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LIBROACIENMANOS

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Cuentos a cien manos

Editor: Francisco Centeno Osma


Diseño de portada: Oscar Muñoz Tapias

Impreso en Colombia
Diciembre 2004
ÍNDICE

Prólogo
Todos los cuentos del mundo /

Los tres deseos /


Paleta de colores /
Un hombre malo /
La parábola /
La prueba de hielo /
El juego intelectual /
El corresponsal /
Las torres de las lenguas /
Me pagarás con sangre /
El rey desnudo /
O mejor /
Martina /
Ocurrió en la arena /
Una cita a ciegas /
El hombre sin nombre /
Rosendo Fandiño /
Desencuentros /
Cuaderno Rivadavia /
Seis cuentos de terror /
Hache, tres destinos para un traspié /
Suaves sirenas /
Fábula numérica de Sir Tomate F /
Piedrita bajo la almohada /
Para Dox /
Una cuenta para saldar /
El mago /
Libro de aventuras /
Libro de cocina /
La Cenicienta, el profesor chiflado de su
época /
Cyber romance /
Violación + I.V.A. /
Tiempos de la UP /
El jardinero real /
El norte /
El muerto /
La leyenda de los tambores /
Colección de desencuentros /
¡Emborrachaos!
La niña y el poeta /
El cartero /
El vino /
Trabajar, trabajar y trabajar /
Manos confusas /
Frente a frente /
Árbol del tiempo /
Deseos /
La venganza I /
La venganza II /
Fobia /
La lección /
Cuando me ames /
Premonición /
De oscuro a amarillo /
Yeya la yegua /
Kokoro y el cuadernillo mágico /
Los tres hombres /
Noche de rumba /
Dos gardenias /
Incendiarios /
Sin título /
La colonia /
Sir Galván y la espantosa dama /
La flor de Lililá /
El viejo de la verruga /
Juan diablo /
El baile sin cabeza /
El espíritu de las aguas /
El samán y los pájaros /
El campesino y su caballo /
Anansi y los plátanos /
El campesino y el matemático /
La boda de Tío Conejo /
Uno de Cosiaca /
El nacimiento de la isla de Borikén /
De sastre a doctor /
El tesoro /
Por qué los perros se huelen la cola /
La naturaleza /
La idea que me da vueltas /
Cuentos de Nasrudín /
El contrabandista /
La mujer perfecta /
La propina /
El remedio /
La limosna /
La responsabilidad /
Nada es superior a Dios /
Los dos reyes /
El camello y el león /
Atención /
Las aguas cambiadas /
El amor /
El nacimiento del pájaro palabra /
Tezcatlipoca, la música, el canto y el baile /
El sol de las venadas pariendo /
El príncipe cangrejo /
El picapedrero /
Las aventuras de Pollo Tico /
Tres chicos /
Romance de la infanticida /
TODOS LOS CUENTOS DEL MUNDO
Este año (2004) Bucaramanga estuvo
de fiesta porque su Festival Iberoamericano
de Cuenteros Abrapalabra cumplió sus
primeros diez años de realización. Ya sé que
no son muchos, que aún es un niño al que se
le deben prodigar los mayores cuidados para
que continúe creciendo; que de ahora en
adelante le esperan sus mayores
experiencias y el reto de la maduración y
permanencia. Pero diez años en Colombia
son bastantes, si se tiene en cuenta que aquí
mueren proyectos culturales todos los días.
También todos los días mueren colombianos.
Es la guerra que roba la vida.
Festival es sinónimo de fiesta y para
que haya fiesta debe haber un motivo y
muchos invitados. Este año hubo un gran
motivo: llegamos a la décima versión; y
también muchos invitados: 100 cuenteros de
14 países que quisieron celebrar con
Bucaramanga su festival. No todos los que
habían estado pudieron estar, sin embargo,
vinieron los que no habían estado y siempre
quisieron estar, y que ahora, después de diez
años, ya están.
Un homenaje a los que nunca volverán,
pero que siempre estarán presentes: Jorge
Navarro, José Higinio Galván y Jairo Botero.
Ahora son cuenteros en el cielo de los
cuenteros. Seguro que existe un cielo así, o
debería.
Dedicar la vida a contar cuentos es
asunto de cuenteros. Yo no sé si se nace con
esa vocación. Nicolás Buenaventura dice que
si un cuentero no nace no se hace. Mi padre
me contaba cuentos, así que yo le echo la
culpa a mi padre de haber enderezado mi
camino. Creo que hubiera sido infeliz
haciendo otra cosa distinta a contar cuentos.
También sé que todos los cuenteros
comparten esa felicidad.
Bucaramanga tiene nombre de cuento,
por eso cuando los niños de otros países
escuchan esta palabra les brota una gran
sonrisa. Un lugar que tiene nombre de
cuento tiene que ser un buen lugar para los
cuentos y los cuenteros. Un buen lugar,
definitivamente. Por eso Abrapalabra abrió
palabras en Bucaramanga y los corazones de
sus habitantes se abrieron a la palabra y a
los cuentos. Abrirse a los cuentos es una
buena cosa, sobre todo cuando son todos los
cuentos del mundo contados por 100
cuenteros del mundo. El mundo es un
cuento, definitivamente. También la vida. La
guerra, en cambio, es el peor cuento.
Un homenaje a TODOS los que hicieron
posible estos diez años de cuentos en
Bucaramanga, que son muchos y no cabrían
todos en este prólogo. Desde el espectador
hasta el empresario, el ministro, el
gobernador, el alcalde, el técnico, el
logístico, el diseñador, el mensajero, la
secretaria, el botones, el cocinero, el taxista,
los que firmaron el acta de fundación, los
amigos cuenteros, los otros amigos y los
demás que estuvieron prestos a responder la
llamada.
Dicen por ahí que las palabras se las
lleva el viento, lo cual no es cierto. Los que
dicen esto es porque no le han hallado valor
a la palabra o porque no han escuchado un
buen cuento. Un buen cuento bien contado
siempre quedará en la memoria de quien lo
haya escuchado, siempre que su corazón
haya estado abierto y dispuesto. Los buenos
cuentos nunca se olvidan, como los buenos
cuenteros.
Pero por si acaso –sólo por si acaso–
hemos querido editar esta memoria escrita
de los cuentos contados oralmente por
muchos de los cuenteros del mundo. La
llamamos Cuentos A Cien Manos, aunque son
más de cien manos las manos que metieron
la mano para hacerla, y sabemos que serán
muchas más las que pasarán hoja tras hoja
para repasarla.
Hemos incluido los ejercicios literarios
de los cuenteros, cosa difícil para seres
acostumbrados a contar los cuentos de
manera oral. También versiones de cuentos
populares, provenientes de antiguas
tradiciones orales, mitos y leyendas, que
mantienen su vigencia porque alguien en
algún lugar las cuenta y las recupera para
nuestro conocimiento y regocijo. Y algunas
historias provenientes de la literatura, pero
que a fuerza de ser contadas por tantos
cuenteros en el mundo se han vuelto
patrimonio oral de los pueblos; como la
magnífica fábula del cangrejo y la botella de
Celso Román o la versión de Eduardo
Galeano del mito Cachinagua del amor o el
maravilloso cuento de Kalman Barsy “El
nacimiento de la isla de Borikén” o alguna
fábula del Panchatantra o la historia marco
de “Las Mil y Una Noches” o la idea de
Gabriel García Márquez en la que se basa el
guión argumental de la película “Presagio”.
No son pocas las veces en que alguna
persona del público me pregunta en dónde
puede hallar los cuentos que contamos los
cuenteros. Hasta ahora, casi siempre mi
respuesta había sido “en los libros de
cuentos” y casi siempre recibía una mirada
de poca gratitud por ella. Este libro está
hecho con la esperanza de cambiar esa
mirada por otra más amable, y, aunque la
respuesta inicial persista, agregaré: “por
ejemplo, en Cuentos A Cien Manos”. Que lo
disfruten.

Pacho Centeno
LOS TRES DESEOS
Por Pacho Centeno1
(Colombia)

Ellos eran una pareja infeliz. Había


pasado mucho tiempo desde que se casaron
y ya casi ni se hablaban –como si se lo
hubieran dicho todo–. Era evidente que ya no
existía el amor en aquella relación. Todo el
amor que tenían se lo legaron a sus hijos,
quienes se marcharon de casa hacía algunos
años, quedándose solos y en hastío.
El era un coleccionista de cosas viejas.
Una noche regresó a su casa con una
lámpara que compró en una tienda de
antigüedades. La colocó sobre la mesa del
comedor y encendió el televisor al tiempo
que ordenaba a su mujer:
–Ya puedes servirme la cena; tengo
mucha hambre.
Ella simuló no escucharlo, como
siempre. Estaba sentada en la sala leyendo
una novela de amor. Era una buena lectora y
aquella novela le traía bonitos recuerdos.
De pronto reparó en la lámpara que su
marido había traído a casa. Pensó que se
parecía a la que siempre dibujan en el
cuento de Aladino. Entonces cerró el libro,
tomó la lámpara y –en broma– la frotó tres
veces. Y Como en el cuento, de la lámpara
brotó una luz brillante y también un genio
con turbante y zapatillas de satín.

1 Versión original inspirada en un cuento popular.


Ante el estruendo que se produjo, el
marido retiró su atención del televisor y se
dirigió al comedor. Los dos están
sorprendidos; él más que ella, puesto que
ella ya conocía la historia.
El genio liberado les dice que les
cumplirá tres deseos, pero con la siguiente
condición: un deseo para él, un deseo para
ella y uno más que deberán pedir de común
acuerdo.
–Tienen una hora para decidirlos –dijo
el genio satinado mientras se esfumaba ante
la atónita pareja.
–¿Y ahora qué? –dijo el marido.
–No sé –contestó la esposa–, piensa en
tu deseo que yo pensaré en el mío.
–Está bien –dijo el marido–, pero
mientras tanto quiero mi comida: un par de
huevos fritos y un chorizo.
No había terminado el marido de decir
chorizo, cuando dos huevos y un chorizo
aparecieron sobre la mesa.
–¡Pero qué es esto! –exclamó
horrorizado el sorprendido marido, alegando
hacia el lugar por donde se esfumara el
genio–, este no fue mi deseo… no fue esto lo
que quise pedir… me estaba refiriendo a la
comida que debía servirme mi mujer, no a mi
deseo… no es justo.
–¡Qué tonto eres! –dijo la mujer con
una pequeña y sarcástica sonrisa–. Has
desperdiciado tu deseo, pero me has
ahorrado el tener que prepararte tu comida,
lo cual te agradezco inmensamente. Al
menos cómete los huevos y el chorizo y que
te aprovechen.
Y el marido se los comió, y tal y como
lo deseó su mujer le cayeron bien, le
aprovecharon.
–¡Nooooo! –dijo la mujer–, no fue eso lo
que verdaderamente deseé… que te
aproveche es tan solo un decir, algo que se
le desea a alguien que está a punto de
comer… es injusto.
En ese momento apareció el genio y
les recordó que sólo les quedaba un deseo,
pero que debían pedirlo de común acuerdo.
Acto seguido desapareció.
–¿Y ahora qué? –volvió a preguntar el
marido.
–No sé –le contestó la mujer–, creo que
los dos hemos hecho el tonto con nuestros
deseos. Nos portamos como dos egoístas.
–Mejor pensemos bien lo que queremos
pedir para los dos.
–No se me ocurre nada –dijo ella.
De pronto, el marido se quedó mirando
el libro que estaba leyendo su mujer.
–¿Qué estás leyendo? –preguntó.
–Una novela de amor.
–¿Y de qué trata?
–Es la historia de una pareja que ha
dejado de amarse por culpa del tiempo.
–Como nosotros –comparó él.
–Sí, como nosotros –confirmó ella.
–Y ¿qué sucede?
–Al final se vuelven a enamorar como
cuando se conocieron la primera vez.
–¿Te gustaría que me volviera a
enamorar de ti como la primera vez?,
preguntó el marido.
–Me gustaría. Odio tus ausencias y ese
silencio tuyo que solo sabes romper cuando
exiges tu comida, –se quejó ella.
–Bueno, ¿y por qué no lo intentamos? –
sugirió él.
–Sólo si tú también lo deseas –
condicionó ella.
–Lo deseo más que a nada en el
mundo, –confesó el marido.
Entonces se miraron a los ojos como la
primera vez y se tomaron de la mano como
hacía muchos años no lo hacían. Era
evidente que el tiempo había transcurrido sin
piedad, eran notorias las huellas de sus
historias en la piel. Sin embargo, en aquel
instante, sintieron latir sus corazones al
ritmo de los corazones de un par de
adolescentes que se acaban de encontrar en
la vereda tropical de antaño. Luego sonrieron
y se regalaron un beso que apenas sí rozó
sus labios, pero que iba impregnado de
pequeñas promesas y esperanzas.
Allí, sentados en el sofá de la sala,
confundidos en el mejor de los abrazos,
esperaron ansiosos la aparición del genio de
la lámpara a quien le pedirían como tercer
deseo que les concediera la oportunidad de
volverse a enamorar. Pero pasaron las horas
y el genio de la lámpara nunca apareció.
Tampoco hacía falta que lo hiciera, su tercer
deseo ya se les estaba cumpliendo.
PALETA DE COLORES
Por Carlos Castañeda
(Colombia)

El y ella, estaban como cualquier


pareja tercer mundista, tendidos bajo la
sombra de un majestuoso árbol que con gran
ímpetu detenía el abrasador fuego que
irradiaba el sol, en aquella tarde veraniega,
en aquel parque de los enamorados. El se
levantó y se dirigió al heladero:
–Déme siete paletas de diferentes
colores.
Ella lo vio acercarse con aquel
ramillete de paletas en la mano y pensó,
mientras se le hacía agua la boca:
–¡Qué original!
Cuando estuvo frente a ella, él empezó
a lamer una a una las siete coloridas paletas
sin ofrecerle siquiera una y sin detenerse
hasta terminar con los palitos
completamente desnudos. Ella no podía
creerlo: ¡El infeliz se había engullido siete
paletas, él solo! Estaba a punto de
reclamarle su descortesía y tosquedad,
cuando él, con la cara totalmente chorreada
de refresco, se le abalanzó y le dio un
apasionado beso en los labios, un beso
húmedo de alma y corazón, tras el cual le
declaró:
–Eso es para que sepas a que sabe el
arco iris.
Por Jorge Navarro2
(Colombia)

UN HOMBRE MALO
Había un hombre tan malo, pero tan malo,
que le cortaron la cabeza y se la tiraron a la
cara para que cogiera vergüenza.

LA PARÁBOLA
Jesús le dijo a sus apóstoles: Y igual a X al
cuadrado. Jesús hablaba en parábolas.

2 Jorge Navarro (q.e.p.d.) contaba este par de


divertidas viñetas.
LA PRUEBA DE HIELO
Por Gonzalo Valderrama
(Colombia)

Luego de todo el tiempo, las


circunstancias, los instintos y el viento los
habían llevado demasiado lejos. Ahora que
todo lo vivible estaba atrás, tenían en sus
pieles la necesidad de pasar por una prueba
definitiva.
Ella reposaba en su espalda,
casiflotando en el sudor que se cristalizaba a
medida que ascendían a lo más alto de la
más alta montaña, desde donde el horizonte
lucía como un inmenso aro de humo.
Él, con la delicadeza de un restaurador
de telarañas, la depositó, semidormida, junto
a una roca de nieve; la despertó con un beso
de dedos, y se desnudó de frente, como
tantas veces; pero ahora lo hacía ahogado
en el invierno de la cúspide que habitaban…
–Si tuviera tan sólo un ojo, ¿me
amarías?
–Aunque ambos te faltaran, lo mismo
sentiría por ti. Has hecho demasiado…
Lentamente y sin dolor, extirpó ambos
globos envueltos en sangre ardiente y venas
como hilos. Los depositó en sus manos
heladas…
–Y si mi cabello desapareciera,
¿seguirías amándome?
–No importa que no lleves uno solo.
Aún así, seguirás en mi corazón…
Sacudió su cabeza con violencia,
estrellando la fragante melena contra su
propia cara lacrimosa y, al igual que las
esquirlas de la explosión de un diente de
león, todas sus hebras doradas se
esparcieron por las arrugas de la montaña,
dejando a la intemperie un cráneo lívido,
malherido…
–Ahora... ¿Qué tal si también los brazos
se fueran?… ¿Te mantendrías firme en tu
sentimiento?
–Pase lo que pase, nadie cambiará lo
que llevo por dentro, lo que tú también
llevas…
Permaneció erguido ante ella, en
éxtasis vespertino. Sus brazos, siempre
firmes, se estiraron hasta el suelo,
desprendidos de raíz. Ambos miembros
cayeron junto a la roca, como dos velas
extintas…
–Pase lo que pase… ¿seguiremos
unidos, como siempre?...
Ella, cubierta con algunos de sus
cabellos, sintió el frío que a él lo mantenía
vivo. Temblaba por temor a lo que podría
venir...
Prefirió guardar la respuesta hasta el
ocaso…
–No lo sé. Nunca creí que llegarías tan
lejos.
–Ya casi no te percibo, y mis huesos
están a punto de quebrarse. No creo que
algún cambio en mí te haga desistir…
–¡Ahora te falta tanto!... Yo no podría
compartir mi vida con medio ser. Lo siento...
¡Eres muy poco para mí!
–¡Y yo siento haberte decepcionado!...
Enceguecido, pero sonriente, bajó la
cabeza; y el golpe en el tórax sonó a
redoblante lejano.
Desde luego, hubo llanto en sus ojos…
y en sus cuencas. En el otoño corporal se
desprendió una de sus orejas. Ella la recogió
para colocarla de nuevo en su sitio. Él se lo
impidió…
–Puedes quedarte con ella. Es un
recuerdo para que me cuentes de tus sueños
inconclusos y de tus fantasmas nocturnos…
Durante la despedida, el espacio entre
ellos fue llenado con niebla, y al último beso
lo interrumpió la escarcha.
Ella cayó de rodillas, entre los
escombros de su hombre desarmable; calló
por unas horas. A su alrededor, viento
tangible y las pocas huellas en la nieve que
dejó el amante antes de saltar hacia el
abismo.
Se acercó, zigzagueante, hasta el
borde... y recibió la estela de perfume.
Cuando se disipó la niebla, pudo divisar un
cuerpo ágil en ascenso acrobático al ritmo de
sus alas recientes.
EL JUEGO INTELECTUAL
Por Rafael Díaz
(Perú)

En el tablero de juego, los peones enojados


decidieron hacer huelga. Se armaron con
palos y resplandeciendo sus ojos montaron
en los caballos que iracundos, también
decidieron tomar parte en el reclamo y todos
juntos fueron en busca de los reyes. Los
alfiles alborotados corrieron para apoderarse
de las torres. Mientras tanto, sobre una de
las blancas casillas, los reyes y las reinas
hacían el amor en una orgía soberana.
Fueron así; sorprendidos por los sindicalistas,
quienes indignados mataron a los reyes y
luego regocijados disfrutaron con las reinas.
EL CORRESPONSAL
Por Leo Masliah
(Uruguay)

Mientras el pelícano pescaba,


mientras la abeja hacía miel,
mientras la hormiga acarreaba materiales de
construcción...
¿qué pasaba?

El ruiseñor cantaba.

Mientras el castor hacía diques,


mientras el buey araba,
mientras el hornero anidaba...
¿qué pasaba?

El ruiseñor cantaba.

Mientras el perro vigilaba,


mientras la cobra bailaba,
mientras el bacilo sintetizaba toxinas...
¿qué pasaba? ¿el ruiseñor cantaba?

No.
El pelícano pescaba.

Pero mientras la marmota dormía,


mientras la hierba crecía,
mientras la araña tejía...
¿qué acontecía? ¿el ruiseñor cantaba? ¿el
pelícano pescaba?

No.
La hormiga cantaba
y el mosquito araba.

Y mientras la gallina empollaba,


mientras la cobra cobraba,
mientras el bacilo vacilaba...
¿qué pasaba? ¿se daba diques el castor?

No señor.

¿El hornero anidaba?

No. No daba.

¿Entonces...de qué se trataba?

Se trataba de que mientras el perro se


rascaba,
mientras la pava hipaba,
mientras el gato gateaba,
mientras el chimpancé chateaba,
un corresponsal de CNN (que hasta ahora
había sido muy serio y eficiente) tomaba
nota de todo y se preparaba para decírselo a
Patricia Janiot, que en cualquier momento lo
iba a llamar para que él pasara su informe
ante doscientos millones de telespectadores.
LAS TORRES DE LAS LENGUAS
Por Nicolás Buenaventura Vidal
(Colombia)

Una tierra que se denominaba a sí


misma La Tierra tenía un lenguaje único,
mujeres y hombres se confundían en la
misma lengua, sin entenderse ni no
entenderse, sin discutir, ni debatir, ni
disentir… No había desacuerdos ni
divergencias. No había herejías ni
malentendidos, no había “dramas”,
“tragedias” ni “historias”. Hablaban todos
con las mismas palabras, con las mismas
ideas… Así, caminando juntos, como
borregos, llegaron a un llano y dijeron de
común acuerdo, a una sola voz:
Construyamos una ciudad y una torre que se
eleve hasta los cielos.
Aquella frase perfecta, al unísono,
todavía resuena como un eco. Sin dudarlo se
dieron a la tarea de cocer ladrillos y de
superponerlos.
Estaban de acuerdo, pensaban lo
mismo y, como veían la torre desde la misma
perspectiva y proyección, se levantaba esta,
sin base, sin estructura, sin volúmenes
diferentes. Constantemente, con el mínimo
viento, se desplomaba.
Seguían, mujeres y hombres, sin
embargo, bregando tercamente positivos,
superponiendo de común acuerdo ladrillos,
unos sobre otros y las sucesivas torres
seguían cayéndose indefectiblemente.
Un dios vio el triste espectáculo de las
repetidas, idénticas y gemelas torres. Vio el
trabajo inútil, el acuerdo estúpido y decidió
confundir las lenguas creando tantos
lenguajes como mujeres y hombres había
sobre la faz de la tierra. Las mujeres y los
hombres comenzaron a hablar y a pensar por
sí y para los otros. Aparecieron los
problemas, los dramas y las historias, las
tragedias y las comedias, los pensamientos y
las perspectivas, y comenzaron a dudar,
algunas mujeres y algunos hombres, de la
voluntad milenaria de levantar torres.
ME PAGARÁS CON SANGRE
Por Marcela Ganapol
(Argentina)

Acaban de matar a mi mujer. Estoy


aquí, escondido en el baño, ávido de sangre.
Sólo espero que el asesino salga de la ducha:
no voy a permitir ni siquiera que se seque.
Antes de que agarre la toalla, –sobre todo,
antes de que me vea– me iré sobre él con
toda la fuerza de mi cuerpo.
Los minutos son eternos y el lugar se
está poniendo caliente. Mientras tanto trato
de acostumbrarme a la idea de la soledad.
¿Por qué tenía que matarla? ¿Podré seguir
adelante sin ella? Lo peor de todo, lo más
terrible, es que no hay justicia para nosotros:
nos matan y nos tiran, como a las
cucarachas.
Este hombre que ahora se está
bañando, despreocupado, no irá a la cárcel
por haber matado. No vendrá la policía, no
será juzgado ni tendrá que dar explicaciones.
Por eso estoy aquí esperándolo: lo único que
me queda es la venganza.
Ojo por ojo y diente por diente. Es lo
que me enseñaron mis padres y lo que
nosotros le transmitimos a nuestros hijos.
Digo nosotros y pienso en ella. No lloro, es el
vapor que me nubla los ojos. Pero recuerdo:
pasamos toda la vida juntos. Criamos
muchos hijos y ahora que los más chicos nos
estaban dejando, que ya se iban a formar su
propia familia, andábamos más unidos que
nunca. Yo no salía a ninguna parte sin ella,
ella ni se movía sin mí. ¡Maldita la hora en
que se nos ocurrió entrar a esta casa!
Habíamos aprendido a cuidarnos, a
estar atentos ante cualquier peligro, pero
también sabíamos que la muerte nos
acechaba a cada paso.
Es cierto que todos vamos a morir
algún día, pero a nosotros nos matan como a
hormigas, como si fuéramos nada. Nos
matan y después se van a bañar.
Hace cada vez más calor en este baño
y no hay ventana. El vapor empañó el
espejo. No importa, me conviene: podré
disimularme entre la nube de humo. Y para
escapar no me hace falta una ventana. Me
iré por la puerta, como entré. O mejor dicho,
como entramos. Porque vinimos a esta casa
juntos, y ahora tendré que irme solo, con la
venganza consumada, pero solo.
Quizás sería preferible que él también
me mate a mí en la pelea. Porque estoy
seguro de que habrá lucha entre nosotros:
yo no pararé hasta tener su sangre, él querrá
destruirme como lo hizo con ella.
¿Habrá un Cielo para nosotros?
¿Podremos ir también al Paraíso? Nunca
estuve seguro de que el Dios del que todos
hablan sea también un Padre Nuestro. Y
ahora menos que nunca. ¿Cómo permitió
que mataran a mi mujer de esa manera?
Definitivamente estoy solo. No me
queda nada más que la venganza. Aunque,
cuando el hombre cierre las canillas y corra
las cortinas de la bañadera, vuelva a sentir
que soy apenas un microbio y él un gigante.
Aunque vuelva a preguntarme porqué nos
tocó esta vida. Porqué la naturaleza nos dotó
con este impulso suicida que nos obliga a
abalanzarnos sobre los hombres y a
exponernos a sus embestidas asesinas.
Jamás hicimos nada para llegar a un
acuerdo con ellos y, para mí, ahora ya es
tarde, porque mataron a mi mujer. Por eso
esperaré hasta verlo salir desnudo de la
bañadera.
Esperaré a que se pare sobre la
alfombrita de toalla y a que limpie con el
dorso de la mano el espejo. Entonces,
cuando se esté mirando la cara, me abriré
paso por entre la nube de vapor, lo más
rápido que pueda, y lo picaré en medio de
los ojos.
Él me recordará durante varios días y
yo, si logro escapar, me iré volando bajito,
pensando en mi pobre mujer que quedó
aplastada contra los azulejos del baño. Los
mosquitos también tenemos sentimientos.
EL REY DESNUDO
Por Cristina Villanueva
(Argentina)

¡El rey está desnudo!, grité. Es inevitable, el


amor por la verdad se paga caro, pensé
cuando vi que los guardias se acercaban. Me
dejaron a solas con él. Me preguntó si me
animaba a refrendar lo dicho. Temblando por
lo que podía pasarme, repetí: ¡Está desnudo!
¿Qué podía decir si lo único que lo vestía era
su corona? ¡Y le quedaba tan bien! Por una
vez me equivoqué, mi denuncia no me causó
problemas. Por el contrario, me trató como a
una reina.
O MEJOR
Por Amalia Lú Posso Figueroa
(Colombia)

Es el calor, calor sofocante y pegajoso


del Chocó, de Saigón, de Cholén.
Es el calor.
El calor donde el viento se detiene ante
la densidad y se quiebra en mil pedazos,
minúsculos pedazos que se convierten en
lágrimas de aguacero; golpea los techos de
paja; o mejor, se desliza por ellos, aguijonea
como alfileres, los cuerpos exultantes de
sudor, de cadencia, de hambre al roce; rueda
electrizante sobre la piel que expele olor a
flor de Pacó.
La humedad se expande y sube; o
mejor, baja y penetra; o mejor, sale a flote,
rueda en zigzag; o mejor, en línea recta,
produciendo la necesidad de ser restregada
con ternura; o mejor, con violencia para
apaciguar; o mejor, precipitar prolongando el
estertor tan parecido a la muerte; o mejor, a
la vida que brota envolviendo; o mejor,
liberando el deseo de salir; o mejor, de
entrar con amor o sin él, desbaratando la
sensación de aguacero, de calor, de sal, de
vendaval reprimido, de girar alrededor de sí
mismo; o mejor, alrededor del otro, que
libera la desazón y se reduce; o mejor, se
amplía a un solo significado: el de amante.
A los trece años, cuando los adultos
piensan que todavía jugamos a las muñecas,
conocí; o mejor, empecé a conocer a través
del calor del clima, todo el calor del cuerpo,
con un hombre mayor que guió sus manos
certeramente, posesivamente; o mejor,
pausadamente, como corresponde a quién
sabe culminar bien una faena.
Comparto con Marguerite Duras el
amor por la vida y la vehemente necesidad
de contar historias, pero lo que Marguerite
Duras nunca supo, fue como compartimos el
mismo amante.
MARTINA
Por Patricia Mix
(Chile)

Martina nunca supo si aquello que le


sucedía era producto de un hechizo que
alguien, casual o intencionalmente, había
arrojado sobre ella o si se trataba de algún
maleficio ancestral que había heredado de
nacimiento. El asunto es que en Martina
habitaba un pájaro azul. No es que se
hubiera quedado a vivir en su casa o se
instalara en su cama. La situación era más
grave, porque aquel pájaro tenía su hogar
justo en medio de su pecho.
Ella desde muy pequeña lo notó. Sentía
como aleteaba, como se encaramaba por su
cuello, hasta casi ahogarla; lo sentía subir
por sus mejillas y podía adivinarlo detrás de
sus pupilas, observando el paisaje que ella
miraba. Lo peor es que cuando algo de lo
que veía le gustaba, aleteaba provocándole
la aceleración del ritmo cardiaco y un
cosquilleo que muchas veces la hacía reír.
Cuando recién lo descubrió pidió
ayuda, pero nadie le creyó. Decían que
estaba enferma, que tal vez tenía fiebre...
hasta loca, le escuchó a algunos decir. Por
eso, después de intentar inútilmente
deshacerse de él, (desde provocarse arcadas
para vomitarlo, hasta dejar de comer por
largos periodos para matarlo de hambre),
prefirió ocultarlo con resignación y
vergüenza.
A ella lo que más le molestaba de él,
era el color. Había leído que precisamente el
azul se asociaba con la capacidad de
imaginar, con las ensoñaciones. Entonces,
era por culpa de ese pájaro que ella estaba
siempre viendo cosas que los otros no,
imaginando cosas que nunca serían.
Por largos años Martina vivió prisionera
de su huésped, hasta que una noche se
tendió en la hierba a mirar una luna redonda
y cercana, (tanto que seguro si estiraba los
brazos podría abrazarla), cuando sintió que
el pájaro azul se instalaba tras de sus
pupilas. Emocionado por el espectáculo que
la niña observaba, el pájaro movió las alas
con tal fuerza, que no sólo le provocó
cosquilleos y taquicardia, sino que
sorpresivamente salió volando desde sus
ojos y emprendió el vuelo sobre su cabeza,
perdiéndose en la oscuridad.
Martina primero sintió un gran alivio
por lograr lo que siempre había querido. Pero
después una nostalgia, como un enorme
manto, la cubrió por completo; se sentía
vacía y sola, deseando que el pájaro azul
volviera.
Ahí la encontró la mañana, tendida en
la misma posición. Ahí también la encontró el
pájaro azul a su regreso y tal como había
salido, volvió a entrar. Pero esta vez se
acercó hasta su oído para contarle las
historias que había escuchado y hablarle de
lugares lejanos que había visto. A ella le
gustó tanto, que desde entonces cada vez
que hay luna llena, libera su pájaro azul y
espera su regreso para escuchar nuevas
historias. Y también desde entonces, Martina
cuenta cuentos a la gente, sin que nadie
siquiera sospeche de dónde le vienen.
OCURRIÓ EN LA ARENA
Por Celso Román3
(Colombia)

Esta es solamente la historia de una


botella que un día llegó a una playa.
Pero no era cualquier botella, como
tantas que hoy flotan como basura por los
anchos mares del planeta. Esta había salido
hacía muchísimo tiempo de una isla desde
donde un náufrago enviara un mensaje de
amor.
Flotando por los océanos se llenó de
pólipos y caracolejos, de algas diminutas y
glaciales flores marinas. El papel escrito que
llevara por dentro se deshizo, y el mensaje
de amor pasó a ser parte de ella, quedó
impregnado en el cristal como una tierna piel
que respiraba.
Las olas la dejaron en la playa en una
noche de luna llena, cuando los cangrejos
estaban de fiesta, bailando agarrados de las
pinzas, acompañados por la música de una
orquesta de grillos y chicharras. Uno que no
fue al baile se la encontró embancada en la
arena, atollada y fosforescente como el
rezago de un naufragio de fantasía.
Con gran esfuerzo, usando sus propias
pinzas rosadas, brillando su concha de
colores a la luz de la luna, la fue empujando

3Escritor colombiano cuyos cuentos son contados por


muchos cuenteros del mundo. Este maravilloso relato
aparece en su libro “Fu, el protector de los artistas y
otros relatos”. Ed. Panamericana.
cuidadosamente hasta un lugar más seguro,
lejos del alcance de la pleamar.
Allí empezaron a conversar con más
calma.
En la claridad tenue de la noche,
recibiendo de frente la brisa con el murmullo
de las olas, el susurro de las palmeras y la
sal de la espuma, la botella le contó su
historia.
Le narró su salida hacía tanto tiempo,
desde las manos de un hombre enamorado
que se había perdido después de una
tormenta, pero que mantenía viva su
esperanza; le dijo del largo viaje por mares
remotos, llevada por las corrientes y
acompañada por los peces, hasta su llegada
esta noche con la marea del atardecer.
El cangrejo la escuchó atentamente y a
su turno también le habló de su casita de
arena, profunda y sin ventanas bajo la tierra;
le contó del paisaje debajo del agua, de su
vida trabajando de sol a sol y de luna a luna;
le habló de sus sueños, que se le perdían con
las olas de la bajamar y los volvía a
encontrar al día siguiente cuando subía la
marea y los hallaba ligeramente roídos por
los peces.
Se contaron sus pequeñas vidas y a
cada uno le pareció que la del otro era
hermosa y variada.
–Qué bello es saber que uno va por el
mundo llevando un mensaje de amor –decía
el cangrejo abriendo sus tenazas de par en
par, como mostrando sus herramientas de
ganarse la vida.
–Sí –respondía la botella cubierta por
su manto de mejillones diminutos y mínimos
corales–, pero un mensaje de amor sólo es
útil cuando llega a su destino. Tú, en cambio,
estás siempre rodeado de muchos seres; yo
he vivido sola tanto tiempo.
El cangrejo desvió la mirada hacia otra
parte y bajó las pinzas con desconsuelo;
suspirando y haciendo rayitas en la arena, le
dijo a la botella que a pesar de la multitud de
seres en la playa y en el agua debajo del
mar, él vivía muy solo.
Toda la vida había madrugado hacia
los arrecifes a trabajar buscando su comida,
pero no tenía con quien compartir su alegría
cuando los días eran buenos, ni su tristeza
cuando apenas se conseguía lo suficiente
para no morirse de hambre. Tampoco él iba
a los bailes con música de grillos y orquesta
de chicharras en las noches de luna llena.
–A mí nadie me quiere –comentó
apesadumbrado.
La botella le propuso que podrían ser
amigos y así el mensaje de amor que ella
traía estaría llegando a un destino haciendo
feliz a alguien, y en la casita sin ventanas
debajo de la arena compartirían alegrías y
tristezas cuando él llegara por las noches,
cansado de trabajar tan duro.
Así lo hicieron.
Se casaron en una alegre y colorida
ceremonia que culminó con un baile en el
arenal una noche de luna llena. Fue una
descomplicada rumba de pobres, alegre y
bulliciosa, amenizada por la famosa orquesta
de grillos y chicharras, que se prolongó hasta
el amanecer en el bailadero alumbrado por
las luciérnagas y los cocuyos.
Poco tiempo después, como le pasa a
los que se quieren tanto, empezaron a tener
hijos. Eran bastante extraños; no eran feos,
porque a todos los padres sus hijos siempre
les parecen bellos, pero a los vecinos sí les
parecieron como raros porque eran así: no
tenían tantas patas como el papá cangrejo,
ni eran todos de vidrio como la mamá
botella.
–¿Qué va a ser de nuestros hijos en la
vida? –se preguntaban ellos por la noche,
mirándolos a todos acostaditos, dormidos en
sus mullidas camas de algas.
–Yo no sé –decía el cangrejo–, pero
ellos son hijos de tanto amor, que no les
puede ir mal en la vida, para algo tienen que
ser buenos.
Entonces, sucedió que a aquella lejana
playa llegó tropezando alguien que no podía
ver bien las flores, ni los atardeceres en el
mar, ni las formaciones de aves marinas en
el cielo del atardecer, camino de sus nidos.
Encontró por casualidad a uno de los
hijos del cangrejo y la botella y, como debía
hacer siempre por lo corto de su visión, lo
acercó a sus ojos y miró a través de las
transparentes conchas de cristal del
animalito y fue como un milagro:
Pudo ver perfecto el rojo de las rosas y
el pálido violeta de las delicadas orquídeas;
el amarillo de fuego en las verdes alas de los
loros del monte y el azul definitivo del cielo
navegado por los pelícanos camino de su
casa en la escollera.
Los animalitos de la playa, descubrió
esa persona maravillada, servían para mirar
clarito la belleza de este mundo.
Las personas con visión defectuosa los
llamaron “ante–ojos” y los juzgaron
hermosos, y los llevaron gustosos en el
rostro, a pesar de ese aspecto de cangrejo
de dos patas, agarrándose de las orejas,
abrazando la cabeza de los agradecidos
hombres de corta vista.
UNA CITA A CIEGAS
Por José Campanari
(Argentina)

