pantano?

Ella frunció el ceño.

—Soy casi la perfección personificada, Ángel.

Me reí.

—Vas a tener que bajarte de la nube, Corinne.

Cruzando los brazos sobre su abundante pecho, Corinne me dio su mejor


mirada ofendida.
—Está bien. Si no quieres escuchar las buenas nuevas, que déjame
decirte, mantengo a salvo de las hordas de narices inquisitivas solo para
ti, entonces puedes apretar el culo y largarte de mi biblioteca.

Para ahora ya conocía a Corinne por más de cuatro años, y podía decir
en general, cuándo su dolor era real o ficticio. Por la mirada en sus ojos,
sabía que me estaba tomando el pelo, al igual que generalmente hacía.
Aun así, me decidí a hacer lo honorable y ceder. Además, realmente
quería saber cuál sería la buena noticia.

—Por favor, Corinne —comencé con tanta docilidad en mi voz como


podía sin reírme—. Lo siento mucho si te he ofendido con mi actitud. Por
favor, di que me perdonas.

—Ohhhh, eres buena, Ángel.

Sonreí.

—Gracias. Ahora, ¿cuál es la noticia? ¿O es que me quieres de rodillas,


suplicando?

—No me tientes, hija. Solo verte en esa posición casi me haría merecer la
pena que Ice me cortara en pedacitos —Sus ojos oscuros se llenaron de
alegría.

—¿Corinne? ¿La noticia, por favor?

Sonriéndome, rebuscó entre su chal y los pliegues de su traje, sacando un


pedazo de papel con su mano.

—El sábado por la mañana, Phyllis vino a buscarte para una llamada
telefónica. Ice ya te había ido a ver y nos dijo que estabas un poco mal,
así que le pregunté a Phyllis si yo podía tomar el mensaje. Ella aceptó, y
poco después regresó con esto —Sostuvo el papel burlonamente, con las
palabras impresas solo para sus ojos.

Gimiendo de frustración, lancé mis manos al aire.

—¡Vamos, Corinne!
Ella vio mi gemido y lanzó un suspiro dramático.

—Oh, está bien. Así sea. Toma.

Ella dejó la nota en la mesa para mí.

—Gracias —le respondí con cortesía forzada mientras cogía el papel y le


daba la vuelta. Impreso en un cuadro blanco en negrita, cortesía de
Corinne, había dos sencillas palabras: ¡lo logramos!

Inclinando mi cabeza por la confusión, miré hacia atrás a mi amiga, que


estaba tratando, sin éxito, de reprimir una sonrisa.

—¿Quién logró qué? —pregunté—. Corinne, ¿de quién es este mensaje?

Corinne mostró su sonrisa.

—De tu abogada, Ángel. Era Donita. No dio más información, pero Phyllis
dijo que le había pedido que se asegurara de que la llamarías cuando te
sintieras mejor.

—¡Y este sería el momento! —Sonriendo como loca, me puse de pie con
la nota impresa arrugada entre mis manos. Con un grito que casi provocó
a Corinne un ataque al corazón, salí de la biblioteca corriendo.

* * *

Cuando volví, mi color era brillante, mi pecho estaba alterado y mis ojos
estaban mojados con lágrimas de felicidad. Casi dejé boquiabierta a
Corinne mientras la envolvía en un abrazo de oso, sacándole las gafas
de su nariz y haciendo que colgaran de su cadena de plata alrededor
de su cuello.

Le planté un gran beso en la mejilla, y luego la solté riéndome.

—Bueno, espero ser portadora de buenas noticias más a menudo —dijo


ella divertida tocando su mejilla y con una sonrisa aturdida hacia mí.
—¡Me siento genial! —Elevé mis brazos al cielo y giré por la biblioteca,
esquivando los muebles y lectoras solo por suerte—. ¡Lo consiguió!

Mi amiga me sonrió con paciencia, de modo generalmente reservado


para los niños de dos años de edad que esconden la cartera de su madre
y no poseen la capacidad verbal para explicarle dónde podría estar.

—Creo que todos nos hemos dado cuenta de eso a estas alturas, Ángel.
La pregunta sería, ¿qué logró?

—Donita habló con el juez el viernes por la noche. Después de ver las
pruebas, ¡aceptó revocar el veredicto!

—¡El cielo bendice a los persistentes! —Corinne respiró juntando las manos
sobre su pecho—. Ángel, ¡esa es una noticia maravillosa!

Estaba sonriendo tan fuerte, que pensé que mi cara se rompería.

—Lo sé. Dios mío, ¡estoy tan emocionada!

—Entonces, ¿cuándo te liberan? —preguntó una de las presas desde su


sitio cerca de las estanterías.

—Bueno, mi abogada y el juez hablaron con el fiscal del distrito, pero él


se niega a retirar los cargos. Cree que a pesar de todo, todavía tiene
caso en mi contra.

—¿Y qué hay de una fianza? —preguntó otra presa.

—Donita y el fiscal no pudieron ponerse de acuerdo en una. Le dije que


está bien, sin embargo. No me importa estar aquí hasta el nuevo juicio —
Me encogí de hombros—. No tengo ningún otro sitio a donde ir de todos
modos.

—¿Han fijado la fecha del juicio? —preguntó Corinne.

—Donita dice que probablemente será en un mes o dos. Tienen mucho


trabajo, pero está trabajando con cosas del tipo manipulación del
Jurado, perjurio de los testigos oculares, encarcelamiento injusto y
demanda. Está bastante segura de que mi turno llegará pronto.
Esta vez fue Corinne la que me envolvió en un abrazo de oso. Totalmente
aturdida, de buen grado me apoyé en su redondez, percibiendo su olor
a tinta y papel, y a té.

—Debo estar soñando —le susurré.

—No, no lo estás, dulce Ángel —Liberándome, Corinne me tomó


suavemente de las mejillas y besó cada una de ellas y después me besó
en los labios. Luego sonrió y me alejó—. Esto es real. Disfrútalo. Dios sabe
que lo mereces.

—No puedo creer lo que está pasando. Aún no puedo creérmelo. Dios —
Miré alrededor con desesperación—. Tengo que ver a Ice. Tengo que
darle la noticia.

Corinne dio un paso adelante, una vez más, poniéndome la mano en mi


brazo.

—Esa no es la mejor idea en este momento.

Un escalofrío de miedo se deslizó por mi espina dorsal.

—¿Por qué no?

—Digger vino a buscarme cuando estabas fuera hablando con Donita


hace un momento. Al parecer, Ice está en otra discusión con el Alcaide.

—¡Oh, no! ¿Por qué?

—Digger no lo sabía. Lo único que dijo fue que escuchó muchos gritos.
Cree que tendrá que ver con un trabajo de algún tipo, pero no está
segura.

—¿La han mandado al calabozo? —Mi corazón se detuvo mientras


esperaba la respuesta.

—No. Volvió al taller, pero yo esperaría. Digger dijo que nunca la había
visto tan enfadada como cuando salió de la oficina. Dijo que casi arrojó
a otra presa contra la pared mientras salía.

—Será mejor que vaya a hablar con ella.


—Sería mejor que esperaras, Ángel. Dale la oportunidad de tranquilizarse.

Antes de poder seguir discutiendo, un grito sonó desde fuera de la


biblioteca. Dando un brinco, me lancé fuera de la biblioteca, siguiendo
el sonido del grito a la plaza de la prisión.

A medio camino del centro de la plaza, me detuve y seguí la mirada de


la multitud hacia arriba.

—Oh, mierda —susurré avanzando a través de la multitud.

Allí, en el segundo piso, con Pony a la izquierda y Phyllis a la derecha,


había una presa que no había visto antes, subida a la barandilla de hierro.
Casi detrás de ella, con el rostro presionando con fuerza contra los
barrotes de la puerta del cierre de segregación, estaba Psycho,
sonriendo maliciosamente.

La multitud se abrió de repente, y me choqué contra Critter, que estaba


de pie casi debajo de la pasarela, estirando su cuello casi del todo
mirando hacia arriba. Di un paso hacia atrás para poder apreciar más
fácilmente la situación.

La mujer parecía de mi edad, o tal vez un poco más joven, con una
silueta regordeta, bien redondeada, con el pelo rubio y lacio y gruesas
gafas. Su cara redonda era blanquecina y brillante por el sudor. Tenía ojos
grises abiertos de par en par detrás de las gafas, dándole una expresión
absolutamente aterrorizada.

Vi cómo Pony daba un paso adelante con cuidado. La mujer sacó un


brazo, casi cayéndose de la barandilla.

—¡No te muevas! ¡Voy a saltar! ¡Lo juro! ¡Ni un paso más cerca!

Psycho se carcajeaba.

—¡Oh, por favor, salta pescadita! Alegrarías mi día. Porque si lo intentas


con fuerza, apuesto a que incluso podrías romperte un tobillo o dos en tu
caída… Desde el segundo piso.
—¡Cállate! —La mujer gritó, lanzando su puño y golpeando las manos
sobre sus oídos. Su cuerpo se tambaleó de nuevo, y se deslizó
rápidamente por un asidero, todavía a caballo entre las barras de
hierro—. ¡Sólo cállate!

Cassandra se continuó riendo, sacudiendo los barrotes de su jaula sólo


para asustar a la chica un poco más, lo cual consiguió.

—¿Cómo se llama? —le grité a Critter para que me oyera por encima de
la risa de Psycho.

Mi amiga se giró hacia mí.

—No lo sé. Nunca la había visto antes.

—Mierda —Miré a Pony, quien se encogió de hombros. Phyllis también me


miró. Su expresión era inalterable, decidida.

Después de lo que pareció una eternidad, la risa de Cassandra se redujo


y vi mi oportunidad de preguntar.

—¿Cuál es tu nombre? —le grité a la chica de la barandilla.

Sorprendida, ella me miró y a la multitud reunida en la plaza, como si nos


viera por primera vez. Apretó su agarre en la barandilla, con los labios
apretados.

Le sonreí cálidamente.

—Vamos. Puedes decírmelo. ¿Cuál es tu nombre? Yo me llamo Ángel.

—Yo… mi… Mi nombre es Iris —susurró.

—¡Habla alto, querida! —Se burló Psycho, con la voz increíblemente


alegre resonando en la plaza silenciosa—. Si montas un espectáculo,
tienes que dejar a toda la audiencia escuchar tus líneas.

—Está bien, Iris —dije con calidez—. Te he oído. ¿Me puedes decir por qué
estás ahí arriba?
—¡Sí, dínoslo, pescadita! Cuéntanos a todas tu problemita. Nos gustaría
mucho escucharlo.

Iris volvió la cabeza hacia Psycho.

—¡Cállate! —gritó—. ¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate!

Mientras Cassandra aullaba de risa, una vez más Pony se acercó hacia
su celda. Iris captó el movimiento y cambió de posición, casi deslizándose
de la barra superior.

La muchedumbre entera contuvo el aliento.

La chica se las arregló para agarrarse en el último momento, y


rápidamente colocó su cuerpo de nuevo en la barandilla, todavía a
horcajadas con un pie en el peldaño más abajo.

—¡Quédate atrás! —le gritó a Pony.

Pony se detuvo bruscamente mientras Cassandra abría la boca de


nuevo.

—¡Cierra la boca, Psycho!

—Vas a reunirte con tu Creador por eso, Chica cabalgadora —gruñó


Cassandra, sacudiendo su jaula una vez más.

—Recuerda que me haga pis en las bragas después, Psycho. Por ahora,
solo cierra la puta boca.

—Oblígame, perra.

La intención de Pony, fue interrumpida por otro grito de Iris. Se quedó


inmóvil una vez más, sus pies entre Cassandra y la chica. Dejando
escapar un suspiro, se alejó lentamente mostrando sus manos vacías.

—Muy bien —murmuró con dulzura—. Está bien. No voy a hacerte daño,
¿ves?
—Iris —dije dirigiendo la atención de la aterrorizada mujer hacia mí de
nuevo—. Por favor, ¿por qué quieres hacer esto? Tiene que haber algo
que podamos hacer.

—¡Ella tiene razón! —gritó Iris señalando con una mano temblorosa a
Psycho—. ¡Todo es culpa suya!

Cassandra volvió a reírse.

—¡Dos semanas atrapada dentro con ese… ese… monstruo! ¡No me deja
dormir, no me deja comer! ¡Me amenaza cada minuto del día! —Las
lágrimas corrían por su cara, agrandando sus ojos aún más—. Y por las
noches… ¡Cada noche, mete esa maldita y horrible rata suya en mi
celda!

Mientras escuchaba a la histérica mujer, pude ver por mi rabillo del ojo,
la sonrisa maligna de Psycho. Cuando se alejaba de la puerta, extendí
una mano y agarré a Critter, tirando de ella hacia mí.

—Ve a buscar a Ice —le susurré.

—¿Qué?

—Ve a buscar a Ice. Ahora. Debería estar en el taller. Date prisa.

Critter asintió y luego se alejó corriendo por la plaza y el pasillo que


conducía a los talleres. Alejé mi visión de ella cuando sonó otro grito
desgarrador.

No tuve que estar en la zona cero para saber que Heracles acababa de
hacer acto de presencia. Iris saltó en la barandilla casi como si estuviera
haciendo surfing. Su cuerpo se balanceaba violentamente a ambos
lados, mientras trataba de mantener el equilibrio, todo el tiempo mirando
al suelo y gritando sin parar.

—¡Aléjalo de mí! ¡Dios, aléjalo de mí!

La vibrante voz de Cassandra podía escucharse fácilmente a través de


sus gritos de pánico.
—¡Sí, pequeño Heracles. Muérdela. Muerde sus piernas, Heracles. Sácale
los ojos! ¡Ataca! ¡Ataca!

La mujer bramaba con risa demente mientras Heracles se deslizaba


adelante y atrás por el borde de la pasarela, con sus largos bigotes
contrayéndose con emoción animal.

Gritando, Iris perdió el equilibrio, con los pies saliendo de la barandilla y


hundiéndose en la parte exterior. Se las arregló para agarrarse a la parte
superior con sus codos, y pateó a la rata cuando se acercaba a explorar
su nuevo premio.

Desde mi punto de vista, desde abajo, supe que este era el momento de
atacar, pero también me di cuenta, de que Pony y Phyllis estaban
congeladas en sus sitios, viendo la situación que se estaba llevando a
cabo. Quería gritarles para que salieran de su parálisis, pero justo cuando
abrí la boca, Iris consiguió enganchar una pierna un peldaño más abajo,
y tiró de ella hacia atrás sobre el carril, todavía gritando de terror.

Phyllis se sacó la porra y la levantó por encima de su cabeza, con los ojos
fijos en Heracles.

—¡Llámalo, Cassandra! —gritó—. ¡Lo mataré si no lo haces!

Esa amenaza cortó la risa de Cassandra inmediatamente.

—¡No te atreverías, puta! —se burló ella.

—Pruébame, Cassandra. ¡Llámalo, ahora!

Hubo un momento de vacilación en Psycho, hasta que finalmente suspiró.

—Oh, está bien. Esta prisión es muy aburrida —silbó—. Ven aquí, pequeño
Heracles. Vuelve con mamá, ¿sí? —Al parecer, sin embargo, Heracles
estaba demasiado encariñado con su nueva libertad, porque ignoró las
súplicas de su ama, prefiriendo pasar de los gritos de la mujer hacia él,
con su color marrón y sus ojos pequeños y brillantes pareciendo observar
todos los ángulos—. ¡Heracles! Eres un niño travieso. ¡Vuelve aquí ahora
mismo!
Un destello naranja captó mi atención, y cuando giré la cabeza, vi a Ice
subiendo las escaleras de cuatro en cuatro, con el pelo ondeando tras
ella como una nube de tinta. Las miradas de todo el mundo se dirigieron
a ella. Incluso Iris dejó de gritar.

Cassandra sonrió con lo que parecía ser alivio.

—Oh, Ice, ahí estás. ¿Serías tan amable de coger a mi pequeño Heracles
por mí? No parecer querer escuchar a su mamá hoy.

Al llegar a la pasarela, Ice se cruzó casualmente de brazos y sonrió,


levantando la ceja en dirección a Cassandra.

—Parece que tu pequeña mascota ha desarrollado un problema de


actitud.

La sonrisa de Psycho se amplió.

—Oh, entonces tenemos algo más en común, ¿no crees? —Ice


simplemente la miró fijamente. Mis músculos se tensaron cuando un mal
presentimiento se apoderó de mí—. Parece que tu mascota también ha
desarrollado un problema de actitud, ¿no es así, Ángel?

Sus palabras se hicieron eco como una sentencia de muerte a través de


la plaza. Ice me miró inquisitivamente. Yo me quedé congelada.
Cassandra se rio.

