Tight Wad Hill - Capítulo XXII

Descargar como doc, pdf o txt
Descargar como doc, pdf o txt
Está en la página 1de 3

XXII

“Worry rock”
Relatado por Summer.

El camino al centro nunca se me había hecho tan largo. Tal vez porque
sabía que las cosas no irían muy bien cuando Billie se enterara que su madre había
sufrido una severa pérdida de memoria. Conduje lo más rápido posible, según Mike
había pasado media hora desde que se había enterado y había partido en dirección
al Hospital de Salud Mental, intenté no sobrepasar la velocidad permitida puesto
que me detuvieran para multarme no haría nada más fácil. Tuve suerte de, al
tratarse de un horario nocturno, el estacionamiento tuviera lugares vacíos. No perdí
tiempo en elegir el mejor, simplemente apagué el motor y salí en dirección a la
entrada. El de seguridad me observó desconfiado, debía tener el rostro algo
perturbado, pero la enfermera de entrada me sonrió al reconocerme. Iba muy
seguido a visitarla, es más, podría decirse que era la única que iba tantas veces.
—Señorita Burns, no la esperábamos en este horario.
—Si, lo siento —dije rápido.
Quise sonreírle de vuelta, pero sé que la mueca que intentó ser mi sonrisa
me delató. Ni bien me dirigí a los pasillos, en dirección a las habitaciones ella me
siguió, o eso creí puesto que sentí pasos detrás de mí todo el recorrido. Finalmente
llegué a la habitación correspondiente, y tomé el picaporte, esperando que la
puerta se abriera.
—Disculpe, no puede pasar a estas horas, y lo sabe.
Me volteé hacia la voz cantarina de la mujer, un poco más baja que mi
estatura, e intenté no asustarla. Si la puerta estaba cerrada significaba que nadie
más estaba en el cuarto, y tenía sentido, no era el horario de visitas. Probablemente
me sacarían pronto de esa zona.
—¿Cómo está Donna? —fue lo primero que logré preguntar.
—Está bien. Y durmiendo, eso sino la despiertas… Vamos…
Me crucé de brazos, ansiosa, me alejé de la puerta puesto que lo último que
quería era interrumpir el sueño de la señora Adams. Me quité unos cabellos
húmedos del rostro y miré a los lados.
—¿Por casualidad no ha visto a un joven…? —tuve que volver a tomar aire,
puesto que al parecer necesitaba describirlo. —De ojos verdes… y lleva el cabello
rubio.
—Oh, si, si… el muchacho que vino justo cuando ella se estaba acostando.
—¿Dónde está?
La mujer se sobresaltó ante mi tono, repentinamente desesperado, pero no
repetí la pregunta con la modulación correcta. Ya me había escuchado.
—No… no lo sé. Se fue en seguida… —a juzgar por su voz estaba
confundida. —Aunque lucía muy perturbado.
¿Lo habían dejado irse en ese estado? No quería imaginar lo que debía ser
que la mujer que te dio la vida no recuerde nada después de tu partida. Intenté
contener la impotencia que saber que lo habían dejado ir así como así, sin intentar
ayudarlo… sin darse cuenta que era el mismísimo hijo de la paciente.
—¿Él la vio?
—Si, intentó acercarse pero Donna tuvo una reacción violenta. No lo
conocía.
No lo conocía. Esas palabras me llegaron a la mente como si hubiera sido
un ladrillo golpeándome. Donna había reaccionado violentamente porque no lo
había reconocido y él se había marchado muy perturbado. ¿Podía ser peor? Sin más
le di la espalda a la mujer, estaba demasiado ocupada preocupándome aún más
que antes. Antes de que pude notarlo no solo había cruzado todo el
estacionamiento, sino que estaba en el auto con el motor encendido. No había
rastros de él… ¿Dónde se habría ido? Solo se me ocurrió un solo lugar. Quizás al
que hubiera ido yo después de estar cinco años lejos. Conduje hasta los suburbios,
intentando evitar la zona donde solía vivir con mi padre y encontrar recuerdos que
no quería de vuelta. Cuando ya estaba en la calle donde la casa de Donna se
encontraba aminoré la marcha repentinamente, tanto que debí sostenerme del
volante para no golpearme el rostro. ¿Por qué diablos lo buscaba? ¿Por qué diablos
me tenía que importar? Sin embargo, antes de poder seguir atormentándome con
