El Tiempo de La Politica Elias J Palti PDF
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Argentina, 2007.
328 p.; 21x14 cm. (Metamorfosis
Carlos' Altamirano)
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ISBN 978-987.12204~7.8
1. Ensayo en Espaiiol.
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Prlogo
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Introduccin:
Ideas, te1eologislno
y revisionismo en la historia
poltico-inte1ectuallatinoamericana
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1.
Historicismo/Organicismo/Poder
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2. Pueblo/Nacin/Soberana
3. Opinin pblica/Razn/Voluntad general
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4. Representacin/Sociedad civil/Democracia
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5. Conclusin
La historia poltico-intelectual como historia de
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6.
Apndice
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Prlogo
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En Many Mexicos, Lesley Bird Simpson relata las honrosas
exequias fnebres que recibi la pierna de Santa Anna amputada por una bala de can. Aos ms tarde, iba a ser desenterrada duran te una protesta popular y arrastrada por toda la ciudad. "Es dificil seguir el hilo de la razn a travs de.la generacin
que sigui ala independencia", concluye Simpson.1
El siglo XIX ha parecido siempre, en efecto, un perodo extrao, poblado de hechos anmalos y personajes grotescos, de
caudillismo y anarqua. En este cuadro catico e irregular resulta, sin duda, difcil "seguir el hilo de la razn", encontrar claves
que permitan dar sentido a las controversias que entonces agitaron la escena local. Por qu hombres y mujeres se aferraron a
conductas e ideas tan obviamente reidas con los ideales modernos de democracia representativa que ellos mismos haban consagrado, para Simpson slo podra explicarse por factores psicolgicos o culturales (la ambicin e ignorancia de los caudillos,
la imprudencia y frivolidad de las clases acomodadas, etctera).
Tras esa explicacin asoma, sin embargo, un supuesto. iIn- .
plcito, no articulado: el de la perfecta transparencia y racionalidad de esos ideales. As, lo que ella pierde de vista es, precisamente, aquello en que radica el verdadero inters histrico de
este perodo. El siglo XIX va a ser un momento de refundacin ,
e incertidumbre, en que todo estaba por hacerse y nada era
cierto y estable. Quebradas las ideas e instituciones tradiciona-',
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horizonte vasto e incierto. Cul era el sentido
de esos nuevos valores y prcticas a seguir era algo que slo po'dra dirimirsc en un terreno estrictalnente poltico.
Esto que, visto retrospectivamente -desde la perspectiva
de nuestra poltica estatizada-, nos resulta insondable no es
sino ese momento en que la vida comunal se va a replegar sobre la instancia de su institucin, en que la poltica, en el sentido fuerte del trmino, emerge tiendo todos los aspectos de
la existencia social. se ser, en fin, el tiempo de la poltica.
Para descubrir las claves particulares que lo animan es necesario, sin embargo, desprendernos de nuestras certidumbres
presentes, poner entre parntesis nuestras ideas y valores y pe~)nctrar el universo conceptual en que la crisis de in dependen cia y el posterior proceso de construccin de nuevos Estados
nacionales tuvo lugar. El anlisis de los modos en que habr de
definirse y redefinirse a lo largo de ste el sentido de las categoras polticas fundamentales -como representacin, soberana, etc.-, la serie de debates que en torno de ellas se produjeron en esos aos, nos introducir en ese rico y complejo
entramado de problemticas que subyace a su caos manifiesto.
cuestionarse los conceptos, cuyo sentido imaginan perfectamente expresable en la lengua natural y transparente para cualguier hablante nativo, utilicen los conceptos laxamcnte, atribuyendo con frecuencia a los actores ideas que nO corresponden
a su tiempo. Esto ltimo se podra evitar, en gran medida, con'
slo apelar a un diccionaro histrico. Sin embargo,- existe una
segunda cuestin, ntimamente relacionada con el resurgimiento reciente de la historia intelectual, mucho ms cornplicada de resolver.
De acuerdo con lo que se supone, el estudio de los usos del
lenguaje no slo resulta necesario a los fines de lograr un mayor rigor conceptual, sino tambin por su relevancia intrnseca. Analizar cmo se fueron rcformulando los lenguajes polticos ~o-lai-io -deu;"det~rminad;;p'e~;;d;;
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compre;"der ;spe~t;;-shi~i;ko;';;;;~generales, cuya importancia excedera incluso el marco especfico de la disciplina particular. Como apuntaba ya Raymond Williams en el prlogo a su
io Keywords (1976):
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Por supuesto, no todos los temas pueden comprenderse mediante el anlisis de las palabras. Por el contrario, la mayor parte de
las cuestiones sociales e intelectuales, incluyendo los desarrollos graduales de las controversias y-conflictos ms explcitos,
persisten dentro y ms all del anlisis lingstico. No obstante, muchas de ellas, descubr, no podan realmente aprehendersc, y algunas de ellas, creo, siquiera abordarse a menos que
seamos conscientes de las palabras como elementos.2
diccionario resulta, sin embarpara descubrir el sentido hisEl anlisis de ningn trmino
por ms profundo y sutil que
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El tiempo de la poltica
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II sea, alcanzara a descubrir la significacin histrica de las
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1 configuraciones conceptuales observadas. Para ello, q,eca Wi-'
estudio intenta retomar el proyecto original de Williams, apli- '''',
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trascender la instancia lingStl.'C~_~,p"~.ro cado, en este caso, al siglo XIX latinoamericano. ste es, pues, Di
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s reconstruir un campo completo de significaciones. Afinnamucho luenos que un diccionario, dado que no resulta de nin- () "~
, ha que su texto Keywords no se debe tomar como un 'diccionagn modo suficientemente comprehensivo ni sistemtico, pe- ")
rio o glosario, sino como "el.registro de la interrogacin en un \\ro es, al mismo tiempo, algo ms que un diccionario: se trata;,
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vocabulario".3 "El objetivo intrnseco de su libro", aseguraba, "es
11 de un trabajo de historia inte!ectuaJ! Esto se interpreta aqu en el ! .:)
enfatizar las interconexiones",
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I'sentido de que no intenta trazar todos los cambios semnticos '
No obstante, tal proyecto sufrir, en el curso de su realizaque sufrieron los trminos polticos abordados a lo largo del: () !
cin, una inflexin fundamental. Segn deca, su procedimien- ' I perodo en cuestin, s~o q~"C bU2.c,,:!.eco~str-,!ir
lEgy,gjes p"olti-:
to original tomaba como unidad de anlisis "grupos [clusters].1
.c0s. Las diversas categoras que jalonan su desarrollo no se de- ()
conjuntos particulares de palabras que en determinado mo. ;
ben tomar como si remitiera cada una a un objeto diverso, simento aparecen como articulando referencias interrelaciona- :
~-ocomo distintas entradas en una misma realidad, instancias :,)
das".4 Si bien no abandon este proyecto inicial, obstculos me- :
-travs de las cuales rodear aquel ncleo comn que les sub- ;)'1
todolgicos insalvables lo obligaron a alterarlo, y a recaer en
i yace, pero que no puede penetrarse directamente sin transitar
un formato ms tradicional.5 En definitiva, WiIliams careca
\ antes por los infinitos meandros por los que se despliega, in-. Q '.1'
an del instrumental conceptual para abordar los lenguajes pocluidos los eventuales extravos a los que todo uso pblico de ' . ~
lticos como tales. En los aos inmediatamente posteriores a la " \ los lenguajes se encuentra inevtablemente sometido. Slo. to-!
publicacin de Keywords, distintos autores, entre los cuales se
; mallas en su conjunto, en el Juego de sus mterrelaclOnes y des-: ~ ',~
destacan las figuras de J. G. A. Pocock. Quentin Skinner y Rein- . \ f~~j~s recprocos, habrn, en fin, de revelrsenos la naturaleza. ~O
hart Koselleck, aunque partiendo de perspectivas y enfoques,
\y~I sentido de las profundas mutaciones conceptuales ocurri- r,)!
i muy distintos, encararan sistemticamente la tarea de proveer ~
,das a lo largo del siglo analizado .
. las herramientas necesarias para ello, vehiculizando el trnsito ~
:~-Ericontramos aqu la primera de las marcas que distingue ,)
de la antigua historia de ideas a la llamada "nueva historia in- :
la llamada "nueva historia intelectual"dela
vieja tradicin de O
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historia de "ideas", sta supone una redefinicin fundamental
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tinta y ms compleja de los proccsos histrico-conceptuales. Tales diferencias, espero, se irn descubriendo progrcSiVtlnentc
a lo largo del presente estudio.
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El tiempo
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~ El uso de ese trmino dista del que de ste se hace en otros pases, co~
mo la Argentina. Sobre el revisionismo histrico argentino, vanse Diana
Quatmcchi-Woisson, Los males de la memoria. Historia y j)oltica en la Argentina,
Buenos Aires, Emec, 1995, y Tulio Halperin Oonghi, Ensayos de historiografa, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1996.
7 Rafael R~ias, La escritura de la Independencia. El.mrgimienlo de la opinin
pblica en Mxico, Mxico, Taurus/CIDE, 2003, p. 269.
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da. De hecho, tampoco se podra siquiera decir que entre ambas perspectivas alegadamen te opuestas (la "liberal" y la "revisionista") haya en realidad contradiccin alguna: la imagen de
"caos", "inestabilidad", "caudillismo", "anarqua", que definira
al enfoque liberal, no slo no es incompatible sino que se desprende, justamente, de la creencia supuestamente "revisionista", pero igualmente compartida por la historiografa liberal, en
la persistencia de formas institucionales e ideas provenientes del
antiguo rgimen.
Sea como fuere, segn veremos, no es por all por donde
pasa la renovacin que est desde hace algunos aos reconfigurando profundamente el campo de la historia politico-intelectuallatinoamericana
(de hecho, la tesis "revisionista" es tan
o ms antigua an que el propio enfoque liberal). sta comienza a revelarnos una imagen muy distinta del siglo XIX latinoamericano en un sentido mucho ms profundo y complejo que
lo que la idea de la pervivencia de patrones sociales e imaginarios tradicionales alcanza a expresar. En definitiva, el anlisis
de los lenguajes polticos nos revelar por qu los postulados
revisionistas necesitan hoy, al igual que los liberales clsicos, ser
ellos mismos tambin revisados.
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Introduccin
en la historia
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La nueva alianza
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Segn seala Fran~ois-Xavier Guerra, la escritura de la historia en Amrica Latina ha sido concebida "ms que COll10 una'
actividad universitaria, como un acto poltico en el sentido etimolgico de la palabra: el del ciudadano defendiendo su polis,
narrando la epopeya de los hroes que la fundaron ".1 Esto sera
particularmente cierto para el caso de la historia de las ideas polticas. Slo en los ltimos veinte aos sta lograra librarse de la
presin de demandas externas y extraas a su mbito particular.
La crecien te profesionalizacin del medio historiogrfico, combinada con el malestar generalizado respecto de la vieja tradicin de historia de "ideas", dar lugar as a la proliferacin de lo
que, especiahnente en Mxico, se llaman "estudios revisionistas",
que buscan superar los relatos maniquestas propios de aquella
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1 Fran<:ois-Xavier GucITa, "El olvidado siglo XIX", en V. Vzquez de Prada e Ignacio Olabarri (comps.), Balance de la htoriograjia sobre Iberoa7llrica
(1945-1988). Actas de las Iy Conversaciones Internacionales de Historia, Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, 1989, p. 595.
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tradicin. Por c1~bajode esta contienda manifiesta referida a los fue, s, q0.<:.n
..fti> s.uspal!tas metodolgicas fundamentales, las
contenidos ideolgicos subyace, sin embargo, un desplazamlen. 'lE-e,apenas modificadas, subsisten ,hasta hoy, tiendo incluso
to an ms fundamental de orden epistemolgico.
las perspectivas de sus propios crticos. En su obra clsica, El/JOEn efecto, la historia poltico.intelectual comenzar entono sitiuismo en Mxico (1943), abord por primera vez, de manera
'"',, ..ces a apartarse de los aejos y fuertemente arraigados mold~s sistemtica, la problemtica particular que la escritura de la his.
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()',,/'~tericos cimentados en esa tradicin, para e_r}K<25~{~~,~_~~~'
toria de ideas plantea en la ,"E.erife~~a:'
de Occidente (esto es,
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..~~?t9~ca:(l"Lentc e~ regiones cuya~ culturas tienen un l~~~c.ter
,:'derivativo ;', sc:r~i!
'-o e /:. los "lenguajes polticos". Como veremos,."sto supon~ra una ver. gun se las denomma desde entonces); mas concretamente, cul
..' cladera revolucin terica en la disciplina que habra de recon. es el sentido y el objeto de analizar la obra de pensadores que,
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figurar completament~ su objeto y sus modos de aproximacin segn se admite, no realizaron ninguna contribucin a la his.
\ a l abriendo el terreno a la definicin de un nuevo campo de toria de ideas en general; qu tipos de enfoques se requieren
\ problemticas, muy distintas ya de las que dominaron hasta para tornar relevante su estudi04
'. ahora en ella. En Modernidad e independenczas (1992), Guerra se.
Esta perspectiva abre las puertas a una reconfiguracin fun.
ala, en este sentido, el hito fundamental en la historiografia damental del campo. Desengaados ya de la posibilidad de que
latinoamericana reciente, el cual servir aqu como punto de el pensamiento latinoamericano ocupase un lugar en la histo.
partida para debatir respecto de estas nuevas perspectivas, d ria universal de las ideas, que la marginalidad cultural de la re.
sentido de las re definiciones que con ellas se operan, sus alean. gin fuera algo meramente circunstancial,5 Zea y su generacin
2
ces, y tambin los problemas y desafios que plantean.
se veran obligados a problematizar y redefinir los enfoques
precedentes que vean a sta como "la lucha de un conjunto de
ideas contr~ otro conjunto de ideas". "En una interpretacin
La emergencia de la historia de ideas latinoamericanas de este tipo", deca Zea, "salen sobrando Mxico y todos los po.
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. d 'sitivistas mexicanos, los cuales no vendran a ser sino pobres inVeamos primero brevemente como se mstltuyo la hlstona e,
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"ideas" como disciplina acadmica. Elpul1~().<.J.ereferell~~2nelu',
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dible aqu es el mexican,o Leopoldo Z:a. Si bien se~a,exagerad~
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afIrmar qe l-"invent" la historia de ideas en Amenca LatIna,
4 Esta .problemtica, sin emba~go, se vera desplazada en S~I pensamien-
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" tos conceptuales que en ellas se observan para concentrarnos en este ~uetrativo: Lafilosofa americana comofilosoja sin ms. Para un excelente estudio
'\1 consideramos su texto fundamental. Sobre las alteraciones que fue sufncndc.las diversas h\ses que atraviesa su concepto histrico, vase Tzvi Medin,
\do su enfoque historiogrfico. vase ElasJ. Palti, "Guerra y.Haber~as: ~l:opoldo lea: ideologa y filosofa ~leAmrica Latina, Mxico, CCyDEL-UNAM,
siones y realidad de la esfera pblica latinoamericana", en Enka Pan.1y ~hCI11992.
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trpretes de una doctrina a la cual no han hecho aportacioneJ cione~" que an hoy domina a la disciplina. sta resulta, pues,
dignas de la atencin universal".6 Pero, por otro lado, segn se.l deunintento
de historizacin de las ideas, del afn de arranala, si las hubiera, descubrirlas tampoco sera rele,:,ante para, car de su abstraccin las categoras genricas en que la dsciplicomprender la cultura local. "El hecho de ser pos!tmstas meo, na se funda, para situarlas en su contexto particular de enunciaI'xicanos los que hiciesen alguna aporta~in ~o .pasara de ser, ci~. As considerado, esto es, en sus prelnisas fundamentales, o
un mero incidente. Estas aportaciones bIen pudIeron haber:a". el proyecto de Zea no resulta tan sencillo de refutar. Uno de los
hecho hombres de otros pases"7 En de~mU':',a,.no ~,sde su VIn- problemas en l e~ que ~o siempre sera posible distinguir,los
1
culo con el "reino de lo eternamente valIdo smo de su rela., "aspectos metodologlcos de su modelo mterpretatlvo de sus 'ascin con una circunstancia llamada Mxico"8 que la historia d\ pectos substantivos" (para decirlo en las palabras de Hale), II
ideas local toma su sentido. Lo verdaderamente relevanteno mucho peor resguardados ante la crtica12 La articulacin de la)
l
,./,'' son ya las posibles "aportaciones" mexIcanas (y latmoamenca~ historia de ideas como disciplina particular estuvo en Mxico
\li".
,.o nas) al pensamiento en general, sino, por el contrario, sus "yet ntimamente asociada al surgimiento del movimiento lo mexica-i
.<r-...,' HaS"; en fin, el tipo de refracciones que sufrieron las-ideaseuj no,13 y su empresa quedara atada desde entonces a la bsque-!
'~,;Jv .' .:'
rape as cuando fueron transplantadas a esta regin.
da del "ser nacional" (que subsecuentemente se expande para:
o/: ~r,i"
Zea especificaba tambin la unidad de anlisis para esta enF .comprender a la del "ser latinoamericano" en su conjunto). Exis"t':..:-,,
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presa comparativa: los "filosofemas" (un equivalente a lo que; te, sin embargo, una segunda razn que llev a oscurecer los
en esos mismos aos Arthur Lovejoy comenzaba a defimr co- aportes de Zea; una menos obvia pero mucho ms importante.
mo "ideas-unidad", definicin que le permite establecer a la hi> El esquema de "modelos" y "desviaciones" pronto pas a formar
1-'
taria de ideas como disciplina particular en el medio acadmi:: part~ del sentido comn de los historiadores. de ideas latinoa- !
ca anglosajn)'" Segn seala, es en los conceptos particulare
-: donde se registran las "desviaciones" de sentido que producen
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Leopoldo
court Mendieta. Historia, ciudades e ideas. La obra deJos Luis Romero. Mxico
. UNAM, 2001, p. 42. Silvestre Villegas. sin embargo. prefiere destacar las OlienZea, El positivismo en Mxico, Mxico. El Colegio de Mxico. taciones pluriculturalistas
que cree descubrir en la obra de ese autor; vase Vi-
1943,1, p. 35.
7 bid,. p, ] 7.
8 bid, p. ] 7.
9 Vase Arthur
Lovejoy, "ReflectlOns
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p, 24.
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llegas, "Leopoldo Zea y el siglo XXI", Melapoltica 12, 1999. pp. 727.32.
13 Sobre la, trayectoria
de este movimiento, vanse G. W. Hewes, "Mexi. can in Search of the 'Mexican' (Review) ". The American Journal 01Er:onomics
aud Sociology 13.2. 1954, pp. 209-222, YHenry Schmidt, The Roots o/ Lo Mexica~
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Antes de que [Hale] se entrometiera, podamos contarnos un
2 Ante la afirmacin de un antroplogo mexicano amigo suyo de que
cuento delicioso, conmovedor: aqu habamos tenido -desde l, como extranjero, no podra alcanzar a comprender el pensamiento me.
n de liberales''. que xicano, Hale seala que . "llegu a la conclusin,
sin embargo, de que un exslempreuna h ermosa y h'erOlca tra d'cl'o'
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tranJero no comprometido
Charles Ha-
Especficamente
Liberalismin theAgeo/Mora,
p. 147.
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su ideologa escoI{lsticaen el perodo temprano de construccin nacional y expansin ultramarina de Europa, rehuyeron
a las implicancias de las grandes revoluciones y fracasaron en
internalizar su fuerza generativa.26
Richard
cas, Baltimore, Thc.J~hns Hopkins University Press, 1989, p. 106. Morsc expone originalmente este punto de vista en 1964 en su contribucin al iibro
de Louis Hartz, nIe Founding o/ New Societies.
27 Richard Morse, "The Heritagc of Latin Arnerica", en Louis Hartz
The l'ounding o/ NeTl1 Socielies, p. 177.
Howard Wiarda, "[otfoduction", en Howard Wiarda (comp.), Polilics
and Social Clumge. The Distincl Tmr1ilion, Massachusclts, University of Massachl1setts Press, 1982, p. 17.
29 lbid" p, 10,
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32
Elias J. Palti
En Mexican Liberalism in the Age o/ Mora, Hale retoma y discute, a su vez, la reinterpretacin que Morse realiza de la pers-.
pectiva de Hartz. Si bien coincide en afirmar que en la Amrica hispana nunca hubo una tradicin poltica feudal (aunque
s una sociedad feudal), asegura que las races de las tendencias centralistas presentes en el liberalismo local no remiten a
la herencia de los habsburgos, sino a la tradicin reformista
borbnica. Hale desafa as las interpretaciones culturalistas
(indudablemente, los barbones eran mucho mejores candidatos como antecedentes del reformismo liberal del siglo XIX que
los habsburgos), sin salirse, sin embargo, de sus marcos. Simplemente traslada el momento del origen del siglo XVI al siglo
XVIII, manteniendo
su presupuesto fundamental: dado que
siempre opera un proceso de seleccin de ideas extranjeras,
ningn "prstamo externo" puede explicar, por s mismo, el
fracaso en instituir gobiernos democrticos en la regin (como
seala Claudia Vliz, "en Francia e Inglaterra exista una complejidad [de ideas] lo suficientemente rica como para satisfacer desde los ms radicales a los ms conservadores en Amrica Latina").3o Su causa ltima hay que buscarla, pues, en la
propia cultura, en las tradiciones centralistas localesg1 Pero el
traslado que Hale realiza del momento originario delliberalismo mexicano desde los habsburgos a los barbones lleva, sin
embargo, a desestabilizar este modo caracterstico de proceder
intelectual desde el momento que tiende, de hecho, a expan-
30
El tiempo de la poltica
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Prin-
33
dir el proceso de selectividad a la propia. tradcin: parafraseando a Vliz, podramos decir que tambin en las tradiciones locales habra una complejidad de ideas lo suficientemente rica
como satisfacer desde los nls radicales a los ms conservadores. La pregunta que su afirmacin plantea es por qu, entre
las diversas tradiciones disponibles, Mora "elige" a la borbnica, y no a la habsburga, por ejemplo.
La introduccin de tal cuestin inevitablemente encierra a
las aproximaciones culturalistas en un crculo argumental: as
como, segn asegura Hale, si Mora lleg a Constant, y no a Locke, fue por influencia de Carlos III, cabra tambin decir que,
inversamente, si Mora mir a Carlos III como modelo, y no a
Felipe I1, fue por influencia de las ideas de Constant. La expan-
sin de la idea de selectividad a las propias tradiciones desnuda, en ltima instancia, el hecho de que stas no son algo simplemente dado, sino algo constantemente renovado, en el que
slo algunas de ellas perduran, refuncionalizadas, mientras que
otras son olvidadas O redefinidas. Yello hara imposible distinguir hasta qu punto stas son causa o, ms bien, consecuencia
de la historia poltica. La relacin entre pasado y presente (entre "tradiciones" e "ideas") se volvera ella misma un problema;
ya no se sabra cul es el explanans y cul el explanandum,
Luego de la publicacin de Mexican .Liberalism in the Ag~ o/
Mora, Morse aborda el problema y modifica su punto de vista
anterior, tal como haba sido expuesto en su contribucin allibro de Hartz, TheFoundingo/New Societies (1964). Entonces, en
realidad, redescubre algo que ya haba seilalado antes: la presencia en Amrica Latina de dos tradiciones en conflicto en su
mismo origen, una medieval y tomista, representada por Castilla,y otra renacentista y maquiavlica, encarnada en Aragn, Si
bien, seilala ahora, en un coolienzo se impone el legado tonlista, a fines del siglo XVIII y, sobre todo, luego de la independen- .
cia. renace el sustrato renacentista, trabndose un conflicto entre ambas tradiciones. De este modo, los hispanoanlericanos,
segn dice Morse, "son reintroducidos al conflicto histrico en
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la Espaa del siglo XVI entre la ley natural neotomista y el realismo maquiavlico".32 Aun as, insiste en que las ideas neotomistas seguiran predominando
en la regin. De hecho, este
autor afinnaque la doctrina maquiavlica slo pudo ser asimilada en el mundo ibrico en la medida en que "fue reelaborada en trminos aceptables" para la tradicin neo escolstica de
pensamiento heredada.33 Las ideologas reformistas e iluministas se caracterizaran as por su radical eclecticismo, conformaran "un mosaico ideolgico, antes que un sistema".34
En definitiva, Morse aplica aqu a la propia "hiptesis borbanista" el mtodo gentico que busca siempre "identificar la matriz histrica subyacente de actitud y accin social"." Siguiendo dicho mtodo, dado que, como Hale mismo seala, ninguna
poltica puede explicarse por una pura influencia externa, el
propio proyecto reformista borbnico debera, a su vez, explicarse a partir de tradiciones preexistentes.'6
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mtodo gentico remite siempre a un momento primigenio,
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es tanto la pregunta vaca de si fue el neotomista Surez o el jacobino Rous-
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soberano legislador, una meta hacia la cual orienlaban todos sus esfuerzos de
reorganizacin mom.rquiCa cuya estUlctura originaria eSlaba muy al~jada de.
ese ideal, y cuya marcha, siempre contrastada, estaba destinada a no completarse nunca". Tulio Halperin D<'lllghi,"En cllrasfondo de la novela de dictadores: la dictadura hispanoamericana COIllO problema Ilistrico", El esjJf!/o de
la histon:a. Pro!JmuLJ argentinos y jJe1:s/Jectivas lalinoamericanas,
Buenos Aires, Sudamericana, 1987, p. 2.
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Nada impide an postular la existencia de entelequias tales; pero la historia ya no tiene nada que decir al respecto _y,
como deca Wittgenstein (Tracta/us, proposicin 7), "de lo que
no se puede hablar, mejor callar".
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La pregunta que la historia de "ideas" plantea, sin embargo, es, ms bien, cmo no hablar de la "cultura local", cmo no
referir las ideas en Amrica Latina a algn supuesto sustrato
cultural que explique el sistema de sus "desviaciones" y "distorsiones locales". La "escuela culturalista", como tal, ha sido, en
verdad, lateral en los estudios latinoamericanos. Se trata, bsicamente, de un intento de superar los prejuicios existentes en
el medio acadmico norteamericano y comprnder la cultura
latinoamericana "en sus propios trminos"38 que, en ltiIna ins-
&drnundo
O'Garman, Mxico. El trauma de su historia, Mxico, UNAM,
1977, p. 69. O'Corman, cabe seilalar, mantiene la discusin en un terreno que
denomina "ontolgico". l afirma concebir las tendencias culturales no como
"entelequias" o esencias dadas de una vez y para siempre, sino como "proyectos vitales" que se constituyen 'como tales slo histricamente. En La invencin
de Anlirica habla de "invenciones", en oposicin a las "creaciones", que ~uponen, segn dice, un comienzo ex nihilo. Al respecto, vase Charles Hale, "EdmUll29
,- O'Gorman y la historia nacional", Signos Histricos 3,2000, pp. 11-28.
~~;JDebemos ver a Amrica Latina en sus propios trminos, en su propio
contexto histrico -demanda
Wiarda-, debemos dejar de lado los prejuicios y el etnocentrismo, las actitudes de superioridad que tan a menudo determinan la percepciones, especialmente en la sociedad poltica norteamericana, de otros pases cuyas tradiciones son peculiares." Howard Wiarda,
"Conclusion", en Howard Wiardfl. (comp.), Politics and Social Change, p. 353.
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mericanos" (o quiz, precisamente por ello), los cultores del enfoque "cultu-.
ralista" se encuentran a tal punto tan mal protegidos ante los estereotipos que,
en su intento por comprender la "peculiaridad latinoamericana", Morse llega
a dar crdito incluso a los dislates de Lord Keysserling, como, por ejemplo, su
definic;in de la gana como el "principio original" .que informa la cultura latinoamericana. Vase Richard Morse, "Toward a Theory ofSpanish American
Government", en Howard Wiarda (comp.), Politics and Social Change, p. ]20.
40 Charles Hale, "Political and Social Ideas in Latin America, '1870-1930",
en Leslie Bethell (comp.), The Cambridge History o/ Latin Ammca. From c. 1870
lo 1930, Cambridge, Cambridge University Press, 1989, IV, p. 368.
41 Edmundo
O'Corman rastrea su origen en la crisis que se produjo a
mediados del siglo XlX. "La evidencia del fracaso debi provocar el convencimiento de que el proyecto liberal pretenda edificar un castillo en la arena.
movediza de un gigantesco equvoco: que el principio ilustrado y moderno
de la igualdad natural era una abstraccin sin fundamento real, el producto
de una tradicin filosfica de la que, precisamente, haban quedado al margen los pueblos iberoamericanos." Edmundo O'Gorman, Mxico, Ellra'uma
de su historia, p, 43.
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circunstancias histricas), lo cierto es que tal referencia a la cultura local viene a llenar una exigencia conceptual en la disciplina, ocupa un casillero en una determinada grilla terica. Las
"particularidades latinoamericanas" funcionan COIDO ese sustrato material objetivo en el que las formas abstractas de los "tipos
ideales" vienen a inscribirse y encarnar histricamente, aquello
que concretiza las categoras genricas de la historia de ideas, y
vuelve relevante su estudio en el contexto local.
En efecto, dentro de los marcos de la historia de "ideas", sin
"peculiaridades locales", sin "desviaciones", el anlisis de la evolucin de las ideas en Amrica Latina pierde todo sentido (como deca Zca, I\ilxico y todos los autores lnexicanos "salen sobrando"). Sin embargo, parafraseando a uno de los fundadores
de la llamada "Escucla de Cambridge",]. G. A. Pocock, dicho
procedimiento no alcanza a rescatar al historiador de ideas "de
la circunstancia de que las construcciones intelectuales que trata de controlar no son en absoluto fenmenos histricos, en la
lnedida en que fueron construidas mediante lnodos ahistricos de interrogacin"."2 Mientras que los "modelos" de pensamiento (los "tipos ideales"), considerados en s mismos, aparecen como perfectatnente consistentes, lgicamente integrados
y, por lo tanto, definibles a jmori-cle
all que toda "desviacin"
de stos (el logos) slo pueda concebirse como sintomtica de
alguna suerte de palhos oculto (una cultura tradicionalista y una
sociedad jerrquica) que el historiador debe des-cubrir-, las
culturas locales, en tanto sustratos permanentes (el ethos hisjmno), son, por definicin, esencias estticas. El resultado es una
narrativa pscudohistrica que conecta dos abstracciones.
Los "tipos culturales.", en definitiva, no son sino la coutraparte necesaria de los "tipos ideales" de la historiografa de
ideas polticas. Esto .explica por qu no basta con cuestionar las
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44 Cordon Wood, The Crealion ofthe American Republic, Chapel Hill, Universiry of Nonh Carolina Press, 1969.
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"historiadel habla" o "historia del discurso", aunque ninguno
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En Liberly beforeLiberalism, Skinner trata de aclarar la confusin reinante al respecto y discute la identificacin de la oposicin entre republicanismo y libcrdlismo con aquella otra planteada antes por Isaiah Berlin entre libertad positiva y libertad negativa.
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47 Vase John Dunn, The Political Thought of John Locke. An I-fistoncal Account oftlte Argument o/the "TillO Treatises oJGovemment", Cambridge, Cambrid.
ge University Press, 1995,
48 J. C. A. Pocock, Virlue, Commerce and l-1istory, Cambridge, Carnbtidge
University Press, 199].
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hechos sociales fuera de l, y ninguna en el pensa_~~eD_to
como denotando, refiriendo, asumiendo, aludi~n~o~~Inp!ic'.l0do, y realizando una variedad de funciones (~_~
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sin embargo, que, desde el punto de vista de la historia i,Heleetual, entre ambas fechas no cambi nada en AOlrica Latina.
Como sabemos, esto no es as- La ruptura del vnculo colonial
supuso un quiebre irreversible tambin en el nivel de la histoia intelectual. Las mismas viejas ideas cobrarn entonces un
sentido nuevo, El problema radica en que las "idcas" no alcanzan a registrar los cambios producidos, puesto que stos no remiten a los contenidos proposicionales de los discursos, ni rcsultan, por lo tanto, perceptibles en ellos. As,. si enfocamos
nuestro anlisis exclusivamente en la dimensin referencial det
los discursos (las "ideas"), no hay modo de hallar las marcas,- J
lingsticas de las transformaciones en su contexto de enuncia-'
cin.50 Para descubrirlas es necesario t~~~P~S~!el plano senln- ~
brcra. La mayora de los que lo pronuncian suponen, a menudo inconscientemen te, que ellos ya saben cul es la relacin entre las ideas y la realidad
social. Comnmente toma la forma de una teora cruda de la corrcspondencia: se supone que las ideas en estudio son caractersticas de aquella faccin,
clase o grupo al que su autor perteneca, y se explica cmo tales ideas expresan los intereses, esperanzas, miedos o racionalizaciones
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an mucho ms la de una idea, siendo la concicncia algo siempre tan contradictorio. Normalmente, uno tiende a sostener las suposiciones que lino
hace respecto de la posicin social de ese pensador con las suposiciones que
uno hace de la significancia social de sus ideas, y luego se repitc el mismo
procedimiento en la direccin inversa produciendo una definitivamente dc*
plorable perversin metodolgica." J. G. A. Pocock, PotiticJ, Lallguagl', (l/ut
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tico de los discursos (el nivel de sus contenidos ideolgic.~s explcitos), e intentar comprender cmo, ms all de la per~stencia de las ideas, se reconfiguraron los lenguajes polticossubyacentes.
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51 "La atencin prestada a las palabras y a los valores propios de los actores concretos de la historia es una condicin necesaria para la inteligibilidad."
Fran;ois-Xavier Guerra y Annick Lemphire,
"Introduccin", en Guerra y
Lemperire (coords.), Los espacios pblicos en lberoamlica. Ambigedades y problemas. Siglos XVIII-XIX, Mxico, FCE, 1998, p. 8.
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Elas J. Palti
En cuarto lugar, esta perspectiva replantea las visiones respecto de los modos de inscripcin de las guerras de independencia en Amrica Latina en el marco de la llamada "era de
las revoluciones democrticas", y las peculiaridades de la moI dernizacin hispnica. Su rasgo caracterstico ser, de fonna
ms notable en las provincias ultramarinas, una conjuncin de
, modernidad poltica y arcasmo social que se expresa en la hibridez dcllenguaje poltico que superpone referencias culturales Inodernas con categoras y valores que remiten c1anuncnte a imaginarios tradicionales.
Por ltinlo, las contradicciones generadas por esta va no
evolutiva a la modernidad permitiran comprender y explicaran las dificultades para concebir y constituir los nUevos estados nacionales como entidades abstractas, unificadas y genricas, desprendidas de toda estructura corporativa concreta y de
los lazos de subordinacin personal propias del Antiguo Rgi111cn.Los vnculos de pertenencia primarios seguirn siendo
aqu esos "pueblos" bien concretos, cada uno con los derechos
y obligaciones particulares que le correspondera tradicionalITIente como cuerpo.