—¿Significa que no se lo dijiste, Ángel? ¿En realidad mantuviste tu


palabra? ¡Oh, es una ricura!

—Escúpelo, Cassandra —ordenó Ice—. ¿De qué estás hablando?

Quise gritar, vocear, caer de rodillas en un ataque de epilepsia… algo


para cortar este tema por lo sano. Por un breve segundo, me encontré
rezando para que Iris, la que inició todo esto, acabara saltando y nada
más pudiera decirse.

Mi plegaria no fue escuchada, incluso Iris parecía atrapada por el nuevo


giro de los acontecimientos tanto como las demás.

—¡No puedo creer que no te contara nuestra pequeña aventura, Ice!


—Cassandra…

—Oh, está bien. Si recoges a mi pequeño y dulce Heracles te lo contaré


—Metiendo sus brazos a través de los barrotes, unió sus manos
casualmente—. Vamos a ver, creo que fue el viernes cuando yo ya
estaba harta de esta nueva pescadita y su incesante lloriqueo, así que
decidí dar un paseo. No muy lejos en realidad, solo una oportunidad de
estirar las piernas y ver lo que estaba pasando, ese tipo de cosas.

—Supongo que vas a llegar a algún lado, ¿no?

—Oh, sí. No temas. Verás, ocurre que por alguna extraña razón acabé
llegando a la biblioteca, cerrada y con las luces apagadas. Claro, como
estoy todo el día encerrada en mi miserable celda, he sido privada del
gran placer de conocer ese bastión de aprendizaje en carne y hueso,
por así decir, y quería la oportunidad de conocer a la gran Corinne —
Suspiró dramáticamente—. Pero por desgracia, ya era la hora del cierre
y nuestra bibliotecaria estaría de camino a su celda, me temo —Entonces
juntó las manos con una expresión de alegría casi beatífica en su rostro—
, pero no salí decepcionada. Oh, no, Porque en vez de a la gran Corinne,
me conseguí a la maravillosa ayudante, Ángel.

La expresión de Ice se convirtió en piedra. Cassandra rio. Las reclusas y


guardias, incluyendo a Iris, se giraron a mirarme. Quería correr. Me quería
ocultar. Pero no pude. Mi cuerpo se negó a las órdenes de mi mente. Me
quedé congelada en un mar de miseria.

»Así que, la invité a entrar a uno de los armarios de pintura. Ya sabes, solo
para charlar —Se encogió de hombros.

—¿Qué pasó? —La voz de Ice estaba desprovista completamente de


toda emoción. Supe en ese momento cuán enojada estaba.

Cassandra frunció el ceño.

—¡La pequeña puta me desarmó!

Algunas de las presas se echaron a reír. Hubo algunos aplausos también.


Cassandra gruñó en voz alta.
—¿Y?

Con su humor de locura restaurado, Psycho sonrió de nuevo.

—Bueno, no me doy por vencida sin luchar. Me las arreglé para cortarle
la pierna antes de que pudiera tirar mi cuchillo lejos. Pero eso no fue todo.
Me lancé a por mi bonito cuchillo y ella ¡me pisó la mano! —Levantó la
mano en cuestión. Me di cuenta con culpa y satisfacción a partes iguales
de que su mano estaba hinchada y amoratada—. Realmente deberías
golpearla por su impertinencia, Ice —dijo en un tono bajo, que sin
embargo, llegó a todos los oídos. Hubo algunas risas sobre ese
comentario en particular. Ice, sin embargo, se mantuvo impasible—. De
todos modos, como cualquier buena psicótica, tomé mi mejor opción.

—¿Y eso qué significa?

—La mordí.

—¿!Qué hiciste qué!?

—La mordí. Justo en uno de sus deliciosos muslos —Se interrumpió


abriendo mucho los ojos, como demostrando una fingida sorpresa—.
¿Quieres decir que no te lo mostró? ¿No se lo viste cuando follasteis como
conejas? Sé que dejé marca. Incluso pude degustar su sangre a través
de la tela de su uniforme —Rodando sus ojos, se pasó la lengua por los
dientes delanteros lentamente, con su cuerpo en éxtasis. Las manos de
Ice se apretaron lentamente. Pude ver los músculos y tendones en su
cuello sobresalir. Estaba segura de que iba a lanzarse a los barrotes que
separaban a Cassandra dentro de la unidad de segregación. Pero no lo
hizo. Se le quedó mirando.

—¿Qué pasó después? —Su voz eran tan suave, que tuve que esforzarme
para oírla.

—Hicimos un trato.

—¿Cuál?

—Yo no lucharía contra ella por el cuchillo que ahora sostenía en mi


cuello, y a cambio ella no te contaría lo que pasó entre nosotras.
Oh, por favor, mírame Ice. Por favor, mírame y ve cuánto lo siento, Por
favor.

Pero ella no me miró. E incluso si por algún milagro lo hacía, supe que no
me escucharía. Nunca la había visto tan enfadada como en ese
momento. Sentí como si hubiera perdido mi mundo entero.

—¿Por qué iba a hacer un trato así? —preguntó Ice casi retóricamente.
Pero Cassandra como siempre, tenía lista una respuesta.

—¿No es obvio, querida Ice? Porque sabe que tú y yo somos tal para cual.
Irredimibles. Sabía que si te lo contaba vendrías a intentar matarme sin
pensártelo dos veces. Y así es como debe ser. ¡Es lo que somos! —Ella
ladeó la cabeza con una mirada que parecía compasión en sus brillantes
ojos—. Oh, vamos, Ice. ¿No creerás que ella cree de verdad todo lo que
dice sobre el bien todos los días, no? Acerca del valor de tu alma. ¡Claro
que no! Sabe que nunca serás nada más de lo que eres ahora. Una
asesina a sangre fría —Sonrió—. ¡Como yo! Por eso somos tal para cual.
Por eso yo nunca te mentiré, Ice. Yo sé quién eres.

Pude ver que Ice sacudía la cabeza lentamente, aunque las lágrimas
habían desdibujado mi visión. Quería gritar para negar las palabras de
Cassandra, pero mi garganta no podía abrirse lo suficiente para que las
palabras salieran.

»Que ella te ocultara sus lesiones prueba mi punto, Ice. Sus palabras son
solo palabras. Después de todo, eres una buena guardaespaldas —Ella
me miró de reojo—. Y una amante maravillosa —Se encogió de
hombros—. Y si tiene que mentirte para hacerte sentir bien contigo
misma, bueno, no es un mal modo de retornar su inversión.

A través de mi visión vacilante, pude ver todo el cuerpo de Ice comenzar


a temblar, como si cayera en algún tipo de parálisis cerebral. Eso me sacó
de mi estado de congelamiento. Inducida por el terror, reuní mi fuerza
para correr hacia las escaleras. Dos cuerpos cerraron filas para
prohibirme pasar. Mirando hacia arriba, vi a Critter y a Sonny de pie
delante de mí, con los brazos cruzados contra el pecho, y expresiones de
piedra como la de Ice.

—¡No es así! ¡No es por eso por lo que lo hice!


Todas las cabezas se giraron hacia mí, pero en ese momento, yo no les
importaba. De alguna manera, había traicionado a la mujer que amaba
más que a mi propia vida.

Necesitaba hablar con ella, tenía que explicarle lo que pasaba por mi
mente cuando tomé la decisión que tomé para callarme lo que pasó. Yo
creía en la bondad de su corazón. No era palabrería. Nada lo era. Mi
creencia en ella era tan profunda como la piedra madre de la Tierra.

O, ¿no?

¿Podían ser las palabras de Psycho ciertas de algún modo? No, no podía
ser.

—¡Ice! ¡Por favor! ¡Escúchame! ¡Por favor!

En una fracción de segundo en el que mi grito desvió toda la atención,


Ice se movió rápido y agarró a Iris lanzándola a los brazos de una
sorprendida Phyllis. Entonces vi cómo se agachaba y recogía a Heracles,
echándole a través de los barrotes de una extática Psycho.

Luego saltó al otro lado de la pasarela y bajó las escaleras, saltando por
encima de la barandilla antes de bajar de la tarima y correr de vuelta al
taller de autos.

Me eché a correr tras ella, pero fui detenida de nuevo por el agarre en
mis codos.

—¡Soltadme! —grité luchando para liberarme.

—Vuelve a la biblioteca, Ángel —dijo Sonny.

—¡No! !Tengo que ir tras ella después de las mentiras de Psycho! ¿No lo
entiendes? Tengo que explicárselo. ¡Por favor! ¡Por favor, te lo ruego!

El rostro de Critter se suavizo un poco.

—Vuelve a la biblioteca, Ángel. Ice está demasiado enfadada para


escuchar ahora. Deja que se calme un poco.

Miré a Sonny, que asintió de mala gana, al parecer.


—¿Estás segura? —le pregunté sorbiendo mis sollozos.

Mi amiga sonrió ligeramente.

—Sí. Estoy segura. Simplemente deja que se calme. Creo que pronto se
dará cuenta de quien vienen esas palabras. Después de todo, es obvio
que Psycho tiene su propia agenda en lo que se refiere a Ice. Solo dale
un poco de tiempo, y estoy segura de que estará lista para escucharte.

La expresión en el rostro de Critter, también me dejó saber, que sería


mejor que tuviera una muy buena excusa preparada.

Miré por encima de sus hombros, por el largo y vacío pasillo, deseando
que Ice apareciera. Cuando eso no sucedió, finalmente asentí.

—Está bien. Esperaré. Aunque si no te importa, prefiero hacerlo en mi


celda. No creo que pueda hacer frente a Corinne en este momento.

Ambas mujeres asintieron, y me dieron apretones de ánimos,


separándose para permitirme caminar por las escaleras hacia mi celda.

No volví a ver a Ice ese día. Tampoco nadie a quien pregunté, o incluso
rogué. Era como si ella hubiera desaparecido del planeta.

Me pasé la noche, antes del cierre, en un pánico total, medio esperando


que las alarmas sonaran, pero no lo hicieron. Pasé la noche paseando
por los diminutos confines de mi celda hacia la celda de Ice, asustando
a las guardias mientras me acercaba a ellas para suplicarles información
sobre dónde estaba Ice, y vomitando en el lavabo.

Me puse de rodillas, suplicando a Dios que la encontrara y pudiera


explicarle mi versión de los hechos. No escuchó mis ruegos.

Fue así, en la parte más oscura de la mañana, cuando mi agotamiento


inducido por el dolor, finalmente se apoderó de mí, y me quedé dormida
en una almohada empapada de lágrimas de dolor y vergüenza.
Capítulo 16

E
staba soñando.

Lo sabía. Pero ese conocimiento no me ayudaba. La culpa que


sentía me acompañaba en mi subconsciente, donde se asentaban mis
ideas.

Mi sueño estaba lleno de escenas judiciales. En él, yo estaba en un


enorme estrado, sentada en una silla muy gigantesca, mirando a la silla
de una jueza que parecía tan alta como un rascacielos. Corinne, por
alguna razón, siempre era la jueza y lucía una peluca blanca que una
vez leí que los jueces ingleses aún usaban. Ella decía una sola palabra, y
la repetía continuamente: ¡Culpable! ¡Culpable! ¡Culpable!

Y en frente a mi silla, según podía ver, estaban mis acusadores, vestidos


con disfraces. Los primeros eran mis padres, que por razones psicológicas
enrevesadas iban ataviados con trajes como el rey Luis XIV y María
Antonieta. Llevaban enormes martillos que golpeaban repetidas veces
en los posa-brazos gigantescos de mi silla, enumerando mis crímenes por
ser una hija horrible y una decepción para la familia.

¡Culpable!

Luego venían mis compañeros de la escuela primaria, haciendo


acusaciones que iban desde el maestro de mascotas (lo que yo era), a
ser un ladrón de guante blanco (lo que no era).

¡Culpable!

Peter era el siguiente. Sin embargo, a diferencia de los otros, no llevaba


disfraz. Mi marido asesinado iba desnudo. Su piel lucía pálida y lívida por
la muerte. Tenía la cabeza de forma extraña y la sangre corría por sus
oídos como una especie de sangre derramada. Apestaba a formol y
alcohol. Se inclinaba hacia mí, con su pútrido y fétido aliento en mi cara
y cabello, y cuando empezaba a hablar, utilizaba las mismas palabras
que había usado la noche en que trató de violarme. Su voz y su forma de
hablar eran abrumadoramente agresivos, y por un momento, yo me
sentía en esa situación en la realidad de nuevo. Podía sentir mi mano
buscando hacia abajo, al arma que ya no estaba ahí.

—¡Esto no está pasando! —gritaba en mi sueño.

¡Culpable!

—¡No eres real! ¡No puedes hacerme daño nunca más!

¡Culpable!

—¡Estás muerto! ¿No lo entiendes? ¡Estás muerto! ¡Te maté!

¡Culpable! ¡Culpable!

—¡Por favor, Peter! ¡Detén esto! ¡Ya no quiero hacerte daño! ¡Por favor,
basta! ¡No quiero hacerte daño nunca más! ¡Por favor, solo… quédate…
muerto!

Silencio.

Del tipo que te dan ganas de gritar solo para llenarlo con algo. Del tipo
que te hace saber exactamente cómo se siente ser enterrado a dos
metros bajo tierra.

Cerré los ojos con fuerza, frotándomelos y tratando de despertar. Cuando


los abrí de nuevo otra vez, Peter se había ido. Corinne se había ido. Toda
la habitación estaba vacía excepto por mí, mi silla y… Ice.

Vestida como en nuestro aniversario, con seda azul y una rosa en la


mano. A diferencia de los demás, ella no me acusaba, no se rebajaba,
no me exigía una explicación. Simplemente, me miraba, sosteniendo una
flor roja perfecta. Pero sus ojos, Dios, estaban vacíos. Al igual que los ojos
de una muñeca, peor que cuando había regresado de aislamiento.

Por primera vez durante este sueño, lloré. Extendí la mano para aceptar
la rosa, pero estaba muy lejos.
—Perdóname, Ice —Lloré—. Oh, Dios, por favor, perdóname. No quería
hacerte daño, por favor, créeme. Te amo, Ice. ¡Te amo!

Finalmente, me extendía hasta donde podía, con las puntas de mis dedos
rozando los suyos al tomar la rosa. En el momento en que nuestros dedos
se tocaban, ella se caía al suelo, tan silenciosa como el mundo que me
rodeaba.

Me desperté gritando.

Cuando abrí los ojos, la diferencia entre mi mundo de sueños y la vida


real fue tan grande que sentí un momento de intensa claustrofobia. Las
paredes descascaradas parecían tener vida propia, acercándose a mí,
queriendo aplastar mi espíritu y mi vida. Me pregunté por un breve
momento si todavía estaría soñando. Me pellizqué e hice una mueca de
dolor correspondiente.

Cuando miré de nuevo, las paredes habían recuperado su naturaleza


plácida de siempre. Solté un suspiro de alivio, secándome las lágrimas
mezcladas con el sudor de mi cara. Girando en mi cama, miré al reloj.
Marcaban las once de la mañana.

Fui golpeada con el impulso irresistible de salir de la cama en ese mismo


momento. Escuchando los instintos de mi cuerpo, salté de la cama y me
lancé sobre mi uniforme, deteniéndome solo lo suficiente para darme un
ligero cepillado a mi cabello.

Mis nervios eran nudos apretados, pero no podía decir si era solo por la
pesadilla o por algo más urgente. Dejé que mis pies tomaran el mando
mientras dejaba atrás mi celda, y descendía, una vez más, en las
profundidades de este infierno llamado el Pantano.

Al principio, me dirigí en mi dirección habitual, hacia la biblioteca,


cuando se apoderó de mí la necesidad de salir al aire fresco.

Corriendo por el pasillo ahora, abrí la puerta al exterior, casi tirando a una
presa con mis prisas. El cielo lucía de un profundo gris, una tormenta se
acercaba y envolví mis brazos a mi alrededor mientras la brisa racheada
tocaba mi piel de gallina en los brazos.
Las reclusas se movieron lentamente y sin propósito, como una colonia
de hormigas entorpecido por el frío penetrante del invierno. Incluso las
Amazonas parecían apáticas en su lugar de costumbre. Miré a mi
alrededor rápidamente, una vez más, con mi corazón sin cesar en su ritmo
frenético.

Algo iba mal. Yo no sabía qué, pero sabía que la tensión de mi cuerpo
iba creciendo. Por el rabillo de mi ojo, de repente vi a Ice de pie junto a
la valla mirando hacia el aparcamiento. Una fuerte sensación de déjà-vu
se apoderó de mí, superando la tensión. Como si siguiera soñando, crucé
el patio con pasos lentos y medidos, viendo algo del mundo exterior
revelándose ante mi visión.