Ella estaba esperándolo sentada en la


mesa de un bar, aunque estaba casi segura
de que él no se presentaría a la cita.
Eligió una mesa ubicada justo frente a
la puerta, esto le facilitaría ver a quienes
entrasen sin que nadie se diera cuenta de
ello.
Había dispuesto cuidadosamente las
cosas sobre la mesa.
La taza de café frente a ella.
El cenicero a la derecha de la taza, a la
distancia adecuada como para no tener que
estirar demasiado el brazo.
El plato con la magdalena (gentileza de
la casa) a la izquierda de la taza, a la
distancia suficiente como para no llegar
fácilmente a ella, hacía tres días que estaba
a dieta y no era cuestión de comenzar la
mañana trasgrediéndola.
El servilletero justo frente a ella, ni
lejos ni cerca, ocupando la otra mitad de la
mesa dando clara señal de que estaba sola y
no esperaba a nadie.
La rosa roja estaba estratégicamente
acomodada sobre la falda, con un pequeño
movimiento podría ponerla rápidamente
sobre la mesa y darse a conocer como la
mujer que espera al hombre del bigote. No
estaba tan segura de que no viniera la
persona con la que había quedado, tampoco
estaba segura de querer que la reconociera.
Los minutos pasaban y se acercaba la
hora de la cita.
Entró un muchacho, bueno un hombre
relativamente joven, y se sentó en la mesa
de al lado. Ella lo observó, dándose cuenta
que él utilizaba la misma estrategia.
La mesa frente a la puerta, la taza de
café frente a él, el cenicero, el servilletero.
Todo igual a no ser por la magdalena que
devoró vorazmente dando clara señal del
estado de ansiedad que le provocaba lo
desconocido.
El también simulaba no esperar a
nadie, sacó un libro y comenzó a leer, bueno
a hacer que leía (pensó ella). La estrategia
del libro le pareció correcta, nadie que
entrara se daría cuenta de su bigote y si él
decidiera mostrarlo bastaría con cerrar el
libro dejando la señal a la vista.
Ella había elegido una rosa porque no
tenía bigote. Pensó en dejarse bigote o bien
barba para su próxima cita a ciegas. Luego
desestimó la idea porque salvo que fuera
una cita con el dueño de una feria de
monstruos, el bigote y la barba no serían
adecuados.
Ella lo miró sonriente y estaba por
colocar la rosa sobre la mesa cuando el se
levantó sonriendo y se acercó.
Ella le invitó a sentarse y él acepto la
invitación.
Ya instalado en la silla frente a ella
movió el servilletero y el camarero le acercó
el café que había abandonado en la otra
mesa.
Se miraban y sonreían casi sin hablar,
no había duda de que estaban hechos el uno
para el otro.
Se enamoraron, yo no creo en el amor
a primera vista pero ellos se enamoraron así.
Mientras ellos hablaban de sus vidas
entró otro hombre con bigote, se acomodó
en la mesa que el hombre del libro había
abandonado. Pidió un café, se pasó la mano
sobre el bigote y como era optimista
acomodó la mesa como dando señal que
esperaba a alguien. Estaba seguro que ella
vendría.
Él hombre y la mujer abandonaron el
bar y caminaron abrazados bajo la suave
lluvia.
Mientras esto sucedía el otro hombre
vio la rosa en el suelo y se dio cuenta que
algo fallaba. Se quitó el bigote postizo y lo
arrojó al suelo.
El camarero se acercó con una escoba
y un recogedor, y recogió la rosa y el bigote
que se fundieron en un profundo abrazo. Un
abrazo que sus dueños no disfrutarían, por lo
menos en esta ocasión.
EL HOMBRE SIN NOMBRE
Por Sady Loaiza
(Venezuela)

Esta es la historia del hombre que no tenía


nombre. El día que este hombre nació
olvidaron ponerle un nombre, lo cual lo hacía
un hombre especial, distinto a los demás
hombres. Pero un día quiso tener un nombre
y salió en busca de uno, pero no cualquier
nombre, el hombre sin nombre quería un
nombre especial, uno que no lo tuviera
cualquier otro hombre –recuerden que éste
era un hombre especial, famoso entre todos
los hombres–. Buscó en la oscuridad de la
noche, en los grises del día, en las calles
atestadas de gente, en los callejones
solitarios. Buscó y rebuscó hasta que por fin
lo encontró. Pero una vez se puso aquel
nombre, se sintió como todos los demás
hombres: vacío, sin gracia y seguro de que
pronto su especial nombre le sería puesto a
otro hombre recién nacido. Entonces fue al
registro y se lo quitó. Prefirió seguir siendo
Anónimo.
ROSENDO FANDIÑO
Por Cándido Pazó
(España)

La tumba de Rosendo Fandiño es la


más visitada, cuidada, floreada y
sermoneada de todas la tumbas de todos los
cementerios de todas las parroquias de la
Costa da Morte.
La cosa tiene su historia. La historia de
un tal Servando Quintela, hijo de soltera y,
según se cuenta, sobrino del cura de un
lugar de la Costa Morte de cuyo nombre sí
quiero acordarme, pero no hay manera.
Desde muy pequeñito, Servandito había
mostrado buena cabeza para los estudios,
especialmente para el latín, habilidad que,
seguramente, habría heredado de su… tío.
Lo que ya no heredó de su… tío fue su
vocación, ya que, llegado el momento de
escoger carrera, no se decantó por el
sacerdocio sino por la medicina, prefiriendo
ser sanador de cuerpos antes que de almas.
Corrían los años cuarenta y Servando,
aunque no se ahogaba en la miseria,
tampoco nadaba en la abundancia. El
bachillerato lo había hecho, gracias a las
gestiones de su… tío, como interno en el
seminario menor de la diócesis. La carrera se
la había podido costear, y a durísimas penas,
gracias también a que su… tío le había
conseguido una beca, para lo cual, haciendo
gala de su oficio, había tenido que mover
Roma con la ciudad en la que Servando
cursaría sus estudios, o sea, Santiago. Todo
gracias a su… tío y, también hay que decirlo,
gracias a algunas pequeñas ayudas de sus
convecinos, orgullosísimos como estaban de
que un hijo de aquella aldea marinera de la
Costa da Morte llegase a ser doctor en
medicina. También hay que decirlo, porque
sin una de esas pequeñas ayudas, la del
enterrador de la parroquia, esta historia no
tendría mayor trascendencia.
Es el caso que el citado enterrador,
sabiendo que el futuro galeno iba a necesitar
un modelo para ejercitar sus prácticas de
anatomía, quiso echarle una mano. En fin,
una mano, un brazo, una pierna, un pie…
Cada vez que, pasado el tiempo que marca
la ley, había que levantar una vieja tumba
para trasladar los restos al osario, el
enterrador se guardaba uno o dos huesos
para llevárselos a Servando. Éste, después
de limpiarlos, barnizarlos y clasificarlos, los
iba uniendo entre sí con finos y disimulados
alambres. Antes de terminar la carrera
Servando había montado todo un esqueleto
que, para evitar problemas, tenía
prudentemente escondido en el desván de
su casa y al que, por influencia de una
conocida canción de la época, bautizó con el
nombre de Rascallú.
Pasado un tiempo, Servando acabó
instalándose en Sevilla, a donde llegó para
ejercer como médico forense en la Audiencia
Provincial. Rascallú se quedó en la casa
materna, recluído y olvidado en el desván,
dónde todo su entretenimiento era mirar el
cercano mar desde un ventanuco sin
cristales. Aunque un tanto hueco si se ve con
unos agujeros desprovistos de ojos, la
contemplación de la Costa da Morte es un
espectáculo fastuoso, sobre todo para un
esqueleto, pero Rascallú no disfrutaba
plenamente de él por temor del viento frío y
húmedo que entraba por aquel ventanuco y
que, inevitablemente, se le metía en los
huesos.
Pasado un tiempo más, muerta ya la
madre de Servando, la casa fue vendida. El
nuevo propietario, sorprendido ante la
descarnada sorpresa que se encontró en el
desván, decidió dehacerse de ella de la
manera más rápida que se le ocurrió y, sin
mayor cuidado, tiró al mar aquel viejo, y ya
muy deteriorado, esqueleto.
Pasado todavía un tiempo más, el
sorprendido fue un marinero de Laxe que, al
levantar sus aparejos se encontró con un
esqueleto enredado en ellos. No aplicando el
dicho popular que asegura que “todo o que
entra á rede é peixe” y sabiendo que todo lo
que acontece en el mar concierne a las
autoridades marítimas, aquel marinero
entregó el esqueleto a la Sub-Ayudantía de
Marina de la ría, a cuyo frente estaba don
Eulogio Espasandín, alférez de corbeta,
empleo que, como se sabe, es el más bajo en
la escala de oficiales de la Armada, pero que
para don Eulogio era el más alto pues lo
había alcanzado, ya a punto de jubilarse,
escalando, chusco a chusco, desde la
bajísima condición de marinero de segunda
con la que se había alistado en sus años
mozos.
La noticia de la aparición del esqueleto
corrió por tabernas, lonjas e iglesias y acabó
llegando a oídos de la familia del ya
mencionado, y por fin recuperado, Rosendo
Fandiño. Por fin recuperado porque fue él
quien abrió este relato y porque,
efectivamente, su familia creyó que, por fin,
lo podían recuperar, después de haber sido
víctima de un naufragio, años atrás, a bordo
de un barco maderero en el cual trabajaba
como segundo engrasador. El cuerpo de
Rosendo Fandiño no había aparecido nunca.
Dejaba noviuda y cuatro nohuerfanos que
malvivían sin la pensión que les
correspondería si, apareciendo su cadáver,
se pudiese certificar su muerte. ¡Y por fin
aparecía! O eso creía la desolada familia,
convencida de que aquel esqueleto era, sin
lugar a dudas, el del llorado Rosendo
Fandiño.
Don Eulogio Espasandín, alférez de
corbeta, reparando en los números que
tenían aquellos huesos y en los alambres que
los unían, tuvo una rápida intuición y, no
queriendo complicarse su cómoda existencia
en aquel apartado y tranquilo destino,
decidió no darle curso oficial al asunto y
hacer él mismo las averiguaciones, obrando
con total discreción. En fin, más que total
habría que decir mediana, pues la verdad del
caso se acabó filtrando al conocimiento
público, aunque eso sí, sólo a medias. Pero
ya se sabe, las peores mentiras son las
medias verdades, por lo cual, tras rodar por
tabernas, lonjas e iglesias, la versión que le
acabó llegando a la familia Fandiño, y que
ésta completó según sus afectos e intereses,
fue que el esqueleto de Rosendo, una vez
clasificados y atados entre si sus huesos, iba
a ser donado a un estudiante de medicina de
Santiago, protegido de un médico forense y,
para más inri, hijo de un cura.
La indignación de la familia fue
absoluta. Indignación que, dada la, también
absoluta, extensión de las redes familiares
en el ámbito rural, se extendió como un
reguero de pólvora a toda la aldea. La
pólvora explotó y la onda expansiva llegó
tumultuosamente a la villa costera, sede de
la Sub-Ayudantía de Marina, dónde su
comandante se vió rodeado por una
enfurecida turba de aldeanos que, al grito de
“Fandiño, Fandiño, o noso defuntiño”,
reclamaba la entrega de los restos mortales
de su malogrado pariente.
¡Una manifestación! Desde el 36 no se
habían vuelto a ver por aquellos pagos ese
tipo de espectáculos callejeros que,
naturalmente, en los primeros años sesenta
estaban totalmente prohíbidos. Los muchos
trienios de chusquero servicio le habían
enseñado a don Eulogio Espasandín que la
mierda no hay que removerla demasiado y
que lo que reza la cartilla militar de que
“Valor, se le supone”, es mejor no
comprobarlo. Así que, calculando las posibles
consecuencias, consideró que, si todo
aquello trascendía, él se vería en un
gravísimo aprieto por no haber dado parte
del hallazgo a su debido tiempo y en su
debida forma. Consideró que don Servando
Quintela, forense en Sevilla, un hombre que,
como él, se había hecho a si mismo desde la
nada, se vería desagradablemente
involucrado. Consideró que el enterrador,
que aún vivía, tendría que responder de lo
que había sido un delito, pero, qué caray,
cometido con la mejor de las intenciones.
Consideró que los Fandiño tenían derecho a
tener una sepultura ante la que poder llorar
y, sobre todo, una pensión ante la que poder
reir, en aquellos tiempos de triste necesidad.
Consideró, en definitiva, que sería peor el
remedio que la enfermedad y, nunca mejor
dicho, queriendo sacarse aquel muerto de
encima, entregó el disputado y alambrado
esqueleto a la desconsolada familia.
Al entierro de Rosendo Fandiño acudió
todo el mundo. Aunque, en el fondo, todo el
mundo sabía que no era él el enterrado.
Pero, por aquello de que el que calla otorga,
todo el mundo calló. Todo el mundo calla. Y,
desde entonces, cuando van a visitar la fosa
de un familiar, visitan también la de Rosendo
Fandiño, no vaya a ser que haya allí un
fémur del tío Arturo que se murió en el 28.
Cuando van a cuidar de la sepultura de un
pariente, cuidan también de la de Rosendo
Fandiño, no vaya a ser que haya allí un radio
de la abuela Encarnación, que murió en el
32. Cuando van a depositar un ramo en la
lápida de un deudo, ponen unas florecillas en
la de Rosendo Fandiño, no vaya a ser que
haya allí un peroné de la prima Josefa, que
se murió en el 34. Cuando, por difuntos, le
pagan al cura un responso ante la tumba de
un ser querido, le pagan otro ante la de
Rosendo Fandiño, no vaya a ser que haya allí
un metacarpiano del padrino Evencio, que
murió en el 38…
En un principio los demás muertos
protestaron por aquel favoritismo, porque
aquella tumba advenediza fuese la más
visitada, cuidada, floreada y sermoneada de
todas. Pero acabaron por aceptarlo de buen
grado desde que, en una asamblea
mortuoria para tratar el asunto, el difunto
decano de aquel cementerio les dijo:
Compañeros, en vez de protestar lo
que debemos es alegrarnos. Todos. Porque,
de alguna manera, en parte: ¡Todos somos
Rosendo Fandiño!
DESENCUENTROS
Por Fernando Rodríguez
(Colombia)

Estaban los dos en el agua, cerca a la


playa, presumiblemente desnudos. Digo
presumiblemente porque el agua les llegaba
hasta la cintura, o sea que de ahí para
abajo… vaya uno a saber. Pero se percibían
felices. El, embelesado exploraba sus formas
perfectas, embriagándose en sus aromas,
contemplaba el pelo castaño que caía como
cascadas de miel sobre sus hombros,
naufragaba en su mirada transparente como
el agua en el que estaban, exploraba aquella
boca en forma de salmo con esos labios que
parecían dos tajaditas de manzana roja
incrustadas en su cara, bajó entonces su
mirada y descubrió la redondez de sus
hombros y la altanería de sus senos que
marcaban el inicio de su vientre perfecto.
Ella también estaba sonriente, porque
él se semejaba al macho de sus sueños, de
ojos grandes color medianoche y mirada
profunda, los músculos del cuerpo como de
una escultura, como hechos con cincel y el
cabello negro que caía infinito por la espalda.
Ella sintió tanta emoción que saltó, saliendo
del agua. El la vio completa, de la cintura
hacia abajo, llena de escamas y terminando
en una agraciada aleta. Entonces se
entristeció y cabizbajo regresó galopante
hacia la playa.
CUADERNO RIVADAVIA
Por Roberto Nield
(Argentina)

Una vez a mi pueblo de Chivilcoy, a la


librería de los hermanos Barca, llegó el
afamado escritor porteño Jorge Asís. Venía
en una gira promocional de su nuevo libro
titulado Flores robadas en los jardines de
Quilmes. Como tantos otros, esa tarde
compré un ejemplar de los promocionados y
me coloqué en la larga fila esperando a que
el literato del momento estampara su rubrica
en mi libro. Cuando logré mi objetivo no
pude dejar pasar la oportunidad de satisfacer
mi curiosidad provinciana preguntándole
algo:
–Maestro Asís, ¿qué hay que hacer
para convertirse en un escritor famoso?
Jorge Asís, con un faso en la mano me
miró y con voz lenta me respondió:
–Lo primero que tenés que hacer es
comprarte un cuaderno escolar marca
Rivadavia, después te vas hasta el café de la
esquina, te sentás en una mesa junto a la
ventana, te pedís un café, abrís el cuaderno
y comenzás a escribir sobre todo lo que
suceda a tu alrededor, así se empieza. Lo
otro, lo de ser un escritor famoso se lo dejás
al tiempo.
Yo tenía 17 años en aquel entonces.
Hoy a mis 48, luego de haber llenado cientos
de cuadernos Rivadavia, sigo el consejo del
turco Asís: voy al café de la esquina, me pido
un café, me siento en una mesa junto a la
ventana de la vida y escribo. Lo otro, lo de
ser famoso, ya no me interesa.
SEIS CUENTOS DE TERROR
Por Germán Cardozo
(Colombia)

PRIMERO
Ayer iba caminando por la calle y me
encontré a mi novia.

SEGUNDO
Ayer iba caminando por la calle, tomado de
la mano de mi novia, y me encontré a mi ex
novia.

TERCERO
Ayer iba caminando por la calle de la mano
de mi ex novia, y me encontré a mi novia.

CUARTO
Ayer iba caminado por la calle de la mano de
mi ex novia, y me encontré a su novio.

QUINTO
Ayer iba caminado por la calle con mi novia y
me encontré a mi suegra.

SEXTO
Ayer iba caminando por la calle y me
encontré solo.
HACHE, Tres destinos para un
traspié
Por Alfredo Becker
(Chile)

Héctor Humberto Hernández Holtz le


entregó el vuelto al sujeto del departamento
“J” y se retiró soltando un suspiro. Esta era la
última pizza que repartía en el día, la
vigésimo tercera. Bajó los peldaños de la
escalera de dos en dos. Apretó el botón que
abría la cerradura eléctrica de la puerta del
edificio y salió a la calle. Aliviado sintió el
aire fresco, el sol en su rostro. Caminó unos
cinco metros y se detuvo. Giró para darse
cuenta que había olvidado cerrar la puerta.
¿Debía devolverse? ¡Si total, no pasa
nada!… ¡Tanta paranoia! ¿Cómo iba a tener
tan mala suerte que justo cuando el deja la
puerta por accidente abierta… pasa algo?
Héctor Humberto Hernández Holtz
siguió su camino.

DESTINO PRIMERO
Tampoco era una cosa que se notara
mucho… ya que con el mismo impulso, la
puerta se había juntado lentamente, hasta
parecer cerrada.
A los pocos segundos un tambaleante
caballero, excedido en copas, al perder el
equilibrio, se apoyó en la puerta.
El resultado fue… por supuesto, aquel
borracho rodando por el suelo… en el interior
del edificio.
A duras penas y completamente
iracundo, se levantó maldiciendo al imbécil
que no había cerrado la puerta. Justo en el
momento en que Hortensia Higuerillas, la
inquilina del departamento “H”, bajaba las
escaleras.
El ebrio absolutamente descontrolado
se lanzó sobre ella, sacó de su bolsillo la
diminuta lima de su diminuto cortaúñas… y
la degolló.

DESTINO SEGUNDO
La puerta quedó abierta de par en par.
A los pocos segundos un tambaleante
caballero, excedido en copas, al perder el
equilibrio, se apoyó en el marco de la puerta.
Tomó un poco de aire y continuó con
su difícil y zigzagueante camino. Justo en el
momento en que Hortensia Higuerillas, la
inquilina del departamento “H”, bajaba las
escaleras.
Hortensia al ver aquel hombre
alejándose, se lanzó sobre él reclamándole
por haber dejado la puerta de par en par
abierta. “Con lo peligroso que se ha puesto
todo últimamente”.
Y aprovechando que justo en ese
instante pasaba por allí un niño montado en
su triciclo, empujó al frágil ebrio hacia el
vehículo que pasaba, quien lo atropelló
lanzándolo por los aires y partiéndole la
crisma.
DESTINO TERCERO
Sin embargo, bastó el impulso de la
misma puerta para que se deslizara
lentamente hasta cerrarse por completo, con
un suave chasquido, como si fuera un punto
final.
…a los pocos segundos un
tambaleante caballero, excedido en copas, al
perder el equilibrio, se apoyó en la puerta
cerrada, justo en el momento en que
Hortensia Higuerillas, la inquilina del
departamento “H”, bajaba las escaleras,
El borracho iba a continuar con su
difícil y zigzagueante camino, cuando,
proveniente de la cerradura surgió un
tremendo y espantoso ruido que casi le
paraliza el corazón. Era el escandaloso
chasquido eléctrico que abría la puerta y que
se había producido cuando Hortensia apretó
el botón para salir.
Hortensia al ver la palidez del rostro
del espantado hombre, al borde de un
síncope, producido por ella sin querer, se
compadeció. Lo hizo pasar a su
departamento… el departamento “H”.
Hortensia y aquel hombre se
enamoraron y se casaron… comieron
perdices y fueron muy… pero muy infelices.
Ella, toda una vida, soportándolo…
soportando su alcoholismo y sus absurdas
amenazas de que algún día la iba a degollar
con la diminuta lima de su diminuto
cortaúñas.
Y él, toda una vida, aguantando a
aquella histérica y sus entupidas amenazas
de lanzarlo, algún día, al paso de un triciclo u
otro vehículo mortal.
SUAVES SIRENAS
Por Yamid Leiva (Colombia)
Saltando Sobre Sendas Siderales,
Supe Sentir Sensuales Siluetas.
Suaves Sirenas Susurraban Sonidos
Sorprendentes
Surcando Súbitamente Supremo Silencio.
Sintiéndose Sorprendidas Sonrieron.
Sumamente Sagaz, Sorteé Situación.
Salto Sobre Sitios Sin Sombras,
Surcando Súbitamente Singulares Sucesos.
Suelo Sentir Sensatos Sentimientos:
Su Sensual Silueta, Su Sutil Sabor Salvaje,
Su Sublime Soñar.
Suave Sirena: Ser Sensible, Sonriente,
Sencillo,
Simpático, Soñador, Sumamente Sexy.
Siguen Siendo Solo Siluetas Sinceras,
Sonrisas Silenciosas, Suspiros Salvajes,
Sentimientos Suspicaces, Sórdidos Sueños,
Seducciones...
¿Seducciones?... ¿Seducciones?...
Saltaré Sobre Soles, Sobre Sendas,
Sobre Sitios Sin Sombras;
Sin Segundos, Sin Semanas,
Sin Saber Si Sórdida Sirena Sigue Segando
Sentimientos,
Sin Saber Si Seres Sutiles, Sublimes,
Sencillos,
Sufren Salvajemente,
Sintiendo Sus Suspiros, Sus Sollozos.
Seguiré Sentado Sobre Sueños,
Siluetas, Sonrisas, Sentimientos,
Sobre Soledades,
Solo Soledad,
Simplemente Soledad.
FÁBULA NUMÉRICA DE SIR
TOMATE F
Por Pascuales
(Colombia)

(366 llaves; completas tu colección de llaves


huérfanas, sonríes, pero no tanto como tu
vecino en su coche Mun T de placas CMO–
366, sicodélico auto (envidia X, tú). Bebes
una cerveza holandesa, elixir de contrabando
que ahora dará algo de sabor al tratado de
estadística que lees hace poco menos de seis
meses; te diste un año de plazo para leerlo y
apenas has leído 366 páginas, un tercio del
libro; pero no importa, este año es bisiesto
(fortuna X, tú), 366 días que se extienden en
el tiempo sólo para que tú conquistes tus
metas, no todas, pero sí las más necesarias,
por ejemplo: embarazar a tu mujer y tener
un bello nene que alegre a la abuela, así sea
sietemesino. Por lo pronto, tu cónyuge atavía
su cuerpo con un vestido de lentejuelas,
porque sin duda asistirá, muy a tu pesar, a la
fiesta que organizó el vecino, quien bautizó a
sus hijas con insólitos nombres: trEscientos,
sEsenta, sEis. Esto ya limita con lo absurdo,
parece un desenfrenado afán de mantener
en vilo el hilo guía de esta fábula, sin
embargo es sincero y no termina, porque tu
mujer, embelesada en su ridículo vestido,
cuenta las lentejuelas, se alegra: 366
lentejuelas verdes y 366 lentejuelas rojas;
rebosante susurra maliciosa que el 366 es
número bendito, que el vecino ganó la lotería
con el tiquete 366 (harto X, tú). No te
provoca echar un vistazo a esta fábula,
menos aún te interesa contar sus palabras
exactas y comprobar que en efecto la tejen
366, relato artesanal intraducible a idioma
anglo. Entonces enciendes la televisión en un
canal de cable donde insinúan basura de
consumo que te ofende, salvo el hipnótico
precio de la colección de punk: 366 casetes
= 36 dolores con 6 centavos. No teniendo en
que más abstraerte soportas la misa que
recitan las monjas de una congregación
ortodoxa en homenaje a la tijera de una
novicia fallecida hace 366 años. Es mejor
que leas la prensa, hallar la estremecedora
noticia: 365 estadistas asesinados por el
Ejército Del Odio (atónito X, tú), ¿365? Leíste
bien, 365 estadistas asesinados. No
desfallezcas, no cortes el ritmo numérico, la
cifra es perfecta, ya vamos por ti.)
PIEDRITA BAJO MI ALMOHADA
Por Giselle Rataus
(Argentina)

Una de las primeras cosas que


recuerdo es cuando mi papá, sentado en mi
cama mientras me arropaba, me decía:
“Había una vez...” Sobre todo me gustaba
cuando me contaba La Bella Durmiente. En
el momento exacto en que la princesa
Aurora se pinchaba el dedo con un huso, yo
cerraba los ojos y me hacía la dormida,
entonces sentía a mi papá diciéndome:
“Buenas noches, bella princesa”. A la
mañana siguiente él llegaba y con un dulce
beso me despertaba; hablándome al oído,
como en un susurro, me decía: “Despierte mi
Bella Durmiente, que ha llegado su príncipe”.
Así mientras me desperezaba, papá
terminaba el cuento: “...y vivieron felices
para siempre”.
Cuando cumplí cuatro años estaban de
moda los montgómeri, que eran unos
sacones de paño con capucha. Papá me
regaló uno rojo, mi abuela al verlo le dijo:
“Ajá, ¿desde tan chiquita metiéndole ideas
políticas en la cabeza?” Bueno yo no les
conté que mi papá era periodista y socialista,
para mi abuela, comunista. “No querida
suegrita, es por el cuento de Caperucita”, y
mientras me abotonaba el saco empezaba:
“En un país lejano había una niña a la que
llamaban Caperucita...”
Papá nos llenaba de historias, relatos,
cuentos de hadas, dragones, duendes, y la
abuela mientras tejía decía: “Estos chicos
siempre van a vivir en una nube”, a lo que
papá le contestaba con una sonrisa: “Tal vez
sea mejor así, suegrita”.
Llegaron los tiempos que tuvimos que
pasar de casa en casa, de un departamento
a una casa, de la ciudad al campo y del
campo a otra ciudad, y cuando le
preguntábamos porque hacíamos eso, él nos
decía: “¿Se acuerdan de Los Tres Chanchitos
que iban de casa en casa para que el Lobo
no los atrape?”.
Pero a mi casa entró el Lobo una tarde
de septiembre, derribó la puerta y se llevó a
mi papá. Entre nuestros lloros y los gritos de
mamá, él decía: “Acuérdense del final...
vivieron felices para siempre”.
Y ahí estábamos con mi hermano
Sergio, tomados de la mano, como Hansel y
Gretel en el bosque, tirando miguitas de
galletitas para saber el camino de regreso,
recorriendo el largo pasillo de la cárcel, hasta
que divisábamos la figura de él, grandote y
con los brazos extendidos para darnos un
gran abrazo, nos sentaba a uno en cada
rodilla, mientras nosotros mirábamos
alrededor pensando que en cualquier
momento salía la bruja para meternos en el
horno. Después papá empezaba a contarnos
historias y alejaba el miedo que nos producía
aquel lugar.
Una tarde nos esperaba más ansioso
que nunca, y casi sin preámbulos se puso a
contarnos la historia de Pulgarcito; cuando
llegó a la parte donde los pajaritos se comen
las miguitas que había colocado Pulgarcito
para encontrar el camino de regreso, a mí se
me llenaron los ojos de lágrimas; papá me
abrazó y me dijo: “Pero no llore, Pulgarcito
era muy inteligente y la siguiente vez que
fue al bosque, se comió el pan y tiró
piedritas”. En ese momento por los parlantes
se escuchó la orden: Se termina la visita, y
mi papá, bajando la voz como diciendo un
secreto, nos dijo: “De aquellas piedritas sólo
se conservan tres, dos están en el Museo de
Perrault, en París, bajo una campana de
cristal”. Y yo presurosa le pregunté: ¿Y la
otra? Entonces él, con una sonrisa enorme,
nos contestó: “La tercera, llegó a mis manos
por misteriosas rutas. Aquí la tienen,
cuídenla”.
Ese día, al llegar a casa, coloqué la
piedrita debajo de mi almohada, para que así
mi papá también pudiera encontrar el
camino de regreso.
PARA DOX
Por Cristian Atanasiu
(Alemania)

Sonó el teléfono. Lo descolgó. Una voz


muy dulce le susurró:
–¿Eres tú?
–Sí –contestó él.
–Qué ilusión me hace poder hablarte –
susurró la voz.
–Sí –contestó él.
–Es tan bonito escuchar tu voz –siguió
la voz de almíbar.
–Sí –contestó él.
–Te quiero tanto –sonó dulcemente la
voz desde el auricular.
–Sí –contestó él.
–Me sienta tan bien poder conversar
contigo –exhaló la voz.
–Sí –contestó él.
–Cuánto me gustaría poder estar
contigo –fueron las siguientes palabras de la
voz.
–Sí –contestó él.
–Hoy es luna llena, y desde mi ventana
la veo brillar sobre dos árboles. Eso significa
algo, ¿verdad? –instó la voz dulcemente.
–Sí –contestó él.
–Oye, ¿no sabes decir otra cosa que sí?
–se indignó la voz, que ya no sonó tan dulce.
–No –contestó él.
UNA CUENTA PARA SALDAR
Por Diego Camargo
(Colombia)

Aunque aún faltaba más de una hora


para que cerraran el mercado, la cantina de
al lado de la carretera hervía ya con las risas
de los coteros, que se ahogaban sin rencores
entre el humo de sus puchos de a peso y el
olor combinado de la cerveza caliente, la
orina generosa que se escapaba desde la
media tapia adaptada como baño al fondo
del local y el sudor vivo de su espalda.
Bebían para celebrar que se acababa la
jornada, o para olvidar que empezaba, o
porque hacían falta fuerzas para soportar
que apenas iba a medio camino y aún
quedaban demasiados días de llevar bultos
de un lado a otro a cambio del par de pesos
que iban sumando para gastar en alguna de
las putas desvencijadas que se insinuaban
en la penumbra de las bodegas del
matadero.
La cantina era un punto obligado en la
desdicha de todos, y sus mesas habían sido
utilizadas durante años para contar billetes,
cobrar deudas, anotar promesas y,
ocasionalmente, velar a alguno de los
comerciantes que terminaban sus días con
las tripas acuchilladas en algún rincón de la
plaza y sin el dinero suficiente entre sus
bolsillos como para pagar un lugar en la
funeraria de don Blas.
A eso de las once y media, Otilia
dejaba su eterno lugar tras el mostrador y
arrastraba las sexagenarias piernas de mapa
hidrográfico hasta las sillas desocupadas
para subirlas patas arriba en su respectiva
mesa. Una señal respetada por todos, incluso
los forasteros, quienes empezaban a
abandonar el local a medida que iban
terminando sus manos de tute.
Esa noche, casi a las doce, solo quedó
un anciano desconocido y famélico que
volteaba sus bolsillos frente a los diez
envases de cerveza vacíos de la mesa. De
ellos salían colillas aplastadas, papeles y
otras sobras del día; todo menos monedas.
Otilia había visto el truco cientos de veces,
se acercó sin disimular y miró al viejo con la
escoba en la mano.
–¿Me va a decir que le sacaron la
plata?
–No señora –respondió el cliente
mientras se rebuscaba por tercera vez–, pero
creo que me la gasté toda en la gallina.
La cantinera suspiró como una actriz
de oficio, recogió las botellas vacías de la
mesa y regresó a paso lento hasta el
mostrador.
–No demora en llegar el dueño –dijo–, y
él no tiene paciencia con los ladrones.
–Pero es que yo no le voy a robar nada
–se defendió el cliente–, solo se me perdió la
plata y, si es necesario, le pago mañana los
treinta pesos y le encimo diez.
La vieja rió como en cámara lenta y se
burló.
–Sí, claro, si así fuera yo ya tendría una
casa al lado de la iglesia. Mejor pague
rápido, que a mi marido le emberraca fiar.
El forastero se mordió el labio y
empezó a sudar, la mandíbula le temblaba
mientras se agarraba el sombrero y
blanqueaba los ojos como buscando una
alternativa.
–Sumercé –dijo finalmente con una
vergüenza tan auténtica como su delgadez
de pobre–, de verdad, ¿qué quiere que haga
para no irme debiéndole?
Otilia se le quedó mirando en silencio,
se dejó conmover por los gestos de garza del
abuelo y el brillo lacrimal de sus ojos,
recorrió en un segundo su traje de paño
gastado y se fijó en las manos, callosas por
el azadón y flacas por la inclemencia de la
miseria.
–¿Cuánto dice que le costó la gallina? –
preguntó finalmente.
–No, señora, –respondió apenado el
viejo– la gallina no la vendo; es un encargo.
–En ese caso –reclamó gritando Otilia–,
arrégleselas con mi marido.
–Pero sumercé –reclamó el cliente–, le
juro que le pago mañana. Además, la gallina
costó doscientos pesos, mucho más de lo
que le debo.
–Me cobro la deuda y le encimo
cincuenta pesos –propuso la cantinera–, ¡lo
toma o lo deja!
–Pero eso no es ni la mitad de lo que
me costó –repuso con la voz quebrada el
anciano.
–Vea –puntualizó la vieja–, si de verdad
pensaba encimar diez pesos a lo que me
debe, vuelva con los cuarenta más los
cincuenta que le ofrezco y le devuelvo la
gallina mañana.
El viejo agachó derrotado la cabeza.
–¿Dónde está la gallina? –preguntó la
tendera.
–Amarrada en el corral, al lado de las
suyas; la puse ahí para que comiera maíz y
tomara agua.
Otilia salió al patio y la vio en la
oscuridad; era enorme y altanera, tenía la
cresta brillante y regordeta, miraba el corral
como si fuera la dueña y no retrocedió
cuando se le acercó. La vieja calculó su
precio en mucho más de los doscientos
pesos.
–Tiene pinta de que se va a tomar el
gallinero a picotazos, pero está buena –
anotó.
El viejo no tuvo el valor de decir nada
más, apenas atinó a recibir el pago,
despedirse hasta el otro día y caminar hasta
el bus que acababa de parar en la carretera.
Echó un último vistazo a la cantinera y se
subió sin más.
Otilia sonrió orgullosa mientras miraba
la gallina y le acariciaba el buche. Antes de
que el bus arrancara de nuevo, reconoció la
figura gigante y rechoncha de su marido que
se bajaba, y lo esperó parada junto al
gallinero.
–Mira –dijo señalando al animal–, me
costó diez cervezas y cincuenta pesos.
–¿Quién se la vendió? –preguntó el
esposo.
–Un cliente sin plata; va en el bus que
te trajo.
El marido se metió en silencio a la
cantina sin mirar a su mujer, quien lo siguió
hasta el mostrador.
–¿Qué pasa? ¿Está mala la gallina?
–Está muy buena –respondió él.
–¿Y entonces? –preguntó Otilia.
–Pues, que ha estado en el corral
desde que nació. ¡Le acaban de vender su
propia gallina en ochenta pesos!
Otilia no pudo contener la sonrisa
apretada que se le dibujó en media boca,
bajó la cabeza para ocultar el rubor causado
por su propia torpeza y se tapó la cara con
una mano, como si eso le sirviera para
ocultar la vergüenza macerada por el viejo
que minutos antes se había puesto a jugar
una partida de tute con su astucia, y la había
derrotado.
Por Rubén Martínez
(Venezuela)

EL MAGO
El Mago, ante el asombro de todos, sí pudo
tragarse la enorme espada. Pero fue lo
último que hizo.
***
El Mago, cansado de esperarla, se convirtió a
sí mismo en la mujer de sus sueños, aunque
nada remedió con esto pues nunca pudo
casarse con ella. Entonces, desconsolado,
comenzó a esperar al hombre de sus sueños.
***
El Mago decidió retirarse definitivamente de
la profesión el día que sintió un terrible tirón
de cabellos y, acto seguido, comenzó a salir
de un enorme sombrero de copa, frente a un
auditorio repleto de conejos blancos que
aplaudían entusiasmados.
***
LIBRO DE AVENTURAS
El niño le pidió a su papá que le leyera
un cuento.
–¡Uno de aventuras! de esos que
hablan de personas que viven en tierra
firme. Que hable de sus casas muy altas y
que cuente cómo viajan sobre "carros". Ese
cuento que habla sobre un niño que va a
"escuela" y come "meriendas" y enciende
"televisión".
El papá engarzó la manta con su garfio
y arropó al niño.
–Ya es muy tarde. Tienes que dormir.
Mañana al mediodía tenemos trabajo.
Papá se despidió con el beso de
buenas noches. El niño alzó los hombros con
resignación y desde su cama escuchó los
pasos de papá, alejándose, hasta que el
golpeteo de la pata de palo se confundió con
el rechinar de las maderas del galeón, el
rumor sereno del agua y el canto dulce de
las ballenas.

