El Pliegue
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Cuaderno de Pedagogía Rosario es una publicación semestral realizada por el Centro de Estudios en Pedagogía
Crítica. Los trabajos, colaboraciones, correspondencia y todo pedido de información deben dirigirse a:
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índice:
Editorial ........................................................................................................ 5
Dossier
POSTESTRUCTURALISMO Y EDUCACION
¿Qué es el post-estructuralismo?
Michael Peters ......................................................................................... 39
Lenguaje y educación
Jorge Larrosa ........................................................................................... 67
Investigaciones
El proyecto HISTELEA (Historia Social de la Enseñanza de la lectura y escritura en la Argentina)
Héctor Rubén Cucuzza y Pablo Pineau ................................................... 101
Miguel Doménech*
Francisco Tirado*
Lucía Gómez**
Esta crisis del "self" posee, ciertamente, largas raíces y una gestación complicada. Para
seguir brevemente ese hilo genealógico, observemos durante un instante los dictados del
sentido común. En él, pretender que lo psicológico no es una cuestión individual sino más
bien un evento social atenta directamente contra evidencias incuestionables. Pensar es algo
que atañe a nuestras cabezas, lo producimos nosotros, lo manejamos a voluntad y lo
frenamos cuando nos apetece. Persiste la imagen de una experiencia privada, intransferible,
incuestionable e irrenunciable dado que define nuestra propia condición humana. Así, se
afirma que aquello que nos diferencia de los animales no es más que nuestra capacidad
reflexiva, la posibilidad de representarnos como entidades propias, la habilidad de ser
conscientes de nuestra mismidad. Semejantes imágenes entroncan con una larga tradición
cultural. Como ha argumentado Taylor (1989), la tendencia a situar en un espacio interior
todo lo que tiene que ver con el alma, la subjetividad, lo mental, la moral o la virtud se
remonta a concepciones cristianas, San Agustín es el ejemplo más palpable de ese ejercicio,
y adquiere su formulación más acabada en la obra de Descartes. En la obra de este padre de
la modernidad, es posible hallar la justificación filosófica, more geométrica, para la distinción
entre un mundo "interior" y otro "exterior". El primero poblado por conjuntos y series de
entidades mentales, pensamientos e ideas que, en sí mismas, son independientes del
segundo, espacio relegado para lo material, lo inerte y lo mecánico. Nuestro sentido común
no ha hecho más que convertirse en caja de resonancia de tal diagrama.
Esta concepción del ser humano adquiere inmediatamente en la psicología la forma del
individualismo metodológico, denominador común de diversos enfoques teóricos. A partir de
éste, la única materia relevante para el investigador son decisiones privadas tomadas por
individuos que operan en un exterior más o menos hostil y del que intentan sacar los
máximos beneficios. En esa misma línea, el recurso al cerebro como 'locus' específico de la
actividad mental no hace sino reforzar ese dispositivo metodológico al esencializar los
procesos cognitivos y soslayar el papel que desempeñan en la conformación del pensamiento
las prácticas culturales y las producciones sociales. El análisis del individuo como,
esencialmente, un procesador de información, implica, en primer lugar, que los procesos
cognitivos se convierten en el centro de la reflexión científica y, en segundo lugar, que tales
procesos están localizados en nuestro interior y son susceptibles, a través de diversos
procedimientos, de examen y descripción (Bruner, 1990).
De hecho, podría decirse que disponemos de una versión débil y de otra fuerte para
pensar al ser humano como seres sociales (Bakhurst y Sypnowich, 1995). La versión débil
implica aceptar que nuestra identidad toma forma a partir de poderosas influencias externas.