Caminé tan silenciosamente como pude, porque no quería alertarla de


mi presencia por el momento. Una ráfaga de viento azotó de nuevo,
musicalmente sacudiendo la valla metálica y el cabello de Ice
violentamente por sus hombros y su espalda.

Me detuve a varios metros de ella, mirando más allá de la esquina de la


prisión. Como la última vez, el Alcaide estaba hablando con Cavallo, que
estaba sonriendo mostrando sus pulidos dientes. El Alcaide le devolvió la
sonrisa, del modo que los hombres malvados arrastran a los inocentes. Se
estrecharon la mano. Solo que esta vez, Cavallo no entró en su auto.
Como si supiera que alguien le observaba, giró la cabeza lentamente,
mirando directamente a Ice con los ojos de color obsidiana brillantes. La
sonrisa oscura creció, dándole un aspecto juvenil y atractivo.

Otra ráfaga de viento arrasó la hierba en el patio, casi empujándome


hacia la valla. Agarrando el ondulante borde de su chaqueta, Cavallo
empezó a caminar en dirección a Ice y la valla. Después de un momento,
Morrison hizo lo mismo, caminando rápidamente para llegar hasta su
invitado.

Los miré y luego miré a Ice. Las líneas de su cuerpo radiaban una energía
letal y tensión. Me resistí a acercarme más, y me conformé con controlar
la respiración para tener la oportunidad de escuchar las palabras que
seguro que habría.

Cavallo se detuvo justo frente a la valla, inclinándose hacia delante


casualmente, enganchando la mano a través de los eslabones de la
cadena, a pocos centímetros de distancia de la mano de Ice. Su sonrisa
se ensanchó con falsa camaradería.

—Si es la infame Morgan Steele… ¿Cómo estás, Morgan? ¿Te has dejado
follar por alguna bollera últimamente? —Sus ojos centelleantes irradiaban
buen humor.

—Cavallo —Saludó tranquilamente con la voz muy controlada.

—Reconozco que se te ve bien. El naranja va contigo —Recorrió con la


mirada su cuerpo de la cabeza a los pies, luego inclinó su cabeza hacia
el cielo—. Un poco triste, sin embargo. Encerrada en esa cajita minúscula
mientras el mundo simplemente sigue girando fuera —Una sonrisa curvó
sus labios carnosos mientras sus ojos se encontraban con los de ella de
nuevo—. He oído el pequeño accidente de Josephina.

Desde mi posición, pude ver el perfil de Ice y la forma en que sus labios
dejaban ver sus dientes al retirarse en un gruñido salvaje.

Cavallo se rio.

»No te preocupes porque se sienta sola, su marido le hará compañía en


los próximos días —Su pecho se hinchó como un gallo orgulloso—. Sí, de
hecho, el viejo va a tomar un largo viaje y yo… bueno, digamos
simplemente que me quedaré a recoger los pedazos —Su sonrisa se
pronunció más—. Es una lástima que la jodieras, Morgan —La miró de
arriba a abajo de nuevo—. Podría haber tenido una… posición… para ti
en mi nueva familia —El mafioso bombeó sus caderas dos veces contra
la valla, riéndose de su parodia obscena.

El control de Ice se rompió. Tan rápido como una víbora, agarró la cerca
tirando hacia abajo para atrapar los dedos de Cavallo con sus propios
dedos a través de los eslabones. Su risa se convirtió en un chillido, que se
convirtió en un aullido de dolor cuando Ice con una fuerza enorme, le
cortó literalmente los dedos con las finas bandas metálicas. Su sangre
comenzó a pintar el metal en cintas de color rojo.

—Libere a ese hombre, Sra. Steel —ordenó Morrison, adelantándose un


paso hacia la cerca y tratando infructuosamente separar los dedos de
Ice de los de Cavallo.
—Eres un bocazas, Joey —gruñó Ice—. Alguien te va a cerrar algún día
esa boca. Permanentemente.

Pude ver que Cavallo quería responder. Desafortunadamente para él,


estaba demasiado ocupado gritando.

Morrison se hizo cargo de esa tarea en particular.

—Calabozo para usted, Sra. Steel. Noventa días esta vez por los civiles
amenazados. Le sugiero dejarlo ahora mismo, antes de pasar toda su
vida ahí dentro.

Ice no le hizo caso.

—Cometiste un gran error, Joey. Dejar que el piadoso Alcaide aquí


presente haga el trabajo sucio por ti —Ella sacudió la cabeza con
condescendencia—. Ya sabes que si quieres algo bien hecho, tienes que
hacerlo tú mismo.

Por la mirada en sus ojos, me di cuenta de que Cavallo sabía


perfectamente a lo que se refería Ice. Si no lo había hecho antes, ahora
sabía sin ninguna duda que Ice era muy consciente de quién le había
tendido una trampa.

Había miedo en sus ojos, brillando a través del dolor como un faro.

—¡Aléjese de la valla, reclusa! —Llegó la voz por megáfono desde una de


las torres de los guardias.

Miré hacia arriba, y vi a cuatro guardias con rifles apuntando


directamente a la cabeza de Ice. Como si no lo hubiera oído, Ice
aumentó la presión de sus dedos.

—Recuerda, Joey. Las venganzas son una verdadera putada.

—¡Un paso atrás de la valla, presa, o será disparada! Suelte al civil y


aléjese. ¡Ahora!

Con un último apretón, y un grito de Cavallo, Ice lo soltó y levantó las


manos sonriendo. Tomando dos pasos deliberadamente cuidados detrás
de la valla, le guiñó un ojo al mafioso y luego se volvió.
Nuestras miradas se encontraron cuando ella se dio la vuelta y el mundo
comenzó a girar a cámara lenta. Por el rabillo del ojo, pude ver a Cavallo
rebuscar bajo su abrigo con la mano derecha.

—¡Ice! —Me lancé sobre ella, apuntando a sus piernas—. ¡Nooo!

Sus ojos se abrieron con cuestionamiento.

El sonido del disparo de la pistola, sonó extrañamente desinflado en el


aire turbulento. El cuestionamiento, se convirtió en shock mientras la
sangre empezó a fluir, tiñendo de rojo el pequeño agujero del disparo
que acababa de aparecer en su uniforme.

Miró hacia abajo, luego hacia mí. Después sus ojos se tornaron tan vacíos
como lo habían estado en mi sueño, y cayó al suelo en silencio.

Me eché sobre ella, gritando.

Me incorporé rápidamente, alejando las lágrimas de mi cara mientras la


giraba boca arriba.

—Oh, Dios, no. Ice, no. Por favor. Oh Dios.

La sangre salía de la herida lentamente, brotando perezosamente. Pero


eso significaba que todavía estaba viva. Presioné con una mano sobre el
agujero en su pecho, y usé mi mano libre para apartarle el pelo de la
cara.

»Oh Dios, por favor, despierta, Ice. Por favor, no te me mueras. Por favor,
no me hagas esto. Por favor. Oh Dios. Oh Dios.

Yo estaba en pánico, y lo sabía, pero no era capaz de detenerme. La


sangre brotaba entre mis dedos, pintándome con su calor vital.

»No te me mueras, Morgan Steele. ¡No te atrevas a morirte!

El sonido de pasos corriendo, me hizo mirar hacia arriba. Los rostros pálidos
y asustados de Sonny, Pony y Critter miraban hacia mí.
—¡Oh mierda! —gruñó Pony en cuclillas a mi lado, presionando su mano
por encima de la mía, en un intento de detener la hemorragia.

—¡Conseguid una ambulancia! —grité sin ni si quiera sentir la presión de


la mano de Pony sobre la mía—. ¡Ya!

Asintiendo con la cabeza bruscamente, Sonny se volvió y se alejó a toda


velocidad de vuelta a la prisión. La multitud sorprendida, se apartó con
facilidad para permitirle pasar.

—¿Se han ido? —le pregunté a Pony, con mi punto de visión trasera
bloqueada por su cuerpo musculoso.

—¿Quiénes? —preguntó Pony distraídamente, con el rostro sombrío


mientras incrementaba la presión sobre mi mano.

—El Alcaide y el… tirador.

Mi amiga miró sobre su hombro, todavía bloqueando mi vista de la cerca


y la zona más allá de ella.

—Un auto está saliendo de la zona de estacionamiento —gruñó ella,


volviendo su atención a la tarea de frenar la hemorragia de mi amante.

—Gracias a Dios.

—¿Qué le estás agradeciendo a Dios? ¡Ese podría ser el asesino de Ice


escapando!

—Ella no va a morir. Lo sé. No puede.

—Me gustaría tener tu fe, Ángel.

—No la necesitas. Tengo fe suficiente por las dos.

Más presas se acercaron a nosotras, reuniéndose alrededor y


bloqueando la poca luz que había.

Critter se levantó de un salto y alejó a varias mujeres mientras varias


Amazonas nos rodearon, formando un círculo protector a nuestro
alrededor.
Algunas de las otras reclusas comenzaron a murmurar. Escuché un sonido
y levanté la vista justo a tiempo para ver una piedra del tamaño de un
puño rebotar en la torre de los guardas y aterrizar contra la valla. Dos
piedras más volaron hacia allá, chocando contra la estructura metálica
de la torre.

—¿Qué está pasando?

Gruñendo, Pony empujó a Critter hacia abajo y puso su mano contra la


mía.

—Estas idiotas solo están buscando una razón para hacer un motín.
Parece que encontraron una.

—¡Pero los guardias no la dispararon!

—Eso no importa. Mantén la prisión. Veré lo que puedo hacer.

No era una orden difícil de acatar. Aunque la bomba atómica fuera a


caer sobre mí no me habría movido.

Critter miró a la cara pálida de Ice.

—¿Está…?

—Está viva… por ahora —dije acariciando con mis dedos temblorosos los
labios de mi amante—. Por favor, Ice, aguanta —susurré—. Lo siento
mucho. Por favor, aguanta. Solo un poco más, ¿de acuerdo?

Pony se llevó a algunas de las Amazonas que nos protegían con ella, y
ahora tenía la oportunidad de ver más del patio. Las internas me
recordaban a avispas furiosas, vestidas de naranja. Sus rostros estaban
enojados, sus posturas tensas, listas para explotar a la menor
provocación. Brotes aislados de violencia estallaron, apagándose
rápidamente. El estado de ánimo y las acciones de la multitud, reflejaban
la brisa intermitente que nos rodeaba perfectamente.

Lo único que me mantenía en pie era la sensación del pecho de Ice


moviéndose rítmicamente bajo mi mano. Se veía tranquila acostada allí.
Si no miraba a mis manos cubiertas de sangre, casi podía creer que
simplemente estaba dormida en el patio.

—Por favor, despierta, Ice —susurré acariciando su cabello mecido por el


viento—. Por favor, no me dejes así. Te amo. Y sé que me amas. Así que
despierta. Por favor.

El sonido de la puerta al abrirse resonó en el patio, y vi como un montón


de guardias entraba en el patio, con las porras en las manos y expresiones
sombrías en sus rostros. Sandra se separó de las filas cuando vio a Critter,
Ice y yo y vino corriendo.

—¿Quién hizo esto? —exigió poniéndose en cuclillas a mi lado. Miré a


Critter, que me miró y se encogió de hombros—. Vamos, Ángel. ¿Quién
hizo esto? ¿Fue uno de los guardias?

—No, no fueron los guardias.

—No fue una presa…

—No, tampoco fue una presa.

Su pecho se hundió de un suspiro de alivio.

—Entonces, ¿quién? ¿Quién fue, Ángel?

Podía haber sido una situación difícil, pero esta vez no lo dudé. Ice había
pedido tener la oportunidad de manejar a Cavallo por su cuenta
mientras estaba bien, así que iba a mantener mi palabra y a darle esa
oportunidad.

Volví la mirada a Sandra.

—No sé, Sandra. No estaba lo suficientemente cerca para poder verlo


bien.

Su rostro mostró sorpresa ante mis palabras.

—Pero…

Utilicé mi mano libre para tomar su muñeca.


—Ahora no importa, Sandra. Nada de esto importa. Lo que importa es
mantenerla con vida. Así que para de preguntar y averigua donde
demonios está la ambulancia, ¿de acuerdo?

Sus ojos se abrieron como platos, se puso de pie y se volvió de nuevo


hacia el edificio justo cuando la puerta se abría de nuevo.

Tres paramédicos salieron corriendo al patio empujando una camilla


sobre el suelo. En cuestión de segundos estaban sobre nosotras, con sus
cajas naranjas y su aire de educación y profesionalidad.

Pony y yo fuimos apartadas del camino, y Ice fue metida rápidamente


en la camilla.

—Llevadme con vosotros.

Sandra me agarró por detrás.

—Sabes que no pueden hacer eso, Ángel.

Apartándome de su agarre, me volví a ella con mis muñecas hacia


arriba.

—Claro que pueden. Espósame. Ponme grilletes en las piernas. Manda un


par de guardias conmigo para asegurarme de que no trato de escapar
de la ambulancia. Pero por favor, Sandra, deja que vaya con ella. No
tiene a nadie más.

La jefa de los guardias se volvió a uno de los paramédicos y mi corazón


latió con esperanza.

—¿Se la llevan al Condado?

—Sí. Tienen un buen equipo de trauma. Deberían ser capaces de curarla.

Sandra asintió.

—Estaremos en contacto, entonces —Se inclinó quitando suavemente mi


agarre de la camilla, y luego golpeó en el hombro al hombre para que
prosiguiera su camino.
—¡Esperen! —Grité luchando por liberarme del agarre de Sandra—. ¡No
puedes hacer esto! ¡Sandra, por favor, déjame ir con ella!

Tirando de mí a un fuerte abrazo, Sandra bajó la cabeza para susurrarme


en mi oído.

—No puedes ir con ella, Ángel. Lo sabes. ¡Tienes que ser fuerte, tanto por
Ice como por el resto de nosotras! Estas mujeres están a un paso de un
motín. Si ven que colapsas…

Yo sabía que ella tenía razón, y en ese momento sentí una llamarada roja
de odio por ella. ¿Cómo podía esperar que me preocupara de las presas
o los guardias y un potencial motín? ¿Cómo se atrevía a esperar que yo
pretendiera que nada iba mal mientras mi corazón se estaba rompiendo
en mil pedazos? Pero su abrazo era cálido, y tierno. Y por él pude
encontrar la fuerza para tirar de mí misma, aunque solo fuera
temporalmente, aunque solo fuera una falsa cara de confianza para el
mundo exterior.

Finalmente asentí y me aparté secando mis lágrimas con las manos


relativamente estables.

—Está bien. Voy a estar bien.

Sandra sonrió.

—Sé que lo estarás. Ice es fuerte. Saldrá adelante. Ya verás. Y cuando lo


haga… —ladeando la cabeza, capturó mi mirada con la suya propia—,
las tres nos sentaremos y tendremos una pequeña charla.

* * *

El resto del día se convirtió en un mar eterno de espera y preocupación.


Pasé la mayor parte de él cerca de la sala de guardias, saltando con
anticipación y terror cada vez que el teléfono sonaba.
Las Amazonas iban y venían cada cierto tiempo a informarse, pero a
parte del hecho de que Ice estaba en cirugía de emergencia no había
nada más que contar durante esas largas horas aterradoras y vacías.

Luego llegó la llamada que había estado esperando. Lo supe antes de


que incluso Sandra descolgara el teléfono. La certeza me recorría las
entrañas como un huracán. Me di cuenta de que ella se sentía igual que
yo, porque sus ojos estaban profundamente preocupados, y su mano un
poco temblorosa mientras tomaba el teléfono y lo apoyaba en su oreja,
aclarándose la garganta.

—Aquí Rainwater, Pierce.

Su rostro se mantuvo cuidadosamente neutral mientras escuchaba lo que


le decían. Eso me llevó casi a la locura mientras resistía el impulso de tirar
de la manga de su camisa como una niña de preescolar tratando de
llamar la atención de su madre. Después de varios minutos no
informativos, Sandra finalmente dio su agradecimiento a quien estuviera
al otro lado de la línea y luego colgó el teléfono.

—¿Y bien? —Mi corazón estaba tronando tan rápido en mi pecho que
podía oírlo. Quería escuchar tanto lo que tuviera que decir, como no
quería escucharlo.

Poniendo su mano sobre mi hombro, la jefa de guardias sonrió.

—Está en recuperación.

Casi me caí al suelo de alivio.

—¿Cómo está?

—Descansando cómodamente en estos momentos, según dijo el


médico. La cirugía salió bien. La herida no era tan mala como pensamos.
Tuvieron que hacer un poco de reparación vascular y tiene algunos
daños en el pecho, que el cirujano dijo que podría darle algunos
problemas con su brazo izquierdo, pero por lo demás, está muy bien.