LIBRO DE COCINA
Había logrado aterrizar, esa era la
buena noticia. La mala era que estaba en
medio del desierto, sin radio, sin motor, solo.
Buscó el bolso donde se guarda el
equipo de emergencia para estos casos. Lo
abrió. Dentro sólo había un libro de cocina
con las mejores recetas de la gastronomía
internacional.
Al tercer día, vencido por la
desesperación y el hambre, decidió comerse
una página en la que se explicaba, con
abundancia de detalles, cómo preparar y
servir un arroz a la marinera. Y con cada
bocado pudo saborear aquel delicioso plato.
A partir de entonces, un festín siguió al otro.
Cordero en salsa tártara, ensalada italiana
con nueces, crema de champiñones, asado
con puré de papas y repollitos de Bruselas.
El escuadrón de rescate lo encontró un
mes después, justo a tiempo para salvarle la
vida. Tras un prologado forcejeo, pudieron
arrancarle de las manos a aquel gordo
descomunal las cien páginas del capítulo
dedicado a los "Postres y Tortas del Mundo".
LA CENICIENTA, EL PROFESOR
CHIFLADO DE SU ÉPOCA
Por Juan Carlos Mazo4
(Colombia)

La Cenicienta fácilmente pasó a la


historia como una de las mujeres con los pies
más raros que hayan existido, pues el hecho
de que en todo un reino sólo le sirva un par
de zapatos a una persona es como para una
crónica de Primer Imparto. Donde ahora le
dé a un príncipe por hacer esa misma gracia
de casarse con la primera que le sirva una
zapatilla, seguro que muere loco. Sobretodo,
si es número 36–37. Más de la mitad de las
mujeres están en ese rango.
Continuando con la historia de la
Cenicienta, la muchacha se organizó con el
príncipe en un palacio full equipo (por qué
será que siempre se quedan con un
segundón y no con el rey). Tenía fantasma,
pozo de la dicha, pozo con cocodrilos, cocina
semintegral, baños cabinados, alcoba de
servicio, molduras y cortineros en yeso,
mesones en mármol, citófono en la alcoba
principal y la cocina, iluminación ojo de buey,
zona de ropas, ascensor Acme con capacidad
para ocho personas por torre, shut de
basuras, club house y juegos infantiles.
Los graves problemas de la mujer
fueron las continuas transformaciones con
las que quedó luego de la noche de la fiesta
4 Periodista de El Colombiano de Medellín, amigo de
los cuenteros.
en la que llegó su hada. Parecía el Profesor
Chiflado. A eso de las 12:00 a.m., en las
noches de luna llena y de cuarto menguante,
comenzaba a alborotársele el pelo, le salían
los cayos del cepillo en las manos, emanaba
un olorcito como a detergente, la ropita le
cambiaba de un momento a otro y la
mandíbula se le desencajaba.
Fue donde un bioenergético a ver si le
encontraba el chiste y nada. Después
recurrió a una señora que lee el aura, y
menos. También, asistió a centros de
talasoterapia, masajes japoneses,
acupuntura, iridiología y de todo eso salió
igual.
De tanto andar de aquí para allá, se
inició el chisme de que tenía pactos con el
diablo y se comunicaba a través de las
brujas. De chepa, y por ser la esposa del
príncipe, se salvó de que la quemaran, pero
los diarios de la época le dieron palo, todo el
que quisieron.
Incluso, publicaron los dibujos
realizados por unos pictopaparazzis, donde
aparecía la Cenicienta en comprometedoras
escenas. De la suerte de las tres hermanas
malvadas se supo que una montó un
alambique para hacer whisky y al poquito
tiempo la cogieron. La otra comenzó a hacer
unos cruces entre la corona y Robin Hood, a
lo Mauss, y la cogió el Das inglés. A la
tercera le tocó pedirle cacao a Cenicienta, se
le acomodó en el castillo y al poco tiempo
unos criados, en vista de la falta de mujeres,
también la cogieron.
La pareja tuvo cuatro hijos y tres
sustos. Le salieron muy aplicaditos hasta que
llegaron a la pubertad y se empezaron a
descarriar. Uno mantenía pistiando a las
doncellas durante su baño en el río. Otro,
organizaba carreras clandestinas de
caballos. El del medio embarazó a su nana y
el chiquito como que estaba inventando el
avión mental, porque a toda hora era
volando con unas yerbas raras que fumaba.
Lo último que se supo de Cenicienta
fue que terminó en un hospital del Seguro
Social de Gran Bretaña, odiando a su hada
madrina y a la espera de un milagro de la
ciencia de la época.
CYBER ROMANCE
Por Carlos Genovese
(Chile)

Se conocieron chateando por Internet.


Después de intercambiar las primeras señas
y las primeras fotos, falsas, por supuesto;
decidieron conversar en serio y se dieron
cuenta que tenían muchas cosas en común.
Pasó el tiempo, sintieron que sus almas
parecían gemelas y fijaron una cita para
conocerse personalmente.
Aún cuando el lugar elegido, el Parque
Forestal de Santiago a orillas del río
Mapocho, en otoño, reunía todas las
condiciones de romanticismo ambiental y
aún cuando, a lo mejor, estaban hechos el
uno para el otro, la relación no prosperó,
más bien sucumbió definitivamente en ese
primer encuentro.
La culpa fue de él: para impresionarla
acudió a la cita vestido completamente de
negro y ella, aunque moderna era romántica
a morir, y lo único que esperaba era un
príncipe azul.
VIOLACIÓN + I.V.A
Por Luis Martín Trujillo
(Colombia)

En la noche, en la oscuridad, en el
silencio mortal y vagabundo, ella, la
protagonista de esta historia, camina con
pasos preocupados infundidos por la
soledad, un ruido acelera pulsaciones. La
ciudad nocturna es peligro, temor,
inconciencia, exceso. De la nada una sombra
aparece y le sujeta por el cuello, brutal la
arroja contra el capó de un Mazda 323. Ella
queda en posición, siente su rostro contra el
frío aluminio, su vida cambia en un mísero
instante, la huella del infortunio le escribe
que la confianza no es privilegio. La mano
agarra el cabello y golpea la cabeza, la otra
mano se mezcla en la falda. Desea gritar, no
quiere ser una estadística más. Los dedos del
asaltante llegan hasta el hilo dental y una
extraña sensación le produce humedad, una
humedad odiada e insensata. Siente el ruido
de la cremallera, el suceso no tiene marcha
atrás, sólo queda la resignación incluso el
disfrute. El falo presiona y siente cómo
asciende, el sable atraviesa la carne. La
agitación y la respiración compungida del
violador la asusta más que lo que está entre
sus piernas. De repente, oh gloria
inmarcesible, oh jubilo inmortal. La luz de
una linterna la ilumina, según parece Dios ha
escuchado sus plegarias. El suplicio
terminará y otro héroe anónimo habrá hecho
su buena labor del día. El violador se detiene
más asustado que la víctima, apenado
prefiere mantener su miembro en la escena
del crimen. De repente se escucha una voz:
–¡José Hilario!
El violador sólo contesta:
–Mamá…
–No me gusta que se serene, después
anda tosiendo toda la noche.
–Pero Mamá…
–¡Es que no me escuchó culicagado!
¡Nada de peros, nos vamos para la casa ya!
–Mamá usted siempre metiéndose en
todo.
–¡Me hace el favor y me respeta! ¡Qué
son esos modales! Además, ¿qué es ese
olor? ¿No me diga qué se tiró un pedo?
¡Cochino!
El olor de gas metano toma la escena.
–Mamá yo no fui.
–No me mienta que usted sabe como
me disgusta que me mientan. Igualito a su
papá.
–Perdón –exclama la violada sonrojada.
–Si ve que yo no fui, refuta José Hilario.
–Bueno jovencito no se hable más,
vamos para la casa que después se me
agripa y me toca escucharlo toser toda la
noche.
La mujer continúa tirada sobre el capó,
literalmente.
–Mamá ya iba acabar, déjeme terminar
que ya la alcanzo.
–Jovencito, ¿no me entendió? Se me
entra ya.
–Mamá ya estoy adentro.
– ¡No me abra esos ojos!
–Mamá no puedo evitarlo.
–¿Qué son esos modales? ¿Qué va a
pensar la señorita?
–Ex señorita, Mamá.
–No me lleve la contraria, hágame el
favor.
–No le estoy llevando la contraria.
–No se lo voy a repetir sotarugo, ¡para
la casa!
–¿Qué es sotarugo?
–No, qué bonito, lo que me faltaba,
ahora cuestionando a su mamá, la hacedora
de sus días, aquella que lo vio nacer y se
esforzó día a día por usted. ¡Dios porqué me
castigas de esta forma… tanto sacrificio,
tantos desvelos, tantos cariños!
–Ya Mamá…
–¡Ahora quiere callarme! Lo que gana
uno por mimarlos y preocuparse día tras día
por ellos.
La atacada, cansada de la discusión
solo aduce:
–Déjelo terminar señora, mire que se
me están durmiendo las piernas.
–¡Vean a esta igualada! ¡Ni más
faltaba! –contesta la madre indignada.
–¡Señora me hace el favor y me
respeta que yo no soy ninguna aparecida,
además él ya está grandecito para que tome
sus propias decisiones!
–¡Pues yo soy su mamá y hago lo que
me da la gana!
–¡Silencio que así no me puedo
concentrar! –grita José Hilario.
Ella, la protagonista de la historia,
inconforme por la situación, reniega:
–¡Déjelo que termine, señora!
Y la madre, como toda madre,
preocupada por precaución y melodramática
por convicción:
–Le dije que no se fijara en cualquiera,
pero como siempre, llevándome la contraria.
–Mamá usted no lo deja ser feliz a uno,
voy a decirle al psicólogo que usted me
reprime.
–¡José Hilario Gutiérrez Martínez no le
vuelvo a repetir, camine para la casa o
quiere que llame a su Papá!
José Hilario desilusionado mira a su
víctima.
–Lo siento, tengo que entrarme ya
porque el sereno me hace daño.
Seguidamente saca su falo de la
caverna. Ella no sabe qué pensar, menos qué
creer. Él sube la cremallera del pantalón
lentamente. La luz de la linterna se aleja,
todo vuelve a la tranquilidad. Ella,
desconcertada, prosigue su camino a casa
en la lobreguez de la ciudad, descontenta
porque nada en este país se termina a
cabalidad, y todo porque aun existen madres
abnegadas y preocupadas por el bienestar
de sus hijos.
TIEMPOS DE LA UP
Por Rodrigo Collao5
(Chile)

Siempre entre los pescadores se


cuentan mentiras y mitos, pero ustedes por
el contexto histórico se darán cuenta que
esto es verdad.
Corría el año 1973 en Chile, y en
Coquimbo, en la caleta de Guayacán, vivía El
Jurelillo pescador muy conocido por la
comunidad por ser muy pobre y no tener un
trabajo estable, ya que no tenía bote, ni
patrón.
Cuenta la historia que El Jurelillo al
igual que mucha gente de la época no tenia
qué comer, ya que había en el país un
desabastecimiento de mercaderías
provocado por motivos poco nombrables,
claro si eran tiempos malos, eran los tiempos
de la UP (Unidad Popular).
Un día El Jurelillo salió decidido a
pescar, y como era tan pobre salió solo con
un nylon y un anzuelo a pescar a la mano
entre las rocas de Guayacan, El Jurelillo
pensaba mientras esperaba que picara algo
que porqué tenían que ser tiempos tan
malos, porqué tenían que ser tiempos de la
UP. En eso sintió que algo picaba y recogió.
Era una rubia preciosa (rubia se les dice

5Versión original basada en un cuento recopilado por


el autor en las caletas de pescadores de Coquimbo,
Chile.
entre los pescadores a la corvina un pescado
de escamas amarillas y de sabor delicioso).
Al sacarla, la miró y la puso sobre sus
hombros. Esta atravesaba de uno a otro.
Salió de las rocas, pasó por la plaza y luego
por la iglesia, convirtiéndose en la
admiración de la gente del pueblo que veían
como El Jurelillo se paseaba en los tiempos
más malos, en los tiempos de la UP, con una
tremenda rubia.
Al llegar a su casa, le dijo a su mujer:
–Negra mira lo que pesqué.
–¡Viejo, tremenda corvina!
–Prende la cocina porque tengo mucha
hambre.
–Ya... pero viejo, no tenemos gas,
(claro, qué iban a tener, si eran tiempos
malos, eran tiempos de la UP).
–Entonces pásame el sartén que lo
vamos a freír a la leña.
–Si... pero no tenemos aceite, (claro,
que iban a tener, si eran tiempos malos, eran
tiempos de la UP).
–Chuuuuuu… entonces vamos a
prender fuego y la tiramos a las brazas.
–Ya… –dijo la mujer– pero, viejo no
tenemos fósforos, (claro que iban a tener, si
eran tiempos malos, eran tiempos de la UP).
El Jurelillo miró a su mujer con pena y
rabia también, pensando que porqué tenían
que ser tiempos tan malos, porqué tenían
que ser tiempos de la UP. La mujer lo miró
con compasión y le dijo:
–Viejo, anda y devuelve mejor ese
animalito al mar.
El Jurelillo, con el dolor de su alma y
sobre todo de su estómago, tomó la corvina
y la puso nuevamente sobre sus hombros.
Esta atravesaba de uno a otro. Y comenzó a
caminar. Pasó por la iglesia, pasó por la
plaza, llegó hasta las rocas, al mismo lugar
donde la había pescado. Allí miró a la corvina
y pensó con rabia porqué tenían que ser
tiempos tan malos, porqué tenían que ser
tiempos de la UP. Entonces la lanzó con
fuerza, hasta con rabia. El Jurelillo se quedó
mirando con tristeza cómo la corvina se
hundía en las aguas profundas.
En ese momento vio con asombro
cómo la corvina saltó y se elevó por los aires,
quedando frente a él, mirándole y gritándole:
–¡Viva la UP de mierda! –mientras
retornaba al mar.
EL JARDINERO REAL
Por Franco Bonilla
(Colombia)

Sin proponérselo, el jardinero real


escucho que sus orquídeas discutían sobre
cuál de ellas era la más hermosa del reino.
En medio de la discusión, una de ellas sugirió
que le preguntaran al propio jardinero. Quién
mejor que él para resolver el dilema.
Y así lo hicieron, las orquídeas le
preguntaron a cuál de ellas prefería por su
belleza. El jardinero les respondió:
–Amigas orquídeas, cualquiera
pensaría que por su condición de flores
reales son ustedes las flores mas bellas del
reino, las que yo mas quiero, pero en verdad
la flor más bella del reino, y la que más
quiero, es una margarita que tengo en mi
casa. Ustedes no han aprendido a vivir sin
mí, y estoy seguro de que si un día dejara de
regarlas morirían de sed. En cambio, la
margarita que tengo ha aprendido a
alimentarse en mi ausencia, tomando su
alimento de una pequeña cañada que pasa
cerca. A esa margarita es a la que mas
quiero en este reino, pues aprendan amigas
orquídeas que el verdadero amor es aquel
que no causa dependencia, el verdadero
amor es el que brinda libertad.
EL NORTE
Por Joel Sánchez
(Cuba)

En el grado de Mary, Memo Angel


hablaba del norte: “En medio de la tormenta
el capitán del barco, brújula en mano, se
aferra al norte y el norte no es la solución es
solo un norte. Ahora comienza un camino y
lo importante es que sepamos donde está el
norte del camino”.
De niño la maestra de tercer grado nos
leyó un cuento en que unos niños se habían
perdido en el bosque, hasta que Pedrito se
ubicó de frente al sol, vio qué hora era,
localizó el norte y se fueron hacia el pueblo
que les quedaba al este.
En la clase de forestal, en la
universidad, supe que la corteza de los
árboles en zonas tropicales tiene una
rugosidad especial hacia el norte.
En la vida debemos saber, cual brújula,
dónde está nuestro norte, definir nuestro
camino a partir del norte, lo cual no quiere
decir que el norte es el camino.
Porque lo que me revienta es que sea
al norte que la aguja de la brújula marque el
norte.
¿Quién sabe? Tal vez indica que para
allá no. Tal vez indican los árboles tropicales,
con su rugosidad, que debemos protegernos
del norte. Como Pedrito, que supo
claramente que su pueblo no estaba al norte.
Y me pregunto: ¿Cuál será entonces el
punto de ubicación de los que están en el
norte?
Creo que, definitivamente, los del norte
perdieron hace mucho tiempo todo sentido
de ubicación.
–Por eso estamos como estamos –decía
en la Habana el viejito del parque.
EL MUERTO
Por Maria Teresa Agudelo
(Colombia)

Estaba muerto y a nadie le importaba.


Nicolás lo supo cuando vio la patrulla de la
policía y unas cintas fluorescentes rodeando
el suceso. Yo insistí en buscar cámaras
porque “como en esta ciudad se ha vuelto
tan común grabar películas”, además no vi
charco de sangre, ni caras de asombro, ni
escuché el más mínimo comentario, excepto
el de Nicolás “cual película parce, ese man
está muerto, y tan rara la gente como si
nada”. Y como no encontré cámaras me puse
a buscar actores; me pareció que los
punketos que se estaban drogando en la
esquina, el combo de hippies que tocaba
guitarra al pie de la estatua de Simón
Bolívar, o la parejita que leía Rayuela en el
barcito sin nombre que tanto les gusta
porque ponen la música pasito y uno puede
leer, eran extras actuando indiferencia.
Nosotros también seguimos derecho sin
preguntar nada, caminando hacia el teatro
mientras lanzábamos algunas hipótesis de
las cuales la que mayor acogida tuvo fue la
de una sobredosis, “tan rara esa gente
¿cierto?, como si nada”. Pero es que en ese
parque cada uno estaba ocupado en fabricar
su propia muerte. La parejita no se había
percatado de que Rayuela es una soledad
que mata, que cada palabra, cada saltito
hacia el cielo es un salto hacia el vacío que
cada uno lleva dentro, además el muchacho,
que soñaba con ser escritor y músico, cada
que leía a Cortázar se deprimía tanto como
cuando asistía a un buen concierto de Jazz, y
llegaba a su casa a quemar toda la basura
que había escrito. A los punketos se les
pasaba la vida drogándose, echándose jabón
rey en el pelo, pidiendo cien pesos e
insultando gomelos. Los hippies con su
“peace and love”, buscando a quien amar y
guerras para repudiar se habían perdido en
la bohemia y ahora eran un montón de
peludos y putas, fracasados, solos y sucios,
rasgando una guitarra quebrada, cantando
con unas voces tan roncas y mirando con
unos ojos tan tristes que daban ganas de
darles una moneda y unas palmaditas en la
espalda. Y también había por ahí uno que
otro universitario con futuro, bajando el
stress con cerveza y soñando con un buen
empleo (mucho dinero), una gran casa, una
finca con vacas, gallinas y caballos, y un
carro último modelo, pero hay que llegar
temprano a la casa porque mañana hay
parcial.
Estaban muertos y a nadie le
importaba, ni siquiera a ellos, porque
estaban convencidos de que eso era la vida.
Y tenían razón.
LA LEYENDA DE LOS TEMBLORES
Por Moisés Mendelewicz6
(Costa Rica)

Cuentan los abuelos que hace


muchísimo tiempo en estas tierras había una
serpiente larga y brillante, de muchos
colores: verde rojo amarillo.
Esta serpiente de colores verde rojo
amarillo era una de esas serpientes de
cascabel. Solo que la serpiente de mi cuento,
en lugar de sonaja tenía en la cola un
manantial de agua transparente.
La serpiente de colores se arrastraba y
se arrastraba por toda la selva, por todos los
llanos, por toda la vida. Era tan, pero tan
linda que parecía un arco iris juguetón
cuando sonaba su cola de maraca.
Dicen que dondequiera que pasaba la
serpiente dejaba bendiciones y alegrías
sobre la tierra porque con su cola de
manantial iba por montes y llanos dando de
beber a la tierra, a las plantas y a las flores
silvestres.
Pero hubo un día en que los hombres
pelearon por primera vez. Los hombres y las
mujeres supieron lo que era la guerra y los
niños y los ancianos sufrieron mucho y la
serpiente, muy asustada, se metió abajo de
la tierra y entonces hubo sequía.
Pero hubo otro día en que los hombres
dejaron de pelear y la serpiente volvió a
aparecer y del corazón de la tierra brotaron
6 Basado en un cuento original de Antonio Granados.
frutos y del corazón de los hombres brotaron
cantos.
Pero nuevamente los hombres nos
pusimos a pelear y no hemos parado las
guerras y por eso la serpiente desapareció
para siempre y como todavía no nos
ponemos de acuerdo, ella sigue
arrastrándose adentro de la tierra y a veces
se asoma y se vuelve a meter y se mueve y
por eso la tierra no ha parado de temblar.
COLECCIÓN DE DESENCUENTROS
Por Alexander Díaz Gómez
(Colombia)

Marcos abrió los ojos con la certeza de


haberse acostado hace solo treinta
segundos. Lo primero que escuchó fue la voz
chillona de su esposa que le recordó lo tarde
que era. Siempre es demasiado temprano
para llegar tarde, pensó mientras preparaba
con gran voluntad su desayuno. La crema
dental le sabe a frustración cuando su
esposa le pide una toalla y le machaca lo
inútil y desmemoriado que es. Antes del
portazo cotidiano de ella, escucha su último
chillido: “No olvides que hay que hacer
mercado… tal vez tendré que hacerlo yo
porque como siempre...”
El sonido de la cafetera le sonó a
buenos días. Era la hora nona en que Marcos
no se hallaba a sí mismo. Su casa es una
colección de desencuentros: sala ajena,
cama ajena, edredones ajenos escogidos por
ella, sala de vidrio como a ella le gusta.
Sonrió con sarcasmo al darse cuenta que él
mismo lo cambió todo para complacer el
gusto de su esposa. Aprovechó el silencio
reinante y sacó de la nevera tres cubos de
hielo para mordisquear. El dolor era
soportable como si fuera un juego personal
para sus encías. Rumiando el frío y el silencio
recuerda que la costumbre de comer hielo no
es suya, sino de Ángela Tamayo, su antiguo
amor. Mientras mastica los hielos con mayor
lentitud, Marcos se plantea: No somos nada
originales, solo somos un grupo de
costumbres ajenas.
Angela Tamayo y Marcos se conocieron
en un Centro de Medicina prepagada. El
discutía con la encargada sobre la pésima
atención, y a ella le pareció gracioso su
pavoneo de macho copulador, palmoteando
como en una discusión de sordomudos. El
estruendo de unas hojas que cayeron cerca
del histérico cliente, hizo que la risa de ella
retumbara en la sala de espera. Se
conocieron en las carcajadas y dos semanas
después ya planificaban un futuro
compartido. Todo era ensueño en ese
entonces; ahora, en la cocina, Marcos dejaba
que el hielo destemplara su frustración.
Cuando menos lo pensó, ya se
encontraba frente a la cajera del
supermercado, pagando las legumbres y los
objetos para la cena. Al salir, creyó ver a
Ángela Tamayo doblar la esquina y la
conflagración de su ser fue inmediata.
Apresuró el paso y supo que desde hacia
mucho la buscaba en los rostros ajenos y
equivocados de un ruido aduanero. Angela
se había marchado de su vida, como un
aguacero rápido, intenso y breve.
Mientras caminaba hacia su casa,
después de la decepción de saber que la
ajena mujer que persiguió por dos cuadras
no era su pasado, atravesó la esquina. Lo
último que recuerda fue el vuelo de una de
las naranjas que traía en la bolsa, su cabeza
revolcada y los trozos de un parabrisas
mojado. Abrió los ojos por segunda vez en el
día, pero con la certeza de haberse acostado
el año anterior. En frente suyo había un
desorden de colores: rojo sangre, gris
asfalto, verde lechuga, y escuchó un sonido
lejano que le recordó la voz de Ángela: “Dios
mío, lo conozco, no lo muevan hasta que
lleguen los paramédicos... ¿Cómo está
doctor?... ¡Qué bueno!... ¿Entonces le puedo
hablar?... ¿Me escuchas?...”
Después de algunas horas de
mediciones clínicas para comprobar si estaba
perfectamente tanto de ancho como de
largo, Marcos se despertó con la seguridad
de haber escuchado la voz de Angela
Tamayo. Pensó en llamar a su esposa para
avisarle del accidente, pero se arrepintió,
solo pensaba en la voz dulce de Angela y en
sus palabras que lo doblaban como una hoja
de papiroflexia.
De pronto, a la sala de observación,
llegó Angela, iba vestida como siempre la
recordó, con su pelo recogido y esa
despreocupada forma de bajar la blusa para
que su hombro fuera una promesa
silenciosa. Marcos fue dado de alta y
conducido en un taxi de la mano prestada de
ella que no paraba de hablarle: “Dónde
demonios te ocultaste, te busque hasta
detrás de mi espalda… No hables mucho…
vaya que fue una suerte que pasara cerca…
y pensar que paso casi a diario... en fin, el
destino es una colección de desencuentros”.
Llegaron al apartamento de ella y
Marcos se mordió los labios al ver aquel
lugar. Todas las cosas que ellos habían
querido en el pasado estaban allí: la radiola
de comienzos de siglo, los cuadros sin
sentido de Miró, las revistas de ocultismo
barato en el centro de la sala y una colección
extensa de libros sobre el Cairo. Todas las
esquinas le hablaron de sus gustos, que ella
había heredado, y le hicieron olvidar su dolor
y reemplazarlo por uno más profundo.
–Tienes todo lo que nos gustaba en ese
entonces.
–Algunas cosas.
–Debo irme, mi esposa debe estar
preocupada.
–¡Que espere! Si después de seis horas
no se ha percatado de tu ausencia, es que no
vale la pena avisarle. Pero si quieres dame
su número telefónico y le aviso.
–No, mejor no, aquí me siento a gusto,
mi apartamento es una celda incomoda, en
cambio éste es bonito.
Marcos se recostó en la cama que
siempre había soñado. ¡Dios, su pasado
volvía a chocarse en su esquina! Ella le contó
lo que había hecho en esos años de
ausencia; que se había casado y separado;
que había viajado, caminado, nadado,
buceado; que había observado el cielo, los
anocheceres en lugares lejanos, en el
mediterráneo; le contó que estaba en la
ciudad desde hacía un año, que le gustaba
olfatear ofertas de libros viejos, y que había
escuchado un ruido, un frenazo,
encontrándolo tirado en la calle.
–Pero aquí estamos, ¿aún te gusta
cocinar?
–No sé si pueda mantenerme en pie
después del golpazo.
–El médico dijo que podías estar un par
de días aturdido. Si quieres te quedas el
tiempo que desees.
–No sé, creo que no, debo volver con
ella.
–Vuelve a mí, el destino te trajo.
–Sí, y un parabrisas...
Los dos rieron de buena gana. Ella bajó
la cabeza invitándole a un beso, un beso
como los de antes. Los dos lloraron en
silencio. Ella deslizó su dolor en sus mejillas,
y él trató de pensar en ese nuevo
desencuentro. Después de mirarse por
mucho tiempo, en silencio, Marcos le pidió
que le llamara un taxi, y ella le pidió que la
buscara cuando quisiera.
Marcos llegó a su apartamento, deslizó
la llave en la cerradura, pero antes de abrir
la puerta cerró los ojos y los abrió
lentamente. Allí estaba nuevamente, en
aquel apartamento lleno de cosas ajenas que
tanto odiaba, y con esa mujer esperándolo.
–¿Dónde demonios estabas?, tuve que
comprar las cosas, el mercado, te lo dije,
eres un inútil. ¿Dónde estabas? ¡Contesta!.
–Estaba perdido, pero ya me encontré.
Marcos la miró mientras ella curaba
sus heridas. Luego se preguntó, para sí
mismo, por cuánto tiempo tendría que
soportar la doble personalidad de su esposa.
¡EMBORRACHAOS!
De Charles Baudelaire7
(Francia)

Hay que estar siempre ebrio.


Esa es la única cuestión.
Para no sentir el horrible fardo del tiempo,
que rompe vuestras espaldas y os inclina
hacia el suelo, hay que emborracharse sin
tregua.
Pero ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud,
a vuestro aire. Pero, emborrachaos.
Y si alguna vez, en las escalinatas de un
palacio, sobre la hierba de una zanja, en la
soledad triste de vuestra alcoba, os
despertáis con la borrachera disminuida o
desaparecida, preguntad al viento, a la ola, a
la estrella, al pájaro, al reloj; a todo lo que
huye, a todo lo que gime, a todo lo que
rueda, a todo lo que canta, a todo lo que
habla; preguntadle qué hora es.
El viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj
os responderán: ¡Es la hora de
emborracharse!
Para no ser esclavos martirizados por el
tiempo, embriagaos.
¡Emborrachaos sin tregua!
De vino, de poesía o de virtud.
A vuestro aire.

7Traducido y contado por el cuentero español Antonio


González
LA NIÑA Y EL POETA
Por Armando Quintero
(Uruguay)

Yo conocí una niña que tenía los ojos


color del tiempo. Vivía en una ciudad donde
todas sus casas y sus edificios eran iguales.
Todas las casas tenían los techos rojos, las
puertas y las ventanas pintadas de verde, las
paredes blancas. Los edificios tenían sus
muros grises, con sus ventanas y puertas
grises y siempre cerradas, casi como para
que nadie pueda saludar ni hablar a nadie.
Como para que nadie supiera del otro. Las
mesas, las sillas, los platos, los diversos
objetos, eran muy parecidos unos a otros.
Los animales tan similares que, a la hora de
querer saludar, acariciar o sólo jugar con el
gato o el perro que era mi mascota, me
pasaba mucho tiempo para diferenciarlo de
los otros perros o de los otros gatos. Las
personas se parecían como en las monedas
se parecen las cabezas de los héroes, o esos
números rodeados de laureles que también
encontramos allí. Era una ciudad donde no
pasaba nada. Todo se repetía, se repetía, se
repetía. Se le conocía por ello y así se le
llamaba: La Ciudad Donde No Pasaba Nada.
Cierta vez, la niña quiso asomarse al
mundo. Quiso ver si fuera de su ciudad
podía encontrar –aunque más no fuera– una
flor que tuviera pétalos con formas, colores,
y aromas diferentes. Y se fue de
allí. Caminó. Caminó mucho tiempo, hasta
que llegó a la casa de un señor que,
casualmente, era un poeta. El poeta estaba
durmiendo pero, como buen poeta y
distraído que era, ni siquiera le había puesto
trancas a las puertas. La niña empujó la
puerta y entró a la casa del poeta. Observó
que la sala, como casa de poeta, estaba
desordenada. Sobre la mesa de trabajo
descubrió unos cuantos libros. Otros en las
sillas, en el suelo, entre los más diversos
objetos. Algunos pocos, dispersos en los
estantes de la biblioteca. Descubrió, además,
que cada libro era diferente. Cada uno tenía
portadas, ilustraciones, papeles con texturas
distintas. Las letras, incluso, tenían tamaños,
formas, colores diversos. Los fue tomando
amorosamente entre sus manos, uno a uno.
Y los fue mirando, hojeando, leyendo... hasta
que se quedó dormida.
A la mañana siguiente, cuando el poeta
se despertó, encontró a la niña durmiendo en
su escritorio, arropada en libros. Le dio tanta
vergüenza el desorden de aquella habitación
que quiso arreglarla, sin hacer ruido, para
que la niña no se despertara. Y comenzó a
colocar cada libro en las estanterías. Uno,
dos, tres... En el mayor silencio. Cuidando
hasta el sonido de su propia respiración.
Pero, de pronto, vio que la niña lo miraba con
sus ojos color del tiempo. No le hablaba. Se
estaba poniendo débil, suave, delgada,
blanca, como una hoja de papel. La niña era,
ahora, una hoja de papel. El poeta quiso
escribir otro de sus cuentos sobre ella.
Escribió, escribió, escribió, hasta que sintió
que la niña se iba convirtiendo otra vez en
una niña.
Con una sonrisa bien abierta en su
rostro y una alegría muy grande en su
corazón, la niña se despidió del poeta. Lo
hizo con un beso y un abrazo que sonaba
como el suave susurro de un roce de
papeles. Con la sonoridad de un libro cuando
se le hojea. Y se regresó a La Ciudad Donde
No Pasaba Nada para contarles a todos lo
que le había sucedido en la casa del poeta.
A llegar, justo a la entrada de la
ciudad, notó que en su brazo se comenzaba
a leer, con la misma letra del poeta “Yo
conocí una niña que tenía los ojos color del
tiempo...” Ella quiso leer todo lo que el poeta
había escrito sobre ella. Y leyó, leyó, leyó
hasta convertirse en este cuento que acabo
de narrarles ahora.
EL CARTERO
Por Leonardo Vargas
(Colombia)

Desde hace algunos años, escribo cartas.