Estos dos ltinlos puntos, sin embargo, no parecen fcilmente compatibles con los tres anteriores. Como veremos ms adelante, all se encuentra la base de una serie de problemas conceptuales que marran el enfoque de Guerra, stos se asocian
al rgido dualismo entre "modernidad" y "tradicin" que termina reinscribiendo su perspectiva dentro de los mismos marcos
teleolgicos que se propone y, en gran medida, logra en sus escritos desmontar, lo"que genera tensiones inevitables en el interior de su modelo interpretativo. En fin, mientras que los tres
primeros postulados antes sealados se fundan en una clara delimitacin entre "lenguajes polticos" e "ideas polticas", los dos
segundos llevan de nuevo a confundir ambos.
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cin de todo~ en la 'poltica, la existencia de autoridades surgidas del pueblo, controladas por l y movidas slo por el bien
general de la sociedad ... No se sabe si este "deberan" corresponde a una exigencia tica, basada ella misma en ]a naturaleza del hombre o la sociedad, o si la evolucin de las ~ociedades modernas conduce inexorablemente a esta situacin.55
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En definitiva, segn alega, esta perspectiva resulta inapropiada para comprender el desenvolvimiento histrico efectivo
de Amrica Latina, en donde los imaginarios modernos esconden sielnpre y sirven de albergue a prcticas e in1aginarios incompatibles con ellos, Ahora bien, est claro que el argumen55
56
to de que el ideal de sociedad moderna ("hombre-individuociudadano") no se aplique a Amrica Latina no lo invalida aun
como tal; por el contrario, lo presupone como un~ suerte de
uprincipio regulativo" kantiano.
Tal argumento sita claramente su modelo dentro de los
marcos de la primera de las formas de teleologismo que l mismo denuncia, el teleologismo tico, Incluso podran encontrarse tambin en sus escritos vestigios del segundo tipo de teleologismo sealado, el historicista, La modernizacin de An,rica
Latina, aunque frustrada en la prctica, una vez desatada sealar, para l, un horizonte que tendera, de algn modo u otro,
a desplegarse histricamente,
De todas maneras, ni en Mxico ni en ninguna parte resulta-'
ba posible detener la lgica del pueblo soberano [,',] Tarde o
temprano, y a medida que nuevos miembros de la sociedad
tradicional van accediendo al mundo de la cultura Inoderna,
gracias a la prensa, a la educacin y sobre todo a las nuevas formas de sociabilidad, la ecuacin de base de la modernidad poltica (Pl,teblo~
individuol + individuo2 + '" + individuo)n recu,
pera toda su capacidad de movilizacin.57
La idea del carcter irreversible de la ruptura producida en-'.
tre 1808 y 1812, que ubica su enfoque en una perspectiva propiamente histrica, desprendida de todo esencialismo y todo
teleologismo, se termina revelando aqu como su contrario: lo
que hace ineversible el proceso de modernizacin poltica es,
no tanto el tipo de quiebre respecto del pasado que ste seal, y su consiguiente apertura a un horizonte de desarrollo contingente y abierto, sino el determinismo, al menos, en principio (esto es, aun cuando esto en la regin no se verifique nunca
efectivamente), de su lgica prospectiva presupuesta de evolucin. Tras los fenmenos se encontrara operando as un prin-
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al principio teleolgico, lo que podemos llamar un principio arqueolgico o gentico. Segn el paradigma prcformista-evolucionista
de desarrollo orgnico,
" un organismo dado (sea ste natural o social) puede evolucionar hacia su es\ t;Ido fin;}]slo si ste se encuentra ya contenido virtualmente en su estado
. inicial, cn su germcn primitivo, como un principio inmanente de desarrollo.
En estc segundo caso, tanto el estadio inicial como el final se encontraran
ya predeterminados de [omm inmanente. Lo nico contingente es el curso
que media cntrc uno}' otro, el modo concreto del paso de la polencia al aclo.
59 Como deca Montesqu'ieu respecto de su modelo: "No me refiero a los
.casos particulares: en mecnica hay ciertos rozamientos que pueden cambiar
o impedir .105efectos de la teora; en poltica ocurre lo mjsmo~. Montesquieu,
El eJpirilu de las lf!)'es, Buenos Aires, Hyspamrica, 1984, }"'VH, prrafo VIII, p.
235, Los problemas latinoamericanos para aplicar los principios liberales de
gobierno remitiran a esos "rozamientos" que obstacul.izan o impiden "los
efectos de la teora", pero que de ningn modo la cuestionan,
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Eltiempo de la poltica
51
gencia de los fenmenos y procesos histricos, aparece recluida dentro de un mbito estrecho de detenninaciones a priori.
El punto es que tal esquema bipolar lleva a velar, ms que a revelar, el verdadero sentido de la renovacin historiogrfica que
produce Guerra, y que consiste,justamente,
en haber desesta/'
bilizado las estrecheces de los marcos dicotmicos tradicionales propios de la historia de "ideas". En lo que sigue, intentaremos precisar en trminos estrictamente lgicos cul es la serie
de operaciones conceptuales que implica la dislocacin de los
esquemas teleolgicos propios de la historia de ideas.
La disolucin de los teleologismos: su estructura lgic4A fin de disolver los marcos teleolgicos propios de la his- f
taria de ideas, el primer paso consistira en desacoplar los dos
prirneros trminos de ambas ecuaciones antinnlicas antes
lnencionadas. Es decir, habra qu<:.pe~_~a~9~e no exi~te ~n ..v~~culo lgico y necesario entre modemiciad !' atomismo, por un
lado,ji'tradlcionajismo
y organicismo, flor otro, La mOderni-!
dacCen la.! caso, podriatadtbi;' dar I~Ig~r~;quemas met:'lles .,~
e' i~aginaios de-tipo-olianicl,sa;~ifrio~JejliC11-0
ocrrict
stos
se 'irat~ra;; de meras recadas en visiones tradf~"i'o~ales, sinQ que seran tan inherentes a la modernidad como las
perspectivas individualistas de lo social. As, si bien el tradicionalisnlo seguira siendo siempre organicista, la inversa, al 111CDOS, ya no sera cierta: el organicisI110 no nccesarUl1ClltererniItira ahora a un concepto tradic!onalista. Esto introduce un
nuevo elemento de incertidumbre en el esquema de la "tradicin" a la "modernidad", que no remite slo al transcurso que
media entre ambos trminos. Ahora tampoco el punto de lle-~'
gada se podra establecer a priori; la modernidad ya no se identificara con un nico modelo social O tipo ideal, sino quc comprendera diversas alternativas posibles (al menos, dos; aunque,
de hecho, conlO veremos, sern muchos ms los modelos de so-
no.
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Elias J. Palti
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podemos todavia establecer a priori el rango de sus alternativas
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posibles. La contingencia de los procesoshistricos sigue remi,J
tiendo a un plano estrictamente emprico, Para quebrar tambin esta forma de apriorismo es necesario penetrar la proble':')!:
mtica ms fundaInental que plant~a la historia de "ideas".
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Tras ambas formas de desacoplamiento, atomismo y orga.,
nicismo dejan ya de aparecer de manera ineludible como mo-,))
dernas y tradicionales, democrticos y autoritarios, respectiva:j
mente,. pero siguen siendo todava c?ncebidos como dos
prmClplOs opuestos, perfectamente consIstentes en sus propIos
trminos, es decir, lgicamente integrados y autocontenidos.
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La historicidad se ubica as todava en la arista que une ideas'
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con realidades, sin alcanzar a penetrar el plano conceptual misf
mo; la temporalidad (la "invencin" de que habla Guerra) no
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le es an una dimensin inherente y constitutiva suya. En definitiva, el esquema "de la tradicin a la modernidad" es slo el
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resultado del despliegue secuencial de principios concebidos,
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ellos mismos, por procedimientos ahistJicos (lo que contradi-.
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ce, definitivamente, los tres primeros puntos antes selalados
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en relacin con los desplazamientos fundamentales que pro{
dujo Guerra en la historiografa del perodo). Si de lo que se !
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trata es de dislocar efectivamente las aproximaciones teleOI-j'
gicas a la historia poltico-intelecmal, restan todava dos pasos.)~
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El primero de ellos consiste e~.!ecobr,,:r U!l,R!:iI!.sip'!pd~.
ir_rev~ersibilis!a.<i~~E..'?I.&.innH!lm~,,_!a historitiv.t(;.J.s:cl:JJ.al.
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Una d-h, ciaves para ello nos la aporta arra de los fundado)
res de la Escuela de Cambridge, Quentin Skinner, Este autor J:)
seal lo que llamaba la "n:itologa de la prolepsis" en que to-I
da perspectiva teleolgica se funda, esto es, la bsqueda retros- \
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pectiva de anun~iaciones o anticipaciones de nuestras creenci.~spresentes .. Habra, sin embargo, que aa~J~.~._~~~.~
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se;unda f()rma~.inversa"de "mitologa", que llamaremos "mito. '-':.J
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PIERRE ROSANVALlON,
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afirma, por ejemplo, Snchez Agesta, "como esos dieciocho meses, entre el
24 de septiembre de ) 81 OYel 19 de marzo de ] 812. en que se fragu la Caos.
tucin de Cdiz". Luis Snchez Agesta, Historia del conslitucionalismo espaol,
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estamentos; presuncin quc. fundndose sobre la intervencin que tuvo en
el conocimiento y entrega dc papeles de la Secretaria de laJunta Central, como oficial mayor de ella, no puede desvanecerse con decir, como dice, que si
hubiera tratad de hacerlo desaparecer, lo hubiera verificado de suerte que
nunca hubiera aparecido y que el hacerlo como se hizo, y no de otra manera,
presenta ms bien la idea de una inocente casualidad". "Segunda respuesta
fiscal en la causa de Quintana y del Semanario", en Manuel Quinl<Hla, Memo,ias del Cdiz de las Corles, Cdiz, Univcrsidad de Cdiz, 199G, p. 198.
7 Como di,-a luego Agustn Arguelles, el decreto de laJunla sera vencido por "un influjo supcrior", "la fuerza irresistible de la opinin phlica"_
Agustn Argellcs, Examen hisl1ico de la reform.a constitucional que hicieron las
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"Uno de los puntos clave de la mulacin cultural y poltica de la Modernidad", segn asegura Guerra "se encuentra esencialmente all; en el trnsito de una concepcin antigua de nacin a la de nacin moderna". Franc;oisXavier Guerra, Modernidad e independencias, p. 319.
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60
Elas J. Palti
do, vase Miguel Arrola, Los orgenes de la Espaa conlemjJornea, Madrid, lnstituto de Estudios Polticos, 1959, pp. 257-369. "La privanz.a de Godoy", con.
duye Arlola, "por razone~ de muy diversa ndole, es causa diciente de un"estado de opinin muy generalizado, que habremos de caracterizar como un
cansancio del rgimen monrquico absolmista, senlimielllo unnime que reflejan los textos de todas las procedencias [ ... ) En 1809 y 1810 la opinin na~
cional coincide en condenar no slo las personas sino tambin el sistema mis~
mo" (ibid., p. 288).
La derrota de Ocaa del 19 de noviembre de 1809 ser decisiva al respecto. sta desencadena un levantamiento en Sevilla. Se forma entonces una
Junta Provincial que reasume el poder soberano y convoca a las dems provincias a hacerlo y a enviar sus delegados a esa ciudad para constituir una Regencia. El descrdito de la Junta Central se agudiza cuando decide el13 de
enero de 1810 trasladarse a la isla de Len. Por decreto del 29 de enno, sta finalmente se disuelve y,transfiere su poder a un Consejo de Regencia que
entonces se crea.
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enlos j)olticos
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tener preferencia
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otras contra
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las que
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tos y empresas de ganancia y lucro en pocas de apuro del erario. Si antes de la insurreccin
sus pretensiones,
haban
aristocrticas,
una institucin
lle-
ofendi-
hechas arbitrariamente
derechos
polticos exclusi-
extinguida
Cortes], que si haba de resucitar era preciso que renaciese bajo otra forma y con diversos atributos
fundamen-
Encontramos
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la institucin
de una representacin
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64
Elas J. Palti
conciencia de la nat~raleza histrica y cambiante de las nacio,nes, en cuanto a su composicin social, incluida la de sus clases
privilegiadas. lB Dada esta situa'cin, la pregunta ya no era si restaurar o no la vieja constitucin del reino, en lo que todos acordaban, sino cul de ellas, cmo fijar el.momento supuesto en
que sta encontr su expresin autntica. Cualquier definicin
al respecto no podra ya ocultar su inevitable arbitrariedad.
Acaso la opinin contempornea,
de pa-
siones nobles, generosas e independientes poda dejar de analizar cuidadosamente los elementos de que laJunta Central
formaba la Cmara privilegiada? Y cuanta ms calma, cuanto
ms detenimiento se enlplease, no sera para descubrir me-
de
grandes y sealados servicios. Yno era entonces una contradiccin de sus mismos deseos darle al nacer un origen tan exclusivo, sealar como nica calidad para escoger los fundadores de su patriciado no slo la nobleza, sino una nobleza cual
la conceba tres siglos ha el condestable de Castilla?J9
Llegamos finalmente a la tercera y ms fundamental de las
razones que determinaron la quiebra del Antiguo Rgimen: en
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El tiempo
un momento que todas las autoridades tradicionales haban colapsado junto con el poder monrquico,2o cul era aquella
constitucin a la que se deba restaurar -en lo que, repetimos,
todos decan acordar- era algo que slo poda establecerlo la
propia "opinin pblica", sta haba as expandido sus dominios para comprender tambin el pasado,
Podemos descubrir aqu aquel rasgo que determina la naturaleza revolucionaria de la situacin abierta por la vacancia del
trono, sta resulta, no de la voluntad de los sujetos de trastocar
la historia (todos buscaban, en realidad, preservar el orden tradicional), sino del hecho de que aqulla se haba vuelto tambin objeto de debate, Toda postura al respecto no podra ya superar el estatus de una mera opinin,
No se trat, pues, tanto de una "revolucin en las ideas"; no .
es en el plano de las creencias subjetivas en que se puede descubrir la profunda alteracin ocurrida, sino en las condiciones
objetivas de su enunciacin, Martnez Marina expresa esto, a
su modo, cuando afirma que las pasadas Cortes "no tuvieron
por objeto variar la Constitucin, ni alterar las leyes patrias,
aunque pudieran hacerlo exigindolo as la imperiosa y suprema ley de la salud pblica".2J El punto clave no es que no
hayan tenido por objeto alterar la Constitucin, sino el descubrimiento de que "pudieran hacerlo", El primer liberalismo espaol comenzara as apelando a la Historia para terminar encontrando en ella su opuesto: el poder constituyente, es decir, la
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facultad y la herramienta para cancelarla, En la propia bsqueda de rcstaurar el pasado orden habrian as de trastocarlo, El
constitucionalismo histrico sera, en fin, la negacin historicista
de La Historia,
Lo dicho nos lleva al segundo punto en el que, ms all de
sus divergencias respecto del pasado, todos (salvo la faccin absolutista) acordaban: sea que debiera respetarse o bien reforInarse la constitucin tradicional y, en cualquiera de ambos casos, cu~l era sta eran todas cuestiones que slo a las propias
Cortes -o, mejor dicho, a la nacin toda representada en Cortes- les tocaba resolver,22 Como sealaba Argelles:
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a ella tocaba por su parte sealar la senda que ella misma se-
gobierno
hasta entonces
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22 Para Tierno Galvn, esto marca lo que llama la disolucin de la "conciencia gentica": "A mi juicio", dice, "la conclusin es la siguiente: Que la
convirDicho
al conTierno
23 Agustn Arguelles,La
re.fonna constitucional
de Cdiz, pp. 130-1.JovelIanos, por su parte, admita: "baste decir que el gobierno, temeroso de usurpar a la nacin un derecho que ella sola tiene, deja a su misma sabidtna y
prudencia acordar la forma en que su voluntad ser ms completamente
representada". Caspar Melchor deJovellanos, "Memoria", op. cit., p. 193.
El tiempo de la poltica
67
21 Esto dar origen a un conflicto con el entonces presidente del Consejo de Regencia, el obispo de Oreme, que luego se prolongar en un <lJIl<Igonisrno que dura hasta la disolucin de las Cortes el 20 de septiembre dc 1813.
Al respecto, vase Rafael Flaquer Montcqui, "El ejecutivo en la revolucin liberal", en Arlola (ed.), A)'er: Las Cortes de elid%, pp. 36-65.
25 Diario de Sesiones de las Cortes; citado por Manuel Fernndez Martn, DI':o
rPchojmriamentano espaiio4 Madrid, lmpr. de Hijos de 1- A. Carca, 1885, 1, p. 70:~.
l!6 En 1813 se traduce del italiano y publica en Sevilla el Nuevo rJocalmla.
no filosfico-democrtico, indispensable para los quP deseen entender la 1lumm IplIg/w
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timo, la tercera de las fuentes de desajustes, que resultaba especialmente fastidiosa al partido monrquico, y que es la que nos
interesa aqu en particular, consista en la operacin inversa de
intentar legitimar las novedades polticas apelando a viejos trminos. El ejemplo paradigmtico de ello eran las propias Cortes: un nombre que invocaba una tradicin aeja para designar
un hecho que representaba, en verdad, su completa negacin.
En efecto, "casi todos los preceptos constitucionales, rigurosamente subversivos de los ordenamientos jurdicos precedentes, intentaran defenderse", apunta joaqun Varela,
"mediante el recurso a una supuesta tradicin espaola, que
permitiese vincular todas las medidas innovadoras a un precedente histrico".35 Para los absolutistas, se trataba de una argucia retrica. Como seala Fernndez Sebastin, para los clrigos anticonstitucionalistas, como Lorenzo Thiulen o Magn
Ferrer, "esta manera insidiosa de atribuir nuevos sentidos a la
antigua terminologa resulta no slo mucho ms peligrosa y
seductor<;l, sino tambin especialmente perversa y rechazable",36 Muchos liberales, sin embargo, crean encontrar en la
historia espaola fundamentos reales para sus propuestas.37
Argelles argumentaba esto as:
"Revolucin
de nombres
y no de cosas", La AhejaEspaola,
27/6/1813,
como el de 'despreocupacin',
'luces', 'filosofa', 'franqueza', 'liberalidad',
etc." Citado por Cruz Seoane, El primer lenguaje constitucional esfJao~ p. 211.
35 Joaqun Varela Suances-Carpegna, La leona del Estado en los orgenes del
constilucionalismo hispnico (Las Cortes de Cdiz), Madrid, Centro de Estudios
Constitucionales, ] 983, pp. 46-7.
3G Javier
A este mismo procedimiento apelaron tambin los diputados americanos. Ante el rechazo peninsular a otorgar el derecho de ciudadana a las
castas, puesto que, segn se alegaba, tal derecho "era desconocido en nuestros cdigos, sin que en todos ellos, desde el Fuero Juzgo hasta la Recopilacin se encuentre una sola ley que hable de l", por lo que se trataba de "una
denominacin nueva, que se ha tomado de las naciones extrat~jeras", el mc37
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Elias J. Palti
72
innovaciones
de los pretendidos
filsofos de
tranquilizar
a qualquiera
ni de filsofos novadores,
sino de las fuentes puras de la historia de Espaa, de los venerables y santos monumentos de nuestra antigua libertad e independencia.'"
Ambas hiptesis opuestas han encontrado defensores entre
los historiadores.39 Es probable que esta apelacin a la tradicin escondiera un uso instrumental de la historia. Aun as, sin
embargo, no contradecira la creencia de Argelles. ste, "que
no es historiador, interpreta las referencias que tiene del pasado en el sentido de las modernas ideas, alterando aqullas radicalmente"40 Hay que tener en cuenta, subraya Fernndez
Carvajal, que entre los pensadores de la poca exista "un sen-
xicano Jos Miguel Guridi)' Alcacer insisla en que, sin embargo, aunque no
existiera la denominacin apropiada, "tenamos la realidad qm: le corresponde". "Lo que entre ellas significa ciudadano explica la voz natural para nosotros, y lo que se concede a un extranjero con el derecho de ciudadana dbamos nosotros con la carta de naturaleza" (Guridi y Alcacer, Diano de Sesiones de
Cortes, 10/9/1Bl1). Se tratara, en definitiva, de un problema de traduccin.
38 Agustn Argiielles, DiaTio de Sesiones de Cortes, 6/6/1811.
39 Mientras que autores como Tierno Calvn o Raymond Can defienden
la plimera de las hiptesis, otros, como Richard Herr, sostienen la segunda.
Vanse Tierno Galvn, 'tradicin y modernismo, p. 138; Raymond Carr, Espaa
(1808-1935), Barcelona, Ariel, 1968, p. 105, YRichard Herr, Ensayo histrico de
in Espaa contemjJornea, Madrid, EDERSA, 1971, pp. 108-9.
40 Jos Antonio Maravall, "Estudio preliminar",
en Francisco Martnez
Marina, Discurso sobre el origen de la monarqua y sobre la naturaleza del gobierno
espaol, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, ] 988, p. 78.
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Francisco Fernndez Carvajal, "El pensamiento poltico espaol en el
siglo XIX",en Guillermo Daz-Plaja y Ramn Menndez Pidal (eds.), Historia
general de las literaturas hispnicas, Barcelona, Sociedad de Artes Grficas, 1957,
IV, p. 349, citado por Varela, La teona del Estado en los origenes del constituciona41
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Retomando una comparacin planteada por Federico Sufez, Guerra afirma que, "como 10hizo notar Tocqueville, a propsito de la idntica consulta que en Francia hizo Lomenie de
Brienne en 1788, al hacer de la constitucin un tema de debate se pasa, ya, de la restauracin de las leyes fundamentales a la
poltica moderna, al reino de la opinin".43 En efecto, la emergencia de la "poltica moderna" refiere, concretamente, a qu
se va entonces a debatir. Son los cambios en las preguntas que se
plantean los que sealan desplazamien tos en las coordenadas
conceptuales, trastocando los vocabularios de base. sta es tambin, de hecho, la premisa sobre la cual se funda la perspectiva de Guerra,44 el ncleo fundamental de su empresa de renovacin historiogrfica (que no radica, como vimos, en su "tesis
revisionista", como suele afirmarse). Sin clnbargo, se muestran
aqu tambin las vacilaciones de su mtodo. La interpretacin
que ofrece inmediatamente a continuacin contradice, en realidad, este postulado.
Los acontecimientos
13 Franc;:ois-XavierGuerra,
muestran cmo,
apuntes para unos aos cruciales (1808-1809) ", en Ricardo vila Palafox, Car-
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los Martnez Assad yJean Meyer (coords.), Lasformas y las polticas del dominio
agrario. Homenaje a Fmncois Chevalier, Guadalajara, Universi.dad de Guadalajara, 1992, p. 178.
44 "Aunque, por el momento", afirma, "tanto las Cortes y la representacin americana en laJunta Central se concibe an en el marco de la representacin tradicional-representacin
de los 'pueblos', que se expresan por
sus cuerpos municipales-, los tpicos de los que se va a discutir en adelante son los temas clave que abren la puerta a la revolucin poltica y a la Independencia americana. Dc lo que se va a debatir realmente durante los
aos siguientes, a travs de las modalidades prcticas de la representacin,
es: qu es la nacin?" Franc;ois-Xavier Guerra, Modernidad e indejJendencia,
p. 133.
aunque el constitucionalismo
rales van ganando terreno.45
Guerra extrae, pues, de la afirmacin de Tocqueville, la conclusin de que "la victoria de los revolucionarios es consecuencia de la victoria ideolgica, la que es un signo inequvoco e
irreversible de la mutacin del lenguaje"46 Identifica asi tal mutacin "irreversible" del lenguaje con un giro ideolgico: el
avance del ideario liberal y el retroceso del constitucionalismo
histrico. Sin embargo, est claro que no era eso lo que planteaba Tocqueville. Lo que sealaba ste era, precisamente, que
el slo llamado a las Cortes haba marcado una ruptura fundamental, independientemente de quin ganase luego la eleccin o qu
ideas se impusiesen. De hecho, no habra sido impensable que los
constitucionalistas histricos, o incluso los absolutistas, triunfasen en stas, pero ello no habria alterado el hecho de fondo
para Tocqueville: que la constitucin se haba vuelto objeto de debatepblico. Era este hecho, no el posterior triunfo del partido liberal, lo que transformara de un modo irreversible los lenguajes polticos. Y ello porque ste reconfigurara de manera
radical el terreno de debate.
Los puntos lgidos en el anlisis de Guerra se encuenlran,
precisamente, como vimos, en esos momentos en que trasciende el plano estricto de los enunciados, cuando supera la visin
del lenguaje como mera suma de elementos heterogneos, para analizar cmo se va recomponiendo la lgica que los articula, cmo se reconfigura el suelo de problemticas subyacentes;
cmo, en fin, la emergencia de la cuestin de la soberana alter los discursos de una forma objetiva e irreversible allransfor-
45 Franc;ois-Xavier Guerra, "La poltica moderna en el mundo hispnico", en vila Palafox, Martnez Assad y Meyer (coords.), Las formas y las polticas del dominio agrario, p. 178.
4[, bid., p. 179.
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El tiempo de la poltica
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mar drsticamente sus condiciones de enunciacin. Como seala; aunque los imaginarios tradicionales seguan siendo los
qominantes (como la preeminencia del constitucionalismo his- .
trico lo atestigua), "por las preocupaciones y los objetos de
reflexin de muchas de las elites se estaba entrando ya en problemticas modernas"47 (retengamos de esta cita el trmino
"problemticas", como distinto, y en este caso, de sentido incluso opuesto al de las "ideas" de los actores). "No hay, pues,
que tomar al pie de la letra estos argumentos arcaizantes", concluye, "pues bastantes de quienes los emplean se amparan detrs de trminos antiguos para expresar nuevas ideas, dificiles
de formular antes de 1808".48
Esto nos conduce a la "cuestin americana". En]a medida
en que se trat de una alteracin objetiva del lenguaje poltico (relativa a las "problemticas" en cuestin), independiente de la voluntad de los agentes (sus "ideas"), que reconfigurara las coordenadas en funcin de las cuales se ordenaba el
debate poltico, tampoco el discurso de la diputacin americana escapara a ella. Como veremos, si la imagen pica latinoamericana que opone al tradicionalismo espaol elliberalismo criollo hispanoamericano resulta, como demostr Guerra,
decididamente simplista, su opuesta, sin elnbargo, no lo es
menos.
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cadamente que el de los peninsulares49Ya en 1947 Manuel Gimnez Femndez afirmaba que "la base doctrinal y comn de
la insurgencia americana, salvo ciertos aditamentos de influencia localizada, la suministr no el concepto rousseauniano de
Pacto social perennemente constituyente, sino la doctrina suareziana de la soberana popular".5o Retomando esta tesis, Guerra seala que el tradicionalismo hispanoamericano se tradujo
en una concepcin pluralista de la nacin como constituida
por diversidad de "pueblos", a los que se invocar de forma permanente, impidiendo as el desarrollo de estados modernos
centralizados. Ahora bien, se puede tomar el uso del trmino
"pueblo", en plural, como ndice inequvoco de tradicionalismo cultural y social?51Es posible que haya sido de hecho as en
este caso particular, pero no de manera necesaria. Esto slo se
puede establecer analizando cmo surgi, concretamente, la
apelacin americana al concepto pactista tradicional. 52
Segn surge de las fuen'tes, la visin plural del reino como
articulada a partir de sistemas de subordinaciones tradiciona-
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49
"Fundamentos
iusnaturalistas
de los
movimientos de independencia",
en Marta Tern yJos Antonio Serrano Ortega (eds.), La guerra de independencia en la A~ca
espaola, Zamora, Michoacn, El Colegio de MichoacnjInstituto
Nacional de Antropologa e Historia/Universidad
Michoacana de San Nicols de Hidalgo, 2002, pp. 99-123.
50 Manuel Gimnez Fernndez,
Las doctrinas populistas en la independencia
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Elias J. Palti
les se impone en la diputacin americana en el curso de la disputa suscitada por la designacin de una gran cantidad de diputados suplentes residentes en Espaa, debido a las dificultades de
las colonias para enviar a sus propios representantes,53 algo que
aqullos cuestionaran dado que las poblaciones involucradas
no haban participado en su eleccin ("diputados por voluntad
ajena", los llamaba la Gaceta de Buenos Aires, elegidos "por un
puado de aventureros sin carcter ni representacin").54 La
ielea de una monarqua plural, conformada por diversidad de
"pueblos" o "reinos", les permitira entonces impugnar la capacidad de un "reino" de representar a otro (de acuerdo con
el principio jurdico del negotiorum gestar) .55Frente a este argumento, los peninsulares postularon el concepto de una nacin
y una representacin unificadas, de un nico pueblo espaol,56
lo cual volva relativamente indiferente el lugar concreto de residencia.57
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Gaceta de Buenos A~, 25 /2/18] 1, citado por Rieu-Millan, Los diputados americanos en las Cortes de Cdiz..,p. 6.
55 Corno afirmaba el peruano Ramn Feli, la soberana "se compone de
partes real y tisicamente distintas, sin las cuales todas, o sin muchas de las cua-
rrero, "de que formarnos una sola Nacin, y no un agregado de varias Ilaciones". Diario de Sesiones de las Cortes, 2/9/1811).
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En palabras de Jovellanos, "reuniendo en s la representacin nacional puede, sin duda, refundir una parte de ella en algunos de sus miembros".
Gaspar Mclchor de Jovellanos, "Memoria", Escritos polticos y filosficos, p. 187.
57
El tiempo de la poltica
79
Ura, "y no ser ciudadano de la nacin sin demrito personal, son a la verdad, Seilor, dos cosas que no pueden concebirse, y que una a la otra se destruyen" Uos Simen Ura, Diario de Sesiones de las Corles, 4/9/1811). El mexicano Ramos Arizpe insista al respecto: ''V.N. tiene sancionado, con aplauso
general, que la soberana reside esencialmente en la nacin {... ]. Las castas
como parte de la nacin tienen necesariamente una parte proporcional y respectiva de la soberana" (Ramos Arizpe, Diano de Sesiolles de las Cories,
14/9/1811).
(jO Es sugestivo, al respecto, que los diputados americanos fueran asociados a los sectores ms radicales del liberalismo, encontrndose entre Jos que
enfrenlaron ms denuncias y persecuciones luego de la restauracin de Fer~
nando VII.
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Elas J. Palti
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Como muestra Varela: "No resulta dificil reconocer que la idea de Na~
cin de Martnez Marina se presentaba, sin forzarla en exceso, fcilmente reconducible al esquema provincialista del que partan los diputados de Ultramar. Este esquema, coherente con sus fines polticos 'parti.cularistas' o
'autonomistas', ajenos a Marina, resultaba desde luego incompatible con la
idea de Nacin defendida por los diputados liberales de la metrpoli. Por
otra pane, al estar exento el conceplO de Nacin de Mannez Marina de cualquier vestigio estamental--cosa que en modo alguno puede decirse de las tesis expuestas por los diputados realistas- poda satisfacer tambin las ansias
igualitarias que animaban a la mayora de los diputados americanos". Varela, La teora del Estado en los on'genes del constitucionalismo hispnico, p. 230.
62 "Es muy de temer", adverta el mexicano Ramos Arizpe, "que la apro.61
bacin del artculo en cuestin va a influir directamente en la desmembracin de las Amricas" (Actas de las Sesiones de Cortes, 5/9/1811). Como reconocera luego Argelles: "Era adems una fatalidad inseparable de las
circunstancias que acompaaron a la insurreccin de la pennsula el que
la independencia de Amrica se presentase a la imaginacin de sus diputados no como un suceso eventual y remoto, sino como prximo e inevitable
[ ... ] Los diputados peninsulares no desconocan las causas que podan con.
sumar algn da la separacin absoluta de la Amrica y las que conspiraban
ahora a acelerarla". Agustn Argelles. La reforma constitucional de Cdiz, pp.
246-7.
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recaudo metodolgico; una operacin intelectual como sta (extraer conclusiones relativas a la naturaleza social o identidad
cultural de los actores a partir de sus definiciones ideolgicas)
conlleva una serie de supuestos relativos a los modos de concebir la historia intelectual que, COD10 veremos, se han vuelto hoy
difciles de sostener (y, en definitiva, nos devuelven a la vieja
historia de "ideas"). Esto se observa ms claramente cuando
analizarnos el otro polo de la antinomia que establece Guerra.
Corno vimos, el motor de la mutacin cultural que se produjo en el lapso de esos "dos aos cruciales" fue, segn afirma
ese autor, el grupo liberaJ encabezado por Quintana. Esta evolucin, sin embargo, tuvo efectos contradictorios para Espaa,
puesto que sell su divorcio respecto de Amrica. "Las Cortes
de Cdiz", asegura Guerra, "aJ hacer de la nacin espaola un
Estado unitario cerraban definitivamente la posibilidad de
mantener a los reinos de Indias en el seno de la Monarqua"65
As como el particularismo americano revelaba, para Guerra,
un imaginario tradicionalista, inversamente, el ideal liberal de
una nacin unificada impuso una poltica cerradamente "colonialista" (entendido esto en el sentido de que llevara a rechazar de plano los reclamos de mayor autonoma de las colonias).
"Para establecer una verdadera igualdad poltica entre las dos
partes de la Monarqua", asegura, "hubiera sido preciso transformar el imaginario de las elites peninsulares".66 Sin embargo, si analizamos esta afirmacin, se observa en ella una inver-
Su objetivo fundamental fue, en este caso, batallar por la igualdad de representacin entre Espaa y Amrica. Era ste su objetivo prioritario, lo que en parte explica que, a pesar de su
concepcin plural de la Monarqua, aceptasen los plantea.
mientas de los liberales peninsulares. La peticin de igualdad
con la Pennsula y la obtencin del elevado nmero de dipu-
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en que escribi sus "Cartas a El Espaiiof'. De hecho, es dificil hablar, para este
perodo temprano, de "partidos" o aun de corrientes ideolgicas claramente definidas. Al respecto, vase el interesante artculo de Roberto Brea, "Un
momento clave en la historia poltica moderna de la Amrica hispana: Cdiz,
1812", manuscrito.
65
Fran\-ois-Xavier Guerra, "La desintegracin de la monarqua hispnica'., Antonio Annino, Luis Castro Leiva y Fran\-ois-Xavicr GuerrJ. (comps.),
De los imperios a. las naonf'5. lberoa1llhica, Zaragoza, Iberc~ja, 1994, p. 225.
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Elias J. Palti
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concepcin unitaria de la Monarqua que cuadraba mal con
su muy enraizada visin de sta como un conjunto
nidades polticas diferen tes. 68
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En realidad, tampoco esto era exactamente as. Como afirma Rieu-Millan en relacin con el principio de soberana popular, "esta defensa poda fundamentarse, en otro contexto, sobre
bases tericas tradicionales (estado patrimonial compuesto por
diferentes reinos) ".69 Esto muestra las complejidades del debate, y la imposible reduccin mutua entre imaginarios sociales e
ideologas polticas determinadas. En fin, si la antinomia "liberales peninsulares = atomicismo :::;colonialismo" contra "tradicionalismo americano = organicismo = independentismo" puede aceptarse como una descripcin correcta del modo en que
se alinearon las fuerzas en Cdiz, est claro que tal contraposicin no se funda en ningn nexo conceptual (ni la defensa americana de una concepcin plural de la monarqua era, en s misma, "tradicional", ni la idea moderna de una nacin unificada
era necesariamente colonialista), sino uno puramente contingente, derivado de las circunstancias y las formas en que se fij
el debate y se establecieron eventualmente lneas de alianza y
ruptura en las Cortes mismas70
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71 Antonio Annino, "Soberanas en lucha", en Annino, Castro Leiv;:ly
Guerra (comps.), De los imperios a las naciones, p. 25l.