—Oh, gracias a Dios —Me sentí mareada de alivio—. ¿Está despierta?


—Sí. Estaba bastante aturdida, pero dijeron que sabía su nombre y todo
lo que le preguntaron. Están muy positivos sobre su recuperación plena.

—¡Dios, es una gran noticia! —Sin pensarlo, abracé a una sorprendida


Sandra y le di un beso en la mejilla—. Tengo que ir a decírselo a las demás.
¡Gracias!

Mientras salía de la habitación, me di la vuelta para mirar por encima de


mi hombro, sonriendo para mis adentros cuando vi a la jefa de guardias
de pie estupefacta, con un dedo sobre su mejilla donde le había dado el
beso.
Capítulo 17

I
ce escapó hoy.

No, no del Pantano, pero por lo que me he enterado en las últimas


dieciocho horas, creo que podría haber sido su plan desde el principio.
Se escapó del hospital donde había sido llevada después del tiroteo
hace casi una semana.

Me siento aquí, sola en mi celda, escribiendo mientras mis amigas se


agrupan alrededor de una televisión en blanco y negro ilegal en la
biblioteca, mirando la cobertura local en vivo de la persecución surgida
desde que se supo lo de la fuga.

La prisión está rodeada de policías uniformados, todos esperando que


Ice regrese para matar al Alcaide.

Sé que no la volveré a ver. Lo sé tan cierto como sé mi propio nombre. La


policía no está buscando recapturarla. La está buscando para matarla.
Y herida y perseguida como está, solo me queda tener fe de que ella les
frustre.

Empecé a escribir esta historia el día que la hirieron, como una manera,
supongo, de mantenerla cerca de mí durante el tiempo que
estuviéramos apartadas. Siempre he disfrutado escribir, y parece una
buena manera de pasar el tiempo.

Nunca imaginé que sería todo lo que tendría, estas palabras, estos
recuerdos. Parecen inadecuados de alguna manera, teniendo en
cuanta lo que he perdido hoy. Pero si las palabras son todo lo que tendré,
entonces continuaré escribiéndolo hasta el final, a ver a donde me
conduce.

Estoy llorando mientras escribo esto, como estoy segura de que te


imaginarás. Las palabras ante mí, se difuminan con lágrimas, pero si
puedo de alguna manera escribir a través de ellas, tal vez sea capaz de
olvidar, al menos por un momento, este lugar vacío en donde mi corazón
solía estar.

Que sepáis, antes de seguir adelante, que Morgan Steel era (es, tengo
que creer que todavía está viva ahí fuera, en alguna parte) una buena
persona. Si no has aprendido nada más con la lectura de estas páginas,
al menos que sepas que ella se ha ganado a pulso su redención.

* * *

Alrededor de la una de la madrugada de hoy, me desperté de un sueño


profundo por dos guardias, hombres que no había visto antes, que me
agarraron y me sacaron de la cama. Me esposaron las muñecas y me
llevaron por la prisión en silencio hasta la oficina del Alcaide.

Morrison parecía estar peor que yo. Tenía los ojos hinchados y
enrojecidos, el pelo normalmente perfecto, era una masa de mechones
enredados, y su traje, normalmente impecable, estaba arrugado y mal
ajustado.

—¿Dónde está? —gruñó tan pronto como los guardias cerraron la puerta
detrás de mí.

Bien podría haberme preguntado el secreto de la vida para el caso.

—¿Dónde está quién?

—Ya sabes quién. ¿Dónde está ella? —La saliva salpicó de sus labios
gruñendo de forma poco atractiva a su escritorio de caoba.

Aturdida y asustada como estaba yo, me esforcé por mantener la poca


compostura que me quedaba.

—Con todo respeto, señor, es la una de la mañana. He dormido solo unas


horas. No tengo ni idea de quién o qué está hablando.

Su puño se estrelló sobre el escritorio haciendo sonar el marco de un


retrato, dejando ver sus manos temblorosas al igual que una bien
conocida figura religiosa y política que no voy a mencionar.
Me puse rígida mientras las manos de los guardias me sujetaron más
fuerte por mis bíceps doloridos.

—¡La perra de Steele! Por última vez, ¿dónde está?

—¡En el hospital! —grité cuando pareció que me iba a tirar el escritorio


encima.

—¡No está en el hospital! Si estuviera en el hospital de mierda, ¿crees que


te habría traído a mi oficina en medio de la puta noche para preguntarte
dónde coño está?

Mientras miraba fijamente al hombre, con sus ojos fuera de las órbitas,
sentí la repentina certeza de que estaba loco. Total y completamente
loco. Tan loco como Cassandra, o más.

Y entonces me vino la idea. Ice se había ido. Había escapado. Parte de


mí gritó de alegría, mientras que la otra sollozó de dolor.

Uno de los guardias me sacudió y me di cuenta de que Morrison estaba


esperando una respuesta.

—Yo… lo siento. No puedo ayudarle. No sé dónde está si no está en el


hospital.

Esta vez se lanzó por encima del escritorio a por mí, agarrándome de la
parte delantera de mi uniforme.

—¡Estás mintiendo, zorra! ¡Ella planeó su fuga y sé que tú la ayudaste!

Aturdida, negué con la cabeza tratando de dar sentido a mis


pensamientos que giraban.

—Señor —dije finalmente tratando fuertemente de no mostrarle lo


verdaderamente asustada que estaba—, le dispararon en la espalda.
Realmente no sé cómo eso se podría haber planeado. Pero aunque lo
fuera, señor, le aseguro que yo no sabía nada de ello. Pensé que estaba
muerta cuando cayó al suelo. Si era una manera de escapar, eso es
nuevo para mí.
Me di cuenta por la mirada de sus ojos, de que sabía que yo conocía más
datos de al menos a lo que el tiroteo se refería. De repente, me enfrenté
con la tentación abrumadora de decirle exactamente lo que yo sabía,
solo para verlo retorcerse. Y tal vez, si los hombres que me sostenían
hubieran sido agentes de policía en vez de carceleros, que podían o no,
estar comprados, lo podría haber hecho. En cambio, me contenté con
dejar ver el brillo de conocimiento de mis ojos.

Después de un momento se echó atrás, liberándome y arrastrándose al


otro lado de la mesa, hacia la silla de su escritorio.

—Sacadla de aquí —dijo desplomándose en su asiento.

Y de repente pude verlo. El hombre estaba furioso, sí. Pero más que eso,
estaba absolutamente aterrorizado. Lo pude ver con facilidad ahora que
sabía dónde buscar. El área alrededor de sus abultados ojos era blanco
y una línea de sudor recorría su labio superior y su frente.

Sonreí ligeramente mientras los fornidos guardas me sacaban de la


oficina, viendo como Morrison echaba mano a un pañuelo de su bolsillo.

No hay ventanas en mi celda, pero cuando estuve por fin sola y sin
esposas, me senté en la cama mirando el techo en blanco e imaginando
un manto de estrellas por encima.

—Ice —susurré—. Sé que estás ahí fuera. Sólo que no sé dónde. Por favor,
mantente a salvo. Te amo. Y por mucho que quiera verte, por favor, por
favor… simplemente… Mantente alejada. Por favor.

Se me llenaron los ojos de lágrimas y las dejé caer, sabiendo en lo


profundo de mi corazón que la última imagen que tendría de ella sería la
de verla herida e inconsciente, tirada en el sueño frío del patio.

Las siguientes horas se me pasaron en una búsqueda infructuosa del


sueño. Dando esa actividad en particular como una causa perdida, me
levanté y me puse un uniforme limpio decidida a empezar el día y hacer
frente a las noticias que me trajera.

Esperé pacientemente en la puerta de mi celda, esperando a que


llegara el día, pero cuando el tiempo de abrir las celdas llegó y se fue sin
señal de los guardias, me empecé a preocupar. El bloqueo completo
durante el día era una cosa muy rara en el Pantano. Tan raro, de hecho,
que la única otra vez que podía recordar que hubiera ocurrido fue en las
primeras horas después que ocurrió el motín en el que murió Derby.

Al presionar la cabeza contra los barrotes de mi celda, miré por el pasillo


sin ver nada excepto los brazos de mis compañeras de prisión mientras
esperaban la liberación. Conversaciones murmuradas, insultos y
preguntas comenzaron a llenar la prisión con explosiones esporádicas.
Obviamente, yo no era la única que se preguntaba qué estaba pasando,
aunque tenía la sensación de que podía saber un poco más que la
mayoría. No creía que fuera casualidad que esta aberración del
procedimiento normal de la prisión surgiera justo la mañana después de
que Ice supuestamente se hubiera escapado del hospital (y en este
punto, a pesar del comportamiento del Alcaide, no estaba segura aún
de lo que había pasado en todo caso).

El sonido de una voz que podía ser tan solo de Morrison, se hizo eco de
repente a través de la prisión, silenciando toda la charla. Aunque las
palabras individuales no se oían, me daba cuenta de que el hombre
estaba en un ataque de locura furiosa. Los sonidos de una celda siendo
puesta patas arriba, llenaron el aire con destrucción. No tuve que pensar
mucho para saber qué celda estaba siendo registrada.

Escasos momentos después, los pies corriendo de Sandra resonaron


mientras llegaba a toda prisa y metía la llave en la cerradura de mi celda,
abriéndola y agarrándome del brazo.

—Ven conmigo —me ordenó sacándome de mi celda y llevándome por


el pasillo.

—¡Espera! Pero… —Por mucho que lo intentaba no podía liberarme de su


agarre—. ¿Dónde está…?

—El Alcaide está a punto de estallar. Te estoy llevando a un lugar seguro,


por el momento. Tenemos que hablar.

Decidiendo que, en este caso, la discreción era lo mejor, mantuve la


boca cerrada y le permití conducirme por las escaleras a través de los
pasillos de la sala de visitas vacía.
Me sentó en una de las sillas, y luego sacó otra y se sentó a horcajadas
echándome una mirada sin sentido. Le devolví la mirada, decidida a no
ceder ni un ápice hasta que tuviera que hacerlo.

El silencio entre nosotras creció opresivo.

—¿Qué está pasando aquí, Ángel? —preguntó finalmente.

—¿Podrías ser un poco más específica? —Sabía muy bien lo que quería
saber, por supuesto, pero no iba a dejarme intimidar.

Ella suspiró frotándose la frente.

—Sabes que Ice escapó ayer por la noche —No era una pregunta.

—Eso me dijo el Alcaide, sí.

Sus cejas se elevaron.

—¿El Alcaide?

—Sí. Su escuadrón de matones me arrastró fuera de la cama a la una de


la mañana para darme esa pequeña sorpresa. No parecía muy feliz.

—Así que… no sabías nada de eso de antemano.

Golpeé la mesa con mi mano cerrada, sorprendiéndola.

—¡Por supuesto que no! No he tenido ningún contacto con ella desde
que le dispararon. ¡Tú lo sabes, Sandra!

Ella me miró por un largo rato, y luego asintió, al parecer convencida por
mi sinceridad. Luego tomó otro aliento y lo dejó salir lentamente.

—Ángel —preguntó en voz baja—, ¿quién disparó a Ice?

En ese momento yo quería decirle. Quería compartir esa terrible carga,


pero no podía. Por mil razones diferentes, una de ellas, que si algo le
pasaba a Cavallo, ya estuviera Ice involucrada o no, sería la primera
sospechosa. Por lo que sabía, solo cuatro personas sabíamos quién
disparó a Ice: Ice, Morrison, Cavallo y yo. Y era bastante seguro que
Morrison y Cavallo no dirían nada a nadie. Sandra, sin embargo, tendría
el deber de notificar a la policía, y yo no podía permitir que eso sucediera.

—¿Quién Ángel?

La miré dispuesta a asumir las consecuencias.

—No te lo puedo decir, Sandra.

—¿No puedes? ¿O no quieres?

Yo no dije nada.

—Te podría poner en el calabozo por no contestarme —me advirtió.

—Sí —concordé sin romper el contacto visual—. Podrías.

—¿Y estás dispuesta a correr ese riesgo?

—Sí.

Nos miramos la una a la otra durante mucho rato en el cuartito silencioso.


Casi podía ver discurrir a Sandra a través de sus oscuros ojos,
reflexionando cuidadosamente cada idea antes de descartarla como
inútil contra mí.

—Lo habría hecho antes o después, ya sabes.

Su voz era tranquila y un poco triste.

—¿Perdón?

—Fugarse. Si no hubiera sido en el hospital, habría sido aquí. ¿Sabes algo


de eso?

—No —Y de nuevo estaba diciendo la verdad. En todo el tiempo que


había conocido a Ice, el tema de fugarse nunca había surgido en la
conversación—. ¿Por qué piensas eso?

Ella sonrió un poco.


—Es sobre lo que el Alcaide estaba gritando. Revisaron su celda.

—¿Y?

—Aparentemente estaba haciendo un túnel antes de recibir el disparo.


Me imagino que esa era la razón por la que se mantenía tan firme en
contra de ir al hospital la noche después del incendio.

—¿Un túnel? —pregunté confusa—. ¿Desde el octavo piso? —La idea era
ridícula.

—Bueno, no puedo entrar en detalles, obviamente, pero digamos que


había un agujero bastante grande alrededor de la tapa del inodoro de
su celda. Uno que había sido tallado cuidadosamente.

Negué con la cabeza con incredulidad.

—Sandra, he estado en la celda de Ice más veces de las que puedo


recordar y nunca he visto ningún agujero ahí ni en ningún otro lado. ¿Estás
segura de que no “apareció” convenientemente?

—Sí. Yo estaba ahí cuando el Alcaide lo descubrió.

—Pero, ¿cómo?

—Eso no lo puedo decir. Pero confía en mí, era bastante condenatorio.

Logré una débil sonrisa.

—Está bien, creo que prefiero no saberlo. Sinceramente no sé qué pensar.


Si me hubieran preguntado ayer si pensaba que Ice era de las personas
que intentan escapar, me habría reído en su cara. ¿Ahora? Ya no sé qué
pensar.

Mi ensoñación se vio interrumpida por una mano en mi brazo.

—Esta línea de interrogatorio no ha terminado, Ángel —dijo Sandra con


voz y expresión duras—. Te daré un poco de tiempo para pensar por qué
sientes la necesidad de proteger al que disparó a Ice, pero cuando
hablemos de nuevo, voy a querer respuestas. ¿Entiendes?
—Entiendo.

—Bien. Vamos.

En el momento en que me acompañó fuera de la sala de visitas, el cierre


se había levantado y las reclusas estaban pululando por la prisión. Me di
cuenta de que la red se encontraba en buen estado de funcionamiento
por las miradas que me lanzaban casi la totalidad de las presas mientras
pasaba.

Sandra apretó mi brazo.

—Recuerda lo que te dije, Ángel —murmuró cerca de mi oído.

—Lo haré.

Con un movimiento de cabeza, ella se alejó, tragada por la marea de


color naranja de los uniformes.

* * *

Y aquí estoy, sentada en mi celda, con una bombilla y una pila de papel
barato por compañía. Es casi la hora de apagar las luces, y puesto que
nadie ha venido a ponerme al día en las últimas horas, solo puedo
adivinar que Ice aún está por ahí, en algún lado. Sin embargo, ahora lo
saben Corinne y algunas de las Amazonas. Les conté algunos de mis
secretos. Creo que Ice me perdonará esté donde esté. Se merecían
saber por qué le dispararon y bajo el tipo de presión al que estaba siendo
sometida mientras trataba de sobrevivir en este laberinto para ratas día
tras día. Pero más allá de eso, se lo dije porque no podía soportar ver el
brillo tenue de decepción en sus ojos. Y un tipo de dolor. Porque Ice las
había dejado sin ni si quiera decir adiós. Creo que también esperan
perderme a mí. Que me rompa en mil pedazos. Y aunque había habido
veces hoy en que había estado a punto de hacerlo, descubrí que tenía
una fuerza interior que no sabía que poseía. Creo que es lo único que me
mantenía en pie. Eso y la esperanza de que Ice aún estuviera por ahí, viva
aunque no a salvo.
Quiero odiarla, ya sabes. Por ponerme en esta situación. Por ponernos a
todas en esta situación. Quiero, pero no puedo. Esa misma fuerza que no
me deja romperme, tampoco me deja odiarla.

Sigo esperando que llegue la ira, pero parece contentarse con esperar
su momento. Tal vez algún día cuando esté lejos de este lugar y los
recuerdos me embarguen, tal vez entonces sea capaz de gritarle. Quizá
algún día.

Las luces acaban de parpadear. Es hora de dejar esto y acomodarme


para pasar la noche y esperar que el sueño decida llegar y llevarme con
él cuando se vaya.