Cartas de amor, cartas de desamor, cartas
con canciones, cartas con ilusiones, cartas
con pasión, cartas alegres, tristes cartas,
largas, cortas cartas, cartas de cartas. Sé
que nunca van a llegar, pero no importa, las
seguiré escribiendo, una a una, puesto que
todas esas cartas son para ti. El único
problema es que de la tierra al cielo no hay
carteros.
EL VINO
Por Ana Ximena Hidalgo
(Venezuela)

Yo tengo una amiga de infancia que se


llama María Teresa del Rossi, que he estado
recordando mucho a propósito de los
aromas, a ella y a su abuela, que era una
mujer encantadora. María Teresa le decía La
Nona. Yo la nombro y ya me empieza a oler a
albahaca. La Nona era una italiana grandota,
blanca, alta, bastante corpulenta, que se
pasaba el día entero metida en la cocina con
un pañuelo amarrado en la cabeza cocinando
cualquier cantidad de delicias. Aquella casa
era siempre una fiesta de aromas. La Nona
además de buena cocinera, fue siempre muy
buena consejera. El único problema es que a
veces no era fácil entender sus consejos,
pues todo lo relacionaba con la cocina, pero
para María Teresa esto era de lo más natural.
Cuando niña, si María Teresa iba a
decirle que estaba aburrida, La Nona le decía
algo como esto: “Cuando una ensalada está
muy desabrida, lo único que hace falta es
ponerle un poquito de sal y, a veces, para
darle más gusto, le queda bien un poquito de
pimienta”. Y ella inmediatamente entendía lo
que aquello significaba y al ratito estaba
entretenida haciendo coreografías al lado del
tocadiscos.
Una vez La Nona llamó a María Teresa
para que se sentara a almorzar. Había
preparado lasaña, olía delicioso, pero María
Teresa no probó bocado. La Nona le
preguntó que qué era lo que le pasaba y ella
le contó que se había sacado una muy mala
nota en matemáticas. La Nona le preguntó
que porqué y ella le dijo que no sabía, que le
dedicaba tanto tiempo a las matemáticas
como a las demás materias, pero mientras
en las otras iba siempre con notas
sobresalientes, en matemáticas no. Entonces
La Nona le contó que la primera vez que
preparó porotos negros, empezó tempranito,
a la hora que siempre comenzaba a hacer el
almuerzo, pero cuando ya era hora de
sentarse a la mesa descubrió que los porotos
todavía estaban duros como piedras. Así que
aprendió que había que prepararlos mucho
más temprano que el pollo, o que la carne, o
que la cazuela. Desde entonces, María
Teresa le dedicó mucho más tiempo a las
matemáticas que al resto, y empezó a sacar
las mejores notas.
Un domingo llegó María Teresa a la
casa de La Nona llorando desconsolada. La
Nona la llevó a la cocina, la sentó en un
banquito y le sirvió un jugo de naranja que
había hecho para que se calmara. Luego le
pidió que le contara que era lo que le había
pasado, entonces María le contó que no
había podido salir a patinar porque justo esa
noche había llovido; que sus amigas estaban
todas en la playa, todas menos ella, que fue
la única a la que no le dieron permiso, que
tenía que estudiar, pero no podía porque se
le había olvidado el cuaderno en el auto del
papá y él estaba de viaje y no volvía hasta la
noche y que de paso, ese jugo que le había
dado estaba muy ácido. La Nona le dijo que
los jugos son tan dulces como azúcar se les
ponga. María Teresa tomó la azúcar, endulzó
el jugo, cambió de actitud y se endulzó a si
misma. Entendió que ninguno de sus
problemas era tan grave, así que decidió ella
misma no ser grave y disfrutar de todas las
cosas que sí podía hacer.
Pasado el tiempo, María Teresa
empezó la universidad y por esa época visitó
muy poco a La Nona, dejó de verla por largo
tiempo, a veces, sólo la veía en los
cumpleaños de la familia. Pero siempre
siguió aconsejándola y resolviendo todos sus
males a través de la cocina. Poco tiempo
después de salir de la universidad se casó y
al principio todo fue muy bien, pero, como
diría el poeta Aquiles Nazoa “después que la
luna pasa y la miel se torna escasa…”,
aquella casa empezó a convertirse en una
especie de campo de guerra. Peleaba por
todo con su esposo. María Teresa sentía que
iba a explotar de pena y de rabia en
cualquier momento. Y un día que salió
temprano del trabajo fue a hablar con La
Nona y le contó su drama. Le dijo que tenía
mucha rabia porque su marido no la ayudaba
en nada, no lavaba nunca los platos, no
cocinaba, no era capaz ni siquiera de recoger
los pelos del desagüe de la regadera, el baño
se inundaba, y él, impávido, no estaba ahí.
En cambio, le armaba lío por todo, se ponía
histérico si se tardaba en el baño, le criticaba
su manera de vestir, su forma de hablar, su
modo de relacionarse con la gente, todo. “Es
como si nada le gustase de mi”, le dijo María
Teresa a La Nona.
Estaba muy desesperada y muy triste.
Pero para colmo de males, La Nona, por
primera vez, no dijo absolutamente nada, lo
único que hizo fue entregarle una botella de
vino. María Teresa interpretó lo que quiso
interpretar: “Esta cuestión no tiene solución
y lo único que me queda es ahogar las penas
en alcohol”. Agarró la botella y se fue para la
casa. Apenas terminó de sacar el corcho
llegó su esposo: “¿Y esa botella?”. Ella no
quería discutir, así que no le respondió, llenó
una copa y se la bebió. Luego le sirvió una
copa a su esposo y se sirvió otra para ella y
juntos se sentaron en el mueble de la sala. El
lugar y ellos mismos se fue impregnando con
un olor a madera y a frutas. Las primeras dos
copas las tomaron en silencio, pero en la
tercera ella le preguntó cómo le había ido
ese día. El le dijo que bien, que la había
extrañado mucho y que se veía muy linda
con esa ropa que tenía puesta. Ella le dijo
que era el mismo pantalón que le había
criticado una semana atrás y él le explicó
que el problema no era el pantalón, sino que
se lo había puesto con una camisa muy clara
ese día y que como el pantalón también era
claro se veía muy pálida, que ahora que se lo
había puesto con una blusita oscura se veía
muy bonita.
–Yo pensaba que ya no te gustaba.
–¿Cómo se te ocurre?
–¿Por qué me reclamas cuando me
tardo en el baño?
–Lo que en verdad quiero no es que te
apures, sino poderte mirar mientras te
vistes, porque me encanta verte desnuda,
sólo que no me atrevía a decírtelo.
Y fue así, que entre copa y copa, él le
explicó que no lavaba los platos porque es
muy alto y el lavaplatos muy bajo, de
manera que siempre que lo hace, no se
aguanta el dolor de espalda; que no
cocinaba porque le daba vergüenza ya que
ella cocinaba mucho mejor; que no sacaba
los pelos del desagüe porque no los veía,
porque a la ducha entraba sin lentes y sin
ellos es tan ciego como una pared; que
cuando la criticaba no lo hacía para
ofenderla sino porque la amaba y deseaba
que fuera cada día mejor; que si se
molestaba cuando ella llegaba tarde, sin
avisar, era sólo porque pensaba que le había
pasado algo malo; que se moriría si algo le
pasaba.
Al día siguiente, María Teresa oyó
sonar el teléfono a las siete de la mañana.
Cuando fue a atender descubrió que tenía el
peor dolor de cabeza de su vida. Pero
cuando al otro lado escuchó a La Nona
preguntando cómo le había ido con el
“aflojalenguas”, se le despejó por completo
la mente y entendió dos cosas: primero, que
la sabiduría de La Nona era infinita; y
segundo, que su matrimonio no iba a
funcionar jamás si ellos no eran capaces de
hablar y hablar y hablar... hablar siempre,
hablarlo todo, hablar para no olvidar, hablar
para recordar, hablar para planificar,
hablar... que es también una manera de
amar.
TRABAJAR, TRABAJAR Y TRABAJAR
Por Carlos Pachón
(Colombia)

Después de apagar la pequeña radio a


pilas para disponerse a dormir, el agotado
anciano no pudo evitar preguntarle a su
nieto con quien acababa de escuchar la
alocución del primer mandatario:
–¿Mijo, sumercé entendió bien como es
que quiere el señor presidente que todos
ayudemos para sacar a este país de la
ignorancia y la pobreza?
–¡Pues claro, abuelo! –contestó el
muchacho resuelto, mientras acomodaba las
herramientas en uno de los rincones del
cuarto que compartía desde hacia años con
el anciano–, como él mismo directamente lo
acaba de decir, tenemos que… ¡trabajar,
trabajar y trabajar!
El viejo lo miro por unos segundos algo
desconcertado y seguidamente expresó:
–¿De veras mijo? ¿Y que será lo que
cree el dotor que hemos estado haciendo
desde que tenemos uso de razón?
MANOS CONFUSAS
Por Alexis Díaz Pimienta
(Cuba)

Venía yo en una ruta 23 repleta hasta


los bordes. Cinco de la tarde, o cinco y
media. Venía soñoliento y cansado,
cimbrándome aún en el oído la voz del
Director, pesándome una nube de humo no
sé si en la nuca o en las fosas nasales.
Me molestó al principio que me
estrujaran la guayabera blanca, que me
pisaran los mocasines rojos, acabados de
estrenar, pero qué remedio. Me dejaba
sostener entre un matrimonio de viejos
rollizos e inquietos, una muchacha negra y
pelirroja, y un tipo alto, de espejuelos, que a
ratos me incrustaba el codo en la frente
haciéndome mirar hacia otra parte, o bajar la
cabeza.
Baches, frenazos, empujones,
permisos, levanta un pie, entra una cadera,
baja el brazo, no le mires la teta a la que
está delante, la que está inclinada con el
pezón oscuro y arrugado.
Hay un sopor indescriptible.
De pronto estoy pensando el proyecto
de la... un baño tibio ahora qué... no
empujen, coño... el Director no sabe si... qué
buena teta... estos dos viejos gordos... ese
proyecto es una... uff... uff... Parece que
nunca llegará mi parada. Sudo.
La viejita se ve que está incómoda,
pero dónde carajo meto la rodilla. Cierro los
ojos para no oír, para escaparme, oiga, oiga,
contrólese la mano, mire a ver dónde mete
la mano. Es la voz del viejo. Sólo le veo el
perfil, sudado y agrio, pero lo sorprendo
mirándome de reojo, ladeando la boca para
hablarme, sí, tú mismo, tú mismo, deja
tranquilas las manos esas, ¿decía usted? dije
yo, como si la voz fuera de otro, sorprendido.
La viejita lo tomó del brazo indagando
qué fue, qué fue y dale el viejito con que yo
le había metido la mano en el bolsillo
perdóneme, mi padre, pero usted se
equivoca... la guagua, imagínese... sí, sí, yo
seré viejo pero no comemierda... eche pa’llá,
pa’llá, y como única opción de movimiento
me lanzó tres culazos.
Traté de explicarle mayor, cómo usted
cree que yo... discúlpeme, discúlpeme, pero
si lo rocé fue sin querer... qué va, qué va... y
sonreí nervioso, mirando a todas partes.
Los demás, no sé hacia dónde y cómo,
se habían replegado, se habían encogido
para rozarme lo menos posible y me miraban
haciendo cálculos para dar su voto a favor o
en contra.
Antes de que yo pudiera imaginarlo, ya
el viejo había hecho un escándalo de aquello,
con improperios de la vieja y miradas de
odio. Y la gente comenzaba a hablar de
«especialistas», de hombres con los dedos
de seda hay que tener cuidado, y yo sonreía
como mejor podía, como si la sonrisa
incrédula fuera una buena excusa, sin saber
dónde meter la cara en aquel lío tremendo.
El tipo grande de los espejuelos se hizo
a un lado, el mismo tipo que después haría el
cuento en su casa y diría pero ese muchacho
no tenía cara de eso, na’, na’, ese viejo está
chocho, se apartó levantando las cejas en un
gesto de resignación cómplice y logré
alejarme de la espalda rolliza del viejo que
seguía contando cómo están los ladrones, los
delincuentes en la calle.
Una señora que después le diría a su
esposo, refiriéndose al caso, que al ladrón se
conoce en la cara, que fue un abuso de los
viejos con aquel muchacho, me preguntó si
me quedaba en aquella parada.
Mecánicamente le respondí que sí, sin ser mi
parada ni un carajo, le dije que sí y ella se
apartó mirándome con lástima o recelo.
El viejo seguía rumiando su acusación,
y yo ardía de fiebre, creo, sudaba frío, sentía
un leve temblor en la rodilla.
Desde la puerta gagueé pero se me
hacía un nudo en la garganta, me dolían los
ojos. Sólo me ayudaban algunas miradas de
comprensión, de apoyo, alguna voz que oía
explicándole al viejo que la guagua estaba
llena, llenísima, que el compañero... cuando
a mí comenzaba a no importarme aquello, a
darme más bien risa, no sé si de histeria, o
de pena, o del tremendo absurdo que era
llegar después, como siempre, y entregarle a
mi esposa los ochenta y siete pesos que
llevaba el viejo en el bolsillo, y un collar, un
reloj y diez pesos que tenía la vieja,
pobrecita, en la cartera.
FRENTE A FRENTE
Por Carolina Rueda
(Colombia)

En alguna ocasión aquel hombre la había


mirado de la misma manera; era una
sensación a cuadritos, porosa. Ahora
entendía que siempre la había mirado y la
miraría así. Al fin y al cabo la pintura estaba
seca y los dos colgaban frente a frente en
una galería.
ÁRBOL DEL TIEMPO
Por Alekos
(Colombia)

El árbol del tiempo es severo de porte.


Encumbra sus raíces como brazos de mono
arriba de las aguas y se refleja enorme
doblando su estatura. Tiene un follaje débil
que apenas sí lo cubre, con hojas desiguales
de tonos ocres, pardos y sienas, de
apariencia arrugada y tupido ramaje como
miles de ríos en vasta hidrografía.
No hay huellas de corteza en su tronco,
solo una piel desnuda como de niño negro,
que se abre en mil matices, si el sol toca su
tronco en cada amanecer.
Los árboles del tiempo se alimentan de
agua. La que le entrega el río cubriendo sus
raíces como una inquieta sombra y la que le
ofrece el cielo en gotas solidarias. Pero su
voz profunda deviene del murmullo que
producen las hojas cuando las pulsa el viento
y se escucha aquel canto como de corocoras
en sonoro aleteo.
El árbol del tiempo es longevo como el
olivo, mira pasar los hombres como efímeras
flores de su propio ramaje, ve cambiar las
montañas y el curso de los ríos. Los años son
segundos, los meses son instantes y los
eclipses apenas, inocentes parpadeos.
El nombre lo trajo la leyenda. Cada
nueve mil años cuando los dioses del fuego,
sufren la metamorfosis que les cambia su
aspecto y su influencia sobre los hombres,
bajan lentamente por el árbol del tiempo y
asumen cuerpo y apariencia terrena. Estallan
entonces todos los volcanes y la tierra dibuja
nervaduras infinitas. Perecen los hombres,
las plantas y los animales en fugaz ofrenda
que entrega al planeta la sangre de sus hijos.
Por eso cada año en tiempo de lluvia,
cuando los ríos crecen y los esteros se
bifurcan, cuando los dioses anuncian su
descenso de muerte y de renovación, los
hombres y las mujeres Murujúi del río
putumayo ofrendan sus cantos y sus danzas,
que mantiene en los dioses su cualidad
divina y a los hombres les brinda en
perecedera entrega, la condición de dioses
que no conocieron. El canto dice así:

Fuego somos los hijos del pájaro


sombrilla
bálsamo y piedra que brilla como el
sol.
Hijos del maíz y de la luna
de la música del aire y el susurro del
agua.
de la sangre del jaguar y de la cal
que quema las plantas de mis pies
recoge mi llanto y anuncia mi agonía.
Brindamos nuestro corazón
sobre los pies del tiempo.
DESEOS
Por Fredy Beltrán
(Colombia)

En un país cercano vivían un rey y una


reina que tenían un hijo llamado el príncipe
chepito. El príncipe vivía muy aburrido,
aburridín, aburridote, porque no tenia
amiguitos, ni nadita con que jugar, solo un
armo todo, una bicicleta, una play station, un
balón de fútbol, uno de baloncesto, otro de
voleibol, una pelota de béisbol y otra de ping
pong. Al verlo tan aburrido, sus padres
decidieron mandarlo al colegio del reino;
pero para su desgracia la educación en ese
colegio era en cubículos separados, cada uno
con su computador, las clases interactivas y
las tareas las mandaban por Internet. Es
decir que ni modos de hacer amigos en ese
colegio. Volvía a su casa y se daba cuenta de
que estaba rodeado de muchos juguetes que
no le hablaban y que, a lo mejor, tampoco
querían jugar con él. Así que su soledad le
aconsejó que no se afligiera, que insistiera, y
pensó que el derecho de todo niño era poder
jugar con su mamá, y a la habitación la fue a
buscar, pero en ese preciso momento
empezaba la telenovela. El príncipe trató de
llamar su atención pero la reina estaba
concentrada en la telenovela.
–¿Cómo así papito que a jugar? ¿No ve
que Jesús Alberto el de la novela va a
traicionar a María Paula? Más tarde papito,
vaya juegue con sus juguetes.
Así que el príncipe volvió a pensar que
el derecho de todo niño era poder jugar con
su papá, y a la sala lo fue a buscar, pero el
rey no había llegado, y en el sofá se sentó a
esperarlo, pero el rey no llegó pues en el
reino las ferias y fiestas comenzaban, y
claro, como él era el rey tenia que estar
presente en la celebración. Y otra vez el
príncipe muy aburrido, aburridín, aburridote
quedó. Así que su soledad le aconsejó que no
se afligiera, que insistiera, que pensara, y
pensó. Terminó de pensar, salió de su
habitación, bajó la escalera, atravesó la sala,
el antejardín, el jardín, el post jardín, subió la
montaña, llegó a la cima, miró hacia el cielo
y gritó:
–¡Deseo que mi papá y mi mamá
jueguen conmigo!
Y regresó porque esa misma noche se
cumpliría su deseo. El rey volvía de las ferias
y fiestas, un poco prendido, iba en su auto y
no se dio cuenta que se metió en contra vía,
y un carro lo chocó, y una pierna se quebró,
y al hospital lo mandaron. Y claro la
incapacidad tenia que pasarla en el castillo,
y ésta era una oportunidad que el príncipe
no dejaría pasar. Así que jugaba con él todo
el tiempo, y con la reina que tenía que cuidar
al rey, jugaban los tres y la pasaban muy
bien.
Pero el tiempo pasó, y como el rey
estaba incapacitado la que tenía que mandar
era la reina, y empezó a ausentarse cada vez
más, y esto como que ya no le gustaba al
rey, y ya no jugaba con el príncipe sino que
se la pasaba esperando a la reina. Y
empezaron a discutir a pelear a discutir, a
pelear, y la confrontación era tan fuerte que
se empezaron a lanzar cosas, la loza real, los
zapatos, los floreros, y todo objeto corto
punzante que encontraban en el castillo se
tiraban.
Y el príncipe otra vez muy aburrido,
aburridin, aburridote quedó. Así que su
soledad le volvió aconsejar que no se
afligiera, que insistiera, y pensó. Terminó de
pensar y salió de su habitación, bajó las
escaleras, atravesó la sala, –ahí estaba el rey
y la reina peleando y ni siquiera se dieron
cuenta de que el príncipe pasó–, llegó al
antejardín, el jardín, el post jardín, subió a la
montaña llegó a la cima, miró al cielo y gritó:
–¡Deseo que mis padres no peleen
más!
Y regresó porque esa misma noche se
cumpliría su deseo. El rey, cansado de tanto
pelear con la reina, se acostó y empezó a
sentir un dolor en el pecho, y el dolor era tan
fuerte que le provocaba abrirse un hueco y
sacarse el dolor. La reina preocupada llamó a
los médicos reales. El príncipe chepito, que
no sabía lo que pasaba, se dirigió a la
habitación del rey, y por el camino empezó a
escuchar murmullos, después sollozos y
después llanto, mucho llanto. Al fin, cuando
pudo llegar a la habitación del rey, la reina lo
recibió con un abrazo intenso, y al llegar al
borde de la cama real se dio cuenta que su
padre, el rey, había muerto. Y es por eso que
en ese país cercano los niños ya no miran al
cielo y tampoco piden deseos.
Por Diego Mateus (Colombia)

LA VENGANZA I
El ingenioso hidalgo levanta su lanza y
mirando a su oponente le grita:
“¡Sois un grandísimo bellaco, habéis
ultrajado a mi moza Dulcinea!
¡Oh, sois igualmente un harto de ajos,
habéis ultrajado a mi queridísimo y noble
caballo Rocinante!
¡Truhán y mil veces truhán, habéis
dado de putarrales a mi querido escudero
Sancho y a su inocente asno!
¡Pues la venganza ha llegado, así que
alistaos y respondedme!
¡Respondedme!”
Pero el molino nunca le respondió.

LA VENGANZA II
Lo encontraron en su cama boca arriba. El
charco de sangre hacia un juego perfecto de
colores con los incalculables litros de jugo de
manzana que se encontraban navegando por
toda la habitación. En la autopsia se pudo
concluir que el occiso había muerto a causa
de los innumerables corazones de manzana
que se encontraban apretujados en su
aparato digestivo. Automáticamente en la
comarca empezaron a buscar al causante de
tan ruin acto delictivo. Desde ese mismo día,
errante y prófugo, huye el hijo de Guillermo
Tell.
Por Leonardo Reales
(Colombia)

FOBIA
Sólo cuando mi mejor amigo Boris me contó
que la mejor terapia para una fobia era el
masoquismo, entendí porqué seguía
buscando a esa mujer o–diosa.

LECCIÓN
En un utópico país llamado Repinca, la
República de la Costa Caribe, en el que el
escudo no tenía un cóndor sino una burra y
la moneda no era el peso sino la barra,
vivían dos personajes bien peculiares, Leo el
ateo y Héctor el sabéctor. Un día cualquiera,
Leo no resistió más su triste situación de
vivir sin creer en Dios, y le preguntó a
Héctor, el hombre más sabio de Repinca:
–Héctor, si Dios siempre ha existido
¿qué hacía entonces antes de crear a Adán y
a Eva?
Y Héctor le respondió, como lo hubiese
hecho el mismísimo San Agustín:
–Mira Leo, Dios siempre ha existido y
espero que esto te quede como lección. Dios,
antes de crear a Adán y a Eva, comía
manzanas con su más amado ángel Lucifer,
mientras pensaba en la manera de crear una
especie de infierno para todos los idiotas que
se plantearan esa pregunta.
Por Carlos Sierra (Colombia)

CUANDO ME AMES
Si me has de decir que me amas, no lo
hagas en la calle, no me lo cuentes en el
cine, no seas así conmigo.
Si me vas a decir que me amas hazlo
en casa, cuando estemos solos en la
habitación… sentados en la cama (para no
perder la oportunidad, digo yo); solo
entonces dímelo.
Si algún día me sientes como yo te
siento y me lo vas a decir, deja que yo cierre
los ojos y escuche cómo salen las palabras
de tu boca mientras meto la mano bajo el
colchón. Entonces sacaré el revolver y me
volaré los sesos feliz, sabiendo que tú me
has amado hasta la muerte.

PREMONICIÓN
Una mañana despertó con la certeza de que
durante el sueño había adquirido la habilidad
de sentir la cercanía de la muerte en los
otros, y salió por el pueblo a buscar
moribundos ignorantes de su próximo
deceso. Al acercarse al centro de salud
municipal sintió un cosquilleo en la garganta
y el vientre; entró, pero ya era tarde: una
anciana acababa de morir. Sabía cómo se
sentía la premonición, pero pensó que debía
entrenarse para sentirla con más
anticipación y así, de algún modo, poder
evitarla. Pero no hubo tiempo, al pasar por
un paraje solitario sintió el cosquilleo de
nuevo, ahora más claro que nunca. Miró a su
alrededor, pero no había nadie. Gritó, pero
no obtuvo respuesta distinta a su propio eco.
DE OSCURO A AMARILLO
Por Juan Cuentacuentos
(Costa Rica)

Este es un cuento muy pequeñito, tan,


pero tan pequeño, que el había una vez está
muy cerca del colorín colorado. Pues
entonces a poner mucha atención que
cuando el cuento inicia, pronto, muy pronto
termina.
Había una vez, un pueblo, con muchas
casitas, todas con sus techos de colores y en
cada techo una antena de televisión. Dentro
de cada una de las casas, niños y niñas
disfrutaban de sus programas favoritos. De
pronto, la sorpresa o el milagro, un corto
circuito, no se sabe dónde, hizo que la
energía eléctrica desapareciera y que las
pantallas se quedaran de color triste oscuro.
Fue así como los pequeños no tuvieron
más remedio que salir a la calle. En ese
momento, en ese momento se miraron a los
ojos y compartieron los más hermosos
juegos de color amarillo alegría, y entonces
fueron muy felices.
YEYA LA YEGUA
Por Fabricio Vélez
(Colombia)

Esta es la triste historia de amor de


Yeya la yegua. Un día el dueño de la finca
abrió la puerta del establo y Yeya la yegua,
junto con otras yeguas, se fue a la orilla del
mar a tomar agüita. Bajó su cuello, tomó un
poquito de agüita y cuando levantó su cuello
lo vio allá, en el fondo, fondo, fondo... Era un
caballo hermoso, tenía el cuello café
lánguido y unos ojos azules que Yeya la
yegua nunca había visto. Yeya la Yegua se
había enamorado, pero no sabía como
decirle a ese caballo que lo amaba. Se fue
para el establo y le preguntó a otra yegua
amiga, cómo hacia para decirle a ese caballo
que lo amaba. La amiga le dijo que cuando
uno está enamorado y siente ese cosquilleo
en el estomago debe derribar todas las
barreras y obstáculos, y armarse de valor
para decir las cosas que siente. Yeya la
yegua, entonces se armó de valor. A la
media noche abrió la puerta del establo y se
fue dispuesta a decirle a ese caballo que lo
amaba. Llegó a la orilla del mar, bajó su
cuello, tomó agüita, pero cuando levantó su
cuello, y lo vio, se puso a llorar. Desde
entonces, todavía, y quien sabe hasta
cuándo, Yeya la yegua estará echada
llorando en la orilla del mar, porque tiene un
amor imposible, porque lastimosamente
Yeya la yegua se enamoró de un caballito de
mar.
KOKORO Y EL CUADERNILLO
MÁGICO
Por José Cabana Kojachi
(Perú)

Hace mucho tiempo, en algún lugar de


oriente, vivía Mushinkai, un escritor muy
famoso e inteligente, pero también
presumido y arrogante. Sus historias eran
tan maravillosas que llegaban a lo más
profundo de los corazones de las personas
que las leían. Tenía tanto éxito que ganaba
mucho dinero con la venta de sus libros,
gracias a ello vivía en una mansión muy
lujosa que contrastaba con las casas
humildes a su alrededor.
Cerca de allí vivía una mujer con su
hijo llamado Kokoro. Eran muy trabajadores,
pero la paga que obtenían por sus servicios
era muy poca y a las justas les alcanzaba
para sobrevivir. Esto no fue impedimento
para que Kokoro tuviera una excelente
formación ya que, en los lugares donde
trabajaba como sirviente, conversaba con
sus patrones quienes le contaban sobre la
cultura de otros lugares del mundo, que ellos
visitaban en sus viajes. Parte de la paga que
Kokoro pedía por sus servicios era que le
permitieran leer los extraordinarios libros
que los patrones tenían.
Un día, Mushinkai contrató a Kokoro
para que le hiciera la limpieza de su cocina.
El primer día de trabajo, cuando Kokoro se
dirigía caminando a la mansión de
Mushinkai, se preguntó cómo una persona de
tan mal carácter podía escribir historias tan
maravillosas y llenas de sentimiento. Al
llegar a la mansión, Mushinkai le indicó
dónde estaba la cocina y le dijo:
–Ponte a trabajar de inmediato, voy a
mi estudio a escribir y no quiero ser
molestado. ¡Ah!, regreso en un rato para ver
como va tu labor.
Sin perder tiempo, Kokoro empezó su
trabajo. Pero luego de unos minutos,
mientras limpiaba el horno, que por cierto
estaba muy sucio, escuchó unos lamentos y
quejidos que le llamaron la atención.
Definitivamente aquella no era la voz de
Mushinkai, quien además vivía sólo en
aquella mansión.
–¿Quién podrá ser? –se preguntó
Kokoro.
Tanta fue su curiosidad que decidió
investigar. Descubrió que los lamentos
provenían del segundo piso, pero para llegar
allí tenía que subir una escalera larga en
forma de caracol. Su corazón latía con más
fuerza cada vez que subía un escalón.
Venciendo el miedo, coronó la escalera y se
encontró frente a una habitación cerrada. No
había forma de ver lo que sucedía en su
interior, excepto por el ojo de la cerradura.
Se acercó y conteniendo la respiración
observó. Ahí, estaba Mushinkai, muy
enojado, clavando su pluma en un
cuadernillo que estaba sobre su escritorio, y
vociferando:
–¡Habla, cuéntame una nueva historia!
Grande fue la sorpresa del muchacho
al descubrir que la voz del lamento provenía
del cuadernillo, que le respondía al escritor:
–Por favor, no me hagas daño, ya te he
contado muchas historias y has obtenido
mucho dinero por ellas, no entiendo para qué
deseas más. Déjame descansar en paz.
Mushinkai, enfurecido sacudía el
cuadernillo mágico de un lado a otro con el
fin de que éste le contara una historia, pero,
ante su negativa, perdió la paciencia y lo
arrojó por la ventana.
–En fin –dijo Mushinkai–,
definitivamente no habrá historia hoy, me
voy a ver a ese muchacho, espero que haya
terminado su oficio.
Kokoro bajó corriendo, temeroso de ser
descubierto, y perplejo por lo que acababa
de ver y escuchar. Llegó a la cocina y
prosiguió con la limpieza. Cuando Mushinkai
entró, observó que poco era lo que el
muchacho había avanzado en su tarea.
–Veo que aún te falta por terminar, así
que retírate, tengo que salir; ya veo que no
eras tan eficiente como decían. ¡Fuera de mi
presencia!
El muchacho asustado se retiró
pidiendo disculpas por no haber terminado
su labor. Pero en lugar de irse se escondió,
pues tenía gran curiosidad en saber qué
había pasado con el cuadernillo. Esperó a
que Mushinkai se fuera y, cuando lo vio
alejarse, ingresó nuevamente a la casa y
buscó el cuadernillo por todo el jardín, hasta
que lo encontró.
–Ayúdame –dijo el cuadernillo.
Kokoro no sabía qué decir, se sentía
raro hablando con un cuadernillo.
–Por favor, necesito que me ayudes. En
realidad soy un escritor sometido al hechizo
de Mushinkai quien me convirtió en un
cuadernillo. Sólo alguien de buen corazón
puede acabar con la maldición. Lo único que
tienes que hacer es comerme, así encontraré
la paz que perdí y me alejó de mi razón de
ser y existir.
–¿Comerte? –dijo Kokoro–, aunque
tengo mucha hambre, pues desde esta
mañana no he probado bocado alguno, no
estoy acostumbrado a comer papel.
–No te preocupes –dijo el cuadernillo–,
mis hojas están hechas de papel de arroz.
El muchacho se quedó en silencio, no
entendía muy bien la situación. Sin embargo,
se comió el cuadernillo hoja por hoja. El
cuadernillo se lo agradeció y le dijo:
–Cuando termines, regresa a tu casa,
toma lo necesario y vete con tu madre de
este pueblo, no te preocupes que pronto
hallarás un nuevo destino, confía en mí.
Cuando Kokoro terminó, sintió un gran
alivio en su interior. Estaba seguro que
también el cuadernillo había descansado de
su suplicio y maldición.
Sin perder tiempo se dirigió a su casa y
le pidió a su madre que empacara las pocas
cosas que tenían y se marcharan de allí. La
mamá de Kokoro lo vio tan decidido que
decidió seguirlo sin preguntarle nada.
Cuando se alejaban del pueblo, el
muchacho escuchó una voz interior que le
decía:
–Kokoro has hecho bien. Tienes mucha
fuerza y un gran corazón para lograr lo que
te propongas en la vida. Descubre tu razón
de ser y de existir y no permitas que nadie te
la quite.
El muchacho quedó muy conmovido
por estas palabras. Al llegar al nuevo pueblo
decidió convertirse en escritor. Poco a poco,
comenzó a ganar fama y fortuna por las
bellas obras que escribía. Con el dinero que
ganó construyó una enorme biblioteca para
que pudieran vivir allí los libros que escribía
y los otros que otros escritores escribían.
Pero a diferencia de los libros de sus
antiguos patrones, a este lugar podían acudir
todos los habitantes del pueblo.
De Mushinkai no se supo nada más,
pero algunos dicen haberlo visto
preguntando, como un loco, por un
cuadernillo mágico que tenía.
LOS TRES HOMBRES
Por Jorge Olaya
(Colombia)

Hace mucho tiempo, cuando los pollos


tenían dientes, tres hombres –un blanco, un
indio y un negro– empezaron a discutir
airadamente sobre cuál de las razas era la
mejor.
Los días, los meses y los años pasaron,
y cuando se volvieron a encontrar, sobre lo
mismo volvieron a chocar.
En aquella ocasión, los tres hombres se
hallaron en la plaza de mercado, así que,
cuando se formó la algarabía, la piña, el
tomate, el borojó, el chontaduro y hasta el
banano, por los aires volaron y la gente
corrió a buscar escondedero de a peso.
Entonces llegó el inspector a imponer
el orden:
–¿Qué es lo que esta pasando aquí?
Un niño se levantó y le respondió:
–Tres hombres que se pelean porque
quieren saber cuál es el mejor color y cuál
raza es superior.
El inspector enfurecido pregunto:
–¿Quiénes son?
Y la gente contesto:
–El negro, el indio y el blanco.
Pero éstos ya no estaban ahí para
responder por el alboroto.
Pasó el tiempo y los tres hombres se
volvieron a encontrar, y como ya eran
enemigos y como de tragos ya estaban
pasados, cuentan que estos tres prepotentes
se tiraron el ambiente. Volvieron los gritos, el
tumulto y la pelea. Las mesas parecían bolas
de billar, las botellas semejaban platillos
voladores, y la pobre gente, otra vez, a
buscar escondedero de a peso.
Pero esta vez, la pelea si terminó en
serio, y los tres al cementerio fueron a dar, y
como escarmiento, la gente del pueblo, a
una misma tumba los llevó a enterrar.
Contando, contando este cuento se fue
acabando. Sea mentirá o sea verdad, el que
mejor lo cuente que lo vuelva a contar, pero
la enseñanza no se le vaya a olvidar.
NOCHE DE RUMBA
Por Walner Jaramillo
(Colombia)

Para Juan los fines de semana no eran


tal si no había rumba. Empezaba a mover la
cadera el jueves y terminaba con guayabo y
sin plata el domingo. Vivía en Santa Helena,
por los lados de Caravana, y su madre le
daba cantaleta todo el tiempo porque el
dinero no le alcanzaba y se mantenía
prestándole a medio el mundo.
Un viernes tomó rumbo a la discoteca,
era una noche lluviosa, de poca agitación,
pero a Juan ni las noches con lluvia lo
detenían en su empeño por rumbear. Cuando
llegó, ésta estaba vacía. “Debe ser por la
lluvia”, pensó Juan. Pidió una botella de
aguardiente, y una mujer alta, vestida de
negro, se le acercó y le pidió fuego para su
cigarrillo. Aquella mujer olía a lirio y cuando
Juan encendió el fósforo la tenue luz le dejó
ver a una hermosa mujer de ojos negros y
grandes, labios carnosos y un cabello largo,
tan negro como sus ojos.
Bailaron toda la noche y, entre el calor
de los tragos y la excitación del baile,
terminaron en un arrebato de besos y
caricias. Juan le pidió que fueran a otro sitio –
quería coronar la noche–, pero la mujer le
dijo que debía regresar temprano a su casa.
Así que salieron y tomaron un taxi. Juan la
dejó en su casa y se fue a la suya con la
promesa de volverla a ver esa misma noche.
“Me llamo Bibiana”, le dijo antes de bajarse.
Durante todo el día Juan no hizo otra
cosa que pensar en Bibiana. Consiguió dinero
prestado y empeñó la cámara fotográfica.
Debía estar listo. Era sábado y los sábados
casi siempre coronaba.
Poco antes de las nueve, Juan pasó a
recogerla. Tocó a la puerta de la casa donde
aquella madrugada la había dejado. Una
anciana le abrió.
–Buenas noches, señora –saludó Juan–.
¿Está Bibiana?
La anciana lo miró con desaliento.
–¿Usted también, señor?
–Cómo así señora, no entiendo.
–Sí señor, cada año por esta fecha
vienen hombres jóvenes como usted a
preguntar por Bibiana.
–No me interesa señora, ¿podría
llamarla?
–No puedo. Mi hija hace tres años que
murió.
–Dígame que es una broma, esta
madrugada la dejé frente a esta misma casa.
–Créame joven, no tengo porqué
mentirle.
–No puede ser señora, anoche bailé
con ella y quedamos de volver a vernos esta
noche.
Juan le describió a la anciana los
rasgos de Bibiana, pues pensó que se había
equivocado de casa.
–Sí, es la misma, pero le repito que ella
murió hace tres años en un accidente de
tránsito cuando iba con su novio Juan a la
discoteca, a la maldita bailadera del fin de
semana. Su novio se salvó, pero no pudo
resistir sus apariciones y terminó internado
en el manicomio de San Isidro.
Juan estuvo caminando toda la noche
sin rumbo, como enloquecido. En las
semanas siguientes sus amigos lo vieron con
la mirada perdida, delirante, y pronunciando
sin cesar el nombre de Bibiana. Pobre Juan,
terminó también en San Isidro, al lado del
otro Juan, el novio de la difunta.
DOS GARDENIAS
Por Carlos Vega
(Colombia)

Después de diez años de casado


comencé a realizar con alguna frecuencia
actos de infidelidad. Uno de ellos fue con una
negra llamada María Jesús; un amigo se le
contó a mi esposa quien inmediatamente
reaccionó y nunca más quiso saber de mí.
Inmediatamente me pidió la separación. Ello
facilitó que yo continuara buscando chicas
aquí y allá. En razón de mi trabajo en la
radio, conocí a una actriz de apellido
Grunberg, ya de edad, pero muy bien
conservada y con una gran experiencia
sexual. Lo confieso, con ella aprendí cosas
que no sabía. Le gustaba que me recostara
en la cama y que lentamente me desvistiera,
mientras ella, vestida con velos, danzaba
para mí música árabe delante de una única
lámpara encendida en toda la habitación. Lo
demás se lo imaginará el lector.
Por ese mismo tiempo, una jovencita
atraída por mi voz de locutor, llamó a la
estación donde trabajaba y pidió escuchar el
bolero Dos Gardenias. Allí también surgió
una nueva relación. Como decía un amigo
italiano “tutto animale qui vola va a la
cacerola”.
El día que nos conocimos nos
presentamos, pero a la media hora se me
había olvidado su nombre, así que la seguí
tratando de mamita, negrita o mi amor. Era
casada y me contó que su esposo era muy
descuidado, tanto que ella había olvidado lo
que era un orgasmo. Gracias a lo aprendido
con la actriz le ayudé a recordar. Pero ella se
hacía la olvidadiza y cada vez que nos
veíamos tenía que volver a recordarle. Se le
abrió el apetito.
Como a los seis meses de estarle
recordando, le pedí que me recordara su
nombre. Me dijo que se llamaba Beatriz
Grunberg. ¡Qué casualidad pensé, como la
actriz! Le pregunté si conocía a una actriz del
mismo apellido y me respondió que era su
madre. ¡Mi madre en qué lío me metí!
A los pocos días se la llevaron a otra
ciudad y luego de un año fui a buscarla.
Quería reconquistarla. Le llevaba el disco
que le gustaba y dos gardenias de verdad.
Durante el viaje sólo pensaba en lo
maravilloso que sería nuestro nuevo
encuentro. Pero la encontré casada con un
negro grande, muy grande, y me dio miedo
enfrentármele al averiguar que su nombre
era José María.
Qué cosas tiene la vida, pensé. Con la
negra María José perdí a mi esposa y con el
negro José María perdí a mi amante. El que a
hierro mata a hierro muere.
INCENDIARIOS
Por Rafael López
(Colombia)

Para los expertos fue un verdadero misterio


determinar la causa del incendio, ya que no
encontraron rastros de combustible artificial.
Tampoco pudieron explicarlo por causas
naturales y, desafortunadamente, los únicos
que podían responder a las expertas
preguntas habían muerto calcinados. El
incendio se inició de modo tan imprevisto y
sus llamas tenían un apetito tan devastador,
que cuando los bomberos y voluntarios
llegaron ya había consumido más de la mitad
del bosque. Ni los más veteranos bomberos
se habían enfrentado a un incendio que
ardiera con esa violencia tan horrorosa.
Fueron vanos todos los intentos de aplacar el
fuego, de nada valieron la espuma, los
químicos ni las diestras hachas ante el paso
devorador de las llamas. Finalmente los
hombres se dieron por vencidos y se
resignaron a ver el espectáculo aterrador de
aquel incendio consumiendo el bosque. Las
autoridades ofrecieron una recompensa para
capturar al responsable. Pero, lo que no
sabían era que los causantes del incendio
fueron las propias víctimas, quienes
murieron sin darse cuenta. El fuego empezó
en el instante mismo, en que los amantes,
en el centro del bosque, hicieron el amor con
ardiente pasión.
SIN TITULO
Por Fabián Garzón
(Colombia)

...Me preguntas si te extraño... Ayer, por


ejemplo, alguien me preguntó por ti y no sé
porqué razón una lágrima alcanzó a formarse
en mi ojo y a deslizarse luego por mi mejilla.
No es que yo sea un tonto sentimental y
cada vez que alguien me pregunte por ti
rompa en llanto como un idiota… como un
estúpido… no. ¡Lo que ocurre es que hasta
tu recuerdo irrita tanto como una cebolla
recién picada!
LA COLONIA
Por Pablo Torres
(Colombia)