Nociones como las de internalización, educación o socialización remiten a la idea de que
nuestro espacio interior se configura a partir del efecto que sobre él ejerce el espacio de lo
social o lo cultural, y sirven para plantear cómo la estructura de la sociedad se refleja en la
estructura del self y genera individuos competentes en sus contextos sociales (Widdicombe,
1998). En tales versiones, la subjetividad pre-existe a las ulteriores influencias. Simplemente
recibe su 'forma' del exterior. Es in-formada desde fuera. Por el contrario, en la versión
fuerte se cuestiona la misma posibilidad de que preexista interior alguno al margen de cier-
tos procesos constitutivos que tendrían siempre su origen y localización en lo exterior, en lo
social:
"Se asume, en otras palabras, que lo que llamamos entidades mentales pertenecen a la
discursividad en la que baña, y de la que está hecho en parte, todo ser social. Cuando se
rechaza la dicotomía interior/exterior, la "realidad psicológica" se presenta bajo otras
características y se abren nuevas perspectivas para su investigación" (Doménech e Ibáñez,
1998:19)
Así, actividades tradicionalmente consideradas como propias del mundo interior aparecen
ahora dotadas con un carácter eminentemente social y cultural: pensar ya no es un proceso
psicológico sino un proceso de argumentación colectivo (Billig, 1987); la memoria ya no es
una posesión individual sino un bien compartido basado en la interacción continua de los
miembros de una comunidad determinada (Middleton y Edwards, 1990). En suma, lo que
antes denominábamos mente se convierte en un dispositivo esencialmente retórico. De este
modo, los construccionismos sociales enfatizan el papel determinante que posee lo
lingüístico, lo discursivo y el significado en la constitución de nuestros mundos mentales:
"En lugar de contemplar el estudio del discurso como un camino hacia la vida interior de los
individuos, sea ésta procesos cognitivos, motivaciones o algún otro material mental, nosotros
vemos las cuestiones psicológicas como construidas y desplegadas en el discurso mismo"
(Edwards y Potier, 92: 127)
"No sólo narramos nuestras vidas como relatos, sino que en un sentido importante nuestras
relaciones son vividas también en una forma narrativa" (Gergen y Gergen, 1988: 18).
"Basta comprender -y ante todo ver y tocar- las montañas a partir de sus pliegues para
que pierdan su dureza, y para que lo milenario se convierta de nuevo en lo que es, no
permanencia sino tiempo en estado puro, flexibilidad. Nada es más turbador que los
movimientos incesantes de lo que parece inmóvil. Leibniz diría: una danza de partículas
arrollándose en pliegues" (Deleuze, Conversaciones)
“pensar intensidades más bien (y antes) que cualidades y cantidades, profundidades más
bien que longitudes y anchuras; movimientos de individualización antes que especies y
géneros y mil sujetos larvarios, mil pequeños yo disueltos, mil pasividades y hormigueos allí
donde ayer reinaba el sujeto soberano"
(Foucault,1994: 86)
Deleuze sustituye la lógica del ser por la lógica de la conjunción, sustituye el "es" que
identifica por el "y" que relaciona: la identidad por la multiplicidad. Y el sujeto sería, por
tanto, el espacio de conexión o de ensamblaje, continua pre-posición, un pliegue del
exterior. El pliegue. Esta figura hace referencia a procesos, relaciones de movimiento y
descanso, capacidades de afectar y ser afectado, define, pues, modos de individuación que
no corresponden a un sujeto y que por ello, no precisan el recurso a metateorías psicológicas
o lingüísticas. Como señala Rose desde el propio ámbito de la psicología:
"El ser humano, aquí, no es una entidad con historia, sino el blanco de una multiplicidad
de tipos de trabajo, más como una latitud o una longitud en la cual interseccionan diferentes
vectores a diferentes velocidades. La 'interioridad' que tantos se sienten compelidos a
Así, a partir de las propuestas deleuzianas, Rose (1996, 1999) plantea que la imagen de
un “self” dialógico defendida desde el construccionismo social es insatisfactoria. Ofrece sólo
un análisis parcial de nuestra realidad social. Desde su punto de vista, es el momento de
resistir la tiranía del dispositivo lenguaje-discurso-significado a la hora de pensar la
subjetividad. Y en este sentido, el pliegue sirve para desplazarnos de las anatomías mentales
imaginarias y lingüísticas que han fabricado nuestras ciencias sociales a un universo de flujos
o líneas de fuerza generadas en las conexiones entre órganos y objetos o artefactos, entre
seres humanos y espacios, entre sujetos y escuelas o talleres, entre instituciones. La
subjetivación entendida como pliegue es un proceso de agrupación, de agregación o
conglomerado, de composición, de disposición o agenciamiento, de concreción siempre
relativa de lo heterogéneo: de cuerpos, vocabularios, inscripciones, prácticas, juicios,
técnicas, objetos... que nos acompañan y determinan. En ella, se prima la parte molecular,
fragmentada, incierta por encima de cualquier objeto total y acabado, evidente y manifiesto,
rompiendo así con las viejas dicotomías articuladoras de las ciencias sociales:
"(...) los pliegues incorporan sin totalizar, internalizan sin unificar, reúnen discon-
tinuamente en la forma de pliegues que producen superficies, espacios, flujos y relaciones"
(Rose, 1996:37).
Por ello, Rose propone que el pensamiento social gire, no hacia el signo o la comunicación,
sino hacia la analítica de los dispositivos en los que éste emerge como tal, con cierto sentido
y valor interaccional. En esta analítica, el lenguaje sería simplemente otro elemento entre los
muchos que componen los distintos agenciamientos o disposiciones en que nos vemos
implicados.