Y entonces, quizás, pueda verla de nuevo en mis sueños.

* * *

Cuando se abrieron las celdas en esta mañana, fui recibida por una Pony
con el rostro ceñudo.

—Tienes que venir y ver esto, Ángel.

Mis entrañas se tensaron al instante mientras mi corazón se aceleraba.

—¿Qué pasa? —Dios, no. Por favor, no dejes que sea Ice. Por favor.

—Es mejor que lo veas. Ven.

Seguí de cerca a Pony mientras me llevaba por las escaleras a través de


la prisión hasta la biblioteca. Era sábado, un día que, con la ausencia del
Alcaide, las reglas se relajaron un poco.

La televisión que estaba escondida en los rincones más profundos de la


biblioteca el día anterior, estaba puesta a la vista en medio de una de
las mesas. Corinne y las Amazonas se reunían alrededor de ella como si
fuera una fogata.

Todas volvieron sus caras sombrías hacia mí mientras Corinne y Critter


hicieron lugar para poner una silla para mí.
—¿Qué pasa?

Corinne hizo un gesto a la pantalla parpadeante.

—Mira.

La imagen pasó de un anuncio publicitario a una sala de periodistas,


donde una mujer atractiva estaba sentada mirando seriamente a las
cámaras.

—Recapitulando nuestra historia de primeras horas de la mañana, Joseph


Cavallo, vinculado a la familia mafiosa Briacci, fue encontrado muerto a
tiros esta mañana fuera de este restaurante. La policía piensa que es un
tiroteo estilo del hampa —La imagen dio paso a la parte exterior de un
popular restaurante italiano que estaba adornado con cinta amarilla por
la policía, y literalmente plagado de oficiales de la ley. La reportera
continuó hablando—: Los detalles del tiroteo aún son incompletos, pero
un portavoz de la policía dice que dos testigos dentro del restaurante han
dicho que vieron a tres figuras saliendo de las sombras por el Oeste y
avanzando hasta el Sr. Cavallo cuando salía de su auto, que estaba
aparcado en la acera frente al restaurante. El Sr. Cavallo fue visto
accediendo a su bolsillo, por lo que la policía piensa con cautela que
tenía su arma cuando fue disparado delante del auto. Las tres figuras, a
continuación, abandonaron el lugar y las vieron dirigirse al Oeste en un
sedán de color oscuro. No hay más información disponible sobre el tiroteo
por el momento.

—Jesús —susurré—. ¿Creéis que Ice…?

—Shh —me interrumpió Corinne—. Hay más. Escucha.

La escena cambió de nuevo a la mesa de la reportera.

—En noticias relacionadas, cuando el auto del Sr. Cavallo fue


inspeccionado como consecuencia de los disparos, los administrativos
descubrieron que estaba vinculado a un auto robado que conduce
hasta este hombre —Y aquí una foto fue introducida en la parte superior
de la esquina izquierda de la pantalla. Di un grito ahogado—: El
Reverendo William Morrison, Alcaide del Pantano, un Centro Penitenciario
de Mujeres y partidario conocido del Senador Estatal Robert Gaelan entre
otras figuras políticas señaladas. El Reverendo Morrison fue detenido en
su casa a primeras horas de la mañana y puesto bajo custodia policial
para ser interrogado. Más información al respecto en cuanto esté
disponible. Y ahora los dejamos con Ken D´Julio y las noticias del tiempo.

Mientras la pantalla daba paso a una imagen del mapa del tiempo, me
hundí de nuevo en mi silla, dejando surgir una larga exhalación.

—Joder.

—Puedes decirlo con fuerza —dijo Corinne con tono ligeramente


petulante—. Parece que Ice mató a dos pájaros de un tiro, por así decir.

Me giré hacia ella.

—¿Realmente crees que ella lo hizo?

Corinne resopló.

—¿Defecan los mamíferos? Pues claro que lo hizo.

—Yo no estoy segura —repliqué aunque sin mucha convicción.

—¿Qué quieres decir, Ángel? —preguntó Sonny desde su posición en la


mesa—. Después de todo lo que nos dijiste ayer, ¿no crees que lo hizo?
¿Después de todo lo que le hizo Cavallo?

—Lo hizo bien —intervino Critter asintiendo con la cabeza sabiamente.

Pude sentir mi ira surgiendo, y mi cuerpo se levantó junto con ella,


enviando mi silla traqueteante contra otra mesa mientras me ponía de
pie.

—¿Creéis todas eso, no? Todas pensáis que ella fue por ahí con un par de
socios para cargárselo, ¿verdad?

Pony se encogió de hombros.

—Claro. Se la debía.

El resto asintió en acuerdo.


Yo solté una carcajada, sacudiendo la cabeza con disgusto.

—Sonáis igual que debieron haberlo hecho los miembros del Jurado
mientras deliberaban, solo que tengo más respeto por ellos, porque al
menos ellos esperaron su juicio para condenarla.

Les lancé a todas una mirada severa, me di la vuelta y salí de la biblioteca


con rapidez, sin necesitar mirar atrás para ver las caras de asombro que
habían puesto.

* * *

Han pasado casi tres meses desde la última vez que revisé estas palabras
que he escrito. Mucho ha cambiado, sin embargo, mucho sigue siendo
igual.

Ice aún sigue desaparecida. Las últimas apuestas de la prisión están


apostando a que está muerta. Yo voy contra esa probabilidad, como la
mayoría de las mujeres que la conocían bien o por lo menos, tan bien
como cualquiera podría conocerla. Pero debo confesar que hay veces,
sobre todo en las noches, cuando me lo planteo, porque si por algún
milagro seguía por ahí fuera, en alguna parte, no hacía ningún intento de
ponerse en contacto conmigo en absoluto. Y créeme cuando te digo
que es posible hacerlo con facilidad. Se ha hecho antes. Y así, a veces,
cuando el dolor en mi corazón es más fuerte, me lo pregunto. Porque en
esos momentos, es más fácil creerla muerta que indiferente conmigo. Y
es en esos momentos, cuando estallan las lágrimas que llevo por dentro
de manera imparable.

La ira llegó mucho antes de lo que pensé que lo haría. Cuando volví a mi
celda aquella lejana mañana, me golpeó como una venganza,
haciéndome destrozar mi celda. Despotriqué. Desvarié. Di puñetazos.
Pataleé. Arrojé cosas. Grité.

Estaba enfadada con las Amazonas por creer que Ice, a fin de cuentas,
había vuelto a las andadas y no había cambiado, que era irredimible.
Estaba enfadada conmigo misma por albergar en el fondo de mi corazón
esas mismas creencias. Pero sobre todo, estaba enfadada con Ice, por
renunciar, por haber cedido, por tomar lo que me parecía el camino fácil.
Creo que podría haberla odiado un poco demasiado, en esos momentos
oscuros de rabia. Si supiera por qué había elegido ese camino, tal vez
hubiera sido más fácil para mí hacer frente a su pérdida. Pero no lo sabía.
Y me estaba matando por dentro.

Una de las imágenes que me ayudaban a través de esos momentos de


rabia y desolación es su último día aquí con nosotras. Ella se alejó de la
valla, ya sabes. No tenía que hacerlo. Cuando tuvo a Cassandra contra
los barrotes, incluso con la amenaza de ser golpeada por el Alcaide y los
guardas, no se echó atrás. Esa vez, con las circunstancias igualmente
malas, se alejó. No porque los guardas tuvieran sus armas apuntándole.
Ice no tenía miedo a morir. De hecho, creo que a veces lo anhelaba. No,
ella se apartó por sus propias razones. Y yo puse toda mi esperanza en el
pensamiento de que ella se alejó porque finalmente soñaba con algo en
lo que aferrarse.

Incluso su huida y la muerte de Cavallo no podían quitarme esa imagen


de la mente, ni la esperanza de mi corazón. Porque verás, yo creo que
ese sueño tenía algo que ver conmigo.

La prisión ha cambiado también. El Alcaide, y lo digo con no poca


alegría, está acabado. Con la muerte de Cavallo y el arresto de Morrison,
no hubo más razón para mantener mi secreto, así que le dije a Sandra
todo lo que sabía. Y, por supuesto, ella hizo lo que sabía que haría. Fue a
la policía con la información.

La policía, por su parte, vino a mí y me preguntó muchas cosas, todas las


cuales respondí con veracidad y lo mejor que supe. Han añadido el
cargo de intento de asesinato a la larga lista de fechorías de Morrison.
Espero que lo encierren mucho, mucho tiempo.

El motín que parecía inminente, quedó en nada en cuanto se escuchó lo


de la fuga de Ice. No sé realmente por qué. Tal vez ella se llevó algo del
espíritu de este lugar cuando se fue. Se trataba de una especie de tregua
incómoda, pero una tregua a pesar de todo, lo que era bueno en cierto
modo porque las Amazonas estaban a todos los efectos, sin líder. Nadie
quería el puesto, y menos yo, que todo el mundo me veía intentando
recomponerme. Aunque me avergüenza admitir que no podía reunir la
fuerza para hacerlo.
Mi vida había sido reducida una vez más a una simple existencia de vivir
al día. Era todo para lo que tenía fuerza. Sí, todavía lucho cuando la
causa es justa, ya sea de palabra o de obra, pero carece de ese sentido
de… supongo que magia es la mejor palabra que puedo usar para
describir cómo me sentía cuando Ice estaba aún aquí. La sensación de
luchar en un equipo que luchaba una buena batalla parecía haber
desaparecido con ella.

Todavía éramos Amazonas, y todas éramos amigas, pero era como si


nuestro barco hubiera perdido el rumbo y estuviera a la deriva a merced
del mar. No era algo bueno, especialmente teniendo en cuenta lo que
representaba esta banda. Solo nos queda esperar hasta que alguien de
un paso al frente para reclamar el liderazgo de nuevo.

En cuanto a mí, bueno, si los dioses eran bondadosos, podía ser el último
día en que me sentaba en esta celda que ya no era un hogar para mí.
Donita cumplió su palabra, y mañana tenía programado ser transferida a
la cárcel del condado para esperar que comenzara el juicio, que era al
día siguiente. Me ha traído algunas ropas bonitas para que me las ponga.
Dice que soy inocente y que debería parecerlo, en lugar de llegar a la
Corte con la apariencia de una asesina convicta. Es increíble lo mucho
que la moda ha cambiado en los cinco años que he estado aquí. Me
pregunto qué más ha cambiado. Supongo que lo mejor es mantener esa
pregunta en espera por ahora. Ya estoy bastante nerviosa por tener que
hacer frente en público a los acontecimientos que condujeron a la
muerte de mi marido hace cinco años. No he sido capaz de comer nada
sustancial (aunque la cafetería sirve algo que se podría considerar así) en
el último par de días, y el sueño parece más como un recuerdo lejano
que una realidad.

Donita ya me ha informado de que voy a subir al estrado. ¿Y si no me


creen? Han pasado cinco años. Mis emociones, cuando pienso en su
muerte, ya no son las mismas que entonces. ¿Qué pasa si ellos creen que
estoy mintiendo y no tengo remordimientos por lo que hice? Donita me
ha entrenado bien, jugando el papel de fiscal del distrito, y francamente
asustándome a muerte varias veces con sus líneas de interrogatorio. Pero
ella me asegura que estoy lista. Que puedo enfrentarme al mundo.

Desearía creerla.
Capítulo 18

B
ien, Donita cumplió su palabra.

Aquí estoy, en una celda pequeña de la cárcel del Condado,


garabateando en un bloc de notas amarillo que fue tan amable de
darme. El tribunal tenía un receso hoy después de la apertura de
argumentos, como ella dijo que sería.

No fui sorprendida por el ángulo de la fiscalía, después de haber oído casi


lo mismo cinco años atrás. A los ojos del fiscal, todavía se me consideraba
una harpía celosa y posesiva que no podía hacer frente al hecho de que
mi marido quisiera un poco de tiempo para él con los amigos después del
trabajo.

Donita estuvo simplemente genial. Sus argumentos eran claros, concisos


y sin enrollarse ni dramatizar. Era una profesional consumada y apareció
magistralmente preparada. El Jurado, que en esta ocasión era una
buena mezcla de hombres y mujeres (mi Jurado anterior constaba solo
de dos mujeres), parecían absortos con sus palabras. Algunas veces,
creía verles mirándome con compasión en los ojos. Por lo menos, eso
esperaba que fuera.

No tengo nada que hacer ahora, excepto mirar las paredes fijamente y
esperar poder dormir esta noche. El miedo y la espera son extraños
compañeros de cama. Han pasado cinco largos años desde la última vez
que estuve en este lugar, y el miedo aún sigue ahí, solo que parece haber
cambiado de dirección. Hace cinco años, tenía miedo de ir a la cárcel.
Ahora temo que no vaya a salir. Y también tengo miedo de salir.

Parece que fue ayer cuando le pregunté a Ice por qué no solo siguió
adelante después de dejar la prisión. ¿Podía haber sido tan ingenua y
condescendiente? Solo pensar que eso me ocurra a mí, hace que mi
estómago se revuelva. Mi familia me ha repudiado. Todas mis amigas
están presas. Los títulos que me he ganado son casi tan inútiles como el
papel con el que están impresos. No tengo casa, ni trabajo, ni dinero. Y
aun así… todavía tengo la sensación a veces abrumadora de optimismo
acerca de todo. El mismo sentido que se desató en mí hace cinco años
cuando pensaba que estaba luchando por mi vida.

Lo que he descubierto, es que no importa lo mucho que podríamos


desear a veces que todo acabe, la vida sigue. El mundo sigue girando. Y
si somos realmente afortunados, aprenderemos algo por el camino. He
aprendido que el amor y el compañerismo, y un simple sentimiento de
pertenencia pueden ser encontrados incluso en los pozos más profundos
del infierno. He aprendido que las cosas buenas a veces suceden cuando
menos lo esperas. He aprendido que la libertad no es algo que puedan
arrebatarte, únicamente si te has rendido. Y he aprendido que no importa
lo que me ocurra en esta vida, tengo la fuerza para superarlo, adaptarme
e incluso prosperar, a pesar de, o quizás, debido a la adversidad arrojada
en mi camino.

¿Sería la misma mujer que soy ahora, con la misma fuerza en sus
propósitos, si estos acontecimientos de hace cinco años hubieran
concluido de otra manera? Quizás. Tal vez, un día hubiera podido
encontrar esa fuerza por mi cuenta, la fuerza para dejar un matrimonio
sin amor y un marido que me veía más como un mueble que como una
pareja. Quizás.

Pero sin el cariño y la orientación de Pony, Montana, Critter, Sonny,


Corinne y sobre todo de Ice, nunca podría haberme dado cuenta de lo
que realmente era capaz. Las quiero a todas, mucho, y siempre las llevaré
en mi corazón, no importa cuál sea el resultado de este último juicio.

Suficiente de filosofar por esta noche. Hora de acostarme y ver si mi


insomnio se ha convertido en una condición permanente.

* * *

Tuve un sueño.

Comenzó como el de hace unos meses, en la enorme sala de audiencias


y todos mis acusadores (que encarnaban mi culpabilidad, me dije
racionalmente) iban vestidos literalmente para matar. Pero esta vez,
cuando cada persona daba un paso adelante, preparándose para
colocar el yugo de culpa en torno a mi cuello, respondí de manera
diferente. Acepté la responsabilidad de las cosas que podría haber
hecho mal, pero me negué a cargar con el peso de sus iras por cosas
que no podía haber cambiado. Tal vez pude haber sido una mejor hija,
mejor amiga, mejor esposa. Mirando atrás desde la perspectiva de la
madurez y la experiencia, tal vez habría hecho cosas de manera
diferente. Pero las palabras que había hablado con Ice hace muchos
días, finalmente dieron sus frutos en mi propia mente. Las acciones que
había hecho, las opciones que había tomado, vinieron del alma de una
buena mujer. Aceptaba la responsabilidad por ellas. Eran mis decisiones.
Y pagué mi deuda por ellas.

Finalmente, después de vivir una vida de opresión en mi propia alma, me


liberaba de la culpa y la dejaba marchar. Y cuando lo hice, todas las
figuras que habían venido a acusarme, simplemente desaparecieron en
la niebla. Era una sensación increíblemente liberadora.

La niebla se reunió en una forma de colores cambiantes. El contorno se


hizo más claro, finalmente convirtiéndose en la forma de Ice. Su rostro y
su forma estaban cubiertas de un resplandor brillante y su cabello se
movía por una brisa inexistente. Ella sonrió y se iluminó la habitación.

—¡Ice! —grité en mi sueño, casi delirante de alegría. Corrí hacia ella, solo
para ser detenida por sus manos en alto—. ¿Qué? —pregunté—. ¿Qué?

