Zaratustra y Jesús
Zaratustra y Jesús
Zaratustra y Jesús
1. A modo de introducción.
Somos habitantes del crepúsculo. Somos seres del atardecer, donde parece que el viejo sol
muere arrastrando consigo toda verdad y seguridad que eran útiles a la vida moderna. Hasta
aquí, el viejo Nietzsche esboza una sonrisa de satisfacción quizás, puesto que se vislumbra
en esta manera de estar, su profecía... Pero, incluso llegando a asumir el aspecto más
afirmativo de su anuncio, el aspecto creador y liberador, donde podemos configurar
nuevamente las reglas de nuestra interpretación siempre provisoria del universo; digo,
incluso tomando gustosamente esta invitación a la creación, es que me interesa tener aquí
en cuenta y confrontar la singularidad de un hombre como Jesús con las cuestiones que
abre la temática de la subjetividad en el Zaratustra nietzscheano...
Tal ejercicio me sirve personalmente para reflexionar la posibilidad y los límites de una fe
genuina en Jesús después de Zaratustra y con Zaratustra. Porque indefectiblemente muchas
de las críticas nietzscheanas al modo de ser cristiano dan en el centro y duelen con el dolor
de la verdad...
Se hace patente, desde la primera expresión del prólogo de “Así habló Zaratustra”, que la
figura de Jesús, traslucida en los escritos y tradición cristianos, es la que genera fuertemente
en Nietzsche una especie de reacción ambivalente, de rechazo y atracción. Por un lado
Zaratustra es el anticristo, el que desfundamenta, el que no sólo se contenta con la
proclama de una revolución de algún tipo, sino que señala el vacío del universo, el
profundo sinsentido que sostiene todo lo físico, lo biológico, lo cultural y espiritual… es
decir… todo lo humano. Por otro lado Zaratustra es quien anuncia una eternidad que
adviene y anhela, una religio como gran mediodía, suspensión del engañoso y pesado círculo
de la creación/destrucción. Esta ambivalencia es constantemente recorrida en un tránsito
que no toca ninguna de las dos orillas de lo inmanente/trascendente:
1
Cacciari, M., “Concepto y símbolos del eterno retorno”, en Desde Nietzsche, tiempo, arte, política. Pág. 134.
Buenos Aires, Biblos, 1994.
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“(…) Luego un hombre luchó con él hasta el amanecer. Este, viendo que no lo podía vencer, le dio un golpe a Jacob
en la ingle, mientras luchaban, y le dislocó la cadera.
Dijo el hombre: „Suéltame, mira que ya amanece‟. Jacob contestó: „No te soltaré hasta que me hayas
bendecido‟. El otro preguntó: „¿Cuál es tu nombre?‟ Y él respondió: „Jacob‟. „En adelante ya no te llamarás Jacob,
sino Israel, o sea Fuerza de Dios, porque has luchado con Dios y con los hombres y saliste vencedor‟.
Jacob le dijo: „Dime ahora tu nombre‟. El le contestó: „¿Para qué quieres saberlo?‟, y dio allí mismo la
bendición a Jacob.
Jacob llamó a aquel lugar Panuel, es decir, Cara de Dios. Pues decía: Vi la cara de Dios y me salvé. Al
amanecer, cojeando, dejó este lugar.”
Leo aquí la lucha necesaria y vital de todo existente humano con Dios y contra Dios. La
vivencia íntima de una confrontación con lo que es y significa basamento, autoridad,
misterio y trascendencia como límite y consuelo absoluto del anhelo humano. En el medio
de la noche se entabla este combate, y pocos tienen quizá el privilegio de salir vencedores
de sus propios arkhaí opresivos y omnipresentes: Padre/Madre, Patria, Dios,
Estado/Mercado, Valor en general… seguridades de todo tipo y color, ídolos que sostienen
y a la vez engañan, que abrazan y a la vez constriñen. Pocos pueden luchar hasta la aurora,
arrancar una bendición al Otro y dejar cojeando el lugar donde se habían acomodado.
¿Quién puede ver la cara de Dios y salvarse? Hubo un hombre que supo del temor hebreo
de la visión del rostro de Dios: sostener la mirada sobre el Abismo de la existencia, sobre la
Nada. ¿Quién puede soportar un pensamiento abismal?