72 Antonio Annino,
"El Jano bifronte: Los pueblos y los orgenes delli.
beralismo en Mxico", en Leticia Reina y EJisa Servn (coords.), Crisis, refo,..
ma y revolucin. Mxico: Historias de fin de siglo, Mxico, Taurus/ConacultaIN HA, 2002, p. 209.
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73 Antonio Annino, "Soberanas en lucha", en Annino, Castro Leiva y Guerra (comps.), De los im/um"os a las naciones, p. 251. Para algunos autores, como
Richard Morsc, se tratara llanamente de una invencin, una ficcin, que no
tena ningn asidero histrico. El corporativismo medieval no se habra dado
nunca en Espaa. El texto de referencia clsico aqu es Claudia Snchez AIbomoz, Espalla, un enigma histrico, Buenos Aires, Sudamericana, 1956.
74 Jos Antonio Serrano Ortega,jerarqua
tenilorial y transicin poltica, Zamora, Michoacn, El Colegio de Michoacn/Instituto
Mora, 200], p. 137.
Luego de la independencia, se reforzar esta tendencia hacia una "democracia" corporativa. "L, Constitucin de ]826", seala Serrano Ortega, "modific sustancialmente la jerarqua territorial y la organizacin poltica de Gua-
75
quedando por momentos an prisionero de la ecuacin de la dicotoma entre tradicin y modernidad con aquella otra entre naturale7.a y artificio. Segn seala: "Esta notable singularidad del mundo hispnico, ms an en Mxico, hizo que tras la Independencia, la repblica liberal tuviera por mucho
tiempo dos fuentes de legitimidad: los pueblos y los congresos (;onslituyellles,
o sea, los dos actores que encamaban uno lo 'natural' y otro lo 'constituidu'''.
Antonio Annino, "Pueblos, liberalismo y nacin en Mxico", en Antonio Annino y Franc;:ois-XavierGuerra, coords., Inventando la nacin, /emamlica. Siglo
XIX, Mxico, FCE, 2003, pp. 427-8, En un texto reciente, en cambio, scilala ya
la ingenuidad de identificar sin ms las instituciones del Antiguo Rgimen como expresin de un orden natura4 en oposicin a la artificialidad del sistema
moderno. "Todas las sociedades fueron y sern siempre imaginarias POI" la sellcilla razn de que fueron y sern imaginadas. Tambin el Antiguo Rgimen
lo fue. El mismo casuismo jurdico, que parece tan concreto y pragmtico, no
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Elas J. Palti
88
fue otra cosa que un esfuerLO enorme para imaginar y controlar la multiplicidad social. Antonio Annina, "El voto y el XIXdesconocido", Faro lberoldeas
n
www.foroiberoideas.com.ar/foro
/ data/ 4864. pdf.
76En definitiva, se trata del viejo juego de hallar el "huevo de la serpiente",
aquel pecado original que explica todos los problemas subsiguientes. Las palabras cori que cierra Modernidad e independencias son elocuentes al respecto: viS-:
tos retrospectivamente, Jos eventos que agitaron la historia latinoamericana reciente aparecen todos como "avatares de este problema esencial, que conocen
todos los pases ltitinos en el siglo XIXy que explica la concordancia de sus coyunturds polticas: la hmsca instauracin, en unas sociedades !.ra.dicionales, del
imaginario, las instituciones y las prcticas de la poltica moderna" (ibid., p. 381).
Guerra retoma aqu acrticameme la visin, no menos mtica, una y otra vez refutada por la historiografia reciente, de la preexistencia de la nacin y las libertades modernas norteamericanas, en oposicin a la no preexistencia de stas en
Amrica Latina, como explicacin ltima de sus destinos divergentes (dando
lugar a su oposicin entre las vas evolutivas y no evolutivas a la modernidad).
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78 La Constitucin de 1812, dice Snchez Agesta, "se iba a elevar a un mito del constitucionalismo cspmiol" (Snchez Agesta, Historia del constitucionalismo espaiiol, p. 84). Su estudio, por lo tanto, tendra un inters que trascendera el plano estrictamcntc histrico.
79 Varcla, La tema del Estado en los origelles del constitucionalismo hispnico,
p. 130 (el destacado es mo).
sencilla como
tan
verdadera.8o
Ambas tesis opuestas (la pica hispanista y la pica americanista) pivotan, de hecho, sobre la base de un conjunto de premisas COlTIUnes.
La ms importante de ellas es la de la racionalidad,
en principio (es decir, ms all de su aplicabilidad O no al medio
especfico), de los ideales liberales. Ahora bien, tal percepcin,
lejos de expresar un mero hecho de la realidad, es sintomtica
de! proceso de naturalizacin de una serie de presupuestos que,
hacia los arIOS que nos ocupan, no parecan an en absoluto autoevidentes para los contemporneos. Yello por motivos mucho
ms atendibles que la supuesta ofuscacin de los sentidos producida por la persistencia de prejuicios y preocupaciones al1ejas.
Esto nos conduce finalmente a la cuarta de las fuentes de anfibolo'>1ade! lenguaje que preocupaban tanto a liberales como absolutistas (y que explica a las otras tres antes sealadas).
El problema crtico que se les plante no era tanto la manipulacin ilegtima de lenguaje, ya sea inventando nombres sin
referente, o creando neologismos para designar antiguos objetos, o bien, finalmente, apelando a trminos familiares para legitimar fenmenos inauditos (los tres tipos de anfibologa de
los que hablbamos antes). El punto crucial es la conciencia o
sensacin generalizada de estar enfrentndose ante un fenmeno anmalo, para el que no caman categoras que IJUdiemn designarlo apropiadamente. Como seala e! diputado americano Lispegucr en la sesin del 25 de enero de 1811:
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"Hay leyes -deca el diputado asturiano Inguanzo- que son por esencia inalterables y otras, al contrario, que pueden y deben val;arse segn los
tiempos y circunstancias. A la primera clase pertenecen aquellas que se lIa.
man, y son realmente,fundamentales, porque constituyen los fundamentos del
estado, y destmidas ellas se destmil"a el edificio social." Diano de Sesiones de
las Cortes, citado por Varela, La teoria del Estado en los orgenes del umstitucionalismo hispnico, p. 363.
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p.346.
85 Luis Snchez Agesta, Principios de teuria poltica, Madrid, Editora Nacional, 1979, p. 329.
Al decir de Menndez y Pelayo, ste se trataba de un "extrao espejismo", que Snchez Agesta explica por el generalizado
rechazo al absolutismo, que haca ver a! pasado remoto como
una suerte de edad dorada en que las libertades tradicionales
resistan todava COnxito a! impulso centralista avasallador del
poder monrquico.86 No obstante, tras esta invocacin mtica
del pasado -que, como vimos, es efectivamente tal, lo que nos
llev a relativizar su supuesto "tradicionalismo"- se esconde,
sin embargo, un fundamento mucho menos ilusorio. Esto nos
devuelve a la cuestin de la "hibridez" del lenguaje poltico del
perodo. ste se relaciona, no con las ideas de los actores, como normalmente se interpreta, sino con la naturaleza de las
problemticas que se encontraban entonces en debate87 La
obra de otro de los voceros, junto con Jovellanos, del "constitucionalismo histrico", Francisco Martnez Marina, aporta algunas claves para comprender el sentido de este hibridismo discursivo del perodo.
para comprender
la naturaleza
del debate poltico del perodo. La percepcin de la presencia de motivos contradictorios, o provenientes de universos conceptuales diversos, no es en s
misma una prueba de la inconsistencia de los lenguajes polticos de un perodo dado, sino que suele revelar, simplemente, una inadecuacin del propio
instrumento de anlisis. Si concentramos nuestro enfoque exclusivamente en
el nivel de la superficie de los contenidos ideolgicos de los discursos, es muy
natural encontrar mixturas de todo gnero, mezclas incoherentes de motivos
contradictorios, perdindose de visL:.cul es la lgica que los dispone (o, eventualmente, cmo dicha lgica se fisura). En definitiva, lo que vuelve plausible
la postura de Guerra es el hecho de que, en un primer momento, habran,
efectivamente, de superponerse, no tanto "ideas", sino problemticas contradictorias. La "hibridez" refiere a la naturaleza equvoca del campo de referencias discursivo.
Elas J. Palti
96
cia del hogar, para constituir la symbitica. sta estudiar a todos los grupos
que viven en comunidad orgnica, y las leyes de su asociacin natural. Althusio la define como el arte de establecer, cultivar y conservar entre los hombres el lazo orgnico de la vida social.
89Mannez Marina, Francisco, Discurso sobre el origen de la monarqua,
p.87.
Cabe aclarar que no era sta la idea de Althusio de una continuidad
esencial entre orden social y orden poltico (lo que demuestra, una vez ms,
la imposibilidad de establecer correlaciones inequvocas entre doctrinas sociales e ideologas). El carcter natural de los lazos de subordinacin funda
en Althusio, por el contrario, una perspectiva "democrtica", oponiendo, de
hecho, a la monarqua la idea de poliarqua como la expresin ms autnti*
ca de vnculo poltico orgnico.
El tiempo de la poltica
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mil vicisitudes.91
En esta distincin conceptual que establece Martnez Marina se trasluce algo ms que una mezcla ideolgica de modernismo y tradicionalismo: en ella se condensa un rasgo objetivo
del discurso poltico del perodo (que nos permite hablar de
"hibridez de las problemticas"). El proceso revolucionario que
estalla en la pennsula se funda todo, en ltima instancia, en
un supuesto: el de la preexistencia de la nacin. De all la afir-
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ra nuevamente en sta. El poder constituyente que emerge en Cdiz encuentra aqu su lmite.
Segn sealara Artola en Los origenes de la Espaa contempornea, "careciendo por entero de instrucciones o reglas de conducta no es raro que [los diputados] se sintiesen como los
creadores de un nuevo pacto socal"92 Esto, sin embargo, da-
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92 Miguel Anola, Los orgenes de la
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ra lugar a un malentendido (el cual se observa en la expresin de Guerra de que "se trata de fundar una nacin y de proclamar su soberana y de construir a partir de ella, por la promulgacin de una constitucin, un gobierno libre") .93 La idea
de un poder constituyente refera estrictamente a la facultad
de establecer o alterar el sistema de gobierno. El artculo 3 de la
Constitucin antes citado) en su redaccin original, haCa esto explcito:
su origen CUIno convencionalmente establecido, dicho convenio primitivo se encontraba, para ellos, siempre ya presupuesto en el concepto de un poder constituyente96 Las declaraciones de Juan Nicasio Gallego, que Artola cita como ejemplo de
la emergencia de una visin pactista de lo social de corte "musseauniano", muestran a las claras esta doble ditncnsill del COllcepto (lo que revela que la cuestin de la preexistencia ele la
nacin no se relaciona estrictamenle con el car~lCter-tradicional o modernode las refereilcias conceptuales):
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El nuevo pacto social rcfundara el Estado, pero ello presupona ya la Nacin que pudiera hacer esto. La idea de la necesidad de constituir a la nacin era an inconcebible. Aun cuando,
COll10 vimos, HO haba acuerdo respecto de cmo estaba constituida, y si su estructura era inmutable o caInbiante con el tiempo, algo que pucde eventualmente reformarse, nadie dudaba
de su existencia como tal.9r, Incluso para aqucllos que conceban
Gallego-,
cir, una asociacin de hombres libres que han convenido voluntariamente en componer un cuerpo moral, el cual ha de
regirse por leyes que sean el resultado de la voluntad de los i,,dividuos que lo forman y cuyo nico objeto es el bien y la utilidad de toda la sociedad97
En definitiva, la cuestin relativa a la existencia de la nadn
escapaba al universo prctico de problemas de e'te primer liberalismo (era una cuestin puramente "tcnica", para Arge-
l
(
93
gin, costumbres
y,
quico, algo que un sector importante de dipUlados no estaba dispuesto a hacer). No era otro el concepto original de soberana. Como veremos en el captulo corrcspondiente, ste surge a fmes de siglo XVI canjean Bodin como
asociado a la facultad del monarca de dar y revocar leyes. No tena todava
relacin alguna con la idea de soberana nacional, y, por supuesto, menos an
con la de la facultad de constiluirsta.
95 "Hay, sin embargo, una primera acepcin que, por encima de sus diferencias, todos comparten: la nacin designa al conjunto de la Monarqua.
Como lo ha manifestado de manera patente la reaccin unnime de sus ha.
bitantes de los dos continentes, la nacin espaola es una comunidad de
hombres que se sienten unidos por unos mismos sentimientos, valores, reli-
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94
7/12/1810, p. 129.
97 Citado por Artola, Los orgenes de la Espaa conlem/)onnea, p. 409 (el destacado es mo).
)
100
El tiempo
EJas J. Palti
Hes, que no tena sentido debatir).9" Como Guerra mismo seala, el propio alzamiento revolucionario que haba dado origen al poder constituyente ("una insurreccin popular", en
palabras de Argelles, "en que la nacin de hecho se haba
reintegrado a s misma en todos sus derechos"),99 haba tambin dado prueba de la entidad de aqulla. lOO La idea de la
preexistencia de la nacin era, en ltima instancia, el dato a
partir del cual se levantaba el edificio constitucional gaditano
y la premisa de la que los nuevos poderes representativos tomaban su legitimidadI01 Puesta sta en entredicho, todo el discurso del primer liberalismo hispano se derrumbara. Pero no es
en la pennsula que ello habra de ocurrir. Llegamos as al punto fundamental que marca la dinmica diferencial entre la pennsula y las colonias: slo en las colonias habr, efectivamente, de plantearse la necesidad de crear, en el mismo acto de
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"No se trata aqu", se excusaba, "de ideas tcnicas o filosficas sobre el
estado primitivo de la sociedad". Diario de Sesiones de Cortes, 25/8/1811.
99 Argelles, La reforma constitucional de Cdiz., p. 215.
100 "La unanimidad
y la intensidad de la reaccin patritica, el rechazo
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por la poblacin de unas abdicaciones a las cuales no ha dado su consentimiento, remite a algo mucho ms moderno: a la nacin y al sentimiento nacional" (Fran~ois~XavierGuerra, Modernidad e independencias, p. 121). "La co-
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Las sinuosidades que se observan en el primer liberalismo espaol, determinadas por las tensiones propias al discurso constitucionalista histrico, resultan ilustrativas, en ltima
instancia, de una cuestin ms general de orden epistemolgico.
Segn sealan distintos autores, entre ellos Pocock y Skinner, si bien la dinmica de los cambios en los lengu,~es polti-
cas conlleva rearticulaciones drsticas de sentido, las novedades '
lingsticas siempre deben an legitimarse segn los lenguajes;
preexistentes. Yesto nos enfrenta ante la paradoja de cmo conceptos inasimilables dentro de su universo semntico pueden,
no obstante, resultar comprensibles y articulables dentro del vocabulario disponible (puesto que de lo contrario no podran
circular socialmente); cmo stos se despliegan en el interior
de su lgica, socavndola.
En este marco, ciertos
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to que actan eventualmente como. ~f!..1}Cf!PJgsJ;J~.g.gra, esto es,
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Elas J. Palti
104
histrico-conceptuales ms vastas.] En La gnesis del mundo eopernicano, Hans Blumenberg nos ofrece algunos ejemplos de
ello.2
Segn muestra dicho autor, la astronoma copernicana necesariamente se levanta a partir de las premisas del pensamiento escolstico-medieval y entronca con l. ste aporta el bagaje
categorial que, por un lado, Coprnico encuentra disponible a
fin de imaginar un universo en el que nuestro planeta aparezca desplazado a un lugar excntrico al mismo, as como, por
otro lado, regula los criterios de aceptabilidad de esa nueva doctrina.3 De hecho, seala Blumenberg, la cosmologa copernicana surge ms bien de un intento de salvar la fsica aristotlica
que de alguna vocacin por destruirla. Sin embargo, y a pesar
de ello, termina utilizando los mismos principios aristotlicos
para subvertir su concepcin fsica en su propia base4 Para que
ello resultara posible fue necesario antes, sin embargo, un proceso de aflojamiento de su sistema que abriera aquella latitud
un concepto si la totalidad de un contexto de experiencia y significado sociopoltico, en el que se usa y para el que se usa esa palabra, pasa a formar parte globalmente de esa nica palabra." Reinhart Koselleck, Futuro pasado. Pade los tiempos histricos, Barcelona, Paids, ] 993, p. 117.
Vase Hans Blumenberg. Die Genesis der kopernikanischen WelL, Francfort
ra una semntica
2
del Mein. Suhrkamp, 1996. All Blumenberg estudia el caso de dos conceptos bisagra, esto es, dos principios de la astronoma antigua que cumpliran
funciones anlogas a dos de las categoras clave que hicieron posible la re~
volucin astronmica moderna: las nociones de appetentj(l partium (la len.
dencia de las par~esa unirse), para la ley de gravedad, y la de impitus, para la
inercia. Al respecto, vase Palli, "Hans Blumenberg (1922.1996): sobre la his.
toria, la modernidad y los lmites de la razn", Aporias, pp. 83-312.
3 Hans Blumenberg,
ajJ. cit., p. 155.
4 De este modo, Blumenberg se distanciara tlnto de las versiones "vul.
canistas" (qu.e imaginan las rupturas conceptuales como abruptas recontigu. raciones de sentido) como de las "neptunianas" (que ven stas como el re.
sultado de un largo proceso de transformaciones graduales).
105
El tiempo de la poltica
(Spielraum) en la cual la revolucin copernicana se volviera concebible; aunque no por ello la anticipaba.5 La trayectoria de la
inflexin de la que nace la fsica moderna ilustrara as lo que
llama la histaria de efectos (Wirkungsgesehiehte) por la cual un nue,
va ilnaginario cobra forma.
Laruptura conceptual que venimos analizando cabra igualm'O.nteentenderla como una historia de efectos.Esta perspectiva
expresa mejor la serie de desplazamientos por los cuales se fueron entonces torsionando los lenguajes, cmo formas de discurso radicalmente incompatibles con los imaginarios tradicionales naceran, sin embargo, de recomposiciones operadas a
partir de sus propias categoras. La idea de la yuxtaposicin de
ideas tradicionales y modernas brinda una imagen, si no desacertada, s algo pobre y deficiente de los fenmenos de trastocamiento de los vocabularios polticos, puesto que no alcanza
an a comprender esa paradoja de cmo nuevos horizontes
conceptuales irrumpen en el seno de los viejos, se despliegan
y encadenan desde el interior de su misma lgica, al tiempo
que la desarticulan.
En este punto, es necesaria una distincin. Las razones de
por qu la vacancia del poder puso en crisis el imperio parecen
obvias. La pregunta que aqu subyace, en cambio, no es tan fcil
de responder: por qu tal he,cho min a la monarqua como tal.
La primera cuestin responde a razones de ndole estrictamente fctica; la segunda, por el contrario, involucra algo ms, que
no se limita al orden de lo simblico, pero que lo comprende.
Esta precisin se encuentra en la base de la revolucin historiogrfica producida por Guerra. Sin embargo, a esta primera precisin es necesario adicionar una segunda. El socavamiento de
los fundamentos conceptuales en que se sostena la institucin
monrquica no podra explicarse simplemente por la emergencia, a su vera, de otro principio de legitimidad antagnico, lo
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El tiempo de la poltica
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cual, como seala el propio Guerra, va a ser, en realidad, el punto de llegada de la crisis y no su pun to de partida. Por esa misma
razn, aunque no fueron extraas a tal hecho, tampoco se podra ambulr slo a la influencia de las ideas extranjeras, la cual
debera todava ser ella misma explicada (cmo stas pudieron
cobrar tal influencia, cules fueron sus condiciones de recepcin
local). En definitiva, se trata de comprender cmo la vacancia
del poder min los principios tradicionales de legtimidad desde dentro, permitiendo as el tipo de torsiones conceptuales que
terminaran por dislocarlos, volviendo manifiestas, en fin, las
contradicciones que stos contenan. Encontramos aqu nuestro
primer eslabn en la cadena de efectos que dar como resultado la mutacin conceptual de la que habla Guerra: si la crisis del
sistema poltico llev al discurso poltico hispano a reencontrarse con sus tradiciones pactistas neo escolsticas, lo que resurgira
con ella, como veremos, no serian tanto sus jJostulados fundamentales como sus dilemas nunca resuellos.
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6 "Existe entonces -seiiala
Halpcrin Donghi- una problemtica comn,
que da cierta unidad el pensamicnto poltico espaol del seiscientos. Esta
unidad est hecha, ms que de coherencia, de monotona: no se advierte muy
bien qu nexo racional puede hallarse entre los distintos temas preferidos
por la atencin de los tratadistas de la poltica en esta centuria; pero es ya un
hecho notable que casi todos ellos hagan, en el muy amplio haz de temas que
la tradicin les ofreca, una eleccin casi idntica. A fuerza de hallarlos se advierte que lo que los unc es una coherencia histrica, si no lgica; el pcnsa-
miento poltico parece ahora una reaccin -interesante como sntoma- an~
te silUadone.s histricas cuyo contenido problemtico alcanzaban los escritores polticos a adivinar, pero no a caracterizar segn sus rasgos ms profundos y esenciales, y mucho menos a resolver." Vase Tulio Halperin Donghi,
Tradicin polilica. espaola e ideologa revolucionaria
de Mayo, Buenos Aires, Cen.
tro Editor de Amrica Latina, 988, p. 50.
7 La idea de un pacto primitivo entre el pueblo y el monarca cobr su
forma ms elaborada precisamente en Espaa en tiempos de la Contrarreforma. Esto coincide con el renacimiento del tomismo, cuyo centro se encontraba en la Universidad de Pars. All estudi Francisco de Vitoria, quien, como titular de la ctedra de teologa en Salamanca desde 1526 hasta su muerte
en 1546, formara el ncleo de una primera generacin de pensadores,
miembros en su mayora de la orden de dominicos a la que pcrteneca Vitoria, que es la que sienta las bases de las doctrinas que, en la segunda milad
dd siglo XVI y la primera mitad del siglo siguiente, desarrollaran los.icsuitas,
cuyos representantes ms salientes son Francisco SU<lrezy Luis de Malina. Para una visin general del pensamiento espaol del perodo, vanse Fredcrick
Copies ton, A Hislory ofPhiloS&phy, vol. [JI' Ockharn lo Sum, Wcstminster, Newman Bookshop, 1953; Luis Alonso Getino, El rru.zesf.ro Francisco de Vit.ona, Ma-
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108
Elas J. Palti
El tiempo de la poltica
109
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vida por sus ovejas; y administradores, no dueos; y ministros de Dios, 110 causas primeras. Luego en el ejercicio del poder, estn obligados a acomodarse
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del poder del soberano respecto de sus sbditos y marcar los lmites puestos a su voluntad. La figura del pacto originario indicaba,justamente, el hecho de que la facultad que le haba sido conferida al legislador por Dios mismo, le haba sido dada
no para provecho personal, sino para perseguir el bien de la
comunidad. 10Y;de este lllOdo, en el mismo acto de sostener su
legitimidad, en la medida en que la idea pactista permita distinguir un autntico monarca de un dspota, abra tambin .Ias
puertas a su eventual deposicin, es decir, consagraba el derecho legtimo de sedicinll Si para los neotomistas espaoles
no era verdaderamente al pueblo a quien le tocaba juzgar sobre la legitimidad ano delmonarca, sino a Dios mismo, la revolucin regicida inglesa mostrara, sin embargo, los intrincados y controvertidos medios por los que Aqul podra hacer
efectivos sus fallos12
El pensamiento absolutista intentar entonces apartarse de
sus fundamentos pactistas, identificando al soberano como
"emanacin inmediata de Dios, sin poder, sin embargo, nunca
lograrlo por completo, puesto que,junto con la idea de lmites
ninguna voluntad humana poda, por s misma, tomar legtimo un ordenamiento poltico, sino slo en la medida en que
sta coincidiera con el designio divino, es decir, que se conciliara con los principios eternos de justicia (una sociedad de canbales, formada con el nico fin de comerse. unos a otros, no
poda, obviamente, ser legtima por ms que ello coincidiera
con la voluntad de sus miembros).8 En este punto, sin embargo, es necesaria una distincin conceptual.
La voluntad forma parte fundante de la legislacin humana (ius) , a diferencia de la divina y la natural (fas), que son connaturales al hombre y, por lo tanto, independientes de su voluntad. Sin la mediacin de la voluntad no !;J.abralegislacin
civil ni, por lo tanto, orden poltico alguno. Pero la voluntad
que all se menta no es la de los sbditos, sino la del legislador.
sta constituye la condicin necesaria y suficiente para la validez de la norma; en la medida en que la facultad de legislar se
encuentra adherida a su funcin, le es coesencia! ("damos por
supuesta la existencia en el legislador", aseguraba Surez, "de
potestad para obligar; luego si se da tambin la voluntad de
obligar, nada ms puede necesitarse por parte de la voluntad").9 Esto aclara la naturaleza del concepto pactista neoscolstico.
En contra de lo que habra de interpretarse, ste era, fundamentalmente, una teora de la obediencia; buscaba sealar
por qu, si bien en la base de toda comunidad poltica se encuentra siempre un acto de voluntad, sta no es la voluntad papular. Pero es aqu tambin que aparece aquella ambigedad
antes mencionada. En ltima instancia, la apelacin a la idea
de justicia buscaba a! mismo tiempo sostener la trascendencia
B"No puede haber Repblica sin justicia", deCa Santa Mana, "ni Rey que
merezca serlo si no la mantiene y la conserva". Fr.Juan de Santa Mara, Tratado de Repblica y Polida cristiana. Para Reyes y Prncipes y para los que en el gomerno tienen sus veces. Valencia, Pedro Patricio Mey. 1619, p. 96.
9 Francisco Surez, De legibus, Madrid, CSIC. 1971, lib. 1, cap. IV, p. 71.
del siglo XVII fue enfatizado por Figgis a fin de trazar una lnea interrumpida que lleva del escolasricismo espaol al pensamiento revolucionario
britnico del siglo XVII (vase Joho N.
Figgis, Political TJwught rom Cerson lo Crotius, 1414-1615, Nueva York, }-Iarper
Torchbooks, 1960). Por el contrario, para Labrousse, tal exacerbacin de la
poltica contena la simiente del totalitarismo contemporneo
(vase Roger
Labrousse, La doble herencia poltica de 1:.spaa, Barcelona, Bosch, 1942).
12 All converge una larga tradicin radical inicialmente elaborada en el
marco de la lucha de las ciudades italianas contra las ambiciones imperiales,
cuyo principal vocero fue Bartola de Saxoferram, y que, apelando al antiguo
derecho romano, defendera el derecho de insurreccin popular.
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13 Vase Ernst H. Kantorowicz, The King:~ Two Bodies. A Study in Mediaeval Political Tlteology, Princcton, Princeton University Press, 1981.
14 Gtto Gierke, Nalural Law and lhe Theory o/Sociely, 1500 lo 1800, Bastan,
Ikacon Press, 1957, p. 41. El objeto fundamental que organizaba el pensamiento contrarreformista era,justamcntc, el de refutar la tesis luterana de la
gracia como el rasgo distintivo dc un monarca legtimo, puesto que, como
ocurrira con el calvinismo, llevaba fcilmente a justificar el tiranicidio.
15 Vase Tulio Halperin Donghi, Tradicin poltica espaola, pp. 23 Yss.
El tiempo de la poltica
111
gundo pacto permanecer siempre, sin elubargo, e011lO problemtica_ Mientras que el primer pacto (e! flacturn subjectionis)
tena un sentido claro, que era ilnponer lmites lnetapositivos
a la voluntad del soberano, no ocurra as con el segundo, el
cual no tendra otro objeto que volver comprensible aqul. De
este modo, slo trasladara a otro terreno la mislna serie de interrogantes que planteaba e! primero (poda dicho pacto revocarse?, en qu circunstancias?; de ser esto posible, cul sera el estado resultante?, cte.), en el cual, sin elnbargo, ya lIO
encontraran solucin posible.16 En definitiva, la idea de un
pactum societatis era necesaria para poder concebir, a su vez,
e! pactum subjections, sin resultar ella misma completamente
concebible.
El punto crtico es que este segundo pacto pareca tener
implcita la idea de un estado presocial originario, dado que
slo esto justificara la realizacin de un pacto constitutivo, lo
que era simplemente impensable en los imaginarios tradicionales, puesto que pareca conducir al principio "hertico" de
la gnesis artificial-convencionalistadel orden social. 17 Por
cierto, no era as para el pensamiento poltico ncotonsta. La
idea tradicional de un estado de naturaleza no contradeca, sino
que presupona, la de la naturaleza social de! hombre.18 Ese estado previo a la existencia de toda legislacin positiva no era,
para ste, extrao a toda norma, sino aquel en que slo rega
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Elas J. Palti
EI'tiempo de la politica
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Es aqu que el pensamiento neoscolstico incorpora aquella tesis, sobre la que se fundar la tradicin iusnaturalista del
siglo XVI], de la posibilidad de que esa sociedad natural se viera eventualmente afligida por la injusticia y la incertidumbre,
obligando a sus miembros a instituir, en su propio inters, una
autoridad poltica.22 Este postulado, sin embargo, contradeca
el concepto mismo de /ex naluralis.23 Lo cierto es que, lejos de
resolver el problema, lo agudizara. Carentes ya de un fundamento natural de sociabilidad, de un cierto instinto gregario
inscripto por Dios en el corazn de los hombres; privados, por
lo tanto, de la idea de un corpus mysticum, no habra forma de
explicar cmo individuos originariamente autnomos pueden
comportarse de un modo unificado, como si portaran ya una
voluntad comn, segn supone la idea de un pacto. En fin, el
mismo principio que permita comprender la necesidad de la
institucin de un orden poltico (la quiebra del orden natural)
lo volva, a la.vez, imposible.
Consciente de la inviabilidad de esta alternativa, el pensamien to con trarreformista seguir aferrado al concepto de un
orden natural orgnico primitivo como fundamento ltimo a
la sociedad poltca,24 el cual se haba tornado ya, sin embargo,
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22Vase B. Romeyer, "La Thorie Suarzienne d'un tat de nalUre pure", op. dt., pp. 43-45. La tradicin neo tomista catlica, cabe aclarar, estaba
mucho peor preparada para confromar este dilema que sus enemigas, las teodencias neoaguslinianas del luteranismo, puesto que pareca conducirl~ inevitablemente a la idea de la naturaleza humana radicalmente perversa, producto de la Cada, en que estas ltimas tendencias se fundaban.
23 Un estado social fuera de la ley natural, en el sentido tradicional de sta, era simplemente inconcebible, implicara la de una suerte de sociedad de
monstruos o, mejor dicho, una forma monstruosa de sociabilidad. El posible
alejamiento de sta puede entenderse ciertamente para casos individuales,
pero nunca para las sociedades, concebidas como tales.
24 "En primer lugar -afinnaba
Surez-, el hombre es un animal social
cuya nalUr-aleza tiende a la vida en comn" (Francisco Surez, De legibus, lib.
11I, cap. 1, p. 3). "La constitucin
de los hombres en Estado -insistaes natural al hombre en cualquier condicin que se encuentre" (ibid., cap. IJI, p. 6).
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insostenible, desde el momento que, llevado ste hasta sus ltimas consecuencias lgicas, haba revelado sus inconsistencias.25 El conjunto de dilemas que ste generaba perdern actualidad a medida que se afirme la monarqua barroca, pero
nunca encontrarn verdadera solucin. La crisis que se abre tras
la cada de la monarqua en 1808 no har ms que hacerlos reaflorar, en un contexto histrico y conceptual, sin embargo, ya
muy distinto, El problema para pensar la idea de un pueblo unificado y soberano derivar ya no del carcter trascendente del
poder, sino, precisamente, de su radical inmanencia (su carcter poltico, convencional), Las nociones de pueblo y nacin se
convertirn entonces en ncleos de condensacin problemtica en que estas tensiones vendrn a inscribirse, abriendo una.
latitud a horizontes conceptuales ya extraos a su lgica pri-
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Al respecto,
XVle sile, pp. 627-8, Y Quentin Skinner, Tlle Fou.ndations o/ l\1odern Political
Thought, p. 158.
26 "Patria y nacin -sclala Halpcrin Donghison nociones que innovan radicalmente sobre el pensamiento poltico tradicional, en la medida en
que se yen de modo cada vez ms decidido como entidades capaces de subsistir al margen de las organizaciones polticas estatales en donde se expresan polticamente." Tulio Halperin Donghi, Tradicin politica espmiola, p. 100.
115
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116
sin un poder de
jurisdiccin.28
28
encamina proteger y conservar las prenogativas naturales del hombre, y porque precede todas las convenciones y al establecimiento de las sociedades y
de las leyes positivas instituciones polticas, no empece la libertad independencia de las criaturas racionales, antes por el contrario la guarece y la defiende. Ley eterna, inmutable, fuente de toda justicia, modelo de todas las leyes, ba.
se sobre la que estriban los derechos del hombre, y sin la cual no sera posible
que hubiese enlace, rden ni concierto entre los sres inteligentes". Francisco
Marnez Marina, Discurso sobre el origen de la monarqua y sobre la naluraleza del gobierno espao~ Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, ] 988, p. 85.
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El tiempo
de la poltica
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la redefinicin pre\~a de ambas categoras, Hasta ahora nos referimos exclusivalnen.te al segundo de los t:r:rninos involucrados (el de nacin); los desplazamientos ocurridos en el prime- ,
ro de ellos (el de soberana) son an ms ilustrativos de hasta
qu punto la idea de una soberana nacional era completamente extraa al pensamiento neoescolstico.
En el siglo XVII, el apelativo "soberana" era, en realidad, un
neologismo. ste no se encuentra en latn. Los atributos del poder eran hasta entonces descritos, alternativamente, como /)olestas, majestas o imperium.3o En todos los casos remitan a un tipo
de dominacin de aspiraciones universalistas, que comprenda,
idealmente, a la cristiandad toda. El surgimiento del concepto
de soberana se asociar estrechamente al proceso de secularizacin y de descomposicin de la unidad de la cristiandad, Podemos decir que se trata, pues, de un concepto "moderno" (con
lo que no hacemos, sin embargo, ms que confundir ms las cosas, dada la plurivocidad de este apelativo: esta "modernidad" a
la que aqu se refiere no tendra nada que ver con aquella de la
que habla Guerra, a la que precede en varios siglos, y que esta
ltima vendra,justamente, a desalojar) .31'Locierto es que ste
aparece por primera vez en las lenguas vernculas. La primera
mencin se encuentra en los Six livres de la Rpublique (1576), de
Jean Bodin, y, sugestivamente, dicho trmino desaparece en su
primera traduccin al espaol realizada en 1590 por Gaspar de
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causa final de la sociedad ya no era la justicia, sino lafelicidad generaL 33 Ms precisamente, sta era la traduccin en clave secular de aqulla. sta no careca an, pues, de una diIncnsin
trascendente; no se trataba de una felicidad rneran1cntc emprica. De todos modos, ofrecer luego a autores corno Martllcz
Marina las bases para concebir la idea de una comunidad que
contiene en s su propio fundamento y principio de legitimidad (la nacin soberana).34 Los atributos originariamente asociados a la idea de imperium, y luego apropiados por el monarca, se van ahora a transferir a esta nueva entidad, la nacin. La
violencia conceptual implcita en este traslado no podra, sin
embargo, pasar inadvertida incluso a los propios constitucionalistas histricos,]ovelIanos mismo se ver entonces obligado a
establecer un deslinde terminolgico.