—Tengo que pedirte perdón, Ángel —respondió ella, con una voz que
rivalizaba con el mejor concierto de Beethoven en su absoluta belleza
para mí.

—¿Perdón? ¿Por qué?

—Por alejarme de ti. Por no decir adiós. Por no dar una explicación.

Sabía que había un montón de preguntas en las que yo necesitaba


respuesta. Pero una parte de mí también sabía que esto era sólo un
sueño, y no estaba dispuesta a arruinarlo con la conversación.

—Sí —le dije sabiendo que aún sin explicación, sin palabras, la había
perdonado, como supe por el amor de sus ojos, que en este espacio de
sueños al menos, ella me había perdonado.
Abrió sus radiantes brazos y me lancé a ellos, sintiendo todo mi corazón
desbocándose mientras me envolvía entre sus cálidos y sólidos brazos,
recordando cada curva y cada línea, cada aroma era igual al de la
última vez que nos habíamos abrazado.

Me puse a llorar, suplicando a quien quisiera escucharlo simplemente que


me concediera no despertar jamás.

Una mano me agarró el hombro desde atrás, como si tratara de alejarme


de Ice. Intenté aferrarme con más fuerza, pero mientras lo hacía, la forma
de Ice se volvía de nuevo insustancial.

Sentí que mis brazos la atravesaban.

¡No! ¡Vuelve! ¡No me dejes de nuevo!

—¡Ángel! —sonó una voz en mi cabeza.

Por favor, Ice. ¡Vuelve!

—¡Ángel! —repitió la voz.

—¿Qué?! —gruñí volviendo la cabeza.

Donita, muy en la tierra de la realidad, dio un paso atrás con los ojos
oscuros parpadeando con sorpresa.

—Siento despertarte —dijo en voz baja—. Tienes que prepararte. El Jurado


acaba de regresar. Van a dar el veredicto.

—El vere… —Me senté en el catre de la celda, pasando una mano por el
pelo e intentando alejar el sueño de mis ojos—. ¿Ya? ¿Qué hora es?

Mi abogada miró su reloj de pulsera.

—Un poco más de las once.

—El Jurado fue a deliberar a las diez. Esto no es bueno, ¿no?

Sonriendo, me dio un pequeño apretón en el hombro.


—No todas las decisiones rápidas favorecen a la fiscalía, Ángel. Vamos a
llegar como si fuéramos las dueñas del lugar —Su sonrisa se ensanchó—.
Tengo la sensación de que te va a gustar lo que oigas.

* * *

Soy libre.

Mientras me siento en un banco de madera fuera de la sala de


Audiencias a la espera de que Donita termine su conversación con el
Juez (sobre la presentación de una demanda civil en mi nombre por
encarcelamiento injusto), miro hacia abajo en esta frase que acabo de
escribir como si al leerla una y otra vez pudiera llegar a entenderla. Es una
palabra tan pequeña… una palabra de menor importancia y, sin
embargo, cuánto representa… Dios, ¡representa un mundo!

Mientras estoy aquí sentada, miro a un caballero joven con la que parece
ser su novia. Simplemente salen de la Corte (el buen guardia de
seguridad me dice lo diferente que te tratan cuando estás sentado a este
lado de las rejas. Casi había olvidado eso), y se dirigen hacia la puerta. Y
me vino la idea de repente. Yo también podría hacer eso. Simplemente
podría levantarme de este maltratado banco y caminar los pocos metros
que había hasta la puerta de cristal y caminar hacia la luz del sol.
Simplemente podría elegir una dirección y empezar a caminar y no parar
hasta que mis piernas no aguantaran. No habría barrotes ni verjas que me
detuvieran para mantenerme alejada, tanto a mí de la gente, como a la
gente de mí.

Soy libre.

Me parece que no puedo escribir o pensar o decirlo suficientes veces.


Soy libre de hacer lo que quiera, ir donde quiera, cuando quiera y con
quien quiera. Qué, dónde, cuándo y con quién haría todas esas cosas
era una pregunta que ni me podía plantear aún. Estaba allí, intentando
salir, pero iba a dejarla aparcada por un tiempo. No quiero pasar mis
primeros minutos de libertad congelada por el miedo como un ciervo
deslumbrado por los faros de un auto a punto de ser embestido.
Donita, bendito sea su enorme corazón, se ha ofrecido a ayudarme hasta
que pueda valerme por mí misma. No le respondí inmediatamente. No
pude. Necesito vivir el momento. La posibilidad de un futuro es
demasiado abrumadora para mí para considerarla.

Ella sonrió con comprensión y me metió una tarjeta de visita en el bolsillo


de lana de mi chaqueta. Sabe que la llamaré cuando esté lista. Yo
también lo sé. Después de todo, ¿qué más puedo hacer?

* * *

Donita me llevó de vuelta al Pantano para recoger mis pertenencias y


despedirme de mis amigas, que eran mi familia.

¿Cómo se dice adiós a la gente que has compartido cada momento


durante los últimos cinco años? ¿Cómo darle las gracias por quererte, por
apoyarte y brindarte su amistad? ¿Cómo se expresa la gratitud eterna
por las muchas veces que te han salvado la vida, e incluso tu alma? ¿Qué
palabras se pueden utilizar para expresar la enormidad de tus
sentimientos hacia ellas?

Me encontraba en una posición extraña. Casi surrealista. Se me permitió


quedarme en la sala de visitas mientras me traían mis pertenencias. La
puerta de la prisión estaba cerrada con llave a mis espaldas, y una
guardia estaba de pie a mi lado, para mi protección nada menos.
Mientras que antes no se me permitía salir del Pantano, ahora no se me
permitía entrar.

La puerta de la prisión se abrió y Sandra la atravesó con el rostro sonriente


y las manos llenas con un saco de tela en el que iban mis cosas. Dejó el
petate en la mesa, abrió los brazos y fui a abrazarla con fuerza, y empecé
a llorar.

—Ángel —susurró ella con su voz cargada de lágrimas—. Estoy muy


orgullosa de ti. Sabía que lo conseguirías. Todas lo sabíamos.

—Gracias, Sandra —balbuceé sosteniéndola con fuerza—. Por todo lo


que has hecho por mí. Ayudaste a hacer este lugar habitable y nunca lo
olvidaré. Eres una maravillosa persona.
Le apreté por última vez, ella se alejó secándose sus lágrimas con la
manga de su uniforme.

—Tú hiciste este lugar mejor para todos nosotros sólo por estar aquí, Ángel.
Gracias. No va a ser lo mismo sin ti. Te deseo lo mejor en la vida. Sé que
te vas a sentir orgullosa de ti misma. Con un corazón como el tuyo, ¿cómo
no hacerlo?

Aclarando su garganta, me sonrió con tristeza.

»Parece que tenemos un buen montón de presas que han solicitado un


pase de visitas para hoy. Casualmente, todos han solicitado la misma
visitante. ¿Te importa si te las muestro?

Secando mis propias lágrimas conseguí sonreír.

—Por supuesto que me gustaría verlas.

—Bien —Sonriendo ella abrió la puerta.

El sonido de aplausos, gritos y vítores llenaron el pasillo central mientras las


mujeres los transmitían a través de la puerta hasta la sala de visitas. Podía
oír mi nombre cantado con entusiasmo, casi rivalizando con la entrada
de Ice en prisión hacía cinco años.

Me salió una gran sonrisa en la cara mientras mis amigas entraban en la


sala con besos y abrazos para mí. Hubo un montón de lágrimas y muchas
risas, como se suponía que un adiós a la familia y amigos se debía sentir.
Me llené de calor hasta los dedos de los pies.

Pony, Sonny y Critter se reunieron a mi alrededor en un círculo cerrado,


con nuestros rostros inclinados hacia el interior y lágrimas corriendo por
nuestras caras. Pony y Critter iban a tener Audiencias por la libertad
condicional en los próximos meses, y tenía buenas vibraciones con ellas,
y así se lo dije.

Cuando finalmente nos separamos, miré a la cara a cada una de ellas


por separado.
—Pony, si no hubieras estado ahí cuando Mouse estaba tratando de
romperme la cara, no sé qué habría hecho. Gracias por estar ahí para mí
y por presentarme a las Amazonas. Gracias por enseñarme cómo luchar
y cómo defenderme. Nunca te olvidaré.

Inclinándome, le di un beso en los labios.

Todas en la sala estallaron en carcajadas mientras la cara de Pony se


ponía completamente roja.

—Awww, maldición —Fue lo único que pudo responder.

Me volví un poco.

—Sonny, gracias por todo lo que has hecho por mí. Sobre todo por
ayudarme a recobrar mis fuerzas después de mis problemas de gripe. Has
sido una buena amiga.

Sonriendo, la abracé y la besé también.

Devolviéndome la sonrisa, me dio un suave golpecito en el brazo.

—Tú nos has enseñado mucho también, Ángel. Buena suerte ahí fuera,
¿ok?

Asintiendo con la cabeza, me volví hacia Critter, mi amiga más cercana


entre las Amazonas. Ambas comenzamos a llorar de nuevo y nos
abrazamos con fuerza.

—Eres la mejor, Critter —le susurré al oído.

—Tú también —susurró ella—. Nunca te olvidaré. Hiciste de este lugar un


buen lugar.

Manteniendo el abrazo un poco más, luego nos separamos y nos


besamos. Le sequé las lágrimas de sus ojos.

—Machácales en tu Audiencia por la libertad condicional.

Ella se rio entre lágrimas.


—Si hago eso nunca lograré salir de aquí.

Desde su puesto en la esquina, Sandra se aclaró la garganta viéndose


levemente disgustada.

—Muy bien chicas, es hora de irse.

Hubo algunas quejas de buena onda, pero mis amigas comenzaron a


entrar de nuevo en prisión, tocándome al pasar para despedirse y
deseándome buena suerte.

Pronto, la puerta se cerró en un silencioso click, dejando a la guardia y a


otra persona atrás.

Corinne.

Al verla allí de pie, con el rostro curiosamente mostrando tanto pérdida


como orgullo, por primera vez, me quebré del todo, corriendo a sus
brazos y abrazándola con fuerza.

Fue solo con esta mujer, que era más una madre para mí de lo que mi
madre podría ser nunca, en que pude sentirme lo suficientemente segura
para dejar salir los temores sobre mi futuro cerrados herméticamente.
Como una niña pequeña y perdida, lloré sobre su hombro. Incluso la
dulce fragancia de sus bolsitas de té que siempre serían la señal de un
hogar para mí, no me servía de consuelo.

—Oh, Corinne —sollocé—. ¿Qué voy a hacer? Me siento tan perdida. Esta
es mi casa. Tú eres mi familia. No sé si lo conseguiré ahí fuera.

—Tonterías —murmuró de nuevo sorbiendo sus propias lágrimas—. Vas a


prosperar ahí fuera, Ángel. Eres una de las personas más fuertes que
jamás he tenido el privilegio de conocer. Lo harás muy bien. Todo lo que
tienes que hacer es creer en ti misma.

—Pero, ¿cómo lo hago? No sé si tengo la fuerza…

Apartándome de ella, me tomó de los hombros en un agarre casi


doloroso.
—Escúchame, Ángel. Tienes la fuerza de veinte personas. Trajiste
esperanza y alegría a un lugar en el que antes no había ninguna. Puede
que te hayamos enseñado a sobrevivir en el Pantano, pero tú… nos
enseñaste a vivir.

—Pero…

—Sin peros, Ángel. Te las arreglaste con un grupo de delincuentes


habituales sin esperanza. Me enseñaste a sentir de nuevo, algo que pensé
que jamás podría ocurrir. Por primera vez en mucho tiempo, tengo ganas
de levantarme por la mañana. Gracias a ti. A nadie más. A ti —Me tocó
el pecho con el dedo—. Este corazón tuyo es tan grande como el mundo
fuera de aquí. Ya ha sido enjaulado bastante tiempo. Es hora de salir y
demostrarle a todos los demás lo que nos has demostrado a nosotras. Lo
que me has mostrado a mí —Quitándose las gafas, se secó los ojos—.
Creo que me voy a dejar de lloriquear, si no te importa —gruñó limpiando
sus gafas antes de colocárselas sobre su nariz de nuevo. Se inclinó,
recogió algo oculto en la silla detrás de ella y me lo tendió. Era el
pequeño bonsái que Ice me había hecho por nuestro aniversario. Una
cinta amarilla nueva adornaba su tronco—. Toma.

Mientras lo tomaba, los sollozos comenzaron de nuevo y ella me dio algo


más. Era el libro que le había dado a Ice también en nuestro aniversario.

—¿Pero cómo? —Me las arreglé para decir ahogadamente, dejando el


árbol y abriendo el papel de regalo. Dentro estaba la fotografía de Ice y
su familia—. Oh, Dios —Lloré—. Oh, Dios. Corinne la echo tanto de
menos… ¿Cómo voy a hacer esto sin ella? —Apreté tanto el libro como
la fotografía cerca de mi cuerpo, abrazándolos y meciéndolos.

Dando un paso hacia mí, colocó sus manos en mis mejillas.

—Mi pequeño y dulce Ángel, si hay algo que me has enseñado por
encima de todo lo demás, es a tener siempre esperanza. Llévatela
contigo ahora. Te dará la fuerza que necesitas.

Mirándola profundamente a los ojos, me pareció detectar un tenue brillo


de algún conocimiento oculto en su mirada. El corazón se me subió a la
garganta, pero cuando abrí la boca para preguntarle, me puso un dedo
sobre los labios.
»Siempre ten esperanza, Ángel —susurró. Quitando su dedo, se inclinó y
me besó con calidez, demorándose un poco. Luego se alejó—. Te quiero,
Ángel.

Girándose rápidamente, se acercó a la puerta y la abrió.

—¡Corinne! ¡Espera!

Se volvió de nuevo con lágrimas corriendo por sus mejillas. Caminando


hacia ella, la besé profundamente.

—Yo también te quiero. No lo olvides nunca. Nunca.

Sonriendo, ella se tocó los labios y luego me acarició la mejilla.

—No lo haré, dulce Ángel. Jamás.

Con un ligero y triste saludo con la mano, se dio la vuelta de nuevo


tocando el frío metal con la palma de mi mano, como si pudiera
grabarme todo lo que me había sucedido en algún lugar profundo en mi
interior donde nunca podría olvidarlo. Apoyé la frente contra la puerta.

—Adiós —susurré.

Detrás de mí, el guardia se aclaró la garganta con suavidad.

—¿Le pido un taxi? —preguntó.

Después de un momento, me volví hacia ella, con una brillante falsa


sonrisa pegada en la cara.

—Gracias por la oferta, pero creo que voy a caminar.

—Bien. Tenga cuidado, ¿de acuerdo? Hay mucho loco suelto por ahí.

Esa declaración me sacó de mi estado de ánimo sombrío y me llenó de


risa. Ayer mismo, yo era una de esos locos. Y ahora se me advertía contra
ellos. Como alguien mucho más sabio me había dicho, qué gran
diferencia puede haber de un día para otro, ¿no?
Dándole a la guardia una peculiar sonrisa, la saludé con la mano y abrí
la puerta al exterior, inhalando profundamente y tomando el primer paso
para salir del Pantano como una mujer libre para siempre.
Epílogo

E
stoy escribiendo bajo la lámpara titilante de una habitación de
hotel que fue nuevo hace dos décadas, y limpio hace más o menos
el mismo tiempo, pero la puerta tiene una cerradura que puedo
abrir cuando quiera, y la cama es la más cómoda en la que he dormido
en años. Esa cama me está llamando con anhelo, e iré de buena gana
tan pronto como saque todas estas palabras de mi cabeza y las
impregne en este papel.

Salir por esa puerta y tomar aire fresco, era más difícil y al mismo tiempo
lo más fácil que he tenido que hacer. Cuando comencé a dar mis
primeros pasos hacia la libertad, el Pantano parecía decidido a tirar de
mí hacia él, como con garras invisibles clavándose en mi columna
vertebral. Mis piernas se volvieron pesadas con el esfuerzo que hacía al
alejarme. La prisión parecía susurrarme con la corriente de viento,
prometiéndome sostenerme y mantenerme a salvo si solo regresaba. Pero
no miré atrás. Era una promesa que me había hecho a mí misma y que
estaba decida a mantener. Mirar atrás solo haría las cosas más difíciles y
yo sabía eso. Así que no lo hice. Y como no lo hice, los siguientes pasos se
volvieron más sencillos, ya que se me quitó el peso de los hombros y fue
llevado a la deriva por la brisa de primavera.