De esta incapacidad para sostener la mirada sobre el abismo nace la búsqueda del hombre
por poseer: conocer el Nombre. La lucha en la noche como alegoría de una Nada profunda
que se abate en torno de nuestra finitud y precisamente para mostrarse como Nihil es que
se niega a dejarse nombrar (poseer, apropiar): el existente humano no puede aferrar el
Misterio… (Sólo luchar contra Él, en la opción de un ateísmo que sería “anti-teísmo”
consecuente, o sumergirse en Él, en la opción de un místico. En todo caso, ambos
trascienden lo meramente religioso como convención, como ligazón exterior que en
definitiva ata). Aquí es Dios quien re-nombra, quien se re-apropia nombrando al hombre
que lo ha vencido, es decir, que ha tomado su propia fuerza. Hacer caso de la voz más
íntima para decir una palabra creadora, ésa ha sido la fuerza fruto de la lucha de Nietzsche.
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Comenzamos esta historia, entonces, mirando a un Vencido. La muerte de Dios, como dice
Cacciari, constituye sólo el principio de la reflexión nietzscheana que había sido anunciado
por otros, específicamente por el cristianismo y aún antes ya en los mitos americanos o
egipcios donde la desaparición divina era requisito para la supervivencia del cosmos:
El sacrificio del dios crea o renueva la existencia del hombre, tiene siempre valor
cosmogónico. Para que sea auténtica Renovatio es necesario que el viejo orden llegue a su
fin, a su Último, pueda ser radicalmente exterminado. El gesto extremo de esta annichilatio
consiste justamente en el asesinato del dios –condición suprema del renovarse cósmico.
Por lo tanto, el anuncio de la muerte de Dios quiere significar que aquí un Orden ha
llegado a su último día, que un entero Año se ha consumado. Pero quiere significar,
también, que este sacrificio crea, que está muy lejos de ser reductible a su inmediato sentido
nihilístico, que implica una auténtica Renovatio.2
La otra cara de esta aniquilación divina es la misma disolución de lo humano que se había
edificado en función de las jerarquías sacralizadas por un trasmundo que oficiaba de centro
ontológico/político regulador de todos los sentidos de la vida humana y el acontecer
cósmico. Esto también muestra que Dios había sido creado a imagen y semejanza del
hombre. Cuando se pone en jaque un Discurso legitimador que reposa sobre
sustancializaciones de relaciones de opresión, la estructura de poder humana se resiente. El
ídolo que muere es el reflejo de la disolución del hombre:
(…) Más que la muerte de Dios –o más bien, en el surco de esta muerte y de acuerdo con
una profunda correlación con ella-, lo que anuncia el pensamiento de Nietzsche es el fin de su
asesino; es el estallido del rostro del hombre en la risa y el retorno de las máscaras; es la
2
Cacciari, M., “Concepto y símbolos…”. Pág. 115.
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dispersión de la profunda corriente del tiempo por la que se sentía llevado y cuya presión
presuponía en el ser mismo de las cosas; es la identidad del Retorno de lo Mismo y de la
dispersión absoluta del hombre.3
3. La subjetividad cuestionada.
3
Foucault, M., “Las palabras y las cosas”. Pág. 373-374. Madrid, Siglo XXI, 1999.
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es entonces como un asistir al darse del evento, abrir la mirada a la existencia sin esencia.
Sacudirse el espíritu de la pesadez es mirar directamente a los ojos de la nada, cortando los
amarres de lo conceptual. No ya definición, no ya metáfora: pulsión de vida y de muerte,
silencio de los doctos, contemplación muda, escucha:
Dices „yo‟ y estás orgulloso de esa palabra. Pero esa cosa más grande aún, en la que tú no
quieres creer, - tu cuerpo y su gran razón: ésa no dice yo, pero hace yo.5
Y ya se vislumbra la llegada de una nueva psicología, anunciando energías que están por
detrás de lo consciente y representativo, y que a la vez sostienen y empujan con su pulsión
caótica la disposición lineal, conceptual y discursiva del Ich:
4
Hesse, H., “Siddharta”. Pág. 152. EMU, México, 1982. La negrita es mía.