Es cierto que los análisis basados en el discurso y lo lingüístico suponen una propuesta
que evita la referencia a un lugar interior, pero al exteriorizar la subjetividad nos presentan
un exterior poblado exclusivamente por seres humanos y sus relaciones que son las
entidades que tienen el privilegio y el estatus de explanans mientras que otras entidades,
por ejemplo, los objetos tecnológicos siempre son excluidos y tratados como explanandum.
De este modo, el esencialismo naturalista es sustituido por un esencialismo social que no se
problematiza y que sigue justificando la dicotomía naturaleza/sociedad.
Para romper con esta dinámica se hace necesario llevar a cabo una sociología simétrica
(Domènech y Tirado, 1998) en la que se reconozca que humanos y no-humanos forman
parte del mismo colectivo. Esta es, sin duda, la principal aportación de la Teoría del Actor-
Red (Callon, 1986; Latour, 1987; Law, 1994), nacida en el seno de los estudios de la ciencia
a partir de los planteamientos de Michel Serres. A pesar de constituir una teorización
enormemente compleja, si hay algo que pueda resumir de alguna manera la aportación de la
Teoría del ActorRed es, precisamente, su apuesta por una redefinición de lo que significa la
reflexión social. En lugar de seguir ampliando la fractura entre lo humano y lo no-humano, lo
social y lo natural, la Teoría del Actor-Red recupera el papel de lo tecnológico, de los objetos,
de lo natural, en las explicaciones sobre cuestiones que se han venido reivindicando como
ajenas a esa clase de elementos: las relaciones de poder, las dinámicas institucionales o la
constitución de subjetividades, por poner sólo algunos ejemplos, aparecen bajo una nueva
luz al dejar de considerarlos como procesos que única y exclusivamente tienen que ver con
humanos.
En esta línea, Serres (1994) precisamente al hablar del pliegue señala la importancia de
los objetos, de lo que no es meramente corporal y/o humano. El pliegue permite el mínimo
espacio que la vida necesita para tener lugar: "sólo habito en pliegues, sólo soy pliegues"
(Serres, 1994: 47). Para Serres, no hay vida humana sin diferencia, precisamos de un
pliegue donde retiramos, aunque sólo sea durante un pequeño lapso de tiempo. Confundidos
permanentemente en la colectividad, de ser verdaderamente animales políticos, perderíamos
nuestra condición humana. Precisamos de algo que nos permita diferenciarnos, una
membrana que nos procure un límite. Y lo que permite que aparezca la mínima diferencia es
de carácter objetual, una pertenencia, una propiedad. Al defender este planteamiento -del
que aquí no damos cuenta sino de manera muy sesgada, Serres saca a colación la vida de
vagabundos consumados, pobres de solemnidad carentes de casi todo. Y en el "casi" radica
la cuestión. Diógenes, San Francisco, Jesucristo, caracterizados por su renuncia de los bienes
materiales no pueden evitar poseer alguna propiedad, algo que no tenga nada que ver con
los demás. El tonel es la propiedad de Diógenes -tomando propiedad en su doble acepción:
aquella cosa que es poseída y atributo o cualidad esencial de una persona como la
porciúncula lo es de San Francisco o la túnica de Jesucristo.
Así, siguiendo a Serres, podemos decir que no hay vida humana sin al menos un objeto. El
pliegue mínimo aparece en la relación con un objeto. La subjetividad, en este sentido, es
siempre un dispositivo que requiere al menos de la relación con un objeto. No se puede
hablar de procesos de subjetivización sin referirse a pliegues, pero no puede hablarse de
pliegues sin referirse a lo objetual. Tal planteamiento, por otra parte, guarda coherencia con
la cosmovisión serresiana que implica en una misma red, al mundo, a los aparatos y a
nosotros mismos:
"¿Podemos decir que esta armonía es tan nueva bajo el Sol? Cuando indicaba la hora del
equinoccio y la posición, en latitud, del lugar, el eje del cuadrante solar escribía, en otros
tiempos, sobre la tierra, él solo, unos resultados que nos adjudicábamos nosotros: esa
inteligencia sutil, ¿tenemos que llamarla propia, interior a nuestras neuronas y vinculante de una
sociedad de cerebros, o remitirla a las herramientas, artificial, pues; o referirla al mundo, que
traza, automáticamente, sobre sí, la longitud sombreada de su propia luz? ¿Cuál de las tres,
cultura, técnica o naturaleza, goza de esta función? Elija si se atreve!"