El primer sonido que realmente recuerdo haber oído como mujer libre fue
la correa de sujeción de la bandera Americana golpeando con tristeza
contra su poste de metal. Era un sonido solitario, desolado y que me
pareció de mal augurio hasta que me di cuenta de que el sonido de los
pájaros era un contrapunto melódico al golpeteo de la cuerda contra el
metal. El sonido de los autos al pasar, poco comunes a lo lejos, me hizo
mirar hacia a la carretera. Los estilos de los autos habían cambiado en
cinco años. No lo había notado hasta ahora. No me fijé mucho en el
camino hacia la Corte, estando embargada por mi propia lucha
emocional. Miré a ese camino, lleno de hoyos por la helada del invierno,
curvándose suavemente sobre una pequeña colina, y me pregunté a
dónde llevaría. Mi camino estaba en ese camino, en algún lugar, sin
restricciones por el metal constante de las cadenas y barrotes y verjas.
Era tan amplio como mi imaginación y tan estrecho como mis temores.
La sirena de la libertad llamaba infinitamente más dulce que la brutal
cacofonía del Pantano, y así, a paso ligero entré en ese futuro sola, con
miedo, pero llevando conmigo misma la esperanza de que las cosas me
iban a salir bien en esta nueva vida que estaba siendo instada a tomar.

Cuando mis piernas comenzaron a cansarse, me dirigí a un pequeño


parque, intercalado con pasarelas y senderos con árboles, y me senté en
un banco de madera para ver la puesta de sol sobre el estanque que
había. Los patos, obviamente, habían optado por construir sus nidos en él
durante la primavera y me quedé viendo cómo eran alimentados por los
niños sonrientes con sus cortezas de pan. Inocentes y alegres risas llenaron
el aire a mi alrededor y sentí una burbuja de felicidad en mi interior. La
calidez del banco se filtró en mi interior a través de mi ropa y me eché
hacia atrás para ver la actividad pasar. Solo era otra mujer más tomando
un breve interludio en un día estresante.

Parejas jóvenes pasaban con las manos entrelazadas y sus caras con la
felicidad que da el amor de la juventud, con una sonrisa que parecía
grabada de manera permanente en las líneas de mi propio rostro hacía
poco. Me embargó una oleada de envidia tan fuerte que me quedé sin
aliento allí sentada, viéndoles pasar lentamente importándoles solo el uno
al otro. Cuando pude respirar de nuevo, me di cuenta de que una joven
madre había venido a sentarse a mi lado, mirando a sus dos hijos
pequeños perseguir patos mientras trabajaba en su labor de costura con
las manos moviéndose rápidamente con habilidad casual. Conversamos
brevemente sobre cosas sin importancia y me relajé de nuevo poco a
poco. Cuando se fue, sujetando con cuidado a sus hijos por sus manos
sucias y llevándoles de vuelta, no me cabe duda, a sus vidas seguras y
cómodas, me contenté con ver el juego de luces del agua ondulante.
Dejé mi mente vagar en blanco durante un largo momento,
concentrándome solo en este momento de paz y soledad perfecta, sin
pensamientos sobre el futuro o el pasado.

Poco a poco, con un sentido subliminal que había ido perfeccionando


en el Pantano, me di cuenta de que estaba siendo observada. Mirando
casualmente a la izquierda, y luego a la derecha, no vi nada fuera de lo
común. Aun así los pelos de mi nuca se pusieron de punta y un cosquilleo
de advertencia me pasó por la columna vertebral. Con toda la
indiferencia que pude, me volví a mirar por encima de mi hombro
derecho. Allí, bajo un gran roble envuelto con los primeros brotes de la
primavera, había un tipo a horcajadas sobre una moto. Vestía de cuero
negro de pies a cabeza, con ribetes rojos y blancos a los lados de su
chaqueta y pantalones. Su casco negro tenía un visor que reflejaba el
resplandor anaranjado ardiente del sol tras de mí. Era imposible saber si
era el que me observaba, pero su cabeza parecía estar inclinada en mi
dirección y mi corazón se aceleró en una reacción automática. Como
por casualidad, volví mi mirada hacia el estanque ante mí, considerando
mis opciones. Cuando has estado un tiempo en la cárcel, comienzas a
sentir señales con tu cuerpo, y mi cuerpo me estaba advirtiendo de que
algo malo pasaría si no me preparaba para correr o luchar. ¿Era
simplemente la paranoia de la cárcel? ¿Del tipo que presupone a un
asesino detrás de cada puerta cerrada? ¿Era algo que iba a tener que
enfrentar durante todos los días de esta nueva vida que se abría para mí?
¿La mirada de cada extraño despertaría en mí la misma adrenalina que
ahora?

Con mi pacífica soledad rota, me concentré en respirar, decidida a


superar esta prueba particular. Después de todo, a las personas se les
permitía ver la puesta de sol en un parque sin tener motivaciones
siniestras. Ahora estaba viviendo en el mundo real, y alterarme por cada
sospecha que me saltara no iba a ser una opción. No si quería conservar
un poco de cordura.

Al escuchar la moto cobrar vida detrás de mí, dejé escapar un suspiro de


alivio, felicitándome a mí misma por no obsesionarme con algo, que
obviamente, no era nada. Pero entonces, en lugar de alejarse, la moto
pareció acercarse a mí, con sus neumáticos crujiendo sobre los restos del
otoño pasado esparcidos sobre la hierba recién salida. El corazón se me
subió a la garganta, y mis manos se cerraron por voluntad propia en
puños listos para defenderme si era necesario. Pude sentir mi columna
retorcerse mientras mis músculos se apretaban en una lucha o huida
como respuesta instintiva.

La moto sonó más cerca y parpadeé con rapidez, con los ojos
repentinamente secos.

—Muy bien, Ángel —me susurré a mí misma—. No entres en pánico. Hagas


lo que hagas no te preocupes. Si él está detrás de ti y tú sabes que lo está,
no se atreverá a hacer nada a plena luz del día con todas estas personas
a tu alrededor, ¿de acuerdo? Mantente tranquila. Probablemente solo
quiera un vistazo más cercano al estanque o algo así. Tiene tanto
derecho a estar aquí como tú.
La moto frenó con suavidad parando justo al lado de mi banco y me
costó un mundo no saltar y empezar a correr. Visiones de Morrison
pidiendo con calma mi ejecución desde la comodidad de su celda me
invadieron con burla. El motor se apagó y pude oír su pie apoyándose al
bajar a la tierra. Me obligué a no girar la cabeza con mi mayor fuerza de
voluntad, manteniendo la mirada centrada en la luz sobre el agua
ondulante.

Mantén la calma.

Mantén la calma.

Mantén la calma.

Pude oír el ligero crujido de la grava mientras el hombre se bajaba de la


motocicleta. Entonces solo se escuchó el silencio del motor y el sonido
lejano de los niños jugando. ¿Por qué no hacía nada? ¿Por qué se
quedaba allí de pie?

Porque —respondía la parte más oscura de mi mente paranoica—, está


a la espera de la oportunidad de matarte sin todos estos testigos.

Eso es una tontería —Proclamaron mis pensamientos más racionales.


Estará mirando al agua igual que tú. Se podía ver el agua muy bien desde
donde estaba.

Actúa ahora, Ángel, mientras aún puedas. Mantén la calma. Todavía no


ha pasado nada. Empieza a correr ahora, y nunca pararás. Estarás
mirando por encima de tu hombro para siempre, y gritarás cada vez que
un perro tire un bote de basura.

Estaba tan envuelta en mi argumento interno que ni si quiera me di


cuenta cuando el desconocido se me acercó a donde yo estaba
sentada, parando a menos de dos metros a mi derecha.

Sabiendo que estaba dándome más miedo el no mirar, giré la cabeza en


su dirección, forzando una sonrisa de alguna forma.

Mi imagen se reflejó de nuevo en el visor de su casco, mostrándome lo


falsa que se veía mi sonrisa. Mis ojos estaban abiertos por el pánico
apenas controlado. Mi corazón se aceleró aún más mientras el sudor
embargaba mi frente, picándome los ojos.

Se me quedó mirando durante tanto tiempo que finalmente solo quería


gritarle que me matara de una vez para poder tener algo de paz.

Su mano enguantada se elevó entonces, y en mi pánico juro que vi un


arma. Mis propias manos se levantaron en defensa, como reflejo
involuntario y me di cuenta de que su mano estaba vacía y simplemente
se estaba quitando la visera del casco.

Se lo quitó lentamente y puedo recordar que di gracias a Dios por al


menos poder ver el rostro de mi asesino antes de morir. No como si rezara,
sino más bien era algo en lo que se centraron mis pensamientos.

No podía ver demasiado de su rostro. Parecía estar cubierto con una


capucha negra de algún tipo, tapando todo excepto los ojos.

Parpadeé.

Los ojos.

Parpadeé una vez más, poniendo mi mano como sombra para mis ojos y
poder ver. Un paso y el sol fue bloqueado por un cuerpo alto, dejándome
libertad para poder mirar esos magníficos ojos, cautivantes y azules.
Azules como la parte más caliente de la vela de una llama. Azul como el
centro de un bloque de…

—¿Ice? —Susurré con las lágrimas empezando a caer…

Su expresión cambió a una sonrisa y sus ojos se calentaron, con su color


profundizándose.

»¿Ice? —Repetí con la voz llena de lágrimas—. ¿Eres tú?

Una mano enguantada de negro se me acercó y sin pensarlo la tomé.


Sentí un confort que recordaba perfectamente y mi voz fue ahogada de
repente contra su pecho mientras sentía su aroma a cuero caliente por
el sol, así como sus brazos envueltos a mi alrededor en un fuerte abrazo.

Mis palabras salieron como un torrente de agua sobre una presa rota.
»¡Oh, Dios mío! ¡Pensé que estabas muerta! ¡Pensé que te habían
matado! ¿Cómo has llegado aquí? ¿Qué te pasó?

Otras preguntas se perdieron en mis sollozos y ella estrechó su abrazo


meciéndome suavemente.

Bajo su pesado cuero, pude escuchar su propio corazón acelerado y


pude sentir la tensión en su pecho que me decía que estaba tratando de
controlar sus lágrimas. Poco a poco, liberó su férreo agarre sobre mí,
urgiéndome a agarrar su brazo y a mirarla fijamente, como si necesitara
memorizar sus rasgos de nuevo.

Su mirada era tan cariñosa y tan intensa que sentí que mis mejillas se
ruborizaban. Riendo débilmente por la vergüenza, sequé mis lágrimas, en
pie como podría estar un soldado durante la revisión antes de un desfile.
Por el rabillo del ojo, me di cuenta de algunas miradas curiosas que
lanzaban los transeúntes. Miré de nuevo a Ice, de nuevo nerviosa.

»No deberías estar aquí —le dije en un susurro que esperaba que pudiera
oír a través de su casco y capucha—. La policía te está buscando. No es
seguro que estés aquí. Podrían… haberme seguido.

Sabía que estaba sonando como una idiota paranoica, pero mis temores
eran reales. Sus ojos se calentaron en una sonrisa de nuevo mientras
lentamente negaba con la cabeza.

Entonces, por primera vez habló con voz algo ahogada, pero
exactamente como la recordaba.

—Te he estado siguiendo toda la tarde —Se me elevaron las cejas con
incredulidad.

—¿En serio? Pero yo no…

Sacudiendo la cabeza, con los ojos sonrientes, tomó mi mano con


suavidad y me llevó con ella hasta su moto, que era de un estilo que
nunca antes había visto fuera de las carreras que mi padre veía a veces
en la tele. No era una moto de paseo, como las Harleys y Hondas que
había visto aparcados fuera de los bares de mi apartamento de
Pittsburgh. Esta moto estaba hecha para la velocidad, no para la
comodidad.

Liberando mi mano, se puso al otro lado de la moto y tomó otro casco


que había bajo el asiento, sosteniéndolo hacia mí, con sus ojos llenos de
preguntas.

Mis propias preguntas, un millón de ellas, me pasaron por la mente, pero


podía negarme al casco tanto como a respirar. Aceptando el casco, me
lo puse en mi cabeza. Se ajustó perfectamente, la espuma me raspó los
oídos. Me quedé con la visera levantada, viendo como ella daba la
vuelta a la moto de nuevo y agarraba mi bolsa con artículos personales.
No era muy grande, contenía solo un par de mudas de ropa y el libro de
Ice. Tenía dos asas, las cuales deslicé sobre mis hombros cuando Ice me
la entregó, estableciéndola cómodamente a mi espalda. Recogiendo el
bonsái, se dirigió de nuevo a la moto y levantó el asiento, dejando al
descubierto un pequeño espacio para el equipaje. Colocó dentro el
árbol casi con reverencia, luego cerró el asiento y pasó su pierna sobre la
moto, a horcajadas una vez más. Respirando profundamente, me subí a
la parte superior, sin haber montado nunca antes en moto.

La moto fue construida para que el conductor se inclinara hacia delante,


casi apoyada en el tanque de gasolina. Una vez estuve más o menos
instalada, tomó mis manos y me las apretó alrededor de su abdomen.

—Agárrate —fue todo lo que dijo antes de poner en marcha el motor.

Y eso es lo que hice.

* * *

Nos dirigimos al Norte, y más y más al Norte, principalmente a través de


los caminos rurales, pero algunas veces, ligeramente o no tan
ligeramente, viajamos por carreteras. Pasé la mayor parte de la noche
recostada casi directamente encima de Ice mientras ella se inclinaba
sobre el tanque de gasolina, con el manillar en la barbilla, conduciendo
como si la persiguiera el diablo.
Los kilómetros volaron, me rodeó un entorno casi místico, bañada por la
luz decreciente del crepúsculo de primavera. Mi miedo a este nuevo
modo de viajar casi me hizo volcar la moto mientras mi cuerpo se
rebelaba contra la gravedad que Ice estaba ejerciendo con la increíble
velocidad. Solo su fuerza sin igual nos mantuvo a ambas en posición
vertical y en movimiento. Acabé dándome por vencida y apoyé mi
cabeza contra su espalda y cerré los ojos contra el viento que azotaba
mi casco. Sentí que mi cuerpo se relajaba y se fundía con el suyo, casi
convirtiéndonos en un solo ser mientras continuábamos por la carretera y
hacia el futuro.

Después de horas y horas de viaje, mi cuerpo estaba rígido y dolorido y


mis manos estaban heladas por el viento de principios de primavera.

Por fin llegamos a una parada tranquila, a las afueras de un motel


descuidado. Me tomó un gran esfuerzo liberar mi agarre de la cintura de
Ice y enderezarme en mi dolorido cuerpo. Ella se deslizó de la moto con
su elegancia habitual, sin ningún problema y después se volvió y me
ayudó mientras buscaba en su bolsillo una llave. Después de recoger el
bonsái de debajo del asiento, me condujo hacia una maltrecha puerta y
metió la llave. La puerta se abrió y me llevó al interior. La habitación era
cálida, pequeña e iluminada por una única lámpara que colgaba sobre
una mesa en mal estado en un rincón. Una cama doble ocupaba la
mayor parte del espacio restante. Una mochila reposaba sobre la
andrajosa y raída colcha y dejé mi bolsa a su lado.

Entonces me quité el casco con mis fríos dedos adormecidos, sacándolo


de mi cabeza y liberando mi cabello. A mi lado, Ice imitó mis acciones,
quitándose el casco y liberando su pelo en ondas, pasando una mano
descuidada por él, creando algún tipo de orden. Mi corazón duplicó su
ritmo por la simple belleza del acto inconsciente.

Entonces se volvió a mí y sonrió, y me enamoré de nuevo, cayendo de


cabeza en un precipicio que pensé que me sería negado para siempre.
Las lágrimas brotaron de mis ojos, y aunque no quería nada más que ser
engullida por la fuerza de su tierno y poderoso amor, necesitaba una
respuesta por encima de todas las demás.

—¿Por qué? —Esas simples palabras cubrían cientos de emociones,


cientos de preguntas. ¿Por qué entonces? ¿Por qué ahora? ¿Por qué
esto?
Su sonrisa se hizo más tierna mientras se quitó los guantes y me llevó hacia
la cama para sentarme a su lado. Mi cuerpo agradeció el relleno blando
al sentarme.

—Era lo que tenía que hacer —dijo en voz baja mirando la mesa frente a
nosotras.

—No lo entiendo.

—Lo sé.

—Entonces explícamelo. Por favor. Pensé que te había perdido.

—También sé eso —Su voz se ahogó débilmente mientras se volvía hacia


mí extendiendo la mano y tirando de mi mano hacia su regazo. Mantuvo
la mirada fija en ella, jugando ligeramente con mis nudillos y calentando
mi carne helada con su toque. Se aclaró la garganta—. Cuando estaba
en el hospital recuperándome de las heridas, el Alcaide me hizo una
visita. Me dijo que si alguna vez alguien se enteraba de quién estaba
detrás del tiroteo o por qué Cavallo estaba ahí para empezar, se
aseguraría de que nunca tuvieras tu Apelación.