5
Nietzsche, F., “Así habló Zaratustra”. Pág. 60. Madrid, Alianza, 2007. (Por razones de economía, en adelante citaré
como “AHZ”).
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6
Nietzsche, F., “Más allá del bien y del mal”. Pág. 27. Buenos Aires, CEC, 2007.
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Nietzsche se refiere a la soledad, no como “sí mismo” individualista, sino como “ Selbst”, una mismidad que es
cuerpo (Capítulo de los despreciadores del cuerpo). La soledad es pérdida de sí mismo como pequeña razón, lo que
involucra des-subjetivación, desencialización del modo de ser humano. También es una irrupción de la diferencia, ya
que la corporalidad (reflejada en el águila y la serpiente) es pluralidad de fuerzas. Así, el ultrahombre es figura de la
alteridad. El Selbst, al ser una pluralidad, muestra que lo “en sí” ya es “fuera de sí”, exposición.
8
La filosofía del riesgo es perspectivista, entendiendo el perspectivismo como actitud filosófica, no como una verdad
o contenido a sostener. Esta actitud se contrapone a la mirada sinóptica de la filosofía tradicional; también hace un
uso ficcional de los conceptos para llevar a cabo su crítica a la metafísica. La tradición metafísica está caracterizada
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Hay muchas cosas pesadas para el espíritu, para el espíritu fuerte, paciente, en el que habita
la veneración: su fortaleza demanda cosas pesadas, e incluso las más pesadas de todas. […]
Con todas estas cosas, las más pesadas de todas, carga el espíritu paciente: semejante al
camello que corre al desierto con su carga, así corre él a su desierto.9
por la figura del Sol, que remite a la tradición platónica, a la idea de conocimiento, legalidad, visión, dación de vida,
paternidad, heliotropismo… Este centro metafísico (el sol) necesita de Zaratustra para ser, por lo tanto, no es
absoluto. Con esto se señala que el Fundamento tiene carácter de creado, como un ídolo; y así, el ocaso, la muerte y el
tránsito deben ser también del Sol. Todo lo que se hunde en Zaratustra es lo que forma parte del Fundamento.
9
Nietzsche, F.; AHZ. Págs. 49-50.
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Las cosas están en el mundo exterior y son como la fiesta de la creación realizada por el
dios, pero no son el dios mismo. Con la privación del mundo exterior, el creyente se
„hartará‟, o sea que se „abrirá la flor‟ porque encontrará la riqueza divina en su interior, por
decir, en su alma, cuando se retrae como un huancaquilli o asceta.10
¿En qué radica la provisoriedad de tales askesis para Zaratustra? ¿Cuál es su “peligro”? Ser
camello sería como un estadio a ser superado, primero por el reconocimiento de que no se
trata de una identidad como modo de “ser/presencia” y por lo tanto, susceptible de ser
“dejada atrás” al modo de un objeto, como un escalón más, sino más bien como una
manera de estar en el mundo, de situarse dentro de la existencia. El camello forma parte de
un modo de estar en el mundo, aún en Zaratustra, y es precisamente superado cuando se
advierte que su modalidad siempre se encuentra en el sujeto, si se quiere mínimamente
como una “tendencia a la askesis”. Otro aspecto que involucra a esta superación tiene que
ver con el peligro que entraña la askesis cuando es vivenciada como voluntad de quiebre
con la vida, con la tierra. Ese sería el movimiento anti-religioso de la askesis, su paradoja:
buscando religarse a un dios se desliga del mundo y pierde la vida.
Por otro lado, la idea de transformaciones de figuras de la subjetividad aporta la noción de que se
trata de fases de un proceso, de un peregrinar, de un siempre partir; y esto sólo se logra,
como modo de ser/estar en una geo-fisiología determinada, con la experiencia del desierto y
por su vivencia más plena, que lleva a otra metamorfosis:
Pero en lo más solitario del desierto tiene lugar la segunda transformación: en león se
transforma aquí el espíritu, quiere conquistar su libertad como se conquista una presa, y ser
señor en su propio desierto.11
Ahora el espíritu se asemeja a aquel Jacob que lucha con su dios. Como resultado de la
lucha más solitaria, la que se juega en el desierto más terrible que es la misma condición
humana, puede el espíritu transformarse, por la propia lucha y por mirar en el abismo el
rostro del dios. El abismo aquí significa libertad para crear, para decir no al propio dios.