Mi madre es profesora, y ella siempre


ha tenido una manera muy particular de
enseñar las cosas. Precisamente este es uno
de los tantos motivos por los cuales narro
cuentos. En cierta ocasión que estábamos
en clase nos dijo:
–“Las colonias de hormigas están
organizadas de una manera estratificada.
Abajo, en la base de esta sociedad, se
encuentran las obreras, que son la mano de
obra barata, bueno… en realidad es mano de
obra gratis… por no decir esclava. Estas son
las encargadas de producir y producir, sin
quejarse. Pero cuando les da por volverse
zánganas... aunque no es que se vuelvan
zánganas, porque las zánganas son otras...
cuando a las obreras les da por hacerse las
perezosas, es allí donde aparecen las del
siguiente nivel, las hormigas soldado. Las
soldado son igualitas a las obreras pero más
grandes, como dos o tres veces su tamaño;
poseen unas mandíbulas gigantes en la
boca, con las cuales si a las obreras les da
por quejarse y formar grupos de resistencia –
o algo por el estilo– la reina, cual reina de
corazones, ordena a las soldado que les
corten la cabeza… y… juácate… las
decapitan…
La reina es la hormiga de mayor
estatus en la colonia, es la encargada de
procrear, procrear y procrear… ¿será que es
a eso a lo único que se dedica la realeza?...
Bueno, también se dedica a mandar, ordenar
y dominar. Y junto a ella, siempre a su lado,
se encuentran los zánganos, quienes,
obviamente, deambulan entre los altos
círculos del poder y del gobierno.
Cuando nace una nueva reina, luchan
entre ellas para definir cuál debe quedar al
mando de la colonia. Aquí no existe la
elección popular ni la segunda vuelta; la
ganadora se establece a las manos, o mejor
a las patas… Así funciona la política en el
hormiguero; prevalece la de mayor habilidad
en la defensa y el ataque, en el uso de las
armas.
La perdedora sale con el rabo entre las
piernas a formar su propia colonia. Las reinas
llevan en sus entrañas la información
genética necesaria para continuar con el
mismo tipo de sociedad estratificada en el
que siempre han vivido, en el mismo sistema
de control de trabajo, esclavitud,
conveniencia y explotación. Al hallar un
espacio, un hábitat propicio, se establecen
allí y comienzan a comer, absorber, devastar
y destruir, y cuando han utilizado todos los
recursos disponibles, cuando ya los han
agotado y la colonia no tiene cómo
expandirse más, en ese momento la
naturaleza misma advierte que la colonia se
ha convertido en una verdadera plaga”.
–Profesora –interrumpió un alumno–,
que pena con usted, pero sucede que no
estamos en clase de Ciencias Naturales sino
en clase de Historia de América.
–Por eso mijo –dijo nuestra querida
maestra–, ¿acaso tú mismo no me pediste
que te explicara de una manera más clara el
proceso de colonización?
SIR GALVÁN Y LA ESPANTOSA
DAMA
Por Tim y Casilda8
(Inglaterra y España)

Era una mañana fresca y seca a


principios del invierno y el rey Arturo y sus
caballeros habían salido de caza. Durante la
cacería Arturo se vio separado de sus
compañeros y mientras estaba buscándoles
se encontró con un ciervo blanco, que le
miró directamente a los ojos durante un
momento y después huyó hacia el bosque.
Los ciervos blancos son
extremadamente raros y Arturo sabía que
siempre representaron el misterio, un portal
hacia otros mundos, así que partió en pos de
la misteriosa criatura, decidido a seguirla a
cualquier aventura a la que le condujera.
Penetraron cada vez más profundamente en
el bosque, hasta que al fin el ciervo se volvió
para enfrentarse a Arturo y, al volverse, se
convirtió en un enorme caballero
completamente cubierto con su armadura.
Con un golpe de su brazo vestido de acero
derribó a Arturo de su caballo y después
puso el pie sobre el pecho de Arturo,
desenvainó la espada y dijo: "Arturo,
¡preparaos a morir!"
"No temo morir", dijo Arturo, "pero os
deshonráis atacándome de este modo,

8 Versión original de Tim y Casilda basada en un


cuento popular inglés.
porque vos estáis completamente revestido
de armadura y yo sólo llevo mi ropa de caza.
Lucharé con vos si eso es lo que deseáis,
pero dejadme regresar a mi castillo y
ponerme la armadura y entonces tendremos
una lucha justa".
"Os perdonaré la vida con una
condición, Arturo, y es ésta: Que me
prometáis regresar aquí en el plazo de un
año y un día con la respuesta a la pregunta,
'¿Qué es lo que las mujeres desean más que
nada?' Si no conseguís traerme la respuesta
correcta, os cortaré la cabeza. ¿De acuerdo?"
"De acuerdo".
Sin decir una palabra más, el caballero
gruñó y desapareció en el bosque. Arturo
cabalgó de regreso a su castillo donde contó
su aventura y su intención de pasar el
próximo año cabalgando por el reino, en
busca de la respuesta a la pregunta. Hubo un
momento de silencio mientras la gente
asimilaba la noticia, pero entonces Sir
Galván, uno de sus caballeros, dio un paso al
frente y dijo, "Mi señor, dejadme cabalgar
junto a vos".
Sin demora, Arturo y Galván partieron
en su misión y dondequiera que iban
preguntaban a la gente qué es lo que las
mujeres desean más que nada. "¡Buen
sexo!" decían algunos con un guiño.
"Dinero", decían los cínicos. "Ropas finas",
decían otros. "Y más ropas finas", gemían
algunos de los maridos. "Un marido nuevo"
suspiraban algunas de las mujeres, con
sentimiento. Parecía que todos los
preguntados tenían algo diferente que decir
y anotaron todas las respuestas que
recibieron en una larga lista, esperando que
entre todas ellas estuviese la correcta.
Cuando el año llegaba a su fin,
cabalgaron para reunirse con el caballero,
pero tenían el corazón triste, porque en lo
más profundo de su ser sabían que aún no
tenían la respuesta correcta. Mientras
cabalgaban por el bosque llegaron a un
pequeño cruce de caminos y junto a él
estaba sentada la mujer más espantosa que
ha vivido jamás. Tenía el pelo enmarañado
en grandes greñas; su piel escamosa estaba
cubierta de llagas supurantes; sus ojos eran
dos puntos rojos hundidos en el rostro; su
boca era como un corte profundo que le
cruzaba la cara y de ella salían unos
colmillos amarillos; tenía las manos como
garras y olía tan mal que los caballos se
espantaban de ella.
"¿A dónde os dirigís, mis hermosos
muchachos?", dijo sin aliento, con una voz
como uñas en una pizarra.
Arturo refrenó a su caballo. "Bueno, er,
señora, estamos en una misión".
"Oooo, una misión ¿eh?", rió con
satisfacción la bruja. "¡Por lo que he oído, no
habéis tenido mucho éxito!"
"¿Qué queréis decir? Hemos recogido
muchas, muchas respuestas".
"No me importa cuántas respuestas
tengáis", escupió la bruja, "¡no os servirán de
mucho si no tenéis la correcta!"
El corazón de Arturo latió más deprisa.
"Señora, si sabéis eso, ¿sabéis también la
respuesta a la pregunta?"
"Oooo, sí, la sé".
"Entonces, por el amor de Dios,
decídnosla y os recompensaré con tanto oro
como queráis".
"No es oro lo que deseo. Sólo os diré la
respuesta si uno de vuestros caballeros...",
se detuvo burlona, con los ojos porcinos
saltando de uno a otro, "¡promete casarse
conmigo!"
"Señora", dijo Arturo incómodo, "no
quiero ser grosero, pero no podría pedir en
modo alguno a ninguno de mis caballeros
que se casara con vos".
"¡Idos pues! ¡Perded la cabeza! ¡Poco
me importa!"
Arturo estaba a punto de continuar
pero Galván dijo, "Mi señor, esperad. Si esta
dama nos da la respuesta a la pregunta,
entonces yo mismo me casaré con ella".
"¡Por todos los santos, Galván", dijo
Arturo volviéndose hacia él, "pensad en lo
que decís!"
"Si nos da la respuesta", repitió Galván
firmemente, "me casaré con ella".
"Oooooo, bien", gorgoteó la bruja, "¡me
gustáis Galván, sois un hermoso muchacho!"
Y les dijo la respuesta a la pregunta, pero no
la escribieron en la lista, con la esperanza de
que el caballero quedara satisfecho con una
de las respuestas que ya tenían, y por tanto
que Galván no tuviera que casarse con la
bruja.
Cuando llegaron al lugar de reunión
hallaron al caballero afilando una gran hacha
mientras les esperaba. Arturo le entregó la
lista y él la leyó. Al llegar a la última
respuesta rugió, "Arturo, ¡preparaos para
morir! ¡La respuesta no está aquí!"
Galván dio un paso al frente y dijo,
"¡Esperad! Tenemos una respuesta más y es
ésta: Lo que las mujeres más desean es
tener el poder para dirigir sus propias vidas".
Una expresión de furia nubló la cara
del caballero. "¡Ésa es la respuesta
correcta!" gruñó y se internó furioso en el
bosque.
"Os lo dije", cacareó la arpía. "Vamos
Galván, ¡vamos a casarnos!"
Arturo, Galván y la bruja regresaron a
la corte. Todo el mundo se llenó de alegría al
ver a los dos caballeros después de su larga
ausencia, pero también les sorprendió un
poco la extraña criatura que traían consigo.
Cuando la gente se enteró de que Galván se
iba a casar con la bruja, un frío silencio se
abatió sobre la corte y todos se pusieron de
luto por el fatal destino del pobre hombre.
Pero una promesa es una promesa, y Galván
y la bruja se casaron.
Esa noche, tras un sombrío banquete
de bodas, los recién casados subieron a sus
aposentos. Moqueando y gruñendo como un
jabalí asmático, la arpía se deslizó en la
cama. Sin valor suficiente para acercarse a
ella, Galván caminaba de aquí para allá al
otro extremo del dormitorio. Al fin ella se
asomó entre las colchas, "Galvancito",
resolló, con la saliva goteando de su boca sin
labios, "esto ha de ser un verdadero
matrimonio. ¡Venid aquí y besadme!"
Galván respiró hondo, se dirigió al
lecho, cerró los ojos, se inclinó y besó a la
bruja.
"Bueno", dijo una dulce voz, "no estuvo
tan mal ¿verdad?" Galván abrió los ojos ¡y en
la cama yacía la más hermosa joven que
había visto jamás! "Con ese beso habéis roto
el hechizo que pesaba sobre mí", dijo. "O al
menos la mitad, pues sólo puedo conservar
mi hermosa forma durante la mitad de cada
día. Así que ahora debéis elegir. ¿Queréis
que sea bella durante el día y os honre en la
corte ante vuestros amigos, pero fea por la
noche cuando estemos los dos solos? ¿O
queréis que sea fea durante el día, pero
hermosa por la noche cuando estemos juntos
y solos?"
Galván pensó un momento y después
dijo, "Señora, os dejo la elección a vos".
Ante esto ella sonrió y dijo, "Ésa es la
respuesta correcta. Con ella habéis roto la
segunda parte del hechizo, y ahora seré tan
bella como siempre, todo el tiempo".
LA FLOR DE LILILÁ
Por Matías Tárraga9
(España)

Éste era un Rey que tenía tres hijos


(uno mayor, uno mediano y uno pequeño); y
este Rey que, como buen Rey de cuento, tres
hijos tenía (uno pequeño, uno mediano y uno
mayor) amaneció un día y despertó ciego
(ciego de no ver). Ningún médico de aquel
país, que, a la postre, en aquel país había
médicos para parar un tren de mercancías, le
supo dar solución a su problema.
–¿Por qué se ha quedado ciego el Rey?
– preguntaban.
–¡Y a mí que me cuentas, si yo soy
carpintero! –contestaba el otro.
Hasta que un viejo (pero viejo, viejo,
viejo), que siempre vestía con una sábana y
al que por eso llamaban el loco, le dijo que la
única solución para su problema era
encontrar una flor que nadie había visto
nunca: la Flor de Lililá.
–¿La Flor de Lililá? –preguntó el Rey.
–La Flor de Lililá –respondió el viejo.
El Rey, ni corto ni perezoso (aunque, la
verdad sea dicha, era bastante perezoso),
mandó llamar a sus tres hijos (a saber: el
mayor, el mediano y el pequeño) y los
mandó a los cuatro confines de la tierra
(bueno, a los tres confines, porque eran tres
hijos) en busca de la Flor de Lililá. Los tres
9 Versión original de Matías Tárraga basada en un
cuento popular español.
hermanos (el mayor, el mediano y el
pequeño) subieron a tres caballos (uno
grande, uno mediano y uno pequeño);
partieron y cabalgaron durante tres días y
tres noches, porque en los cuentos todo dura
tres días con tres noches (es la medida
estándar); y a la tercera noche
descabalgaron porque estaban cansados. En
ese preciso instante, en ese preciso
momento, en esa precisa precisión
aparecieron tres lobos, pero tres lobos como
osos, pero tres lobos como osos que
parecían elefantes (uno grande, uno
mediano y uno pequeño). Los tres lobos
como osos que parecían elefantes
comenzaron a perseguir a los tres hermanos;
no el lobo grande al hermano grande, el lobo
mediano al hermano mediano y el lobo
pequeño al hermano pequeño, sino un poco
ya al libre albedrío; los persiguieron, eso sí,
durante tres días con tres noches. Y, a la
tercera noche, el hermano pequeño divisó en
lontananza tres árboles que, como os podéis
imaginar, eran un roble, una encina y un
quejigo. El hermano mayor se subió al roble,
el mediano se subió a la encina y el pequeño
se subió al que quedaba, se subió al quejigo.
A la mañana siguiente o, mejor dicho, a
las tres mañanas siguientes los tres lobos
como osos que parecían elefantes habían
desaparecido, no habían dejado ni rastro. Los
dos hermanos (el mayor y el mediano) se
desperezaron y bajaron del árbol, pero el
hermano pequeño, justo al desperezarse,
descubrió que en una de las ramitas del
quejigo crecía una flor blanca de tres pétalos
que, ¡tate!, era la Flor de Lililá. Y sabéis por
qué supo que aquella y no otra, entre todas
las flores del universo, si nadie la había visto
nunca, era la Flor de Lililá. Porque cantaba.
–¡Lililá! –decía la flor.
Él la cogió delicadamente entre sus
dedos (porque había que hacer una infusión
con la flor y no se podía estropear) y la flor
dijo:
–¡Lililá!
Bajó y se la enseño a sus dos
hermanos.
–¡Eh, hermanos! Mirad lo que he
encontrado.
–¡Lililá! –dijo la flor.
Los dos hermanos (mayor y mediano)
se morían de envidia, se comían las uñas de
envidia, se comían los dedos de envidia, se
comían las manos, se comían los muñones,
los brazos, se comían enteros y se volvían a
vomitar de envidia. ¡Cómo era posible que
aquel hermano, que total, era el pequeño,
llevaba cuatro días con ellos! Iba a ser el
ojito derecho de su padre (cuando
recuperara la vista, antes no). Así que el
hermano mediano lo entretuvo hablando de
filosofía cuántica (que estaba muy de moda
en aquella época) y el hermano mayor cogió
una piedra por detrás y, ¡zas!, lo mató.
Allí mismo lo enterraron, debajo del
quejigo, y marcharon a su casa muy
contentos con la Flor de Lililá, que no paró de
dar la paliza durante todo el viaje.
–¡Lililá, lililá! –cantaba.
La amordazaron.
–¡Mmm, mmm! –seguía cantando.
Al llegar la metieron en la olla; la flor
se quemaba y cantaba:
–¡LILILÁ!
El padre la tragó y, aún desde el
estómago del padre, la flor cantaba:
–¡Lililá, sacadme de aquí!
Pero, tal y como había predicho el
viejo, el padre recuperó la vista y, aunque no
sabía contar muy bien, sabía que le faltaba
un hijo (porque estas cosas se saben). Y dijo:
–¿Dónde está mi hijo… eh… pequeño?
Se lo comieron tres lobos como osos
que parecían elefantes (uno grande, uno
mediano y uno pequeño) –respondieron los
hermanos.
–Ah, siendo así está bien –porque estas
cosas pasaban.
Y también pasaban los años, y pasaron
(en concreto dos). Recordáis dónde habían
enterrado al hermano pequeño, debajo del
quejigo; de allí comenzaron a crecer unas
cañas blancas, blancas, blancas perfectas
para hacerse una flauta. Dicho y hecho, pasó
por allí un pastor con sus setecientas catorce
coma cinco ovejas (coma cinco, sí, porque
tenía un corderillo) y cortó una de las cañas
dispuesto a hacerse una flauta. No tenía ni
idea de música y, mucho menos, de hacerse
una flauta, pero era un hombre
emprendedor. Dispuso a sus setecientas
catorce coma cinco ovejas en círculo y tocó
para ellas. De aquella flauta no salió el
sonido habitual de una flauta; aquella flauta
(que, evidentemente, era mágica) dijo,
porque lo dijo:

Pastorcillo no me toques
ni me dejes de tocar,
mis hermanos me mataron
por la Flor de Lililá.

–¿Cómo, cómo? –dijeron las ovejas.


–… por la Flor de Lililá –dijo la flauta.
Al oír aquello el pastor exclamó:
–¡Anda la osa mayor! ¡Qué bien toco la
flauta! Me voy a hacer músico callejero.
Y, efectivamente, abandonó a sus
setecientas catorce coma cinco ovejas en un
hogar para ovejas abandonadas que habían
puesto por allí y se marchó a la ciudad, a la
plaza, justo delante del castillo del Rey a
tocar la única canción que aquélla flauta
tocaba, que no era otra que:

Pastorcillo no me toques
ni me dejes de tocar,
mis hermanos me mataron
por la Flor de Lililá.

Aquello llegó a oídos del Rey, que buena


vista no tenía, pero buen oído… tampoco,
pero lo oyó; y quiso que aquel pastor que tan
bien tocaba la flauta tocara para él. El pastor
entró en el salón del trono y se arrodilló
delante del Rey (porque, yo no sé por qué,
todos los pastores, cuando llegan al salón del
trono, se arrodillan delante del Rey), a lo que
el Rey le dijo:
–¡No, hombre, no! Levántate y no
andemos con cortesías. Quiero que toques
para mí.
–¡Yo tocar para usted! –dijo el pastor.
–Sí, tú tocar para mí.
–¡Yo tocar para usted! –volvió a decir el
pastor.
–Sí, tú tocar para mí.
–¡Yo tocar para usted!
–¡Sí, hombre, pero toca ya!
Y el pastor tocó.

Pastorcillo no me toques
ni me dejes de tocar,
mis hermanos me mataron
por la Flor de Lililá.

Al oír aquello al Rey se le puso la


mosca detrás de la oreja, pero se la quitó y
continuó la conversación.
–Pastorcillo, ¡qué bien tocas la flauta!
Pues ya ve usted que no tengo ni idea.
Es que esta flauta es mágica, toca sola,
siempre la misma canción. ¿Quiere probarla
usted?
–¡Hombre! Yo, un Rey, tocar la flauta
de un pastor.
–Si no nos ve nadie.
El Rey miró a un lado y al otro del
salón y, efectivamente, agarró la flauta y
tocó.

Padre mío no me toques


ni me dejes de tocar,
mis hermanos me mataron
por la Flor de Lililá.

El Rey llamó a su mujer, la Reina, que


estaba por allí reineando.
–Esposa mía. Quiero que toques esta
flauta.
–¡Uy, yo! Tocar la flauta de un pastor
llena de virus pastoriles. No, no, no.
No te preocupes mujer que yo te la
limpio –dijo el Rey frotando la flauta contra
sus ropas.
Y así la Reina tocó.

Madre mía no me toques


ni me dejes de tocar,
mis hermanos me mataron
por la Flor de Lililá.

Os acordáis de los dos hermanos (el


mayor y el mediano). Se andaban dando
cuenta de que la flauta iba a por ellos y
fueron retirándose discretamente hacia la
puerta de incendios del salón del trono;
cuando el Rey los miró y, señalándoles con el
dedo, les dijo:
–¡Eh, vosotros!
Cuando un Rey en aquella época decía
eso señalando con el dedo… lo tenía que
repetir dos veces más. Miro al hermano
mediano y le puso la flauta en las manos.
–Quiero que toques tú la flauta.
–Es que tengo una reunión.
–¡He dicho que toques tú la flauta!

Y el hermano mediano tocó.


Hermanito no me toques
o tendré que denunciar…

En ese momento el hermano mayor le


interrumpió.
–¡Pero estamos locos o qué pasa aquí!
Todos los problemas del reino sin resolver y
nosotros tocando la flauta de un pastor llena
de bacilococos, esceptococos y todococos.
El Rey lo miró de arriba abajo (no había
mucho que mirar pero así lo hizo), lo miró de
un lado a otro, lo miró en redondo y le dijo:
–¿Pues sabes lo que te digo? Que ahora
vas a tocar tú la flauta y no vas a parar hasta
que suene la canción completa.
–¡Pero papi!
–¡Ni papi, ni papa ni pepe! Aquí yo soy
el Rey y digo que toques tú la flauta.
–Con la flauta temblándole entre los
dedos, el hermano mayor tocó la canción
completa.

Hermanito no me toques
o tendré que denunciar
que tú mismo me mataste
por la Flor de Lililá.

Al oír aquello, al hermano mayor se le


cayó la flauta al suelo, se le cayó el
sombrero al suelo, él mismo se cayó al suelo
(pero se levantó enseguida porque en los
salones del trono no se permite estar en el
suelo), se puso blanco como la leche. Y el
Rey comprendió demasiado tarde lo que
había ocurrido aquel día en que había
mandado a sus tres hijos (el mayor, el
mediano y el pequeño) en tres caballos (uno
grande, uno mediano y uno pequeño) a los
tres confines de la tierra en busca de la flor
de tres pétalos de Lililá. No los podía matar
porque al fin y al cabo eran sus hijos (bueno,
sí los podía matar pero no quería). Los
expulsó lo más lejos del reino que pudo, sin
comida, sin dinero, sin alcohol, sin papeles,
sin nada. Y desde entonces camina por los
pasillos de palacio cantando siempre la
misma canción.

Padre mío no me toques


ni me dejes de tocar,
mis hermanos me mataron
por la Flor de Lililá.
EL VIEJO DE LA VERRUGA
Cuento popular japonés10

Hace muchos años, había un viejo que


tenía una verruga en la mejilla derecha.
Todos los días, la verruga aumentaba de
tamaño y el viejo no podía hacer nada para
quitársela. Fue de médico en médico por
todo el país, pero ninguno pudo ayudarle.
–¡Pobre de mí! –decía el hombre.
–No te atormentes –decía su mujer–,
seguramente algún día alguien te ayudará.
Un día el viejo fue a las colinas a
recoger un poco de leña para el fuego.
Cuando el sol comenzó a esconderse, cargo
un haz de leña sobre la espalda y se dispuso
a regresar a su casa.
De pronto, el cielo se oscureció y
comenzaron a caer gruesas gotas de lluvia.
El viejo se apresuró a buscar refugio, pero lo
único que halló fue un hueco en el tronco de
un pino nudoso, y ahí se metió. Lo hizo muy
a tiempo porque de inmediato empezó a
llover torrencialmente como si alguien
hubiera volcado un enorme cubo de agua en
el cielo. El viejo se encogió mientras los
truenos retumbaban sobre su cabeza y los
relámpagos formaban mágicos rayos de luz
en el negro bosque.
–¡Madre mía, qué tormenta! –se dijo, y
cerró fuertemente los ojos. Pero se trataba

10Versión del Editor basada en la recopilada por


Yoshiko Uchida.
sólo de una nube de verano, que se alejó tan
pronto como había venido.
Estaba a punto de salir del hueco del
árbol, cuando oyó cierto ruido, como si
mucha gente anduviera por el bosque.
–Deben ser otros a los que sorprendió
la tormenta –pensó el viejo, mientras se
dispuso a ir a su encuentro para regresar
acompañado a casa.
Pero, de pronto, sus mejillas
palidecieron al ver qué era lo que producía el
sonido. Dio un salto y se metió nuevamente
en el hueco del árbol. Porque no eran
hombres quienes hacían aquel ruido con los
pies, sino muchos, muchos espíritus y
fantasmas que se encaminaban derechos al
pino donde se escondía el viejo.
–¡Pobre de mí! –se lamentaba el viejo,
cuando le pareció oír una música y unas
voces que cantaban y reían. El viejo levantó
la vista y vio que algunos de los espíritus
bailaban y cantaban alrededor del pino,
mientras otros bebían, comían y reían.
–¡Una fiesta de espíritus! –dijo el viejo
para sí. Pronto se olvidó de su miedo y
asomó la cabeza por el hueco del árbol. Y sin
darse cuenta, empezó a mover los pies al
ritmo de la música, y sus manos aplaudían
junto con los espíritus. Balanceaba la cabeza
y sonreía feliz mirando la escena.
Después oyó al jefe de los espíritus que
dijo:
–¡Qué baile más tonto! Quiero ver a
alguien que baile bien de verdad. ¿No hay
quién sepa bailar?
Sin pensarlo, el viejo saltó fuera del
árbol y se puso a bailar en medio de los
espíritus.
Los espíritus retrocedieron con
sorpresa y el viejo siguió danzando.
–¡Qué baile tan bonito! –dijo el jefe de
los espíritus, moviendo la cabeza al ritmo de
la música.
–¡Sí, sí! –dijeron los demás espíritus–.
Nunca habíamos visto nada igual.
Cuando el viejo se detuvo, los espíritus
se reunieron a su alrededor y le ofrecieron
comida y bebida de su fiesta.
–¡Gracias! –dijo el viejo, seguro de que
los espíritus ya no le harían daño.
El jefe de los espíritus dijo con voz
grave y profunda:
–Nos gustaría ver más danzas como
ésta. ¿Volverás aquí mañana?
–¡Claro que volveré! –respondió el
viejo. Pero los otros espíritus movieron la
cabeza como queriendo decir:
–Este no va a volver.
–Tomémosle algo en prenda. Algo que
tenga para él mucho valor, y así estaremos
seguros que mañana volverá a buscarlo.
–¡La verruga! –dijo el jefe de los
espíritus–. Se ve que la tiene bien cuidada,
pues he oído decir que los humanos las
guardan como tesoros, pues les traen buena
suerte. Ésta será la prenda.
Y haciendo un chasquido de sus dedos
mágicos, arrancó la verruga de la mejilla del
viejo.
En un abrir y cerrar de ojos, los
espíritus habían desaparecido en el bosque
oscuro.
El viejo estaba tan sorprendido que
apenas sabía qué hacer. Se frotó la mejilla
derecha donde antes estaba la fea y grande
verruga que lo atormentaba y la sintió lisa y
suave. Luego, se marchó a su casa y le contó
a su mujer lo sucedido.
–Te lo dije, viejo. Te dije que algún día
alguien te ayudaría –dijo la mujer.
–Hay que celebrar –dijo el viejo
sacando una botella de tai.
Estaban tan contentos que armaron
una pequeña algarabía que atrajo a su
vecino de al lado. El vecino era un hombre
gordo, glotón y perezoso, que se la pasaba
pidiéndoles comida a cada rato. Aquel
hombre tenía también una verruga en la
mejilla, pero en el lado izquierdo de la cara.
Cuando notó que el viejo ya no tenía la
verruga se sorprendió y dijo:
–¿Qué ha pasado? ¿Dónde está la
verruga de tu cara?
Observó de cerca el rostro del viejo y
continúo:
–¡Cómo me gustaría librarme de la
mía! Quizá si hiciera lo mismo que tú…
El viejo estaba tan contento que le
contó con todo detalle cómo se había
escondido en el hueco del árbol hasta que
los espíritus acudieron a bailar en el
crepúsculo. Habló después de la danza que
había ejecutado para ellos y cómo le habían
quitado la verruga en prenda.
–Muchas gracias –dijo el vecino–. Esta
noche haré lo mismo que tú. Y después de
tomar prestado un saco de arroz, corrió a su
casa.
Aquella tarde, el vecino glotón fue al
bosque y encontró el mismo árbol. Se
escondió dentro del tronco y esperó en
silencio, sacando la nariz a cada momento
para ver si venían los espíritus. Cuando el sol
comenzó a oscurecer y el sol pintaba de oro
las nubes, los espíritus iniciaron su danza en
el pequeño claro del bosque delante del viejo
árbol.
El jefe de los espíritus miró a su
alrededor y dijo:
–¿A qué horas llegará el viejo que bailó
ayer para nosotros?
–¡Ya llegué! –dijo el vecino glotón,
mientras salía del hueco del árbol.
Abrió un abanico que había llevado y
comenzó a bailar. Pero aquel hombre
ignoraba el arte de la danza. Levantaba un
pie y luego el otro, pero sin gracia,
balanceaba la cabeza de uno a otro lado,
pero sin ritmo, y los espíritus no se reían
como lo habían hecho la noche anterior.
–¡Qué danza tan horrorosa! –dijo el jefe
de los espíritus.
–Sí, sí –dijeron los demás espíritus–,
parece que olvidó bailar.
–¡Lárguese mejor! ¡Ah! ¡Tome, aquí
está su preciosa verruga!
Y con un suave chasquido, el jefe envió
la verruga a la mejilla derecha del glotón.
Después, desaparecieron por el bosque, tan
de prisa como habían llegado.
–¡Oooohhh! ¡Ahora tengo una verruga
a cada lado! –se lamentaba el vecino
mientras regresaba a su casa.
JUAN DIABLO
Cuento popular11

Hace muchos años, en los tiempos


cuando Jesús todavía andaba por la tierra,
vivía un herrero llamado Juan. Cierto día
llegaron a su taller dos humildes peregrinos
que llevaban una burra que rengueaba. Los
peregrinos eran el mismísimo Jesús
acompañado de su fiel amigo Pedro.
–Buenas y santas las tenga, buen
hombre –dijo Jesús–. Necesitamos herraduras
nuevas para nuestra pobre burrita que ya no
puede caminar, pero no tenemos dinero con
que pagarle, a cambio podemos concederle
tres dones, tres deseos.
–No hay problema señores, si puedo
ayudar ayudo y en este caso si que puedo.
Mientras Juan le colocaba las
herraduras a la burra, Jesús y Pedro
conversaban:
–Mira Pedro que todavía queda gente
buena en la tierra.
–No te confíes Señor, recuerda nada
más lo que te hicieron la otra vez.
En esas Juan terminó el trabajo y Jesús
le dijo que pidiera sus tres dones.
–¿Pero qué dones pueden dar ustedes
si son más pobres que yo? –dijo Juan.
Entonces Pedro se le acerca y le dice
que él es el mismo Jesús, el que murió en la
cruz.

11 Versión del Editor.


–Cómo dijera Santo Tomás, ver para
creer –dijo el incrédulo Juan.
Entonces Jesús le mostró sus manos y
el costado que aún conservaban rastros de la
sangre derramada. De inmediato Juan
comprendió que no le estaban mintiendo.
–Y eso ¿qué andan haciendo por aquí?
–preguntó Juan.
–Dando una vuelta por la tierra para
ver cómo siguen las cosas, pero ya íbamos
camino de regreso –dijo Jesús.
–Pues si es así, entonces vamos con los
deseos que prometieron –apuró el herrero.
–No dejes de pedir por la salvación de
tu alma –sugirió el buen Pedro.
–En primer lugar –dijo Juan–, quiero que
todo el que se siente en mi silla no se vuelva
a levantar hasta que yo lo ordene.
Jesús y Pedro se extrañaron por el
deseo del herrero, pero de inmediato se lo
concedieron.
–En segundo lugar… –dijo Juan siendo
interrumpido por Pedro.
–No dejes de pedir por la salvación de
tu alma.
–…quiero que todo el que se suba a mi
higuera no se vuelva a bajar hasta que yo lo
ordene.
Los peregrinos se mostraron aún más
confundidos con el segundo deseo, pero
también se lo concedieron.
–Y en tercer lugar… –dijo Juan siendo
interrumpido nuevamente por Pedro.
–¡Hombre! ¡Que no dejes de pedir por
la salvación de tu alma!
–…quiero que lo que se meta a mi
bolsa no vuelva a salir hasta que yo lo
ordene.
Y ahí si que quedaron sorprendidos los
peregrinos, pues a este hombre, aunque
bueno, no parecía importarle la salvación de
su alma. Pero aún así, le concedieron su
tercer deseo y se marcharon sin entender
nada.
Apenas quedó solo, Juan empezó a
llamar al Diablo. Y el Diablo que no se hace
esperar y que aparece.
–Aquí me tienes. ¿Para qué me has
llamado? –preguntó el Diablo.
–¿Pues para qué va ser? Quiero que me
hagas rico –dijo Juan.
–¿Y a cambio de qué? –preguntó el
Diablo.
–Eh, pero este Diablo es como bobo,
pues a cambio de mi alma –contestó Juan.
–Jalándole al respetico, juanito –dijo el
Diablo medio enojado–. Además tu alma vale
muy poco.
–¿Cuántos años de riqueza me das por
ella? –preguntó Juan.
–A lo sumo diez años.
–Acepto –dijo Juan sin regatear.
–Pues que te aprovechen y nos vemos
dentro de diez años –sentenció el Diablo.
El Diablo regresó al infierno brincando
en una pata por el negocio tan bueno que
había hecho. Le informó al Jefe de los Diablos
que había comprado un alma por tan solo
diez años de riqueza cuando la tarifa mínima
eran quince.
–Qué bien, lo felicito –dijo el Diablo
Mayor.
Mientras tanto, Juan se la pasaba de
fiesta en fiesta derrochando a manos llenas
las riquezas que le había dado el Diablo, sin
darse cuenta que el tiempo transcurría. Y
como dice el dicho, no hay deuda que no se
pague ni plazo que no se cumpla, pasaron
los diez años y el Diablo se presentó en la
casa de Juan para recoger su almita. Juan
acababa de despertar y le pidió al Diablo un
momentito para arreglarse y lo invitó a
sentarse en la única silla que tenía.
Y el Diablo que se sienta y Juan que se
sale por la puerta de atrás. El Diablo cansado
de esperarlo intentó levantarse pero no
pudo.
–¡Condenado Juan, me ha engañado! –
exclamó el Diablo con impotencia.
Juan estuvo una semana sin volver a
casa y cuando regresó encontró al Diablo
todavía sentado en su silla. El Diablo al verlo
le dijo suplicando:
–¡Suéltame Juan y te doy diez años
más!
–Pues si es así, levántate no más mi
Diablo y nos vemos dentro de diez años.
El Diablo llegó al infierno triste y
amargado, siendo la burla de los demás
diablos cuando se enteraron. Mientras tanto
Juan se divirtió de lo lindo por los siguientes
diez años, que pasaron volando. Y otra vez
fue el Diablo a buscarlo a su taller para que
le entregara el alma, pero esta vez no fue
tonto y llevó a su mujer para que le ayudara
y no lo volvieran a engañar.
–¿Y eso que te trae por aquí, amigo
Diablo? –preguntó Juan haciéndose el
desentendido.
–No te hagas Juan, que vengo por tu
alma.
–Pero los diez años se cumplen en
febrero y apenas estamos en enero –mintió
Juan.
–No me vas a engañar nuevamente,
Juan.
–Me acuerdo porque las brevas
negreaban de lo maduras que estaban –dijo
Juan mirando la higuera.
Y la diabla al ver las brevas maduras se
fue antojando.
–Qué ricas se ven las brevas –dijo la
diabla.
–Sírvase no más, señora –invitó Juan.
Y la diabla que se sube y comienza a
comer brevas y el marido que se antoja y se
sube también y Juan que se marcha por la
puerta de atrás.
A la semana Juan regresó y el Diablo y
su mujer seguían subidos en la higuera. No
quedaba una sola breva.
–¿Qué tal las brevas mis diablos? –se
burló Juan.
–¡Bájame ya Juan que te doy otros diez
años!
–Bueno, pues si es así, váyanse no
más.
Pasaron los diez años, pero esta vez no
fue el Diablo a buscarlo sino el mismísimo
Jefe de los Diablos, el Diablo Mayor.
–¡A mí si no me vas a engañar, Juan! –
dijo el Diablo Mayor.
–¿Y usted quién es? –preguntó Juan.
–Yo soy el Jefe de los Diablos, el Diablo
Mayor.
–Pues si quiere que me vaya con usted
tendrá que demostrarlo –condicionó Juan.
–Pide lo que quieras que yo te lo
concederé. No hay nada imposible para el
Diablo Mayor.
–¿Puede convertirse en un león? –
preguntó Juan.
–Eso es muy fácil –dijo el Diablo Mayor
convirtiéndose en un león.
–No sé, aún me queda una duda…
¿puede convertirse en un ratón?
–Já –dijo el Diablo Mayor convirtiéndose
en un pequeño ratón.
De inmediato Juan lo agarró y lo metió
en su bolsa y comenzó a darle de palos con
un martillo.
–¡Suéltame, Juan, suéltame! Te
prometo que me voy sin llevarme tu almita –
suplicó el adolorido Diablo.
Y Juan lo dejó ir.
Pasaron diez años más y Juan se murió
de viejo. Llegó a las puertas del cielo, pero
San Pedro le dijo que él no tenía cabida en el
cielo por la vida licenciosa que había llevado
en los últimos cuarenta años.
–Si hubieras pedido por la salvación de
tu alma, aquella vez que tanto te insistí, otro
gallo cantaría –le recriminó San Pedro.
Entonces Juan se fue para el infierno,
golpeó a la puerta y le abrió el Diablo
Portero, quien al verlo pegó un alarido que
se escuchó hasta en el mismo cielo, al
tiempo que cerraba con doble seguro las
puertas del infierno. El Diablo Portero era el
mismo Diablo Mayor que había sido
degradado por el Concejo de Diablos
después de la paliza que le propinara el
propio Juan.
Pobre Juan, todavía anda deambulando
de aquí para allá sin poderse morir del todo.
EL BAILE SIN CABEZA
Cuento popular cubano12

En los primeros tiempos del mundo


había tres diablos. El diablo viejo, la diabla
vieja y el hijito diablito. Tenían al mundo
loco. En todo se metían y no dejaban de vivir
en paz a nadie. El reino de los animales se
reunió entonces a ver si acababan con los
diablos; se presentaron muchos planes y
ninguno servía, y entonces la agrupación de
los guanajos abriendo las alas dijo que ellos
tenían un plan para acabar con los diablos, y
en secreto le dijeron al león jefe que éste era
el plan de bailar sin cabeza.
Los animales le dieron una confianza, y
los guanajos prepararon el baile en el monte.