Sus palabras en voz baja me congelaron por completo.

—Dios mío —resoplé.

—Entonces supe que no podía volver. Tenía que… llevar las cosas con
cuidado para que su amenaza no se hiciera realidad—. Me miró
brevemente antes de mirar hacia nuestras manos de nuevo—. Estaba
encadenada a la cama por unas esposas alrededor de mi tobillo, pero
las dejaron mal puestas —Se encogió de hombros—. No me fui difícil
ocuparme de eso. Luego solo era cuestión de esperar la oportunidad
adecuada —Tomó una fuerte inhalación y la dejó salir lentamente—.
Cuando llegó, me escapé.

—¿A dónde fuiste?

Esa sonrisita peculiar suya apareció en la comisura de su boca.


—A conseguir un arma de un viejo… amigo. Luego me fui a casa de
Cavallo —Su sonrisa se amplió casi salvajemente—. Era la hora de la
venganza —Gemí en voz baja y sus ojos se dirigieron a los míos de nuevo
antes de mirar hacia nuestras manos una vez más, sus largas pestañas
bajaron—. Sí. Bueno, me presenté en su casa y quité de en medio a un
par de guardaespaldas.

—¿Los mataste?

—No. Ni si quiera se dieron cuenta de mi presencia. Solo les puse a dormir


un rato. Él estaba arriba, en la cama. Sólo —Se rio con sequedad—. Ni si
quiera pudo pagar a una mujer. De todos modos, entré hasta su cama.
Puse la pistola en su sien pensando en lo que le hizo a Josephina, a
Salvatore, a mí. Sobre lo que, a través de Morrison, iba hacerte a ti —Su
mano abandonó la mía y la cerró en un puño apretado—. Deseaba tanto
matarle que podía saborearlo. Mi dedo estaba en el gatillo, a falta solo
de una leve presión, y todo habría terminado —Elevó la cabeza hacia el
techo, con su mandíbula tragando mientras pasaba las manos por su
cabello—. No pude hacerlo —susurró con dureza—. Quería, mucho.
Quería terminar con su miserable y apestosa vida —Suspiró sacudiendo
la cabeza—, pero no pude.

—¿Por qué?

—Mientras estaba allí de pie, viéndole dormir, pensé en ti —Sus ojos me


miraron a la cara. Sonrió levemente—. En ese momento en que tuve la
vida de Cassandra en mis manos, me dijiste que no renunciara a mis
sueños, que ella no valía la pena. Y me di cuenta, de que si me convertía
de nuevo en la persona que solía ser, la que mataba para resolver sus
problemas, haría exactamente eso —Las lágrimas brillaron en sus ojos—.
Tal vez mis sueños no eran mucho, pero eran todo lo que tenía. Y no podía
renunciar a ellos. No por él.

—Oh, Ice…

Extendí la mano y ella me la tomó en un agarre desesperado, sujetándola


contra su pecho. Podía sentir su corazón desbocado a través de la fina
tela de algodón de su camiseta.

—Por tanto, me alejé. Le dejé allí sin que se diera cuenta de lo cerca que
estuvo de no volver a despertar. Cuando salía de su casa, vi un bloc de
notas junto al teléfono de la planta baja. El nombre de unos de los lugares
favoritos de Salvatore, un restaurante italiano en Pittsburgh, estaba escrito
en el bloc junto con la hora y el nombre de Sal escrito debajo. Sabía que
era una cita y casi subo de nuevo las escaleras para acabar el trabajo.

—Pero no lo hiciste.

—No. Decidí darle a Sal una advertencia. Fui a su casa, aunque ni si


quiera sabía que estaría allí —Sonrió torcidamente de nuevo—. Sus
guardias no se sorprendieron al verme por alguna razón. Supongo que
sabían de mi huida para entonces. Pero me dejaron entrar sin
demasiados problemas.

—¿Estaba contento de verte?

—En realidad no. Yo era un problema que no podía permitirse. Así que le
di mi información, di mis condolencias por la muerte de Josephina y me
fui. No puedo decir que sintiera verme marchar. Y yo no sentí marcharme.
Me di cuenta, justo en ese momento, de que esa no era una vida que
quisiera volver a vivir de nuevo jamás.

—¿Qué hiciste?

—Monté en mi moto y llegué aquí. Es de un par de amigos —Su mirada


recorrió el cuarto—. No es exactamente el Ritz, pero es suficientemente
seguro, especialmente para alguien como yo.

—Había controles de carreteras por todas partes buscándote. ¿Cómo


diablos conseguiste despistarles?

Ella sonrió.

—Creo que en ese momento estaban más preocupados sobre quién iba
a entrar en la ciudad que sobre el que fuera a salir. Sabía que Morrison
entraría en pánico cuando se enterara de mi huida. Me imaginé que una
gran parte de las fuerzas policiales estarían custodiando el Pantano.

—Así fue. Parecía una convención de policías.

Ice rio suavemente.


—También supe que Morrison no se atrevería a hacerte nada con toda
esa policía alrededor. Estaba atrapado en sus propios miedos. Y también
supe, que lo más probable era que Salvatore se ocupara de Cavallo si él
intentaba seguir adelante en sus planes contra él. Y si Cavallo caía,
Morrison lo haría con él.

—¿Cómo lo supiste?

Su sonrisa se volvió petulante.

—¿Quién crees que dejó esos papeles en su auto?

Di un grito ahogado.

—Tú. Nooo.

Ella elevó ambas cejas.

—Oh, sí.

Sacudiendo la cabeza, dejé salir una breve carcajada.

—No sé por qué me sorprende.

—De todos modos —continuó—, me quedé aquí y mantuve un ojo en


todo. Estoy segura de que Cavallo sabía que yo había escapado antes
de ir a tratar de eliminar a Briacci. No tengo ni idea del motivo que le
obligó a hacerlo, a excepción de su ego. Pero obtuvo lo que se merecía,
y también Morrison —Su sonrisa se volvió triste—. Por lo tanto, lo único que
me quedaba por hacer era velar por ti. Admito que salí a
emborracharme cuando me enteré de que se te concedía un nuevo
juicio.

—Pero, ¿cómo? ¿Por Donita? —Mi temperamento estalló— ¡Maldita sea!

—No. No fue por Donita. Nunca la involucraría en algo así.

—¿Entonces quién? —Su silencio me dio la respuesta—. Corinne —dije


con creciente certeza, ¿no es así?

Ice asintió lentamente.


Salté de la cama, con las manos en puños con ira.

»!Maldita sea! ¡No puedo creer que ella me ocultara algo así!

Ice levanto las manos.

—No la culpes a ella, Ángel. Le pedí que se mantuviera en silencio.

Me giré hacia ella.

—Pero, ¿por qué? Ice, ¡pensé que habías muerto! ¿Tienes idea de por lo
que pasé?! ¿Tienes alguna idea?!!!

Su mirada cayó de nuevo a la cama.

—Sí —dijo en voz baja—, pero era lo único que podía hacer.

—¿Pero por qué? —le pregunté de nuevo—. ¿Por qué no pudiste


hacerme saber al menos que seguías viva? ¿Qué podría haber pasado
excepto que se aliviara mi dolor? —Estaba tan enojada que temblaba.

—Quería, Ángel. Más que nada. Pero no podía. Era tu oportunidad de


conseguir lo que merecías: tu libertad. Y si hubieras sabido que yo estaba
por ahí, en alguna parte, y que quizá podría volver, podrían haberte
acusado de ayudar a escapar a una fugitiva, y tu oportunidad habría
desaparecido —Me miró a los ojos de nuevo, con la abrasadora
intensidad de sus convicciones—. Tu libertad vale más que nada en el
mundo, Ángel. Hice lo que hice porque tenía que hacerlo. No espero que
lo entiendas, o perdones mis acciones.

Mientras la miraba, mi ira comenzó a disiparse. Sus acciones fueron


llevadas a cabo por su profundo amor por mí. Yo lo sabía. Y si no pudiera
perdonar el dolor que había causado, al menos podía entenderlo y
aceptarlo como su verdad.

Aflojando los puños, volví a sentarme a su lado en la cama, apretándole


una mano mientras con la otra me acariciaba el cabello. Le sonreí.

—Así que… ¿me has estado espiando, eh? —le pregunté chocando su
hombro con mi cabeza.
Ella me sonrió de lado.

—Algo así. Y cuando Corinne me llamó con el veredicto, me subí a la


moto y fui para allá lo más rápido que pude. Llegué alrededor de media
hora antes de que salieras del Pantano —Sus ojos se cerraron—. Verte de
nuevo hizo que el corazón se me subiera a la garganta. Te amo mucho
—Hizo una pausa para secarse una lágrima solitaria que se escapó de
una de sus pestañas—. No iba a hablar contigo, ya sabes. Sólo quería
verte una vez más, asegurarme de que estás a salvo. Asegurarme de que
tenías un lugar donde quedarme hasta valerte por ti misma. Sospecho
que Donita se ofreció a ayudarte.

Asentí

—¿Por qué no ibas a decir nada? —No pude ocultar el dolor en mi voz, y
la sentí tensarse a mi lado.

—Ángel, ahora eres una mujer libre. Una mujer inocente. Puedes ir a
cualquier parte. Hacer todo lo que desees hacer en esta vida. No podía
meterme de nuevo en tu vida, viviendo huyendo, siempre mirando sobre
mi hombro a la espera de que algún oficial de policía o cualquier
ciudadano me reconozca —Suspiró—. Pero luego, te vi en el parque, vi
la luz del sol jugando con tu cabello y no pude… No pude irme sin decirte
que te amaba, sin despedirme de ti. Al menos te merecías eso. Y
entonces, cuando te tuve en mis brazos, no pude hacerlo. No pude
dejarte ir. No importó lo mucho que quisiera, no pude. Sé que no es justo
para ti y no te estoy pidiendo que te quedes conmigo. Sólo sé que tenía
que decirte más que un simple adiós. Necesitaba explicarte las cosas.
Necesitaba… que no me odiaras.

La mirada en sus ojos era tan perdida, tan infinitamente triste, que me
rompió el corazón en dos.

—Oh, Ice, yo nunca podría odiarte. ¿No lo sabes ya a estas alturas?

Sus ojos de repente se pusieron tímidos y alcancé a ver a la chica de la


foto de hace tantos años.
—No he sido amada incondicionalmente por mucho tiempo —dijo ella
en apenas un susurro—. Creo que olvidé como era. Sin embargo, tu
libertad…

Alcancé su cara y la tomé entre mis manos, haciendo que me mirara a


los ojos.

—Ice, la libertad significa tener la opción de decidir qué hacer con mi


vida. Y esa elección fue tomada hace mucho tiempo. Estar contigo es
donde quiero estar.

—Pero…

—Sin peros. Mi libertad me da esa opción, y no voy a renunciar a ella. No


tienes que entenderlo. Sólo aceptarlo. O no. Y esa es tu libertad.

—No puedo dejar que pierdas la oportunidad de una nueva vida por mi
culpa, Ángel. No es que no lo aprecie, porque créeme, lo hago.

Pude sentir mis ojos entrecerrarse.

—Entonces, lo que me estás diciendo es que sólo soy tan libre como tú
me permitas que lo sea, ¿es eso?

—¡Maldita sea, Ángel! Si te quedas conmigo, lo único que conseguirás es


volver a prisión, ¿no te das cuenta?

Sí, ella estaba enfadada. Pero esta vez… yo no tuve miedo.

—Ice, la única prisión a la que volveré es a la que me pondrías si no me


dejas tomar mis propias decisiones sobre lo que quiero hacer con mi vida.
No habría barrotes excepto los que tendría alrededor de mi corazón. Y
ese es un lugar al que no quiero volver. Sería mil veces peor que el
Pantano —Tomé su mano y la agarré con fuerza, llevándolas hacia arriba
para que ella pudiera verlas claramente—. Mi vida está contigo, Morgan
Steele. Ha sido así desde el día que te conocí. Eso nunca cambiará, tanto
si me dejas quedarme contigo como si no.

Por primera vez desde que la conocía, Ice parecía asustada. No en


pánico, pero sí tenía miedo.
—Yo… no puedo…

Puse mis dedos sobre sus labios.

—Tal vez tú no —susurré—, pero yo sí.

Inclinándome hacia delante, reemplacé mis dedos con mis labios,


demostrándole todo el amor que había en mi alma. Después de un
momento, ella respondió, hundiendo sus dedos en mi cabello y
acercándome más a ella, para ser embargada de su aroma a especias
y cuero. Yo estaba intoxicada.

Detrás de mí, tiré mi bolsa de la cama, y la bolsa de lona de Ice, y luego


le eché los brazos al cuello, haciendo que descansara junto a mí, sin
romper el contacto de sus labios, que había abierto ante mi tierno
sondeo, permitiéndome explorarla para deleite de mi corazón.

Mis manos trabajaron con destreza y seguridad sobre los poco familiares
botones, cremalleras y hebillas de sus prendas de cuero, necesitando
sentir la calidez de su cuerpo.

Ella gimió ante el primer toque de mis dedos en su piel y dejé que toda la
fuerza de mi amor y pasión por esta notable mujer me arrastrara con ella.
Fui de buen grado hacia la luz de mi recién descubierta libertad.

* * *

Y aquí estoy, escribiendo mientras mi amante duerme a unos pocos pasos


de distancia, con su pelo brillando por la débil luz de la lámpara sobre mí.
Su cabeza estaba lejos de mí, pero sabía sin necesidad de verla, que
tenía una sonrisa en sus labios. Una sonrisa que yo puse allí. Ese
pensamiento me llena de alegría. Y en unos momentos iré a descansar a
su lado, acurrucándome contra su fuerte cuerpo y dormiré con la música
de su corazón bajo mi oreja. En unos momentos.

Hemos decidido salir para Canadá por la mañana. Para intentar tener
una vida en la tierra que me hizo tan feliz cuando era niña. Atravesar la
frontera podría ser complicado, pero Ice confía en que podremos
hacerlo. La oportunidad de poder compartir ese lugar de ensueño con
ella es todo lo que podría desear en este mundo.

Algunos de vosotros, podéis estar preguntándoos por qué lo arriesgo todo


para vivir mi vida con una fugitiva, siempre preguntándome cuando todo
se irá a pique. Y a esas preguntas, solo puedo responder que sigo a mi
corazón. Que si por casualidad todo se va a pique mañana o dentro de
cincuenta años, sabré que he vivido mi vida de la manera que quería.
Que tomé mis propias decisiones en este mundo y que fui feliz por ello.
Que amé y fui amada por la otra mitad de mi alma. No querría nada más.

Y en verdad, ¿qué más se podría pedir a la vida?

Fin
Nota de la autora

Bueno, chicos, así concluye Redención.


Doy las gracias a todos los que me han seguido hasta aquí, en un viaje a veces
pedregoso. Gracias a las muchas personas que se tomaron el tiempo en sus
ocupaciones diarias para leer unas líneas y saber cómo seguía la historia. Me
conmovió, me gratificó y me abrumó vuestra respuesta. Y gracias una vez más (una
bardo nunca puede decir esto las suficientes veces), a mis betas, especialmente a Mike y
Candace, por toda vuestra ayuda, apoyo, lealtad y amor <g>. Y finalmente mi
agradecimiento a Mary D, cuyo inquebrantable apoyo, así como sus amenazas cuando
le dije que no volvería a escribir sobre Ice <weg>, siempre serán bien y felizmente
recordadas.

Así que… Quién quiere saber cómo les va a Ice y a Ángel en Canadá, ¿eh? ;)

Sue,
9/06/99
Biografía de la autora

S
usanne M. Beck es enfermera y una autora publicada que vive en
Atlanta, Georgia. También es una autora muy popular en la red bajo
el seudónimo de Sword'n'Quill.

Ha escrito libros como Desert Storm, I, Conqueror, The Stranger in your


Eyes, The Growing y Driven, éste último junto a T. Novan.

SwordnQuil@aol.com
Serie Ángel & Ice

#2 Retribución

Ice y Ángel llegan a Canadá e intentan formar una nueva vida en una
pequeña ciudad, intentando superar sus pasados y creando un futuro
juntas.

#3 Restitución

Ice finalmente buscar restituir sus pecados para encontrar la paz y tener
un verdadero futuro en libertad con la mujer que ama.
Únete a la causa. Traigámoslas de vuelta!!
https://www.facebook.com/Xena2011MovieCampaign

http://www.gopetition.com/petitions/xena-warrior-princess-movie.html
Si te ha agradado esta historia por favor date unos segundos para
darle a la lectura una manita arriba

También podría gustarte