Aquí se abre el espacio de la fuerza como proyección, como tensión que irrumpe en el
10
Kusch, R.; “América Profunda”. Pág. 78. Buenos Aires, Biblos, 1999. Similares expresiones o posturas místico-
existenciales se encuentran en subjetividades budistas y taoístas, donde la askesis es camino de encuentro con el dios.
11
Nietzsche, F., AHZ. Pág. 50.
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mundo en tanto condición de posibilidad de toda creación que se pretenda tal: para realizar
efectivamente una obra nueva es preciso abandonar lo dado y encontrar la libertad
requerida, esto es, la fuerza de voluntad creadora. El león es metáfora de rompimiento, de
violencia necesaria para sacudirse la carga del camello, esto es, el arsenal de tradiciones
culturales y metafísicas que resultan en un mandato interno disfrazado de verdad12 asumida
libremente, incluso la verdad de la propia huida al propio desierto, de la propia purificación.
Sólo se encuentra verdad, parece decir Nietzsche aquí, en tanto se es capaz de desgarrar en
uno mismo las convicciones más profundas y heredadas que llegaron a ser un peso para
nuestro camino. Y para eso se necesita violencia, tensión. Este es el límite a la presión de la
totalidad sobre el espíritu, la primera acción pura de libertad. Hasta aquí llega quien puede
reconocer que su dios, al serle impuesto y entonces haberse transformado en una carga, ha
devenido en demonio:
Valores milenarios brillan en esas escamas, y el más poderoso de todos los dragones habla
así: „Todos los valores de las cosas- brillan en mí‟.13
La carga de la tradición que el camello aceptó y veneró es la carga que se vuelve una masa
informe por la destrucción del león, y se convierte en nuevo material para una nueva
creación, que es prerrogativa de la próxima figura: el niño.
La fuerza creativa, la libertad propia del niño es la única que puede verdaderamente dar
lugar a nuevos valores porque ya el valor es fingido, es vivido como ficción. Cuando el niño
juega es capaz de exorcizar sus propios miedos y angustias, de condensar su potencial
creador, de diseñar su propia lógica, de definir reglas y al momento, de desplazar ese juego
por otro. Ésta es la virtud que se anuncia en el Zaratustra:
Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por
sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí.14
El juego involucra más que el ejercicio de la intelectualidad; moviliza todas las fuerzas de
quien juega. Jugar es crear y el crear más genuino es arte. No se trata de esteticismo o
12
Creo también encontrar en el león por lo menos la figura del impulso científico, que se desprende de la
interpretación religiosa del mundo y destruye todo lo que no puede palpar. Es la actitud crítica del estudioso cuya
energía fluye desde su cabeza y, dentro de su cabeza, desde el polo de su razón analítica, donde el signo de la
negación puede incluso valer para todo su lenguaje: “Crearse libertad y un no santo incluso frente al deber: para ello,
hermanos míos, es preciso el león.” (Nietzsche, F., AHZ. Pág. 51).
13
Nietzsche, F., Ibid. Pág. 50.
14
Nietzsche, F., Ibid. Pág. 51.
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tecnicismo alguno, sino del arte como pasión que lleva a la doble metamorfosis del creador
y de su criatura, como una danza entre quienes juegan y el jugar mismo. El fruto más puro
de todo juego auténtico es el placer, la risa que nace del espíritu del niño-artista-filósofo15.
El material con el que juega/crea el filósofo del futuro son los valores, que a esta altura han
perdido su pesadez, los condicionamientos que los ligaban a la representación metafísica
tradicional y se han tornado “moldeables”, lo cual significa que su valoración en tanto
buenos o malos sólo tiene un precario sentido mientras el juego se sostiene, es decir, mientras
sirve a la vida de quienes juegan. Éste es el movimiento creador de un pensar que asume el
riesgo de no aferrarse a determinaciones últimas que engendran esquemas jerarquizantes y
piramidales, sino que fluctúa junto a un devenir intuido como “red de redes” cuyos nodos
son formaciones de poder con diversos grados de estabilidad. Ya no hay un único centro
neurálgico en tal sistema, sino la multiplicidad de pulsiones configurando una sinfonía
inconclusa y tensa.