12Versión original del escritor cubano Samuel Feijóo a


partir de un relato escuchado al campesino Julio
Macón. Este es uno de los cuentos más contados por
los cuenteros del mundo.
Lo primero que hicieron fue contratar
una buena música de tambores, guayos,
guitarras, bongoses, claves, botijas, güiros, y
todo lo que lleva una buena música de baile.
Después hicieron el salón. Los elefantes
tumbaron los palos y apisonaron bien con las
patonas la tierra. Se hizo un salón
espléndido. Los pájaros avisaron a todas
partes que había fiesta. Entonces el jefe de
los guanajos escogió cincuenta parejas de
guanajos, macho y hembra, y los enseñó a
bailar con la cabeza metida bajo el ala. Poco
a poco les fue enseñando los pasos, y los
guanajos aprendieron a bailar sin que se les
viera la cabeza.
A las orillitas del monte, una noche,
empezaron el baile, que estaba iluminado
con carburo. La música sonaba fenómeno y
los bailarines bailaban con la cabeza metida
bajo el ala y no se veía la cabeza de nadie.
El diablo viejo, que había tenido una
gran pelea con la diabla vieja y estaba
descansando, lo oyó a lo lejos, y vino a ver
que pasaba, y a ver cómo desbarataba la
fiesta. Llegó allí y vio el baile bien animado,
alumbradito y con una música sabrosa.
Preguntó a los que cuidaban la entrada,
apoyando sus brazos en la baranda de
cañabrava que tenía el portal del aposento
del baile.
–Y eso… ¿Qué es?
–Nada, el baile sin cabeza… –le dijo el
portero con palabra muy alegre.
La música le gustaba tanto al diablo
que lo tentó:
–¿Puedo bailar un poquito con esa
música tan buena? –dijo el diablo.
–Sí, pero tiene que bailar sin cabeza –
dijo el portero.
–¿Cómo es eso? –dijo el diablo curioso
y sin ser bobo.
–Eso es así. Todo el mundo baila sin
cabeza. ¿No oye el son de la música como
obliga? –dijo el portero.
El diablo oyó entonces el son de la
música que decía y obligaba:
No baila,
No baila,
El que tiene cabeza,
No baila.
El diablo dudó; preguntó que cómo se
le pegaba luego la cabeza y le dijeron que
con resina. El bongó estaba como nunca; los
güiros y tambores y las guitarras eran la
gloria. Entonces el diablo dijo que sí, porque
no pudo resistir; pasó adentro, a un picador
de tronco de ceiba, puso la cabeza y de un
hachazo se la cortaron. Una cuadrilla de
guanajos botó el cuerpo por un barranco
pabajo. Así mataron los guanajos al diablo
viejo.
La fiesta siguió, la guanajería bailaba y
la música no paraba y se metía por todos los
palos del monte, y la diabla vieja la oyó, y
vino a averiguar qué pasaba y se encontró el
baile sin cabeza. Apoyó los brazos en la
baranda de cañabravas y se embelesó
oyendo la música más linda del mundo.
–¿Y esto? ¿Qué es? –dijo la diabla.
–El baile sin cabeza –dijo el portero.
La diabla vieja miró un rato, y las
piernas se le movían al compás de música
tan buena. La marímbula apretó, apretaron
el bongó y los treses, y la diabla vieja no
podía resistir la música.
–¿Puedo echar un pie? –dijo la diabla.
–¡Cómo no! Pero primero tiene que
quitarse la cabeza –dijo el portero–, ¿no oye
el son del baile?
La diabla vieja puso oído y oyó el son:
No baila,
No baila,
El que tiene cabeza,
No baila.
La diabla vieja dudó, averiguó que con
resina le volverían a pegar la cabeza, y como
no podía resistir la música de los timbales
que era lo que más le gustaba, entró, puso la
cabeza en el picador, y se quedó sin ella. Y
así los guanajos mataron a la diabla vieja.
El diablito estaba jugando con
caracoles en lo oscuro del monte; oyó la
música y llegó a la fiesta del baile. Miró un
rato a los guanajos bailando sin cabeza, y no
entendió bien el asunto y le dijo al portero:
–Y eso ¿qué es?
–El baile sin cabeza –dijo el portero.
–La música está buena. ¿No me dejan
bailar un poco? –dijo el diablito.
–Sí, cómo no. Pero tiene que bailar sin
cabeza –dijo el portero.
–¿Sin cabeza? –dijo el diablito.
–Sí, así es como es…
El diablito miró a todos lados, curioso,
pero no podía resistir la música que estaba
en lo mejor y dijo:
–Yo nunca he visto un baile sin cabeza,
pero quiero entrar… pero zafarme esta
cabecita…
–Pues oiga el son de la música –dijo el
portero.
Y el son decía:
No baila,
No baila,
El que tiene cabeza,
No baila.
–¿Y eso es también para mí?
–Sí señor, el que tiene cabeza no baila
–dijo el portero.
Entonces el diablito dijo:
–Pues a mí esta cabecita no me la
quitan niá jodida.
Y por eso hay diablo todavía en el
mundo, aunque menos que antes, gracias a
los guanajos.
EL ESPÍRITU DE LAS AGUAS
Cuento popular13

Este era un viejo leñador que vivía en


una pequeña cabaña, en un pequeño pueblo,
junto a un gran bosque por donde corría un
enorme y río.
Cada mañana el viejo leñador tomaba
su vieja y oxidada hacha, se despedía de su
mujer con un beso y se iba al bosque a
cortar leña. Todos los días hacía lo mismo.
Era un buen leñador y un buen hombre.
Quiso el infortunio que cierto día que el
leñador cortaba leña a la orilla del río, diera
un golpe falso y perdiera su hacha en lo
profundo del río. Era una gran tragedia, pues
aquella hacha era su única herramienta de
trabajo. Además, el leñador no sabía nadar
así que no podía lanzarse al río para intentar
recuperarla.
Abatido por la situación, el leñador se
sentó a la orilla del río a llorar su mala
suerte. En ese momento, surgió del río una
mujer clara, tan clara que se podía mirar a
través de ella. Era el espíritu de las aguas,
quien le preguntó:
–¿Qué te pasa viejo leñador? ¿Por qué
estás llorando?
–He perdido mi hacha, mi única
herramienta de trabajo, y no sé nadar.
–No te preocupes –dijo el espíritu–, yo
te la traeré.

13 Versión del Editor.


El espíritu de las aguas se sumergió en
lo profundo del río y en pocos segundos
volvió a salir. Traía en sus manos una
hermosa hacha de plata reluciente y valiosa.
–¿Es esta tu hacha, leñador? –preguntó
el espíritu de las aguas.
El viejo leñador al ver aquella hacha
reluciente y valiosa contestó:
–No, señora, esa no es mi hacha.
El espíritu de las aguas se volvió a
sumergir en lo profundo del río y esta vez
salió con un hacha de oro, brillante, de un
valor incalculable.
–¿Es esta tu hacha, leñador?
El viejo leñador al ver aquella hacha
dorada y de valor incalculable contestó:
–No, señora, esa tampoco es mi hacha.
Nuevamente, el espíritu de las aguas
se sumergió en el río y en un abrir y cerrar
de ojos regresó con una vieja y oxidada
hacha de mango de madera.
–¿Es esta tu hacha, leñador?
El viejo leñador reconoció su hacha y
una enorme sonrisa se dibujo en su rostro.
–¡Sí, señora, esa es mi hacha!
El espíritu de las aguas, maravillado
con la honradez de este viejo leñador, lo
premió devolviéndole su hacha y regalándole
el hacha de plata y la de oro.
–Ve a tu casa, leñador, y sigue siendo
un buen hombre.
El viejo leñador llegó a su casa y contó
a su mujer lo que le había pasado. Su mujer
estaba feliz y orgullosa de su marido. Del
mismo modo contó la historia a su mejor
amigo, que también era leñador.
Este, a la mañana siguiente, tomó su
hacha, besó a su mujer, y se dirigió al
bosque junto al río. Haciendo que trabajaba
dejó caer su hacha en las aguas profundas y
se sentó a la orilla a llorar su falsa desgracia.
En ese momento, apareció el espíritu de las
aguas quien le preguntó:
–¿Qué te pasa, leñador? ¿Por qué
lloras?
–He perdido mi hacha en lo profundo
del río y no sé nadar –mintió el truhán.
–No te preocupes, leñador, yo te la
sacaré.
Tal y como sucedió con el viejo leñador, el
espíritu de las aguas salió del río trayendo
consigo una reluciente, brillante y valiosa
hacha de plata.
–¿Es esta tu hacha, leñador? –preguntó
el espíritu de las aguas.
Y aquel leñador, alentado por su
codicia, respondió:
–¡Si, señora, esa es mi hacha!
–Eres un mentiroso, leñador, ésta no es
tu hacha, y en castigo por tu codicia no te
haré ningún regalo y tampoco te devolveré
tu hacha. ¡Ve a tu casa y corrige tu
comportamiento!
Y diciendo esto el espíritu de las aguas
se sumergió en el río para no salir jamás.
Mi padre me lo contaba y yo se los
cuento a ustedes.
EL SAMÁN Y LOS PÁJAROS
Cuento popular14

14Versión del Editor basada en un cuento del


campesino Mañe Madrid compilada por el colombiano
Anselmo Rangel.
Este era un hombre ambicioso al que
solo le importaba el dinero. Cierto día, antes
del anochecer, el hombre vio que a las
ramas de un hermoso samán llegaba una
gran cantidad de pájaros y se posaban a
cantar. Eran pájaros de hermosos colores y
de diferentes formas y tamaños. El hombre
quedó asombrado con la belleza de aquellos
pájaros y pensó que si los capturaba y los
llevaba a la ciudad, seguramente le darían
por ellos un buen dinero.
Al día siguiente, antes del anochecer,
el hombre tenía embadurnadas todas las
ramas del samán con una pegatina especial
que había preparado. También había
alistado, junto al árbol, varias docenas de
jaulas, para echarlos luego de capturados.
Los pájaros llegaron como siempre y se
posaron en el samán, quedando pegados a
sus ramas por el efecto del pegante. El
hombre, sonriendo por su ingenio, comenzó
a trepar por el tronco del árbol. Los pájaros
lo vieron y se asustaron presintiendo la
suerte que les esperaba. Entonces quisieron
volar para escapar, pero no podían alzar el
vuelo, porque el pegante salió muy bueno.
El temor se apoderó de los pájaros
quienes aletearon con tanta fuerza que
finalmente pudieron volar. En su vuelo se
llevaron al hermoso samán y al hombre que,
aferrado a una raíz, iba pidiendo auxilio y
que lo bajaran de allí.
EL CAMPESINO Y SU CABALLO
Por Elvia Pérez15
(Cuba)

En una finca en lo más intrincando del


campo vivía en compañía de su esposa un
campesino muy distraído de nombre José.
Hacía mucho tiempo que no sabía de su
anciana madre y decidió ir a verla. Como era
en un poblado distante tenía que hacer una
parte del camino a caballo y otra en el tren.
Se levantó muy temprano y emprendió el
camino a caballo rumbo al tren. Llegó con
tiempo suficiente porque el tren no pasaba
hasta el mediodía. Fue hasta la taquilla de
venta de los boletos y pidió dos, uno para él
y otro para su caballo. El dependiente se
asombró de escuchar semejante petición
porque evidentemente los caballos no viajan
en tren, o al menos junto a los pasajeros. Así
se lo dijo a José al tiempo que le extendía un
solo billete para el tren. José se molestó
mucho. ¿Cómo podía un hombre dejar su
caballo solo e irse en el tren hasta un lugar
tan distante? La discusión fue subiendo de
tono hasta que tuvo que venir en ayuda del
dependiente el jefe de la estación. Por más
que ambos trataron de explicar lo imposible
de la petición de José de viajar con su caballo
no consiguieron nada. El buen hombre
estaba necio aunque finalmente tomó su
billete y se alejó rumbo al andén. Allí, sin que
lo vieran amarró su caballo al último vagón
15 Versión original de un cuento popular cubano.
del tren y luego dio la vuelta y subió al
mismo. Cuando el tren se puso en marcha
José se sintió más tranquilo. Ahora ya nadie
podría negarle llevar su caballo. Después de
un rato fue hasta el último vagón para ver
como venía su adorada bestia. Allí se
encontró a un hombre que miraba con
curiosidad al caballo que iba con la lengua
afuera y los ojos desorbitados. Al ver
acercarse a José le comentó:
–Mire señor, ese caballo que va
corriendo amarrado al tren parece que se
está ahogando porque lleva la lengua afuera
y la boca abierta.
José lleno de complacencia respondió:
–De ningún modo, ese es mi caballo y
lo que pasa es que se va riendo de la maldad
que hicimos de viajar en el tren sin pagar su
billete.
ANANSI Y LOS PLÁTANOS
Cuento popular del Caribe16

Era día de mercado, pero Anansi no


tenía dinero. Estaba sentado a la puerta de
su casa y veía como Tigre, Perro y Cabra se
dirigían al mercado para comprar o vender.
Él no tenía nada que vender porque no había
crecido nada en su campo. Ni nada que
comprar, porque Tortuga le había ganado las
pocas monedas que tenía ahorradas.
Entonces, ¿cómo iba hacer para encontrar
comida para su mujer y para sus hijos?
–Anansi, no tenemos nada que comer y
nada que cenar, y mañana es domingo –dijo
su mujer.
–No te preocupes, mujer, voy a salir a
buscar trabajo para comprar algo de comer.
¡Espera y verás! –dijo Anansi.
Anansi anduvo hasta casi mediodía,
pero no encontró nada, y se echó a dormir a
la sombra de un gran mango. Allí durmió
hasta que el sol comenzó a ponerse.
Después, con el frescor de la tarde, se
levantó para regresar a casa. Caminaba
despacio porque le daba vergüenza regresar
a su casa con las manos vacías. Se iba
preguntando qué podía hacer, cuando se
encontró con su amigo Ratón que iba a su
casa con un gran racimo de plátanos. El
racimo era tan grande que Ratón caminaba

Versión basada en la versión original de Philip M.


16

Sherlock.
inclinado, casi hasta tocar el suelo con la
cabeza.
Los ojos de Anansi brillaron cuando vio
los plátanos, y comenzó a hablar a su amigo
Ratón:
–¿Cómo estás, amigo Ratón? Hace
muchos días que no te veo.
–¡Oh, ahí vamos, Anansi! –repuso
Ratón–. Y tú, ¿cómo estás? ¿Y tu familia?
Anansi puso cara larga, lo más larga
que pudo, hasta que su barbilla casi tocó los
pies. Movió la cabeza y se lamentó:
–¡Ay, hermano Ratón –dijo–, los
tiempos son malos, muy malos! Apenas
puedo encontrar nada que comer de un día
para otro.
Al decir esto se le llenaron los ojos de
lágrimas y continuó:
–Ayer estuve todo el día caminando.
Hoy he andado sin parar y no he encontrado
ni una patata ni un plátano –y miró un
momento el gran racimo de plátanos–. ¡Ay,
hermano Ratón, los niños no tendrán más
que agua para cenar esta noche!
–No sabes cuánto lo siento –le dijo
Ratón–. Yo sé lo que es llegar a casa sin
llevar nada de comer para mi mujer y mis
hijos.
–Sin ni siquiera un plátano… –exclamó
Anansi, mirando de nuevo el racimo de
plátanos.
Ratón puso el racimo en el suelo para
descansar y Anansi no podía quitarles los
ojos de encima.
–Amigo mío, qué hermoso racimo de
plátanos. ¿Dónde lo conseguiste, con estos
tiempos tan duros que corren?
–Es todo lo que queda en mis campos,
Anansi. Este racimo debe durar hasta que
aparezcan los guisantes, y aún les falta.
–Pero pronto estarán listos, amigo
Ratón –repuso Anansi–. Regálame uno o dos
plátanos que los niños no han comido nada y
no tienen más que agua para cenar.
–Espera un momento –dijo Ratón y
empezó a contar cuidadosamente los
plátanos. Cuando terminó de contarlos, los
volvió a contar, y luego dijo:
–Está bien, Anansi –y cortó los cuatro
plátanos más pequeños del racimo y se los
dio a Anansi.
–¡Gracias! –exclamó Anansi–. ¡Gracias,
amigo mío! Pero, Ratón, no hay más que
cuatro plátanos, y somos cinco en la familia:
mi mujer, los tres chicos y yo.
Ratón fingió no oírle. Sólo dijo:
–Ayúdame a poner el racimo en la
cabeza, hermano Anansi, y no trates de
conmoverme más.
Ratón echó a andar, caminando
despacio abrumado por el peso de los
plátanos. Anansí marchó a su casa. Podía ir
de prisa, porque los cuatro plátanos no eran
un gran peso. Cuando llegó, se los entregó a
su mujer, y le dijo que los preparara para la
cena. Salió de nuevo y se sentó a la sombra
del mango, hasta que la mujer le dijo que los
plátanos ya estaban listos.
Anansi y su familia se sentaron a la
mesa. Allí estaban los cuatro plátanos
dispuestos. Cogió uno y se lo dio a la niña.
Dio otro a cada uno de los chicos. El último,
el más grande, se lo dio a su mujer y él se
quedó con las manos vacías y la cara triste.
La mujer le dijo:
–¿No quieres un plátano?
–No –repuso Anansi–, dando un
profundo suspiro–. Sólo hay para cuatro. Yo
también tengo hambre, porque no he comido
nada; pero sólo hay cuatro plátanos.
Los niños preguntaron:
¿Tienes hambre, papá?
–Sí, hijos míos, tengo hambre, pero
ustedes son muy pequeños y necesitan
alimentarse. Es mejor que yo me quede con
hambre y ustedes llenen sus estómagos.
–¡No, papá! –dijeron a coro los niños–.
Tú debes comer la mitad de nuestros
plátanos.
Todos partieron los plátanos en dos
trozos y cada uno dio la mitad a Anansi.
Cuando su mujer vio lo que pasaba, también
dio a Anansi la mitad de su plátano.
Y así, finalmente, Anansi comió más
que nadie…, como siempre.
LA BODA DE TÍO CONEJO
Cuento popular17

Una viejita tenía una huerta que era


una maravilla: tenía rabanitos, culantro,
tomates, zapallitos y chayotitos tiernos,
lechugas. Pero la viejita comenzó a encontrar
los quelites de las matas de chayote y de
zapallo comidos, y otros daños más por toda
la huerta. Entonces hizo un gran muñeco de
cera y lo plantó en medio de la huerta para
espantar al ladrón.
El caso es que era Tío Conejo el
responsable de aquel desorden; se metía por
las noches y se daba cuatro gustos
gurruguceando todo lo que tenía sembrado
la viejita.
Cuando Tío Conejo llegó y se encontró
con aquel espantajo, al principio se asustó y
corrió a esconderse detrás de unas matas.
Pero al darse cuenta de que no se movía y
que era de mentiras, la picó de valiente, se
acercó y le metió severo moquete; pero
como el muñeco era de cera, Tío Conejo se
quedó pegado de una de sus manos.
Entonces le dio mucha cólera y le metió otro
moquete y se quedó pegado de la otra
mano. Por despegarse, apoyó sus patas
sobre el muñeco y se quedó pegado de sus
dos patas también. Le metió un cabezazo

17 Versión basada en la original de la escritora


costarricense Carmen Lyra. Los cuentos de Tío Conejo
están presentes en toda la oralidad Latinoamericana.
tratando de librarse del monigote, pero se le
pegaron hasta las orejas.
En eso amaneció y llegó la viejita a su
huerta y se encontró a Tío Conejo pegado a
su muñeco.
–¡Con que eras tú, pequeño rufián el
que estaba acabando con mi huerta! Espera
no más y verás. Ahora mismo te voy a pelar,
a ver si te quedan ganas.
Lo cogió y lo metió dentro de un saco;
luego amarró la boca del saco y lo dejó a un
ladito de la cocina, mientras iba a traer el
agua para cocinarlo.
–Qué vaina la que me fue a pasar –se
lamentaba Tío Conejo adentro del saco, y
empezó a dar grandes gritos.
–¡Auxilio! ¡Socorro! ¡Sáquenme de
aquí!
En esas iba pasando por ahí Tío Coyote
y oye los espantosos gritos. Y que se va
metiendo hasta la cocina a ver qué era lo
que pasaba y, cuando llegó junto al saco,
preguntó:
–¿Quién está ahí?
–Soy yo Tío Conejo, que me tienen
dentro de este saco porque me quieren casar
con la hija del Rey, y yo no quiero casarme.
Tío Coyote le dijo:
–¡Pero eres tonto Tío Conejo! ¡Con la
hija del Rey hasta yo me casaría!
–Pues yo no quiero aunque me la
dieran encasquillada en oro. Yo quiero morir
soltero.
Y Tío Coyote le dice:
–Yo de ti, Tío Conejo, estaría bailando
de lo contento. Definitivamente, Dios le da
pan al que no tiene hambre.
Al escuchar esto, Tío Conejo le propone
a Tío Coyote:
–Mira, Tío Coyote, porqué no me
sueltas y te metes en mi lugar, que en la
ceremonia el novio va a estar metido dentro
del saco para que la princesa no se de
cuenta, porque el Rey es el de la gana de
que yo me case con su hija; y una vez
pasada la ceremonia, la princesa tiene que
convenir.
Y Tío Coyote no lo piensa dos veces;
libera a Tío Conejo y se mete él mismo
dentro del saco. Tío Conejo, eso sí, lo amarró
bien amarrado y… ¡paticas pa´que las tengo!
¡Por aquí como que es el camino!... Y se
escondió entre unos matorrales para ver en
qué paraba aquello.
Volvió la viejita con su tinaja de agua y
puso una olla al fuego y se sentó a esperar.
Tío Coyote, al oír gente y por quedar bien
comenzó a decir:
–¿A qué horas viene la princesa?
¡Ahora sí ya tengo ganas de casarme!
–Ya te estoy calentando la princesa –
contestó la vieja sin entender.
Cuando el agua estuvo hirviendo, la
vieja desamarró el saco y se asomó.
–¡Ajá, con que de conejo te volviste
coyote! No hay problema.
Y Tío Coyote, vuelto una agua miel,
respondió:
–Si señora, pero yo si tengo mucho
gusto en casarme.
La viejita cogió su olla de agua
hirviendo y se la echó por la trasera.
El pobre Tío Coyote salió dando un
alarido, y en carrera abierta por el campo.
Cuando lo vio pasar Tío Conejo le gritó:
–¡Adiós, Tío Coyote, quemado de las
ganas de estar casado!
UNO DE COSIACA
Cuento popular paisa18

Cosiaca era muy avispado. Ese no se


varaba nunca, y por pobre que estuviera
siempre andaba de buen humor. En una
ocasión llegó a Guaca en donde estaban de
fiestas.
–¡Valientes fiestas tan buenas! –dijo
Cosiaca–. Aquí sí que saben celebrar y la voy
a pasar bien sabroso. Pero, lo importante
ahora es ir a almorzar, que está haciendo
mucha hambre.
Se entró a una fonda, muy campante,
aunque sabía que no tenía dinero. Llegó al
comedor, se acomodó y dijo:
–Bueno, mi señora, necesito que me
sirvan un almuercito bien bueno. Pero tal
como me lo sirven en mi casa.
–Cómo no señor, aquí la comida es
caserita. Ya mismo se lo traigo.
Le trajeron el almuerzo, se lo comió, y
fue a salir muy orondo sin pagar cuando la
mujer lo atajó:
–Oiga, señor, ¡usted no ha pagado!
–Y qué voy a pagar, mi señora, si yo clarito
se lo dije: que me sirviera un almuerzo como
me lo sirven en mi casa, y en mi casa no me
cobran.

18Cosiaca o José García, su verdadero nombre, es el


protagonista de muchos cuentos folclóricos de
Antioquia, Colombia. Este personaje fue conocido por
su sentido del humor cargado de ironías.
EL NACIMIENTO DE LA ISLA
BORIKÉN
Por Kalman Barsy19

Había una vez una punta de roca que


vivía en el fondo del Mar de las Antillas. Allí
había estado siempre, desde el principio del
mundo, medio enterrada en la arena y
apuntando hacia arriba, en dirección a la
superficie del mar. Pero esta punta de roca
no era como las otras del fondo del mar. A lo
largo de su milenaria existencia, un gran
anhelo la había distinguido de las otras:
quería crecer hasta el cielo.
Todos los que por allí vivían sabían de
la extraña esperanza que albergaba aquella
antigua punta de roca.
Pero todas las criaturas del fondo del mar
opinaban que el deseo de la roca era un
sueño inalcanzable. Pasaba por allí el pulpo,
por ejemplo, y le decía: –Eso es imposible.
Pasaba por allí la fina barracuda y le decía: –
Eso es imposible. Pasaban las medusas como
lánguidos pañuelos y le decían –Eso es
imposible.
La punta de roca no se resignaba. Con
mineral determinación, persistía en su
esperanza de salir a esa otra dimensión que
nosotros llamamos aire.

19Versión de Carmen Rivera Izcoa para la Coedición


Latinoamericana. Uno de los cuentos más contados
por los cuenteros del mundo.
Un día muy especial las cosas
sucedieron de otro modo. Se hallaba la punta
de roca meditando como siempre, cuando de
pronto, un pequeñísimo cangrejo ermitaño se
acomodó en un resquicio de su regazo de
piedra para cambiarse de casa. El carapacho
que hasta entonces le había servido de
hogar ambulante ya le quedaba muy chico y
no lo dejaba crecer. Así que, con una mezcla
de alegría y de tristeza en el corazón,
abandonó su caparazón para buscarse uno
mejor. En lo que buscaba y encontraba, se
quedó desnudo en medio del mar, expuesto
a todos los peligros.
Ese cangrejito no era como los otros
cangrejos ermitaños. Le gustaban las fiestas,
el baile y el vacilón. Al verse desnudo, se
sintió tan libre de cuerpo y liviano de
corazón que en lugar de seguir buscando un
nuevo refugio se puso a bailar una plenita.

menéalo, menéalo,
de aquí p’ allá
de allá p’ acá
menéalo, menéalo
que se te empelota

En eso estaba el cangrejito cuando


apareció por allí un mero cabritilla. Al verlo
tan desnudito y apetitoso, en seguida puso a
funcionar su boca de aspiradora para
tragárselo entero. En ese momento, un
incontenible torrente empezó a arrastrar al
cangrejito desnudo hacia la bocaza abierta
del comelón. –¡Socorro! ¡Auxilio, que me
comen! –se puso a gritar el cangrejito,
mientras hacia inútiles esfuerzos por resistir
la correntada.
Al ver lo que sucedía, la punta de roca
se apiadó del pequeño cangrejo indefenso y
le brindo una de sus salientes rocosas para
que se agarrara bien fuerte con sus
palancas. Y así se aguanto el chiquitín hasta
que el mero glotón, cansado de chupar agua
inútilmente, fue a buscarse el almuerzo en
otro lado.
Pasado el susto, el cangrejito ermitaño
buscó rápidamente una morada de caracol y
con su nueva casa a cuestas volvió donde la
punta de roca que lo había salvado de ser
comido. –¿Qué puedo hacer por tu felicidad,
punta de roca? –le preguntó agradecido. Ella
no le contestó, claro, porque las rocas no
hablan. Pero el cangrejito sabía cuál era el
secreto anhelo de su roca amiga y,
emocionado, le dijo: –Por salvarme del mero
comelón, yo te voy a ayudar a realizar tu
deseo. Luego, filosófico, el cangrejito agregó:
–Nada es imposible en esta vida.
Esta era la primera vez en los muchos
siglos de su existencia que alguien le decía a
la punta de roca que su sueño era posible.
De inmediato, fiel a su promesa, el
cangrejito ermitaño puso manos a la obra.
Caminando de costalete, a la manera de los
cangrejos, se puso a bailar rascando con sus
patitas el fondo del mar, que es la barriga
del mundo. Se imaginaba que si conseguía
provocarle cosquillas, a lo mejor se le zafaba
una risotada y las cosas podían cambiar. Y
así se la pasó de ahí en adelante el
cangrejito, rasca que rasca y baila que baila
al ritmo aquel de:

menéalo, menéalo,
de aquí p’ allá
de allá p’ acá
menéalo, menéalo
que se te empelota

Con el correr de los años, el cangrejito


se convirtió en cangrejo y luego en
cangrejote. En el transcurso de su vida
conoció a muchas hembras de su especie y
tuvo con ellas muchísimos hijos; y a todos les
enseño a bailar para provocarle cosquillas
con sus patitas a la barriga del Mundo.
Cuando le llegó el fin de sus días y se
retiró a descansar para siempre en el
caparazón de un gran carrucho rosado, ya
eran incontables los cangrejos de su sangre
que rascaban y bailaban en el fondo del
arenoso mar.
Pasados varios siglos –que para la
antiquísima punta de roca eran como
minutos para nosotros– los descendientes de
los hijos de los hijos de aquél que se salvó de
ser comido por un mero cabritilla, formaron
una nueva raza de crustáceos: los cangrejos
cosquilleros. Estos, debido a su continuo
movimiento, habían desarrollado unas
magnificas patas y palancas y conocían
exactamente cuánta urgencia, cuánta
suavidad y cuánto abandono había que
poner en el baile para provocar la risa del
Mundo.
Pronto aquella región del Mar de las
Antillas quedó completamente transformada.
Hasta donde alcanzaba la vista y más allá,
pululaban los cangrejos cosquilleros –rasca
que te rasca y baila que te baila–. Por allí
pasaban navegando las criaturas marinas y
todas se asombraban.
Pero lo más curioso fue que todos se
fueron contagiando con la piquiña irresistible
de aquel sabroso ritmo antillano de los
cangrejos cosquilleros. En corto tiempo todo
el mundo submarino estaba prendido en el
baile. La morena ondulaba, el mero se
sofocaba, la mantarraya aplaudía, el balajú
brincoteaba. Rojos de placer, los camarones
se frotaban las antenas. Los ostiones
roqueros tocaban los timbales y, con voz de
señora gorda, cantó la ballena azul. Con
desenfado meneaba su rabo la langosta y un
carey centenario la ligaba con disimulo. Los
carruchos sonaban como maracas:
Trocotró, trocotóc, trocotóc
Y el pez espada raspaba el güiro en los
corales:
Chííííííí–iquichíííí´–iquichíííííí–
iquichí
En fin, que allí se armó tremendo
fiestón y al rato toda la cuenca del Mar
Caribe palpitaba y se sacudía con un ritmo
muy sabrosón:

menéalo, menéalo,
de aquí p’allá
de allá p’acá
menéalo, menéalo
que se te empelota

Y todas aquellas criaturas de mar, que


por miles de años habían repetido que era
imposible que la punta de la roca se
convirtiera en montaña, presintieron
mientras bailaban que algo extraordinario
estaba por suceder en el Mundo.
Y por cierto, en un brevísimo instante
sucedió lo que había estado acumulándose
por los siglos. El Mundo ya no pudo resistir la
intolerable cosquilla de tantas y tantas
patas, palancas, aletas y tentáculos
trabajándole la barriga. Y así fue como
reventó en un terremoto de carcajadas que
cambiaron por completo la faz de la tierra y
del mar. La cara del Mundo se partió de risa
y de un lado quedó África y del otro lado
América, separados por una inmensa grieta
sonriente que se fue llenando de agua hasta
formar el Atlántico Sur.
El Mundo se sintió feliz. Se le altero el
curso de los ríos, se le resquebrajaron los
continentes, se inundaron los desiertos y se
le derritió el hielo de los polos. Pero nada le
importaba.

menéalo, manéalo…

Y así fue que en un breve instante,


todo quedó patas arriba. Tanto se meneó y
remeneó el mundo que de su barriga
encrespada de sabrosura brotaron como
veintiocho chorros de lava incandescente,
que hicieron nacer otras tantas islas en el
Mar de las Antillas, para celebrar su alegría.
La punta de roca de nuestro cuento se
sintió crecer y crecer, empujada hacia arriba
por una fuerza que venía desde el centro de
fuego de la tierra. Convertida en montaña,
surgió de la profundidad submarina, envuelta
en una nube de vapor de agua que oscureció
la luz del sol en pleno día. El mar bramaba
como todos los truenos del cielo juntos.
Así nació la isla de Borikén, la menor
de las Antillas Mayores que hoy conocemos
como Puerto Rico, con su cumbre de piedra
submarina. Desde aquella altura, la punta de
roca vio el horizonte sin fin, los continentes
lejanos, la bola de fuego del sol, los pájaros
del cielo y las nubes que navegan en el aire.
¿Y los cangrejitos cosquilleros? ¿Qué
fue de ellos en medio de aquel cataclismo
universal? Pues, para que todos lo sepan, los
cangrejitos subieron a la superficie,
agarrados fuertemente de la punta de la
roca. Con el tiempo, aprendieron a respirar
en el aire y a vivir en cuevas. Y hoy son los
sabrosos jueyes de tierra que todos los días
le hacen cosquillas a las barrigas de los
puertorriqueños.
EL CAMPESINO Y EL MATEMÁTICO
Cuento popular20

Había una vez un viejo campesino y un


matemático aburrido que se encontraron un
buen día, a la misma hora, en la misma
estación, en el mismo tren y en el mismo
asiento del tren.
El viejo campesino era uno de esos
hombres campesinos que se levantan todos
los días a descubrir el lugar en donde nacen
los arco iris. De esos hombres campesinos
que se quedan maravillados cuando ven el
brillo de una gota de rocío. De esos hombres
campesinos que se saben todas las coplas y
todas las canciones de la tierra.
El matemático aburrido era un hombre
completamente aburrido. A él esas cosas no
le gustaban. A él sólo le gustaban las
ecuaciones exponenciales y las logarítmicas,
las derivadas y las integrales, los teoremas y
las leyes por demostrar. Así que viajaba
completamente aburrido.
En cambio el campesino viajaba feliz
viendo, a través de las ventanillas del tren,
las altas montañas que se elevaban al cielo,
el cielo azul y radiante, los verdes valles y
los ríos cristalinos. Mientras el matemático
aburrido seguía aburrido.
Así que queriendo salir de su
aburrimiento, el matemático aburrido le

20Este cuento es uno de los más contados en el


mundo, la primera versión se la escuché al cubano
Francisco Garzón Céspedes.
propuso al viejo campesino que jugaran ese
viejo juego de hacerse preguntas y
respuestas, pues, para mitigar el
aburrimiento de aquel tedioso viaje. Es más,
le dijo el matemático aburrido, para hacerlo
más emocionante nos echamos una apuesta;
qué tal que se gane unos pesitos de más que
nunca caen nada mal por estos tiempos, dijo
el matemático aburrido tratando de interesar
al campesino en su propuesta.
El viejo campesino le dijo que no
entendía, que le explicara con palabras más
sencillas. A lo que el matemático le explicó:
“Mire viejo campesino, usted me hace una
pregunta a mí, y si yo no se la respondo,
cosa que me parece imposible, yo le pagaré
mil pesos. Ahora bien, yo le hago una
pregunta a usted, y si usted no me la
responde, usted también me pagará mil
pesos, y listo, jugamos hasta que lleguemos
a nuestro destino, y colorín colorico de esta
manera la pasamos bien rico” –dijo el
matemático aburrido queriendo entusiasmar
al campesino en el jueguito.
El viejo campesino que no era tonto, ni
estúpido, ni pendejo, le dijo que no, que si
jugaba ese jueguito se iba quedar sin
dinerito, pues a leguas se veía que aquel era
un hombre instruido y él tan sólo un pobre
bruto que apenas si sabía en donde ponen
las garzas.
Así que el matemático se quedó
aburrido, pero no vencido. Entonces le
propuso al campesino una formula que
estaba seguro le encantaría: “Está bien viejo
campesino, escuchando sus razones, que me
parecen valederas, le propongo lo siguiente:
por cada pregunta que usted no acierte a
contestar, usted me paga mil pesos, y por
cada pregunta que yo no acierte a contestar,
cosa que me parece imposible, yo le pago
diez mil pesos, además porque estoy de
acuerdo con usted en que usted es un pobre
bruto que apurado sabe en donde ponen las
garzas”.
El viejo campesino, que como ya les
dije no era tonto, no era estúpido ni pendejo,
aunque sí todo lo que dijo el matemático, le
dijo que bueno, que ahora si le gustaba el
jueguito y que quería jugarlo, que quién
empezaba a preguntar primero. El
matemático le dijo que él, el matemático. Así
que el matemático le lanzó la primera
pregunta. Y no tuvo que rebuscarla mucho,
pues ahí la tenía a la mano. El matemático le
preguntó: “Dígame viejo campesino ¿cuál es
la mínima partícula de la materia y cómo se
descompone?”.
El viejo campesino tampoco tuvo que
rebuscar la respuesta, pues ahí la tenía a la
mano. Sacó un billete de mil pesos y se lo
entregó al matemático aburrido que ya no
estaba tan aburrido.
Pero ahora le tocaba preguntar al viejo
campesino, y éste tampoco tuvo que
rebuscar la pregunta, pues ahí la tenía a la
mano. El campesino le preguntó: “Dígame
usted matemático aburrido ¿cuál es el
animal que en la mañana sube la montaña
con dos patas, dos brazos, dos cachos y una
cola, y por la tarde la baja en cuatro patas,
sin brazos, sin cachos y sin cola?”.
Y se queda ese matemático aburrido
más aburrido que antes, pero no vencido.
Como era un hombre de ciencia, echó mano
a todas las ciencias puras y a las impuras
que el manejaba: a la zoología, a la biología,
a la antropología, a la paleontología, a la
arqueología, a la geografía, a la sociología, a
la psicología, y a todas las demás gías que él
se sabía. Buscó en los animales domésticos y
no lo encontró, buscó en los animales
salvajes y tampoco lo encontró, buscó en los
animales prehistóricos y tampoco lo
encontró, busco en los animales mitológicos
y tampoco lo encontró, buscó en los
animales imaginarios y no se lo imaginó. Así
que cansado de buscar y no encontrar, se
rindió. Sacó un billete de diez mil pesos y se
lo entregó al viejo campesino que siguió feliz
mirando el paisaje por las ventanillas del
tren.
Pero ese matemático aburrido había
quedado más aburrido que antes. Miraba al
viejo campesino que miraba feliz el paisaje a
través de las ventanillas del tren y no lo
podía creer. No podía creer que ese bruto,
que ese ignorante que apurado sabía en
donde ponen las garzas, hubiera podido
ganarle, pero peor aún, que supiera algo que
él no sabía, porque los diez mil pesos eran lo
de menos, pero la respuesta era lo demás.
Así que no se aguantó la curiosidad y le
preguntó: “Y se podrá saber ¿cuál es el
animalito ese?”.
Por toda respuesta el viejo campesino
sacó un billete de mil pesos y se lo dio.
DE SASTRE A DOCTOR
Por Marilú Carrasco21
(México)

