El Neurótico Obsesivo
El Neurótico Obsesivo
El Neurótico Obsesivo
El neurótico obsesivo, es aquel que, en este siglo de las luces, llega a declarar
su homosexualidad para desembarazarse así de la responsabilidad de
enfrentar a una mujer. Es también aquel que se glorifica con el descubrimiento
de su parte femenina, probando de este modo que puede tratar con las
mujeres, no como un hombre, sino realmente de igual a igual.
¿Cómo se desarrolla pues esta historia? Una mujer cuyo marido no la satisface
coloca a su hijo en la obligación de volverse hombre. El padre, que se percata
de ello, reacciona en forma hostil. No dejara de humillar y avergonzar a ese
hijo demasiado próximo a su madre. Se las arreglara para demostrar el
carácter fraudulento y ficticio de sus tentativas para comportarse como un
hombre. El padre está en efecto bien ubicado para saber que la masculinidad
del hijo no es más que puro semblante. En la medida en que esta masculinidad
solo pudo serle enseñada por su madre, ante los ojos de los hombres carece de
valor. Esta situación puede convenirle muy bien a un padre que olvida tanto a
su mujer. No hay nada que temer si su única competencia es un hijo que se
divierte en jugar un papel. La reacción de un padre con respecto a un hijo que
le ha hurtado algo es muy diferente. La hostilidad del padre del obsesivo pasa
por una afirmación de la autoridad paterna, pero esa afirmación solo oculta la
delegación más fundamental de su responsabilidad. El padre que se burla de
su hijo por estar demasiado cercano a su madre, interviene ahí demasiado
tarde, a la ligera. Si hubiese actuado como padre hace mucho que se hubiese
interpuesto entre la madre y el hijo. Pero esto sería alentar al hijo a desarrollar
una identidad masculina y esto es lo que el padre en cuestión no quiere, lo que
no puede aceptar.
Los obsesivos están a menudo en excelentes términos con su madre y se
muestran particularmente sensibles a las exigencias de las mujeres, sobre todo
cuando estas mujeres se presentan como fuertes, agresivas y controladas. La
intimidad asexuada que encuentran junto a ellas no es a menudo más que una
protección eficaz contra su propia agresividad erótica respecto de las mujeres.
Los obsesivos están al mismo tiempo en búsqueda del padre. Lo que le piden a
los hombres que para ellos representan a los amos es una autorización
permanente. A lo que aspiran con tanto fervor, es a ser aceptados en tanto que
hijos de tales hombres. Los obsesivos solo pueden correr el riesgo de substraer
algo de un padre y suponen que a fuerza de paciencia, esto les será brindado
como recompensa, por sus buenos y leales servicios y por su renuncia al deseo
por las mujeres.
Los obsesivos rumian sin cesar, como para ampararse de todo pensamiento de
robo, de agresión, de castigo; pensamientos poco convenientes para un hijo
modelo que, si se inmiscuyen en la conciencia del obsesivo, se ven
inmediatamente expulsados de ella. Le es necesario pues, para asegurarse de
la eficacia de sus esfuerzos, reclamar la aprobación y la invalidación constante
de su posición de hijo modelo. Puede llegar a creer que está demasiado
vinculado con su madre, que es esta vinculación lo que lo ha vuelto tan
afeminado, incluso homosexual latente, pero esto no es más que un señuelo.
Lo que el obsesivo busca es la confirmación de su posición subjetiva que lo
aliviará de la responsabilidad de enfrentar a una mujer e incluso la
responsabilidad de tomar la mujer de otro, de un padre o de un hermano. Su
etiqueta, el obsesivo no la debe al hecho de ser obsesivamente limpio o
compulsivo en sus hábitos, sino más bien al hecho de mostrase obsesionado
por pensamientos relativos a una mujer, a una mujer perfectamente
inaccesible, ya sea que ella rechace sus avances moderados, ya sea
simplemente que pertenece a otro hombre. El obsesivo puede creer que quiere
poseer a esa mujer, pero en cuanto la ocasión se presenta, no la tomará. En
lugar de esto, la ama, tan discretamente como sea posible, a distancia.
Inmortalizando en su espíritu la imagen ideal hasta el punto en que ella
acapara todos sus pensamientos. Ella es todo para él. Es la mujer, que reúne
en si a todas las otras, a las otras que palidecen por insignificantes ante su
brillo. Campeón de la mujer, aspira ante todo a protegerla, no del modo en la
que un hombre protege a su familia: el obsesivo quiere proteger a la mujer de
los estragos ocasionados por los otros hombres. Estima, por otra parte, que
será recompensado con el don de su amor, con ese amor precisamente
revestido del poder de librarlo de sus tormentos, de librarlo de su obsesión.
Está en su poder el hacerlo nacer a la vida, el de devolverle su integridad, el de
llenar su vida de sentido. Y él, sin ella, se siente muerto, un zombi.