Como muestra dicho autor, hablar de soberana nacional es
simplemente absurdo, Toda soberana supone sbditos, Decir
que alguien (un individuo o una comunidad) es soberano de
s mismo no tiene sentido.
Es menester confesar -aseguraque el nombre de soberana
no conviene sino impropiamente a este poder absoluto; porque la soberana es relativa, y as como supone de una parte
autoridad e imperio, supone de otra sumisin y obediencia;
por lo cual, nunca se puede decir con rigurosa propiedad que
un hombre o un pueblo es soberanode s.35
33 Pedro de Rivadeneyra,
Tratado de religin y virtudes que debe tener el P'1ncipe cristiano para gobernar y conservar sus l:.stados. Contra lo que Nicols de MIlquiavelo y los polticos de este tiempo ensean, Madrid, P. Madrigal, 1595, p. 159,
citado por Jos Antonio Maravall, op. cit., p. 149.
34 Vase Francisco Martncz Marina, PrinClpios naturales de la moral, de la
poltica y de la legislacin, Adolfo Posada (ed.), Madrid, R. A. de Ciencia1'i Morales y Polticas, 1933, cap. VI.
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Menos sentido aun tiene la idea de que ste \:lUeda conservarla luego de haberla u'ansferido a la autoridad (que era, como vimos, el problema suscitado en las Cortes gaditanas a partir del debate en torno de cmo lograr la rigidez constitucional).
Para resolver esta doble ambigedad conceptual,Jovellanos propone volver a la fuente original del trmino y-reservar a esta nueva acepcin la voz supremaca (imperium), a la cual la distingue
as de la soberana.
Siendo tan distintos entre s el poder que se reserva una nacin al constituirse en monarqua del que confiere al monarca para que presida y gobierne, es claro que estos dos poderes
deban enunciarse por dos distintas palabras, y que adoptada
la palabra soberana para enunciar el poder del monarca, falta otra diferente para enunciar el de la nacin, (... ] Parlo cual
me parece que se puede enunciar mejor por el dictado de supremaca, pues aunque este dictado pueda recibir tambin varias acepciones, es indudable que la supremaca nacional es en
su caso ms alta y superior a todo cuanto en poltica se quiera
apellidar soberano o supremo.36
Siguiendo esta lnea de pensamiento, Leslie afirmaba: "Sin una ltima instancia no puede haber gobierno. Y si sta est en el pueblo, tampoco hay g(}bierno". Leslie, The Best Answer that Ever was Made, p. 15, citado porJohn N.
Figgis, El derecho divino de los rl:)'es,p. 298.
36.Gaspar Melchor deJovellanos, "Nota a los Apndices a la Memoria en
defensa de laJuma Central" (22/7/1810),
op. cit., p. 215. Reencontramos
aqu la pr,eocupacin relativa a las anfibologas del lenguaje. ste sera, para
Jovellanos, un buen ejemplo de cmo los problemas polticos tienen sus nl.ces en un uso deficiente del lenguaje. "Qu disputas no se agitaron entre los
antiguos dogmticos y acadmicos -asegurabaque se hubiesen disipado
slo con que se acord.lsen sobre la significacin de la palabra verdad! y, es
otro, por ventura, el origen de esta interminable y eterna lucha de cuestiones y disputas, que se agitan a todas horas en las ciencias o facultades metafsicas, en que, discutindose siempre unas mismas dudas, nunca se descubre
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ni fija la verdad? Pues otro tal sucede con la palabra soberana, la cual, como
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(ibid., p. 210).
37 En la medida en que la soberana apareca ya como una "facultad uoj.
taria e indivisible, inalienable y perpetua" ("lo que realmente es", en palabras
de Varela), hablar al mismo tiempo de soberana nacional y soberana real
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Elas J. Palti
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En definitiva, la nocin moderna de soberana nacional se desprender de la combinacin paradjica de dos principios tradicionales incompatibles entre s: la nocin escolstica de la
preexistencia del pueblo a la instauracin de toda autoridad poltica con el postulado regalista de la soberana como unificada
y autocontenida, no derivable ms que de s misma, e inalienable, por definicin, Yesto nos conduce a un segundo aspecto
fundamental relativo al tipo de fenmenos que nos ocupa,
Como sealamos en primer lugar, la mutacin conceptual
que se produjo a comienzos del siglo XIX no puede comprenderse como el mero desplazamiento de un conjunto de ideas
que desaparece, o tiende a desaparecer, por otro conjunto de
ideas nuevas que entonces emerge, o tiende a emerger. Analizar sta obliga a seguir aquel proceso, mucho ms complejo,
por el cual se fueron torsionando los sentidos en el interior del
vocabulario preexistente. En segundo lugar, vemos ahora cmo estas torsiones, en contraposicin a lo que constituye el procedimiento habitual de la historia de ideas, no pueden nunca
descubrirse a partir del anlisis de cada una de las ideas de manera aislada, tratando eventualmente de determinar su origen
tradicional o moderno. Para ello es necesario estudiar cmo se
reconfigura el sistema de sus relaciones con aquellas otras categoras con las cuales linda; en fin, debemos reconstruir cam39
ilOS semnticos.
En este caso particular se trata de trazar el cam-
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Elas J. Palti
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"la verdadera soberana de un pueblo nunca ha consistido sino en la voluntad general del mismo", la cual, asegura, es
"indivisible e inalienable"42 Incluso puede all descubrirse en
su base un concepto individualista de lo social. "En esta dispersin", insiste Moreno, "no slo cada pueblo asumi la autoridad que de consuno haban conferido al monarca, sino que cada hombre debi considerarse en el estado anterior al pacto
social". 43Con esta definicin, sin embargo, Moreno se apartara del consenso dominante. Annino cree hallar all, en fin, el
origen de la lucha que signara toda la historia argentina subsecuente: "las soberanas de los pueblos", dice, "se contrapondrn
durante largo tiempo a la soberana del pueblo o de la Nacin"
proclamada por Moren044
De acuerdo con el modelo de Guerra, habra, pues, que
considerar a Moreno como un claro vocero de la idea moderna de nacin, frente a una sociedad aferrada an a una. concepcin tradicional de sta. Sin embargo, esto no era necesariamente as. La idea de Moreno de pueblo poda enmarcarse
a la perfeccin en los cuadros de una visin todava corporativa, esto es, asociarse a la preeminencia que gozaba Buenos
Aires, como capital virreinal, dentro de la pirmide de jerarquas tradicionales entre ciudades. De hecho, los imaginarios
tradicionales no carecan de un principio que permitiera articular entidades polticas suprarregionales, es decir, que pudiera funcionar como fundamento de un cierto concepto de na-
cin unificada sirviendo as de conce/Jto bisagra entre dos lenguajes polticos contrapuestos: el principio jurdico de negoliorum gestor (la facultad de una parte del reino de representar la
totalidad) .
ste fue, de hecho, el principio que invoc el Cabildo porteo para arrogarse la representacin del conjunto del virreinato, yjustificar as su desconocimiento de las autoridades peninsulares. Sin embargo, Moreno lo rechazara de manera
explcita. Segn descubre, buscando justificar su causa, con tal
invocacin el Cabildo haba incurrido en una obvia contradiccin, dado que ste era, precisamente, el principio en que la
Junta gaditana fundaba tambin su legitimidad. Tal comprobacin lo devuelve, pues, a un concepto ms "tradicional": la legitimidad de las nuevas autoridades slo podra fundarse en el
asentimiento de los "pueblos". El Congreso convocado, del que
habla el artculo que analizamos, deba, justamente, servir de
ejemplo al conjunto del imperio ("ha sido este un acto dejusticia", deca, '~de que las capitales de Espaa no nos dieron
ejemplo, y que los pueblos de aquellas provincias mirarn con
envdia").45
La postura de Moreno, cabe aclarar, resulta an entonces
oscilante en este punto, lo cual la propia ambigedad del trmino hace posible. La frase con que concluye ese documento
es ilustrativa al respecto. Luego de comprobar que "es una quimera que todas las Amricas espaolas formen un solo Estado",
asegura:
50",41
Su ttulo completo es "Sobre la misin del Congreso convocado en virtud de la resolucin plebiscitaria del 25 de Mayo", y se encuentra en Mariano Moreno, Asmtos polticos y econmicos, Buenos Aires, La Cultura Argentina,
.J 915, pp. 269-300.
42 Mariano Moreno, "Sobre la misin del Congreso convocado ..... , op.
cit., p. 284.
43 bid.
Antonio Annino, "Soberanas en lucha", en A. Annino el al., De los im!mios a las naciones, p. 251.
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significado fijo. sta designaba simplemente una parte de una
unidad poltica mayor. Cuando se refera al virreinato, indicaba de manera vaga lo que hoy entendemos por provincias, pero cuando se refera al inlperio o a Anlrica en su conjunto, colno es el caso de la cita anterior, las provincias aludidas eran,
en cambio, los virreinatos (es decir, algo mucho ms cercano a
lo que hoy solemos designar como "naciones").
Es cierto, de todos modos, que, desde el momento en que
rechaza el principio de negotiorum gestor, deber, a la vez, trasladar este mismo concepto federativo al interior de cada uno
de los virreinatos, provocando la fragmentacin de la soberana en sus componentes elementales (esto es, las provincias, esta vez entendidas como las secciones de las cuales est constituido cada virreinato). El punto es que, al igual que en el caso
de la diputacin americana en Cdiz, esa postura respondi a
consideraciones polticas precisas. En el interior del universo
de ideas tradicional no haba ninguna razn de orden conceptual que impidiera la postulacin de entidades polticas suprarregionales, por ejemplo los virreinatos, como sujetos legtimos
de la imputacin soberana.
Podemos ver que, as como la nocin de "pueblos", en plural, no era necesariamente tradicional, inversamente, tampoco
la sola aparicin del trmino "pueblo", en singular, prejuzgaba
respecto de su contenido, es decir, no remita de modo ineludible a un horizonte moderno de pensamiento. De hecho, sus
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que unen a los hombre
gacin; ella no ha concurrido a la celebracin del pacto social de que derivan los monarcas espaoles, los nicos ttulos de legitimidad de su imperio;
la fuerza y la violencia son la nica base de la conquista." Mariano Moreno,
"Sobre la misin del Congreso convocado ... ", op. cit., p. 290.
49 Mariano Moreno, "Sobre la misin del Congreso convocado
.. ", op.
cit., p. 287.
bid., p. 286.
51 "Pocas veces ha presentado
el mundo un t~atro igual al nuestro, para
formar una constitucin qu~ haga felices a los pu~blos"; "la Amrica presenta un terr~no limpio y bien preparado ", insista, "dond~ producir frutos pnr
digiosos la sana doctrina que si~mbren diestramente los legisladores" (iid.,
50
p.270).
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Moreno situaba as su concepto pactista dentro de los marcos estrictos del pactum subjectionis.
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bid., p. 279.
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Por entonces, sin embargo, los primeros sntomas de qisenso interno comenzaran a plantear aquella cuestin ms fundamental interdicta en su discurso, puesto que constitua su premIsa.
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Es digno de observarse -sealabaque entre los innumerablesjefes que de comn acuerdo han levantado el estandarte
de la guerra civil para dar en tierra la justa causa de la Amrica, no hay uno solo que limite su oposicin
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Elas J. Palti
El tiempo de la politica
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causa sui (se engendra a s misma). Comenzaba de este modo
la demolicin del supuesto de que el campo semntico conformado por las nociones de pueblo, nacin y soberana se encontraba fundado en un vnculo naturaL 58 Llegado a este punto,
habra, pues, que recomponerlo sobre otros fundamentos,
rearticularlo en un horizonte convencionalista (artificial) de
realidad.
En el caso de Talamantes, est claro que l consideraba a
Mxico autorizado a una representacin nacional independiente. Pero, rechazado el principio del negotiorum gestor, debera basar esta aspiracin en otro principio. Yes aqu donde
emergen las ambigedades conceptuales. Ese autor propone
tres criterios para discernir los ncleos de agregacin primitivos depositarios de las facultades soberanas.
finicin respecto de cmo estaba conformada la nacin. El tipo de representacin que propona se fundaba en principios
claramente corporativos; la diputacin deba expresar la estructura piramidal del reino. 56 Esta visin "tradicional" resultaba,
en realidad, al igual que en Moreno, de su rechazo al principio
de negotiorum gestor (si es necesario reunir todos los elementos
constitutivos
se encontrara
au.
der legislativo.57
Ms que rechazar ese principio, Talamantes haca manifiesta la inflexin que su aplicacin supondra: el tipo de representacin que le correspondera, pues, a Mxico, como capital
del reino, ya no tendra nada en comn con la funcin tradicional de representar sus pueblos subordinados ante el Rey que
las leyes de Indias le asignaban. La nacin deba ahora asumir
su propia representacin.
Talamantes
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El primer principio, la naturaleza, remite a factores objetivos, esto es, los acciden tes geogrficos, la diversidad de climas,
as como de las lenguas, etc. "LasAInricas", concluye, "tienen
representacin nacional, como que estan naturalmente separadas de las otras naciones, mucho ms de lo que estan entre
s los reynos de la Europa"6o La fuerza, por su parte, implica la
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Vase el anlisis de la obra de Martnez Marina en el captulo anterior.
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capacidad matcrial de sostener su independencia. "Por la fuerza, las naciones se ponen en estado de resistir los enclnigos".61
Hasta aqu estamos en un plano previo a toda idea convencional de derecho. El tercer principio, en cambio, la poltica, coloca ya a la nacin en un plano distinto de realidad social. "La representacin nacional que da la poltica, pende nicamente
del derecho cvico, lo que es lo mismo, de la qualidad de Ciudadano que las Leyes conceden ciertos individuos del Estado".62 Talamantes retomaba as un principio de la teora poltica del neoescolasticismo para doblar sobre s el concepto
pactista. Para l, si bien la nacin tiene un fundamento natural, no toda comunidad natural, sin embargo, es una nacin.
sta supone, adems, una representacin nacional, lo cual involucra, a su vez, un cierto orden jurdico.
Este principio, como sealamos, no era extrao al concepto pactista clsico. Por el contrario, expresaba la imposibilidad,
dentro de sus marcos, de pensar una sociedad civil desprendida de la idea de soberana, es decir, de imaginar jurisdiccin alguna sin un poder dejurisdiccin. No obstante, afirmado en e!
contexto de un vaco de poder, cobrara un sentido completamente distinto. Perdida ya toda instancia de trascendencia (una
autoridad colocada por encima de la comunidad a la cual debe gobernar y que constituya su garante ltimo), emergera
concretamente la pregunta respecto de cmo la nacin se puede representar (autorizar) a s misma, la cual sc desdobla, a su
vez, en la de cmo puede sta ser origen y resultado al mismo
tiempo de la representacin nacional. Vemos as cmo el discurso poltico comienza ya a gravitar en torno de la cuestin
de! pactum soaetats; empieza a plantearse e! problema de cmo
se constituye el propio poder constituyente. Yesto, como veremos,
habr de confrontar a Talamantes con problemas insolubles.
La bsqueda de los fundamentos polticos al derecho de rcpresentacin nacional (aquella autoridad que habra conferido a los habitantes de las colonias la calidad de ciudadanos)
conduce a ese autor al Cdigo de Indias. ste, segn dice, confiere implcitamente a Mxico la potestad de legislar a todo el
Reino de Nueva Espaa.
La Ley segunda, Ttulo octavo, Libro quano de la Recopilay nobleza de la ciudad de Mxico, y que en ella reside el Virrey,
Gobierno y Audiencia de la Nueva Espaa, y fue la primera
Ciudad poblada de Christian os", tenga el primer voto y lugar
de las Ciudades y Villas de la Nueva Espaa. Esta leyes una tcita declaracin, ms bien un verdadero reconocimiento
(Iel
derecho que gozan para congregarse las Ciudades y Villas del
Reyno, quando as lo exigen la Causa pblica, y bien del estacin de Yndias manda que, "en atencin la grandeza
intiles iluso-
Talamantes invoca aqu para ello la idea de la preeminenciajurdica de Mxico, como capital del reino, que csjuslarncllte lo que, como viInos, l miSlTIO negara en su rechazo del principio, all implcito, de negotiorum gestor. Es entonces tambin
que su argumento se complicara, desde el momento que lo
obligara a buscar un fundamento no natural al postulado ele
la preexistencia de la nacin. La razn para ello, sin embargo,
no es tan sencilla de descubrir. Ciertamente, no es aqu el caso, COfilO en Moreno, de una reaccin contra una convocatoria a Cortes (la gaditana) que todava no se haba realizado. Es
necesario, pues, desandar la lgica de su argumento a fin de
descubrir aquellas lneas de tensin que recorren su discurso.
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Lo primero que hay que notar es el desplazamiento conceptual producido. La cuestin de la representacin, como vemos,
se ha desprendido ya de aquella otra relativa a la composicin
del reino para anudarse al interrogante, ms fundamental, respecto' de cul era, ms all de cmo estaba constituida, esa entidad que habr de representarse. Talamantes fIja la quaestio en
es nombre
vas determinaciones?
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Considermos solamente que si la Audiencia de Mxico puede dictar esas nuevas Leyes generales, , lo que es lo mismo,
suplir las Leyes Coloniales, que estan al presente sin uso, con
inmenso perjuicio del Reyno, se inferir de aqu inmediatamente que si en las Amricas ha habido semejante
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p. 374.
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Qu autoridad hay hoy en da en este Reyno -se preguntacapaz de alcanzar por s misma los referidos fines, y de exercer tan elevadas funciones? Donde aquel poder que dispen.
sa, abroga, instituye las Leyes, que les da fuerza y rigor, las
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estos trminos:
argumentos?65
A un Ministro que goza la reputacion de sabio, honrado y pau'iota (jur vel injurid, Deus scil), se ha atribuido la expresin
de que el Reyno de Nueva-Espaa, como Colonia, no tiene representacion nacional ni puede congregarse como Cuerpo para organizarse y regenerar su Cdigo Legislativo.54
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puede pertenecerle"
(ibid., p. 439).
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67De acuerdo con ste, era el virrey quien deba convocar al Congreso.
"Perteneciendo al Virrey el derecho de convocatoria para este Congreso (por
residir en l el podcr exccutivo del Monarca quc en la actualidad se halla pcr~unalmentc impedido), convocar los referidos micmbros por medio de
una Circular, emplazandolos para determinado lugar y tiempu, cl mas breve
que sea posible" (iid.,)-'. 360). Sill embargo, como inmediatamcnte podra
comprobar (el golpe de Yermo no dcjara lugar a dudas al respecto), aquelIa:-;autoridades a quiencs ese autor invocaba se negaran, sin embargo, a hacerlo.
El tiempo
de la poltica
139
cosas reservadas la Soberana, y que hacindose sin tal mandato del Soberano, se hara contra su intencin y voluntad. 68
El punto crtico radica en que, en el propio concepto de Talaman tes, cadas las autoridades delegadas, caa tambin neecsariamente con ellas la idea de una representacin nacional.
Tras estas inconsistencias asoman las dificultades que encuentra ste para concebir ese tipo de autoridad paradjica a la que
invoca (la nacin), una jurisdiccin sin un poder de jurisdiccin (o, dicho con sus propias palabras, una representacin nacional sin una autoridad que pueda conferir el ttulo de ciudadano sobre la que sta se funda). En definitiva, Talamantes an
no lograra conjugar en un nico concepto las nociones de soberana y de nacin. En esta imposibilidad convergen razones dc
ndole tanto conceptual como prctica.
Desprendida la nacin de su fundamento natural y, al mismo tiempo, politizada (es decir, arrojada al reino de la contradiccin), Talamantes no podra ocultar la arbitrariedad de una
atribucin soberana que se haba visto ya minada en su base. El
desconocimiento de las autoridades delegadas -como supona
la idea de vacatio legi>- implicaba que Amrica haba sido devuelta a su estado de naturaleza primitiva. Pero entonces ya nadie estara en condiciones ele hablar en nombre de la totalidad
social. La. invocacin a la nacin por parte de un sujeto O grupo de sujetos supona, pues, de un modo mucho ms evidente
aun que en el caso de la Audiencia, cuyas pretensiones al respecto Talamantes buscaba combatir, la arrogacin ilegtim" dc
una representacin de que carecan, por definicin. y, en efec-
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Esto nos devuelve' a aquel aspecto que todos los matices necesarios que introdujo Guerra hic.ieron, sin embargo, desdibujar, que consiste, ms all de la supuesta mayor persistencia de
imaginarios tradicionales, en el carcter revolucionario del proceso a partir del cual se fundaran los nuevos Estados nacionales. Este mismo hecho obligaba a confrontar una serie de cuestiones que simplemente resultaban ininteligibles en los marcos
del pactismo clsico, pero que tampoco se plantearan en esos
aos en la pennsula. La nacin dejari~ entonces de ser el punto de partida y la premisa en la que descansaba el discurso independentista para convertirse ella misma en un problema. Y
e"stodeterminara una segunda inflexin conceptual de la que
surgira un nuevo lenguaje poltico. Para que ello se produjera, sin embargo, sera necesario que antes se minara aquel concepto cuya emergencia haba dado inicio, justamente, a ese
proceso de redefiniciones: el de la preexistencia de la nacin
(lo que muestra lo intrincada que puede ser la historia de efectos por los cuales cobra forma un nuevo vocabulario poltico).
"Impugnacin de Fr. Diego Miguel de Bringas y Encinas, al manifiesto qel Dr. Cos",]. E. Hemndez y Dvalos, Historia de la GUCTTa de IndejJendencia de Mxico, cap. IV, p. 513.
70 [bid., pp. 522 Y 568.
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142
Elas J. Palti
si6n de obispos, militares'dc"alta graduacin, antiguos directores de Estado, doctores universitarios elegidos por claustro, los
"ciudadanos ms benemritos" O comerciantes y hacendados
(Argentina, 1815; Chile, 1822; Venezuela, 1819)71 Uno de los
casos ms notables al respecto fue la convocatoria a convenci.l1
constituyente que a fines de 1821 realiz Iturbide en Mxico.72
sta ordenaba una eleccin estrictamente estamental y corporativa: quince representantes para el clero, quince militares, un
procurador por ayuntamiento y un apoderado por Audiencia.
Segn sealaban sus crticos, tal ordenanza vaciaba de sentido
el congreso, puesto que estableca ya de antemano el modo en
que la nacin estaba constituida, que era, precisamente, lo que
ste deba determinar73 Aquellos propondran, en cambio, una
representacin unificada, igualitaria y proporcional. Como deca el clrigo insurgente Jos de San Martn: "Nuestros pensamientos no pueden ser depositarios de la confianza pblica sino en cuanto representantes de la voluntad general de la
nacin".74
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El tiempo
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de Puebla", citado por Alfredo vila, "Las primera.';
elecciones del Mxico independiente",
op. cit., p. 47.
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144
Como decamos, la priJl1era de las cuestiones pronto se resolvera en un sentido claramente "moderno". Desde el mo. mento en que el consenso haba pasado a ser la fuente ltima
de legitimidad en que se sostena la autoridad (que es el su- .
puesto implcito en la idea de un congreso constituyente), la
nacin debera aparecer como fundada de manera estricta en
lazos libre y voluntariamente asumidos. Hacia 1821, el mexicano Jos Mara Luis Mora expresara esto ya sin "hibrideces".
Qu es lo que entendemos
ba un reino claramente distinguible, en el mapa, cuyos miembros, adems, haban hecho manifiesta su voluntad de autogobernarse.
Mora, en definitiva, estaba persuadido de que los intentos
de secesin expresaban meramente una incomprensin del
sentido del trmino "nacin".
El pueblo ignorante, persuadido de su soberana y careciendo
de ideas precisas que determinen de un modo fuo y exacto el
sentido de la palabra nacin ha credo que se deba reputar
por tal toda reunin de individuos de la especie humana, sin
otras calidades y circunstancias. Conceptos equivocados que
deben fomentar la discordia y desunin y promover la guerra
sociedad? Ycul es el sentido que le han dado los publicistas, cuando afirman de ella la soberana
en los trminos
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Este concepto quedar fijado a partir de entonces en el lenguaje poltico. La nocin plural de pueblos por cierto no desaparece, pero remitir ahora, sin embargo. no a la cuestin respecto de cmo estaba constituida internamente la nacin, sino a
aquella otra, ms fundamen tal, pero que se revelara ms difcil
de resolver (yque en Guena se encuentra confundida con aqulla), respecto de cmo identificarla; esto es, cmo determinar
qu grupos humanos pueden constituirse colectivamente como
portadores legtimos de una voluntad autnoma, y cules no.
En la cita anterior, segn vemos, Mora propona dos criterios bsicos: la posesin in disputada de un suelo y la voluntad
y la capacidad para autogobernarse. Para l, no caba duda alguna de que Mxico llenaba ambos requisitos. ste conforma-
76
145
El tiempo de la poltica
La sola explicitacin del concepto bastara, pues, para desbaratar las pretensiones de soberana de los estados provinciales.7B No obstante, tal supuesta evidencia habra de problematizarse de inmediato. La cada del Primer Imperio que se produjo
al ao siguiente y la oleada secesionista que le sigui revelaran
las ambigedades que tal concepto contena.
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reclamos para convertirlos ipso Jacto en leg timosHO Lo cierto es
que, una vez consagrado el principio de autodeterminacin, no
habra forma de acotarlo sin contradecir sus mismos postulados: cmo negarles a aqullos el ejercicio de ese mismo derecho que Mxico haba reclamado para s? Lorenzo de Zavala,
el futuro fundador de la logia yorkina, sealara la contradiccin llana con los principios republicanos que implicaba el intento de obligar a los estados a permanecer dentro de la federacin
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nacin, lo cual era, precisamente, aquello que se encontraba
en cuestin.
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El problema que antes se plante en relacin con el imperio en su conjunto, se replica ahora, a escala reducida, en el interior de cada uno de los "reinos". Pero esta vez se inscribe ya
dentro de un marco de pensamiento pactista moderno. Ms.
que una incomprensin del "verdadero sentido de la poltica
moderna", lo que ahora se hace manifiesto es el trasfondo aportico que subyace a ese concepto.
Por un lado, el ideal pactista moderno supone un principio
de escisin, un modo de delimitar quines estn habilitados a
pactar entre s y constituirse colectivamente como portadores
legtimos de una voluntad soberana. La idea de soberana como
facultad nica, indivisible e inalienable indica, en realidad, la
ausencia de un lmite interno a sta, pero, al mismo tiempo, a
diferencia del antiguo iinperium, tiene implcita, como vimos, la
existencia de un lmite externo (sta se encuentra siempre inscripta dentro de un campo integrado por pluralidad de entidades soberanas con las cuales linda). Sin embargo, por otro lado, desde el punto de vista pactista, tal delimitacin resulta
indecidible.
Aos ms tarde, en su repaso del proceso que llev a la independencia, el lder conservador mexicano Lucas Alamn
revelara este trasfondo de irracionalidad en los fundamentos
de la nacionalidad. Como sealaba en su Historia de Mjico
(1848-52), la idea de que, depuesto el monarca, la soberana
Lorenzo de Zavala, "Sesin del da ]8 de octubre de 1823. Intervencin de Zavala sobre la independencia de la Provincia de Guatemala", Obras.
El historiador y el representante j)o/)ulm; Mxico, Porra, 1969, p. 885.
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La audiencia y los espaoles miraban la Nueva Espaa como una colonia [... ] y el ayuntamiento y los americanos se
apoyaban en. las leyes primitivas y en la independencia establecida por el cdigo de Indias, adems de las doctrinas
generales de los filsofos del siglQanterior, sobre la soberana de las naciones, aunque todas las aplicaciones que de
estas hacian, suponian que Mjico fuese ya independiente
y pudiese ya obrar como nacion soberana, que era precisamente lo que los otros resistian impugnaban82
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Desnudos aqu de un fundamento natural, se descubre entonces aquello que en la pregunta anterior apareca borrado.
Al igual que la definicin respecto de cmo est constituida la
nacin, la de cul es sta no puede ser resultado de ninguna
eleccin, puesto que constituye la premisa de toda eleccin;
esto no puede determinarlo ningn congreso constituyente
desde el momento en que tal definicin se encuentra siempre ya implcita en su misma convocatoria. La pregunta respecto de cules son los sujetos de la imputacin soberana nos
traslada, en fin, ms all del universo de ideas pactista liberal;
nos sita en el terreno de sus mismas condiciones de posibilidad.
La relacin entre representacin (nacin) y soberana (estado) se tornara as por segunda vez problemtica, pero esta vez
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83 Fran;ois.Xavier Guerra, "Las mutaciones de la identidad en la Amrica hi::;pnica"', en Guerra y Annino (coords.), Inventando la nacin, p. 21.9.
84 Benedict Anderson, Imagined Communities, Londres, Verso, 1991, p. 50.
Para una perspectiva opuesta, vase Jos C. Chiaramonte, "El mito de lo::;orgenes en la historiografa latinoamericana",
Cuadernos del Instituto navignani
2, Buenos Aires, Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio RavIgnani",1991.
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152
Elas J. Palti
nuevos Estados slo dieron forma institucional a nacionalidades largamente preexistentes cuyo linaje la historiografia respectiva habra de revelar.
Este programa acompaar de manera natural el giro conceptual que comenzaba a producirse en Europa con la difusin
de las filosofias de la historia del romanticismo. stas concebirn a las naciones corno organismos que evolucionan siguiendo sus propias tendencias inherentes de desarrollo, desplegando histricamente aquel principio que las identifica. De acuerdo
con este concepto, cada nacin tiene su lgica objetiva de formacin inscripta en su propia configuracin natural. La voluntad subjetiva puede eventualmente alentar o desalentar determinadas tendencias inherentes suyas; lo que no puede hacer es
desconocerlas llanamente yprete'lder introducir en ese organismo social un curso evolutivo que no forme parte ya de sus alternativas potenciales de desarrollo. El conocimiento histrico,
la penetracin de ese germen primitivo de sociabilidad en que
descansa la comunidad dada, y explica e! sentido de las vicisitudes de su curso histrico efectivo, contendria tambin, pues, las
claves ltimas de su gobernabilidad.
Dentro de los marcos de los esquemas tradicionales de la
historia de ideas, este concepto organicista no puede interpretarse sino como un regreso a un ideal social ms propio del Antiguo Rgim-en. El historicismo romntico parece, en efecto, retrotraer al pensamiento local a un horizonte de ideas muy
prximo al constitucionalista histrico. ste provera la m~triz
de pensamiento bsica que llevara a apelar al pasado a fin de
descubrir la constitucin natural propia a cada comunidad nacional, lo que devolvera a usos claramente tradicionales de trminos tales como los de "constitucin" y "nacin". De all que,
para Guerra, la definicin de nacin de Sarmiento, de que "la
autoridad sefunda en el asentimiento indeliberado que una nacin
da a un hechopermanente", le aparezca como una clara prueba de
la pervivencia de imaginarios tradicionales. sta, dice, "pone
implcitamente de manifiesto la inexistencia de la nacin rll0-
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El tiempo
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otro tipo de comundades venidas de la historia que claman por
sus derechos ig~orados en el nuevo sistema de referencias".85
Resulta aqu de nuevo sintomtico el hecho de que las corrientes revisionistas latinoamericanas, en su intento de discutir los relatos nacionalistas locales, se basen en autores COIno
Benedict Anderson y Eric Hobsbawm, a quienes invocan siempre para extraer, en realidad, una conclusin opuesta a la de
aqullos. Lejos de denunciar su tradicionalismo, lo que esos autores intentan ~s desmontar las visiones nacionalistas revelando, justamente, cmo la idea romntica organicista de nacin
como una entidad natural y objetiva ("indeliberada" y "permanente", en las palabras de Sarmiento) es una categora, en verdad, absoluta y completamente moderna, sin lazos en comn con
los modos premodernos de comprensin de la sociedad.
La identificacin de! organicismo romntico con el concepto organicista de unJovellanos o un Marnez Marina lleva, en
efecto, a perder de vista el aspecto crucial que distingue ambos
horizontes de pensamiento. La apelacin a la historia que propona el constitucionalismo histrico expresaba, justamente, la
carencia de toda conciencia propiamente histrica. sta segua
el viejo ideal pedaggico ciceroniano de la historia magister vitae. Como seal Koselleck, tal ideal pedaggico se sostiene en
e! supuesto de la iterabilidad de la historia, es decir, que las mismas situaciones bsicas se reiteran, slo alterando su escenario.
En definitiva, ste carece de un concepto de la Historia como
un sustantivo colectivo singular (un en sy para s), que contiene un principio intrnseco de desarrollo, es decir, despliega una
temporalidad inmanente, haciendo imposible todo regreso a
situaciones precedentes, que es la nocin que introdujo, precisamente, e! romanticismo. Lo que exisan para aqul eran, por
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el contrario, pluralidad de historias, las cuales habrn eventualmente de reiterarse, En fin, lejos de participar de un mismo
concepto, es este ideal pedaggico tradicional lo que las filosofas de la historia del romanticiSlTIO vinieron, justamente, a desmantelar86
La interpretacin de Guerra, hay que decirlo, es una muestra del tipo de anacronismos a los que conducen las visiones dicotmicas propias de la tradicin de historia de ideas (en cuyos marcos, todo apartamiento del tipo ideal liberal ilustrado
"moderno" no cabe pensarlo ms que como una recada en
una visin tradicionalista, que expresara la persistencia de patrones culturales o sociales premodernos). En definitiva, stas
llevan a arrancar los sistemas conceptuales del nicho epistemolgico particular dentro de los cuales cobran sentido, estableciendo as arbitrarias conexiones transhistricas. La asociacin
entre dos conceptos correspondientes a perodos muy distintos de la historia intelectual, como el constitucionalismo histrico y el romanticismo, en una comn oposicin al concepto
liberal ilustrado que fuera, de hecho, contemporneo del primero, es un claro ejemplo del tipo de problemas que plantean
los anlisis centrados en las "ideas", obliterando el sustrato conceptual que en cada caso les subyace y determina la historicidad de las formaciones discursivas.
En efecto, a pesar de sus contenidos opuestos en el nivel de
su discurso explcito (las ideas), el constitucionalismo histrico ("tradicionalista") se sita, en realidad, en un mismo plano
epistmico que el pensamiento liberal ilustrado ("moderno");
comparte con ste un mismo suelo categorial. Ambos se fundan en una misma visin ahistrica tanto del mundo natural
como social. En fin, resultan indisociables, entre otras cosas, de
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El tiempo
157
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nmico que lleva de uno a otro y que hace a este ltimo una
formacin conceptual radicalmente diversa de la primera, pero cuya emergencia habra sido inconcebible sin sta.