Resulta que Jacinto era un sastre


requetepobre, por más que trabajaba no le
alcanzaba para darle de comer a su familia.
Jacinto tenía catorce hijos, catorce bocas que
mantener.
Un día el sastre salió de su casa y se
fue a andar por el camino. Al rato se dio
cuenta que alguien venía siguiendo sus
pasos, volteó para mirarlo y ¡ay santa
cachuca! qué gran susto se llevó, porque
frente a él estaba ni más ni menos que la
pelona, la huesuda, la meritita muerte.
El pobre hombre se puso amarillo como
la bilis y enmudeció de espanto. La muerte le
dijo:
–No te asustes, Jacinto, que no vengo
por ti. Sólo quiero que me hagas una capa
nueva porque la que tengo está muy rota y,
ya ves, con estos cambios de clima tengo
miedo de pescarme una pulmonía.
Ni tardo ni perezoso Jacinto se puso a
hacer la capa y pronto la terminó.
–Ay mi amigo –dijo la huesuda–, qué
bien me queda esta capa, está preciosa,
ahora sí que me digan la catrina. ¿Cuanto te
debo?
El sastre dijo que él no le cobraba a las
personas buenas. Pero la muerte insistió:

21 Versión de un cuento popular.


–Ay no, no, de ninguna manera. Toma
Jacinto esta bolsa de monedas de oro.
El pobre sastre que nunca había visto
el brillo del oro abrió tamaños ojos y se
pellizcó para ver si no estaba soñando.
Entonces la muerte le dijo:
–Jacinto, veo que eres un hombre
trabajador y te voy a recompensar, te voy a
convertir en doctor en medicina. Cuando
vayas a curar a algún enfermo yo iré contigo.
Y si me paro a los pies de la cama, el
enfermo sanará aunque su enfermedad sea
muy grave, pero si me pongo en la cabecera,
el enfermo morirá sin que nadie lo pueda
impedir.
Viendo el sastre que la muerte tenía la
mano tan larga para dar, se animó a pedirle
un favor. Es que su esposa estaba
embarazada del quinceavo hijo y le pidió a la
muerte que cuando naciera el chamaquito, lo
llevara a bautizar. Y esta muerte que era
muy rumbosa, no como la de calavera de
Apango que ni chupa ni va al fandango, dijo
que sí, que con mucho gusto y ahí se
despidieron.
El sastre regresó veloz a su casa y le
contó a su familia el encuentro con la
muerte. Al día siguiente se mudaron a la
ciudad. El nuevo doctor alquiló un carruaje
con caballos y compró una residencia.
El supuesto doctor comenzó a atender
enfermos y en poco tiempo su fama se
extendió como reguero de pólvora. Como la
muerte siempre se ponía a los pies de la
cama todos los enfermos sanaban y nuestro
médico ganaba dinero a manos llenas.
Llegó el día en que su esposa parió. Se
hizo un gran fiestón, la madrina se la pasó
bailando con el doctor y tomándose unos
tequilas. Y cuando estaba a medios chiles, le
dijo a Jacinto:
–Compadrito, un día te va a tocar irte
conmigo, hip, pero yo te avisaré con tres
días de anticipación, para que te prepares,
hip.
Y pasó el tiempo. El doctor se había
convertido en el más famoso y el más rico de
todos los médicos, pero entonces que va
llegando la calaca.
–Compadre, te aviso que dentro de tres
días vendré por ti.
Entonces el doctor ya no pudo comer ni
dormir, ni quiso atender más enfermos. Su
esposa le aconsejó:
–Mira, Jacinto, si te disfrazas a lo mejor
la muerte no te reconoce.
Dicho y hecho, el doctor se puso
calzones y camisa de manta, huaraches y
sombrero y quedó irreconocible.
Ajajajay como no hay plazo que no se
cumpla, al tercer día la muerte se apareció.
El doctor estaba disfrazado de jardinero,
regando las macetas. La muerte fue a
saludar a la esposa de Jacinto
–Santos y buenos días tenga usted
comadre, ¿dónde anda mi querido
compadrito?
–Ay comadrita, fíjese que mi esposo se
fue a Acapulco a curar a un enfermo muy
grave.
–¿A Acapulco? ¿Solo? Uy que raro –
murmuró la muerte.
Entonces regresó junto al disfrazado y
dijo:
–Me tengo que llevar a alguien,
comadre, dígale a mi compadre que como no
lo encontré aunque sea me voy a llevar a
este pelón –refiriéndose a Jacinto disfrazado
de jardinero.
Y que lo agarró del pescuezo y de un
jalón se lo llevó hasta el panteón. Y así se
cumple el dicho: “de todos te burlarás, pero
de la muerte no escaparás”.
EL TESORO
Cuento Sufi22

Había una vez un labrador que era


generoso y muy trabajador. Tenía varios
hijos, que eran haraganes y codiciosos. En su
lecho de muerte les dijo que encontrarían su
tesoro si cavaban en los campos. Tan pronto
murió el viejo los hijos corrieron a los
campos, que cavaron de una punta a la otra,
con desesperación. Pero no lo hallaron.
Suponiendo que a causa de su manera
generosa de ser, el padre había regalado su
oro en la vida, abandonaron la búsqueda.
Finalmente se les ocurrió que, como la tierra
había sido preparada, podían aprovechar y
sembrar algún cereal. Sembraron trigo, que
produjo una abundante cosecha la cual
vendieron a buen precio.
Una vez concluida la cosecha, los hijos
cavaron nuevamente en los campos
pensando que quizá el oro enterrado hubiese
pasado inadvertido. Pero el resultado fue el
mismo. Así que volvieron a sembrar trigo.
Luego de varios años se
acostumbraron al trabajo y al ciclo de las
estaciones, algo que no habían conocido
anteriormente. Fue entonces cuando
comprendieron en qué consistía el verdadero
tesoro de su padre y se transformaron en
labradores honestos y satisfechos. Poseían
suficientes riquezas como para andar
pensando en tesoros escondidos.
22 Versión del Sufi Hasan de Basra.
POR QUÉ LOS PERROS SE HUELEN LA
COLA
Por Juan Carlos Grisales23
(Colombia)

Hace mucho tiempo –tanto que no


había forma de medirlo– todos los perros del
mundo vivían en una misma casa, teniendo
como amo a un solo hombre.
Los perros trabajaban limpiando,
lavando, cultivando, pescando, cuidando y
alimentando el ganado; también cuidaban la
mujer y los hijos del hombre. En fin,
cumplían todas las tareas domésticas. A
cambio recibían un favor invaluable, –pues
en el principio de los tiempos, que es el
tiempo de este cuento, el frío de las
madrugadas era abrumador, tanto que el sol
tomaba chocolate caliente para poder
dormir–, por eso el hombre permitía que los
perros durmieran bajo el fogón de leña para
que calentaran sus cuerpos con las pavesas,
compensando así los favores recibidos
durante las largas y extenuantes jornadas
laborales de la horda canina.
Un día mientras caía el atardecer y el
dueño de casa salió a pasear por sus
garceros –que eran unos abetos secos donde
se posaban las primeras garzas del mundo–,
la primera generación perruna asistió al
discurso de Gozque un perro enclenque,
débil y cansado por la injusta situación.

23 Versión basada en un cuento muy popular.


–Guau guau guauuuuhhhh –que en
nuestro idioma significa “Ay juepucha vida
tan pachuca”.
En adelante querido lector cada vez
que un perro hable imagíneselo ladrando, así
puedo evitar el engorroso ejercicio de ir
traduciendo las palabras que en su relato
esta mañana me contó Sultán el perro árabe
de mi tatarabuelo.
El asunto es que el cuadrúpedo
continúo su disertación:
–Yo creo que esto de trabajar tanto es
para los asnos, con el perdón de los burros.
Pero es que esta vida no la lleva ni un
perro… eh, perdón… bueno, ustedes me
entienden.
Los demás perros contestaron en coro:
–¡Entendemos, pero qué podemos
hacer!
–Pues hablar con el Gran Can –dijo
Gozque–. Creo que debemos escribirle una
carta solicitando nuestra libertad y designar
a un mensajero para que se la lleve.
–¡Eso! –gritaron los perros.
Y así lo hicieron; escribieron entre
todos una carta y con ella hicieron un rollito,
pues en aquel entonces no había sobres.
Tampoco correos.
–¿Y ahora quién la lleva? –preguntó
una tímida Pequinés.
–Pues que la lleve el propio Gozque –
sugirió un Chau Chau–, después de todo, de
él fue la idea.
Y los demás perros gritaron:
–¡Eso! ¡Que la lleve Gozque! ¡Que la
lleve Gozque! ¡Que la lleve Gozque!
Gozque se sintió tan comprometido
que ante la imposibilidad de sacar el rabo
dijo:
–Listo, ¿pero en dónde la llevo?
–Llévala en la boca –dijo un San
Bernardo.
–No porque se me moja.
–Entonces en las orejas –sugirió un
Cocker Spaniel.
–No porque se me vuela.
–Llévala en las patas –propuso un
Galgo.
–No porque se me rasga.
–Pues llévala en la cola –opinó un
Chihuahua.
–¡Ahí sí! –asintieron los demás perros
antes de que Gozque se inventara una
disculpa.
Gozque levantó la cola y los otros
perros aseguraron la carta de solicitud.
Luego corrió tan rápido, que había que
esforzarse para saber donde iba; corrió tanto
y tan veloz, que hay versiones que dicen que
voló; y tan veloz corrió que después ya no se
vio más.
Los congéneres perrunos esperaron
pacientemente el regreso de Gozque;
esperaron un día, un año, un siglo, y al
concluir que ya no volvería decidieron
abandonar la casa del hombre para ir a
buscarlo.
Desde entonces los perros andan
dispersos por el mundo, muy pendientes de
hallar al Gozque mensajero que nunca
regresó. Es por eso que cuando se
encuentran dos perros huelen sus colas a ver
si ese otro es el que trae el mensaje de
libertad enviado por el Gran Can.
LA NATURALEZA
Cuento oriental24

Un hombre ve a un alacrán que se está


ahogando a la orilla de un lago y decide
salvarlo. Pero cuando lo hace, el alacrán
clava su aguijón en su mano.
Ante el dolor, el hombre suelta el
alacrán y éste vuelve a caer al lago. El
hombre nuevamente intenta sacarlo del
agua, pero el alacrán vuelve a clavar su
aguijón en su mano.
Alguien que ha observado la escena,
se le acerca al hombre y le dice:
–Perdone, pero es usted un necio. ¿No
se da cuenta que cada vez que intente
sacarlo del agua le clavará su aguijón?
El hombre le responde:
–La naturaleza del alacrán es picar,
pero eso no va a cambiar la mía, que es
ayudar.

24Aunque la fábula existe en diferentes versiones,


ésta fue tomada de Internet.
LA IDEA QUE ME DA VUELTAS
Contado por Gabriel García Márquez25

Imagínese usted un pueblo muy


pequeño donde hay una señora vieja que
tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14.
Está sirviéndoles el desayuno y tiene una
expresión de preocupación. Los hijos le
preguntan qué le pasa y ella les responde:
–No sé, pero he amanecido con el
presentimiento de que algo muy grave va a
sucederle a este pueblo.
Ellos se ríen de la madre. Dicen que
esos son presentimientos de vieja, cosas que
pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el
momento en que va a tirar una carambola
sencillísima, el otro jugador le dice:
–Te apuesto un peso a que no la haces.
Todos se ríen. Él se ríe. Tira la
carambola y no la hace. Paga su peso y
todos le preguntan qué pasó, si era una
carambola sencilla. Contesta:
–Es cierto, pero me ha quedado la
preocupación de una cosa que me dijo mi
madre esta mañana sobre algo grave que va
a suceder a este pueblo.
Todos se ríen de él, y el que se ha
ganado su peso regresa a su casa, donde
está con su mamá o una nieta o en fin,
cualquier pariente. Feliz con su peso, dice:
25 En un congreso de escritores, al hablar sobre la
diferencia entre contar un cuento y escribirlo, García
Márquez contó esta historia que luego (1974) se
convertiría en el guión argumental de la película
“Presagio” dirigida por el español Luis Alcoriza.
–Le gané este peso a Dámaso en la
forma más sencilla porque es un tonto.
–¿Y por qué es un tonto?
–Hombre, porque no pudo hacer una
carambola sencillísima estorbado con la idea
de que su mamá amaneció hoy con la idea
de que algo muy grave va a suceder en este
pueblo.
Entonces le dice su madre:
–No te burles de los presentimientos de
los viejos porque a veces salen.
La pariente lo oye y va a comprar
carne. Ella le dice al carnicero:
–Véndame una libra de carne.
Y en el momento que se la están
cortando, agrega:
–Mejor véndame dos, porque andan
diciendo que algo grave va a pasar y lo
mejor es estar preparado.
El carnicero despacha su carne y
cuando llega otra señora a comprar una libra
de carne, le dice:
–Lleve dos porque hasta aquí llega la
gente diciendo que algo muy grave va a
pasar, y se están preparando y comprando
cosas.
Entonces la vieja responde:
–Tengo varios hijos, mire, mejor déme
cuatro libras.
Se lleva las cuatro libras; y para no
hacer largo el cuento, diré que el carnicero
en media hora agota la carne, mata otra
vaca, se vende toda y se va esparciendo el
rumor. Llega el momento en que todo el
mundo, en el pueblo, está esperando que
pase algo. Se paralizan las actividades y de
pronto, a las dos de la tarde, hace calor
como siempre. Alguien dice:
–¿Se ha dado cuenta del calor que está
haciendo?
–¡Pero si en este pueblo siempre ha
hecho calor!
(Tanto calor que es pueblo donde los
músicos tenían instrumentos remendados
con brea y tocaban siempre a la sombra
porque si tocaban al sol se les caían a
pedazos.)
–Sin embargo –dice uno–, a esta hora
nunca ha hecho tanto calor.
–Pero a las dos de la tarde es cuando
hay más calor.
–Sí, pero no tanto calor como ahora.
Al pueblo desierto, a la plaza desierta,
baja de pronto un pajarito y se corre la voz:
–Hay un pajarito en la plaza.
Y viene todo el mundo, espantado, a
ver el pajarito.
–Pero señores, siempre ha habido
pajaritos que bajan.
–Sí, pero nunca a esta hora.
Llega un momento de tal tensión para
los habitantes del pueblo, que todos están
desesperados por irse y no tienen el valor de
hacerlo.
–Yo sí soy muy macho –grita uno–. Yo
me voy.
Agarra sus muebles, sus hijos, sus
animales, los mete en una carreta y
atraviesa la calle central donde está el pobre
pueblo viéndolo. Hasta el momento en que
dicen:
–Si éste se atreve, pues nosotros
también nos vamos.
Y empiezan a desmantelar literalmente
el pueblo. Se llevan las cosas, los animales,
todo.
Y uno de los últimos que abandona el
pueblo, dice:
–Que no venga la desgracia a caer
sobre lo que queda de nuestra casa –y
entonces la incendia y otros incendian
también sus casas.
Huyen en un tremendo y verdadero
pánico, como en un éxodo de guerra, y en
medio de ellos va la señora que tuvo el
presagio, clamando:
–Yo dije que algo muy grave iba a
pasar, y me dijeron que estaba loca.
CUENTOS DE NASRUDÍN
Cuentos populares26

EL CONTRABANDISTA
Nasrudín solía cruzar la frontera todos
los días, con las cestas de su asno cargadas
de paja. Como admitía ser un
contrabandista, cuando volvía a casa por las
noches los guardas de frontera lo registraban
una y otra vez. Registraban su persona,
cernían la paja, la sumergían en agua, e
incluso la quemaban de vez en cuando sin
encontrar la mercancía. Mientras tanto, la
prosperidad de Nasrudín aumentaba
visiblemente.
Un día, Nasrudín se retiró y se fue a
vivir a otro país, donde, unos años más
tarde, le encontró uno de los guardas
aduaneros.
–Ahora me lo puedes decir, Nasrudín,
¿qué pasabas de contrabando, que nunca
pudimos descubrirlo?
–Asnos –contestó Nasrudín.

LA MUJER PERFECTA
Nasrudín conversaba con un amigo.
–Entonces, ¿Nunca pensaste en
casarte?
–Sí lo pensé –respondió Nasrudín–. En
mi juventud, resolví buscar a la mujer
perfecta. Crucé el desierto, llegué a
26Mulá Nasrudín es un personaje mítico de la tradición
sufí que a veces es un sabio y otras veces un loco.
Damasco, y conocí una mujer muy espiritual
y hermosa; pero ella no sabía nada de las
cosas de este mundo. Continué viajando, y
fui a Ispahán; allí encontré una mujer que
conocía el reino de la materia y el del
espíritu, pero no era bonita. Entonces resolví
ir hasta El Cairo, donde cené en la casa de
una moza bella, religiosa, y conocedora de la
realidad material.
–¿Y por qué no te casaste con ella?
–¡Ay, amigo mío! Lamentablemente
ella también quería un hombre perfecto.

LA PROPINA
Cierto día el Mula Nasrudín asistió a
una casa de baños pobremente vestido, y lo
trataron de mal manera. Al salir, sin
embargo, dejó una moneda de oro de
propina.
A la semana siguiente fue ricamente
vestido y se desvivieron por atenderlo. Al
salir dejó una moneda de cobre, diciendo:
–Esta es la propina por el trato de la
semana pasada y la de la semana pasada,
por el trato de hoy.

EL REMEDIO
El Califa nombró a Nasrudín Consejero
Mayor de su corte. Cierto día un cortesano
quiso probar la sabiduría de Nasrudín, así
que le preguntó:
–Nasrudín, tú que eres un hombre de
experiencia, ¿conoces algún remedio para el
dolor de ojos? Te lo pregunto porque me
duelen tremendamente.
–Permíteme que comparta contigo mi
experiencia –le dijo Nasrudín–. En cierta
ocasión tuve un dolor de muelas, y no
encontré alivio hasta que me las hice sacar.

LA LIMOSNA
Nasrudín pedía limosna en la feria de la
ciudad. Las personas que pasaban siempre le
ofrecían una moneda grande y una pequeña
para que él escogiera, pero Nasrudín
siempre escogía la pequeña, la de menor
valor, y la gente se reía de lo tonto que era.
Cierto día un hombre se compadeció y
le aconsejó:
–Siempre que te ofrezcan dos
monedas, elige la mayor. Así tendrás más
dinero, y no serás considerado un idiota por
los otros.
–Usted debe de tener razón –respondió
Nasrudín– pero si escojo la moneda mayor,
las personas dejarán de ofrecerme dinero
para probar que soy más idiota que ellas y
así no podré ganar mi sustento.

LA RESPONSABILIDAD
La comitiva pasó por la calle; soldados
fuertemente armados llevaban a un
condenado a la horca.
–Este hombre no tenía arreglo –
comentó un discípulo a Nasrudín–. Una vez le
di una moneda de plata para ayudarlo a
levantarse de nuevo en la vida y no hizo
nada importante.
–Quizás él no sirva para nada, pero
puede estar ahora caminando hacia la horca
por tu causa –respondió el maestro–. Es
posible que haya utilizado la limosna para
comprar un puñal, que terminó usando en el
crimen cometido; y entonces tus manos
estarán también ensangrentadas, porque en
vez de ayudarlo con amor y cariño preferiste
darle una limosna y librarte de tu obligación.
NADA ES SUPERIOR A DIOS
Cuento hindú

Un campesino pobremente vestido, al


que todos tomaron por pordiosero, llegó a las
puertas del palacio del rey y exigió verlo de
inmediato. Ante el atrevimiento la guardia
real se dispuso a desalojarlo, pero en ese
momento hacía su ingreso el primer ministro
quien se interesó por la situación.
–Exijo ver al rey de inmediato –exclamó
el campesino.
–¿Acaso eres un visir? –ironizó el
primer ministro.
–Mi rango es superior al de visir –
repuso el campesino.
–¿Acaso eres un primer ministro? –se
burló el primer ministro.
–Mi rango es superior al de primer
ministro –dijo el campesino.
Enfurecido por el irrespeto, el primer
ministro inquirió:
–¿Acaso eres el mismo rey?
–Mi rango es superior al del rey.
–¿Acaso eres Dios? –preguntó
mordazmente el primer ministro.
–Mi rango es superior al de Dios.
Fuera de si, el primer ministro vociferó:
–¡Pero qué dices! ¡Nada es superior a
Dios!
Y el campesino dijo con mucha calma.
–Ahora sabes mi identidad. Yo soy esa
Nada.
LOS DOS REYES
De Las Mil y Una Noches27

Estos eran dos hermanos, ambos reyes


y amados por sus súbditos en sus propios
reinos. El mayor se llamaba Schariar y el
menor Schahseman. La riqueza, prosperidad
y alegría eran el pan de cada día en sus
vidas. Pero un día, el mayor sintió nostalgia
de su hermano menor y le pidió al visir,
hombre de su entera confianza, que fuera
hasta el reino de su hermano y lo trajera
ante su presencia pues deseaba verlo y
abrazarlo. El visir emprendió el camino y días
después se presentó ante el rey Schahseman
y le transmitió la paz y le hizo saber que su
hermano Schariar sentía su ausencia y le
rogaba que lo fuese a visitar.
–Los deseos de mi hermano mayor son
ordenes para mí –dijo el rey Schahseman, y
mandó a preparar los camellos, la tienda, los
edecanes y los esclavos para el viaje, y
partió esa misma noche rumbo al país de su
hermano.
Sucedió que el rey Schahseman se
acordó de una valiosa alhaja que había
preparado a manera de presente para su
hermano, y que había dejado olvidada en su
habitación. Y pensando que no estaría bien
llegar a donde su bien amado hermano sin
un presente de cortesía decidió regresar a
buscarla.
27Versión del Editor basada en la traducción al
español de “Las Mil y Una Noches”.
Cuando llegó y entró en su habitación,
encontró a su bella esposa tumbada en el
lecho real, abandonada en los brazos de un
corpulento esclavo negro. Al ver aquello el
mundo pareció ennegrecerse ante sus ojos.
–Si esto ocurrió apenas partía ¿qué no
habría hecho esta desvergonzada sí me
hubiese quedado el tiempo que pensaba
pasar junto a mi hermano mayor?
Desenvainó la espada y les cegó la
vida allí en el acto. Seguidamente ordenó
retomar el camino sin detenerse hasta llegar
a la ciudad de su hermano.
El rey Schariar recibió con gozo a su
hermano Schahseman y lo colmó de
bendiciones y buenos deseos. Pero a
Schahseman lo embargaba el dolor de la
traición y se mostraba retraído.
Su hermano mayor pensó que quizá
aquella tristeza era producto de haber
abandonado su reino y lo invitó a ir de
cacería para que se repusiera. Pero
Schahseman rehusó acompañarlo aduciendo
no sentirse bien y se encerró en su
habitación.
–Está bien –dijo Schariar, y se marchó a
la cacería.
En la habitación de Schahseman había
una ventana de celosías que daba a un
jardín. Miró Schahseman por ella y vio que la
puerta del alcázar se habría y por ella
entraban veinte esclavos y veinte esclavas, y
entre ellas iba la esposa de su hermano
Schariar, la cual era por cierto de una belleza
y un encanto sin igual. Llegaron todos hasta
el borde de una alberca y de sus ropas se
despojaron y en parejas se sentaron. La
esposa del rey con un esclavo negro y cada
esclava con un esclavo también. Todos se
tumbaron en el suelo y se abrazaron y se
besaron y demás.
–¿Pero qué es esto? –exclamó
Schahseman– ¡La esposa de mi hermano
también le es infiel!
Al día siguiente, cuando Schariar
regresó de cacería, su hermano se lo contó
todo y también le contó lo que le había
ocurrido a él con su esposa antes de partir.
Schariar no lo podía creer y quiso verlo con
sus propios ojos, así que hizo correr la voz de
que saldría nuevamente de cacería. Se fue
con sus esclavos y sus perros al campo, pero
al momento regresó disfrazado y con sigilo a
la habitación de su hermano Schahseman.
No había transcurrido una hora de esto
cuando la puerta del alcázar se abrió y por
ella entraron nuevamente los veinte esclavos
con las veinte esclavas, y entre ellas su bella
esposa. Y ocurrió exactamente lo que su
hermano le había relatado.
El rey Schariar, sintiéndose traicionado,
bajó al jardín y con su propia espada degolló
a los infieles.
Viudos y entristecidos, los dos
hermanos decidieron irse a recorrer los
caminos con el fin de constatar si ellos eran
los únicos en el mundo que habían padecido
tal percance a costa de sus mujeres, porque
de serlos preferirían morir antes que seguir
viviendo.
Caminaron día y noche sin parar, hasta
que llegaron a un lugar junto al mar donde
había un árbol en medio de un prado y a
cuyo pie corría un manantial de aguas
cristalinas y dulces. Bebieron de aquella
agua y luego se sentaron a descansar.
No había pasado una hora cuando
advirtieron que el mar se alborotaba en
enormes olas y de ellas salía una especie de
tornado oscuro que se elevaba al cielo y se
dirigía con tal violencia justo hacia el árbol
donde se encontraban descansando.
Asustados y sin pensarlo treparon a lo más
alto del árbol y permanecieron allí quietos y
en silencio.
Al llegar al árbol aquel tornado se
apaciguó y se convirtió en un efrit, una
especie de genio maligno de estatura
gigantesca que cargaba un gran arcón de
madera cerrado por siete enormes candados
de acero. Y el efrit se sentó junto al árbol
donde los dos reyes estaban trepados, y
abrió el arcón, y de adentro del arcón salió
una joven y hermosa mujer, una mujer de
una belleza excepcional y deslumbrante, una
belleza nunca antes vista. El efrit le dijo a la
mujer:
–Oh señora de las sedas, mi más
preciado tesoro, estira tu cuerpo mientras
duermo una siesta –y se quedó dormido.
Ella entonces alzó la frente hacia la
cima del árbol y vio a los dos hermanos que
procuraban no ser descubiertos.
–¡Pero, qué hacen allí! –preguntó la
muchacha– Bajen y no teman del efrit que
tiene un sueño pesado.
–No –exclamaron los reyes–, preferimos
quedarnos aquí hasta que se marchen y no
arriesgar nuestras vidas.
–Pues les ordeno que bajen
inmediatamente del árbol y me hagan el
amor o despierto al efrit.
–¡Pero, qué es esto que escuchamos! –
exclamaron los hermanos.
–O despierto al efrit –amenazó la
muchacha.
Los dos hermanos bajaron del árbol,
temblando de miedo, e hicieron lo que la
muchacha les había ordenado. La muchacha
era tan bonita que hasta lo hubieran
disfrutado sino fuera por la presencia
cercana del temible efrit.
Una vez terminaron, la muchacha les
exigió que le entregasen uno de los anillos
que cada uno llevaba puestos. Sin entender
el por qué de aquella extraña petición, pero
atemorizados por el monstruo aquel, los
hermanos rápidamente se despojaron cada
uno de un anillo y se lo entregaron a la
muchacha. Seguidamente la muchacha sacó
de una bolsa un collar en el que habían
ensartados otros quinientos setenta anillos.
–¡Pero qué es esto! –volvieron a
exclamar los reyes– ¡Qué significan todos
esos anillos!
Y la bella muchacha les contó: que los
dueños de esos anillos, como ellos, la habían
poseído a hurtadillas de los cuernos de aquel
maldito efrit, que el efrit la había raptado la
misma noche de su boda, que la había
encerrado en aquel arcón de siete candados
y la había arrojado al fondo del mar de
donde sólo le permitía salir cada vez que
dormía la siesta.
Al escuchar aquella historia, los dos
hermanos se alegraron pues pensaron que lo
que les había ocurrido a ellos con sus
esposas no era nada comparado con lo que
le estaba pasando al cornudo del efrit. Y
cada uno regresó a su propio reino.
Sucedió que desde entonces, cada vez
que el rey Schariar tomaba por esposa a una
hermosa doncella, la misma noche de bodas,
una vez arrebatada su virginidad, la
mandaba a matar para que no le pudiera ser
infiel. Y no dejó de hacerlo así por tres largos
años.
La gente del reino clamaba inútilmente
piedad a su rey, y quien podía huía con sus
hijas a otros reinos. Hasta que ya no quedó
prácticamente doncella en aquel reino.
Un día, mandó el rey Schariar a su visir
a buscarle una nueva doncella para casarse
con ella, y por más esfuerzo que hizo fue
imposible para el visir encontrarla. Sólo
quedaban dos doncellas en el reino y eran
precisamente sus hijas: Dunyasad, la menor,
y Scherezada la mayor.
–¿Qué te pasa padre? –preguntó
Scherezada al notar una profunda congoja en
el rostro de su progenitor.
Y el visir le contó la situación.
Scherezada exclamó:
–¡Por Alá, padre! ¡Cásame pronto con
ese rey!
Scherezada era una doncella ilustrada
y apasionada por la lectura. Se había leído
mil libros de historias, de relatos de pueblos
antiguos, de reyes olvidados, de poetas
afamados. Mil historias capaces de contener
todas las historias que hasta ese momento
se habían inventado y las que se inventarían
después.
Scherezada se casó con el rey Schariar
y en la noche de bodas, antes de que el rey
la mandara a matar, Scherezada le pidió que
le dejara contar una historia.
El rey Schariar le concedió aquella
petición como su último deseo. Pero cual
sería su sorpresa cuando Scherezada cortó el
relato justo antes del final, en la parte más
interesante, prometiéndole que al día
siguiente lo continuaría. Y no hay nada que
produzca peor sensación en el ser humano
que una historia inconclusa. Entonces el rey
Schariar no la mandó a matar esa noche,
pues le interesaba conocer el final de aquella
maravillosa historia comenzada.
–Cuando termine de contar el final la
mataré –pensó el malvado rey.
Pero la astuta Scherezada solo
terminaría de contar la historia mil y una
noches después, tiempo en el cual el rey
Schariar descubrió que se había enamorado
perdidamente de ella, y, lo mejor, que se
había curado para siempre de su temor con
las mujeres. Se perdonó a sí mismo y
vivieron felices por muchos años.
EL CAMELLO Y EL LEÓN
Del Panchatantra28

Cuentan que un león vivía con un lobo,


un chacal y un cuervo, en un bosque vecino
a un camino. Cierto día pasaron por ese
camino unos mercaderes a quienes se les
retrasó un camello, que andando llegó hasta
la guarida del león.
–¿De dónde vienes? –le preguntó el
león.
Y el camello le contó su historia.
–¿Y qué quieres?
–Acompañar al rey y ser su amigo –
contestó el camello.
–Si es mi amistad lo que deseas,
entonces, cuenta con ella –ofreció el león–.
Aquí podrás vivir a tus anchas y disfrutar la
fertilidad de estas tierras.
Pasó que, una mañana, el león salió de
cacería y se encontró con un elefante con
quien se trabó en una violenta riña. El
elefante le causó al león heridas graves con
sus largos colmillos, y así, malherido, regresó
a su guarida y no volvió a salir a sus
acostumbradas cacerías. Por tal razón, el
lobo, el chacal y el cuervo, que se
alimentaban de las sobras del león,
empezaron a sufrir de hambre y debilidad.
El león observó la situación en que se
hallaban sus amigos y les dijo:
–Veo que sufren y necesitan comer.
28Versión del Editor basada en la versión en español
de “Calila y Dimna”.
–Más que nuestra suerte, nos preocupa
la suerte de nuestro rey –dijeron en coro el
lobo, el chacal y el cuervo.
–No dudo en vuestro afecto y amistad.
Si lo consideran, salgan, cacen algo y me lo
traen, con lo cual habrá alivio para todos –
dijo el león.
Salieron el lobo, el chacal y el cuervo
de la guarida del león, pero en vez de ir de
cacería se reunieron a confabular contra el
camello.
–¡Qué nos importa ese camello que no
es como nosotros! Pidámosle al león que se
lo coma y comparta su carne con nosotros –
dijo el lobo.
–Eso no es posible, pues el león ha
ofrecido su protección al camello –dijo el
chacal.
Un prolongado silencio precedió la
intervención del cuervo:
–Debemos reunirnos con el león y el
camello y hacer una exposición sobre la
situación en que se encuentra el soberano,
sobre el hambre y el sufrimiento que padece.
Le hablaremos de lo bueno y generoso que
ha sido al prodigarnos el sustento diario, le
expresaremos nuestra preocupación por él y
el interés que nos asiste por su vida, y le
reiteraremos nuestra gratitud y lealtad.
Luego, le manifestaremos estar dispuestos a
entregarle nuestra propia vida a fin de que
satisfaga su hambre, diciéndole: “Comedme,
oh rey y no perezcáis”.
–¡Te has vuelto loco, cuervo! –dijeron el
lobo y el chacal.
–Confíen en mí –concluyó el cuervo.
Invitaron al camello al recinto del león,
y una vez en su presencia, el primero en
hablar fue el cuervo, quien se extendió en
halagos y agradecimientos a su soberano,
para terminar diciendo:
–Nadie está más obligado que nosotros
en rescatar tu vida. Gracias a ti hemos vivido
y de ti depende la supervivencia de nuestra
especie. Si pereces, nada bueno espero de la
vida. Nada me es más grato que darte mi
propia y pequeña vida. ¡Comedme, oh señor!
Al escuchar estas palabras, dijo el
camello:
–Ningún hambre podrá calmar el león
comiéndote, tu cuerpo solo será una breve
entrada para el rey.
–Tienes razón –dijeron el lobo, el chacal
y hasta el propio cuervo.
A su turno dijo el chacal:
–Yo si puedo satisfacer el hambre del
rey.
–Tu estómago es fétido y tu carne
nociva, si el león te come, el león morirá
también –dijo el camello.
–Tienes razón –dijeron el lobo, el
cuervo y hasta el propio chacal.
–Yo, en cambio, no soy así –dijo el
lobo–. ¡Que el rey me coma!
–Los médicos han dicho que quien
quiera matarse, que coma carne de lobo con
lo cual sufrirá de asfixia –dijo el camello.
–Tienes razón –dijeron el cuervo, el
chacal y hasta el propio lobo.
Creyó el camello que diciendo lo
mismo halagaría al soberano. Y confiando en
que los demás le buscarían una disculpa que
lo salvara, tal y como él lo había hecho con
ellos, se adelantó y dijo:
–¡Oh mi rey! Mi carne, en cambio, es
agradable, digestible y suficiente para
satisfacer tu hambre. ¡Comedme!
–¡Tienes razón, camello! Has dicho la
verdad y mostrado tu generosidad.
Y se precipitaron sobre él y lo
despedazaron.
ATENCIÓN
Por Juan Moreno29
(Argentina)

Un día un hombre se acercó a Ikkyu y


le preguntó:
–Maestro, por favor, ¿serías tan amable
de describir para mí algunas máximas de la
más alta sabiduría y profundidad?
Ikkyu tomó su pincel y escribió la
palabra “Atención”.
–¿Es eso todo lo que puedes decirme? –
preguntó el hombre.
Ikkyu escribió dos veces la misma
palabra: “Atención”, “Atención”.
–Bien… no veo demasiada profundidad
en lo que has escrito –dijo el hombre.
Ikkyu escribió la misma palabra tres
veces: “Atención”, “Atención”, “Atención”.
–¡Qué es lo que significa esa palabra
en definitiva! –exigió el hombre
completamente irritado.
Ikkyu, muy amablemente, le respondió:
– “Atención”, quiere decir…
“Atención”.

29 Versión de un cuento budista.


LAS AGUAS CAMBIADAS
Cuento Sufi30

Una vez, hace tiempo, Dios dirigió al


género humano una advertencia. En cierta
fecha, dijo, todas las aguas del mundo que
no hayan sido especialmente guardadas
desaparecerán. Ellas serán renovadas con
diferente agua, la que enloquecerá a los
hombres.
Solamente un hombre prestó oídos al
significado de esta advertencia. Juntó agua y
fue a un lugar seguro donde la almacenó, y
esperó a que el agua cambiara sus
características.
En la fecha indicada los torrentes
dejaron de correr, los pozos se secaron, y el
hombre que había escuchado, viendo lo que
estaba ocurriendo, fue a su refugio y bebió
del agua que había guardado.
Cuando vio, desde su seguro albergue,
que las caídas de agua nuevamente
comenzaron a correr, descendió,
entremezclándose con los otros hombres.
Comprobó que pensaban y hablaban en
forma completamente diferente de la
anterior; ni siquiera tenían memoria de lo
que había sucedido, tampoco recordaban
haber sido prevenidos. Cuando trató de
hablarles, se dio cuenta de que ellos
pensaban que él estaba loco, mostrando
hostilidad o compasión.