4. Decisión de vida.
– Pero el pastor mordió, tal como se lo aconsejó mi grito; ¡dio un buen mordisco! Lejos de
sí escupió la cabeza de la serpiente: - y se puso de pie en un salto.-
Ya no pastor, ya no hombre, - ¡un transfigurado, iluminado, que reía!17
15
“El filósofo artista crea valores otorgando un sentido al „nihil‟ porque reconoce que el nihil de la falta de para qué
(télos), causa y orden del mundo, no puede ser vivido sin más por el hombre, que necesita falsificar.” Cragnolini, M.,
en “Nietzsche, la moral y el nihilismo” Cuadernos de ética, nº9 (Junio de 1990). Pág. 17.
16
El tiempo pensado como duración circular que por esto retorna indefinidamente es aquel del cual habla el espíritu
de pesadez, el enano-demonio al que Zaratustra se opone. La Eternidad de la que habla Zaratustra es el instante
creador que indefinidamente retorna porque indefinidamente la creación es “tirada de dados”, puesta en juego de una
decisión de vida.
17
Nietzsche, F., AHZ. Pág. 228.
11
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Cuando Zaratustra tenía treinta años abandonó su patria y el lago de su patria y marchó a
las montañas. Allí gozó de su espíritu y de su soledad, y durante diez años no se cansó de
hacerlo. Pero al fin su corazón se transformó, -y una mañana, levantándose con la aurora,
se colocó delante del sol y le habló así:
„¡Oh gran astro! ¡Qué sería de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas!
Durante diez años has venido subiendo hasta mi caverna: sin mí, mi águila y mi serpiente tú
te habrías hartado de tu luz y de este camino.
Pero nosotros te aguardábamos cada mañana, te liberábamos de tu sobreabundancia y te
bendecíamos por ello.‟20
18
Las diversas formas de poder que se configuraron en los ámbitos institucionales desde los siglos que vieron
desarrollarse lo que hoy conocemos como Occidente, ejercitaron su lógica propia, la de la imposición, en todos los
ámbitos de la vida (tanto humana como no-humana) y de la materia. Si nos expresamos en dualidades, el poder es
violencia exterior, en las formas de lo institucional/cultural, e interior, en la forma de concepciones del mundo y de
la existencia que van desde los presupuestos metafísicos hasta las manifestaciones psicológicas e ideológicas.
19
“(…) El concepto es propiamente capturar-comprehender el tiempo. Contenido del acto del begreifen, del Begriff,
es el devenir. Lo que en el discurso se quiere sacar-superar es el devenir, el puro devenir de las cosas que se
manifiestan en el tiempo. El concepto se alimenta del tiempo: su trabajo consiste precisamente en el asumir el
problema del devenir y capturarlo, fijarlo, „formarlo‟. Que el devenir sea trabajado hacia la forma del ser, que el
devenir deba ser estabilizado en esta forma, subsumido en ella, y así programable-anticipable, esto no expresa más que
la esencia misma de la voluntad de poder del discurso metafísico.” (La negrita es mía). Cacciari, M., “Concepto y
símbolos…”, Op. Cit. Pág. 101.
20
Nietzsche, F., AHZ. Pág. 31.
12
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5. Zaratustra y Jesús.
21
Zaratustra (y también Nietzsche) cuenta que habiendo soñado que era guardián de la puerta del castillo de la
muerte, sintió un viento rugiente que “(…) arrojó hacia mí un negro ataúd: Y en medio del rugir, silbar y chirriar el
ataúd se hizo mil pedazos y vomitó miles de carcajadas diferentes. Y desde mil grotescas figuras de niños, ángeles,
lechuzas, necios y mariposas grandes como niños algo se rió y se burló de mí y rugió en contra mía.” Nietzsche, F.,
AHZ. Pág. 199.