Lo vsto permite comprender mejor el sentido de la empresa intelectual a la que se abocara, con xito desigual, una segunda generacin de pensadores surgida tras la independencia. Quien mejor la sintetiz fue, en reali.dad, un alemn, KarJ
von Martius, cuando en 1842 defini el programa que habra
de presidir al cenculo de historiadores congregados en torno
del lnstituto Histrico y Geogrfico Brasileo. En Corno se deve
escrever a Histria do Brasil, Von Martius consagraba la idea de la
peculiaridad de su existencia nacional fundada en la fusin original de tres elementos raciales-culturales diversos: el indgena, el negro y el portugus. "Estamos viendo", conclua, "un
pueblo nuevo nacer y desarroJlarsede
unin y el contacto
entre estas tres razas distintas. Propongo que su historia evolucione de acuerdo con su ley especfica de estas tres fuenas convergentes".91 Sobre estas bases se c0l!struira en ese pas una
temprana y poderosa tradicin historiogrfica,92 que alcanzara su primera sntesis con la Histria Ceral do Brasil (1854-1857),
de Francisco A. de Varnhagen. All se revelaria cmo se fue con-
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En Bradford Bums (comp.), Perspectives on Brazilian Histary, Nueva York
y Londres, Columbia University Press, 1967, p. 23. "El genio de la historia",
deca ms adelante van Martius, "propuso la mezcla de pueblos de la misma
raza con razas tan ent~ramente diferentes en su individualidad y carcter f-.
sico y moral a fin de formar una nueva y maravillosa nacin organizada" (ibid.,
91
24). "Como se deve escrever a histria do Brasil" f~e el trabajo premiado por
el Instituto en el concurso realizado a propuesta de da Cunha Barbosa du-
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formando un tipo brasileo particular, desprendindose progresivamente de su antepasado portugus, y que dotara a la nacin brasilea de una identidad definida'"'
Es cierto, sin embargo, que en la Amrica hispana (quiz
con la sola -y notablc- cxcepcin de Chile) dicho proycCto
se revelara lnucho lns difcil de realizar, y slo de rnanera tarda en el siglo XIX habra dc plasmar (aunque en un marco intelectual ya modificado, teiiido por las ideas positivistas). Pero
ello no resultara necesariamente de las caractersticas de las
nuevas sociedades posrevolucionarias. De hecho, la ausencia
de una identidad nacional fcilmente perceptible nunca fue en
s misma un obstculo para la creacin del tipo de ficciones de
identidad como las nacionales. Pensar esto seria no tanto una
ingenuidad como aceptar acrticamente lo que el propio relato genealgico de la nacionalidad postula. En definitiva, la afirmacin revisionista que seala la carencia de fundalllentos culturales preexistentes a los nuevos Estados como explicacin
ltima de su precariedad, en realidad, no hace sino afirmar, por
la negativa, aquello que niega por la positiva. Es decir, presupone la validez, en principio, del esquema explicativo nacionalista-culturalista, lo que revela hasta qu punto la visin revisionista de la historia poltico-intelectual latinoamericana no es
sino la contracara invertida de la nacionalista .
Por otro lado, tampoco alcanzara a explicar cmo fue que,
aunque los supuestos condicionantes culturales ltimos no se
alteraron en lo esencial, puesto que se tratara de un sustrato
innlutable, por definicin, se ira eventualmente imponiendo
en los distintos pases un poderoso sentido de la nacionalidad,
que terminara subordinando efectivamente otras formas de
identidad. Lo cierto es que, ms all de las dudas y diferencias
que inevitablemente subsistirn respecto de cules seran stas,
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de la poltica
159
en la segunda mitad del siglo XIX se ira difundiendo con rapidez la idea de la existencia de identidades nacionales dilerenciales. Este supuesto pronto se naturalizara en el discursu
poltico, pasando a [unnar parte del suelo de sus prclnisas incuestionadas. La nacin dejara de aparecer ella nSlll<lCUIlIO
problema, como una entidad histrica y contingente (y,por lo
tanto, arbitraria, cuyos fundamentos resultan, en llima inslallcia, indecidibles) para convertirse en una verdad allloevidente,
el principio explicativo ltimo de todo desarrollo histrico. Resuelta as finalmente la segunda de las preguntas que tensionaron el debate poltico en las dcadas crticas que siguieron a la
independencia, se reabrira, sin embargo, la primera de ellas,
aunque ello ocurrir en un contexto discursivo ya alterado por
completo. Es la idea de un st0eto homogneo la que habr de
problematizarse de nuevo, sntoma inequvoco del proceso de
socavamiento que vena sufriendo el vocabulario surgido de la
quiebra del vnculo colonial. Comenzar as a esbozarse lIna
nueva mutacin conceptual. Las re definiciones operadas en torno del campo semntico articulado a partir de las categoras ele
opinin pblica, razn y voluntad nos permitirn observar ms en
detalle la estructura bsica que defina a ese vocabulario, y cmo sta se ira minando hasta por fin dislocarse, abriendo as
un horzonte conceptual ya por completo extrao a aqul, pero no por ello menos inherentemente "moderno".
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autoridades de toda garanta trascendente, slo la voluntad de
los sl~etos podra proveerles un fundamento de legitimidad. Y
sta encarnara en la "opinin pblica". De all que los gobernantes habrn de invocarla siempre. Tal invocacin no sera,
adems, slo retrica. En el curso del siglo XIX se difunde con
rapidez la idea del "poder de la opinin". sta aparecer como
una suerte de tribunal en ltima instancia cuyo fallo sera inapelable. Segn se admite, ningn gobierno podra sostenerse
si contradijera las tendencias de la opinin.
La pregunta que esta perspectiva plantea es qu era esta
"opinin pblica" de la que se hablaba, quines la formaban,
cules eran son sus rganos, cules, en fin, los fundamentos
de su alegado poder y efectividad. La respuesta a estas preguntas no puede ser unvoca, dado que tanto las ideas al respecto
como las prcticas concretas en que stas se sustentaban se
modificaron de manera profunda a lo largo del siglo. El trazado de la errtica trayectoria de la opinin pblica en Amrica Latina nos ofrece claves fundamen tales para comprender
la estructura del lenguaje poltico surgido de la descomposi-
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162
Elias J. Palti
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vez, minando, abriendo as las puertas a una nueva mutacin
cnceptua!. 2
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sus antecedentesclsicos.3 Por ciert.o, las ideas de opinin y pu-
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una legitimidad.
critica
Francesa,
El tiempo de la poltica
mexicano
de
su contribucin a Los espacios pblicos en lbcroamrica, Genevieve Ver~o scala que "La nocin de 'opinin pblica' en el momento de su apari.
cin -es decir, en la ltimas dcadas del siglo XVIII, al desencadenarsc las rcv~luciones liberalesno se define fcilmente. Los estudios de Michael K.
Baker (sic) y Mona Ozoufsobrc el caso francs mues~ran que coexisten en el
lxico de la poca muchas expresiones (entre otras, las de eJprit /JUblic) cuyos
sentidos son prximos y que la nocin misma aparece marcada por cierta mnbigedad". Verdo, "El escndalo de la risa, O las paradojas de-la opinin en
el perodo de la emancipacin
rioplatense",
en Guerra y Lempriere
(coords.), Los es/mcios pblicos en lberoamrica, p. 225.
4 Annick Lcmpriere, "Repblica y publicidad a finales del Antiguo Rgimen (Nlle~a E~paa)". en Guerra y Lemprierc (coords.), op. cit., p. 63.
[;Jos Joaqun Fernndez de Lizardi, "Educacin", El P0Sador Mexicano
(2/1/1813),
en Obras, Mxico, UNAM, 1968,111, p. 107.
164
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El tiempo de la politica
165
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y a las pasiones.9
Hoyes cuando los aduladores andarn quebrndose las piernas por subir a la cumbre bil,artita [... ] Pero oh, fuerza de la
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en mi pluma un mise-
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9 JosJoaquln
Fernndez de Lizardi, "Al Excelentsimo
cisco Xavier Venegas", El Pensador Mexiwno (3/12/1812),
8>}.84.
bre es un animal sociable, que exige por su propia naturaleza una vida social
y de relacin con otros hombres. [ ... ] Pues los hombres, individualmente
considerados, difcilmente conocen las exigencias del bien COmlln, y rara vez
lo desean por s mismos". Francisco Surez, De legibus, lib. J, cap. 11I,p. 57.
7 JosJoaqulll
Fernndez de Lizardi, La QuiJotita)' su prima (1818-9), Mxico, Porra, 1990, p. 211.
8 lmd., p. 206.
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166
intermedio, la
prensa -el nuevo nombre de la publicidad, el gora moderno- se eriga como el nico medio capaz de prevenir la corrupcin de los funcionarios. El Bien y la Verdad se fundan entonces en la Opinin. Surga as la nocin del ."tribunal de la
opinin" como al mismo tiempo juez supremo de las acciones
del poder y fuente de su legitimidad. No obstante, el concepto
lizardiano guardaba an una premisa de matriz claramente
premoderna. Slo tras la independencia habra sta de quebrarse, dando en verdad lugar a la emergencia del concepto jurdico de la opinin pblica.
En efecto, el modelo lizardiano parta todava, como vimos,
del supuesto de la transparencia, en principio, de las normas
fundamentales de moralidad en que se funda la vida comunal,
su nomos constitutivo. Para Fernndez de Lizardi, el pueblo portaba colectivamente una suerte de saber intuitivo, tena un acceso inmediato a la Verdad, la cual resultara manifiesta, al menos, para aquellos cuyo ente'ndimiento no se encontraba
ofuscado por las tinieblas de las pasiones personales. "La Verdad es Seora, pero muy familiar con todo el mundo", le confiaba sta, sin el menor pudor, a El Pensador; "yo bien deseo
que todos me vean, me conozcan, me traten y me amen; para
esto me hago demasiado vsible".12 Su visibilidad derivaba, en
ltima instancia, de su apriorsmo. Yaqu radica el aspecto ms
ciar~m'ente "tradicional" de su concepto. La Verdad, las mximas fundamentales de moralidad en que descansa la comunidad, se impona a sus miembros, al igual que los dogmas de la
religin a los creyentes, como algo dado; su establecimiento no
supona eleccin alguna o reflexin; sta se mostraba a s rnisma a 'quien quisiera verla. No caba aqu diversidad de pareceres: slo existan quienes conocan la verdad y quienes la igno-
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167
raban. En definitiva, para dicho autor, el universo tico se Cllcon traba en la misma relacin de trascendencia respecto de la sociedad qu~ tena el poder en el Antiguo Rgimen.
Roto el vnculo colonial, este concepto se tornara insostenible. La sociedad civl se convertira entonces de mbito de la unidad moral comunal en espacio de disenso (segn admita entonces, "la divergencia de opiniones amenaza [con] la anarqua
por todas partes. Un pueblo dividido en opiniones e intereses es
imposible que consolide su felicidad") .13 Yesto quebraba la idea
de la transparencia de la Verdad. Las normas sociales se volvan
incoherentes e incomprensibles. La oscuridad abandonaba as
su reducto en el mbito privado para abrazar tambin al espacio pblico; virtud y vicio, verdad y error resultaban ya indiscernibles, frustrando toda posibilidad de un orden poltico estable.
La reformulacin del concepto de opinin pblica que realiza la generacin subsiguiente de pensadores toma ya como su
punto de partida precisamente esta idea de la relativa oscUlidad
de la Verdad. Para autores como el mexicano Jos Maria Luis Mora, sta, lejos de aparecer como destructiva de toda posibilidad
de funcionamiento estable del ordenamiento institucional secular, era de hecho la que abra las puertas al progreso humano.
Si fuese tan fcil aprender como ver, el estudio perdera todo
su valor. Es necesario que una especie de oscuridad y de barreras fuertes nos hagan sentir el gozo y el honor de disipar la una
y allanar las otras. La virtud dejara de excitar nuestro inters,
nuestra veneracin, nuestro en tusiasmo, si no tuviese que v~ncer a las pasiones, y luchar contra la desgracia. 14
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El tiempo de la poltica
ncleo problemtico inherente a todo sistema de gobiemo postradicional (y que ninguna teora poltica habr de resolver).
En efecto, el aspecto crucial que la crisis abierta tras la independencia plantea es que sta resultara demoledora no slo del supuesto de la trasparencia d<;las,normas que gobiernan
la sociedad, sino tambin de la idea de su trascendencia (objetividad). El Plan de la Constitucin poltica de la Nacin Mexicana hace manifiesto ya el tipo de problema que esto genera.
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A la poca en que una nacin destruye el gobierno que la regia, y establece otro que la subrogue, los pueblos, viendo que
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Lilian Briseo Senosiain, Ma. Laura Solares Robles y Laura Surez de la Tone (comps.), La independencia de Mxico. Textos de su 1tistan"a,Mxico, SEP/Instituto Mora, 1985, 1II, p. 87 (nfasis agregado). D~I mismo modo, para Elguila Mexicana, que publica por p.imera vez en espaol los Sophismes anarchiques
de Bemham, el origen de la inestabilidad que afectaba a Mxico radicaba en
"el abuso que se hace del derecho que tenemos de observar las operaciones
del gobierno. Cada individuo ve su modo la marcha de aquel". "La opinion", El guila Mexicana (14/]0/1824),
]83, p. 4. Segn denunciara luego
Ellmparcial, "si cada individuo de una sociedad tuviera derecho para revolucionarse contra el gobierno que cree defectuoso, estara esta sociedad en estado de guerra permanente". EllmparcialI.l
(18/6/1837), p.l. Sobre los problemas que acarrea la idea de soberana individual dentro del concepto
contractualista, vase W. R. Lund, "Hobbes on. Opioon, Private Judgement
and Civil War", History o/ Political Thought XIII. 1, ] 992, p. 67.
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El tiempo de la poltica
trascendencia de los valores y norn1as. Ello, sin embargo, pareca volver imposible todo orden regular. Si los sujetos, ahora instituidos como nicos soberanos, pudieran retirar en cualquier
momento su adhesin a los poderes establecidos~ no habra forma de establecer ningn gobierno. En fin, el ideal tpicamente.
moderno de autodeterminacin soberana de los sujetos choca
de mane-ra inevitable con el carcter regular de todo orden institucional, el cual es necesariamente trascendente a las voluntades e intereses accidentales de sus miembros individuales.
El concepto deliberativo de la opinin pblica contendra,
en definitiva, una contradiccin inherente. Por un lado, ste
presupone todava la idea de una Verdad objetiva (la "verdad
del caso") en torno de la cual los distintos pareceres pudieran
eventualmente converger. lB Y ello es necesariamente as porque, si no hubiera una Verdad ltima en materia poltica, el juego de las interpretaciones se prolongara de modo indefinido
sin un anclaje de objetividad que permitiera saldar las diferencias y alcanzar un consenso asumido de manera voluntaria. El
resultido sera, en tal caso, algo muy cercano al "estado de naturaleza".hobbessiano (al que slo podra poner trmino la imposicin de la voluntad de un dspota). Sin una Verdad, todo
debate se volvera, pues, imposible. Pero, por otro lado, si existiera una Verdad, entonces la apelacin a la opinin pblica no
tendra sentido. La resolucin de las cuestiones en disputa cabra confIarla a los expertos. En ltima instancia, no existiran
opiniones, sino quienes poseen la verdad y quienes la ignoran
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18 Segn se afirma en un artculo aparecido en 1820 en El Hispanoamericano-Constitucional, "as como la voluntad general de un pueblo, que se expre,<;apor medio de las leyes, es la reunin de las voluntades particulares de los
ciudadanos acerca de los objetos de inters general, as la opinin pblica no
es ni puede ser otra cosa sino la coincidencia de las opiniones particulares
en ~na ve~~ad de que todos estn convencidos". Lorenzo de Zavala, "Cmo
se forma la opinin pblica", J.:.,l Hispanoamericano Constitucional (13/6/1820),
en Obras. El periodista y el traductor, Mxico, Porra, 1966, p. 31.
19 Fran~ois-Xavier Guerra, Modernidad e independencias. EnJayos sobre las revoluaoTU!!jhispnicas, Mxico, FCE, 1993, pp. 273-4 Y360.
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El tiempo de la politica
Elas J. Palti
Estas oscilaciones argumentales expresan, en ltima instancia, las vacilaciones ideolgicas de esta escuela.22 El punto, de
todos modos, es que ambas interpretaciones opestas son, no
obs~nte, perfectaJnente sostenibles. En definitiva, stas IDuestranque el sentido del unanimismo no es unvoco, que ste,
<;=omotodas las d~nls categoras que analizamos, no es en s
mismo "tradicional" o "ITIoderno".23No basta, pues, con verificar su aparicin para extraer conclusiones determinadas respecto del tipo de imaginario que subtiende a su invocacin.24
Su significado no puede, en fin, establecerse independientemente de la red discursiva particular en que sta se produce.
Lo cierto es que el afn de unanimidad no era en absoluto
contradictorio con los imaginarios modernos. De hecho, ste
En esta afirmacin, Guerra retoma una visin profundamente arraigada entre 16shistoriadores de ideas en la regin.2o
Sin embargo, tras ese consenso se observan <;iertasaInbigedades, las cuales se hacen manifiestas en algunos de los escritos.
de esta escuela. Para Vronique Hbrard, por ejemplo, el unanimismo ti~ne races absolutistas, antes que corporativistas; ste es, en realidad, un resultado del proceso de centralizacin
del poder operado por los barbones. La "soberana nica e indivisible" del monarca, dice, luego de la independencia ser
transfer.ida a las nuevas autoridades. En ese mismo escrito surge todava, sin embargo, una tercera explicacin, distinta de las
dos anteriores (y no del todo compatible con ellas). Siguiendo
modelos ensayados para el anlisis de los discursos de la Revolucin francesa, Hbrard estudia el discurso bolivariano y relaciona ahora este afn de unanimidad con la propia lgica de la
accin revolucionaria, la cual lleva a ver toda confrontacin de
opiniones como atentatoria cOTitrala salud pblica.21
Parajess Reyes HeroJes, por ejemplo, la falacia implcita en este principio era evidente: la voluntad general de la nacin resulta aqu, rOllsseauniamente, excluyente de las voluntades paniculares de los partidos. Y ello
porque "la voluntad general es vista como voluntad unnime. La sola razn
de la mayora no obliga a ceder".jes{s Reyes Heroles, El liberalismo mexicano,
Mxico, FCE, 1994, 1I, pp. 255-6. Resulta sugestivo observar que Richard Hofstadter seale algo parecido con respecto al sistema poltico norteamericano
de comienzos del siglo XIX. Richard Hofstadter, Tite Idea o/ a Party System. The
Rise ofLegitimate Dpposition in tite Vnited States, 178()"1840, Berkeley, University
of California Press, 1969, p. 2.
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Elas J. Palti
El tiempo de la poltica
de acuerdo co.n ese concepto, en el mbito de las normas constitutivas fundamentales la voluntad de acordar de los sujetos no
puede ser sino unnime, puesto que lo contrario obligara a
forzar a los remisos a hacerlo, involucrara necesarialnente un
acto llano de violencia, el cual teira al orden resultante con
una mancha ineliminable de ilegitimidad.
Este postuh,do, de hecho, slo retoma una vieja mxima,
establecida por Aristteles en su Retrica (1354'.b), donde mostraba cmo los valores y normas fundamentales que constituyen la vida comunal, que es la precondicin para toda delibe-.
racin pblica, no pueden, sin contradiccin, volverse ellos
mismos materia de debate pblico. ste dice que sti tratamiento es, en todo caso, una cuestin filosfica, no retrica. Los problemas polticos en una sociedad comienzan precisamente
cuando.la retrica (la deliberacin pblica) rebasa SlS lmites
inherentes y se introduce en el mbito de los valores y normas
fundamentales. Sin embargo, una vez que esas normas han perdido su carcter trascendente p~ra convertirse en creaciones
humanas (siempre contestables, por definicin), ya no sera po-.
sible poner diques al avance de la retrica (el mbto de la con-
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(las alteraciones constitucionales, de hecho, habrn entonces
de sucederse), y junto con ella todo el concepto liberal-republicano ("moderno", para Guerra; 'Jurdico", para nosotros)
habra' de desmoronarse.
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Para trazar la crisis del concepto jurdico de la opinin pblica, que dara lugar a la emergencia de un nuevo lenguaje poltico, al cual denominaremos el concepto estratgicode la sociedad
civil, no basta con trazar los cambios que el trmino sobrellev.
Es necesario, de nuevo, observar cmo se fue .descomponiendo
un determinado calupo semntico. En este caso es necesario
analizar cmo se reconfigur el sistema de las relaciones recprocas entre los conceptos de opinin pblica, razn y volun"
tad general, en funcin del cual el primero tomaba su significado. Y esto nos devuelve a la cuestin del unanimismo.
Guerra encuentra e! sustento ideolgico de las tendencias
unanimistas en la doctrina de la soberana de la razn. Sin embar"gol en este punto vuelven a descubrirse las vacilaciones argumentales. Mientras que en Mxico: Del Antiguo Rgimen a la
Revolucin afirmaba que en la invocacin a la soberana de la
razn como opuesta a la voluntad general yace el rasgo "fundamental de la poltica contempornea",31 en Modernidad e independencias, en c~mbio,aparece ya, como vimos, como la expresin de los resabios de una visin holista de la sociedad, propia
El tiempo de la poltica
179
del Antiguo Rgimen. De nuevo tambin, cul de ambas interpretaciones opuestas es la correcta resulta indecidible a Iniori.
En todo caso, si bien ambas son, en principio, factibles, las dos
pierden igualmente de vista el ncleo problemtico quc subyace al campo semntico constituido por las categoras aqu en
discusin: el vnculo inescindible y conflictivo entre razn y voluntad sobre el que se funda la nocin moderna de opinin pblica. Una afirmacin de Joaqun Varela ilustra las equivocidades que articulan dicho campo .
Repasando los problemas que le planteara al primer libe"
ralismo hispano el intento de conciliar la invocacin a la historia con la c0!1vocatoria a aquello que, de hecho, representa su
negacin,- el congreso constituyente, en e1 que viene a encarnarse Yaotra soberana, que no es la que emana del pasado, VareJa trata de matizar tal supuesta antinomia sealando cmo,
para los liberales, "La Historia y la Razn (y la Voluntad) dcban equilibrarse mutuamente".32 En efecto, si bien la raZn
emerge como la nueva soberana, sta, si quera ser efectiva, no
podra simplemente desconocer los datos de la realidad. En la
afirmacin de Vare1a se encuentra implcito, sin embargo, un
problema mucho ms serio -inabordable,
para el primer liberalismo-, el cual se revela en el parntesis dentro del que aparece en la cita la expresin ''y la Voluntad".
Si la cuestin de la relacin en tre razn e historia ocupar
de manera central los debates que agitaron al primer liberalismo, stos tenan ya implcitos, sin embargo, una premisa no tematizada: la identificacin llana dc la razn con la voluntad. Segn surge de! propio concepto forense de la opinin pblica,
la voluntad general es tal slo en la medida en que se encucntra racionalmente fundada. De lo contrario, no podra esperar
superar la condicin de una suma
convergencia accidental
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El tiempo de la poltica
181
mente contradecir principios universales de justicia, en tal caso, cules deben seguirse, los que dicta la razn o los que impone la voluntad soberana del pueblo?; en todo caso, privados
ya de toda autoridad trascendente, quin que no sea la propia
opinin pblica podra dictaminar al respecto?),
La dislocacin y crisis de este vocabulario poltico fue, sin
embargo, un fenmeno sumamente complejo, que de ningn
modo se redujo a la mera verificacin, por parte de los actores,
de su supuesta inadecuacin a la realidad local, de la inaplicabilidad de sus premisas al contexto latinoamericano, dando lugar a las famosas "desviaciones". No es as como ocurren las mutaciones en la historia intelectual. En todo caso, la verificacin
de "desviaciones" de sentido no explica an cmo pudieron
eventualmente articularse, desde el interior dicho vocabulario,
ideas que escaparan, sin embargo, a su universo de discurso.
El caso que analizamos es un ejemplo. En la medida en que
constituye su premisa, ninguna comprobacin podra refutar
la idea de la identidad entre razn general y voluntad general.
En los marcos del modelo forense, esto resulta, como dijimos,
sencillamente inconcebible. Para la elite latinoamericana del
perodo, el hecho -que para muchos ser, en efecto, evidente~34 de que en la regin la voluntad de los sujetos contradiga
de manera permanente lo que dicta la razn de ningn modo
cuestionara dicho supuesto. Slo probara que no se haba
constituido an una autntica voluntad general (la que, en efecto, no puede sino fundarse en la razn), ya sea por impedimentos subjetivos (falta de ilustracin, prejuicios culturales de sus
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'miembros) u objetivos (su sujecin a redes corporativas o clientelsticas que le impedan manifestar libremente su voluntad). 35
En definitiva, la crtica que afirma la inadecuacin de dicho
vocabulario a la realidad local de ningn modo cuestiona tal vocabulario; por el con trario, se sostiene en sus mismos supuestos
y'se despliega a partir de sus propias categoras. Sin embargo,
por debajo de esa crtica afloraran problemas mucho ms serios que terminaran, de hecho, poniendo en crisis ese lenguaje, Partiendo de la premisa antes mencionada, distintos autores
se esforzaran por precisar los atributos que distinguen a una
autntica opinin pblica de la mera voz popular, Para el mexicano Mora, por ejemplo, es el lento proceso de formacin que
conlleva y le permite alcanzar, a diferencia de las meras creencias, el grado de consistencia que le provee su sustento racional
y que hace posible un ordenamiento institucional regular.
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Elas J. Palti
ban Echeverra, op. cit., p. 204). Resulta aqu paradjico observar que los misI!l0s que le cuestionan hoya stos haber intentado restringir el sufragio son
tambin los que ms insisten en el carcter tradicionalista de la sociedad y la
cultura locales: en definitiva, el pecado de aqullos no sera ms que el de
haber sido consecuentes con una percepcin que ~tos, en lo esencial, todava comparten. Por otro lado, est claro que tal percepcin no seala ningu.
na peculiaridad del pen~amiento latinoamericano
en ese perodo, ni sera
tampoco unnimemente compartida en la regin.
36 "Discurso sobre la opinin pblica y voluntad general", El Observador,
poca (1/8/1827)
1.9, p. 269. "Distingamos cuidadosamente
la voz popu- .
lat, de la opinin pblica: la primera se fOl"macon la misma facilidad que las
nubes de primavera, pero con la misma se disipa" (ibid., p. 274).
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na, chez les Socits Typographiques, 1778-81, XXJII, 754-7; citado por Chartier, The Cultural Origins, p. 29). Keith Baker estudi cmo a fines del siglo
XVlIlel trmino "opinin" pierde su significado tradicional para convertirse,
ya con el aditivo "pblica", en sinnimo de universalidad, objetividad y racio.
nalidad (Keith Michael Baker, op. cit., pp. 167-199). Sobre la dit'erencia entre
opinin y razn, vase tambinJ. A. W. Gunn, "Public Opinion", en Tercncc
BaH el al. (comps.), Politiwllnnovation
and Conceptual Challgp., Cambridge,
Cambridge University Press, 1995, esp. pp. 114-5.
38 Sobre esa oposicin en el pensamiento
ilustrado europeo, vase Hannah Arendt, The Human Condilion, Nueva York, Doubleday, 1959, cap. 11: '"The
Public and the Private Realm".
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El tiempo de la poltica
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de su imparcialidad los hombres son muy par( ... ] Nada pues tendr de
extrao que a pesar de haber procurado a nuestros escritos es39"Por lo comun uibutamos esa deferencia respetuosa nuestros padres,
amos y superiores [ ... ]. A mas de estas dependencias, fuentes de opinion, hay
otras que, para distinguirlas de las ameriores, pudir'amos llamarlas faeticias.
En cada pueblo [ ... ] se adquieren squito alguno algunos vecinos por su
generosidad,
su hOl1mdez [ ... ] y aun veces por algun vicio reprensible.
Estos tales se hacen tambien origen de creencias y persuasione!i [ ... ] no merecen el nombre de apioian, pero bien podr drseles el de creencia o jJersuanon: y diremos qu.e se puede tener una persuanon comun." "Discurso sobre la
opinin pblica y voluntad general", El Obseroador, l! poca (1/8/1827),
1.9,
po~
p.267.
40 "Discurso sobre los medios de que se vale la ambicin para destruir la
libertad", ElObscroarlor, 1~ poca (20/6/1827),
en Jos MaJia Luis Mora, Obras
sueltas, pp. 501-502.
41 "Introduccin", El Observador, 2! poca (3/3/1830),
enJos Mara Luis
Mora, "p. at., pp. 620-1.
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donde suena. [".] Siendo esto as: se deber respetar la opinin pblica? Cul de tantas, deber respetarse? 45
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En fin, decidir cul es la que expresa la opinin comn sera siempre tambin una cuestin de opinin. El espacio pblico se desgarraba as en pluralidad de opiniones, todas ellas
inevitablemente particulares, que no podran ya reducirse a
una unidad.
Vemos cmo se descompona el campo semntico configurado por las nociones de opinin pblica, razn y voluntad generaL
y, con l, es todo un lenguaje poltico el que habra de desmoronarse, para comenzar a recomponerse ya sobre bases completamente diversas. Empieza as a abrirse un horizonte conceptual
en el que la quiebra de la Verdad ya no sera vista como destructiva de todo ordenamiento poltico, sino, por el contralio, como
su condicin misma de posibilidad.
En efecto, para autores como Ramrez, estar claro ya que
la inexistencia de leyes en materia poltica (puesto que, si efectivamente las hubiera, "mil naciones, cien siglos contini..laJTIcnte legislando, las habran encontrado")
lejos de hacer imposible la poltica, es lo que abre las puertas a ella. La poltica
nacera, precisamente, de esta irreductibilidad de la voluntad a
la ley ("es la ley que esclaviza en vez del hombre", aseguraba) 47
El surgimiento de un nuevo lenguaje poltico resultar, en fin,
de una segunda inscripcin de la temporalidad en el concepto de opinin pblica: la contingencia (el error) ya no se instalar slo en su punto de partida, sino tambin en su trmino.
ste conllevar as una profundizacin de la idea de la inmanencia del poder (esto es, un apartamiento an ms radical respecto del concepto de ste como algo trascendente), y b expansin concomitante del mbito de la poltica.
Una vez minada la transparencia del supuesto de base en
que descansaba el modelo forense de la opinin pblica (el
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El tiempo de la poltica
La transformacin
latinoamericana
do aqu tambin la propuesta original de Guerra, destaca la importancia que tuvo la emergencia y difusin de los rganos de
prensa en la afirmacin de ese modelo. Como es sabido, en
Amrica Latina la prensa peridica surgi en las postrimeras
del rgimen colonial. Originariamente, su fundacin segua la
tradicin del Antiguo Rgimen de "informar", esto es, dar a conocer a los sbditos las decisiones de los gobernantes. Esos rganos cumplieron, incluso, un papel reaccionario. Mediante
stos, las autoridades coloniales buscaban, en realidad, contrarrestar la accin de otros medios ms informales (y democrticos) de transmisin de ideas, como el rumor, el libelo manuscrito, los panfletos, etc., que en aquel momento de crisis de la
monarqua proliferaron. Pero, paradjicamente, de este modo
abriran un espacio nuevo de debate y, con l, la idea de la posible fiscalizacin por parte del "pblico" de las acciones del gobierno (lo que minara de manera decisiva las bases sobre las
que se sustentaba la poltica del Antiguo Rgimen). La opinin
pblica se instituira as como el rbitro supremo de la legiti' .
midad de la autoridad. El argentino Vicente F. Lpez hara explcito este nuevo vnculo entre poder, opinin pblica y pren-
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El poder soberano se gana se pierde ante el tribunal soberano de la opinion pblica. Esta es en todos los casos eljuez definitivo que sentencia: se instruye. aprende; ella misma delibera. La prensa tiene una importancia viva en este supremo
debate de la palabra parlamentaria cuyo premio es el poder
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48Vicente F. Lpez, "De la naturaleza y del mecanismo del Poder Ejecutivo en los pueblos libres", Revista del Ro de la Plata, lV.15, 1872, p. 518.
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ciliar las ideas de deliberacin racional y democracia. Ella simbolizaba, en palabras del argentino Bartolom Mitre, "el triunfo de la intelijencia sobre la fuer La bruta; la preponderancia de
las ideas sobre los hechos; la apoteosis de la autoridad moral"49
Sin embargo, en la segunda mitad del siglo, lo que llamamos
el "modelo jurdico" de la opinin pblica habra de reformularse decisivamente. Nuevamente, la prensa cumpli un papel
clave en esta transformacin.
Como suele sealarse, ese perodo marc el punto culminante de la prensa poltica en Amrica Latinaso (antes de su
transformacin en "prensa de noticias") ,51 lo que se expres en
la proliferacin asombrosa del nmero de diarios. Ms importante, sin embargo, fue el nuevo papel que stos asumieron en
la articulacin del sistema poltico. Yesto nos conduce a cierta
paradoja inherente a la naturaleza de la reestructuracin del
espacio pblico que entonces se prodl~O. En principio, la quiebra del ideal deliberativo de opinin pblica que venimos sealando parece contradictoria con la percepcin que entonces
se generaliz respecto de la importancia politica fundamental
que sta adquiri en esos aos. Se observa aqu, de hecho, una
cierta contradiccin en las fuentes. Por un lado, se aseguraba
que ninguna faccin tendra oportunidad de tallar polticamente sin contar con algn rgano u rganos que le fueran
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49 Mitre, "Profesin de fe", Los Debates (1852), citado por Adolfo Mitre
(comp.), Mitre periodista, Buenos Aires, Institucin Mitre, 1943, p. 117.
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El tiempo de la poltica
191
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"La experiencia
guna dictadura, por poderosa que fuese, pudo prescindir de ese tributo de
la voluntad general, de que derivaba su autoridad y sacaba su fuerla moral."
Bartolom Mitre, Historia de San Martn y de la emancipacin sudamericana., Bucnos Aires, El Ateneo, 1950, p. 165.
53 Como deca en El Mensajero, bajo el seudnimo
ele Jovial, Manuel M.
de Zamacona Ucfe de la banca porfirista en el Congreso), "-Se me trasluce
entonces, contestaba el ingnuo provincial, que en esto de las elecciones el
toque est, no en la voluntad ni en el voto de los pueblos, sino en el de los
gobernadores, los gefes polticos y los gefes militares. -Ud. lo ha dicho, y es
tan as, que por todas partes oir los principales contrincantes en esta lucha, hablar de los gobernadores y de los generales con que cuentan, mnos
que de los pueblos que le son adictos. -Y de qu servir Ud. conocer la
opinin y las simpatas pblicas? Buena profeca harla Ud. sobre sem~.iante
dato! Acrquese Ud. los polticos activos, sobre todo los crculos oficiales". "Boletin",Et Mensajero 1.19 (23/1/1871),
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192
Elas J. Palti
El tiempo de la poJitica
193
era su capacidad material p;:'ra generar hechos polticos (sea orquestando campaas, haciendo circular rUInares, etc.); en fin,
operar polticamente, intervenir sobre la escena partidaria sirviendo de base para los diversos intentos de articulacin (o desarticulacin) de redes polticas. Reencontramos aqu algo ya
sealado por Guerra cuando afirma lo siguiente:
que comprende a las propias prcticas electorales. Los comicios eran entonces, de hecho, verdaqeros c;ampos de cmubate.