30 Versión atribuida a Sayed Sahir Ali-Shab.


Al principio no bebió del agua
renovada, sino que regresó a su refugio para
procurarse su provisión de todos los días.
Pero, finalmente, tomó la decisión de beber
la nueva agua porque no pudo soportar la
tristeza de su aislamiento. Bebió la nueva
agua y se volvió como los demás. Entonces
olvidó todo lo referente al agua especial que
tenía almacenada; y sus semejantes
comenzaron a mirarle como a un loco que
había sido milagrosamente restituido a la
cordura.
EL AMOR
Leyenda Cashinahua31

En la selva amazónica, la primera


mujer y el primer hombre se miraron con
curiosidad. Era raro lo que tenían entre sus
piernas.
–¿Te han cortado? –preguntó el
hombre.
–No –dijo ella. Siempre he sido así.
El la examinó de cerca. Se rascó la
cabeza. Allí había una llaga abierta. Dijo:
–No comas yuca, ni guanábana, ni
siquiera fruta que se raje al madurar. Yo te
curaré. Échate en la hamaca y descansa.
Ella obedeció. Con paciencia tragó los
menjunjes de hierbas y se dejó aplicar las
pomadas y los ungüentos. Tenía que apretar
los dientes para no reírse, cuando él decía:
–No te preocupes.
El juego le gustaba, aunque ya
empezaba a cansarse de vivir en ayunas y
tendida en una hamaca. La memoria de las
frutas le hacía agua la boca.
–Una tarde, el hombre llegó corriendo a
través de la floresta. Daba saltos de euforia y
gritaba:
–¡Lo encontré! ¡Lo encontré!
Acababa de ver al mono curando a la mona
en la copa de un árbol.

31Versión original de Eduardo Galeano publicada en


“Memorias del Fuego, Los Nacimientos”. Este es otro
de los cuentos más contados por los cuenteros del
mundo.
–Es así –dijo el hombre, aproximándose
a la mujer.
Cuando terminó el largo abrazo, un
aroma espeso, de flores y frutas, invadió el
aire. De los cuerpos, que yacían juntos, se
desprendían vapores y fulgores jamás vistos,
y era tanta su hermosura que se morían de
vergüenza los soles y los dioses.
NACIMIENTO DEL PÁJARO
PALABRA
Por Misael Torres
(Colombia)

Esta es la historia del nacimiento del


pájaro palabra o pájaro candela o, como
dicen, la memoria de los primeros tiempos.
Eran los tiempos en que gobernaban
en la tierra las fuerzas naturales y los
hombres vivían con el terror en el corazón de
encontrarse con ellas.
Un día, el trueno que habita en las
profundidades de la tierra emergió a la
superficie en medio de un ruido
ensordecedor que anunciaba su presencia.
Cuando el trueno respiró el viento fresco de
la tarde vio a la princesa aire que iba con su
vestido de primavera y sus pies de viento
jugueteando en las corrientes de la brisa. El
trueno vio a la princesa y se enamoró.
Al instante, brilló en el firmamento, su
hermano, el relámpago que al ver a la
princesa también se enamoró de ella y,
veloz, la agarró por el talle y se la llevó.
El trueno alcanzó a su hermano y se
trenzaron en feroz combate por la posesión
de la princesa.
Dijo entonces el trueno:
–Ya está bien de tanta pelea, somos
hermanos y no es bueno disputarse.
Llamemos a nuestro hermano mayor el rayo
para que sea él con su consejo quien nos
diga que decisión tomar.
Y descendiendo de su reino de nubes
bajó el mortífero rayo y preguntó cuál era el
motivo de congoja que acontecía el corazón
de sus hermanos. Cuando éstos contaron el
motivo de su disputa mandó el rayo a que la
princesa aire se hiciera presente. Y vino la
princesa con su vestido de primavera y sus
pies de viento y cuando el rayo la vio… se
enamoró de ella.
Entonces los tres hermanos disputaron
en feroz combate el amor de la princesa y la
tierra se llenó de truenos, relámpagos y
rayos que hicieron estremecer los corazones
más valientes de los habitantes del planeta.
Dijo entonces la princesa que estaba
cansada de tanta lucha inútil:
–¿Qué pasa con ustedes que se
comportan como tontos? ¿Alguno de ustedes
me ha pedido mi opinión? ¿No tengo yo el
derecho a elegir?
Los tres hermanos sintieron vergüenza
en el corazón y pusieron fin al combate.
Dijo al fin la princesa:
–Como soy de la estirpe de los dioses,
puedo convertirme en tres, una para cada
hermano, una sola noche, una sola vez, y
luego me iré al amanecer.
Los tres hermanos estuvieron de
acuerdo y la princesa aire se convirtió en
tres.
El trueno se fue a las profundidades de
la tierra con su hermosa acompañante, y tras
la montaña brilló el relámpago inundando de
luz los ojos de la amada, mientras el rayo en
sus brazos llevaba a la tercera, ascendiendo
a su lecho de nubes.
Al amanecer la princesa fue una y se
marchó llevando en su vientre el fruto de los
tres.
De esta unión nació el pájaro palabra o
pájaro candela que incendia de esperanza
los corazones de los hombres.
TEZCATLIPOCA, LA MÚSICA, EL
CANTO Y EL BAILE
Por Giovanna Cavassola32

Las leyendas nos cuentan cómo


nuestros antepasados creían que se había
creado el mundo y las cosas que conocemos.
Tezcatlipoca era un dios muy especial, su
madre había parido el mismo día a cuatro
hijos, él había nacido último y tan a prisa que
había perdido un pie al nacer y en su lugar le
habían puesto un espejo de obsidiana, el
espejo humeante donde se podían
contemplar el pasado, el presente y el
futuro, donde quien se mirara podía ver su
alma. Tenia el don de ser invisible, de leer el
pensamiento de los hombres, era el señor de
la noche y el creador de fantasmas.
En el principio de los tiempos los dioses
crearon todo lo que vemos: los árboles, las
nubes, el maíz... Estaban sentados en el gran
juego de pelota y cada uno lanzaba su
palabra: “Que broten las flores, que crezca la
milpa, que surjan las montañas...”, y en
cuanto las nombraban aparecían... y cuando
terminaron miraron lo que habían hecho y
consideraron que estaba bien hecho. Pero no
todos estaban conformes.
–Nononó –dijo el dios Tezcatlipoca–,
falta algo.
Sorprendidos los dioses lo miraron

Versión original de la autor basada en una Leyenda


32

Azteca.
–Asómense, vean, –insistió
Tezcatlipoca– los hombres están trabajando
la milpa, las mujeres muelen el nixtamal y
hacen las tortillas, los niños van a recoger la
leña y traen el agua del manantial, los
ancianos atizan el fuego… pero les falta algo
importante, una razón para alegrarse, para
juntarse, para convivir, ¡les falta la música!
–Pepepepepero, Tezcatlipoca –dijeron
los dioses alborotados–, sabes bien que los
músicos y los instrumentos musicales están
encerrados en la casa del sol y nadie puede
sacarlos de ahí.
–Déjenmelo a mí –dijo el dios
Tezcatlipoca–, y llamó a un muchacho a
quien le dijo lo que tenia que hacer. El
muchacho un poco asustado, porque no
todos los días nos habla un dios, escuchó con
atención.
Al día siguiente, al amanecer, el
muchacho emprendió el camino como se lo
había señalado el dios, rodeó la gran laguna
donde se reflejan los volcanes, pasó entre el
Popocatepetl y el Ixtacihuatl y llegó al
altiplano. Caminó y caminó, empezó a bajar
entre árboles milenarios, helechos
gigantescos y flores de vainilla. Cruzó ríos
enormes brincando de una piedra a un
tronco y por fin llegó a la orilla del mar. Era
la primera vez que veía el mar.
–¡Qué hermoso y qué susto! Pero,
¿cómo podré cruzarlo para llegar a la casa
del sol?
Sin embargo Tezcatlipoca invisible lo
estaba acompañando y le susurró al oído una
canción:
–Allá voy, allá voy, a la casa del sol...
En cuanto el muchacho empezó a
cantar aparecieron todos los animales
marinos que se puedan imaginar. Los
animales marinos entrelazaron sus cabezas,
aletas, colas, caparazones, y formaron un
gran puente vivo para que el muchacho
caminara. De un lado veía un abismo y del
otro también. Tenía miedo, pero tenía una
misión que cumplir, así que volvió a cantar:
–Allá voy, allá voy, a la casa del sol...
Cuando el sol lo vio se le enmarañaron
los rayos de furia:
–¡Qué haces aquí! ¡Aquí no pueden
venir los mortales como tú!
El muchacho le contó su misión, pero
el sol se puso aún más furioso.
–¡Que quéeeee!.. ¡Los músicos y los
instrumentos son míos y no saldrán de aquí
nunca!
Entonces el muchacho se puso a
cantar:
–Aquí estoy, aquí estoy, en la casa del
sol...
Ese canto era tan armónico que el
mismo sol estaba conmovido, pero no quería
darse por vencido. Y para que los músicos no
lo oyeran les puso tapones de cera en sus
oídos. Sin embargo, con el calor que hacia en
la casa del sol los tapones se derritieron en
seguida y los músicos escucharon la canción
del muchacho y tomando cada uno su
instrumento empezaron a salir de la casa. Y
por más que el sol trataba con sus rayos de
detenerlos, eran tantos que terminó hecho
un gran nudo. Los músicos fueron saliendo
con los huesos de fraile, el teponaztle, el
huehuetl, los palos de lluvia, el caracol, las
flautas, las chirimías, las marimbas y todos
los demás instrumentos que hoy conocemos.
Los músicos caminaron sobre el puente
de animales vivos y tocaron felices, y era tan
hermosa su música que ésta fue llenando el
aire hasta llegar a los oídos de los hombres,
las mujeres, los niños y los ancianos, quienes
se juntaron en la playa y sin saber por qué
empezaron a mecerse y a mecerse y a
mecerse, y esa fue la primera vez que
bailaron.
Desde entonces, para alegrarnos, para
juntarnos, para convivir tenemos la música y
el baile, gracias al gran dios Tezcatlipoca.
EL SOL DE LAS VENADAS
PARIENDO
Por Guadalupe Urbina33
(Costa Rica)

A mi madre, a mi abuela Adelina


y al poder del pueblo maya que
guarda la esencia de las cosas.

Hoy está cayendo una garúa finísima y


la sabana despide un olor a tierra mojada, a
tierra caliente. La tierra seca muerta de sed
se deshace, está alegre, por eso suelta ese
aroma a tierra de tierra y a polvo del verano.
Es el fin de abril y las aguas están subiendo.
Este es el tiempo de la subida de las aguas.
Los brotes de gramilla pintan bosques
diminutos y frescos que cualquier experto en
bonsáis envidiaría. Mi tierra seca celebra la
primera garúa, el polvo llama las aguas que
duermen debajo de la tierra junto a su
corazón de fuego y las aguas comienzan a
subir. Me asomo al pozo que hay en medio
del patio y dejo caer el balde. Ahora a la
cuerda que sujeta el balde le sobra más de
medio metro entre mis manos. Es el mes de
los arco iris y de las garúas con sol. El agua
sube desde el fondo de la tierra a la
superficie y los árboles se llenan de brotes,
es la primavera de la sabana. Un jícaro
reverdece y sus brotes de hojas tienen un
33 Basado en el Pop Vuj, el Libro de la Sabiduría
Antigua que el pueblo Maya Quiché nos ha
transmitido.
verde fosforescente que contrasta con el
sepia corronchoso de la piel del árbol.
Llueve con sol y hay un arco iris. Mi
abuela Lina dice que cuando llueve con sol
están pariendo las venadas y que el agua de
su panza riega la tierra para que sigan
creciendo las plantas y siga habiendo
pastizales en donde los venados puedan
ocultarse. Por eso hay tanto venado en esta
tierra seca y por eso podemos comer de vez
en cuando venado fresco.
También dice la abuela Lina que un día como
hoy la Abuela–Abuelo Shmucané fue a
buscar nuestra esencia con sus
ayudantes.
La Abuela Shmucané echó la suerte y
el maíz habló, el maíz quería ser la carne de
nuestras madres y padres. La Abuela–Abuelo
tenía que buscar el lugar en donde el maíz
crecía. Cuatro animales que todo lo saben le
ayudaron: Yac, el gato montés que tiene la
piel suave y del color de la piedra verde
oscura, el color del musgo. Yac tiene
almohaditas en sus patas, garras finas para
subir a los árboles y puede ver muy bien por
las noches. Yac le ayudaba a caminar cuando
el sol se ocultaba; Utiú, el coyote, el más
astuto de todos, el más fuerte, el que parecía
un perro con su lomo erizado y que tenía
amigos por todas partes en los caminos
también le acompañaba. Utiú aullaba en
medio de la noche preguntando si había
peligro por la ruta. También estaba Quel, la
cotorra chocoyita, Quel es una lora pequeña
de un color verde apagado y de plumas
finísimas que puede contarlo todo. Quel iba y
venía trayendo noticias sobre todo lo que
ocurría alrededor, de esta manera Shmucané
ya estaba enterada de todo porque Quel, a
cambio de una anona madura regresaba
siempre a su lado para conversar y
conversar. El otro ayudante era Hoh el
zanate, un pájaro negro como la piedra de
obsidiana, ladrón y sinvergüenza que
aprovechaba el descuido de otros animales
para comerse su fruta y sus semillas. Pero
Hoh era feliz viajando al lado de Shmucané
porque ella le daba semillas y lo tenía
comiendo de sus manos, a cambio, Hoh le
decía el nombre de cada una de las plantas
que tenían granos y que se podían comer.
Estos cuatro ayudantes le enseñaron a
Shmucané el camino para llegar a la tierra
en donde crecía el maíz. Este lugar era un
pueblo llamado Paxil y Cayalá, el lugar en
donde crecían las mazorcas amarillas y las
mazorcas blancas. Cuando llegaron se
llenaron de alegría, porque habían
descubierto una hermosa tierra, llena de
mazorcas amarillas y mazorcas blancas,
aguacates y cacao, y de muchos zapotes,
anonas, jocotes, nances, matasanos y miel.
Había muchos alimentos sabrosos en aquel
pueblo llamado Paxil y Cayalá. Había
alimentos de todas clases, alimentos
pequeños y grandes, plantas pequeñas y
plantas grandes. Yac el gato montés, Utiú el
coyote, Quel la cotorra chocoyita y Hoh el
zanate le enseñaron el camino un día con sol
mientras llovía.
EL PRÍNCIPE CANGREJO
Por Fabiana Costa34
(Italia)

Había una vez un Rey que tenia una hija


muy linda, pero que no se quería casar. Era una
preciosa joven de cabellos color azabache, piel
de terciopelo, y una manera de caminar que
cuando pasaba los pájaros paraban de cantar y
las flores dejaban de crecer. Todos se querían
casar con ella, todos la querían amar, pero ella
los rechazaba.
Un día, llegó al castillo un pescador con
una cesta, quien le dijo al Rey:
–Mi señor, mire lo que encontré.
El Rey destapó la cesta y de ella salió un
enorme cangrejo de grandes ojos amarillos y
unas increíbles y fuertes tenazas.
–¿Qué le parece el animal, mi señor?
¿Verdad que es único?
En ese momento, la Princesa entró al
recinto y se quedó conmovida al ver los ojos
amarillos de aquel cangrejo.
–Pobrecito –dijo la Princesa–, quiero este
animal para mí, yo lo cuidaré.
El Rey, quien tenía planes culinarios para el
cangrejo, no entendía el capricho de la Princesa,
pero, ante su insistencia, pagó unas cuantas
monedas al pescador y ordenó meter al enorme
cangrejo en una bañera. La Princesa pasaba
horas y horas contemplando al animal y
acariciándole su caparazón.

Versión original de la autor basada en una leyenda


34

de Venecia.
Pero un día, sucedió que el animal
desapareció de repente de la bañera y la
Princesa se puso histérica: lloraba, gritaba y
rompía cosas. El Rey ordenó buscar
inmediatamente al cangrejo, pero nadie dio
razón de éste. Ni siquiera el cocinero real.
Levantaron, movieron, abrieron, rompieron,
tumbaron, quebraron, alborotaron el castillo,
pero el cangrejo no apareció.
Ante la inexplicable pérdida, la Princesa se
enfermó, dejó de comer y no paraba de llorar
frente a la bañera. El Rey, preocupado, mandó a
llamar a los mejores médicos del reino, quienes
luego de muchos intentos por curarla,
dictaminaron: ''Se trata de un mal que no tiene
cura''.
Así, pasaron los días y lo único que se
escuchaba en el castillo era el llanto inconsolable
de la Princesa.
Pero una mañana, la Princesa vio que se
formaba un remolino adentro de la bañera –que
estaba llena de sus lágrimas–, y también vio que
por el remolino se asomaba el famoso cangrejo.
–¡Es él! –gritó la Princesa–, ha regresado.
La Princesa se metió en la bañera y el
remolino la engulló, conduciéndola a una galería
de plantas de colores y luego al frente de un
inmenso palacio submarino rodeado de corales.
La Princesa miraba extasiada el paisaje y
no lo podía creer. De pronto, se abrieron las
puertas de aquel palacio y apareció una hermosa
hada cabalgando un enorme cangrejo de ojos
amarillos. “Es él”, pensó la Princesa. Tuvo el
impulso de nadar hacia el cangrejo, pero sus
cabellos se le habían enredado entre los corales.
El hada hizo un pase mágico y el
caparazón del cangrejo se abrió dejando salir a
un hermoso joven de largos cabellos negros y
ojos color de miel.
–Ahora entiendo mi obsesión por aquel
cangrejo –dijo la Princesa–. Es un Príncipe
encantado.
El hada hizo otro pase mágico y apareció
una mesa repleta con los manjares más
exquisitos jamás degustados. Mientras aquellos
dos comían, la Princesa logró liberarse con ayuda
de unos peces que se comieron los corales que la
sujetaban. Entonces nadó con sigilo y se
escondió adentro del caparazón del cangrejo.
Cuando terminaron de comer, el hada hizo
otro pase mágico y el Príncipe regresó al interior
del caparazón, encontrándose con la Princesa
escondida.
–¡Estás loca! ¡Qué haces aquí! Si el hada
nos ve, nos mata a los dos.
–Quiero liberarte del encantamiento.
–No es posible –dijo el Príncipe–, para eso
tendrías que estar dispuesta a morir por mí.
–Pues moriré, si es preciso –dijo resuelta la
Princesa.
–¿Tú?
–Si, dime lo que debo hacer y lo haré.
–Regresa a la superficie y busca un arrecife
en forma de ángel. Cuando lo encuentres te
pones a cantar que de inmediato el hada
aparecerá y te dirá: ''Sigue cantando joven
hermosa, sigue cantando''. Entonces tú le
contestarás: “Seguiré cantando si me regalas la
flor que llevas en tu cabeza''. Esa es la flor de mi
vida y si la obtienes, entonces, seré libre.
Y así lo hizo la Princesa. Al día siguiente, la
bella joven fue hasta donde estaba aquel arrecife
en forma de ángel y se puso a cantar. El viento
jugaba con sus cabellos y transportaba aquella
suave melodía al interior del mar. El hada
apareció, y, tal y como lo dijo el Príncipe, suplicó:
–Sigue cantando joven hermosa, sigue
cantando.
Entonces, ella le pidió la flor que tenía en
su cabeza y el hada se la arrojó. Pero el mar
estaba enloquecido por el mágico canto de la
Princesa y se llevó consigo la flor, que
desapareció entre las olas.
La Princesa, desesperada, se lanzó a las
turbulentas aguas tratando de alcanzarla, y en
ese mismo instante el mar se apaciguó y puso la
flor en el regazo de la bella joven. En ese
momento, sobre una pequeña ola, apareció el
Príncipe cangrejo que ya no era cangrejo, pues
se había liberado de aquel caparazón y del
encantamiento del hada. Ahora estaba
encantado de la Princesa que lo liberó, con quien
vivió feliz para siempre.
EL PICAPEDRERO
Cuento popular

Había una vez, hace muchos años, un


reino muy bonito donde la gente era muy
feliz. Los Reyes vivían en un castillo de
piedra muy grande que estaba junto a un
bosque y un lago de tranquilas aguas azules
donde se podía pescar y pasear en barca.
Cerca de allí había una gran montaña.
La hija de los Reyes que se llamaba
Margarita y que es la Princesa de este
cuento, salía todos los días a dar un paseo
por los alrededores del castillo.
Un día conoció a un picapedrero
llamado Pedro que trabajaba en la cantera
que estaba en la falda de la montaña.
Margarita y Pedro se enamoraron, se
prometieron amor eterno y decidieron
casarse.
Cuando el Rey se enteró que su hija
quería casarse con Pedro se enfadó
muchísimo y exclamó:
–¡Mi hija no puede casarse con un
simple picapedrero! ¡La Princesa debe
casarse con el ser más poderoso del
Universo!
Entonces el Rey mandó llamar a todos
los sabios de su reino y les pidió que le
dijeran quién era el ser más poderoso del
Universo. Los sabios se encerraron en una
habitación del castillo durante siete días y
siete noches, y pensaron y pensaron, hasta
que concluyeron que el Sol era el ser más
poderoso del Universo porque con sus rayos
nos ilumina y nos da la energía necesaria
para la vida.
–Tienen razón, dijo el Rey, el Sol es el
ser más poderoso del Universo. ¡Que venga
el Sol!
El Sol llegó y el Rey le dijo:
–Te he mandado llamar porque me han
dicho que tú eres el ser más poderoso del
Universo, y quiero que te cases con mi hija,
la Princesa Margarita.
El Sol sonrió y le contestó al Rey:
–Majestad, muchas gracias por el
ofrecimiento. Sería para mí un honor
casarme con su hija. Pero hay alguien que es
más poderoso que yo.
–¿Quién puede ser más poderoso que
el Sol? –preguntó el Rey.
–La Nube, contestó el Sol, porque
cuando se me pone delante no deja pasar
mis rayos.
–Entonces, que venga la Nube –dijo el
Rey.
La Nube llegó y el Rey le explicó:
–Nube, te he mandado llamar porque
me han dicho que tú eres el ser más
poderoso del Universo, así que quiero que te
cases con mi hija, la Princesa Margarita.
La Nube le contestó:
–Por mí estaría encantado de casarme
con la Princesa. Pero hay alguien que es más
poderoso que yo.
–¿Quién puede ser más poderoso que
la Nube? –preguntó el Rey.
–El Viento –contestó la Nube–, porque
cuando sopla me mueve con facilidad de un
sitio para otro.
–Entonces que venga el Viento –dijo el
Rey.
Cuando llegó el Viento, el Rey le contó:
–Viento, te he mandado llamar porque
me han dicho que tú eres el ser más
poderoso del Universo, y quiero que te cases
con mi hija, la Princesa Margarita.
El Viento le contestó:
–Majestad, muchas gracias. Estaría
complacido de hacerlo, pero hay alguien que
es más poderoso que yo.
–¿Y quién puede ser más poderoso que
el Viento? –preguntó el Rey.
–La Montaña –contestó el Viento–,
porque aunque sople con todas mis fuerzas
no la puedo mover ni un centímetro.
–Entonces que venga la Montaña –
solicitó el Rey:
Pero la Montaña no podía moverse, así
que el Rey tuvo que ir hasta la Montaña –
como Mahoma– y esto le dijo:
–Montaña, he venido hasta aquí porque
me han dicho que tú eres el ser más
poderoso, y quiero que te cases con mi hija,
la Princesa Margarita.
La Montaña le contestó:
–Majestad, qué más quisiera que
casarme con la Princesa Margarita, pero hay
alguien que es más poderoso que yo.
Y dijo el Rey muy enojado:
–¿Quién puede ser más poderoso que
la Montaña?
–El picapedrero –contestó la Montaña–,
porque todos los días me arranca un trocito
de mi cuerpo para hacer piedras.
Entonces el Rey comprendió que todos
los seres, por insignificantes que parezcan,
son importantes, y permitió a su hija que se
casara con el picapedrero Pedro. Y fueron
felices.
LAS AVENTURAS DE POLLO TICO
Cuento popular35

Cierto día Pollo Tico salió de su casa


para asistir a la boda de su Tío Perico. Iba
muy elegante y limpiecito, con sus plumas
amarillas y su reluciente pico. Caminando,
caminando, el hambre lo invadió y sin
pensarlo dos veces del suelo una semilla
recogió.
¡Pero qué horror! ¡Su reluciente pico se
ensució!
Entonces Pollo Tico le pidió a Hierba
que le limpiara el pico, pero Hierba le dijo, no
quiero Pollo Tico.
Pollo Tico se enfadó y fue hasta donde
Oveja y esto le pidió: –Oveja, cómase a
Hierba que no quiere limpiarme el pico para
poder ir a la boda de Tío Perico.
–Lo siento Pollo Tico –dijo Oveja–, pero
acabo de comer.
Pollo Tico buscó a Lobo y esto le
solicitó: –Lobo, cómase a Oveja que no
quiere comer a Hierba que no quiere limpiar
mi pico para poder ir a la boda de Tío Perico.
Lobo estaba durmiendo y de mala gana
se negó.
Pollo Tico fue hasta donde Perro: –
Perro, persiga a Lobo que no quiere comer a
Oveja que no quiere comer a Hierba que no
quiere limpiarme el pico para poder ir a la
boda de Tío Perico.

35 Versión del Editor.


Perro estaba jugando y ni siquiera lo
escuchó.
Pollo Tico buscó a Palo: –Palo, péguele
a Perro que no quiere perseguir a Lobo, que
no quiere comer a Oveja que no quiere
comer a Hierba que no quiere limpiarme el
pico para poder ir a la boda de Tío Perico.
Pero Palo le dijo que hacía mucho
tiempo que había hecho las paces con Perro.
Pollo Tico fue hasta donde estaba
Fuego: –Fuego queme a Palo que no quiere
pegar a Perro que no quiere perseguir a
Lobo, que no quiere comer a Oveja que no
quiere comer a Hierba que no quiere
limpiarme el pico para poder ir a la boda de
Tío Perico.
Fuego le dijo que estaba muy
tranquilito y que no le haría el favor.
Pollo Tico buscó a Río: –Río, apague a
Fuego que no quiere quemar a Palo que no
quiere pegar a Perro que no quiere perseguir
a Lobo, que no quiere comer a Oveja que no
quiere comer a Hierba que no quiere
limpiarme el pico para poder ir a la boda de
Tío Perico.
Río se rió, pues iba feliz de vacaciones
hacia el mar.
Pollo Tico fue hasta donde estaba
Vaca: –Vaca, bébase a Río que no quiere
apagar a Fuego que no quiere quemar a Palo
que no quiere pegar a Perro que no quiere
perseguir a Lobo, que no quiere comerse a
Oveja que no quiere comer a Hierba que no
quiere limpiarme el pico para poder ir a la
boda de Tío Perico.
–Muuuuuuuy bonito –dijo Vaca–, ¿acaso
tengo la panza tan grande para beberme a
Río?
Pollo Tico buscó a Cuchillo: –Cuchillo,
mata a Vaca que no quiere beber a Río que
no quiere apagar a Fuego que no quiere
quemar a Palo que no quiere pegar a Perro
que no quiere perseguir a Lobo, que no
quiere comer a Oveja que no quiere comer a
Hierba que no quiere limpiarme el pico para
poder ir a la boda de Tío Perico.
–Ahora no tengo filo –le dijo Cuchillo.
Pollo Tico fue hasta donde Hombre: –
Hombre, rompe a Cuchillo que no quiere
matar a Vaca que no quiere beber a Río que
no quiere apagar a Fuego que no quiere
quemar a Palo que no quiere pegar a Perro
que no quiere perseguir a Lobo, que no
quiere comer a Oveja que no quiere comer a
Hierba que no quiere limpiarme el pico para
poder ir a la boda de Tío Perico.
Hombre estaba acostado en una
hamaca durmiendo la siesta y ni siquiera se
despertó.
Pollo Tico buscó a Muerte: –Muerte,
lleva a Hombre que no quiere romper a
Cuchillo que no quiere matar a Vaca que no
quiere beber a Río que no quiere apagar a
Fuego que no quiere quemar a Palo que no
quiere pegar a Perro que no quiere perseguir
a Lobo, que no quiere comer a Oveja que no
quiere comer a Hierba que no quiere
limpiarme el pico para poder ir a la boda de
Tío Perico.
–Estoy cansada de tanta muerte y no
quisiera ver un muerto más –le contestó
Muerte.
Por último, Pollo Tico desesperado fue
a buscar a Dios, como último recurso, y esto
le pidió: –Dios, envía a Muerte a buscar a
Hombre que no quiere romper a Cuchillo que
no quiere matar a Vaca que no quiere beber
a Río que no quiere apagar a Fuego que no
quiere quemar a Palo que no quiere pegar a
Perro que no quiere perseguir a Lobo, que no
quiere comer a Oveja que no quiere comer a
Hierba que no quiere limpiarme el pico para
poder ir a la boda de Tío Perico.
Entonces Dios envió a Muerte a buscar
a Hombre, pero, esta vez, Hombre quiso
romper a Cuchillo, y Cuchillo quiso matar a
Vaca, y Vaca quiso beber a Río, y Río quiso
apagar a Fuego, y Fuego quiso quemar a
Palo, y Palo quiso pegar a Perro, y Perro
quiso perseguir a Lobo, y Lobo quiso comer a
Oveja, y Oveja quiso comer a Hierba, y
Hierba le limpió el pico al Pollo Tico, y éste
pudo ir muy elegante y limpiecito a la boda
de su Tío Perico.
Cuentan que en la boda de Tío Perico,
el Pollo Tico más de cinco ponches bebió, y
de camino de regresó por un barranco de
descalabró, y de su lustroso pico muy poco
quedó, y colorín colorado este cuento acabó.
TRES CHICOS
Por Vicente Cortés36 (España)

Esto era una vez tres chicos digodicos,


delasalacapoticos, pimpoladicos que se
fueron a cazar, y cazaron una liebre
digodiebre, delasalacapotiebre,
pimpoladiebre. Con la liebre digodiebre,
delasalacapotiebre, pimpoladiebre volvieron
al pueblo digodueblo, delasalacapotueblo,
pimpoladueblo entraron a un restaurante
digodante, delasalacapotante, pimpoladante
y le dijeron a la dueña, digodueña,
delasalacapotueña, pimpoladueña:
–Señora dueña (fórmula del
trabalenguas) ¿nos puede cocinar esta liebre
(fórmula del trabalenguas) mientras nos
aseamos?
–Sí, sí chicos(..) ir y dentro de una
hora(..) volvéis.
Los tres chicos(..) se fueron y a la
hora(..) volvieron, se sentaron a la mesa(..) y
se comieron toda la liebre(..). Entonces dijo
la dueña(..)
–¿Estaba buena la liebre(..)?
–¡Claro que estaba buena(..), si casi
nos comemos los huesos(..)
–Ja, ja, ja –rió la dueña– os he
engañado(..) os he dado un gato(..) en lugar
de la liebre(..)

36
Cuento popular. Para que tenga sentido, siempre
que aparezca (..) se debe hacer la fórmula del
trabalenguas enunciada al principio del cuento.
De ahí el dicho: Darte gato por liebre.
–¿Qué nos ha dado un gato(..) en lugar
de la liebre(..)? ¡¡Tome, tome y tome!!
Y los tres chicos(..) le dieron unos
cuantos tortazos(..) y la señora(..) cayó al
suelo(..). Parecía que estaba muerta(..) pues
no se movía nada, nada, nada. Entonces los
tres chicos(..) intentaron despertarla
echándole agua(..), tierra(..), le hicieron
cosquillas(..) y le pasaron una cerilla(...) por
los ojos(..); pero no despertó. Y se fueron a
ver si encontraban a alguien que les ayudara
a despertar a la dueña(..). Encontraron a un
fraile(..) y le pidieron:
–Señor fraile(..) ¿nos puede ayudar a
despertar a la señora(..) que nos ha dado un
gato(..) en lugar de la liebre(..)?
–No, no y no chicos(..) no os ayudaré a
despertar a la señora(..) que os ha dado un
gato(..) en lugar de la liebre(..)
–¿Qué no? Ya verá usted.
Y le pegaron veinte tortazos(..) que le
hicieron caer al suelo(..) y quedando el fraile
(..) como muerto(..)
–El señor fraile(..) está muerto(..)
Pero no estaba muerto, porque el
corazón(..) le latía(..). Para despertarlo
hicieron lo mismo, lo mismo que con la
señora dueña(..) es decir: echarle agua(..),
tierra(..), le hicieron cosquillas(..) y le
pasaron por los ojos(..) una cerilla(..). Pero no
despertó el fraile(..) y se fueron a buscar a
alguien que les ayudara a despertar a la
dueña(..) y al fraile(..). Caminando(..) pronto
encontraron a un frailón(..) que venía
rezando(..) y le dijeron:
–Señor frailón(..) nos podría ayudar a
despertar al fraile(..) y a la dueña(..) que nos
ha engañado y nos ha dado un gato(..) en
lugar de una liebre(..)
–No, no, no os ayudaré a despertar al
fraile(..) ni a la dueña(..) que os ha dado un
gato(..) en lugar de la liebre(..)
–¿Qué no nos ayudará? Pues tenga
unos cuantos tortazos(..)
Ufff, no cae este frailón(..) alguien de
los aquí presentes ¿me puede echar una
mano?... (pregunta al público) Pues si no, no
puede continuar el cuento. Además tienen la
oportunidad de poder pegarle unos cuantos
golpes a un miembro del clero sin ninguna(..)
consecuencia posterior.
Y después de los palos el frailón(..)
cayó al suelo y parecía muerto, pero no
estaba muerto, pues el corazón(..) le latía(..);
así que le hicieron lo mismo lo mismo que
anteriormente le habían hecho a la dueña(..)
y al fraile(..). Le echaron agua(..), tierra(..), le
hicieron cosquillas(..), le pasaron una cerilla
por los ojos(...) y que no despertaba. A ver
querido publico, ¿alguna propuesta para
despertar a los apaleados(..)?
Como no despertaron se fueron en
busca de ayuda, y en la primera esquina(..)
encontraron a un frailín(..) y le preguntaron:
–Señor frailín(..) ¿nos podría ayudar a
despertar al frailón(..) y al fraile(..) y a la
dueña(..) que nos ha dado un gato(..) en
lugar de una liebre(..)?
–No, no, y no. No os ayudaré a
despertar al señor frailón(..) ni al señor
fraile(..) ni a la dueña(...) que os ha dado un
gato(..) en lugar de la liebre(..)
–¿Qué no? Pues ya verá.
Le pegaron uno, dos, tres, cuatro palos
al señor frailín(..) y éste cayó a tierra(..)
como le había ocurrido anteriormente al
frailón(..) y al fraile(..) y a la dueña(..) que les
había dado un gato(...) en lugar de la
liebre(..)… Por favor, queridos oyentes
¿cuántos frailes han pasado por el cuento(..)?
–Tres (responde alguien del público)
–¿Tres?...pues levanta el culo que lo
tienes al revés.
ROMANCE DE LA INFANTICIDA
Romance español37

Más arribita de Burgos


hay una pequeña aldea
donde vive un comerciante
que vende paños y sedas.

Tiene una mujer bonita,


valía más que fuera fea,
tiene un hijo de cinco años
la cosa más parlotera.

Todo lo que pasa en casa


a su padre se lo cuenta;
su padre, por mas quererle,
en las rodillas le sienta.

Ven aquí tú hijo querido,


ven aquí mi dulce prenda,
quiero que todo me digas,
en esta casa quién entra.

Padre de mi corazón,
el alférez de esta aldea,
que llega todos los días
y con mi madre conversa.

Con mi madre come y bebe,


con mi madre pone mesa,
con mi madre va a la cama
como si usted mismo fuera.

37 Versión de Matías Tárraga.


A mí me dan un ochavo
pá jugar a la rayuela
y yo como picarzuelo
me escondo tras de la puerta.

Mi madre estaba mirando


y me dijo que me fuera;
deja que venga tu padre
que te va a arrancar la lengua.

Mal le ha sentado al señor


el que aquello se supiera,
después ha salido a un viaje
de siete leguas y media.

Un día, estando jugando


con los niños de la escuela,
ha ido a buscarlo su madre,
a peinar su cabellera.

Ha cuarteado su cuerpo,
lo ha tirado en una artesa
y el peinado que le ha hecho
fue cortarle la cabeza.

La coloca entre dos platos


y al alférez se la entrega.
Señora se les castiga,
pero no de esa manera;
haberle dado cuatro azotes
y haberle echado a la escuela.

Tras de tiempos llegan tiempos


y el marido ya regresa;
ella ha salido a buscarlo
y lo ha encontrado en la puerta.

Entra maridito, entra,


que te tengo una gran cena:
los sesitos de un cabrito,
las agallas y la lengua.

Qué me importa a mí de eso,


qué me importa de la cena,
te pregunto por mi hijo
que no ha salido a la puerta.

Entra maridito, entra,


por tu hijo nada temas,
que le di pan esta tarde
y se fue pá casa de su abuela.

Como cosa de chiquillos


está jugando con ella.
Se pusieron a cenar
y oye una voz que le suena:

Padre de mi corazón
no coma usted de esa cena,
que salió de sus entrañas
y no es justo que a ellas vuelva.

Se ha levantado el señor,
la busca de su hijo empieza,
lo ha encontrado cuarteado,
metidito en una artesa.

La ha agarrado de los pelos,


barre la casa con ella
y después de golpearla
a la autoridad la entrega.

Unos dicen que matarla,


otros lo mismo con ella,
otros dicen que arrastrarla
de la cola de una yegua.

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