preguntas divisé su auto, al frente de su casa, inhabitada. Pasé despacio junto al
automóvil, para aparcar el de Mike delante. Me bajé tras mirar por el espejo
retrovisor, sin ver movimiento detrás. Cuando me acerqué una vez más supe que
algo no estaba bien, puesto que no se movía, ni siquiera cuando golpeé la
ventanilla.
Poco sería decir que entré en pánico al ver que estaba inconciente. Mis
dedos estaban tan tiesos que me costó llamar al 911 más de lo que debería. Tuve
que romper la ventana del asiento del acompañante para así poder abrir el auto y
revisarlo, ya que la ambulancia parecía tardar horas. Supe que estaba vivo porque
sentí su pulso, débil, pero allí estaba. Encontré un frasco, de lo que parecían ser
tranquilizantes, vacío junto a la botella de cerveza en el mismo estado. Si no
hubiera sido porque estaba asustada y no podía dejar de llorar lo hubiera golpeado.
Que idiota (y seguiría mi lista de adjetivos) había sido. Me costó mantener mi
mirada clara, libre de lágrimas, para conducir hasta el Hospital, pero lo logré.
Estuve horas y horas allí, en la sala de espera, sin noticia alguna y al borde de un
ataque de nervios. Recordé que no había llamado a Mike y que probablemente
estaría preguntándose donde rayos me encontraba o si había pasado algo, por lo
que me acerqué al teléfono público junto a la recepción. Marqué los números con
dificultad, me temblaban las manos.
—Mikey…
—¿¡Summer!? ¿Dónde estás? ¿Qué ocurrió? ¡¿Estás bien?!
—Una pregunta a la vez… —murmuré.
Me aparté el teléfono de la oreja, ante sus gritos y me refregué la frente,
apoyándome en la pared, con mis ojos cerrados. Hice una pausa, en la que él repitió
las preguntas en tono más bajo. Le comuniqué todo lo ocurrido, tan tranquila como
me fue posible. Antes de cortar la comunicación me avisó que iría lo más rápido que
podía. Supe que le llevaría algo de tiempo, porque debía dejar a Jane con alguien a
su cuidado, y ese alguien siempre solía ser yo. Volví a la sala de espera, dispuesta a
sentarme para tranquilizarme, cuando el médico salió por la puerta. Estudié su
expresión con cuidado, temiendo lo peor. Pero no fue así. Me dijo que estaba
estable. Lograron lavarle el estómago de aquellos calmantes en exceso. Me explicó
lo sucedido, ante los resultados de los análisis, aunque claro, con palabras más
difíciles. Al final me preguntó si quería pasar, aún estaba dormido, pero no tenían
seguridad de cuando podría despertar. Si en unas horas o días.
Verlo en una camilla de hospital, inmóvil y con suero, me debilitó las
piernas. Me quedé en el umbral de la puerta por largo rato, sin atreverme a
observarlo de cerca. Nuevamente sentí mis ojos húmedos. No estaba triste, quizás
lo estaba, pero en ese momento sentía rabia, mucho enojo que me impedía
compadecerme con el que estaba durmiendo. Tardé cinco minutos en hacer los
cinco pasos que me separaban de él, y aún así mantuve distancia de la cama.
Recorrí su cuerpo con la mirada, cubierto por las sábanas y finalmente reparé en su
rostro. Estaba pálido, aún más de su usual color blanco, haciendo remarcar aún más

2
las ojeras alrededor de sus ojos. Me cubrí la boca para que mi llanto no se hiciera
audible. Negué, estirando mi mano hacia la de él, quieta junto a su cuerpo, pero no
pude tocarlo. No quise hacerlo. Me dolía aquella cercanía sin tocarlo. Finalmente
rocé apenas nuestros dedos, y eso me hizo sentir una especie de descarga eléctrica
en el borde de la piel. Me sobresalté cuando la puerta se abrió, y aparté mi mano
antes de girarme para encontrarme con el rostro agitado de mi mejor amigo. Fue
cuando mi sollozo interrumpió el silencio y me apresuré al encuentro con Mike,
quien aún no había entrado a la habitación. Me arrojé a sus brazos, abrazándolo
con fuerza y hundiendo mi cara en su pecho, sin temer por llorar como un bebé.
Necesitaba sus brazos alrededor mío, necesitaba sentir un contacto que me hiciera
sentir bien y no me quemara como el de hacía segundos lo había hecho.
Lo necesitaba o me iba a derrumbar de una vez por todas.

También podría gustarte