22
“Ya no pastor, ya no hombre, - ¡un transfigurado, iluminado, que reía!...” (Nietzsche, F., AHZ. Pág. 228).
13
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23
“El problema que yo presento aquí no es el de qué es lo que la humanidad debe realizar en la serie de las criaturas
(el hombre es un fin), sino el del tipo de hombre que se debe educar, que se debe querer como el de mayor valor,
como más digno de vivir, como más cierto del porvenir.
Este tipo altamente apreciable ha existido ya muy frecuentemente; pero como caso afortunado, como una emoción,
no fue nunca querido. Acaso, por el contrario, fue querido, cultivado, obtenido, el tipo opuesto: el animal doméstico,
el animal de rebaño, aquel animal enfermo que se llama hombre: el cristiano…” (La negrita es mía). Nietzsche, F.,
“El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo”. Pág. 14. Debate, Barcelona, 1998.
24
Nietzsche, F., “El Anticristo” Op. Cit. Pág. 121.
14
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Entonces, parecería que la persona de Jesús por lo menos se desdobla en la imagen del
“Ungido” (Jristós, ), esto es, la divinidad en lo humano y por lo tanto
portadora de todos los atributos decadentes que Nietzsche denuncia; y en el “tipo
psicológico”, si es posible hablar así, que habla más bien de una persona muy cercana en un
sentido a la figura nietzscheana del “espíritu libre”:
Con una cierta tolerancia en la expresión podríamos decir de Jesús que era un „espíritu
libre‟, rechazaba todo lo dogmático…25
Si yo comprendo algo de este gran simbolista es el hecho de que tomó como realidades,
como „verdades‟, únicamente las realidades interiores, que comprendió todo lo demás, todo
lo que es natural: el tiempo, el espacio, la historia, como signos, como ocasiones para
imágenes.26
Mientras que la primera caracterización es entendida por Nietzsche como una “pintura
eclesiástica”, la segunda es la presentación de un Jesús cuya fuerza radica en la convicción
interior más allá de cualquier verdad establecida institucionalmente (sagradamente). Su
fidelidad al propio daímon es fuente de su profunda responsabilidad y donación de sí. Tal
convicción, dice Nietzsche, no le permite ni siquiera confrontarse, puesto que su realidad
íntima es ya la del “Reino de Dios en nosotros”, vivenciada como una beatitud y dulzura en
25
Nietzsche, F., Ibid. Pág. 74.
26
Nietzsche, F., Ibid. Pág. 78.
15
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27
Nietzsche, F., Ibid. Pág. 81.
28
“Llegado el mediodía, se oscureció todo el país hasta las tres de la tarde, y a esa hora Jesús gritó con voz fuerte:
„Eloí, Eloí, ¿lamá sabactani?‟, que quiere decir: „Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?‟.(…) En seguida
la cortina del Templo se partió en dos, de arriba abajo, y el capitán romano que estaba frente a él, al ver cómo había
expirado, dijo: „Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios‟.” Marcos, 15, 33-34, 38-39. Biblia latinoamericana.
Ed. Paulinas, Buenos Aires, 1994.
16
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La experiencia más genuina parece ser la experiencia humana de la Nada. Hasta aquí
solamente podemos acompañar, sin ninguna fe fácil, su camino. Hasta aquí solamente
puede llegar Zaratustra. Asistimos aquí nosotros, como habitantes del crepúsculo de los
ídolos, al lado plenamente trágico de Jesús, que ve derrumbarse su suelo más firme, su
seguridad más íntima, abriéndose un abismo de sinsentido por debajo de toda su obra y su
vida, por debajo de su mismo ser:
Lo cierto es que, de repente, todas las luces se apagaron en el cielo de Jesús, como cuando
se produce un eclipse total. La desolación extendió sus alas grises sobre el páramo infinito.
A su derredor, de horizonte a horizonte del mundo, nada se veía, nada se oía, nadie
respiraba. La ausencia, el vacío, la confusión, el silencio y la oscuridad se abatieron de
improviso sobre el alma de Jesús como fieras implacables. ¿La nada? ¿El absurdo?