Las descripciones que de stos se hacan son elocuentes al respecto. Un testigo de la poca, Flix Arinesto, relataba as la batalla en las elecciones porteas de diciembre de 1863 por el
con trol de una de las mesas electorales:
Los sitia~ores, mucho ms numerosos que los sitiados, desempedraban la calle y se hacan transportar del Bajo [... ] ponchadas de cascot~sJmientras que stos arrancaban ladrillos de
los ~uros y cuanto ten,an cerca, dejando sin un azulejo la cpula de la iglesia [... ]. [Los locales vecinos] eran refugio de
las huestes enemigas, y desde all, como desde la torre de la
iglesia, se hacan certeros impactos, en la cabeza y ojos de los
guerreros de ambos partidos.56
a sus enemigos,
La violenc~a de los comicios, sin embargo, no necesariamente contradeca o mermaba su valor corrio rnecanisIno de legitimacin y acceso al poder. En un estudio reciente sobre el
caso especfico argentino, Hilda Sabato abri una nueva perspectiva al respecto que permite comprender de forma mucha
ms precisa cul era el rol concreto que tenan entonces las
elecciones. Como seala:
Ni la legitimidad de un rgimen dependa de la transparencia
electoral ni las elecciones eran el nico medio aceptado y eficaz para acceder al poder o para participar de la vida poltica.
Al adoptar esos supuestos, las interpretaciones ms clsicas sobre la formacin del sistelna poltico argentino rpidamente
deducen, de la baja participacin electoral, la indiferencia de
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194
Elas J. Palti
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Segn muestra la autora, a fin de comprender esta aparente paradoja (el papel central de los comicios como mecanismo
de legitimacin de los poderes pblicos y su manifiesta irregularidad), es necesario tomar en cuenta dos aspectos. En primer
lugar, estamos en un contexto en el que el uso de la fuerza no
era ,isto como algo ilegtimo. Por el contrario, era una suerte
de obligacin cvica cada vez que consideraban que los principios de la libertad se encontraban amenazados. Como sealaba Mitre en 1874 desde las pginas de La Nacin, la propia
Constitucin as lo dictaminaba:
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En segundo lugar, las elecciones formaban parte, y no se diferenciaban an demasiado ntidamente, de otros medios ms
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195
directos y concretos -y tambin infonnalesque tena la sociedad de influir en las decisiones de los gobernantes, como la
movilizacin callejera, las peticiones y los reclamos pblicos,
etc. Es, en fin, el intento
de institucionalizar
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El tiempo de la poltica
comprender
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Lo anterior explica, a la vez, un segundo aspecto, en principio, paradjico en el funcionamiento del sistema poltico del
perodo. Por un lado, segn se afirma, las elecciones eran norlnalmcnte "concertadas", esto es, los comicios slo serviran para legitimar la voluntad del caudillo o de las familias influyentes locales. Sin embargo, por otro lado, lo que se observa en la
Pilar Gonzlez Bernaldo de Quirs, Civilidad y pollim en los orwmes de
en Buenos Aires, 1829-1862, Bucn()s Aires,
FCE, 2001, p. 303.
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El tiempo de la poltica
Elas J. Palti
197
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En' definitiva, a la accin periodstica, entendida COIDO instrulnento de intervencin prctica, cabe tambin inscribirla
dentro de esa misma lgica estratgica de la poltica. Esto supona ya cierta conciencia prctica por parte de la elite local
respecto de lo que nosotros llamaramos la "performatividad"
de la palabra, de que las palabras son acciones, en fin, de que
un panfleto bien poda derribar gobierno ("quin ha negado
que una idea vale tanto como un suceso?", preguntaba Mitre) 62
El periodismo aparecer as como al mismo tiempo un modo
de discuti,-y de hacer poltica. Yesto infunde tambin una nueva conciencia respecto de la performatividad de la palabra en
el sentido de su "creatividad": la piensa peridica no slo buscaba "representar" a la opinin pblica, sino que tena la misin de constituirla como tal. En la biografa que Mitre dedica
en 1845 a Jos Rivera In darte (el que surge all com'o la figura
arquetpica del periodista poltico), aparece ya la analoga, luego una y oua vez reiterada, de la prensa como una bandera. Se-'
gn seala, la bandera no tiene slo la funcin de representarlas
fuerzas en pugna: ella rene materialmente a los ejrcitos en los
campos de batalla.
prctica es que stas fueron siempre muy disputadas, alcanzando incluso, como vimos, limites de extrema violencia fsica.
De nuevo, ambos aspectos combinados disean un modo caracterstico de prctica poltica que conjuga el "arreglo" electoral con un alto grado de incertidumbre respecto de los resultados. El rgimen de competencia efectiva que entonces se impone
no va a contradecir la prctica del "arreglo", sino que surge, por
el contrario, de su proliferacin (si bien las listas eran normalmente "concertadas", es frecuente encontrar en las fuentes listas "arregladas" muy distintas entre s para una misma eleccin).
Yes aqu donde entra a jugar la prensa. Los diarios cumplirn
un papel esencial en la "concertacin ", y tambin en la "desconcertacin" de las listas. Los llamados "trabajos electorales" consistiran, bsicamente, en disear y llevar a cabo permanentes
estrategias y contraestrategias (y contra-contraestrategias),
articulando alianzas, y tambin desarticulndolas, dando as lugar
a constelaciones polticas y redes partidarias muy complejas (y
tambin precarias y fugaces) 60 que atraviesan las diversas instancias de poder (el Ejecutivo, el Congreso, los estados, los clubes,
etc.) y comunican el sistema poltico con diversos mbitos de la
sociedad. De este modo, generan mbitos ms amplios de movilizacin y canalizacin polticas, volviendo dicho sistema parcialmente receptivo a los reclamos de diversos sectores sociales,
ms all de los crculos estrechos de la elite gobernante6!
El estandarte
de la nacionalidad, el vnculo que reconcentraba la falanje antes del combate, la voz de mando en ia punta de una pica durante la batalla, y el recuerdo del juramento en todos los momentos de la campaa,53
creblemente
intrincado juego de alianzas y estrategias polticas entre los d~. versos crculos de que se componan Jos partidos en pugna, tocndoles a los
diarios un papel clave al respecto. Vase Elasj. Palti, "La Sociedad Filarm&
oiea del Pito. pera, prensa y poltica en la Repblica Restaurada", Historia mexicana ur.4, 2003, pp. 941-978.
61 Vanse Florencia Mallan, Peasanl and Nation. Tite Making o/ Postcolonial
Mexico and Peru., Berkeley. University of California Press, 1995, y Cuy P. C.
Thoroson, "Popular Aspects ofLiberalisrn
in Mexico, 1848-1888", Bulletin 01
Lalin American ResearcJIIO.3, 1991, pp. 265-292.
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62 Banolom Mitre, "Estudios sobre la vida y escritos de D. Jos Rivera
Indarte", Obras c01njJlelas, Buenos Aires, edicin ordenada por el T-J. Congre.
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ca preconsliluida, sino gc la constituye C0l110tal con su propia prdica, cumple un papel fundamcntal en la definicin de
las identidades colectivas permitiendo a los sujetos identificarse
conlO mienlbros de una determinada comunidad de intereses
y valores. Mitre asociaba as el desarrollo de la prctica periodstica con el proceso de emergencia de un concepto nuevo de
la accin poltica. Por su intermedio, sta abandonaba su carcter trascendente, cesara de ser una instancia separada de lo
social para convertirse en el mecanisJTIofundamental para su
autoconstitucin, e! trabajo de la sociedad sobre s misma. "La
prensa", deca, "es el primer instrulllento de civilizacin en
nuestros das, y ha dejado de ser un derecho poltico, para convertirse en una facultad, en un nuevo sentido, en una nueva
fuerza orgnica del gnero humano, su nica palanca para
obrar sobre s Jnismo".64
Tenemos aqu establecidas las coordenadas bsicas que definen el nuevo lenguaje poltica que entonces emerge. sta dejara de ser un ':juez" para converrse en una suerte de "canlpo
de intervencin ". Ese concepto estratgico de la accin poltica pronto pasara a formar parte de! sentido comn de la elte
latinoamericana y se inscribira en su horizonte prctico, determinando sus actitudes y acciones concretas. Lo cierto es que la
emergencia de este nuevo lenguaje poltico sealar un desplazamiento fundamental del debate poltico. ste vendra
ahora a plantear una cuestin anterior a la relativa a los mecanismos de formacin de una opinin pblica, que era la de los
modos de articulacin de! sujeto de aqulla. En fin, indicar una
nueva reconfiguracin operada en e! nivel del suelo de probl/!mticas subyacentes.65
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64 Mitre, "Profesin
de fe"', Los Debates (1852), citado por Adolfo Mitre
(comp.), op. cil., p. 117.
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en el captulo
siguicnte.
El tiempo
de la poltica
199
66 Ignacio Altamirano
apclara a los modelos clsicos para definir el nuevo paradigma de orador, cuya funcin excede, efectivamente,
la de ilustr;-r a
la opinin: "Santa y noble misin! Desde ese tiempo colocaba entre el opri-
mido y el opresor, entre la ley y sus infractores, cuntos desastres evitl Desde ese tiempo el orador ha sido el protector del pobre, el sostn de su patria
y el apstol de las grandes verdades que nunca deben morir". Jgll~n.:ioAltamirano, "Los tres derechos", Obras completas, Mxico, Secretara de Educacin Pblica, 1986, 1, 36.
67 Vase George Kennedy, The Art ofPersuasion
c:eton University Prcss, 1963, p. 153 Yss.
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Ese concepto estratgico de la accin poltica como una forma ritualizada de guerra tena implcita una cierta definicin
de las contradcciones que sufrira el proceso de afirmacin del
nuevo orden liberal. Su punto de fisura se situara en el hecho
de que no siempre ser posible aislar con nitidez el mbito de
las contiendas verbales del de los enfrentamientos fsicos. En
efecto, el propio modelo epidectico, en la medida, justamente, en que conceba a las palabras como acciones, tenda a hacer
muy tenue la lnea que divida unas de otras (desde elmomento en que se demuestra que un panfleto bien puede derribar
un gobierno, cmo distinguir una opinin contraria al gobierno de un acto sedicioso?), Yes aqu donde aparece la segunda
de las funCiones propias a la oratoria epidectica.
Como sealan hoy los estudiosos de la tradicin retrica clsica; la ritualizacin de la violencia op~rada por la retrica no
supondra un mero traslado de antagonismos preexistentes a un
nuevo terreno; el de los discursos. Existira, talnbin, una dimensin performativa (entendda en el sentido de creatividad)
aadida a stos:72 los discursos epideicticos cumpliran, adems de su funcin ritual, un papel crucial en la identificacin
y transmisin de los valores -nomos- que, supuestamente,
constituyen a una comunidad dada73 En los discursos fnebres
(que es el tipo ms caracterstico de este gnero), los individuos
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Democracia
El concepto de un ser que desde cierto punto de vista debe
presentarse independientemente
de la representacin tiene
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introduccin
a la Doctrina
de la ciencia"
GAUCHET,
La Rvolution
des pouvoirs
Como es previsible, la categora de "representacin" se situara en el centro de los debates producidos tras la quiebra del
rgimen monrquico. De hecho, las novedades introducidas en
Cdiz.bien se pueden resumir en la idea de una "inversin de
la representacin", Mientras que las Cortes tradicionalmente
representaban a los sbditos ante el rey,r con la cada de la mo-
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El tiempo de la poltica
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Elas J. Palti
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El gobierno representativo, tal como era entonces comprendido, superpona dos principios en apariencia contradictorios: el principio democrtico en el plano de la autorizacin
con el principio aristocrtico en el plano de la deliberacin. La
instauracin del sufragio indirecto estaba destinada a producir
este desdoblamiento. La eleccin recobraba as su sentido originario: sera slo un mecanismo de seleccin de los mej01-es (lo
que nos devuelve a otro de los rasgos tradicionalistas mencion'ados: la representacin como asociada a la preeminencia, ya
sea social o moral, o bien intelectual, meritocrtica). El gobierno representativo sera, en definitiva, una aristocracia electiva.
"Como lo dice en 1813 el presidente de \ajunta electoral de la
provincia de San Lus de Potos con una frase de admirable natralidad: 'Si nos hayamos congregados en verdadera Junta
Aristocrtica es en virtud de la Democracia del Pueblo"'4
Para Guerra, la idea de la delTIOCraciarepresentativa como
una aristocracia electiva denuncia la hibridez de los horizontes
conceptuales sobre los que pivot el discurso independentista.
Dicho concepto, sin embargo, tena fundamentos histricos
ciertos. El rechazo a los mandatos imperativos y la institucin
de un sistema representativo tuvo como objeto, en efecto, tratar de limitar los "excesos democrticos". Esto se expres en
una serie de restricciones al sufragio populars Como seala
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5 El hecho verdaderamente
llamativo, si~ embargo, es lo poco restrictivo que, a pesar de ello, fue la legislacin en esta materia en Amrica Latina,
si se la compara con la que por esos aos se impone en Europa o Estados Unidos. Marcello Carmagnani y Alicia Hernndez Chvez sealan, por ejemplo,
para el .caso mexicano, que en la elecciones para el Congreso General de
1851 participaron cerca de un milln de votantes, lo que representaba apro-
El tiempo de la polftica
207
Marcela Ternavasio para el caso de Buenos Aires, a fin de frenar el deslizamiento hacia la anarqua haba que desarraigar
las prcticas asamblestas, lo que se traduce en la clausura de
los dos Cabildos que existan en la provincia (en Buenos Aires
y Lujn).
Guerra introduce aqu una distincin fundamental. En contra de lo que sostiene la versin pica de la independencia, seala que'la participacin popular no era necesariamente signo
de irrupcin de la "modernidad" ("hay antesinnumcrables
ejemplos de motines, revueltas, insurrecciones y jacquerics, con
composicin y reivindicaciones populares evidentes") G Los que
se organizaban alrededor de los cabildos eran an esos "pueblos cOncretos" propios del Antiguo Rgimen. De manera inversa, la ,imposicin de un sistema representativo, nls all de
su carcter conservador, cabra interpretarla como e~presando
un avance fundamental en el proceso de modernizacin poltica y socio,cultural.
A esta ltima afirmacin, sin embargo, habra que matizarla. Segn seala Ternavasio, no se observa una correlacin en-
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208
Elas J. Palti
esta controversia
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de representacin,
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invocados
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en cada caso
oportunidad
-no
estrictamente
es preciso
(coyuntural)
aqu descritos.?
El tiempo de la poltica
209
histricos
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que su ins'tauracin
supuso,
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planteaba una serie de problemas conceptuales, haciendo difcil dscernir hasta qu punto su crtica expresaba meramente
prejuicios tradicionalistas o apuntaba ya a aspectos conflictivos
inherentes a ese mismo concepto, Las ambig edades respecto
del carcter tradicional o moderno' de los debates que se agitaron en torno de esta categora se expresan incluso en las propias in terpretaciones de la escuela historiogrfica liderada por
Guerra.
Como muestra Vronique Hbrard, tras la idea de la representacin
como
"aristocracia
electiva"
subyace
un deternlina-
asentar la opinin
de revelar, fabricar
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consideremos {"lmbin a este profesor de la Universidad de Nueva York un resabio del antiguo rgimen), ni tampoco una peculiaridad latinoamericana.
9 Como seala Manin, la idea de una democracia representativa fue originalmente concebida como una suerte de institucin mixta. Yesto de un
modo nada arbilrario. "Hay que resaltar", dice, "que las dos dimensiones de
la eleccin (la democrtica y la aristocrtica) son objetivamente verdaderas
y ambas acarrean consecuencias significativas" (Bemard Manin, op. cit., p.
192). "La eleccin inevitablemente
selecciona elites, pero queda en manos
de los ciudadanos corrientes definir qu constituye una elire y quin pertenece a ella"' (ibid" p. 291).
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En su interpretacin, el postulado de que "quien est encargado de revelar, fabricar y finalmente asentar la opinin es
el cuerpo de los representantes, segn el principio de evidencia opuesto al sentido comn" expresa un rasgo tradicionalista que oculta una voluntad de unanimismo contradictoria con
la modernidad, Pero, por otro lado, es justamente ese principio, (OInOvimos, el que permitira rechazar los mandatos imperativos, abriendo as las puertas a la modernidad poltica, En
definitiva, lras el sealamiento de Hbrard comienzan a filtrarse dilemas que ya son propios al concepto moderno de democracia representativa.
La idea representativa moderna supone, en efecto, el rechazo del "sentido comn", Como vimos, slo este rechazo da lugar aljuego de la deliberacin colectiva, abriendo as el espacio
al trabajo de la representacin. Ms que de un rasgo tradicionalista, surge, pues, de su propia definicin, Yes tambin, sin embargo, el punto en que sta se disloca, Encontramos aqu lo que
Rosanvallon llama la "paradoja constitutiva de la representacin",ll sta conjuga, en efecto, un principio de identificacin
y un principio de diferenciacin, Toda representacin supone,
de hecho, la ausencia de aquello que se encuentra representado;12 es decir, si no hubiera una cierk'1distancia entre represen-
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Hbrard, "Opinin pblica y representacin en el Congreso Constituyente de Venezuela (1811-1812) ", en Guerra y Lempriere (comps.), Los espacios phlico.~ en lberoamrica, p. 215.
10
JI Vase Picrre Rosanvallon, Le peuple introuuable. Hislaire de la reprsentalion dmocratJue en France, Pars, Gallimard, 1998, p. 41.
12 Etimolgicamente,
repraesenlaresignifica hacer presente o manifiesto,
o presentar Iluevamcnte, algo que se encucntra ausente.
tante
y representado,
la representacin
no sera necesaria,
pe-
ro, en dicho caso, se quiebra el vnculo representativo. 13 En definitiva; d trabajo de la representacin se desprende, precisamente, a partir de la arista en que sta se destruye, Se descubre
aqu la naturaleza problemtica de la cuestin relativa a los mandatos imperatvos, Por un lado, es necesaria la libertad de decisin de los diputados a fin de dar sentido a la deliberacin en
las Cmaras, La idea de que los representantes deban limitarse a expresar la voluntad de sus mandantes refleja, en efeclo,
simplemente el hecho de que no haba todaVaemergido el concepto de la poltca como fundada en un debate racionaL Pero,
por otro lado, si stos tienen libertad de decisin, qu garan tizar que su voluntad particular habr de coincidir con la volulltad de aquellos a quienes dicen representar?
Tras la cuestin "tcnica" de los mandatos imperativos ,lorara, pues, un problema mucho ms crucial, que es, en definitiva, el que viene a condensarse en la idea moderna de representacin: la imposibilidad de conciliar la idea democrtca con
las concretas relaciones fcticas de poder,14 Autores como Lu-
haran. Pero tambin es verdad que tampoco es un representante -sino slo de nombresi no hace nada, si sus representados actuasen directamente" (Hanna Pitkin, The Concept o/Representation,
p. 151). "Este requerimiento
paradjico es precisamente el que se refleja a ambos lados de la controversia
entre mandato e independencia"
(ibid., p. 153).
14 "Obviamente, el poder representativo
de una sociedad articulada no
puede representarla como un todo sin oponerse de algn modo a los otros
miembros de la sociedad. He aqu una fuente de dificultades para la ciencia
poltica de nuestro tiempo porque, bajo la presin del simbolismo democrtico, la resistencia a distinguir terminolgicamente
entre estas dos relaciones
devino tan poderosa que ha afectado tambin a la teora poltica. El poder
gobernante es el poder gobernante incluso en una democracia, pero uno no
se anima a confrontar este hecho." Eric Voegelin, The New Science o/ PQlilics.
An lntroduction,
Chicago, The University ofChicago Press, 1952, p. 38.
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212
Elas J. Palti
es necesario
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El tiempo de la poltica
Oh altezas, oh pro-
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Lo cierto es que, a diferencia de lo que ocurriera, por ejemplo, con las nociones de opinin pblica o nacin, la idea de
una democracia representativa nunca alcanzar a naturalizarse en el lenguaje poltico del perodo. sta permanecer como
esa hendidura en el concepto forense de la opinin pblica por
la que habr finalmente de dislocarse. Segn mostraba Ignacio
Ralnrez, sta haca manifiesta la presencia de un trasfondo metafsico en el interior del lenguaje liberal moderno.
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se funda en la nlentira?
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Esto se liga, a la vez, a lo que llama el "misterio de la representacin" por el que los apoderados se trasmutan de individuos, portadores de una determinada volont particulire, en expresin de la volont gnrale de la nacin, y, de este modo, se
erigen sbitamente en soberanos de sus poderdantes (facultados, por lo tanto, a ejercer "de manera legtima" el poder de
represin sobre quienes les han delegado su poder).
Segun el sistema adoptado, unidos forman el soberano [... ]
Sin embargo, una pequesima fraccion de esa universalidad,
por un incomprensible misterio, forma en las elecciones la soberana: por ltimo que por otro misterio, tambien de la poltica moderna, los representantes y apoderados, de individuos
dependientes se convierten en soberanos, y en soberanos de
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.que l formula esta paradhja la vaca de sentido, velando el ncleo problemtico que le subyace. La idea de democracia representativa aparece all no mucho ms que como una especie de
argucia por la cual se adiciona un adjetivo para calificar al sus'tantivo "democracia" de un modo que lo vuelva, de hecho, ifre. conoCible. Sea como fuere, e! punto es que la idea de la democracia represent.:'1tiva como una aristocracia electiva no expresa
necesariamente un prejuicio tradicionalista, aunque es cierto
que tampoco capta por 'completo el sentido de la idea moderna de sta. En definitiva, en una y en otra perspectiva, tanto en
'Ia t~sis modernista (que atribuye todos los problemas polticos
a la herencia tradicionalista) como en la antimodernista (que
ve en e! arribo de la modernidad e! avance de una racionalidad
autoritaria y excluyente), se pierde aquel ncleo problemtico
que la idea de representacin designa.
. Entre democracia y representacin se establece, en efecto,
como vimos, un vnculo conflictivo, por definicin, puesto que
contiene una tensin constitutiva, pero, sin embargo, al misnlo
tiempo inescindible, dado que, en contextos postradicionales,
quebrado ya el principio de unificacin provisto por la presencia de un soberano trascendente, slo en la representacin y a
travs de. ella se puede articular la identidad de aqul que ser
representado, es decir, slo por medio de los mecanismos inmanentes de la representacin puede constituirse ese "pueblo"
que habr, a su vez, de delegar su poder en los representantes,
despojndose as en ese mismo acto de ella (como dice Corinne Enaudeau, "toda representacin es paradjica; el s mi,mo
slo se capta en ella a condicin de perderse").19
El destino de la representacin es as e! de ser necesaria e
.imposible al mismo tiempo. Se encuentra, por ello mismo,
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19 Corinne Enaudeau, La paradoja de la refrresentacin, Buenos Aires, Paids, 1999, p. 71. Vase tambin F. R. Ankersmith, PoliticalRefrn!sentation, Stanford, Stanford University Press, 2002.
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22 Esto, en definitiva, permite romper con el supuesto de la autoevidencia del concepto de democracia representativa y tomar en serio los. problemas
que histricamente ste ha revelado. Como seala una de las autot-jdades en
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demos descubrir e! sentido profundo de las polmicas que entonces se agitaron en torno de ste.
De hecho, entre ambos momentos de la historia poltico-intelectual latinoamericana yace una cisura fundamental. Las
problemticas que habrn de plantearse, y los marcos categodales con que se abordarn, son ya otros. La quiebra del ideal
de una opinin pblica unificada articulada a travs de los mecanismos de deliberacin colectiva que permiten converger hacia esa Verdad en que descansa la vida de la comunidad, el descubrimiento de las divergencias como constitutivas de la poltica,
planteara la necesidad de pensar cules eran aquellos divajes sociales ms permanentes que resistiran su reduccin a una unidad. y,
fundamentalmente,
cmo volver esas diferencias representables,
. a fin de minarlas en su singularidad. Surge aqu, pues, la cuestin de la representacin sociaL
En los marcos tradicionales de la historia de ideas, la emergencia de ese -concepto, de claras reminiscencias corporativas,
aparece como la prueba ms palmaria de la pervivencia de imaginarios tradicionales (lo que le permite a Guerra.referirse al
Porfiriato como el "Antiguo Rgimen", en un demasiado obvio
anacronismo). sta cobra un sentido mucho ms sustantivo, sin
embargo, cuando la analizamos a la luz de la serie de problemticas que venimos analizando. Lejos de representar un rcgreso a los tipos de imaginario social propios del Antiguo Rgimen, las-nuevas teoras organicistas de lo social se revelan,
por el contrario, como sealando una profundizacin de la
idea de la inmanencia del poder.
De hecho, el modelo forense de la opinin pblica guardaba an resabios de trascendencia. ste presupona ya la existencia de un pblico idealmente homogneo, al cual se transferirn los atributos propios del soberano medieval. Rota la
idea de una Verdad objetiva en que este supuesto se fundaba,
surgir la pregunta de cmo concebir un tipo de objetividad
de lo social compatible con1a evidencia de la diseminacin del
sistclna de las diferencias sociales. Son estas mismas las que,
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de la politica
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probada su imposible subsuncin a una voluntad general unificada, debern ahora articularse mutuamente a fin de constituir un bien colectivo (el que no excluira ya, sino que integrara
a la pluralidad de intereses -y, en definitiva, racionalidadessociales). La obra del chileno Jos V. Lastarria permite observar cmo se produce esta transicin hacia un nuevo lenguaje
poltico en cuyos marcos. todas las categoras fundamentales
que venimos analizando habrn de redefinirse.
La pregun ta respecto de cmo volver represen table una sociedad que alberga una pluralidad irreductible de in tereses, necesidades, inclinaciones y pareceres particulares aparece en
Lastarria muy temprano en el contexto latinoamericano. sta
ocupa un lugar central en un escrito que data de 1846, "Elementos de derecho pblico constitucional terico positivo i poltico",24que sirvi como plataforma a la revolucin liberal de
1851 (lo que le costara a Lastarria su puesto en la universidad
a pesar de que l personalmente no particip de la revuelta).25
Lastarria distingue all :'Iainstitucin civil i poltica llamada Estado" de otra.s instituciones que en su conjunto conforman la
sociedad civil. El primero constituye, dice, el "poder poltico",
al que opone un "poder social" diversificado en esferas autnomas entre s (eJ comercio, la industria, las artes, las ciencias,
24 Lo que trata all de pensar es "la sociedad como un conjunto de instituciones orgnicas, todas las cuales reposan sobre las mismas leyes de independencia i correlacion, constituyendo as una especie de confederacion entre los difer~ntes rdenes". jas Victorino Lastarria, "Elementos de derecho
pblico constitucional terico positivo poltico" (1846), Obras completas]: .sludios polticos y co.nstituciona!.es, Santiago, Impr. Barcelona, 1905, p. 193. Este
texto, cabe aclarar, fue elaborado antes de su adopcin del credo positivista,
la que no se.produce, segn cuenta en sus Memorias sino hasta 1868. El trmino "positivo" que se encuentra consignado en el ttulo del escrilO antes
mencionado aparece all en su acepcin jurdica ms lata.
etc.) .26 "Por consiguiente, no cabe duda", afirma, "que la sociedad debe dividirse en tantas sociedades particulares cuantos
son los fines principales en que se divide el fin social".27 Este
poder social constituye, en definitiva, la soberana nacional, la
cual es inalienable, "porque la sociedad no podra despojarse
de su poder jeneral a favor de una persona o de muchos sin
contrariar su propio fin, puesto que renunciara por este solo
hecho a la mas preciosa de las prerrogativas, al atributo esencial de su personalidad colectiva".28El gran problema poltico
y constitucional es, para l, cmo dar expresin institucional
independiente a este poder social hasta ahora confundido con
el poder poltico y oprimido por l.
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confundirse con la del poder social en jeneral, porque de no
hacerlo as se perdera la justa independencia en que deben
estar las diferentes esferas de la actividad social. El poder so- .
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es la nica garanta contra los males que sufrira la sociedad si
el poder poltico se absorbiese a todos los dernas i anulase la
accion del poder social en jeneral. 29
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La soberana nacional no puede reducirse al poder poltico sin destruirse como 'tal; aqulla excede siempre a ste. De lo
que se trata es, pues, de disear mecanismos inmanentes de integracin social, comprender cmo es que todas estas funciones especializadas puedan "encaminarse a la realizacion del fin
jeneral del hombre, aunque cada una funcione bajo la accion
.de un principio especial.30 Y esto plantea, a su vez, un problema anterior respecto de cul es la estructura de ese poder social (los "fines principales en que se divide el fin social"), cules son los sujetos a los que habr de representarse.
Esto invierte, de algn rnodo, l(~situacin anterior; saldada
finalmente la segunda de las cuestiones, mucho ms compleja y
.dificil de resolver, que se planteara de inmediato tras la independencia, a saber, cul era esa entidad que iba a ser represen.tada, a partir del momento en que se quiebra el supuesto del
individuo como la base natural de la sociedad (aquello que en"Ibid., pp. 50.1.
[bid. p. 191.
30
El tiempo
223
de la poltica
tonces se haba rpidamente naturalizado en el discurso poltica), resurge, sin embargo, la primera de ellas: cmo est constituida la nacin. En este punto reaparece de Inanera inevitable
la idea de una Verdad. La nocin de representacin social es, en
definitiva, inseparable tambin de un saber, de una ciencia de
lo social; presupone una determinada sociologa81 La sociedad
es, para Lastarria, el sujeto de la representacin (representacinlegitimacin). Pero, a la inversa, para serlo, sta debe, a su vez,
poder tornarse objeto de representacin (representacin-figuracin). Yes aqu donde reemerge el papel del Estado. "El Gobierno", dice Lastarria, "no solo debe conocer la riqueza i recursos de la nacion, sino tambien distribuirlos i dirigirlos (... ], debe
conocer sus fuerzas i poseer en suma cuantos conocimientos se
comprenden en el vasto crculo de las ciencias sociales".32
El planteamiento de! problema de la representacn-figuracin de lo social permite as a Lastarria reintroducir aquello
que haba, en un principio, intentado eliminar o al menos limitar: e! papel del Estado como instancia unificadora en tanto
encarnadu'ra del principio aristocrtico-inteligente,
que es el
que debe figurar lo social para volverlo representable.33 Esto
31
En su proyecto,
la representacin
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del siguiente
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225
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supone, obviamente, un:saber especializado ("i es fcil concebir", concluye, "que estas condiciones de capacidad no se encuentran en todos los individuos de una sociedad") .34 El intento de poner en caja aquellos elementos de lo social (el mbito
de la diversidad) que no aceptan reducirse a lo polticojurdica (el mbito de la unidad) termina as haciendo emerger de
modo ms descarnado aquello de la poltica que excede lo social (y le permite constituirse como tal).
La tensin entre poder poltico y poder social reproduce, en
ltima instancia, aquella otra entre razn y voluntad sealada por
Guerra, que permite introducir restricciones a los derechos polticos. Por cierto, el liberalismo de Lastarna no era democrtico.
Sin embargo, ms significativo que su aristocratismo es cmo comenzaba entonces a redefinirse el concepto de democracia; aunque esto slo se observar con ms claridad en sus escritos tardos: En lo inmediato podemos s ver cmo la perspectiva de
Lastarria reformula las relaciones entre tradicin y modernidad
polticas, invirtiendo, de hecho, el esquema de Guerra.
En efecto, a diferencia de Guerra, para Lastarria la persistencia del principio de representacin poltica, fundado en la
, pura voluntad popular, expresaba la presencia de "resabios i reminiscencias del rjimen antiguo". Por el contrario, la nocin
de representacin social -que, vista desde la perspectiva del
pactismo ilustrado, aparece como una vuelta al ideal corpora, tivo colonial- era la forma propiamente "moderna" de gobierno, su ideal ltimo. En fin, el modelo poltico "organicista" no
sera de una mera propuesta de repblica posible, una forma preliminar y lransitoria en la marcha hacia un supuesto ideal eterno de repblica verdadera representado por el concepto pactista-ilustrado, sino una forma diversa de concebir esta ltima.35
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versas esferas de actividad y su mutua compatibilizacin. "La poca de la unidad est aun lejana, pero es preciso aproximarla, preparando su realizacion.
Cuando existan en su completa organizacin los poderes sociales, formarn
todos una verdadera rej)resentacin social, eligiendo cada uno de ellos sus respectivos funcionarios: esta representacion ser diferente de todas las conocidas, porque su mision no consistir en intervenir directa i continuamente en
el movimiento de los rganos particulares, ni en darles la lei i la IcjislacioD,
sino nicamente en velar para que ninguno salga de su esfera, para que guarden las relaciones de almona i consigan el fin social que le ha cabido en suerte."Jos Victorino Lastania, "Elementos de derecho pblico constitucional
terico positivo i poltico", op. cit., 1,pp. 195-6.
36 Vase HannaPitkin,
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Lastarria representa, no obstante, un intento an algo prematuro. una [ornla lransicional en la definicin del nuevo concepto estratgico de la sociedad civil que cobrar perfiles ms ntidos slo dcadas ms tarde, acompaando la difusin del
ideario positivista en la regin, La obra posterior del propio
Lastarria resulta aqu tambin ilustrativa.
la poltica positiva es aquella que permite distinguir la nacionalidad del Estado y concebir las naciones y sociedades como entidades heterogneas,
Una gran nacionalidad, aunque tenga un mismo orUen, una
misma historia i un mismo territorio, puede tener tambin varias unidades sociales, i constituir en cada una otros tantos Es-
tintas nacionalidades,
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teora de la representacin social, segn asegura ahora La~tarria, articulan horizontes de sentido incompatibles entre s, La
primera participa del orden especulativo; la segunda, del orden activo.39 Ambas se desenvuelven segn dos lgicas distintas, La deliberacin se ordena en torno del principio de la mayora numrica; la representacin, en canlbio, es irreductible a
sta, No se trata slo de defender el derecho de las minoras, Este
concepto, dice el autor, "es todava una cosa lnui vaga e indefinida", No slo porque resulta indefinible ("qu es a priori una
El ideal iluslrado de una sociedad perfectamente homognea esconda, para l, un lnpulso autoritario. Por el contrario,
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sociales, sometidas a un solo Estado, [.,,] En todas estas combinaciones i en las dernas que puedan existir, el Estado es siempre una institudon social i politica que representa el principio
del derecho para mantener la armonia i correlaciones ele las
diversas esferas de la actividad social; de modo que la teora
poltica de la nacin, o de la sociedad civil, no es el Estado,
aunque sea la existencia de ste la que la constituyc.38
[bid" p, 223,
"Enjeneral", dice, "la accion de todos los miembros de la sociedad en
esta grande obra de cooperacin es de dos maneras, especulativa o .Kt.iva".