(Serres, 1994: 125)
Pensar los procesos de subjetivación como pliegue implica, como hemos visto, despojar al
Sujeto de toda identidad (esencialista) y de toda interioridad (absoluta) y al mismo tiempo,
reconocer la posibilidad de transformación y de creación que dejan abierta. En otras
palabras, el pliegue nos permite pensar los procesos por los que el ser humano se desborda
y va más allá de su piel sin recurrir a la imagen de un Sujeto autónomo, independiente,
cerrado, agente... sino precisamente en base a su carácter abierto, múltiple, inacabado,
cambiante... Ahora, el problema ya no sería tanto inquirir sobre qué tipo de sujeto es
producido como plantear qué puede hacer el ser humano, qué capacidad de afectar y de ser
afectado tiene en un dispositivo concreto. Esa capacidad no es, ni mucho menos, una
propiedad de la carne, el cuerpo, la psique, la mente o el alma. Es, simplemente, algo
variable, producto o propiedad de una cadena de conexiones entre humanos, artefactos
técnicos, dispositivos de acción y pensamiento. En esta dirección van las palabras de Serres:
Modificación de los límites que nos sujetan, que nos convierten en sujetos posible en la
medida que el pliegue nos muestra un escenario diferente al que la oposición inte-
rior/exterior nos remitía. El movimiento del pliegue tiene lugar entre un adentro y un afuera
que no equivalen a un interior y a un exterior, marcando un territorio y unas relaciones
completamente distintas. Así, en la separación interior/exterior en su versión más cartesiana,
se mantienen las coerciones identitarias: sujetos y objetos aparecen encuadrados en géneros
y especies, el exterior sólido y extenso se distingue de un interior inexpugnable y aislado,
pero en todos los casos y en todas las versiones -independientemente de quién o qué esté en
uno u otro lado- esta separación nos remite siempre a lo ya existente, a lo ya conocido, en
ella todo se reconoce a la forma de lo Mismo; por eso, no sólo es una dicotomía estática sino
también estéril:
"¿Qué pasa cuando el Otro falta en la estructura del mundo? Sólo reina la brutal oposición del
sol y de la tierra, de una luz insostenible y de un abismo oscuro: -la ley sumaria del todo o
nada-. Lo sabido y lo no sabido, lo percibido y lo no percibido se enfrentan de manera absoluta
en un combate sin matices (..) Mundo crudo y negro, sin potencialidades ni virtualidades: lo que
se ha desmoronado es la categoría de lo posible"
(Deleuze, 1994: 305)
Sin embargo, el pliegue supone un movimiento que incorpora esa categoría de lo posible,
precisamente porque el pliegue permite habitar el límite que traza los bordes de lo que
somos, situarnos en una línea inestable y arriesgada, la línea del afuera, donde los contornos
de lo familiar (imaginable y representable) se diluyen en contacto con lo desconocido
(intraducible, irrepresentable), y, en palabras de Deleuze:
"llegar a plegar la línea para constituir una zona en la que sea posible residir, respirar,
apoyarse, luchar y en suma, pensar" (Deleuze, 1996: 178)
Enfrentar la línea del afuera, membrana, borde, esa zona extrañamente intermedia... ,
límite y al mismo tiempo desvanecimiento de poderes y saberes (Deleuze, 1996) que definen
lo que hacemos, pensamos y decimos, y ser capaces de plegarla para construir espacios,
pliegues, que permitan ensanchar lo que somos, darnos un nuevo cuerpo con otro umbral de
sensibilidad, de modo análogo a lo que sucede en el movimiento del aprender cuando se
entiende como posibilidad de hacer habitable la frontera donde se encuentran y transforman
lo representable y lo que aún no se conoce (Jódar, 2000). Por ello, entre el afuera y el
adentro no hay separación sino confusión, inversión, intercambio... es el afuera el que abre
un sí mismo, un adentro que no es más que el doblamiento, el plegado del afuera, plegado
que se produce cuando una fuerza se afecta a sí misma en lugar de afectar a otras fuerzas,
es decir, mediante la relación de uno consigo mismo:
“Es como si se tratara de una glándula pineal que no cesa de reconstituirse al variar su
dirección, al trazar un espacio del adentro, pero coextensivo a toda la línea del afuera. Lo más
lejano deviene interior, al trasformarse en lo más próximo: la vida en los pliegues"
(Deleuze, 1987: 158)
"si es cierto que el poder ha afectado cada vez más nuestra vida cotidiana, nuestra
interioridad y nuestra individualidad, si se ha hecho individualizante, si es cierto que el propio
saber está cada vez más individuado, formando hermenéuticas y codificaciones del sujeto
deseante ¿qué le queda a nuestra subjetividad? Al sujeto nunca le queda nada, puesto que
constantemente hay que crearlo, como núcleo de resistencia según la orientación de los pliegues
que subjetivan el saber y doblan el poder"
(Deleuze,1987: 138) (la cursiva es nuestra)
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