¿También el Padre estaría entre la masa de los desertores?29
Es en el anhelo donde se encuentran Jesús y los Untergehende, los que caminan hacia su
ocaso, verdaderos declinantes. Ambos van hacia su ocaso en vistas a algo más por venir. La
diferencia es que, en el anhelo de Jesús el lugar del Adveniens está pleno de la presencia del
Padre y su venida en la persona del Espíritu, mientras que en los Untergehende hay un anhelo
hacia lo indescriptible, lo inactual, el Übermensch. Parece que el polo de atracción no es el
mismo aunque la actitud de donación/declinación sea compartida. Por esto el encuentro es
philoxenía, comunidad de los perfectamente diferentes, amistad estelar en pos de un anhelar.
La donación del crucificado es la declinación de la propia esperanza tal como deben vivirla,
aunque en distinta figura, quienes anhelan el Übermensch, sin confluir en un mismo Mar ya
que su relación es siempre pólemos, tensión contraste: ambos aman alejarse y escucharse sin
juzgar.
El impulso del Übermensch es la mirada hacia lo adveniente, una utopía que consista en un
reconocimiento, por la diferencia, de quienes se saben otros. La soledad de los extranjeros,
de los sin patria, errantes del pensamiento y transitoriamente ajenos; ésa soledad es la que
brinda encuentro por encima de toda simple fusión o uniformidad. A bordo de naves
diferentes, pueden acercarse peligrosamente para celebrar, trágicos y sonrientes, por un
momento su fiesta, los tripulantes de Zaratustra y los pescadores de Jesús.
6. Epílogo.
29
Larrañaga, I. “Muéstrame tu rostro.” Págs. 73-74. Ed. Paulinas. Buenos Aires, 2000.
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Buscando dar cuenta de subjetividades disímiles en una misma persona que puedan tomar
lo mas auténtico del planteo nietzscheano, disociamos a un Jesús como figura del poder en
sus formas más perversas e instituidas por una moral medieval/moderna que subyuga todas
las manifestaciones de lo terrenal en virtud de un más allá lleno de crueldad, de este otro
Jesús hombre de los márgenes, caminante de senderos no tolerados por el Centro
político/religioso de cualquier escena humana, eco del grito de los excluidos en todos los
sistemas geográficos, étnicos, de género, económicos, políticos, intelectuales y religiosos.
Siempre peregrino, extraño para familiares y compatriotas, el Jesús xénos termina su camino
fuera del espacio sagrado de la ciudad (espacio político), suspendido entre dos
condenaciones: una política, sentenciada por un poder imperial que lo aniquila por
sedición, y otra religiosa, celosa de su paso auténtico cercano a la vida de carne y sangre de
los hombres para los cuales el centro espiritual se había tornado hostil. Este hombre se
deshace constantemente de cualquier caracterización (personaje) impuesta por su cultura:
condición social (carpintero), liderazgo religioso-político (Mesías), espectáculo para las
masas (curandero/milagrero). Lo único que constituye su propiedad es saberse impulsado
siempre más hacia fuera de sí, como un hijo anhelante. Ésta es su blasfemia y su don:
Aquí lo inaudito consiste en el hecho de que Dios se revela propiamente a sí mismo como
extranjero: „Fui xénos, y me acogisteis‟ (Mateo 25, 35), fui hostis y me hospedasteis. Así se
presenta Él, como extranjero, como el disímil, y llama a ser reconocido en ese aspecto, no a
pesar de él. Él se re-vela, por tanto, en el sentido literal del término: se muestra justamente
en el aspecto del Otro.30
30
Cacciari, M. “El Archipiélago” Figuras del otro en Occidente. Pág. 146. Eudeba.
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- Cacciari, M.:
“Concepto y símbolos del eterno retorno”, en Desde Nietzsche, tiempo, arte,
política. Biblos, Buenos Aires, 1994.
“El Archipiélago” Figuras del otro en Occidente. Eudeba.
- Foucault, M., “Las palabras y las cosas”. Siglo XXI, Madrid, 1999.
- Nietzsche, F.:
“Así habló Zaratustra”. Alianza, Madrid, 2007.
“Más allá del bien y del mal”. CEC, Buenos Aires, 2007.
“El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo”. Debate, Barcelona,
1998.
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