Js Victorino Lastarria, "Lecciones de poltica positiva", op. cit., 11, p. 89.
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al mismo tiempo su concepto poltico del supuesto de la existencia de un saber objetivo de lo social y un rgano especializado que lo expresa (el Estado). De este modo, este acentuado
organicismo_ en la medida en que legitima las diferencias polticas, abrir por fin las puertas a la idea de partidos en tanto
que 'encarnaciones de c1ivajes sociales objetivos, lo que se traducir, a su vez, en el diseo de un modelo mucho ms "democrtico" (algo que, en el marco de las oposiciones tradicionales de la historia de ideas resulta paradjico) .43 En contra de lo
que sostena treinta aos antes, ahora, con el partido liberal ya
en el poder, denunciar todo intento de limitacin del sufragio como un acto desptico.44
Este desplazamiento ideolgico, sin embargo, nos dice todava poco respecto de su pensamiento poltico: en definitiva,
tampoco es cierto que su idea anterior, an ceida de modo
parcial a los postulados pactistas, fuera inherentemente aristocrtica, ni es~a otra organicista, intrnsecamente democrtica.
Ambas son derivaciones posibles pero no necesarias de aquellas premisas conceptuales, determinadas, en cada caso, ms
por consideraciones polticas prcticas que por la estricta lgi-
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El giro ms crucial que produce la ruptura con el concepto deliberativo es el que permite a Lastarria arrancar el principio de constitucin de una totalidad social del marco del orden estatal reinscribirlo en el seno de la propia sociedad. La
figuracin social se despliega ahora en un mbito anterior al
, de la deliberacin (y, por ende, del Estado poltico).45 Remite
a la estructura del c~unpo en que sta se desenvuelve, el de sus
condiciones objetivas de posibilidad: toda deliberacin colectiva, toda "opinin pblica", presupone ya un sujeto de sta,
una "sociedad civil". Dado que ella no es el resultado sino la
premisa de la deliberacin, la pregunta que surge de inmediato es cmo se constituye, a su vez, sta. El rgimen de la representacin proporcional sealara, precisamente, el mecanismo
de autoformacin de lo social, el medio para la articulacin, no
consensual sino estratgica, de un fin general a partir de la pluralidad de fines particulares; as se constituira la expresin institucional y el medio para el trabajo de definicin respectiva y
mutua compatibilizacin entre las diversas esferas de actividad
social.
El mecanismo de la representacin funcional o social expresa as la emergencia de un nuevo tipo de ideal de autogobierno (self-gouernment) o semecracia. La superacin del princi-
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45 La representacin
social surge de la necesidad "de constituir separadamente una autoridad que represente el principio del derecho, i este poder de constituirla es lo que en ellcngu.ye de los polticos modenos se llama
soberana nacional, b soberana de los pueblos, como poder supremo i anterior al del Estado".Jos ViCtorino Lastarra, "Lecciones de poltica positiva",
"" op. cit" II, p. 300,
terminara,
para Lastarria,
del representante
en su lnan-
siglo ha conquistado
que en este
el sistema representativo
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sino haciendo
sabilidad de los mandatarios dentro del crculo bien determinado de sus atribuciones.46
p. 391.
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nios ca extensivos a fin de evitar que alguno de los factores que
componen lo social se perdiera en el ,mecanismo de la delegacin del poder. ste, no obstante, no podra evitar que en la instancia de la representacin-figuracin se pusiese de manifiesto,
inversamente, todo aquello de lo poltico que excede lo social
y pelmite a ste constituirse. La articulacin de un concepto poltico coherente fundado en la idea de la representacin social
o semecracia supondra as un segundo movimiento por el cual
se eliminara tambin este ltimo exceso resituando el principio
constitutivo de lo social en el seno de la propia sociedad civil.
De este modo se completar la mutacin conceptual puesta en
marcha por la crisis del modelo jurdico'de la opinin pblica.
sta ser expresiva,
en definitiva,
de la serie de transformacio-
ciones
civiles especializas.
ba en Mxico El Monitor RejJUblicano49 De manera anloga, Pilar Gonzlez comprueba "una eclosin de esas formas de
sociabilidad" en Buenos Aires.50 De un extremo al otro del con-
ambos
[bid., p. 77.
cientficos,
los latinoamericanos
asociaciones
se reunieron
de obreros", seilala-
entonces
en un am-
plio abanico de organizaciones de la ms diversa especie, desde las ms reputadas e influyentes (como los clubes literarios,
cientficos, sociedades de prensa y profesionales, etc.) hasta
otras (como la sociedades para auspiciar bailes, clubes de aje-
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como tales. Esto implicaba eliminar ese exceso de lo social respecto de lo poltico identificando uno y otro en el plano de la
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234
Elias J. Palti
drez, agrupaciones deIans de las divas de la pera, ete.), organizadas en tomo de cuestiones menores o para la organizacin
de actividades cotidianas y eventos sociales. Estas sociedades
congregaran, en su conjunto, a miles, quiz millones, formando una densa malla que ligara al tejido social desde su interior
(de hecho, stas cruzaban de manera transversal las diversas regiones, clases, ideologas, etnias, comunicando as a los distintos segmentos de su poblacin). Como seala Pilar Gonzlez
especficamente en relacin con la segunda mitad del siglo XIX:
"la novedad del perodo radica menos en la presencia de reformas institucionales o transformaciones de las relaciones de
fuerza socioeconmicas que en esa extensin de la esfera poltica, que acompaa la reactualizacin de las instituciones republicanas".51
Uno de los aportes ms importantes de la escuela de Guerra a la historiografia del perodo fue,justamente, el de llamar
la atencin sobre la importancia del fenmeno de proliferacin
de las "sociabilidades modernas". Para Guerra, la importancia
de su desarrollo radic en que ellas cristalizaron en la prctica el modelo de una comunidad de individuos reunidos por
vnculos contractuales libremente asumidos; en fin, proveyeron la base material, el suelo de experiencia concreta a partir
del cual se alz el imaginario social "moderno". "Poco a poco",
asegura el autor, "a medida que se difunden este tipo de sociabilidades y el imaginario que las acompaan, la sociedad entera empieza a ser pensada con los mismos conceptos que la nueva sociabilidad: como una vasta asociacin de individuos unidos
voluntariamente cuyo conjunto constituye la nacin o el pueblo ".52 Siguiendo esta misma lnea de argumentacin, Pilar Gonzlez afirma:
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revocable
y por lo tanto de naturaleza contractual que implica compartir un conjunto de valores que renen e identifican a los miem-
bros de todas las asociaciones ms all de los objetivos especficos de cada una de ellas. En realidad,
esos intercambios
el hombre se convierte en un ser social. La asociacin slo existe en el marco de esos individuos--seres racionales, libres e iguales que deciden
acuerdo
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El tiempo de la poltica
Elias J. Palti
237
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muy diversa extraccin social, y as sucesivamente. por otro lado, tal red de asociaciones civiles resultaba, por su propia naturaleza, mucho ms comprensiva, 'socialmente hablando, que
el sistema poltico. De ella participaban, de hecho, sectores,
como los miembros de las colonias extranjeras, que no goza-,
ban, por definicin, de derechos polticos. En ltima instancia, el sujeto de la "sociedad civil" no era el ciudadano (en tanto sujeto racional, despojado de, todo apetito singular, que
delibera en la plaza pblica), sino el hombre (en tanto sujeto
de intereses, inclinaciones y expectativas particulares, que se
agrupa para bregar colectivamente por stas). Las asociaciones civiles eran, en suma, a la vez integrativas y exclusivistas;
encarnaban un modo especfico de integracin social y participacin poltica que era, segn se postulaba, igualitaria y, al
mismo tiempo, sensible a las condiciones diferenciales de sus
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miembros.
La sociedad civil se distingue as de los mecanismos de conformacin de una opinin pblica. El espacio social entonces se
fragmenta. ste no conforma ahora un todo homogneo, sino
que alberga pluralidad de actores agrupados sectorialmente, que
no buscan acceder de manera colectiva a ninguna "verdad del
caso", sino defender y armonizar entre s sus intereses especficos. La totalidad social ya no se organiza a partir de una Verdad unificada, sino de un bien comn que nace del propio trabajo de mutua compatibilizacin de pluralidad de aspiraciones
y demandas particulares. Surge as un nuevo concepto del trabajo de la representacin; en palabras de Voegelin, una nueva perspectiva respecto del mecanismo de la articulacin de lo social.
sta no se constituye de manera discursiva sino estratgica a
partir del mismo juego de los antagonismos y las transacciones
mutuas. Su orden es, pues, siempre precario; debe ser continuamente reforzado y reconstruido. E! espacio pblico se convierte as, en fin, de un foro para el debate de ideas en una suer-
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239
cin de pensadores positivistas, que no slo lo social corno totalidad no preexiste a los modos de su figuracin, sino tampoco aquellos diversos grupos que lo constituyen. Su unidad e
identidad como tales conlleva ya un cierto trabajo de representacin. En definitiva, los grupos funcionales, a diferencia de los
individuos, que constituiran una supuesta base natural, no son
algo meramente dado; su conformacin participa ya del orden de
la poltica. El campo de la accin estratgica se amplia as para
comprender tambin al proceso histrico objetivo de articulacin de una sociedad civil, que es la condicin de posibilidad de
una voluntad general de la nacin.55 La politizacin de la representacin poltica se despliega ahora en una politizacin de
la re-presentacin social. Recin entonces habr verdaderamente de cristalizar la idea formulada por Mitre de la accin
poltica como un trabajo de la sociedad sobre s misma. Pero ste ya
no se tratara de una accin retrica (de matriz epi dectica) , sino de una intervencin material operada sobre e! cuerpo social
(ste fue, de hecho, e! perodo en que cobraron forma en Amrica Latina una serie de instituciones disciplinarias, como el sistema penitenciario, la educacin elemental, ete., que expanden concretamente el rea de intervencin posible de! Estado
sobre la sociedad y los individuos). Ves aqu donde encorllramos el lmite del "positivismo" de Lastarria. Ms all de su aggilYmamentlY en materia de fuentes tericas, Lastarria segua
siendo an un representante tpico de la clase poltica que
emerge en la primera mitad del siglo. La afirmacin del ideario positivista estuvo asociada, por el contrario, a un recambio
que se produjo en el plantel gobernante, que se tradujo, a su vez,
un desplazamiento en cuanto a las orientaciones profesionales
55 Como seala Voegelin', "la articulacin es la condicin de la representacin". Pero, inversamente, "a fin de cobrar vida", contina, "una sociedad
debe producir el representante que habr de actuar por ella"; en fin, lo social
no preexiste ~ los modos de su representacin. Eric Voege1in, op. cit" p. '11.
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El tiempo de la poltica
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de sus miembros: los abogdos, como Lastarria, cederan entonces sn lugar a los mdicos.
En efecto, la medicina emergi en esos aios como el paradigma de una disciplina al mismo tiempo fundada en lo terico y orientada hacia lo prctico -y, por lo tanto, adecuada a la
resolucin de los asuntos sociales-; esto es, curar las tan frecuentemente invocadas "patologas sociales y culturales" latinoamericanas. Ella encarnaba, en fin, el idea!jJastoralista de un
saber universal e individual a la vez ("Ia poltica", deca Alberdi en 1873, "se acerca ms a la medicina que a la moral. Ella debe sus auxilios y cuidados a todos los vivientes") .56 En este ideal
. pastoralista se condensa el sustrato poltico, el fundamento implcito y negado, a la vez, del fenmeno asociativo.57
La formacin de sociedades cientficas, y en especial mdicas, aparece como participando de aquel proceso general antes sealado de autoorganizacin social. Sin embargo, esto llev a confundir dos fenmenos muy distintos entre s. Las nuevas
sociedades mdicas no eran, como las anteriores sociedades
cientficas; parte de la Repblica de las Letras, y los nuevos mdicos, a diferencia de los mdiciens-philosophes del siglo anterior, no
eran hombres de letras hablando a otros hombres de letras en
un pie de igualdad. stos se dirigan ahora a una sociedad que
careca del tipo de conocimiento que ellos posean. Los mdicos vendran ahora a encarnar esa Verdad que se ha arrancado
al Estado para alojarse, por su intermedio, en la propia sociedad ci\~l. El intento de dar cuenta de la heterogeneidad de lo
social, de superar la contradiccin entre Estado y sociedad, entre democracia (en el plano de la representacin-legitimacin)
y aristocracia (al nivel de la representacin-figuracin)
se resuelve as en la diseminacin del poder, en la proliferacin e inlnanentizacin de los sistemas de autoridad.
5Juan Bautista AJberdi, E~c,.itos pstumos,
Sobre el concepto pastoralista,
legitimidad, cap. v.
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distinto, anterior y ms prilnitivo, de realidad. sta ya no se sita en el nivel de los objetos de la deliberacin colectiva, sino,
en el de los modos de definicin de sus mismos sujetos. En todo caso, el pensar la institucin de un orden ya desprovisto de
todo fundamento objetivo, de toda Verdad, se sita ms all del
horizonte de lo pensable en el siglo XIX; nos traslada a un universo conceptual radicalmente distinto.
Analizar cmo entra en crisis este nuevo modelo estratgico
de la sociedad civil escapa, sin embargo, al alcance del presente
estudi060 Basta aqu con sealar cmo la mutacin conceptual
que introdujo el positivismo supuso una alteracin de los lenguajes polticos, una reformulacin de los modos de definicin
de las categoras polticas fundamentales no menos crucial que
la que se prod1tio junto con la crisis de la independencia. Ms
importante an, a sta de ningn modo cabra concebirla como un mero regreso a un ideal premoderno de sociabilidad, o
como alguna suerte de formacin ideolgica transaccional entre "modernidad" y "tradicin". Por el contrario, represent
una profundizacin en la inmanentizacin del concepto del poder, indicara un intento an ms radical por dar cuenta de las
contradicciones resultantes de la quiebra de toda garanta trascendental al ordenamiento institucional, marcando as un Ulnbral superior en la problematizacin del concepto liberal-repu-
60 Ya en el siglo siguiente,
el peruano Mariano Cornejo comenzara a
plantear, aunque todava en clave positivista, algunos de los problemas qc planteara el concepto asociacionista. No obstante, para l los males que ste aca-
rrea slo pueden ser remediados por el propio desarrollo del asociacionismo. "El nmero creciente de asociaciones", dice, "tiene un resultado que eil
cierto modo se opone al principio mismo del sentimiento solidatio, cuya tendencia.es sobreponer el amor del gmpo sobre el egosmo, porque la supremaca del grupo est en razn inversa con el nmero de asociaciones a que
pertenece .un mismo individuo. Comprendido ste en una sola asociacin, es
por completo absorbido por ella." Mariano Cornejo, "L'l. solidaridad, sntesis del fenmeno social" (1909), en Zea (comp.), Pensamiento positivista latinoamericano, JI, p. 488.
244
Elas J. Palti
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61 Guerra. "De lo uno a lo mltiple: Dimensiones y lgicas de la Independencia", en MeFarlane y Posada Carb (comps.), lndependcnce and Revo/ufian
in Spanish America, p. 56.
62 Guerra, "El soberano y su reino", en Hilda Sabato (cDord.), op. cit.,
p,35.
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p. 21.
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que la civilidad y la vida social son imposibles en el estado de
naturaleza imaginario y solipsista de Hobbes: cada individuo
es una mnada, radicalmente
desconectada
privado de su propia factura. Dado que estos lenguajes individuales no pueden traducirse o entenderse
hablante
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248
Elas J. Palti
As formuladas, las diferencias entre ambas posturas pierden su carcter irreductible (de hecho, Ball no ignora que el
sentido de los conceptos polticos cambia con el contexto de
su enunciacin), Pero, de este modo, se nos escapa tambin el
ncleo de la controversia. Ball est en lo cierto, en realidad, en
cuanto a que esa tesis tiene implcita una premisa ms "fuerte",
que es la que l rechazara. De acuerdo con ella, no slo toda
, fijacin de sentido sera inevitablemente parcial, relativa a un
lenguaje particular, sino que, adems, sera siempre precaria.
Yello por causas que remiten menos al contexto histrico externo en que se desenvuelven los lenguajes que a razones mucho ms 'inherentes, intrnsecas ("esenciales") a stos. Un artculo de Sandro Chignola resulta ilustrativo al respecto,8
En ese artculo, Chignola distingue dos etapas en el desarrollo reciente de la historia conceptual italiana. La primera
aparece centrada alrededor de Pierangelo Schiera y el Instituto halo-Germnico de Trento, que
los aos setenta renova':'
ron de manera decisiva los enfoques relativos a la historia constituciona1.9 Su modelo'interpretativo, de matriz hintzeana,IO
permiti la revalorizacin del elemen to lingstico en la articulacin de las relaciones polticas, enfatizando as la necesidad
de historizar los conceptos a fin de proceder a una reconstruccin ms precisa, tpic(}-ideal, de la experiencia pol tico-constitucional moderna,
Una segunda vertiente historiogrfica, identificada con la
obra del "Grupo de Investigacin de los Conceptos Polticos
Modernos", dirigido por Giuseppe Duso en el Instituto de Fi-
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el tiempo, pero la historicidad no es una dimensin constitutiva suya. Para decirlo e~ trminos de Ball, stc>~son siempre, de
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d~ frente a la cual, sin embargo, la modernidad no podra permanecer indiferente. En ltima instancia, los diversos lenguajes polticos modernos no
sern sino otros tantos intentos de llenar significativamente ese vaco, tratar
de asir, tornar inteligible, crear sentidos a fin de hacer soportable un mundo
que, perdj~a toda idea de trascendencia, no puede dejar de confrontar pero tampoco aceptar la radical contingencia ("irracionalidad") de sus funda~
"mentas; ;stoes, la "esencial refutabilidad" de las categoras nucleares de todo discurso tico o poltico postradicional.
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pone, de hecho, una inversin de la perspectiva de BaH respe~to de las supuestas implicancias de la tesis de la refutabilidad esencial de los conceptos.
No es, en verdad, la imposible f~acin del sentido de los conceptos polticos
fundame~tales lo q\ie hace imposible la poltica. Por el contrario, si ste pU-.
diera determinarse de un modo objetivo, la poltica perdera ipso Jacto ~odo
~ sentido; la resolucin de los asuntos pblicos debera en tal caS9 confiarse a
los expertos. No habra lugar, en fin, para las diferencias legtimas de opiniones al respecto; slo existiran quienes ~onocenesa verdader<i definicin y
quienes la ignoran.
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mente ste proveer un horizonte de objetividad que haga posible un .con.senSQasumido de manera voluntaria. Esto significa, sin embargo, que aquellos contenidos normativos en que la voluntad se sostiene escapan a su alcance, no son ellos mismos obra de la voluntad, sino que se le imponen a sta
como un orden objetivo. El punto, no obstante, es que, en condiciones postradicionales, no habr ya tampoco instancia alguna, fuera de la_propia voluntad popular, capaz de dictaminar al respecto. La razn no podr as evitar volverse ella misma siempre ma.teria de opinin, d_estruyndosc como tal.
As, uno y otro principio se suponen y se excluyen mutuamente.
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Elas J. Palti
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precarias e inestables constelaciones intelectuales.
A este primer objetivo (identiftcar los nudos problemticos
que recorren la historia poltico-intelectual latinoamericana del
siglo XIX), le subyace otro no menos central a nuestro proyecto: contrarrestar las tendencias normativistas enraizadas en la .
disciplina.!9 No es otra, en ftn, que la misma tarea a la que las
,corrientes revisionistas se abocaron, sin alcanzar, sin embargo,
a realizar por completo. Y ello, como sealamos, tiene fundamentos conceptuales precisos, se relaciona con una visinlimitada de la temporalidad de los conceptos que reduce sta a una
mera condicin fctica, lo que nos devuelve al esquema "de la
tradicin a la modernidad".
Por debajo del uso que la escuela revisionista hace de esos
"trminos subyace, en realidad, una falacia lgica. Como vimos,
19 Esto dar lugar a lo que llamo el "sndrome de Alfonso el sabio". Segn se dice, el monarca espaol sola asegurar que si Dios lo hubiera consultado al crear el mundo'-seguramente le habra salido mucho mejor. Del mismo modo, como sealara Guerra en su crtica de las versiones picas de la
historia de ideas, los historiadores locales no dejaran de lamentarse de que
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El tiempo de la poltica
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la ruptura del vinculo colonial puede deftnirse en tales trminos.
Aunque con algunos problemas, la mencionada frmula representa ms o menos adecuadamente la naturaleza de la i,nflexin
poltico-conceptual que entonces se produjo. El problema surge, en realidad, de un deslizamiento conceptual subrepticio que
esa escuela introduce, por el cual las categoras de "tradicin" y
"modernidad" habrn de perder su vinculo con las entidades histricas que originariamente designaban y pasarn a sealar una
especie de antinomia eterna que recorrera y explicara toda la
historia poltico-intelectuallatinoamericana
hasta el presente,
cobrando en su transcurso claras connotaciones valorativas. Esto dar ftnalmente como resultado la doble cadena de equivalencias antinmicas modernidad = atomismo := democracia con"tra
tradicin = organicismo = autoritarism sobre cuya base pivotan
todas las interpretaciones revisionistas.
En ftn, mediante ese desplazamiento "tradicin" y "modernidad" dejarn de ser categoras histricas, que remiten a horizontes conceptuales temporalmente localizables, para convertirse en,
lo que Koselleck llama "contraccmceptos asimtricos",2o uno de
los cuales se deftnir por oposicin al otro como su contracara
negativa. Juntos disetlarn as un orden cerrado,2! perfectamente autocontenido, cuya mutua oposicin agotar el universo conceptual de la poltica, volvindolo legiple de cabo a rabo. Todo
lo contenido en l habr de c!asiftcarse, o bien como tradicional,
o bie"n como moderno, o bien, eventualmente, como una combinacin, en dosis variables, de tradicin y modernidad. Ya no
quedar lugar, a priar, para otras alternativas posibles.
El punto es que tal deslizamiento conceptual no slo vacia-
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Esto slo muestra que no basta con cuestionar los contenidos de los enfoques tradicionales para librarse de! tipo de teleologismo sobre el que stos se fundan. Para hacerlo es necesario
penetrar y minar sus supuestos epistemolgicos de base. Y ello
invierte el sealamiento con que iniciamos nuestro estudio. Si
, el esquema de los modelos y de las desviaciones apareca hasta
aqu como el nico imaginable con e! que poda volverse re!evante el estudio de las ideas locales, quebrado ya e! supuesto de
la perfecta transparencia y racionalidad de los "tipos ideales" y,
al mismo tiempo, minadas las visiones esencialistas implcitas en
las referencias a la cultura 10al, todo intento por devolverle a
~ste un sentido sustantivo y convertir la historiografia conceptuallatinoamericana en una autntica empresa hermenutica.
. pasar de manera ineludible por la dislocacin de ese esquema;
supondr, en fin, la tarea de socavar crticamente el viejo tpio de "las ideas fuera de 'lugar" en que ste se funda.
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r a la historia poltico-intelectual local de todo sentido sustantivo, reducindola a una serie de malentendidos del sentido de
las categoras polticas modernas, sino tambin volver a la investigacin histrica perfectamente previsible. Lo que habr de
.hallarse lo sabemos ya d.e antemano: las contaminaciones tradicionalistas que impregnaron e! ideario liberal en su intento
de aplicacin a un contexto que no le era adecuado. La labor del
historiador de ideas cesar, en fin, de ser una empresa verdaderamente hermenutica para reducirse a la tarea rutinaria de
comprobacin emprica de lo que el propio esquema preestablece, la recoleccin de ejemplos reiterados que de manera inevitable habrn de verificar la vigencia de la oposicin de base,
y ello por e! sencillo motivo de que el propio esquema interpretativo excluye por definicin toda otra posibilidad. En definitiva, carente de un principio ms fuerte de la temporalidad (historicidad) de los conceptos, ciega a la dimensin ltimamente
contingente inscripta en sus mismos fundamentos, la recada
de la escuela revisionista en las visiones te!eolgicas que busca
desmontar resulta inevitable.
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Apndice. Lugares y no lugares de
las ideas en Amrica Latina 1
Si es necesario desubjetivizar lo ms posible la lgica y la
ciencia. no menos indispensable es. como contrapartida.
desobjetivar el vocabulario y la sintaxis.
CLAUDE.lours
EST~VE,
tudes phiJosophiques
sur /'expression
littraire
dra Pita en El Colegio de Mxico, en todos los cuales tuve oportunidad se discutir este trabajo. Tambin a Elisa Pastoriza y Liliana Weinberg, que me invitaron a dictar seminarios sobre el tema en la Universidad de Ma~ del Plata y
el CCyDEL-UNAM, respectivamente. El presente ensayo sali originalmente
publicado por el CCyDEL de la UNAM, con el ttulo de "El problema de 'las
ideas fuera .de lugar' revisitado. Ms all de la 'historia de ideas"', en la serie
de Cuadernos 4e los Seminarios Permanentes. Agradezco al CCyDEL'y a Liliana
Weinberg por permitirme reproducirlo.
2 Roberto Schwarz, <CA", idias tora do lugar", r.sludos Cerap 3, 1973, reimpreso en Aa vencedor {lj balatas. Fonna lilerria e processo social nos inicis do romanee brasileiro, San Pablo" Livraria Duas Cidarles, 2000, pp. 9-32 (original.. , mente publicado en 1977). La-paginacin utilizada corresponde a esta ltima
. edicin. Hay una traduccin al espaol en Adriana Amante y Florencia Garramuo (comps.), "Las ideas fuera de lugar", Absurdo Brasil, jJolmica.~en la.
cultura brasilea, Buenos Aires, Biblos, 2000, pp. 45--60.
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Elias J. Palti
pio, tena por objeto prc~eer de bases tericas a aquellos pensadores que, desde una postura "progresista", intentaban contrarrestar la fuerte influencia que en los aos sesenta y setenta
ejercieron las tendencias nacionalistas en las organizaciones de
.. izquierda.3 Pero el concepto de "ideas fuera de lugar" pronto
' expan.di sus alcances revelndose particularmente productivo para teorizar el desenvolvimiento problemtico de las ideas
(
en la historia latinoamericana. A un cuarto de siglo, la contri-'bucin de Schwarz en este sentido necesita, no obstante, ser reconsderada. En el curso de los ltimos aos, la prdida aparente de centralidad de los Estados nacionales ha ayudado a
hacer manifiesta la complejdad inherente a los procesos de intercambio cultural, oculta tras una perspectiva que tendi a
concebirlos exclusivamente en trminos de relaciones nter-nacionales (o inter-regionales). Esto coincide, por otro lado, con
la emergencia de una serie de nuevos conceptos, aportados por
aquellas disciplinas dedicadas
de manera especfica a analizar .
.
esos procesos, que nos obligan a reconsiderar algunos de los
supuestos implcitos en su perspectiva y reformularla.
El objeto de este apndice es intentar explorar, a la luz de
las realidades producidas en este ltimo fin de siglo, nuevos
enfoques rehitivos a la dinmica particular de los procesos de
intercambio cultural en las zonas perifricas, utilizando para
ello herramientas conceptuales provistas por los desarrollos re. cien tes producidos en las disciplinas y teoras en el rea. Co. mo se intenta demostrar, el concepto deSci:lwa.rzcontene ali-gunas falencias derivadas d;:-':;;"ateoraj;"gstica .d<;III.".siado
; cruda (inherente a la historia de "ideas") que reduce el lenguajee, a su funcin meramente referencial. Una distincin Il)s pre_'-
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esludos, San Pablo, Paz e Terra, 1992. pp. 61-92. Las tendencias
El tiempo de la poltica
261
cisa de niveles de lenguaje permitir revelar aspectos y problemas obliterados por esa perspectiva. Sin embargo, la propuesta de Schwarz puede an desglosarse de sus presupuestos lingsticos y reelaborarse, proveyendo as un marco terico ms
adecuado para comprender la complejidad inherente a los procesos de intercambio cultural y, ms especficamente, el tipo
de dinmica problemtica de las deas que Schwarz se propuso analizar.
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al mismo sistema capitalista. "Desde esta perspectiva", sealara luego Schwarz, "la escena brasilea arroja una luz reveladora sobre las nociones metropolitanas cannicas de civilizacin,
progreso, cultura, liberalismo, etctera"6
El aporte especfico de,SI1wa!'-fconsisti en percibir el potenci;;[ Oten1doel;;~postufados dependentistas, que hasta
entonces slo se haban aplicado al campo de la historia econmica y social, para el mbito de la crtica literaria y la teora
cultural. stos le pemlitiran desmontar los esquemas romntico-nacionalistas sobre los que hasta entonces se fundaban todas las historias de la literatura brasilea y que llevaban a ver a
sta como la pica del progresivo autodescubrimiento de un
ser nacional oprimido bajo la malla de categoras "importadas",
extraas a la realidad locaL
El objeto ltimo de este autor era refutar la creencia nacionalista de que bastara a los latinoamericanos con desprendernos de nuestros "ropajes extranjeros" para encontrar nuestra
"verdadera esencia interior"7 Siguiendo los postulados de- .
pendentistas, para Schwarz no cabe hablar de una "cultura nacional brasilea" preexistente a la cultura occidental. Aqulla
no slo es histricamente un resultado de la expansin de sta, sino que forma parte integral de ella ("en esttica como en
poltica", dice, "el tercer mundo es parte orgnica de la escena
contempornea").8 As, en el mbito cultural operara una dialctica compleja entre lo "extrao" y lo "propio" anloga al
poltico-social. Como seala respecto de las ideas liberales en
AmricaLatina (que son las que se encuentran en el fondo de
este debate), "de nada sirve insistir en su obvia falsedad"; de lo >
que se trata, en canlbio, es de "observar su dinmica, de la cual
su falsedad es un componente verdadero".9 Si bien la adopcin
(1980), Que
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USP, ]997, originalmente publicado en 1969. En esto Carvalho Franco contradice las posturas ms tradicionales de los tericos de la dependencia, quienes aun hoy insisten' en la existencia de una contradiccin, si no entre 'capitalismo y esdavismo, s entre ste y el ideario liberal. Vase, Ciro F, Cardoso
(org.), Escravidiios e abolif/io no Brasil. Novas perspectivas, Ro de janeiro,jorge
Zahar, 1988,
W"En esas breves indicaciones
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Can'alho Franco, "As idias csio no lugar", Cadernos de debate 1, p. 62.
Para una crtica ms radical de ambas posturas, vase Jos Murilo de
Carvalho, ;'A histria intelectual no Brasil: breve rClrospecto", Topoi 1,1999,
pp, 123-152.
El tiempo de la poltica
267
De hecho, cabe sealar que la propia formulacin de Schwarz tiene algo de paradjico, y no resulta del todo coherente
con su propio planteo, El objeto original de Schwarz era, precisamente, rechazar el tpico. Tal como l lo muestra, en tan-'
to que instrumento de lucha poltica, la acusacin de "irrealismo poltico" (que determinadas ideas estn en Amrica Latina
"fuera de lugar") resultara siempre un expediente sencillo para descalificar al adversario, As, ste no slo se prestara a la
parodizacin (de Miguel Macedo, por ejemplo, se deca, en
Mxico, que se vesta segn el pronstico meteorolgico de
Londres), sino que tendra, adems, implicaciones conservadoras: los "rrealistas" seran, tpicamente, los defensores de las
ideas consideradas ms progresistas en su tiempo, Como dice
Schwarz, "en 1964 los nacionalistas de derecha catalogaban al
marxismo de ser una influencia extica, quizs irrlaginando que
el fascismo" era un invento brasileo".l7
EL!.f'ico de "las ideas fuera de lugar" es, en verdad, de larga data en la regin18 Las acusadones de "irrealismo poltico" ,;.
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~ u~a suerte de juego de espejos. Cuando los historia- ;
dores de ideas tachan, por ejemplo, a la Generacin del 37 en
la Argentina de "europesta", no hacen ms que repetir lo que
las corrientes nacionalistas de pensamiento afirmaron en su
momento, y stas, a su vez, no hacan ms que retomar (y volver en contra suyo) el argumento que los propios miembros de
la Generacin del 37 dirigieron antes contra sus contendientes
de la generacin precedente, los llamados "unitarios", quienes
por supuesto tambin rechazaron de manera tajante que ellos
hubieran desconocido la necesidad de adecuar las ideas e instituciones importadas a las condiciones particulares de la re-
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18 Zea situ su origen en la idea de Hegel de que Amrica era "el eco del
viejo mundo y eheflejo de vida <tiena". Leopoldo Zea, Dos etapas del pensamiento en Hispanoamrica, Mxico, El Colegio de Mxico, 1949, p_ 15.
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nacionalistas de la literaturaradicaba; de hecho, en su denuncia de la ilusin de que los desajustes ideolgicos fueran,
en las regiones perifricas, evitables. Como dice Schwarz, Romero pensaba que bastaba con slo proponrselo "para que los
efectos del exotismo se,disolvieran como por encanto", y "as"al
sugerir que la imitacin es evitable, atrapa al lector en un falso
problema".]9
Las propuestas de Carvalho Franco y Schwarz representa-o
ran, en ltima instancia, dos Vasdiversas"de escapar del tpico. La de la primera, mediante el nfasis en la realidad de las
ideas (sus condiciones locales de posibilidad); la del segundo,
colocando el acento no en los desajustes entre ideas y realidades, como sugiere Carvalho Franco, sino en los de la propia realidad brasilea. Para Schwarz no se trtaba tanto de la existencia de "dos Brasiles" contrapuestos -uno ficticio (el de las
ideas) y otro real (el de la sociedad)-, sino que lo propio de la
sociedad (y, por extensin, de lacultu~'a) brasilea sera su permanente desajuste respecto de s misma, debido precisamente
a su carcter capitalista-perifrico.
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Para Carvalho Franco, con dicho concepto Schwarz recaera una vez ms en las perspectivas dualistas, contrabandeando
con un nuevo nombre la oposicin tradicional entre dos lgicas de desarrollo, dos modos de produccin contrapuestos:
uno propiamente capitalista y otro "capitalista perifrico". Para Schwarz, por el contrario, no se tratara de dos lgicas diversas, sino de una misma lgica (la bsqueda de beneficio) que
opera, sin embargo, de modos diversos en las distintas regiones: mientras que en el centro tiende a generar condiciones
propias de sociedades capitalistas avanzadas, en la periferia slo perpeta el subdesarrollo y reproduce patrones precapitalis-
gin.Est claro que, tomadas literalmente, tales acusaciones resultan insost<'nibles: es obvio que nunca nadie pudo ignorar el
hecho de que las distintas formas constitucionales, por ejemplo, no son igualmente viables en todo tiempo y lugar. El punto en verdad conflictivo radicaba en determinar qu era lo que
supuestamente estaba, en cada caso, "fuera de lugar" y en qu
sentido lo estaba (y por cierto que, para los propios actores, las
que estaban fuera de lugar eran siempre las ideas de los otros).
11 En definitiva, la difusin del tpico no puede comprenderse
l desprendido de la funcin ideolgica a la que ste sirvi.
Lo visto explica la reaccin de Carvalho Franco: con su frmula, Schwarz estara, justamente, dando pbulo a las afirmaciones de que las ideas marxistas (al igual que las liberales en
el siglo' XIX) eran extraas a la realidad brasilea, importaciones "exticas", es decir, que stas estaran en el Brasn "fuera de
lugar". En definitiva, dicho autor'volvera'llanamente a caer en
el tpico, con las consecencias potencialmente reaccionarias
,que ste tendra siempre implcitas. Para CarvaIho Franco, la
, bsqueda misma de qu ideas estaran desajustadas respecto de '
la realidad brasilea, y cules no, era sencillamente absurda
(como vimos, para ella tanto las ideas liberales como las esclavistas, las fascistas como las marxistas, estaban en ese pas "en
su lugar", eran parte integral de la realidad brasilea, puesto
que, de no ser as, de no tener condiciones de recepcin en la
propia realidad local, stas no podran circular all). Como veremos, la postura de esta autora resulta, en un sentido, mucho
ms consistente que la de Schwarz. Sin embargo, en este punto su crtica, aunque justificada, lleva a perder de vista el ncleo de la argumentacin de este ltimo.
Para Schwarz no se trataba tampoco de ponerse a discutir
qu ideas estaran desajustadas y cules no precisamente, porque,
segn afirmaba, todas lo estaban. Tanto las fascistas como las
marxistas, tanto las liberales como las esclavistas, todas eran
"importadas" por igual. El fondo de su crtica a Silvia Romero
-el mejor representante, para l, de las visiones romntico-
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La postura de Schwarzsera as ms sensible a las particularidades derivadas del carcter perifrico de la cultura local (las
que en la visin de Carvalho Franco tenderan a disolverse en
la idea de la unidad de la cultura occidental). Aun as, sta no
resuelve el problema original respecto del supuesto desajuste
de las ideas marxistas en el Brasil (el argumento de que las
ideas fascistas no estaran en el Brasil menos "desajustadas" que
las marxistas dificilmente sirva de consuelo). 20En apariencia,
la postura de Schwarz conducira a un escepticismo respecto
d" la viabilidad de todo proyecto emancipador en la regin .
Las dificultades que esa cuestin le plantea se observan con claridad en sus "Respostas a Movimento" (1976). Ante la pregunta
de si "una lectura ingenua de su ensayo 'Asidias fora de lugar'
no podra llevar a concluir que todas las ideologas, inclusive las
libertarias, estaran fuera de lugar en los pases perifricos",
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cepto de Schwarz: sus afinidades con las ideas de los nacionalistas que, en principio, llevaran a condenar como "forneas"
las ideas marxistas de su propio autor. Su contestacin aclara
el punto, pero lo conduce a una nueva apora. Segn se desprende de sta, no lodas las ideas en Amrica Latina estaran,
siempre e inevitablemente, "fuera de lugar", como afirmaba en
su crtica a Romero. Por el contrario, stas, asegura ahora, podran eventualmente rearticularse de un modo que resulten asimilables a la realidad local. Esto, sin embargo, contradice todo
lo que vena afirmando hasta aqu, lo que no slo seala una
nueva convergencia -siempre problemtica- con las posturas
nacionalistas (salvo en sus expresiones ms jingostas, nunca
el nacionalismo neg de plano la necesidad de "adecuar" ideas
forneas a la realidad local). sta lo devuelve de lleno -esta
vez s, sin escape posible ya- al tpico, esto es, a la bsqueda y
distincin de qu ideas estaran, entonces, ajustadas a la realidad brasilea (In que en su Filosofia de la historia americana Leopoldo Zea llam el "proyecto asuntivo")22 y cules no, siendo
que las ideas que estarn supuestamente desajustadas sern
siempre, como es previsible, las de los otros.23 En todo caso, as
22 Leopoldo Zea, Filosofa de la hisluna americana, Mxico, FCE, 1978. Dentro de este "proyecto asuntivo" Zea incluye todos aquellos que, comenzando
por Francisco Bilbao.y Andrs Bello y continuando con Jos Vasconcelos yJos Enrique Rod, entiende que intentaron adecuar las ideas europeas a la
realidad local.
~Cabe
recordar que la tendencia
gresismo de izquierda intentaba discutir no era ya el nacionalismo romntico de corte reaccionario, al estilo del representado por Silvio Romero, sino
la~posiciones nacionalistas-desarrollistas que florecieron en los aos cincucn-.
ta y buscaban convertir al Brasil en un pas capitalista avanzado. Lo que 5chwarz y los "tericos de la dependencia" intentaban mostrar era, precisamente, la imposibilidad de aplicar los patrones de desarrollo capitalista de los
pases centrales a las regiones perifricas. En fin, para l, las ideas desarrollislas estaban en Amrica Latina, siempre e inevitablemente, "fuera de lugar";
no as, en cambio, las ideas marxisla.~que l sostena: aunque tambin "importadas", stas, asegurara ahora, bien podran adecuarse a la realidad local.
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planteado (en su versin "dbil", digamos), el concepto de Schwarz no hara ms que reactualizar el viejo dilema antropofgica; no representara ningn aporte conceptual origina1.24
De todos modos, este plan tea de Schwarz no se concilia con
su propio concepto; de hecho, desmonta toda su argumentacin precedente. As reformulada, no habra forma de abordar
la cuestin de las "ideas fuera de lugar" sin presuponer la existencia de alguna suerte de "esencia interior" a la que las ideas
"extranjeras" no lograrian representar. Ms grave an (y es aqu
donde la postura'de Carvalho Franco aparece como mucho
ms consistente que la de Schwarz), sta presupone, adems,
la posesin de alguna descripcin de aquella realidad interior
no mediada por conceptos, y que permitira eventualmente
evaluar las distorsiones relativas de los diversos marcos conceptuales. La oposicin entre "ideas" y "realidades" se revela as como un mero artilugio retrico por el que slo se busca velar el
hecho de que lo que se oponen siempre no son sino "ideas" diversas, descripciones alternativas de la "realidad".
En definitiva, nos enfrentamos aqu a aquello que seala el
lmite ltimo en el concepto de Schwarz. La frmula de "las
.,ideas fuera de lugar" lleva necesariamente a instaurar un deter. minado lugar como el lugar de la Verdad (y a reducir el resto
j al nivel de meras "ideologas"). El planteo de Carvalho Franco,
por el.contrario, si bien diluye la problemtica relativa a la na. turaleza perifrica de la cultura local, sirve, no obstante, para
poner de manifiesto el carcter eminentemente poltico de las
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eminentemente poltica de las atribuciones de "alteridad" de las
ideas. Tal revelacin tendra, sin embargo, su precio. El plan- .
teo de esta autora impedira entonces tematizar las particularidades que derivaran de la condicin perifrica de la cultura
local (y,en ltima instancia, tendelia a ocultar su condicin como tal), que es justamente la problemtica en torno de la cual
giran las elaboraciones de Schwarz.
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que "hizo de esta combinacin la piedra de toque de lacomprensin del mundo por la izquierda".~8 El aporte particular'
de Schwarz consisti, en verdad, en relaciop.ar esta dialctica
entre fO,rmay contenido, estructura e historia, anlisis literario
y reflexin social con aquella otra, ms especficamente latinoamericana, entre "centro" y "periferia". De, este modo se propona comprender cmo la realidad local, que define las condiciones histricas particulares de recepcin de los gneros y
formas de expresin artsticas (siempre necesariamente extranjeras debido a nuestra posicin marginaren los sistemas de produccin cultural), determina eventualmente sus mismas formas, trastocndolas. Segn sealaba, en las regiones perifricas
el cruce de esta doble dialctica ser siempre al mismo tiempo
inevitable y problemtico. '
La obra de Jos de AJencar resulta, para l, en especial ilustrativa de las contradicciones generadas por el traslado 'al Bra. sil de una forma literaria (la novela realista, segn fue de sarro"
liada en Francia por Balzac) que era tpicamente burguesa y,
por lo tanto, poco adecuada para representar la realidad brasilea de esclavitud, patemalismo y dependencia personal. En su
memorable anlisis de Senhora (la ltima de las novelas de AJencar) , Schwarz descubre cmo opera en el plano literario aquella dialctica ~ntes sealada entre verdad y falsedad: la falsedad
de la forma, el efecto pardico generado por la transposicin
al contexto brasileo de situaciones propias de las novelas realistas burguesas, desnuda el verdadero contenido de esa realidad social (un sistema en que el afn de lucro individual se encuentra encastrado en relaciones de tipo paternalista y mediado
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32 Vase John Gledson, "Roberto Schwarz: Un nzestrena pmJnia do cajJita[mo", en Por un novo Machado de Assis, San Pablo, Companhia das Letras,
2006, pp. 236-278.
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Tambin aqu vemos operar la dialctica entre verdad y falsedad sealada en relacin con Alencar, pero esta vez cobra un
giro particular. De hecho, esta habra ahora de invertirse. En
este caso, el contenido "falso" de la realidad brasilea desnuda la verdad de la forma europea (que es su inherente "falsedad"). De este modo, dice Schwarz, "nuestros exotismos nacionales se convierten en histrico-mundiales". De all el Vnculo
que encuentra entre la obra de Machado de Assis y la de sus
pares rusos .
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definicin de las re1acio,n'es entre "centro" y "periferia" en trminos de "origina!" y "copia".34La obra de Machado de Assis no
sera una mera versin degradada de un "modelo original" europeo, supuestamente superior y perfectamente acabado. Como vimos, tampoco para Schwarz lo es. Su condicin perifrica
. le habra permitido de algn modo "superar" al modelo francs
revelando sus limitaciones intrnsecas. Esto resulta, adems, perfectamente coherente con su lectura (o relectura) reciente de
los postulados dependentistas, en la que afirma que las contra: dicciones del desarrollo capitalista en la periferia "arrojan una
luz reveladora sobre las nociones metropolitanas cannicas de
civilizacin, progreso, cultura, liberalismo, etctera".35
Sin embargo, llegado a este punto, surgen en Schwarz re'servas respecto de sus mismas conclusiones. Para ste, el concepto aqu implcito de "las ventajas del atraso" (un eco, de
.nuevo, de las discusiones en la Rusia de 1905) conlleva el riesgo de convertirse en una suerte de celebracin del subdesarro36
1I0. Y ello le planteara un dilema, a saber: cmo explicar la
universalidad de la obra de un Machado de Assis sin renunciar
a hailar en ella vnculos con su condicin perifrica (que determina su contexto particular de emergencia y la convierte en
una obra socialmente representativa), pero, al mismo tiempo,
evitar encontrar en sta propiedades epistmicas que lleven a
diluir su situacin marginal en la cultura occidental (no deja
de ser significativo al respecto el hecho de que las teoras deconstruccionistas que Santiago aplica a Amrica Latina sean ellas
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34 Vase Silviano Santiago,' Uma Literatura nos trpicos, San Pablo, Perspec~
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Elias J. Palti
39
40
p.85.
41 Estas criticas se liganan a las que Grd.rd Lebrun defini como tendencias amiintelectualistas en Schwarz, esto es, una sospecha hacia toda produccin intelectual que no sirva a propsitos revolucionarios o no pueda legitimarse desde lo poltico. Vase Grard Lebrun. "Algumas confusoes num
severo ataque a intelectualidade", Discurso (1980), pp. 145-152, seguido de la
respuesta de Schwarz. pp. 153-6.
El tiempo
de la poltica
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286
Elas J. Palti
acciones conducentes a superar la dependencia culturallati'noamericana. En definitiva, segn piensa, stas representaran
suertes de compensaciones simblicas a contradicciones reales
'a las que ayudan as a perpetuar. Sin embargo, la cuestin que
aqu se planteaba no era'verdadera o exclusivamente de ndole
tico-poltica sino epistemolgica, es decir, involucraba aspectos fcticos relativos a la dinmica de los procesos socioculturales (y que no pueden, por lo tanto, impugnarse simplemente
por sus reales o supuestas consecuencias ideolgicas), Lo cier'to es que el tpico de la "imitacin" es mucho ms complejo que
lo que el concepto de Schwarz sugiere. Su aproximacin en trminos de "modelos" y "desviaciones" es, sin duda, una simplificacin de los siempre infinitamente intrincados procesos de
generacin, transmisin, difusin y apropiacin de ideas43 Por
otro lado, tampoco existe una correspondencia unvoca entre
ambos aspectos de su contienda polmica: uno bien podra estar de acuerdo con Schwarz en cuanto a sus postulados ideolgicos, y aun as tener una perspectiva de los procesos de intercambio cultural muy distink'lde la suya.44 Resulta necesario, pues,
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que la definicin
de Schwarz plantea
es cmo trazar, en la prctica, la lnea que sepan~. el mbito en que las ideas
se encuentran bien situadas de aquel en que stas estaran "fucra'd~ lugar"?
Para poner un ejemplo tOtTI<ldo
de la iiteratura, Noches tristes y da alegrede Fernndez de Lizardi (1818-1819) es una "imitacin" de Noches lgubres (1771)
deJos, Cadalso, que es, a su vez, una "imitacin" de Night Thoughts (1742-1745)
de Edward Young, que es probablemente una "imitacin" de alguna obra anterior, y as sucesivamente. Por otro lado, los "imitadores" de Fernndez de
Lizardi 'en Mxico forman una legin. Ahora bien, cmo podemos distinguir, en la serie de sus desplazamientos, el original (ti originales) de la copia
(o copias)?
4<1 De hecho, Schw<lrz establece relaciones demasiado
mecnicas entre
teoras literarias e ideologas polticas, produciendo as una "desdiferencia.
cin de esferas". No obstante, como l mismo observa, entre los postulados
de 'una detemlinada teora esttica y sus posibles derivaciones ideolgicas no
existe una relacin lgica necesaria, sino que media un proceso de traduc-
El tiempo de la poltica
287
introducir u,na distincin. La pregunta que surge aqu, conCl-Ctamente, es si la oposicin entre "modelo" y "copia" es en verdad apropiada para dar cuenta del tipo de asimetras culturales que l se propone destacar y analizar.
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Volviendo a su esquema de los "deslindes", si bien el dilema
que formula Schwarz resulta, como mencionamos, muy significativo, hay que decir que la solucin que encuentra (aceptar el
primer deslinde que produce Candido, pero no el segundo que
realiza Santiago) resulta precaria. Uno bien puede argir que
el primero de ellos presupone ya lgicamente al segundo. En ,
efecto, la disolucin de la oposicin entre lo superior y lo inferior como paralela a aquella entre centro y periferia destruye
tambin su paralelismo con la tercera de las oposiciones: si algo "perifrico" deja de ser "inferior" cabe suponer que es porque de alguna forma super ya su condicin de mera "copia"
degradada respecto de algn supuesto "modelo" para cobrar
"originalidad" propia. Sea como fuere, siguiendo su propio argumento,aquel primer "deslinde" producido por Candido vuelve ocioso'al segundo desde el momento en que es ya potencialmente ms devastador de la oposicin entre centro y periferia
que el postulado por Santiago (ante la quiebra de la oposicin
entre lo superior e inferior, la preservacin de aquella segunda entre el modelo y la copia aparece como apenas un fi'gil
consuelo). Siendo esto as, medidas ambas segn la vara de sus
supuestos efectos prcticos (que es el contexto en que el propio Schwarz sita la discusin), no quedara claro ya por qu
aceptar aquel primer deslinde pero no este ltimo.
pp. 40-41.
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288
EUas J. Palti
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Siguiendo e! esquema de "modelos" y "desviaciones", la historiografia de ideas en Amrica Latina se encontrara desde sus
orgenes organizada en tomo de la bsqueda y definicin de
las "distorsiones" producidas por el traslado a la regin de
ideas liberales que, supuestamente, resultaban incompatibles
289
,vistametodolgico, la insistencia de Schwarz en preservar el es-quema de los "modelos" y las "desviaciones", aunque tericauente poco eficaz, no carece, de todas maneras, de consecuencias (negativas) para la investigacin histrico-intelectual. Su
planteo termina, en la prctica, sirviendo para reforzar problemas inherentes a la historia de "ideas" en Amrica Latina.
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El tiempo de la poltica
291
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As, obligada a postularse un objetivo que nunca puede alcanzar, sta mina sus propios fundamentos. Como vimos, 5chwarz es particularmente lcido acerca de esta situacin (la simultnea necesidad-imposibilidad de distorsiones en la historia
de ideas local). Sin embargo, toma por una caracterstica de la
historia intelectual latinoamericana lo que es, en realidad, un
problema inherente a las propias aproximaciones a sta. Si no
es posible encontrar los supuestos rasgos que especifican a las
ideas en el contexto local es, en ltima instancia, porque esas
mismas aproximaciones lo impiden: considerado desde el pun- I
to de vista de su contenido ideolgico, todo sistema de pensa- :
miento cae necesariamente dentro de un limitado rango de al.
ternativas, ninguna de las cuales puede pretender aparecer!
como una exclusividad latinoamericana. Las ideas de un autor
dado slo pueden ser, dentro de este esquema, o bien ms liberales que conservadoras, o bien ms conservadoras que liberales, o bien deben ubicarse en algn punto equidistante entre
ambos polos (y l mismo patrn habr de reproducirse en cada uno de los distintos tpicos en que las historias de ideas tradicionales suelen encontrarse organizadas). En definitiva, cuan- I
do analizamos los textos abordndolos exclusivamente 'en ~ll
nivel de los contenidos proposicionales, el espectro de los po-j_'"
sibles resultados se puede establecer perfectamente a priori; las
posibies controversias se reducen a cmo categorizarlos.
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De este modo, tales problemas locales plantean cuestiones
epistemolgicas de alcance ms vasto. Desde la perspectiva exclusiva de los contenidos semnticos de los discursos, entre
"ideas" y "realidad", entre "texto" y "contexto", slo existira
una relacin mecnica externa. El "contexto" aparece aqti s-
lo como una especie de escenario exterior para el despliegue
de las ideas (que conforman e! "texto"). Entre uno y otro niVel)
no hay an verdadera interpenetracin. Y aqu radica tambin
la limitacin fundamental contra la que choca el enfoque de I
Schwarz. En definitiva, si ste no puede dar cuenta de las razones epistemolgicas para la necesidad-imposibilidad de tales
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Elas J. Palti
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Esta perspectiva tradicional de la historia de "ideas" que relatamos representa, en realidad, una simplificacin del mtodo crtico de Schwarz (como vimos, ste es mucho ms sutil y
complejo). Aun as, tal patrn interpretativo tradicional (que
es el que reside en la base del esquema de "modelos" y "desviaciones") encuentra races conceptuales profundas en su propia
teora. stas se ligan, como dijimos, a una perspectiva lingstica pobre que determina una concentracin exclusiva en los
contenidos semnticos de los textos (su dimensin referencial).
Una expresin de l;'~~esulta
sumamente relevante al respecto: "el punto aqu ms bien es que, bajo la presin de la diI cotoma idealismo/materialismo,
hemos concentrado toda nuesI tra atencin en el pensamiento como condicionado por 'Jos
hechos sociales fuera del mismo, y no hemos prestado ninguI na al pensamiento como denotando, refiriendo, asumiendo,
ludiendo, implicando, y realizando una variedad de funciones
El tiempo de la poltica
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Latina se encuentren "fuera de lugar" con el hecho de que stas resulten descripciones inadecuadas ("representaciones distorsionadas") de la realidad local denota que su perspectiva pivota an sobre la base de es~. COI1<:eptotra.di"ionalde la historia
de "ideas" que reduce el lenguaje a su funcin meramente re.
fren~iaI~ ':ide~" como "representaciones" de' I~ read~d),
emijrgo; l tipo' de problmtica que l se propone abo'rdar excede el mbito estrictamente semntico del lenguaje. De
hecho, entendida en este sentido, la expresin "ideas fuera de
lugar" resulta una contradiccin en los trminos, La definicin
de un discurso dado como "fuera de lugar" conlleva la referencia a su dimensin pragmtica, a las condiciones de su enunciacin. Algunas distinciones conceptuales nos permitirn, pues,
precisar las races conceptuales de las paradojas y problemas a
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294
Elras J. Palti
el enunciado (utterance), no la pmposicin (statement). Lo que importa en el enunciado no es el significado (meaning), sino el sentido (significance). Este ltimo, a diferencia del anterior, no puede establecerse independientemente de su contexto particular de
elocucin. ste refiere no slo a "qu se dijo" (el contenido semntico de las ideas), sino tambin a "cmo se dijo", "quin lo
dijo", "dnde", "a quin", "en qu circunstancias", etc. La COffi, prensin del sentido supone un entendimiento del significado; sin
'. embargo, ambos son de naturaleza muy distinta. El segundo
pertenece al orden de la lengua, describe hechos o situaciones;
el primero, en cambio, pertenece al orden del habla, implica la
realizacin de una accin. Lo visto hasta aqu puede representarse como sigue:48
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Significado de E
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Componente retrico
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rente al lenguaje.
Podemos sintetizar ahora el postulado fundamental que Of- :.
ganiza este trabajo: la definicin de un modelo que permita dar
cuenta de la dinmica problemtica de las ideas en Amrica Latina, en la medida en que involucra una consideracin de la dimensin pragmtica del lenguaje, no se puede realizar con el
tipo de herramientas conceptuales que Schwarz maneja (que
son, en definitiva, las tradicionales de la "historia de ideas").
Slo a partir de una consideracin simultnea de las diversas:
instancias de lenguaje se pueden establecer relaciones signifi-I
cativas entre los textos y sus contextos particnlares de enuncia-
cin, hallar un Vnculo que conecte los dos canales de la "visin I
estereoscpica" ("anlisis literario" y "reflexin social") que
propone Schwarz,49 y convertir as a la historia intelectual en
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297
de la historia de "ideas".
La semitica, como se sabe, es la disciplina que ha venido a
ocupar en nuestros das el lugar que dej vacante el eclipse de
la retrica clsica. sta ha tratado de analizar sistemticamente
los procesos de intercambio simblico. Su piedra de toque fue
la definicin de la unidad comunicativa elemental representada por el esquema "emisor -> mensaje -> receptor". Sin embargo, para Lotman, ese esquema monolinge deriva en un modelo abstracto, estilizado y esttico, de los procesos de generacin
y transmisin de sentidos. Como l muestra, ningn "cdigo",
"texto" o "lenguaje" (trminos que usa en forma intercambiable) existe aislado; todo proceso comunicativo supone, dice, la
presencia de al menos dos cdigos y un operador de traduccin. El concepto de "semiosfera" seala, precisamente, la coexistencia y superposicin de infinidad de cdigos en el espacio
semitico (lo qe, en ltima instancia, determina su dinmica).
ste, como sealamos, representa una alternativa posible para
reelaborar el modelo de Schwarz que rescate el ncleo "fuerte"
de su propuesta original (y que su propia formulacin llev a
diluir) .
En primer lugar, el modelo de Lotrnan aclara un concepto
que se encuentra slo parcialmente articulado en los textos del
crtico brasileo. Segn afirma el semilogo ruso-estonio, si.
bien todo cdigo (por ejemplo, una "cultura nacional", una tradicin disciplinar, una escuela arstica o bien una ideologa poltica) se encuentra en constante interaccin con aquellos otros
que forman su entorno, tiende siempre, sin embargo, a su propia clausura a fin de preservar su equilibrio interno u homeostasis. ste genera as una autodescripcin o metalenguaje por
el cual legitima su rgimen de discursividad particular, recortando su esfera de accin y delimitando internamente los usos
posibles del material simblico disponible dentro de sus contornos. Yde este modo fija tambin las condiciones de apropia-
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SI En Die Nalionaliliitenjrage und die Sozialdemokratie (1924), el lder socia'lista Otto Bauer sintetiz esta idea en su concepto de "apercepcin nacional".
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El tiempo de la poltica
299
po? La nica forma de salvar la nocin de los "desajustes locales" sera v91ver atrs en sus argumentos y postular la existencia de un cierto sustrato ms autntico de nacionalidad a la que
su propia cultura "superficial" fallara en expresar o representar, que es precisamente lo que sostiene el discurso nacionalista. Reencontramos aqu, pues, aquella alternativa en apariencia
ineludible: o bien disolver la problemtica relativa a la condicin perifrica de la cultura local, o bien volver a los marcos
dualistas propios del nacionalismo. Existe, sin embargo, una
tercera opcin, que Schwarz esboza sin alcanzar an a desarrollar de modo consistente.
La piedra de toque de su concepto radica en un giro fundamental que l introduce en los modos de abordar la cues"
tin. Su interrogacin original ya no referira en verdad a la supuesta <'extraeza" de las ideas y la cultura brasilea sino, ms
bien, a cmo es que stas vienen eventualmente a ser percibidas como tales por determinados sectores de la poblacin locaL La referencia a las ideas de Lotrnan puede sernas de utilidad para aclarar tambin este punto, Como ste seala, si bien
los procesos de intercambio cultural no involucran nunca una
mera recepcin pasiva de elementos "extraos", y precisamente por ello, es inherente a stos la ambivalencia semitica, la
que tiene dos orgenes. En primer lugar, las equivocidades resultantes del hecho de que los cdigos (al igual que la semiosfera, considerada en su conjunto) no son internamente homogneos: en su interior coexisten y se superponen (se encuentra
cruzado por) infinidad de subcdigos que tienden, a su vez, a
su propia autoclausura, haciendo no siempre posible la mutua
traductil:>ilidad. Por otro lado, esa misma apertura de los cdigos a su entorno semitico tiende tambin a producir siempre
nuevos desequilibrios internos, A fin de volver asimilable un
. elemento externo, los sistemas deben adecuar su-estructura interna a ste, reacomodar sus componentes. desestabilizando as
de modo constante su configuracin presente. Esto se ligara a
lo que Jean Piaget estudi bajo la rbrica de procesos de asimi-,
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Elas J. Palti
El tiempo de la poltica
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fundamentales para la equilibracin-desequilibracin de las estructuras cognitivas.52 Siguiendo este concepto, cabra decir
que las ambivalencias son causa y efecto al mismo tiempo de
los desequilibrios. Los desarrollos desiguales producen necesariamente asimetras entre los cdigos y subcdigos Uerarquas
y desniveles en cuanto a relaciones de poder), lo que conlleva
siempre, en todo proceso de intercambio, la presencia-de cierta violencia semitica (operante tanto en los mecanismos de estabilidad de los sistemas como en los impulsos dinmicos que
dislocan stos), y deriva en compensaciones simblicas insuficientes.53
Lo que Schwarz percibe como la determinante ltima de la
"particularidad latinoamericana" (la interaccin problemtica
entre "centro" y "periferi:i:l")cabra comprenderla, pues, como
una expresin de tales desarrollos desiguales e intercambios
asimtricos en,el mbito de la cultura, que resulta en un doble
fenmeno. Por un lado, en la periferia de un sistema los cdic
gas seran siempre ms inestables que en el centro, por lo que
sus capacidades de asimilacin resultaran relativamente ms
limitadas. Por otro lado, la distancia semitica que los separa
respecto del centro hara que las presiones para su acomodacin sean all ms fuertes. Vistas desde esta perspectiva, las posturas de Carvalho Franco y de Schwarz pierden su carcter antagnico. Ambas estaran enfatizando, respectivamente, dos
aspectos diferentes e igualmente inherentes a todo fenmeno
de intercambio culturaL Mientras que el concepto de Carvalha Franco se enfoca en los mecanismos de asimilacin, el de
La idea de la compensacin simblica como el procedimiento que permitela reversibilidad de las estructuras cognitivas (sin lo cual no existe ningn conocimiento- verdadero) fue desarrollado por Piaget en el texto antes
mencionado, La equilibracin de !a estructuras cognitivas.
53
GEn "Discutindo co~ Alfre'd~Bosi" (1993). Roberto Schwarz se apro"xima ms claramente a estaformulacin.
All discute la idea de Bosi de "filtro"
cultural (Alfredo Rosi, Dialctica de la colonizariio, San Pablo, Companhia de
Letras, 1992). Segn afirma, sta "tiene mritos claros, en cuailto que supera los modelos mecanicos o aleatorios de difusin del pensamiento. En especial,las relaciones profundamente asimtricas e~tre pases ricos y pases pobres [ ... ] pasan a ser vistas con mayor humanidad, y mayor certeza, puesto
que en lugar de una importacin directa y'unila~eral nos hace notar la eficacia, incluso involuntaria, de la constitucin inten1"ade la parte dbil, que nunca es completamente
pasiva" (Roberto Schwan, Seqncias, p. 83). Pero, al
mismo tiempo, indica que la asimilacin de elementos extraos nunca es
completa por la misma circunstancia (que la nocin de filtro tiende a desconocer) de que toda cultura nacional forma parte de un sistema internacional estructurado por "condiciones y antagonismos globales, sin cuya presencia las diferencias locales y nacionales no se entienden" (ibid., p. 84).
55 Adems, aunque existe una evidente .correlacin entre economa y cultura, tampoco puede afirmarse que los "centros econmicos" coinciden siempre con los "centros culturales". Estados Unidos, por ejemplo, an despus
de convertirse en un gran centro econmico mundial, sigui siendo perifrico culturalmente (y aun hoy lo es en algunas reas). Sobre este punto, vase Haroldo de Campos, De la razn anlrojJojgica.
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no que, adems, el sentido'de sus desajustes no podra tampoco definirse sino slo en funcin de un cdigo particular. Esto
es, que la determinacin de las ambivalencias, para un sistema
dado, es ella misma equvoca, una funcin de un contexto pragmtico particular de enunciacin. No existe un "lugar de la realidad" en el que se pueda determin~;---':'taxativa y ';bjetivamente-="':
qu "ideas" se encuentran "fuera de lugar" y cules no.. En
definitiva, la definicin de qu est "fuera de lugar" y qu est
"ensu lugar apropiado" es ella misma parte ya del juego delos
eqllvocos (como vimos, para los propios actores, los "irreaiist"s" son siempre los "otros")..Yesto redefine el objeto de la historia intelectual local. De lo que se tratara entonces es de comi prender qu es lo que se encuentra "fuera de lugar" en cada
contexto discursivo particular: clno es que ciertas ideas o n:t0delos y no otros vienen a aparecer como "extraos" o inap~opiados para representar la realidad local;. cmo, ideas y modelos que resultan "apropiados" para ciertos sujetos, aparecen como
"e~traos"pra otro.s; cmo, finalmente, ideas o modelos que,
en determinadas circunstancias y para ciertos actores, apare<;:ieron como "extraos" se revelan eventualmente como "apropiados" para esos mismos actores (ya la inversa, cmo' ideas y modelos que parecieron "apropiados" se tornan "extraos" para
ellos). El ejemplo clsico de Schwarz, el de la Constitucin brasilea de 1824, resulta aqu tambin ilustrativo.
Siguiendo el texto de la Declaracin de los Derechos del Hom/;re
y el Ciudadano, sta afirmara que todos los hombres nacidos en
suelo brasileo seran libres e iguales. Como seala Schwarz,
tal declaracin, repetida en un pas en que aproximadamente
un tercio de la poblacin era esclava, generaba evidentes contradicciones. En todo caso, representaba una grosera distorsin
de la realidad. Se tratara, en fin, de una expresin ms de la
serie de desajustes producidos por la introduccin de las ideas
liberales en un contexto en que no existan las condiciones sociales que le dieron origen. Sin embargo, dicho principio no
era necesariamenlecontradictorio con la existencia de la esdavi-
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El tiempo de la poltica
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tud. ste es tal slo bajo el supuesto de que los esclavos son sujetos de
derecho, que era, precisamente, lo que el discurso esclavista negaba.57 El que esa declaracin nos resulte contradictoria con la
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existencia de la esclavitud, en definitiva, slo revela nuestras}
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propias creencias presentes al respecto (es decir, refleja el he).;.
cho de que para nosotros todos los seres humanos, incluidos los
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en contra de Carvalho Franco, que tal declaracin estaba "fue.)
ra de lugar". Por supuesto, no importa aqu qu pensamos ~o1.'\
SOtrOSal respecto. El punto es que sta en efecto pareci as pa-'
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ra los propios actores (o al menos, para algunos de ellos), y que
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en el curso del siglo XIX esta percepcin se difundi rpidamen()
te (en especial, en la segunda mitad del siglo). Las que se con-;V/);
trapusieron. entonces no fueron "ideas" con "realidades", sino
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dos discursos opuestos (como seala Lotman, la generacin de
contradicciones o ambivalencias semiticas supone sienlpre la
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tan aplastada que es casi imposible compadecernos de ellos. No puede cabeTnos en la cabeza que siendo Dios un ser infinitamente sabio haya dado un alma, y, sobre todo, un alma buen;, a un cuerpo totalmente negro." Esto lo deca nada menos que Montesquieu (El espiritu de las leyes, libro xv, cap. v). Se
puede alegar que tal afirmacin no era propia al liberalismo, sino que refleja sus propios prejuicios personales, o un clima de poca, etc. (algo contra lo
cual, ste, sin embargo, advierte en el prefacio: "no he sacado mis principios
de mis prejuicios", asegura all, "sino de la 'naturaleza de las cosas"). Sea como fuere, resulta claro que la conjuncin liberalismo-esclavismo -aunque,
por razones obvi<l::s,en el Brasil se har sentir de manera ms notoria- no
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El tiempo de la poltica
desigual de los desarrollos culturales en Amrica Latina, ofreciendo una herramienta ms sofIsticada de anlisis que la que
provee el esquema de "modelos" y "desviaciones" dentro del
cual el propio Schwarz inscribi su propuesta terica (y lo llev a analizar las ideas en trminos de signifIcados y prop,Osiciones atribuyndoles funciones que son propias, sin embargo, de
su uso), Segn vimos, la apelacin a modelos lingsticos ms
complejos permitira rescatar el ncleo "fuerte" de su propuesta original (que es defInitivamente mucho ms interesante que
su versin debilitada ms difundida) y reelaborarlo evitando la
recada en el tpico, tornando a este mismo en objeto de an.
lisis, pasible de escrutinio crtico; en fin, "desnaturalizado",
"desfamiliarizarlo" .
Esta sofisticacin del modelo propuesto por Schwarz, en ltima instancia, no slo es una de las direcciones posibles en las
que ste puede desarrollarse, sino que resulta, en un sentido,
mucho ms compatible con los presupuestos antiesencialistas
implcitos en su propia intervencin polmica. El precio que,
debemos pagar por e,stasofisticacin argumental, sin embargo,
es el de renunciar a toda expectativa de hallar algn rasgo genrico, sencillamente formulable, que identifique a la historia
intelectual local latinoamericana; esto es, de llegar a descubrir
alguna caracterstica particular en su dinmica que sea comn
a los diversos tipos de discursos, a lo largo de los diversos perodos e igualmente perceptible en todos los pases de la regin
(y que, a su vez, distinga esta dinmica de la de aquellos discursos pertenecientes a todos los dems continentes y regiones);
desistir, en fIn, de la pretensin de poder definir, ms all de
su contexto particular de enunciacin, qu ideas estn fuera de
lugar, y en qu sentido lo estn en Amrica Ltina. En defIniti,va, entiendo que el ncleo del argumento que aqu se presen;ta se encuentra ya perfectamente sintetizado en una frase dG
Schwarz aparecida en un artculo de 1969-1970 cuando discutia el movimiento "tropicalista" (pero que vale tambin para su
propia frmula): "La generalidad de este esquema es tal que
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